Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Publicación: . , .
ISBN
- I.- Introducción
- 1.- Principios del orden constitucional, principios del derecho, y principios ordenadores del
procedimiento administrativo
- a.- Principios sobre los que descansa el estado social y democrático de derecho
- c.- El para qué (fundamento terminal) del derecho: la juridicidad material y la juridicidad formal
- a.- Actualización de una propuesta de clasificación formulada en 1992 por el profesor López
Menudo
- a.- El problema de saber si hay o no sinonimia entre vocablos diferentes pero entre los que
existen franjas semánticas coincidentes
- c.- La administración no puede crearse una zona de inmunidad mediante la simple invocación
formal del interés general
- a'.- Un caso práctico sobre anulación de acto administrativo porque, carente de objetividad,
incurría en arbitrariedad
- b.- Tener que actuar con eficacia no supone habilitación para eludir los condicionamientos
propios de un estado social y democrático de derecho
- a.- Concepto
- IV.- Jerarquía
- V.- Descentralización
- 1.- Centralización y descentralización son componentes de toda organización, que hay que
combinar con arreglo a criterios de cantidad e importancia
- 2.- El principio de la vinculación positiva: el derecho como límite y también como presupuesto
- a.- La administración pública necesita de una habilitación positiva por parte del ordenamiento
- 1.- Un principio cuyo campo semántico aparece asociado con el de buena fe e incluso con el de
seguridad jurídica
- b.- El principio de la confianza legítima en la doctrina del tribunal de justicia de la unión europea
- c.- El principio de confianza legítima fue incorporado al derecho interno español por la ley
6/1990 (lna 1990, 158), del Parlamento Foral Navarro
- c.- «Signos externos» generados por la admijnistración que, incluso sin ser jurídicamente
vinculantes, orientan al ciudadano hacia una determinada conducta
- d.- Acto de la administración que reconoce o constituye una situación jurídica individualizada
en cuya perdurabilidad podía confiar el afectado
- e.- Causa idónea para provocar la confianza legítima del afectado, la cual no podrá generarse
por mera negligencia, ignorancia o mera tolerancia de la administración
- f.- Que el interesado haya cumplido los deberes y obligaciones que le incumben en el caso
- g.- Que el quebrantamiento de la confianza así generada origine en el afectado unos perjuicios
que no deba soportar
- c.- Genera una expectativa legítima cuya frustración genera, a su vez, un derecho a la
resarcibilidad
- 1.- Introducción
- 2.- De cómo y porqué el número 1 de la Exposición de motivos LRJPA, provocó entre los
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
administrativistas el temor de que se quisiera hacer resucitar la doctrina del «acto político»
- 3.- De cómo las Cortes Españolas, imperante Franco, rechazaron por unanimidad en 1972, el
intento gubernamental de ampliar el concepto de acto político
- b.- La LJ de 1956 (RCL 1956, 1890): los actos políticos son «esencialmente distintos» de los
actos administrativos
- 5.- Lo que late en todo este discurso sobre el acto político es si debe o no existir un control
judicial pleno de los actos del Poder público
- a.- Todos los actos del gobierno son administrativos mientras no se demuestre lo contrario, y
por ello el juez tiene que entrar a estudiar el fondo del asunto, no pudiendo declarar a limine la
inadmisibilidad del recurso
- b.- Algunos supuestos de verdaderos y propios actos políticos que, como tales, no son
controlables judicialmente
- c.- Algunos ejemplos de pretendidos actos políticos que son puros actos administrativos y, en
cuanto tales, sujetos a control judicial
- d.- Otros actos de los poderes públicos que, sin ser propiamente «políticos», no están sujetos
al derecho administrativo no siendo controlables judicialmente
- e.- La descalificación de los papeles del CESID: los artículos 9 y 24.1 de la Constitución y los
«conceptos judicialmente asequibles»
- 6.- Sentencia directriz (leading case) en la materia: S. de 15 de julio de 1997 (RJ 1997, 5640),
Sala 3ª, sección 6ª, ponente González Rivas (recurso de casación 2074/1995)
- a.- Una forma de ver el problema de la personificación de las organizaciones públicas recogida
ya en la jurisprudencia del Tribunal Supremo
- b.- Utilización del concepto de persona jurídica como técnica de evasión del derecho
administrativo general
- 4.- El levantamiento del velo de la personalidad como técnica jurisprudencial para conocer la
verdad sobre las relaciones jurídicas que bajo ese velo pueden existir
- 4.- Las dos caras del principio de transparencia: deber de informar y deber de callar
- a.- Otros artículos de la LRJPA (RCL 1992, 2512) que se ocupan de algunos supuestos de
transparencia de la actuación administrativa
- a.- Naturaleza
- c.- Efectos
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
I- Introducción
1- Principios del orden constitucional, principios del derecho, y principios ordenadores del
procedimiento administrativo
Debemos admitirlo: abusamos del empleo del vocablo «principio». Nuestro descuido es de tal
calibre que casi raya en frivolidad. Politólogos, juristas y cultivadores de la llamada ciencia de
la administración -salvo contadas excepciones- venimos manejando con escaso rigor ese
significante.
Doy por admitidas todas las excepciones que quieran alegárseme. Me atrevo ya a predecir
-predecir digo, no vaticinar, porque datos suficientes tengo para hacerlo- que no van a ser
muchas. Lo que domina, la regla general es pasar por alto -ni siquiera proponer- lo que es
esencial: saber de qué hablamos y qué decimos cuando hablamos y decimos que aplicamos
un principio.
Los cultivadores de la ciencia de la administración -algunos de ellos, al menos, y de los más
conocidos- reaccionaron hace tiempo contra la manía «principialista». Así, Herbert A. SIMON
publicó en 1946 un trabajo muy crítico contra la moda «principialista» que tituló The proverbs
1
of administration; simples proverbios, que no principios . Y Dwight WALDO, en 1961, hacia
estas vitriólicas afirmaciones: «Puede que existan principios generales, pero estamos a una
2
gran distancia de poder saber si son ciertos, e incluso de que existan» .
1 Herbert A. SIMON, The proverbs of administration, en «Public Administration Review», 6 (1946), pp. 5-57.
1 Herbert A. SIMON, The proverbs of administration, en «Public Administration Review», 6 (1946), pp. 5-57.
2 Dwight WALDO, Organization theory: An Elphantine Problem, en «Public Administration Review», 4 (1946), p. 210.
Entre nosotros, y sobre todo a partir de la entrada en vigor de la CE (RCL 1978, 2836) la
moda de los principios «hace furor», y el legislador, la jurisprudencia y la doctrina científica
rivalizan en el alumbramiento (en ocasiones múltiple) de principios, en la aplicación, y en el
análisis de principios determinados. Lo que no abundan en cambio son las investigaciones
acerca de lo que sea un principio.
Jaime GUASP, en la tercera parte de un libro suyo que tituló Derecho -así, sin más- y
después de haber estudiado, en las dos precedentes, el concepto y la naturaleza del
derecho, se ocupa del problema del «fundamento del derecho», rúbrica bajo la que analiza la
3
causa eficiente del derecho (su «porqué») y la causa final del derecho (su «para qué») .
3 Jaime GUASP, Derecho, Madrid, 1971, pp. 287-382.
La expresión «principios jurídicos», que con tanta frivolidad manejamos en los tiempos que
corren, designa en el sistema de GUASP a los principios primeros del derecho, los que nos
explican su «porqué».
Creo que fue después de haber leído el importante libro de ORTEGA sobre «La idea de
principio en Leibniz», cuando, en realidad de verdad, llegué a entender lo que quería decir el
procesalista español cuando escribía esto:
«¿Qué quiere decir primero? Quiere decir que, en el orden de la investigación fundamental,
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
que ahora se desenrolla, los que se denominan principios jurídicos se presentan en un lugar
no precedido por nada, y que, en cambio precede a todo lo demás. Al hablarse ahora de los
principios jurídicos como de los primeros fundamentos del derecho, se quiere dar a
comprender que se está pensando en los fundamentos iniciales, más acá de los cuales no
hay ninguna otra consideración que merezca el nombre de fundamento del auténtico
derecho.»
Pero he aprendido -quiero decir que he entendido, he comprendido- algo más: qué es lo que
se quiere decir cuando se habla de un «más acá» y un «más allá» del derecho. Lo expresa
con pasmosa claridad el propio GUASP cuando sigue diciendo:
«Ésta es precisamente la diferencia que existe entre los principios y los fines jurídicos: pues
al paso que antes de los principios jurídicos, nada hay en la realidad con relevancia
especifica para el derecho, antes de los fines jurídicos, hay muchas cosas que tienen ese
significado, las mismas figuras jurídicas, ya que cada una de ellas puede ser el fundamento
de otras, en calidad de fondo de las mismas; y en cambio, mientras que a partir de los
principios se despliega toda la arquitectura jurídica, rebasados los fines, el derecho
4
desaparece y queda sustituido por otras formas de la realidad» .
4 Las citas del texto en J. GUASP, Derecho, cit. p. 292.
c- El para qué (fundamento terminal) del derecho: la juridicidad material y la juridicidad formal
Este otro fundamento tampoco forma parte del derecho, sino que lo trasciende, está fuera de
él. Es extrajurídico, no es el derecho, sino la meta hacia la que se dirige, lo que el derecho se
propone conseguir. De manera que -lo diré con palabras de GUASP-:
«Mientras que los principios del derecho nos dan la fórmula explicativa de la génesis de lo
jurídico, las raíces de donde el derecho brota, los fines del derecho nos suministran la fórmula
de su tendencia. Aquéllas son las causas, éstas son, no los efectos sino precisamente los
fines, o, si se quiere, con mayor rigor conceptual, aquéllos son la causa eficiente, éstos son la
causa final, precisamente del derecho mismo.»
Ese repertorio de fines que el derecho persigue se sintetiza en una palabra: juridicidad.
Pero, entiéndase bien, este significante se emplea aquí con un significado amplio,
comprensivo tanto de lo que el derecho persigue, como de lo que rechaza, de lo que quiere
conseguir y de lo que trata de evitar. O dicho de otra manera: la juridicidad comprende tanto
la projuridicidad (Rechtsma ssigkeit) como la antijuridicidad (Rechtswidrigkeit).
Todo esto supone que la juridicidad, fin o meta del derecho, confiere soporte jurídico al
mismo, cuando se trata de una juridicidad positiva (projuridicidad o juridicidad stricto sensu,
es decir, cuando se trata de actuaciones que son conformes con los fines del derecho), y le
niega, en cambio, ese soporte en caso contrario (antijuridicidad: actuación que no se adecua
a los propósitos del derecho).
Ambas vertientes de la juridicidad deberán ser tenidas en cuenta siempre por el intérprete,
tanto si hace una interpretación teórica como si hace una interpretación aplicativa del
derecho.
Ahora bien, para acabar de entender este carácter fundante -y por tanto, exterior al derecho-
de la juridicidad es necesario tener presente que esos fines de que aquí estoy hablando son
tanto los que tratan de conseguir los hombres que están aplicando el derecho (juridicidad
material) como los perseguidos por la norma (juridicidad formal).
a') Designios de los hombres que utilizan el derecho
El derecho tiene siempre como ingrediente o materia una relación que -hoy por hoy- es una
7
relación entre hombres y sólo entre hombres . Pues bien, los hombres que utilizan el derecho
pueden hacerlo para conseguir fines personales (el lucro, por ejemplo) o fines colectivos
(pongamos por caso: ayudar a los demás).
7 Quiero decir con ello que las relaciones con la divinidad quedan fuera del derecho. Otro tanto ocurre con las
relaciones del hombre con los sintientes no humanos. Esto segundo, no obstante, empieza ya a cuestionarse, y no
sólo se dice que «los animales no son cosas», sino que empieza a hablarse de «derechos de los animales». Una
primera aproximación a este problema puede encontrarla el lector en mi Derecho administrativo español**, Ed.
EUNSA, 2ª ed., Pamplona, 1994, pp. 180-192.
7 Quiero decir con ello que las relaciones con la divinidad quedan fuera del derecho. Otro tanto ocurre con las
relaciones del hombre con los sintientes no humanos. Esto segundo, no obstante, empieza ya a cuestionarse, y no
sólo se dice que «los animales no son cosas», sino que empieza a hablarse de «derechos de los animales». Una
primera aproximación a este problema puede encontrarla el lector en mi Derecho administrativo español**, Ed.
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
De unos años a esta parte viene siendo cada vez más frecuente que los tribunales de justicia
8 Alejandro NIETO, El dorso metalegal de las resoluciones judiciales, en «Estudios en homenaje al profesor Jesús
González Pérez», Civitas, Madrid, 1993, tomo I, pp. 61-77; del mismo; El arbitrio judicial, Ariel, Barcelona, octubre
2000.
Lo que este autor plantea es un problema de enorme envergadura, que aquí apenas si puede
ser apuntado: la emergencia de un cambio de paradigma.
Conforme al paradigma tradicional lo que hace y tiene que hacer el juez es subsumir el caso
concreto de que está conociendo en la ley: analiza el caso y aplica la solución -explícita o
implícitamente- prevista en la ley. Pero este paradigma no sirve para explicar
satisfactoriamente lo que está ocurriendo realmente en la práctica jurídica. «Con los
instrumentos técnicos que en la universidad me enseñaron, y que durante tanto tiempo he
utilizado -escribe el autor-, no acierto a comprender lo que está sucediendo, por cuya razón
he tenido que montar otros empleando al efecto los abundantes materiales elaborados por
autores que me han precedido: algunos insignes y hasta geniales pero que
desafortunadamente escribieron demasiado pronto, cuando el paradigma tradicional parecía
inimpugnable» (p. 72).
La única forma de poder explicar lo que está ocurriendo es reconocer que el viejo paradigma
-que, en último término, no es sino resultado de una adaptación a las exigencias que impone
la realidad de su originaria versión ultramontana de el juez como «boca de la ley»- ha de
sufrir una corrección más radical; un «golpe de timón» que lo convierte, de hecho, en un
paradigma distinto: la recuperación del viejo pilar del arbitrio judicial una vez despojado de las
connotaciones peyorativas derivadas de un deslizamiento semántico que ha llevado a
confundir el arbitrio judicial con la arbitrariedad.
Es necesario por ello distinguir
«entre arbitrio (actividad lícita) y arbitrariedad (actividad ilícita), que son conceptos antónimos
o, dicho con más precisión, "dependientes" en cuanto que el segundo no puede entenderse
sin el primero [...]. Sin la presencia del arbitrio es imposible comprender la naturaleza de la
función judicial y las peculiaridades de su práctica. La negativa del positivismo a reconocer la
existencia del fenómeno ha dificultado durante muchos años la comprensión del
funcionamiento judicial y del contenido de sus decisiones. El arbitrio es el espíritu que da vida
a la actividad judicial, de tal manera que estudiar ésta sin tener en cuenta aquél, ateniéndose
sólo a la ley y a la lógica es como trabajar con un cuerpo muerto en un laboratorio de
anatomía [...]. La práctica cotidiana del arbitrio no es, en suma, una disfunción del sistema
procesal ni el resultado del capricho de algunos jueces sospechosos, sino algo inherente a la
función judicial cuya erradicación es probablemente imposible y, desde luego, poco
recomendable, dado que deshumanizaría la Administración de justicia» (pp. 208-209).
Comparto plenamente las afirmaciones de Alejandro NIETO que acabo de transcribir. Y
comparto igualmente la crítica que hace en el capítulo 6 de su libro al empleo -abusivo por
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
poco meditado- que hacemos los jueces de una terminología confundente pues, más que
diferenciadora es redundante. No se refuerza la argumentación porque acumulemos adjetivos
descalificadores de la actuación administrativa: irracional, irrazonable, arbitraria,
groseramente errónea, disparatada; que todos éstos y algunos más viene empleando la
jurisprudencia. Hay que poner freno a este verbalismo, para lo cual quizá el único camino sea
el que cada vez que, en ejercicio de la esa libertad estimativa en que consiste el arbitrio
judicial, consideremos necesario invocar algún principio metajurídico, nos apresuremos a
explicar el contenido que damos al significante con que lo designamos.
Y lo más importante: es necesario que tomemos nota de que un nuevo paradigma está
emergiendo. Un paradigma conforme al cual la potestad decisoria judicial es igualmente lícita
tanto si se ejerce según ley como si se ejerce por arbitrio, o sea mediante ese margen de
libertad estimativa que hay que reconocer al juez, precisamente porque es un hombre y no un
autómata. Esta pieza del arbitrio es la que omite el viejo paradigma de la subsunción
silogística y eso no funciona ni puede funcionar para explicar el ejercicio del quehacer judicial.
Hace años que intenté una catalogación de los principios del procedimiento administrativo,
para lo cual los clasifiqué en torno a los dos pilares sobre los que se sustenta el derecho
9 10
administrativo: eficacia y garantía .
9 En julio de 2011 (estoy escribien estas líneas a finales de octubre) se ha publicado el libro de José Antonio
TARDÍO PATO, Los principios generales del derecho. Su aplicación efectiva como norma furídica, ed. Bosch, 362
págs. Por lo que he tenido tiempo de ver, el autor, Profesor Titular adscrito al Área de Derecho Administrativo en la
Universidad Miguel Hernández, de Elche, acredita una vez más su cotidiano manejo de la jurisprudencia. Es un libro
denso que yo aconsejaría empezar a leer por el capítulo de conclusiones (págs. 325-342). Y debo añadir que la
influencia de los modernos filósofos españoles del Derecho, M. ATIENZA, J. RUIZ MANERO, se hace evidente con
sólo consultar la Bibliografía que recoge en págs. 343-368.
9 En julio de 2011 (estoy escribien estas líneas a finales de octubre) se ha publicado el libro de José Antonio
TARDÍO PATO, Los principios generales del derecho. Su aplicación efectiva como norma furídica, ed. Bosch, 362
págs. Por lo que he tenido tiempo de ver, el autor, Profesor Titular adscrito al Área de Derecho Administrativo en la
Universidad Miguel Hernández, de Elche, acredita una vez más su cotidiano manejo de la jurisprudencia. Es un libro
denso que yo aconsejaría empezar a leer por el capítulo de conclusiones (págs. 325-342). Y debo añadir que la
influencia de los modernos filósofos españoles del Derecho, M. ATIENZA, J. RUIZ MANERO, se hace evidente con
sólo consultar la Bibliografía que recoge en págs. 343-368.
10 Francisco GONZÁLEZ NAVARRO, Eficacia y garantía del particular en la LPA, «Documentación administrativa»,
núm. 73, 1964, pp. 38-62. Francisco LÓPEZ MENUDO, Los principios Generales del procedimiento administrativo,
«RAP», núm., 129, septiembre-diciembre, 1992, pp. 19-76.
No me sería difícil adaptar el catálogo que entonces elaboré a los nuevos tiempos, entre otras
razones porque la LRJPA (RCL 1992, 2512) es, en muchos aspectos, según ha quedado
dicho en este comentario y se podrá comprobar en los que siguen, un calco -en ocasiones,
mal hecho- de la LPA (RCL 1958, 1258) .
Pero me parece que el catálogo que propone F. LÓPEZ MENUDO en el estudio antes citado,
además de estar ya relativamente actualizado (hace las oportunas remisiones a la CE (RCL
1978, 2836) ; no a la LRJPA (RCL 1992, 2512) pues en ese momento aún no se había
aprobado) contiene una aportación fundamental para la comprensión, no sólo de los
principios del procedimiento administrativo, sino también del derecho administrativo en
general: la gradualidad.
Y como, yo mismo, con posterioridad a aquel trabajo mío que es viejo ya de 40 años, he
insistido en la importancia de la gradación o gradualidad para entender las unidades jurídicas
(cfr. lo que digo en el comentario al art. 3, al hablar de la personalidad jurídica), me ha
parecido que debo incorporar aquí - resumido en forma de cuadro sinóptico acompañado de
las oportunas notas aclaratorias- el sugerente catálogo del profesor sevillano. Obviamente, he
sustituido las remisiones a la LPA (RCL 1958, 1258) por las correspondientes a la LRJPA
11 La Administración pública ha de actuar conforme a unos trámites procesales - art. 1, LPA- que son garantía de la
adecuación a la ley y también al derecho de sus decisiones - art. 103.1 , CE-. Y esos trámites, incluso cuando el
procedimiento no está formalizado han de seguirse con rigor y lógica...» ( S. de 7 de octubre de 1987 [RJ 1987, 8311]
, Sala 4.ª, Ponente: González Navarro).
12 Cfr. artículo 53.1 , LPA. Cfr. también SS. de 11 de julio de 1988 (RJ 1988, 5955) y 24 de julio de 1989 (RJ 1989,
6077) .
13 «La S. de 22 de noviembre de 1982 (núm. 68/1982) de este Tribunal Constitucional, recaída en el recurso de
amparo núm. 87/1982, ha establecido la doctrina de que cuando se solicita la aplicación del principio de igualdad
"compete a los órganos del Estado demandados en el procedimiento constitucional la carga de ofrecer los
argumentos que el diferente tratamiento legal posea", exigencia la de la carga que no puede entenderse en el sentido
estricto procesal de desplazamiento o inversión del onus probandi, por no tratarse ciertamente de hechos materiales,
sino como imposición dialéctica justificadora de las razones y valores que hagan posible constitucionalmente la
desigualdad, sin caer en la discriminación producto de la irrazonabilidad y de su consecuencia la
inconstitucionalidad» ( STC 75/1983, de 3 de agosto [RTC 1983, 75] ). «El principio de igualdad en las condiciones
básicas, que se proclama en el artículo 149.1.1.ª de la vigente Constitución española no es una pura declaración
programática ni la retórica expresión de un deseo irrealizable, sino una norma jurídica imperativa a cuyo efectivo
cumplimiento están llamados los poderes públicos por la vía del artículo 9.2 de la propia Constitución que impone a
éstos el deber -constitucional, como se ve- de promover las condiciones para que la libertad y la igualdad sean reales
y efectivas. Cuando estos preceptos están afirmando la idea de igualdad no están, obviamente, queriendo significar
que todos los hombres sean iguales, lo cual iría contra la naturaleza de las cosas, están subrayando que,
precisamente porque nacen iguales, participan de las mismas calidades humanas fundamentales y tienen por igual el
mismo derecho a la felicidad, a la salud y al bienestar. Desde estas premisas hay que entender la reiteración con que
este Tribunal Supremo viene afirmando el que se ha dado en llamar "principio pro apertura" en materia de
autorización para ejercer la actividad farmacéutica. Y es que las normas que regulan el otorgamiento de este tipo de
licencias, al establecer una serie de condiciones para que pueda acreditarse el derecho a abrir una farmacia,
pretenden que la distribución de estas oficinas por el territorio nacional sea equilibrada, evitando tanto la
concentración excesiva de ellas en determinados puntos del territorio cuando la ausencia de ellas en otras partes del
mismo. Porque ello implica un descoyuntamiento orgánico que redunda en detrimento de aquel principio de igualdad
en las condiciones básicas. Es claro que una previa planificación permitiría realizar esa distribución equilibrada,
resolviendo ab initio el problema de la ubicación de farmacias de forma absolutamente objetiva. Por las razones que
sean, esa solución no es la que, al menos por ahora, se aplica en España. Pero ello hace más imperativa si cabe la
vinculación de aquellos preceptos constitucionales para todos los poderes públicos, consideración que tienen a estos
efectos, sin discusión posible, los Colegios profesionales farmacéuticos. Y llegará un momento en que la doctrina
establecida por esta Sala -en aplicación estricta de la Constitución- acabará aceptándose plenamente, para lo cual
es necesario afrontar el problema siempre desde esta perspectiva. Porque el principio de igualdad no es, en
definitiva, sino una matriz disciplinar o, si se prefiere, uno de los valores de la nueva matriz disciplinar que subyace
bajo la letra de los preceptos constitucionales. Y como ocurre siempre que se acepta una nueva teoría las cosas se
ven de distinta manera, llegándose a soluciones que desde la mera superficie de la letra de los reglamentos resulta
imposible llegar» ( S. de 19 de julio de 1988 [RJ 1988, 6084] , [antigua] Sala 4.ª, Ponente: González Navarro). Un
buen resumen de esta doctrina jurisprudencial sobre igualdad al trato en la S. de 30 de noviembre de 1995, Sala 3.ª,
Sección 7.ª, Ponente: Trillo (RJ 1995, 8864) incorporando fundamento 6.º de la sentencia apelada. Cfr. también: S.
de 25 de noviembre de 1996, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Escusol (RJ 1996, 8349) .
14 Cuando se falta a la objetividad se puede incurrir en desviación de poder ( art. 63.1, inciso final , LRJPA).
16 Interdicción también de las actuaciones administrativas que sean y en su caso judiciales, que sean contrarias al
sentido común: STC 184/1992, de 16 de noviembre (RTC 1992, 184) ; S. de 1 de diciembre de 1986 (RJ 1987, 417) ,
[antigua] Sala 4.ª, Ponente: Delgado Barrio; S. de 15 de diciembre de 1986 (RJ 1987, 1139) , [antigua] Sala 4.ª,
Ponente: Delgado Barrio; S. de 4 de abril de 1988 (RJ 1988, 2607) , [antigua] Sala 4.ª, Ponente: Bruguera Manté.
20 «Que es consustancial a todo procedimiento administrativo su carácter contradictorio, lo cual supone la existencia
de la posibilidad de hacer valer, dentro del procedimiento, los distintos intereses en juego, así como, en segundo
término, que esos distintos intereses puedan ser adecuadamente confrontados por sus respectivas titulares antes de
adoptarse una decisión definitiva; la misma exposición de motivos de la Ley de Procedimiento Administrativo (LPA)
pone de manifiesto que la finalidad del procedimiento administrativo es doble, como unánimemente pone de
manifiesto la doctrina: "dar satisfacción a las necesidades públicas, sin olvidar las garantías debidas al administrado";
dicho carácter contradictorio del procedimiento administrativo es proclamado, sin reservas en la LPA: El artículo 23
de la LPA garantiza la llamada al procedimiento a los que, sin haber iniciado el procedimiento, ostentan derechos
que puedan resultar afectados por la decisión que en el mismo se adopte [interesados necesarios, art. 23, apartado
b)], señalando el artículo 26, respecto de los mismos, la necesidad de comunicarles la tramitación del procedimiento
cuando se advierta, durante la instrucción del mismo, la existencia de alguno de estos interesados; mas, por otra
parte, el mismo artículo 23, apartado c) permite igualmente la comparecencia en el procedimiento de todas aquellas
personas cuyos intereses legítimos, personales y directos puedan resultar afectados por la resolución que se dicte,
en defensa, precisamente de esos intereses: En consecuencia, tanto unos -apartado b) del art. 23-, como otros
[apartado c)], [además, por supuesto, de los que promuevan el procedimiento como titulares de derechos e intereses
legítimos -apartado a) del mismo artículo-] son considerados por la LPA como interesados en sentido técnico». S. de
8 de febrero de 1988 (RJ 1988, 793) , [antigua] Sala 4.ª, Ponente: García Estartús [Fundamento de la sentencia
apelada].
21 «Dos normas esenciales y de obligatoria observancia en los expedientes administrativos cuando se trate de
declarar o conceder derechos a los particulares: A) Que éstos produzcan concretamente su pretensión a la
Administración, pues, sería absurdo admitir que, de oficio, pudiera reconocerse a un particular un derecho de tanteo
o adjudicarle directamente, como hijuela, una línea regular de transporte de viajeros por carretera; y B) Que la
Administración ha de resolver los expedientes en contemplación de las cuestiones suscitadas y de las peticiones
deducidas hasta aquel momento por los interesados, por lo que ha de considerarse inoperante, por extemporánea
cualquiera otra distinta que aquellos formulen en trámite ulterior a la regulación del expediente» ( S. de 25 de octubre
de 1968 [RJ 1968, 4647] , Sala 3.ª, Ponente: Serván Mur). «La congruencia exige la exacta correlación entre la
petición o presunción y la resolución final, acto administrativo o sentencia...» ( S. de 8 de junio de 1989 [RJ 1989,
4622] ).
22 Artículo 35.a) , LRJPA (derecho de información); artículo 58, LRJPA (notificación); artículo 60, LRJPA (publicidad
de los actos); artículo 86, LRJPA (información pública).
24 Cfr. artículos 102 a 106 , LRJPA (revisión de oficio); artículos 145 a 146 (responsabilidad de los servidores
públicos).
25 «Siendo de observar, de oficio, que, al dictarse la resolución administrativa de instancia, no se había "dado
audiencia", en sentido estricto, a la parte ahora recurrente, debe dejarse sentado, con carácter genérico, que el
Derecho Administrativo, en principio, se ha decidido por un antiformalismo ponderado que, sin merma ni quiebra de
la legalidad, permita el desarrollo de la situación administrativa conforme a normas y principios de celeridad y eficacia
-arts. 29 de la LPA y 103.1 de la Constitución de 1978-, hasta el punto de que al vicio de forma o de procedimiento
(descrito en los arts. 48 y 49 de la LPA) no se le reconoce tan siquiera virtud invalidante de segundo grado,
anulabilidad, más que en aquellos casos excepcionales en que el acto carezca de los requisitos indispensables para
alcanzar su fin, se dicte fuera del plazo previsto, cuando éste tenga un valor esencial, o se produzca una situación de
indefensión (supuestos todos que acreditan que dicho vicio, carente de fuerza en sí mismo y de naturaleza
estrictamente instrumental, sólo adquiere relieve propio cuando su existencia ha provocado una disminución efectiva,
real y trascendente de garantías incidiendo así en la decisión de fondo y alterando, eventualmente, su sentido en
perjuicio del administrado y de la propia Administración)». S. de 6 de julio de 1988, [antigua] Sala 4.ª, Ponente:
Gordillo (RJ 1988, 5869) [de los fundamentos de la sentencia apelada]. Cfr. también, en la jurisprudencia más
moderna, entre otras muchas, la S. de 30 de noviembre de 1995, Sala 3.ª, Sección 4.ª, Ponente: Fernández
Montalvo (RJ 1995, 8582) .
26 « Aparte de que el principio de economía procesal reiteradamente proclamado por la jurisprudencia, declara
improcedente la nulidad de actuaciones, cuando como en el presente caso ocurre, es de prever lógicamente, que se
produciría un acto igual al que se anulara, sin obtenerse por tanto otra consecuencia que la demora en la decisión
del derecho controvertido» (S. de 25 de septiembre de 1971, Sala 5.ª [RJ 1971, 3517] ). «Y como ambos hechos
constaban ya suficientemente acreditados, el último incluso, había sido paladinamente reconocido por el recurrente,
es por lo que en puridad de doctrina no puede ni debe exacerbarse el rigor rituario, en base de una exagerada
ortodoxia procedimental, digna de toda consideración cuando está en juego el derecho de defensa del administrado,
pero que deviene irrelevante en los casos en que el mencionado derecho ha podido desarrollarse plenamente
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
mediante la actividad procesal conducente a corregir el extraviado criterio de los órganos administrativos sin sufrir,
por lo tanto, menoscabo o perjuicio alguno, y si a esto unimos que un elemental principio de economía procesal
refrenda el criterio expuesto, por cuanto es de presumir que aun reproducidas las actuaciones abocarían a idéntico
resultado, procede, en consecuencia, desestimar las alegaciones formales deducidas y penetrar en el meollo de la
cuestión debatida» (S. de 30 de abril de 1971, [antigua] Sala 4.ª), Ponente: Fernández Valladares (RJ 1971, 3478) .
«Pues bien, nuestro sistema de garantías del administrado, en lo que ahora importa, obedece a un principio de
concentración que implica que los actos de trámite no son impugnables, por regla general, separadamente, de suerte
que sólo cuando se llega a la resolución administrativa final cabe el recurso -arts. 113.1 de la Ley de Procedimiento
Administrativo y 37.1 de la Ley Jurisdiccional-, en el que desde luego no sólo serán invocables cuestiones de fondo
sino también los vicios de procedimiento» S. de 11 de julio de 1988, [antigua] Sala 4.ª, Ponente: Delgado Barrio (RJ
1988, 5955) .
28 Cfr. artículos 72, 111 , 136 y 138 , LRJPA; cfr. A. de 20 de diciembre de 1991 y comentario al artículo 72, LRJPA.
29 El campo semántico que cubren estas tres expresiones sólo coincide en parte (cfr., comentario al art. 3, apartado
VIII).
39 La bibliografía sobre el llamado «interés general» es abundantísima. Para elaborar este apartado del texto me he
servido básicamente de estos tres trabajos (que cito aquí por orden cronológico de aparición): Fernando SÁINZ
MORENO, Conceptos jurídicos indeterminados, interpretación y discrecionalidad administrativa, Civitas, Madrid,
1976; Alejandro NIETO, La Administración sirve con objetividad los intereses generales, en «Estudios sobre la
Constitución española. Homenaje a Eduardo García de Enterría», vol. III, Madrid, 1991, pp. 2185-2253; Eduardo
GARCÍA DE ENTERRÍA, Una nota sobre el interés general como concepto jurídico indeterminado, «REDA», núm.
89, 1996, pp. 69-89.
a- El problema de saber si hay o no sinonimia entre vocablos diferentes pero entre los que
existen franjas semánticas coincidentes
40
El Tribunal europeo de derechos humanos tiene dicho esto :
40 S. de 21 de febrero de 1986 (caso James y otros) en relación con el artículo 4 del Convenio de protección de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales (citada por A. NIETO, La Administración sirve con objetividad...
, p. 2193).
40 S. de 21 de febrero de 1986 (caso James y otros) en relación con el artículo 4 del Convenio de protección de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales (citada por A. NIETO, La Administración sirve con objetividad...
, p. 2193).
«Según los demandantes, un principio generalmente admitido en la interpretación de los
tratados obliga a suponer que el uso de expresiones distintas en un mismo contexto -"utilidad
pública" en el primer apartado del artículo 1 [del Protocolo número 4 del Convenio de
protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales], "interés general" en
el segundo- pone de manifiesto el propósito de referirse a conceptos distintos. En opinión del
general habríamos ganado en claridad, aunque, eso sí, al precio de reducir las posibilidades
de adaptación del texto a las cambiantes circunstancias de la vida.
Pero no es sólo que la CE (RCL 1978, 2836) no define lo que deba entenderse por interés
general, es que no hay tampoco ninguna ley que se haya atrevido a asumir tan alto nivel de
compromiso (y no se quiera ver en esto un motivo de crítica; me limito a constatar un hecho:
el concepto de interés general no está positivizado, ni en el ordenamiento español ni en
ninguno de los que conozco).
Es muy posible que no pueda ser de otro modo. Quizá tengamos que resignarnos a aceptar
que estamos ante uno de tantos conceptos -la justicia, la libertad, la dignidad de la persona-
que cuando uno cree tenerlos ya al alcance de la mano se nos escapan de puro resbaladizos
que son, conceptos inaprensibles, que se resisten a dejarse encapsular en el angosto
espacio de una definición. Probablemente lleva razón quien afirma que el interés general se
constata (hay o no hay un interés de esa clase) pero no se le puede definir.
Lo cierto es que no sólo no sabemos qué sea eso de los intereses generales, sino que
tampoco sabemos a quién corresponde la potestad de calificar (o «descalificar») como
general un determinado interés, ni si cabe articular un control de la existencia o no de un
42
interés de esta naturaleza, o de la prevalencia de un interés general respecto de otro .
42 Como dice NIETO: «Todo el mundo está de acuerdo en que (tal como declara la Constitución española) la
Administración está al servicio de los intereses generales de la comunidad; pero a partir de ahí ya no se puede
afirmar nada con certeza: ni en qué consisten estos intereses generales, ni quién ha de determinarlos, ni, en fin, si
cabe un control judicial posterior a las definiciones que quien quiera que sea haya hecho previamente» (A. NIETO,
La Administración sirve con objetividad..., cit., p. 2189).
42 Como dice NIETO: «Todo el mundo está de acuerdo en que (tal como declara la Constitución española) la
Administración está al servicio de los intereses generales de la comunidad; pero a partir de ahí ya no se puede
afirmar nada con certeza: ni en qué consisten estos intereses generales, ni quién ha de determinarlos, ni, en fin, si
cabe un control judicial posterior a las definiciones que quien quiera que sea haya hecho previamente» (A. NIETO,
La Administración sirve con objetividad..., cit., p. 2189).
Convengamos, sin embargo, en que «el jurista no puede limitarse a constatar una realidad,
sino que ha de operar cada día con conceptos normativos», unos conceptos que deben ser
«precisos y manejables», porque, cuando no lo son, «se encuentra incapacitado para operar
43
con ellos de forma satisfactoria» .
43 Alejandro NIETO, La Administración sirve con objetividad..., p. 2191.
Si precisar el concepto de interés general no ha sido nunca nada fácil, según ha quedado
dicho, la cosa ha venido a complicarse con la aparición en el horizonte científico de un nuevo
concepto, tan desvaído como el adjetivo con que se le califica: el del interés difuso.
Alumbrado por la doctrina italiana, el concepto se va abriendo paso, no sin resistencias, en la
44
doctrina española .
44 ALMAGRO NOSETE, Tutela procesal ordinaria y privilegiada (jurisdicción constitucional) de los intereses difusos,
«Revista de derecho público», núm. 16, 1982-83, pp. 93-107; del mismo: La protección procesal de los intereses
difusos, «Justicia», núm. 83, 1983, pp. 69-96; M. L. HIGUERO PINTO, La protección procesal de los intereses
difusos, Madrid, 1983; M. CRESTI, Contributo allo studio della tutela degli interessi difusi, Milano, 1992. Vid. también,
con referencia a la protección del ambiente natural: J. L. SERRANO MORENO, El derecho subjetivo al ambiente,
«Revista de la Facultad de la Universidad de Granada», núm. 16, 1988, pp. 71-99; Santiago GONZÁLEZ-VARAS
IBÁÑEZ, Problemas procesales actuales de la jurisdicción contencioso-administrativa, premio «Poder judicial», 1993,
en «Cuadernos del Consejo general del Poder Judicial», especialmente pp. 177-209; Ramón MARTÍN MATEO,
Tratado de derecho ambiental, Trivium, Madrid, 1992, 2 tomos, especialmente tomo I, pp. 177-203; M. SÁNCHEZ
MORÓN, voz Interés colectivo (Derecho administrativo), en la obra colectiva «Enciclopedia jurídica básica», Civitas,
Madrid, 1995.
44 ALMAGRO NOSETE, Tutela procesal ordinaria y privilegiada (jurisdicción constitucional) de los intereses difusos,
«Revista de derecho público», núm. 16, 1982-83, pp. 93-107; del mismo: La protección procesal de los intereses
difusos, «Justicia», núm. 83, 1983, pp. 69-96; M. L. HIGUERO PINTO, La protección procesal de los intereses
difusos, Madrid, 1983; M. CRESTI, Contributo allo studio della tutela degli interessi difusi, Milano, 1992. Vid. también,
con referencia a la protección del ambiente natural: J. L. SERRANO MORENO, El derecho subjetivo al ambiente,
«Revista de la Facultad de la Universidad de Granada», núm. 16, 1988, pp. 71-99; Santiago GONZÁLEZ-VARAS
IBÁÑEZ, Problemas procesales actuales de la jurisdicción contencioso-administrativa, premio «Poder judicial», 1993,
en «Cuadernos del Consejo general del Poder Judicial», especialmente pp. 177-209; Ramón MARTÍN MATEO,
Tratado de derecho ambiental, Trivium, Madrid, 1992, 2 tomos, especialmente tomo I, pp. 177-203; M. SÁNCHEZ
MORÓN, voz Interés colectivo (Derecho administrativo), en la obra colectiva «Enciclopedia jurídica básica», Civitas,
Madrid, 1995.
Para aproximarse al polémico concepto conviene tener presente algunos ejemplos de este
tipo de interés, tal como hace ALMAGRO NOSETE que, ha elaborado, partiendo de la CE
(RCL 1978, 2836) , el siguiente catálogo:
A la vista de este catálogo, ¿qué se puede decir que son los intereses difusos?
Quizá sólo esto: que son intereses que pertenecen a todos y cada uno de los individuos que
integran una sociedad organizada en Estado pero que ni son interés propio de cada uno ni
tampoco son intereses de la sociedad en cuanto comunidad organizada. No son, desde
luego, intereses particulares, pero tampoco intereses generales o colectivos, porque éstos
van referidos a comunidades organizadas.
Admito que esto no es nada claro, pero no veo manera de expresarlo de manera más líquida.
De todas maneras, el lector tendrá una nueva oportunidad de reflexionar sobre estas
cuestiones si lee el comentario al artículo 31 (punto III.2).
El artículo 103.1 , CE, contiene una cláusula general que habilita a la Administración para
intervenir allí donde un interés general se hace patente:
«La Administración sirve con objetividad los intereses generales.»
Una cláusula que, vista por su haz, habilita a la Administración de una potestad de intervenir
(o, en su caso, también de proteger, y fomentar) y, vista por su envés, le impone también el
deber de hacerlo.
Dos condicionamientos limitan esa potestad-deber: la idea de servicio y la de objetividad:
- S. de 19 de mayo de 1988 (sala de revisión), Ponente Mendizábal (RJ 1988, 5060) :
«La Administración Pública tiene encomendada directamente por el texto constitucional la
misión de gestionar los intereses generales, "servir" es el verbo que utiliza el artículo 106,
incorporando así el significado etimológico de la propia denominación. La "generalidad" de los
asuntos que conforman ese ámbito de actuación excluye, pues, por definición, cualquiera otra
perspectiva parcial, tanto si proviene de la propia organización burocrática o de sus agentes,
como si tiene un carácter sectorial dentro de la sociedad, aun cuando en principio puedan ser
absolutamente legítimos. En el campo de fuerzas de los intereses particulares, individuales o
de grupo, la resultante histórica en cada momento conforma el interés público, que no es por
tanto mera suma o yuxtaposición algo cuantitativo, sino más bien una sublimación cualitativa.
La característica inherente a la función administrativa es la objetividad, como equivalente a
imparcialidad o neutralidad, de tal forma que cualquier actividad ha de desarrollarse en virtud
de pautas estereotipadas, no de criterios subjetivos. Ello constituye el reflejo de dos principios
acogidos ambos en la Constitución, uno general, el de igualdad de todos, con múltiples
manifestaciones de las que el artículo 14 es sólo núcleo, sin agotarlas. El otro principio es
inherente a la concepción contemporánea de la Administración pública, y consiste en el
"sometimiento pleno a la Ley y al Derecho", principio de legalidad (arts. 103 y 9). No rige aquí
la autonomía de la voluntad y menos aún el voluntarismo o decisionismo, ni por supuesto la
arbitrariedad.
45 «La objetividad -e-cribe NIETO, citando a FRIEDRICH- es aquella cualidad que permite a una persona superar
sus opiniones personales y sus prejuicios, de modo que vea el "objeto" o la situación "tal como es"» (A. NIETO, La
Administración sirve con objetividad..., cit., p. 2227). Cfr. también: Luis MORELL OCAÑA, El principio de objetividad
en la actuación de la Administración pública, en la obra colectiva «Estudios en homenaje al profesor Jesús González
Pérez», Civitas, Madrid, 1993, pp. 147-160.
Y si todo esto es así, ¿no hay algo, o quizá mucho, de utópico en esta exigencia
constitucional de objetividad?
Probablemente sí. Pero, de todas maneras, ese imperativo constitucional es jurídicamente
útil, en cuanto parámetro, es decir, punto de referencia de la rectitud con que el poder público
se está ejerciendo, y, por tanto, puede ser un instrumento fecundo para patentizar la
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
Se entendería mal lo que he dicho hace un momento sobre el carácter de cláusula habilitante
para el ejercicio de potestades administrativas que tiene el artículo 103.1 , CE, si de ello
quisiera extraerse la conclusión de que esa habilitación lo es de potestades discrecionales.
Eso, ni lo he dicho, ni lo he querido decir.
No estamos ante una habilitación de potestad discrecional en sentido técnico (cualquier
opción entre varias alternativas sería legítima) sino más bien ante lo que se llama un
concepto legal indeterminado. Que esto es así se confirma precisamente por esa vinculación
46
al interés general al que tiene que servir .
46 En el sentido del texto Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, Una nota sobre el interés general como concepto
jurídico indeterminado, «REDA», 1996, pp. 72-73. Contra, Miguel BELTRÁN DE FELIPE, Discrecionalidad
administrativa y Constitución, Tecnos, Madrid, 1995, p. 238.
46 En el sentido del texto Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, Una nota sobre el interés general como concepto
jurídico indeterminado, «REDA», 1996, pp. 72-73. Contra, Miguel BELTRÁN DE FELIPE, Discrecionalidad
administrativa y Constitución, Tecnos, Madrid, 1995, p. 238.
En todo caso, el problema que ahora interesa es si los tribunales pueden controlar la decisión
que toma una Administración pública calificando como de interés general una determinada
actuación. O dicho con otras palabras: lo que se trata de saber es si la simple invocación del
interés general para motivar una decisión administrativa basta para legitimar esa decisión o
si, por el contrario, esa decisión podría ser revisada, en su caso, por los tribunales por
apreciar éstos que la existencia de ese interés general no ha quedado suficientemente
acreditada.
Que ese control judicial es posible resulta, claramente, del artículo 106.1 , CE:
«Los tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación
administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.»
Esto quiere decir, y dice, que «la CE se ha preocupado de que la Administración no pueda
crearse a su arbitrio una fácil zona de inmunidad con la simple invocación formal de que está
actuando en servicio de "los intereses generales", como precisa su artículo 103.1; ha
afirmado de manera expresa, por ello, que los tribunales pueden controlar la efectividad de
47
esa finalidad declarada» .
47 E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Una nota sobre el interés general..., cit., pp. 79-80.
47 E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Una nota sobre el interés general..., cit., pp. 79-80.
En este sentido, la STC de 11 de junio de 1984 (RTC 1984, 68) , dice que
«no cabe desconocer que la facultad atribuida por la Constitución al Estado para definir el
interés general, concepto abierto e indeterminado llamado a ser aplicable a las respectivas
materias, puede ser controlada, frente a posibles abusos y a posteriori por este Tribunal».
Y, como no podía ser menos, la jurisprudencia del Tribunal Supremo confirma esta
interpretación ( Ss. de 11 de noviembre de 1994 [RJ 1994, 8812] , 23 de enero de 1995 [RJ
1995, 315] , 23 de febrero de 1995 [RJ 1995, 1280] , 20 de marzo de 1995 [RJ 1995, 1978] , 11
de abril de 1995 [RJ 1995, 3457] , 24 de abril de 1995 [RJ 1995, 3061] , 12 de mayo de 1995,
26 de mayo de 1995 [RJ 1995, 4387] , 31 de mayo de 1995 [RJ 1995, 4406] , etc.).
a'- Un caso práctico sobre anulación de acto administrativo porque, carente de objetividad,
incurría en arbitrariedad
Uno de esos excesos -que en el caso, pues quien lo cometía era una Administración pública,
supuso incumplimiento del deber constitucional de actuar objetivamente ( art. 103 , CE) y no
de forma arbitraria ( art. 9.3 , CE)-, es el episodio vivido con ocasión de la aprobación de los
estatutos de la Universidad de Valencia, del que tuvo que conocer la sentencia que cito a
continuación:
- S. de 12 de junio de 1990, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1990,
5184) : [asunto supresión de la imagen de la «Virgen de la Sapiencia» en el emblema de la
Universidad de Valencia].
«A diferencia del derecho civil en que se distingue entre "causa", que es siempre objetiva, y
"motivo y fin" del negocio jurídico, que es subjetivo o personal, por responder a exigencias
conceptuales distintas, en derecho administrativo, aunque son elementos diferenciados en el
acto de tal naturaleza producido por la Administración, "fin" y "motivos" se conjuntan, hasta el
punto de que la "causa" es administrativamente legítima cuando está en función de un interés
público o de un interés del servicio público, que por imperativo del artículo 103.1 de la
Constitución y "con sometimiento pleno" a la Ley y al Derecho, aquélla debe cumplir, siendo
dicho elemento "condicionante" de la validez jurídica del acto administrativo, de ahí que,
como tiene declarado la jurisprudencia en reiteradas sentencias cuyo número exonera de
toda concreta cita, "la inexistencia de causa o causa viciada, determina la nulidad de los
actos provinientes de la Administración, en cuya causa debe prevalecer el interés público
perseguido siempre por el acto administrativo"; pues bien, en el supuesto de actual
referencia, en el expediente administrativo no consta fundamento objetivo, razonamiento ni
demostración alguna, que jurídicamente justifique que la supresión de la tradicional y aludida
imagen de la "Virgen de la Sapiencia", en el Escudo o Emblema de la Universidad, haya de
ser procedente, máxime cuando se mantiene la invocación tradicional, a la Virgen María, en
la Medalla cuyo modelo se establece en el artículo 12 de los propios Estatutos, y sin embargo
la Administración trata de fundamentar dicha supresión, solamente en la "aconfesionalidad
religiosa del Estado" que determina la Constitución, y en la voluntad del Claustro
Constituyente de la Universidad, producida por la mayoría absoluta de sus miembros,
manifestada democráticamente, y en uso del principio de autonomía de la Universidad que la
Constitución y la Ley Orgánica de la Reforma Universitaria le confieren; mas lo cierto es que
con ello no se justifica que la actuación administrativa se hubiera realizado en función de "un
interés público" o en función de un "interés de servicio público" que la actividad de la
Universidad en cuestión entraña, pues la aconfesionalidad del Estado, nada tiene que ver con
la conservación por la Universidad del Escudo o emblema que cuando menos desde el año
1771, fue utilizado como tal en toda la documentación de dicha Universidad, con tradición
secular e ininterrumpida, incluso durante las numerosas vicisitudes políticas y religiosas por
las que pasó el Estado español, sin que en ninguna de ellas, aun estableciéndose
constitucionalmente la aconfesionalidad de éste, se hubiera modificado dicho histórico
Escudo o Emblema, hasta el punto de que dichas circunstancias históricas, sin remontarnos a
los nebulosos momentos de la fundación de dicha Universidad, que se remiten al acto de
aprobación por el Papa Alejandro VI, el 2 de enero de 1500, seguido del Privilegio Real
Fundacional dado por el Rey Fernando el Católico, atendiendo las súplicas del Arzobispo de
Valencia don Ludovico de Borja, así como del Cabildo de la Catedral y Jurados de la Ciudad,
habiendo sido declarada de Santa Virgen María, bajo la advocación de "la Sapiencia",
Patrona de la Universidad, hecho evidenciado por la tradición y por los indubitados
documentos y referencias históricas, constatan y confirman que, aun antes de 1771 ya se
usaba como distintivo de la Universidad de Valencia, el escudo o emblema conteniendo la
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
imagen de la "Virgen de la Sapiencia" que ahora se pretende quitar del mismo por el artículo
12 de los Estatutos de la Universidad aprobados por el Decreto 172/1985, de actual
referencia; olvidando que hasta cierto punto dicho escudo o emblema tradicional e histórico
de referida Universidad, forma parte no sólo del "acervo común tradicional, histórico, cultural y
espiritual" de dicha Universidad, independientemente de su significación religiosa que en su
momento pudo tener, sino también y por ende, del acervo común expresado, de uno de los
pueblos de España cual es el valenciano, que el artículo 46 de la Constitución manda
conservar y proteger, pues no se ha de olvidar que atributos propios de la religión católica
campean en escudos, no sólo de otras Universidades, sino también en los de otras
Comunidades Autónomas del Estado español -v. gr. en el del Principado de Asturias-, sin que
ello quiera decir que responda actualmente a dichas motivaciones religiosas. De aquí que,
faltando en el acto administrativo "causa jurídica" fundada en un interés público o en un
interés del servicio público de la docencia al que la Universidad de Valencia viene obligada a
prestar conforme a la legislación vigente, ello hace que aquél pueda ser jurídicamente
combatido, en base al artículo 9.3 de la Constitución, referente a la "interdicción de la
arbitrariedad de los Poderes Públicos" en su actuar, principio que es garantizado por el
mentado precepto constitucional.»
En consecuencia, el Tribunal Supremo, confirmando la Sentencia de la entonces Audiencia
Territorial de Valencia anula el art. 12 párr. 1º, letra c), apartados 1, 2 y 3, párr. 2º (RCL 1982,
1821) de los Estatutos de la Universidad de Valencia en donde se define su emblema o
escudo.
Esta sentencia fue recurrida en amparo ante el Tribunal constitucional (recurso núm.
1879/1990), y la Sala 1ª del Alto Tribunal, en Sentencia núm. 130/1991, de 6 de junio (RTC
1991, 130) , de la que fue ponente don Francisco Tomás y Valiente, anuló las dos Sentencias
citadas y declaró «que la Universidad de Valencia, en el legítimo ejercicio de su derecho
fundamental de autonomía puede válidamente acordar por el procedimiento legal establecido
lo procedente acerca del nombre y características de sus símbolos representativos, siendo en
consecuencia válido y conforme a Derecho el contenido del art. 12 de los Estatutos... etc.»,
La Sentencia, con el voto unánime de la Sala, la firmaban, además del ponente, los
magistrados García-Mon, De la Vega Benayas, Leguina Villa, López Guerra, y Gimeno
Sendra.
Doscientos años de simbología mariana (el emblema -recuérdese- venía utilizándose
«cuando menos desde 1771»), fueron sepultados en el baúl de los recuerdos de la
Universidad aprobada por el Papa Alejandro VI., el 2 de enero de 1500.
En estos días de finales de octubre en que estoy dando los últimos toques a esté artículo 3,
para esta 5ª edición de estos Comentarios a la LRJPA que publicamos González Pérez y yo,
he recibido la Sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Constitucional núm. 34/2011, de 28 de
marzo (RTC 2011, 34) , dictada en el recurso de amparo núm. 5701/2006, ponente don
Francisco José Herrando Santiago, en la que -en un caso análogo al citado- se declara que la
proclamación como patrona del Colegio de Abogados de Sevilla de la Virgen María, tradición
secular del Colegio constituye un signo de identidad resultado de una convicción social y no
menoscaba su aconfesionalidad. La Sentencia se aprobó por unanimidad, y además del
Presidente, Gay Montalvo, y del ponente, la firmaron Elisa Pérez Vera, Rodríguez Arriba,
Ortega Álvarez y Pérez de los Cobos.
1- Principio de eficacia
48 Cfr.: Luciano PAREJO ALFONSO, La eficacia como principio jurídico de la actuación de la Administración pública,
«DA», núms. 218-219, 1989, pp. 15-65.
Del principio de eficacia se hablaba ya en la LPA (RCL 1958, 1258) , veinte años antes de que
lo incorporara el artículo 103.1 de la Constitución (en la que, por cierto, la idea de eficacia
aparece invocada con reiteración: arts. 9.2 ; 24; 48; 51; 129.1 y 138.1 ). Precisamente el
artículo 29 de aquella ley que lo proclamaba se convirtió en uno de los más conocidos, y
desde luego, el número 1 del mismo es capaz de repetirlo cualquier funcionario, que tan
popular se hizo. Decía así el precepto en cuestión:
«1. La actuación administrativa se desarrollará con arreglo a normas de economía, celeridad
y eficacia.
2. Las autoridades superiores de cada centro o dependencia velarán, respecto de sus
subordinados, por el cumplimiento de este precepto, que servirá también de criterio
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
interpretativo para resolver las cuestiones que puedan suscitarse en la aplicación de las
normas de procedimiento.
3. Este mismo criterio presidirá las tareas de normalización y racionalización a que se refieren
los artículos siguientes y la revisión preceptuada en la disposición final 5.ª de la presente
ley.»
En la exposición de motivos de la LPA (RCL 1958, 1258) se hacían algunas importantes
precisiones, tan importantes que me parece oportuno transcribirlas también:
«El presente texto no desdeña, por supuesto, las garantías jurídicas que el Estado deba a los
administrados, y de ello es buena prueba toda la ley, y en especial los títulos dedicados al
procedimiento y a los recursos administrativos; pero tiene en cuenta que las citadas
garantías, cuando se instrumentan tan sólo como protecciones formales, no alcanzan ni con
mucho el fin perseguido, al ser compatible con demoras y retrasos, molestias innecesarias y
perturbadoras, excesivo coste e ineficacia de los servicios, y, en fin, con una variada gama de
verdaderos perjuicios que redundan tanto en el de los particulares como en el de la propia
Administración.
Por lo demás, las aludidas directrices no se conciben como simples enunciados
programáticos, sino como verdaderas normas jurídicas, al habilitar a la Administración de una
vez para siempre para adoptar cuantas medidas repercutan en la economía, celeridad y
eficacia de los servicios; a estos fines responden los preceptos relativos a la normalización de
documentos, racionalización, mecanización y automatización de los trabajos en las oficinas
públicas, creación de oficinas de información y reclamaciones y fijación de horarios
adecuados para el mejor servicio de los administrados, etc.»
La eficacia es, como se ve, una idea íntimamente relacionada con la celeridad y con la
economía, aunque distinguible de ella. En los párrafos que acabo de transcribir hay
elementos suficientes, no ya sólo para la comprensión adecuada de lo que significa la
eficacia sino también del necesario equilibrio que siempre debe existir entre la idea de
eficacia y la garantía de los ciudadanos.
Sin embargo, los redactores de la nueva LRJPA (RCL 1992, 2512) , no sólo han despreciado
las enseñanzas que de esos párrafos se pueden obtener, sino, lo que es mucho más grave,
han tenido la audacia de insertar en la exposición de motivos de la nueva ley este otro párrafo
que no puede dejar de producir honda preocupación en quienes aún creemos en el Estado de
derecho e incluso tenemos entendido que la Constitución (RCL 1978, 2836) de 1978 se halla
todavía en vigor:
«Las técnicas burocráticas formalistas, supuestamente garantistas, han caducado, por más
que a algunos les parezcan inamovibles, y la ley se abre decididamente a la tecnificación y
modernización de la actuación administrativa en su vertiente de producción jurídica y a la
adaptación permanente al ritmo de las innovaciones tecnológicas.»
Pues bien, aunque lo digan los redactores de tan inconcebible texto: la forma sigue teniendo
importancia en la producción de los actos y negocios jurídicos, porque la forma (salvo cuando
se sacrifica a ella el derecho mismo) es garantía del ciudadano y una manera de introducir
mecanismos de control en la actuación administrativa. O forma o caos, esa es la opción. El
Tribunal Supremo ha llamado la atención sobre ello en más de una ocasión: S. de 22 de
septiembre de 1990, Sala 3.ª, Ponente: González Navarro, asunto Colonia Ntra. Sra. de
Loreto (RJ 1990, 7285) :
«El procedimiento administrativo no es un mero ritual tendente a cubrir a un poder desnudo
con una vestidura pudorosa que evite el rechazo social. Que no se trata de cubrir impudicias
sino de que no las haya. Porque lo que exige el pudor en las relaciones entre el poder público
y los ciudadanos es que el comportamiento de aquél inspire confianza a los administrados,
como dice ya hoy en nuestro ordenamiento el artículo 1 de la Ley Foral Navarra 6/1990, de 2
de julio, de Administración local ("Boletín Oficial de Navarra" del día 13), precepto que, con
toda probabilidad, se ha tomado del artículo 6 de la Ley Polaca de Procedimiento
Administrativo, citado ya alguna vez por este Tribunal. Y el primer factor capaz de generar
esa confianza es la adecuación a un procedimiento que garantice que el obrar administrativo,
b- Tener que actuar con eficacia no supone habilitación para eludir los condicionamientos
propios de un estado social y democrático de derecho
La doctrina que resume este epígrafe es patente en no pocas sentencias del Tribunal
Supremo:
a') Eficacia, pero sin merma de las garantías del interesado
S. de 8 de julio de 1995, Sala 3.ª, Sección 2.ª, Ponente: Rouanet (RJ 1995, 5802) :
«Ciertamente, la celeridad imprescindible en el procedimiento administrativo -art. 29 de la Ley
de Procedimiento Administrativo-, en razón de las exigencias del principio de eficacia de la
actuación administrativa -art. 103.1 de la Constitución-, hace perfectamente viable que las
notificaciones administrativas puedan entenderse con persona distinta -receptor- del
destinatario de aquéllas.
Pero, como el principio de eficacia no puede implicar mengua de las garantías del
administrado, tal posibilidad exige el cumplimiento de las formalidades previstas en el artículo
80.2 de la Ley de Procedimiento Administrativo (y, también, en cierto aspecto, en el 99.2 del
Reglamento General de Recaudación de 1968 y 59.2 de la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa), que imponen para estos supuestos que se haga constar el
parentesco del receptor con el destinatario o la razón de su permanencia en el domicilio de
éste [...]
Las exigencias formales, sin embargo, sólo se justifican en el sentido y en la medida en que
cumplan una finalidad -art. 48.2 de la Ley de Procedimiento Administrativo-. Por ello, la
constancia de la condición del firmante aspira a dar cumplimiento al artículo 80.2 antes
referido, dado que tal condición permite presumir que el destinatario final llegará a recibir la
documentación inicialmente entregada al receptor; y esta constancia existe tanto si se refleja
en la libreta de entrega como si figura en el aviso o acuse de recibo.»
Idéntica doctrina en la S. de 12 de febrero de 1996, Sala 3.ª, Sección 6.ª, Ponente: Hernando
Santiago (RJ 1996, 1067) :
b') Las técnicas de racionalización y simplificación del trabajo administrativo contribuyen a
solucionar el problema que plantea la necesidad de conjugar la garantía con la eficacia
S. de 15 de noviembre de 2002, Sala 3.ª, Sección 6.ª, ponente González Navarro (cuestión
de ilegalidad núm. 449, 2001) (RJ 2003, 624)
Es necesario, insistir en que, con la técnica de racionalización y simplificación del trabajo
administrativo que aplica el artículo 55.2 de la Ley 30/1992, se trata de dar solución al
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
problema que plantea la necesidad de conjugar la garantía con la eficacia, que, como bien es
sabido, constituye la clave de bóveda que sustenta el magno edificio de ese sector del
ordenamiento jurídico que es el derecho administrativo. Cierto es que la Administración
pública, por lo mismo que ha de ajustar su actuación a la ley y al derecho ( art. 103 CE), ha de
respetar escrupulosamente las garantías de los ciudadanos, y esto en todos los sectores en
que actúa, no sólo en el sancionador. Pero no es menos cierto que también ha de actuar con
arreglo a una serie de «principios de funcionamiento», entre ellos, los siguientes: eficacia en
el cumplimiento de los objetivos fijados [ art. 103 CE, art. 3 LRJPA y art. 3.2 letra a), Ley
6/1997, de Organización y funcionamiento de la Administración General del Estado
(LOFAGE), racionalización y agilidad de los procedimientos administrativos y de los
procedimientos materiales de gestión art. 3.2, e), LOFAGE, y servicio efectivo a los
ciudadanos art. 3.2, f), LOFAGE]. Y pocas cosas pueden causar mayor alarma social que la
existencia de una organización administrativa encargada de gestionar la circulación vial, y de
garantizar que los fines públicos de seguridad y eliminación de riesgo, todo ello en defensa
de la vida, fines todos ellos que están inscritos en la actividad servicial que este sector de la
Administración está llamado a prestar, se viera obstaculizada en su desempeño porque el
ejercicio de sus funciones preventivas y represoras resultara de hecho ineficaz por la
imposibilidad de resolver, con la máxima rapidez y sin merma de las garantías debidas al
presunto infractor, los recursos contra su actuación sancionadora.
En idéntico sentido: S. de 26 de noviembre de 2002, Sala 3.ª, Sección 6.ª (cuestión de
ilegalidad núm. 452/2001) (RJ 2003, 763)
c') La eficacia es un bien constitucionalmente protegido pero de rango inferior a la igualdad
- STC 75/1983, de 3 de agosto (RTC 1983, 75) (del voto particular formulado por cinco
magistrados).
- S. de 20 de mayo de 1987, [antigua] Sala 4.ª, Ponente: González Navarro (RJ 1987, 5827) :
«Enfocada desde esta perspectiva la cuestión aquí debatida, es patente que la
Administración ha antepuesto determinados intereses -los turísticos, concretamente- al logro
de una igualdad real y efectiva. Que esta preocupación existía lo prueban esas referencias
constantes que aparecen en la documentación traída con los autos a este Tribunal donde se
alude una y otra vez a la necesidad de buscar fórmulas alternativas, creación de "campings",
por ejemplo que permitan las acampadas tradicionales, creación de urbanizaciones de tipo
social, etc., que nadie vive por gusto en una chabola, ni veranea por capricho en una caseta,
si puede hacerlo en otro habitáculo más confortable. Al final, sin embargo, esas
preocupaciones parece que pasan a un segundo plano, y el poder público recurre a todo su
imponente aparato coactivo y siete mil instalaciones son demolidas en veinticuatro horas. La
playa de Matalascañas ha quedado disponible para recibir al turismo veraniego. Lo que ya es
más dudoso es que los veraneantes sean los mismos. La igualdad real y efectiva, en este
caso, ha quedado en pura retórica constitucional. Pero de esta forma -aunque la ley se haya
respetado, y ya se vio que tampoco es esto cierto del todo- el derecho no se ha respetado. El
Estado ha actuado con eficacia, pero es más dudoso que haya actuado como corresponde a
un Estado social. El hecho mismo de recurrir a la nocturnidad -la demolición se inicia "a las
cero horas del cuatro de marzo de 1982"- es indicativo de la falta de auctoritas con que
actuaba el poder público. En todo caso, es patente que la simple conexión de los artículos 1.1
(cláusula del Estado social de derecho), 9.2 (consecución de la igualdad mediante la
remoción de obstáculos materiales), y 45 (derecho a disfrutar de un medio ambiente
adecuado), todos ellos de la Constitución, hubieran debido bastar a la Administración para
moderar su intrépida actuación. Pero es que, además, la equidad demandaba
-imperativamente- un comportamiento bien distinto de la Administración.»
2- Principio de eficiencia
a- Concepto
49 Herbert A. SIMON, El comportamiento administrativo, ed. Aguilar, Madrid, 1962. (Soy deudor a mi compañero Luis
BLANCO DE TELLA de la orientación bibliográfica que me ha permitido hacerme con el concepto, así como de varias
horas de enseñanza particular para aclarar las dudas que me suscitaba la lectura de la obra consultada.) Cfr.
también, Enrique LÓPEZ GONZÁLEZ, Una aproximación de la ciencia de la administración al análisis conceptual del
principio de eficacia como guía de acción de la Administración pública, «DA», núms. 218-219, 1989, pp. 67-96 (en las
páginas 76 a 81 diferencia la idea de eficacia de las de economía, eficiencia y pertinencia).
Porque no es sólo que sea necesario perfilar el concepto de eficiencia, diferenciándolo del de
eficacia, porque así lo impone una actuación mínimamente correcta desde el punto de vista
de la llamada ciencia de la administración. Es que, además, ese concepto de eficiencia puede
tener también, y tiene, trascendencia jurídica, pues una actuación ineficiente es contraria a
los principios de buena administración a los que han de ajustarse siempre y en todo caso los
poderes públicos, según exige el artículo 4, LCAP. Y esto incluso cuando actúan potestades
discrecionales, pues la totalidad de la actuación administrativa ha de ajustarse a la ley y al
derecho ( art. 106.1 , CE) y entenderlo de otro modo implicaría arbitrariedad, siendo así que
los comportamientos arbitrarios están expresamente prohibidos a los poderes públicos ( art.
9.3 ).
Y por si alguien piensa que esta conexión que aquí estoy estableciendo entre el concepto de
eficiencia y la necesidad de que la Administración y, en general, los poderes públicos, actúen
conforme a derecho, véase lo que tiene dicho el Tribunal Supremo en la importantísima S. de
11 junio 1991 (RJ 1991, 4874) , de la que fue ponente Delgado Barrio en un caso de
adjudicación de obras de construcción de un centro social en la plaza de la Remonta, de
Madrid. La transcripción de los fundamentos 1.º y 2.º permiten hacerse una idea completa de
los antecedentes de hecho y de los términos en que estaba planteada la cuestión litigiosa:
«Tienen su origen estos autos en la impugnación del acuerdo de la Comisión de Gobierno del
Ayuntamiento de Madrid de 22 de noviembre de 1985 por cuya virtud y decidiendo el
concurso convocado al efecto se adjudicaba a "S. J. S. A." el contrato que tenía por objeto la
realización de las obras de construcción de "Centros Sociales en la Plaza de la Remonta".
Y ya con este punto de partida importa recoger los datos de hecho con relevancia jurídica:
A) El pliego de condiciones que había de regir el concurso señalaba en su apartado décimo
que su adjudicación se llevaría a cabo "discrecionalmente" -folio 7 del expediente.
B) Presentados pliegos por cinco empresas distintas, una vez estudiados, el Arquitecto Jefe
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
del Departamento de Proyectos de Edificación emitió informe -folio 259- en los siguientes
términos:
a) Todos los concursantes había introducido bajas en el precio y de ellas la de mayor entidad
era la de la hoy apelante -9,78 por 100- siguiéndole en importancia la de "S. J. S. A." -7,32
por 100.
b) Hecho un "detenido estudio técnico de todos los documentos aportados" y teniendo en
cuenta además "los datos existentes en el Departamento", el mencionado Arquitecto Jefe
concluía que cualquiera de las empresas concurrentes "tiene un alto grado de capacitación,
experiencia y medios suficientes de personal y maquinaria para acometer una obra del
volumen y de las características del caso que nos ocupa".
C) El contrato fue adjudicado a "S. J. S. A." por "considerar su proposición conveniente para
los intereses municipales al representar una baja del 7,3251 por 100 respecto del precio tipo".
Sobre la base de lo expuesto, el tema a examinar es el de si la decisión municipal que
adjudicaba el contrato a "S. J. S. A.", cuya baja en el precio no era la más importante se
ajustaba o no a Derecho teniendo en cuenta las características del concurso y las exigencias
a las que en un Estado de Derecho debe responder la actuación de las potestades
discrecionales.
La Administración, invocando el principio de los actos propios, ha venido insistiendo a lo largo
del proceso en que la apelante consintió las bases del concurso que advertían la
discrecionalidad de la decisión.
Pero lo discutido no son esas bases sino, como ya se ha dicho, la legalidad de la actuación
de la Administración al resolver el concurso.»
Entrando luego en la valoración jurídica del problema que traía a su sede los litigantes,
empieza el Tribunal Supremo por hacer un resumen de la doctrina que tiene establecido el
control de la actividad administrativa discrecional, aspecto del que ahora podemos prescindir,
remitiendo al lector a lo que sobre ello se dice en el comentario al artículo 89 [cfr. IV.4.c)].
Lo que en este momento importa es ver cómo razona el Tribunal Supremo para fundamentar
la procedencia de la adjudicación realizada. Porque en posesión, como estamos ya del
concepto de eficiencia se apreciará fácilmente que el mismo late (esto es, se esconde) en
esta argumentación que explayan los fundamentos 4.º, 5.º y 6.º de la sentencia:
«De lo expuesto deriva ya claramente que la justificación del concreto contenido de un acto
discrecional no puede basarse en el dato de su discrecionalidad aceptada por los
participantes en un concurso. La actuación de una potestad discrecional se legítima
explicitando las razones que determinan la decisión con criterios de racionalidad y, en lo que
ahora importa, de buena administración.
Ciertamente en la decisión de un concurso, con arreglo a lo dispuesto en los artículos 15 del
Reglamento de Contratación de las Corporaciones Locales -hoy, 28- de la Ley de Contratos
del Estado, la elección de la proposición más ventajosa no se ha de hacer sólo con criterios
económicos sino atendiendo también a otros datos que puedan asegurar el buen fin del
contrato. Pero cuando estos otros datos se producen en términos de igualdad, los principios
de buena administración imponen una decisión basada en criterios económicos: en igualdad
de "alto grado de capacitación, experiencia y medios suficientes" para realizar una obra, la
racionalidad de los principios de buena administración exige la elección de la mejor oferta
económica, al menos cuando no se invoca razón alguna para apartarse de esa solución.
No entenderlo así implica una vulneración de las exigencias del principio de interdicción de la
arbitrariedad de los poderes públicos.
En el supuesto litigioso, como ya se ha indicado, el informe del Arquitecto Jefe del
Departamento de Proyectos de Edificación señalaba que siendo la apelante la empresa que
había introducido la mayor baja en el precio, todos los concursantes tenían "un alto grado de
capacitación, experiencia y medios suficientes" para la realización de la obra, informe éste
que se basaba no sólo en el estudio de la documentación aportada sino también en los datos
existentes en el Departamento.
- S. de 20 de junio de 2002 (RJ 2002, 7974) , Sala 3.ª, Sección 6.ª, Ponente González Navarro
B. Algo debemos decir también en relación con el siguiente párrafo del motivo segundo. Dice
el recurrente: «Para ello, quizá deba recordarse los antecedentes de hecho del presente
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
asunto, que aun siendo conscientes de que su examen no es objeto de este momento
judicial, no debe olvidarse que la propiedad de mi representada en inicio (ver expediente
administrativo) venía afectada por la expropiación de terrenos efectuada para la obtención de
suelo público para la instalación de la carretera, pero que a la vista del excesivo coste y de la
posible exigencia de expropiación total, petición lógica de mi representada, con el fin de no
soportar, al menos de manera directa, vía expropiación, el elevado coste de reparación de los
perjuicios que se irrogaban a la instalación industrial de Frioastur, SA».
A esto hay que decir que, aunque es perfectamente respetable que -tal como parece traslucir
el párrafo transcrito- la empresa pudiera haber preferido que se le expropiara la finca, la
Administración ha actuado correctamente no llevando la intervención mutiladora que toda
expropiación comporta más allá de lo estrictamente necesario. Así lo exige el interés general
y el llamado principio de eficiencia ( art. 3, último párrafo , LRJPA) al que ha de ajustar su
actuación, principio conforme al cual -conviene decirlo, pues no pocas veces se tiende a
confundir la eficiencia con la eficacia- la regla a seguir es la que si el mismo fin puede
alcanzarse, con el mismo nivel de optimización, por diversas vías, con distintos métodos, o de
distintas maneras, siempre debe optarse por la solución que implique menos gasto. Así es
como se ha actuado en este caso. Expropiar el terreno donde está instalado Frioastur, SA, no
hubiera mejorado el nivel de optimización y, en cambio, hubiera obligado a gastar
innecesariamente, dinero público que -conviene no olvidarlo- es el dinero de todos.
En la serie de sentencias sobre adecuación a derecho del Decreto (canario) 254/1997, sobre
distribución de sedes de las Consejería, Organismos autónomos y entes públicos
dependientes o vinculados al Gobierno y Administración de Canarias, que se abre con la STS
de 24 de mayo de 2004 (RJ 2004, 6916) , Sala 3, Sección 6 (casación 1441/2000), ponente
González Navarro, puede leerse lo siguiente:
«... siendo tan claro que las respectivas competencias de la Oficina presupuestaria y la de
Planificación están perfectamente diferenciadas; y siendo evidente también que el Consejo
consultivo en su preceptivo informe decía textualmente que "en la tramitación del Proyecto se
han cumplido los trámites previstos por el Ordenamiento autonómico; y que es, además, la
Oficina de Planificación -en el ejercicio de una competencia que es exclusivamente suya- la
que afirma que la distribución de sede no supone incremento del gasto; hay que dar la razón
también en este último motivo al Gobierno de Canarias cuando en el mismo imputa a la Sala
haber incurrido en arbitrariedad".
Porque no de otra forma puede calificarse el hecho de que la Sala de instancia
-prescindiendo, del Pacto firmado entre el Gobierno de Canarias y las Centrales Sindicales-
diga que "el acuerdo con los sindicatos, por el que se garantiza la inamovilidad geográfica
dentro de la isla, a buen seguro tendrá importantes consecuencias en el presupuesto", y que
"el traslado de medios materiales y de reubicación de los órganos en las nuevas sedes
también tendrá su reflejo en el presupuesto". Por supuesto que lo tendrá. Pero eso es una
cosa y otra que ello se traduzca necesariamente en un incremento en el gasto.
Todo ello, sin olvidar, que ello no sería obstáculo a la adecuación del reglamento a la Ley a la
que complementa, siempre que el principio de eficiencia (o como dice la sentencia: el
principio de eficacia en su vertiente económica) se respete. Principio de eficiencia que está
hoy positivizado en el artículo 3 de la Ley 30/1992, el cual no prohíbe que haya un incremento
en el gasto sino que cuando para la realización de un determinado fin en idénticas
condiciones pueda optarse entre dos soluciones económicas, una más cara y otra más
barata, la opción debe hacerse en favor de esta última: éste es el significado técnico del
significante eficiencia».
En idéntico sentido, las siguientes sentencias de la misma Sala y Sección:
- STS de 27 de julio de 2004 (RJ 2004, 6512) (recurso de casación 3945/2000), ponente
Lecumberri Martí.
- STS de 8 de noviembre de 2004 (RJ 2005, 296) (recurso de casación 7145/2000), ponente
Algo hay que añadir a cuanto aquí vengo diciendo sobre la eficiencia. Pues de cuanto
antecede podría extraerse la conclusión de que el único campo de aplicación de la regla o
principio de que se trata sería el económico: optar por la solución que implique el menor
gasto cuando hay varias que permitirían obtener el más alto nivel de cumplimiento de la
finalidad pretendida.
Pero, a poco que se medite, se verá que no es ése el único campo en el que puede proyectar
su benéfica influencia tan sana regla. Que, por lo demás, no es tan novedosa como podría
pensarse a causa de su relativamente reciente incorporación a unos textos legales, que se
han hecho transmisores de preocupaciones que han puesto de moda los manuales y tratados
de ciencia económica y de ciencia de la Administración.
Y que la eficiencia no es idea nueva lo prueba el que ya en el siglo XIV, Guillero de Ockham,
ese desconcertante fransciscano -«fraile, filósofo y político»-, que está considerado el más
importante escolástico después de Santo Tomás, nos previno de que «es vano hacer con
más lo que puede hacerse con menos». Por donde parece que hay que dar la razón a
Goethe cuando decía que «todo lo discreto fue pensado ya una vez; sólo nos resta ensayar
una expresión nueva y más precisa». Y en este caso sería «eficiencia» la expresión nueva
que ha servido para relanzar una idea manejada ya por la escolástica en esa fase final suya
que coincide con la exacerbación de la conciencia nacionalista que se hace patente en los
conflictos entre los reyes y el papado.
Cierto es que siempre que el fin que hay que cumplir puede lograrse con economía de
medios personales y reales y optamos por hacerlo de esa manera estaremos aplicando esa
regla. Cierto es que, normalmente, la idea de eficiencia ligada a la de optimización
-optimización digo, y no necesariamente reducción- del gasto. Por ejemplo: parece que
podemos estar de acuerdo -lo estará, sin duda el contribuyente- en que las dependencias
administrativas no tienen que ser lujosas; basta con que reúnan las condiciones adecuadas
para que pueda prestarse un servicio de calidad, lo que puede conseguirse con instalaciones
sencillas, incluso modestas, modestia que es compatible con la limpieza, con el buen gusto y
con la comodidad de los usuarios. Unos administradores públicos que tienen esto presente
están actuando ya con eficiencia.
Manifestación, en cambio, de un comportamiento ineficiente de los titulares de un poder
público es la utilización de las salas de convenciones de los hoteles de lujo y de los
paradores de turismo para las reuniones de altos cargos. En los edificios administrativos hay
espacio para la realización de ese tipo de actuaciones. Y no me vale el argumento de que
hay que aislarse, pues, sabido es, que la primera frase que aprende una buena secretaria es
50
la de que su jefe «está reunido» .
50 Alejandro NIETO, en ese librito suyo tan importante para conocer cómo funciona en realidad, de verdad, la
Administración pública, y que se llama La organización del desgobierno, Ariel, 2.ª ed., Barcelona, 1984, p. 36, se ha
referido a esta práctica -conocida ya bajo el Régimen de Franco, y continuada bajo el actual régimen democrático de
partidos- con estas palabras: «En la oficina -por las visitas, reuniones y teléfonos- es imposible trabajar, por lo que,
huyendo de ella, el gobernante tiene que refugiarse, no sólo en los restaurantes [se refiere a las famosas comidas de
trabajo que, si bien "garantizan dos horas sin interrupciones ni teléfonos", tiene el inconveniente de que en ellas "ni
se come ni se trabaja"], sino en los hoteles. Desde hace algún tiempo se ha comprobado que cuando un tema
requiere un día entero de reflexión, hay que esconderse en un parador u hotel de lujo para celebrar una reunión
prácticamente clandestina. Con la ventaja adicional de que puede hacerse en un fin de semana, ganando horas al
calendario y perdiéndolas en salud y descanso» [El mismo párrafo puede leerse en La nueva organización del
desgobierno, Ariel, 1995, también del autor, cuyo título indica claramente que se trata de una «puesta al día» -si se
prefiere: una edición corregida y aumentada- del librito por el que cito].
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
50 Alejandro NIETO, en ese librito suyo tan importante para conocer cómo funciona en realidad, de verdad, la
Administración pública, y que se llama La organización del desgobierno, Ariel, 2.ª ed., Barcelona, 1984, p. 36, se ha
referido a esta práctica -conocida ya bajo el Régimen de Franco, y continuada bajo el actual régimen democrático de
partidos- con estas palabras: «En la oficina -por las visitas, reuniones y teléfonos- es imposible trabajar, por lo que,
huyendo de ella, el gobernante tiene que refugiarse, no sólo en los restaurantes [se refiere a las famosas comidas de
trabajo que, si bien "garantizan dos horas sin interrupciones ni teléfonos", tiene el inconveniente de que en ellas "ni
se come ni se trabaja"], sino en los hoteles. Desde hace algún tiempo se ha comprobado que cuando un tema
requiere un día entero de reflexión, hay que esconderse en un parador u hotel de lujo para celebrar una reunión
prácticamente clandestina. Con la ventaja adicional de que puede hacerse en un fin de semana, ganando horas al
calendario y perdiéndolas en salud y descanso» [El mismo párrafo puede leerse en La nueva organización del
desgobierno, Ariel, 1995, también del autor, cuyo título indica claramente que se trata de una «puesta al día» -si se
prefiere: una edición corregida y aumentada- del librito por el que cito].
Como se ve, estos dos ejemplos -y otros muchos que podrían ponerse- guardan relación con
el gasto público.
Creo, sin embargo, que la idea de eficiencia puede mostrar igualmente su fecundidad en
otros campos que poco o nada tienen que ver con el dinero público. Estoy pensando en el
estilo de los escritos administrativos -también el de los escritos forenses- y en esa frase de
Guillermo de Ockham que he citado más arriba: «Es vano hacer con más lo que puede
hacerse con menos». Porque me parece que cuando se recomienda la concisión en los
escritos administrativos se está reclamando, en realidad, eficiencia. Y es que tanto la
instancia como la resolución administrativa -y esto vale también para la demanda y la
sentencia- han de buscar aquella concisión que sea compatible con la complitud de la
argumentación. Inútil -vano- es alargar innecesariamente la exposición, porque ello hace
perder fuerza al razonamiento distrayendo la atención de quien ha de leer el escrito. Hay que
decir todo lo que hay que decir, pero sólo lo que hay que decir. Cuando esto no se tiene en
cuenta se está actuando de manera contraria a la regla de la eficiencia. Admito, no obstante,
que esta propuesta mía de lograr la eficiencia en los escritos administrativos y judiciales, es
más fácil formularla que llevarla a la práctica. Y yo mismo -más de una vez- debo haberla
incumplido.
IV- Jerarquía
1- De la organización y de su estructura
52 Las ideas que expongo en este apartado resumen lo que de forma más amplia puede leerse en Luis BLANCO DE
TELLA, Organización y dirección, ed. Escuela Nacional de Administración Pública (a ciclostyl), Alcalá de Henares,
1967, especialmente pp. 38-47.
a- Concepto de organización
La división del trabajo entre las distintas unidades orgánicas que integran cada nivel
horizontal (que en eso consiste la departamentalización) puede hacerse atendiendo a
diversos criterios:
- Criterio del fin: agrupa en una misma unidad aquellas actividades que persiguen un fin
idéntico. La división que se hace en los primeros escalones de la Administración del Estado
(y también en la de las Administraciones regionales) responden a este criterio: educación,
industria, trabajo, etc. Proporciona un alto grado de autosuficiencia aunque el de
especialización es reducido.
- Criterio de la técnica empleada: agrupa en cada unidad aquellas actividades que utilizan la
misma técnica: contabilidad, mecanografía, etc. En contraste con lo que ocurre con el criterio
del fin, aquí se alcanza una gran especialización siquiera ello sea en detrimento de la
autosuficiencia.
- Criterio de la «clientela»: es el que, quizá sin plena conciencia de los problemas que un uso
inmoderado de esa solución orgánica puede acarrear, se postula cuando se propone la
creación de un «ministerio de la mujer», una «subsecretaría de la familia» o una «dirección
general del niño». Desde luego en estos niveles tan altos de la organización su empleo
determina que el grado de especialización resulte ínfimo.
- Criterio territorial: El antiguo Ministerio de Ultramar y la también desaparecida Dirección
General de Plazas y Provincias Africanas son ejemplos de la aplicación de este criterio, que
se aplica también hoy día, y es un ejemplo más, en el Ministerio de Asuntos Exteriores en los
más altos escalones de su organización: Secretaría de Estado para las Comunidades
Europeas, Dirección General de Política Exterior para Europa, etc.
¿Cuál de estos criterios resulta más recomendable? Imposible resulta dar una respuesta con
validez general. Lo único que puede decirse es que no es indiferente recurrir a uno u otro
criterio de división del trabajo, pues los resultados que se obtendrán del empleo de uno u otro
criterio son distintos. Debe añadirse, asimismo, que, a poco extensa que sea la organización,
será necesario combinar varios de ellos.
Lo que ocurre es que la elección de uno u otro de estos criterios no suele ser la consecuencia
de una reflexión previa que permita valorar los pros y los contras de aplicar uno y otro criterio,
sino que es muchas veces el resultado de la improvisación cuando no de la actuación de
grupos de presión.
El dirigente debe saber, sin embargo, que no es indiferente optar por un criterio u otro y que
el resultado que puede obtener del recto ejercicio de sus funciones de dirección puede verse
afectado seriamente por la utilización en niveles determinados de un criterio de división
horizontal no recomendable para los mismos.
53 Alejandro NIETO, La jerarquía administrativa, «Documentación administrativa», núm. 229, 1992, p. 12, ha llamado
la atención acerca de cómo el componente ideológico permite «explicar con facilidad el generalizado rechazo que
hoy provoca la jerarquía, proscrita implacablemente del mundo de los valores en uso».
Pero, al margen de que se compartan o no estas convicciones, lo que no puede negarse, y es
lo que aquí interesa, es que la Administración pública española, en cualquiera de sus esferas
es una organización jerarquizada por imponerlo así el artículo 103 , CE, que es de aplicación
general, aunque otra cosa parezca a primera vista, y del que el artículo 3.1 , LRJPA, es una
54
mera transcripción .
54 Ibidem, p. 13.
54 Ibidem, p. 13.
Pues bien, el necesario establecimiento de una escala jerárquica que toda organización
supone, se traduce en esto:
- por un lado, en la asignación de un ámbito de responsabilidad formal a cada una de las
posiciones que integran esa escala, lo que significa atribuir a esa posición el deber de cumplir
y la potestad de hacer cumplir determinadas funciones; y
- por otro lado, el establecimiento de una escala jerárquica se traduce en la atribución a cada
posición en la escala de un determinado contenido de autoridad como reverso de aquella
responsabilidad que tiene.
b') Problemas que hay que afrontar a la hora de diseñar la escala jerárquica
Por lo menos tres son los problemas que hay que abordar y resolver para establecer el
vínculo jerárquico entre los distintos niveles de la organización: unidad de mando, amplitud de
la esfera de control y longitud de la cadena de mando.
- El principio de la unidad de mando está admitido con valor absoluto por los teóricos de la
55
organización. Al respecto son bien ilustrativas estas afirmaciones de FAYOL : «para una
acción cualquiera un agente no debe recibir órdenes más que de un solo jefe»; «los hombres
no soportan la dualidad de mando»; «cuando dos jefes ejercen autoridad sobre el mismo
individuo o sobre el mismo servicio se produce en la organización una situación de malestar.
Si la causa persiste el malestar aumenta. Si la causa cesa, por desaparición o inhibición de
uno de los jefes, la salud social renace».
55 Tomo las citas de Luis BLANCO DE TELLA, Organización y dirección, cit., p. 45.
55 Tomo las citas de Luis BLANCO DE TELLA, Organización y dirección, cit., p. 45.
- Un problema al que no suele prestarse atención en el diseño de la organización formal y al
que, sin embargo, hay que acabar dando solución en algún momento posterior
(generalmente, por vía informal, lo que despierta los recelos consiguientes) es el de la
amplitud de la esfera de control. En definitiva se trata de saber cuántos subordinados deben
depender de cada jefatura en un determinado nivel o escalón, lo que en la práctica se traduce
en saber con quiénes debe y puede «despachar» habitualmente el jefe. Dar una solución
válida para cualquier caso es imposible (pese a lo cual hay quienes consideran que la cifra de
5 ó 6 subordinados, excluyendo los órganos y puestos con funciones de control es la cifra
óptima). Por eso, creo que hay que convenir con BLANCO DE TELLA en que «una
formulación prudente del principio que nos ocupa no puede ir más allá de afirmar que el
número de subordinados inmediatos, en cada caso concreto, no puede exceder de aquel que
56
permita un ejercicio efectivo de las funciones de la jefatura» .
56 Luis BLANCO DE TELLA, Organización y dirección, cit., p. 45.
La relación jerárquica -como toda relación jurídica- tiene un contenido activo, o de poder, y un
contenido pasivo, o de deber.
El subordinado debe «respeto y obediencia (...) al superior jerárquico, acatar sus órdenes con
exacta disciplina (...)». Así decía el artículo 79 de la Ley de Funcionarios Civiles del Estado,
aprobada por Decreto 315/1964, de 7 de febrero, todavía vigente en este punto.
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
El problema surge cuando la orden es ilegal. Estamos entonces ante una de esas que se
llaman «encrucijadas de la burocracia»: el subordinado que incumple la orden ilegal viola el
deber de obediencia al superior; pero, si la cumple, viola la norma que esa orden ilegal está
conculcando. ¿Qué hacer en estos casos?
Desbordaría los límites de una obra como ésta un análisis exhaustivo de un tema que, de
suyo, exigiría un tratamiento monográfico. Baste aquí con dejar constancia que la doctrina del
Tribunal Supremo, en estos casos, se mueve en la línea que refleja esta S. de la Sala 2.ª, de
25 de febrero de 1986 (RJ 1986, 903) :
«Aunque existiera relación jerárquica entre los recurrentes y el que despacha la orden, es
esencial para estimar la obediencia debida que el mandato sea legítimo... que obligue
legítimamente, por lo que al subordinado corresponde el deber siempre de examinar si la
orden que recibe es justa o injusta, ya que al subordinado no puede exigírsele un
acatamiento ciego a toda orden que reciba del superior, porque si la orden es injusta, no
vincula al subordinado...»
En idéntico sentido, entre otras muchas sentencias de la misma Sala, las de 30 de abril de
1976 (RJ 1976, 1832) , y 18 de noviembre de 1980 (RJ 1980, 4517) .
Ahora bien, puede ocurrir que no exista claridad en cuanto a la ilicitud del mandato. Dice
entonces el Tribunal Supremo, Sala 2.ª, S. de 20 de noviembre de 1989 (RJ 1989, 8683) :
«Cuando la orden recibida, cuyo cumplimiento origina la comisión de una infracción penal, no
sea clara y manifiestamente ilícita, y el subordinado, que la ha recibido en el ámbito y con las
formalidades propias de la relación funcionarial, cree que es legal y en tal creencia la cumple,
queda exento de responsabilidad criminal por haber obrado en virtud de obediencia debida,
siempre que este error pueda ser calificado de invencible según las circunstancias.»
El Código Penal, aprobado por Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, aborda y
soluciona el problema en el artículo 410 , que dispone lo siguiente:
«1. Las autoridades o funcionarios públicos que se negaren abiertamente a dar el debido
cumplimiento a resoluciones judiciales, decisiones u órdenes de la autoridad superior,
dictadas dentro del ámbito de su respectiva competencia y revestidas de las formalidades
58
legales, incurrirán en la pena de multa de tres a doce meses e inhabilitación especial para
empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años.
58 Téngase presente que en el nuevo Código penal (RCL 1995, 3170) la llamada «pena de multa» consiste en la
imposición al condenado de una sanción pecuniaria generalmente por el sistema de días-multa, con una extensión
mínima de cinco días y máxima de dos años, siendo la cuota diaria mínima de 200 ptas. y la máxima de 50.000 ptas.,
fijándose el importe de las cuotas según la situación económica del reo ( art. 50).
58 Téngase presente que en el nuevo Código penal (RCL 1995, 3170) la llamada «pena de multa» consiste en la
imposición al condenado de una sanción pecuniaria generalmente por el sistema de días-multa, con una extensión
mínima de cinco días y máxima de dos años, siendo la cuota diaria mínima de 200 ptas. y la máxima de 50.000 ptas.,
fijándose el importe de las cuotas según la situación económica del reo ( art. 50).
2. No obstante lo dispuesto en el apartado anterior, no incurrirán en responsabilidad criminal
las autoridades o funcionarios por no dar cumplimiento a un mandato que constituya una
infracción manifiesta, clara y terminante de un precepto de ley o de cualquier otra disposición
general.»
V- Descentralización
prohibiciones, etc., como el Sol, que es nuestra vida, acabaría con ella si se empeñara
tozudamente en calentarnos y alumbrarnos con exceso.»
Y concluía con estas palabras:
«El binomio centralización-descentralización comporta un grave problema de prudencia
política -no sólo de eficacia y de técnica organizativa- y ni en todos los países ni en todas las
épocas de un mismo país puede resolverse del mismo modo: lo que cuadra con la
idiosincrasia de uno puede ser perjudicial para otro, lo que pudo estar bien hace veinticinco o
treinta años podría ser inconveniente ahora, etc.»
La centralización como técnica organizadora alternativa a la descentralización y viceversa.
Centralización como tendencia también en la organización de los grupos humanos. Pero, de
ninguna manera, y en ningún momento, pretensión excluyente de una solución respecto de la
otra. Componentes, más bien, de un binomio ambas, y que, por su condición de tales, arrojan
una suma total constante, por más que la cantidad de cada uno de esos componentes pueda
variar, y varíe, según aconseje la prudencia en cada momento histórico.
3- Clases de descentralización
Aunque, tanto en el artículo 103.1 , CE, como en el artículo 3, número 1, LRJPA, se habla de
descentralización, sin mayor especificación, conviene tener presente que ésta presenta tres
modalidades distintas: la territorial, la descentralización por servicios y la descentralización en
favor de las que se conoce con el nombre de Corporaciones sectoriales de base privada
(Colegios profesionales, Comunidades de regantes, etc.).
Pero hay que decir también que, desde otro punto de vista, la descentralización puede ser
política y administrativa, distinción ésta que ha pasado al primer plano con la nueva
Constitución española de 1978 (RCL 1978, 2836) .
La Constitución de 1978 (RCL 1978, 2836) refleja claramente que «nuestro tiempo» es
tiempo de descentralización, algo, por lo demás, que era ya claramente perceptible en la
60
última década del régimen de Franco .
60 Cfr. por ejemplo, las consideraciones que sobre este punto hacía ya, en 1969, Aurelio GUAITA en una
conferencia sobre «Perspectivas actuales de la descentralización» dada en Bayona (de Galicia) en noviembre de ese
60 Cfr. por ejemplo, las consideraciones que sobre este punto hacía ya, en 1969, Aurelio GUAITA en una
conferencia sobre «Perspectivas actuales de la descentralización» dada en Bayona (de Galicia) en noviembre de ese
año, varias veces publicada. La última en su libro División territorial y descentralización, Instituto de Estudios de
Administración Local, Madrid, 1975, pp. 277-295.
Pero esa descentralización que preocupó a los constituyentes españoles de la época, es una
descentralización política. Y la descentralización de que trata el artículo 3.1 , LRJPA, es la
descentralización administrativa, la cual constituye una técnica de organización que puede
darse lo mismo en regímenes políticos centralistas (como lo ha sido España durante toda
nuestra historia constitucional salvo brevísimos períodos de tiempo, y como lo es, por
ejemplo, Francia todavía hoy) que en regímenes políticos descentralizadores (como el de la
España de hoy, y el de la Alemania surgida de la segunda guerra mundial).
Por eso, aunque el artículo 3.1 , LRJPA, hable únicamente de descentralización ello no
significa que esté rechazando, sin más, las soluciones orgánicas centralizadoras. Entre otras
razones porque, repito, este artículo no se refiere a la descentralización política, sino de la
descentralización administrativa.
En el comentario al artículo 4 me ocuparé de estas relaciones entre los distintos subsistemas
que integran esto que se ha dado en llamar «Estado de las autonomías».
En diversos lugares de la Constitución (RCL 1978, 2836) luce el vocablo coordinación, uno de
los más reiteradamente usados en los últimos años, y como vamos a ver con muy remota
idea de lo que con el mismo se quiere significar.
El artículo 103 atribuye, sin ambages, a la coordinación el carácter de principio:
«1. La Administración pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de
acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y
coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al derecho.»
El artículo 154 hace un empleo desafortunado de la idea de coordinación:
«Un delegado nombrado por el Gobierno dirigirá la administración del Estado en el territorio
de la Comunidad Autónoma y la coordinará, cuando proceda, con la administración de la
Comunidad.»
Y digo que es desafortunado porque parece que lo que dice es que el delegado del Gobierno
debe estar mirando de reojo la forma de administrar que tenga la Comunidad Autónoma y, en
cuanto vea que la propia, la del Estado, se desfase de alguna manera de aquélla, se
esforzará en ponerse a su compás.
Hay un trabajo de Luis BLANCO DE TELLA que lleva el expresivo título de El mito de la
61
función coordinadora y que, por lo que me consta, es poco conocido. Al menos, puedo
afirmar que sólo raramente lo he visto citado y que, desde luego, parece ser ignorado incluso
por algunos recientes estudiosos del tema. Y es el caso, sin embargo, que de ese trabajo
podrían obtenerse provechosas enseñanzas que, por ejemplo, podrían contribuir a introducir
un poco de claridad en las exposiciones al uso, así como también podría aportar una cierta
moderación en el entusiasmo que en los últimos tiempos despierta el verbo «coordinar» y su
derivado el sustantivo «coordinación».
61 Luis BLANCO DE TELLA, El mito de la función coordinadora, en la obra colectiva (con GONZÁLEZ NAVARRO),
«Organización y procedimiento administrativos», ed. Montecorvo, Madrid, 1975.
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
61 Luis BLANCO DE TELLA, El mito de la función coordinadora, en la obra colectiva (con GONZÁLEZ NAVARRO),
«Organización y procedimiento administrativos», ed. Montecorvo, Madrid, 1975.
En los apartados que siguen voy a exponer muy brevemente lo más esencial del
pensamiento de este autor sobre esta cuestión. Me parece, en efecto, muy necesaria la
difusión de sus ideas al objeto de «secularizar» un tema que indebidamente parece como si
empezara a «sacralizarse». Sobre todo desde que nuestros constituyentes tuvieron la
desdichada idea de incluir un mítico «principio de coordinación» en el artículo 103.1 de la
Constitución, empleando también en otros varios lugares de la misma la voz «coordinación».
Y todo ello, además, sin que, al parecer, supieran muy bien qué es lo que realmente querían
expresar con ese vocablo o con los sintagmas que lo contienen.
La verdad es que, como recuerda el autor que acabo de citar, «estamos ante uno de esos
"conceptos-omnibus" de la Ciencia de la Administración, dentro de los cuales todas las
versiones y sentidos posibles tienen derecho a viajar».
La idea primera que hay que retener es la de que los instrumentos y mecanismos que se
califican como «de coordinación» o a los que se encomienda la «función de coordinar»
resultan de todo punto inútiles para obtener ese resultado si carecen de funciones decisorias.
«Ser coordinador o no serlo no es, pues, cuestión de aderezos terminológicos, casi siempre
mal utilizados -dice BLANCO DE TELLA-, sino cualidad inherente al contenido de los
elementos que componen la organización. Es, por lo pronto, condición inseparable de la
noción de jefatura y de todas las posiciones, altas y bajas, que poseen realmente tal carácter.
Y es también, cualidad que acompaña a otros órganos con funciones decisorias, aunque no
se llamen "coordinadores", pero no lo es, en cambio, de aquellos elementos, cualquiera que
sea su apariencia orgánica, que no tengan funciones de dicha naturaleza, por mucho empeño
que se ponga en calificarlos de mecanismos "de coordinación".» Esto último es lo que suele
ocurrir con la figura del coordinador individual, con los órganos de coordinación, y con las
reuniones individuales.
La figura del coordinador individual sólo permite conseguir actuar con eficacia la finalidad que
le da nombre cuando tiene atribuida funciones de verdadera jefatura. «Coordinar» o es
«dirigir» o no es nada. Sin dirección no hay coordinación posible. Y dirigir es planificar,
organizar, mandar (o dirigir stricto sensu) y controlar. Aquí también vale aquello de que «o se
hace precisión o se hace literatura».
Otro tanto puede decirse de las llamadas unidades administrativas de coordinación, tan
frecuentes en nuestra Administración (Subdirección General de Coordinación, Dirección
General de Coordinación Informativa, Subdirección General de Informes y Coordinación,
Subdirección General de Coordinación y Publicaciones, Subdirección General de
Coordinación y Programas, etc.). Como ha escrito también BLANCO DE TELLA, basta
analizar las funciones que se atribuyen a este tipo de unidades para convencerse de que «el
uso y abuso (de dicho término) parecen asentarse en la creencia pueril de que basta con
aplicarlo a cualquier agrupación de actividades instrumentales (...) para entender que la
coordinación ha quedado institucionalizada orgánicamente». En este grupo cabe incluir
también a tantas Juntas, Comisiones y Consejos llamados de coordinación o creados con
esta finalidad pero desprovistos de funciones decisorias. Pretender que órganos de este tipo
coordinen efectivamente, es literalmente embarcarse en una «misión imposible».
Por último, las reuniones informales que preveía ya el -todavía vigente como norma
reglamentaria- artículo 36 LPA con la función -entre otras- de «coordinar la actuación
administrativa», y que en la práctica no han tenido demasiado éxito, bien escasos frutos
permiten obtener en orden a la deseada -y deseable- coordinación, si el jefe que las convoca
se limita a celebrarlas y no ejercita la tarea que le es propia: dirigir.
3- La coordinación en la jurisprudencia
determinado objeto: aquello que hay que coordinar; c) es tarea u objetivo a realizar por el
Estado; y d) una vez realizada, producirá la integración de actos parciales en un sistema
global.
Lo que ya parece más discutible es que esa integración se vaya a producir sólo mediante un
intercambio de información, una homogeneización de efectivos materiales y una acción
conjunta (expresión bastante enigmática) de órganos estatales y autonómicos. Y desde
luego, y esto es lo grave, después de todo esto nos quedamos sin saber en qué consiste eso
de la «coordinación general». Hay que coordinar. Muy bien. Pero, ¿cómo?Actuando
conjuntamente. Esta bien. Pero ¿quién dirigirá esa actuación conjunta? Y, al hablar de
«coordinación» como una tarea o función, ¿no se estará empleando aquel tropo de dicción
consistente en designar la causa por el efecto (viceversa también) y que se llama metonimia?
Casi sin querer estamos ya apuntando al núcleo de la cuestión. Lo comprenderemos
perfectamente dentro de un momento. Bástenos por ahora con dejar anotada la insatisfacción
que produce la doctrina que sienta el párrafo transcrito de la sentencia citada.
Poco menos de un mes después, en la STC de 20 de mayo de ese mismo año (RTC 1983,
42) , el Tribunal Constitucional vuelve a insistir en su interpretación acerca de la expresión
«coordinación general» empleada por ese artículo 149.1.16.º de la Constitución. Reproduce,
en efecto, literalmente, la argumentación que ya conocemos, intercalando solamente lo
siguiente:
«por otro lado, las instituciones territoriales, por su propio carácter, incluye a todas las
instituciones territoriales en la medida en que tengan competencias en materia sanitaria, y por
tanto a las Corporaciones locales».
Poco supone, no obstante, el añadido en orden a la determinación de ese concepto
nuevamente circunvalado por el Alto Tribunal.
Véase un resumen de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre la coordinación en la STC
45/1991, de 28 de febrero (RTC 1991, 45) :
«4. Pues bien, respecto de la mencionada competencia estatal de coordinación, este Tribunal
ha establecido las siguientes precisiones:
a) "Persigue la integración de la diversidad de las partes o subsistemas en el conjunto o
sistema, evitando contradicciones o reduciendo disfunciones que, de subsistir, impedirían o
dificultarían, respectivamente, la realidad misma del sistema" (STC 32/1983, fundamento
jurídico 2.º).
b) La competencia estatal de coordinación presupone, lógicamente, la existencia de
competencias autonómicas que deben ser coordinadas, competencia que el Estado debe
respetar, evitando que la coordinación llegue "a tal grado de desarrollo" que deje vacías de
contenido las correspondientes competencias de las Comunidades Autónomas (STC
32/1983, fundamento jurídico 2.º).
c) Dicha coordinación debe ser entendida como "la fijación de medios y sistemas de relación
que hagan posible la información recíproca, la homogeneidad técnica en determinados
aspectos y la acción conjunta de las autoridades... estatales y comunitarias en el ejercicio de
sus respectivas competencias, de tal modo que se logre la integración de actos parciales en
la globalidad del sistema" (STC 32/1983, fundamento jurídico 2.º, que luego reproducen
varias sentencias posteriores, y, entre ellas, significativamente, la 144/1985, fundamento
jurídico 4.º).
d) Sobre el alcance que puede otorgarse a esos medios y sistemas de relación, se ha
sostenido que la integración de las partes en un conjunto unitario, perseguida por la actividad
de coordinación, exige la adopción de las "medidas necesarias y suficientes" para lograr tal
integración (STC 111/1984, fundamento jurídico 6.º). Y así en la mencionada STC 144/1985,
se concluyó que los actos gubernamentales de aprobación de declaraciones de zonas de
agricultura de montaña son actos de coordinación, pues, de un lado, mediante tales
aprobaciones se integran actos anteriores de fijación de los territorios, realizados por diversos
órganos y sujetos, y, de otro, tal aprobación se produce "al final de un procedimiento en el
que pueden haber intervenido o participado las Comunidades Autónomas" (fundamento
Por lo que me consta sólo en una ocasión ha tenido oportunidad el Tribunal Supremo de
pronunciarse acerca del significado del significante «coordinación», y lo ha hecho para
acoger, de manera contundente, la moderna idea de que la coordinación implica una
dirección y de que sin dirección no hay coordinación posible. La sentencia en que esta
doctrina se establece es la de 3 de junio de 1986, de la Sala Cuarta (RJ 1986, 4609) , recaída
en un asunto en el que se cuestionaba la validez jurídica de determinados preceptos de un
reglamento del servicio de sanidad veterinaria municipal aprobado por el Ayuntamiento de
Palma de Mallorca en 29 de marzo de 1984, y que había sido impugnado por la Comunidad
Autónoma balear en primera instancia, resolviendo el Tribunal Superior de Justicia de
Baleares que procedía la anulación de algunos de sus preceptos. Contra la sentencia apeló el
Ayuntamiento, y el Tribunal Supremo revoca en parte la sentencia.
He aquí lo que ha dicho el Tribunal Supremo en los fundamentos segundo, tercero y quinto:
«Como bien dice la sentencia impugnada estamos ante un supuesto tradicional de
competencias compartidas que plantea, como siempre ocurre en estos casos, el problema de
precisar dónde -sobre la materia en que se da esa concurrencia- acaba la competencia del
Estado (y hoy de la Comunidad Autónoma) y dónde la competencia municipal. A complicar la
cuestión contribuye también, y no poco, el empleo del verbo "coordinar" y de su derivado
sustantivo "coordinación", del que, de un tiempo a esta parte, viene haciéndose un uso tan
frecuente como impreciso, pues es lo cierto que esos vocablos, que incluso se han llevado a
la Constitución (arts. 103.1 y 154), 103.1 -principio de coordinación-; 149.1.16.º -coordinación
general de la Sanidad, competencia exclusiva del Estado-; y 154 -coordinación
interadministrativa a cargo del Delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma- se suelen
emplear sin clara conciencia de su exacto significado. Y, por último, las dificultades aumentan
cuando no se alcanza a diferenciar lo que son puras relaciones jerárquicas de lo que son
relaciones funcionales o especializadas [FJ 2º].
Conviene por ello recordar que la coordinación no es sino el resultado o consecuencia del
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
recto ejercicio de las funciones directivas (planificación, organización, mando y control). Sólo
cuando se tiene potestad decisoria se puede obtener ese resultado que es la coordinación.
De manera que todo órgano que ostente una posición de jefatura en el organigrama (sea cual
fuere su nivel, tenga o no atribuida entre sus funciones la de "coordinar", aparezca o no
designado como órgano de coordinación), al ejercitar las funciones directivas que le son
propias, estará produciendo y obteniendo ese resultado que es la coordinación. Desde otro
punto de vista debe también tenerse presente que las organizaciones pueden ser de dos
tipos, según la naturaleza de las relaciones existentes entre sus diversos órganos:
organizaciones simples (en las que únicamente se dan relaciones jerárquicas) y
organizaciones complejas (en las que junto a la relación jerárquica aparecen relaciones de
apoyo y/o relaciones funcionales). Pues bien, la inserción de relaciones funcionales o
especiales en la organización tiene por finalidad resolver el problema de la inclusión de
especialistas para lo cual se recurre a un desdoblamiento de la línea
autoridad-responsabilidad. Se producen entonces relaciones de dependencia doble o plural, y
el principio de unidad de mando quiebra en este tipo de organizaciones, dado que se produce
una concurrencia de vínculos jerárquicos sobre determinados escalones o sobre
determinados órganos [FJ 3º].
No se ven razones bastantes, en cambio, para anular el artículo 4. Porque la propia
Comunidad Autónoma en su informe obrante a los folios 32 a 38 considera que puede
mantenerse dicho artículo tal como está redactado siempre que se añadiera la frase: "sin
perjuicio de las competencias que correspondan a la Comunidad Autónoma de Baleares".
Pero es obvio que aunque esta frase no se incluya, una ordenanza local no puede modificar
esas competencias. De manera que el artículo citado no tiene por qué ser anulado, y desde
luego sólo será rectamente aplicado en la medida en que el Alcalde y, en general, el
Ayuntamiento actúen en el ámbito de su competencia. Y claro es que, dentro de su
competencia, el órgano municipal competente tendrá que coordinar si realiza las funciones
directivas cuyo ejercicio determina este resultado. Por lo que la mención de esta función no
constituye motivo de anulación. Aunque, eso sí, resulta técnicamente incorrecta en cuanto la
coordinación, según ha quedado dicha, no es una función autónoma, sino el resultado del
ejercicio de las funciones de dirección inherentes a toda Jefatura. Por lo mismo, no es un
principio -aunque como tal lo trata el artículo 103.1 de la Constitución- sino un objetivo, una
meta, un resultado. Como principio o como función la coordinación, sencillamente, es
inencontrable [FJ 5º].»
62 Cfr. también RANELLETTI, Principi di diritto amministrativo, Nápoles, 1915, pp. 268 y ss.; CAMMEO, Corso di
diritto amministrativo, Padua, 1915, p. 28; ROMANO, Principi di diritto amministrativo, Padua, 1937, pp. XI y ss. y 2 y
ss.
Mera aplicación de esta doctrina es la configuración de la discrecionalidad como un poder de
la Administración de actuar libremente en caso de ausencia de regulación legal, concepto que
informa nuestra anterior Ley de la Jurisdicción contencioso-administrativa (RCL 1956, 1890) :
«Se entenderá que la Administración obra en el ejercicio de sus facultades regladas en la
medida en que deba acomodar sus actos a disposiciones de una ley, de un reglamento o de
otro precepto administrativo» ( art. 2).
Lo que a sensu contrario quería decir que en la medida en que no estuviera sujeta a un
marco legal o reglamentario la Administración podía actuar libremente.
a- La administración pública necesita de una habilitación positiva por parte del ordenamiento
La doctrina que acaba de exponerse resulta contraria a los principios en que descansan las
democracias constitucionales, y puede considerarse ya hoy como anacrónica e incompatible
con las convicciones vigentes sobre las relaciones entre el Poder y el derecho. La verdad es
que va ya para cincuenta años que se piensa que «sin que deba excluirse que a esta rama
del derecho -el derecho administrativo-corresponda la expresada misión de limitación y de
garantía, común a todo el orden jurídico, hay que precisar que el derecho administrativo
corresponde, además, una función específica: la de condicionar, determinar la
63
Administración» . Es la llamada doctrina de la vinculación positiva (positive Bindung, en la
terminología germánica).
63 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63.
63 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63.
Estas afirmaciones, aunque posiblemente son un eco de las convicciones imperantes ya por
64
esas fechas entre los juristas europeos , aparecen ya recogidas, siglo y medio antes, en la
Constitución francesa de 1793, donde se decía que el poder ejecutivo «no puede actuar más
que en ejecución de las leyes y de los decretos del cuerpo legislativo» (art. 65).
64 Por ejemplo, en Italia, G. ZANOBINI, L'attivita amministrativa e la legge, «Rivista di diritto pubblico», XVI, 1924; en
Francia, R. CARRÉ DE MALBERG, Teoría general del Estado, traducción al español, México, 1948, pp. 308 y ss. y
427 y ss.; Ch. EISENMANN, Le droit administratif et le principe de légalité, «Etudes et documents Conseil d'Etat», II,
1957, pp. 25 y ss.; en España, además del autor citado en la nota anterior, E. GARCÍA DE ENTERRÍA,
Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad de los reglamentos, «Revista de Administración Pública»,
núm. 27, 1958, pp. 53 y ss.; y La lucha contra las inmunidades del poder en el derecho administrativo, en la misma
revista, núm. 38, 1962, pp. 159 y ss.
64 Por ejemplo, en Italia, G. ZANOBINI, L'attivita amministrativa e la legge, «Rivista di diritto pubblico», XVI, 1924; en
Francia, R. CARRÉ DE MALBERG, Teoría general del Estado, traducción al español, México, 1948, pp. 308 y ss. y
427 y ss.; Ch. EISENMANN, Le droit administratif et le principe de légalité, «Etudes et documents Conseil d'Etat», II,
1957, pp. 25 y ss.; en España, además del autor citado en la nota anterior, E. GARCÍA DE ENTERRÍA,
Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad de los reglamentos, «Revista de Administración Pública»,
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
núm. 27, 1958, pp. 53 y ss.; y La lucha contra las inmunidades del poder en el derecho administrativo, en la misma
revista, núm. 38, 1962, pp. 159 y ss.
Pese a que en ese momento el principio de la necesidad de previa habilitación legal para que
el poder público pudiera actuar no tenía consagración expresa en nuestro derecho positivo, la
doctrina realizó un importante esfuerzo dialéctico tendente a probar que dicho principio se
hallaba latente en nuestro ordenamiento y que, aunque no formulado expresamente, su
existencia es posible descubrirla partiendo de estas dos ideas: la de que el derecho es un
elemento del Estado y la de la imputabilidad de los efectos de la conducta humana a los
órganos administrativos.
- El derecho como elemento del Estado: «Uno de los elementos constitutivos del Estado es el
derecho. Y es evidente que siendo así, si no puede concebirse el Estado, ni en su esencia, ni
en su existencia, sin el derecho, se infiere que el derecho, como elemento que es del Estado,
condiciona al Estado mismo; y si condiciona al Estado, condiciona y determina, a la par, a la
Administración pública, que es un modo de ser, de presentarse al Estado, que es el Estado
mismo sub specie de uno de sus modos de actuar. De la naturaleza misma de la unión entre
Estado y derecho deriva, pues, el carácter de condicionador y no de mero límite externo del
derecho administrativo respecto de la Administración; y, asimismo, de la naturaleza de la
Administración como función del Estado resulta su determinación por el derecho
65
administrativo .»
65 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63. En análogo
sentido, E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad singular de los
Reglamentos, «Revista de Administración Pública», núm. 27, 1958.
65 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63. En análogo
sentido, E. GARCÍA DE ENTERRÍA, Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad singular de los
Reglamentos, «Revista de Administración Pública», núm. 27, 1958.
- Imputabilidad orgánica: «El hombre jurídicamente puede hacer todo lo que no le sea
prohibido expresamente por el derecho. En cambio, como solamente un precepto jurídico que
hace posible u obligatoria una determinada actuación de la Administración permite poner en
relación, referir a la Administración determinados actos de la actividad humana, se desprende
que el órgano y, en fin de cuentas, la Administración, puede hacer solamente lo que el
derecho le permite, esto es, lo que cae dentro de su competencia.» Así pues, «el derecho
administrativo, como todo el ordenamiento jurídico relativo al funcionamiento del Estado, se
muestra, ante todo, como el ordenamiento jurídico que hace posible que determinadas
acciones humanas se atribuyan a los órganos administrativos y, en último término, al Estado
66
administrador ».
66 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63.
66 Manuel BALLBÉ, voz Derecho administrativo, «Nueva enciclopedia jurídica Seix», 1950, p. 63.
No es frecuente, por lo que me consta, que el principio de que me estoy ocupando encuentre
eco en la jurisprudencia, al menos de manera frontal. Lo que sí abunda son declaraciones
proclamando la sujeción al principio de legalidad.
He aquí algunas sentencias en las que el citado principio aparece formulado, de manera
implícita en una de ellas y de forma expresa en otra:
- S. de 3 de enero de 1979, [antigua] Sala 3.ª, Ponente: Martín Herrero (RJ 1979, 7):
«Que una muy reiterada doctrina jurisprudencial tiene declarado que según el artículo 40 de
la LPA, los actos de la Administración han de producirse por el órgano competente y
mediante el procedimiento que, en su caso estuviera establecido exigiéndose
imperativamente que el contenido de dichos actos sea el adecuado a los fines de aquéllos,
porque el principio de legalidad administrativa somete los actos concretos de la
a- Sujeción al derecho
No hay redundancia en el artículo 103 , CE -ni en el art. 3.1 , LRJPA, que reproduce el
sintagma-, cuando habla de que la Administración ha de actuar «con sujeción a la ley y al
derecho».
Porque el ordenamiento jurídico no se agota en el derecho positivo, sino que se integra y se
alimenta de lo que propiamente se llama derecho, el cual precede, informa y vivifica la letra
de la ley:
a') El artículo 103 CE, al hablar de sujeción «a la ley y al derecho» no está utilizando una
expresión redundante, sino incitando al intérprete a buscar lo jurídico que se esconde bajo el
ropaje o vestidura de ley
- S. de 5 de noviembre de 2001 (RJ 2002, 469) , Sala 3.ª, Sección 6.ª, ponente González
Navarro (casación 7050/1997)
El recurso de casación del abogado del Estado consta de un único motivo en el que
considera infringido el art. 921 del Cc, según el cual en las herencias el pariente de grado
más próximo excluye al de grado más remoto, y el art. 44.1 de la Ley de Clases Pasivas del
Estado, según el cual para que proceda pensión a favor de los padres se requiere
conjuntamente que dependan económicamente del causante y que no existan cónyuge ni
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
b- Sujeción a la ley
a') Las leyes han de ser interpretadas conforme a la Constitución (RCL 1978, 2836)
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
«En efecto, sentado lo anterior, caen por su base la mayor parte de las alegaciones de los
recurrentes. La primera de ellas, como se ha advertido, consiste en afirmar que los preceptos
impugnados vulneran el principio de irretroactividad de las normas restrictivas de derechos
individuales (art. 9.3 de la Constitución). Pero dado que no se pueden limitar derechos que no
existen, la inaplicabilidad del principio a este caso es evidente. Hay que advertir por otro lado,
que según la doctrina de este Tribunal, la invocación del principio de irretroactividad no puede
presentarse como una defensa de una inadmisible petrificación del ordenamiento jurídico
(STC 27/1981, de 20 de julio; STC 6/1983, de 4 de febrero, entre otras). De aquí la prudencia
que esa doctrina ha mostrado en la aplicación del referido principio, señalando que sólo
puede afirmarse que una norma es retroactiva, a los efectos del artículo 9.3 de la
Constitución, cuando incide sobre "relaciones consagradas" y afecta "a situaciones agotadas"
(Sentencia 27/1981, cit.); y una reciente Sentencia (núm. 42/1986, de 10 de abril), afirma que
"lo que se prohíbe en el artículo 9.3 es la retroactividad, entendida como incidencia de la
nueva Ley en los efectos jurídicos ya producidos de situaciones anteriores, de suerte que la
incidencia en los derechos, en cuanto a su proyección hacia el futuro, no pertenece al campo
estricto de la irretroactividad". Pues bien, incluso admitiendo por vía de hipótesis la existencia
de un derecho subjetivo a la edad de jubilación, esta doctrina conduce a rechazar la supuesta
vulneración del principio de irretroactividad; pues las disposiciones impugnadas para nada
alteran situaciones ya agotadas o perfectas, sino que se limitan a establecer para el futuro la
consecuencia jurídica (la jubilación) de un supuesto genérico (cumplir determinadas edades)
que aún no ha tenido lugar respecto a los sujetos afectados.»
e') Inderogabilidad singular de reglamentos
- S. de 17 de octubre de 1988, Sala 4.ª, Ponente: Delgado Barrio (RJ 1988, 7761) :
«La Administración puede modificar un Reglamento pero lo que no puede hacer es dejar de
aplicarlo en un caso concreto - principio de inderogabilidad singular de los Reglamentos, art.
30 de la citada Ley de Régimen Jurídico- ni tampoco puede modificarlo por disposición de
rango inferior.
En este caso, la disposición inferior fue inicialmente dictada por la Dirección General de
Arquitectura y Vivienda y después modificada por resolución ministerial, pero esta
modificación producida en vía de recurso no altera el rango de la Disposición originaria
dictada por la Dirección General y por tanto resulta insuficiente para modificar la Orden
Ministerial de 12 de diciembre de 1977: el Ministerio está habilitado, sí, para derogar o
modificar dicha Orden pero para ello ha de seguir el procedimiento establecido para la
elaboración de disposiciones generales -arts. 129 y ss. de la Ley de Procedimiento
Administrativo.»
a') Doctrina reiterada, pero también, en ocasiones, doctrina sentada en una única sentencia
- S. de 16 de octubre de 1990, Sala especial del artículo 61, LOPJ, Ponente: Mendizábal (RJ
1992, 9153) :
«No resulta ocioso recordar tantas veces como sea necesario que la finalidad propia y en
definitiva la función esencial de este recurso extraordinario con fundamento en la existencia
de sentencias contradictorias entre sí, consiste en fijar la doctrina legal adecuada al caso
controvertido como exigencia inherente a su naturaleza, implícita pero indudable, a la par del
recurso de apelación, también extraordinario en interés de Ley (SS. de 25 de junio, 25 de
septiembre y 22 de octubre de 1987, de la vieja Sala Tercera). Se trata, decíamos allí, de un
concepto nacido y configurado en el proceso civil, dentro de la casación por infracción de ley,
según el artículo 1.692 de la de Enjuiciamiento, en su versión original de 1881, de cuyo
emplazamiento ha desaparecido en la reforma de 1984, un siglo más tarde. Sin embargo, el
Código Civil lo acoge y en cierto modo lo define al decir que "la jurisprudencia complementará
el ordenamiento jurídico con la doctrina que, de modo reiterado, establezca el Tribunal
Supremo al interpretar y aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho"
(art. 1, párr. 6.º, redactado así en 1973). Como consecuencia de tal configuración, el objeto
67 El texto de la Ley fundamental de la República Federal alemana (de 23 de mayo de 1949) puede consultarse en
Textos constitucionales, Madrid, 1956, pp. 161 al final, según la traducción del profesor Enrique TIERNO GALVÁN.
68 Artículo 5, LOPJ: «1. La Constitución es la norma suprema del ordenamiento jurídico, y vincula a todos los jueces
y tribunales, quienes interpretarán y aplicarán las leyes y los reglamentos según los preceptos y principios
constitucionales, conforme a la interpretación de los mismos que resulte de las resoluciones dictadas por el Tribunal
Constitucional en todo tipo de procesos. 2. Cuando un órgano judicial considere, en algún proceso, que una norma
con rango de ley, aplicable al caso, de cuya validez dependa el fallo, pueda ser contraria a la Constitución, planteará
la cuestión ante el Tribunal Constitucional, con arreglo a lo que establece su Ley Orgánica. 3. Procederá el
planteamiento de la cuestión de inconstitucionalidad cuando por vía interpretativa no sea posible la acomodación de
la norma al ordenamiento constitucional. 4. En todos los casos en que, según la ley, proceda recurso de casación,
será suficiente para fundamentarlo la infracción de precepto constitucional. En este supuesto, la competencia para
decidir el recurso corresponderá siempre al Tribunal Supremo, cualesquiera que sean la materia, el derecho
aplicable y el orden jurisdiccional.»
b') Cuando hay una línea jurisprudencial consolidada, la Administración debe desistir
evitando, de esta manera, litigios innecesarios
- S. de 1 de marzo de 1988, Sala 3.ª, Ponente: Mendizábal (RJ 1988, 1640) :
«La controversia objeto del presente proceso gira en torno a una incógnita que lo fue en un
principio pero que dejó de serlo hace ya algún tiempo. En efecto, a lo largo de los cuatro
últimos años tuvimos la oportunidad de afrontar y resolver idénticos problemas en catorce
sentencias desde la que lleva fecha 30 de noviembre de 1984 hasta la dictada hace
escasamente un mes, el 25 de enero de 1988 (RJ 1988, 112) . En un juego limpio procesal,
como exige el artículo 11 de la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial, ello hubiera debido
dar lugar ya al desistimiento de la Administración general del Estado. El artículo 118 de
nuestra Constitución proclama la obligación de cumplir las resoluciones judiciales, que no se
agota ni puede agotarse en el contenido singular de cada una sino en el acatamiento efectivo
del criterio jurisprudencial que incorporan y su aplicación a supuestos iguales e incluso
análogos, evitando así litigios innecesarios, que están siempre en la patología de la
convivencia. Esto es más ostensible en el orden jurisdiccional en el cual nos encontramos
ahora, por la función de ejemplaridad inherente al Poder, sujeto además en su actuación al
principio de legalidad más estricta y por el valor normativo de la doctrina legal de este
Tribunal Supremo que completa así el ordenamiento jurídico, según advierte el Código Civil
(art. 1.6).»
- S. de 10 de junio de 1981, [antigua] Sala 3.ª, Ponente: Fernández Santamaría (RJ 1981,
2455) :
«Los recurrentes discuten la legalidad del artículo 13 del Real Decreto objeto de la litis,
acudiendo a la costumbre -pues ninguna disposición legal ha prohibido hasta ahora que se
vendan pasteles y bollos en el mismo sitio que se vende pan- y al principio general de
derecho ad impossibilia nemo tenetur al establecer un requisito de cumplimiento imposible: el
de envolver y etiquetar los pasteles uno a uno; invocación improcedente, pues no se ha
probado la existencia de una costumbre extra legem que exija esa materia en defecto de Ley
aplicable, sino que, al contrario, se observa que en el Decreto impugnado se establecen unas
nuevas reglas en el comercio de esos productos, coherente con la contingencia y variabilidad
del sistema normativo escrito del Derecho administrativo, y es de carácter esencial de la
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
costumbre el ser una fuente subsidiaria del Derecho que, según el artículo 1 del Código Civil
regirá "en defecto de Ley", es decir, a falta de Ley exactamente aplicable al punto
controvertido; razonamientos que también encajan en ese alegado aforismo ad impossibilia
nemo tenetur, que carece de valor ante el problema concreto de la jerarquía de las normas,
en función autónoma de fuente subsidiaria del Derecho, pues aun dándole la máxima
amplitud sólo tendría un significado informador, con posible utilización interpretativa de las
demás normas; de donde resulta claro la legalidad del artículo 13 citado.»
1- Un principio cuyo campo semántico aparece asociado con el de buena fe e incluso con el de
seguridad jurídica
69 Federico A. CASTILLO BLANCO, La protección de confianza en el derecho administrativo, Marcial Pons, Madrid,
1998, 381 pp. (con prólogo de Luciano PAREJO). Estando ya estos Comentarios en fase de corrección de pruebas
se ha publicado -con el retraso que suele ser habitual- el número 263-264 (mayo-diciembre 2002) de
«Documentación administrativa», monográficamente dedicado a estudiar El principio de seguridad jurídica y sus
manifestaciones. Por ampliar, en beneficio de quienes manejen estos Comentarios, la información sobre la materia
objeto de este epígrafe, transcribo, por orden alfabético de autores, el sumario de ese número monográfico: Mariano
BACIGALUPO SAGGESE: Límites constitucionales a la innovación legislativa: retroactividad, retrospección y
responsabilidad patrimonial del Estado, pp. 105-136; Concepción BARRERO RODRÍGUEZ: El respeto a los
derechos adquiridos, pp. 137-184; Federico A. CASTILLO BLANCO: El principio de seguridad jurídica: especial
referencia a la certeza en la creación del derecho, pp. 21-72; GORDON ANTHONY: Procedimiento, derecho material
y proporcionalidad: el principio de confianza legítima en el derecho administrativo del Reino Unido, pp. 329-354;
María INMORDINO y Carlo MODICA: El principio de Seguridad jurídica en el ordenamiento italiano, pp. 281-326;
Francisco LÓPEZ MENUDO: El principio de irretroactividad. Tres cuestiones claves, pp. 73-104; Manuel REBOLLO
PUIG: «Nemo anditur propriam turpitudinem allegans» en la jurisprudencia contencioso-administrativa, pp. 185-222;
Miguel SÁNCHEZ MORÓN: «Venire contra factum proprium non valet», pp. 223-246. El número monográfico de que
estoy dando noticia se cierra con un trabajo de Rosa María ILDEFONSO HUERTAS sobre Bibliografía y
jurisprudencia sobre la materia estudiada, pp. 353-460.
Uno de los principios jurídicos que regulan las relaciones entre el poder público y los
ciudadanos en el ámbito de la Unión Europea y, concretamente, en España, es el principio de
la confianza legítima cuya más importante consecuencia es la de atenuar (e incluso dejar sin
eficacia en casos concretos) el rigor del principio de legalidad.
Y como esto puede resultar llamativo y hasta paradójico, ya que nuestra Constitución
proclama en su artículo 9.1 la regla de sujeción de los ciudadanos y de los poderes públicos
al ordenamiento jurídico, bueno será tener presente que el propio ordenamiento jurídico hace
prevalecer, en ocasiones, otros principios -como el de seguridad jurídica- frente a aquél.
Nada mejor, a estos efectos, que dejarse llevar de la mano por la jurisprudencia. Véase, por
ejemplo, lo que dice el Tribunal Supremo en las dos sentencias que transcribo a continuación
y en las que aplica (y, en su caso, complementa, según es propio de la función
jurisprudencial) el artículo 112 , LPA (cuyo equivalente actual es el art. 106 , LRJPA), donde se
establecen límites a las potestades revocatorias de la Administración:
a)S. de 7 de junio de 1982, [antigua] Sala 3.ª, Ponente: Roldán (RJ 1982, 3616) :
«Aunque el artículo 109 de la LPA señala que "en cualquier momento" la Administración
podrá declarar la nulidad de los actos enumerados en el artículo 47 de la misma (en forma
análoga para los dictados en vía de gestión tributaria lo establece el art. 154 de la LGT); pero
tanto el artículo 112 de la LPA como el 154 citado se fijan límites a las facultades de revisión
de oficio, dado que al anular un acto administrativo declarativo de derechos, o favorable,
entran en conflicto dos principios básicos de todo Ordenamiento Jurídico, el de la seguridad
jurídica y el de la legalidad, exigiendo el primero que se ponga un límite a las facultades de
revisión de oficio y consiguientes impugnaciones de actos o disposiciones administrativas
amparadas por la presunción de legitimidad y cuando se llega a ese límite hay que dar
eficacia y consagrar la situación existente, principio de seguridad que tiene un valor
sustantivo y puede ser alegado y opuesto por las partes litigantes y estimado incluso de oficio
c- El principio de confianza legítima fue incorporado al derecho interno español por la ley 6/1990
(lna 1990, 158), del Parlamento Foral Navarro
Es opinión muy extendida entre nosotros -tanto en la doctrina de los autores como en la
jurisprudencia de los Tribunales- que el principio de confianza legítima ha llegado a nosotros
a través de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea, citándose al
efecto como cabecera de grupo de la correspondiente línea jurisprudencial, la Sentencia de
ese Tribunal supraestatal de 13 de julio de 1965 (asunto 111/1963, Lemmerz-Werke).
Aunque a los efectos aquí pretendidos la cuestión de la precedencia en la incorporación del
principio tiene trascendencia muy relativa, quizá no esté de más decir que el mismo estaba ya
positivizado, por lo menos desde cinco años antes, en el Código de procedimiento
administrativo de la República popular de Polonia de 14 de julio de 1960, en cuyo artículo 6
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
se puede leer lo siguiente (he manejado la edición en francés hecha en Varsovia en 1961, por
el Secretariado del Consejo de Ministros):
«Los órganos de la Administración del Estado deben, por su forma de proceder, consolidar la
confianza de los ciudadanos en relación con los órganos del Estado.»
Tampoco es frecuente entre nosotros que cuando se estudia el desenvolvimiento y aplicación
del principio de confianza legítima se cite norma alguna de derecho positivo que lo haya
positivizado. A lo más que se llega es a dar noticia de que en el proyecto de reforma de la
LRJPA (RCL 1992, 2512) , que luego se convirtió en la Ley 4/1999 (RCL 1999, 114) , el
repetido principio se incorpora ya, lo que se subraya como una novedad en el derecho
positivo.
Lo cierto es, sin embargo, que hace ya más de veinte años que el principio está incorporado
a nuestro ordenamiento jurídico, siquiera sea en una ley de ámbito regional: la Ley foral
navarra 6/1990, de 2 de julio (LNA 1990, 158) , de Administración local, que se abre con un
artículo 1 cuyo tenor literal es el siguiente:
«La Comunidad foral de Navarra organiza su Administración local conforme a lo dispuesto en
esta Ley foral, de acuerdo con los principios de autonomía, participación, desconcentración,
eficacia y coordinación en la gestión de los intereses públicos para la consecución por ésta
de la confianza de los ciudadanos».
Y lo más curioso es que estos datos están documentados en la jurisprudencia del propio
Tribunal Supremo español, concretamente en la S. de 22 de septiembre de 1990, Sala 3.ª,
Ponente: González Navarro (RJ 1990, 7285) , que parece haber pasado inadvertida. En esta
sentencia se puede leer lo que sigue:
«El procedimiento administrativo no es un mero ritual tendente a cubrir a un poder desnudo
con una vestidura pudorosa que evite el rechazo social. Que no se trata de cubrir impudicias
sino de que no las haya. Porque lo que exige el pudor en las relaciones entre el poder público
y los ciudadanos es que el comportamiento de aquél inspire confianza a los administrados,
como dice ya hoy en nuestro ordenamiento el artículo 1 de la Ley foral navarra 6/1990, de 2
de julio, de Administración local ("Boletín Oficial de Navarra" del día 13), precepto que, con
toda probabilidad, se ha tomado del artículo 6 de la ley polaca de Procedimiento
administrativo, citado ya alguna vez por este Tribunal. Y el primer factor capaz de generar
esa confianza es la adecuación a un procedimiento que garantice que el obrar administrativo,
por más reflexivo, tenga más posibilidades de adecuarse al ordenamiento administrativo.»
Y con anterioridad a esa Ley foral navarra (LNA 1990, 158) y a la sentencia que acabo de
citar, otra Sentencia del Tribunal supremo, de 26 de febrero de 1990, Sala 3.ª, Sección 5.ª,
ponente González Navarro (RJ 1990, 3401) , tenía dicho que:
«la Administración tiene que obrar siempre de manera que sus actuaciones, tanto por la
forma como por el fondo, puedan provocar confianza en el administrado».
Sin que haya que desdeñar la información que precede, lo que importa subrayar es que el
principio de que se trata condiciona la actuación de todos los poderes públicos, se halle o no
positivizado.
De manera que no sólo las Administraciones públicas (o sea, lo que algunos llaman el «poder
administrativo») sino también el poder legislativo e incluso el judicial han de actuar con
sujeción al indicado principio.
En lo que sigue voy a hacer referencia al juego del principio en esos tres distintos ámbitos de
aplicación, pues importa tener claro que la forma en que el principio de la confianza legítima
vincula a esos poderes no es idéntica.
• en la Ley 24/1988, de 28 de julio (RCL 1988, 1644) , del Mercado de valores (con respecto a
los Agentes de Cambio y Bolsa);
• en la Ley 22/1988, de 28 de julio (RCL 1988, 1642) , de Costas (medidas compensatorias a
los titulares de determinados derechos -aguas subterráneas o enclaves privados-);
• en la Ley 34/1992, de 22 de diciembre (RCL 1992, 2755) , de ordenación del sector
petrolero,
• etcétera.
La misma LRJPA (RCL 1992, 2512) (de 1992) parece que quiere hacerse eco de esta nueva
manera de entender las relaciones entre el legislador y el ciudadano (que, en definitiva, es -o
debiera ser- en un sistema democrático de derecho el «señor de la ley»). Así en su artículo
139.3 dice esto:
«Las Administraciones públicas indemnizarán a los particulares por la aplicación de actos
legislativos de naturaleza no expropiatoria de derechos y que éstos no tengan el deber
jurídico de soportar, cuando así se establezca en los propios actos legislativos y en los
términos que especifiquen dichos actos.»
c') Por eso, es el Tribunal Supremo el que marca el correcto sendero hermenéutico renovador
en la S. de 27 de enero de 1990, Sala 3.ª, Sección 5.ª, Ponente: González Navarro (RJ 1990,
562) donde se dice:
«De aquí que lo que rotundamente no puede aceptarse es que una norma, ni reglamentaria ni
legal, produzca una brusca alteración en una situación regularmente constituida al amparo de
una legislación anterior, desarticulando por sorpresa una situación en cuya perdurabilidad
podía legítimamente confiarse. Y por ello esos cambios sólo pueden admitirse cuando así lo
imponga el interés público y, en todo caso, ofreciendo medios y tiempo razonable para
replantear las situaciones individuales afectadas.»
No poca claridad introduce también en el tema la S. de 20 de septiembre de 1996, Sala 3.ª,
Sección 4.ª, Ponente: Fernández-Montalvo (RJ 1996, 6785) , donde se nos alerta sobre la
necesidad de distinguir entre dos tipos de actos normativos: los que tienen un contenido
expropiatorio y los que deben encuadrarse en la figura de la responsabilidad extracontractual
de la Administración:
«En suma, conforme a la más reciente jurisprudencia de esta Sala, resulta de especial interés
distinguir entre actos legislativos o supuestos de ejecución de normas con rango legal que
sean reconducibles a la figura de la expropiación legislativa (art. 33.3, CE y art. 1 de la Ley de
Expropiación Forzosa) de aquellos otros que sean encuadrables en el ámbito propio de la
responsabilidad patrimonial (arts. 9.3, CE y 139.3, LRJPA). Así, resulta, incluso,
constitucionalmente exigible, en todo caso, la indemnización correspondiente a la privación
singular, en virtud de norma legal, de bienes, derechos o intereses patrimoniales legítimos
(art. 1, LE), como resulta de las mencionadas SS. de 5 de marzo de 1993 y 27 de junio de
1994 que se pronuncian, precisamente, en supuestos de eliminación de cupos exentos de
aranceles como consecuencia del Tratado de Adhesión a la CEE- y será, sin embargo,
necesario acudir a la propia y específica previsión legal cuando, sin suponer auténticas
medidas expropiatorias, se imputen a la norma legal eventuales lesiones o detrimentos
patrimoniales que no se tenga el deber jurídico de soportar, para determinar la procedencia y
alcance de la eventual indemnización.»
d') Por último, es de particular interés la doctrina contenida en la STC 150/1990, de 4 de
octubre (RTC 1990, 150) , en la que se hace referencia expresa al principio de confianza
legítima:
«La seguridad jurídica es, según reiterada doctrina de este Tribunal [SSTC 27/1981, 99/1987
y 227/1988], "suma de certeza y legalidad, jerarquía y publicidad normativa, irretroactividad
de lo no favorable e interdicción de la arbitrariedad, sin perjuicio del valor que por sí mismo
tiene aquel principio". En el presente caso son los aspectos relativos a la certeza de la norma,
entendida como previsibilidad sobre los efectos de su aplicación, y a su retroactividad los que
se hallan en cuestión.
c- «Signos externos» generados por la admijnistración que, incluso sin ser jurídicamente
vinculantes, orientan al ciudadano hacia una determinada conducta
- S. de 8 de junio de 1990, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1990, 5180) :
«Se ha de destacar el hecho demostrado en las actuaciones de que todas y cada una de las
Congregaciones demandantes-apeladas, vengan disfrutando de subvención oficial para sus
actividades docentes en el curso escolar 1984-1985, por aplicación de la Orden Ministerial,
de 16 de mayo de 1984, y, aunque la Orden Ministerial de 30 de julio de 1985, prorrogaba las
subvenciones al curso siguiente 1985-1986, salvo que "no sea necesario su funcionamiento",
sin embargo por la Administración se les aplicó el criterio de que la relación profesor-alumno
no alcanzaba el mínimo de un profesor para cada 35 alumnos, produciéndose la supresión de
realizado los gastos precisos para el mantenimiento del servicio de enseñanza de Formación
Profesional meritado.
Pues bien, además de la doctrina de la Sentencia de la Sala de lo Contencioso-Administrativo
de la Audiencia Nacional apuntada por la representación de la parte apelante -que esta Sala
que ahora enjuicia considera, en principio, correcta- se ha de considerar que en supuestos
sustancialmente semejantes al presente, este Tribunal que ahora resuelve en apelación, tiene
declarado que "en el conflicto que suscita la prevalencia entre los principios de legalidad y
seguridad jurídica, ambos garantizados por el artículo 9.3 de la Constitución en relación con
la conformidad o disconformidad a derecho de los actos administrativos, cuando concurren a
la vez determinadas circunstancias amparadas por otro principio jurídico, como un 'plus' al
principio constitucional considerado, tiene primacía el principio de 'seguridad jurídica' que
dicha Ley Fundamental garantiza". Esto ocurre, cuando a la vez incide el principio, que
aunque no extraño al de la bona fides de nuestro tradicional Ordenamiento Jurídico, ha sido
acuñado por reiteradas sentencias del Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea y,
también asumido por la jurisprudencia de esta Sala que ahora enjuicia, en numerosas
sentencias de las que son una muestra las de 28 de febrero de 1989, 1 de febrero de 1990 y
1 de marzo de 1991, consistente en el denominado "principio de protección de la confianza
legítima", que ha de amparar a los ciudadanos en sus relaciones con la Administración, ya
que ésta por imperativo del artículo 103.1 viene obligada a actuar con sometimiento pleno a
la Ley y al Derecho; cuyo actuar genera en aquél una fundada creencia o confianza en la
legalidad de los actos que la Administración realiza y definitivamente produce, y, si bien no
basta para ello cualquier tipo de convicción meramente psicológica o impacto emocional que
el ciudadano reciba, sí es suficiente la creencia o confianza de éste, fundada en signos o
actos externos que la Administración manifiestamente realiza, deducida razonablemente, con
fuerza suficiente para moverle a realizar u omitir una conducta o actividad que, directa o
indirectamente repercute en su esfera patrimonial, máxime cuando tal creencia o confianza le
conduce a realizar unos actos que le originen unos gastos que, en el supuesto de no mediar
dichas circunstancias no hubiera realizado y, por ende, no habría de soportar.
En el supuesto de actual referencia el Centro de Estudios, hoy recurrente, confiando en que
para el Curso de 1985-1986, la Administración le habría de prorrogar la subvención, que para
las mismas Unidades y tipo, le había concedido en el anterior de 1984-1985, al no haber
desaparecido los motivos que lo aconsejaron en este último, dispuso los medios personales y
materiales que la clase de docencia que habría de impartir le exigía, lo que de hecho le
originó los correspondientes gastos económicos; todo ello, con la fundada esperanza que
obtendría su reembolso, cuando la subvención prorrogada le fuera reconocida, lo que no
obtuvo en su plenitud merced a la resolución de 26 de febrero de 1986, objeto de recurso,
que por todo lo anteriormente expuesto no es en parte conforme a derecho y, por
consiguiente, ha de ser anulada también en parte; declarando en su lugar el derecho del
Centro de Estudios recurrente a que por la Administración se le conceda la subvención, para
el Curso 1985-1986, en la forma y con el alcance por aquél solicitada.»
- S. de 27 de enero de 1990, Sala 3.ª, Sección 5.ª, Ponente: González Navarro (RJ 1990,
562) :
«En el fondo de este proceso late el controvertido problema de la retroactividad o no de las
normas reglamentarias. Esta Sala no ignora que determinada corriente jurisprudencial -que,
por lo demás, no puede considerarse consolidada- parece inclinarse, en línea con lo
sostenido por cierta doctrina, por la retroactividad de los reglamentos. Pero no es menos
cierto que los principios de buena fe, seguridad jurídica e interdicción de la arbitrariedad,
proclamados en el artículo 9 de la Constitución obligan a otorgar protección a quienes
legítimamente han podido confiar en la estabilidad de ciertas situaciones jurídicas
regularmente constituidas en base a las cuales pueden haberse adoptado decisiones que
afecten no sólo al presente sino también al futuro condicionando éste, lo cual no sólo es
legítimo hacerlo sino que es lo que cabe esperar de eso que se ha dado en llamar la
e- Causa idónea para provocar la confianza legítima del afectado, la cual no podrá generarse por
mera negligencia, ignorancia o mera tolerancia de la administración
- S. de 20 de marzo de 1996, Sala 3.ª, Sección 5.ª, Ponente: Sanz Bayón (RJ 1996, 3373) :
«Tampoco puede ser estimada como relevante la alegación de venir estacionando tales
vehículos, desde varios años antes de los actos impugnados, porque al tratarse de una
actividad de índole permanente o tracto continuo es llano que no puede ser objeto de
caducidad o prescripción el tratamiento jurídico de tal actividad que ha seguido
desarrollándose, ni puede considerarse afectada en grado relevante la seguridad jurídica, ni
la buena fe, o la congruencia con los actos de la Administración o el principio de confianza
legítima del administrado porque la posible negligencia, ignorancia o mera tolerancia de la
Administración respecto al hecho del ejercicio de tal actividad sin licencia, no la legitima ni
genera derechos subjetivos o expectativa jurídica alguna, objeto de específica tutela,
repetimos, al tratarse de una infracción urbanística permanente y reiterada en el tiempo.
Por ello, tampoco puede hablarse de aplicación retroactiva del ordenamiento urbanístico, ya
que al subsistir la carencia de licencia y la de su solicitud, en el momento de dictarse los
actos administrativos cuestionados, es claro que los mismos han de referirse, respecto a
futuras legalizaciones o peticiones de licencia al Plan General de Ordenación Urbana vigente
en dicho instante.»
- S. de 18 de abril de 1993, Sala 3.ª, Sección 7.ª, Ponente: García Carrero (RJ 1993, 2839) :
«En todo caso, conviene recordar la doctrina jurisprudencial constitucional que declara que el
precedente administrativo no sancionado por resolución judicial, no puede prevalecer frente al
que ha obtenido la fuerza que genera la sanción judicial, por lo que el cambio de criterio
administrativo en la interpretación de un precepto legal sobre cuyo alcance existe, además,
duda razonable, carece de relevancia constitucional a efectos de la alegada violación del
principio de igualdad ante la ley cuando este cambio de criterio es confirmado por
resoluciones de los Tribunales, que son los competentes para realizar la interpretación y
aplicación de la legalidad ordinaria [SSTC 175/1987, de 4 de noviembre, y 120/1988, de 20
de junio]. En presencia de todos los datos reseñados cabe concluir, respecto al invocado
principio de la "confianza legítima", afirmando la carencia de base objetiva para la confianza,
habida cuenta de la irracionalidad de los factores en los que se sustentaba y, asimismo, la
falta de legitimidad de los intereses para los que pretenden obtener cobertura jurídica los
peticionarios, obstaculizando la celebración, con plenas garantías de concurrencia plural, del
proceso electoral cuestionado.»
f- Que el interesado haya cumplido los deberes y obligaciones que le incumben en el caso
- S. de 30 de junio de 1995, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1995,
5024) :
«Por último, no se puede desconocer que, el referido "beneficio" a conseguir la "prima
específica", se adquiere desde el momento en que el beneficiario cumple con todos los
requisitos exigidos por la Administración, con arreglo a las normas de aplicación. El
beneficiario de la "prima específica", en cuestión, es un incentivo que concede la
Administración al particular para el desarrollo de una actividad productiva que conviene al
país donde aquélla se asienta. Cuando el particular movido por dicha invitación de la
Administración acepta la misma y cumple los condicionamientos impuestos por aquélla,
desarrollando la actividad por aquélla promovida, comprometiendo en tal empresa sus
medios personales, financieros y materiales, su confianza en la oferta de la Administración no
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
puede verse defraudada por ésta posteriormente; pues amén de la correcta vinculación
jurídico-negocial que toda oferta aceptada entraña, se infringiría con ello el principio doctrinal
de la "confianza legítima" y el constitucional de la seguridad jurídica. La finalidad del Real
Decreto 1271/1984, de 13 junio, no es otra que la ayuda al sector de la construcción naval,
concediendo para ello una serie de medidas económicas en concepto de "primas" a referida
construcción. Una de ellas es la denominada "prima específica" de actual referencia,
destinada a incentivar construcciones de buques de alto contenido tecnológico, y ello a pesar
que se hayan de importar materiales para hacerlas posibles; estas "importaciones
temporales", conforme el citado Real Decreto, han de ser descontadas del "Valor Baser" para
determinar la "prima básica", usando los correspondientes "coeficientes correctores", como lo
hizo la Gerencia. Por ello, no se puede ahora desconocer por la Administración, que en la
construcción del indicado buque remolcador, que implica una inversión de muchos cientos de
millones de pesetas, en la que se tuvo en cuenta por la empresa constructora los beneficios
ofrecidos por la Administración a través de la norma citada, con los cuales contó aquélla para
asumir el riesgo económico de la correspondiente financiación, comprometiendo en ello sus
disponibilidades a tal fin, no pueden ser ahora negados o reducidos unilateralmente por la
Administración que ofreció tales beneficios y la constructora aceptó.»
- S. de 1 de febrero de 1990, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1990,
1258) :
«En el conflicto que se suscita entre la legalidad de la actuación administrativa y la seguridad
jurídica derivada de la misma, tiene primacía esta última por aplicación de un principio, que
aunque no extraño a los que informan nuestro Ordenamiento Jurídico, ya ha sido recogido
implícitamente por esta Sala, que ahora enjuicia, en su Sentencia de 28 de febrero de 1989 y
reproducida después en su última de enero de 1990, y cuyo principio si bien fue acuñado en
el Ordenamiento jurídico de la República Federal de Alemania, ha sido asumido por la
Jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de las que forma parte
España, y que consiste en el "principio de protección de la confianza legítima" que ha de ser
aplicado, no tan sólo cuando se produzca cualquier tipo de convicción psicológica en el
particular beneficiado, sino más bien cuando se basa en signos externos producidos por la
Administración lo suficientemente concluyentes para que le induzcan razonablemente a
confiar en la legalidad de la actuación administrativa, unido a que, dada la ponderación de los
intereses en juego -interés individual e interés general-, la revocación o la dejación sin efectos
del acto, hace crecer en el patrimonio del beneficiado que confió razonablemente en dicha
situación administrativa, unos perjuicios que no tiene por qué soportar derivados de unos
gastos o inversiones que sólo pueden serle restituidos con graves perjuicios para su
patrimonio, al no ser todos ellos de simple naturaleza económica.»
- S. de 1 de febrero de 1996, Sala 3.ª, Sección 5.ª, Ponente: Yagüe (RJ 1996, 887) :
« Tercero. Quedan, por lo tanto, por examinar sólo los motivos primero y tercero, que se
refieren a la infracción del artículo 122 de la Ley Jurisdiccional y la jurisprudencia relacionada
con su aplicación y a la infracción de la doctrina jurisprudencial que consagra el principio de
protección de la confianza legítima. A cuyo estudio nos aplicamos a continuación.
[...]
Octavo. No hay, por lo tanto, obstáculo que, en principio, impida la suspensión del acto
recurrido. Debiendo entonces resolverse conforme al criterio general de los daños y perjuicios
que puede ocasionar la ejecución de aquél. Y es indudable que, en el presente caso, tales
daños y perjuicios son de difícil reparación, pues el mantenimiento de la paralización de los
efectos de la licencia daría al traste con el contrato de obras que el actor tiene concertado
con un tercero, e incluso con los contratos de compraventa de algunos de los locales
proyectados, lo que colocaría al interesado en una difícil posición contractual, tanto más
ilógica (dicho sea esto sin prejuzgar el fondo del asunto) cuanto que el acto aquí impugnado
se adoptó nada menos que dos años después del otorgamiento de la licencia. La ejecución
- S. de 7 de octubre de 1991, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1991,
7520) :
«Se ha de considerar, además, los Fundamentos Jurídicos de la sentencia apelada, que se
aceptan y sustancialmente incorporan a la presente, si bien las autorizaciones de los
proyectos de instalación, ampliación, traslado y modernización de industrias de fabricación de
harinas panificables y sémolas desde el período de amortización de los gastos que ocasione
el Plan de Reestructuración, aprobado por Decreto 2244/1973, de 17 de agosto, tiene un
cierto componente discrecional, pero ello no significa que la Administración sea enteramente
libre de otorgarla o autorizarla a su libre albedrío, sino que ha de hacerlo en atención a los
objetivos que dicho Plan persigue, entre los cuales figura la modernización de las
instalaciones de las industrias, "mediante la aplicación de nuevos sistemas que mejoran la
tecnología fabril, la productividad y la calidad" - art. 2.3 del Decreto citado-, todo lo cual indica
que el fin que perseguía dicho Plan estaba reglado por el de "modernizar el sector,
aumentando así su rendimiento económico".
Pues bien, el concepto de "modernización" implica por definición "una sustitución de
maquinaria antigua por otra moderna, de los molinos viejos por los nuevos". La libertad de
apreciación que tiene la Administración en lo que se refiere a la autorización, se encomienda
según el Decreto 2444/1973, dentro de los fines expuestos a la fijación por la Comisión
Gestora, de los porcentajes de reducción de capacidad que en cada caso corresponda -art.
10 en relación con los apartados 2 y 3 del artículo 2 apuntado-, para asegurar que los nuevos
proyectos no supondrán un aumento efectivo en la capacidad de producción vetado en la
norma.
Mas, es una técnica utilizada correctamente por la Administración, a fin de asegurar de
antemano una estricta objetividad en su actuación, la de autolimitarse, dentro de la norma en
su discrecionalidad decisoria, haciendo públicos los criterios que al efecto aplicaría al
momento de valorar los Proyectos que se presentasen. Así, en el supuesto de actual
referencia difundió profusamente una "Nota" entre el sector de fabricante de harinas, donde
se anunciaban dichos "criterios" a seguir, que si bien no eran jurídicamente vinculantes en el
sentido propio del concepto sí representan unos actos externos propios de la Administración,
a tener en cuenta el principio constitucional de la "seguridad jurídica" que no puede defraudar
el principio jurisprudencial de la "confianza legítima del Administrado", proclamado por el
Tribunal de la Comunidad Europea y asumido por la jurisprudencia de esta Sala que ahora
enjuicia.
Pues bien, de todo lo expuesto se infiere que en relación con la materia que ahora nos ocupa,
la Administración estableció a tales efectos tres categorías de molinos: 1) La de los molinos
viejos a sustituir o eliminar, para lo que fijó un coeficiente de producción por metro de 2.000.
2) La de los molinos nuevos a montar para modernizar "por sustitución", para los que fijó un
coeficiente de producción por metro de 2.500; y 3) La de los molinos nuevos "a montar para
ampliación y nuevas plantas", para los que fijó un coeficiente de producción por metro de
4.000. Por tanto, una primera enseñanza que suministra todo lo anterior expuesto es que,
dentro de la expresión literal "molinos nuevos a montar", se quiso distinguir a su vez, entre
dos categorías: Por un lado, los que fueron para "modernización", y, por otro los que lo fueron
para "ampliación y nuevas plantas", aplicando respectivamente y para cada caso los
coeficientes de producción por metro, de 2.500 y de 4.000.»
- S. de 26 de enero de 1990, Sala 3.ª, Sección 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán (RJ 1990, 598)
:
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
«Mas cuando el constructor alega la existencia de causas suficientes para que el retraso
advertido sea imputable a actos de la Administración, que han de constar en el expediente
administrativo, como quiera que los medios para demostrar tales hechos, sólo podrían ser
suministrados por la Administración que los posee, advertida su ausencia, ello no puede
perjudicar al administrado, sin que sea posible desplazar la carga de la prueba de los hechos
negativos al mismo, a sabiendas que, o éste carece de los medios necesarios para hacerlo,
al estar, en manos de la Administración, o tiene una dificultad sólo superable por medios
extraordinarios, a los que no puede ser competido, puesto que la Administración Pública en
un Estado de Derecho, ha de servir con objetividad los intereses generales y actuar con
sometimiento pleno a la Ley y al Derecho -art. 103.1 de la Constitución-; máxime que, la
presunción de legalidad de los actos administrativos no puede desligarse de los postulados
de contradicción, defensa e igualdad procesales, de la buena fe, que ha de ser exigible de
quien, durante el expediente administrativo, ha ejercitado la potestad que la Constitución y las
normas de procedimiento le encomienda, ni tampoco tal presunción de legalidad en la
actuación administrativa, permite atacar al principio jurídico de la "confianza legítima" -base
del de la "seguridad jurídica" reconocida en la citada Ley Fundamental-, que postulado por la
doctrina jurídica alemana ha sido recibido por la Jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la
Comunidad Europea, cuando el administrado confía legítimamente en la estabilidad de la
situación jurídica creada por la misma Administración, lo que trasladado al supuesto que
ahora nos ocupa, hizo que la entidad adjudicataria del contrato de obras en cuestión, ante la
nueva situación de la ejecución del Proyecto, debida a las indicaciones efectuadas en el Acta
de Comprobación del Replanteo -folios 22 y 23 del expediente-, por el Arquitecto Director de
las Obras sobre la necesidad para llevar a cabo los obras por él apuntadas y la precisión para
que el abono de estas nuevas unidades habría de solicitarse la redacción del Proyecto
correspondiente que luego no se llevó a cabo por la Administración hubo de incidir
necesariamente en el plazo de terminación de la obra al principio establecido en el contrato,
y, por ende en la inexistencia de la causa adecuada para su resolución; y, ello porque
también ha de estimarse probada la alegación de la parte recurrente del "acuerdo verbal",
que se dice celebrado con la Junta de Construcciones, Instalaciones y Equipo Escolar,
Unidad Técnica de León para proceder al pago de las obras realizadas y resolver de mutuo
acuerdo el contrato, ya que ello se infiere del documento aportado con la demanda -folio 28
del proceso de la primera instancia-, y de la omisión en el expediente del antecedente
contrario, a través de un enlace preciso y directo entre tal hecho demostrado y el que se
deduce en dicha afirmación.»
- S. de 23 de junio de 1992, Sala 3.ª, Sección 5.ª, Ponente: Delgado Barrio (RJ 1992, 5312) :
«De lo expuesto deriva ya que este complemento jurisprudencial consiste en dar expresión al
ordenamiento jurídico allí donde las normas han guardado silencio o han recogido
defectuosamente el sentido de aquél. La jurisprudencia da "complemento", es decir,
expresión correcta al ordenamiento salvando el trecho que media entre éste y las normas. Y
es éste un camino a recorrer a la luz de los Principios Generales del Derecho, que, en buena
medida, han sido recogidos en la Constitución, lo que en definitiva conduce a la invocación
del principio de interpretación conforme a la Constitución de todo el ordenamiento jurídico
-art. 5.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
Se trata, en último término, una vez más, de aplicar el principio utile per inutile non vitiatur
que tiene manifestación clara en la doctrina de las nulidades parciales recogida en los
artículos 50.2 y 52 de la Ley de Procedimiento Administrativo.
Ninguna prueba se ha practicado en estos autos que pudiera conducir a diferente solución,
siendo por otra parte de recordar el principio de seguridad jurídica -art. 9.3 de la
Constitución-que reclama una protección de la "confianza de los ciudadanos en que sus
pretensiones van a ser resueltas de modo igual para todos, sin discriminaciones
injustificadas" -Sentencias del Tribunal Constitucional 1, 12 y 100/1988, de 13 de enero, 3 de
febrero y 7 de junio y de 16 de octubre y 30 de noviembre, etc.- .»
- S. de 5 de diciembre de 1995, Sala 3.ª, Sección 6.ª, Ponente: Tejada González (RJ 1995,
9061) :
«Segundo. Planteada la reclamación en los términos en que anteriormente ha sido expuesta
es obvio que no debe prosperar por las siguientes razones: Es doctrina reiterada de este
Tribunal que la responsabilidad patrimonial del Estado, regulada en los artículos 106 de la
Constitución Española, 40 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado y
121 de la Ley de Expropiación Forzosa, queda configurada mediante el acreditamiento: a) De
la efectiva realidad del daño; b) de una relación de causalidad entre el daño y la acción u
omisión administrativa, y c) de la ausencia de fuerza mayor. De esta forma resulta que la
existencia de una relación de causa a efecto entre el hecho que se imputa a la Administración
y el daño producido es una condición indispensable para que pueda atribuirse a aquélla el
deber de resarcir dicho daño. Ello hace preciso analizar el problema de la relación de
causalidad con arreglo a los criterios en atención a los cuales pueda afirmarse que una
determinada actividad, en este caso la actividad administrativa del Servicio de Telégrafos, es
la causa de la lesión patrimonial. O bien, analizar y precisar qué causa concreta puede ser la
determinante del resultado dañoso producido. En este sentido, hay que reconocer, con la
doctrina, que el concepto de relación causal se resiste a ser definido apriorísticamente con
carácter general, supuesto que cualquier acaecimiento lesivo -y así ocurre en el presente
caso- se presenta normalmente no ya como el efecto de una sola causa, sino más bien, como
el resultado de un complejo de hechos y condiciones que pueden ser autónomos entre sí o
dependientes unos de otros, dotados sin duda, en su individualidad, en mayor o menor
medida, de un cierto poder causal. El problema se reduce a fijar entonces qué hecho o
condición puede ser considerado como relevante por sí mismo para producir el resultado
final. De las soluciones brindadas por la doctrina la teoría de la condición o de la equivalencia
de las causas que durante tanto tiempo predominó en el Derecho Penal, según la cual es
causa del daño toda circunstancia que de no haber transcurrido hubiera dado lugar a otro
resultado, está hoy sensiblemente abandonada. La doctrina administrativista se inclina más
por la tesis de la causalidad adecuada, que consiste en determinar si la concurrencia del
daño era de esperar en la esfera del curso normal de los acontecimientos, o si, por el
contrario, queda fuera de este posible cálculo, de tal forma que sólo en el primer caso el
resultado se corresponde con la actuación que lo originó, es adecuado a ésta, se encuentra
en relación causal con ella y sirve como fundamento del deber de indemnizar. Esta causa
adecuada o causa eficiente exige un presupuesto, una conditio sine qua non esto es, un acto
o un hecho sin el cual es inconcebible que otro hecho o evento se considere consecuencia o
efecto del primero. Ahora bien, esta condición, por sí sola, no basta para definir la causalidad
adecuada. Es necesario además que resulte normalmente idónea para determinar aquel
evento, o resultado teniendo en consideración todas las circunstancias del caso; esto es, que
exista una adecuación objetiva entre acto y evento, lo que se ha llamado la verosimilitud del
nexo; sólo cuando sea así, dicha condición alcanza la categoría de causa adecuada, causa
eficiente o causa próxima y verdadera del daño (in iure non remota causa, sed proxima
spectatur). De esta forma quedan excluidos tanto los actos indiferentes como los
inadecuados o inidóneos y los absolutamente extraordinarios.
Tercero. Sentada la anterior premisa es difícil admitir que la omisión antes aludida, en el
telegrama enviado por la empresa "Construcciones Pedro Méndez, S.A.", al Consejo Superior
de Deportes, comunicando su decisión de participar en la licitación de la obra M-4 del Instituto
Marqués de Los Vélez, pueda considerarse la causa eficiente y adecuada para producir los
daños relativos a la indemnización que se reclama. Ello es así por las siguientes razones: 1.ª)
En primer lugar por la modalidad del concurso convocado ya que se trataba de un concurso,
con admisión previa. En efecto, la Mesa de Contratación del Consejo Superior de Deportes el
día 17 de noviembre de 1990, insertó en el "Boletín Oficial del Estado", un anuncio por el que
convocaba un concurso, con admisión previa, para la adjudicación de varias obras entre ellas
las relativas al módulo M-4 del Instituto de Bachillerato Marqués de Los Vélez. En el anuncio
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
publicado previene una serie de formalidades, para la celebración del mismo, cuyo análisis no
puede ser omitido. Y así, después de afirmar que los proyectos y pliegos de cláusulas
administrativas estarán de manifiesto en la Secretaría de la Mesa de Contratación, del
Consejo Superior de Deportes (calle Martín Fierro, Ciudad Universitaria, Madrid) durante el
plazo de presentación de las proposiciones, plazo que terminaba el 13 de diciembre de 1990,
especifica que en cuanto a las proposiciones por correo se estará a lo dispuesto en la
cláusula 7.1 de las administrativas particulares; y regula con detalle las formalidades relativas
a la fase de admisión previa, que comprende la calificación y apertura de las proposiciones
presentadas y su consiguiente notificación a los empresarios intervinientes. Así al referirse al
examen de la documentación dice que "la Mesa de Contratación, el día 14 de diciembre de
1990, calificará las documentaciones presentadas y publicará a continuación, en el tablón de
anuncios del Consejo Superior de Deportes, el resultado de dicha calificación, a fin de que los
licitadores afectados, conozcan y subsanen, dentro del plazo que se indique, los defectos
materiales observados en la documentación". Esta prevención, incluida en el aludido anuncio,
no hacía sino cumplir el mandato contenido en el artículo 116 del Reglamento de
Contratación, a tenor del cual cuando se trata de un concurso con admisión previa, el
Presidente de la Mesa notificará a los empresarios intervinientes el resultado de la misma,
con anterioridad a la apertura de las proposiciones. Ello significaba un singular aviso para los
empresarios intervinientes en el concurso, en cuanto les informaba del resultado relativo a la
calificación previa respecto de las documentaciones presentadas. Se trataba pues de un
trámite necesario, regulado en la Ley, que no podía ser desconocido por los licitadores. El
informe de la Mesa se publicaba en el Tablón de anuncios del Consejo Superior de Deportes,
para que los licitadores afectados por la calificación conocieran y subsanaran los defectos
materiales observados. Y es obvio que entre tales defectos y como fundamental podía
destacarse el de no figurar entre los empresarios intervinientes admitidos al concurso, caso
de la empresa recurrente, por su omisión en el telegrama transmitido; pero para subsanar
este defecto -como todos los demás que se hubieren observado en la documentación- se
concedía un plazo, durante el cual debió hacer la oportuna protesta la empresa
"Construcciones Pedro Méndez, S.A.", cosa que no hizo, estimando que era suficiente la
simple transmisión del telegrama. Plazo que por lo demás fue lo suficientemente amplio, ya
que hasta el 19 de noviembre de 1990 no se realizó por la Mesa la apertura de las
proposiciones presentadas. "Construcciones Pedro Méndez, S.A.", no tuvo en cuenta las
prevenciones anteriores inherentes a todo concurso, con admisión previa y su falta de
concurrencia y de cooperación en esta fase determinó el resultado perjudicial para sus
intereses. 2.ª) En segundo término hay que tener en cuenta la propia naturaleza del sistema
de contratación decidido por la Administración que fue mediante la forma de concurso. En
efecto, y como acertadamente puso de manifiesto el voto particular del señor Consejero de
Estado, disidente de la mayoría, la característica del concurso es que para la adjudicación de
la obra no cuenta sólo el factor económico, por lo que resultan irrelevantes las alegaciones
que en este sentido hace la empresa recurrente, aunque en este caso resultara adjudicataria
de una obra análoga o paralela, por la cifra ofrecida. En el concurso, a diferencia de la
subasta, la Ley reconoce a la Administración un prudente arbitrio o potestad discrecional para
la adjudicación a la oferta que se considere más ventajosa, en razón al interés público que el
contrato supone. Es por ello por lo que el artículo 36 de la Ley y 115 del Reglamento
sancionan que en los pliegos de las cláusulas administrativas particulares del concurso se
establecerán los criterios que han de servir de base para la adjudicación, entre ellos el precio,
pero también los relativos al plazo de ejecución, al coste de utilización, a la rentabilidad, al
valor técnico y a otros semejantes que habrán de ser tenidos en cuenta por los órganos de
contratación. A ello hay que añadir que la discrecionalidad de la Administración es tan amplia
que llega a poder dejar el concurso desierto, sin otros derechos para los licitadores que los
de, transcurridos tres meses desde la fecha de apertura de las proposiciones sin que la
Administración hubiese dictado acuerdos resolutorios, retirar sus ofertas, así como las fianzas
depositadas como garantía de las mismas. De todo lo cual se deduce que los empresarios
intervinientes en el concurso no tienen, por el solo hecho de concurrir al mismo, otra
expectativa jurídica que las que pueden deducirse de una hipotética y futura adjudicación del
mismo. En realidad lo que ostentan es una esperanza o previsión genérica de la adquisición
1- Introducción
Nadie duda hoy de que la democracia constitucional pivota sobre el principio del liderazgo del
Gobierno. Por eso no hay nada que objetar a lo que dice el artículo 3.3 , LRJPA:
«Bajo la dirección del Gobierno de la Nación, de los órganos de gobierno de las
Comunidades Autónomas y de los correspondientes de las entidades que integran la
Administración local, la actuación de la Administración pública respectiva se desarrolla para
alcanzar los objetivos que establecen las leyes y el resto del ordenamiento jurídico.»
En realidad, este precepto no hace otra cosa que generalizar a los tres niveles
administrativos -el estatal, el regional y el local- el principio del liderazgo gubernamental
proclamado, con relación al Gobierno de la nación en el artículo 97 de la Constitución:
«El Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa
del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la
Constitución y las leyes.»
Ahora bien, una cosa es aceptar el liderazgo del Gobierno en la actual configuración de la
dinámica del poder político y otra cosa es que ese Gobierno deba funcionar como un poder a
legibus solutus, desligado de las leyes, y, como tal, exento de control alguno. Esto no lo cree
hoy ya nadie, y desde luego no lo permite la vigente Constitución española (RCL 1978, 2836) .
Sin embargo, los redactores de la exposición de motivos parece que tienen una distinta
concepción de lo que debe ser la posición del Gobierno en una democracia constitucional. A
ello voy a referirme en los dos apartados que siguen.
3- De cómo las Cortes Españolas, imperante Franco, rechazaron por unanimidad en 1972, el
intento gubernamental de ampliar el concepto de acto político
En 2 de octubre de 1972, apareció en BOCE (núm. 1.226) un proyecto de ley por el que se
modificaban determinados preceptos de la LJ (RCL 1956, 1890) . La innovación de más
hondo significado que incluía el proyecto era la relativa al artículo 2, cuya enumeración
ejemplificativa de posibles actos políticos se mantenía pero iniciándola de esta forma:
«... como son los que afectan a la garantía y defensa del ordenamiento constitucional».
La doctrina reaccionó inmediatamente. Y así, GARCÍA DE ENTERRÍA, en un, quizá olvidado,
artículo aparecido en el diario «Ya» de 1 de noviembre de 1972, después de recordar el
artículo 48 de la Constitución de Weimar, que facultaba al presidente para adoptar medidas
excepcionales, no sometidas al orden normal de competencias y de las leyes, en casos de
grave necesidad pública, y que este precepto, que sirvió a Hitler de palanca revolucionaria,
había sido calificado de «parágrafo de la dictadura», escribía esto:
«No es baladí el precedente. Lo que está en juego, simplemente, con ocasión del envío a las
Cortes de proyecto de ley tan trascendental, es esta opción: si dar prioridad o no al "parágrafo
de la dictadura" sobre el parágrafo del Estado de derecho.»
Contra lo que tantas veces ocurre, la voz de la doctrina no fue «la voz del que clama en el
desierto». Catorce enmiendas se presentaron al artículo 2, todas las cuales llegaban a la
misma conclusión: rechazar en este punto la reforma proyectada y dejar el texto vigente tal
como se hallaba o bien, de modificarlo, hacerlo en el sentido opuesto: esto es, no añadir
ningún nuevo supuesto, sino suprimir algunos de los existentes.
Recomiendo a los historiadores, en general, y a los del derecho administrativo español, en
particular, que lean esas enmiendas. Porque esa lectura invita a meditar sobre la profundidad
de aquella frase de SARTRE cuando nos dice que lo más tremendo de la muerte es que
quedamos en manos del «otro», que será el que decidirá si debemos permanecer en la
historia o salir de ella, y si, aun permaneciendo, vamos a ser satanizados o vamos a ser
70 71
divinizados .
70 Quien desee calar mejor el sentido de lo que acabo de decir en el texto, consulte Umberto ECO, La estructura
ausente. Introducción a la semiótica, Lumen, Barcelona, 1978, pp. 94-95, donde reproduce ese ejemplo, que es de
Hjelmslev, comentándolo sobre un esquema.
70 Quien desee calar mejor el sentido de lo que acabo de decir en el texto, consulte Umberto ECO, La estructura
ausente. Introducción a la semiótica, Lumen, Barcelona, 1978, pp. 94-95, donde reproduce ese ejemplo, que es de
Hjelmslev, comentándolo sobre un esquema.
71 Para facilitar la consulta transcribo a continuación el resumen que, del contenido de las enmiendas, hacía A.
GUAITA, Acto político..., cit., pp. 127-129:a) la indefensión con que se coloca a los afectados por estos actos no
impugnables (ESPERABÉ DE ARTEAGA, MORILLA ALONSO, RICO GAMBARTE);b) posible abuso de poder por
parte del Ejecutivo: poco antes, diversas sanciones en materia de prensa habían sido anuladas por el Tribunal
Supremo, luego habían sido impuestas incorrectamente, pero de prosperar la reforma proyectada tales sanciones no
serían impugnables (MERINO GARCÍA);c) la calificación de un acto como político, hecha unilateralmente por el
Gobierno (en definitiva, teoría del móvil) puede amparar actos ilegales (MERINO);d) vaguedad -y peligrosidad
consiguiente- de la fórmula utilizada por el proyecto («actos que afecten a la garantía y defensa del ordenamiento
constitucional») lo que, dicho así, podría englobar, si no a todos, sí a una cantidad incontable de actos, pues leyendo
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
el conjunto de las Leyes fundamentales apenas si hay algún sector de la actividad del Gobierno que no esté
expresamente mencionado en ese ordenamiento, es decir, «constitucionalizado» (SANZ ORRIO, IGLESIAS
ÁLVAREZ, VALLINA VELARDE, MERINO GARCÍA, FRANCO PASCUAL DEL POBIL, GARCÍA HERNÁNDEZ,
LAPUERTA QUINTERO); «la redacción del proyecto permitiría a un Gobierno de características determinadas hacer
mangas y capirotes con los derechos administrativos, y aun los civiles, de los ciudadanos. La expresión propuesta es
lo bastante vaga para que con una cierta habilidad interpretativa pueda un Gobierno impedir que se recurra cualquier
acto suyo» (SANZ ORRIO);e) la lista del actual artículo 2 ha de considerarse suficiente pues, en último término,
como no es exhaustiva, los verdaderos actos políticos quedan ya suficientemente «protegidos»; los actos «políticos»
ordinarios son verdaderamente administrativos y deben poder recurrirse, y si se trata de actos extraordinarios, con
verdadero alcance político, quedan ya incluidos entre los actos relativos a la seguridad interior del Estado (ORTÍ
BORDÁS, LAPUERTA QUINTERO, VALLINA VELARDE, VIOLA SAURET);f) además, la redacción y terminología es
desafortunada: debía decir -pues no debe hablarse de ordenamiento constitucional- actos «que afecten a la garantía
de la dogmática establecida en el ordenamiento institucional establecido en las Leyes fundamentales» (SANZ
ORRIO); o «garantía y defensa del sistema institucional del Estado» (FERRERO PÉREZ);g) el catálogo de actos
excluidos del recurso no debe aumentarse, sino, a la inversa, reducirse: «ya nos parece improcedente que queden
excluidos... actos... que pueden afectar a las relaciones internacionales en tiempo de paz» (MERINO GARCÍA); sólo
deben excluirse del recurso contencioso-administrativo los actos no administrativos, esto es los que afecten a las
relaciones internacionales y los de relación entre los altos órganos o funciones del Estado; puesto que no son actos
administrativos no hay ninguna necesidad de citarlos en esta ley, y los demás que recoge (seguridad interior del
Estado, mando y organización militar, y defensa del territorio nacional) son administrativos y en consecuencia deben
ser impugnables, por lo que la reforma lo que ha de hacer es suprimir el actual artículo 2.b) (CISNEROS LABORDA,
que argumenta en base a la seguridad jurídica - art. 17 [RCL 1945, 977] , FEsp.-; libre acceso a los Tribunales -art. 30,
LOE-; derecho a una justicia independiente - principio IX (RCL 1958, 915) de la Ley Fundamental de 17 de mayo de
1958-; sumisión de todos, también de la Administración, a la ley; la desconfianza que implica hacia los tribunales,
como si no fueran capaces de garantizar el cumplimiento y observancia del ordenamiento jurídico; además, el
ordenamiento constitucional está ya suficientemente protegido con el recurso de contrafuero y el Código Penal [RCL
1995, 3170] );h) en fin, cuando desde la Ley de Prensa de 1966 (RCL 1966, 519) son recurribles actos que no lo eran
en la Ley de lo Contencioso (calificados como políticos en la Ley derogada de 18 de marzo de 1944 [RCL 1944, 471] ,
y excluidos «porque sí» en la de lo Contencioso en su versión original de 1956 [RCL 1956, 1890] ) la reforma
proyectada viene a suponer ciertamente un movimiento de regresión en la evolución ya empezada a operar en esta
ley, pues en vez de reducir la lista de actos judicialmente infiscalizables, la aumenta.
Lo importante es que las catorce enmiendas prosperaron, y aquellas Cortes españolas del
«antiguo régimen» rechazaron por unanimidad la propuesta de modificación del artículo 2, LJ.
Tómese nota.
Estudiando el frustrado intento ampliatorio de 1972, y al que luego me referiré, decía Aurelio
72 73
GUAITA que en la Ley y Reglamento de lo Contencioso-Administrativo de 22 de junio de
1894 los actos políticos eran actos administrativos, aunque irrecurribles por ser discrecionales
. La situación, en efecto, podía resumirse en el siguiente silogismo:
72 «No obstante, la decisión (arre t) Príncipe Napoleón no ha suprimido por completo los actos de gobierno: se limitó
a eliminar el antiguo criterio, excesivamente amplio, basado en el móvil político. A decir verdad, este criterio no ha
sido reemplazado desde entonces, de tal suerte que los actos de gobierno no pueden ser objeto hoy día de una
definición general y teórica, sino solamente de una lista establecida según lo declarado por la jurisprudencia» (M.
LONG, P. WEIL y G. BRAIBANT, Les grands arre ts de la jurisprudence administrative, Sirey, 1978, p. 16).
72 «No obstante, la decisión (arre t) Príncipe Napoleón no ha suprimido por completo los actos de gobierno: se limitó
a eliminar el antiguo criterio, excesivamente amplio, basado en el móvil político. A decir verdad, este criterio no ha
sido reemplazado desde entonces, de tal suerte que los actos de gobierno no pueden ser objeto hoy día de una
definición general y teórica, sino solamente de una lista establecida según lo declarado por la jurisprudencia» (M.
LONG, P. WEIL y G. BRAIBANT, Les grands arre ts de la jurisprudence administrative, Sirey, 1978, p. 16).
73 Aurelio GUAITA, Actos políticos del Gobierno, en el volumen colectivo «I Jornadas alicantinas de derecho
público», Alicante, 1972, p. 121.
- Los actos administrativos discrecionales eran irrecurribles en vía contenciosa;
- los actos políticos o de gobierno eran actos discrecionales;
- unde concludes: los actos políticos eran irrecurribles.
Pero este panorama, ciertamente poco alentador, quedaba atenuado por lo siguiente:
a') Que un acto político fuese irrecurrible no significaba que no hubiera que resarcir al
74 El citado arre t puede consultarse en M. LONG, P. WEIL y G. BRAIBANT, Les grands arre ts de la jurisprudence
administrative, 7ª ed., Sirey, Paris 1978, pp. 534-540.
b') Que pronto se cayó en la cuenta que el acto discrecional, como todo acto jurídico, es un
sistema, es decir un conjunto de elementos interrelacionados (competencia, forma, contenido,
etc.), algunos de los cuales eran reglados y no discrecionales. Es decir, que cuando se afirma
de un acto administrativo que es discrecional se está calificando el todo por lo que sólo es
propio de algunas de sus partes, lo cual puede ser, y es, perfectamente correcto desde el
punto de vista gramatical (se trata de un tropo de dicción que se llama sinécdoque) pero
resulta poco conveniente en pura técnica jurídica porque puede llevar a la precipitada -y
errónea- conclusión de que el acto discrecional -como un todo- es irrecurrible. Por el
contrario, esos elementos reglados son perfectamente controlables judicialmente.
Lo que ahora importa resaltar es que «ya bajo el imperio de la legislación de 1888-94, se
podían recurrir en vía contenciosa los actos políticos (puesto que eran calificados legalmente
de actos administrativos) en lo que tenían de reglado, como lo está siempre la forma (y la
75
competencia)» .
75 A. GUAITA, Actos políticos del Gobierno, en el volumen colectivo «I Jornadas alicantinas de derecho público»,
Alicante 1972, p. 121.
75 A. GUAITA, Actos políticos del Gobierno, en el volumen colectivo «I Jornadas alicantinas de derecho público»,
Alicante 1972, p. 121.
b- La LJ de 1956 (RCL 1956, 1890): los actos políticos son «esencialmente distintos» de los actos
administrativos
La ya hoy derogada, LJCA, de 27 de diciembre de 1956 (RCL 1956, 1890) , ha sido una de las
grandes leyes que jalonan las dos décadas que discurren entre 1950 (año en que empieza a
publicarse en el Instituto de Estudios Políticos la «Revista de Administración Pública») y 1970
y durante las que se construyó el magno edificio del derecho administrativo español de cuyos
logros seguimos viviendo, decía en su artículo 2 que:
«No corresponderán a la jurisdicción contencioso-administrativa: (...)
b) Las cuestiones que se susciten en relación con los actos políticos del Gobierno, como son
los que afectan a la defensa del territorio nacional, relaciones internacionales, seguridad
interior del Estado y mando y organización militar, sin perjuicio de las indemnizaciones que
fueren procedentes, cuya determinación sí corresponde a la jurisdicción
contencioso-administrativa.»
Y, en su exposición de motivos, decía también esto ( II.4 ):
«Creada la jurisdicción contencioso-administrativa para conocer de las cuestiones que se
susciten respecto de los actos sujetos al derecho administrativo, sus límites están
determinados normalmente por la esencia de esta rama del derecho, en cuanto parte del
ordenamiento jurídico.
Con este criterio se definen, por exclusión, las cuestiones ajenas a esta jurisdicción. Entre
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
ellas se incluyen las relativas a los actos políticos, que no constituyen una especie del género
de los actos administrativos discrecionales, caracterizada por un grado máximo de
discrecionalidad, sino actos esencialmente distintos, por ser una la función administrativa y
otra la función política, confiada únicamente a los supremos órganos estatales.»
Como puede comprobarse estamos ante un cambio radical, ante un modo distinto de ver ese
fenómeno que es el acto político. Bastaría con esto para tener que reconocer que, también en
este aspecto, la LJCA, de 1956 (RCL 1956, 1890) , fue una ley científicamente revolucionaria.
Dentro de un momento resumiré la doctrina jurisprudencial sobre el concepto de acto político.
Por el momento me basta con anotar que, rectificando una primera corriente jurisprudencial
que admitió que órganos distintos del Gobierno o Consejo de Ministros podían dictar actos
políticos, el Tribunal Supremo acabó entendiendo que los actos políticos para ser
considerados tales deben cumplir una doble exigencia:
- Por un lado, la subjetiva de emanar precisamente del Consejo de Ministros.
- Y, por otro lado, la objetiva de tener analogía con los supuestos enumerados ad exemplum
en ese mismo artículo 2, LJ, enumeración que, si algún valor tiene, es el de expresar que sólo
pueden tener la consideración de actos políticos algunos y no todos de los actos emanados
del Consejo de Ministros, la mayoría de los cuales serán puros y simples actos
administrativos; esos pocos (lo son, en efecto, en comparación con el número ingente de los
que produce ese órgano constitucional) actos, tienen esa condición objetiva de políticos por
ser manifestación de una función distinta de la administrativa, la función política, y son
exclusivamente de esa naturaleza política porque contienen decisiones fundantes, grandes
decisiones que marcan las líneas programáticas de gobierno, porque, en definitiva podría
76
decirse, y se ha dicho que «la política es el programa; la administración su realización».
76 A. GUAITA, Actos políticos del Gobierno, en el volumen colectivo «I Jornadas alicantinas de derecho público»,
Alicante 1972, p. 124.
76 A. GUAITA, Actos políticos del Gobierno, en el volumen colectivo «I Jornadas alicantinas de derecho público»,
Alicante 1972, p. 124.
5- Lo que late en todo este discurso sobre el acto político es si debe o no existir un control
judicial pleno de los actos del Poder público
a- Todos los actos del gobierno son administrativos mientras no se demuestre lo contrario, y por
ello el juez tiene que entrar a estudiar el fondo del asunto, no pudiendo declarar a limine la
inadmisibilidad del recurso
Es sabido que el artículo 106 , CE, establece que los tribunales controlan la potestad
reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta
a los fines que la justifican. Y es también conocido que el artículo 103.1 declara que la
Administración actuará «con sometimiento pleno a la ley y al derecho». Nadie puede dudar,
por tanto, que pertenece al «parágrafo regio del Estado de derecho» tal como esta forma de
gobierno de los hombres se configura en la Constitución (RCL 1978, 2836) , el sometimiento a
control judicial de la totalidad de la actuación administrativa.
Pero esto no significa que todo lo que hace la Administración pública y, más ampliamente, los
poderes públicos tenga que ser calificado de acto o disposición sujeto al derecho
administrativo. Y guste o no guste, creo que hay que dar la razón a BOQUERA cuando dice
que «los actos políticos o de gobierno son imposibles de eliminar, aunque constituye un grave
riesgo que bajo su nombre se escondan decisiones que no respondan a un interés nacional»
77
y, consecuentemente, puedan y deban ser objeto de control judicial .
77 José María BOQUERA OLIVER, voz Acto político o de gobierno (derecho administrativo), en «Enciclopedia
jurídica básica», Civitas, 1995, vol. I, p. 201.
77 José María BOQUERA OLIVER, voz Acto político o de gobierno (derecho administrativo), en «Enciclopedia
jurídica básica», Civitas, 1995, vol. I, p. 201.
Es cierto, sin embargo, que «la aspiración del jurista ha de ser, desde luego, la reducción al
79 «Podemos decir que todos los actos del Gobierno se consideran administrativos mientras el Tribunal Supremo no
decide otra cosa. En vía administrativa y contra la admisión del recurso contencioso-administrativo podrá alegarse
que el acto es político, pero la Administración y el orden jurisdiccional contencioso-administrativo actuarán como si
fuera administrativo y únicamente la sentencia dirá si es o no político» [J. M. BOQUERA OLIVER, vid. Acto político o
de gobierno (derecho administrativo), cit., p. 201].
«la doctrina del acto político no puede ser invocada como fundamento de la inadmisibilidad,
ya que es obligado para el juzgador comprobar si existen en el acto elementos reglados y
comprobar también si en cuanto al fondo se da ese contenido político no controlable. Por
tanto no es posible acoger la citada excepción y declarar la inadmisibilidad del recurso,
debiendo entrarse por el contrario en el estudio del fondo del asunto».
b- Algunos supuestos de verdaderos y propios actos políticos que, como tales, no son
controlables judicialmente
No pocas veces han tenido que pronunciarse los tribunales acerca de la naturaleza de
político de un acto del Poder público. Véanse ahora unas cuantas sentencias en las que se
ha apreciado que el recurso tenía que desestimarse porque el acto combatido es un acto
político:
a') El acto del Presidente del Gobierno por el que se disuelve el Parlamento (S. de 24 de
septiembre de 1984, Sala 3.ª, Ponente: Malpica González-Elipe [RJ 1984, 4574] ).
b') El acto del Consejo de Ministros que deniega -de forma expresa o ficticia- la petición de
que expropie una empresa y la adscriba al patrimonio del Instituto Nacional de Industria a fin
de garantizar la permanencia de los puestos de trabajo (S. de 31 de octubre de 1983, Sala
3.ª, Ponente: Malpica González-Elipe [RJ 1983, 5294] ).
c') La negativa a tramitar un proyecto de ley solicitado mediante el ejercicio del derecho de
petición (S. de 10 de diciembre de 1991, Sala 3.ª, Sección 7.ª, Ponente: Cancer Lalanne [RJ
1991, 9254] ).
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
d') La contestación del Gobierno (vasco) a una solicitud de información formulada por un
diputado y tramitada por la mesa y la presidencia de la Cámara Legislativa (vasca) ( STC
196/1990, de 29 de noviembre [RTC 1990, 196] , Ponente: Leguina).
c- Algunos ejemplos de pretendidos actos políticos que son puros actos administrativos y, en
cuanto tales, sujetos a control judicial
Entre otros muchos casos que podrían citarse, el Tribunal Supremo niega naturaleza de acto
político a los siguientes:
a') La baja en una Escuela militar por no alcanzar nota suficiente para continuar en ella (S. de
28 de marzo de 1977, Sala 5.ª, Ponente: No Louis [RJ 1977, 1416] ).
b') La constitución de la Junta regional de un ente preautonómico, constitución que no debe
confundirse con el acto legislativo de creación de dicha Junta (S. de 28 de noviembre de
1980, Sala 4.ª, Ponente: Díaz Eimil [RJ 1980, 4841] ).
c') Los actos del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada relativos al mando y
organización militar (S. de 19 de enero de 1987, Sala 5.ª, Ponente: Falcón García [RJ 1987,
253] ).
d') El acto del Consejo de Ministros por el que se delimita la superficie de unos campos o
polígonos de tiro (S. de 3 de enero de 1979, Sala 3.ª, Ponente: Martín Herrero [RJ 1979, 7]).
e') El acto de nombramiento del Fiscal General del Estado (S. de 28 de junio de 1994, Sala
3.ª).
d- Otros actos de los poderes públicos que, sin ser propiamente «políticos», no están sujetos al
derecho administrativo no siendo controlables judicialmente
Un tercer grupo de actos excluidos de control judicial que no encajaría en ninguno de los dos
anteriores es el que ahora voy a tratar. He aquí algunas de sus manifestaciones:
a') La actividad beligerante de las Cámaras y la de iniciativa del Gobierno (S. de 1 de
diciembre de 1986, Sala 3.ª, Ponente: Mendizábal Allende [RJ 1986, 7107] ).
b') Los actos de comunicación entre órganos administrativos y los órganos del sistema
judicial, concretamente:
- la contestación de una Dirección general a un Juzgado de primera instancia que le había
remitido un exhorto sobre derechos preferentes de la Administración sobre una finca
embargada (S. de 22 de abril de 1988, Sala 3.ª, Ponente: Martínez Sanjuán [RJ 1988, 3063] );
- la solicitud de la Guardia Civil al Colegio de Abogados pidiendo que nombre un letrado de
oficio para asistencia a un detenido (S. de 15 de junio de 1989, Sala 3.ª, Sec. 2.ª, Ponente:
Hernando Santiago [RJ 1989, 4388] ).
c') La denegación (en el caso, ficticia, esto es, por silencio administrativo) por el Consejo de
Ministros de una petición de medios personales y materiales para la Administración de justicia
en una Comunidad Autónoma (S. de 2 de octubre de 1987, Sala 5.ª, Ponente: Trillo [RJ 1987,
6688] , confirmada luego por STC 45/1990, de 15 de marzo [RTC 1990, 45] ).
e- La descalificación de los papeles del CESID: los artículos 9 y 24.1 de la Constitución y los
«conceptos judicialmente asequibles»
No poca tinta se ha empleado en relación con las tres Sentencias del Tribunal Supremo,
todas de 4 de abril de 1997 (RJ 1997, 4513) , relativas a la desclasificación de los papeles del
CESID. Los ponentes respectivos fueron Trillo (caso Oñederra), Cancer (caso Urigoitia) y
Lescure (caso Lasa-Zabala). Excede del cometido de este libro llevar a cabo un análisis de
estas sentencias que, por lo demás, está hecho en un trabajo bien construido y
80
elegantemente redactado .
80 Nuria GARRIDO CUENCA, El episodio judicial de la desclasificación de los papeles del CESID: Las sentencias
del Tribunal Supremo de 4 de abril de 1997. Paradojas y paralelismos de un conflicto entre la función de gobierno y
el derecho a la tutela judicial efectiva, «RAP», número 143, mayo-agosto 1997, pp. 229-263.
6- Sentencia directriz (leading case) en la materia: S. de 15 de julio de 1997 (RJ 1997, 5640), Sala
3ª, sección 6ª, ponente González Rivas (recurso de casación 2074/1995)
En ese continuo ataque frontal a la inmunidad de los poderes públicos en que la doctrina y la
jurisprudencia españolas vienen empeñadas desde hace años, según ha quedado apuntado,
se ha dado un paso más cuyo sentido queda resumida en esta frase: no hay ningún acto
soberano exento de la justicia, porque también en los llamados «actos políticos» hay
elementos reglados susceptibles de control judicial.
Aunque no faltan precedentes sueltos de la doctrina de la que estoy dando noticia, creo que
la sentencia que asume la posición de cabecera de grupo, o sentencia directriz (leading case)
, sentencia portaestandarte, podríamos llamarla también, es la S. de 15 de julio de 1997 (RJ
1997, 5640) , Sala 3.ª, Sección 6.ª, Ponente: González Rivas (Recurso de casación
2074/1995), cuyo análisis es necesario hacer con cierto detalle, no sólo por la trascendencia
de la doctrina que sienta, sino por el pormenorizado estudio que el ponente hace de la
evolución de la doctrina del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional sobre el llamado
«acto político».
El fundamento segundo centra el debate así:
«Respecto de esta materia la cuestión fundamental estriba en determinar si procede o no
confirmar el criterio del Auto impugnado, que deja de conocer, por entender que se trata de
un acto político el Decreto de convocatoria de elecciones en el Parlamento de Andalucía,
publicado en el "Boletín Oficial de la Junta de Andalucía" de 19 de abril de 1994. De esta
forma, el núcleo esencial de la cuestión se está refiriendo al tema del control jurisdiccional del
acto político, que encuentra su formulación en la correcta aplicación de las técnicas judiciales
de control en función de la naturaleza de cada acto y que incide directamente en las llamadas
técnicas de control de la discrecionalidad, en donde es diferenciable el carácter de la decisión
en cada caso adoptado para examinar si tiene carácter jurídico o no, por lo que será
necesario determinar si se trata de cuestión en las que prima el conocimiento científico y que
aconseja el respeto a la discrecionalidad técnica o bien determinar si estamos ante un acto
con un núcleo esencialmente político o dictado por razón de criterios de oportunidad,
reconocida legalmente, o ante la necesidad de determinar la realización de prioridades
relacionadas con la actividad política del sistema democrático, supuesto en el que el control
jurisdiccional no puede ser tan intenso y debe conformarse con el examen de los
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
presupuestos de hecho de los aspectos reglados del acto: competencia, causa y fin o como
se dice en el ámbito del derecho anglosajón, la revisión de los aspectos
jurídico-procedimentales y el test de la razonabilidad de la decisión.»
La sentencia, que es un modelo de buen hacer, no entra directamente en el fondo de la
cuestión. Empleando esa técnica, tan poco frecuente por lo arduo del esfuerzo que exige, de
ir cerrando cualquier portillo por el que pueda debilitarse el implacable asedio dialéctico al
que somete la cuestión, procede primero a analizar la jurisprudencia del Tribunal Supremo en
el fundamento tercero.
La transcribí completa en la 4ª edición de estos Comentarios, y recomiendo su lectura. En
esta 5ª me limito a reproducir la síntesis de la doctrina que se consolida con este leading case
.
En síntesis, la interpretación aplicativa que hace la citada sentencia portaestandarte de la
nueva línea jurisprudencial se condensa en estas dos reglas:
- No sólo el Gobierno de España o Consejo de Ministros puede producir ese tipo de actos
que, convencionalmente y «al modo francés», llamamos «acto político», sino también los
81
órganos equivalentes de las Comunidades Autónomas .
81 Sobre este punto había llamado ya la atención Antonio EMBID IRUJO, La justiciabilidad de los actos de
gobierno..., cit., pp. 2716-2717.
81 Sobre este punto había llamado ya la atención Antonio EMBID IRUJO, La justiciabilidad de los actos de
gobierno..., cit., pp. 2716-2717.
- Esos llamados «actos políticos» tienen siempre aspectos reglados, y en la medida en que
los contengan esos actos son también controlables por los tribunales de lo
contencioso-administrativo, los cuales, sin embargo, no podrán en ningún caso entrar a
controlar los aspectos no reglados: oportunidad, libertad estimativa, etc.
La doctrina más despierta ha demostrado los absurdos a que lleva el pretender considerar
que son los mismos los contenidos que se pretenden atribuir cuando se declara que la
Administración del Estado es persona jurídica y cuando se dice -por citar un ejemplo
llamativo- que el Servicio Central de Publicaciones de un determinado ministerio tendrá el
82
carácter de organismo autónomo, con personalidad jurídica, por tanto .
82 Artículo 2 del Decreto-ley 4/1972, de 30 de junio, en relación con el artículo 2, LEEA.
83 G. ARIÑO ORTIZ, La Administración institucional (Bases de su régimen jurídico), IEA, Madrid, 1972,
especialmente pp. 113-126.
84 T.-R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Derecho administrativo, sindicatos y autoadministración, IEAL, Madrid, 1972,
pp. 63 y ss.
«El Abogado del Estado pretende ante todo la anulación de las actuaciones practicadas en la
primera instancia basándose en que en ella ha sido condenado el INSALUD sin que haya
sido oído a través de sus representantes legítimos al haberse seguido la tramitación del
proceso con el propio Letrado del Estado.
Ya en este punto será de recordar que la gran extensión y diversidad de los fines que
persigue la Administración Pública ha dado lugar a una importante peculiaridad del Derecho
Administrativo: la variabilidad del contenido de muchas de sus instituciones jurídicas
fundamentales -"escala de la demanialidad", "escala de la contractualidad", etc.- y en esta
línea últimamente ha aparecido la expresión "escala de la personalidad".
Si en el Derecho privado el concepto de la persona jurídica se formula teniendo presente el
de la persona física, en el campo del Derecho administrativo aquel concepto se configura
enfrentándolo con el de órgano. Pero entre la subjetividad orgánica y la personalidad plena
aparecen unas figuras intermedias integradas por centros, servicios u organismos que se
"personifican", es decir, que aparecen dotados con una personalidad instrumental cuyas
características no son las del ente fundamental del que dependen.
Éste es el caso -entre otros muchos- del Instituto Nacional de la Salud: aparece creado para
desarrollar las "funciones correspondientes al Estado en materia de salud" -art. 1, párrafo
primero del Real Decreto-ley 36/1978, de 16 de noviembre- y tales funciones -párrafo
segundo del mismo precepto- las desarrolla "bajo la dirección y tutela del Ministerio de
Sanidad y Seguridad Social" -en la actualidad el Instituto está presidido por el Secretario
General de Asistencia Sanitaria del Ministerio de Sanidad y Consumo, art. 11 del Real
Decreto 1943/1986, de 19 de septiembre (RCL 1986, 2926) .
Sobre la base de lo que acaba de indicarse el dato cierto que desde el punto de vista
procesal debe ser destacado es el de que el expediente administrativo en cuyo curso el
Instituto Nacional de la Salud dictó los actos administrativos aquí impugnados fue
efectivamente enviado a la Sala lo que implica que dicho expediente fue "reclamado" al
INSALUD, produciéndose así ya el emplazamiento previsto en el artículo 63.1 de la Ley
Jurisdiccional. Que su defensa haya estado en manos de uno u otro letrado -el del ente
tutelante o el del organismo personificado- o incluso que no se hubiera llevado a cabo por
ninguno es un dato irrelevante desde el punto de vista del artículo 24.1 de la Constitución
puesto que el INSALUD fue realmente emplazado. Y por otra parte, dentro de la levedad de
la personalidad del Instituto, hay que entender que el supuesto defecto alegado por el Letrado
del Estado habría de carecer de virtualidad bastante para provocar una nulidad de
actuaciones e incluso para dar lugar a un nuevo emplazamiento de quien ya fue emplazado
en la primera instancia.»
Teniendo presente todo esto, la pregunta que ha de formularse el iusadministrativista es ésta:
¿qué es lo que realmente se añade a un órgano cuando se declara legalmente que tiene
personalidad jurídica? ¿Qué consecuencias reporta para su actuación esa atribución de
86
personalidad? .
86 G. ARIÑO ORTIZ, La Administración institucional..., cit., p. 117.
1. Personalidad plena
a) De primer grado: el Estado.
b) De segundo grado: Comunidades Autónomas.
c) De tercer grado: provincias y municipios.
Así pues, y tal como puede apreciarse en el cuadro precedente, en derecho español tienen
personalidad jurídica plena el Estado, las Regiones y las diversas Administraciones locales.
Los llamados organismos autónomos -tanto los estatales como los locales- tienen una
personalidad parcial, no plena. Finalmente, los órganos administrativos, aun careciendo de
personalidad, tienen una cierta relevancia que en ocasiones da a su actuación cierta
apariencia de personalidad.
En la 4ª edición de estos Comentarios a la LRJPA encontrará el lector el análisis completo de
los diferentes grados de dicha escala. Aquí voy a referirme sólo a algunos de ellos.
2- Personalidad parcial
88 M. F. CLAVERO ARÉVALO, Personalidad jurídica. Derecho general y Derecho singular de las Administraciones
autónomas, ENAP, Madrid, 1962, p. 20.
b') El reconocimiento de esta prerrogativa de personificación es innegable en la
Administración local, donde el artículo 85, RS, establece que «las corporaciones locales
podrán realizar los servicios de su competencia dotándolos de personalidad jurídica pública»,
siendo competente para ello el Ayuntamiento pleno o la Diputación provincial [ art. 22.2, letra
f), y art. 33.2, letra r), en relación con el 47.3, letra, f), LBRL].
Y estos mismos órganos la tienen para crear mancomunidades y otras organizaciones
asociativas [ art. 47.3, letra b), LBRL].
c') En el ámbito estatal, a partir de la LEEA (RCL 1958, 2073) , esta prerrogativa se ha
transferido al poder legislativo. La creación de organismos autónomos habrá de ser
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
autorizada siempre por una ley ( art. 6.1 , LEEA). Que la creación de este tipo de personas
estatales carentes de base sociológica pertenezca a la reserva legal fue interpretado
entonces (la LEEA [RCL 1958, 2073] es de 1958) como expresión del deseo de frenar de
alguna manera la huida del derecho general que su creación implica.
b- Utilización del concepto de persona jurídica como técnica de evasión del derecho
administrativo general
a') Reiteradamente se ha subrayado incluso por el propio legislador que esta personificación
de meras competencias o de simples divisiones administrativas responde a la idea de buscar
una mayor agilidad jurídica y económica.
Pero siendo esto cierto, resulta asimismo innegable que por este medio la Administración
consigue evadirse del propio derecho general acudiendo a un derecho estatutario y singular
distinto del general y adaptado a las necesidades de la actividad a cumplir por el organismo
89
que se crea especialmente .
89 M. F. CLAVERO ARÉVALO, Personalidad..., cit., pp. 12-15.
a') El órgano -al menos en nuestro derecho- carece de personalidad. Es una parte de la
persona jurídica, un instrumento de la misma, un centro de poder a través del que la persona
jurídica actúa. Los actos del órgano se imputan directamente a la persona jurídica de que
forma parte. El órgano no actúa en nombre propio, sino en nombre ajeno, nomine alieno, en
nombre de la persona técnica.
Sin embargo, la realidad es mucho más compleja de lo que revelan estas afirmaciones.
Por lo pronto, la actuación del órgano tiene en todo caso una relevancia que no es posible
desconocer. Las resoluciones, por ejemplo, de una dirección general o de un ministro se nos
aparecen individualizadas y, al menos, en la vía administrativa de recurso son objeto de
impugnación en cuanto tales resoluciones orgánicas y no como actos de la Administración del
Estado. Esto es una realidad que no es posible desconocer y que, de por sí, justificaría el uso
91
de la expresión titularidad orgánica o, como dicen otros, subjetividad orgánica .
91 J. A. GARCÍA-TREVIJANO, Tratado..., cit., pp. 191 y s.; G. ARIÑO, La Administración institucional..., cit., pp. 120
y s.
91 J. A. GARCÍA-TREVIJANO, Tratado..., cit., pp. 191 y s.; G. ARIÑO, La Administración institucional..., cit., pp. 120
y s.
Por otra parte, hay casos en que el órgano administrativo actúa de manera que parece como
si lo hiciera en nombre propio.
Finalmente, hay cierto tipo de órganos (los llamados en nuestro derecho «servicios sin
personalidad jurídica» y «órganos especiales») cuya naturaleza híbrida es evidente y está
expresamente subrayada por el legislador.
93 La llamada Escuela Nacional de Administración Pública se creó por orden comunicada y así vino funcionando
durante unos años hasta que la Ley 93/1961, de 23 de diciembre (RCL 1961, 1873) , le dio el carácter de organismo
autónomo.
b') Hibridismo sustancial de los órganos cualificados. Clases de éstos en derecho español
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
- La forma organizadora a que aquí me estoy ocupando viene a constituir -según anticipé ya-
una categoría intermedia entre el organismo autónomo y el simple órgano, participando de
rasgos comunes a ambos.
Este carácter híbrido aparece expresado con toda claridad en el preámbulo de la LEEA (RCL
1958, 2073) , que calificándolos de «servicios sin personalidad jurídica», dice:
«El hecho de que carezcan de personalidad jurídica distinta de la del Estado explica
suficientemente que se los someta en muchos aspectos a las mismas disposiciones
aplicables a aquél: pero la circunstancia de gozar de cierta autonomía funcional y financiera
justifica también que se les aplique gran parte del régimen propio de los organismos
autónomos, con escasas peculiaridades y pocas variaciones.»
- En derecho español encontramos lo mismo antes que ahora las siguientes manifestaciones
de titularidad orgánica cualificada:
• En el ordenamiento estatal los que se llamaban «servicios sin personalidad jurídica», con
dos especies ( arts. 3 y 84 a 90, LEEA): los servicios públicos centralizados; y los organismos
creados para la administración de fondos especiales.
• En el ordenamiento local la titularidad orgánica cualificada se manifiesta a través de la
llamada «gestión directa con órgano especial de administración» ( art. 70, RS), o «servicios
prestados mediante una organización especializada» ( art. 102 TRLRL).
94 El problema de la verdad en el derecho es un tema inmenso. Para empezar a aproximarse a él conviene leer,
como estoy haciendo en estos días, a Georges KALINOWSKI, El problema de la verdad en la moral y en el derecho,
ed. Universitaria de Buenos Aires, 1979 (traducción del original francés, por Enrique Mari). [Este libro -cuya
existencia ignoraba- me ha sido facilitado por mi colega el profesor A. NIETO].
El tema de que ahora voy a ocuparme tiene gran importancia por cuanto se trata de una
técnica de creación jurisprudencial mediante la que se pueden poner al descubierto las
verdaderas relaciones que ligan a distintas personas técnicas y extraer de ello las pertinentes
consecuencias.
Porque una cosa es que la personalidad técnica permita actuar frente a terceros con
independencia y otra cosa que esta independencia realmente exista. Y desde luego es un
hecho perfectamente constatable levantando el velo de la personalidad la relación de
instrumentalidad que liga a muchas personas técnicas de derecho público (organismos
95
autónomos, por ejemplo) con la Administración territorial matriz .
95 Si se presta atención, se comprende que esta técnica de interpretación aplicativa es la misma que postulaba
Parménides de Elea, fundador de la Ontología o doctrina de ser, el cual decía que para conocer la verdad (aletéia) es
necesario levantar el velo que cubre las cosas, las cuales, de esta forma, nos manifiestan su ser.
95 Si se presta atención, se comprende que esta técnica de interpretación aplicativa es la misma que postulaba
Parménides de Elea, fundador de la Ontología o doctrina de ser, el cual decía que para conocer la verdad (aletéia) es
necesario levantar el velo que cubre las cosas, las cuales, de esta forma, nos manifiestan su ser.
Aunque el empleo de esta técnica es más frecuente en la jurisdicción civil, no faltan ejemplos
de utilización por la jurisdicción contencioso-administrativa.
- S. de 9 de junio de 1988, [antigua] Sala 4.ª, Ponente: González Navarro (RJ 1988, 5319) :
«Pero esta Sala de apelación no comparte esta literalista interpretación que desconoce la
verdadera naturaleza que liga a una Administración matriz con los entes institucionales que
de él dependen, y que, además, desconoce la condición de verdadero sistema que constituye
la Administración municipal. Porque es el caso que el Patronato de que se trata es una
fundación pública dependiente del Ayuntamiento de Barcelona. En consecuencia, es
necesario alzar el velo de la personalidad jurídica para apreciar la auténtica relación que une
al Ayuntamiento con las fundaciones públicas que de él dependen, que es una relación
fiduciaria, en virtud de la que el ente matriz -Ayuntamiento de Barcelona- "confía" al Patronato
la realización de una finalidad concreta: guardería infantil. La personalidad de la fundación,
contratista. Porque es inaceptable que el Ayuntamiento titular del servicio al que queda
afectada la obra recibida de conformidad por la Administración del Estado pretenda imputar al
contratista responsabilidad por no obtener licencia para una obra que se hace para él con el
argumento de que se incumplen las ordenanzas municipales. Esto es contra el derecho.
También contra la ley. Y esto último porque entonces -precisamente para respetar el
derecho- hay que alzar el velo de la personalidad y ver lo que en realidad ocurre: una técnica
de apoyo financiero del Estado a un ente local que no sólo es titular del servicio sino, en
realidad, de la obra y hasta del contrato y que, en consecuencia, estaba obligado a facilitar al
contratista la licencia, tal como quiere el artículo 131.1 del Reglamento citado.»
Para entender el principio de transparencia -y lo digo porque yo mismo, durante algún tiempo,
he andado perdido en este tema- es necesario tener presente algo que, siendo por demás
obvio, suele pasarse por alto: que el reverso de la transparencia no es el secreto, sino la
opacidad. Parece lo mismo pero no es igual.
Como tampoco es lo mismo secreto que sigilo, términos que nuestra legislación emplea como
sinónimos, pero que deben diferenciarse porque, efectivamente, cubren campos semánticos
distintos.
Ejemplo histórico, casi increíble, de opacidad es el decreto de extrañamiento de los jesuitas
expedido por Carlos III en 1767. Lo transcribo en el comentario al artículo 89 [apartado IV, 5,
letra a)]. Podrá comprobar allí el lector cómo este monarca absoluto -donde los haya- que tan
buena prensa tiene «en los actuales tiempos democráticos» se permite -que para eso era rey
absoluto- «reservar en su real ánimo» aquellas «causas urgentes, justas y necesarias» que le
llevaron a tomar tan tremenda decisión.
Lo contrario -exactamente lo contrario- de esto es la transparencia. Que en un Estado
democrático la opacidad sea vicio vitando es algo que al más lerdo se le alcanza. Porque uno
de los rasgos definidores -no meramente retóricos- de la democracia es, precisamente, el
deber que tienen los poderes públicos de dar razón de sus actos. No ya en el sentido de
tener que responder de ellos -que esto es obvio- sino en el de tener que explicar, razonada y
razonablemente, su actuación.
Ahora bien, ese principio (o regla, que tanto da en este momento) de la transparencia tiene
dos vertientes o, si prefiere, dos caras: una anterior, o haz, y otra posterior, el envés: el deber
de informar y el deber de callar.
La moneda es una, con dos caras: «cara» y «cruz»; una era también la tizona, pero sus lados
son dos: el haz y el envés. Una y la misma cosa es también el principio o regla de la
transparencia, pero presenta dos aspectos que no son distintos, ni tampoco contradictorios;
son, simplemente, complementarios.
Pero ese deber de callar que tiene a veces toda Administración transparente, tiene, a su vez,
96
dos aspectos: el secreto y el sigilo. Y corresponde al profesor SAINZ MORENO el haber
llamado la atención acerca del diferente significado de estos dos significantes tan vecinos que
durante mucho tiempo he tomado como sinónimos:
96 Fernando SÁINZ MORENO, Secreto e información en el derecho público, en la obra colectiva «Estudios sobre la
Constitución española, Homenaje al profesor Eduardo García de Enterría», Civitas, Madrid, 1991, tomo III, p. 2891.
96 Fernando SÁINZ MORENO, Secreto e información en el derecho público, en la obra colectiva «Estudios sobre la
Constitución española, Homenaje al profesor Eduardo García de Enterría», Civitas, Madrid, 1991, tomo III, p. 2891.
- El deber de sigilo se configura como un deber personal de discreción cuya finalidad es la de
evitar perturbar o causar daños o molestias innecesarias tanto a la propia Administración
como a los ciudadanos.
- El deber de secreto se refiere a asuntos concretos a los que se les atribuye el carácter de
reservados, bien porque hayan sido clasificados como tales, bien porque lo dispone la ley.
Por último, hay que decir que la expresión «secreto administrativo» que se emplea, a veces,
cuando se tratan estas cuestiones, es ambigua. Quizá debería hablarse de secreto en las
relaciones jurídico-administrativas.
Porque -y esto prueba la complejidad de la materia que estoy tratando- es, a veces, el
particular el que tiene el deber de callar frente a eventuales requerimientos de la
Administración.
Generalmente, en estos casos se trata de actividades privadas de las llamadas
reglamentadas, y propiamente este aspecto podría decirse que desborda el tema de la
transparencia administrativa, porque no estamos ante un deber -sea de informar sea negar la
información- que se imponga a la Administración.
Pero como tampoco puede negarse que «algo» tiene que ver con la materia aquí tratada,
eludirlo absolutamente puede ser poco conveniente.
Por ello, repito, prefiero -y propongo- hablar del deber de secreto en las relaciones
administrativas, para expresar que ese deber puede recaer en cualquiera de las dos
posiciones -activa o pasiva- de la relación.
2- Grupo normativo
97 Juan Francisco MESTRE DELGADO, El derecho de acceso a archivos y registros administrativos [Análisis del
artículo 105.b) de la Constitución], Civitas, 2.ª ed. ampliada, Madrid, 1998, especialmente pp. 55-74.
El pausado pero inapelable avance del paradigma de la transparencia, expuesto a grandes
rasgos, ha seguido el siguiente trayecto:
a') Directiva del Consejo 90/313/CEE, de 7 de junio de 1990 (LCEur 1990, 613) , de acceso a
la información en materia de medio ambiente, cuyo objeto es «garantizar la libertad de
acceso y la difusión de la información sobre el medio ambiente que esté en poder de las
autoridades públicas» ( art. 1), información que deberá estar «a disposición de cualquier
persona física o jurídica que lo solicite y sin que dicha persona esté obligada a probar un
interés determinado» ( art. 3).
Cinco años después esta directiva ha sido incorporada al derecho español por Ley 38/1995,
98
de 12 de diciembre (RCL 1995, 3330) .
98 Por su interés, incluso, si se quiere, por su sentido radical, estudiaré esta normativa en el comentario al artículo 35
.
98 Por su interés, incluso, si se quiere, por su sentido radical, estudiaré esta normativa en el comentario al artículo 35
.
b') Directiva de 21 de mayo de 1991 (LCEur 1991, 531) , sobre tratamiento de aguas
residuales (DOCE, núm. L 135, de 30 de mayo de 1991), cuya finalidad es «garantizar la
información al público, mediante la publicación de informes periódicos, sobre la evacuación
de aguas residuales urbanas y lodos» ( Preámbulo ).
c') Tratado de Maastricht, de 7 de febrero de 1992, en cuya Acta final se contiene una
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
«Declaración relativa al derecho de acceso a la información», cuyo tenor literal vale la pena
reproducir aquí:
«La Conferencia estima que la transparencia del proceso de decisión refuerza el carácter
democrático de las Instituciones, así como la confianza del público en la Administración. La
Conferencia recomienda, por consiguiente, que la Comisión presente al Consejo, a más
tardar en 1993, un informe sobre medidas destinadas a mejorar el acceso del público a la
99
información de que disponen las instituciones» .
100 Juan Francisco MESTRE DELGADO, El derecho de acceso a archivos y registros administrativos [Análisis del
artículo 105.b) de la Constitución], Civitas, 2.ª ed. ampliada, especialmente pp. 33-46.
a') A través de diversos preceptos constitucionales se ha hecho patente el principio de
3- Dogma y realidad
Los juristas hemos sacado de quicio el derecho. Porque un derecho desgajado del resto de la
vida, desintegrado del universo cultural, no puede ser otra cosa que un derecho desquiciado.
Desaparece lo auténtico y emerge el pastiche. Se renuncia a tallar la piedra y se recurre... al
cartón-piedra. Lo que en este caso significa -entre otras cosas- que el hombre de derecho se
convierte en hombre de leyes para acabar degenerando en leguleyo.
No es el momento de desenvolver este suculento tema del extremismo -como tal
simplificador- sobre el que algunas ideas apuntó ya ORTEGA. Pero quede anotada aquí mi
creencia de que no es posible ser jurista de verdad, hombre de derecho en el más noble
sentido de la expresión, si no se tiene plena conciencia de que el derecho es un subsistema
de un sistema cultural en el que está integrado y sin el que la letra de la ley se convierte en
un residuo desalmado.
Aquí debo limitarme a tratar sólo un aspecto -uno más- de ese desquiciamiento, un aspecto
que sale al paso apenas se sumerge uno en esa literatura -que empieza ya a ser abundante-
sobre el llamado principio de transparencia.
Porque pareciera como si hubiéramos encontrado la nueva piedra filosofal del buen hacer
administrativo, y que -reverdeciendo la vieja letra de Modugno en aquel Festival de San
Remo ya hoy tan lejano- oyéramos gritar por doquier: «¡Aprite la finestra al nuovo sole...!»,
que así parecen entender algunos eso de la transparencia. Y tan cierto es lo que digo que
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
incluso hemos asistido no hace muchos años -en diciembre de 1998- al esperpéntico suceso
de una cárcel de máxima seguridad que celebra ¡una «jornada de puertas abiertas»! Y preso
hubo que se lo tomó al pie de la letra...
101
Un autor portugués, VARGAS MÓNIZ , ha postulado «una Administración pública que sea
una verdadera "casa de cristal"». He aquí una manifestación de extremismo, de aislamiento
de la realidad. Una Administración así sería tan frágil como aquella «casita de papel»
construida tan cerca del cielo que parecía estar dentro de él, y en la que proyectaban vivir los
enamorados de que hablaba una cancioncilla, tan tonta como cursi, de allá por los años
cuarenta.
101 Citado por Jaime RODRÍGUEZ-ARANA, La transparencia en la Administración pública, «Revista Vasca de
Administración pública», núm. 42, 1995, pp. 447-463.
101 Citado por Jaime RODRÍGUEZ-ARANA, La transparencia en la Administración pública, «Revista Vasca de
Administración pública», núm. 42, 1995, pp. 447-463.
Una Administración no puede ser absolutamente transparente. Por las razones dichas más
arriba, en primer lugar. Y porque también a ella podría aplicarse esa censura que se formula
contra quienes pretenden ser absolutamente sinceros: que hay siempre algo de impudor en
querer llevar el alma tan desnuda.
Bien está el dogma de la transparencia, pero atemperado por el medio cultural en que nos
movemos.
4- Las dos caras del principio de transparencia: deber de informar y deber de callar
a- Otros artículos de la LRJPA (RCL 1992, 2512) que se ocupan de algunos supuestos de
transparencia de la actuación administrativa
Son éstos:
- acceso de los interesados al expediente [ art. 35, letra a)];
- obtención de información y orientación de los requisitos jurídicos o técnicos que las
disposiciones vigentes imponen a proyectos, actuaciones o solicitudes que se propongan
realizar [ art. 35, letra g)]; y
- acceso a los archivos y registros administrativos [ art. 35, letra h), en relación con el art. 37].
Remito, en consecuencia, al lector al comentario correspondiente.
Sin perjuicio de ello, y como demostración del muy extenso campo que necesariamente he de
dejar aquí sin roturar, invito al lector a repasar el boceto de esquema conceptual que podría
utilizarse para estudiar este complejísimo tema.
Aunque ello sea por demás notorio para quienes hayan leído con detenimiento el trabajo de
F. SAINZ MORENO al que varias veces me he referido ya en este comentario, hago la
advertencia de que para elaborar ese boceto he partido del sumario de su, hasta ahora
insuperada, investigación.
Las dos caras del principio de transparencia: deber de informar y deber de callar
I. Órganos constitucionales
1. Gobierno
a) Deber de guardar secreto de las deliberaciones (art. 5.3, LG; Real Decreto de 5 de
abril de 1979 [RCL 1979, 985])
b) Publicación (en su caso: difusión) del contenido de las deliberaciones [art. 9.1, letra
c), LG]
e') Copias, certificaciones y aclaraciones (arts. 70.3, LBRL; 204, 207 y 230.2, ROF)
c) Asociaciones de vecinos
Artículo 234, ROF
5. Información a los miembros de las Corporaciones locales
a) Regla general
Artículo 77, Ley 7/1985
b) Acceso a la documentación y consulta de la misma
Artículos 14.2 y 14.3, 15, 84 y 85, ROF
c) Deber de los recipiendarios de la información de guardar reserva
Artículo 16.3, ROF
6. Deber de facilitar información a otros Poderes públicos
a) A otras Administraciones públicas
Artículo 55, LBRL, y artículo 4.1.e), LRJPA
b) A las Cortes generales
Artículo 109, CE
c) Al Defensor del Pueblo
Artículos 12, 18, 19, 20, 21 y 22, LO de 6 de abril de 1981, del Defensor del Pueblo
El principio o regla de la transpariencia viene siendo invocado de tiempo atrás por el Tribunal
Supremo. No son escasas en efecto las ocasiones en que lo ha aplicado la Sala 3ª (de lo
contencioso-administrativo), en relación con muy diversas manifestaciones de la actividad
administrativa no sólo de la Administración pública stricto sensu, sino también de las
organizaciones administrativas de apoyo a otros poderes públicos. Por ejemplo:
- Autorización de apertura de farmacia: el principio de publicidad y transpariencia no es
incompatible con el de concurrencia competitiva: STS de 24 de noviembre de 2003, Sala 3ª,
sección 4ª (recurso de casación núm. 7444/2000), ponente Fernández Montalvo (RJ 2003,
9135) .
- Demolición de edificio por ruina inminente sin ajustarse al procedimiento legal: viola, entre
otros principios básicos del procedimiento administrativo, el de transpariencia: STS de 28 de
febrero del 2001 (RJ 2001, 3282) , Sala 3ª, sección 5º (recurso de casación 698/1996),
ponente Garzón Herrero.
- Deber de transpariencia de los órganos del Senado; no se incumple cuando esos órganos
tienen que salir al paso, en rueda de prensa, de graves denuncias de delito hechos
directamente al Fiscal, un funcionario de la Cámara, sin haber puesto antes los hechos en
conocimiento de sus superiores: STS de 27 de mayo del 2003, Sala 3ª, sección 6ª (recurso
contencioso-administrativo núm. 728/2000), ponente MARTÍNEZ-VARES.
- Incompatibilidades para el ejercicio de la Abogacía: no es razonable que sean más estrictas
que las que se establecen para el personal judicial: STS de 3 de julio del 2003 (RJ 2003,
5430) , Sala 3ª, sección 6ª (recurso contencioso-administrativo núm. 498/2001), ponente Siera
Míguez.
- Proyectos de obras que afectan a grandes extensiones de terrenos con múltiples
interesados (particulares y Corporaciones públicas): deber de garantizar la transpariencia en
el trámite de información pública: STS de 11 de febrero del 2004 (RJ 2004, 4472) , Sala 3ª,
sección 3º (recurso contencioso-administrativo núm. 204/2002), ponente Bandrés
Sánchez-Cruzat.
- Registro de Asociaciones: requisitos que deben contener las solicitudes de datos: STS de
de informar, y visto por su envés, implica un doble deber: un deber genérico de callar, que es
lo que se llama sigilo (o discreción), y un deber específico de secreto. Y son múltiples los
supuestos que hay en nuestro derecho positivo -porque no son pocos, sino muchos- que
confirman lo que decimos. Y como el catálogo de esos supuestos anda en monografías y
manuales a ellos nos remitimos. Bástenos, pues, con recordar, entre otras razones para
insistir en que la transparencia es consustancial a un poder de base democrática, que en el
Acta final del Tratado de Maastrique [sic] de 7 de febrero de 1992, se contiene una
"Declaración relativa al derecho de acceso a la información" en la que puede leerse esto: "La
Conferencia estima que la transparencia del proceso de decisión refuerza el carácter
democrático de las decisiones, así como la confianza del pueblo en la Administración".
Pues bien, en el caso que nos ocupa, la Administración pública entendió que tenía el deber
de callar y, porque así lo entendió, cubrió con una declaración de "secreto" esas razones que
le llevaban a desestimar la solicitud de quien aquí ha comparecido como recurrido. Nada
tenemos que objetar -pues carecemos de datos para hacerlo- a la adopción por la
Administración de esa decisión de cubrir con la veladura del secreto el informe del Centro
Superior de Investigación y Defensa relativo Doña María Inmaculada. Pero ese deber de
callar, que es también potestad, no es absoluto. Tiene límites, y el que nos ocupa es uno de
ellos. Porque la Administración se encuentra constitucionalmente sujeta (art. 106) al control
por el Poder judicial de todas las manifestaciones de su actuación, y mal podría ejercerse ese
control judicial si la mera negativa o la simple conducta omisiva de la Administración pudiera
impedir a un Tribunal de Justicia conocer de las razones que han determinado la
desestimación en vía administrativa de la solicitud de otorgamiento de la nacionalidad.
Hay medios para que, sin menoscabo del deber genérico de sigilo y del específico del
secreto, que obligarían en este caso no sólo a la Administración sino también a los
magistrados actuantes, se hubiera cumplido por parte de aquélla con el deber, que también
tiene, de explicar, razonada y razonablemente, las razones de su decisión desestimatoria.
Y como no lo ha hecho, pese a haber sido negada la imputación por el interesado, el cual,
además pidió que se explicitara qué es lo que había de reprochable en su conducta o en sus
relaciones, cuya gravedad es de tal naturaleza que pone en riesgo los intereses generales,
petición que apoyó el Fiscal y determinó el requerimiento de transparencia que formuló la
Sala de instancia y desatendió la Administración, el motivo invocado por el Abogado del
Estado, con su doble línea argumental debemos rechazarlo, con lo que el recurso de
casación por él interpuesto decae en su totalidad.
En análogo sentido, y con cita de esta sentencia y de la que se recoge a continuación, STS
de 17 de enero de 2006, Sala 3ª, Sección 6ª (recurso de casación núm. 1615/2000), (RJ
2006, 92) ponente Octavio Juan Herrero Pina.
- Documentos clasificados: control judicial de la negativa del Gobierno a desclasificar: STS de
4 de abril de 1997, Sala 3ª, sentencia del Pleno (recurso contencioso-administrativo núm.
726/1996) (RJ 1997, 4513) , ponente Trillo Torres.
Es probablemente la más importante sentencia dictada sobre el principio de transpariencia.
Hay que leerla completa. Recojo, no obstante, los párrafos finales del FJ 7ª en que se maneja
una nueva unidad jurídica: la de los «conceptos judicialmente asequibles»:
«"Reconocido, sin embargo, que nuestro sistema normativo admite la existencia objetiva de
unos actos de dirección política del Gobierno en principio inmunes al control jurisdiccional de
legalidad, aunque no a otros controles, como son los derivados de la responsabilidad política
o el tratamiento judicial de las indemnizaciones que puedan originar, esto no excluye que la
vigencia de los artículos 9 y 24.1 de la Constitución nos obligue a asumir aquel control
cuando el legislador haya definido mediante conceptos judicialmente asequibles los límites o
requisitos previos a los que deben sujetarse dichos actos de dirección política, en cuyo
supuesto los Tribunales debemos aceptar el examen de las eventuales extralimitaciones o
incumplimiento de los requisitos previos en que el Gobierno hubiera podido incurrir al tomar la
decisión".
Es esta idea de "conceptos judicialmente asequibles", la que nos lleva a afirmar que si
Para poner un mínimo de orden en tan complejo tema es conveniente distinguir, siguiendo a
ZAFRA VALVERDE, dos formas de participación: la participación organizada y la
102 103
participación no organizada .
102 Fernando SÁINZ MORENO, Secreto e información en derecho público, cit., p. 2981.
102 Fernando SÁINZ MORENO, Secreto e información en derecho público, cit., p. 2981.
103 José ZAFRA VALVERDE, Teoría fundamental del Estado, Pamplona, 1990, tomo segundo, pp. 1543-1669.
Como vamos a ver, la LRJPA en esa sección 4.ª del capítulo III del título VI no trata de
ninguna forma de participación en el sentido que esta voz tiene en el lenguaje político. Sí
contempla, en cambio, una forma de verdadera participación política en el artículo 78.2 ,
siquiera se trata de una de las formas de participación que la doctrina llama inorganizadas: la
opinión pública.
1- Participación organizada
104 Sobre el principio de participación, cfr. T. FONT I LLOVET, Algunas funciones de la idea de participación,
«REDA», núm. 45, 1985, pp. 45-53; E. GARCÍA DE ENTERRÍA, La participación del administrado en las funciones
administrativas, en «Homenaje a Segismundo Royo-Villanova», Madrid, 1977, pp. 305 y ss.; A. MESA-MOLES
SEGURA, Participación de los administrados en la obra de la Administración, Bol. Universidad de Granada, 1933, pp.
78 y ss.; S. MUÑOZ MACHADO, Las concepciones del derecho administrativo y la idea de participación en la
administración, «RAP», núm. 84, 1977, pp. 519-535; M. SÁNCHEZ MORÓN, La participación del ciudadano en la
Administración pública, ed. Centro de Estudios Constitucionales, 292 pp., Madrid, 1980; del mismo: El principio de
participación en la Constitución española, «RAP», núm. 89, 1979. Cfr. también el número monográfico que publicó el
Anuario de la Facultad de Derecho del Estudio general de Lérida, con el título La participación, y donde se recogen
las ponencias y comunicaciones presentadas a las III Jornadas jurídicas que tuvieron lugar los días 9 y 10 de mayo
de 1985, en aquella Facultad.
a- Naturaleza
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
a') Potestad -y, en su caso, deber- del ciudadano de intervenir en los asuntos que conciernen
a la gobernación de la comunidad
Entre los que llama derechos fundamentales proclama la Constitución el de «participar en los
asuntos públicos, directamente o por medio de representantes libremente elegidos» ( art. 23.1
).
Se trata de una potestad del individuo en cuanto ciudadano, no como titular de un concreto
derecho o interés legítimo. El ejercicio de esa potestad es normalmente voluntario, sin
perjuicio, de que, en ocasiones, pueda ser estimulado por diversos medios. No obstante, hay
casos en que la potestad de participar aparece articulada más bien como un deber ciudadano
(caso de la participación en mesas electorales, por ejemplo).
b') Deber de los poderes públicos correlativo a aquella potestad
«Corresponde a los poderes públicos... facilitar la participación de todos los ciudadanos en la
vida política, económica, cultural y social» ( art. 9.2 ).
Ciertamente podría hablarse aquí de una acción de fomento para designar la actualización o
ejecución de ese deber por los poderes públicos, pero no sólo las técnicas de fomento sino
otras muchas pueden resultar adecuadas para obtener esa facilitación. Si bien se mira
cualquier manifestación de la actividad administrativa puede contribuir a esa finalidad, y
desde luego la de mando y la de organización parecen perfectamente adecuadas para ello.
b- Fundamento práctico
Junto a explicaciones teóricas -que, ciertamente, ilustran bien acerca de la posición del
principio de participación dentro del subsistema- hay otras de tipo pragmático que
probablemente resultan más eficaces que aquéllas a la hora de animar a los poderes públicos
a facilitar la participación ciudadana.
La realidad prueba que, en la compleja sociedad de nuestros días, el Estado no puede
cumplir muchos de los fines que tiene encomendado con su viejo arsenal de funciones
directivas: planificación, organización, mando y control. Y por eso, desde la década de los
sesenta del pasado siglo XX se viene hablando de una Administración concertada o de
participación como complemento indispensable de la tradicional Administración autoritaria.
Toda una mística ha surgido incluso en torno a aquélla, aunque ya la doctrina se halla de
vuelta de los primitivos entusiasmos, y ha denunciado los riesgos para la libertad y la justicia
105
que se esconden tras la sugestiva máscara de esa Administración participativa .
105 Cfr. E. GARCÍA DE ENTERRÍA y T.-R. FERNÁNDEZ, Curso de derecho administrativo, Civitas, I, 5.ª ed.,
Madrid, 1989, pp. 645-653, y también -con nuevos datos- en la 12ª ed., tomo I, Madrid, pp. 677-685.
105 Cfr. E. GARCÍA DE ENTERRÍA y T.-R. FERNÁNDEZ, Curso de derecho administrativo, Civitas, I, 5.ª ed.,
Madrid, 1989, pp. 645-653, y también -con nuevos datos- en la 12ª ed., tomo I, Madrid, pp. 677-685.
106 Para un conocimiento más completo de las cuestiones de que se trata en este apartado, puede leerse con
provecho a Karl LOEWENSTEIN, Teoría de la Constitución, Ariel, 2.ª ed., Barcelona, 1976, pp. 326-346.
El pueblo participa en el proceso político de dos maneras: eligiendo las personas que han de
tomar las decisiones políticas como legisladores y gobernantes (participación indirecta), y
votando en un referéndum (participación directa).
• A través del proceso electoral se designan normalmente los miembros del órgano legislativo
(si bien puede ocurrir que la elección de un número reducido de éstos se reserve a
corporaciones determinadas o al jefe del Estado). También se da el caso de que el jefe del
Estado sea elegido por votación popular.
La elección realizada implica ya una toma de decisión política llevada a cabo por el pueblo,
decisión que periódicamente es susceptible de revisión o de confirmación en las sucesivas
elecciones.
Cuando se produce la disolución anticipada del Parlamento, el pueblo se convierte en
a') Supuestos que quedan fuera de la participación que ahora va a ser estudiada
Para la imprescindible diferenciación conceptual obliga a dejar fuera del concepto, por lo
menos, los siguientes supuestos:
- la actuación de los servidores públicos (funcionarios stricto sensu, personal contratado,
etc.);
- la prestación del servicio militar;
- la actuación de los contratistas de servicios y de obras públicas;
- la participación en empresas públicas mediante la aportación de capital o de trabajo
(empresa mixta, gestión interesada, etc.);
- lo que se designa genéricamente como «ejercicio privado de funciones públicas» (por
ejemplo, participación en el sistema de transportes urbanos mediante la prestación del
servicio de taxis previa licencia; participación en el sistema de la sanidad pública mediante la
apertura autorizada de una clínica privada; etc.);
- la participación como interesado en un procedimiento administrativo cualesquiera que sea el
momento en que se incorporen al mismo o la cualificación con que se haga, y con
independencia de que esa «entrada» en el procedimiento tenga lugar por propia iniciativa o
como consecuencia de una «invitación» de la Administración (por ejemplo, mediante el
trámite de información pública);
- la participación en un proceso contencioso administrativo como parte principal o como
coadyuvante a la Administración.
b') Participación directa y participación indirecta en la función administrativa
Dejando aparte todos estos supuestos (la relación no pretende ser exhaustiva), nos queda
todavía un resto muy extenso de manifestaciones participativas del ciudadano que, sin
mayores pretensiones, propongo ordenar en dos grandes apartados: formas de participación
directa y formas de participación indirecta.
• Los distintos supuestos de participación directa pueden, a su vez, agruparse así:
- Participación espontánea: iniciativas, sugerencias y denuncias facultativas.
- Participación provocada: denuncia-deber.
• Los supuestos de participación indirecta son también variados, por lo que conviene intentar
una clasificación que podría ser ésta:
- Participación interesada, bajo cuya rúbrica debe incluirse el ejercicio de la llamada acción
107
popular . Diversos ejemplos de acción popular pueden citarse en nuestro ordenamiento
administrativo: artículo 8.2 de la Ley 16/1985, de 25 de junio, de regulación del Patrimonio
Comentario al art. 3 de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común.
histórico español:
107 En cambio, y como ya he dicho antes, creo que hay que dejar fuera de este supuesto, y también de la
participación de que aquí estoy hablando, las actuaciones del coadyuvante y del que, por tener un interés que
defender, formula alegaciones en el trámite que se llama de información pública.
107 En cambio, y como ya he dicho antes, creo que hay que dejar fuera de este supuesto, y también de la
participación de que aquí estoy hablando, las actuaciones del coadyuvante y del que, por tener un interés que
defender, formula alegaciones en el trámite que se llama de información pública.
«Será pública la acción para exigir ante los órganos administrativos y los tribunales
contencioso-administrativos el cumplimiento de lo previsto en esta ley, para la defensa de los
bienes integrantes del Patrimonio histórico español.»
Otro ejemplo: artículo 109.1 de la Ley 22/1988, de 28 de julio, de Costas:
«Será pública la acción para exigir ante los órganos administrativos y los tribunales la
observancia de lo establecido en esta ley y en las disposiciones que se dicten para su
desarrollo y aplicación.»
Más problemático resulta que la existencia de acción popular, en determinados casos, pueda
presumirse. Pero el Tribunal Supremo así lo ha hecho en alguna ocasión, concretamente
para exigir la publicidad de los acuerdos locales: En estos casos, viene a decir la sentencia,
la acción pública está implícita en el sistema porque de esta manera se hace posible la
participación ciudadana de que habla el artículo 9.2 , CE:
- S. de 1 de septiembre de 1987, Ponente: Delgado Barrio (RJ 1987, 7713) :
«... Precisamente porque no cabe participación allí donde hay secreto o penumbra, el mismo
texto constitucional establece un criterio general, aunque no absoluto, de publicidad de la
actuación de los poderes públicos [...].
... lo que implica que dicha generalidad de ciudadanos está formalmente interesada en
aquella publicidad, o lo que es lo mismo, está legitimada para impugnar los acuerdos
municipales que la menoscaben, lo que equivale a reconocer la existencia de una acción
pública para hacer efectiva tal publicidad. Acción pública que está implícita en el sistema y
que contribuye, en último término, a hacer posible la participación ciudadana -art. 9.2, CE- y a
facilitar la puesta en marcha, en su caso, del control judicial de la Administración que tan
ampliamente dibuja el artículo 106.1, CE, y que en esta completa configuración integra la
cláusula regia del Estado de derecho».
- Participación orgánica. En este supuesto se incluye, además de los supuestos tradicionales
de autoadministración (colegios profesionales, comunidades de regantes, etc.), las diversas
manifestaciones que se suelen agrupar bajo la rúbrica de «inserción de legos» en la
Administración, bien en ejercicio de funciones puramente consultivas (participación de
profesionales no funcionarios en las llamadas «comisiones de expertos», o en las
asociaciones de padres de alumnos, en las asociaciones vecinales, etc.), bien de funciones
decisorias (intervención en el proceso electoral a través de las «mesas electorales»,
presencia de estudiantes y de personal no docente en órganos universitarios, etc.). También
creo que debe incluirse aquí la participación en la realización de fines públicos de
organizaciones privadas de interés público (fundaciones: art. 34 de la Constitución;
asociaciones de utilidad pública: art. 4 de la Ley de Asociaciones de 24 de diciembre de
1964; cajas de ahorro, explotaciones agrarias ejemplares: arts. 270 y ss. de la Ley de
Reforma y desarrollo agrario de 12 de enero de 1973; etc.). Asimismo, habrá que incluir aquí
la participación en órganos administrativos de los trabajadores a través de las organizaciones
sindicales más representativas.
En relación con este último supuesto, se ha planteado el problema de si esa exigencia de
«mayor representatividad» quiebra el principio de igualdad. Véase lo que al respecto dice -un
ejemplo entre muchos- el Tribunal Supremo:
- S. de 11 de marzo de 1995, Sala 3.ª, Sección 7.ª, Ponente: Trillo (RJ 1995, 4108) :
«Desde una Sentencia de 24 de abril de 1990 ( RJ 1990, 3560) , ha sido constante la doctrina
jurisprudencial de la Sala [ SS. de 10 de mayo de 1990 (RJ 1990, 4047) , 30 de marzo y 2 de
2- Participación no organizada
a- La opinión pública
a') Concepto
Con fórmula que permite acotar un concepto muy difícil de apresar en los términos de una
definición, se ha dicho por ZAFRA VALVERDE que la opinión pública es aquella acción
pública inorganizada mediante la cual el pueblo anónimo, en cuanto se manifiesta de diversas
formas como público interesado en los asuntos de organización y gobierno, influye sobre el
comportamiento de los gobernantes merced a la fuerza social que acompaña a la
108
exteriorización de sus pensamientos y actitudes .
108 José ZAFRA VALVERDE, Teoría fundamental del Estado, cit., p. 1631.
108 José ZAFRA VALVERDE, Teoría fundamental del Estado, cit., p. 1631.
Tres elementos subyacen en esta noción: un público opinante, la opinión de ese público, y la
forma de manifestarse esa opinión. Analizo estos elementos brevemente.
b') El público opinante
La opinión pública es, por lo pronto, la opinión del pueblo anónimo. Pero ¿quiénes integran
ese pueblo anónimo? No resulta fácil precisarlo, pues su mayor o menor amplitud varía en
razón de los contenidos sobre los que la correspondiente opinión ha de versar.
Se trata, desde luego, de un público interesado. El «no sabe, no contesta» que prevén los
cuestionarios de todas las encuestas está confirmando prácticamente que hay que contar con
el desinterés de una parte de ese pueblo anónimo.
Pero tampoco sería cierto decir que ese pueblo anónimo está integrado sólo por los
ciudadanos de un determinado Estado. Es sabido que hay una opinión pública internacional
la cual ejerce su influencia por encima de las barreras del Estado.
Y hay que admitir también que más que de un público opinante quizá debiera hablarse de
una pluralidad de públicos que pueden estar interesados en opinar según qué cuestiones. Se
habla así de la opinión de los consumidores, de la opinión de los jóvenes, de la opinión de las
amas de casa, de la opinión de los universitarios, de la opinión de los profesionales, de la
opinión, incluso, de los militares, con ser este último un colectivo sujeto a una estricta
disciplina (aunque, quizá por ello, conocer esa opinión resulte en algún momento sumamente
importante).
Por lo demás, ese público opinante fluctúa constantemente, en cuanto grupo y en cuanto
opinión. Ello hace que sea necesario, si es que se quiere de verdad conocer la opinión de ese
público opinante, la periódica auscultación de la variable y fluctuante masa anónima que lo
integra.
Finalmente, no puede olvidarse la presencia de los llamados «creadores de opinión», que con
terminología menos eufemística son designados también con el nombre tan castizo, y tan
expresivo, de «muñidores».
c') Las opiniones del público
Ese público opinante que, cuando aplaude, silba, se entusiasma o se encoleriza, está
manifiestando su aprobación, su estímulo o su rechazo, está expresando de forma anónima,
Una vez más ha de insistirse en el carácter de «foto fija» que tiene siempre el sondeo, su
relativamente breve vigencia en el tiempo y la necesidad, por tanto, de reiterarlos
periódicamente si se quiere estar debidamente informado acerca de lo que piensa el público
opinante.
El artículo 78.2 LRJPA prevé la posibilidad de que los sondeos de opinión se incorporen a un
procedimeitno para la instrucción del mismo. Dice así este novedoso precepto introducido en
la reforma de 1999 (RCL 1999, 114) : «Los resultados de los sondeos y encuentas de opinión
que se incorporen a la instrucción de un procedimiento deberán reunir las garantías
legalmente establecidas para estas técnicas de información así como de identificación técnica
del procedimiento seguido para la obtención de estos resultados».
c- Efectos
Importa insistir en algo que ya ha quedado, en cierta manera, apuntado en cuanto antecede:
que la opinión pública es una fuerza política actuante. Porque ella manifiesta posiciones de
adhesión, de apoyo o de estímulo al gobernante, y también, en su caso, de reprobación, de
rechazo o de coacción.
Un gobernante que sea verdaderamente demócrata debe prestar atención a la voz del pueblo
que se manifiesta a través de esa opinión pública. Y por eso es bueno que se ocupe y se
preocupe de pulsar esa opinión. Lo que ocurre es que, por un lado, ha de afinar lo necesario
a fin de corregir las inevitables disfunciones que se producen en la determinación de la
verdadera opinión del público anónimo, tan fácil de manipular. Y por otra ha de ser consciente
de que se atenta gravemente contra la democracia cuando desde el mismo poder político se
provoca esa desorientación de la opinión pública. Por último, el gobernante ha de ser siempre
consciente que son más bien escasas las cuestiones sobre las que la opinión pública puede
manifestarse con conocimiento de causa.