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¿Por qué y

para qué
filosofar?

Unidad 1
A modo de introducción: filosofía
y filosofar

Apunte de cátedra
Filosofía (42)
Cátedra: Beraldi
¿Por qué y
para qué filosofar
Apunte de cátedra
Gastón Beraldi

Introducción
Continuamos con el diálogo iniciado antes, y ahora nos
preguntamos por el sentido de filosofar.

Profesor Me gustaría recuperar los problemas que


quedaron planteados. Se dijo que quizás, mejor
que preguntarse por el qué de la filosofía, podía ser preguntarse
por el por qué, el para qué y el cómo hacemos filosofía. Vamos a
ensayar algunas respuestas.

Estudiante ¿Por qué filosofamos, profesor?

Profesor Empecemos por desentrañar qué entendemos


por una pregunta que se dirige al ¿por qué? La
pregunta por el por qué es un tipo de cuestionamiento que
apunta a las causas, a los motivos o a las razones por las cuales,
hacemos algo, en este caso, filosofía. En términos
epistemológicos, decimos que pide una explicación. Y ante esta
pregunta se han elaborado variadas respuestas. Pero lo primero
que se me viene a la mente es exclamar: “¿y por qué no?”, “¿por
qué no hacerlo si nada nos los impide?”. Pareciera un acto de Un acto de
libertad disponerse a filosofar. Aunque no es sólo eso. libertad.
Jean-François Lyotard (filósofo francés, 1924-1998), por ejemplo,
optó por responder al por qué filosofamos antes que hacerlo
sobre qué es la filosofía. Y él plantea que indagar por el por qué
Lyotard
lleva en sí mismo la destrucción de lo que cuestiona, puesto que

¿Por qué y para qué filosofar? 2


en esta pregunta se admite a la vez la presencia real de la cosa
interrogada –la existencia de la filosofía– y su ausencia posible, ya
que por un lado preguntamos como si estuviéramos fuera de la El deseo
filosofía y, por otro, porque no lo logramos dar con ella, no como motor.

sabemos bien de qué se trata. Y al señalar esto decide trastocar


la pregunta por qué filosofar por otra: por qué desear.
En resumen, para Lyotard, filosofamos porque deseamos, porque
queremos, porque nos apetece. Para el filósofx francés, el
filosofar se vincula con el deseo, con el deseo de obtener algo que
se nos escapa, algo que no logramos apresar. En este sentido se
vincula con la etimología del término “filosofía”, que la define
como “amor (filo) a la sabiduría (sophía)”, deseo de sabiduría, y
que distingue al filósofx del sabix, por cuanto mientras el primero
desea, el segundo ya ha consumado su deseo.
El problema aquí es que la consumación del deseo haría
innecesario el seguir filosofando, porque ya habríamos obtenido
lo que buscábamos. Y si alcanzamos el objeto deseado, corremos
el peligro de ser como el “hombre del colchón”. Por eso
filosofamos: porque queremos y, como dije antes, porque
tenemos la libertad para hacerlo.
Pero no sólo es nuestra libertad o nuestro deseo lo que motiva
nuestro filosofar, es decir, lo que origina la acción del filosofar. Y si
bien tanto el deseo como la libertad pueden ser una motivación
general del filosofar, o una motivación en sentido amplio, Karl
Jaspers, en un muy famoso texto señalaba que lo que origina el
filosofar –ya de manera más específica o en un sentido más
estricto– es el asombro, la duda y las situaciones límite. Y lo decía
así:

Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el


conocimiento, de la duda acerca de lo conocido el examen crítico y la
clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar
perdido la cuestión de sí propio. Representémonos ante todo estos tres
motivos.
Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía.
Nuestros ojos nos “hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas,
del Sol y de la bóveda celeste”. Este espectáculo nos ha “dado el
impuso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la
filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de
¿Por qué y para qué filosofar? 3
los mortales”. Y Aristóteles: “Pues la admiración es lo que impulsa a los
hombres a filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía
por extraño, avanzaron poco a poco y se preguntaron por las vicisitudes 1) El asombro.
de la Luna y del Sol, de los astros y por el origen del universo”. 2) La duda.
El admirarse impele a conocer. En la admiración cobro conciencia de no 3) Las
situaciones
saber. Busco el saber, pero el saber mismo, no “para satisfacer ninguna límite.
necesidad común”.
El filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades de
la vida. Este despertar tiene lugar mirando desinteresadamente a las
cosas, al cielo y al mundo, preguntando qué sea todo ello y de dónde
todos ello venga, preguntas cuyas respuestas no serviría para nada útil,
sino que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el
conocimiento de lo que existe, pronto se anuncia la duda. A buen
seguro que se acumulan los conocimientos, pero ante el examen crítico
no hay nada cierto. Las percepciones sensibles están condicionadas por
nuestros órganos sensoriales y son engañosas o en todo caso no
concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de
que sea percibido o en sí. Nuestras formas mentales son las de nuestro
humano intelecto. Se enredan en contradicciones insolubles. Por todas
partes se alzan unas afirmaciones frente a otras. Filosofando me
apodero de la duda, intento hacerla radical, mas, o bien gozándome en
la negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su
parte tampoco logra dar un paso más, o bien preguntándome dónde
estará la certeza que escape a toda duda y resista ante toda crítica
honrada.
La famosa frase de Descartes “pienso, luego existo” era para él
indubitablemente cierta cuando dudaba de todo lo demás, pues ni
siquiera el perfecto engaño en materia de conocimiento, aquél que
quizá ni percibo, puede engañarme acerca de mi existencia mientras
me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de
todo conocimiento. De aquí que, sin una duda radical, ningún
verdadero filosofar. Pero lo decisivo es cómo y dónde se conquista a
través de la duda misma el terreno de la certeza.
Y tercero. Entregado el conocimiento de los objetos del mundo,
practicando la duda como la vida de la certeza, vino entre y para las
cosas, sin pensar en mí, en mis fines, mi dicha, mi salvación. Más bien
estoy olvidado de mí y satisfecho de alcanzar semejantes
conocimientos.
La cosa se vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi
situación.

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El estoico Epicteto decía: “El origen de la filosofía es el percatarse de la
propia debilidad e impotencia”. ¿Cómo salir de la impotencia? La
respuesta de Epicuro decía: considerando todo lo que no está en mi
poder como indiferente para mí en su necesidad, y por el contrario,
poniendo en claro y en libertad por medio del pensamiento lo que
reside en mí, a saber, la forma y el contenido de mis representaciones.
Cerciorémonos de nuestra humana situación. Estamos siempre en
situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si éstas
no se aprovechan, no vuelven más. Puedo trabajar para hacer que
cambie la situación. Pero hay situaciones por su esencia permanentes,
aun cuando se altere su apariencia momentánea y se cubra de un velo
su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de
luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitablemente en la
culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra experiencia las
llamamos situaciones límites. Quiere decir que son situaciones de las
que no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas
situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen, más
profundo aún, de la filosofía. En la vida corriente huimos
frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si no
existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser
culpable y nuestro estar entregados al acaso. Entonces sólo tenemos
que vérnoslas con las situaciones concretas, que manejamos a nuestro
gusto y a las que reaccionamos actuando según planes en el mundo,
impulsados por nuestros intereses vitales. […]
En el dolor, en la flaqueza, en la impotencia nos desesperamos. Y una
vez que hemos salido del trance y seguimos viviendo, nos dejamos
deslizar de nuevo, olvidados de nosotros mismos, por la pendiente de
la vida feliz. (2000, 17-20)

Estudiante Todo muy bien, pero ¿esto siempre fue así?


¿Hoy sucede lo mismo?

Profesor Si bien ésta es una respuesta ya clásica a la La pregunta


pregunta que apunta a las razones y motivos del por la
actualidad.
filosofar, podemos replantear tu pregunta: ¿por qué filosofar en la
¿Por qué y
actualidad, en los inicios del siglo XXI?, en la época de las crisis para qué
filosofar hoy?
políticas y económicas, sociales, culturales y educativas, en la
época del mundo en que se disuelven todas las tradiciones y ya no

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existe un algo común indiscutible, donde la verdad ya no nos es
revelada y hasta se discute su objetividad; en la época de la caída
Cuestionarse de los fundamentos absolutos,1 en la era de las tecnologías, de la
ante la crisis.
consumación y crisis del capitalismo, la globalización y la sociedad
de consumo, la era de la perdida de confianza en los medios de
racismo
comunicación, en la época de las masivas migraciones (y las
limitaciones a ellas) producto de las guerras, en la época donde
han resurgido explícitamente la xenofobia, el racismo, y donde
aún impera –aunque ahora ya por suerte en algunos casos
cuestionada– una visión heteronormativa del mundo y de la vida. xenofobia
heteronormativa
¿Por qué filosofamos hoy? Esta pregunta es, como ya decía
Michel Foucault (filósofo francés 1926-1984), una pregunta por la
actualidad.
Arriesgando rápidamente una respuesta –y espero que en
Foucault
adelante podamos seguir indagando esta cuestión– creo que hoy
filosofamos precisamente por ser una época de crisis. Y toda
crisis, aunque cada una tenga su particularidad, exige la crítica,
nos interpela y nos hace revisar nuestra forma de estar y sentir en
el mundo. Quizás entonces podamos decir una vez más que la
historia de la humanidad es una historia de crisis, y por eso
mismo ejercemos la crítica constantemente, cuestionamos
nuestra forma de vivir en el mundo, por eso hacemos filosofía.
Ahora bien, respondida tu pregunta general sobre por qué
filosofar, y habiendo dado algunas pistas sobre por qué filosofar
hoy, abordemos, aunque sea brevemente, puesto que esta
conversación ya se ha extendido suficiente, las otras dos
cuestiones que nos quedan revisar: ¿para qué filosofar? y ¿cómo?

Estudiante Bien profesor, comencemos entonces, si le


parece, por el para qué, ya que me inquieta sa-
ber para qué se hace algo que parece no llevar a nada porque no
nos brinda una respuesta definitiva a los problemas planteados.
Sinceramente, me resulta llamativo que haya hoy en día quienes
se dedican a algo que parece tan poco útil.

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1. Véase también en Nota 1 “La crisis de la razón”, en sesión 10. La


expresión “Dios ha muerto” más que hacer referencia a la muerte de un
dios particular, en este caso, el cristiano, remite a la caída de todos los
fundamentos últimos, aquellos que se consideran absolutos: Dios, la
Verdad, el Imperativo categórico, la Razón, la Ciencia, etc... Aquellos que
funcionan de guía inconmovible para dar sentido a nuestra vida. Es la
caída de los relatos unitarios que daban “finalidad” a nuestra existencia.
La denuncia nietzscheana de la muerte de Dios manifiesta un síntoma de
la época: el nihilismo. La razón raciocinante iluminista, positivista y
cientificista se ha agotado, porque lo que esta nos ofrece no es útil para
pensar la vida y la muerte, sino que es útil sólo materialmente: nos ha
traído los nuevos medios de transporte, las comunicaciones, las vacunas,
etc., pero no puede explicar qué será de nosotros ante la venidera
muerte, y si lo hace, lo hace en términos meramente biológicos y
fisicalistas; ante el problema de mi destino individual (y social), no hay
nada. Como el resto de las bestias, el hombre está destinado a
desaparecer para siempre. Así, ante la falta de dioses que nos aseguren
nuestro devenir, el hombre de fines del siglo XIX e inicios del XX se
encuentra ante un vacío existencial que no puede ser llenado ya por
nada. A ese hombre no le queda otra alternativa más que hacérselas con
su propia vida, una vida que, una vez muertos todos los dioses, ya no es
nada. No hay salvación ultraterrena y, en consecuencia, hay que
enfrentarse a la propia finitud.

¿Por qué y para qué filosofar?


¡Tu afirmación parece la de un tecnócrata! Como
Profesor
la de quien con un enfoque instrumental del
mundo orienta su acción únicamente a los resultados.
Bueno… Comencemos entonces abordando el problema que
desata la propia pregunta. La pregunta por el para qué, a
diferencia de las preguntas por el qué y el por qué, expresa ya un
cambio de actitud. De una actitud teórica hacia una práctica. Es la
pregunta por la finalidad (télos) de algo. Si algo tiene un objetivo.
Para el pensamiento antiguo, y para Aristóteles (filósofo griego,
384-322 a.C.) en particular, el mundo estaba orientado hacia un
fin predeterminado, es decir, ordenado teleológicamente. Los
términos griegos “fortuna”, “destino” y “virtud” están asociados a Aristóteles

esta caracterización teleológica del mundo. Y así, por ejemplo,


para Aristóteles, el fin de toda actividad estaba en la felicidad. Por
otra parte, para él, la virtud (areté) del soldado consiste en ser
valiente en la lucha y evitar morir de manera deshonrosa,
mientras que la cobardía y la temeridad eran vistas como
caracteres no virtuosos. En esta actividad estaba ya prefijada su
finalidad. Este carácter teleológico se extiende inconscientemente
hasta nuestros días cuando decimos, por ejemplo, que “el
corazón tiene como finalidad bombear sangre”. Y así se cree que
un corazón cumple su función si lo hace eficientemente –en este
sentido podríamos decir que es un corazón virtuoso–. Pero el
corazón no tiene un fin preestablecido. Bombea sangre y podría
muy bien hacer otra cosa, y no esa. En ese sentido, la finalidad se
puede llegar a entender también como utilidad: “el corazón sirve
para…”, “es útil para…”.
Sin embargo, el concepto de “utilidad” tal como lo entendemos
hoy, es bastante nuevo, según señala MacIntyre:

[…] es valioso dar cuenta una vez más de la otra ficción moral que La pregunta
emerge del intento del siglo XVIII de reconstruir la moral, el concepto por la
de utilidad. Cuando Bentham convirtió “utilidad” en un término cuasi- utilidad.
¿Tiene
técnico, lo hizo […] definiéndolo de modo que englobase la noción de sentido?
las expectativas individuales de placer y dolor. Pero, […] los objetos del
deseo humano, natural o educado, son irreductiblemente
heterogéneos, y la noción de su suma tanto para el caso de los
individuos como para el de alguna población no tiene sentido definido.
Pero si la utilidad no es un concepto claro, usarlo como si lo fuera,
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emplearlo como si pudiera proveernos de un criterio racional, es
realmente recurrir a una ficción.
[…] El concepto de utilidad se diseñó para un conjunto de propósitos
[…] y […] se elabor[ó] en una situación en que se requerían artefactos
sustitutivos de los conceptos de una moral más antigua y tradicional,
sustitutivos que aparentarían un carácter radicalmente innovador e
incluso iban a dar la apariencia de poner en acto sus nuevas funciones
sociales (2004, 117-118).

La pregunta por la utilidad también nos retrotrae a una vieja


anécdota. Según Platón (filósofo griego, 427-347 a.C.) –hacia el
siglo VI a.C.– Tales de Mileto (filósofo y matemático griego, 625-
546 a.C.), quien es considerado el primer filósofo, sufrió un
Platón
pequeño percance y, como consecuencia, la burla posterior de su
criada. La anécdota comentada por Platón señala que Tales, al Tales

caerse a un pozo, es regañado sarcásticamente por su criada


tracia, quien le dice: “por mirar al cielo –se reía la joven– no
advierte lo que tiene bajo sus pies”. Esta risa burlona pone al
descubierto la (in)utilidad de la filosofía.
Por otra parte, Foucault nos recuerda que para los griegos, por
ejemplo, el ejercicio de la filosofía tenía sentido dada la necesidad
de “ocuparse de sí mismo”. Y para hablar de “ocuparse” se utiliza
el término therapeuein, de donde proviene en nuestra lengua el
término “terapia”. Entre los griegos este término tenía múltiples
sentidos: se refería a los cuidados del médico, a los servicios que
alguien podía dar a otro, y también a los cuidados y al culto a las
divinidades. La analogía de la filosofía con la medicina forma parte
de las tradiciones más antiguas de la cultura griega. Así como la
medicina sirve para curar el cuerpo, la filosofía sirve para curar el
alma. La filosofía es considerada un phármakon.2 Y, por ejemplo,
Epicuro (filósofo griego, 341-270 a.C.), en su afán por combatir las
enfermedades del alma, enuncia un tetraphármakon. Si Epicuro
habla de un tetraphármakon, de un remedio, es porque supone
Epicuro
que la gente sufre dolores que pueden erradicarse con una
adecuada filosofía. Entonces ¿la filosofía debe tener alguna
utilidad práctica? Muchas veces se ha insistido positivamente en
Adorno
su inutilidad –como en el caso de Theodor Adorno (filósofo ale-

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2. Hay que tener en cuenta que “phármakon”, en su acepción original,


significa tanto “remedio” como “veneno”.

¿Por qué y para qué filosofar?


mán, 1903-1969)–, marcando así su vigencia.
Si te parece, leamos un artículo más o menos reciente sobre este
problema, y después continuemos conversando.

¿Para qué sirve la filosofía?


Desde su nacimiento, la filosofía carga con la sospecha de ser una disciplina
sin utilidad. A lo largo de los siglos, los pensadores han arriesgado varias
justificaciones. En este informe, se ponen en tela de juicio los distintos
aportes que la filosofía podría hacer tanto en el ámbito público como en el
individual, el de la vida cotidiana.
Ivana Costa
[…]

Contra las ideas instaladas


“A la pregunta de por qué filosofar hay que responder con otra pregunta:
¿cómo no filosofar? La posible inutilidad de la filosofía es parte de su
contingencia –explica Samuel Cabanchik– y en ella radica también su utilidad,
ya que la filosofía sirve para no hacer masa con el pensamiento masa; para ir
más allá del pensamiento que domina en los medios, de la espontaneidad de
la opinión de la calle, de las fórmulas masificadas. No se trata de instalar un
elitismo del pensar sino de ejercer el pensamiento crítico, tanto en el
universo personal como en el colectivo”. […] La cuestión, de todas maneras,
sigue en pie: ¿en qué medida esta capacidad de poner a prueba los lugares
comunes del pensamiento que tiene la filosofía logra hoy salir fuera de los
centros de docencia e investigación para situarse en las prácticas sociales? Y
esto ¿tiene que ser así fatalmente? […]

El fin de las discrepancias


“Algunos piensan que la filosofía puede y debe contribuir a la solución de
problemas morales, psicológicos, científicos, políticos, y que, si no lo hace, es
sólo un juego frívolo –dice Manuel Comesaña, de la Universidad de Mar del
Plata–. Mi propia opinión, nada original, es que en dos mil quinientos años la
filosofía occidental no ha podido resolver ninguno de sus propios problemas
y siendo así es dudoso que pueda solucionar problemas ajenos. Desde luego,
uno puede dar por buena una teoría filosófica que tenga respuestas para
todos los problemas, y esto es lo que hacen los que dicen aplicar la filosofía.
Por ejemplo: si uno es tomista y se ocupa de la llamada ética aplicada puede
condenar el aborto en toda situación, sin excepciones. Pero algunos de los
mejores filósofos van a rechazar con argumentos eso que uno da por bueno.

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Si uno mira esta situación desde arriba no encuentra razones para adherir a
ninguna teoría: cuando las autoridades discrepan, no hay autoridades”.
¿Deberían entonces dejar de discrepar los filósofos? En el diálogo De legibus,
Cicerón relata la siguiente anécdota: cuando el procónsul romano Lucio Gelio
llegó a Atenas para gobernar en nombre del Imperio, llamó con urgencia a los
filósofos de la ciudad y les pidió que pusieran fin a sus disputas estériles y
llegaran a algún tipo de acuerdo; dijo, además, que, si no querían pasarse la
vida discutiendo, él se ofrecía como árbitro para ayudarlos a alcanzar puntos
en común. A Cicerón esta situación le parecía, por lo menos, “chistosa” y,
como él, muchos filósofos se han horrorizado y se escandalizan hoy cuando
se los intenta agrupar bajo una línea de pensamiento. En cambio, Michael
Frede, profesor de filosofía clásica en Oxford, escribió recientemente que hoy
existe “demasiado acuerdo” entre los intelectuales y que resultan mucho más
útiles a la filosofía quienes “tienen la claridad intelectual y el coraje para
mostrar que las cosas se pueden ver de otra manera”.
Esta era la tarea que Theodor Adorno reivindicaba para la “inútil” filosofía:
porque su supuesta inutilidad deja al descubierto su crítica de los saberes y
las prácticas dominantes. “La filosofía –escribió Adorno–, a la que basta lo
que quiere ser y que no galopa puerilmente detrás de la historia y de lo real,
tiene su nervio vital en la resistencia contra el actual ejercicio corriente y
contra aquello a lo que éste sirve: la justificación de lo que ya es”.

El saber en sus límites


Pero tal vez convenga establecer otra zona para los acuerdos entre
pensadores; por ejemplo, acuerdos entre la filosofía y las otras disciplinas
relacionadas directamente con el quehacer humano. Horacio Banega,
profesor de gnoseología en la UBA, dice que la utilidad de la filosofía puede
abordarse desde un eje individual y otro colectivo. “En cuanto a lo individual,
la filosofía sirve para adquirir habilidades cognitivas ligadas al pensamiento
abstracto y eso luego trae aparejado el placer por el saber. Colectivamente, la
filosofía sirve para criticar, revisar o consolidar las distintas racionalidades de
la vida social, y allí la filosofía se encuentra en pie de igualdad con otras
disciplinas. No creo que pueda dar un punto de vista fuera de lo social y
tampoco dar una visión de la totalidad. Su aporte es, más bien, una
metodología de análisis antes que un pensamiento sustantivo”.
Ahora, si la gente se reía de la futilidad del estudio de Tales de Mileto, qué
queda para la filosofía actual, que no es siquiera, como era en la Antigüedad,
la suma del saber. No es ciencia, ni tecnología de aplicación puntual, ni
tampoco teología. Pero ¿sería deseable tener ciencia, técnica o teología sin
una reflexión filosófica que examine críticamente sus supuestos? “La filosofía
es un género de reflexión acerca de los fines y los valores que orientan a un
conflicto social –dice Daniel Kalpokas, doctor en filosofía y especialista en el

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pensamiento del norteamericano Richard Rorty–. Se supone que reflexiona
sobre por qué invertir dinero en una investigación científica y no en otra, por
ejemplo. Si la ciencia y la tecnología son medios para alcanzar ciertos fines, la
filosofía debería ser una reflexión acerca de esos fines y de su sentido”.
Ligada a esta función aparece la dimensión crítica de la filosofía: “La crítica de
la cultura es prerrogativa suya –dice Kalpokas– porque es una reflexión que
atraviesa todas las áreas culturales: estética, ciencia, historia: todo lo que el
alemán Jürgen Habermas llama “el mundo de la vida”, y esto es así porque la
filosofía tiene esa capacidad de relacionar los diversos fragmentos de la
cultura con la vida cotidiana. Esto no es parte del contenido de las ciencias,
sino de la filosofía. En este sentido, su vocación por la totalidad de la cultura
es legítima. Si Aristóteles definía a la filosofía como el saber de lo que es en
tanto que es, hoy deberíamos llamarla reflexión de la cultura en su conjunto y
en todas las sociedades”.

La totalidad perdida
La ilusión de crear un sistema teórico de explicación del mundo a partir de la
pura razón se terminó con Kant, quien situó los límites del conocimiento
humano y delineó los usos posibles de la razón pura y práctica. “Las
cosmovisiones omnicomprensivas del mundo, sean de carácter religioso,
metafísico o ideológico, o inclusive metafísicas laicas y seculares como el
marxismo leninismo, han perdido vigencia absoluta”, dice Osvaldo Guariglia,
profesor de ética en la UBA e investigador del Conicet. ¿Significa que los
márgenes de utilidad de la filosofía son más estrechos?
“En este mundo nuevo de pensamiento postmetafísico –sigue Guariglia– el
filósofo de la ética y la política debe preguntarse cuáles son los fundamentos
intersubjetivos de las normas que nos deben regir todos los días. La crisis del
relativismo cultural, del escepticismo moral, de la desorientación subjetiva es
efecto de la secularización que trae la modernización, y esto no produce
siempre progreso. También produce el terror al progreso, a la modernización
de las relaciones sociales y a la secularización de la sociedad, que está en la
base de todo fundamentalismo. En este marco, el filósofo puede aportar una
visión crítica porque al tener en cuenta el deber ser no intenta rever el
pasado sino abrir el horizonte de las expectativas”.

Pensar lo público
Karl Marx, graduado en filosofía con una tesis doctoral sobre el atomismo de
Demócrito, escribió en su madurez: “Los filósofos se han limitado a
interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de
transformarlo”.
Con esta sentencia subrayó lo que ya era un lugar común desde tiempos
antiguos: los filósofos “interpretan”, en cambio la actuación sobre la realidad

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social y política –incluido todo intento de transformación– es incumbencia de
otros sabios: economistas, sociólogos, politólogos. Pero hoy, al parecer,
muchos filósofos reclaman un lugar más protagónico y activo en la vida
pública. Tomando sólo algunos casos de académicos de la UBA, se pueden
mencionar a Eduardo Rabossi, que fue Secretario de Derechos Humanos del
gobierno de Raúl Alfonsín; Guariglia, convocado asimismo por Alfonsín para
asesorar en la formulación de criterios procesales que antes del Juicio a las
Juntas distinguieron entre quienes daban las órdenes (de un plan sistemático
de terrorismo de Estado), quienes las hacían cumplir y quienes las cumplían.
Florencia Luna ha sido asesora de la Organización Mundial de la Salud en
cuestiones legales y éticas ligadas a la genética; y Diana Maffia ha sido
Defensora del Pueblo adjunta. ¿De qué manera sirve la filosofía en la
Argentina de hoy, atravesada por crisis múltiples y por múltiples deseos de
transformación?
“La filosofía cumple una función crítica con respecto a todo lo que la gente
cree saber –explica Manuel Comesaña– y esto resulta útil: Bertrand Russell
decía que es preferible una incertidumbre fundada a una certidumbre
infundada. No creo que esto se aplique a todas las situaciones: por ejemplo,
en la vida cotidiana, dar por sentada la existencia de objetos físicos –que
algunos filósofos han negado– parece más práctico que ponerla en duda.
Uno muchas veces está obligado a actuar como si tuviera certezas, aunque
no las tenga, pero en algunas situaciones resulta útil cuestionar certezas, por
ejemplo, certezas políticas, aunque más no sea porque siempre se asesina en
nombre de certezas, nunca en nombre de dudas”. Horacio González afirma:
“La filosofía sirve porque su servir está en la revisión de los cimientos del
propio lenguaje con el que pregunta; ahora, cuando nos preguntamos por la
utilidad de la filosofía en la Argentina de hoy tenemos que admitir que nos
falta un lenguaje que pueda servir sin obligar ni programar.
Es decir, que sirva justo porque se considera que está de sobra. Ese lenguaje,
que investiga lenguajes, es la oscura felicidad de la filosofía. Es la flecha
celosa que señala hacia la conciencia de lo que falta. Porque todo país se
compone alrededor de lo que él priva. O de lo que a él lo privan”.
Para poder intervenir activamente en la crisis actual, la filosofía “debería
intentar reproducir el espacio del ágora, que ya no existe, y que para los
griegos era el sitio de encuentro y debate sobre la política en todos los
sentidos de esta palabra”, opina Samuel Cabanchik. “Ese espacio –sigue–
debe ser reconstruido en el ámbito familiar, en el de la amistad, en el trabajo
y en la universidad”. Guariglia también piensa que la filosofía puede y debe
hacer aportes concretos en ética y en política. “Pero eso no implica –dice–
que en la Argentina de hoy se deba llamar a los filósofos para que esbocen
una república platónica ideal (el revolucionario filósofo portavoz iluminado

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de la vanguardia entraña graves peligros). Más aun, es posible que si algo así
ocurriese, aquellos a quienes se llame aporten sólo unas confusas ideas
sobre entelequias nacionales. A la inversa, significa que los filósofos, como
ciudadanos, tienen el deber de hacer propuestas claras y comprensibles a la
opinión pública y a los gobernantes, no sólo sobre lo que se debate, sino
sobre lo que no se discute y se debería discutir”.

Filosofía para la vida


Para Banega, la pregunta por la utilidad de la filosofía equivale a preguntarse
para qué sirve estudiar. O también ¿cómo se restauran los valores del trabajo
y del estudio cuando ya nadie cree en ellos? “A todos quienes nos dedicamos
a la filosofía nos toca enfrentar esta cuestión: ¿Tengo algo para ofrecer?
¿Qué puedo ofrecer, como filósofo, al mercado productivo? ¿Puedo ofrecer
algo más que la aspiración a convertirme en un asalariado del Estado? Todos
deberíamos preguntarnos esto porque la investigación, como profesión, está
desapareciendo en el país. No estoy seguro de que la filosofía pueda
ofrecerse como sabiduría para la vida: eso parece propiedad del psicoanalista
o de la religión. Deberíamos preguntarnos por qué”.
No todos los que portan credenciales filosóficas de alguna especie aceptarían
hoy que la filosofía no sirve para la vida. En primer término, quienes
organizan cafés filosóficos, reuniones que proponen a sus asistentes formar
un “grupo de reflexión” sobre asuntos de la vida cotidiana: la infidelidad, la
tristeza, el amor. […] los organizadores –formados en filosofía– ofrecen una
relación teórica sobre el tema, seguida por un amable diálogo en común. No
es lo mismo, sin embargo, la inocua costumbre de la charla del café que el
consultorio filosófico: otro sitio que reivindica la utilidad y la capacidad de la
filosofía para aplicarse a la vida, pero de origen y función más dudosos.
Difundidos por el norteamericano Lou Marinoff en su bestseller Más Platón y
menos Prozac y extendidos en todo el mundo, estos consultores dicen
solucionar los problemas de sus “clientes” por medio de una conversación
que versa sobre filosofía. “En función de su problema –escribe Marinoff–
examinamos las ideas de los filósofos que mejor se apliquen a su caso,
aquellas con las que usted se sienta más cómodo”. A diferencia del
psicoanálisis, que se propone como una teoría o un conjunto de teorías
afines, los consultores filosóficos disponen de innumerables opciones para
hacer que su “cliente” se sienta a gusto y pague la consulta. Más allá del
efecto terapéutico que pudiera tener esta práctica está claro que el adjetivo
“filosófico” está allí en nombre de un rigor y de una solidez intelectual de las
cuales el “cliente” puede no participar jamás. Porque el placer por la lectura
sistemática de los textos y el ejercicio de llegar con el pensamiento hasta las
últimas consecuencias –las dos claves que explican la vigencia y el interés por

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la filosofía a través de todos los tiempos– le son escamoteados. Y a juzgar
por algunos de los casos que relatan los consultores en sus propias
publicaciones, el aporte “filosófico” puede reducirse a la pronunciación de
unos cuantos consejos del más básico sentido común. Por otra parte, los
filósofos deberían poder hacer lo que les gusta, pero ¿tienen derecho a
cobrar por hacer lo que les gusta? ¿Y esto en todas las posibilidades de lo
“filosófico” o sólo en algunas? En su República, Platón trazó una
extraordinaria alegoría: los hombres –dice allí– vivimos como encadenados
en una caverna, y el que logra desencadenarse y ver el sol –es decir, el
filósofo que sabe que hay algo más bello, más verdadero y mejor que las
tinieblas en las que está sumida la multitud– debe regresar a la oscuridad
para llevar su noticia y persuadir a los demás de que lo sigan, aunque lo
llamen loco o maldito. Las interpretaciones éticas y políticas de esta alegoría
son incontables, pero hay una enseñanza para los aspirantes a filósofos que
sin duda la mantiene viva: la filosofía no servirá ni para la propia vida ni para
la vida en común si no es, de algún modo, un placer dulce y un retorno
arduo a la caverna.
Costa, Ivana (24.4.2004), Debate en Revista Ñ. Recuperado de:
http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2004/04/24/u-746964.htm

Estudiante Por lo visto, lxs filósofxs de nuestro país también


se preocupan por el problema de para qué sirve
la filosofía. Pero las respuestas son muy variadas. ¿Hay alguna
forma de aclarar un poco más este problema?

Profesor Quizás la forma de aclararlo sea insistir sobre el


problema y ver otras posibles respuestas. Sobre
el para qué de la filosofía también ha respondido Michel Onfray
(filósofo francés, 1959) en una entrevista reciente, sosteniendo
Onfray
que:
La filosofía me permitió sobrevivir a la tragedia que fue para mí ser
enviado a un orfanato por mis propios padres cuando yo tenía diez años:
los libros, la lectura me salvaron en ese momento y después, me
garantizaron la salvación nuevamente en mi adolescencia, cuando la
filosofía funcionó en mí como el sentido, la verdad, la certeza, la razón que

¿Por qué y para qué filosofar? 14


nadie me había transmitido: creo que la filosofía es una terapia, lo que
siglos de filosofía mostraron, siempre que no fueran cristianos”,
testimonia Onfray.
[…] ¿Pero entonces, desde este punto de vista, cuál es el lugar o papel
del filósofo en la sociedad actual? “El filósofo no es ni astrólogo ni
adivino ni lector del futuro en la borra del café... Su trabajo no es
prever, sino ser consciente de la abulia generalizada de los hombres y
hacer todo lo posible para no contribuir a ella. Es, por lo tanto, prevenir,
proponer antes una resistencia a todas esas catástrofes sabiendo que
los filósofos serán siempre minoritarios, por lo tanto, perdedores y
vencidos, pero que, como románticos desesperados, hay que llevar
adelante no obstante un combate que se sabe perdido de antemano.
Pues habrá otros Hitler, otros Stalin. Pero, al menos, que sea sin los
filósofos... (Pavón, 15.12.1997).

Y sobre este mismo problema podemos encontrar una


multiplicidad de respuestas. Si te parece, veamos unos videos
donde filósofxs y estudiantes abordan este problema, y después
seguimos conversando.

Bailando en el abismo Parte I - Bailando en el abismo Parte II -


Capítulo III: ¿Para qué sirve la filosofía? Capítulo III: ¿Para qué sirve la filosofía?

Abismo 1 Abismo 2

¿Para qué sirve la filosofía? ¿Para qué sirve la filosofía?


Darío Sztajnszrajber Zizek

Sztajnszrajber Zizek

¿Por qué y para qué filosofar? 15


Estudiante Con todo esto, la pregunta por la utilidad de la
filosofía no puede entenderse de una manera
unívoca, ¿no?

Profesor ¡Claro! Para qué sirve la filosofía puede decirse


en muchos sentidos. Puede ser o bien una pre-
gunta retórica, o una pregunta ingenua, o una pregunta
decepcionada, o una pregunta por el sentido de la vida, entre
tantas otras.
Deleuze sostiene que cuando se pregunta para qué sirve la
filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se
tiene por irónica y mordaz.

La filosofía […] sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez


una cosa vergonzosa (1994, 149).

Así, hacer filosofía podría consistir, como señala Onfray en la


acertada fórmula nietzscheana de “fastidiar la estupidez”. ¡Y eso
ya sería bastante! Esta es una forma de resistir. Y en este sentido
la filosofía comporta una resistencia.
La utilidad de la filosofía y del filosofar es puesta constantemente
en cuestión. No sirve como útil práctico a la manera de los útiles
que sirven cotidianamente. No sirve como es útil un tenedor para
comer, o un subte para llegar más rápido a la facultad o al
trabajo. No sirve tampoco para encontrar la verdad, ya que lxs
filósofxs parecen estar siempre en su búsqueda sabiendo de
antemano que quizás su encuentro sea imposible. ¿Para qué
filosofar entonces?
Quizás nuevamente debamos replantear esta pregunta para la
actualidad. Es decir, “¿para qué filosofar hoy?” Y sobre ella
podemos hacer, como con la pregunta por el “por qué”, las
mismas observaciones. ¿Para qué filosofar hoy, en los inicios del
siglo XXI, cuando, en una época de crisis políticas y económicas,
parece ser más necesario resolver las cuestiones prácticas de

¿Por qué y para qué filosofar? 16


cómo vamos a continuar viviendo? ¿Para qué filosofar hoy cuando
se han disuelto las tradiciones? ¿Para qué filosofar hoy cuando
parece que ya no existe algo común que sea indiscutible? ¿Para
qué filosofar hoy cuando la verdad ya no nos es revelada ni es
objetiva? ¿Para qué filosofar hoy cuando ya no tenemos
fundamentos últimos en los cuales asentar nuestra existencia?
¿Para qué filosofar hoy en una época, aparentemente tan poco
filosófica, como lo es la era de las tecnologías, de la consumación
y crisis del capitalismo, de la globalización y de la sociedad de
consumo?
Quizás por eso mismo se hace necesario filosofar hoy. Porque la
filosofía puede, quizás –muy optimistamente–, hacer la diferencia.
Porque nos permite rever y poner en cuestión los fundamentos
sobre los que se ha edificado nuestra actual sociedad occidental.
Porque posibilita revisar críticamente la penetración cultural y
política de la sociedad de consumo y de los medios de
comunicación. Porque nos permite desenmascarar los
instrumentos de dominación del poder, los proyectos económicos
que no incluyen y no tienden puentes, los proyectos políticos que
levantan murallas, y los proyectos científico-tecnológicos que
afectan y afectarán a las sociedades y al medio ambiente. Porque
también la filosofía nos permite saber que los poderes
hegemónicos construyen subjetividades, mediante hábiles
dispositivos, con fines de dominación. Porque la filosofía hoy nos
ha enseñado el papel preponderante y dominador que ha tenido
–y tiene aún– una concepción androcéntrica y heteronormativa androcéntrica

del mundo y de la vida, y sus consecuencias. Porque la filosofía, en


su papel cuestionador, también posibilita entonces ampliar la
mirada para proyectar nuevos horizontes, para proyectar una
concepción del mundo que incluya a otrxs, que incluya a las otras
culturas –no occidentales, o no tan occidentales– que han sido y
son relegadas de “el mundo”. Y porque la pluralidad de visión que
posibilita y alienta la filosofía se opone a la estrechez y miopía en
la que estamos sumidos a diario. Por todo esto, como advierte
Deleuze, preguntarse por la utilidad, preguntarse por el ‘para qué’

¿Por qué y para qué filosofar? 17


de la filosofía, puede implicar una pregunta por el sentido de la
vida.

Estudiante Bueno… por lo que veo, seguimos casi como al La


inicio de esta conversación. O peor aún, porque perplejidad:
una forma de
ahora sólo ya no sé una cosa, “¿qué es la filosofía?” sino que iniciarse en la
ahora no sé tres cosas: ni qué es la filosofía, ni por qué filosofar ni filosofía.
para qué. Sin contar que además se está poniendo en cuestión la
noción de “verdad” y de “utilidad” que para mí eran muy claras
hasta hoy. Al final, vamos a concluir esta conversación y me voy a
ir sin saber más de lo que sabía.

Profesor Bien, quizás sea esto mismo que te estás


cuestionando ahora el inicio de una inquietud fi-
losófica. Tener más preguntas que respuestas, más dudas que
certezas… Y quizás, por qué no, sea el inicio de un
cuestionamiento legítimo de tus propias bases conceptuales, de
tus propias tradiciones de pensamiento. Y quizás también, desde
allí puedas ir rearmando una nueva historia. Espero, entonces,
que el resto del curso te depare nuevos cuestionamientos y que
no llegues a respuesta definitiva alguna, porque si esto sucediera,
sería el momento en que dejarías de filosofar. Estamos llegando al
final del encuentro de hoy…

Estudiante Pero profesor, ¿no nos queda indagar sobre


cómo filosofar?

Profesor Tenés razón, pero me parece que para abordar


esa cuestión necesitaremos más tiempo. Lo
conversamos la próxima clase. ¿Te parece?

¿Por qué y para qué filosofar? 18


Notas

1. Véase también en Nota 1 “La crisis de la razón”, en sesión 10. La expresión “Dios
ha muerto” más que hacer referencia a la muerte de un dios particular, en este caso,
el cristiano, remite a la caída de todos los fundamentos últimos, aquellos que se
consideran absolutos: Dios, la Verdad, el Imperativo categórico, la Razón, la Ciencia,
etc... Aquellos que funcionan de guía inconmovible para dar sentido a nuestra vida.
Es la caída de los relatos unitarios que daban “finalidad” a nuestra existencia. La
denuncia nietzscheana de la muerte de Dios manifiesta un síntoma de la época: el
nihilismo. La razón raciocinante iluminista, positivista y cientificista se ha agotado,
porque lo que esta nos ofrece no es útil para pensar la vida y la muerte, sino que es
útil sólo materialmente: nos ha traído los nuevos medios de transporte, las
comunicaciones, las vacunas, etc., pero no puede explicar qué será de nosotros ante
la venidera muerte, y si lo hace, lo hace en términos meramente biológicos y
fisicalistas; ante el problema de mi destino individual (y social), no hay nada. Como el
resto de las bestias, el hombre está destinado a desaparecer para siempre. Así, ante
la falta de dioses que nos aseguren nuestro devenir, el hombre de fines del siglo XIX
e inicios del XX se encuentra ante un vacío existencial que no puede ser llenado ya
por nada. A ese hombre no le queda otra alternativa más que hacérselas con su
propia vida, una vida que, una vez muertos todos los dioses, ya no es nada. No hay
salvación ultraterrena y, en consecuencia, hay que enfrentarse a la propia finitud.

2. Hay que tener en cuenta que “phármakon”, en su acepción original, significa


tanto “remedio” como “veneno”.

¿Por qué y para qué filosofar? 19


Referencias bibliográficas

Costa, I. “¿Para qué sirve la filosofía?”, en Revista Ñ, sábado 24 de abril de 2004


(http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2004/04/24/u-746964.htm)
Deleuze, G. (1994). Nietzsche y la filosofía, Barcelona: Anagrama.
Doxa Producciones. (2015). “¿Para qué sirve la filosofía?”. Parte I. Capítulo 3. En
https://www.youtube.com/watch?v=ijRDN_533lk
Doxa Producciones. (2015). “¿Para qué sirve la filosofía?”. Parte II. Capítulo 3. En
https://www.youtube.com/watch?v=Oha8Xch8Wfg&t
Jaspers, K. (2000). La filosofía (1949), México: FCE.
Mac Intyre, A. (2004). Tras la virtud, Barcelona: Crítica.
Pavón, H. “Entrevista a Michel Onfray”, en Revista Ñ, sábado 15 de diciembre de
2007 (http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2007/12/15/u-02011.htm)
Sztajnzsrajber, D. (2014). “¿Para qué sirve la filosofía?”. Facultad Libre. En
https://www.youtube.com/watch?v=w075bvdMn54&t
Zizek, S. (2011). “Para qué sirve la filosofía?”. En
https://www.youtube.com/watch?v=a-1fvld9xLA

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