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HOMILÍA DEL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

La vida que llevamos en el seminario es dinámica, toda la vida en sí misma es dinámica,


está siempre en movimiento. La vida de los pescadores que hoy nos presenta el
evangelio también era dinámica. Pedro y sus compañeros estaban en este constante
movimiento, dedicándose a lo que sabían hacer, su oficio de pescadores.

San Lucas nos narra que al amanecer, había dos barcas que se encontraban a la orilla del
lago de Genesaret y que no habían pescado nada toda la noche. “cuando vio dos barcas
que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y lavaban las
redes” (Lc5,2). En este momento aparece un personaje desconocido hasta este momento
para ellos, se sube a la barca, da órdenes y los apóstoles obedecen. Jesús empieza a
predicar desde la barca de Pedro. Esto es importante porque es figura de la Iglesia.

Jesús se da cuenta que no habían pescado nada, se percata del problema en el que se
encontraban estos hombres, pues para un pescador hebreo, no pescar nada era frustrante,
desolador, pues era el único medio de sustento para ellos y sus familias. Es en este
preciso momento en el que Jesús aparece y se acerca, en el momento de sufrimiento, de
fracaso, de desilusión, así también muchas veces el Señor se aparece en nuestras vidas
en esos momentos.

Jesús le dijo a Simón: “boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar.” (Lc5,4).
Pedro que era pescador de profesión, seguramente hijo de pescadores, conocía el oficio
perfectamente y estaba convencido de que no había peces. Jesús, que probablemente no
sabía nada de peces, le ordena echar las redes, sin embargo, Simón obedece. “maestro,
hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada, pero en tu palabra
echaré las redes. Y haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las
redes amenazaban romperse.” (Lc5,5-6).

Al ver el milagro que realizó Jesús, Pedro reconoce que Jesús no es cualquier hombre,
reconoce en él algo distinto, es por ello que “cayendo a sus rodillas le dijo: aléjate de
mi señor que soy un hombre pecador” (Lc5,8) no soy digno de ver estas cosas
maravillosas, tenía miedo como nosotros muchas veces que tenemos miedo a la muerte,
al fracaso, a dejar los estudios, padres, etc. Pero Dios nos conoce y al igual que a Pedro
hoy nos dice: “No temas, desde ahora serás pescador de hombre” (Lc5,10b) nos da
esta misión, pero no seremos nosotros quienes lo llevemos adelante, sino que será él
quien lo lleve, y así como después de esta llamada cambió la vida de Simón, de los
demás que estaban con él, hoy también el señor quiere cambiar nuestras vidas.

Así en la primera lectura del profeta Isaías, vemos como Dios necesita a quien enviar a
anunciar la Buena Nueva, “¿A quien enviaré? ¿y quien irá de parte nuestra?” (Is6,8),
hoy también el señor quiere enviar mensajeros que anuncien su amor, pues el hombre de
hoy tiene hambre de Dios. A este llamado Isaías respondió: “Aquí estoy: envíame”
(Is6,8b).

En la segunda lectura, San Pablo también da testimonio del Evangelio que ha recibido,
en el cual ha creído y del cual es apóstol por gracia de Dios. Esto es también a lo que
nos llama hoy el señor, pero nosotros que somos pecadores no podemos hacer nada, será
él quien haga su obra en nosotros, y ojalá como Isaías podamos decir: Envíame señor,
aquí estoy.

En algún texto, un comentarista decía, refiriéndose a la virgen María: apresúrate María


en decir ¡Sí! Porque de ello depende nuestra salvación.

Pidamos pues a la virgen María, que acompañó a la iglesia primitiva en su misión


evangelizadora, nos conceda la presteza y la valentía de decir cada Día ¡Sí! Al Señor.

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