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1. Etapa sevillana.
El aguador o El aguador de Sevilla (1620, Apsley House, Londres) es una
obra realizada mediante una técnica claroscurista que nos muestra el acto de
repartir agua a la población, enfocándose la escena en el vaso, el cual contiene
en su interior un higo o breva para darle algo de sabor al agua. La escena
simboliza las tres edades del ser humano con sus integrantes, donde el
personaje mayor da de beber al joven, la edad anciana; el personaje que se
sitúa al fondo y es menos visible sería la edad adulta; y por último el chico que
recibe la copa simboliza la niñez, siendo también una metáfora del
conocimiento en la que el anciano enseña al joven. También representa el
tema de la sed y las dificultades que ciertas familias populares tenían para
abastecerse de agua potable. La apariencia del niño se asemeja mucho al
chico que aparece en otra de sus obras, ‘La vieja friendo huevos’, usando un
tratamiento similar.
Las fuentes que Velázquez pudo usar son los bodegones flamencos de la
segunda mitad del s XVI, como los elaborados por Pieter Aertsen, y otras
estampas que llegan a Sevilla desde Italia.
Al igual que la obra anterior, une dos escenas, una escena de bodegón y
costumbrismo, y otra en un segundo plano que plasma una representación
religiosa. No hay constancia en quién pudo ser el realizador del encargo de La
cena de Emaús, pero las hipótesis de algunos historiadores indican que se
trataría de Juan de Fonseca, el mismo que encargaría El aguador, y que
además es uno de los personajes que apuesta por el estilo novedoso y fluido
de Velázquez.
Sor Jerónima de la Fuente (1620, Museo del Prado, Madrid), es uno de los
retratos más conocidos de este periodo sevillano, en el que vemos
representada a la monja franciscana Sor Jerónima de la Fuente, que
pertenecía al convento de Santa Isabel de Toledo. A la edad de 66 años decide
migrar a Filipinas como misionera y fundar un convento franciscano, pero antes
de embarcar en Sevilla, Velázquez la retrata.
Además de este, hay otras dos versiones, una obra probablemente del taller
de Velázquez, y otro cuadro conservado en el Museo del Prado probablemente
copia de otro pintor. El motivo de este retrato fue un deseo de su suegro
Francisco Pacheco de elaborar un libro de personajes ilustres del siglo de Oro
español, por lo que viajan a Madrid. Velázquez realiza este retrato de Góngora,
quien estaba en la Corte Real de Felipe IV, dándose a conocer en Madrid y la
Corte, por lo que un año después el Conde-Duque de olivares reclama su
presencia como pintor real.
2. En la Corte. Pintura y promoción social: 1623-1629.
En 1623 Velázquez entra a formar parte de la Corte del rey Felipe IV, en
una etapa en la que trabajará sobre todo realizando retratos, entre los que
destacan los encargados por el conde-duque de Olivares y el propio monarca.
.
3. Primer viaje a Italia: 1629-1631.
En su primer viaje a Italia su paleta cambia drásticamente, abandonando las
tonalidades oscuras, un destino recomendado por Rubens a Velázquez, que
aceptará Felipe IV finalmente, aunque es reacio a perder a su mejor pintor.
También se interesa más por el paisaje y la atmósfera que rodea la obra,
haciendo que su pincelada sea más suelta.
Este tema mitológico había sido ya representado por otros artistas italianos
que pintan los instantes anteriores y posteriores a la noticia, pero Velázquez
decide mostrar la escena intermedia. Para ello, pudo tomar como modelo una
estampa realizada por Tempesta. Apolo, en este sentido podría simbolizar a
Cristo como aparición a los apóstoles, ya que sorprende a la multitud con un
aura celestial de luz. Utiliza la ventana como recurso para añadir perspectiva a
la habitación, al igual que la puerta, en penumbra, de la que parece que acaba
de asomarse un personaje sorprendido.
Más adelante, en 1635, será uno de los pintores a los que se les asigna la
ornamentación pictórica del palacio del Buen Retiro como encargo del conde-
duque de Olivares, junto a Zurbarán. Aquí observa los retratos y retratos
ecuestres de Rubens y Tiziano, siguiendo Velázquez con sus representaciones
para el rey Felipe IV.
La figura infantil aporta gracia a la obra, la cual destaca por su gran colorido
brillante en el que predominan los colores cálidos. Pinta las nubes, reflejando
una perspectiva atmosférica al estudiar el paisaje de los alrededores de la
capital. El detallismo en las vestimentas del joven usa una pincelada muy
suelta y ágil a base de manchas de color, haciendo como siempre una increíble
representación del rostro infantil de Baltasar Carlos, que parece difuminarse
como consecuencia de esa atmósfera que rodea la escena. El caballo parece
que va a salir de la composición de un salto hacia nosotros, realizado tambien
con gran detallismo, pero anatómicamente imperfecto. Esta obra se destinó a
una de las salas menores del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro.
Felipe IV en castaño y plata (1635, Museo del Prado, Madrid), es un
retrato del rey de cuerpo entero en el interior de palacio. En una habitación de
fondo neutro, roto por un cortinaje barroco, encontramos a Felipe IV vestido
con un traje elegante con capa según la moda de la época en castaño y plata,
con golilla. Apoya en una mesa tras él, la cual presenta un cubrimiento de color
similar al cortinaje, sobra la que coloca su sombrero. Una postura relajada con
mirada hacia el espectador, pero sin aparentar cercanía, y llama la atención el
papel que sujeta con su mano derecha, un símbolo de sus deberes como rey,
algo que ya vimos en el retrato que le hizo durante su primera estancia en
Madrid. Además, en este papel Velázquez estampa su firma, a la que añade la
frase ‘Pintor del rey’.
Con una pincelada suelta es capaz de captar el rostro del Papa fielmente,
incluso detallando sus pupilas azules y vello facial magníficamente, también
muestra el paso de la edad por su rostro anciano, pero que brota aún mucha
vitalidad. Por otro lado, realiza un interesante estudio psicológico de Inocencio
X que plasma en la pintura, el cual tenía un fuerte carácter, mostrado en su
mirada firme e intensa hacia el espectador pero ese contacto se establece
desde la lejanía. Algo muy característico de esta obra es el tratamiento de las
telas, bañadas las que porta el pontífice por la luz, haciendo que brillen y aporte
a la obra un volumen y textura especial. Colores brillantes e intensos rojos
contrastan con el blanco de la luz que baña la parte central y la parte inferior de
la vestimenta, en la que podemos distinguir incluso el bordado de los puños y
los pliegues en el blanco exquisito. El rojo es intenso y brillante, atrapando la
luz que enfoca al Papa, al igual que el anillo, donde ambos brillan con
intensidad.
Las meninas (1656, Museo del Prado, Madrid), también denominada esta
obra como La familia de Felipe IV. La escena representa a Velázquez
realizando su labor de pintor, haciendo un retrato de los reyes, reflejados en el
espejo, mientras la infanta Margarita los mira, acompañada de sus cortesanas
y dos bufones. En el fondo, encontramos una puerta, por la que asoma el
aposentador de la Corte.
Bibliografía.
SANTILLANA. Historia del Arte 2 Bachillerato, Tres Cantos (Madrid), Santillana
Educación S.L., 2009.
HISTORIA DEL ARTE. Velázquez y las fuentes del cuadro “Cristo en casa de
Marta y María. Obtenido de:
https://bloghistoriadelarte.wordpress.com/2014/09/14/velazquez-y-las-fuentes-
del-cuadro-cristo-en-casa-de-marta-y-maria-velazquez-and-the-sources-of-the-
painting-christ-in-martha-and-marys-house/.
MUSEO DEL PRADO. Vista del jardín de la Villa Médicis en Roma. Obtenido
de: https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/vista-del-jardin-de-la-
villa-medici-en-roma/9b9584d1-6e48-49e0-9c6a-433fc2e1dbb2.
MÁS DE ARTE. La Venus del espejo, cuando la belleza puede con el amor.
Obtenido de: https://masdearte.com/especiales/la-venus-del-espejo-cuando-la-
belleza-puede-con-el-amor/.