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Unidad 1

Prof: Felicitas María Pratto

1. COMTE-SPONVILLE, André. “El amor, la soledad”

MÁS ALLÁ DE LA DESESPERANZA


Entrevista con Patrick Vighetti

André Comte-Sponville, hagamos tabla rasa de todo y comencemos definiendo: ¿qué


es la filosofía? ¿Qué es un filósofo? ¿Qué papel debe desempeñar en la sociedad hoy
en día?

¡Eso sí que es un comienzo filosófico! En el fondo, ¿no será el filosofar


precisamente eso: si no hacer tabla rasa (no hay ninguna prueba de que eso sea posible),
al menos intentar desembarazarse de todo lo que nos estorba, de los hábitos, de las ideas
preconcebidas, etc., o dicho de otro modo, intentar pensar de nuevo? Sí, pudiera ser que
la filosofía fuera ante todo ese acto de interrogación radical, como un comienzo de la
razón, o un volver a comenzar; que la filosofía fuera el pensamiento nuevo, el
pensamiento libre, el pensamiento liberado y liberador... Se dice con frecuencia, citando
a Hegel, que la lechuza de Minerva levanta el vuelo en el crepúsculo, y no es falso.
Pero levanta el vuelo, y eso viene a ser, cada vez, como un amanecer del espíritu.
«Palabras al alba», dices... Me gustaría recoger esa expresión: la filosofía es ese alba,
nueva cada día, del pensamiento, alba que no cesa de levantarse —¡pálido fulgor de la
razón!— desde el fondo de nuestros crepúsculos.
De poco serviría, por lo demás, que te recordara que la pregunta «¿Qué es la
filosofía?» es en ti misma una pregunta filosófica, lo mismo que la pregunta «¿Es
preciso filosofar?», por lo que, como decía Aristóteles (ya ves que jamás se logra hacer
tabla rasa por completo, o que otros ya lo han hecho antes que nosotros), uno no se
puede librar de la filosofía, o, diría yo, sólo se puede librar uno de ella dejando de pen-
sar'. Quien no quiere hacer filosofía, desde el momento en que trata de explicarse por
qué no quiere, ya está filosofando... O sea, que no se trata en absoluto de no filosofar
más que sobre la filosofía. La pregunta «¿Qué es la filosofía?» es una pregunta
filosófica; pero la pregunta «¿Qué son las matemáticas?» no lo es menos. Cuando un
matemático reflexiona sobre lo que hace, sobre la clase de objeto con el que trabaja,
sobre la verdad a la que puede acceder, etc., por muy matemático que sea, se plantea
una cuestión que va más allá de las matemáticas: ¡está haciendo filosofía! La prueba es
que no todos los matemáticos estarán de acuerdo sobre esa cuestión, o sobre la respuesta
que hay que dar a esa pregunta: en igualdad de autoridad o de competencia, se pondrán
de acuerdo sobre la validez de tal o cual demostración, pero no sobre la naturaleza de lo
que hacen. Unos serán preferentemente intuitivos, otros formalistas; unos serán
partidarios de Platón, otros de Leibniz o de Kant... En resumen, mientras hacen, por
hipótesis, las mismas matemáticas, no comulgarán en absoluto —o no comulgarán
necesariamente— con la misma filosofía de las matemáticas: ¡hacen lo mismo, pero no
tienen el mismo concepto de eso «mismo»!

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Se dice con frecuencia, en tono de reproche, que hay tantas filosofías como
filósofos, lo que no me parece demasiado exagerado. Podría suceder que también
hubiera, por esa misma razón, casi tantas filosofías de las matemáticas como
matemáticos o. digamos más exactamente, como matemáticos que reflexionan sobre lo
que hacen... La filosofía es el pensamiento más libre (no es prisionero de ningún saber)
y a la vez, y por eso mismo, el más singular. Así pues, que haya tantas filosofías como
filósofos es casi cierto (sólo casi, porque a veces hay varios filósofos que coinciden: hay
escuelas, maestros y discípulos, doctrinas con las que éste o aquél podrán identificarse),
pero, aunque fuera cierto por completo, no tendría sentido reprochárselo a la filosofía.
Que los filósofos no se pongan de acuerdo, no es una razón para no filosofar, es una
razón, y muy poderosa, para filosofar uno mismo. Cualquiera puede hacer matemáticas
por ti (porque, por hipótesis, puede llegar al mismo resultado al que tú habrías llegado),
por lo que, salvo por afición particular o por necesidad de ganarte la vida, no hay
ninguna razón por la que debas dedicarte a las matemáticas tú mismo.
No hay un oficio tonto, pero nadie está obligado a hacerlos todos. Las matemáticas,
desde ese punto de vista, son un oficio: se puede dejar ese menester en manos de otros.
La filosofía, no. O si la filosofía es también un oficio que tiene sus profesionales (los
que la enseñan, los que publican libros...), es ante todo una de las dimensiones que
constituyen la existencia humana. Por suerte, no estás obligado a seguir clases o a
escribir libros de filosofía. Pero nadie puede filosofar por ti: lo que yo puedo haber
descubierto, por más que me satisfaga a mí totalmente, o lo que Kant o Hegel hayan
podido hallar, sea cual fuere su genio, ¡nada de ello prueba que sea válido para ti!
Tienes que dedicarte a personalmente, y eso es lo que se llama filosofar...
Tomemos, por ejemplo, tu pregunta: «¿Qué es la filosofía?». Por el hecho de ser
una pregunta filosófica, admite muchas respuestas diferentes, y, en último término,
tantas respuestas diferentes como filósofos diferentes haya... No digo esto para
desmarcarme, para soslayar la respuesta, sino todo lo contrario, para decirte que la
respuesta que voy a darte sólo me atañe a mí y que otros filósofos responderían de un
modo disanto. Acabo de decir que hay filósofos que coinciden... Pues bien, en esta
cuestión me hallo muy cerca de lo que Epicuro decía hace unos veintitrés siglos: «La
filosofía es una actividad que, mediante discursos y razonamientos, nos proporciona una
vida feliz». Me entusiasma el hecho de que la filosofía sea una actividad.(y no un
sistema o un saber), que se lleve a cabo mediante discursos y razonamientos (y no por
medio de visiones o de eslóganes), en fin, que tienda a la felicidad... Y digo que tienda.
Porque, en cuanto a proporcionarla, me da la impresión de que nosotros, los modernos,
no somos capaces, ni siquiera de acercarnos a la hermosa confianza de los antiguos...
Yo, siempre pensando en Epicuro, he forjado para mi uso personal la siguiente
definición que te ofrezco como respuesta (pero es mi respuesta: no quiere decir que te
satisfaga) a tu pregunta: La filosofía es una práctica discursiva cuyo objeto es la vida,
cuyo medio es la razón y cuyo fin es la felicidad. Me parece que eso vale para cualquier
filosofía digna de ese nombre —pero justamente, sobre esa dignidad no todos los
filósofos se ponen de acuerdo...

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¿Puedo añadir una palabra? Puesto que estoy hablando de la felicidad, quizás
alguien quisiera concluir un poco a la ligera que eso sería para mí la esencia de la
filosofía. Pues no. ¡No cabe la menor duda de que se puede ser feliz sin filosofar, y es
perfectamente posible filosofar sin ser feliz! La felicidad es el fin, no el camino. Ante
todo, la felicidad no es la norma. ¿Qué puede probar el hecho de que una idea te haga
feliz? Eso es lo que ocurre, al menos durante un cierto tiempo, con la mayoría de
nuestras ilusiones... La felicidad no es la norma. La norma de la filosofía, lo mismo que
la de cualquier pensamiento, es o no puede ser otra que la verdad. Si debo tener o
mantener una idea no es porque me haga feliz; en ese caso la filosofía no sería más que
una variante sofisticada del método Coué. Si debo mantener una idea, incluso cuando
esa idea me llenara de tristeza, es sólo ¡porque me parece verdadera! Lo he dicho
muchas veces: si un filósofo tiene que elegir entre una verdad y la dicha —y eso puede
llegar a suceder— no se puede llamar filósofo más que en la medida en que elige la
verdad. Renunciar a la verdad, o a la búsqueda de la verdad, sería renunciar a la razón y,
por el mismo hecho, a la filosofía. Aquí la norma prevalece sobre el fin y debe prevale-
cer: la verdad, para el filósofo, se antepone a la dicha. Más vale una auténtica tristeza
que una falsa alegría.
¿Por qué no definir entonces la filosofía por la búsqueda de la verdad? Ante todo,
porque esta búsqueda, evidentemente, no es lo propio de la filosofía; también se busca
la verdad en historia, en física, en el periodismo o en los tribunales... Después, porque
respecto de la verdad a la que supuestamente se llega (por cierto, de una manera parcial
y aproximativa) queda por saber qué hacer con ella: la filosofía se decide aquí por
entero. La verdad es la norma, pero en todo caso se trata de vivir y, si es posible, de
vivir feliz, o lo menos desgraciado posible. La filosofía no se libra del principio del
placer; pero el placer no prueba nada o, en todo caso, no prueba más que el propio
placer. De ahí esa tensión permanente, que me parece característica de la filosofía, entre
el deseo y la razón o, para decirlo de otro modo, entre el fin (la felicidad) y la norma (la
verdad). Que las dos puedan encontrarse es lo que enseña la vieja palabra de sabiduría.
¿Qué es la sabiduría sino una verdad gozosa? Y no verdadera porque es gozosa (en cuyo
caso no habría verdad: bastaría la ilusión), sino gozosa, más bien, por ser verdadera.
Nosotros nos hallamos lejos de ahí: la mayoría de las verdades nos son indiferentes o
nos molestan. En eso podemos ver que estamos lejos de ser sabios. Pero si la filosofía es
el amor a la sabiduría, como dice su misma etimología (es cierto que una etimología no
prueba nada), es que es el amor a la dicha y a la vez a la verdad, es que intenta, en !a
medida de lo posible, conciliarlas, ¿qué digo?, fundirlas mutuamente... Ya conoces la
canción: «Tengo dos amores...». Eso es lo que canta también la filosofía. En la
sabiduría, esos dos amores forman uno solo, que es dichoso y que es verdadero.

¿Y el filósofo?

Es todo el que practica la filosofía o, dicho de otro modo, quien utiliza su razón
para reflexionar sobre la vida, para liberarse de sus ilusiones (ya que la verdad es la
norma) y, si puede, ¡para ser feliz! Vas a decirme que, en ese sentido, todo el mundo es

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filósofo en mayor o menor medida... ¿Y por qué no? A veces utilizo esta definición aún
más sencilla: filosofar es pensar la vida y vivir el pensamiento. Nadie lo consigue por
completo (nadie es completamente filósofo), pero, asimismo, nadie podrá prescindir por
completo de ello. En el fondo, los llamados grandes filósofos no eran personas que prac-
ticaban una especie de actividad inaudita de la que los demás serían incapaces; son los
que hicieron mejor que los demás lo que todo el mundo hace y debe hacer. Si piensas
sobre el sentido de la vida, sobre la felicidad, sobre la muerte, sobre el amor, sobre la
justicia, si te preguntas si eres libre o si estás predeterminado, si existe un Dios, si se
puede estar seguro de lo que se sabe, etc., estás haciendo filosofía, con el mismo
derecho (¡lo que no quiere decir que igual de bien!) que Aristóteles, Kant o Simone
Weil. Es un tópico, en la enseñanza, contraponer la filosofía a la opinión, y yo mismo lo
he hecho durante muchos años. Después me he dado cuenta de que eso no estaba exento
de mala fe: porque la filosofía es ciertamente una opinión, aunque más elaborada, más
rigurosa, más razonable —pero no por eso deja de ser una opinión—. En el fondo, es lo
que Montaigne me ha enseñado (aunque he comenzado a leerle demasiado tarde), con lo
que me ha liberado de todos los dogmatismos. «La filosofía —decía él— no es más que
una poesía sofisticada, lo que no era una injuria ni para los poetas ni para los filósofos.
Yo diría lo mismo: la filosofía no es más que una opinión sofisticada, pero no en el
sentido peyorativo de la sofisticación, en el sentido en que sofisticado, como nos dicen
los diccionarios, es lo que es «solicitado, complejo, desarrollado». Vale más una cadena
estéreo sofisticada que un vulgar tocadiscos; ¡vale más una filosofía que una opinión
vulgar! En definitiva, está también la simplicidad de la música o de la vida —la
simplicidad de la sabiduría—. Quizá conozcas a gente que prefiere su cadena estéreo a
la música... Yo también conozco a algunos que prefieren la filosofía a la vida, lo que me
parece un contrasentido del mismo género. La técnica más sofisticada carece de sentido
si no está al servicio de algo, por ejemplo al servicio de la música. Lo mismo ocurre con
la filosofía, carece de sentido si no está al servicio de la vida: se trata de vivir mejor, con
una vida más lúcida, más libre y más feliz a la vez... Pensar mejor para vivir mejor. Eso
es lo que Epicuro llamaba filosofar de verdad o, dicho de otro modo, por el propio bien,
como decía Spinoza, y ésa es la única filosofía válida. No se filosofa para pasar el
tiempo ni para juguetear con los conceptos: se filosofa para salvar la piel y el alma.
En cuanto al lugar del filósofo en la vida actual, ya he dicho bastante: si cualquiera
puede y debe ser filósofo, poco o mucho, bien o mal, el lugar del filósofo es,
exactamente, el de cualquiera. Ése es el punto de encuentro de lo universal con la
soledad.

¿Cómo se pasa de esta «opinión sofisticada» que sería la filosofía, a la «simplicidad


de la sabiduría»?

Si lo supiera, hace mucho que habría dejado de filosofar: ¡con la sabiduría tendría
suficiente! Pero, por lo que creo haber entendido, no se trata precisamente de un saber,
la sabiduría, en la medida en que podemos alcanzarla, es el fruto de un trabajo (un poco
en el sentido en que Freud habla del trabajo del duelo), que implica, sí, un esfuerzo del

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pensamiento, pero que no puede reducirse a éste. La vida no es una idea. Incluso
añadiría: todas las ideas, en cierto sentido, nos apartan de la vida. Así pues, la filosofía
no puede conducir a la sabiduría si no es con la condición de tender constantemente a su
propia abolición: el camino está hecho de pensamientos, pero en el lugar adonde
conduce ya no hay caminos. ¿Se acabó el pensamiento? En todo caso, se acabó el
pensamiento teórico: lo real es suficiente, la vida es suficiente, y eso es lo que yo llamo
el silencio. Cuando Françoise Dolto escribe que «toda teoría es síntoma», no hay duda
de que no se equivoca por completo. La sabiduría, por el contrario, sería la salud del
alma, como decía Epicuro, y ninguna teoría podría reemplazarla. Sin síntomas, dirás tú
quizá, no hay sintomatología y, por lo tanto, no puede haber medicina..., ni remedio.
Pero la medicina no es la salud. La medicina es compleja, sofisticada, ardua... ¿Y qué
hay más sencillo, más fácil que la salud?
Se dirá que la salud es primordial, cosa que no se puede decir de la sabiduría. De la
sabiduría, sin duda, no. Pero de la vida sí, y para todo viviente. Ahora bien, la sabiduría
no es más que esa simplicidad de vivir. Si hay que filosofar es para hallar—clarum per
obscurius!— esa simplicidad. Se trata de liberarnos, decía yo antes, de todo lo que nos
estorba y que no deja de separarnos de lo real y de la vida. Para eso sirve la filosofía, de
la que, en definitiva, también hay que liberarse... La doctrina es una balsa, decía Buda:
una vez atravesado el río, ¿para qué cargar con la balsa? Déjala en la orilla, donde podrá
servir a otros; tú ya no tienes necesidad de ella. ¡Y eso es todo! El sabio es quien ya no
tiene necesidad de filosofar: sus libros, si ha escrito alguno, lo cual es más bien raro, son
corno balsas abandonadas en la orilla...
Eso es lo que muchos no aceptan y se pasan la vida reparando y retocando su
pequeña balsa, con la esperanza de perfeccionarla, cosa que consiguen con frecuencia.
Pero, ¿para qué, si no atraviesan el río, o si —una vez franqueado supuestamente el río
—llevan a cuestas durante toda su vida ese lastre? ¿A cuántos les ha llegado la hora de
la muerte agotados bajo el peso de su sistema? ¡Más vale la ligereza de la vida: la li-
viandad de la sabiduría!
Veo en torno a mí a filósofos a quienes gusta hacer cada vez más complejo su
pensamiento, con lo que, de este modo, tienden hacia una sofisticación cada vez mayor.
Veo claramente la riqueza, y a veces la necesidad, de tal proceder. Yo mismo lo he
hecho a veces: ¿cómo evitarlo? No todos los problemas tienen una solución sencilla.
Pero tampoco hay que dejarse engañar por esta complejidad especulativa. En las
ciencias, el tecnicismo es con mucha frecuencia indispensable, porque es necesario para
el trabajo de la prueba. ¿Y en filosofía? En la medida en que ésta no es una ciencia, ni
puede serio, el tecnicismo no tiene valor de prueba, ni la sofisticación constituye
siempre un progreso. Unos sistemas se añaden a otros y eso es todo, lo que no deja de
ser una complejidad más... Kant es un filósofo genial, uno de los más técnicos y más
rigurosos que han existido. Pero si su rigor fuera realmente demostrativo, seríamos
todos kantianos, lo cual no es cierto. Spinoza es no menos riguroso, no menos técnico,
no menos genial; sin embargo, su filosofía se opone completamente a la de Kant... De
ahí que haya que elegir (lo que da la razón a Montaigne), porque con el rigor no basta.
O quizá no se trate de una elección propiamente dicha, sino de una especie de

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reconocimiento (más bien que conocimiento) que se comprueba más que se decide:
leyendo a Kant o leyendo a Spinoza se reconoce en ellos más o menos el mundo en que
se habita o el pensamiento que se cree cierto, o más cierto que otros, sin poder de-
mostrarlo nunca por completo... Es donde el rigor alcanza sus límites, que son los
límites del hombre.
En cuanto a mí, sin renunciar por completo al tecnicismo o a la complejidad, y
menos aún al rigor, tengo la tendencia inversa: busco ideas sencillas, cada vez más
sencillas, tan sencillas que al final no haya necesidad ni siquiera de enunciarlas.
Naturalmente, esto no siempre es posible: el pensamiento tiene sus dificultades y sus
exigencias, que son estrictas. Pero el pensamiento no es más que un medio, y la misma
complejidad que ese pensamiento desvela jamás podría enmascarar la simplicidad de lo
que está en juego: lo real. Cualquier organismo vivo, por ejemplo, es de una riqueza
inagotable, de una complejidad infinita —pero no por eso la vida es menos sencilla—.
¿Qué puede haber más complicado que un árbol cuando se trata de comprender su
funcionamiento interno? ¿Y qué otra cosa puede ser más sencilla que ese mismo árbol
cuando se le mira?

Pero la vista es una función muy compleja...

¡Naturalmente! Pero la complejidad de la función está al servicio de la sencillez del


acto. ¿Qué puede haber más complejo que un ojo? ¿Y qué más sencillo que ver? Eso es
como la vida misma: la complejidad al servicio de la sencillez. También es una lección
para el filósofo...
Cuando se trata de comprender o de explicar, no puede uno ahorrarse la
complejidad. Pero la comprensión no lo es todo, ni el fin último. Podría suceder que no
hubiera nada que comprender, en el fondo, si no es precisamente eso: ¡que no hay nada
que comprender! «La solución del enigma —decía Wittgenstein— es que no hay
enigma.» Se puede explicar perfectamente el árbol por sus causas, por su estructura, por
los mecanismos que desarrolla, por los intercambios que mantiene con el entorno, etc.,
pero comprenderlo, no: no hay nada que comprender, y por eso ninguna teoría podría
reemplazar a la mirada, a la sencillez de la mirada.

Ya conoces la hermosa fórmula de Angelus Silesius, ese místico alemán (que


también era médico...) del siglo XVII:

La rosa es algo sin porqué, florece porque florece,


No se cuida de sí misma, no suspira porque la vean...

Y no hay duda de que una rosa es algo muy complicado. ¡Y, sin embargo, qué
sencillo! La botánica es una ciencia compleja, como todas, y esa complejidad también
tiene su riqueza. En todo caso, ahí está la rosa: sería una pena que la botánica nos
impidiera verla y apreciaría tal como es —sencillamente.

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¿Así pues, lo real sería sencillo, o al menos el sabio no debería quedarse más que con
la sencillez, dejando de lado la diversidad del fenómeno? ¿Por qué perder esta
riqueza fenoménica, y en beneficio de qué virtud de la sencillez?

Lo sencillo, en el sentido en que yo lo tomo, ¡no es lo contrario de lo diverso!


Evidentemente, no se trata de privarse de la diversidad de los fenómenos, de la riqueza
de lo real, de la infinita variedad de los detalles, de toda esa opulencia del mundo
sensible (¡es decir, del mundo!). Jamás verás dos rosas idénticas, ni dos pétalos
idénticos. Pero no por ello ese mundo infinitamente rico y variado es menos sencillo: no
tiene nada que esconder ni que mostrar o, más bien, nada que mostrar que no sea él
mismo, nada que decir que no sea él mismo, y eso crea un gran silencio que es el
mundo, y la sencillez del mundo. Lo real es lo que es, sencillamente, sin falta alguna
(Spinoza: «Yo entiendo la misma cosa por realidad y por perfección»), sin problemas,
sin misterios... Me gusta mucho la fórmula de Woody Allen: «La respuesta es sí pero,
¿cuál es la pregunta?». No hay pregunta, por lo que la respuesta es sí: así es el mundo.
Los misterios están en nosotros, en nosotros los problemas y en nosotros las preguntas.
El mundo es sencillo porque es la única respuesta a las preguntas que no se plantea:
sencillo como la rosa o el silencio.

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2. JASPERS, Karl. “La filosofía”

Cap. I - ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?

Qué sea la filosofía y cuál su valor, es cosa discutida. De ella se esperan


revelaciones extraordinarias o bien se la deja indiferentemente a un lado como un
pensar que no tiene objeto. Se la mira con respeto, como el importante quehacer de unos
hombres insólitos o bien se la desprecia como el superfluo cavilar de unos soñadores. Se
la tiene por una cosa que interesa a todos y que por tanto debe ser en el fondo simple y
comprensible, o bien se la tiene por tan difícil que es una desesperación el ocuparse con
ella. Lo que se presenta bajo el nombre de filosofía proporciona en realidad ejemplos
justificativos de tan opuestas apreciaciones.
Para un hombre con fe en la ciencia es lo peor de todo que la filosofía carezca por
completo de resultados universalmente válidos y susceptibles de ser sabidos y poseídos.
Mientras que las ciencias han logrado en los respectivos dominios conocimientos
imperiosamente ciertos y universalmente aceptados, nada semejante ha alcanzado la
filosofía a pesar de esfuerzos sostenidos durante milenios. No hay que negarlo: en la
filosofía no hay unanimidad alguna acerca de lo conocido definitivamente. Lo aceptado
por todos en vista de razones imperiosas se ha convertido como consecuencia en un
conocimiento científico; ya no es filosofía, sino algo que pertenece a un dominio
especial de lo cognoscible.
Tampoco tiene el pensar filosófico, como lo tienen las ciencias, el carácter de un
proceso progresivo. Estamos ciertamente mucho más adelantados que Hipócrates, el
médico griego; pero apenas podemos decir que estemos más adelantados que Platón.
Sólo estamos más adelantados en cuanto al material de los conocimientos científicos de
que se sirve este último. En el filosofar mismo, quizá apenas hayamos vuelto a llegar a
él.
Este hecho, de que a toda criatura de la filosofía le falte, a diferencia de las
ciencias, la aceptación unánime, es un hecho que ha de tener su raíz en la naturaleza de
las cosas. La clase de certeza que cabe lograr en filosofía no es la científica, es decir, la
misma para todo intelecto, sino que es un cerciorarse en la consecución del cual entra en
juego la esencia entera del hombre. Mientras que los conocimientos científicos versan
sobre sendos objetos especiales, saber de los cuales no es en modo alguno necesario
para todo el mundo, se trata en la filosofía de la totalidad del ser, que interesa al hombre
en cuanto hombre, se trata de una verdad que allí donde destella hace presa más hondo
que todo conocimiento científico.
La filosofía bien trabajada está vinculada sin duda a las ciencias. Tiene por
supuesto éstas en el estado más avanzado a que hayan llegado en la época
correspondiente. Pero el espíritu de la filosofía tiene otro origen. La filosofía brota antes
de toda ciencia allí donde despiertan los hombres.

Representémonos esta filosofía sin ciencia en algunas notables manifestaciones

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Primero. En materia de cosas filosóficas se tiene casi todo el mundo por


competente. Mientras que se admite que en las ciencias son condición del entender el
estudio, el adiestramiento y el método, frente a la filosofía se pretende poder sin más
intervenir en ella y hablar de ella. Pasan por preparación suficiente la propia humanidad,
el propio destino y la propia experiencia.
Hay que aceptar la exigencia de que la filosofía sea accesible a todo el mundo. Los
prolijos caminos de la filosofía que recorren los profesionales de ella sólo tienen
realmente sentido si desembocan en el hombre, el cual resulta caracterizado por la
forma de su saber del ser y de sí mismo en el seno de éste.
Segundo. El pensar filosófico tiene que ser original en todo momento. Tiene que
llevarlo a cabo cada uno por sí mismo.
Una maravillosa señal de que el hombre filosofa en cuanto tal originalmente son las
preguntas de los niños. No es nada raro oír de la boca infantil algo que por su sencillo
penetra inmediatamente en las profundidades del filosofar. He aquí unos ejemplos.
Un niño manifiesta su admiración diciendo: "me empeño en pensar que soy otro y
sigo siendo siempre yo". Este niño toca en uno de los orígenes de toda certeza, la
conciencia del ser en la conciencia del yo. Se asombra ante el enigma del yo, este ser
que no cabe concebir por medio de ningún otro. Con su cuestión se detiene el niño ante
este límite.
Otro niño oye la historia de la creación: Al principio creó Dios el cielo y la tierra...,
y pregunta en el acto: "¿Y que había antes del principio?" Este niño ha hecho la
experiencia de la infinitud de la serie de las preguntas posibles, de la imposibilidad de
que haga alto el intelecto, al que no es dado obtener una respuesta concluyente.
Ahora, una niña, que va de paseo, a la vista de un bosque hace que le cuenten el
cuento de los elfos que de noche bailan en él en corro... "Pero ésos no los hay..." Le
hablan luego de realidades, le hacen observar el movimiento del sol, le explican la
cuestión de si es que se mueve el sol o que gira la tierra y le dicen las razones que
hablan en favor de la forma esférica de la tierra y del movimiento de ésta en torno de su
eje... "Pero eso no es verdad", dice la niña golpeando con el pie en el suelo, "la tierra
está quieta. Yo sólo creo lo que veo." "Entonces tú no crees en papá Dios, puesto que no
puedes verle." A esto se queda la niña pasmada y luego dice muy resuelta: "si no
existiese él, tampoco existiríamos nosotros." Esta niña fue presa del gran pasmo de la
existencia: ésta no es obra de sí misma. Concibió incluso la diferencia que hay entre
preguntar por un objeto del mundo y el preguntar por el ser y por nuestra existencia en
el universo.
Otra niña, que va de visita, sube una escalera. Le hacen ver cómo va cambiando
todo, cómo pasa y desaparece, como si no lo hubiese habido. "Pero tiene que haber algo
fijo...que ahora estoy aquí subiendo la escalera de casa de la tía siempre será una cosa
segura para mí." El pasmo y el espanto ante el universal caducar y fenecer de las cosas
se busca una desmañada salida.
Quien se dedicase a recogerla, podría dar cuenta de una rica filosofía de los niños.
La objeción de que los niños lo habrían oído antes a sus padres o a otras personas, no
vale patentemente nada frente a pensamientos tan serios. La objeción de que estos niños

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no han seguido filosofando v que por tanto sus declaraciones sólo pueden haber sido
casuales, pasa por alto un hecho: que los niños poseen con frecuencia una genialidad
que pierden cuando crecen. Es como si con los años cayésemos en la prisión de las
convenciones y las opiniones corrientes, de las ocultaciones y de las cosas que no son
cuestión, perdiendo la ingenuidad del niño. Éste se halla aun francamente en ese estado
de la vida en que ésta brota, sintiendo, viendo y preguntando cosas que pronto se le
escapan para siempre. El niño olvida lo que se le reveló por un momento y se queda
sorprendido cuando los adultos que apuntan lo que ha dicho y preguntado se lo refieren
más tarde.
Tercero. El filosofar original se presenta en los enfermos mentales lo mismo que en
los niños. Pasa a veces —raras— como si se rompiesen las cadenas y los velos
generales y hablase una verdad impresionante. Al comienzo de varias enfermedades
mentales tienen lugar revelaciones metafísicas de una índole estremecedora, aunque por
su forma y lenguaje no pertenecen, en absoluto, al rango de aquellas que dadas a
conocer cobran una significación objetiva, fuera de casos como los del poeta Hölderlin
o del pintor Van Gogh. Pero quien las presencia no puede sustraerse a la impresión de
que se rompe un velo bajo el cual vivimos ordinariamente la vida. A más de una
persona sana le es también conocida la experiencia de revelaciones misteriosamente
profundas tenidas al despertar del sueño, pero que al despertarse del todo desaparecen,
haciéndonos sentir que no somos más capaces de ellas. Hay una verdad profunda en la
frase que afirma que los niños y los locos dicen la verdad. Pero la originalidad creadora
a la que somos deudores de las grandes ideas filosóficas no está aquí, sino en algunos
individuos cuya independencia e imparcialidad los hace aparecer como unos pocos
grandes espíritus diseminados a lo largo de los milenios.
Cuarto. Como la filosofía es indispensable al hombre, está en todo tiempo ahí,
públicamente, en los refranes tradicionales, en apotegmas filosóficos corrientes, en
convicciones dominantes, como por ejemplo en el lenguaje de los espíritus ilustrados,
de las ideas y creencias políticas, pero ante todo, desde el comienzo de la historia, en los
mitos. No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es tan sólo si será consciente
o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía, profesa también
una filosofía, pero sin ser consciente de ella.

¿Qué es, pues, la filosofía, que se manifiesta tan universalmente bajo tan singulares
formas? La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a sophós. Se
trata del amante del conocimiento (del saber) a diferencia de aquel que estando en
posesión del conocimiento se llamaba sapiente o sabio. Este sentido de la palabra ha
persistido hasta hoy: la busca de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la
filosofía, por frecuentemente que se la traicione en el dogmatismo, esto es, en un saber
enunciado en proposiciones, definitivo, perfecto y enseñable. Filosofía quiere decir: ir
de camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se
convierte en una nueva pregunta.
Pero este ir de camino —el destino del hombre en el tiempo— alberga en su seno la
posibilidad de una honda satisfacción, más aún, de la plenitud en algunos levantados

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momentos. Esta plenitud no estriba nunca en una certeza enunciable, no en


proposiciones ni confesiones, sino en la realización histórica del ser del hombre, al que
se le abre el ser mismo. Lograr esta realidad dentro de la situación en que se halla en
cada caso un hombre es el sentido del filosofar.
Ir de camino buscando, o bien hallar el reposo y la plenitud del momento —no son
definiciones de la filosofía. Esta no tiene nada ni encima ni al lado. No es derivable de
ninguna otra cosa. Toda filosofía se define ella misma con su realización. Qué sea la
filosofía hay que intentarlo. Según esto es la filosofía a una la actividad viva del
pensamiento y la reflexión sobre este pensamiento, o bien el hacer y el hablar de él.
Sólo sobre la base de los propios intentos puede percibirse qué es lo que en el mundo
nos hace frente como filosofía.
Pero podemos dar otras fórmulas del sentido de la filosofía. Ninguna agota este
sentido, ni prueba ninguna ser la única. Oímos en la antigüedad: la filosofía es (según su
objeto) el conocimiento de las cosas divinas y humanas, el conocimiento de lo ente en
cuanto ente, es (por su fin) aprender a morir, es el esfuerzo reflexivo por alcanzar la
felicidad; asimilación a lo divino, es finalmente (por su sentido universal) el saber de
todo saber, el arte de todas las artes, la ciencia en general, que no se limita a ningún
dominio determinado.
Hoy es dable, hablar de la filosofía quizá en las siguientes fórmulas; su sentido es:
Ver la realidad en su origen; apresar la realidad conversando mentalmente conmigo
mismo, en la actividad interior; abrirnos a la vastedad de lo que nos circunvala; osar la
comunicación de hombre a hombre sirviéndose de todo espíritu de verdad en una lucha
amorosa; mantener despierta con paciencia y sin cesar la razón, incluso ante lo más
extraño y ante lo que se rehúsa.
La filosofía es aquella concentración mediante la cual el hombre llega a ser él
mismo, al hacerse partícipe de la realidad.

Bien que la filosofía pueda mover a todo hombre, incluso al niño, bajo la forma de
ideas tan simples como eficaces, su elaboración consciente es una faena jamás acabada,
que se repite en todo tiempo y que se rehace constantemente como un todo presente—
se manifiesta en las obras de loa grandes filósofos y como un eco en los menores. La
conciencia de esta tarea permanecerá despierta, bajo la forma que sea, mientras los
hombres sigan siendo hombres.
No es hoy la primera vez que se ataca a la filosofía en la raíz y se la niega en su
totalidad por superflua y nociva. ¿A qué está ahí? Si no resiste cuando más falta haría...
El autoritarismo eclesiástico ha rechazado la filosofía independiente porque aleja de
Dios, tienta a seguir al mundo y echa a perder el alma con lo que en el fondo es nada. El
totalitarismo político hizo este reproche: los filósofos se han limitado a interpretar
variadamente el mundo, pero se trata de transformarlo. Para ambas maneras de pensar
ha pasado la filosofía por peligrosa, pues destruye el orden, fomenta el espíritu de
independencia y con él el de rebeldía y revolución, engaña y desvía al hombre de su
verdadera misión. La fuerza atractiva de un más allá que nos es alumbrado por el Dios

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Unidad 1
Prof: Felicitas María Pratto

revelado, o el poder de un más acá sin Dios pero que lo pide todo para sí, ambas cosas
quisieran causar la extinción de la filosofía.
A esto se añade por parte del sano y cotidiano sentido común el simple patrón de
medida de la utilidad, bajo el cual fracasa la filosofía. Ya a Tales, que pasa por ser el
primero de los filósofos griegos, lo ridiculizó la sirviente que le vio caer en un pozo por
andar observando el cielo estrellado. A qué anda buscando lo que está más lejos, si es
torpe en lo que está más cerca.
La filosofía debe, pues, justificarse. Pero esto es imposible. No puede justificarse
con otra cosa para la que sea necesaria como instrumento. Sólo puede volverse hacia las
fuerzas que impulsan realmente al filosofar en cada hombre. Puede saber qué promueve
una causa del hombre en cuanto tal tan desinteresada que prescinde de toda cuestión de
utilidad y nocividad mundanal, y que se realizará mientras vivan hombres. Ni siquiera
las potencias que le son hostiles pueden prescindir de pensar el sentido que les es
propio, ni por ende producir cuerpos de ideas unidas por un fin que son un sustitutivo de
la filosofía, pero se hallan sometidos a las condiciones de un efecto buscado —como el
marxismo y el fascismo. Hasta estos cuerpos de ideas atestiguan la imposibilidad en que
está el hombre de esquivarse a la filosofía. Ésta se halla siempre ahí.
La filosofía no puede luchar, no puede probarse, pero puede comunicarse. No
presenta resistencia allí donde se la rechaza, ni se jacta allí donde se la escucha. Vive en
la atmósfera de la unanimidad que en el fondo de la humanidad puede unir a todos con
todos.
En gran estilo, sistemáticamente desarrollada, hay filosofía desde hace dos mil
quinientos años en Occidente, en China y en la India. Una gran tradición nos dirige la
palabra. La multiformidad del filosofar, las contradicciones y las sentencias con
pretensiones de verdad pero mutuamente excluyentes no pueden impedir que en el
fondo opere una Unidad que nadie posee pero en torno a la cual giran en todo tiempo
todos los esfuerzos serios: la filosofía una y eterna, la philosophia perennis. A este
fondo histórico de nuestro pensar nos encontramos remitidos, si queremos pensar
esencialmente y con la conciencia más clara posible.

Cap. II - LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA

La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil
quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.
Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y
acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos sentados por el
trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio, la fuente de la que mana en todo
tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta esencial la
filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior.
Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda
acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y

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de la conciencia de estar perdido la cuestión de sí mismo. Representémonos ante todo


estos tres motivos.

Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos
"hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste".
Este espectáculo nos ha "dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para
nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los
mortales". Y Aristóteles: "Pues la admiración es lo que impulsa a los hombres a
filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron
poco a poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del sol, de los astros y por
el origen del universo."
El admirarse impele a conocer. En la admiración cobro conciencia de no saber.
Busco el saber, pero el saber mismo, no "para satisfacer ninguna necesidad común".
El filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades de la vida.
Este despertar tiene lugar mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo,
preguntando qué sea todo ello y de dónde todo ello venga, preguntas cuya respuesta no
serviría para nada útil, sino que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el conocimiento
de lo que existe, pronto se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los
conocimientos, pero ante el examen crítico no hay nada cierto. Las percepciones
sensibles están condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas o en
todo caso no concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de que sea
percibido o en sí. Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto. Se
enredan en contradicciones insolubles. Por todas partes se alzan unas afirmaciones
frente a otras. Filosofando me apodero de la duda, intento hacerla radical, mas, o bien
gozándome en la negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte
tampoco logra dar un paso más, o bien preguntándome dónde estará la certeza que
escape a toda duda y resista ante toda crítica honrada.
La famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para él indubitablemente
cierta cuando dudaba de todo lo demás, pues ni siquiera el perfecto engaño en materia
de conocimiento, aquel que quizá ni percibo, puede engañarme acerca de mi existencia
mientras me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de todo
conocimiento. De aquí que sin una duda radical, ningún verdadero filosofar. Pero lo
decisivo es cómo y dónde se conquista a través de la duda misma el terreno de la
certeza.
Y tercero. Entregado al conocimiento de los objetos del mundo, practicando la
duda como la vía de la certeza, vivo entre y para las cosas, sin pensar en mí, en mis
fines, mi dicha, mi salvación. Más bien estoy olvidado de mí y satisfecho de alcanzar
semejantes conocimientos.
La cosa su vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi situación.
El estoico Epiciclo decía: "El origen de la filosofía es el percatarse de la propia
debilidad e impotencia." ¿Cómo salir de la impotencia? La respuesta de Epicuro decía:

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considerando todo lo que no está en mi poder como indiferente para mí en su necesidad,


y, por el contrario, poniendo en claro y en libertad por medio del pensamiento lo que
reside en mí, a saber, la forma y el contenido de mis representaciones.

Cerciorémonos de nuestra humana situación. Estamos siempre en situaciones. Las


situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si éstas no se aprovechan, no vuelven
más. Puedo trabajar por hacer que cambie la situación. Pero hay situaciones por su
esencia permanentes, aun cuando se altere su apariencia momentánea y se cubra de un
velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy
sometido al destino, me hundo inevitablemente en la culpa. Estas situaciones
fundamentales de nuestra existencia las llamamos situaciones límites. Quiere decirse
que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar. La
conciencia de estas situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen,
más profundo aún, de la filosofía. En la vida corriente huimos frecuentemente ante
ellas cerrando los ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que
morir, olvidamos nuestro ser culpables y nuestro estar entregados al destino. Entonces
sólo tenemos que habérnoslas con las situaciones concretas, que manejamos a nuestro
gusto y a las que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por
nuestros intereses vitales. A las situaciones límites reaccionamos, en cambio, ya
velándolas, ya, cuando nos damos cuenta realmente de ellas, con la desesperación y con
la reconstitución: Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la
conciencia de nuestro ser.

Pongámonos en claro nuestra humana situación de otro modo, como la


desconfianza que merece todo ser mundanal.
Nuestra ingenuidad toma el mundo por el ser pura y simplemente. Mientras somos
felices, estamos jubilosos de nuestra fuerza, tenemos una confianza irreflexiva, no
sabemos de otras cosas que las de nuestra inmediata circunstancia. En el dolor, en la
flaqueza, en la impotencia nos desesperamos. Y una vez que hemos salido del trance y
seguimos viviendo, nos dejamos deslizar de nuevo, olvidados de nosotros mismos, por
la pendiente de la vida feliz.
Pero el hombre se vuelve prudente con semejantes experiencias. Las amenazas le
empujan a asegurarse. La dominación de la naturaleza y la sociedad humana deben
garantizar la existencia.
El hombre se apodera de la naturaleza para ponerla a su servicio, la ciencia y la
técnica se encargan de hacerla digna de confianza.
Con todo, en plena dominación de la naturaleza subsiste lo incalculable y con ello
la perpetua amenaza, y a la postre el fracaso en conjunto: no hay manera de acabar con
el peso y la fatiga del trabajo, la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuanto hay digno de
confianza en la naturaleza dominada se limita a ser una parcela dentro del marco del
todo indigno de ella.
Y el hombre se congrega en sociedad para poner límites y al cabo eliminar la lucha
sin fin de todos contra todos; en la ayuda mutua quiere lograr la seguridad. Pero también

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aquí subsiste el límite. Sólo allí donde los Estados se hallaran en situación de que cada
ciudadano fuese para el otro tal como lo requiere la solidaridad absoluta, sólo allí
podrían estar seguras en conjunto la justicia y la libertad. Pues sólo entonces si se le
hace injusticia a alguien se oponen los demás como un solo hombre. Mas nunca ha sido
así. Siempre es un círculo limitado de hombres, o bien son sólo individuos sueltos, los
que se asisten realmente unos a otros en los casos más extremados, incluso en medio de
la impotencia. No hay Estado, ni iglesia, ni sociedad que proteja absolutamente.
Semejante protección fue la bella ilusión de tiempos tranquilos en los que permanecía
velado el límite.
Pero en contra de esta total desconfianza que merece el mundo habla este otro
hecho. En el mundo hay lo digno de fe, lo que despierta la confianza, hay el fondo en
que todo se apoya: el hogar y la patria, los padres y los antepasados, los hermanos y los
amigos, la esposa. Hay el fondo histórico de la tradición en la lengua materna, en la fe,
en la obra de los pensadores, de los poetas y artistas.
Pero ni siquiera toda esta tradición da un albergue seguro, ni siquiera ella da una
confianza absoluta, pues tal como se adelanta hacia nosotros es toda ella obra humana;
en ninguna parte del mundo está Dios. La tradición sigue siendo siempre, además,
cuestionable. En todo momento tiene el hombre que descubrir, mirándose a sí mismo o
sacándolo de su propio fondo, lo que es para él certeza, ser, confianza. Pero esa
desconfianza que despierta todo ser mundanal es como un índice levantado. Un índice
que prohíbe hallar satisfacción en el mundo, un índice que señala a algo distinto del
mundo.

Las situaciones límites —la muerte, el destino, la culpa y la Desconfianza que


despierta el mundo— me enseñan lo que es fracasar. ¿Qué haré en vista de este fracaso
absoluto, a la visión del cual no puedo sustraerme cuando me represento las cosas
honradamente?
No nos basta el consejo del estoico, el retraerse al fondo de la propia libertad en la
independencia del pensamiento. El estoico erraba al no ver con bastante radicalidad la
impotencia del hombre. Desconoció la dependencia incluso del pensar, que en sí es
vacío, está reducido a lo que se le da, y la posibilidad de la locura. El estoico nos deja
sin consuelo en la mera independencia del pensamiento, porque a éste le falta todo
contenido propio. Nos deja sin esperanzas, porque falla todo intento de superación
espontánea e íntima, toda satisfacción lograda mediante una entrega amorosa y la
esperanzada expectativa de lo posible.
Pero lo que quiere el estoico es auténtica filosofía. El origen de ésta que hay en las
situaciones límites da el impulso fundamental que mueve a encontrar en el fracaso el
camino que lleva al ser.
Es decisiva para el hombre la forma en que experimenta el fracaso: el permanecerle
oculto, dominándole al cabo sólo fácticamente, o bien el poder verlo sin velos y tenerlo
presente como límite constante de la propia existencia, o bien el echar mano a
soluciones y una tranquilidad ilusorias, o bien el aceptarlo honradamente en silencio

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ante lo indescifrable. La forma en que experimenta su fracaso es lo que determina en


qué acabará el hombre.
En las situaciones límites, o bien hace su aparición la nada, o bien se hace sensible
lo que realmente existe a pesar y por encima de todo evanescente ser mundanal. Hasta la
desesperación se convierte por obra de su efectividad, de su ser posible en el mundo, en
índice que señala, más allá de éste.
Dicho de otra manera: el hombre busca la salvación. Ésta se la brindan las grandes
religiones universales de la salvación. La nota distintiva de éstas es el dar una garantía
objetiva de la verdad y realidad de la salvación. El camino de ella conduce al acto de la
conversión del individuo. Esto no puede darlo la filosofía. Y sin embargo, es todo
filosofar un superar el mundo, algo análogo a la salvación.

Resumamos. El origen del filosofar reside en la admiración, en la duda, en la


conciencia de estar perdido. En todo caso comienza el filosofar con una conmoción total
del hombre y siempre trata de salir del estado de turbación hacia una meta.
Platón y Aristóteles partieron de la admiración en busca de la esencia del ser.
Descartes buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto la certeza imperiosa.
Los estoicos buscaban en medio de los dolores de la existencia la paz del alma.
Cada uno de estos estados de turbación tiene su verdad, vestida históricamente en
cada caso de las respectivas ideas y lenguaje. Apropiándonos históricamente éstos,
avanzamos a través de ellos hasta los orígenes, aún presentes en nosotros.
El afán es de un suelo seguro, de la profundidad del ser, de eternizarse.
Pero quizá no es ninguno de estos orígenes el más original o el incondicional para
nosotros. La patencia del ser para la admiración nos hace retener el aliento, pero nos
tienta a sustraernos a los hombres y a caer presos de los hechizos de una pura
metafísica. La certeza imperiosa tiene sus únicos dominios allí donde nos orientamos en
el mundo por el saber científico. La imperturbabilidad del alma en el estoicismo sólo
tiene valor para nosotros como actitud transitoria en el aprieto, como actitud salvadora
ante la inminencia de la caída completa, pero en sí misma carece de contenido y de
aliento.
Estos tres influyentes motivos —la admiración y el conocimiento, la duda y la
certeza, el sentirse perdido y el encontrarse a sí mismo— no agotan lo que nos mueve a
filosofaren la actualidad.
En estos tiempos, que representan el corte más radical de la historia, tiempos de una
disolución inaudita y de posibilidades sólo oscuramente atisbadas, son sin duda válidos,
pero no suficientes, los tres motivos expuestos hasta aquí. Estos motivos resultan
subordinados a una condición, la de la comunicación entre los hombres.
En la historia ha habido hasta hoy una natural vinculación de hombre a hombre en
comunidades dignas de confianza, en instituciones y en un espíritu general. Hasta el
solitario tenía, por decirlo así, un sostén en su soledad. La disolución actuales sensible
sobre todo en el hecho de que los hombres cada vez se comprenden menos, se
encuentran y se alejan corriendo unos de otros, mutuamente indiferentes, en el hecho de
que ya no hay lealtad ni comunidad que sea incuestionable y digna de confianza.

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En la actualidad se torna resueltamente decisiva una situación general que de hecho


había existido siempre. Yo puedo hacerme uno con el prójimo en la verdad y no lo
puedo; mi fe, justo cuando estoy seguro de mí, choca con otras fes; en algún punto
límite sólo parece quedar la lucha sin esperanza por la unidad, una lucha sin más salida
que la sumisión o la aniquilación; la flaqueza y la falta de energía hace a los faltos de fe
o bien adherirse ciegamente o bien obstinarse tercamente. Nada de todo esto es
accesorio ni inesencial.
Todo ello podría pasar si hubiese para mí en el aislamiento una verdad con la que
tener bastante. Ese dolor de la falta de comunicación y esa satisfacción peculiar de la
comunicación auténtica no nos afectarían filosóficamente como lo hacen, si yo estuviera
seguro de mí mismo en la absoluta soledad de la verdad. Pero yo sólo existo en
compañía del prójimo; solo, no soy nada.
Una comunicación que no se limite a ser de intelecto a intelecto, de espíritu a
espíritu, sino que llegue a ser de existencia a existencia, tiene sólo por un simple medio
todas las cosas y valores impersonales. Justificaciones y ataques son entonces medios,
no para lograr poder, sino para acercarse. La lucha es una lucha amorosa en la que cada
cual entrega al otro todas las armas. La certeza de ser propiamente sólo se da en esa
comunicación en que la libertad está con la libertad en franco enfrentamiento en plena
solidaridad, todo trato con el prójimo es sólo preliminar, pero en el momento decisivo
se exige mutuamente todo, se hacen preguntas radicales. Únicamente en la
comunicación se realiza cualquier otra verdad; sólo en ella soy yo mismo, no
limitándome a vivir, sino llenando de plenitud la vida. Dios sólo se manifiesta
indirectamente y nunca independientemente del amor de hombre a hombre; la certeza
imperiosa es particular y relativa, está subordinada al todo; el estoicismo se convierte en
una actitud vacía y pétrea.
La fundamental actitud filosófica cuya expresión intelectual he expuesto a ustedes
tiene su raíz en el estado de turbación producido por la ausencia de la comunicación, en
el afán de una comunicación auténtica y en la posibilidad de una lucha amorosa que
vincule en sus profundidades yo con yo.
Y este filosofar tiene al par sus raíces en aquellos tres estados de turbación
filosóficos que pueden someterse todos a la condición de lo que signifiquen, sea como
auxiliares o sea como enemigos, para la comunicación de hombre a hombre.
El origen de la filosofía está, pues, realmente en la admiración, en la duda, en la
experiencia de las situaciones límites, pero, en último término y encerrando en sí todo
esto, en la voluntad de la comunicación propiamente tal. Así se muestra desde un
principio ya en el hecho de que toda filosofía impulsa a la comunicación, se expresa,
quisiera ser oída, en el hecho de que su esencia es la coparticipación misma y ésta es
indisoluble del ser verdad.
Únicamente en la comunicación se alcanza el fin de la filosofía, en el que está
fundado en último término el señuelo de todos los fines: el interiorizarse del ser, la
claridad del amor, la plenitud del reposo.

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3. GAARDER, Jostein. “Textos para pensar”

VIVAMOS CON ASOMBRO

El novelista y filósofo noruego propicia


cuidar la innata capacidad de
asombrarnos, para disfrutar la magia de
los duendes, las hadas y los gnomos y
asomarnos con sensibilidad de niños al
gran misterio de la vida.

Desde hace unos años, visitar una gran librería es un placer discutible para quienes
se Interesan por la filosofía- No es posible sustraerse al encanto de los grandes tramos
dé anaqueles que exhiben el deslumbrante rótulo de sección de "New Age" o de
"Filosofía alternativa". Y es que resulta francamente apetecible el qué una librería
disponga de una selección tan amplia de filosofía alternativa; parece entrañar la promesa
de una sección más amplia aún dedicada a la "verdadera" filosofía. Pero después de un
largo e inútil deambular entre las estanterías, no nos queda más remedio que reconocer
que la auténtica literatura filosófica brilla sobre todo por sil ausencia.

La auténtica literatura filosófica


brilla en las librerías
sobre todo por su ausencia.

Esta situación está a punto de cambiar. Nos hallamos Inmersos en un formidable


renacimiento de la filosofía. Tal vez estemos llegando también al punto de saturación en
lo que a buena parte del "material alternativo" se refiere. Algunas obras han constituido
sin duda una lectura Interesante, pero junto al grano había una gran cantidad de paja.
La filosofía alternativa ha funcionado como una especie de pornografía filosófica, o
de "filosofía Instantánea". En un momento se entra en el reino de lo maravilloso, del
mismo modo en que la pornografía permite un acceso "Instantáneo" a lo erótico. Pero

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Prof: Felicitas María Pratto

buena parte del “material alternativo” tiene que ver tan poco con la verdadera filosofía
como la pornografía con el amor verdadero. La filosofía y el amor requieren tiempo y
profundidad. No hay atajos, ni en el amor ni en el pensamiento filosófico.
La filosofía nació en los mercados de las ciudades-estado griegas. Pero la filosofía
también hace en los Jardines de la Infancia. En los últimos años he tratado de llevar de
nuevo la filosofía a esas dos fuentes o raíces. En este texto utilizaré la novela
"Kubalmisteriet" ("El misterio solitario", o "El misterio de los naipes") como base para
mis comentarlos sobre la restitución de la filosofía a la Infancia.
En "El misterio de los naipes", he contado la historia de Hans Thomas, que
emprende un largo viaje al "país de la filosofía". Era mi deseo expresar algo acerca de
Europa, algo acerca de la tradición y de la historia. Deseaba, de manera especial, viajar
a través de las cuestiones existenciales de una manera que resultase atractiva para los
Jóvenes.
En un viaje a Atenas, Hans Thomas queda absorto ante una historia que le traslada
a un naufragio ocurrido en 1790. Escucha la historia de Frode, el marinero que durante
52 años ha vivido solo en una isla desierta del Caribe. Su única compañía en todo ese
tiempo ha sido una baraja de naipes, que de alguna extraña manera ha transformado en
53 enanos vivos y bulliciosos. Estos 53 enanos construyen una aldea entera a su
alrededor. Pero, con una excepción, ninguno de ellos puede explicar quiénes son ni de
dónde vienen. La excepción es el comodín de la baraja...

La filosofía nació en Grecia.


Pero también nace
en los jardines de la infancia.

El comodín de la novela simboliza el outsider que ve y experimenta las cosas para


las cuales los demás son ciegos. Experimenta, sobre todo, que la vida es una
extraordinaria aventura y, por ende, plantea continuamente nuevas preguntas.
Todos nacemos comodines en el juego solitario de la vida. Pero gradualmente, a
medida que crecemos, nos convertimos en corazones y diamantes, bastos y espadas. No
quiere ello decir que el comodín desaparezca por completo. Imagino esto como algo
que podemos explorar en cada mazo de cartas bajo la superficie del signo del corazón y
del signo de diamante, ¿no podría haber un comodín en lo más profundo del papel?
Es como un antiguo palimpsesto: hojeamos lo que aparentemente Son libros de
cuentas de la Edad Media. Pero en lo más profundo del pergamino -allí, bajo los viejos
precios del grano y el pescado- están los vestiglos de una comedia romana. Del mismo
modo, nuestro asombro ante el mundo se halla muy dentro de nosotros. Ahí
encontramos el desfile de los malabaristas y los comediantes de la existencia, los
duendecillos y los enanos, las hadas y los gnomos, el Mago de Oz y la merienda de
Alicia con la Reina.

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Prof: Felicitas María Pratto

Dentro de nosotros
encontramos el desfile
de malabaristas y
comediantes de la vida.

Podemos reparar en que el comodín de "El misterio de los naipes" es un enano. Es


el niño eterno que nunca acaba de crecer del todo, qué nunca deja de sorprenderse ante
la vida. En este sentido, está emparentado con los grandes filósofos de la historia. En la
antigua Grecia, Sócrates era el comodín de la baraja de su tiempo. (Cuando era un
muchacho, recorría el mercado de Atenas haciendo preguntas a la gente que se
encontraba). Sócrates decía: "Atenas es como un caballo Indolente y yo soy el tábano
que Intenta devolverlo a la vida con su aguijón". (¿Y qué hacemos con los tábanos?).
Pero todos llevamos un comodín dentro de nosotros. Esto también es un
pensamiento socrático. Sócrates no tenía ningún "título" especial; sólo era partero. Del
mismo modo en que las comadronas ayudan durante el parto, él tenía la tarea de ayudar
a la gente a "dar a luz" el pensamiento correcto. No es ninguna novedad, pero el viejo
simbolismo de la comadrona puede interpretarse como una doble metáfora: en realidad,
es el niño que llevamos dentro el que debe nacer de nuevo.
El ser humano se ha enfrentado siempre a una serie de grandes preguntas cuyas
respuestas no estaban a su alcance. Pero ahora se presentan dos posibilidades: podemos
engañamos, y aparentar que sabemos todo lo que vale la pena saber, o podemos
cerrarlos ojos a las grandes preguntas y renunciar de una vez por todas a avanzar. La
humanidad se divide, podríamos decir, en estos dos grupos. O somos engreídos y nos
conformamos con lo que sabemos: o somos Indiferentes y nos conformamos con lo que
no sabemos. Es como si dividiéramos la baraja en dos mitades, poniendo las cartas
negras en una y las rojas en otra. Pero, de vez en cuando, un comodín asoma del mazo,
alguien que no es corazón ni diamante, basto ni espada.
Sócrates era ese comodín en Atenas: ni engreído ni indiferente. Sólo sabía que no
sabía, y eso lo atormentaba. Por eso se hizo filósofo: alguien que no se entrega, que
busca incansable la Idea, que no cesa de hacer nuevas preguntas.
La misión de la filosofía debe ser, a mi juicio, ponernos en estrecho contacto con
"el comodín" que llevamos dentro. La filosofía debe sacudir el polvo al mundo para que
lo experimentemos con la misma claridad que cuando éramos niños, antes de hacernos
"mundanos"; antes de comenzar a desmitificar el asombroso cuento de hadas que
vivimos con sólo darle el nombre de "realidad". Pero la esperanza no ha desaparecido.

Podemos engañarnos
y aparentar que sabemos todo
lo que vale la pena saber.

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Prof: Felicitas María Pratto

Todos descendemos del comodín. En todos nosotros vive un niño asombrado,


curioso y Juguetón. Aunque de vez en cuando nos sintamos un tanto triviales, llevamos
no obstante una pequeña pepita de oro bajo la piel: hubo un tiempo en que éramos
nuevos aquí...
Somos transportados a un cuento de hadas -que compite Incluso con el mejor de los
cuentos de la infancia-, pero no tardamos en acostumbrarnos de tal modo a todo lo que
aquí hay, que terminamos dando toda la existencia por supuesta. Puede que ni siquiera
descubramos que algo mágico sucede detrás de los barrotes de esa nueva cuna infantil
que compramos. Allí - entre los barrotes- el mundo está siendo creado.
Porque el mundo no envejece nunca: somos nosotros quienes nos hacemos viejos.
Mientras continúen llegando nuevas personas al mundo, éste permanecerá tan flamante
y novísimo como en aquel séptimo día en que Dios descansó. El niño acaba de entrar en
el cuento de hadas, e Insiste una y otra vez en que nos hemos distanciado del cuento con
sólo llamarlo "realidad".
-Mamá, ¿por qué los ángeles tienen alas?... ¿por qué las estrellas centellean?... ¿por
qué los pájaros vuelan?... ¿por qué el elefante tiene la nariz tan larga?
-Bueno, la verdad es que no sé. Y ahora tienes que irte a dormir, Tobías; si no,
sabes que mamá se enfadará.
La paradoja es que un niño pierde esta intensa experiencia de estar en el mundo
más o menos al mismo tiempo que aprende a hablar. Por eso los niños necesitan mitos y
cuentos de hadas. Por eso los adultos también necesitan mitos y cuentos de hadas. Unos
y otros pueden ayudarnos a aferramos a una vieja experiencia que de otro modo
perderíamos.
En mi opinión, también es demasiado tarde para comenzar a leer filosofía a los 19
ó 20 años. En los últimos tiempos, la natación para bebés se ha convertido en algo
habitual. El fundamento de este fenómeno es que no hay por qué esperar hasta los diez
años para aprender a nadar, pues la capacidad de nadar es innata. La capacidad de
asombrarse ante la existencia también es innata. Pero debe cuidarse. Asombrarse ante la
existencia no es algo que se aprende; es algo que se olvida.
Hablamos del Gran Misterio de la Vida. Para experimentar el misterio, tenemos
que eliminar todos nuestros hábitos mundanos y ser como niños de nuevo. Ser como
niños es dar un paso atrás, y tal vez, por ello, descubrir que hay un mundo delante de
nosotros. Porque es ahora cuando somos testigos del acto de la creación. A plena luz
del día. Es inaudito! Un mundo surge de la nada... Y todavía hay gente que se aburre!

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4. PLATÓN. “La República”, Cap. VII

LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA

-Ahora, continué, imagínate nuestra naturaleza, por lo que se refiere a la ciencia, y a


la ignorancia, mediante la siguiente escena. Imagina unos hombres en una habitación
subterránea en forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran
en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de
tal manera que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo
que está delante de ellos. La luz les viene de un fuego encendido a una cierta distancia
detrás de ellos sobre una eminencia del terreno. Entre ese fuego y los prisioneros, hay
un camino elevado, a lo largo del cual debes imaginar un pequeño muro semejante a las
barreras que los ilusionistas levantan entre ellos y los espectadores y por encima de las
cuales muestran sus prodigios. -Ya lo veo, dijo. -Piensa ahora que a lo largo de este
muro unos hombres llevan objetos de todas clases, figuras de hombres y de animales de
madera o de piedra, v de mil formas distintas, de manera que aparecen por encima del
muro. Y naturalmente entre los hombres que pasan, unos hablan y otros no dicen nada. -
Es esta una extraña escena y unos extraños prisioneros, dijo.
-Se parecen a nosotros, respondí. Y ante todo, ¿crees que en esta situación verán
otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado que unas sombras proyectadas por la
luz del fuego sobre el fondo de la caverna que está frente a ellos. -No, puesto que se ven
forzados a mantener toda su vida la cabeza inmóvil. -¿Y no ocurre lo mismo con los
objetos que pasan por detrás de ellos? -Sin duda. -Y si estos hombres pudiesen
conversar entre sí, ¿no crees que creerían nombrar a las cosas en sí nombrando las
sombras que ven pasar? -Necesariamente. -Y si hubiese un eco que devolviese los
sonidos desde el fondo de la prisión, cada vez que hablase uno de los que pasan, ¿no
creerían que oyen hablar a la sombra misma que pasa ante sus ojos? -Sí, por Zeus,
exclamó. -En resumen, ¿estos prisioneros no atribuirán realidad más que a estas
sombras? -Es inevitable.
-Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y se les cure de su error; mira lo
que resultaría naturalmente de la nueva situación en que vamos a colocarlos. Liberamos
a uno de estos prisioneros. Le obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a
mirar hacia el lado de la luz: no podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el
deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras antes veía. Te
pregunto qué podrá responder si alguien le dice que hasta entonces sólo había
contemplado sombras vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia
objetos más reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a
medida que pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees que se
encontrará en un apuro, y que le parecerá más verdadero lo que veía antes que lo que
ahora le muestran? -Sin duda, dijo. -Y si se le obliga a mirar la misma luz, ¿no se le
dañarían los ojos? ¿No apartará su mirada de ella para dirigirla a esas sombras que mira
sin esfuerzo? ¿No creerá que estas sombras son realmente más visibles que los objetos

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que le enseñan? -Seguramente.


-Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero
áspero y escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta violencia no provocará sus quejas y su
cólera? Y cuando esté ya a pleno sol, deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno
de los objetos que llamamos verdaderos? -No podrá, al menos los primeros instantes.
-Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta región superior. Lo que más
fácilmente verá al principio serán las sombras, después las imágenes de los hombres y
de los demás objetos reflejadas en las aguas, y por último los objetos mismos. De ahí
dirigirá sus miradas al cielo, y soportará más fácilmente la vista del cielo durante la
noche, cuando contemple la luna y las estrellas, que durante el día el sol y su resplandor.
-Así lo creo. -Y creo que al fin podrá no sólo ver al sol reflejado en las aguas o en
cualquier otra parte, sino contemplarlo a él mismo en su verdadero asiento. -
Indudablemente.
-Después de esto, poniéndose a pensar, llegará a la conclusión de que el sol produce
las estaciones y los años, lo gobierna todo en el mundo visible y es en cierto modo la
causa de lo que ellos veían en la caverna. -Es evidente que llegará a esta conclusión
siguiendo estos pasos. -Y al acordarse entonces de su primera habitación y de sus
conocimientos allí y de sus compañeros de cautiverio, ¿no se sentirá feliz por su cambio
y no compadecerá a los otros? Ciertamente. -Y si en su vida anterior hubiese habido
honores, alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que
observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden acostumbran
a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese el más hábil en
pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de que hablamos sentiría nostalgia de
estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por sus honores o autoridad entre sus
compañeros de cautiverio? ¿.No crees más bien que será como el héroe de Homero y
preferirá mil veces no ser más «que un mozo de labranza al servicio de un pobre
campesino» y sufrir todos los males posibles antes que volver a su primera ilusión y
vivir como vivía? -No dudo que estaría dispuesto a sufrirlo todo antes que vivir como
anteriormente.
-Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se siente en su antiguo lugar.
¿No se le quedarían los ojos como cegados por este paso súbito a la obscuridad? -Sí, no
hay duda. -Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de que sus ojos se hayan
acomodado de nuevo a la obscuridad, tuviese que dar su opinión sobre estas sombras y
discutir sobre ellas con sus compañeros que no han abandonado el cautiverio, ¿no les
daría que reír? ¿No dirán que por haber subido al exterior ha perdido la vista, y no vale
la pena intentar la ascensión? Y si alguien intentase desatarlos y llevarlos allí, ¿no lo
matarían, si pudiesen cogerlo y matarlo? -Es muy probable.
-Ésta es precisamente, mi querido Glaucón, la imagen de nuestra condición. La
caverna subterránea es el mundo visible. El fuego que la ilumina, es la luz del sol. Este
prisionero que sube a la región superior y contempla sus maravillas, es el alma que se
eleva al mundo inteligible. Esto es lo que yo pienso, ya que quieres conocerlo; sólo Dios
sabe si es verdad. En todo caso, yo creo que en los últimos límites del mundo inteligible
está la idea del bien, que percibimos con dificultad, pero que no podemos contemplar

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sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y bueno que existe. Que en el mundo
visible es ella la que produce la luz y el astro de la que procede. Que en el mundo
inteligible es ella también la que produce la verdad y la inteligencia. Y por último que
es necesario mantener los ojos fijos en esta idea para conducirse con sabiduría, tanto en
la vida privada como en la pública. Yo también lo veo de esta manera, dijo, hasta el
punto de que puedo seguirte. [. . .]
-Por tanto, si todo esto es verdadero, dije yo, hemos de llegar a la conclusión de que
la ciencia no se aprende del modo que algunos pretenden. Afirman que pueden hacerla
entrar en el alma en donde no está, casi lo mismo que si diesen la vista a unos ojos
ciegos. -Así dicen, en efecto, dijo Glaucón. -Ahora bien, lo que hemos dicho supone al
contrario que toda alma posee la facultad de aprender, un órgano de la ciencia; y que,
como unos ojos que no pudiesen volverse hacia la luz si no girase también el cuerpo
entero, el órgano de la inteligencia debe volverse con el alma entera desde la visión de
lo que nace hasta la contemplación de lo que es y lo que hay más luminoso en el ser; y a
esto hemos llamado el bien, ¿no es así? -Sí. -Todo el arte, continué, consiste pues en
buscar la manera más fácil y eficaz con que el alma pueda realizar la conversión que
debe hacer. No se trata de darle la facultad de ver, ya la tiene. Pero su órgano no está
dirigido en la buena dirección, no mira hacia donde debiera: esto es lo que se debe
corregir. -Así parece, dijo Glaucón.

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5. ROGERS, Carl. “El poder de la persona”

Cap. 13: “EN UNA CÁPSULA”

“Toda revolución social es precedida, o trae consigo, un cambio en la percepción


del mundo, o un cambio en la percepción de lo que es posible, o ambos. E
inevitablemente estas percepciones son consideradas, al principio, como algo ridículo y
sin sentido o algo peor por el sentido común colectivo de esa época.

El primer ejemplo es sin duda alguna la revolución copernicana. Pensar que la


Tierra no era el centro del universo, que estaba en órbita con el Sol y que era parte de
una enorme galaxia no solo era absurdo sino que además era una herejía contra la
religión y la civilización. Hay otros ejemplos menos extremos. La idea de que
organismos invisibles, a los que uno no podía ver, eran la causa de enfermedades fue
considerada como algo que claramente no tenía sentido. La creencia de que los esclavos
no eran para ser comprados y vendidos como ganado sino que eran seres humanos con
todos los derechos de una persona era no sólo un pensamiento equivocado sino que era
contrario a la historia y a la Biblia y era económicamente poco ventajoso y peligroso. La
noción de que una oscura fórmula matemática mostraba que una de las más diminutas
formas de la materia, el átomo, podía, si era dividido, liberar una energía incalculable
fue vista como imagen obviamente extravagante de la ciencia ficción. Sin embargo,
todos y cada uno de estos “ridículos” cambios perceptuales alteraron el aspecto y la
naturaleza de nuestro mundo. Es el “sentido común” el que poco a poco ha llegado a ser
considerado como ridículo.

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Permítaseme mencionar un ejemplo familiar de la forma como este cambio se


produce. Fue un hecho perfectamente obvio para todo el mundo, y además apoyado por
las Sagradas Escrituras, que la Tierra era plana; y aquellos que sugirieron que era
redonda fueron considerados, como herejes peligrosos. Pero cuando Colón navegó hacia
el Nuevo Mundo y no se cayó por el borde de la Tierra, esta experiencia real, provocó
un cambio en la manera como la Tierra era percibida. Y este cambio fue un cambio que
se dio no sólo en la geografía sino que produjo una reevaluación de este campo
recientemente delimitado llamado ciencia. Cuestionó el lugar del hombre en el contexto
general de todas las cosas y a la Biblia como una enciclopedia de conocimientos
fácticos. Abrió a la mente humana a posibilidades hasta entonces desconocidas y llevó a
imaginarse continentes para ser descubiertos y países para ser explotados. Modificó
todo el marco de referencia perceptual sobre la vida y hombres y mujeres se asustaron,
emocionados y cambiados por esto. Lo imposible se hizo posible. Todo esto fue
producido no por las teorías en relación a la Tierra. Estas ya existían desde hace mucho
tiempo. El cambio fue forzado por la evidencia de que las teorías eran válidas.

En una forma más o menos similar, considero que es la evidencia de la efectividad


de un enfoque centrado en la persona lo que puede convertir a una revolución muy
pequeña y silenciosa en un cambio mucho más significativo en la forma como la
humanidad percibe lo posible.

Estoy demasiado cerca de la situación como para poder saber si será un


acontecimiento grande o pequeño pero creo que representa un cambio radical. Como
cualquier corriente que corre alrededor de las raíces de la cultura amenazando con
debilitar sus puntos de vista tan preciados y sus formas de acción establecidas desde
hace ya mucho tiempo, el enfoque centrado en la persona es una fuerza que asusta, una
fuerza recibida, como es lo usual, con todo el peso del sentido común de la cultura.

Lo que yo quiero hacer es contrastar varios elementos de ese sentido común con la
evidencia que lo contradice. Lo haré en una forma muy condensada puesto que la
evidencia ha sido ya presentada en este libro.

1-Es idealista y sin ninguna esperanza pensar que el organismo humano es


básicamente digno de confianza.
Pero
La investigación y las acciones basadas en esta hipótesis tienden a confirmarla, y
más aún a confirmarla con mucha solidez.

2-Es absurdo pensar que podemos conocer los elementos que hacen posible el
desarrollo psicológico de los seres humanos.
Pero
Tales elementos han sido definidos, identificados como condiciones actitudinales y
medidas, y se ha demostrado que son efectivos.

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3-Es algo sin sentido pensar que la terapia puede ser democrática.
Pero
Cuando la relación terapéutica es igualitaria, cuando cada uno toma la
responsabilidad por sí mismo, entonces el crecimiento independiente (y mutuo) es
mucho más rápido.

4-Es irrazonable pensar que una persona con problemas pueda progresar sin la guía
y la dirección de un psicoterapeuta que sepa mucho.
Pero
Hay bastante evidencia de que en una relación caracterizada por las condiciones
facilitadoras, la persona con problemas puede meterse a explorarse a sí misma y
convertirse en una persona auto dirigida de maneras profundamente sabias.

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5-Es peligroso pensar que los individuos psicóticos pueden ser tratados como
personas.
Pero
La evidencia muestra que éste es el camino más rápido para que el psicótico pueda
utilizar el mismo brote psicótico como material para ser asimilado en el crecimiento
personal.

6-No controlar a las personas es signo de una mente polvorienta y de debilidad.


Pero
Se ha encontrado que cuando dejamos el poder en las personas y cuando somos
auténticos con ellas, comprendiéndolas e interesándonos por ellas, se producen cambios
constructivos en la conducta y ellas muestran más fuerza, poder y responsabilidad.

7-Una familia o matrimonio que no tenga una autoridad fuerte y reconocida está
condenada al fracaso.
Pero
Se ha demostrado que cuando se comparte el control y están presentes las
condiciones facilitadoras se produce una relación llena de vida, firme y enriquecedora.

8-Debemos tomar la responsabilidad por la gente joven ya que ella no es capaz de


gobernarse a sí misma. Es una tontería pensar de otra manera.
Pero
El clima facilitador de la conducta responsable se desarrolla y florece tanto en
jóvenes como en viejos.

9-Los maestros deben mantener el control sobre sus estudiantes.


Pero
Se ha demostrado que cuando los maestros comparten su poder y confían en sus
estudiantes se produce un aprendizaje auto dirigido en una cantidad mucho mayor de la
que ocurre en los salones de clase controlados por el maestro.

10-Si quieren que se dé el aprendizaje, los maestros deben ser firmes, estrictos con
la disciplina y duros en la evaluación.
Pero
Se ha probado que el maestro que comprende empáticamente el significado que
tiene la escuela para el estudiante, que respeta al estudiante como persona y que es
auténtico en su relación, promueve un clima de aprendizaje definitivamente superior es
sus efectos al maestro de “sentido común”.

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11-Los maestros deben enseñar lo que los estudiantes deben saber.


Pero
El aprendizaje significativo es mayor cuando los estudiantes escogen, de entre una
amplia variedad de opciones y recursos, lo que ellos necesitan y quieren saber.

12-Cualquier organización debe tener un jefe. Otra idea es absurda.


Pero
Ha sido corroborado que los líderes que confían en los miembros de la
organización, que comparten y difunden el poder y que mantienen una comunicación
personal abierta tienen una mejor moral y organizaciones más productivas, y facilitan el
desarrollo de nuevos líderes.

13-Los grupos oprimidos deben sublevarse. La revolución violenta es el único


camino que tienen los oprimidos para obtener poder y mejorar sus vidas.
Pero
La historia confirma la postura de que aún si tienen éxito, esto simplemente lleva a
una nueva tiranía que reemplaza a la vieja. Una revolución no violenta, basada en un
enfoque centrado en la persona que dé poder a los oprimidos, parece ser mucho más
promisoria.

14-No hay esperanza de que puedan ser resueltos los profundos odios religiosos que
tienen ya muchos años de existir, la amargura y el rencor culturales y raciales. Es una
fantasía pensar que pueden ser reconciliados.
Pero
El hecho es que existen muchos ejemplos en pequeña escala que muestran que es
posible mejorar la comunicación, reducir la hostilidad y dar algunos pasos para resolver
las tensiones, y que todo esto se basa en enfoques de grupos intensivos que han sido
probados ya.

15-Un coloquio o un taller tienen que ser organizados y dirigidos por uno o más
líderes que se hagan cargo. Cualquier otro punto de vista es poco realista y quijotesco.
Pero
Se ha demostrado que una actividad grande y compleja puede ser sentada en la
persona desde el principio hasta el fin – en su planificación, en su operación y en sus
resultados – y que una concentración de personas de tal naturaleza, al sentir su propio
poder, puede moverse creativamente hacia áreas nuevas e inexploradas, un resultado
que no podría haberse conseguido a través de los métodos del sentido común.

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16-Es obvio que en una situación completamente controlada, con poder absoluto en
la parte de más arriba, los que no tienen poder no pueden ejercer ninguna influencia
significativa.
Pero
En una situación casi perfecta de laboratorio, los miembros sin poder de un
campamento, que habían llegado a respetar su propia fuerza porque habían sido tratados
de una manera centrada en la persona, se demostraron a sí mismos ser bastantes
poderosos.

17-En los sesentas hubo una corriente que trataba de promover el cambio social
básico, pero ahora está muerta. Sólo un soñador dejaría de reconocer esto.
Pero
Más y más personas que sostienen un enfoque centrado en el individuo en la vida
están infiltrando nuestras escuelas, nuestra vida política y nuestras organizaciones, y
están estableciendo estilos de vida alternativos. Ellas están viviendo nuevos valores y
constituyendo un fermento continuamente creciente para el cambio social.

18-La gente no cambia.


Pero
Está surgiendo, en números cada vez mayores, un nuevo tipo de persona, con
valores muy diferentes a los de nuestra cultura actual y viviendo y siendo de maneras
que rompen con el pasado.

19-Nuestra cultura se está haciendo más y más caótica. Debemos regresar al


pasado.
Pero
Una revolución silenciosa está en proceso en casi todos los campos y contiene la
promesa de llevarnos hacia un mundo más humano, más centrado en la persona.”

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Prof: Felicitas María Pratto

Este material ha sido realizado, compilado y provisto por el profesor Eduardo D. Rodriguez

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