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M a n u a l d e F i l o s o f í a

6to año

Profesor: Tomás Alonso

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“La esperanza humana más elevada es la búsqueda de la Verdad”

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Unidad 1

Introducción a la Filosofía

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Introducción a la Filosofía

La filosofía nace como un interrogante realizado por el ser humano frente a la realidad que
vive, como un intento de cuestionar la situación en la que se encuentra con la intención de
transformarla y de transformarse. La palabra filosofía es de origen griego, y se compone, a su
vez, de dos términos: philos, que en griego significa amor, y sophia que significa sabiduría.
Por lo tanto, puede decirse que la filosofía es el amor a la sabiduría. Filósofo es aquella
persona que se halla en su búsqueda, el amante del conocimiento, dado que éste reconoce -
antes que nada- que no lo posee, precisamente por eso lo ansía. Suele afirmarse que la
filosofía es propiedad únicamente de los seres humanos, pues son estos los únicos que pueden
interrogarse por el sentido de aquello que les toca vivir. Por ejemplo: ¿cómo sé si mis sentidos
me mienten o me muestran la realidad tal como la percibo? ¿quién soy? ¿cómo puedo
alcanzar la felicidad? Todos estos son cuestionamientos de carácter filosófico, dado que
ponen bajo tela de juicio y problematizan aquellos aspectos de la realidad, y de nosotros
mismos, que a simple vista no admiten la menor duda.

No obstante, cabe destacar que ante semejante clase de preguntas, no habrá una única
respuesta que pueda responderlas de una vez y para siempre. Evidentemente tales
interrogantes abren un abanico potencialmente infinito de respuestas posibles y todas válidas.
Es decir que nadie puede presumir de ser poseedor de la respuesta correcta, por el simple
hecho de que la “respuesta correcta” no existe. Nadie es capaz de responder de manera
acabada y concluyente, por ejemplo, a la pregunta de cómo alcanzar la felicidad. De este
modo, la filosofía propone y vive en el debate de ideas y discursos, es decir: en el
pensamiento humano. Esta es una de las características esenciales de la filosofía, la de ser
polémica. Esta palabra proviene del griego polemos, que significa disputa o guerra. Esto
quiere decir que el carácter propio de la filosofía es aquél que permite y alienta la
confrontación discursiva entre ideas diferentes y antagónicas, posibilitando el intercambio y
la interacción entre posturas y puntos de vista divergentes en torno a temas fundamentales
como los mencionados más arriba.

Pero, si no existen respuestas correctas, entonces ¿a dónde deberemos ir y en dónde


deberemos buscar para poder ensayar o expresar una respuesta ante estas preguntas? Si en
verdad queremos responder, deberemos ir a buscar la respuesta dentro de nosotros mismos
utilizando nuestra propia creatividad e inventiva. En efecto, si sostenemos que ante los
interrogantes de la filosofía no existen respuestas únicas que valgan para todos, entonces
debemos comprometernos con nosotros mismos en pos de generar una respuesta propia, que
exprese nuestro punto de vista. Este es el segundo aspecto esencial de la filosofía, el carácter
de autenticidad con el que hay que transitarla.

La filosofía, entonces, se relaciona íntimamente con la creatividad humana, y no solo con la


creatividad, sino también con la libertad, puesto que -como dijimos antes- la respuesta que
alguien pueda dar ante tales interrogantes será de su propia autoría, no pudiendo delegar la
responsabilidad de la respuesta en otra persona. Es que, como es evidente, los interrogantes de
la filosofía interpelan e involucran por completo a quien asume la responsabilidad de
responderlos. Por ejemplo: si me preguntara a mí mismo ¿qué es la felicidad?, esa pregunta
solo podría ser respondida de manera auténtica por mí mismo, puesto que la posibilidad de mi
propia felicidad depende de cómo yo conteste a ese interrogante, independientemente de
cómo respondan las demás personas. El hecho de no afrontar esa pregunta, dejando que
alguien más responda por mí, supone un acto de irresponsabilidad y de subordinación de mi
parte, puesto que, en lugar de apropiarme de la pregunta y ensayar una respuesta que me
represente, estaría abandonándome a los dictámenes de otro, sometiéndome a él.

De modo que la filosofía puede practicarse y llevarse a cabo bajo condiciones que favorezcan
la libertad de aquellos que emprenden su camino, pues es evidente que en aquellos lugares en

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donde la libertad se halla restringida, la posibilidad de filosofar se encuentra, también ella,
debilitada. Piénsese, por ejemplo, en los gobiernos dictatoriales o en los regímenes totalitarios,
en donde el pensamiento libre se encuentra restringido precisamente por representar una
amenaza contra aquellos que detentan el poder. De este modo, puede rescatarse otro de los
aspectos esenciales del ejercicio de la filosofía: colocar bajo un análisis minucioso aquellas
verdades que se imponen como “evidentes” y que nadie discute. Así, puede apreciarse el
valor de la filosofía para el desarrollo del ser humano y la importancia que tiene en todo
tiempo filosofar.

En definitiva, la filosofía aspira a liberar al ser humano de las cadenas de la ignorancia para
que éste logre aproximarse a la verdad. No obstante, cada uno de nosotros debe caminar su
propio camino hacia ella, asumiendo la responsabilidad y el riesgo que implica vivir
auténticamente sin respuestas preexistentes que nos excusen de responder por nosotros
mismos.

Actividades

1) Escriba al menos tres preguntas que considere que son de carácter filosófico y que sean
relevantes para usted.

2) ¿Cuáles son los aspectos fundamentales de la filosofía mencionados en el texto?

3) Después de haber leído el texto, ¿por qué puede sostenerse que la filosofía y la libertad se
encuentran estrechamente unidas? Responda con sus palabras.

4) ¿Por qué se afirma en el texto que las respuestas a las preguntas filosóficas dependen de la
creatividad de quien intenta responderlas?

5) ¿Qué aportes cree usted que puede hacer la filosofía en la actualidad?

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LA FILOSOFÍA - Karl Jaspers (1949)
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?

¿Qué es la filosofía que se manifiesta de manera universal bajo tan singulares formas? La
palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a sophós. Se trata del amante del
conocimiento (del saber) a diferencia de aquel que, estando en posesión del conocimiento, se
llamaba sapiente o sabio. Etimológicamente el término filosofía significa “amor al
conocimiento”. Este sentido de la palabra ha persistido hasta hoy: la búsqueda de la verdad,
no la posesión de ella, es la esencia de la filosofía. El filósofo es quien se halla “de camino
hacia...”. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se convierte
en una nueva pregunta.

LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA

La historia de la filosofía como actividad del pensamiento tiene sus comienzos hace dos mil
quinientos años. Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico
y acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos asentados por el
trabajo mental efectuado previamente. Origen es, en cambio, la fuente de la que surge en
todo tiempo el impulso que mueve a filosofar. Este origen es múltiple, pues posee diferentes
maneras mediante las cuales se expresa. La primera de ellas es el asombro, cuya experiencia
nos desencaja respecto de aquello que creíamos conocer. De él sale la pregunta, el
interrogante que nos conduce hacia la búsqueda del conocimiento frente a lo que no
comprendemos. Esto nos conecta con el segundo de los orígenes: la duda, que expresa el
desconcierto y la ignorancia que tenemos sobre alguna cuestión determinada. El tercero de los
orígenes que podemos encontrar es el deseo de conocimiento. Tal como afirmaba Aristóteles,
todos los seres humanos deseamos conocer por naturaleza y de forma instintiva. A este le
siguen las situaciones límites, que indican circunstancias especiales de la vida que nos
conducen hacia sus propios límites. Y por último, la comunicación, característica específica
del ser humano sin la cual la filosofía no podría existir.

A) Asombro: Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Sostenía que la


posibilidad de contemplar el cosmos nos ha “dado el impulso de investigar el universo. De
aquí brotó para nosotros la filosofía, el mayor de los bienes ofrecidos por los dioses a la raza
de los mortales". Precisamente, la posibilidad de asombrarnos frente a los fenómenos de la
existencia nos conduce a ensayar todo tipo de respuestas con la finalidad de satisfacer la
angustia o la zozobra que dicho estado de azoramiento nos genera. El asombro es una
sensación que ocurre cuando una circunstancia o un hecho rompe o pone en duda la

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comprensión que teníamos previamente a su surgimiento. Por ejemplo: la fabricación del
primer avión causó un asombro tremendo en los seres humanos, dado que hasta ese momento
la posibilidad de volar formaba parte sólo de la fantasía y no de la realidad.

B) Duda: Luego del asombro ante lo recién conocido emerge la duda. Es evidente que una
vez que hemos sido sacudidos por los sucesos que llevaron a asombrarnos buscamos
respuestas, sin embargo las respuestas que encontramos pueden no ser las correctas, es allí
cuando surge la duda. Dudamos de los conocimientos que se presumen como verdaderos,
buscamos las razones para creer en ellos, indagamos en sus fundamentos con la finalidad de
hallar una certeza libre de dudas. Precisamente la filosofía cumple dicha función, la de dudar
de aquellos principios o creencias que se imponen, cumpliendo su función de búsqueda de la
verdad. De este modo podemos comprender cómo la duda es uno de los orígenes de la
filosofía.

C) Deseo de conocimiento: Todo ser humano siente curiosidad ante ciertos hechos de la vida
que lo llevan a desear conocerlos para poder explicarlos y así comprenderlos. El deseo de
conocer es tan fundamental en todas las personas que lo podemos ver incluso en la actitud de
los más pequeños, cuando buscan vivir nuevas experiencias, o cuando hacen preguntas tan
incisivas como ningún adulto puede llegar a hacer. También basta ver la historia de la
humanidad para comprender cómo este deseo de conocimiento nos ha llevado al grado de
desarrollo tecnológico del que somos parte hoy en día. Entonces, si definimos a la filosofía
como la búsqueda del conocimiento, es evidente que ella adquiere gran parte de su fuerza de
este deseo propio y esencial del ser humano.

D) Situaciones límites: Hay situaciones de la vida que no pueden alterarse, que forman parte
de su estructura misma, que todas las personas habremos de atravesar en algún momento de
nuestra existencia, independientemente de la sociedad en la que vivamos, de las creencias que
tengamos, del siglo en el que nos haya tocado vivir, etc. Son situaciones propias de la vida
que tarde o temprano deberemos enfrentar y de las que nos podremos huir. El ejemplo más
claro es la muerte. Se dice que estas situaciones son límites precisamente porque nos ponen
en la frontera misma del sentido de nuestra vida. Es decir, nadie puede eludir la muerte, todos
y todas sabemos que es un hecho inevitable que en algún momento nos sucederá, sin embargo:
¿qué es la muerte? ¿es el paso a la vida eterna? ¿es el punto final de la vida? ¿es el paso a la
reencarnación en otro cuerpo y con otra identidad? Las situaciones límites son uno de los
orígenes de la filosofía porque nos colocan ante la necesidad de tomar una postura en torno a
su sentido, puesto que no podemos salirnos de ellas, tenemos que buscar e intentar encontrar
el verdadero significado que tienen en nuestra vida.

E) Comunicación: el último de los orígenes de la filosofía señala a aquella actividad propia


del ser humano mediante la cual es posible el encuentro profundo entre todos. Es a través del
diálogo cómo las personas podemos ponernos en común, intercambiar opiniones, considerar
puntos de vista diferentes de los nuestros, pensar en conjunto, resolver problemas, etc. La
filosofía encuentra su sentido en el vínculo estrecho que puede establecerse entre las personas,
en la escucha y la comprensión mutua, en la indagación hacia nuevos conocimientos que
ofrezcan nuevas posibilidades al conjunto de la sociedad.
El origen de la filosofía está, entonces, en el asombro, en la duda, en el deseo de
conocimiento, en la experiencia de las situaciones límites, pero, en último término y
encerrando en sí todo esto, en la voluntad de la comunicación propiamente tal. Así se muestra
desde un principio ya en el hecho de que toda filosofía nos impulsa hacia la comunicación, se
expresa, quiere ser oída, en el hecho de que su esencia es la co-participación misma y ésta es
indisoluble de la esencia de la verdad. Únicamente en la comunicación se alcanza el fin de la
filosofía, en el que está fundado en último término el señuelo de todos los fines: el
interiorizarse del ser, la claridad del amor, la plenitud del reposo.

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Actividades

1) Ofrezca un ejemplo de cada uno de los cinco orígenes de la filosofía.

2) ¿Cuál es la diferencia entre el filósofo y el sabio? Desarrolle.

3) ¿Cuál es la diferencia entre comienzo y origen?

Alegoría de la Caverna
Platón describió en su alegoría de la caverna un espacio cavernoso, en el cual se encuentran
un grupo de hombres, prisioneros desde su nacimiento por cadenas que les sujetan el cuello y
las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin
poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un pasillo y,
seguidamente y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la
cueva que da al exterior. Por el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de
objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que
los prisioneros pueden ver.
Estos hombres encadenados consideran como verdad las sombras de los objetos. Debido a las
circunstancias de su prisión se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas todas y cada
una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus
espaldas.
La narración continúa contando lo que ocurriría si uno de estos hombres fuese liberado y
obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando, de este modo, una nueva
realidad. Una realidad más profunda y completa, ya que ésta es causa y fundamento de la
primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles. Una vez que ha asumido el hombre
esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través
de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (hombres, árboles,
lagos, astros, etc.) fundamento de las anteriores realidades. Seguidamente dirige su mirada
hacia el Sol quedando de este modo enceguecido por su luz y deslumbrado por la bastedad y
riqueza de una realidad tan desconocida como inimaginable para él.
La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero al interior de la caverna para
"liberar" a sus antiguos compañeros de cadenas, lo que haría que éstos se rieran de él. El
motivo de la burla sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegado por el
paso de la claridad del sol a la oscuridad de la cueva. Cuando este prisionero intenta desatar y
hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, Platón nos dice que éstos son capaces de
matarlo y que efectivamente lo harán cuando tengan la oportunidad, con lo que se entrevé una
alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al
ser condenado a muerte.

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Distinción entre saber vulgar, científico y filosófico

La palabra "saber" tiene sentido muy amplio; equivale a toda forma de conocimiento y se
opone, por tanto, a "ignorancia". Pero hay diversos tipos o especies de saber, que
fundamentalmente se reducen a dos: el ingenuo o vulgar, y el crítico.

A- Saber Vulgar

El saber vulgar o ingenuo es espontáneo: se va acumulando sin que nos propongamos


deliberada o conscientemente adquirirlo; se lo va logrando a lo largo de la experiencia diaria.
Por ejemplo: cómo encender una llave de luz, o qué hacer si estamos conduciendo un auto y
vemos el semáforo en rojo, etc. Se trata entonces del saber que proviene de nuestro contacto
cotidiano y corriente con las cosas y con las personas, el que nos trasmite el medio
circundante en el cual nos movemos.

En segundo lugar, se trata de un saber socialmente determinado; es decir que pertenece a una
comunidad determinada. Por la misma razón que es espontáneo, el saber vulgar está
dominado por la sociedad respectiva y por sus propias reglas; de este modo nuestro saber
vulgar es diferente del que tuvieron –por ejemplo- los hombres de la Edad Media o del que
tienen los habitantes de una sociedad distinta de la nuestra. Suele designarse este tipo de saber
con la expresión "sentido común".

Otra característica que puede encontrarse en el saber vulgar es que está atravesado por
factores emocionales, es decir: no teóricos, que impiden representarse las cosas tales como
son, sino que lo hacen de manera deformada. De manera que se trata aquí de un saber de las
cosas en función de los prejuicios, temores, esperanzas, simpatías o antipatías del grupo social
a que se pertenece.

El saber ingenuo, pues, es subjetivo, porque no está determinado esencialmente por lo que las
cosas u objetos son en sí mismos, sino por la vida emocional del sujeto. Por ello este saber
difiere de un individuo a otro, de un grupo social a otro, de país a país, de época a época, sin
posibilidad de acuerdo entre sí.

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Si se observa, no el contenido, sino la conformación de este saber, se notará una cuarta
característica: su asistematicidad. Porque el saber vulgar se va constituyendo sin un orden
lógico que lo articule en su estructura, sino que en él predominan las circunstancias fortuitas
de la vida que afectan a cada persona en particular o a la colectividad social en general.

Podríamos resumir el saber vulgar diciendo que es aquél “imaginario colectivo” que regula el
comportamiento y la percepción de los hechos en una sociedad determinada, constituido por
prejuicios y nociones vagas y muchas veces infundadas.

B- El saber crítico

"Crítica" procede del griego, del verbo krínein, que significa "discernir", "separar",
"distinguir". "Crítica", entonces, equivale a "examen" o "análisis" de algo.

Mientras el saber ingenuo es espontáneo, en el saber crítico domina el esfuerzo: el esfuerzo


para colocarse en la actitud crítica. El saber crítico, entonces, exige disciplina, y un cambio
fundamental de nuestra anterior actitud ante el mundo (la espontánea).

Es característica esencial del saber crítico estar presidido por un método, vale decir, por un
procedimiento, convenientemente elaborado, para llegar al conocimiento, un conjunto de
reglas que establecen la manera legítima de lograrlo. El término “método” procede del griego
y significa: "el camino a seguir", los pasos a seguir para realizar una acción.

Mientras que en el saber vulgar la mayoría de las afirmaciones se establecen porque sí, o, al
menos, sin que se sepa el porqué, el saber crítico, en cambio, sólo puede admitir algo cuando
está fundamentado, es decir que exige que se presenten los fundamentos o razones de cada
afirmación ofrecida o sostenida.

Por lo que se refiere a su configuración, en el saber crítico predomina siempre la organización,


la ordenación, y su articulación resulta de relaciones estrictamente lógicas, no provenientes
del azar; en una palabra, es sistemático, lógicamente organizado (la organización lógica hace
que el saber crítico no pueda soportar las contradicciones; y si éstas surgen, son indicio
seguro de algún error y obligan de inmediato a su revisión para tratar de eliminarlas).

La crítica opera con la finalidad de evitar la intromisión de todo factor subjetivo; en el saber
crítico domina la exigencia simplemente teórica, el puro saber y su fundamentación, y aspira
a ser universalmente válido: pretende lograr la más rigurosa objetividad, porque lo que busca
es saber cómo son realmente las cosas, y no simplemente como nos parece que son.

El saber crítico suele contradecir al “sentido común”. La característica que permite separar el
saber vulgar del crítico no es tanto el contenido de los conocimientos, sino más bien el modo
cómo lo afirman, pues deben estar convenientemente fundados, es decir que lo que en el
fondo define y distingue al saber vulgar del crítico es nuestra actitud frente a los contenidos o
afirmaciones realizadas.

- Dentro del saber crítico se distinguen la Ciencia y la Filosofía.

La expresión "saber crítico", entonces, abarca tanto la ciencia cuanto la filosofía. Pero si
sostenemos que la amplitud y profundidad de la filosofía son máximas, deberemos decir
entonces que la función crítica alcanza en la filosofía su grado máximo también.

1) La ciencia: saber con supuestos

Si bien la actitud científica es actitud crítica, su crítica tiene siempre un alcance limitado, y
ello en dos sentidos:

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a) Por un lado porque la ciencia es siempre ciencia particular, es decir: se ocupa tan
sólo de un determinado sector de objetos, de una zona del mundo bien delimitada –
por ejemplo: la matemática sólo se ocupa de los objetos matemáticos; la geografía, de
las montañas y los ríos, la física de los fenómenos físicos, etc.

b) Y aquí aparece la segunda limitación: dado que la ciencia se ocupa solamente de un


determinado sector de objetos, y no de la totalidad, no puede preguntarlo todo, no
puede cuestionarlo todo, y por lo tanto siempre tendrá que partir de ciertos supuestos
nunca cuestionados o puestos en duda: la ciencia es un saber con supuestos que nunca
puede discutir.

El término "supuesto" es un compuesto del prefijo "sub", que significa "debajo", y del
participio "puesto", de manera que "supuesto" quiere decir literalmente "lo que está puesto
debajo" de algo, constituyendo el soporte o la base sobre la cual ese algo se asienta. Y bien, el
hombre de ciencia procede siempre partiendo de ciertos supuestos - creencias, afirmaciones o
principios- que no discute ni investiga, que admite simplemente sin ponerlos en duda ni
preguntarse por ellos porque precisamente su investigación comienza a partir de ellos, sobre
la base de ellos.

2) La Filosofía como crítica universal y saber sin supuestos

La filosofía intenta ser un saber sin supuestos. El proceso de crítica universal de la filosofía
consiste en reflexionar sobre los fundamentos de todas las cosas: sólo si éstos resultan firmes,
el saber queda justificado, y en caso contrario, si los fundamentos no son lo suficientemente
sólidos, habrán de ser eliminados o reemplazados por otros que lo sean. A diferencia de la
ciencia, que limita su examen siempre a la zona de objetos que le es propia, la filosofía puede
encontrar motivos de duda y cuestionamiento en absolutamente todo sin limitarse a un sector
de objetos en particular. La filosofía se ocupa de la totalidad de los objetos que existen, en ese
caso podríamos caracterizarla como el saber más amplio de todos.

Conocimiento Científico

¿Qué analiza? Analiza las causas inmediatas de los


fenómenos
¿En qué centra su estudio? En las causas de los hechos particulares de los
fenómenos naturales
¿Es un conocimiento útil? Sí, porque busca dominar y poner al servicio
del ser humano los fenómenos naturales
¿Su campo de estudio es total o parcial? Es parcial porque se refiere a un solo aspecto
de la realidad
¿Qué método sigue? Utiliza el método inductivo y es experimental
porque va de lo singular a lo universal
¿Progresa o evoluciona? Sí, es un conocimiento de tipo acumulativo
que, además, sufre transformaciones que
ayudan a resolver viejos y nuevos problemas

Conocimiento Filosófico

¿Qué analiza? Las causas últimas; busca el motivo y la


esencia de las cosas
¿En qué centra su estudio? En las esencias y en las causas primeras de la
realidad

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¿Es un conocimiento útil? No es útil en el mismo sentido que el
conocimiento científico. Suele decirse que la
práctica de la filosofía se produce por “amor
al conocimiento” sin buscar nada más allá de
él mismo
¿Su campo de estudio es total o parcial? Es total porque busca explicar y dar cuenta de
la totalidad de la realidad o de su esencia
¿Qué método sigue? Utiliza el método deductivo, parte de
principios universales para llegar a principios
particulares de la realidad
¿Progresa o evoluciona? No, los interrogantes filosóficos nunca
pueden resolverse de manera acabada y
definitiva, por lo que sus cuestionamientos
son siempre vigentes. Lo que varía de un
planteo a otro es la forma de ensayar una
respuesta posible a la pregunta planteada.

Ramas de la Filosofía

Las ramas de la filosofía más destacadas son: metafísica, gnoseología, política, ética y
estética. Todas ellas están interrelacionadas.
Las primeras investigaciones sistemáticas de la humanidad se llevaron a cabo dentro de un
marco mitológico o religioso. Era una filosofía con ramas no muy separadas entre sí, que se
basaban más que todo en creencias, poderes sobrenaturales y tradiciones sagradas.
En la Antigua Grecia, el término “filosofía” significaba la búsqueda del conocimiento por sí
mismo, y abarcaba todas las áreas de conocimiento, incluyendo las artes, las ciencias y la
religión.
En la raíz está la metafísica, el estudio del ser y la naturaleza de la existencia. Estrechamente
relacionada está la gnoseología, el estudio del conocimiento y la manera en que conocemos la
realidad. Luego encontramos a la ética, que se encarga de estudiar el valor moral de las
acciones humanas. La política es el estudio del mejor orden social posible para la vida en
comunidad. La estética, por su parte, reflexiona sobre los valores estéticos y universales
expresados en el arte, como así también la naturaleza de las obras artísticas en general.

1- Metafísica (Ontología)

Es la rama de la filosofía responsable del estudio de la existencia en general. Es la indagación


acerca del fundamento de la realidad y de la constitución sobre la que se asienta una
cosmovisión determinada. Responde a la pregunta “¿Qué es?” Abarca todo lo que existe.
Etimológicamente la palabra Metafísica significa “más allá de la física”, por eso se dice que
su interés último remite al sentido de la existencia en general.

2- Gnoseología (Teoría del conocimiento)

La gnoseología es el estudio del método mediante el cual somos capaces de adquirir


conocimiento. Responde a la pregunta: “¿Cómo conocemos?” Abarca la naturaleza de los
conceptos, la construcción de los conceptos, la validez de los sentidos y el razonamiento
lógico.
También se encarga de los pensamientos, las ideas, los recuerdos, las emociones y todos los
procesos mentales que contribuyen a nuestra captación de la realidad.

3 – Ética

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La ética es la rama de estudio que trata sobre cuál es el curso de acción apropiado para el
hombre. Responde a la pregunta: “¿Qué debo hacer?” Es el estudio del bien y el mal en los
esfuerzos humanos.
En un nivel más fundamental, es el método por el cual se categorizan los valores y éstos se
siguen ¿Se busca la propia felicidad, o se sacrifica una causa mayor? La ética es un requisito
para la vida humana. Es el medio de decidir un curso de acción. Sin ella, las acciones serían
aleatorias y sin objetivo. No habría manera de trabajar hacia una meta porque no habría
forma de elegir entre un número ilimitado de metas.
Un sistema de ética debe consistir no sólo en situaciones de emergencia, sino en las
decisiones cotidianas que se hacen constantemente. Debe incluir las relaciones con los demás,
y reconocer su importancia no sólo para la supervivencia física, sino para el bienestar y la
felicidad.

4 – Estética

La estética es el estudio del arte, así como del propósito que hay detrás de él. ¿El arte consiste
en la música, la literatura y la pintura? ¿O incluye una buena solución de ingeniería, o una
hermosa puesta de sol?
Estas son las preguntas que apuntan en la estética. También estudia métodos de evaluación
del arte, y permite juicios del arte. La estética intenta definir los principios que definen el arte
y la belleza. Su propósito es concretar una abstracción para llevar una idea o emoción al
alcance del observador.

5 – Política

La filosofía política analiza y reflexiona acerca de los diferentes tipos de organizaciones


sociales que pueden existir, con sus instituciones propias, principios comunes, dinámicas
internas, valores y leyes. Resulta fundamental en este punto pensar en aquello que une a una
sociedad, las libertades concedidas a sus ciudadanos, la división o no de los poderes que la
constituyen y su devenir intrínseco.

Actividad

1) Formule una pregunta para cada una de las ramas de la filosofía expuestas en el texto.

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Unidad 2
Comienzos de la Filosofía

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Comienzos de la Filosofía

El Mito (Mytho)
El término mito designa una historia fabulosa de tradición oral que explica, por medio de la
narración, las acciones de seres que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza o
aspectos de la condición humana; se refiere especialmente a la que narra las acciones de los
dioses o héroes de la Antigüedad.

En la época de la Grecia antigua los hechos ocurridos se interpretaban y vivían a través de las
creencias tradicionales heredadas de sus antepasados. Todo suceso que tenía lugar se
explicaba a partir de la existencia de los dioses que poblaban hasta los últimos rincones de la
Naturaleza y de sus ciclos internos. De este modo debe entenderse que los mencionados
dioses estaban constantemente implicados en los asuntos humanos y no sólo en los
acontecimientos naturales. Los relatos míticos son intentos por explicar las condiciones
externas a las que se encuentra expuesta la existencia humana, como así también de dar
cuenta de las características anímicas fundamentales del ser humano.

Es así que en muchas de sus narraciones puede observarse a los dioses allí representados
teniendo actitudes típicamente humanas o padeciendo sucesos impropios de una divinidad.
Las creencias míticas formaban parte de todos los momentos de la vida y de la experiencia
cotidiana en la antigüedad, pues para los griegos los dioses estaban siempre presentes, por lo
que la historia humana se hallaba íntimamente entremezclada con la de las divinidades.

Son básicamente dos las preguntas que las narraciones míticas intentan responder: ¿cuál es el
origen del cosmos? Y ¿cuál es el orden del cosmos? Da la primera se encarga la cosmogonía,
mientras que de la segunda se ocupa la cosmología.

El término Cosmogonía es utilizado para señalar aquella narración mítica que intenta explicar
el origen del cosmos desde sus inicios. A su vez la palabra Cosmología indica el estudio de la
estructura o el orden del cosmos y de sus relaciones.

Si bien como ya fue dicho más arriba los relatos míticos son de carácter oral, los poetas
Homero y Hesíodo fueron los encargados de dejar testimonio escrito de las creencias de la
antigua Grecia.

Sobre la figura histórica de Homero se sabe muy poco, y los registros que han llegado a
nuestro tiempo no son en ningún caso fiables además de ser, la mayoría de las veces,
contradictorios entre sí. No se conocen con certeza los años de su nacimiento ni el de su
muerte, como así tampoco el lugar del que fue originario. Es por eso que muchos de los
investigadores se inclinan por la hipótesis de que en realidad nunca existió y de que su figura
es sólo una creación de la época, atribuyen los escritos que llevan su nombre a la acumulación
más o menos azarosa de partes de otros textos de la antigüedad.

En tanto a Hesíodo suele ubicárselo en el siglo VII a.C., si bien también existen controversias
acerca de los años por los que transcurrió su vida. Se cree que nació y murió en la región del
Ática. Su obra más famosa es la Teogonía, en la cual se narra el origen y la genealogía de los
dioses.

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El olivo y el mito de la fundación de Atenas
El olivo y el aceite de oliva están estrechamente vinculados a la cultura y a la historia
de Grecia. La vinculación es tal que el mismo origen de Atenas se le atribuye a un olivo.

El mito griego de la fundación de Atenas. Situados en la antigua Grecia, cuando se fundó la


polis de Atenas, Poseidón, el dios del Mar y Atenea, la diosa de la sabiduría y la justicia,
entraron en una competición para conseguir ser los protectores de la ciudad. Viendo la eterna
disputa entre los dos dioses, Zeus intervino y estableció conceder el dominio y la protección
de aquel territorio a quien fuera capaz de hacer el regalo más útil para la humanidad.
Poseidón golpeó con su tridente y dio al pueblo agua salada. En cambio, Atenea, concedió al
pueblo el primer olivo y les explicó los múltiples beneficios que el árbol y su fruto podía
darles. Gracias al olivo, Atenea se convirtió en la deidad patrona de los atenienses y en su
honor le pusieron su nombre a la polis.
A lo largo de la historia de Atenas hay una gran presencia del olivo, tanto en la literatura y la
mitología como en el día a día de sus habitantes. De hecho, el olivo, era un árbol de tal

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importancia que a los vencedores de los juegos olímpicos griegos se les coronaba con ramas
de olivo. El aceite de oliva se utilizaba como un ingrediente vital en unciones sagradas y
perfumes, como combustible adicional, y por supuesto, como un componente importante de
su propia dieta.

El Logos
Logos es una palabra polisémica, es decir que se le atribuyen una variedad de sentidos
diferentes. Sus significados más habituales son el de discurso, argumentación o
razonamiento, aunque algunos filósofos le han dado otros usos.

Los primeros que iniciaron el llamado «paso del mito al logos» fueron los filósofos
presocráticos, puesto que iniciaron un tipo de pensamiento que rompía con las formas míticas
para empezar a edificar una reflexión de carácter racional. Este proceso fue propiciado por las
especiales características del espíritu crítico que permitió una especulación libre de ataduras a
dogmas y textos sagrados.

Este grupo de pensadores intentó dar nueva contestación a los mismos interrogantes que
anteriormente habían sido respondidos a través del discurso mítico. Es decir que, volviéndose
sobre aquellas preguntas fundamentales, –como por ejemplo: ¿cuál es el origen del mundo?
(Cosmogonía) Y ¿cuál es el orden de la realidad? (Cosmología)- ensayaron diferentes
soluciones apoyadas en la observación de la naturaleza y en la reflexión racional. Las
conclusiones a las que llegaban eran expresadas por medio de argumentos susceptibles de ser
examinados y discutidos por cualquier persona interesada en elaborar dichas problemáticas
por sí misma. Ésta es la razón por la cual existieron distintas alternativas que intentaron
resolverlas. Precisamente fue el carácter esencialmente crítico de la búsqueda del
conocimiento (Filosofía) el que posibilitó reelaborar bajo una nueva mirada aquellos
interrogantes acerca del origen y de la naturaleza de todo cuanto existe.

En ese sentido la investigación se valió de tres conceptos clave que la articularon:

Arkhé (fundamento)

Physis (naturaleza)

Logos (discurso, razonamiento, ley)

De este modo las preguntas fundamentales a las que se enfrentaron los primeros filósofos
pueden ser expresadas de la siguiente manera: ¿cuál es el origen y el fundamento (arkhé) del
mundo? ¿Cuál es la naturaleza esencial (physis) de las cosas? Y ¿cuál es el sentido o la ley
interna (logos) que gobierna el devenir de la realidad? Estos cuestionamientos intentan agotar
la cuestión del Cosmos, es decir del orden propio de toda la realidad.

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Primeras reflexiones

¿Considera que la oruga es el mismo ser que la mariposa a pesar de los cambios ocurridos
durante el proceso? ¿Por qué? En caso que su respuesta sea afirmativa, ¿Qué hace que se
preserve la identidad de un punto a otro del desarrollo?

18
A pesar de la multitud de animales y la gran diversidad de características que cada uno
presenta, ¿qué hace posible que todo ese panorama sea una y la misma “realidad”? ¿Es
posible captar esa “realidad” por medio de los sentidos? En caso negativo, ¿Cómo es posible
captarla? ¿Cuál será la característica esencial de esa “realidad”? ¿Cuál será el elemento
fundamental y constitutivo de esa “realidad” que hace posible que surja toda la diversidad que
captamos?

Filósofos presocráticos
Los filósofos presocráticos fueron los primeros pensadores que rompieron con las formas
míticas de pensamiento para empezar a edificar una reflexión de carácter racional. Es decir,
fueron los primeros que iniciaron el llamado «paso del mito al logos».

El eje de sus reflexiones se centraba en la búsqueda del elemento fundamental (arkhé) del
mundo, entendido como naturaleza (physis) regida por sus propios ciclos naturales (logos). La
totalidad ordenada naturalmente es lo que se entendía bajo el nombre de Cosmos (kosmos),
opuesto al Caos (khaos).

Frente a la multiformidad del mundo y los cambios que en él se producen, los antiguos
griegos se preguntaron por aquello que permite preservar el orden y la unidad que hace que el
mundo sea uno y el mismo siempre. Es decir que buscaban la unidad en la diversidad del
mundo, la identidad en el cambio, y aquello que a su vez ordena todo el elemento que
constituye el mundo.

Puesto que consideraban que la naturaleza (physis) era una totalidad ordenada (kosmos),
buscaban encontrar el elemento fundamental (arkhé) que hace que el mundo sea siempre uno
y el mismo frente a la multiplicidad de los hechos y el transcurso de los sucesos.

19
Introducción a Heráclito y Parménides
A continuación, se presentarán dos filósofos que han dejado una huella indeleble e
imperecedera en la historia del pensamiento en general y de la filosofía en particular. Cuando
anteriormente caracterizamos a los primeros filósofos presocráticos mencionamos que su
búsqueda se centraba en encontrar el fundamento (arkhé) de toda la naturaleza (physis), y que
su intención apuntaba a explicar racionalmente la multiplicidad y el cambio continuo al que
está sometida la realidad a través de la unidad de un principio único que pudiera dar cuenta de
todo eso.

Precisamente en este punto se produce una divergencia entre dos posturas antagónicas, la de
Heráclito y la de Parménides. El primero de estos dos filósofos postulaba que la realidad es en
verdad puro devenir y cambio incesante, que todo se transforma en un proceso continuo de
nacimiento y destrucción del que nada escapa; mientras que el segundo de los pensadores
sostenía que en realidad nada cambia, pues lo que en verdad es, es decir el ser, es lo que
permanece esencialmente inalterado e invariable.

Heráclito de Éfeso

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Heráclito nació en Éfeso, ciudad situada en Jonia, costa de Asia Menor y cerca de Mileto,
lugar de procedencia de Tales, Anaximandro y Anaxímenes, y su vida transcurrió
aproximadamente entre el 544 a.C. y el 484 a.C.

De su obra quedan apenas unos cuantos fragmentos, y todo lo que puede saberse de él se lo
debemos a los pensadores posteriores que recogieron parte de su legado. No obstante, vale la
pena aclarar que los escritos que lograron conservarse poseen un estilo que hacen difícil su
acceso y su comprensión, por ese motivo ya en su época se lo conocía con el sobre nombre de
“el Oscuro”.

Heráclito expresó del modo más vigoroso, y con gran riqueza de metáforas, la idea de que la
realidad es puro devenir, incesante transformación. Algunas de sus frases más conocidas son:
"todo fluye", "todo pasa y nada permanece" o “el sol es nuevo cada día” (Frag. 6). Para eso se
vale de numerosas imágenes, la más famosa de las cuales compara la realidad con el curso de
un río:

"no podemos bañarnos dos veces en el mismo río" (fragmento 91)

Porque cuando regresamos a él, sus aguas, continuamente renovadas, ya son otras, y hasta su
lecho y sus riberas se han transformado, de manera que no hay identidad entre el río del
primer momento y el de nuestro regreso a él. El río de Heráclito simboliza entonces el cambio
perpetuo de todas las cosas. Por tanto, lo “substancial”, es decir aquello que tiene cierta
consistencia fija y constante, no la puede tener sino en apariencia, pues todo lo que se ofrece
como permanente es nada más que una ilusión que encubre un cambio tan lento que resulta
difícil de percibir.

Para explicar la naturaleza impermanente del cosmos, Heráclito sostiene que todos los objetos
que existen llevan en sí mismos una contradicción natural, así como la jornada se compone de
la noche y el día, o el año de las distintas estaciones diferentes y contrarias entre sí:
invierno/verano y otoño/primavera, etc. De este modo la totalidad, que no es otra cosa que la
unidad, alberga dentro de sí la diferencia entre los contrarios: “Los hombres ignoran que lo
divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas (…)” (frag.
51). Ahora bien, esa continua contradicción y alteración en todas las cosas es en realidad
armonía. Y esa armonía se debe a que, según Heráclito, existe una Ley Primera y única que
domina y dirige el movimiento en el universo: “Lo contrario se pone de acuerdo; y de lo
diverso surge la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia” (frag.
8). Es decir que si bien todo está sujeto al cambio, existe no obstante una medida para dicho
proceso. Así, hay un ritmo que regula el devenir de la realidad otorgándole orden al cambio.
A esta ley se la denomina Logos o Razón universal, la cual es común a todos nosotros y a
todas las cosas, conformando así la totalidad del kosmos.

A su vez, tal y como sucedía con los pensadores jónicos que lo precedieron, Heráclito postula
un arkhé de carácter físico: el fuego. Sostenía que la physis era, en última instancia, fuego:
“Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hizo ningún dios o ningún hombre; sino que
fue siempre, es ahora y será fuego siempre viviente, que se prende y apaga según medida.”
(frag. 30)

No obstante, las interpretaciones realizadas sobre esta afirmación indican que la elección del
fuego como arkhé funciona a modo de metáfora para indicar el cambio incesante que domina
toda la realidad. De este modo el fuego vendría a ser el símbolo del cambio antes que la
esencia misma de la naturaleza.

21
Parménides de Elea

Se estima que nació en Elea, ciudad griega situada en lo que hoy es Italia hacia los años 515 a
510 a.C. y se desconoce el año de su muerte.
La obra que ha llegado a nuestros días lleva el nombre De la naturaleza, poema en donde
expone su filosofía.

Parménides es el primer filósofo que procede con total rigor racional, convencido de que
únicamente con el pensamiento y no con los sentidos puede alcanzarse la verdad y de que
todo lo que se aparte de aquella no puede ser sino error. En la primera parte de su poema, el
autor nos expone su pensamiento filosófico bajo una premisa fundamental: lo que es, el Ser,
puede pensarse y por ende también expresarse; por el contrario lo que no es, el No-ser,
no puede pensarse ni tampoco expresarse:

“La decisión consiste en esto: es o no es” Fragmento 8.

Ahora bien, es necesario afirmar que hay, y eso que hay (la realidad) es el ser, más allá de
cualquier diferencia. En efecto, decimos que una silla “es”, que una montaña “es”, que un
sonido “es”, etc. Y expresamos que todas esas cosas “son” porque participan del ser.
Es una afirmación del ser como unidad y un rechazo del devenir o el cambio entendido como
multiplicidad. Es decir que la unidad es la verdad del Kosmos, y todo lo que implica algún
tipo de diferencia no es más que una ilusión.

El razonamiento es el siguiente: si todo es “ser”, entonces: ¿qué puede haber distinto del él?
La respuesta es simple: el “no-ser”, pero el no-ser no existe, precisamente porque no-es. Por
lo tanto, si nada hay distinto del ser, entonces el cambio y la multiplicidad son sólo ilusiones
de nuestros sentidos, y lo único real y verdadero es aquello que no cambia ni se altera: el ser.
Una de las aportaciones principales de la filosofía de Parménides es precisamente
su definición del Ser, al que le atribuye una serie de características:

1) Unidad. El ser no puede ser más que “uno”, pues de lo contrario habría dos seres, en dicho
caso existiría una diferencia entre ambos, pero aquello diferente del ser es el no-ser o la nada,
que no puede pensarse y por tal motivo tampoco existe.

2) Indivisible. Se desprende de la anterior característica que si el ser es “uno” también es, por
consiguiente, indiviso. Pues si existiese alguna división dentro del ser estaría dada por el no-
ser.

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3) Inmutable. No está sometido al cambio en ninguna de sus formas, porque cualquier tipo
de cambio supondría que el ser se transformase en algo diferente; pero como lo diferente del
ser es el no-ser, y el no-ser es la nada, entonces el ser no puede cambiar.

4) Inmóvil. Para moverse, el ser necesitaría un espacio donde desplazarse. Este espacio o
lugar debería ser diferente del ser; pero como lo diferente del ser es el no-ser, la nada, no
puede haber espacio ninguno donde el ser se mueva.

5) Increado. Si el ser hubiera tenido origen, hubiese tenido que ser engendrado o producido
por algo diferente del ser. Pero como lo diferente del ser es el no-ser, la nada, no hay nada que
pueda haberlo originado; por consiguiente, el ser es ingenerado.

6) Imperecedero. Porque si el ser se destruyese, si dejase de ser, entonces pasaría a no-ser, la


nada; y como esto, según ya se sabe, es absurdo, es necesario eliminar la posibilidad de la
desaparición del ser.

7) Intemporal. Puesto que el ser no está sometido ni al cambio ni al devenir, podemos


afirmar que el ser es, es decir que no fue ni será, sino que se mantiene en un presente eterno
de manera íntegra y continua. De este modo el ser se encuentra al margen del flujo temporal.

Pero si el ser es uno, inmutable, inmóvil, etc., ¿qué pasa entonces con el mundo sensible, con
las cosas que vemos, oímos y palpamos -qué pasa con las mesas, las flores, las montañas, el
mar, y con nosotros mismos, que somos muchos, y no uno, y que nacimos y cambiamos a
cada instante y que habremos de morir?
Todas las cosas sensibles y sus propiedades todas -movimiento, nacimiento, color, etc.- no
son más que ilusión, vana apariencia, nada verdaderamente real.
Parménides enseña que el conocimiento sensible es falaz, que no es más que pura "opinión"
engañosa, ilusión o ignorancia. En definitiva, no debe escucharse más que la enseñanza del
pensamiento puro.

Se considera a éste filósofo como el primer metafísico y fundador de la ontología (ciencia


del ser), por ser el primero en situar al ser como principio, diferenciándose de sus
predecesores que postulaban como arkhé a alguno de los elementos de la naturaleza (physis).

HERÁCLITO y PARMÉNIDES representan dos formas opuestas de concebir la naturaleza.


Para Heráclito hay que admitir necesariamente el movimiento para la comprensión del mundo.
Su afirmación “todo fluye” significa que el cosmos es una realidad en permanente cambio,
pues el cambio está en el origen. Para Parménides, la exigencia de la razón obliga a admitir
como verdadero únicamente lo inmutable, y por eso, no hay lugar para el cambio o
movimiento y, consecuentemente, para el conocimiento sensorial. Son, por eso mismo, dos
caminos diferentes de conocimiento.

Contexto histórico de la Grecia clásica


Durante el siglo V se producen una serie de hechos que tienen como consecuencia una
importante mutación en todo el mundo griego antiguo. La derrota del poderoso imperio persa
a manos de la confederación formada por las pequeñas islas griegas en las denominadas
“Guerras Médicas”, el establecimiento definitivo de la democracia como forma de gobierno y
el incomparable avance arquitectónico, cultural y artístico impulsado por Pericles,
condujeron a un importante desarrollo espiritual y social.

Recordemos que los primeros filósofos griegos se ocupaban sobre todo de los problemas
relativos a la "naturaleza" o al "mundo", y no propiamente por el ser humano como tal; por

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ello suele denominarse a aquél periodo como cosmológico, pues en él predominan los
problemas relativos al kosmos. Pero con el avance del siglo V toman mayor relieve las
cuestiones referentes al ser humano en cuanto tal, es decir a su conducta y al Estado y su
organización política. Por este motivo suele hablarse de éste como un período antropológico,
que abarca la segunda mitad del siglo V, y cuyas figuras principales fueron los sofistas y
Sócrates.

La implementación de la democracia llevó inexorablemente a la población griega a participar


de los asuntos públicos que hasta ese momento había estado impedida de hacerlo. Fue así que
se produjo una proliferación de escuelas, maestros e instructores itinerantes en todo el
territorio griego que, a cambio de un pago previamente acordado, concedían la enseñanza a
todos aquellos interesados en aprender a desenvolverse en el complejo arte de la conversación
y la persuasión. Efectivamente, al poder ahora participar en las discusiones públicas
desarrolladas en el Areópago, el ciudadano griego interesado en intervenir en ellas tenía la
posibilidad de acudir a una preparación para perfeccionar su desempeño y así imponerse en
las disputas con sus conciudadanos.

Los encargados de impartir este conocimiento eran los sofistas, quienes enseñaban el arte de
la retórica u oratoria, la cual no tiene otro fin que el de triunfar en las discusiones mediante
argumentos y estrategias bien definidas. De esta manera el objetivo perseguido por quienes la
ejercían no era otro que el de prevalecer en las discusiones sin importarles si los argumentos
empleados fueran verdaderos o no. La persuasión y la adulación eran sus elementos
principales con los que intentaban disuadir al auditorio y a sus interlocutores. Los sofistas
apuntaban a enseñar sus habilidades a las personas de mejor condición económica, ya que de
esta manera podrían percibir una mayor ganancia por su actividad.

Se desprende de esto que, si el objetivo final de toda discusión es predominar por encima de
cualquier otro argumento sin importar su verdad o falsedad, entonces se cae
irremediablemente en un relativismo absoluto. Pues si el interés se centra en imponer la
propia opinión sin importar en lo más mínimo la búsqueda de la verdad, entonces cada
persona aspirará a hacer prevalecer su propio e individual punto de vista desentendiéndose de
la verdad que, por su propio carácter y esencia, va más allá de las opiniones individuales de
cada cual.
Lo que hay que tener en cuenta aquí es que en una situación así resulta problemático
cualquier intento de convivencia, pues cada uno buscará imponer sus propios intereses
desatendiendo el bien común. Únicamente la búsqueda de la verdad, entendida como aquél
elemento fundamental alrededor del cual puede organizarse la realidad social, es capaz de
articular un vínculo entre iguales en donde a su vez puedan converger sus intereses en un
punto común, evitando de este modo el relativismo y la consecuente disgregación y
disolución del tejido social.

Precisamente fue Sócrates la persona que se ocupó de la búsqueda de un criterio común y


universal frente a la multiplicación de opiniones contradictorias entre sí, tal que permitiera
establecer bases comunes sobre las cuales edificar y sostener la Polis ateniense.

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Vista de la acrópolis y el Partenón

El Ágora (Plaza pública)

Sócrates (470 a.C. - 399 a.C.)

Sócrates nació y también murió en Atenas. Vivió la época más espléndida en la historia de su
ciudad natal, y de toda la antigua Grecia: el llamado siglo de Pericles, en honor al célebre
político que convirtió a Atenas en centro de un gran imperio e impulsó su extraordinaria
cultura.

25
Sócrates llevaba una vida en la cual solía encontrárselo rodeado de jóvenes curiosos y
deseosos de aprender, a los cuales no impartía ningún tipo de doctrina o discurso, sino más
bien entablaba conversación en busca de la esencia fundamental de cuestiones tales como: la
justicia, la amistad, el bien, el amor, la virtud, la belleza…
Éste filósofo sostenía que, para poder conocer, es necesario primero aceptar que no se sabe.
El que cree que sabe no tiene deseos de saber. Por eso, la primera sabiduría es el
reconocimiento de la propia ignorancia. Él mismo se autodenominaba ignorante. Pero estaba
orgulloso de su ignorancia porque, según él, era una “ignorancia sabia”. En efecto, Sócrates
afirmaba que había dos tipos de ignorancia: la ignorancia sabia y la ignorancia necia. La
ignorancia sabia es la ignorancia consciente, la que implica saber que no se sabe. La
ignorancia necia, en cambio, es la que se ignora a sí misma, aquella que no sabe pero presume
saber. Todos los seres humanos somos ignorantes. Así, pues, Sócrates se propuso la siguiente
tarea en su vida: lograr que sus conciudadanos reconocieran su ignorancia y que se abrieran
así a la posibilidad de conocer. Para ello todos los días dialogaba con los sabios de Atenas y
con aquellos que venían de otras partes de Grecia, preguntándoles, por ejemplo: ¿qué es la
virtud?, ¿qué es la justicia?, ¿qué es la verdad? Ante estas preguntas los sabios respondían con
mucha seguridad sobre estos temas. Pero Sócrates no se conformaba con sus respuestas y
seguía preguntando con insistencia y perseverancia. Así, con esta serie de preguntas mostraba
a sus interlocutores las contradicciones y los errores de sus argumentos, hasta que éstos
finalmente reconocían no saber la respuesta correcta. No obstante, Sócrates tampoco ofrecía
ninguna respuesta, tan sólo se limitaba a mostrar que las contestaciones que ellos daban se
basaban en la tradición, la costumbre y los prejuicios, y que no estaban capacitados para
sostener mediante argumentos y razones firmes y valederas para todos lo que ellos creían
saber.
Cuando Sócrates tenía setenta años fue acusado ante los tribunales de Atenas de impiedad,
por contradecir a las costumbres y creencias imperantes y por corromper a la juventud y
apartarla de la moral establecida. Esta grave acusación llevó a que lo condenaran a beber la
cicuta, veneno que lo llevaría a la muerte. Negándose a la posibilidad de escapar que le
habían ofrecido sus discípulos, Sócrates muere en el 399 a.C. dejando tras de sí un legado
invaluable que todavía perdura hasta nuestros días. Su existencia ligada a la búsqueda del
conocimiento y la verdad son un ejemplo firme de que la vida vale la pena de ser vivida
siempre y cuando se tenga un propósito y se esté dispuesto a dar todo por él.

Sócrates filosofa conversando con los demás, mediante el diálogo entendido como la especial
organización de preguntas y respuestas convenientemente orientadas, en esto consiste el
método socrático. El método tiene propiamente dos momentos: la refutación y la mayéutica.

1) La refutación: consiste en mostrar al interrogado mediante una serie de hábiles preguntas


que las opiniones que cree verdaderas son en realidad falsas, contradictorias, incapaces de
resistir el examen de la razón. Por ejemplo, a los políticos Sócrates los interrogaba por la
esencia de la justicia (¿qué es la justicia?), puesto que su labor principal consiste en
administrar con justicia el orden público.
El procedimiento consiste en conducir al absurdo la afirmación de su interlocutor. Sócrates no
comienza negando la afirmación propuesta, sino que, admitiéndola provisionalmente, lleva a
su interlocutor mediante hábiles preguntas a desarrollarla, a sacar las conclusiones que de ella
se derivan mostrando al final la inconsistencia que existe entre ellas.
Con la refutación Sócrates se propone sembrar dudas y hacer que sus interlocutores piensen y
reflexionen por ellos mismos en lugar de reproducir las creencias sostenidas por la tradición,
las que en última instancia carecen de base firme. Justamente una de las sentencias más
conocidas de éste filósofo es la que dice: “conócete a ti mismo”.
La refutación socrática conduce a que el interrogado experimente una sensación perturbadora
y desconcertante al no encontrar respuesta a las preguntas planteadas. Ésta sensación se la
conoce con el nombre de catarsis (kátharsis, que significa “limpieza”, “purificación”), paso
necesario para la posterior purificación de ideas erróneas.

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La purificación propuesta por Sócrates apunta a liberar a su interlocutor de los prejuicios que
alberga con la finalidad de que su espíritu quede abierto para la propia elaboración de los
problemas planteados. Quién piensa por sí mismo y puede justificar lo que hace ante otros,
ese obra moralmente bien pues conoce las causas de sus acciones; en cambio aquél que obra
repitiendo actitudes y hábitos por el solo hecho de copiar u obedecer los mandatos heredados
se desconoce a sí mismo y obra de mala manera. Podemos ver así la vinculación estrecha
entre conocimiento y bien, y entre ignorancia y mal.

2) La Mayéutica: el término griego es maieutiké que significa el arte de ayudar a dar a luz,
de ayudar en el parto. Pues Sócrates afirmaba que él solamente colaboraba a modo de guía
con sus discípulos con el objetivo de que cada uno de ellos por medio de sus propios
esfuerzos encontraran la verdad. La verdad –decía Sócrates- sólo puede ser alcanzada
mediante el diálogo fraterno entre las personas, donde el espíritu de los interlocutores debe
comportarse activamente en su búsqueda.
En Sócrates sus preguntas o incitaciones ponen en marcha la actividad del pensamiento del
discípulo. Consiste en preparar y provocar el espíritu de su interlocutor para su trabajo
intelectual en vistas de alcanzar la solución. El maestro no representa más que un estímulo; el
discípulo, en cambio, debe llegar a la conclusión correcta mediante su propio esfuerzo y
reflexión. ¿Cómo sucede esto? Sócrates sostiene que el interrogado no hace sino encontrar en
sí mismo, en las profundidades de su ser, conocimientos que ya poseía sin saberlo. La
explicación a esta cuestión se encuentra en la doctrina de la preexistencia del alma, la cual se
cree que ha contemplado en el “más allá” el saber que fue olvidado al encarnar en un cuerpo.

Actividades:

1) ¿Por qué Sócrates fue condenado a muerte?


2) ¿Por qué la acción de éste filósofo tuvo tanta incidencia en la sociedad?
3) a) Teniendo en cuenta el significado del término “filosofía”, ¿por qué puede asegurarse que
Sócrates fue un auténtico filósofo?
b) ¿Qué relación pueden encontrar entre la búsqueda socrática y la Libertad?
4) ¿Qué es lo que buscaba Sócrates a través del diálogo y la insistencia de sus preguntas?
5) ¿Cuáles son los momentos que componen el diálogo socrático? Desarrolle el sentido de
cada uno de ellos.
6) ¿Encuentran algún aspecto de la actividad de Sócrates que pueda servirnos aún en la
actualidad?

Ejemplo de diálogo socrático

Juana y Martín se encuentran por casualidad en el Ágora. Se saludan afectuosamente, pues


hacía mucho tiempo que no se veían. Luego de unas primeras palabras, se sucede el siguiente
diálogo:

-Juana: ¿Qué es la felicidad?


-Martín: La felicidad es sinónimo de placer. Cuando experimentamos placer, podemos
considerarnos personas felices.
-J: Entonces, puesto que ambos términos significan lo mismo, ¿cómo definirías al placer?
-M: El placer es la sensación de gozo, proporcionada por la satisfacción de algún apetito o
necesidad.
-J: Pero, si definimos así al placer, entonces podemos afirmar también que cuando no
logramos satisfacer alguna necesidad, sentimos dolor por eso.
-M: Así es.

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-J: Pero si antes dijimos que placer y felicidad son lo mismo, entonces podemos ahora afirmar
también que dolor e infelicidad también son sinónimos.
-M: Exactamente, no veo por qué no podría ser así.
-J: Pero, ¿no es cierto que muchas veces cedemos ante ciertas situaciones que nos producen
dolor o displacer en vistas a alcanzar algún otro objetivo más importante?
-M: ¿Por ejemplo?
-J: Cuando decimos que nos “sacrificamos” por algo.
-M: Sí, muchas veces hacemos eso. Yo, por ejemplo, todo el año pasado trabaje horas extras
en mi trabajo para poder terminar de construir mi casa, a pesar del malestar que me causaba
quedarme más tiempo trabajando.
-J: Pero, entonces, ¿podría decirse que en aquellos momentos en que te quedabas las horas
extras elegías ser infeliz de manera consciente?
-M: ¡No! ¡Por favor! ¿Cómo podría afirmar una cosa así?
-J: Entonces, ¿Por qué elegías quedarte más tiempo en el trabajo sabiendo el disgusto que eso
te causaba?
-M: Lo hacía porque la felicidad que significaba para mí terminar de construir la casa
justificaba pasar por esos momentos de malestar.
-J: Pero, entonces ¿” Felicidad” es distinto de “placer”? Puesto que para alcanzar la felicidad
debemos pasar por momentos de sacrificio (dolor), no parece que sea así con el placer.
-M: Sí… Así parece… -vacila unos momentos- quizás placer y felicidad no signifiquen lo
mismo.
-J: Entonces, ¿Cómo podríamos caracterizar la felicidad?
-M: Creo que la felicidad tiene que ver con el deseo de realizar un proyecto que dé sentido a
la vida más allá del momento presente. Por ejemplo, volviendo al caso de la construcción de
mi casa. En aquellos momentos acepté atravesar por esas circunstancias que no me gustaban,
porque tenía el proyecto de hacer mi casa. Y ese objetivo daba sentido y justificaba los
momentos de displacer y todos los momentos del día, tanto los buenos como los malos.
-J: ¿Y qué diremos ahora del placer?
-M: Creo que el placer es un momento, pero que la felicidad es algo más duradero y profundo.
Un animal, por ejemplo, puede sentir placer cuando come algo que le gusta, pero jamás
experimentará la felicidad, pues no posee la capacidad de proyectar algo hacia el futuro.
-J: Entiendo.
-M: Además, una persona infeliz puede experimentar al mismo tiempo placer por algo. Y
viceversa, como lo expusimos en mi ejemplo, a pesar del malestar que sentía en las horas
extras, era al mismo tiempo feliz porque estaba haciendo algo que me llevaba a realizar lo que
quería realmente, lo que justificaba el malestar que atravesaba por entonces.
-J: Coincido ¿podemos decir entonces que el placer y el dolor son sensaciones efímeras, pero
que la felicidad, en cambio, es la experiencia de darle sentido a los días y las situaciones que
atravesamos cotidianamente?
-M: Sí. Creo que esta definición es la correcta.

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Actividad

1) Identifique en el diálogo recién trabajado los momentos que lo componen según la


estructura de la mayéutica socrática.
2) ¿De qué trata el diálogo?
3) ¿Está de acuerdo con la conclusión a la que llegan los interlocutores? Justifique su
respuesta.

Platón (427-348 a.C.)


Platón fue discípulo de Sócrates, hacia el 385 fundó su propia escuela llamada la Academia
(nombre inspirado en el parque y el gimnasio consagrado al héroe Academo en donde se
ubicaba). La actividad allí ejercitada se centraba no sólo en el cultivo de la filosofía, sino
también en la indagación y el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, generando una gran
influencia en su tiempo, lo que le valió, en el 529 d. C. que el emperador Justiniano la cerrara
y confiscara sus bienes. Además del inagotable legado filosófico, se destacan también la
profundidad y la amplitud con las que logró expresar sus ideas e indagar en las complejidades
del espíritu humano. Su influencia sobre el pensamiento filosófico, científico, político y
religioso, así como sobre el arte, es inconmensurable. Y tanto es así que intentar discernir
acerca de la incidencia que tiene en nuestra civilización equivaldría a hacer la historia entera
de la cultura occidental.

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Desarrollo de la cuestión

Las problemáticas que motivan la reflexión del filósofo pueden enunciarse de la siguiente
manera: ¿Qué es la realidad? y ¿Cómo puedo conocerla? Ante el escenario siempre cambiante
de los sucesos que conforman nuestra vida, y frente a la multiplicidad de fenómenos que
constituyen la realidad que percibimos, Platón intenta encontrar aquél elemento fundamental
que permanece idéntico a pesar de los cambios, y que unifica y organiza bajo su órbita a todos
los entes permitiéndonos afirmar que la realidad es una, a pesar de su diversidad.

Las convicciones que guían la reflexión del pensamiento platónico en torno a la cuestión del
conocimiento son las siguientes: A) el verdadero conocimiento no puede referirse a lo que
cambia, sino por el contrario, debe apuntar a lo que permanece sin ninguna variación. Resulta
claro que no podríamos tener conocimiento cierto de aquello que constantemente está
mutando y pasando de un estado a otro. Justamente, una persona afirma que sabe qué es algo
cuando puede tener la seguridad de que ese “algo” no dejará de ser eso que es de un momento
a otro, pues si así fuera no podríamos decir con seguridad que conocemos. Imaginemos el
caso en que decimos que conocemos a una persona, por ejemplo: manifestamos que
conocemos a Pedro. E imaginemos también que Pedro cambiara de personalidad
constantemente, de modo tal que dejara de ser Pedro y pasara a ser Juan, y luego Javier, y
luego… Si así fuera no podríamos nunca afirmar que conocemos a dicha persona, pues en el
momento que decimos que sabemos quién es dejaría de ser esa persona para pasar a ser otra, y
otra, y otra.
De este modo queda claro que el conocimiento, para Platón, refiere exclusivamente a aquello
que permanece invariable, pues si todo estuviera en constante cambio no podríamos conocer
nada.
B) El conocimiento verdadero sólo puede aludir a una unidad, y no a una multiplicidad.
Puesto que el mundo en el que vivimos se compone de una multitud de objetos, el
conocimiento no puede referirse a cada uno de los objetos en su particular individualidad. Por
ejemplo: cuando vemos un perro, decimos que eso que vemos es un perro. Pero el término
que utilizamos para decir qué es eso que vemos, no sólo sirve para referirse a ese perro en
particular que vemos, sino que también vale para una infinidad de otros perros individuales
que están en el mundo. Y notemos que el ser perro no sólo se ajusta a los perros que viven en
ese momento, sino también para todos los perros que han existido antes y que existirán
posteriormente. Pues el conocimiento de qué es un perro no depende de la multiplicidad de
perros que hayan existido, que existen o que vayan a existir, sino de la unidad que hace que
esa multiplicidad sea, en esencia, el mismo ser: un perro.
De este modo el conocimiento se refiere a esa unidad esencial que hace ser a los objetos de
este mundo lo que son. Así, la multiplicidad queda reducida a la unidad, y el conocimiento se
trata, precisamente, de captar esa unidad fundamental.

Teoría de las Ideas

La teoría de las Ideas representa el núcleo de la filosofía platónica, el eje a través del cual se
articula todo su pensamiento. Lo que Platón sostiene allí es que el conocimiento debe referirse
a una unidad inalterable y permanente, pues de lo contrario sería imposible, como quedó
dicho más arriba. El conocimiento de aquella unidad que no cambia es el conocimiento de la
esencia o del ser de las cosas. Pero, si todos vivimos en un mundo gobernado por el cambio
(pues se halla atravesado por el tiempo) y constituido por una multiplicidad de cuerpos
físicos, entonces, ¿cuál será el carácter de la esencia de las cosas? Pues si sostenemos que la
esencia se caracteriza por ser una unidad invariable, entonces ésta deberá ser totalmente
distinta a los cuerpos físicos que componen nuestro mundo. Y la siguiente cuestión a tratar es
la siguiente: si mediante los sentidos podemos captar los cuerpos físicos del mundo, que como
quedó dicho se hayan sometidos al cambio y a la multiplicidad, ¿cómo podremos captar las
esencias únicas e inmutables? Es decir: si el conocimiento es el conocimiento de las esencias,
¿mediante qué facultad podremos llegar a conocer?

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Desarrollo de la teoría

Para resolver estas cuestiones Platón postula dos modos de ser de la realidad, a saber: el
sensible y el inteligible. La realidad inteligible, a la que el filósofo denomina "Idea", tiene las
características de ser: inmaterial, eterna (a-temporal) e invariable, perfecta, universal y única,
constituyendo un modelo o arquetipo de la realidad sensible. Ésta última está constituida por
lo que llamamos "cosas", y tiene las características de ser: material, perecedero y variable,
imperfecto, particular y múltiple.
Platón también establece una jerarquía entre ambos modos de la realidad, situando al mundo
inteligible como fundamento del mundo sensible, afirmando que el mundo real es el de la
Idea, y que el sensible no es más que una copia degradada de aquél.

Cabe destacar que sólo la Idea es susceptible de un verdadero conocimiento (episteme),


mientras que la realidad sensible, la de las cosas, sólo es susceptible de opinión (doxa).

Esta posición que plantea dos realidades distintas entre sí se la conoce con el nombre de
dualismo, precisamente por dividir la totalidad en dos.

Justificación de la jerarquía

Anteriormente dijimos que el conocimiento sólo es posible si se refiere a aquello que no


cambia y que a la vez es único, e identificamos que las esencias o Ideas son aquellas
entidades que poseen tales características, contraponiéndose a los cuerpos sensibles que
pueblan nuestro mundo. Ahora bien, teniendo esto en cuenta, resulta claro que las esencias
son los fundamentos de las cosas sensibles, pues son lo que hacen ser a las cosas lo que son.
Piénsese, por ejemplo, en la multitud de sillas que vemos en este salón, vemos que cada una
de ellas es un ente singular que, no obstante, posee el mismo ser que todas las demás: el ser
una silla. ¿De dónde obtiene cada silla particular su ser? Lo obtiene del hecho de que todas y
cada una de ellas “participan” de la Idea de silla, que es única y de carácter universal, pues la
Idea de silla no depende de las sillas particulares del mundo sensible para existir, mientras
que éstas sólo obtienen su ser en virtud de la Idea de silla de la cual participan y sin la cual no
podrían ser lo que son.
Vemos de este modo que las Ideas son los fundamentos de las cosas, pues es a partir de ellas
que las cosas sensibles adquieren su identidad o su ser. Y el conocimiento verdadero solo
podrá ser aquél que se refiera a las Ideas, pues estas constituyen el verdadero ser de las cosas
y su causa.
Pero resta otra pregunta, ¿cómo podremos acceder al conocimiento de las Ideas? Puesto que
mediante los sentidos podemos percibir únicamente los cuerpos sensibles en su multiplicidad
y cambio, ¿de qué manera podemos captar las esencias de las cosas puesto que son
inmateriales y universales? Platón, al igual que su maestro Sócrates, responderá a esta
pregunta afirmando que sólo mediante la razón somos capaces de obtener el conocimiento de
las esencias eternas e inmutables de las cosas. Sólo gracias a nuestra inteligencia,
desentendida por completo de los sentidos, accedemos a la contemplación de la verdadera
realidad.

Ideas/esencias Cosas sensibles


Únicas Múltiples
Perfectas Imperfectas
Inmutables Mutables/Variables
Eternas Perecederas
Universales Particulares

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Inmateriales Materiales
Arquetipos Copias

Estructura de la Totalidad de la Realidad

La totalidad, es decir el mundo sensible y el inteligible, se organiza en forma piramidal del


siguiente modo: en la base se encuentra la realidad sensible con todos los entes corpóreos
como la dimensión más deficiente y la que menos realidad posee. Por encima de ésta se
encuentran las Ideas o esencias, que poseen mayor grado de realidad o ser que los cuerpos
sensibles. Y en el vértice de la pirámide se encuentra la Idea de Bien como aquella Idea
fundamental que sostiene a la totalidad de la realidad. Ésta Idea representa el grado de mayor
de realidad que existe, y podría decirse de ella que es el Ser propiamente dicho. En algunos de
sus diálogos Platón establece una equivalencia entre la Idea de Bien, de Verdad y de Belleza,
sosteniendo que la Idea fundamental es siempre una y la misma pero que podemos acceder a
ella a través de estos tres aspectos. Notemos que estos tres conceptos pertenecientes a la
misma Idea son aquellos que han dinamizado y orientado el curso de la civilización
occidental desde la antigua Grecia hasta épocas recientes.

Teoría de la Reminiscencia

Para Platón aprender no es sino recordar lo que el alma racional ya sabía. Según sostiene el
filósofo el alma posee el carácter de ser inmortal, y es en el momento en que se encuentra
separada del cuerpo en el que alcanza a contemplar el mundo de las Ideas y logra el verdadero
conocimiento de las esencias. Sin embargo, cuando el alma encarna en el cuerpo olvida todo
aquello que había contemplado antes. Por tal motivo, conocer -es decir captar las Ideas o
esencias- no es sino recordar todo aquello que el alma ya conocía pero que olvidó al unirse al
cuerpo físico. Puede notarse que el alma racional comparte todas aquellas características que
son propias de las Ideas: es inmaterial y eterna (inmortal).

La sociedad ideal

¿Cómo tendría que ser una sociedad ideal? Dado que la sociedad debe existir para satisfacer
las necesidades de los hombres, y que éstos no son independientes unos de otros ni
autosuficientes para abastecerse, el primer fin que debe garantizar toda sociedad es un fin
vital, el de garantizar la vida de todos sus ciudadanos. Teniendo en cuenta que los seres
humanos tienen diferentes capacidades y habilidades, es preferible que cada uno desarrolle las
que posee por naturaleza. Esta apreciación introduce la división del trabajo en la organización
de la sociedad. En una ciudad ideal deberán existir, por lo tanto, todo tipo de trabajadores:
granjeros, carpinteros, labradores, herreros, etc., de modo que todas las necesidades básicas
queden garantizadas.
Sin embargo una sociedad que sólo atendiera las necesidades materiales básicas sería una
sociedad infeliz, pues el ser humano necesita también satisfacer otras tendencias de su
naturaleza, por ejemplo: el arte, la poesía, el pensamiento, la diversión... En tal sentido el fin
de la ciudad (polis), que comienza por ser la satisfacción de las necesidades básicas para la
vida, no se limita simplemente a la producción de bienes, sino que se encamina más bien a
hacer posible una vida feliz para el ser humano, en la cual la justicia es la encargada de
organizar la convivencia recíproca y pacífica entre los ciudadanos, y la que permite
desarrollar todas las posibilidades de cada uno de sus integrantes para su plena realización.

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Actividades

1) ¿Cuáles son las condiciones que deben darse para que el conocimiento pueda cumplirse?
2) ¿Mediante qué facultad podemos conocer la esencia de las cosas? ¿Qué justificación ofrece
Platón para sostener su afirmación?
3) ¿Por qué Platón afirma que el mundo real y fundamental es el de las Ideas? Desarrolle.
4) ¿Qué significan los siguientes términos: episteme y doxa?
5) ¿Por qué puede decirse que el planteo platónico es dualista?
6) ¿Cómo se estructura la realidad según Platón?

Aristóteles (384 – 322 a.C.)


Nació en el año 384 a.C, y murió en el 322 a.C. Es autor de una obra muy vasta que abarca no
solamente todas las ramas de la filosofía, sino también prácticamente todos los sectores de la
ciencia y, en general, del saber humano; sus escritos cubren el territorio de la física, la
biología, la psicología, la sociología, la política, la poética, etc. Algunas de sus ideas, que
fueron novedosas para la filosofía de su tiempo, hoy forman parte de nuestro sentido común.
Aristóteles fue discípulo de Platón durante los veinte años que estuvo en la Academia de
Atenas. Fue, además, maestro de Alejandro Magno en el Reino de Macedonia. En la última
etapa de su vida fundó el Liceo en Atenas, donde enseñó hasta un año antes de su muerte.

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Diferencias con Platón

La importancia de Aristóteles, como la de Platón, consiste, en términos generales, en que


estos pensadores constituyen dos tipos clásicos de todo posible filosofar; más todavía, los
modelos de dos actitudes contrapuestas frente a la realidad, dos tipos opuestos de existencia
humana.

Platón representa al idealista, al hombre que tiene su pensamiento dirigido a otro mundo,
distinto del mundo sensible del que todos formamos parte. Este filósofo postula que el mundo
real y verdadero es un mundo perfecto de ideas eternas únicas e inmutables, solo posibles de
ser captadas mediante el uso de la razón. El pensamiento de Aristóteles, en cambio, representa
al "realismo", porque para él el verdadero ser no se halla en aquel mundo de las ideas
platónicas, sino en el mundo concreto en que vivimos y nos movemos todos los días. De este
modo, para Aristóteles, el mundo real y verdadero es el constituido por los cuerpos y
entidades concretas que podemos percibir mediante los sentidos y también la razón.

Substancia y Accidente

Según Aristóteles, la realidad es este mundo de cosas concretas en que vivimos: como esta
casa, este árbol o aquél hombre singular. Y de este tema, de la realidad y de la búsqueda de su
fundamento, se ocupa la metafísica como disciplina fundamental de la filosofía.
Todos los objetos que pueblan el mundo se los denomina con el término: ente o ser. Ahora
bien, ocurre que la palabra "ente" -como la palabra "ser"- tiene diferentes significados, todos
conectados entre sí. En efecto, no es lo mismo decir: "esto es una silla", que decir: "esta silla
es blanca", o bien: "la silla es de un metro de alto". En los tres casos nos referimos a entes: la
silla, el blanco y la altura, pues de todos decimos que son, pero está claro que en cada caso el
"es" tiene sentidos diferentes, y por ello dice Aristóteles que el ser o ente se dice de muchas
maneras. Tales maneras se reducen a dos fundamentales: el modo de ser "en sí" llamado
substancia y el modo de ser "en otro" denominado accidente. Por ejemplo: el ser de la mesa
es en sí o por sí mismo; se trata de un ser independiente. El color, en cambio, o el material
con el que está construida, son modos de ser que sólo son en tanto están en otro ente, pues
dependen de él para ser; el blanco es el blanco de la mesa, el material del que está hecha
depende de la mesa para ser, etc. por eso se dice que son accidentes. La substancia, pues, es
primordialmente el ente individual y concreto, la cosa sensible -por oposición a las ideas
platónicas, que eran universales, abstractas e inteligibles (no sensibles), del cual todo
accidente será su predicado.

Estructura de la substancia. Forma y materia, acto y potencia

Desde el punto de vista de su estructura, la substancia sensible es un compuesto, es decir, no


algo simple, sino que se halla constituido por dos factores o principios, que Aristóteles llama
materia (hyle) y forma (morphé). Éstos no se dan nunca aislados, sino que constituyen el
individuo concreto. Por ejemplo una mesa, en que se encuentra la materia -madera- y la forma
"mesa"; y sólo del compuesto se dice que es substancia.
La materia es aquello "de qué", es decir, aquello de lo cual algo está hecho, su "material".
Para saber cuál es la materia de una cosa, entonces, hay que preguntar: ¿de qué está hecha? Y
su determinación no la tiene por sí misma, sino que la recibe de la forma. Porque la forma es
el "qué" de la cosa, y por ello, para saber cuál es la forma de algo, hay que preguntar: ¿qué es
esto?
No obstante, hay que destacar y tener en cuenta que el término “forma” no es sinónimo de
“figura”. Por ejemplo, si decimos que una mesa es cuadrada, con esto queremos afirmar que
la forma de dicha substancia es la de mesa, y que su figura es –por ejemplo- rectangular, lo
que vendría a ser un accidente de la substancia, pues la mesa podría ser cuadrada o redonda.
Entonces, con lo dicho podemos decir que la forma es lo determinante, lo activo, lo que da
"carácter", por así decirlo, a la cosa -en nuestro caso, lo que determina que la madera sea

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mesa y no, por ejemplo, silla o armario. La forma in-forma, es decir, le imprime una forma a
la materia, que de por sí es informe, indeterminada, y de este modo la hace "ser" lo que en
cada caso es. Y, al contrario, la materia es lo indeterminado, lo pasivo, el contenido o
material de algo.

Aristóteles señala que lo determinante, en definitiva, lo que la cosa es, lo real, reside en la
forma; y es ésta, no la materia, lo propiamente cognoscible en la cosa: se conoce algo cuando
se capta su forma, operación que no realizan los sentidos, sino el intelecto (nous). Pero en
tanto que Platón colocaba las ideas/formas en un mundo suprasensible y trascendente, para
Aristóteles las formas son inmanentes a las cosas sensibles; materia y forma coexisten en este
mundo sensible como dos aspectos inseparables de una sola realidad.

Todo lo que se ha dicho, en efecto, se refiere a las cosas sensibles consideradas estáticamente.
Pero ocurre que todas las cosas sensibles devienen, cambian, se mueven, considerada la cosa
en su movimiento, se observará que el equilibrio entre forma y materia es inestable, de
manera tal que, o bien se da una preponderancia creciente de la forma sobre la materia, o
bien, a la inversa, de la materia sobre la forma. Por ejemplo, en el proceso de fabricación de
una mesa: mientras el carpintero trabaja la madera, se produce un pasaje de la madera, de algo
en que se destaca más la materia, hacia un predominio cada vez mayor de la forma, hasta que
llega el momento, terminada la mesa, en que lo que sobresale es primordialmente el ser
"mesa", es decir, la forma. Pero este equilibrio que se ha alcanzado, a su vez, no es estable,
porque en cualquier momento puede romperse; por ejemplo, siguiendo un proceso inverso al
anterior, si se destroza la mesa con el fin de obtener leña para el fuego: aquí se habrá pasado
del predominio de la forma al de la materia, se habrá hecho menos forma y más materia.

Pues bien, para pensar este dinamismo o desarrollo, Aristóteles introduce dos nuevos
conceptos: potencia y acto. La potencia (dynamis) es la materia considerada dinámicamente,
esto es, en sus posibilidades; en este sentido puede decirse, por ejemplo, que el árbol es una
mesa, pero no porque lo sea ahora y de hecho, sino porque lo es como posibilidad: en
términos de Aristóteles, el árbol es mesa en potencia. Por el otro lado, el acto (enérgueia) es
la forma realizada, consumada; en este sentido, el árbol que vemos es árbol en acto. Acto
entonces se opone a potencia como realidad se opone a posibilidad. "Actual", pues, en el
lenguaje de Aristóteles, significa "real", por oposición a "posible" o "potencial".

Cambio, movimiento y la existencia de Dios

Este inestable equilibrio que hemos descripto entre el acto y la potencia Aristóteles lo
enmarca dentro del concepto de cambio. No es difícil de entender que si una substancia altera
su forma mutará y dejará de ser, necesariamente, la substancia que es. Este filósofo afirmará
que todo cambio tiene una causa, de otro modo nada cambiaría y el cosmos estaría gobernado
por la quietud y la monotonía absolutas.

En efecto, en el mundo sensible las cosas están sometidas al cambio. Ahora bien, lo sensible,
es decir, lo material, es siempre algo en potencia (materia es potencialidad), y lo potencial no
puede moverse sino en tanto se actualice su potencia (es decir, en tanto realice su
potencialidad); pero para ello lo potencial requiere de algo que esté en acto y lo ponga en
movimiento, y esto que está en acto necesita otro algo que lo haya hecho pasar de la potencia
al acto, etc., y como esta serie no tendría término y por tanto carecería de causa,
necesariamente debe haber un primer motor inmóvil, es decir, algo que esté siempre en acto.
Y lo que está en acto siempre y perfectamente, es acto puro; será, pues, un ente sin ninguna
materialidad o potencialidad, es decir, al que no le faltará nada para ser, sino que todo lo que
sea lo será plenamente y de una vez y para siempre. Este absoluto es lo que Aristóteles
entiende por Dios. Este acto puro es inmaterial -puesto que carece de materia o potencia-, es
decir, es espiritual; inmutable -porque si cambiase tendría potencia, la potencia de cambiar-;

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autosuficiente -porque si dependiese de otra cosa tendría algo de potencialidad-; lo único
absolutamente real, por ser puro acto (y acto equivale a realidad).

Todo en el universo tiende hacia él como hacia el último fin y forma última de la realidad
toda: pues de este fundamento está suspendido el cielo y la naturaleza.

Actividades

1) ¿Qué quiere decir que Aristóteles sea un realista y Platón un idealista?


2) ¿Según Aristóteles cuáles son aquellas maneras fundamentales de ser? Ofrezca un ejemplo
de cada una de ellas.
3) Identifique los componentes de la sustancia presentando un ejemplo en el cual se refleje
cada uno de ellos.
4) ¿Por qué Aristóteles identifica a la forma como el aspecto activo y la materia como el
pasivo de la sustancia. Desarrolle.
5) ¿Qué significan “acto” y “potencia” en el marco de la filosofía aristotélica?
6) ¿Qué entiende Aristóteles por Dios?

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UNIDAD 3

ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

Leonardo Da Vinci – El hombre de Vitruvio (1490)

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Antropología filosófica
La Antropología filosófica es aquel campo de la filosofía que se ocupa del ser humano, de
indagar en su esencia y en las determinaciones y aspectos específicos que lo constituyen en
cuanto tal. Ya desde los inicios de la filosofía, aquellos que iniciaron la reflexión y el
pensamiento se preguntaron por ellos mismos, por su ser y su esencia. La palabra anthropos
en griego significa “humano”, entonces la antropología es el estudio del ser humano.
La pregunta decisiva que distingue a la Antropología filosófica, se enuncia de este modo:
¿Qué es el ser humano? ¿Qué caracteriza y diferencia al ser humano del resto de los seres
del universo? ¿Qué aspecto, o aspectos, son exclusivos y específicos del ser humano?
Frente a estas cuestiones se han ensayado diferentes respuestas a lo largo de la historia de la
filosofía, intentado desplegar y aclarar cuál es la cualidad diferencial que hace al ser humano
ser lo que es, permitiendo distinguirlo del resto de la Naturaleza. Por ejemplo, Aristóteles
sostuvo que lo propio del ser humano es disponer del uso de la razón; el cristianismo parte del
hecho de que el ser humano es el único ser que posee alma; Marx, afirmó que el ser humano
es el único animal que trabaja, es decir: el único que puede transformar la naturaleza y su
entorno; Rabelais señaló que el ser humano es el único que puede reír; Sartre, en cambio,
propuso que lo exclusivo del ser humano es la libertad. Y se pueden seguir multiplicando los
ejemplos.
A lo largo de la presente unidad, trabajaremos distintos planteos que diferentes filósofos
fueron presentando a lo largo de la historia, señalando y desplegando en cada caso aquellos
aspectos que resultaron más relevantes para unos y otros, analizando sus consecuencias y las
posibilidades que brindan para pensar nuestra compleja realidad actual.
Actividades:
1) ¿Quién soy?
2) ¿Qué soy?
3) ¿Qué nos diferencia del resto de la naturaleza?

Mito de Prometeo

Pedro Pablo Rubens – Prometeo (1636-1637)

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Según cuenta el mito, Prometeo era un Titán que había logrado vivir en libertad luego de que
Zeus, vencedor en la batalla contra su padre Cronos y coronado como Rey del Olimpo,
decidió encerrar a todos sus adversarios en el averno más profundo del Hades.

Sin embargo, Prometeo se caracterizaba por su rebeldía e insubordinación, por lo que aún
encontrándose libre, nunca se sometió totalmente a su reinado.

Siendo uno de los Titanes más inteligentes, decidió emprender un desafío a Zeus creando una
especie de seres únicos que se destacarían por encima de todos los otros seres de la creación.
Para ello tomó arcilla, y dándole una forma singular creó al hombre. De este modo Prometeo
se convertía en el protector que velaría por los intereses de esta nueva especie.

Fue así que mostrando una vez más su actitud irreverente, Prometeo envío al palacio de Zeus
una fuente con alimento en su interior aparentando reverencia y sumisión ante el Dios del
Olimpo. Sin embargo, cuando éste la abrió y comenzó a comer la carne de cordero que allí
había, descubrió que en verdad sólo estaban los huesos ocultos bajo el cuero del animal. Esta
afrenta enfureció mucho a Zeus, por lo que decidió castigar a su autor actuando directamente
contra los seres humanos que había creado, a sabiendas del daño que esto le causaría al Titán.
De este modo, Zeus dejó al mundo bajo las tinieblas privándolo de luz, y llenándolo de
oscuridad.

Al enterarse Prometeo de la situación a la que se encontraba expuesto el ser humano, pensó en


robar el fuego a los dioses. Fue así que, sin que Zeus lo notara, se dirigió con una caña hacia
el carruaje del sol encendiéndola al contacto con las llamas. Luego escapó con la flama en su
poder dándosela como obsequio al ser humano, el que, haciéndose con la luz y pudiendo
ahora manejarla a través del fuego, pudo por primera vez construir objetos al dominar los
elementos. El ser humano podía ahora fabricar artefactos de todo tipo gracias a la técnica
(téchne), modificando su entorno y transformando la naturaleza según sus propósitos.

La respuesta de Zeus no se hizo esperar, al conocer la insolencia y el atrevimiento del acto


cometido por Prometeo, le solicitó a Hefesto, Dios herrero y de las artes, capturarlo y
encadenarlo con fuertes ligas de hierro a los peñascos ubicados junto a los riscos del Cáucaso
(actual Turquía). En ese lugar apartado todos los días un águila iría a despedazarlo y comer su
hígado, el cual dado que Prometeo era inmortal, se regeneraba todas las noches haciendo que
el ciclo se reinicie nuevamente durante el lapso ordenado por Zeus, que eran 30.000 años.

No obstante, esto no era todo. Dominado por su cólera Zeus urdió la idea de enviar una mujer
a los hombres, la cual sería la primera mujer en el mundo. Construida de arcilla a manos de
Hefesto, y dotada de un sin fin de encantos otorgados por diferentes dioses y diosas, fue
enviada a la Tierra y conducida por Hermes, mensajero de los dioses quien introdujo en ella el
engaño y la falacia, para conquistar a Epimeteo, hermano de Prometeo. Dicha mujer se
llamaba Pandora.

La cuestión estaba zanjada y los conflictos se sentían próximos. Epimeteo no pudo resistir
ante los encantos de Pandora, a pesar de las advertencias hechas por Prometeo de desistir ante
cualquier regalo proveniente de Zeus, temiendo alguna argucia o consecuencia desgraciada.
Junto a ella, Pandora llevaba una caja repleta con males para el hombre, lo cual ella misma
ignoraba. Inquietada por la curiosidad de lo que había dentro de ella, Pandora la abrió, lo que
hizo que todos los males se dispersaran llegando a todos los rincones del mundo: envidia,
cólera, dolor, celos, odio, pestes, enfermedades de todo tipo formaban ahora parte de la vida
de los seres humanos. Pero antes de que quedara vacía, la muchacha se apresuró a cerrar la
caja dejando en ella un único elemento, el que por decisión de Hefesto se ubicaba en las
profundidades: la esperanza.

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Años más tarde Prometeo pudo librarse de su condena gracias a Hércules, el cual caminando
en las cercanías del sitio en donde el Titán se encontraba, disparó su flecha contra el águila
que le comía sus entrañas ayudándole a soltarse de las cadenas que lo ataban. Al ver esto Zeus
se alegró, y puesto que Hércules era uno de sus hijos concedió la libertad a Prometeo. Sin
embargo, lo confinó a llevar siempre consigo una de las esposas que lo habían amarrado a la
montaña con un pedazo de sus rocas en el otro extremo, señal de su cautiverio por haberse
atrevido a robar el fuego a los dioses.

Actividades

1) ¿Cuál es la relación entre Prometeo y los seres humanos?

2) ¿Qué acción realiza Zeus para reprender a Prometeo por su insolencia?

3) ¿Cómo reacciona Prometeo ante la decisión de Zeus?

4) ¿Quién es Pandora? ¿Cómo interviene en el mito?

5) ¿Qué simboliza el fuego, elemento de los dioses disponible para los seres humanos gracias
al robo de Prometeo?

Estado de naturaleza-Estado social


A diferencia del pensamiento Griego, que afirmaba como natural la condición social del ser
humano, la modernidad establecerá una distinción tajante entre el “estado natural” y el
“estado social” del ser humano.

Tanto para Platón como para Aristóteles el ser humano es por naturaleza un “animal social”,
es decir que en su propia conformación se halla implícita su relación hacia la sociedad a la
cual pertenece, y sin la cual le sería completamente imposible existir y desarrollarse. Según
Platón, existen tres tipos diferentes de almas, cada una de las cuales se relaciona directamente
con la estructura y el orden social. Lo que implica claramente que la existencia individual de
una persona se encuentra ligada, inexorablemente, a la existencia de la sociedad en su
conjunto. Y no sólo eso, sino también que la vida individual cobra sentido únicamente en
tanto y en cuanto se encuentra inserta dentro del tejido social del cual forma parte. Desde esta
perspectiva, un individuo aislado y fuera del orden social o “es un dios o una bestia”, como

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dijo Aristóteles. En el marco de su teoría, Aristóteles afirmaba que el ser humano es la
culminación del desarrollo de los seres que componen la naturaleza, su momento más alto,
puesto que se encuentra dotado de razón. Es ésta misma facultad de razonar la que le permite
disponer del lenguaje, transformándolo así en el animal social por excelencia.

De este modo podemos ver cómo dentro del pensamiento griego el aspecto social del ser
humano se encuentra íntimamente imbricado con el orden natural, no pudiéndose separar uno
del otro. En conclusión podemos afirmar que, para los griegos, el ser humano es social por
naturaleza, y su dimensión social es más importante y determinante que su dimensión
individual. En definitiva, el individuo se define a partir de su condición social dada por
naturaleza.

Ahora bien, la modernidad –periodo iniciado a mediados del siglo XVI- trastocará
profundamente esta concepción, al separar y distinguir la Historia de la humanidad en dos
periodos bien diferentes entre sí. El primero de ellos, el “estado natural”, en el cual los seres
humanos desconocen la ley y no hay Estado; y el “estado social”, en el que las relaciones
humanas se hallan reguladas y ordenadas por las normas escritas y la autoridad institucional.

El planteo moderno postulará de forma abstracta un momento en el cual el ser humano se


encuentra a sí mismo en estado de naturaleza. Este estado se caracteriza, primordialmente,
por la falta de ley y la ausencia de reglas que regulen el vínculo entre las personas. En este
momento no existe institución social, ni constitución escrita, ni comunidad o sociedad de
ninguna clase. Cada individuo depende de sí mismo para sobrevivir en medio de la naturaleza
silvestre sin estar en contacto con ninguna otra persona, ni estar limitado bajo ninguna norma.
Es decir que cada uno es absolutamente libre, pues no existe criterio que permita distinguir el
bien del mal.

Pero ocurre que de un momento a otro los individuos dispersos se conjugan para fundar una
sociedad mediante el llamado pacto social. En dicho pacto los asociados acuerdan por
voluntad propia, sin coacción externa y de forma deliberada, ceder parte de su libertad
individual a cambio de la protección obtenida por pertenecer a la sociedad recién conformada.
Los filósofos modernos que suscribieron a este modelo de pensamiento, lo hicieron con la
intención de hallar los rasgos más propios del ser humano investigando los atributos que
corresponden a su estado de inocencia, previo a la mediación establecida por la sociedad. Su
objetivo se centraba en descubrir el carácter natural del ser humano a fin de postular un orden
social que se ajustara a sus necesidades y que permitiera el desarrollo de sus capacidades. A
continuación nos centraremos en dos de los autores más importantes de esta corriente de
pensamiento, que, a su vez, expresan dos alternativas completamente opuestas entre sí, a
saber: Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau.

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Thomas Hobbes (1588-1679)

“El hombre es lobo del hombre”

Este enunciado encierra la idea que éste filósofo tenía acerca del ser humano, al sostener que
en estado de naturaleza el hombre se halla en una guerra constante de todos contra todos.
Según Hobbes el hombre es un animal mezquino y violento del cual no puede guardarse la
menor confianza. Puesto que en estado de naturaleza nada está prohibido pues no existe ley
alguna, cada quien es responsable de su propia supervivencia, ya sea para su defensa como así
también para encontrar los medios de satisfacer sus necesidades y apetitos. En una situación
así, ni el bien ni el mal cuentan, no existiendo restricción alguna que limite la libertad natural.

Hobbes piensa que todos los seres humanos nacemos libres e iguales por naturaleza, y que las
diferencias de disposición, sean mentales o físicas, son casi imperceptibles cuando tomamos
al conjunto en su generalidad. De aquí que derive la siguiente conclusión: “(…) si dos
hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven
enemigos, y en el camino que conduce al fin tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro”. Y
añade: “Hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero la
competencia, segundo la desconfianza y tercero la gloria”.

En relación a la situación que vive el hombre en estado de naturaleza, Hobbes afirma: “(…)
existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre,
tosca, embrutecida y breve. (…) En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia:
que nada puede ser injusto. Las nociones de justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde
no hay ley, no hay justicia. Estos términos se aplican al hombre en sociedad, no al hombre
natural. Es obvio también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni
distinción entre tuyo y mío.” Y concluye del siguiente modo: “Todo esto puede afirmarse de
esa miserable condición en que el hombre se encuentra por obra de la simple naturaleza, si
bien puede superar dicho estado, mediante el uso de la razón.”

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Jean Jacques Rousseau (1712-1778)

"El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”

Esta frase afirma que cada individuo, cuando nace, carece de una estructura de pensamiento
moral o social, teniendo que captar las normas sociales del pueblo o comunidad en la que le
tocó nacer. También el Estado y sus instituciones se apoderan de los conceptos morales
y éticos, manejándolos según su criterio e imponiéndolos a los integrantes de dicha sociedad.
Por lo tanto, el individuo no nace ya con una personalidad o moralidad propias, sino que las
adquiere a medida que se va adentrando en la sociedad, y va incorporando los modelos
sociales que ésta le impone, dejando atrás el estado de "pureza" que tenía al nacer.
Inclusive otra sentencia de este autor sostiene que en estado natural los seres humanos
podemos sentir empatía respecto de todo otro ser vivo, más que nada con nuestros semejantes:
“Meditando sobre los primeros y más sencillos procesos del alma humana, creo ver en ellos
dos principios anteriores a la razón, de los cuales uno refiere a nuestro bienestar y a nuestra
propia conservación, y el otro indica la repugnancia natural a ver perecer o sufrir a todo ser
sensible, sobre todo a nuestros semejantes.” De este modo puede notarse la gran diferencia
con Hobbes, el cual postulaba que en estado de naturaleza el “hombre es lobo del hombre”.

Otra de las características esenciales del ser humano según Rousseau es la libertad, en uno de
sus escritos puede leerse que ésta es una de sus características distintivas que se pierde al
momento en que la persona se inserta en la vida social. En efecto, lo que este filósofo afirma
es que en estado de naturaleza el ser humano es planamente libre, pero que al entrar en
sociedad sucumbe ante las imposiciones que ésta le exige. A decir de Rousseau: “El hombre
ha nacido libre, pero en todas partes está encadenado. Hay quien se cree señor de los demás y
en realidad es más esclavo que ellos.” Y añade: “No se puede reflexionar sobre las
costumbres, sin antes recordar con placer la imagen de la simplicidad de los primeros
tiempos. (…) Cuando los hombres, inocentes y virtuosos, habitaban juntos en las mismas
chozas; pero en poco tiempo se volvieron malvados, arrojándose al lujo y la vulgaridad
urbana. (…) Así sobrevino el colmo de la depravación, pues los vicios nunca habían llegado
tan lejos.”

Actividad

1) Señale la diferencia fundamental entra la concepción antigua del ser humano respecto de la
moderna.
2) ¿Qué es y qué implica el Pacto Social?
3) Distinga entre “estado de naturaleza” y “estado social”. Indique los aspectos más
importantes de cada uno de ellos.
4)a) ¿Por qué Hobbes afirma que en estado de naturaleza no existen ni el bien ni el mal?
b) ¿Por qué, según este autor, el ser humano abandona su estado natural y entra en sociedad?
5)a) ¿Qué opinión sostiene Rousseau acerca del “hombre natural”?
b) ¿Qué características posee el ser humano en estado natural según Rousseau?
c) ¿Por qué según este filósofo, la sociedad corrompe al ser humano?
6) ¿Con cuál de los dos autores está usted de acuerdo? Justifique.

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Karl Marx (1818-1883)

Siguiendo el análisis que venimos desarrollando, según Marx el ser humano no nace ni bueno
ni malo, sino que es el contexto social el que condiciona el actuar de las personas en la
sociedad. Para este autor, son las estructuras sociales las que conducen a que las personas se
comporten de una u otra manera.
A diferencia de los autores pertenecientes a la etapa moderna, Marx afirma que el ser
humano es un animal social por naturaleza. Ya en el momento mismo de nacer somos
recibidos por un entorno social e histórico determinado. Por ejemplo: no es lo mismo haber
nacido en el antiguo Egipto en el siglo V antes de Cristo, que nacer en Argentina a principios
del siglo XXI. En opinión de Marx, el ámbito social y económico en el que cada uno nace,
condiciona las posibilidades que cada uno tiene para desarrollarse en la vida.
Este filósofo sostiene que es mediante el trabajo que se produce la socialización entre los
seres humanos. En efecto, el ser humano no es un ser natural, sino que es un ser social,
porque es a través del trabajo que genera los lazos sociales necesarios para su subsistencia.
Un ser humano en soledad no es posible, ni pensable. De hecho, todos procedemos de otro ser
humano y solo así llegamos a la vida. Por otra parte, es sólo por medio del trabajo que los
seres humanos llegamos a realizar en plenitud toda nuestra esencia. Pues el ser humano, por
definición, necesita trabajar para vivir. Trabajar significa confrontar con la naturaleza y
transformarla para generar el propio espacio de vida, el propio “hábitat”. En efecto, los seres
humanos trabajamos, esto es: creamos y producimos elementos necesarios para nuestra
supervivencia: buscamos alimento, producimos abrigo, elaboramos las herramientas para
desarrollar nuestras prácticas cotidianas (desde un simple martillo hasta un automóvil o una
computadora), fabricamos las casas en las que vivimos y las ciudades con sus instituciones
sociales en las que habitamos y nos desarrollamos, etc.
Entonces, la tarea del trabajo es una tarea creativa, porque si bien la Naturaleza provee los
medios necesarios para nuestra supervivencia, el ser humano la transforma, pasando así de
vivir en un medio natural a un medio cultural e histórico. Esto es: un medio social.
Este ámbito o “hábitat social” e histórico, dentro del cual la existencia humana se desarrolla,
está marcada por un progreso compuesto de sucesivas fases que desembocaría en un final
necesario e ineludible. Los primeros momentos son los más primitivos y rudimentarios en la
escala del desarrollo humano, pero a causa de los diferentes cambios que se producen en la
estructura social, en los modos de producir y distribuir los objetos que consumimos para
poder vivir, la sociedad va cambiando progresivamente su forma.

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En los comienzos, las primeras sociedades humanas se caracterizaban por estar basadas en la
propiedad comunal, esto significa que todo el espacio conocido por la comunidad estaba
dedicado al cultivo y a la producción de los medios indispensables para la vida de esa
comunidad, sin distinción de clases entre sus individuos. En esos momentos la comunidad era
la “propietaria” de los medios para su propia subsistencia, no existiendo ninguna división
dentro de ella. Sin embargo, al desarrollarse las prácticas de cultivo y producción de bienes
necesarios para la vida, junto a las transformaciones realizadas por los adelantos tecnológicos,
poco a poco y con el correr de los siglos, fue surgiendo una división social al interior de la
sociedad. Esta división separa a dos grupos sociales distintos, que no existían en las primeras
sociedades humanas, generando una fractura dentro de ella. Dicha división la integran, por un
lado, los dueños de los medios de producción necesarios para la vida, y por otro, los
trabajadores. Esta es la estructura básica sobre la que se levanta la sociedad capitalista,
compuesta por dos grandes clases sociales, cuya base no es otra que la propiedad privada de
los medios de producción.
El capitalismo es el sistema social y económico más desarrollado al que ha llegado el ser
humano en toda su historia, dado el grado de emancipación respecto de la naturaleza que ha
alcanzado. El desarrollo del conocimiento y de la técnica científica –inimaginable tan sólo
uno o dos siglos atrás- le proporcionan al hombre el control casi total de la producción de los
medios necesarios para la vida, expandiendo así las posibilidades para su continuo desarrollo.
Básicamente el capitalismo es un modo de organización social sostenido y basado en la
propiedad privada de los medios de producción. La sociedad que en sus comienzos tenía el
carácter de ser comunal, deviene ahora privada. El esquema social que contenía en sí a la
totalidad de sus integrantes –pues todos participaban en la producción de los medios para su
subsistencia, sintiéndose así parte de la sociedad- se vuelve ahora privada e individual. Los
medios de producción mediante los que se producen los bienes necesarios para la vida de la
comunidad, ya no forman parte de esa comunidad, sino del capitalista individual (o del grupo
de capitalistas) que posee la capacidad de compra de esos mismos medios. Estos son
propiedad ya no de la sociedad en su conjunto, sino del capitalista en particular, que tiene
como objetivo maximizar sus ganancias de manera ilimitada. Aquellas personas que no
tengan acceso a la posesión de medios productivos deberán emplearse en industrias, empresas
o fábricas, siendo el tiempo de su vida y su fuerza de trabajo los únicos elementos que podrán
ofrecer para su contratación. Es en este punto en donde el aspecto individual de la persona
cobra mayor preponderancia que su carácter social, surgiendo la competencia y el
individualismo exacerbado como efectos producidos por este sistema. Expresiones claras y
cotidianas de esto son el afán de dinero, entendido como ascenso social, y la búsqueda
desmedida por el reconocimiento a cualquier costo y de cualquier manera: la fama.

Esta situación conduce a la alienación de las personas, esto significa que los individuos son
despojados de su propia autonomía y posibilidad de elección libre, quedando a disposición de

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las directivas surgidas por los intereses del mercado. Que las conciencias estén alienadas
quiere decir que ya no son capaces de reconocer sus propios deseos, y que por ello mismo son
incapaces de decidir qué hacer, de manera que el sentido de sus vidas dependerá ya no de sí
mismas, sino de lo que el mercado y la publicidad impongan mediante la propaganda.
Ejemplo claro de este hecho es la infinita oferta de bienes y mercancías que podemos ver en
el segmento de una tanda publicitaria, las que se nos presentan bajo la promesa de felicidad y
bienestar, cuando, en verdad, no son más que objetos que en la gran mayoría de los casos
tienen poca o ninguna utilidad para nuestra vida.
Es en este sentido que debemos comprender que el sistema capitalista no es solo un orden
productivo de objetos y mercancías, sino también un sistema que abarca al ser humano en su
integridad. El fenómeno de la alienación recién mencionado responde a cuestiones
ideológicas, pues de manera deliberada se pretende vaciar las conciencias humanas para
formar sujetos dóciles y consumistas, que no sean capaces de pensar libremente, y que
dediquen la mayor parte de su tiempo a consumir, incrementado así las ganancias de las
empresas que invierten su capital para que dicho proceso no tenga fin y pueda desarrollarse de
manera imperceptible y “natural”. Es aquí donde Marx identifica dos dimensiones que
conforman el ordenamiento de las sociedades, que él llama “Estructura” y “Superestructura”.
La Estructura refiere al conjunto de relaciones de producción: producción, distribución,
intercambio y consumo de bienes. La Superestructura, en cambio, señala el aspecto
simbólico e ideológico que impera dentro de la sociedad, y se compone del conjunto de ideas,
creencias y costumbres que configuran la conciencia social del conjunto, por ejemplo: la
religión, la filosofía, las leyes, las instituciones sociales, etc. Estas son un producto de la
mente humana, y sirven a la finalidad de “naturalizar” un tipo de relación social y una clase
de comportamiento en las personas con el objetivo de dominarlas y controlarlas.
Según este filósofo, dentro de las sociedades capitalistas existe un conflicto entre las dos
clases sociales que la componen: la burguesía (poseedores de los medios de producción), y el
proletariado (trabajadores). Puesto que la primera de ellas es la que detenta el poder, es al
mismo tiempo la que dirige el sentido del conjunto social. Para eso, intenta invisibilizar las
condiciones de producción y las relaciones sociales de desigualdad que le permiten
perpetuarse en el poder, asegurando su situación de privilegio, a la vez que esconde la
explotación a la que somete a la otra parte.
De este modo, Marx sostiene que la percepción que tenemos de los productos que se
encuentran a disposición en el mercado está mediada por lo que él llama fetichismo de la
mercancía, lo que implica que las condiciones de explotación bajo las cuales dichos
productos fueron producidos quedan ocultadas tras la fascinación que nos provoca el objeto.
Desde esta perspectiva, somos inducidos a no ver la situación de opresión en la cual se
encuentran los trabajadores en el proceso de trabajo y producción, enfocando nuestra atención
sólo en el producto deseado.
Por otro lado, cabe destacar que lo que nos atrae de los productos existentes, no son tanto los
productos en sí mismos, sino lo que ellos representan para nosotros. Es el significado que
dicho objeto posee para nosotros lo que nos lleva a consumirlo, y no el objeto en sí. Por
ejemplo: la fantasía de ocupar un status en la sociedad por poseer tal o cual bien, por vestir de
determinada manera, por verse de tal modo, etc. Existen aspectos de los productos que no
responden directamente al producto en sí, sino más bien a cuestiones simbólicas relacionadas
con ellos. Esa es la razón por la cual muchas marcas invierten tanto dinero en que figuras
públicas o famosas usen sus producciones, para formar una percepción de ellas que nos
genere la ilusión de que si las poseemos, podremos entonces ser como dichas figuras. Se
pretende generar la falsa ilusión de que si poseemos tal o cual bien podremos tener acceso a
un nivel de vida superior que si no lo tuviéramos, algo que puede verse en cualquier
publicidad televisiva.

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En conclusión, Marx dirá que el capitalismo es un generador de desigualdades sociales,
puesto que hay personas que tienen acceso a un nivel de vida y educación muy alto, mientras
que en contrapartida se forman grupos, poblaciones, sociedades y hasta naciones enteras que
se hunden en la pobreza y la marginación. Esta situación de exclusión e indiferencia social a
la que muchas personas son empujadas, es la que provoca –según Marx- actitudes violentas y
delictivas que van en contra de una convivencia sana y pacífica, en la cual puedan resolverse
los conflictos propios de la naturaleza humana.
De esta manera, Marx afirma que el comportamiento y las aspiraciones de las personas está
supeditado a la oportunidad de acceder a un contexto social y económico que favorezca su
desarrollo, o que, por el contrario, condene sus posibilidades confinándolas a la marginación
y la exclusión. Para concluir, podemos decir entonces, que este filósofo afirma que el ser
humano nace con una tendencia hacia la solidaridad y la generación de vínculos, pero que las
circunstancias en las que le toca nacer y vivir pueden llevarlo a actuar de una manera opuesta.

Actividad
1) ¿Cuál es el argumento que esgrime Marx para sostener que el ser humano no es un “ser
natural” sino que es un “ser social”? ¿Qué significa la expresión “medio social”? Desarrolle.
2) ¿Cuál es la disposición mediante la cual el ser humano socializa con sus congéneres?
Explique su significado.
3) Caracterice con sus palabras el concepto de alienación.
4) ¿Qué función cumple el aspecto ideológico en el sistema capitalista? ¿Está usted de
acuerdo con esta afirmación? Justifique.
5) ¿Qué se entiende bajo la noción de fetichismo de la mercancía?

Ernst Cassirer (1874-1945)

La realidad no es cosa única y homogénea; se halla inmensamente diversificada, poseyendo


tantos esquemas y patrones diferentes cuantos diferentes organismos hay. Cada organismo es,
por decirlo así, un ser encerrado en sí mismo. Pues posee un mundo propio y una experiencia
peculiar según la conformación de sus órganos. Las experiencias, y por lo tanto, las
realidades, de dos organismos diferentes son inconmensurables entre sí. Por esta razón no

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es correcto hablar de formas inferiores o superiores de vida. La vida es perfecta en todas
partes, pues en sí misma la vida es la misma en todas partes. Cada organismo, hasta el más
ínfimo, se halla adaptado y totalmente coordinado con su medio. A tenor de su estructura
anatómica posee un determinado sistema “receptor” y un sistema “efector”.

El organismo no podría sobrevivir sin la cooperación y equilibrio de estos dos sistemas. El


receptor por el cual una especie biológica recibe los estímulos externos y el efector por el cual
reacciona ante los mismos se hallan siempre estrechamente entrelazados, y conforman lo que
se conoce como “círculo funcional”.

¿Es posible emplear el esquema propuesto para una descripción y caracterización del mundo
humano? Es obvio que el “mundo humano” no constituye una excepción de esas leyes
biológicas que gobiernan la vida de todos los demás organismos. Sin embargo, en el mundo
humano encontramos una característica nueva que parece constituir su marca distintiva. Su
círculo funcional no sólo se ha ampliado cuantitativamente, sino que también ha sufrido un
cambio cualitativo. El ser humano ha descubierto un nuevo modo de adaptarse a su ambiente.
Entre el sistema receptor y efector, que se encuentra en todas las especies animales, hallamos
en él -como un punto intermedio- algo que podemos señalar como “sistema simbólico”. Esta
nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana. El ser humano vive en
una nueva dimensión de la realidad. Existe una diferencia innegable entre las reacciones
orgánicas y las respuestas humanas. En el primer caso, una respuesta inmediata y directa
sigue al estímulo externo; en el segundo la respuesta es demorada, es interrumpida y retardada
por un proceso lento y complicado de pensamiento.

De este modo, el ser humano ya no vive en un universo puramente físico sino en un universo
simbólico. El lenguaje, el mito y el arte constituyen partes de este universo, forman diversos
hilos que tejen la red simbólica, la urdiembre complicada de la experiencia humana. El ser
humano no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato, no puede verla, como
si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que
avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas (…) se ha envuelto
en formas lingüísticas, en imágenes artísticas o en símbolos míticos, de tal forma que no
puede ver o reconocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial.

De este modo, partimos de la idea de que no hay sujeto humano sin universo simbólico ni
universo simbólico sin ser humano. Aquí se dan dos características:

A) ANTICIPACIÓN: El universo simbólico se anticipa al ser humano, pues al nacer éste se


incorpora a aquél. Todo ser humano inicia su vida insertándose dentro de un ordenamiento
determinado, por ejemplo: el de la comunidad, grupo religioso, familiar, clase social, etc.

B) ORGANIZACIÓN: Otro de los rasgos que posee este universo simbólico es el de proveer
al ser humano un ordenamiento simbólico, no perceptivo, algo así como una arquitectura por
medio de la cual el ser humano orienta su existencia y organiza su espacio social de vida.

Así, podemos corregir y ampliar la definición clásica del ser humano como animal racional.
Habitualmente se ha tomado al lenguaje como la verdadera fuente de la razón, sin embrago,
aquí lo que ocurre es que se confunde la parte con el todo. Porque junto al lenguaje
conceptual tenemos un lenguaje emotivo; junto al lenguaje lógico o científico el lenguaje de
la imaginación poética. Primariamente el lenguaje no expresa pensamientos o ideas, sino
sentimientos y emociones. En lugar de definir al ser humano como un animal racional lo
definiremos como un animal simbólico. De este modo podemos designar su diferencia
específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de la
civilización.

Actividad

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1) Explique y desarrolle el significado de la siguiente frase expresada por Cassirer: “La
realidad no es cosa única y homogénea; se halla inmensamente diversificada, poseyendo
tantos esquemas y patrones diferentes cuantos diferentes organismos hay”.

2) ¿Qué entiende Cassirer por “círculo funcional”?

3) Desarrolle con sus palabras el concepto de “universo simbólico”. Ofrezca un ejemplo.

b) ¿En qué se distingue la realidad del ser humano respecto de la del resto de los seres vivos?

4) ¿Por qué Cassirer considera incompleta la definición de ser humano como “animal
racional”?

b) ¿Por qué este autor prefiere la definición del ser humano entendido como un “animal
simbólico”?

Sobre Violencia Simbólica en Pierre Bourdieu


Las nociones de dominación, poder, violencia y lucha han estado casi siempre presentes en el
vocabulario de la sociología y, en general, en el de las ciencias sociales. Esta pertenencia
habla de una problemática que es constitutiva al orden social, en tanto la conflictividad es
propia del entramado social, pues se realizan dentro del espacio de relaciones de dominación,
de poder y de enfrentamientos.

La noción de violencia simbólica invita a pensar en ese concepto, el de violencia, junto a la


idea de lo simbólico como un espacio en el que necesariamente los agentes sociales se
encuentran en una relación de percepción y reconocimiento. Esta dimensión simbólica de
lo social no sería, desde este punto de vista, un aspecto secundario sino, muy por el contrario,
un componente esencial de la realidad en la que las personas viven y actúan. Ya al considerar
que el mundo funciona a través de lenguajes y códigos de conducta, la dimensión simbólica
de la existencia en el mundo se vuelve evidente.

En definitiva, pensar la idea de violencia simbólica implica pensar, necesariamente, el


fenómeno de la dominación en las relaciones sociales, especialmente su eficacia, su modo de
funcionamiento, el fundamento que la hace posible. Cómo afirma el mismo Bourdieu: “De
todas las formas de “persuasión clandestina”, la más implacable es la ejercida simplemente
por el orden de las cosas.” Esto señala que, bajo la aparente e imperceptible naturalidad con
la que el orden del mundo (simbólico) se impone, existe un entramado de relaciones de poder
que lo hace posible siendo la condición a partir de la cual dicho mundo se erige.

Un ejemplo claro de la cuestión relacionada a la violencia simbólica es el fenómeno de la


dominación masculina, que, lejos de ser sólo una violencia ejercida por hombres sobre
mujeres, es un complejo proceso de dominación que afecta a todos los involucrados sin
distinción de géneros. Pero pueden encontrarse formas y fenómenos de violencia y
dominación simbólicas en los más diversos acontecimientos sociales y culturales, ya sea en la
esfera del lenguaje, en el ámbito educativo, en las múltiples clasificaciones sociales, etc.

Para comprender cómo funciona la reproducción de las relaciones sociales podemos valernos
de la noción de habitus, y con ella intentar dar cuenta del modo en el que los agentes sociales
encuentran al mundo como evidente en sí mismo, y, con ello, co-constituyen la relación de
dominación de la que son parte.

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El habitus podemos definirlo como sistema de disposiciones adquiridas por los agentes
sociales, entendidas desde el punto de vista del sentido práctico. El habitus es un sistema de
disposiciones porque en tanto esquema de pensamiento, visión y acción que los agentes
incorporan a lo largo de su vida, genera en ellos prácticas ajustadas a esos esquemas, que por
eso se convierten en disposiciones, es decir: marcos de referencias que nos sirven para
orientarnos en el “mundo”. “El habitus es esa especie de sentido práctico de lo que hay que
hacer en una situación determinada – lo que, en deporte, se llama el sentido del juego, el
arte de anticipar el desarrollo futuro del juego...”

Este mundo social, cuya experiencia se opera únicamente a través de las prácticas, debemos
concebirlo como un espacio pluridimensional en el que los diversos campos (económico,
político, escolar, cultural, etc.) funcionan como espacios de fuerzas y están estructurados de
acuerdo a diversas variables.

Representación, luchas simbólicas y dominación

“La violencia simbólica es, para expresarme de la manera más sencilla posible, aquella
forma de violencia que se ejerce sobre un agente social con la aceptación tácita de éste. (...)
En términos más estrictos, los agentes sociales son agentes conscientes que, aunque estén
sometidos a determinismos, contribuyen a producir la eficacia de aquello que los determina,
en la medida en que ellos estructuran lo que los determina”.

La violencia simbólica funciona en la medida en que para su existencia y perduración cuenta


con la aceptación de las personas que participan en ella. Para comprender este mecanismo, es
necesario descartar la tradicional dicotomía entre coerción y autosometimiento. No debemos
pensar que el tipo de violencia simbólica al que aquí nos referimos se ejerce como una fuerza
exógena que atraviesa los cuerpos y las identidades de las personas aún contra sus propias
voluntades. Para comprender bien este fenómeno, es necesario advertir que la sutileza con la
que se impone la torna “invisible” e imperceptible, favoreciendo aún más su poder sobre
aquellos en quienes recae, pues de este modo impide que se vuelva tema de reflexión. Esta
violencia diagrama las coordenadas y el orden de la realidad, otorgando una función, una
jerarquía y un determinado tipo de relación entre sus agentes. Éstos, a su vez, no perciben que
dicho orden y disposición en las que ellos mismos se enmarcan funcione bajo un esquema de
dominación y violencia, y es por ello, precisamente, que aún sin saberlo contribuyen a su
misma dominación y reproducción de las relaciones de poder.

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Aquí se impone nuevamente la tarea de pensar lo simbólico como constitutivo e inherente al
espacio social. En la medida en que la vida de las personas es una vida atravesada por lo
simbólico, existe en y entre los cuerpos y las cosas un “universo simbólico” que es en sí
mismo tan real como los objetos en sí. Porque en el mundo de los seres humanos los objetos
son objetos sociales, y los objetos sociales son sólo en la medida en que pueden ser vistos y
oídos, conocidos y reconocidos, legítimamente considerados. Por esto, es posible actuar sobre
el mundo actuando sobre la representación que las personas se hacen del mundo, y con ello,
nos sugiere que quizás la lucha política por excelencia se ubique en el nivel de las luchas por
la imposición de la visión del mundo. En definitiva la dominación tiene siempre una
dimensión simbólica.

Actividades

1) ¿Por qué puede afirmarse que la violencia simbólica es un tipo de “violencia clandestina”?

2) Explique con sus palabras el concepto de habitus desarrollado en el texto.

3) ¿Por qué en el texto se afirma que la violencia simbólica cuenta con la “aceptación” de los
agentes sobre los que ella recae? Desarrolle.

Jean-Paul Sartre (1905-1980) - El Existencialismo

La existencia precede a la esencia. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la


esencia? Significa que el ser humano empieza por existir, surge en el mundo, y después se
define. La existencia humana, tal como la concibe el existencialista, si no es definible, es
porque empieza por no ser nada. Solo será después, y será tal como se haya hecho a sí
misma según las elecciones que haya tomado. Así, pues, podemos decir que no existe algo así
como una naturaleza humana, pues si afirmamos que el ser humano comienza por no ser nada
y que posteriormente se construye partiendo de sus propias decisiones, entonces se
comprende que el concepto de naturaleza no se aplica al ser humano, dado que no hay
determinaciones que limiten su libertad para elegir-se. Para el existencialismo el concepto de
ser humano no es en modo alguno algo fijo, constante y establecido previamente a su
existencia, sino que por el contrario todo ser humano tiene ante sí la posibilidad de construir
su propio ser. Podemos decir entonces que el hombre antes que realidad es posibilidad,
pues inicia su existencia sin determinaciones previas que lo restrinjan.

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El existencialista, cuando describe a un cobarde, dice que el cobarde es responsable de su
cobardía. No lo es porque tenga un corazón, un pulmón o un cerebro cobarde; sino que lo es
porque se ha construido como hombre cobarde por sus actos. Y en el fondo es esto lo que la
gente quiere pensar: si se nace cobarde, se está perfectamente tranquilo, no hay nada que
hacer, se será cobarde toda la vida, hágase lo que se haga; si se nace héroe, también se estará
perfectamente tranquilo, se será héroe toda la vida, se beberá como héroe, se comerá como
héroe. Lo que dice el existencialista es que el cobarde se hace cobarde, el héroe se hace héroe;
hay siempre para el cobarde una posibilidad de no ser más cobarde y para el héroe de dejar de
ser héroe.

El hombre no es otra cosa que lo que él mismo se hace. Este es el primer principio del
existencialismo. El ser humano empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que
se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de ese proyectarse hacia el porvenir. El
hombre es ante todo un proyecto, nada existe previamente a este proyecto, y el hombre será,
ante todo, lo que habrá proyectado ser. Precisamente por no encontrarse definido de
antemano, el ser humano tiene ante sí la oportunidad de elegir-se, es decir de proyectar-se
hacia sus posibilidades de ser en el mundo. Eligiendo, el ser humano se elige a sí mismo tal
como quiere ser, y en cada elección toma sobre sí la responsabilidad de su existencia en vistas
a un cierto proyecto por él trazado.

No obstante, al momento de elegir, el existencialista sostendrá que cada uno de nosotros se


encuentra desamparado, esto es que el hombre se halla a sí mismo sin ningún apoyo ni
socorro, pues está irremediablemente empujado a tener que inventar-se y hacer-se mediante
sus propias elecciones. El desamparo implica que elijamos nosotros mismos nuestro ser, que
lo creemos y que estemos a su cuidado. Así, podríamos decir que la vida del ser humano se
asemeja a la relación que un artista tiene respecto de su obra, al tener que crear e inventar el
sentido de su vida, es decir: el de proyectar-se hacia sus propias posibilidades. Esta situación
en la que el ser humano se encuentra a sí mismo tiene como contracara el peso incalculable de
la responsabilidad que ella implica, pues al no tener condicionamientos previos el hombre
tampoco tiene pretextos en donde excusarse. Cada uno de nosotros somos los protagonistas de
nuestra propia existencia, cada uno de nosotros tiene el peso de su ser sobre sus hombros.
Esta situación es la misma que produce la llamada “angustia existencial”, pues el ser humano
en cuanto tal no puede no elegir. En efecto, no elegir implica elegir, abstenerse u obedecer
supone una decisión previa, a saber: la de abstenerse u obedecer. Este estado en el que el ser
humano se encuentra es el que produce angustia, el de tener la responsabilidad de elegir sin
encontrar apoyos o seguridades que lo orienten más allá de su propia elección.
Ante esta condición muchas personas optan por no hacerse cargo del peso de tener que elegir,
delegando en otros dicha responsabilidad, enmascarando así su angustia. A esta acción Sartre
la llama “mala fe”. Pues conduce a un tipo de existencia “inauténtica”, en la cual las
posibilidades de ser propias quedan sepultadas por la parálisis provocada ante semejante
situación.

No hay determinismo, el hombre es libre, o mejor dicho el hombre es libertad. Estamos solos
y no tenemos excusas bajo las cuales ampararnos. El hombre está condenado a ser libre.
Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque
una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.

El existencialismo dice que sólo hay realidad en la acción. El hombre no es nada más que su
proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el
conjunto de sus actos, nada más que su vida. Para el existencialismo no hay otro amor que el
que se construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor.

En definitiva, podemos afirmar junto con el existencialismo que el ser humano nace libre,
responsable y sin excusas.

52
Actividad

1) Explique y desarrolle el significado de la siguiente afirmación: “La existencia precede a la


esencia”.
2) ¿Qué relación existe entre la nada, la libertad y la posibilidad?
b) ¿Por qué el existencialismo afirma que no existe algo así como la “naturaleza humana”?
3) ¿Qué significa que el ser humano está desamparado? ¿Cómo se relaciona esto con la
experiencia de la angustia?
4) ¿Qué papel cumple la responsabilidad en el marco de esta concepción?
5) ¿Qué se entiende por “mala fe”?
6) ¿Qué quiere decir que el ser humano es “proyecto”? Desarrolle.

Pensar más allá del sujeto


Normalmente pensamos que en la palabra “yo” se agota la totalidad de nuestro ser. El sujeto
de toda acción refiere siempre a un “yo”, ya sea de forma directa o tácita. Por ejemplo:
solemos escuchar a una persona decir, “yo realicé tal o cual acción”, o “yo estuve esperando
el colectivo”, o “mañana (yo) voy a ir al médico”, etc. Damos por hecho que esa subjetividad
que somos puede separarse de la totalidad del universo físico, y así nos creemos entes
plenamente individuales y aislados, que -de manera eventual o secundaria- nos relacionamos
con nuestro entorno.

Sucede lo mismo incluso con el cuerpo, decimos: “yo tengo un cuerpo”, o “yo tengo el pelo
largo”, igual que como cuando decimos que somos dueños de un auto o de cualquier otro
objeto. Nos desenvolvemos como si controláramos el universo físico que nos rodea bajo
nuestra voluntad, situados por fuera o más allá de él, identificándonos por entero con ese “yo”
libre, autónomo e inmaterial.

Las consecuencias inmediatas de esta manera de pensar es la convicción de que más allá y por
fuera de nosotros existe un mundo ajeno, indiferente y carente de sentido, pues se reduce a ser
sólo una estructura mecánica. La palabra “yo” en latín es ego, podemos decir entonces que el

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ser humano se vuelve egocéntrico a la vez que egoísta al situarse en un lugar de superioridad
en relación a la naturaleza.

La palabra “individuo” es la forma latina del griego “átomo”, que significa: lo que ya no
puede ser separado en partes o dividido. El hombre, definido como “individuo”, se define
como un ente separado y a su vez rodeado por un universo irracional, extraño y absurdo. De
esta forma, su principal objetivo es imponerse sobre la totalidad del universo y conquistar la
naturaleza, apropiándosela.

No obstante, debemos advertir las contradicciones propias de esta concepción. Por ejemplo:
¿podría vivir una persona sin el aire que respira? ¿Podríamos pensar la existencia de un ser
humano fuera o más allá de un entorno determinado, es decir: en el vacío? ¿Es posible para la
raza humana sobrevivir dándole la espalda a la naturaleza? Creemos que todas estas preguntas
tienen una respuesta negativa. Y la razón por la cual el ser humano no podría mantenerse vivo
independientemente del entorno en el que le tocara vivir es porque dicho entorno, lejos de ser
considerado como una dimensión puramente física y carente de sentido, forma parte de la
esencia del ser humano.

La Naturaleza debe ser considerada como uno de los elementos fundamentales de nuestro ser,
y no como un agregado de cosas físicas que se encuentran a disposición del “yo” apropiador.
Debemos pensar que la base para el desarrollo de la vida en el planeta depende del respeto y
la consideración hacia la Naturaleza.

La Naturaleza es parte integrante de nuestro organismo, el cuerpo que somos no se limita


solamente a la carne y los huesos con los que inmediatamente nos identificamos, sino que
abarca el aire que respiramos, la potabilidad del agua que tomamos, la salud de los suelos
desde los cuales obtenemos la comida para alimentarnos, el movimiento del planeta con sus
ciclos regulares, la existencia del sol y su distancia respecto del planeta Tierra, etc… Todo ese
“equilibrio cósmico” que hace posible la vida en el planeta forma parte de nosotros, o, mejor
dicho: nosotros como seres humanos formamos parte de ese proceso universal que nos
atraviesa y conforma.

De este modo, el individuo puede ser concebido ya no como “sujeto” que se encuentra fuera
de la naturaleza y la somete a sus propios proyectos, sino que puede considerárselo, en
cambio, como un punto en el cual todo el universo se expresa, como una encarnación del
Todo universal. Al mismo tiempo esta concepción disuelve la imagen del “ego individual” y
la ilusión de haber alcanzado el rango de “persona única” al precio de padecer la ansiedad por
la supervivencia. La alucinación de que somos entes separados nos impide ver que aferrarse al
ego es abrazarse a la miseria.

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Podríamos utilizar la metáfora del árbol con sus ramas y sus hojas, en las que el tronco
principal vendría a representar a la Naturaleza y sus hojas a todos los seres vivos que
formamos parte de ella. Las raíces vendrían a ser el Espíritu. De esta forma lo más importante
en la estructura de la realidad deja de ser el individuo aislado para pasar a ser aquello que nos
atraviesa y nos trasciende: la Naturaleza, pues el árbol sigue en pie más allá de las hojas que
de él se desprenden, volviendo a brotar nuevas y nuevas hojas en su lugar.

55
Unidad 4

Teoría del Conocimiento

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¿Qué es el conocimiento? ¿Qué significa conocer?
En general, cuando decimos que conocemos algo, lo que queremos afirmar es que guardamos
alguna seguridad en torno al comportamiento del objeto que decimos que conocemos. Es
decir, que tenemos confianza en relación a cierta regularidad del objeto del que afirmamos
que conocemos. Algo relativo al horizonte de expectativa, que nos permite predecir -en
alguna medida- el desarrollo, la conducta y las reacciones de dicho objeto a lo largo del
tiempo dependiendo de los estímulos que lo afecten. Sostener que conocemos implica, al
mismo tiempo, determinada familiaridad o dominio sobre aquello que conocemos. Una
experiencia acumulada a partir de una variedad de situaciones pasadas, posibilitan anticiparse
al futuro con algún grado de probabilidad de acierto. Por ejemplo: podemos predecir el clima
de los próximos días porque somos capaces de obtener conclusiones a partir de la regularidad
establecida en la relación entre una multiplicidad de hechos ocurridos en el presente.

El conocimiento otorga seguridad y tranquilidad a quien lo posee. Puede observarse


fácilmente que una persona que no posee conocimiento o experiencia en el desempeño de una
tarea cualquiera, experimentará cierta zozobra, angustia o ansiedad ante el hecho de tener que
exponerse a realizarla, cuestión que no ocurre en el caso de una persona experimentada. El
conocimiento, pues, ofrece confianza, estabilidad y tranquilidad a aquella persona que se halla
en posesión de él. Se dice -también- que se teme lo que se desconoce, precisamente porque lo
que no se conoce, siembra incertidumbre y quita toda base firme sobre la cual poder
establecer una opinión o postura al respecto. Imaginemos estar de pronto en un sitio
desconocido con personas desconocidas. Con seguridad sentiríamos temor ante una
circunstancia como esa, dado que no sabríamos qué pudiera llegar a ocurrirnos o cómo
comportarnos.

Además, la adquisición de conocimiento permite tener dominio sobre lo conocido,


posibilitando su aprovechamiento, manejo o manipulación a voluntad. Por ejemplo: el
conocimiento sobre determinada enfermedad le da al ser humano la posibilidad de controlarla
y erradicarla, cosa imposible en el caso de desconocerla. O conocer ciertas propiedades de los
objetos nos permite su aprovechamiento para su empleo y utilización. Por eso suele afirmarse
que el conocimiento es poder.
El conocimiento se diferencia de la opinión, en que el primero puede respaldar su postura
sobre la base de argumentos sólidos y convincentes para todas las personas, mientras que la
segunda carece de fundamentos ciertos o verosímiles que la sostengan.
La oportunidad de desarrollar el conocimiento implica la capacidad de ensanchar el horizonte
de experiencia y así expandir las posibilidades de acción a quien lo posee. Imaginemos por
ejemplo el conocimiento desplegado en el espacio exterior por parte de los astronautas, los
descubrimientos así obtenidos permiten abarcar una dimensión mayor de dominio,
enriqueciendo la concepción de la realidad que el ser humano tiene. Se trata de incorporar
nuevos conocimientos a los ya poseídos, y de esta manera profundizar y aumentar la idea del
universo y de la vida que podamos formarnos. El conocimiento ofrece la chance de integrar,
asimilar y comprender fenómenos que, de ser ignorados, representarían una amenaza o una
incógnita, al situarse más allá de nuestro ámbito de familiaridad y dominio.

Debe tenerse en cuenta que el conocimiento también se relaciona con nuestra interioridad en
cuanto seres humanos, y no sólo con el mundo exterior. Saber quiénes somos, qué nos
constituye como personas o poder reconocer nuestras cualidades singulares, permite un
encuentro fraterno con el propio ser, una vida plena y una autoestima más saludable. De ahí la
conocida frase “conócete a ti mismo”.

Por último, señalemos que el conocimiento es el grado más cercano que se puede estar en
relación al ser, mientras que la ignorancia implica el vacío de ser, es decir: el no-ser. Por
ejemplo: cuando decimos que conocemos qué es algo, queremos afirmar que sabemos cuál es
su ser; todo lo contrario, si admitimos que lo ignoramos.

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El conocimiento cambia a quien lo posee, mejorándolo y otorgándole una perspectiva distinta,
más rica y profunda del hecho concreto de estar vivo. Ahora bien, ¿Cómo adquirimos
conocimiento a lo largo de nuestra vida? ¿Mediante qué capacidades logra el ser humano
aumentar su conocimiento? ¿A través de la razón, de los sentidos o de las emociones? ¿O
será que el conocimiento es una construcción social e histórica?

Tipos de conocimiento
Escepticismo (La palabra "escéptico" viene del griego "skeptikoi" (de "skeptesthai", que
significa examinar). El escepticismo es la doctrina que asegura que la verdad no existe y que,
en caso de que exista, el ser humano es incapaz de conocerla. Para el escepticismo cualquier
afirmación que pueda ofrecerse en torno a cualquier cuestión carece de base firme y estable
en la cual poder asentarse, de modo que nada puede concluirse con absoluta seguridad. Así, el
conocimiento es algo imposible y la existencia humana se halla irremediablemente arrojada a
la ignorancia e incertidumbre acerca de todo en general.
Relativismo Esta postura es la que sostiene que toda afirmación o conocimiento depende, en
última instancia, de quien lo afirme y sostenga. Según esta perspectiva no existe ninguna
verdad de carácter absoluto y atemporal, sino que toda verdad se encuentra sujeta a la época
en la que se sostiene. Por ejemplo: la verdad que sustentaba a la cosmovisión de -por ejemplo-
la sociedad del antiguo Egipto es totalmente distinta de la nuestra, pero no por eso es ni más
ni menos verdadera que la nuestra. Cada época y cada sociedad construye su propia
interpretación de los hechos, es decir: cada comunidad construye su verdad. De este modo, la
verdad es relativa a quien la sostenga, pudiendo existir verdades contradictorias entre sí. Por
ejemplo: si una persona sostiene que hace frío, mientras que su interlocutor sostiene lo
contrario, los dos estarán en lo cierto más allá de sus diferencias, puesto que la verdad es
relativa a cada uno, no existiendo una verdad única y universal que valga para todos.
Realismo ingenuo El realismo ingenuo afirma simplemente que las cosas existen
independientemente de la conciencia, y que son exactamente tal como nosotros las pensamos.
Afirma que la percepción que tenemos de la realidad es absolutamente fiel y no se plantea
siquiera el problema. En este realismo ingenuo se admiten como objetivos muchos datos o
elementos que en la realidad proceden del sujeto, considerándoselo a este como meramente
pasivo y fiel reflejo del mundo exterior. Este realismo es propio del niño, del hombre
primitivo, o del “saber vulgar” que no se plantea la posibilidad del error en sus
conocimientos. Pero este realismo ingenuo es fácilmente superado ante una reflexión crítica.
El realista ingenuo sostiene que cuando vemos un objeto y sus propiedades, en condiciones
normales, es precisamente como lo que vemos.
Dogmatismo Según esta corriente, existe una verdad de carácter absoluto, invariable y
atemporal, con independencia de que los seres humanos la conozcamos o no. Esta verdad, que
está más allá de las opiniones particulares de cada uno, y a la que todos deberíamos aspirar a
conocer, es accesible para el ser humano por medio de la fe. Dogmática es aquella persona
que se aferra a una creencia considerándola como la única verdad, y la que a su vez es de la
opinión de que dicha verdad no cambia, lo que hace que la persona tampoco varíe sus
opiniones a lo largo de su vida y crea que todos aquellos que no la comparten están en el
error.

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René Descartes (1596-1650)

Descartes fue un distinguido filósofo y ensayista francés cuyo pensamiento significó el


quiebre entre dos épocas. Este autor inaugura un nuevo tiempo en el mundo de las ideas,
dejando tras de sí la ortodoxia establecida por principios y creencias sobre los cuales se
edificó la sociedad medieval, dando paso al periodo histórico político-social y económico
conocido como modernidad.
Sus inquietudes y curiosidades abarcan las más diversas disciplinas, desde la filosofía hasta la
medicina, la astronomía, la mecánica, las matemáticas, etc. Su carácter itinerante lo llevó a
recorrer diferentes puntos de Europa y a vivir experiencias diversas. Conoció a todo tipo de
personalidades, manteniendo relaciones epistolares con muchas de ellas incluso con
personajes pertenecientes a la realeza. Se granjeó el respeto y el reconocimiento de sus
contemporáneos, como así también cosechó muchos detractores a su modo de pensar.
La misión que emprendió fue nada más y nada menos que la tarea de refundar el edificio de
las ciencias desde sus cimientos. Consideraba que todos los conocimientos que había obtenido
y que conformaban la visión del mundo que se tenía en ese momento carecían de bases firmes
y estables, de modo que dedicó su tiempo a reflexionar con el objetivo de encontrar un
fundamento cierto e incontrovertible que valiera de plataforma a partir de la cual construir y
sostener la estructura de las ciencias de una vez y para siempre.
Para la consecución de su propósito se dispuso rechazar todas sus antiguas creencias con la
firme convicción de poder así arribar al fundamento pretendido. De esta manera decidió
descartar todas aquellas ideas en las que se presentara la menor duda o sospecha, por más
mínima que estas pudieran ser. No obstante, como este trabajo podría ser infinito dada la gran
cantidad de ideas que una persona lleva consigo, su análisis se enfocó en analizar las fuentes
de las que procede el conocimiento a fin de poder decidir si lo que de ellas se desprende es
fiable o, por el contrario, carece de una confiable seguridad, “puesto que la destrucción de los
fundamentos arrastra necesariamente consigo la de todo el edificio”. Con estas directivas se
inicia lo que suele conocerse como el Método de la duda.
Racionalismo
En su libro llamado Meditaciones metafísicas publicado en el 1641, Descartes emprende su
camino de rechazar como falso todo aquello que presente la menor duda.
Empieza preguntándose de dónde provienen los conocimientos que poseemos de la realidad,
respondiendo inmediatamente que es a partir de los sentidos en donde alcanzamos el contacto
con ella. En efecto, son las percepciones sensibles las que nos posibilitan la captación de
nuestro entorno, la vista, el olfato, el tacto, etc. Así lo afirma el mismo Descartes: “(…) todo
lo que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro, lo he aprendido de los sentidos; ahora

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bien: he experimentado varias veces que los sentidos son engañosos, y es prudente no fiarse
nunca por completo de quienes nos han engañado una vez.”
De este modo el filósofo francés desecha la posibilidad de poder obtener un conocimiento
cierto e indudable a partir de los sentidos, pues a cualquier persona le ha pasado ser víctima
de los engaños que estos nos proporcionan. Así, los sentidos son descartados como fuentes
fidedignas de conocimiento, y mejor será no prestarles atención.
Sin embargo, aunque los sentidos puedan muchas veces confundirnos sobre aquellas cosas
que percibimos, no podríamos dudar de la existencia de nuestro propio cuerpo, puesto que
siempre nos encontramos a nosotros mismos en situación, como por ejemplo la lectura que
ahora mismo estamos desarrollando, o el entorno del que formamos parte. No obstante
Descartes toma dos casos en los que estas circunstancias aparentemente libres de toda duda
pueden ser objeto de sospecha. En primer lugar cita como ejemplo a las personas que sufren
algún trastorno o enfermedad mental, y que en su locura creen estar desnudos cuando están
vestidos, o creen ser ricos cuando en realidad son las personas más pobres, o alucinan ser
cacharros o tener cuerpos de vidrio.
Posteriormente añade que muchas veces se ha encontrado a él mismo en circunstancias
semejantes durante las horas de sueño, imaginando atravesar situaciones o viviendo
experiencias inverosímiles en los momentos de vigilia. De aquí que el filósofo sostenga que,
al no poder establecer una delimitación clara entre el sueño y la vigilia, tampoco estamos en
posición de saber con certeza si la vivencia que tenemos de nosotros mismos, de nuestro
cuerpo y de nuestro entorno, es en verdad como la tenemos o, al contrario, es una gigantesca
ilusión sin base cierta.
De modo que, si la realidad tal como la percibimos no posee garantía de que sea tal cual la
percibimos, y que todo lo que constituye nuestro mundo puede ser descartado, ¿qué quedará
en pie luego de haberlo eliminado todo? Llegados a este punto Descartes afirma que a pesar
de haber suprimido todo el mundo material, incluido nuestro propio cuerpo, existen aún
ciertos principios generales que no han sido alcanzados por los argumentos anteriores, y estos
son los principios matemáticos. En efecto, por más que no haya cuerpos físicos en el espacio,
si sumamos 2 + 2 el resultado siempre será 4. Las matemáticas así como la aritmética, la
geometría y todas las ciencias exactas se presentan libres de toda duda y sospecha, puesto que
su evidencia no depende de los sentidos, sino únicamente de nuestra inteligencia.
Pero Descartes va más allá proponiéndose ir hasta el fondo de la cuestión, de forma que
insistirá en hacer aún más grande la duda. Así, imagina la existencia de un Genio Maligno
que utiliza todo su poder para engañarlo, haciendo que todos sus pensamientos se encuentren
tergiversados por la astucia maligna de este Genio, incluso cuando cree que 2 + 2 es igual a 4.
Descartes argumenta que así como a él le han enseñado desde joven a creer en la existencia de
un ser benevolente y todo poderoso llamado Dios, bien podría creer entonces en la existencia
de un ser todopoderoso de naturaleza maligna y malhechora cuya actividad fuera hacerlo caer
en el error toda vez que se pusiera a pensar en algo.
El método concluye entonces en que nada, absolutamente nada, está libre de toda sospecha.
La duda se ha devorado todo, dejando a Descartes en el desamparo absoluto. Sin embargo el
filósofo observa que, aún cuando no haya nada en qué poder apoyarse con plena seguridad,
puesto que se puede dudar de todo, de lo único que no se puede dudar es de que es uno mismo
quien está dudando, y si dudo entonces pienso, y si pienso, existo.
Cogito, ergo sum.
Descartes finalmente encuentra el fundamento que estaba buscando desde que comenzó a
dudar de todo, no siendo otro que el de su propia existencia. La sospecha finaliza en el
descubrimiento de la propia conciencia como suceso indudable, pues al fin y al cabo es uno
mismo el que está llevando la duda adelante, soy yo quien está dudando, y más allá de que

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todas mis creencias puedan ser falsas aun cuando yo las considere verdaderas, nada ni nadie
puede convencerme de que yo no sea nada, en el pensamiento se revela mi existencia.
“No cabe, pues, duda alguna de que yo soy, puesto que el Genio maligno me engaña y, por
mucho que me engañe nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras que estoy
pensando que soy algo. (…) Yo soy, yo existo es necesariamente verdadera, mientras lo estoy
pronunciando o concibiendo en mi espíritu.”
Afirmados en el descubrimiento de la propia existencia como hecho fundamental, Descartes
se refiere a ella con la siguiente definición: “Yo no soy, pues, sino una cosa que piensa, es
decir un espíritu, un entendimiento o una razón (…).” Este conocimiento de su propia
existencia como cosa pensante es evidente por cuanto no se puede dudar ni sospechar de él.
En este punto Descartes coincide con Parménides al afirmar que “pensar y ser son lo mismo”.
Según las meditaciones cartesianas, la evidencia posee dos características esenciales, la
claridad y la distinción, que se oponen a la oscuridad y la confusión. De manera que de
ahora en más todas las ideas que se presenten en el pensamiento y contengan estas
propiedades deberán ser consideradas como verdaderas.

Claridad: una idea es clara cuando se nos presenta de tal modo a nuestra intuición que
no es posible dudar de ella.

Distinción: una idea es distinta cuando no es posible confundir el concepto que


tenemos de ella con el concepto que tenemos de cualquier otra, es decir que podemos
distinguirla y diferenciarla de otra idea diferente.

Si reflexionamos sobre las conclusiones que se desprenden luego de haber atravesado las
meditaciones, encontramos que el fundamento de la realidad es el ser humano entendido
como una cosa que piensa (Sujeto), cuya esencia reside exclusivamente en pensar. Ubicar al
ser humano como fundamento significa al mismo tiempo identificarlo con la referencia a
partir de la cual dirimir qué es lo verdadero y qué no lo es, qué es real y qué no. Solo lo que
sea evidente al pensamiento humano podrá ser considerado real. O dicho de otra manera: la
realidad se encuentra dentro de los límites del pensamiento humano, y por fuera de él no hay
nada.
Descartes afirmará que las ideas evidentes que nos sirven para conocer la realidad, puesto que
la realidad se ha reducido sólo a ideas evidentes para el ser humano, se encuentran ellas
mismas dentro del ser humano como parte de su constitución. Estas son las ideas innatas,
cuya procedencia es el pensamiento mismo. Según Descartes no es necesario recurrir a la
experiencia para saber cómo es la realidad, sólo debemos atender a las ideas innatas de
carácter evidente para conocerla, y estas ideas evidentes podemos hallarlas en el estudio de
las ciencias exactas como lo son la matemática, la aritmética, la lógica y la geometría.

Actividades
1) ¿Cuál es el objetivo de las meditaciones cartesianas?
2) ¿Cuál es el procedimiento seguido por el método de la duda? Enumere y caracterice con
sus propias palabras sus etapas.
3) ¿Qué significa que el ser humano sea el fundamento de la realidad?
4) ¿Por qué Descartes afirma que pensar y ser son lo mismo?

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5) Caracterice el concepto de evidencia.
6) ¿Qué se entiende por ideas innatas?

Empirismo
El Empirismo es una corriente de pensamiento que se desarrolla durante el siglo XVII y gran
parte del XVIII en las Islas Británicas. Dos de sus más importantes representantes fueron John
Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776). El presente texto se desarrolla teniendo en
cuenta, sobre todo, las ideas y el enfoque seguido por este último, quien fue responsable de
llevar esta filosofía hasta sus límites.

Básicamente, lo que el Empirismo propone es zanjar la cuestión acerca de las fuentes reales
del conocimiento humano. Podríamos decir que la pregunta fundamental sería la siguiente:
¿cómo es que el ser humano logra conocer algo? ¿mediante qué facultad o facultades el ser
humano alcanza el conocimiento?
Partiendo de esta problemática básica, lo que el esta escuela propone es que el ser humano
logra conocer gracias a sus cinco sentidos. El término empirismo es una derivación del
término griego “empeiria” que significa experiencia, o “cualidad de aprender algo a base de
la observación”. Es decir que la filosofía empirista afirma que el fundamento de todo
conocimiento son los sentidos, mediante ellos y sólo mediante ellos podemos conocer.
Ahora bien, debemos entender bien lo siguiente: según Hume la conciencia humana en sí
misma es una tabla rasa, es decir que cuando nacemos somos algo así como una hoja
absolutamente en blanco que, poco a poco y a través de las sensaciones que sentimos, vamos
desarrollando una imagen general de la realidad en la que vivimos. Los sentidos son así las
fuentes en donde se origina la posibilidad de todo conocimiento posible.
Imaginemos, por ejemplo, un ser humano que por algún extraño motivo se encontrara privado
de sus sentidos ya desde el momento en que nació. ¿Podríamos decir que esa persona es capaz
de conocer algo? ¿No viviría, acaso, como encerrada en un vacío total en el que nada podría
conocer ni pensar?
Para Hume la conciencia humana es en sí misma un escenario por donde fluyen las diferentes
experiencias que nos van llegando provenientes de los sentidos, y sin su participación la
conciencia no sería nada más que puro vacío.

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De este modo, entonces, comprendemos que desde esta perspectiva el ser humano es definido
como una conciencia por la que pasan de manera incesante una gran cantidad de
representaciones venidas desde las sensaciones. Para el Empirismo el primer acto de
conciencia es sentir, y a partir de allí se desarrolla el conocimiento dentro del ámbito de la
conciencia. La conciencia siente, y solo por eso conoce. Y es capaz de sentir únicamente por
medio de los sentidos.
Lo que vemos aquí es lo siguiente: mediante los sentidos experimentamos las sensaciones, y
esas mismas sensaciones se presentan en la conciencia como sus representaciones. La
conciencia es el lugar donde fluyen las representaciones o imágenes que tienen su origen en
las sensaciones dadas por los sentidos. Para el Empirismo los sentidos nos “entregan”
IMPRESIONES SENSIBLES, que cuando pasan a la conciencia se transforman en IDEAS
DE LA CONCIENCIA.
Hume define a las impresiones como aquellas percepciones que se presentan a la mente con
mayor fuerza o vivacidad; por ejemplo, cuando oímos, vemos, palpamos, odiamos, deseamos
o queremos. Es decir que dentro del concepto de impresión entran las sensaciones, las
pasiones y las emociones. Estas percepciones se presentan con mayor intensidad porque son
el origen de todo acontecer dentro de la conciencia.
Por ideas Hume entiende las representaciones o imágenes que fluyen en la conciencia a partir
de los datos obtenidos de las impresiones sensibles. Cuando la mente realiza una operación
como la de recordar algo, o la de formar una imagen cualquiera, trabaja con representaciones
sacadas de las impresiones, por eso las ideas tienen menos fuerza, porque dependen de las
impresiones para existir.
A su vez, este filósofo realiza una distinción entre impresiones e ideas simples y complejas.
Por ejemplo, una impresión simple sería la percepción de una pared de color rojo; mientras
que una impresión compleja podría ser la contemplación de una pintura, en donde la
combinación de diferentes colores conforma una imagen. En cuanto a las ideas, simples serían
aquellas que se presentan a la mente cuando recordamos algo, por ejemplo un perro, o una
situación cualquiera; y compleja sería aquella elaborada por la imaginación mediante una
asociación libre de ideas, por ejemplo: un perro que habla, o un caballo que vuela.
Por último, cabe destacar la siguiente cuestión que es muy importante dentro de este esquema.
Vimos que según el empirismo la fuente del conocimiento son los sentidos y sus impresiones
concomitantes. Ahora bien, cabe la siguiente pregunta: ¿de dónde provienen esas impresiones
dadas en los sentidos? ¿es seguro que lo que lo sentidos nos muestran corresponde con lo que
está fuera y más allá de ellos? ¿qué es lo que perciben los sentidos? En este punto Hume se
muestra totalmente consecuente con sus principios, y afirma que no podemos saber si los
objetos que percibimos mediante los sentidos existen realmente o no. Quizás pueda ocurrir –
dice el filósofo- que aquellos cuerpos que captamos fuera de nosotros no estén fuera de
nosotros y que sean construcciones nuestras. O, tal vez, que todo eso sea una mera ilusión.
En definitiva, lo que el Empirismo llega a afirmar es que sólo podemos estar ciertos de que
tenemos percepciones e ideas formadas a partir de ellas, pero qué tan reales o no puedan ser
esas entidades, no lo podremos saber nunca. Aquí se deja ver el aspecto escéptico de esta
doctrina, pues, aunque afirma que podemos conocer mediante nuestros sentidos, no se atreve
a afirmar que aquello que decimos que conocemos exista tal cual nos lo representamos en
nuestras impresiones y nuestras ideas.

Actividades
1) ¿Qué entiende Hume por conciencia? ¿Está usted de acuerdo con él? Justifique.
2) Teniendo en cuenta la respuesta anterior, ¿cuál sería la diferencia entre el Empirismo y el
Racionalismo de Descartes?

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3) Según la teoría empirista, ¿qué valor tienen los sentidos para la construcción del
conocimiento humano?
4) ¿Qué entiende Hume por impresiones e ideas?
5) Realice un cuadro conceptual donde se vea reflejado el esquema empirista con sus
términos específicos.
6) ¿En qué sentido puede decirse que el Empirismo puede ser considerado como una teoría
escéptica?

La importancia de las emociones en el desarrollo del conocimiento


humano

Vincent van Gogh, “La noche estrellada”, 1889.


Se tiene como una afirmación libre de toda duda aquella que sostiene que el conocimiento no
puede provenir de las emociones, o, mejor aún, que las emociones representan un obstáculo
para su adquisición. Suele considerarse que el ámbito propio de las emociones pertenece al de
la subjetividad, es decir que son exclusivas de las apreciaciones de cada persona, y que por
esa misma razón no pueden formar parte en la tarea de obtener un conocimiento cierto acerca
del mundo que nos rodea. Precisamente, cuando admitimos un conocimiento como válido,
estamos sosteniendo que ese conocimiento es válido no sólo para aquella persona que lo
afirma, sino para todas las personas en general. Pues el conocimiento posee un carácter
universal, y, por el contrario, las emociones responden a las particularidades de las personas,
no pudiendo extenderse más allá del juicio de cada quién.
Además, ¿cómo expresar con precisión y rigurosidad lo que las emociones nos sugieren del
mundo? ¿Es posible transmitir con claridad la experiencia surgida desde las emociones a los
demás? Estas preguntas son pertinentes, puesto que toda afirmación que se considere que
aporta conocimiento debe poder ser transmitida a todo interesado en ella de manera minuciosa
y determinada, y no pareciera que las emociones puedan ajustarse a estas exigencias.
Son estas algunas razones por las cuales pareciera que conocimiento y emoción se excluyen
mutuamente, y que todo aquél que pretenda aportar algo de conocimiento debiera neutralizar
las emociones que alberga.

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Sin embargo, caben las siguientes preguntas: ¿pueden excluirse las emociones humanas en el
desarrollo del conocimiento? ¿serán, en verdad, un obstáculo las emociones en la búsqueda de
conocimiento cierto? ¿Es la ciencia el único medio de conocimiento humano, o el arte, la
música y la poesía son otras tantas maneras de ampliar nuestra percepción de la realidad?
¿jugarán las emociones un rol activo y positivo dentro del ámbito de conocimiento?
La imagen del científico vestido bajo su pulcro delantal blanco, adoptando una postura
ecuánime e imparcial bajo una expresión seria e inalterada libre de toda emoción, parece ser
la iconografía exacta para describir y representar al hombre dedicado al conocimiento propia
del sentido común. Justamente, una imagen en donde aspectos asociados a lo emocional y a lo
particular quedan excluidos. Pareciera así, que la ciencia y el conocimiento humanos solo
pueden desarrollarse en ámbitos como los laboratorios, los claustros o lugares cerrados al
mundo de la vida cotidiana, y donde es preciso que así sea.
De este modo, el conocimiento pareciera ser aséptico a cualquier elemento humano, es decir,
se asemejaría a una tarea no humana, en donde lo humano -precisamente- debiera estar
excluido por completo de su práctica. Pero, ¿es eso posible? ¿Acaso el conocimiento no parte
de intenciones y motivaciones humanas? ¿No es el ser humano el que por principio desea
conocer? ¿Las emociones son experiencias singulares y privadas, o por el contrario refieren a
aspectos universales de la realidad? Si esto es así, ¿entonces cómo podría pretenderse que
aspectos tan humanos como las emociones debieran quedar de lado a la hora de ejercitar el
conocimiento?
Querer excluir a las emociones de la tarea del conocimiento resulta prácticamente imposible.
Las emociones son uno de los nervios esenciales de la vida humana, son las emociones las
que inyectan movimiento y hacen vibrar nuestra vida, están presentes en todas nuestras
acciones, puesto que son el principio motor que nos dinamizan a actuar en tal o cual
dirección.
De hecho, si a cualquier persona que se encuentre desarrollando alguna investigación o
descubrimiento le preguntamos qué lo empuja a trabajar, inevitablemente respondería bajo
sus preferencias particulares y sus gustos.
De modo que a partir de estas observaciones podemos advertir que las emociones cumplen la
función de dirigir nuestra atención hacia el mundo que nos rodea, pues no todos preferimos lo
mismo, y allí donde enfoquemos nuestro interés podremos desarrollar nuestro conocimiento.
Las emociones nos ayudan a orientarnos en el mundo, que de por sí es infinito, acotando
nuestro ámbito de acción y nuestra área de influencia. Pues de no ser así, careceríamos de
referencia hacia dónde o hacia qué dirigirnos.
Nuestras emociones guían nuestros gustos, acentúan aspectos o zonas de la realidad
estableciendo un lazo afectivo que permite interiorizarnos con aquello que nos emociona.
Interiorizarse significa aquí, que entablamos un “contacto interno” o que nos “abrimos” a la
realidad, dejando de verla como algo que existe “fuera” de nosotros para identificarnos con
ella y así profundizar nuestro conocimiento. La distancia existente entre la realidad conocida
y el sujeto que conoce se difumina cuando las emociones son las que motivan el
acercamiento. “Realidad” y “sujeto” quedan comprendidos bajo una relación que los modifica
a ambos, puesto que la realidad se enriquece con las intensiones y las perspectivas efectuadas
por el sujeto; y la vivencia del sujeto experimenta una expansión y una elevación que tiene
como causa la realidad. Generado este vínculo a través de las emociones, no se puede decir ya
que la realidad esté “fuera” del sujeto, y tampoco que el sujeto exista independientemente de
la realidad que contempla y se esfuerza por conocer. Realidad y sujeto se diluyen y confunden
en una misma experiencia expresada en las emociones que emergen al contacto entre ambos,
eliminando la distancia entre uno y otro. Dicha unidad queda plasmada en las emociones, que
de este modo son la expresión de algo universal, puesto que trascienden la singularidad del
sujeto.

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¿El amor -por ejemplo- no es una emoción universal? ¿No es el mismo el amor que sintieron
los antiguos griegos, que el que sentimos hoy nosotros? Es que las emociones no forman parte
del ámbito privado de cada individuo, sino que trascienden la individualidad, desbordándola y
haciendo posible una relación originaria con la realidad. Podríamos decir de modo
metafórico que las emociones tiñen la relación entre el sujeto y la realidad bajo una tonalidad
afectiva determinada, abarcándolo todo.
Hay quienes consideran que el amor es la emoción principal que dirige nuestra existencia,
organizando nuestras preferencias y permitiéndonos valorar de maneras diversas nuestro
entorno. Es esta emoción la que nos abre al mundo dándonos la posibilidad de conocerlo y de
acercarnos a él de manera plena y dispuesta. Sólo aquél que es capaz de amar es capaz de
conocer, el amor es condición del conocimiento. Pues sin esta emoción básica no tendríamos
motivación o inclinación alguna que nos impulse a conocer el mundo y el universo. El amor
posibilita una apertura franca para que aquello que deseamos conocer pueda manifestarse
libremente, sin restricciones ni ataduras. Una actitud así logra realizar el vínculo entre las
partes, favoreciendo un encuentro que no sólo se limita a ser intelectual, sino también
emocional, y por ello mismo mucho más profundo y sincero.
Por último, queda destacar por lo anteriormente expuesto, que el conocimiento no sólo se
limita al ámbito estrictamente científico, sino que abarca otras regiones del ser humano, como
el arte en general. Disciplinas como la música, el cine, la literatura, la pintura o la danza,
amplían el espacio de conocimiento, pues nos abren a nuevas experiencias y a diferentes
maneras de ver el mundo. En este sentido debemos observar que las actividades artísticas se
encuentran marcadas por una fuerte emocionalidad en quienes en ellas se desempeñan, siendo
este caudal emocional el motor fundamental para su desarrollo. De modo que las emociones
empujan y alientan la empresa del conocimiento humano, y sin ellas pareciera imposible que
cualquier descubrimiento o investigación se lleve a cabo. En tal caso, debemos descartar la
suposición con la que empezamos este texto, la que sostenía que conocimiento y
emocionalidad se excluyen mutuamente, y en lugar de eso ver cómo ambos términos se
implican entre sí posibilitando su crecimiento y progreso mutuo.
En definitiva, tal como decía Hegel, uno de los filósofos más destacados de la historia: “Nada
grande se ha hecho sin pasión”.

Actividades
1) ¿Qué argumentos se desarrollan en el texto para sostener que las emociones son necesarias
para el desarrollo del conocimiento humano?
2) ¿Qué función cumplen las emociones en el ejercicio del conocimiento según el texto?
3) ¿Por qué según el texto la emoción del amor es imprescindible para acceder al
conocimiento del mundo? ¿Está usted de acuerdo? Justifique.

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La estrecha relación entre el conocimiento y el Poder. Una
aproximación al pensamiento de Michel Foucault

Michel Foucault (1926-1984)


En toda su obra filosófica, Foucault no dejó nunca de analizar de forma crítica la noción que
históricamente se tiene del conocimiento. Esto significa que la creencia en que el avance del
conocimiento contribuiría a desarrollar la libertad y el bienestar del ser humano es puesta bajo
tela de juicio y sospecha en prácticamente todos sus escritos. Según este filósofo, el
conocimiento se construye, y precisamente por eso posee características muy específicas que
deberán ser analizadas con el objetivo de ver qué intereses y qué propósitos subyacen a su
perfeccionamiento.
Evidentemente, si partimos de la base de que el conocimiento es una construcción, podemos
empezar preguntando: ¿Cuál es su origen? Y la respuesta que se ofrece es que el
conocimiento se origina directamente desde el Poder. Es el Poder el que posee la facultad de
generar conocimiento e imponerlo como único e indiscutible. Quien detenta el Poder, detenta
al mismo tiempo la posibilidad de producir conocimiento . De aquí que debamos entender que
ambos términos se implican mutuamente: si hablamos del conocimiento, estamos hablando
implícitamente del Poder, y viceversa.
De este modo, Foucault nos invita a poner en duda toda Verdad, y a preguntarnos al mismo
tiempo qué efectos ocultos provenientes del Poder persigue. Ésta es la cuestión: plantearnos el
conocimiento como emanación del Poder, concebir al saber como un instrumento al
servicio del Poder. En el análisis realizado por Foucault, detrás de la fachada del
conocimiento se esconde toda una voluntad de Poder, y este conocimiento así surgido no es
más que una justificación para disciplinar y dominar, para exigir conformidad y sumisión
sobre quienes se impone. Puesto que el conocimiento impone una doble represión: la que
condena al silencio los discursos “excluidos”, considerados como “falsos”; y la que determina
y ordena los discursos “aceptables”, es decir: los “verdaderos”.
El conocimiento no existe aislado de los sistemas de poder que lo producen y mantienen.
Así, el Poder está determinando, tanto qué discurso es aceptado como verdadero, como qué
criterios, procedimientos, instituciones y personas pueden distinguir un discurso “verdadero”
de otro “falso”.
No es difícil comprender que todas aquellas expresiones contrarias a la Verdad así impuesta
serán rechazadas como “falsas” y desechadas como carentes de valor, impidiendo que
versiones alternativas circulen dentro de la sociedad. De esta manera, se allana el camino para
que prevalezca un único “discurso verdadero”, que será defendido e instaurado por el Poder

67
de turno. Dicho discurso único y “verdadero” pretende ser la interpretación más precisa y
certera de la realidad, la cual a su vez representa los intereses del Poder del que surge.
Por eso mismo el conocimiento y la Verdad son árbitros de distintas luchas políticas,
puesto que ambos son recursos que por su naturaleza brindan la posibilidad de imponer una
interpretación de la realidad acorde a los intereses de quien los emite. De modo que, tanto el
conocimiento como la Verdad, se transforman en los instrumentos más influyentes que el
Poder puede tener. Aquí debemos comprender que el conocimiento no es sólo un envoltorio
retórico que esconde sospechosas motivaciones ocultas, sino que el conocimiento implica una
especie privilegiada de dominio. En efecto, el conocimiento es uno de los medios de
dominación más potentes que existen, pues de manera incuestionable se introduce en el
imaginario colectivo, naturalizando prácticas sociales, imponiendo modos de ver y valorar la
vida, manipulando y dirigiendo la opinión pública, construyendo identidades e
identificaciones sociales artificiales, etc. En una palabra: el conocimiento modela a la
sociedad. Las ideologías de cualquier tipo son un ejemplo claro de este proceso de control
ejercido sobre los sujetos y las comunidades, al colonizar las conciencias y subordinarlas bajo
sus reglas. De modo que Poder y conocimiento son elementos que inciden fuertemente en las
disputas políticas al interior del conjunto social.
El Poder controla los discursos que se difunden en una sociedad ejerciendo distintos
procedimientos, por ejemplo: silenciando aquellos que no se encuentran dentro de los criterios
definidos por este Poder. Pues el Poder no puede dejar de incluir distintas estrategias de
control e imposición que están determinando qué se puede publicar, sobre qué es posible
hablar o de qué forma hay que pensar.
Por eso el conocimiento no está, y no se permite que esté al alcance de todos, sino sólo al
alcance de unos pocos elegidos. El discurso del conocimiento y la Verdad pertenece a quienes
detentan el Poder: aquellos que dirigen la enseñanza, la publicación de libros, la distribución
de fondos materiales o propietarios de medios masivos de comunicación. Sólo aquel que
posee Poder puede transformar un discurso en verdadero. Pues la Verdad exige la
existencia de un grupo de “decididores” que decidan qué discurso va a ser el verdadero y
cuales otros no. Por esa misma razón el conocimiento no circula libremente, pues para
acceder a él es necesario todo un ritual que no es más que un adoctrinamiento y un filtro:
poseer una determinada cualificación, someterse a distintas reglas establecidas o saber
manejar una serie de términos y jergas bien definidas con el objetivo de persuadir y modelar
la realidad según su propia concepción. He aquí una de las principales funciones de las
instituciones educativas modernas.
Y una vez que se obtiene el Poder, se obtiene también la garantía de la supremacía en el
saber, pues quien tiene el Poder acaba imponiendo sus definiciones de realidad y verdad.

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Quien tiene el Poder impone su noción de verdad, una verdad que legitima el ejercicio
de ese Poder, con lo que una vez más el círculo se cierra y la necesidad mutua se realimenta.
Ésta es la historia del matrimonio de conveniencia entre el Poder y el conocimiento, que más
que un matrimonio de conveniencia, forman una unidad indisoluble: todo Poder genera un
conocimiento y todo conocimiento proviene de un Poder.
Por otro lado, cabe destacar que los avances en el conocimiento desempeñado por las
ciencias, implican al mismo tiempo nuevas posibilidades de dominación por parte del Poder.
Los saberes desarrollados por las ciencias son un dispositivo de los que el Poder se vale para
conocer mejor al ser humano y así poder dominarlo de manera más efectiva. Así, la
psicología, la psiquiatría, la medicina, las innovaciones tecnológicas, etc., son algunos de los
ejemplos que sirven para ilustrar cómo el crecimiento en el campo del conocimiento es
aprovechado para controlar, vigilar y someter a los sujetos, normalizándolos, volviéndolos
más sumisos y encauzando sus vidas según los proyectos emanados desde el Poder.
La lucha por el saber es la lucha por el Poder. Reflexionar acerca del Poder es reflexionar
acerca de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos, advirtiendo que el “sentido
común” y los discursos impuestos poseen en su origen intereses no explicitados, que tienen
muchas veces como objetivo final, controlar y domesticar al conjunto de la sociedad.

Actividades
1) ¿De qué manera el conocimiento puede contribuir al disciplinamiento de la sociedad y a
generar sujetos sumisos y dóciles? Desarrolle.
2) ¿Por qué en el texto se afirma que el conocimiento es árbitro de diferentes luchas políticas?

3) ¿Qué relación existe entre el Poder y los avances del conocimiento científico? Desarrolle.

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Unidad 5

Ética

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Ética y Moral
Como hemos visto en el capítulo anterior, el ser humano es social por naturaleza. Ya desde el
momento mismo de nacer somos acogidos por un entorno social, cultural e histórico que nos
conforma y permite que podamos desplegar todas nuestras potencialidades específicamente
humanas, las cuales pueden cifrarse en nuestra capacidad lingüística y simbólica. Dicho de
otro modo, sin la mutua interacción entre pares, el ser humano no llegaría a constituirse como
tal, puesto que sin el desarrollo de los vínculos imprescindibles para la vida, no llegaríamos a
crear ni lenguaje, ni cultura, ni Historia, ni tampoco identidad.

En este sentido, el mundo (simbólico) en el que vivimos posee cierto ordenamiento el cual
hace posible la mutua convivencia entre todos, estableciendo parámetros y normas que rigen
nuestro comportamiento y que permiten discriminar entre lo permitido y lo prohibido, entre el
“bien” y el “mal”.

Este orden que regula nuestras acciones y nuestras relaciones es lo que se conoce como
Moral. La moral refiere al itinerario de principios y criterios que norman y operan sobre
nuestros comportamientos y nuestras maneras de percibir el mundo desde la óptica de los
valores morales. Por ejemplo: es una expresión de una conducta moralmente aceptable, el
hecho de que una persona pida permiso antes de entrar a un lugar, o que agradezca cuando
otra persona realiza una acción en su beneficio. Como vemos, cualquiera de estas actitudes no
figuran en reglamento alguno, sino que forman parte de nuestras maneras habituales de estar
con otros. La moral, entonces, comprende toda serie de comportamientos que regulan las
maneras que tenemos de comportarnos en relación al entorno en el que estamos, pero sin
necesidad de que aparezcan en algún reglamento explícito.

De este modo, también puede apreciarse que cada comunidad/sociedad posee sus propios
principios morales, puesto que cada organización social configura sus propias pautas de
conducta. Así, podemos afirmar que no existe algo así como una moral, sino que al contrario,
existen diferentes morales. Por ejemplo, no es igual la moral de los antiguos griegos que la
que tenemos hoy en día nosotros.

Pero, ¿qué diferencia a la ética de la moral? Decíamos recién que la moral comprende las
normas implícitas que regulan nuestro comportamiento, y que cada sociedad posee su propia
moral. La Ética, en cambio, señala una dimensión reflexiva que se encarga de pensar de
manera crítica aquellos principios morales, permitiendo meditar sobre la validez o los
fundamentos en los que descansan. La ética es una disciplina teórico-reflexiva que aborda las
normas vigentes dentro de una sociedad determinada, permitiendo ver “a través” de ellas para
comprender su sentido y así posicionarnos en relación a ellas. Por ejemplo: dentro de la
sociedad islámica más ortodoxa, existen reglas morales que prohíben a las mujeres
desempeñar ciertas actividades que están destinadas solo a los varones. Una reflexión ética -
en cambio- permite visibilizar y pensar acerca de la naturaleza de dichos valores para así
tomar una actitud y una decisión consciente y responsable en relación a ellos.

La ética es la reflexión crítica sobre la moral y sobre los principios que operan implícitamente
en nuestra manera de andar el mundo y vivir la vida.

Etimológicamente “ética” y “moral” tienen el mismo significado. Moral viene de latín “mos”
que significa hábito o costumbre; y ética del griego “ethos” que significa lo mismo.

En Definitiva la moral tiene que ver con el nivel práctico o de la acción, y la ética con el nivel
teórico o de la reflexión.

De lo dicho queda todavía por resaltar que el único ser que rige y orienta sus actos
moralmente es el ser humano. Ningún otro espécimen del planeta Tierra organiza su

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existencia sobre la base de consideraciones morales, nociones como por ejemplo: bien, mal,
felicidad, culpa, responsabilidad, libertad, fidelidad, amor, amistad… son claros ejemplos.

Entonces, las características que debe poseer un ser para regir sus acciones a partir de normas
morales son las siguientes:

Libertad

Responsabilidad

Autonomía

Consciencia de sus propios actos

Solo un ser dotado de libertad, es decir: de la posibilidad de elegir qué hacer y cómo hacerlo
(elegir entre el bien y el mal), que sea responsable de sus elecciones y pueda responder por
sus consecuencias, que sea capaz de gobernar-se y dirigir-se a sí mismo; y por último, que
sea consciente del sentido de sus acciones (es decir, que no esté atravesado por algún
trastorno mental que le impida entender el sentido de sus actos). Sólo un ser con estas
características –entonces- puede orientar su existencia según valores morales.

¿Qué es la Felicidad?
Una de las cuestiones fundamentales en la ética es el problema de la felicidad. La felicidad es
una palabra que puede comprender una multitud de acepciones diferentes y hasta
contrapuestas entre sí, pero que a la vez representa el fin hacia el cual tienden todas nuestras
acciones. Todo lo hacemos para ser felices, nadie quiere ser infeliz; pero, ¿en qué consiste la
felicidad? ¿Son lo mismo la felicidad y el placer? ¿Qué relación existe entre la felicidad y el
deber? ¿Existe alguna correlación entre la felicidad y el bien? ¿Puede el pensamiento
ayudarnos a ser felices? ¿Puede alcanzarse la felicidad en soledad? ¿Y cómo interviene el
amor en su búsqueda? ¿Tiene la felicidad algo que ver con las ideas de esfuerzo, trabajo,
compromiso y dedicación?

Estos son algunos de los interrogantes que nos tocan en tanto somos seres humanos, ningún
animal se pregunta por estos asuntos, pues la existencia humana posee mayor profundidad
que cualquier otra. De hecho, podríamos preguntarnos: ¿pueden ser felices los animales, o
será la felicidad un atributo exclusivo del ser humano? Pero dejemos esta pregunta para otra
oportunidad.

Para empezar, podríamos interrogarnos qué se entiende por felicidad en la época actual: ¿qué
clase de felicidad nos ofrece la sociedad consumista de la que formamos parte? ¿Cuáles son
los valores que rigen y ordenan nuestra sociedad? ¿Son la comodidad, el confort y la
seguridad expresiones fieles a la idea de felicidad? ¿Qué papel juega la tecnología en el
concepto que nos hacemos de la felicidad hoy en día? ¿Cómo influyen los medios de
comunicación? ¿Y las redes sociales? Particularmente, ¿Qué situaciones o qué acciones te
hacen feliz?

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Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.)
Ética a Nicómaco (349 a. C.)

Para comprender la ética propuesta por Aristóteles primero debemos mencionar algunos
aspectos relevantes vinculados a su concepción cosmológica. Para empezar, este filósofo
concibe a la naturaleza (physis) de manera finalista, es decir teleológica. La escala de la
naturaleza se ordena en torno a un despliegue progresivo de la realidad desde los grados de
menor jerarquía hasta el estado más desarrollado de todos, que es su fin (telos). De la misma
forma, este sentido finalista valdrá también para valorar éticamente las acciones de los seres
humanos.

Las personas continuamente estamos realizando acciones, obrando. Todo lo que hacemos lo
hacemos porque lo consideramos un “bien”, pues de otra forma no lo haríamos.

Existen, no obstante, diferentes clases de bienes en torno a nuestras acciones. Hay algunos
que son medios para alcanzar algún fin específico (por ejemplo: esforzarse puede ser un
medio para alcanzar a concretar un deseo); y hay otros que son fines en sí mismos (por
ejemplo: la satisfacción de lograr el deseo gracias al esfuerzo realizado). Pero además
debemos admitir que todos nuestros actos deben tener un fin último o dirigirse a un bien
supremo, que dé sentido a todos los demás fines y medios que podamos buscar, de otra
manera nuestras acciones carecerían de sentido pues no tendrían objeto o motivo alguno.

Este fin último tiene la característica de ser autónomo y autosuficiente y de no depender de


nada más que de él mismo, pues si así fuera dejaría de ser un fin. Este fin supremo es la
felicidad. Todo lo hacemos para ser felices y ese es el objeto que le da sentido a todas
nuestras acciones. La felicidad, a su vez, no depende de ninguna otra cosa, ella es el bien
supremo que organiza y dirige todo nuestro obrar. Dice Aristóteles:

“Tal parece ser, sobre todo lo demás, la


felicidad, pues la elegimos siempre por
sí misma y nunca por otra cosa.”

Pero si bien todos coinciden en buscar y desear la felicidad, sucede que no todos entienden
lo mismo bajo su nombre. Para unos, por ejemplo, es el placer, para otros es la reputación y
muchos la identifican con la acumulación de dinero.

73
Aristóteles, sin embrago, discute con todas estas consideraciones, porque afirma que en
todos los casos el objeto deseado no es un fin, sino un simple medio para otro fin superior.

En el caso de aquellos que creen encontrar la felicidad en el placer, Aristóteles dice que
están equivocados puesto que de ser así el placer estaría relacionado con nuestra facultad
sensitiva, es decir con nuestra alma animal. De modo que si creemos que la felicidad
depende de nuestros sentidos estaríamos al mismo tiempo afirmando y priorizando en
nosotros el aspecto animal y primitivo de nuestra existencia, en lugar de vincular la
felicidad a lo específico del ser humano: la razón (alma racional). Además que la obtención
de placer depende de la posesión del objeto que lo produce, indispensable para su logro.
Así, la felicidad no sería ya un fin en sí mismo pues dependería de otra cosa.

A los que sostienen que la felicidad se encuentra en la reputación o en la fama, Aristóteles


les critica esto mismo, el considerar que la felicidad depende de la opinión ajena, y que de
este modo pierde su autonomía e independencia por hallarse subordinada a la mirada del
otro.

Y a los que identifican la felicidad a la posesión de dinero, es obvio que equivocan el


camino, puesto que el dinero siempre es un medio para otra cosa y jamás un bien en sí
mismo, un fin.

Según Aristóteles, la felicidad solo puede encontrarse en la virtud (areté). Virtud significa
excelencia, la perfección en una función propia de alguien o algo. Por ejemplo: la función
de un músico reside en ejecutar perfectamente su instrumento. De esta manera, hay que
buscar en qué consiste la función específica del ser humano, para así entender en qué
consiste su virtud.

Lo propio del hombre es pensar o razonar, acción que corresponde al alma racional,
exclusiva del ser humano. De este modo la virtud del ser humano consistirá en la
perfección en el uso de su función propia, es decir en el desarrollo completo de su alma
racional. Es allí donde habrá que buscar la felicidad, en su independencia y finalidad.

Tipos de virtudes

Se señaló anteriormente que la virtud en el ser humano consiste en desplegar de manera


perfecta la función o característica que le es propia: la razón. Pero sucede que el ser humano
no es completamente un ente racional, sino que en él también existen partes irracionales, a
saber: los apetitos físicos, los deseos, o los aspectos que comparte con los otros tipos de alma
(vegetativa y animal). De esto se desprende que existen dos tipos de virtudes diferentes: las de
la razón en sí misma (virtudes dianoéticas), y las de la razón aplicadas a la facultad del deseo
(virtudes éticas).

Las virtudes éticas o morales (virtudes del carácter [éthos]) las define Aristóteles como:

“(…) un hábito de elección, consistente en una


posición intermedia relativa a nosotros
mismos, determinada por la razón tal como lo
hace el hombre prudente. Posición intermedia
entre dos vicios, uno por defecto, otro por
exceso.”

Lo que Aristóteles afirma en primer lugar es que para que haya valor moral en una persona,
sus actos tienen que ser el resultado de una elección libre y consciente, pues si no fuera así, su
acción carecería de valor moral. En efecto, una acción que no se realice por decisión libre y
expresa de quien la emprende no podrá ser considerada desde el punto de vista moral pues la
persona allí involucrada no tiene responsabilidad ninguna sobre dicho acto. Por ejemplo: una
persona que se encuentra afectada en sus capacidades intelectuales de tal manera que no es

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capaz de ejercer conscientemente una elección o no puede discernir el sentido de sus
acciones, no podrá ser evaluada moralmente como buena o mala.

En segundo lugar, se trata de un hábito, porque efectivamente no basta con que una persona,
en una situación puntual, haya elegido moralmente bien para que la consideremos virtuosa.
Una buena acción por sí sola no hace virtuoso a un individuo, esto solo puede suceder cuando
la persona en cuestión revela tener un carácter virtuoso producto de un comportamiento
sostenido en el tiempo. La virtud es una práctica, un ejercicio habitual o una costumbre.

Este hábito de elección, en tercer lugar, se halla en una “posición intermedia”, sin caer en
ningún extremo. Ocurre que en las acciones pueden encontrarse dos extremos: el exceso y el
defecto, la acción virtuosa será aquella que transite por el justo medio entre los dos extremos.
Por ejemplo: en cuanto a los placeres, el exceso es el desenfreno; el defecto la insensibilidad.
La virtud consistirá en la moderación, en el control de uno mismo.

Por último, Aristóteles afirma que el término medio, que se establece mediante el uso de la
razón, se lo debe determinar tal como lo hace el hombre prudente, aquél hombre dotado de
buen juicio moral. Esto quiere decir que no existe una norma objetiva acerca de cuál es el
justo medio para todas las personas, sino que cada persona debe determinarlo por sí
misma de manera prudente (phronesis). Por ejemplo: hay virtudes propias de la mujer y
otras propias del hombre, del político, del músico o del artesano, etc.

En cuanto a las virtudes dianoéticas o intelectuales son aquellas que atañen al conocimiento
en sí mismo. Por ejemplo aquellas que refieren al ejercicio del arte, a la práctica científica, a
las intuiciones intelectuales o a la sabiduría. Son virtudes del pensamiento, surgidas de la pura
actividad racional o contemplativa.

Precisamente allí es donde Aristóteles identifica la felicidad perfecta. En estas virtudes del
pensamiento, de la pura actividad contemplativa de la verdad por el puro gozo de
contemplarla. En la pura teoría se encuentra la felicidad perfecta, pues este modo de ser se
basta a sí mismo, y coincide entonces con la condición que debe tener el fin último de la
existencia:

“la autosuficiencia o independencia se encuentra


sobre todo en la vida contemplativa. Sin duda que el
filósofo, como así también el resto de los hombres,
necesita de los medios necesarios para la vida, pero
una vez satisfecho de lo necesario e imprescindible,
el filósofo podrá gozar a solas consigo mismo de la
contemplación de la verdad, y todavía más cuanto
más sabio sea”.

El filósofo, pues, es el que más o mejor se basta a sí mismo, y la vida de la razón, la vida
contemplativa, es la más feliz, y la sabiduría la virtud más alta.

Actividades

1) ¿Por qué se afirma que la ética propuesta por Aristóteles es teleológica?

2) Según Aristóteles ¿Cuál es el fin de la vida humana y en qué consiste?

3) a) ¿Qué se entiende por virtudes éticas? Desarrolle su respuesta teniendo en cuenta todos
los elementos en ellas involucrados.

b) Caracterice brevemente a las virtudes dianoéticas.

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4) a) ¿Cuál es la crítica o el argumento esgrimido por Aristóteles para sostener que la
felicidad no consiste ni en el placer, ni en la fama, ni en el dinero?

b) ¿Está usted de acuerdo con él? Justifique su respuesta.

Epicuro (341 a. C. - 270 a. C.)

El pensamiento de este filósofo afirma que la filosofía debe ser un instrumento al servicio de
la vida de los seres humanos y que el conocimiento por sí mismo no tiene ninguna utilidad si
no se emplea en la búsqueda de la felicidad.

Fragmento de la Carta a Meneceo

“Nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es
joven o viejo para la salud del alma. El que dice que aún no posee edad suficiente para
filosofar o que la edad para filosofar ya pasó, es como el que dice que aún no ha llegado o que
ya pasó el momento oportuno para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven
como el viejo.”

En sus meditaciones sobre aquello que puede procurarnos una vida feliz Epicuro afirmará que
es la búsqueda del placer y la ausencia de dolor lo que a la postre ocasionará en cada uno de
nosotros una vida feliz, objetivo que en definitiva es la finalidad a la que apunta toda vida
humana. Por esta razón se conoce a su filosofía ética con el término de Hedonismo, que
deriva del término griego hedone que en griego significa placer.

No obstante debemos entender correctamente qué entiende este filósofo por “placer” y qué
por “dolor”, para así proporcionarnos los medios idóneos para su realización. Epicuro
afirmará que el principio fundamental en donde descansa toda vida feliz es la autarquía, esto
significa el auto-gobierno o la auto-determinación de toda persona respecto de las
circunstancias externas en las que le toca vivir, como así también de las pasiones que lo
impulsan y lo arrastran más allá de la propia voluntad. En definitiva lo que Epicuro entendía
bajo el término felicidad es la imperturbabilidad del alma (ataraxia), la serenidad y la
seguridad obtenida luego de una larga reflexión acerca de los males que aquejan a la
existencia humana para de este modo poder dominarlos y así disfrutar de una vida apacible
libre de toda ansiedad y temores producidos por la ignorancia de sus orígenes.

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Epicuro identificará cuatro causas en donde se originan los temores que conducen a la
infelicidad: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al destino y por último el
miedo al dolor. Frente a estos males el filósofo propondrá lo que se conoce como
tetrafármaco, o medicina contra los cuatro miedos principales.

Como era común en su época Epicuro era politeísta, es decir que creía en la existencia
efectiva de una multiplicidad de dioses. Sin embargo consideraba que estos no se
preocupaban en lo más mínimo de la vida y las circunstancias de los quehaceres humanos, por
encontrarse en un plano distinto y a la vez superior. Epicuro afirmaba que los acontecimientos
de la vida de los seres humanos eran totalmente ignorados por los dioses, y que por esa razón
jamás intervenían en ellos pues no coincidían con sus intereses. De modo que preocuparse o
temer a la voluntad de los dioses no tiene ningún fundamento, dado que no estamos dentro de
la órbita de sus consideraciones.

En segundo lugar el filósofo sostenía que el temor generado a partir del hecho insuperable de
la muerte tampoco tiene un sustento válido. En efecto, tal como él lo afirmaba la muerte no
puede significar ningún problema para la vida dado que en el momento en que estamos vivos
la muerte no tiene ninguna existencia real ni concreta, y una vez muertos no tenemos la
posibilidad de dolernos por ella, pues ya no estamos allí para presenciarla ni padecerla. Para
Epicuro el dolor sólo puede provenir de sensaciones sentidas o experimentadas que atenten
contra nuestro bienestar o salud. De modo que la muerte jamás puede reportarnos sensación
de dolor alguno, pues precisamente la muerte la define Epicuro como la ausencia total y
absoluta de sensaciones. Y afligirnos frente a la inexorabilidad de su advenimiento no tiene
tampoco sentido alguno, puesto que “aquello que con su presencia no perturba, en vano aflige
con su espera”.

En palabras de Epicuro: “El más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros,
porque cuando somos, la muerte no es, y cuando estamos muertos, no somos. En nada afecta,
pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquellos no está y éstos ya no son.” Y añade:
“nada temible hay en el vivir para quien ha comprendido que nada terrible hay en el no vivir.”

El filósofo también nos advierte de la nulidad de la que procede el temor producido por la
ansiedad ante el futuro o el destino. El tiempo que está por venir –dice- no es del todo
nuestro, de modo que no depende plenamente de nuestra voluntad, ni tampoco se encuentra
totalmente desligado de nuestras decisiones y acciones realizadas en el presente. De esta
manera no cabe la posibilidad de caer en la desesperación provocada por la creencia en la
fatalidad, ni la desilusión originada por la negligencia de nuestros actos y elecciones. El
tiempo que está por venir ni es absolutamente nuestro, ni tampoco se nos escapa del todo.
Para Epicuro no cabe esperar nada de lo que está por venir pues el futuro puede presentarse
siempre bajo formas imprevistas ya que carece de un sentido predeterminado; y tampoco
nosotros podemos dominarlo completamente, según este filósofo constantemente están
ocurriendo hechos que determinan la situaciones en las que vivimos excediendo así nuestra
voluntad. Es esta una visión un tanto desencantada de la vida, pero que ofrece al espíritu
humano una tranquilidad e indiferencia ante lo que está por venir proporcionándole la
serenidad necesaria para no sufrir por lo que ha de ser más allá del momento presente.

Por último está el miedo al dolor, este filósofo define al dolor como la ausencia de placer. Es
decir que sólo podemos padecer dolor cuando no estamos sintiendo placer. Así, el dolor no es
algo que tenga realidad en sí mismo, puesto que se define a partir de otra cosa: la ausencia o
presencia de placer. El placer, en cambio, sí posee realidad en sí mismo. Epicuro dice que el
placer depende de dos cosas: de la salud del cuerpo y de la serenidad del alma. El fin y el
sentido de la vida es ser feliz, ser feliz significa no sufrir dolor, es decir gozar de la salud del
cuerpo y no tener turbaciones en el alma.

Debemos entender bien el significado otorgado a la noción de placer en Epicuro para juzgar
bien su doctrina, pues placer no significa aquí arrojarse ciegamente a los goces

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proporcionados por la sensibilidad, ni tampoco ahogarse en el frenesí del vértigo insaciable
producido por el afán de bienes materiales o por el aturdimiento generado por la sobre carga
de estímulos externos. Al contrario de esto, el hedonismo que esta filosofía nos propone
consiste en alejarnos de todo aquello que nos aleja de nosotros mismos y que nos produce
dolor, para transitar una vida en donde la moderación y la frugalidad guíen nuestros pasos.
Este filósofo afirmaba que mejor que gozar de un banquete y de la preocupación por
proporcionarnos una cantidad de goces innecesarios es no supeditar la realización de nuestra
felicidad a la posibilidad de su obtención, y así lo expresa: “auténticamente convencidos de
que más agradablemente gozan de la abundancia quienes menos necesidad de ella tienen”. No
se trata de hacer depender el logro de la felicidad a la posibilidad de darse ciertos lujos o
gustos, sino justamente de no sobreestimar el valor que tendría su consecución. En última
instancia la felicidad depende de nosotros mismos y de la autonomía con la que encaremos la
vida, y nada externo puede incidir en su adquisición.

La práctica de estos principios tiene como finalidad desembocar en la realización de una vida
plena y feliz, lejos de los tormentos y temores que aquejan al alma y de los vicios que
corrompen al cuerpo: “Así pues, medita estas cosas y las que le son afines día y noche, para
que nunca sufras turbación, sino que vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se
asemeja a un ser mortal un hombre que vive entre bienes inmortales”.

Actividades

1) Mencione y enumere cada uno de los temores señalados por Epicuro y señale qué solución
ofrece para remediarlos.

2) a) ¿Cuál es el fin de la vida para Epicuro y en qué consiste?

b) ¿Qué entiende Epicuro por placer y qué por dolor?

3) ¿Cuál es el significado del término ataraxia? ¿Qué es el hedonismo?

4) ¿Qué papel juega la filosofía dentro del esquema sostenido por Epicuro? Desarrolle.

Immanuel Kant (1724-1804)

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Immanuel Kant fue uno de los filósofos más representativos de la época de la Ilustración del
siglo XVIII. Su planteo filosófico abarcó un amplio abanico de temas, entre ellos la
Metafísica, la Historia, la Ética y la Estética.
Como buen integrante de la corriente ilustrada, la Razón fue el eje a partir del cual giró todo
su pensamiento. Creyó fervientemente en el progreso indefinido de la historia humana, guiada
por la Razón, las leyes, y los nuevos descubrimientos de las ciencias hacia una paz y una
conciliación mutua entre todas las naciones.

El modo original en el que abordó el problema ético es una expresión acabada de su filosofía,
conocida como Idealismo trascendental, la cual considera a la conciencia racional humana
como fuente última de todo sentido.

Para Kant, el ser humano posee dos facultades básicas: la razón y la voluntad. Mediante la
primera somos capaces de entender cómo funciona el mundo que nos rodea; y a través de la
segunda somos motivados a actuar de acuerdo a nuestros deseos e impulsos. Según esta
filosofía, ambas facultades toman parte y se relacionan en el desarrollo de la propuesta que
aquí exponemos.

Como sabemos, la ética se encarga de estudiar el sentido moral de las acciones humanas.
Pone bajo análisis las ideas que rigen nuestro obrar en el mundo y con los demás, y
reflexiona críticamente sobre la relación y el peso que tienen en nosotros experiencias como
la felicidad, la libertad o el deber.

Precisamente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos empuja a concretar todas las
acciones que llevamos a cabo. En el marco del Idealismo trascendental, la felicidad se
entiende como la realización efectiva de todos los deseos particulares de una persona. Estos
apetitos pertenecen a la voluntad, al querer, y responden a las particularidades de cada
individuo, de modo que cada cual tiene sus propios impulsos que orientan sus acciones
individuales. A su vez, la voluntad es una facultad que compartimos con el resto de los
animales, puesto que ambos sentimos deseos. De este modo, cada ser individual es guiado
según sus propias e individuales inclinaciones naturales, y sus preocupaciones no van más
allá de su entera satisfacción.

Ahora bien, imaginemos un mundo en el cual cada persona no se interesara más que en el
cumplimiento de sus propias necesidades, ignorando o resultándole indiferente la existencia
del prójimo. Un mundo en donde los demás puedan ser utilizados, manipulados y
considerados como instrumentos para la realización de los propios deseos. Sin duda alguna,
una situación así llevaría al caos y al conflicto constante de todos contra todos, donde cada
individuo se esforzaría por conquistar sus apetitos y necesidades sin restricción que limite su
voluntad. Pues cada uno se encontraría enfocado sólo en sí mismo y en la consecución de sus
propios deseos. En definitiva, en un mundo así, cada persona se ocuparía nada más que de
alcanzar su propia felicidad, aunque eso signifique guerra y discordia.

No obstante, señalamos anteriormente que el ser humano está también dotado de razón. Esta
facultad funciona como autoridad respecto de la voluntad, limitando sus posibilidades. De
modo que en el caso del ser humano, el deseo está restringido a lo que la razón le imponga.
Kant sostendrá que de la razón surge una ley que prohíbe a la voluntad actuar según sus
propios intereses particulares, sometiéndola e insertándola en el marco de las relaciones
humanas.
La razón abre la posibilidad a que la existencia de cada persona trascienda sus propios
apetitos singulares, para establecerse sobre la base de una comunidad organizada y regida por
la ley, en donde la mutua convivencia pacífica sea posible. Es decir, la razón nos arranca de la
naturaleza bruta en la que nacemos, en donde cada quien sólo se preocupa por sí mismo, y nos
ubica en un plano superior en el cual todos deponemos nuestros deseos para poder convivir de
manera armónica y ordenada. La razón inscribe nuestra existencia particular en la dimensión

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universal de la ley, aunque el precio que debamos pagar sea el de renunciar a nuestros deseos
particulares.

Pero, ¿qué dice esa ley surgida de la razón a la voluntad?

Esta ley ordena que los principios que rigen la acción individual de cada uno valgan al mismo
tiempo para todas las personas. La ley introduce al individuo al plano de la universalidad,
donde sus acciones no cuentan sólo para él mismo sino también para el resto de la humanidad.
De modo que la razón, y la ley que de ella surge, eleva la existencia del ser humano dándole
una magnitud mucho más profunda, a la vez que la conecta a los demás seres racionales del
mundo.

La razón le dicta a la voluntad la siguiente ley moral: “actúa de tal manera que quieras que la
máxima de tu acción se transforme al mismo tiempo en ley universal”. Esta ley Kant la
denomina con el nombre de Imperativo Categórico, la cual obliga a la voluntad singular de
cada persona a coincidir con la ley universal.

¿Qué entiende Kant por “máxima”?: una máxima es el principio moral que rige la acción
singular de una persona, el criterio moral de una acción, aquel que determina si la acción
particular que se llevará a cabo es buena o mala. Todos cuando obramos tenemos la
experiencia de estar decidiendo entre el bien y el mal. Únicamente un ser racional posee la
característica de que sus acciones estén ligadas a valoraciones morales, ningún animal se
cuestiona si sus acciones son buenas o malas, el animal actúa por puro instinto (conservación
e impulsos físicos), “ciegamente”. Sólo un ser racional como es el caso del ser humano actúa
conforme a normas morales. Precisamente, una máxima es una norma moral que señala si una
acción singular es buena o mala.

Entonces, para Kant se trata de que los principios morales que rigen nuestras acciones
particulares (máximas) tengan que ajustarse al imperativo categórico, es decir a la ley
universal. Esta ley obliga a nuestra voluntad singular a someterse a los designios universales
de la razón, los apetitos de la voluntad deben estar regulados por esta ley. La ley universal de
la razón es el imperativo categórico, y las máximas son aquellos principios singulares que
operan en la persona singular, las cuales deben ajustarse a ella.

El imperativo categórico exige que el aspecto moral de una acción particular sea
considerado al mismo tiempo desde un punto de vista universal. Es decir, considerar que el
acto que una persona lleva a cabo vale no sólo para ella, sino también para toda otra persona
que se encuentre en la misma circunstancia. Obrar de manera tal que en el acto singular esté
comprendido toda la humanidad, considerar a la acción realizada como buena en sí misma,
más allá de los intereses particulares, de modo que valga para todos los seres humanos.
Por ejemplo: apliquemos el imperativo categórico al caso en que una persona hubiese salvado
a otra que se encontraba en peligro. Mediante su acción particular, la persona que obró así
estaría afirmando que para todo caso en el que alguien se encuentre en peligro, ayudarlo es
bueno. De este modo, estaríamos considerando la máxima de “ayudar a quien lo necesita”
como válida para todos los casos posibles, es decir: estaríamos considerando la máxima de la
acción particular como una ley universal.

Ahora bien, existen diferentes maneras de relacionar nuestras acciones con la ley universal o
imperativo categórico.
Por ejemplo: si una persona ayuda a otra que se encuentra en peligro, pero lo hace no porque
crea que ayudar a quien se encuentra en peligro es bueno, sino porque sabe que la persona que
está en peligro es millonaria y si la salva cobrará mucho dinero por eso, entonces una acción
de este tipo no es moralmente buena, porque no se realiza obedeciendo al deber, sino que se
realiza por la conveniencia que tiene salvarla, es decir por sus consecuencias. Una acción así
no es completamente buena, porque actúa siguiendo motivos y beneficios personales,

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desatendiendo a la ley moral universal. Pues si la persona que está en peligro no fuese
millonaria, entonces no la hubiese salvado.

De este modo Kant identifica dos maneras de relacionarse con la ley moral: por deber, o
conforme al deber.

- Por deber se entienden aquellas acciones que se realizan obedeciendo a la ley, sin tener en
cuenta ninguna motivación particular, es decir, sin tener en cuenta ningún aspecto de la
voluntad. Se actúa por deber cuando la voluntad se somete absolutamente a la ley dictada por
la razón.

- Conforme al deber, son aquellas acciones que si bien se ajustan a la ley universal, no lo
hacen por deber, es decir: obedeciendo a la ley; sino que se ajustan a la ley por conveniencia
o siguiendo intereses particulares.

De este modo, para que la voluntad sea absolutamente buena es necesario que obedezca a la
ley universal de la razón, y toda acción será considerada como moralmente válida sólo si se
desarrolla respetando a dicha ley, desatendiendo cualquier tipo de deseo o impulso particular
de la voluntad. Para Kant, una voluntad buena es aquella que se ajusta a la ley universal y
desecha toda tendencia particular de la persona. Una voluntad buena es el máximo bien que
puede existir, pues en ella anida el bien de toda la humanidad.

No obstante cabe destacar que el hecho de obedecer a la ley no nos conducirá de manera
necesaria hacia la felicidad. Recordemos que según este planteo la felicidad se compone de la
totalidad de los deseos de la voluntad de una persona, la realización de todos los deseos nos
llevaría a alcanzar la felicidad. Sin embargo, esto ocasionaría el caos, pues si todas las
personas hicieran lo que quisieran sin tener en cuenta nada más que sus propios deseos,
entonces sería imposible la convivencia. Así, en el marco de esta filosofía la felicidad es
postergada, anteponiéndose a ella la obediencia a la ley.
En conclusión, según Kant una acción es considerada como moralmente buena cuando se
ajusta a la ley moral emanada de la razón, es decir cuando se actúa por deber. Sin embargo, el
filósofo también advierte que por más que actuemos cumpliendo lo que la ley prescribe, eso
no implica necesariamente que alcancemos la felicidad. Felicidad y deber van por caminos
diferentes, a pesar de lo cual es imprescindible respetar la ley para el mantenimiento del orden
social y para no caer en el caos.

Actividades

1) ¿Por qué, según este planteo, es indispensable obedecer a la ley de la razón?

2) ¿Qué quiere decir que “la razón inscribe nuestra existencia particular en una dimensión
universal”? Desarrolle.

3) Propongan un ejemplo en el que se distinga la diferencia entre una acción realizada por
deber respecto de una acción llevada a cabo conforme al deber.

4) ¿Por qué, según Kant, obedecer a la ley moral no nos hace necesariamente felices?

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Utilitarismo

John Stuart Mill (1806-1873)


El utilitarismo es una teoría ética fundada a fines del siglo XVIII por Jeremy Bentham, la cual
establece que la mejor acción desde el punto de vista moral es aquella que produce la
mayor utilidad para el mayor número de individuos involucrados, la que maximiza la utilidad
de una acción llevada a cabo.

Según este autor, el motor de la moral no es otra cosa que la felicidad, y es específicamente
sobre este punto, que uno de los continuadores de esta corriente llamado John Stuart Mill
elabora su reflexión ética. La creencia que acepta a la utilidad o el principio de la mayor
felicidad como fundamento de la moral, sostiene que las acciones son justas en la proporción
con que tienden a promover la felicidad general, e injustas en cuanto tienden a producir lo
contrario en la sociedad. Se entiende por felicidad el placer, y la ausencia de dolor; por
infelicidad el dolor y la ausencia de placer.

Según la doctrina utilitarista “la felicidad es el único fin de la acción humana y su promoción
la única prueba para juzgar toda la conducta.” La búsqueda de felicidad es lo que motiva a
todo ser humano a obrar en determinada dirección, actuamos buscando la felicidad y ninguna
otra cosa, y por felicidad hemos de entender la obtención de algún grado de placer y la
disminución de dolor.

Para el Utilitarismo aquello que consideramos como placer (por ejemplo: la música o la
salud) es deseado y digno de realización no como medio para otra cosa, sino como un fin en sí
mismo. Por ejemplo, si le preguntamos a una persona por qué practica deportes, es posible
que esa persona nos responda que lo hace porque le genera placer, pero si a su vez le
preguntamos por qué prefiere sentir placer, esa persona no sabrá qué responder. El placer, o
mejor dicho, aquellas cosas que concebimos como placenteras, no necesitan justificación
alguna, y no sólo no la necesitan, sino que además no puede dársele ninguna en absoluto. En
efecto, ¿por qué preferir la salud a la enfermedad, o el placer antes que el dolor? Para el
Utilitarismo la felicidad es el fin y el fundamento de toda moral, es lo que persigue cualquier
persona cuando lleva a cabo una acción determinada, y se presenta de manera tan clara y
definida a nuestra conciencia que no le cabe justificación adicional alguna. Buscamos el
placer porque sí, deseamos la felicidad porque la consideramos como buena en sí misma.

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Ahora bien, podemos preguntar: ¿qué entiende la corriente utilitarista por placer? Como su
nombre lo indica, el placer es lo útil, y también lo agradable. Estas dos características
resultan fundamentales para entender el significado de placer asignado por esta doctrina.
Todo aquello que resulta útil, resulta, al mismo tiempo, beneficioso y conveniente, y por lo
tanto genera placer. Y lo mismo ocurre con la sensación de agrado, cuando experimentamos
satisfacción por algo decimos que sentimos placer, lo que nos acerca más al deseado estado
de felicidad.

No obstante es necesario distinguir distintos tipos de placer:

“(…) los placeres de las bestias no satisfacen la concepción


que tienen de la felicidad los seres humanos. Los seres
humanos tienen facultades más elevadas que los apetititos de
los animales y una vez que tienen conciencia de ellas, no
pueden mirar a ninguna cosa como la felicidad si no incluye
satisfacciones para dichas facultades.”

Identificar el significado de placer con las sensaciones físicas sería degradar la dignidad de la
existencia humana, y asemejarla a la de las bestias. Para el Utilitarismo el ser humano posee
aptitudes que lo distinguen de los animales, y esas mismas capacidades que lo elevan por
encima de la condición animal son las que le marcan el camino hacia intereses que no pueden
ser satisfechos sólo con sensaciones efímeras provenientes del cuerpo. Existe otro tipo de
placer distinto del físico, este es el intelectual:

“(…) los escritores utilitarios han establecido, en general, la


superioridad de los placeres mentales sobre los corporales (…)
Resulta absolutamente compatible con el principio de utilidad,
reconocer que algunas clases de placer son más deseables o
tienen más valor que otras (…). Es mejor ser un hombre
insatisfecho que un puerco satisfecho; es mejor ser Sócrates
insatisfecho que un tonto satisfecho.”

A lo dicho hay que agregar, además, que el Utilitarismo no sólo pregona el placer como aquél
objeto que nos conducirá a experimentar mayores grados de felicidad, sino que a esto añade la
cuestión social necesaria para su realización. En efecto, el aspecto comunitario constituye una
de las características esenciales de la persona humana, nadie puede alcanzar la felicidad si no
participa en alguna medida de la sociedad de la cual es parte integrante, no podemos ser
felices si no contribuimos a que la generalidad de las personas puedan serlo también. Según
Mill:

“En la regla de oro de Jesús descubrimos el espíritu completo


de las éticas de utilidad. Obrar como se querría que obraran
con uno y amar al prójimo como a uno mismo, constituye la
perfección ideal de la moral utilitaria.”

Como medio para aproximarse a este ideal, la utilidad debe ordenar, primero, que las leyes y
las disposiciones sociales ubiquen a la felicidad de cada individuo en la más estrecha armonía
posible con los intereses de la comunidad y, segundo, que la educación y la opinión pública,
que son tan influyentes en la conformación de una persona, establezcan en la conciencia de
cada individuo una asociación indisoluble entre su propia felicidad y la del conjunto. De este
modo podría muy bien promoverse el bien general como uno de los motivos que desembocan
en la experiencia de la felicidad. La persona individual no podría disociar su felicidad de la
de la mayoría de la sociedad de la que es parte.

“El principio de la Utilidad o la Felicidad no consiste


exclusivamente en la mayor felicidad de aquél que lleva a cabo

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la acción, sino en la mayor cantidad de felicidad general. (…)
Por eso el Utilitarismo sólo puede alcanzar su fin mediante el
cultivo general de la nobleza de carácter.”

Desde la perspectiva sostenida por Mill el ser humano es social por naturaleza, por lo que
espontáneamente tiende a generar lazos sociales sobre los que se sustenta la comunidad en su
conjunto. Todo sujeto se encuentra inmerso en una sociedad determinada de la que forma
parte, ese aspecto social inherente a toda persona produce que aquello que sucede en la
sociedad también esté sucediendo en el sujeto mismo. Así, resulta imposible trazar una
separación que divida a la persona individual del contexto social en el que vive. Todos
nacemos en un contexto social e histórico específico que nos constituye y del que somos
parte, ese medio social forma parte esencial de nuestra existencia, no podemos ser totalmente
indiferentes al punto de pensar que podemos vivir desconectados de dicho medio.

De este modo, aquello que pueda aquejarle a una persona, o a un conjunto de personas dentro
de nuestra sociedad, no nos resultará indiferente. Los seres humanos estamos vinculados por
lazos afectivos, sentimentales, que hacen imposible no ver una situación de miseria o
desgracia sin afligirnos por eso. Trabajar por el bien general significa al mismo tiempo
trabajar por el bien de uno mismo, pues el bien de un mismo es imposible sin el bien general.
Este es uno de los aspectos más importantes de Utilitarismo, el de perseguir no sólo el placer
y la felicidad individual, sino el de comprender que el placer y la felicidad individual
depende del mayor nivel de felicidad que la sociedad logre alcanzar. No podemos ser felices
en una sociedad infeliz.

El Utilitarismo afirma que los seres humanos somos sensibles a los sentimientos que
experimentan nuestros semejantes, en esto se basa el principio de empatía. La empatía
significa identificarse con el prójimo, sentirlo en su proximidad, en lo que tiene de igual con
uno mismo, verse a uno mismo en el otro. O como dice la conocida frase: “ponerse en el
lugar del otro”.

Dicho esto, resulta conveniente llamar la atención sobre el carácter de las fuerzas que exigen
a cada persona a respetar las normas sociales y a buscar el bien general. Para el Utilitarismo
no existe una obligación externa a los intereses del ser humano que de alguna manera le
obliguen a respetar las normas, sino que la exigencia que lo llevan a obrar de tal manera nace
en el corazón de la persona misma. En efecto, es el sentimiento sentido por cada persona lo
que conduce a respetar y a hacer cumplir las leyes. No hay nada por fuera del individuo que lo
oprima de tal manera que tenga que obedecer. Las inclinaciones naturales surgidas desde el
interior de cada uno hacen que sea conveniente comportarse y obrar según lo que se entiende
como lo socialmente correcto, pues dañar a otra persona a sabiendas no genera otra cosa que
una situación de violencia, la cual de una u otra manera terminará por dañar al conjunto de la
sociedad.

“Mientras el sentimiento de que formamos una unidad con


nuestros semejantes no esté profundamente arraigado en
nuestro carácter debido a los progresos de la educación, no
podremos gozar plenamente de la felicidad.”

A final de cuentas el proyecto de sociedad que Mill imaginó es una sociedad en la que todos
alcancen la felicidad por el placer, en la que eventualmente haya sacrificados, pero en la que
todos tengan bienestar.

Actividades

1) a) Según la doctrina utilitarista, ¿Cuál es el criterio/principio para dirimir cuándo una


acción es moralmente buena o mala?

b) ¿Está usted de acuerdo? Justifique.

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2) ¿Qué entiende el utilitarismo por felicidad?

3) ¿Qué características acompañan al placer? Describa la relación entre dichas características


y el placer.

4) ¿Cuáles son los tipos de placer según el utilitarismo?

5) ¿Cómo incide el aspecto social del ser humano dentro de la doctrina utilitarista?

6) ¿Qué participación tiene la educación en la construcción del bien común?

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