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En el Reino del Preste Juan, ¿había un Gran Espejo que

todo lo veía?

Mucho se ha hablado del misterioso y desaparecido continente de Atlántida, de la


búsqueda de El Dorado y sus riquezas infinitas, de las ciudades perdidas de América,
de islas fantasmales como la de San Brandán, o de la misteriosa e ignota tierra de la
reina de Saba, amada del rey Salomón. Estas leyendas —bajo las cuales probablemente
subyacen historias verdaderas— han sido recordadas por muchos autores y los míticos
paisajes donde se desarrollan han enturbiado la imaginación de muchos aventureros.
Algunos lugares, como el mítico El Dorado, no han desaparecido del imaginario
occidental e incluso en la actualidad constituyen el anhelado objetivo de algunos
entusiastas. Es el caso, por ejemplo, del explorador anglo-chileno Roland Stevenson,
que pretende hallar las ciudades de oro desde su base en medio de la selva amazónica
brasileña. Él ha demostrado que el sueño o la fantasía pueden tener base real. Tan
importante como los relatos legendarios señalados, otro mito ocupó el pensamiento
occidental desde los siglos oscuros de la Edad Media: la fantástica historia del Preste
Juan de las Indias, un rey que, en tiempos pasados, fue tan famoso e importante como
el rey Arturo.
El Preste Juan (también conocido como presbítero Juan) fue un personaje muy popular
en la Europa de los siglos XII a XVII. Se dice que era un patriarca, de ahí su título
de Preste (del francés prestre y éste del latín presbyter: sacerdote, que preside la
celebración de la misa o de otros actos litúrgicos); y rey cristiano que dirigía una nación
cristiana aislada entre musulmanes y paganos en Oriente. Los anales escritos de este
reinado consisten en colecciones de fantasía popular medieval. Supuestamente
descendía de los tres Reyes Magos, y era un mandatario generoso y un hombre virtuoso,
que regía un territorio lleno de riquezas y extraños tesoros, donde se encontraba
el Patriarcado de Santo Tomás. Su reino contenía maravillas tales como un espejo a
través del cual podía ver todo su territorio y de cuya fábula original derivó la “literatura
especular” de la Baja Edad Media y el Renacimiento. En ella, los reinos de cada príncipe
eran censados y sus deberes fijados. La primera vez que se menciona a este personaje
es en la crónica del obispo alemán Otto de Freising. Inicialmente, se creía que el reino
del Preste Juan se hallaba en la India. Corría por entonces la creencia muy divulgada de
que los cristianos nestorianos habían tenido éxito en evangelizar esas tierras, y estaban
regidos por un sacerdote-rey llamado Juan.
El Speculum Princeps o espejo para príncipes es un tema recurrente en la literatura de
la Edad Media, el cual se define como un manual de enseñanza política y diplomática
para reyes, príncipes o cualquier miembro de la nobleza. Un libro que funcione
como speculum princeps es especialmente utilizado para explicar el ascenso de algún
gran rey o para dar consejos a la aristocracia de la época, debido a que la mayoría de los
escritos, en esta época, están dirigidos a este sector de la población. En efecto, en la
Edad Media, muchas de las obras literarias estaban dirigidas a la nobleza para educar o
simplemente entretener. Éstas se basaban en consejos y guías en temas como la guerra,
la política y la religión. Así pues, los nobles tenían una educación basada tanto en
deberes como en virtudes. Siempre siguiendo como ejemplo el comportamiento de los
personajes en las historias, que comúnmente eran reyes, príncipes, algún caballero de la
mesa redonda o bien doncellas ejemplares cuyo carácter había que imitar. La literatura
especular de la Edad Media o literatura de speculum princeps es muy extensa. En esta
categoría se encuentran obras en todos los idiomas y todos los reinos.

Ejemplos claros se tiene en The Book of Vices and Virues, en inglés, o en francés
el Somme le Roi, éste último escrito por Lorens D’Orléans. Ambas obras presentan las
siete virtudes que se contraponen a los siete pecados capitales y que a su vez se basan
en la fe cristiana: sabiduría, entendimiento, consejo, fuerza, conocimiento, compasión y
temor a Dios. En español, de entre las obras que se tienen bajo el concepto de Speculum
Princeps son el Libro del Conde Lucanor y también el Libro de Alexandre, un texto que
versa sobre la vida de Alejandro Magno, pero con tintes medievales. Tales obras
incluyen consejos propios del Speculum Princeps, como consejos de guerra, política,
amistad etc. Ambas obras están relacionadas entre sí debido a la estructura similar que
tienen. Las dos obras tienen un personaje principal, el cual es miembro de la nobleza. Y
un consejero sabio que los guía a encontrar la mejor solución a sus problemas.
Varias misivas, escritas por un personaje que se hacía llamar Preste Juan de las Indias,
llegaron a manos de importantes líderes políticos y espirituales en 1165, entre los que
se incluían el emperador de Sacro Imperio Germánico, Federico Barbarroja; el
emperador bizantino de Constantinopla, Manuel Comneno; Luis VII, rey de Francia; el
monarca luso Alfonso Enriques y el Papa Alejandro III de Roma. El misterioso
documento –cuyo remitente aseguraba que vivía en alguna parte de la difuminada
geografía de Oriente– aludía a las enormes riquezas y gran poder que ostentaba su autor,
el Preste. Este rex et sacerdos (rey y sacerdote) se confesaba cristiano, aunque algunos
creyeron que pertenecía en realidad a la herejía de los nestorianos. Los receptores de la
carta vieron en el poderoso rey cristiano un excelente aliado para luchar contra los
musulmanes. La respuesta del Alejandro III a la misiva del Preste se demoró casi cinco
años, pero contó con un mensajero de lujo: su médico personal, un tal Phillipus. Nada
se sabe del resultado de este viaje. La espesa niebla del tiempo ocultó este curioso
episodio.
La misiva, en la versión destinada al emperador de Constantinopla, empezaba así: «El
Preste Juan, por virtud y la gracia de Cristo Jesús, rey de todos los reyes cristianos y
señor de todos los hombres de la Tierra, salud y gran amor envía al muy gentil
Emperador, defensor de Constantinopla. Sabed que le desea salud para que prevalezca
y conquiste grandes riquezas (…) Soy Señor de los Señores y supero en toda suerte de
riquezas a las que hay bajo el cielo, así como en virtud y en poder a todos los reyes del
universo mundo. Setenta y dos reyes son tributarios nuestros. Cristiano devoto soy y a
los cristianos pobres que, en cualquier parte se hallan bajo el imperio de Nuestra
Clemencia, los protejo». Más adelante, el documento aludía a los habitantes del
enigmático reino: las míticas mujeres amazonas, los pueblos condenados de Gog y
Magog y hombres salvajes, además de centauros, unicornios y dragones adiestrados por
sus súbditos. La carta del Preste Juan estaba pergeñado de términos alquímicos,
lapidarios medievales y, quizá, un mensaje críptico dirigido a la cristiandad. Es posible
que parte del mito del Preste Juan se gestase en la India. Sus habitantes creían en la
estrecha relación entre el oro y la longevidad, un asunto que parecía interesarle al Preste
especialmente. Los hindúes desarrollaron una «alquimia de la medicina», disciplina
centrada en el estudio de la inmortalidad y del espíritu. Precisamente, en los dominios
del rex et sacerdos existiría una fuente de la eterna juventud. La versión de la carta alude
a un «palacio de la inmortalidad», perteneciente al Preste Juan, que una misteriosa voz
ordenó construir a su padre.

La obsesión de los alquimistas europeos por la transformación de metales viles en oro


puede explicar, en parte, que en la carta se mencione reiteradamente la posesión de este
metal. Pero la pista decisiva para confirmar el carácter alquímico de la misiva es la
extensa referencia al mítico unicornio, importante elemento en el contexto de la
alquimia, pues representa la naturaleza doble —divina y demoníaca— del mercurio, el
cual actúa como agente de la transmutación. Según cierta leyenda, la Piedra Filosofal se
encuentra bajo el cuerno del unicornio, también considerado un poderoso antídoto
contra venenos. La misiva del Preste se refiere a unicornios de tres pelajes: rojo, blanco
y negro. «Sin embargo, los blancos tienen más fuerza que los demás, ya que combaten
al león, aunque el león los mata», leemos en uno de los fragmentos. Está comprobado
que estos tres colores se refieren a las tres etapas fundamentales de la alquimia: el
nigredo (Obra en Negro), el albedo (Obra en Blanco) y el Rubedo (Obra en Rojo). El
poder del Preste estaba relacionado con la posesión de gemas o piedras preciosas. En
las cartas se citan algunas con propiedades mágicas y terapéuticas. La clave de estas
menciones se encuentra en unas obras medievales llamadas lapidarios, que contenían
abundante información sobre las gemas y sus capacidades mágicas, médicas y
herméticas. La base de dichos textos es que los astros son capaces de proyectar sobre
las piedras preciosas una serie de virtudes o desgracias, susceptibles de ser absorbidas
por el ser humano que entre en contacto con éstas.
En la alquimia se asocian determinadas piedras y minerales con poderes cosmológicos
y astrológicos. Según las cartas del Preste, el jaspe se utilizó en la construcción de los
peldaños que daban acceso al monumental «espejo que todo lo ve». De acuerdo con los
lapidarios, el jaspe tiene la facultad de confortar el espíritu y mejorar la vista. En la carta
latina del Preste Juan se menciona, por encima de otras, a la esmeralda: «En nuestra
mesa comen a diario treinta mil hombres, además de los que entran y salen (…). Esta
mesa es de esmeraldas preciosas y la sostienen dos columnas de amatista. Por la virtud
de esta piedra, nadie que se siente a la mesa puede embriagarse». Además, el Preste
Juan poseía un cetro de esta misma piedra preciosa, que varios autores han relacionado
con el Santo Grial, pues una versión afirma que el sagrado vaso estaba fabricado con
esmeraldas. Así, el mito del rex et sacerdos se relaciona con el cáliz de la Última Cena.
Quizá por este motivo, el caballero templario y trovador von Eschenbach escribe su
poema Parzival sobre la leyenda del Rey Arturo y el Grial, introduciendo en el relato la
figura del Preste Juan. Los templarios, ¿son los autores de las cartas? Esta es una
hipótesis que defiende Pablo Villarubia Mauso en su libro El fantástico Reino del Preste
Juan. Para ello no sólo se basa en un análisis de las misivas, sino también en un estudio
del contexto histórico en el que se divulgaron. Los documentos son el reflejo de una
época –mediados del siglo XII– de grandes convulsiones políticas, sociales y culturales
en Europa. En aquel mundo belicoso, fanatizado y supersticioso, las cruzadas
representaron la culminación de un ideal largamente acariciado por reyes y papas: la
conquista de Tierra Santa para la cristiandad.
La carta probablemente tenía como fin insuflar ánimos a los principales monarcas de la
cristiandad. Si pensaban que al otro lado del planeta existía un poderoso aliado cristiano,
sería más complicado que se rindieran frente al enemigo musulmán. En la versión
francesa de la carta se lee que 2.000 franceses armados protegían al misterioso rey y a
sus tesoros. Esta cita apunta claramente a la Orden del Temple. Los templarios no eran
simplemente monjes guerreros, sino que los más ilustrados se habían iniciado en
algunos conocimientos, como la alquimia. Dicho «arte» les llegó por medio de los
musulmanes, con los que se relacionaron en Tierra Santa. Otra pista sobre un posible
origen templario es la alusión en las cartas a la cruz, uno de los elementos más
importantes de la simbología templaria: «Cuando procedemos a guerrear contra
nuestros enemigos, mandamos llevar ante nuestra faz, en lugar de estandartes, trece
cruces grandes y muy altas, hechas de oro y piedras preciosas, cada una en un carro;
y todas y cada una de ellas son seguidas por diez mil caballeros y cien mil infantes
armados». Los templarios también enarbolaban cruces en el campo de batalla. En la
misiva también aparece reflejado el valor de la cruz de oro, es decir, el «oro alquímico».
Son 13 las cruces que portan los soldados del Preste, quizá recordando a los 12 apóstoles
más Cristo o a los 12 signos zodiacales y el Sol, símbolo crístico por excelencia. Más
tarde, durante el proceso contra los templarios en el siglo XIV, se los acusó de practicar
artes alquímicas, algo que los acusadores consideraron funesto y demoníaco.
Años antes, en 1317, el Papa Juan XXII publicó una bula contra los alquimistas. Si
realmente el autor de las cartas del Preste Juan fue un alquimista —y todo parece apuntar
en esta dirección—, deberíamos buscarlo en el seno de la Orden de los Caballeros de
Cristo en aquel año 1165, posiblemente en la Occitania. ¿La intención? Conseguir que
los reyes cristianos reconquistaran Edesa –importante bastión templario– y expandir los
dominios del Occidente cristiano más allá de los territorios conocidos. Además, en la
misiva latina se menciona a uno de sus reinos del siguiente modo: «Un bosque situado
en las estribaciones del monte Olimpo, del que brota una fuente de aguas transparentes
que guarda el sabor de todas las especias (…). Su curso prosigue por tres días, hasta
llegar a las proximidades del Paraíso, del que Adán fue expulsado». En la Edad Media,
la India se consideraba una tierra de infinitas riquezas, donde se situaba el Paraíso
Terrenal, y que los comerciantes anhelaban dominar para obtener mercancías con las
que negociar en Occidente. La tierra de Tarsis, a la que alude en la Biblia, se llegó a
confundir con la misma India. En Tarsis, que en hebreo significa «crisólito» o «zafiro»,
moraban dragones y se producía pimienta en cantidad, tal como indica la carta del
Preste. Uno de los objetos más enigmáticos y fascinantes mencionados en las cartas del
Preste es, sin duda, el espejo mágico que todo ve.
El soberano localiza el poderoso «cristal» frente a su palacio: «Encima de aquel pilar
soberano, puesto allí por una mano sabia, descansa el espejo, que puede verse desde
muy lejos en toda la región. Fue levantado con tan gran arte y proyectado con tan gran
maestría que en él pueden verse y contemplarse fácilmente las guerras que, en el país
que sea, preparan nuestros enemigos. No hay tierra tan lejana donde se fragüe una
guerra, ni traición de gente alguna, que no veamos al momento. No tenemos menester
de espía alguno que nos informe rápidamente de las noticias, ya que todo lo vemos en
el espejo: nuestros enemigos y sus preparativos, nada se nos puede ocultar. De día y de
noche, es la verdad, mantenemos junto al espejo tres mil hombres armados para
guardarlo y evitar que lo roben por ardid, lo tiren al suelo o lo hagan añicos; y para
que los enemigos no puedan acercársele, es bueno vigilarlo de cerca». Entre los
taoístas, el espejo mágico desvela la naturaleza real de las influencias maléficas, las aleja
y protege contra ellas. De ahí que el Preste construyera un espejo gigante para poder ver
el movimiento de sus enemigos y, consecuentemente, anularlos.

Probablemente los viajes de Tomás el Apóstol, documentados en obras como


los Hechos de Tomás, sirvieron de germen para la leyenda. Tras la llegada de los
mongoles al mundo occidental, se situó al rey en Asia Central. Eventualmente,
exploradores portugueses se convencieron de que lo habían encontrado en Etiopía. El
emperador de Bizancio y el papa habían recibido varios mensajes de esta figura
misteriosa, en los que él mismo describía la grandeza y la riqueza de sus feudos. El reino
del Preste Juan fue objetivo de una búsqueda, que disparó la imaginación de
generaciones de aventureros, pero permanecía fuera de su alcance. Representaba un
símbolo de la universalidad de la Iglesia para los cristianos europeos, que trascendía la
cultura y la geografía para abarcar a toda la humanidad, en tiempos en que la tensión
étnica e interreligiosa convertían esa visión en un hecho muy improbable. Según la
tradición esotérica cristiana, los Reyes Magos que en el Evangelio aparecen como
«magistrados de Oriente» (de donde se tradujo erróneamente por magos), procedían del
reino del Preste Juan, que vivía en un lugar de Asia, tierra a la que Parsifal llevó el santo
Grial sacado de Monsalvat. El nombre “Juan” (Iohan) dado a este personaje legendario
deriva del título dado a los monarcas búlgaros, tártaros y mongoles: jan (usualmente
escrito “kan” o “khan“), ya que, en efecto, hubo algunos janes tártaros y mongoles que
adoptaron el cristianismo nestoriano en la Edad Media, previamente a la formación del
Imperio mongol por parte de Gengis Kan.

Sin embargo, tal como lo observó el viajero italiano Giovanni Pian del Carpine, ya en
el siglo XIII apenas existía alguna tolerancia para los cristianos, y los nestorianos
estaban ya en decadencia precisamente por el ascenso de Gengis Kan, quien tuvo que
contender con rivales que practicaban una síntesis de cristianismo nestoriano y
chamanismo. La leyenda del Preste Juan influyó en los viajes de exploración de la Baja
Edad Media. Cuando en el siglo XV los portugueses entraron en contacto con el reino
cristiano de Etiopía, en África, pensaron que habían encontrado este reino, considerando
al Negus o Negus negusti (Rey de reyes) etíope como el mítico Preste Juan. Otras
leyendas identifican a Preste Juan con Juan el Apóstol, ya que, basándose en el capítulo
21 del Evangelio de Juan, asumen que Juan el Apóstol nunca murió y que seguía vivo
en la Edad Media. El preste Juan podría haber sido alguno de los monarcas de la Etiopía
cristiana. A estas alturas de los estudios históricos la duda es si el Preste Juan fue
realmente un monarca-sacerdote (rex et sacerdos) de carne y hueso, pero mitificado, o
si el personaje se configuró como un hábil artificio de algunos intelectuales de la baja
Edad Media para llevar a cabo un inteligente plan cuyos objetivos no están muy claros.
Algunas teorías —tal vez— sean en exceso osadas, y no pretenden estar exentas de
crítica, pero resultan tan interesantes que merece la pena compartirlas con historiadores
y especialistas en la materia. El reino del Preste Juan supera con creces todos los sueños
y anhelos de los hombres del Medioevo e incluso de los hombres del siglo XXI. ¿Existió
realmente el maravilloso reino del orgulloso y prepotente monarca cristiano en algún
lugar de Oriente? ¿Fue ese lugar solo una leyenda, como los continentes desaparecidos
de Atlántida, Lemuria y otros reinos fantásticos? ¿Quién era aquel Preste Juan? Según
una de las misteriosas cartas que circularon por Europa a partir de 1165 d.C., el soberano
decía de sí mismo: «Y sabed que me llaman el Preste Juan porque debo ser tan humilde
como un sacerdote. Y porque la de sacerdote es la mayor dignidad que existe y porque
Jesucristo fue sacerdote y clérigo, enalteciendo tanto es-te nombre, me llaman el Preste
Juan». Si existió alguien parecido al Preste Juan, ¿dónde vivió y dónde murió? Varios
viajeros no dudaron de su existencia y lo buscaron en los confines de Asia. Algunos
creyeron haberlo encontrado y otros regresaron frustrados y decepcionados después de
una infructuosa búsqueda. Pero nadie se quedó indiferente ante su historia.

El reino de Preste Juan es un lugar que roza la utopía. En aquel amplio territorio,
enigmático y maravilloso, existen enormes desiertos, como el mar de Arena, y bosques
donde viven diversas criaturas o razas humanas que pueden ser monstruosas o
angelicales. Algunos de estos seres, especialmente los más monstruosos, son
devoradores de carne humana, pérfidos, crueles y traicioneros. Otros son leales al Preste
Juan, siempre dispuestos a ayudarle contra los ejércitos invasores. En sus tierras hay
grandes riquezas, especialmente oro y piedras preciosas, que abundan por doquier. En
sus campos crece toda clase de especias y hier-bas medicinales, amén de aquellas que
son capaces de exorcizar los demonios de nuestra alma. Aquellos territorios están
poblados de seres imposibles, sacados de un bestiario fantástico, como los sagitarios,
gigantes, cíclopes, humanos sin cabeza, hombres salvajes con el cuerpo cubierto por
espesa pelambrera, bestias descomunales que recuerdan a los dinosaurios o
monstruosidades devoradoras de hombres. Todos ellos componen un muestrario de
seres que el maestro de los efectos especiales Ray Harryhausen materializó sobre el
celuloide en películas como Simbad y el Ojo del Tigre (1977) o Lucha de
titanes (1981).
En ocasiones el reino del Preste Juan se confunde con el mismísimo Paraíso Terrenal.
Según se deduce de los textos, parte de sus dominios podría albergar el Paraíso o
colindar con él. Es donde nacen los ríos edénicos mencionados en el Génesis bíblico.
Algunos creyeron que tales ríos nacían cerca del Ganges, en la India, o en la zona de
Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, cuna de la Humanidad. También según la
leyenda, en aquel fantástico reino se erigieron los dos grande palacios del Preste, más
parecidos a escenarios de películas de ciencia-ficción que a edificios medievales. Son
palacios mágicos. En el recinto principal se halla un objeto extraordinario, digno de las
obras de Julio Verne. Es el Gran Espejo que todo lo ve; es el Gran Hermano orwelliano
de la alta Edad Media: un artefacto de respetables dimensiones que sirve para ver
cualquier cosa que suceda en las tierras del poderosísimo soberano. En realidad ese
aparato recuerda una antena que recoge la información de artefactos que sobrevuelan y
fotografían todos los rincones del vasto reino, especialmente para observar rebeliones y
movimientos de tropas enemigas, exactamente como harían hoy los satélites militares
de las grandes potencias. Como puede observarse, la idea de controlar un territorio desde
el cielo no es nueva, ¡sino de hace más de ochocientos años!
El espacio imaginario del reino del rex et sacerdos (rey y sacerdote) estaba constituido
por todas las cosas y seres que invadían los sueños y que fomentaban pesadillas en los
ciudadanos del mundo medieval. Más allá de las fronteras de sus feudos y sus pequeños
reinos sólo había oscuridad, un mundo ignoto habitado por las más quiméricas criaturas
capaces de disparar la imaginación del hombre medieval: de ahí podían surgir lobos
gigantescos y devoradores, duendes y elfos burlones, gigantes aplastadores de cráneos
o víboras capaces de engullir a un descuidado paseante de aquellos penumbrosos
territorios. En la alta Edad Media el imaginario popular se nutría de la tradición
grecolatina, en parte registrada en los libros de la Historia natural de Plinio, o de la
Biblia y los relatos adyacentes. Los textos científicos, literarios y piadosos recopilaban
herbarios, lapidarios y bestiarios, amén de las incipientes novelas de caballería, donde
las sagas del rey Arturo o la búsqueda del Santo Grial excitaban la imaginación de las
gentes.El mismo Preste Juan parecía un personaje extraído de las compilaciones
religiosas y místicas. Como se ha sugerido, la figura de este rey-clérigo podría estar
emparentanda o asociada simbólicamente con un antepasado bíblico, el oscuro
Melquisedec, «rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo». He aquí, quizá, la génesis del
mito del «rey y sacerdote», condición tradicionalmente otorgada al Preste Juan.

De todos los reyes bíblicos, pocos tienen tanto colorido y leyenda como Salomón. Rico
más allá de lo imaginable, sabio más allá de las palabras y conductor de esclavos
inigualable, la más famosa obra de Salomón fue la construcción de un magnífico
complejo de edificios que incluía un opulento templo adecuadamente hecho de las más
finas piedras y generosamente ornamentado con oro puro. En la historia política,
Salomón hizo historia por el restablecimiento de los lazos largamente rotos entre los
hebreos y Egipto. Salomón no sólo llegó a ser un consejero del Faraón Sheshonk I, sino
que se casó con su hija. Durante su estadía en Egipto, Salomón tomó instrucción en la
Hermandad. A su regreso a Palestina, erigió su famoso templo como la casa de la
Hermandad en su propio país. Naturalmente que Jehovah era el principal dios del nuevo
templo, aunque Salomón permitió la adoración de otros dioses locales tal como Baal,
principal dios varón de los Canaanitas. El templo de Salomón fue modelado según el
templo de la Hermandad en El Amarna, excepto que Salomón omitió los lados de la
estructura que habían causado que el templo de El Amarna tuviera la forma de una cruz.
La construcción del templo de Salomón no fue una tarea pequeña. Para llevar a cabo esa
proeza arquitectónica, Salomón trajo a un gremio especial de albañiles constructores
para diseñar la edificación y supervisar la construcción. Ese gremio especial era ya una
institución importante en Egipto y sus orígenes son dignos de ser analizados.

La arquitectura es un arte importante que configura el campo físico de una sociedad,


Uno puede hablar mucho acerca del estado de una civilización mirando las edificaciones
que esta erigió. Por ejemplo, la arquitectura del Renacimiento imita a la arquitectura
romana clásica con sus diseños grandes y ornamentales, indicando una cultura que se
desarrolló desde un fermento artístico e intelectual. La arquitectura moderna tiende a
ser eficiente pero estéril y deshumanizada, indicando una cultura muy comercial y
artísticamente pobre. La arquitectura nos habla de la clase de gente más influyente en
una cultura, El Renacimiento fue dirigido por artistas y pensadores; nuestra era moderna
está siendo modelada por gente eficiente orientada hacia los negocios. En el antiguo
Egipto, a los ingenieros, dibujantes y albañiles que trabajaban en grandes proyectos
arquitectónicos se les acordaba un trato especial. En Egipto, ellos estaban organizados
en gremios de élite auspiciados por la Hermandad. Los gremios cumplían una función
similar a la de un sindicato hoy. Como los gremios eran organizaciones de la
Hermandad, ellos usaban muchos de sus títulos y rangos. También practicaban una
tradición mística.
Evidencias de la existencia de esos gremios especiales fue descubierta por el arqueólogo
Petrie durante su expedición al desierto del Líbano en 1888 y 1889. En las ruinas de una
ciudad construida cerca del año 300 a.C., la expedición del Dr. Patrie descubrió una
cantidad de registros en papiros. Un grupo de ellos describía un gremio que se reunía
para discutir horas de trabajo, salarios y reglas para las labores diarias. Se encontraban
reunidos en una capilla y daban ayuda a las viudas, huérfanos, ancianos y trabajadores
pobres. Los cargos organizativos descritos en el papiro son muy similares a aquellos
como el “aprendiz”, el “oficial” y el “maestro” de una de las ramas modernas de la
Hermandad, como la Francmasonería, que tiene su origen en aquellos gremios. Otra
referencia a los gremios es encontrada en el “Libro de los Muertos” de los egipcios, un
trabajo místico que data del año 1591 a.C., aproximadamente. El Libro de los
Muertos contiene algunas de las filosofías enseñadas en las Escuelas de Misterios
Egipcias. El libro cita al dios Thot diciéndole a otro dios Osiris: “Yo soy el gran Dios
en el divino barco;….Yo soy un simple sacerdote ungido (dirigiendo los rituales
sagrados) en el mundo terrenal en Abydos (una ciudad de Egipto), elevado al más alto
grado de iniciación……Yo soy Gran Maestro de los artesanos que instalan el arco
sagrado como soporte”.

Sin embargo, antes de que fuera inventada la mitología, la Serpiente era un enemigo
literal de los “dioses” gobernantes. Algunos de los seguidores de la Serpiente eran
conocidos como los “Hijos de la Revuelta”, dedicados a destruir a los jefes
“dioses” llamados Custodios y a establecer en su lugar el dominio de la Serpiente (la
antigua Hermandad incorrupta) sobre la Tierra. Después de la derrota y corrupción de
la Serpiente, parece que los Hijos de la Revuelta retornaron y se rebelaron contra la
Hermandad corrupta cuando la misma comenzó a enviar conquistadores desde Egipto.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los grupos revolucionarios fueran
reabsorbidos por las organizaciones de la Hermandad corrupta y comenzaran a
contribuir con los conflictos artificiales de la Hermandad. Los gremios masones de la
Hermandad sobrevivieron a través de los siglos. Los miembros de los gremios
comúnmente eran hombres libres aún en las sociedades feudales y por esto se les
llamaba con frecuencia: “masones libres”. Las logias de los masones libres
eventualmente dieron nacimiento a prácticas místicas conocidas hoy día como la
Francmasonería. La Francmasonería mística se convirtió en el vástago mayor que
tomaría una gran importancia política más tarde en la historia. A medida que el
conocimiento espiritual dentro de la Hermandad fue reemplazado en el antiguo Egipto
por alegorías y símbolos incomprensibles, las vestiduras se hicieron enormemente
importantes debido a su valor simbólico. La más visible e importante pieza de
vestimenta ceremonial en muchas organizaciones de la Hermandad, incluyendo la
Francmasonería, ha sido el mandil o delantal.
El simbólico mandil, usado en la cintura como un delantal de cocina, proporciona un
sorprendente lazo visual entre los antiguos “dioses” Custodios y la red de la Hermandad.
Muchas de las escrituras jeroglíficas de Egipto pintan a sus “dioses” extraterrestres
vistiendo sus mandiles. Los sacerdotes del antiguo Egipto vestían mandiles similares
como un símbolo de su lealtad a los “dioses” o como distintivos de su autoridad. En el
Museo Egipcio de San José de California se exhibe una estatuilla egipcia antigua
sosteniendo sus manos en una postura ritualista que el Dr. Lewis, de la Orden Rosacruz,
describe como “familiar a todas las logias rosacruces y a miembros de capítulos”. Un
hecho notable de la estatuilla es el mandil triangular que viste el príncipe. En el Museo
Egipcio se cree que la estatuilla fue esculpida hace tanto tiempo como 3.400 años antes
de Cristo, durante la primera dinastía egipcia. Si esta fecha es precisa, entonces el
símbolo del mandil y uno de sus rituales místicos asociado, viene de este período de la
historia egipcia cuando los “dioses” se decía que eran tan reales como para que se
construyeran, amueblaran y mantuvieran casas para ellos. Los más antiguos mandiles
de ceremonias parece que fueron sencillos y sin adornos. Con el paso del tiempo se le
añadieron símbolos y decorados. Quizás el cambio más significativo para el mandil
ocurrió durante el reinado del poderoso Rey Sacerdote Canaanita Melquisedec, quien
logró un puesto muy alto en la Biblia. Melquisedec presidió una rama élite de la
Hermandad llamada según él: el Sacerdocio de Melquisedec. Alrededor del año 2000
a.C., el Sacerdocio de Melquisedec comenzó a fabricar su mandil de ceremonias de piel
de ovejas blancas. La piel blanca fue eventualmente adoptada por la Francmasonería y
desde entonces es usada en el mandil. Si los “dioses” Custodios y la Hermandad
hubiesen confinado sus actividades en el antiguo Medio Oriente y Egipto, el resto de la
historia humana podría haber sido muy diferente y este libro nunca hubiese sido escrito.
En cambio, la red de la Hermandad se expandió por todo el Hemisferio Oriental por
medio de sus conquistas y misioneros agresivos. Uno de los objetivos fue la India. El
Hinduismo estaba por nacer.

Según la Biblia, Sem fue el progenitor de los pueblos semitas: los elamitas, asirios,
caldeos, hebreos, arameos, varias tribus árabes y tal vez los lidios de Asia Menor. De
acuerdo con el texto sagrado, Sem murió a los seiscientos años, longevidad que recuerda
a la del Preste Juan, que según algunos cronistas vivió 540 años. La muerte de Sem
ocurrió unos trece años después de la de Sara y diez años después de que Isaac y Rebeca
se casaran. A partir de estos datos se ha considerado que Sem podría identificarse con
Melquisedec. Otra tradición sugiere que Melquisedec habría sido consagrado a la edad
de cincuenta y dos años en el Paraíso Terrenal por el ángel Mikael (el arcángel Miguel,
el que aparece también en el Juicio Final). Este número simbólico (el número 52)
aparece en la carta del Preste Juan, cuando habla de los «cincuenta y dos duques» que
le sirven a su mesa todos los meses. Pero Tsedeq es también el nombre del planeta
Júpiter, el Zeus de la mitología grecorromana, y dios de los dioses del Olimpo, montaña
que igualmente aparece mencionada en las enigmáticas cartas, plagadas de simbolismos,
por las que conocemos la existencia del Preste Juan.
El calendario maya es cíclico, porque se repite cada 52 años mayas. En la cuenta larga,
el tiempo de cómputo comenzó el día 0.0.0.0.0 4 ajau y 8 cumkú (en notación maya)
que equivale, según la correlación generalmente aceptada,[1] al 13 de agosto del 3114 a.
C. en el calendario gregoriano.. La casta sacerdotal maya, llamada ah kin, era poseedora
de conocimientos matemáticos y astronómicos que interpretaba de acuerdo con su
cosmovisión religiosa, los años que iniciaban, los venideros y el destino del hombre.El
calendario maya, según algunos estudiosos, aparece ya en culturas más antiguas como
la olmeca; para otros, sin embargo, este calendario es propio de la civilización maya.
Las similitudes con el calendario mexica, ofrecen evidencia de que en toda Mesoamérica
se utilizó el mismo sistema calendárico. El sistema de calendario tzolkin consta de 260
días (kines) y tiene 20 meses combinados con trece numerales (guarismos). El tzolkín
se combinaba con el calendario haab de 365 días de 18 meses (uinales) de 20
días (kines) cada uno y cinco días adicionales denominados uayeb, para formar un ciclo
sincronizado que dura 52 tunes o haabs o 18.980 kines (días). La cuenta larga era
utilizada para distinguir cuándo ocurrió un evento con respecto a otro evento del tzolkín
y haab. El sistema es básicamente vigesimal (base 20), y cada unidad representa un
múltiplo de 20, dependiendo de su posición de derecha a izquierda en el número, con la
importante excepción de la segunda posición, que representa 18 × 20, o 360 días.

Algunas inscripciones mayas de la cuenta larga están suplementadas por lo que se


llama serie lunar, otra forma del calendario que provee información de la fase lunar.
Otra forma de medir los tiempos era medir ciclos solares como equinoccios y solsticios,
ciclos venusianos que dan seguimiento a las apariciones y conjunciones de Venus al
inicio de la mañana y la noche. Muchos eventos en este ciclo eran considerados adversos
y malignos, y ocasionalmente se coordinaban las guerras para que coincidieran con fases
de este ciclo. Los ciclos se relacionan con diferentes dioses y eventos cósmicos. Es así
como el quinto sol representa el final del ciclo estelar asociado a la luna y el inicio del
periodo conocido como el sexto sol asociado al regreso de Kukulkan. Otro
planteamiento esta relacionado con Sirio, que es una estrella doble. El período de
rotación del pequeño Sirio B alrededor del gran Sirio A, es de 52 años terrestres. Esta
información acerca de Sirio nos ofrece una nueva comprensión del sistema Maya de
sincronización del tiempo. 13 Lunas de 28 días es el perfecto instrumento para
sincronizar los ciclos de 52 años, porque sincroniza perfectamente con el medidor de
tiempo de 260 días y para crear ciclos de permutación de 52 años. 73 x 260 días = 52 x
365 días= 18.980 días = 52 años = una Rotación de Sirio B alrededor de Sirio A. El
Ciclo Solar-Galáctico de 52 años, es realmente el ciclo Siriano. Esto tiene muchas
implicaciones, como arrojar luz sobre el porqué los Mayas introdujeron el ciclo de 52
años.
El mito o la leyenda del Preste Juan, desde luego, asumió al-gunas trazas populares de
los relatos bíblicos o de las compilaciones eclesiásticas, pero también recuperó lo que
la Iglesia cristiana había transformado a su vez desde la asimilación del paganismo en
los primeros siglos de nuestra era. Así, los megalitos portugueses se transformaron en
capillas católicas y los menhires franceses se cristianizaron con cruces. Las cuevas, las
fuentes, las rocas y todo el bagaje místico y esotérico ancestral se adaptó a la teocracia
romana. La magia no desapareció con el advenimiento de la Iglesia Apostólica Romana,
sino que se transformó en milagrería y superstición, muchas veces impulsadas desde san
Pedro. La fiebre medieval de las reliquias es parte de esa tradición secular y primitiva.
A lo largo de los llamados siglos oscuros de Europa cualquier parroquia que se preciara
quería tener en su altar una reliquia sagrada. Podría ser un pedazo del cráneo de santo
Remigio, una uña de María Magdalena… o un lignum Crucis, un trozo de la Cruz donde
se supone expiró Cristo. Esta pasión por los despojos sagrados generó un intenso
movimiento de reliquias —la mayoría, falsas— entre Oriente y Europa. El Preste Juan
también tenía sus propias reliquias, pues era el guardián del cuerpo momificado o
incorrupto de santo Tomás, el apóstol de las Indias.
Para el gran estudioso de las religiones comparadas René Guénon, el Preste Juan era el
«Rey del Mundo», o mejor, el «Brahâtmâ» o el «Dueño de los Tres Mundos» de la
tradición hindú. Esto cuadra con el título que el Preste ostenta de «Señor de las Tres
Indias». Estos poderes estarían también presentes en los Magos del Evangelio (aunque
en san Mateo no se habla de reyes, sólo de «magos», sin especificar cuántos eran) que
el místico galo considera como los «tres jefes de Agartha», el misterioso reino perdido
que tantos han buscado y siguen buscando en algún lugar remoto de Asia. Veamos lo
que decía el erudito a este respecto: «El Mahânga ofrece a Cristo el oro y le saluda
como Rey; el Mahâtmâ le ofrece el incienso y le saluda como “Sacerdote”; y por último,
el Brahâtmâ le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad, imagen del Amritâ) y
le saluda como “Profeta” o Maestro Espiritual por excelencia. El homenaje así rendido
al Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los
representantes auténticos de la tradición primordial, es al mismo tiempo, observémoslo,
el testimonio de la ortodoxia perfecta del cristianismo con respecto a ésta».

El Preste Juan es, además, un símbolo eminentemente solar y, en consecuencia, crístico,


es decir, relacionado con Jesús Cristo. Guénon nos habla del «Sol Justitiae» y se refiere
a los atributos del rey bíblico Melquisedec o Melki-Tsedeq. El león, animal presente en
la carta del Preste (y que siempre vence al mítico unicornio) es también un animal solar,
sea en la antigüedad como en la Edad Media, amén de símbolo de justicia y de poder.
No por casualidad el signo zodiacal de León es el domicilio astral del mismo Sol y el
Sol también simboliza a Cristo, de cuyos doce rayos místicos surgen los doce apóstoles.
Guénon señala que la palabra apóstolos significa «enviado» y los rayos son también
«enviados por el Sol». En la carta del Preste veremos este número mágico, el 12, en
varios párrafos, asociados a personas que rodean el mítico rey. En definitiva, las cartas
del Preste Juan parecen contener información astrológica y mística que se remonta a la
más lejana antigüedad: una información recogida en los zigurats babilónicos y
sincretizada a lo largo de los siglos hasta alcanzar la Edad Media.

Se ha querido identificar al Preste Juan con el mismísimo san Juan Evangelista —


apóstol de Cristo—, que escribió, al parecer, el cuarto Evangelio. Por supuesto, no debe
confundirse con san Juan Bautista, el profeta que bautizó a Jesús Cristo en las aguas del
Jordán. La asociación se establece entre Preste Juan y Juan Evangelista no sólo por el
nombre Juan, sino que guarda relación con el hecho de que todas las iglesias cristianas
orientales recibieran una fuerte influencia de este discípulo de Jesús Cristo. A finales
del siglo XIX el historiador portugués Francisco Manuel de Melo Breyner, conde de
Ficalho, creyó que el origen del nombre Preste Juan era el nombre de Juan Evangelista,
aunque ambos se confundieron en una misma persona a partir de una leyenda que
hablaba de la longevidad del apóstol Juan. Algunas tradiciones aseguraban que el Preste
podía vivir más de quinientos años. Además, Juan Evangelista había anunciado la
segunda venida de Cristo a la Tierra, situándolo dentro de una espiritualidad mesiánica
(salvadora del mundo y de la humanidad) y apocalíptica.Y es precisamente en el
Apocalipsis bíblico, tradicionalmente atribuido a Juan Evangelista, donde aparece la
referencia a la construcción de una Jerusalén Celeste, íntimamente ligada al reino del
Preste Juan. Además, el Apocalipsis de San Juan comienza con siete breves cartas
destinadas a las siete iglesias de Asia: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes,
Filadelfia y Laodicea.
El evangelista Juan es el principal emblema de la Iglesia oriental cristiana, que se separó
de Roma en el año 1054 d.C. Pues bien, Jordán Catalán de Séverac, un fraile viajero de
principios del siglo XIV —que buscó al Preste Juan— contaba en su libro
de Maravillas que en Turquía estaban las Siete Iglesias de las que había escrito san Juan
en el Apocalipsis y que éste se había mandado hacer una sepultura en Éfeso donde
«entró en ella y no se le volvió a ver más». Según el escritor portugués António Cândido
Franco, el Preste pudo haber sido devoto de Juan, que tuvo con él alguna relación e
iniciación espiritual. Por eso el Preste Juan se buscó entre las Iglesias y comunidades
nestorianas y jacobitas (tan proclives a san Juan Evangelista) en lugares lejanos y
habitados por pueblos muy diferentes a los europeos. El místico galo René Guénon
relacionó al Preste Juan con el Melquisedec bíblico, el «Rey de la Justicia», rey de la
antigua Salem y «sacerdote del Dios Altísimo», Jehová, según el Génesis 14. Éste es el
primer sacerdote mencionado en las Escrituras. El apóstol Pablo lo llama «Rey de la
Paz» (salem significa ‘paz’). Se cree que la antigua Salem fue el núcleo original de
Jerusalén. René Guénon considera que Melquisedec (que él llama también Melki-
Tsedeq) no es otra entidad que el mismo «Rey del Mundo». El místico francés
interpretaba la palabra Salem no como el de una ciudad donde reinaba Melquisedec,
sino como un término equivalente al reino perdido de Agartha, situado en algún lugar
del corazón de Asia.
En la edad media había una expresión en la que los dos aspectos complementarios de la
autoridad se encontraban reunidos de una manera que es muy digna de observación: en
aquella época, se hablaba frecuentemente de una región misteriosa a la que se llamaba
el «Reino del Prestejuan». Concretamente, se trata del «Prestejuan», hacia la época de
San Luis, en los viajes de Carpin y de Rubruquis. Lo que complica las cosas, es que,
según algunos, habría habido hasta cuatro personajes llevando este título: en el Tíbet (o
sobre el Pamir), en Mongolia, en la India y en Etiopía (esta última palabra tiene por otra
parte un sentido muy vago); pero es probable que en eso no se trate más que de diferentes
representantes de un mismo poder. Se dice también que Gengis-Khan quiso atacar al
reino del Prestejuan, pero que éste le repelió desencadenando el rayo contra sus
ejércitos. En fin, después de la época de las invasiones musulmanas, el Prestejuan habría
dejado de manifestarse, y sería representado exteriormente por el Dalaï-Lama. Habría
que hacer también una aproximación curiosa con el lapsit exillis, piedra caída del cielo
y sobre la cual aparecían inscripciones igualmente en ciertas circunstancias, y que es
identificada al Grial en la versión de Wolfram d’Eschenbach. Lo que hace a la cosa
todavía más singular, es que, según esa misma versión, el Grial fue finalmente
transportado al «Reino del Prestejuan», que algunos han querido asimilar precisamente
a Mongolia, aunque, por lo demás, ninguna localización geográfica pueda ser aceptada
aquí literalmente (ver El esoterismo de Dante, de Guenon).
Era el tiempo donde lo que se podría designar como la «cobertura exterior» del centro
en cuestión se encontraba formada, en una buena parte, por los Nestorianos (o lo que se
ha convenido llamar así, con razón o sin ella) y los Sabeos; y, precisamente, estos
últimos se daban a sí mismos el nombre de Mendayyeh de Yahia, es decir, «discípulos
de Juan». A este propósito, podemos hacer a continuación otra precisión: es al menos
curioso que muchos grupos orientales de un carácter muy cerrado, desde los Ismaelitas
o discípulos del «Viejo de la Montaña» hasta los Drusos del Líbano, hayan tomado
uniformemente, lo mismo que las Órdenes de caballería occidentales, el título de
«guardianes de la Tierra Santa». Ciertamente, la continuación hará comprender mejor
sin duda lo que eso puede significar; parece que Saint-Yves haya encontrado una palabra
justa, quizás más todavía de lo que él mismo pensaba, cuando habla de los «Templarios
del Agarttha». Para que nadie se sorprenda de la expresión de «cobertura exterior»,
agregaremos que es menester tener cuidado con el hecho de que la iniciación
caballeresca era esencialmente una iniciación de Kshatriyas. Explica, entre otras cosas,
el papel preponderante que desempeña en ella el simbolismo del Amor.

Sea como sea en estas últimas consideraciones, la idea de un personaje que es sacerdote
y rey todo junto no es muy corriente en Occidente, aunque se encuentra, en el origen
mismo del Cristianismo, representada de una manera destacable por los «Reyes Magos»;
Guenon ya ha señalado esta particularidad en su estudio sobre El Esoterismo de Dante.
Incluso en la edad media, el poder supremo (según las apariencias exteriores al menos)
estaba dividido entre el Papado y el Imperio. En la antigua Roma, por el contrario,
el Imperator era al mismo tiempo Pontifex Maximus. La teoría musulmana del
Khalifato une también los dos poderes, al menos en una cierta medida, así como la
concepción extremo oriental del Wang (ver La Gran Triada). También hay la analogía
entre la concepción del Chakravartî y la idea del Imperio, en Dante, de quien conviene
mencionar aquí, a este respecto, el tratado De Monarchia. Una tal separación puede ser
considerada como la marca de una organización incompleta por arriba, si uno puede
expresarse así, puesto que no se ve aparecer en ella el principio común del que proceden
y dependen regularmente los dos poderes; así pues, el verdadero poder supremo debía
encontrarse en otra parte. En Oriente, el mantenimiento de una tal separación en la cima
misma de la jerarquía es, al contrario, bastante excepcional, y no es apenas más que en
algunas concepciones búdicas donde se encuentra algo de este género. Queremos hacer
alusión a la incompatibilidad afirmada entre la función de Buddha y la de Chakravartî o
«monarca universal», cuando se dice que Shâkya-Muni, fundador del Budismo, en un
cierto momento, tuvo que escoger entre la una y la otra.
Conviene agregar que el término Chakravartî, que no tiene nada de especialmente
búdico, se aplica muy bien, según los datos de la tradición hindú, a la función
del Manu o de sus representantes. Literalmente, es «el que hace girar la rueda», es
decir, el que, colocado en el centro de todas las cosas, dirige su movimiento sin
participar él mismo en él, o que, según la expresión de Aristóteles, es su «motor
inmóvil». En un sentido enteramente comparable, la tradición china emplea la expresión
de «Invariable Medio». Hay que destacar que, según el simbolismo masónico, los
Maestros se reúnen en la «Habitación del Medio». Llamamos muy particularmente la
atención sobre esto: el centro de que se trata es el punto fijo que todas las tradiciones
están de acuerdo en designar simbólicamente como el «Polo», puesto que es alrededor
de él donde se efectúa la rotación del mundo, representado generalmente por la rueda,
tanto en los Celtas como en los Caldeos y en los Hindúes. El símbolo céltico de la rueda
se ha conservado en la edad media. Se pueden encontrar numerosos ejemplos de él sobre
las iglesias románicas, y el rosetón gótico mismo parece ser un derivado suyo, ya que
hay una relación cierta entre la rueda y las flores emblemáticas tales como la rosa en
Occidente y el loto en Oriente. Tal es la verdadera significación del swastika, este signo
que se encuentra difundido por todas partes, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo
Occidente, y que es esencialmente el «signo del Polo»; sin duda es aquí la primera vez,
en la Europa moderna, que se hace conocer su sentido real. Este mismo signo no ha sido
extraño al hermetismo Cristiano: hemos visto, en el antiguo monasterio de los
Carmelitas de Loudun, símbolos muy curiosos, que datan verosímilmente de la segunda
mitad del siglo XV, y entre los cuales el swastika ocupa uno de los lugares más
importantes.

Es bueno anotar, en esta ocasión, que los Carmelitas, que han venido de Oriente,
vinculan la fundación de su Orden a Elías y a Pitágoras (como la Masonería, por su lado,
se vincula a la vez a Salomón y al mismo Pitágoras, lo que constituye una similitud
bastante destacable), y también que, por otra parte, algunos pretenden que en la edad
media tenían una iniciación muy vecina de la de los Templarios, así como los religiosos
de la Merced; se sabe que esta última Orden ha dado su nombre a un grado de la
Masonería escocesa, del que habla Guenon en El Esoterismo de Dante. En efecto, los
sabios contemporáneos han buscado vanamente explicar este símbolo mediante las
teorías más fantasiosas. La mayoría de entre ellos, obsesionados por una suerte de idea
fija, han querido ver en él, como casi por todas partes, un signo exclusivamente «solar»,
mientras que, si lo ha devenido a veces, no ha podido ser más que accidentalmente y de
un manera desviada. La misma precisión se aplica concretamente a la rueda, cuya
verdadera significación acabamos de indicar igualmente. Otros han estado más cerca de
la verdad al considerar la swastika como el símbolo del movimiento; pero esta
interpretación, sin ser falsa, es muy insuficiente, ya que no se trata de un movimiento
cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple alrededor de un centro o
de un eje inmutable. Y es el punto fijo el que es el elemento esencial al que se refiere
directamente el símbolo en cuestión.
No citaremos más que de memoria la opinión, todavía más fantasiosa que todas las
demás, que hace de la swastika el esquema de un instrumento primitivo destinado a la
producción del fuego; ahora bien, si este símbolo tiene a veces una cierta relación con
el fuego, puesto que es concretamente un emblema de Agni, es por razones
completamente diferentes. Por lo que acabamos de decir, ya se puede comprender que
el «Rey del Mundo» debe tener una función esencialmente ordenadora y reguladora (y
se observará que no carece de fundamento que esta última palabra tenga la misma raíz
que rex y regere), función que puede resumirse en una palabra como la de «equilibrio»
o de «armonía», lo que traduce precisamente en sánscrito el término Dharma: La
raíz dhri expresa esencialmente la idea de estabilidad; la forma dhru, que tiene el mismo
sentido, es la raíz de Dhruva, nombre sánscrito del Polo, y algunos le aproximan el
nombre griego del roble, drus; en latín, por lo demás, la misma palabra robur significa
a la vez roble y fuerza o firmeza. En los Druidas (cuyo nombre debe leerse quizás dru-
vid, uniendo de este modo la fuerza y la sabiduría), así como en Dodona, el roble
representaba el «Árbol del Mundo», símbolo del eje fijo que une los polos. Lo que
entendemos por eso, es el reflejo, en el mundo manifestado, de la inmutabilidad
del Principio supremo. Se puede comprender también, por las mismas consideraciones,
por qué el «Rey del Mundo» tiene como atributos fundamentales la «Justicia» y la
«Paz», que no son más que las formas revestidas más especialmente por ese equilibrio
y esa armonía en el «mundo del hombre» (mânava-loka).

La Biblia nos cuenta que el patriarca Abraham derrotó a Kedorlaomer y a sus reyes
aliados. Luego llegó hasta la planicie de Savé, donde Melquisedec sacó pan y vino y
bendijo a Abraham diciéndole: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador del
Cielo y la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que ha entregado a tus enemigos en tu
mano!». En agradecimiento, Abraham dio al rey-sacerdote el diezmo de todo, lo que
había conseguido al vencer en la batalla a la confederación de reyes.Y el apóstol Pablo
decía que «este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al
encuentro de Abraham cuando él volvía de derrotar a los reyes, que le bendijo, y a
quien Abraham dio el diezmo de todo el botín; que es primeramente se-gún el
significado de su nombre, Rey de Justicia, luego Rey de Salem, es decir, Rey de Paz;
que no tiene ni padre ni madre, sin ge-nealogía, que no tuvo ni principio ni fin de su
vida, pero que se ha hecho así semejante al Hijo de Dios; este Melquisedec permanece
sacerdote a perpetuidad» (Hebreos 7). De aquí procedería la hipotética relación entre
el Preste Juan (rex et sacerdos) con Melquisedec, también rey y sacerdote en Israel. Otra
tradición dice que Melquisedec era en realidad Sem, uno de los tres hijos de Noé,
hermano de Cam y Jafet, bendecido especialmente por su padre. Cuenta el Génesis que
Sem tuvo un hijo a los cien años: Arpaksad, del cual descendió Abraham. Noé, por
entonces, tenía más de seiscientos años, según el relato bíblico. Después, Sem tuvo otros
hijos e hijas: Elam, Asur, Lud y Aram.
Al parecer, la historia del Preste Juan cobró fuerza con la circulación de tres o más cartas
difundidas entre 1165 y 1177 en Occidente, destinadas a Manuel Comneno, emperador
de Bizancio; a Federico Barbarroja, del Sacro Imperio Germánico, y al papa Eugenio
III de Roma. El remite de aquellas misivas decía: «Juan, presbítero, por la
Omnipotencia Divina y por el poder de Nuestro Señor Jesús Cristo, Señor de los
Señores». Su autor se proclamaba «Señor de las Tres Indias» y se vanagloriaba de ser
«superior en virtud, riquezas y poder a todos los que caminan bajo el Cielo». Según
aquella correspondencia, el dicho presbítero habitaba un riquísimo palacio con suelo de
cristal, techo de piedras preciosas y columnas de oro. Sus guerreros recorrían los cielos
montados en dragones y sus súbditos podían beber de las aguas milagrosas de la Fuente
de la Juventud y prolongar durante muchos años su vida bajo una apariencia sana y
joven. Las epístolas del Preste Juan permiten extraer abundante información a propósito
del pensamiento de toda una época de profundas convulsiones político-sociales, de un
mundo cambiante, donde dos fuerzas espirituales se enfrentaron violentamente: el
cristianismo de Occidente y el islamismo de Oriente. Era la época de las cruzadas,
cuando los cristianos parecían obsesionados por recuperar la Tierra Santa, el escenario
de los episodios bíblicos que los religiosos leían a la plebe en iglesias y en las catedrales
románicas.
El desconocido artífice —o quizá artífices— de las cartas y sus copias repartidas entre
varios monarcas occidentales eran hombres interesados en reconquistar Tierra Santa;
sin embargo, no necesariamente eran individuos movidos sólo por intereses terrenales:
en ellos probablemente latía también una intención religiosa o espiritual. Estas epístolas
—verdaderamente propagandísticas— tenían por objetivo incentivar y conminar a los
poderosos a sufragar los gastos de las cruzadas y, especialmente, de determinadas
órdenes militares. En 1145, el obispo alemán Otto de Freising registró en su obra
“Chronicon” un relato sobre una Epístola papal, en que se explicaba que el Papa había
recibido una carta de un misterioso gobernante cristiano de la India. Ese gobernante
afirmaba que el río del paraíso estaba en sus dominios. El obispo Otto daba el nombre
del obispo Hugo, de Gebal, ciudad costera en Siria, cómo el intermediario que habría
llevado la carta al papa. El autor de la carta se llamaba Juan, que por ser un sacerdote
de la Iglesia Católica recibía el nombre de Preste Juan, y afirmaba ser descendiente
directo de uno de los Reyes Magos que habían visitado a Jesús en su nacimiento. El
Preste Juan había derrotado a los reyes musulmanes de Persia y había establecido un
floreciente reino cristiano en la región de los Confines de la Tierra, o sea la India.
Cincuenta años antes el mundo cristiano había lanzado la Primera Cruzada contra el
dominio musulmán en el Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, y hacía poco,
en 1.144 d.C., había sufrido una dolorosa derrota en la ciudad de Edessa. Mientras tanto,
en los Confines de la Tierra, los gobernantes mongoles habían comenzado a penetrar en
el imperio musulmán y habían derrotado el sultán Sanjar en 1.141. Cuando la noticia
llegó a las ciudades costeras del Mediterráneo, fue enviada al papa, suficientemente
distorsionada, para que apareciera un rey cristiano levantándose para derrotar a los
infieles por la retaguardia. Si la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud no estaba
entre los motivos para la Primera Cruzada, en 1.095, si que fue un objetivo en las
siguientes cruzadas, pues inmediatamente que el obispo Otto supo de la existencia del
Preste Juan y del río del paraíso en sus dominios, el Papa emitió una proclama para el
reinicio de las cruzadas. En 1.147, el emperador Conrado de Alemania, acompañado de
muchos nobles, partió para la Segunda Cruzada. Mientras la suerte de los cruzados era
discontinua, Europa fue de nuevo impresionada por las noticias del Preste Juan y sus
promesas de ayuda. Según los cronistas de la época, en 1.165 envió una carta al
emperador de Bizancio, al emperador romano y a otros reyes, donde declaraba su
intención de ir a Tierra Santa con sus ejércitos. Además volvía a describir su reino en
términos entusiastas, como correspondía al lugar donde estaba situado no sólo el río del
paraíso, sino también las puertas del paraíso. Pero la ayuda prometida jamás llegó y el
camino desde Europa hacia la India no se despejó.

Aparte del carácter político-militar de las cartas, éstas encierran un importante mensaje
hermético y críptico. Abundan descripciones de ejércitos, recuentos de soldados,
armamentos, guerras o batallas libradas, etcétera. Conviene recordar que cuando apare-
ce la carta, aún no se había gestado la tercera cruzada (1189-1192). No obstante, la
mención a la existencia del Preste Juan ya existía poco antes de la segunda cruzada
(1147-1149), según la crónica del obispo Otto de Freising, súbdito del Sacro Imperio
Germánico. Es decir, ya se tenía conocimiento de la existencia del presbítero Juan antes
de la emisión de la carta de 1165. En las primeras décadas del siglo XII , los cruzados
que marchan hacia Tierra Santa oyen hablar de un misterioso rey cristiano que reinaba
sobre las tres Indias: la Inferior, la Superior y la Última. El término India Inferior
designaba, entonces, los amplios e imprecisos territorios situados al oeste del río
Ganges, mientras que la India Superior se situaba al este de las orillas de este gran río.
La designación India Última o India Egypti correspondía a los territorios situados entre
Egipto y Eritrea (Etiopía). Todo esto contribuyó a provocar aún más confusión a la hora
de situar geográficamente los dominios del soberano.
El Preste Juan de las Indias Inferior y Superior ganó fuerza con la leyenda de la
evangelización de santo Tomás (el são Tomé de los gallegos y portugueses). Santo
Tomás evangelizó a los medos y persas primero y, luego, a los pueblos de la costa del
Malabar y de Coromandel (en la actual India). Se crearon varios núcleos cristianos en
estos lejanos territorios. Algunos osados viajeros europeos contaban que la tumba del
apóstol estaba en Madrás. En las cartas, el Preste Juan dejaba muy claro que él era el
guardián de la tumba del apóstol santo Tomás, cuyo cuerpo incorrupto seguía obrando
milagros entre los fieles. La tumba se encontraba cerca del palacio del Preste, en una
iglesia situada sobre un monte rodeado de un lago, según decía. Las turbulentas y
profundas aguas lacustres impedían el acceso al santuario, salvo los ocho días que pre-
cedían y seguían las celebraciones del santo. El descenso de las aguas permitía el ir y
venir de los peregrinos durante ese periodo. Lo cierto es que también existían otras
comunidades cristianas —no católicas— en aquellos remotos parajes. Algunas eran
secuelas de la herejía de Nestorio. Sus seguidores, los nestorianos, marchan hacia la
costa de Malabar y otros puntos dispersos de la geografía india cuando su fundador es
condenado en el año 431.
Muchos siglos más tarde, a finales del siglo XV , los hombres del intrépido navegante
luso Vasco de Gama entraron en contacto con estas comunidades. Pero también existían
nestorianos dispersos por el Asia central y en el imperio chino. Se buscó al Preste Juan
en Tartaria, India y Etiopía, donde existían comunidades de cristianos orientales, es
decir, no católicos. Por lo que se desprendía de las cartas del Preste Juan, éste podría
convertirse en un privilegiado aliado militar de Roma y los imperios occidentales en su
lucha contra los musulmanes. Muchos comerciantes, aventureros y religiosos decidieron
emprender peligrosos viajes en busca del Preste Juan y navegaron hacia los lejanos
confines de Asia. Allí se encontraron con otra categoría de reyes, diferentes de lo que
imaginaban, pero no menos fascinantes por su poder y carisma. Quizá el objetivo final,
la búsqueda de un reino perdido, sólo fuera una excusa para que los europeos decidieran
entablar relaciones con países y territorios desconocidos. De hecho, algunas de aquellas
expediciones sólo eran embajadas políticas que simplemente deseaban espiar a los
ejércitos de los infieles más allá de Tierra Santa. Otros viajeros anhelaban riquezas,
como los mercaderes, y recorrían largas distancias con el fin de trocar sus productos
occidentales por los orientales, como especias, sedas y objetos de arte para los más
pudientes. Los más avisados, desde luego, no se dejan engañar, y descubren que el
Preste Juan no es más que uno de los cientos de personajes míticos del Medievo,
inventado para impulsar a los más temerarios hacia las fronteras imposibles de la
cristiandad.
Pero la historia del Preste Juan es, también, la historia de una búsqueda. La cristiandad
grecorromana, apoyada en el mito, va en pos de sus hermanas lejanas, de las
comunidades cristianas orientales dependientes de sus sedes de Alejandría, Siria, el alto
Nilo, Malabar (India), Persia, Armenia, Asia central y China. Las primeras
informaciones sobre estas comunidades cristianas orientales heréticas —como la de los
nestorianos— sólo calaron en Europa occidental a partir del siglo XII , en pleno auge
de la difusión del catarismo, de la expansión de los templarios y de la gesta del Grial.
Pero más tarde, los misioneros que llegaron a los confines de Asia reprobaron a los
heréticos nestorianos y deshicieron cualquier vínculo de hermandad. Ya en el siglo XIV
los misioneros habían destruido el mito del «buen rey cristiano». La popularidad —y
también el descrédito— de la idea del Preste Juan alcanzó a la lengua popular: durante
la Edad Media y el Renacimiento se utilizaba la expresión «¡Al Preste Juan de las
Indias!» para ridiculizar a alguien que deseaba embaucar o engañar a los demás o para
mofarse de presuntuosos y jactanciosos. Finalmente, la edad de la razón y la ciencia
acabó por debilitar el mito medieval. Pero un mito no se destruye en un día. El Preste
Juan volvería con más fuerza en el siglo XVI, alimentado por los anhelos de expansión
de los navegantes portugueses.

El reino maravilloso del Preste Juan también quedó reflejado en varios mapas antiguos.
Lo ubicaban en varios puntos distintos, entre el «cuerno de África» (actualmente Etiopía
y Somalia) y el interior de Asia. Hasta bien entrado el siglo XVII algunos cartógrafos
señalaron esos límites imprecisos sobre la esfera terrestre. Algunos cristianos se
volcaron en su búsqueda nuevamente. Cuando ya no pudieron encontrarlo en los
desiertos o montañas, lo situaron bajo tierra, en algún lugar de las misteriosas Shambala
y Agartha, regiones perdidas en la cordillera más alta de mundo: el Himalaya. ¿Sería el
Preste Juan el esperado Mesías llamado Maytreya? En el museo Nicolás Roerich de
Moscú pueden contemplarse los maravillosos lienzos de este artista y místico que
pintaba al Mesías del Tibet. Quizá allí repose el cuerpo momificado del Preste o, quien
sabe, hibernando bajo los efectos de alguna pócima mágica que lo hará despertar en el
día del Juicio Final, muy probablemente para elegir a los hombres buenos que deberán
acompañarle en su nueva misión terrenal.

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