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2
Traducción
°Hina
°Kerah

CORRECCIÓN
°Hina
°Kerah

REVISIÓN FINAL
°Matlyn

diseño
°Kerah

Gracias a Duamila97 por ayudar con ese toque


que faltaba.
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PARTE I PARTE II PARTE III

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Un cautivador debut de fantasía inspirado en la leyenda de la diosa china de
la luna: Chang'e, en el que la búsqueda de una joven para liberar a su madre la
enfrenta al inmortal más poderoso del reino y la pone en un peligroso camino
donde las decisiones tienen consecuencias mortales y se arriesga a perder algo más
que su corazón.

Al crecer en la luna, Xingyin está acostumbrada a la soledad, sin saber que


se esconde del poderoso Emperador Celestial que exilió a su madre por robar su
Elixir de la Inmortalidad. Pero cuando la magia de Xingyin estalla y se descubre
su existencia, se ve obligada a huir de su hogar, dejando atrás a su madre.

Sola, sin entrenamiento y con miedo, se dirige al Reino Celestial, una tierra
de maravillas y secretos. Disfrazando su identidad, aprovecha la oportunidad de
aprender junto al Príncipe Heredero, dominando el tiro con arco y la magia,
incluso cuando la pasión arde entre ella y el hijo del emperador.

Para salvar a su madre, Xingyin se embarca en una peligrosa búsqueda,


enfrentándose a criaturas legendarias y a feroces enemigos por la tierra y el cielo.
Sin embargo, cuando la traición se cierne sobre el reino y la magia prohibida lo
amenaza, debe desafiar al despiadado Emperador Celestial por su sueño, llegando
a un peligroso acuerdo en el que se debate entre perder todo lo que ama o sumir
el reino en el caos.

Daughter of the Moon Goddess inicia una encantadora y romántica duología


que entrelaza la antigua mitología china con una arrolladora aventura de
inmortales y magia, de pérdida y sacrificio, donde el amor compite con el honor,
los sueños están llenos de traición y la esperanza emerge triunfante.
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A mi marido, Toby, mi primer lector y compañero de vida.
Esto no habría sido posible sin ti.
Y a mis hijos, Lukas y Philip, por dejarme trabajar parte del
tiempo.

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Hay muchas leyendas sobre mi madre, algunas dicen que traicionó a su
marido, un gran guerrero mortal, robando su Elixir de la Inmortalidad para
convertirse en una diosa. Otras la describen como una víctima inocente que se
bebió el elixir al intentar salvarlo de los ladrones. Sea cual sea la historia que
creas, mi madre, Chang'e, se convirtió en inmortal. Al igual que yo.

Recuerdo la quietud de mi hogar, dónde sólo estaba una leal ayudante


llamada Ping'er, mi madre y yo, quienes residíamos en la luna. Vivíamos en un
palacio construido con piedra blanca brillante, con columnas de nácar y un
amplio techo de plata pura. Sus vastas habitaciones estaban llenas de muebles
de madera, cuya fragancia picante flotaba en el aire. Un bosque de osmanthus1
blancos nos rodeaba con un solo laurel en medio, con semillas luminosas de un
brillo etéreo. Ni el viento, ni los pájaros, ni siquiera mis manos podían
arrancarlas, se pegaban a las ramas tan firmemente como las estrellas al cielo.

Mi madre era amable y cariñosa pero un poco distante, era como si llevara
un gran dolor que le hubiera helado el corazón. Todas las noches, después de
encender las lámparas para iluminar la luna, se asomaba a nuestro balcón para
contemplar el mundo mortal. A veces me despertaba justo antes del amanecer y
la encontraba todavía allí, con los ojos envueltos en el recuerdo. Incapaz de
soportar la tristeza de su rostro, la rodeaba con mis brazos, acercando mi cabeza
a su cintura. Ella se estremecía ante mi contacto como si la hubiera despertado
de un sueño, antes de acariciarme el pelo y llevarme a mi habitación. Su silencio
me hacía temblar; me preocupaba haberla molestado, aunque rara vez perdía la
calma. Fue Ping'er quien finalmente explicó que a mi madre no le gustaba que
la molestaran durante esos momentos.

—¿Por qué? —pregunté.


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—Tu madre sufrió una gran pérdida —levantó una mano para detener mi
siguiente pregunta—. No me corresponde decir más.

La idea de su dolor me atravesó.

—Han pasado años. ¿Se recuperará mamá alguna vez?

1
Especie de arbusto de la familia oleaceae nativo de asia
Ping'er guardó silencio por un momento.

—Algunas cicatrices están grabadas en nuestros huesos, es una parte de lo


que somos y da forma a lo que llegamos a ser —Al ver mi expresión cabizbaja,
me acunó en sus suaves brazos—, pero ella es más fuerte de lo que crees,
Estrellita. Igual que tú.

A pesar de estas sombras fugaces, me sentía feliz aquí, si no fuera por el


dolor punzante de que algo faltaba en nuestras vidas.

¿Me sentía sola?

Tal vez, aunque tenía poco tiempo para preocuparme por mi soledad. Todas
las mañanas mi madre me daba lecciones de escritura y lectura. Machacaba la
tinta contra la piedra hasta que se formaba una pasta negra y brillante, mientras
ella me enseñaba a formar cada carácter con trazos fluidos de su pincel.

Aunque apreciaba estos momentos con mi madre, eran las clases con
Ping'er las que más disfrutaba. Mi pintura era pasable y mi bordado pésimo, pero
no importaba cuando era la música la que me enamoraba. Algo en la forma en
que se formaban las melodías despertaba en mí emociones que aún no
comprendía, ya fuera por las cuerdas pulsadas por mis dedos o por las notas
formadas en mis labios. Sin compañeros que se disputaran mi tiempo, pronto
dominé la flauta y el qin, la cítara de siete cuerdas, superando las habilidades de
Ping'er en pocos años. En mi quinceavo cumpleaños, mi madre me regaló una
pequeña flauta de jade blanco que llevaba a todas partes en una bolsa de seda
colgada de mi cintura. Era mi instrumento favorito, su tono era tan puro que
hasta los pájaros volaban hacia la luna para escucharla, aunque una parte de mí
creía que también venían a mirar a mi madre.

A veces me sorprendía mirándola, embelesada por la perfección de sus


rasgos. Su rostro tenía la forma de una semilla de melón y su piel brillaba con el
resplandor de una perla. Unas delicadas cejas se arqueaban sobre unos finos ojos
negros como el azabache que se curvaban en media luna cuando sonreía. Unos
alfileres de oro brillaban en los oscuros bucles de su cabello y una peonía roja se
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introducía en un lado. Su vestimenta interior era del azul del cielo del mediodía,
combinada con una túnica blanca y plateada que le llegaba hasta los tobillos. En
la cintura llevaba un fajín rojo, adornado con borlas de seda y jade. Algunas
noches, mientras estaba en la cama, escuchaba su suave tintineo, y el sueño se
hacía más fácil cuando sabía que ella estaba cerca.

Ping'er me aseguró que me parecía a mi madre, pero era como comparar


una flor de ciruelo con el loto. Mi piel era más oscura, mis ojos más redondos y
mi mandíbula más angular con una hendidura en el centro. ¿Quizás me parecía
a mi padre? No lo sabía; nunca lo había conocido.

Pasaron años antes de que me diera cuenta de que mi madre, que secaba
mis lágrimas cuando me caía y enderezaba mi pincel cuando escribía, era la
Diosa de la Luna. Los mortales la adoraban, haciendo ofrendas cada Festival de
Medio Otoño: el quinceavo día del octavo mes lunar, cuando la luna estaba más
brillante. Ese día se quemaba incienso para rezar y se preparaban pasteles de
luna, cuya tierna corteza envolvía un rico relleno de pasta dulce de semillas de
loto y huevos de pato salados. Los niños llevaban lámparas luminosas con forma
de conejo, pájaro o pez, que simbolizaban la luz de la luna. Ese día al año yo me
asomaba al balcón, mirando el mundo de abajo, inhalando el fragante incienso
que se elevaba hacia el cielo en honor a mi madre.

Los mortales me intrigaban porque mi madre contemplaba su mundo con


tanto anhelo. Sus historias me fascinaban con sus luchas por el amor, el poder y
la supervivencia, aunque yo apenas comprendía esas intrigas en mis protegidos
confines. Leía todo lo que caía en mis manos, pero mis favoritos eran los cuentos
de valientes guerreros que luchaban contra temibles enemigos para proteger a
sus seres queridos.

Un día, mientras rebuscaba en una pila de pergaminos de nuestra biblioteca,


algo brillante me llamó la atención. Lo saqué y mi pulso saltó al encontrar un
libro que no había leído antes. Por sus toscas encuadernaciones cosidas, parecía
un texto mortal, su cubierta estaba tan descolorida que apenas podía distinguir
la pintura de un arquero apuntando con un arco de plata a diez soles en el cielo.
Rastreé los débiles detalles de una pluma dentro de los orbes. No, no eran soles,
sino pájaros, enroscados en bolas de fuego. Llevé el libro a mi habitación, con
un cosquilleo en los dedos al apretar el frágil papel contra mi pecho. Me senté
en una silla y pasé las páginas con avidez, devorando las palabras.

Comenzó como muchas historias de heroísmo, con el mundo mortal sumido


en una terrible desgracia. Diez pájaros de sol se alzaron en el cielo, calcinando
la tierra y causando un gran sufrimiento. No había cultivos que pudieran crecer
en el suelo carbonizado y no había agua para beber en los ríos resecos. Se
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rumoreaba que los dioses del cielo favorecían a los pájaros del sol, y nadie se
atrevía a desafiar a tan poderosas criaturas. Cuando toda esperanza parecía
perdida, un intrépido guerrero llamado Houyi tomó su arco encantado de hielo.
Disparó sus flechas al cielo, matando a nueve de los pájaros del sol y dejando
uno para iluminar la tierra...

Me arrebataron el libro, mi madre se quedó allí sonrojada con la respiración


corta y rápida. Cuando me agarró el brazo, sus uñas se clavaron en mi carne.
—¿Has leído esto? —gritó.

Mi madre rara vez levantaba la voz. La miré fijamente y finalmente asentí


con la cabeza.

Me soltó y se dejó caer en una silla mientras se llevaba los dedos a la sien.
Alargué la mano para tocarla, temiendo que se apartara por la ira, pero ella rodeó
las mías con su piel fría como el hielo.

—¿He hecho algo mal? ¿Por qué no puedo leer esto? —pregunté
entrecortadamente.

No parecía haber nada fuera de lo común en la historia.

Se quedó callada durante tanto tiempo que pensé que no había oído mi
pregunta.

Cuando por fin se volvió hacia mí, sus ojos eran luminosos, más brillantes
que las estrellas.

—No has hecho nada malo. El arquero, Houyi… es tu padre.

La luz pasó por mi mente, mis oídos resonaron con sus palabras. Cuando
era más joven, le había preguntado a menudo por mi padre. Pero cada vez se
callaba, su rostro se nublaba, hasta que finalmente mis preguntas cesaron. Mi
madre guardaba muchos secretos en su corazón que no compartía conmigo.

Hasta ahora.

—¿Mi padre? —Mi pecho se apretó al pronunciar las palabras.

Cerró el libro y su mirada se detuvo en la cubierta. Temiendo que se fuera,


levanté la tetera de porcelana y le serví una taza. Estaba fría, pero la bebió sin
rechistar.

—En el Reino Mortal, nos amábamos —comenzó, con la voz baja y suave—
. Él también te amaba, incluso antes de que nacieras. Y ahora... —Sus palabras
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se interrumpieron mientras parpadeaba furiosamente.

Le tomé la mano para reconfortarla y como un suave recordatorio de que


aún estaba aquí.

—Y ahora, nos separamos para la eternidad.

Apenas podía pensar en los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza,


en las emociones que surgían en mi interior. Desde que tenía uso de razón, mi
padre no había sido más que una presencia sombría en mi mente. Cuántas veces
había soñado con él sentado frente a mí mientras comíamos, paseando a mi lado
bajo los árboles en flor. Cada vez que me despertaba, el calor en mi pecho se
disolvía en un dolor hueco. Hoy, por fin sabía el nombre de mi padre, y que me
había amado.

No era de extrañar que mi madre pareciera atormentada todo este tiempo,


atrapada en sus recuerdos. ¿Qué había pasado con mi padre? ¿Seguía en el Reino
Mortal? ¿Cómo acabamos aquí? Sin embargo, me tragué mis preguntas, mientras
mi madre se enjugaba las lágrimas. Oh, cómo quería saberlo, pero no la
lastimaría para aliviar mi curiosidad egoísta.

El tiempo para un inmortal era como la lluvia para el océano sin límites. La
nuestra era una vida apacible, agradable, y los años pasaban como si fueran
semanas. ¿Quién sabe cuántos decenios habrían transcurrido así si mi vida no se
hubiera agitado como una hoja arrancada de su rama por el viento?

Era un día claro, la luz del sol entraba por mi ventana. Dejé a un lado mi
qin lacado y cerré los ojos para descansar. Como había sucedido antes, unas
motas plateadas de luz se colaron en mi mente, tirando y burlándose de mí, igual
que el aroma del osmanthus me atraía al bosque cada mañana. Quise alcanzarlas,
pero recordé la severa advertencia de mi madre.

—No te acerques a ellos, Xingyin —había suplicado, con la piel


cenicienta—, es demasiado peligroso. Confía en mí, se desvanecerán.

He mantenido mi promesa desde entonces y a lo largo de los años, también


había mantenido mi palabra con diligencia. Cada vez que un destello de plata
me llamaba, pensaba furiosamente en otras cosas, una canción o mi último libro,
hasta que mi mente se aclaraba y se desvanecían. Pero cada vez era más difícil,
las luces brillaban más, su llamada era más tentadora. El deseo de alcanzarlas
era casi abrumador.
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Con qué intensidad brillaban hoy, como si percibieran mi vacilante


resolución, la agitación inquieta de mi sangre. Últimamente había sentido esto
con más frecuencia, una parte de mí que anhelaba… algo que no tenía nombre.
Un cambio, tal vez. Pero aquí nunca pasaba nada. Nada cambió nunca.

Las luces no parecían peligrosas. ¿Se equivocaba mi madre? Me había


advertido de innumerables cosas, tan inofensivas como trepar a un árbol o correr
por los pasillos, quizá recordando esos peligros de su infancia mortal. Me acerqué
al resplandor de mi mente. Más cerca de lo que nunca había estado. Algo se
aferró a mí, arrastrándome, ¿fue el miedo o la culpa? Pero ahora,
temerariamente, lo atravesé como si fueran telarañas. Estaba al borde,
tambaleándome en el límite mientras una corriente corría por mis venas y
susurros se enroscaban entre mis oídos. Me incliné hacia delante y extendí la
mano, sólo para ver que la plata brillante se dispersaba como la luz de las estrellas
al amanecer.

Mis ojos se abrieron de golpe y mis sentidos se estremecieron. No tenía ni


idea de cuánto tiempo estuve allí sentada, aturdida. Más allá de mi ventana, el
sol del atardecer impregnaba el cielo con hilos de rosa y oro. La emoción
desapareció; el remordimiento se asentó como una piedra en mi pecho. Había
roto la promesa hecha a mi madre. Y lo que es peor, quería volver a hacerlo.
Aquellas luces no eran peligrosas, sino que formaban parte de mí; ahora lo sabía
con sorprendente certeza.

¿Por qué me había advertido de ellas?

Se lo preguntaré, decidí, poniéndome en pie. Soy lo suficientemente mayor


para saberlo.

Justo cuando llegué a la entrada, una extraña energía retumbó en el aire y


me erizó el vello de la nuca. Auras inmortales, desconocidas para mí, cambiando
y mezclándose como las nubes en el cielo. No podría decir cuántas, aunque uno
parecía brillar más que el resto, mucho más fuerte que la de mi madre o la de
Ping'er.

¿Quién ha venido aquí?

Cuando abrí las puertas de golpe, mi madre entró volando en mi habitación.


Retrocedí a trompicones y me golpeé contra una silla. ¿Había descubierto lo que
había hecho? ¿Vino a regañarme?

Agaché la cabeza.

—Lo siento, madre. Las luces…


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Me agarró por los hombros.

—No te preocupes por eso, Xingyin. Ha llegado una visita. No debe saber
que estás aquí, no debe saber que eres mi hija.

Mi pulso se aceleró ante la idea de conocer a alguien nuevo. Entonces, su


significado, al igual que su tono, y mi emoción se arrugó como una hoja de
papel.
—¿No quieres que conozca a tu amigo?

Sus manos se apartaron de mí, los planos de su rostro se endurecieron hasta


parecer tallados en mármol.

—No es una amiga. Es la emperatriz del Reino Celestial. Ella no sabe nada
de ti, nadie lo sabe. ¡Y no podemos dejar que te encuentren!

Sus palabras salieron de forma precipitada y me sobresaltaron, a pesar de


la emoción que se desató en mi interior. Había leído que el Reino Celestial era
la más poderosa de las ocho tierras inmortales, enclavada como una preciosa
lágrima en el corazón del reino. Su emperador y su emperatriz vivían en un
palacio que flotaba sobre un banco de nubes, desde donde gobernaban a los
celestiales y a los mortales, y vigilaban el sol, la luna y las estrellas. En todo el
tiempo que llevamos aquí, nunca se habían dignado a visitar nuestro remoto
hogar, así que ¿por qué ahora?

¿Y por qué tenía que esconderme?

Un extraño revoloteo en la boca del estómago extendió hilillos helados por


mi interior.

—¿Pasa algo? —pregunté, esperando que lo negara.

Me tocó suavemente la mejilla.

—Te lo explicaré todo más tarde. Por ahora, quédate en tu habitación y no


hagas ningún ruido.

Asentí con la cabeza y ella se marchó, cerrando las puertas tras de sí. Sólo
entonces me di cuenta de que mi madre no había respondido a mi pregunta. Abrí
un libro y lo dejé caer después de leer tres veces la misma línea. Mis dedos
pulsaron una cuerda de qin, pero luego la pellizcaron para amortiguar la nota.
Mientras miraba las puertas cerradas, una ardiente curiosidad me envolvió,
consumiendo mi miedo. Lentamente, me dirigí hacia ella, abriendo una rendija.
Una sola mirada a la Emperatriz Celestial y volvería a mi habitación. ¿Cuándo
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tendría otra oportunidad de verla, a una de las inmortales más poderosas del
reino? Y puede que incluso lleve puesta su Corona del Fénix, de la que se dice
que está hecha de plumas de oro puro y adornada con cien perlas luminosas.

Silenciosa como una sombra, caminé de puntillas por el largo pasillo que
llevaba desde mi habitación hasta el Salón de la Armonía de Plata, la sala más
grande de nuestro Palacio de la Luz Pura, con su suelo de mármol, sus lámparas
de jade y sus colgaduras de seda. Los pilares de madera colocados en bases de
plata ornamentadas añadían un toque de calidez a su elegancia prístina. Este era
el lugar donde siempre había imaginado que entretendríamos a nuestros
invitados, aunque nunca habíamos tenido uno hasta ahora.

A la vuelta de la esquina, se oyó una voz suave. Agudicé el oído para


escuchar.

—Chang'e, ¿has estado bien? —la cordial dirección de la Emperatriz


Celestial me sorprendió. No sonaba tan temible.

—Sí, Su Majestad Celestial. Gracias por su preocupación —la voz de mi


madre era anormalmente brillante.

Un breve silencio siguió a este intercambio de cortesías. Agachada junto a


la pared, estiré el cuello para echar un vistazo a la habitación. Mi madre estaba
arrodillada en el suelo, con la cabeza inclinada hacia abajo, mientras que
enfrente, sentada en la misma silla de mi madre, debía estar la Emperatriz
Celestial.

No llevaba corona, sino un elaborado tocado con hojas y flores enjoyadas


que tintineaban al moverse. Mientras la miraba, cautivada, se desplegó un
capullo que se convirtió en una orquídea de color amatista. Sobre las puntas de
sus dedos brillaban vainas de oro puntiagudas, curvadas como las garras de un
halcón. Los bordados plateados de su túnica violeta captaban la luz mortecina
que entraba por las ventanas. A diferencia del aura delicada y tranquila de mi
madre, la suya era fuerte, palpitante de calor. Estaba deslumbrante, pero sus
labios brillantes contra su piel blanca me hicieron pensar en sangre recién
derramada sobre la nieve.

Como correspondía a su elevada posición, la emperatriz no había venido


sola. Detrás de ella había seis asistentes, junto con un hombre inmortal alto, de
tez más oscura que el resto. Unas piezas planas de ámbar adornaban su sombrero
negro, su túnica de tinta se sujetaba con una faja de bronce y unos guantes
blancos cubrían sus manos. No sabía nada de la Corte Celestial, pero su forma
de comportarse parecía indicar que era de un rango superior al de los demás. Sin
embargo, había algo en él que no me gustaba, y cuando sus pálidos ojos
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marrones atravesaron la habitación, retrocedí, apoyando la espalda contra la


pared.

Tras una breve pausa, la emperatriz volvió a hablar, con una voz más fría
que un trozo de jade sin usar.

—Chang'e, se ha detectado un cambio peculiar en la energía aquí. ¿Estás


cultivando un poder secreto o albergando a un invitado prohibido, violando los
términos de tu encarcelamiento?
Me puse rígida, con los omóplatos apretados por la forma en que hablaba.
Cada palabra parecía revestirse de un entusiasmo, como si se deleitara con la
idea del error de mi madre. Emperatriz o no, ¿cómo se atrevía a hablar así? Mi
madre era la Diosa de la Luna, adorada y amada por innumerables mortales.
¿Cómo podía ser una prisionera? Este lugar era más que nuestro hogar; era su
dominio. ¿Quién encendía los faroles cada noche? ¿Por quién se balanceaban y
suspiraban los árboles cuando ella pasaba? ¿Cómo podía hacer aquí algo que no
fuera su derecho?

—Su Majestad Celestial, debe haber algún malentendido. Mis poderes son
débiles, como usted sabe. Y no hay nadie más aquí. ¿Quién se atrevería a venir?
—respondió mi madre con firmeza.

—Ministro Wu. Comparta su descubrimiento —ordenó la emperatriz.

Los pasos se arrastraron hacia adelante.

—Hoy temprano se ha detectado un cambio significativo en el aura de la


luna. En todos mis años de estudio no había habido precedentes, esto no puede
ser una coincidencia.

En su suave voz percibí un trasfondo de excitación. ¿Acaso disfrutaba con


los problemas de mi madre, como parecía hacer la emperatriz? La rabia me
invadió al pensar en ello, a pesar de mi inquietud. Aquel subidón en mis venas
de antes, cuando había tocado las luces, el susurro en el aire... ¿los había atraído
de algún modo hasta aquí?

—Espero que nuestra indulgencia no te haya vuelto audaz —siseó la


emperatriz—. Tuviste suerte antes, al ser encarcelada aquí cómodamente por
robar el Elixir de la Inmortalidad de tu marido. Escapaste del látigo del rayo y la
barra de fuego entonces. Pero eso cambiará si descubrimos que te dedicas a
seguir engañando. Confiesa ahora y puede que seamos misericordiosos —
arremetió, rompiendo la tranquilidad de nuestro hogar.

Mi puño voló hacia mi boca, sofocando mi jadeo. Nunca le había


preguntado a mi madre cómo había ascendido a la inmortalidad, pues sentía que
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le causaba dolor. Sin embargo, desde que leí el cuento de los pájaros del sol,
una pregunta me rondaba por la cabeza: ¿Dónde estaba mi padre? Oír que se le
había concedido el elixir y que se acusaba a mi madre de haberlo robado... algo
se me retorcía en las entrañas.

La emperatriz se equivocó, me dije a mí misma con fiereza, enterrando un


traicionero núcleo de duda.
Mi madre no se inmutó ni negó estas viles acusaciones. ¿Estaba
acostumbrada a ese trato de la emperatriz? Cuando volví a asomarme a la
habitación, se dobló para presionar la frente y las palmas de las manos contra el
suelo.

—Su Majestad Celestial. Ministro Wu. Tal vez este fenómeno fue causado
por la reciente alineación de las estrellas. La constelación del Dragón Azul ha
entrado en el camino de la luna, lo que puede haber distorsionado nuestras auras.
Cuando pase, las cosas deberían volver a la normalidad —hablaba como una
erudita que estudiaba los cielos, aunque yo sabía que no le interesaban esos
asuntos.

Siguió un largo silencio, interrumpido por un golpeteo rítmico: las


puntiagudas vainas de oro de la emperatriz se clavaban en la suave madera del
reposabrazos. Finalmente, se levantó y sus asistentes se reunieron detrás de ella.

—Puede que sea así, pero volveremos. Te han dejado sola durante
demasiado tiempo.

Me alegré de que se fueran, a pesar de la amenaza que acechaba bajo el


tono de la emperatriz como un cordón de seda tensado. Incapaz de soportar
escuchar más, me arrastré hasta mi habitación y me tumbé en la cama, mirando
por la ventana. El cielo se había oscurecido hasta convertirse en el esquivo gris
violáceo del crepúsculo, cuando lo último del día daba paso a la noche. Mi mente
estaba adormecida, aunque aún percibía cuando aquellas auras desconocidas se
desvanecían. Momentos después, mi madre apartó las puertas, con el rostro más
blanco que las paredes de piedra.

Mis dudas se desvanecieron. No creí a la Emperatriz Celestial. Mi madre


nunca habría traicionado a mi padre. Ni siquiera por la inmortalidad.

Me levanté de la cama y llegué a su lado. Ahora era casi tan alta como ella.

—Madre, he oído lo que te ha dicho la emperatriz.

Me rodeó con los brazos y me abrazó con fuerza. Me estreché contra su


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hombro y me sentí aliviada de que no estuviera enfadada, aunque su cuerpo


estaba tenso por el esfuerzo.

—No tenemos mucho tiempo. La emperatriz podría volver en cualquier


momento con sus soldados —susurró.

—¿Qué pueden hacer? No hemos hecho nada malo —mi estómago se


revolvió, una sensación desagradable—. ¿Somos prisioneras? ¿Qué quiso decir
la emperatriz sobre el elixir?
Se inclinó hacia atrás para mirarme a la cara.

—Xingyin, no eres una prisionera aquí. Pero yo sí lo soy. El Emperador


Celestial concedió el Elixir de la Inmortalidad a tu padre, por matar a los pájaros
del sol y salvar el mundo. Sin embargo, Houyi no lo tomó. Sólo había suficiente
para uno y no quería ascender a los cielos sin mí. Estaba embarazada, nuestra
felicidad parecía completa. Y así, escondió el elixir en un lugar dónde sólo yo
supe.

Su voz se quebró entonces.

—Pero mi cuerpo estaba demasiado débil para soportarte. Los médicos nos
dijeron que tú… que no sobreviviríamos al parto. Houyi no quería creerles, no
quería rendirse, llevándome a uno tras otro, buscando un pronóstico diferente.
Sin embargo, en el fondo, sabía que decían la verdad —hizo una pausa, una
tirantez alrededor de sus ojos como si estuviera metiendo la mano en sus
recuerdos, aquellos que le dolían—. Cuando lo llamaron a la batalla, me quedé
sola. Los dolores comenzaron entonces, demasiado pronto, en la profundidad de
la noche. Una agonía tan grande desgarraba mi cuerpo que apenas podía gritar.
Tenía tanto miedo de morir, de perderte.

Cuando se calló, la pregunta brotó de mí—: ¿Y qué pasó?

—Saqué el elixir de su escondite, descorché su tapón y lo bebí.

En la quietud de la habitación, lo único que podía oír era el latido de mi


propio corazón. Mis manos ya no calentaban las de mi madre, sino que estaban
tan frías como las suyas.

—¿Me odias, Xingyin? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Por traicionar


a tu padre?

Las palabras de la emperatriz eran ciertas. Por un momento no pude


moverme, mis entrañas se encresparon ante la revelación. Si mi madre no hubiera
tomado el elixir, tal vez habríamos sobrevivido. Mi familia, intacta. Sin embargo,
sabía lo mucho que quería a mi padre, lo mucho que lloraba su pérdida. Y, pase
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lo que pase, estaba agradecida de estar viva.

Me tragué lo último de mi vacilación.

—No, madre. Tú nos salvaste —Su mirada era distante, velada por el
recuerdo.

—Dejar a tu padre... oh, cómo me dolió. Aunque debo admitir que no


quería morir. Tampoco podía dejar que murieras. Sólo más tarde supe que los
regalos del Emperador Celestial venían con hilos invisibles y que tales decisiones
no correspondían a los mortales. El emperador se enfureció porque fui yo quien
se hizo inmortal en lugar de tu ilustre padre. La emperatriz me acusó de utilizar
artimañas para obtener una inmortalidad que no me había ganado.

—¿Se los explicaste? —pregunté—. Seguramente si sabían que era para


salvarnos…

—No me atreví. La emperatriz parecía hostil, como si llevara algún rencor


contra tu padre. Incluso lo acusó de ingratitud por rechazar el regalo del
emperador. Supe entonces que ella había buscado castigarlo en lugar de
recompensarlo por matar a los pájaros del sol. Ella no dudaría en hacerte daño.
¿Cómo podría hablarles de tu existencia? Para protegerte de su ira, mantuve tu
nacimiento en secreto. Confesé mi robo y como castigo, fui exiliada a la luna,
un encantamiento me ata aquí por la eternidad. No puedo abandonar este lugar,
por mucho que lo desee —En voz baja, añadió—: Un palacio del que no se
puede escapar es una prisión.

Me esforcé por respirar, mi pecho se agitó como un pez sacado del agua.
Había creído que nuestras vidas eran tan pacíficas, tan a salvo de todos los
peligros de mis libros. Saber que habíamos provocado la ira de los inmortales
más poderosos del reino me sacudió por completo.

—¿Pero por qué ha venido hoy la emperatriz, después de todo este tiempo?

—Nuestras auras emanan de nuestra fuerza vital, el núcleo de nuestra


magia: esas luces que ves en tu mente. Desde que naciste, hicimos todo lo posible
por ocultar tu poder. A pesar de nuestros esfuerzos, la emperatriz te ha percibido
hoy.

Mi garganta se cerró con fuerza.

—No lo sabía. Todo esto es culpa mía.

Qué estúpida e imprudente había sido. Por estar aburrida había ignorado la
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advertencia de mi madre, roto mi promesa, y nos había lanzado al más grave de


los peligros.

—Yo también tengo la culpa. Te dije que no sacaras tu magia, pero debería
haberte explicado por qué: que podría alertar al Reino Celestial de tu presencia
—suspiró—. Habría sucedido eventualmente; con cada año te haces más fuerte.
Si te encuentran, nuestro castigo será severo, no lo dudo. No temo tanto por mí,
sino por lo que te harían a ti, una niña inmortal que nunca estuvo destinada a
serlo.
—¿Qué podemos hacer?

—Lo único que podemos hacer es que abandones este lugar.

El miedo me cubrió la piel como el hielo que se forma sobre un lago. No


volver a ver a mi madre... De repente tuve miedo de dejarla ir.

—¿No puedo quedarme contigo? Me esconderé. Entréname, así podré


ayudarte.

—No podemos. Has oído las palabras de la emperatriz. Ahora nos vigilarán
aún más de cerca. Es demasiado tarde.

—Tal vez los convenciste, tal vez no vuelvan —Una súplica desesperada,
una esperanza infantil.

—Puede que haya ganado un poco de tiempo. Pero la emperatriz no habría


venido por capricho. Volverán. Y pronto —Su voz se espesó, obstruida por la
emoción—. No podemos protegerte. No somos lo suficientemente fuertes.

—Pero, ¿a dónde iré? ¿Cuándo te volveré a ver? —Cada palabra era un


golpe que daba forma a la pesadilla que se estaba formando.

—Ping'er te llevará con su familia en el Mar del Sur —hablaba ahora con
viveza, como si tratara de convencernos a ambos—. He oído que el océano es
hermoso. Tendrás una buena vida allí, libre de la nube que se cierne sobre
nosotros.

Ping'er había compartido conmigo todo lo que sabía de las tierras de más
allá, despertando mi imaginación, ávida de aventuras. El gran mar estaba dividido
en cuatro dominios que se extendían desde la orilla oriental hasta el océano
meridional, desde los acantilados del oeste hasta las aguas del norte. Me habían
cautivado sus relatos sobre las criaturas que vivían en las relucientes ciudades
submarinas o en las doradas costas. Cómo había soñado con explorarlas.

Sin embargo, nunca había imaginado huir de mi casa para hacerlo. ¿De qué
21

sirven las aventuras si no hay nadie con quien compartirlas?

La mano de mi madre se cerró alrededor de la mía, arrastrándome de nuevo


al presente.

—Nunca debes decirle a nadie quién eres. El Emperador Celestial tiene


informantes en todas partes. Consideraría tu existencia como un insulto
imperdonable —habló con urgencia, con sus ojos clavados en los míos hasta que
ahogué mi promesa.
Inclinándose hacia mí entonces, me abrochó algo alrededor del cuello. Un
collar de oro con un pequeño disco de jade. Era del color de las hojas de
primavera, con una talla de un dragón en su superficie. Mis dedos frotaron la
fría piedra, sintiendo una fina grieta en el borde.

—Esto pertenecía a tu padre —Sus ojos eran tan oscuros como una noche
sin luna—. No le digas a nadie quién eres. Pero tampoco lo olvides nunca.

Me abrazó y me acarició el pelo. Mantuve la cabeza agachada, sin querer


que se fuera, deseando que este momento durara para siempre. Sus nudillos
rozaron mi mejilla una vez, y luego no hubo nada más que un vacío doloroso.

Me hundí en el suelo y me rodeé las rodillas con los brazos. Oh, cómo
quería gritar y aullar, y golpear mis puños contra el suelo. Me llevé la mano a la
boca, amortiguando mis roncos sollozos, pero mis lágrimas silenciosas... Las dejé
correr por mi cara. En la única noche que tardó la flor de la luna en florecer y
marchitarse, mi vida se había trastocado. Mi camino, que parecía recto, se había
desviado hacia el desierto y estaba perdida.

La habitación estaba a oscuras, la noche había caído. La luna seguía


envuelta en sombras ya que los faroles aún no se habían encendido. La salida de
la luna tardaría en llegar esta noche.

La urgencia me impulsó a actuar. No deseaba que me descubrieran si Madre


y Ping'er iban a ser castigadas. Aunque la muerte rara vez se infligía a los
inmortales, las amenazas de rayos y fuego de la emperatriz hicieron que mi
cuerpo se apretara de terror.

Ping'er me ayudó a envolver mis pertenencias en un amplio trozo de tela.

—No demasiadas, y nada demasiado fino para no despertar sospechas —


Sus ojos estaban enrojecidos, pero al ver mi expresión de asombro, añadió—:
Estarás a salvo en el Mar del Sur, tan bien escondido como una estrella en el
cielo. Mi familia te cuidará y te enseñará todo lo que necesitas saber.

Anudó los extremos de la tela, formando una bolsa que colgó de mi


22

hombro.

—¿Nos vamos?

No quería hacerlo. Sin embargo, insensible a todo, asentí con la cabeza.


¿Qué otra cosa podía hacer? Ni siquiera podía culpar a los caprichos del destino
cuando era yo quien había provocado esto.
Mientras Ping'er y yo nos apresurábamos a atravesar la entrada,
dirigiéndonos al este, hacia el bosque de osmanthus, miré hacia atrás, una última
vez. Nunca mi casa me había parecido más hermosa que en este momento,
cuando apretaba cada curva, cada piedra en mi mente. Los mil faroles iluminaban
el suelo, las tejas plateadas reflejaban las estrellas. Y en el balcón donde había
contemplado el mundo de abajo, había una esbelta figura vestida de blanco.

La mirada de mi madre no estaba fija en el Reino Mortal, sino en mí, con


sus dedos levantados en señal de despedida. Ignorando el urgente tirón de Ping'er
en mi manga, me arrodillé, doblándome para presionar mi frente contra la suave
tierra. Mis labios se movieron en un voto silencioso: que volvería, que liberaría
a mi madre. No sabía cómo, pero lo intentaría con todo lo que había en mí.

Este no sería nuestro fin. Mientras seguía a Ping'er hacia la nube que nos
llevaría lejos, el dolor golpeó mi corazón de forma tan aguda y clara, se fracturó,
sólo se mantenía entero por un delgado hilo de esperanza.

23
Inhalé el aire vigorizante, tan fresco y a la vez hueco, sin rastro de especias.
Cuando la nube atravesó el cielo, tropecé y me agarré al brazo de Ping'er. Qué
misteriosa era la noche sin el brillo de las linternas. Sólo esta mañana, el miedo
había sido una emoción extraña para mí, y ahora estaba ahogada por él.
Afortunadamente, los pliegues de rocío de las nubes no cedieron bajo mis pies,
sino que eran tan firmes como el suelo, si no fuera por el viento que soplaba a
su alrededor.

Sería un largo viaje hasta el Mar del Sur, más allá del Reino Celestial, más
allá de los exuberantes bosques del Reino del Fénix. Más allá incluso del Desierto
Dorado, la vasta media luna de arena estéril que bordeaba el temido Reino de
los Demonios. ¿Cómo podría encontrar el camino a casa? Entonces me di cuenta
de que tal vez no creían que lo haría.

Un mar de luces brilló en la distancia, sacándome de mis sombríos


pensamientos.

—El Reino Celestial —susurró Ping'er.

Cuando una repentina ráfaga de viento se levantó, ella miró por encima del
hombro, con el color de su rostro agotado. Me giré, con la mirada puesta en la
noche. Una gran nube se elevaba hacia nosotros, con las formas sombrías de seis
inmortales sobre ella. Sus armaduras brillaban en blanco y dorado, aunque sus
rasgos estaban ocultos por la oscuridad.

—¡Soldados! —Ping'er jadeó.

Mi corazón martilleaba.
24

—¿Nos están buscando?

Me tiró detrás de ella.

—Llevan una armadura Celestial. Deben estar aquí por orden de la


emperatriz. ¡Agáchate! ¡Escóndete! Intentaré huir de ellos.

Me apreté todo lo que pude, enterrándome en los frescos tallos de la nube.


Una parte de mí se alegraba de no ver a los soldados, pero mi piel se erizó de
miedo a lo desconocido. Los ojos de Ping'er estaban cerrados mientras un fino
chorro de luz salía de su palma. Hasta esta noche, nunca la había visto usar la
magia; tal vez, no había sido necesario antes. Nuestra nube avanzó a toda
velocidad, pero muy pronto se frenó de nuevo.

El sudor le mojó la piel.

—No puedo hacer que vaya más rápido; no soy lo suficientemente fuerte.
Si nos atrapan... descubrirán quiénes somos.

—¿Están cerca? —me giré para mirar detrás, deseando no haberlo hecho.

El acero brillaba en las manos de los soldados, acercándose cada vez más.
Pronto nos alcanzarían. Alguien podría reconocer a Ping'er, se harían preguntas.
Yo era una torpe mentirosa, sin la práctica que brotaba de la necesidad, una
mirada severa de mi madre era suficiente para derramar la verdad de mi lengua.
Visiones monstruosas se agolpaban en mi mente: de soldados irrumpiendo en mi
casa, arrastrando a mi madre encadenada. Un látigo crepitante de relámpagos la
azotándola en la espalda, hendiendo su piel mientras la sangre salpicaba la seda
blanca de su túnica. Tuve una arcada, la bilis caliente subió a mi garganta.

Mis uñas se clavaron en la carne de mi palma. No podía dejar que nos


atraparan. No podía dejar que mi madre y Ping'er fueran heridas. Pero débil como
estaba, sólo podía pensar en una cosa, que bien podría ser la última que hiciera.

Apretando los dientes hasta que me dolieron, forcé las palabras—: Ping'er,
bájame aquí.

Me miró como si hubiera perdido la cabeza.

—¡No, esto es el Reino Celestial! Debemos llegar al Mar del Sur.


Debemos…

Mi calma se rompió. Tiré de su brazo con una fuerza frenética, tirando de


ella hacia abajo.

—No podemos huir de ellos. Una vez que nos capturen, nos castigarán a
25

todas creo…creo que debemos separarnos. Debes quedarte en la nube; no puedo


controlarla. ¡Ping'er, al menos así tendremos una oportunidad!

¿Qué opción teníamos? Ninguna que nos diera a ambas una esperanza de
escapar. Sin embargo, por más que lo intenté, no pude evitar temblar.

Ella negó con la cabeza, pero yo continué—: Estaré a salvo en el Reino


Celestial, siempre que no se den cuenta de quién soy. Le prometí a Madre que
no se lo diría a nadie, y no lo haré. Encontraré un lugar para esconderme. ¿Tal
vez puedas huir de los soldados sin mí?

Mis palabras salieron apresuradas. En un momento sería demasiado tarde,


la decisión arrancada de nosotros.

El fuego resplandeció a través de la noche, acercándose a nosotros. Golpeó,


nuestra nube se estremeció cuando se desvió bruscamente. El calor se reflejó en
mi piel cuando Ping'er levantó la mano, brillando con una luz que apagó las
llamas. Con un grito, cayó a mi lado.

—Están atacando —dijo con incredulidad, incluso mientras presionaba sus


palmas brillantes contra la nube, acelerándola.

El terror se apoderó de mí, pero no podía sucumbir. No ahora, cuando cada


segundo importaba.

—Ping'er, es la única manera. No podemos dejar que nos atrapen —hablé


con firmeza, con urgencia, ya no era una niña suplicando que la escucharan—.
Esta es mi elección también.

Algo se endureció entonces en su rostro, una sombría determinación.


Señaló un grueso banco de nubes en la distancia.

—Allí, me dejaré caer tan bajo como pueda. Te protegeré de la caída.

A pesar de sus palabras tranquilizadoras, algo me inquietaba. Su respiración


era agitada y dificultosa. Su piel estaba húmeda al tacto. ¿Estaba enferma?
Imposible. Los inmortales no sufrían tales dolencias.

—Ping'er, ¿estás herida? El fuego…

—Sólo un poco de cansancio. Nada por lo que preocuparse.

Me puse de lado, mirando por encima del borde mientras la nube se


precipitaba. Mi mente saltó a los peligros que había más adelante, más allá del
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vacío que había debajo, a esas luces brillantes que se entrelazaban en la


oscuridad. Hermoso. Aterrador.

Levantándome, rodeé a Ping'er con mis brazos, abrazándola con fuerza.


Deseando no tener que soltarla. Deseando tantas cosas, ninguna de las cuales se
haría realidad.

Se aferró a mí con una cruda desesperación mientras nos sumergíamos en


el banco de nubes. Las gotas de agua helada me rozaban la piel y la humedad
se pegaba a mi ropa. A medida que descendíamos, el frío me calaba
profundamente, hasta los huesos. Mis piernas temblaron cuando las desenrollé
para ponerme de pie. La piel de Ping'er era como la ceniza que se enfría cuando
me pasa un brazo por el hombro. El aire brillaba mientras un ligero cosquilleo se
deslizaba sobre mí.

—El escudo amortiguará tu caída. Pero aun así podrías sentir dolor y debes
tener cuidado en todo momento —Sus manos temblaron mientras me colgaba la
pequeña bolsa del brazo.

—¿Intentarás volver una vez que pase el peligro? —Me aferré a esta frágil
esperanza, tratando de reunir los restos de mi valor. Intentando no
desmoronarme.

Las lágrimas se acumulan en sus ojos.

—Por supuesto. Pero si no…

—Encontraré el camino de vuelta. Un día, cuando sea seguro —dije


rápidamente, para asegurarnos a ambos.

—Lo harás. Debes hacerlo, por tu madre —Ella respiró con fuerza—. ¿Estás
lista?

Estaba tan tensa que creía que iba a estallar. No, nunca estaría lista para…
saltar a lo desconocido, cortar esta última cuerda a mi hogar. Pero si no me iba
ahora, si cedía a mi pánico, si me dejaba hundir en la sombra de la duda, la poca
resolución que me quedaba se desvanecería. De cara a ella, obligué a mis rígidas
piernas a dar un paso atrás hacia el borde. Preferiría verla a ella cien veces más
que al hueco que había debajo.

—¡Ahora! —gritó en un repentino estallido de fuerza, con los ojos


encendidos.

Mis piernas se tambaleaban hacia atrás, justo cuando la cabeza de Ping'er


rodaba hacia un lado y se desplomaba en un montón arrugado sobre la nube.
Pero yo también estaba cayendo, a través del negro vacío del cielo. El viento me
27

arrebató todo pensamiento, tragándose el grito que brotó de mi garganta,


azotando mi cara y mis miembros hasta dejarlos en carne viva. Mi ropa fue
absorbida por una nube de seda. No podía respirar por el aire que me golpeaba,
mis pulmones ardían. Un rugido en mis oídos lo bloqueaba todo, excepto mi
corazón palpitante.

Sin embargo, delante de mí, reduciéndose a una mancha estaba la nube de


Ping'er, desaparecida. Su cuerpo estaba acurrucado donde había caído. ¿Se había
desmayado? ¡Muévete! grité en un grito insonoro, mientras los soldados corrían
hacia ella. El terror me encogió por dentro mientras extendía mis manos, un
gesto inútil, agarrando salvajemente a... a algo dentro de mí. Mi piel se
estremeció, caliente y luego fría, cuando una brillante oleada de aire se lanzó a
través del vacío hacia la nube de Ping'er. Brilló intensamente, antes de alejarse,
desapareciendo en el lejano horizonte.

Me estrellé contra el suelo y el dolor me recorrió todo el cuerpo. El aire se


me escapó del pecho, y sólo pude quedarme tumbada mientras las lágrimas
brotaban de mis ojos, mezclándose con el sudor que manchaba mi piel. El
cansancio se apoderó de mí. Cuando mis dedos agarraron la suave hierba que
había debajo de mí, respiré temblorosamente y el aroma de las flores llenó mis
fosas nasales. Dulce, pero que me entorpecía. Apoyando las palmas de las manos
en el suelo, me levanté, dolorida, pero ilesa. El encantamiento de Ping'er me
había protegido de lo peor de la caída.

Pensé que la estaba salvando, pero ella me había ayudado a escapar, sin
preocuparse por su propia seguridad. ¿Había escapado? ¿Estaba mi madre a
salvo? ¿Lo estaba yo? Mis respiraciones eran cortas y rápidas; me estaba
ahogando, luchando por respirar. Los inmortales no sufrían enfermedades ni
vejez, pero las armas, las criaturas y la magia de nuestro reino podían hacernos
daño. Tonto como era, nunca imaginé que tales peligros nos tocarían. Y ahora...
Me hice un ovillo, con los brazos envolviendo mis rodillas, y un gemido delgado
y agudo salió de mí como el de un animal herido.

Estúpida, me maldije una y otra vez por haber provocado esto, hasta que
por fin cerré los labios para amortiguar los sonidos.

No sé cuánto tiempo permanecí allí, con la garganta en carne viva por el


dolor tragado. Y sí, también temía por mí misma, mientras los pensamientos de
soldados crueles y bestias viciosas se agolpaban en mi mente. ¿Quién sabía lo
que acechaba en la oscuridad? Me estaba deshaciendo, un naufragio
enmarañado, pero entonces un rayo de luz cayó sobre mí. Levantando la cabeza,
miré la luna, la primera vez que la veía de lejos. Hermosa y luminosa, y también
reconfortante. Respiré mejor, encontrando consuelo en la idea de que mientras
la luna saliera cada noche, sabría que mi madre había encendido los faroles y
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que estaba bien. Me vino a la mente un recuerdo de ella caminando por el


bosque, con su túnica blanca brillando en la oscuridad. Mi corazón magullado
se acalambró de añoranza, pero me armé de valor para no volver a hundirme en
el abismo de la autocompasión.

Unos destellos brillantes procedentes de abajo me llamaron la atención, con


luces brillantes que danzaban en sus oscuras profundidades. ¿Eran éstas las que
había vislumbrado desde arriba? Sólo entonces me di cuenta de que el suelo era
como un espejo, un reflejo de las estrellas tejiendo la noche. Su belleza
desconocida me marcó, un duro recordatorio de que ya no estaba en casa. Volví
a desplomarme, apretando los brazos sobre mi cuerpo. Miré fijamente a la luna
hasta que se me pasó el dolor y finalmente caí en un sueño sin sueños sobre el
frío y duro suelo.

Alguien me acariciaba el brazo. ¿Era mi madre? ¿Había sido todo esto un


terrible sueño? La esperanza se disparó, rompiendo la niebla del sueño. Mis ojos
se abrieron, parpadeando en la claridad del día. Las luces arremolinadas se habían
desvanecido y en su lugar se reflejaban las rosadas nubes del amanecer.

Una mujer se agachó junto a mí, con una cesta a su lado. Su mano, que se
apoyaba en mi codo, era tan cálida y seca como la superficie de una linterna de
papel.

—¿Por qué duermes aquí? —Ella frunció el ceño—. ¿Estás bien?

Me levanté de golpe, reprimiendo un jadeo por el dolor de espalda. Apenas


pude asentir a su pregunta, entumecida por los recuerdos que me invadían.

—Tenga cuidado aquí. Deberías irte a casa. He oído que anoche hubo
algunos disturbios y que los soldados están patrullando la zona —recogió su
cesta y se puso en pie.

Se me anudaron las entrañas.

¿Disturbios? ¿Soldados?

—¡Espere! —grité, sin saber qué decir pero sin querer quedarme sola—.
¿Qué ha pasado?

—Alguna criatura atravesó las guardas. Los guardias la persiguieron —se


estremeció—. Hemos tenido espíritus de zorro en los últimos años. Aunque
escuché que esto podría haber sido un Demonio, tratando de arrebatar niños
29

Celestiales para sus artes malignas.

¿Uno de esos monstruos del Reino de los Demonios? Entonces me di cuenta


de que era yo a quien buscaban los guardias. Que yo era el supuesto Demonio.
Me habría reído en voz alta si no me hubiera dado miedo. Ping'er no debía estar
al tanto de las guardas.

—¿Atraparon a alguien? —mi voz salió débil y delgada.


—Todavía no, pero no te preocupes. Nuestros soldados son los mejores del
reino. Capturarán al intruso en poco tiempo —me dedicó una sonrisa
tranquilizadora, antes de preguntar—. ¿Qué haces aquí a estas horas?

Me hundí de alivio. ¡Ping'er se había escapado! Sin embargo, debo haber


permanecido aquí durante horas y ella no había regresado. Aquel vendaval que
había irrumpido en los cielos, haciéndola volar, ¿la había llevado demasiado
lejos?

Un pensamiento me empujó. ¿Ese poder, de alguna manera, había salido


de mí? ¿Podría volver a hacer algo así? No, es ridículo pensarlo. Además, mi
magia no había servido de nada hasta ahora, y no podía arriesgarme a llamar la
atención. Me puse en marcha y me di cuenta de que la mujer me miraba
fijamente, con su pregunta anterior sin respuesta. No sospechaba de mí porque
esperaba una bestia temible o un Demonio, pero no me atrevía a darle ninguna
razón para dudar de mí ahora.

—No tengo dónde ir yo… me despidieron de la casa en la que trabajaba.


Me caí y me desmayé.

Mis palabras eran torpes, mi tono vacilante. Mi lengua no estaba


acostumbrada a pronunciar mentiras tan descaradas.

Su rostro se suavizó. Tal vez sintió mi miseria, que se derramaba de mí


como un río crecido por la lluvia.

—Por los Cuatro Mares, algunos de estos nobles son tan malhumorados y
egoístas. Ahora no es tan malo. Pronto encontrarás otro lugar —ella ladeó la
cabeza—. Trabajo en la Mansión del Loto Dorado. He oído que la Joven Señora
está buscando otra asistente, si necesitas un puesto.

Su amabilidad era un calor en el invierno de mi miseria. Mi mente se


aceleró.

Vagar sola por mi cuenta seguramente despertaría sospechas. No estaba


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segura de cómo podía pensar en cosas tan mundanas, pero algo se endureció en
mi interior. La pena era un lujo que no podía permitirme después de revolcarme
en ella media noche. Si me derrumbaba ahora, todo habría sido en vano.
Encontraría un lugar aquí y, de alguna manera, lograría volver a casa, aunque
me llevara un año, una década o un siglo.

—Gracias. Le agradezco su amabilidad —me incliné desde la cintura en


una reverencia sin gracia, ya que en casa nunca nos paramos en tal ceremonia.
Pareció complacerla mientras sonreía, haciéndome un gesto para que la siguiera.
Recorrimos el resto del camino en silencio, pasando por un bosquecillo de
bambúes y cruzando un puente de piedra gris que se arqueaba sobre un río, antes
de llegar a las puertas de una gran finca. Una placa lacada en negro aparecía
justo debajo del techo de la entrada, con los caracteres dorados:

金莲府

MANSION DEL LOTO DORADO

Era una extensa finca, un conjunto de salones interconectados y amplios


patios. Unas columnas rojas sostenían unos tejados curvados de tejas azules. Las
flores de loto flotaban en los estanques, con una fragancia embriagadora y dulce.
Seguí a la mujer por largos pasillos iluminados por faroles de palisandro2, hasta
que llegamos a un gran edificio. Dejándome en la puerta, se acercó a un hombre
de rostro rubicundo y le habló. Él asintió una vez, antes de venir hacia mí. Me
puse más recta, alisando instintivamente las arrugas de mi bata.

—¡Ah, esto es muy oportuno! —exclamó—. Nuestra joven ama, Lady


Meiling, me amonestó anoche mismo por no haberle encontrado una sustituta.
Aunque uno se pregunta por qué no puede arreglárselas con tres asistentes —
murmuró, mientras me miraba fijamente— ¿Has servido antes en una casa
grande? ¿Cuáles son sus habilidades?

Tragué con fuerza, pensando en mi casa. No había estado ociosa, ayudando


siempre que podía.

—No tan grande como ésta —aventuré finalmente—. Estaría agradecida


por cualquier puesto que pueda ofrecer. Puedo cocinar, limpiar, tocar música y
leer.

Mis habilidades estaban lejos de ser impresionantes, pero mi respuesta


pareció satisfacerle.

Los días siguientes los pasé aprendiendo mis tareas, desde cómo preparar
el té de Lady Meiling a su gusto, hasta la preparación de sus pasteles de almendra
31

favoritos, y el cuidado de sus vestidos, algunos adornados con bordados tan


exquisitos que parecían temblar bajo mi tacto. Otras tareas incluían pulir los
muebles, lavar la ropa de cama y cuidar los jardines. Me mantenía en pie desde
el amanecer hasta la noche, tal vez porque no tenía poderes que pudieran facilitar
mis tareas.

2
Especie de árbol perteneciente a la familia de las fabáceas. Se utiliza normalmente en ebanistería de
lujo, carpintería exterior e interior, carrocerías, decoración, mobiliario, etc.
Eran las reglas las que me molestaban más que el trabajo: dictar la
profundidad de mis reverencias, exigirme que me callara hasta que me hablaran,
que nunca me sentara en presencia de mi ama, que obedeciera todas sus órdenes
sin dudar. Cada regla hundía un poco más mi orgullo, ampliando el abismo entre
ama y sirvienta, un recordatorio constante de la inferioridad de mi posición y del
hecho de que ya no estaba en casa.

Esto podría haberme dolido más, pero mi corazón ya estaba pesado por la
pena, mi mente hundida por preocupaciones mucho mayores que el dolor de
pies o las palmas de las manos en carne viva. Y, en cierto modo, me alegraba
que mis días estuvieran repletos de semejante trabajo, dejándome poco tiempo
para pensar en mi miseria.

Cuando el jefe de camareros consideró por fin que mi rendimiento era


satisfactorio, me asignaron a Lady Meiling, junto con sus otros ayudantes con
los que compartiría habitación. Se suponía que era una señora exigente, pero
esperaba que entre las cuatro fuéramos suficientes. Cuando llegué con mi maleta,
las otras asistentes se estaban vistiendo, colocando las túnicas verde sauce sobre
sus ropas interiores blancas. Una de las chicas ayudaba a otra a atarse una faja
amarilla a la cintura. Una bonita chica con hoyuelos se colocó en el pelo una
horquilla de latón con forma de loto, que todas debíamos llevar. Eran un trío
animado, que charlaba entre ellas con fácil familiaridad. A pesar de la miseria
que me embargaba, una chispa se encendió en mi pecho. Quizá tenía por fin la
oportunidad de hacer los amigos que tanto había deseado.

La chica de los hoyuelos se giró hacia mí.

—¿Eres la chica nueva?, ¿De dónde eres?

—Y…Yo —la historia que Ping'er me había ayudado a inventar salió


volando de mi cabeza. Bajo el peso de su mirada, el calor se apoderó de mis
mejillas.

Las demás soltaron una risita, con los ojos brillantes como guijarros lavados
por la lluvia.
32

—Jiayi —llamó una de ellas a la chica del alfiler de loto—. Parece que ha
perdido la voz.

Jiayi me miró fijamente y su boca se curvó como si viera algo que le


desagradaba. ¿Era mi sencillo peinado o la falta de adornos que colgaban de mi
cintura, mis muñecas y mi cuello? ¿O es que me faltaba su aplomo, su seguridad
en el lugar que ocupaba en este mundo? Todo ello anunciaba la simple verdad
de que yo era una intrusa, que no pertenecía a este mundo.
—¿A qué se dedican tus padres? Mi padre es el jefe de la guardia aquí —
declaró con un claro aire de superioridad.

Mi padre mató a los soles. Mi madre enciende la luna.

Eso borraría la expresión de suficiencia de su rostro, pero reprimí el


imprudente impulso. Un momento de satisfacción no valía la pena ser tachada
de mentirosa o ser arrojada a una celda. Sin mencionar el peligro para mi madre
y Ping'er, si me creían.

—No tengo familia aquí —dije en su lugar. Una respuesta segura, aunque
me haría ganar más desprecio; ya lo veía en las miradas que intercambiaban,
ahora que sabían que no tenía a nadie que me protegiera.

—Qué aburrido. ¿Dónde te encontró el mayordomo? ¿En la calle? —


resopló Jiayi, dándose la vuelta. Una a una, las demás siguieron su ejemplo,
volviendo a hablar entre ellas tan alegremente como una bandada de pájaros.

Se me heló la boca del estómago. No estaba segura de lo que esperaban de


mí, sólo que de alguna manera me habían considerado insuficiente. Indigna.
Caminé con dificultad hasta el rincón más alejado y levanté mi bolsa sobre la
cama vacía. Las chicas se rieron, compartiendo una broma entre ellas, y su alegría
hizo que el dolor de mi aislamiento fuera más profundo. Cuando se me formó
un nudo en la garganta, me apresuré a salir para recuperar la compostura. Odiaba
huir, pero más odiaría llorar delante de ellas.

Guarda tus lágrimas para algo que importe, me dije a mí misma con fiereza
antes de volver a la habitación. Se giraron hacia mí de inmediato, el repentino
silencio me sacudió. Sólo entonces me di cuenta de que mi bolsa de tela estaba
desatada, con su contenido esparcido por el suelo.

El aire estaba cargado de hostilidad mientras me arrastraba para recuperar


mis pertenencias. Alguien se rio, mis oídos ardieron ante el sonido. Es una
niñada. Mezquino, me quejé. Pero, ¡cómo me quemaba la humillación! Qué
privilegiada había sido por haber conocido sólo el amor y el afecto hasta ahora.
33

En mi infancia, me aterrorizaban los monstruos despiadados que leía en mis


libros. Sin embargo, estaba aprendiendo que también había que temer una
sonrisa como la de una guadaña y unas palabras que calaban hondo. Nunca había
imaginado que existiera gente así: los que se enorgullecen de pisotear la dignidad
de los demás, los que se alimentan de la miseria de los demás.

Una pequeña voz en mi interior me susurraba que, en efecto, me habían


recogido de la calle, sin habilidades ni conexiones. Tal vez, si me callaba y
agachaba la cabeza, acabarían por aceptarme como una de ellas. Estaba tan
cansada que sólo quería dejar las cosas como estaban. ¿Qué importaba si
ganaban? ¿A quién le importaba la dignidad o el honor? No era nada comparado
con todo lo que había perdido. Pero algo dentro de mí gritaba en protesta. No,
no me avergonzarían. No me complacería ni adularía para ganar su amistad.
Preferiría estar sola que tener amigas como estas. Y aunque me sentí menos que
un insecto en ese momento, levanté la barbilla para enfrentarme a sus miradas.

Las bonitas facciones de Jiayi estaban marcadas por el desprecio, pero


también por la inquietud que desprendían sus ojos. ¿Esperaba que me hiciera a
un lado y me desvaneciera en las sombras? Me alegré de haberla decepcionado.
Me habían herido, pero no tendrían la satisfacción de saberlo. Su crueldad sólo
tenía el poder que yo le diera, y yo les arrancaría mi orgullo destrozado de debajo
de las suelas de sus pies porque... era lo único que me quedaba.

34
El pabellón daba a un patio de glicinas, con los árboles cubiertos de racimos
de flores lilas. Estaba detrás de mi señora, Lady Meiling, que llevaba un vestido
de brocado rosa con flores brillantes en las mangas y la falda. Era exquisito, los
pétalos bordados se sonrojaban de un rojo intenso antes de volver a ser plateados.
Mis ojos se abrieron de par en par. Lady Meiling poseía innumerables trajes, pero
éste era raro. Sólo las costureras más hábiles podían encantar sus creaciones para
que respondieran a los poderes de su portadora.

Además de servir a Lady Meiling y de mantener sus habitaciones y su patio


impecables, se me asignó el cuidado de sus prendas: sus túnicas, mantos y fajas
de seda, raso y brocado. Al principio, me pareció una tarea agradable, aunque
algo tediosa, pero pronto me di cuenta de que me llevaba la peor parte de su
disgusto cada vez que algo se traspapelaba, por el más mínimo rasguño o mota
de polvo. Para empeorar las cosas, Jiayi seleccionaba cada día el atuendo de
nuestra señora, lo que aumentaba mi carga de trabajo con su interminable flujo
de quejas y exigencias.

Tal vez sintiendo mi distracción, los labios de Lady Meiling se fruncieron


mientras miraba hacia mí.

—Té —dijo secamente.

Me apresuré a rellenar su taza, con el fragante vapor enroscándose en el


aire.

Una fuerte ráfaga de viento sopló en el patio, dejando caer pétalos sobre la
hierba. Lady Meiling se alisó las mangas, frunciendo el ceño como si el viento
se hubiera atrevido a interrumpir su mañana.
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—Xingyin, trae mi capa —exigió—. La seda melocotón con el dobladillo


dorado. Asegúrate de tomar la correcta.

Me incliné, luchando contra el impulso de rechinar los dientes. Lady


Meiling era joven, pero poseía el temperamento imperioso de una matriarca
milenaria.

Sólo habían pasado unos meses desde que llegué aquí, pero el calor de
estar entre los seres queridos ya se había desvanecido hasta convertirse en el eco
de un recuerdo. Como había prometido, mantuve mi identidad en secreto, pero
nunca estuvo lejos de mis pensamientos. Por la noche, escuchaba la respiración
profunda y constante de mis compañeros de habitación antes de dejar que mi
mente se trasladara a los brillantes pasillos de mi casa. Entonces empezaban las
pesadillas, en las que mi madre y Ping'er eran capturadas por los soldados. De
volver a casa y encontrarla desierta y en ruinas. No era de extrañar que a menudo
me despertara empapada en sudor, jadeando por el dolor en el pecho.

Las otras asistentes no me querían, pensando que mi situación era inferior


a la de ellas.

Su desprecio no hizo más que endurecer mi columna vertebral, aunque me


hicieron la vida imposible de innumerables maneras mezquinas: arruinando las
cosas a mi cargo, burlándose de cada una de mis palabras, llevando historias
falsas sobre mí a nuestra señora. Me mandó a arrodillarme en el patio tantas
veces, que me sentí uno de los leones de piedra tallada que custodiaban la
entrada. No debía quejarme; esto era mejor que el encarcelamiento o ser azotado
con látigos de fuego. Sin embargo, más que la incomodidad, era la indignidad
lo que me escocía. Cada vez me tragaba las lágrimas, hasta que casi podía
saborear la diferencia entre el amargo sabor de la humillación y la sal del dolor.

Me apresuré a ir a la habitación de Lady Meiling y busqué frenéticamente


su capa. Su paciencia era escasa y su temperamento tan incendiario como esos
fuegos artificiales que los mortales lanzan durante las fiestas. Finalmente, la vi
tirada sobre una silla. Al recogerla, mi alivio se desvaneció al ver la mancha
oscura que se filtraba a través de la tela, con la tinta aún brillante. Sin pensarlo,
lo dejé caer antes de que me manchara la piel.

—¿Qué ocurre? —entró Jiayi, con una sonrisa en los labios mientras miraba
la prenda estropeada—. Si no cuidas la ropa de nuestra Joven Señora como es
debido, sólo puedes culparte a ti misma.

Cuando su mano se extendió con un gesto desdeñoso, me puse rígida al


ver uno de sus dedos manchado de forma oscura.
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—Fuiste tú —dije con rotundidad. No debería haberme sorprendido.

Sus mejillas se enrojecieron mientras sacudía la cabeza.

—De todas formas, ¿quién te creería?

Mi temperamento, que se estaba cocinando a fuego lento por los meses de


indignidades, se desbordó.

—Esos trucos no te hacen mejor que nadie, te hacen menos —siseé.


Jiayi dio un paso atrás. ¿Tenía miedo de que la atacara? Todo lo que quería
era una disculpa, una admisión de su culpabilidad en lugar de esconderse detrás
de sus sonrisas burlonas y cómplices.

Pero se me negó incluso eso, ya que Lady Meiling irrumpió en la habitación.

—¿Por qué tardas tanto? ¡Estoy casi congelada por el viento! —cuando su
mirada se deslizó hacia la capa en el suelo, se quedó con la boca abierta.

Jiayi recuperó primero la compostura, con los ojos muy abiertos y sin
engaño, mientras recogía la prenda y la sacudía para mostrar mejor la marca.

—Joven señora, Xingyin derramó tinta sobre ella. Me dijo que no se lo


dijera porque tenía miedo.

Respiré profundamente, luchando por la calma. Lady Meiling nunca se


pondría de mi lado en contra de su asistente favorita. No sin pruebas, que esta
vez tenía.

—Jiayi se equivoca; yo no hice tal cosa. Se manchó antes de que yo llegara.


La Joven Señora es bienvenida a inspeccionarnos en busca de manchas.

Jiayi palideció mientras enterraba las manos en los pliegues de seda de la


capa. No tenía por qué molestarse, ya que los ojos de Lady Meiling se cerraron
con fuerza, como los de un gato al que hubieran acariciado de forma equivocada.
Le caía mal, quizá influenciada por las historias que le contaban los demás.

—Jiayi es tu mayor en esta casa. Discúlpate con ella de inmediato. Luego


limpia esto y asegúrate de que esté impecable —recogió la prenda ofensiva y me
la lanzó. Golpeó mi mejilla y se deslizó hasta quedar a mis pies.

No podía hablar, mis entrañas retrocedían ante la injusticia. Mis brazos


permanecieron rígidos como madera a los lados, desafiando sus órdenes. Un
impulso salvaje se apoderó de mí, para arrojar la prenda de nuevo a ella. De
verter tinta recién molida sobre la propia túnica de Jiayi. Salir furiosa... pero aquí
se acabó la fantasía. ¿Adónde podía ir?
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Cuando los labios de Lady Meiling se cerraron en finas vetas, bajé la


cabeza, forzando una disculpa. Agarrando la capa, salí corriendo de la
habitación, sin saber cuánto tiempo más podría contenerme.

Quería estar sola, lejos del parloteo de los demás asistentes. Empezaba a
entender por qué mi madre prefería la soledad en los momentos que agobiaban
su corazón. Con un cubo y una pastilla de jabón, me dirigí al río cercano. A su
alrededor crecían grupos de bambú, de un exuberante verde esmeralda, que se
extendían orgullosos hacia el cielo. Me senté en la orilla del río, restregando el
manto, con el pecho tan apretado que apenas podía respirar. ¡Cómo echaba de
menos mi hogar!

El voto que había hecho para rescatar a mi madre me aplastó por su pura
inutilidad. ¿Cómo podría ayudarla, impotente como estaba? Mi futuro se
extendía ante mí, solitario y sombrío: una vida de servidumbre sin esperanza de
mejora.

Una lágrima no deseada brotó en el rabillo del ojo. Había aprendido a


tragarlas, inhalando con fuerza o parpadeando. Pero como estaba sola, dejé que
se deslizara por mi mejilla.

—¿Por qué lloras? —una voz clara sonó, sobresaltándome.

Me giré, y sólo ahora me di cuenta de que el joven estaba sentado en una


roca a poca distancia, con un codo apoyado en su rodilla levantada. ¿Cómo he
podido pasar por alto su aura, que latía en el aire? Fuerte y cálida, tan brillante
como un mediodía sin nubes. Sus ojos oscuros brillaban bajo unas cejas amplias,
y su piel estaba radiante, como si la hubiera bañado el sol. Su largo cabello negro
estaba recogido en una coleta que se derramaba sobre su túnica de brocado azul,
que se ceñía a su cintura con un cinturón de seda. De su faja pendía un adorno
de jade amarillo, cuya borla le llegaba a las rodillas cuando bajó de un salto y
caminó hacia mí. Cuando me devolvió la mirada sin reservas, el calor me subió
por el cuello.

—No puede ser tan difícil limpiar una ropa sucia —comentó, mirando el
bulto que tenía en mis manos.

—¿Cómo vas a saberlo? Es mucho más difícil de lo que parece —repliqué—


. Y nunca lloraría por esto. Es que... Echo de menos a mi familia.

En el momento en que se me escaparon las palabras, me mordí la lengua.


Era la verdad, pero ¿qué me había poseído para hablar de esas cosas a un
extraño?
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—Si echas de menos a tu familia, vuelve con ella. ¿Por qué te ibas a ir?
especialmente para un trabajo como éste —señaló la prenda empapada con un
gesto de desprecio, y las comisuras de sus labios se curvaron.

¿Se estaba burlando de mí? Ya me había hartado de ese trato hoy. Su


arrogancia, su forma descuidada de hablar, me crispó los nervios. ¿Qué sabía él
de mis problemas? ¿Quién era él para juzgar?

Le lanzo una mirada mordaz a sus galas.


—No todo es tan sencillo. No todo el mundo tiene la suerte de hacer lo que
le plazca. Y no aceptaré ningún consejo de alguien que no ha trabajado un solo
día en su vida.

Su sonrisa desapareció.

—Tu actitud es bastante insolente para una asistente —Parecía más curioso
que ofendido.

—Ser asistente no significa que no tenga mi orgullo. El trabajo que hago


no es un reflejo de lo que soy —Volviendo la espalda a él, restregué la capa con
más vigor que antes. Ya había perdido demasiado tiempo; Lady Meiling se
pondría furiosa si tardaba demasiado, lo que significaría otra noche de rodillas
en el frío y duro suelo.

No hubo respuesta y pensé que se había ido, cansado de tomarme el pelo.


Sin embargo, me giré y lo encontré todavía allí.

—¿Me buscas a mí? —se rio. Cuando una acalorada negación subió a mi
garganta, añadió rápidamente—: ¿Eres de la Mansión del Loto Dorado?

—¿Cómo lo has sabido? —me puse en pie, preguntándome si era un


conocido de Lady Meiling.

Se inclinó hacia delante y su mano extendida me rozó el costado de la


cabeza. Retrocedí y le aparté de un manotazo, tirando el alfiler de loto de latón
de mi pelo. Antes de que pudiera moverme, se agachó y lo recogió de la hierba.
Sin decir nada, se limpió el alfiler con la manga y lo volvió a colocar en mi pelo.
La suciedad manchó su túnica, lo que no pareció molestarle lo más mínimo.

—Gracias —dije, encontrando mi voz. No, no podía ser el amigo de mi


señora. Ninguno de ellos ayudaría a un asistente.

—Su broche —explicó—. ¿No lo llevan todos los asistentes?

Asentí con la cabeza mientras me sentaba y volvía a sumergir la capa en el


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arroyo, maldiciendo para mis adentros la terquedad de la tinta. En lugar de


marcharse como esperaba, se acomodó a mi lado, con las piernas colgando sobre
el borde de la orilla.

—¿Por qué eres tan infeliz?

Hacía tanto tiempo que no tenía a alguien con quien hablar, alguien
dispuesto a escuchar. Mi cautela, tan cuidadosamente cultivada aquí, se deshizo
en la chispa de su calidez.
—Cada mañana, cuando me despierto, no quiero abrir los ojos —empecé
titubeando, poco acostumbrada a desahogarme.

—Quizás deberías dormir más si estás tan cansada.

Él sonrió, pero yo fruncí el ceño, sin ganas de humor. Qué tonta fui al
pensar que podría importarle. Recogí la capa y el cubo para irme, mientras él se
ponía en pie.

—Lo siento —dijo con rigidez, como si no estuviera acostumbrado a


disculparse—. No debería haberme burlado de ti cuando intentabas decirme algo
importante.

—No, no deberías haberlo hecho —Sin embargo, no había rencor en mi


voz; su disculpa había atenuado mi resentimiento. Era sincera y amable, dos
cosas que había encontrado poco desde que dejé mi casa.

—Si todavía estás dispuesta a contarme, será un honor escucharte —inclinó


la cabeza con una formalidad inesperada.

—Difícilmente describiría esto como un honor, pero aprecio su torpe


intento de adulación —resoplé.

—¿Torpe? —Fue su turno de fruncir el ceño—. ¿Funcionó? —preguntó,


sin arrepentirse.

No pude reprimir mi sonrisa.

—Desgraciadamente.

Mientras un incómodo silencio se apoderaba de nosotros, arranqué una


larga brizna de hierba y la enrollé entre mis dedos.

—Entonces, ¿por qué temes cada día? —preguntó.

Hice un nudo en la hierba, y luego otro. Era más fácil mirarlo a él que a
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ella.

—Porque no tengo nada que esperar. Soy un fracaso y no importa lo que


haga, lo mucho que lo intente, nada cambiará. ¿Alguna vez te has sentido así?
¿Indefenso?

Me reprendí a mí misma por ser una tonta. Alguien como él nunca lo


entendería.

—Sí —dijo simplemente.


—¿Ah, sí? —No es que dudara de él, pero parecía ser una de esas criaturas
doradas que poseen más que su cuota de bendiciones. No sabía nada de él, salvo
su aspecto y sus finas vestimentas, pero sus maneras seguras anunciaban el
privilegio con más fuerza que los linajes o los títulos.

Se inclinó hacia atrás, apoyando las palmas de las manos en la hierba.

—Cada uno tiene sus propios problemas; algunos los ponen al descubierto
mientras que otros los ocultan mejor. En mi caso, hago lo que puedo para estirar
los límites que me irritan, aunque sea un poco cada vez. ¿Quién sabe cuándo el
más mínimo cambio puede marcar la diferencia?

Lo que dijo me tocó la fibra sensible. Me había regañado por ser débil, pero
¿había sido eso una excusa para no hacer nada? Estos últimos meses había sido
una sombra de mí misma, hundida por la pena y la autocompasión. Era cierto
que no poseía poderes para hablar, ni amigos o familiares para ayudarme. Pero
no estaba indefensa, ni siquiera cuando aquellos soldados nos habían perseguido
a Ping'er y a mí. Me había arriesgado entonces, en lugar de esperar una captura
segura. Entonces, ¿por qué no aquí? ¿Dónde el refugio llegó al precio de mi
dignidad y mis sueños? Puede que ahora no encuentre una salida, pero a través
de pequeños empujones, pequeños pasos, podría labrar mi camino después de
todo, uno que me llevara a casa.

Me invadió un alivio vertiginoso, inesperado pero bienvenido. Me sentí


agradecida con él, con este hombre de modales extraños, a veces ofensivo, pero
cortés y amable.

Mi situación seguía siendo grave, pero mi espíritu, aunque magullado,


estaba intacto. Tal vez todo lo que había necesitado era que me volvieran a ver
como una persona. Como yo misma. Para recordar que había vida más allá de la
Mansión del Loto Dorado una vez que rompiera este ciclo de miseria, de que de
alguna manera me había atrapado en la creencia de que era mi único camino
hacia adelante.

—Me iría mañana, pero no tengo adónde ir —murmuré con fervor.


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—¿Y tu familia? ¿Tus amigos? ¿No pueden ayudar?

Mi cara se apagó. Mi madre y Ping'er estaban perdidas para mí.

—No tengo a nadie.

—¿Tus padres... murieron? —preguntó tímidamente.


Me estremecí al pensarlo, deseando no haber hablado de mi madre. Los
mortales creían que daba mala suerte incluso hablar de esas cosas en voz alta.
Demasiados temores aún envolvían mi corazón, de demasiadas cosas que podían
salir mal.

Su expresión se suavizó.

—Lo siento —dijo suavemente, tomando mi silencio como respuesta.

El sentimiento de culpa se apoderó de mi lengua. No quería mentirle, pero


no podía decirle la verdad. Pero peor aún era reclamar su compasión, a la que
no tenía derecho. Abrí la boca para corregirlo, para pronunciar las palabras que
disiparían su compasión y lo dejarían como un extraño desinteresado una vez
más... pero el sonido de los pasos me cortó.

Era Lady Meiling, que se acercaba a mí con un crujido de brocados. Me


puse en pie de un salto, luchando contra el temor familiar que me invadía. El
aire se agitó con el calor de su aura, la ira que se desprendía de ella en oleadas.
Conocía bien las fases de su temperamento y, por el color rojo de sus mejillas,
estaba realmente furiosa.

—¡Xingyin! ¿Cuánto tiempo se tarda en limpiar una pequeña mancha?

Hice una mueca de dolor por la mordacidad de su tono, aunque algo se


endureció a lo largo de mi columna vertebral. No se me escapó ninguna disculpa,
ni dejé de mirarla.

Mi silencio pareció enfurecerla aún más.

—¿Cómo te atreves a sentarte aquí, holgazaneando y charlando con


extraños? —me miró con desprecio, pero entonces ocurrió algo extraño y
maravilloso. Su rostro perdió el color y un grito ahogado salió de sus labios. Se
arrodilló y juntó las manos, manteniéndolas delante de ella mientras se inclinaba
en una reverencia formal hacia el joven que se había levantado a mi lado—. Lady
Meiling saluda a Su Alteza, el Príncipe Heredero Liwei —Su voz se volvió dulce
como la miel—. Si hubiéramos sabido que nos honraba con su presencia,
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habríamos preparado una bienvenida adecuada.

Yo también la habría seguido para arrodillarme, pero lo único que conseguí


fue mirarlo con incredulidad. ¿Por qué no me había dicho quién era? Tampoco
había mentido, me recordé. Había desaparecido el joven amable en el que había
confiado; en su lugar había un señor, seguro de su poder. Estaba con las manos
juntas a la espalda, con una expresión distante. Si hubiera visto esta faceta suya
antes, podría haber huido.
Le asintió con fría formalidad.

—Señora Meiling, ¿qué ha hecho esta asistente para ganarse una


reprimenda tan dura?

Un suave suspiro salió de ella mientras sus hombros caían. Qué frágil y
hermosa parecía ahora, como una rosa despojada de sus espinas.

—Alteza, siempre he tratado a quienes me sirven como si fueran mi propia


familia. Lo que usted presenció fue sólo un desliz de mi temperamento, causado
por las repetidas ofensas de esta asistente.

De mi garganta salieron sonidos estrangulados que ahogué. La expresión


del Príncipe Liwei era inescrutable. ¿La creía? ¿Y por qué se me hundió el ánimo
al pensarlo?

—¿Cómo te ha ofendido? —su tono era agradable, pero no dio permiso a


Lady Meiling para levantarse.

—Ella estropeó mi prenda favorita y trató de mentir para librarse de ella.

—¡No he mentido! —grité, olvidando todo el decoro.

La espalda del Príncipe Liwei se endureció un poco. ¿Lamentaba haberse


visto envuelto en esta trivial disputa? Así eran mis días en la Mansión del Loto
Dorado; una corriente incesante de mezquindades que me desgastaban y roían.
Pero no más, decidí. Mi encuentro con el príncipe, por inexplicable que fuera me
había recordado que no tenía que recorrer mansamente el camino que se me
había marcado. Buscaría y utilizaría todas las ventajas que pudiera encontrar,
incluso la de su posición actual.

—¿La viste arruinar tu prenda? —le preguntó a Lady Meiling. Ella dudó.

—No, me enteré por…

Su mano se levantó, cortándola.


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—Lady Meiling, parece que te apresuraste a echar la culpa sin investigar


debidamente —me quitó la capa y miró la mancha, que todos mis esfuerzos
hasta el momento no habían conseguido atenuar. El aire se calentó mientras una
luz dorada se reflejaba en la seda desde la palma de su mano. La mancha
desapareció y la capa se secó como si nunca hubiera estado mojada.

Su magia era fuerte. Al igual que la facilidad con la que fluía de él.
Cómo deseaba poder hacerlo. El vendaval que había surgido para poner a
Ping'er a salvo parecía un sueño lejano. Si hubiera salido de mí, no tendría idea
de cómo hacerlo de nuevo. Cuando cerraba los ojos, seguía percibiendo
tentadores destellos de las luces de mi interior, pero se alejaban en el momento
en que estiraba la mano. Mis intentos eran, en el mejor de los casos, poco
entusiastas; su visión me apuñalaba de miedo y remordimiento. Si no hubiera
llamado la atención de la emperatriz, aún estaría en casa. Tal vez Ping'er me
habría enseñado a usar mis poderes. Pensé, amargamente, ¿de qué servía la
magia cuando no se entrenaba? Y habría poca esperanza de avanzar en mis
habilidades mientras permaneciera aquí.

En la Mansión del Loto Dorado sólo se enseñaba a los sirvientes más


favorecidos a canalizar su magia para realizar tareas rudimentarias, para ayudar
en sus quehaceres.

Los guardias fueron instruidos en encantamientos de ataque y defensa,


desde levantar escudos de protección hasta lanzar rayos de fuego o hielo.
Mientras que del resto se esperaba que trabajara como los mortales. Es cierto
que la mayoría de los demás asistentes poseían una fuerza vital débil, que
probablemente nunca llegaría a ser lo suficientemente fuerte como para ascender
a la jerarquía de los inmortales.

Tal vez también fuera cierto para mí, pero en el fondo no lo creía. Eran mis
poderes los que habían llamado la atención del Reino Celestial. Había sido mi
perdición, pero quizás podría convertirlo en una ventaja, si encontraba a alguien
dispuesto a entrenarme.

El Príncipe Liwei le pasó la capa, ahora impoluta, a Lady Meiling.

—Confío en que no habrá necesidad de reprender a nadie más —Su tono


se endureció—. Cualquier asistente principal de su casa, o incluso usted misma,
podría haber arreglado esto sin recurrir a estas medidas. Tal comportamiento
desde una posición de privilegio no se refleja bien en usted.

Dos manchas rojas ardían en las mejillas de Lady Meiling. Una parte
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mezquina de mí disfrutaba viendo cómo la reprendían, pero ¿qué pasaría cuando


el príncipe se fuera? Cuando sonó una nueva voz, la del padre de Lady Meiling,
mi ansiedad se triplicó.

—Su Alteza —se apresuró a llegar hasta donde estábamos, probablemente


alertado de la presencia del Príncipe Heredero por un vigilante. Se arrodilló y
realizó una reverencia formal, tocando el suelo con la frente—. Si mi hija o esta
sirviente le han ofendido, pido perdón.
—Me decepcionó ver cómo Lady Meiling trata a los de su casa —dijo el
príncipe—. Ese comportamiento no tiene cabida en mi corte. Cuando regrese,
pienso anular la invitación a su casa para la elección de mi acompañante.

Ahogué un grito. Lady Meiling había hablado poco de esto, desde que fue
elegida como candidata. El príncipe heredero había organizado este concurso
para elegir una compañera de estudios, una que aprendiera junto a él. ¿Era esto
lo que quería decir al estirar las limitaciones que le molestaban? ¿Estaba cansado
de sus amigos de palacio? Se dijo que el príncipe quería abrir la oportunidad a
todo el reino, pero fue rechazado. Ahora cada candidato debía ser apadrinado
por una casa noble, que procedía a proponer sólo a sus parientes.

El padre de Lady Meiling palideció. Sería una terrible humillación ser


eliminada de la lista y habría un sinfín de cotilleos sobre por qué su hija había
sido declarada en falta.

—Por favor perdónela, Su Alteza —imploró—. Mi hija sería una verdadera


flor para adornar su corte, si tuviera la suerte de unirse a ella.

Una idea audaz se formó en mi mente. Incluso audaz, pero puede que nunca
vuelva a tener una oportunidad así. Dejar de estar a merced de una amante
caprichosa, estudiar con el Príncipe Liwei, aprender a aprovechar mis poderes...
Se me secó la boca al pensarlo. Quizás entonces podría ayudar a mi madre.

Me arrodillé, haciendo una torpe reverencia.

—Su Alteza, por favor, no retire la invitación de Lady Meiling. Pero… —


las palabras se atascaron en mi garganta como una espina de pescado firmemente
alojada.

Esperó, su paciencia calmó mis nervios dispersos. Mi lengua se paseó por


mis labios mientras reunía el valor para decir:

—Yo también quiero participar.

Lady Meiling y su padre giraron hacia mí, con los ojos desorbitados. Para
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ellos, yo no era nada, no merecía tal honor. Quería hundirme en el suelo, no


acostumbrada a presentarme de esta manera, pero la opinión del Príncipe Liwei
era la única que importaba.

Parpadeó, aparentemente sorprendido por primera vez desde que lo conocí.

—¿Por qué? —dijo alargando la palabra.


El padre de Lady Meiling esperaba estrechar lazos con la familia real.
Incluso se hablaba de que se había ganado el afecto del príncipe. Todo eso me
importaba poco. Se me pasó por la cabeza adularle, pero decidí hablar con el
corazón. Era lo que había hecho antes de saber quién era.

—Alteza, sería un honor estar en su compañía, pero no es por eso por lo


que quiero esto…

Se dio un golpecito en la barbilla, con los labios crispados.

—¿No quieres estar en mi compañía?

—No, Su Alteza. Quiero decir, ¡sí! Sí, quiero estar en su compañía —


tartamudeé—, pero más que nada, quiero aprender con usted, de los grandes
maestros del reino.

En silencio, maldije mis torpes palabras. Se negaría, pensé con


desesperación. Pero habría sido peor no haberlo intentado.

Se quedó quieto, como si estuviera sopesando mi respuesta. Finalmente,


dijo al padre de Lady Meiling—: Permitiré que su hija conserve su lugar, con una
condición: que usted patrocine también la participación de esta asistente.

La esperanza se elevó en mí como una cometa arrastrada por el viento.

—Su Alteza, ella es sólo una asistente —protestó el padre de Lady Meiling.

—Lo que hacemos no es un reflejo de lo que somos —El Príncipe Liwei se


hizo eco de mis primeras palabras, con una mirada más firme que la de su edad—
. Patrocínalas a ambas o a ninguna.

—Sí, Su Alteza —El padre de Lady Meiling se inclinó, mientras el Príncipe


Liwei se alejaba, desapareciendo en el bosque de bambú.

Un tenso silencio siguió a su partida. Recogí mis cosas, con la intención de


desaparecer cuando el padre de Lady Meiling me hizo un gesto para que me
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acercara.

—¿Cómo conoces al Príncipe Heredero? —preguntó.

—Lo he conocido hoy —respondí con sinceridad.

Me miró con los ojos entrecerrados, acariciándose la barba.


—¿Por qué está tan interesado en tu bienestar? —se preguntó en voz alta,
sin observar nada en mi aspecto que pudiera haber provocado la defensa del
príncipe heredero.

Por el rabillo del ojo vislumbré el rostro de Lady Meiling, todavía rojo por
la furia y la humillación. Reacia a echar sal a su herida, elegí mis palabras con
cuidado.

—Me vio llorar y creo que se compadeció de mí —me di cuenta, entonces,


de que probablemente era la verdad.

Asintió con la cabeza y me despidió con un movimiento de la mano. La


lástima por alguien como yo era algo que él podía comprender.

Me incliné y me excusé, mis pasos eran más ligeros que una pluma
planeando. No era una tonta ilusa; haría falta un milagro para que ganara. Pero
había una profunda satisfacción en aprovechar esta oportunidad. Aunque
perdiera.

Aunque me echaran de la Mansión del Loto Dorado. Esta pizca de


esperanza fue un soplo de aire fresco en mi estancada existencia. Espoleada por
una nueva determinación, regresé con la cabeza un poco más alta. Ya no era una
niña dispuesta a ir a la deriva con la marea, sino que iría contra la corriente si
era necesario. Y si ganaba, por algún milagroso golpe de suerte, no volvería a
estar indefensa.

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No encontré descanso en el sueño, mi mente estaba plagada de visiones de
fracaso. Tirando las sábanas, me levanté para prepararme. A todas las candidatas
nos habían dado un conjunto de prendas y una tablilla de sándalo grabada con
nuestros nombres. Me puse la túnica de seda de color albaricoque y me até el
fajín de brocado amarillo a la cintura.

Luego un abrigo diáfano, con los tonos cambiantes del amanecer. Las
mangas fluidas me rozaban las muñecas, la falda me llegaba a los tobillos. Mis
dedos recorrieron el material, ligero y suave, con un sutil brillo en sus hilos. No
había llevado una seda tan fina desde mi casa. A falta de habilidad para intentar
algo más elaborado con mi pelo, lo recogí en una cola que se balanceaba en mi
espalda.

Recogiendo la tablilla de madera, me la ajusté a la cintura, trazando los


caracteres de mi nombre grabados en ella:

星银

Estrella de plata, la constante compañera de la luna. Madre, pensé, hoy te


haré sentir orgullosa de mí. Me dirigí a las puertas, ansiosa por escapar de las
pétreas miradas de las otras chicas que acababan de levantarse de sus camas.

—No te acostumbres demasiado al Palacio de Jade. Pronto volverás aquí


—dijo Jiayi burlonamente.

Me detuve junto a la entrada, sin darme la vuelta.

—Gracias por tus amables deseos, Jiayi —dije, en el tono más agradable
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que pude reunir—. Cuando regrese, será para empacar mis cosas. Mientras tanto,
cuida mejor las prendas de Lady Meiling. Por tu propio bien, asegúrate de
mantenerlas alejadas de la tinta.

Me alejé con la espalda erguida, aunque me alegré de que no pudiera verme


la cara. A pesar de mis atrevidas palabras, una parte de mí estaba segura de que
su mezquina predicción se cumpliría. Sin embargo, desde aquel día junto al río,
ya no me conformaba con fingir indiferencia ni con contenerme ante los insultos.
Fuera de la mansión, me di cuenta de que no conocía el camino hacia el
Palacio de Jade. Aunque me atreviera a preguntarle a Lady Meiling, ella nunca
me ayudaría. Levanté la cabeza para buscar en el cielo. El Palacio de Jade flotaba
en un banco de nubes sobre el reino. No sería difícil de encontrar.

Siempre que me había aventurado a salir al exterior, nunca había tenido


tiempo de detenerme. A mi alrededor se encontraban las magníficas fincas de
los inmortales más poderosos del reino. Algunas estaban construidas con
maderas raras y con techos escalonados de tejas vidriadas, mientras que otras
estaban hechas de piedra pulida con techos elegantemente volteados. Los árboles
y los arbustos abundaban en tonos enjoyados de carmesí y amatista, esmeralda
y bermellón. El Reino Celestial era como un jardín en eterna primavera; las flores
no se marchitaban y las hojas no se oscurecían.

Hoy, el suelo brillaba de un azul intenso, reflejando el claro cielo de arriba


como si la tierra y el cielo fueran uno.

La escalera de mármol blanco puro que conducía al palacio desaparecía


entre las nubes. Mientras subía los escalones, agarrado a la barandilla, mis ojos
se fijaron en las intrincadas tallas de fénix de sus balaustres. Al llegar a la cima,
me quedé quieta ante la vista. Las columnas de ámbar sostenían un magnífico
techo de tres niveles de jade verde hierba. Los dragones dorados se posaban
majestuosamente en cada esquina, con perlas luminosas en sus mandíbulas, tan
reales que casi podía sentir el viento ondeando en sus crines. Las paredes de
piedra blanca estaban salpicadas de cristales que brillaban como estrellas en un
mar de nubes. A lo largo de la entrada había incensarios de bronce con gemas
preciosas, de los que salían rizos de humo dulce.

Sobre la entrada colgaba una enorme placa de lapislázuli con los caracteres
grabados en oro:

玉宇天宫

PALACIO DE JADE DEL CIELO INMORTAL


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Cuando un asistente me hizo un gesto, le seguí a través de las puertas


lacadas en rojo, intentando no quedarme boquiabierta ante los techos pintados
con flores de color cobalto, escarlata y caqui. Cruzamos pasillos sinuosos y
grandes jardines de recreo, pabellones dorados y estanques llenos de lotos, antes
de salir a un patio repleto de inmortales. Agaché el cuello para leer la placa de
madera pintada con el nombre de este lugar:
恒宁苑

PATIO DE LA TRANQUILIDAD ETERNA

Aunque hoy, la residencia del príncipe heredero era cualquier cosa menos
tranquila. Aunque el sol aún no estaba en lo alto, el aire retumbaba con auras
inmortales. Todas las demás candidatas ya se habían reunido, cultivadas y
arrancadas de las familias más ilustres del reino. Todas ansiosas por plantarse en
el jardín del príncipe heredero, al igual que yo, admití para mis adentros. Aunque
me sentía tan fuera de lugar como una mala hierba entre las orquídeas, igual que
siempre que me comparaba con mi madre.

Más allá de su linaje, las otras candidatas eran sin duda brillantes, cultas,
consumadas. Poderosas. Aunque todas iban vestidas de forma similar, el jade y
el oro brillaban en sus cabellos, y de sus cinturas colgaban ornamentos
enjoyados. Sus zapatillas estaban densamente bordadas con hilo de seda, algunas
con incrustaciones de perlas brillantes. Muchas me miraban con curiosidad y
cuando mis ojos se encontraron con los de Lady Meiling, sus labios se fruncieron
como si hubiera mordido una ciruela ácida. Se dio la vuelta con una risa forzada,
sus palabras se dirigieron a mí mientras no intentaba bajar la voz.

—Esa chica de allí, la que parece una campesina mortal. Solía ser mi
ayudante —Lady Meiling hizo una pausa, dejando que los jadeos se acallaran
antes de continuar—. La peor que he tenido, tan estúpida como aburrida.

—¿Cómo ha sido seleccionada? —preguntó un hombre delgado,


mirándome.

Su nariz se arrugó.

—Ella le rogó al Príncipe Liwei que le diera la oportunidad, y él se apiadó


de ella. Probablemente sólo lo permitió porque sabía que ella no podía ganar.

Mis dedos se clavaron en la falda de mi bata, arrugando la delicada seda.


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Quería herirme, tal vez para hacer tambalear mi confianza. No sabía lo profundas
que eran sus burlas. Pero no le daría ninguna satisfacción, sino que mi deseo de
ganar se endurecería. No sentiría ningún remordimiento por mi supuesta
temeridad al superar mi posición para alcanzar el premio. ¿Qué me importaban
esas reglas? No me educaron para venerar sus títulos o su rango, y ciertamente
no empezaría ahora, no cuando ganar transformaría mi vida, no sólo puliría un
futuro ya brillante.
Se tocó un gong, su tono bronco reverberó con fuerza y el silencio siguió
su estela. Los asistentes se apresuraron a entrar en el patio, despejando el camino
hacia la tarima elevada frente al pabellón donde estaban dispuestos trece
pupitres. Un número impar, y supuse que yo era la última incorporación. Los
susurros se extendieron entre la multitud cuando los inmortales se arrodillaron y
tocaron el suelo con la frente. Me apresuré a seguirlos cuando entró el príncipe
heredero, acompañado por su madre y sus asistentes.

—Todos pueden levantarse.

El sonido familiar de su voz calmó mis nervios. Cuando me levanté, miré


ansiosamente hacia el estrado. ¿Era éste el mismo joven que había limpiado la
suciedad de mi horquilla y escuchado mis problemas? Un collar de oro brillaba
en su cuello, bajo una túnica de brocado azul bordada con dragones amarillos.
Un brillo plateado emanaba de sus fauces, como si respiraran niebla y nubes.
Unos eslabones planos de jade blanco rodeaban su túnica por la cintura. Llevaba
el pelo recogido en un copete inmaculado, envuelto en una corona de oro con
un gran zafiro oblongo. Qué grandioso se veía. Majestuoso, incluso. Y, sin
embargo, también era tal como lo recordaba, con su expresión pensativa y sus
ojos oscuros e inteligentes.

Mi mirada se desvió hacia las brillantes túnicas bermellón de su madre, que


estaba a su lado. Los fénix escarlata de sus ropajes estiraban sus gráciles cabezas,
sus crestas casi enredadas en el largo collar de cuentas de jade que rodeaba su
garganta. Cuando mi mirada se dirigió a su rostro, se me heló la sangre.

La Emperatriz Celestial.

La que había amenazado y aterrorizado a mi madre, forzando mi huida de


casa. La ira se disparó, descongelando mi miedo, y mis emociones se enfrentaron
en mi interior. Mis dedos se cerraron en apretados puños mientras forzaba mi
boca a esbozar una sonrisa insípida. ¡Qué insensatez haber perdido la conexión!
¿Estaba mi mente embotada por el dolor y los meses de insomnio? Mis instintos
me gritaban que me fuera, pero no podía revelarme ahora. Además, la emperatriz
no tenía la menor idea de mi identidad. Y lo que es más importante, la necesidad
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pesaba más que mi miedo: necesitaba esta oportunidad para tener alguna
esperanza de hacer algo por mí misma. Incluso si me acercaba a aquellos a los
que temía. A los que despreciaba. Lentamente, solté las manos y las dejé
colgando a los lados.

Ante el asentimiento del Príncipe Liwei, el jefe de los asistentes dijo—: En


los dos primeros desafíos participarán todas las candidatas. Sólo las ganadoras
pasarán a la tercera y última ronda. Su Alteza ha determinado que no se permite
la magia; estas son pruebas de habilidad, aprendizaje y destreza, que es lo que
más valora —hizo una pausa—. El primer desafío será el arte de preparar té.

Exhalé, sintiendo que mi tensión se aliviaba. Una parte de mí había temido


que me encomendaran una tarea imposible en la que fracasaría antes de empezar.
Pero mi alivio duró poco, ya que las candidatas se apresuraron a entrar en el
pabellón en un remolino de seda y brocado. Me apresuré a ir a la mesa que me
habían asignado, tratando de calmar mi corazón. Podía preparar té, lo había
hecho innumerables veces antes, para mí, para mi madre. Incluso para Lady
Meiling.

Excepto, ¿qué era todo esto que había en la mesa ante mí? Mi cabeza
empezó a palpitar ante la desconcertante variedad de objetos. Más de una docena
de teteras de distintos tamaños, de arcilla, porcelana y jade. Una gran bandeja
estaba repleta de tarros de hojas de té: rizos negros de oolong, perlas de jazmín
y hojas de color marrón dorado y verde. En un rincón había una pila de ladrillos
y pasteles de pu'er prensado. Junto a ellos se alineaban pequeños cuencos de
porcelana con flores secas. Tomé algunos artículos y me los llevé a la nariz:
terrosos y embriagadores, floridos y dulces; los aromas no hacían más que
confundirme. Apenas pude identificar algunos: té Longjing, jazmín y crisantemo
silvestre, entre otros.

Mi ánimo se desplomó cuando miré a mi alrededor. Las demás candidatas


olfateaban los tés con pericia antes de hacer su selección. Algunos eligieron más
de un tipo, ¿quizás despreciando una sola mezcla por considerarla demasiado
humilde? Las más rápidas ya estaban sirviendo sus tés, mientras que yo ni
siquiera había hecho mi elección. Recogí una fragante torta de pu'er, arranqué
una cuña con una aguja de plata y la dejé caer en una tetera de porcelana. Tenía
poca experiencia en la elaboración de este té, pero había oído que las mejores
hojas se prensaban en estas formas y envejecían durante años, incluso décadas.
Mientras esperaba a que el agua hirviera, volví a mirar a mi alrededor y me di
cuenta de que todas las que elegían el pu'er utilizaban teteras de barro, y que
algunas desechaban la primera infusión. Dudando repentinamente, descarté mi
primera opción y decidí quedarme con lo que mejor conocía: el Longjing, el té
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del Pozo del Dragón, favorito de mi madre. El vapor brotó de la tetera de bronce
y, rápidamente, vertí el líquido hirviendo sobre otro juego de té para calentarlo,
para despertar mejor el sabor de las hojas. Sin pausa, eché un puñado de hojas
de color verde brillante en la tetera y la llené de agua caliente. Volví a tapar la
tetera y esperé impacientemente a que se infusionara. Veinte segundos. No más,
ya que casi se me había acabado el tiempo.

Vertí el té en una taza de porcelana formando una sopa marrón turbia. Se


me retorcieron las tripas cuando levanté la tapa para inspeccionar los posos. Me
maldije por mi descuido. Con las prisas, había puesto el Longjing en la misma
tetera que el pu'er. Al mezclar tés, me habían advertido que tuviera cuidado con
la temperatura del agua y las proporciones para equilibrar sus sabores, ya sean
delicados o fuertes. Por el aroma pesado y apagado que emanaba aquí, lo había
entendido todo mal.

Alguien se aclaró la garganta, el jefe de los asistentes, haciéndome señas


para que me acercara con impaciencia. Yo era la única que no había servido mi
té y ahora no había tiempo para preparar otro. Mis manos estaban rígidas
mientras llevaba la bandeja al Príncipe Liwei. A cada paso, mi gran sueño de
distinguirme aquí se desvanecía más en el olvido. Peor aún, ¿y si Su Alteza
escupía mi té? La emperatriz se pondría furiosa, podría ser expulsada del
concurso de inmediato, considerada tan indigna e incapaz como todos los
presentes me creían.

Cuando coloqué la bandeja ante el Príncipe Liwei, sus ojos se calentaron al


reconocerlo, y bajaron hasta la tablilla con el nombre de sándalo que había junto
a mi cintura. Sin dudarlo, se llevó la taza a la boca y dio un largo sorbo. Yo
estaba de pie frente a él, así que sólo vi la ligera arruga de su ceño, la mueca de
sus labios. Desapareció en un instante, pero mi ánimo se desplomó. No podía
imaginar que aquello fuera una expresión de placer. Sin embargo, para mi
asombro, el Príncipe Liwei levantó mi copa en el aire.

—Este. Nunca había probado una mezcla tan única —señaló con la cabeza
a un asistente que registró mi nombre.

La Emperatriz Celestial se inclinó hacia delante.

—Liwei, ¿estás seguro? Es un color muy extraño. Déjame probarlo.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Qué bien recordaba su voz, melodiosa


y a la vez aguda.

Cuando el Príncipe Liwei le entregó la taza, ésta se le escapó de los dedos,


golpeando el suelo con estrépito. La porcelana se hizo añicos y el líquido oscuro
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se derramó sobre el suelo de piedra, los restos de mi desafortunado brebaje. Una


multitud de asistentes se apresuró a limpiar el desastre, pero la emperatriz los
ignoró, mirándome como si fuera yo quien lo hubiera dejado caer.

Cuando el jefe de los asistentes me anunció como ganadora del primer


desafío, me desplomé con alivio, sin ofenderme por los susurros sorprendidos.
Porque, a pesar de las palabras del Príncipe Liwei, dudaba que mi té mereciera
ese honor. Sin embargo, de alguna manera, estaba por delante en la competición
y eso era lo que importaba.
Frente al pabellón, se descubrió un cuadro de osmanthus en flor para el
segundo reto. Mientras el público suspiraba de admiración, se nos pidió que
compusiéramos una copla inspirada en la escena. Yo reprimí un gemido. Hacía
mucho tiempo que no sostenía un pincel y mucho menos componía nada. Intenté
evocar palabras elegantes y frases floridas, pero mi mente permaneció tan en
blanco como el papel sin tocar que tenía ante mí. Cerré los ojos, el olor de la
tinta era más intenso en la oscuridad: pesado, con un leve matiz medicinal. Casi
podía imaginarme de nuevo en mi casa, con el aire fresco que entraba por la
ventana, haciendo crujir las finas hojas de mi escritorio de madera.

Fue hace años, cuando mi madre empezó a enseñarme a escribir. Recuerdo


cómo sus suspiros resonaban en mis oídos. Aunque ella había sido paciente, yo
era una alumna difícil, sobre todo para las asignaturas que no me interesaban.

—Xingyin, sujeta el pincel con más firmeza —me había amonestado por
décima vez—. Un pulgar en un lado, tus dedos índice y corazón en el otro. Recto,
no dejes que se incline hacia abajo.

Sólo cuando estuvo satisfecha, me permitió sumergir los pelos rígidos del
pincel de marfil en la tinta brillante. Mientras lo hacía girar con más fuerza contra
la piedra de tinta, me advirtió—: No demasiado. Tus líneas serán torpes, la tinta
sangrará.

Había imaginado los elegantes caracteres que formaría, pero mi entusiasmo


pronto se desvaneció después de hacer el mismo trazo tambaleante una y otra
vez.

—¿Qué sentido tiene aprender esto? —me pregunté impaciente—. No es


que vaya a convertirme en una escriba o una erudita.

Entonces me había quitado el pincel, dibujando el carácter 永 con


movimientos firmes y precisos: Para siempre, la palabra compuesta por las ocho
pinceladas de las que se formaban todos los caracteres.

Nunca crecerás si sólo haces lo que se te da bien, había dicho. Las cosas
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más difíciles suelen ser las que más valen la pena.

Reacia a abandonar el refugio de mi memoria, abrí los ojos lentamente.

Las demás concursantes escribían con una calma frenética, encorvadas en


la concentración. Yo miraba fijamente el cuadro, sin pensar ya en lo que podría
gustar a los jueces, sino en lo mucho que echaba de menos a mi madre hasta
que me dolía. Levantando el pincel, escribí las siguientes líneas:
花瓣凋零,芬芳褪尽,
曾映骄阳,却落泥霜.
Las flores caen, su dulce fragancia se pierde,
Antes calentado por el sol, ahora hundido en la escarcha.

Cuando se leyó mi copla en voz alta, hubo algunos asentimientos y


murmullos de agradecimiento. La mía no era ni mucho menos la mejor, pero
estaba agradecida por no deshonrarme. Después de que la emperatriz
seleccionara a Lady Lianbao como ganadora, aplaudí junto con el público.

Mientras se llevaban el cuadro, entraron varios asistentes con grandes


bandejas llenas de comida para la cena. Perdí la cuenta del asombroso número
de platos mientras las mesas se agitaban bajo bandejas de gambas cocidas a
fuego lento en mantequilla dorada, cerdo asado, pollo guisado con hierbas,
delicadas sopas y verduras artísticamente modeladas en forma de flores. El olor
era delicioso, pero sólo pude probar unos pocos bocados antes de que mi
estómago se revolviera en señal de protesta.

Dejé los palillos en el suelo y levanté la vista para ver a la Lady Lianbao
empujando la comida en su plato con el mismo poco entusiasmo. Había un flujo
incesante de charlas a nuestro alrededor, pero lo único en lo que podía pensar
era en lo que vendría después: el último desafío en el que sólo nosotros
participaríamos. Cuando nuestras miradas se cruzaron, le lancé una sonrisa
tentativa, que ella devolvió tras un momento de vacilación.

Una vez retirados los platos y la comida restante, volvió a sonar el gong. El
asistente principal anunció en voz alta—: Para el desafío final, Lady Lianbao y
la Asistente Xingyin elegirán cada uno un instrumento para interpretar una
canción de su elección. La ganadora será elegido por Su Majestad Celestial y Su
Alteza.

Mi corazón dio un salto. Por fin, algo en lo que tenía algo de habilidad. Los
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escritorios se habían despejado y se había colocado una gran variedad de


instrumentos. Lady Lianbao se inclinó hacia el estrado, antes de seleccionar el
qin y tomar asiento. Tocó una hermosa melodía, un clásico sobre las hojas del
mundo mortal que cambian de color de jade a rojizo, y sus dedos pulsaron las
cuerdas con maestría. Mientras admiraba su habilidad, mi confianza disminuía
con cada nota perfecta.
Era mi turno. Cuando todo el mundo giraba hacia mí, las palmas de mis
manos empezaron a sudar. Me las limpié contra la falda, tratando de calmarme.
Sólo había actuado delante de mi madre y de Ping'er. Un público de lo más
amable, de lo más indulgente. Con pasos de madera, me dirigí hacia el centro
del pabellón. Mis ojos pasaron por encima de las cítaras y los laúdes, y por
encima de las campanas y los tambores... pero no había ninguna flauta. Me
detuve ante el qin, el único que me resultaba familiar aquí. Sin embargo, no era
mi mejor instrumento y Lady Lianbao lo había tocado mucho mejor que yo.
Elegirlo sería elegir la derrota, y una vida en la Mansión del Loto Dorado no me
acercaría ni un paso a mi sueño.

Agradecida de que la larga falda ocultara mis temblorosas piernas, me


incliné hacia el estrado.

—Su Majestad Celestial, Su Alteza. Aquí no hay flauta. ¿Puedo tocar mi


propio instrumento?

La emperatriz frunció los labios.

—Las reglas no pueden romperse —Su tono era agudo con la


desaprobación.

Mantuve la cara baja para que no viera mi miedo y resentimiento


reprimidos.

—Su Majestad Celestial, las reglas sólo decían que tenía que elegir un
instrumento para actuar, no especificaba de dónde.

Alguien jadeó. Levanté la vista y vi que el jefe de los asistentes se alejaba


apresuradamente.

La emperatriz miró con desprecio mientras echaba la cabeza hacia atrás,


mientras las cuentas de jade de su cuello chasqueaban furiosamente.

—Muchacha insolente, ¿cómo te atreves a discutir conmigo?


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—Honorable Madre, es nuestro error que no se haya proporcionado una


flauta —intervino el Príncipe Liwei—. No veo por qué importa si ella toca la
suya. ¿No son nuestros instrumentos de igual nivel que cualquier otro?

La emperatriz se inclinó hacia delante y se dirigió a mí en un tono


escalofriante—: Tu flauta será inspeccionada. Si descubrimos algún
encantamiento en ella, serás azotada hasta que no puedas caminar por intentar
hacer trampa.
—Hoy no habrá latigazos —dijo con firmeza el Príncipe Liwei. Una de sus
manos estaba apretada en su regazo.

No contestó, sino que hizo un gesto hacia alguien que estaba detrás de ella.

—Ministro Wu, dirija la inspección.

Un inmortal de ojos marrones pálidos salió de entre la multitud, el ámbar


de su sombrero brillaba como gotas de oro. Era él; el ministro que había
descubierto el cambio de energía de la luna, que había alertado a la emperatriz
y la había traído a mi casa. Tal vez no fuera más que un cortesano vigilante, pero
se me apretaron las tripas al verle. En mi conmoción al ver a la emperatriz, en el
tumulto del día, no me había dado cuenta de que él también estaba aquí.

Podía sentir la mirada de la emperatriz sobre mí, todo el mundo me miraba


mientras tanteaba los lazos de mi bolsa. Si me creían nerviosa, me alegraba,
mejor eso que la furia que amenazaba con estallar. ¿Cómo se atrevía a acusarme
de hacer trampa? Tal vez, en su mente, alguien como yo no tendría escrúpulos.
Tal vez, pensé con maldad, sólo sospechaba de mí lo que ella misma era capaz
de hacer.

Me incliné y levanté los brazos para ofrecer mi flauta. Un asistente se


apresuró a recogerla y se la pasó al ministro Wu. Su expresión era de
aburrimiento y desinterés, muy lejos del afán que había mostrado en los
problemas de mi madre. ¿Consideraba que los procedimientos de hoy eran
tediosos? ¿Le molestaba que la emperatriz le diera órdenes? Sin embargo,
desempeñó su papel admirablemente, inspeccionando mi flauta con meticuloso
cuidado. Cómo odiaba ver mi precioso instrumento, el regalo de mi madre, entre
sus dedos enguantados.

Finalmente, se dirigió a la emperatriz.

—No hay ningún encantamiento.

Su descontento se hizo evidente en su gesto cortante.


57

—Procedan —ordenó.

Cuando el asistente de la emperatriz me devolvió la flauta, mis dedos se


cerraron con fuerza alrededor de ella. Respiré profundamente, tratando de aflojar
la opresión de mi pecho, que aún ardía por la humillación de su acusación.
Cerrando los ojos, traté de silenciar a los indiferentes desconocidos que me
rodeaban, buscando la melodía que quería: la de un pájaro que busca
desesperadamente a sus hijos robados, hasta que se congela cuando llega el
invierno. Una melodía de dolor, pena y pérdida, para canalizar las emociones
que se arremolinaban en mí. Cuando me invadió la quietud, levanté la flauta y
me regocijé con la presión familiar del jade frío contra mis labios. Cómo había
echado de menos esto.

La canción comenzó de forma juguetona, con notas alegres que ondeaban


en el aire, elevándose claras y puras. Poco a poco, la melodía se transformó en
incertidumbre y terror, antes de sumergirse en el abismo de la desesperación.

La última nota se desvaneció. Con manos temblorosas, bajé la flauta.


Ping'er había alabado mi forma de tocar, pero ¿se consideraría que era deficiente
aquí? Levanté la vista y encontré a la emperatriz con la cara blanca y furiosa; sin
duda, eso era una buena señal, aunque no podía leer la expresión del ministro
Wu. Sonó un aplauso, al que se unieron otros, y los sonidos chocaron entre sí
como un trueno. Una feroz alegría me invadió al saber que, independientemente
del resultado, había dado lo mejor de mí.

El Príncipe Liwei y la emperatriz conversaron durante mucho tiempo. Como


último artista del día, me quedé en mi asiento ante ellos y capté fragmentos de
su conversación.

La emperatriz hizo todo lo posible por convencer a su hijo.

—La herencia de Lady Lianbao es impecable. Es educada, inteligente,


elegante y musical. ¿Cómo puedes preferir a una simple asistente antes que a
ella? Parece tan común y esa marca en la barbilla es un signo seguro de mal
humor.

Junté las manos en mi regazo, apretando los dedos.

—Honorable madre, si elegimos a alguien basándonos sólo en su herencia,


no habría necesidad de celebrar este evento hoy —Su tono era respetuoso pero
firme.

El silencio flotaba en el aire mientras se miraban fijamente. Vi poco


parecido en sus rasgos, de lo que me alegré: una calidez para el príncipe
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El rostro de Liwei, en lugar de los planos fríos y descarnados de la


emperatriz.

Finalmente, suspiró, un sonido exasperado.


—Un asunto tan insignificante no merece mi tiempo. Espero que nos
obedezcas en asuntos más importantes.

Sin decir nada más, la emperatriz se levantó y abandonó el patio, sus


asistentes se apresuraron a seguirla.

Cuando se anunció mi nombre, no oí los vítores ni los buenos deseos. Mi


corazón se hinchó de alivio, pero seguía temiendo que fuera sólo un sueño. Al
otro lado de la multitud, mi inquieta mirada buscó la del Príncipe Liwei. Sólo
después de ver su sonrisa de respuesta me atreví a tener esperanza, como la
primera flor que brota después de un largo invierno.

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El sol estaba bajo en el cielo cuando empaqué mis pertenencias en la
Mansión del Loto Dorado. Podría haberme ido al día siguiente, pero no tenía
motivos para retrasarme; no había despedidas que hacer, ni nadie a quien echar
de menos aquí. En los días posteriores a la competición, Lady Meiling y sus otros
asistentes me habían mantenido ocupada con un sinfín de tareas desagradables
y humillantes. Me hubiera gustado decir que tal malicia se deslizaba sobre mí
como el agua sobre el aceite, que la alegría de mi corazón no dejaba espacio
para que la amargura se enconara. Pero no era ni tan magnánima ni tan
indulgente. Ya había aprendido que nada irritaba tanto a mis torturadores como
la indiferencia. Así que sonreí a sus órdenes, me incliné y cumplí, imaginando
su consternación cuando me fui al palacio para no volver jamás.

Mientras subía las escaleras de mármol blanco que conducían al Palacio de


Jade, mis pies eran más ligeros que las nubes que flotaban por encima. Para mi
sorpresa, encontré al jefe de los asistentes esperando en la entrada. Sus labios se
aflojaron en señal de desaprobación al verme, o tal vez no apreciaba lo tardío de
la hora.

—Su Majestad Celestial me pidió que te instruyera en tus deberes —Sin


esperar mi respuesta, atravesó las puertas laqueadas en rojo, obligándome a
apresurarme para seguirlo.

Antes, presa de la ansiedad, todo lo que recordaba era una bruma borrosa
de colores vibrantes y belleza exquisita. Hoy, más calmada, estudié mi entorno
y descubrí que el Palacio de Jade tenía el tamaño de una pequeña ciudad y estaba
diseñado con una precisión metódica. Los soldados se alojaban en el perímetro
más exterior a lo largo de las murallas del palacio, mientras que un poco más
adentro se encontraban las habitaciones de los asistentes y el personal del
60

palacio. Rodeado de jardines floridos y carpas en los estanques se encontraba la


Corte Exterior, donde se alojaban los invitados de honor y los cortesanos selectos
que no disponían de una finca propia. La Corte Interior era donde residía la
familia real, con sus extensos patios agrupados alrededor del corazón del palacio:
el Tesoro Imperial, la Cámara de Reflexión y la Salón de la Luz del Este.

Perdida en este laberinto de caminos sinuosos, cada sala y cámara con su


propio nombre y propósito designado, recordé la simplicidad de mi hogar con
una punzada. Mientras que los terrenos del Palacio de la Luz Pura eran vastos,
nuestras necesidades eran innegablemente más modestas, sin cortesanos que
entretuvieran, con comidas sin complicaciones que preparábamos nosotras
mismas y un bosque salvaje en nuestro patio trasero.

Mientras caminábamos, el jefe de los asistentes repetía las reglas de


etiqueta.

—Debes arrodillarte cuando saludes a Su Alteza y siempre que te dé una


orden. En el resto de ocasiones, inclínate desde la cintura cuando te hable.
Dirígete siempre a Su Alteza utilizando su título y nunca su nombre. Si tienes la
suerte de encontrarte con Sus Majestades Celestiales, arrodíllate y presiona tu
frente contra el suelo hasta que te den permiso para levantarte. Si pasas junto a
alguien de mayor rango, detente y haz una reverencia. Habla en un tono suave,
vístete con la pulcritud que corresponde a tu rango…

Al principio escuché con atención, pero pronto mi atención se desvió hacia


los techos y pilares ornamentados del pasillo. Fénix dorados se intercalaban con
peonías carmesí y hojas verde esmeralda. El pasillo atravesaba un jardín que
ansiaba explorar, sombreado por magnolios y manzanas.

Me detuve y me di cuenta de que había perdido de vista al jefe de los


asistentes. Al darme la vuelta, lo encontré de pie a poca distancia, con los brazos
cruzados sobre el pecho mientras me miraba con intenso disgusto.

Me incliné. Aunque no estaba familiarizada con los matices de la jerarquía


de palacio, el jefe de los asistentes se creía evidentemente mi superior.

—Gracias por su orientación —entoné tan respetuosamente como pude,


mientras me preguntaba cuántas reglas había pasado por alto, y si eran de alguna
importancia.

Para mi alivio, desplegó los brazos y continuó caminando.

—Si un noble hubiera asumido este cargo, no residiría en el palacio, sino


que llegaría cada mañana para acompañar a Su Alteza y regresaría a casa cada
noche. Sin embargo, dada su situación, tuvimos que hacer algunos ajustes —
61

aquí el jefe de asistentes suspiró como si hubiera hecho alguna concesión


onerosa—. Teniendo en cuenta estos beneficios adicionales, además de tus
deberes como compañera de aprendizaje del Príncipe Liwei, Su Majestad
Celestial ha ordenado que también le sirvas.

Aparté la mirada para ocultar mi confusión, consciente de su mirada atenta


sobre mí.
¿Era yo una asistente glorificada o una acompañante deshonrada? Este no
era el premio que había ganado, y no creía que otra fuera a ser tratada así,
ciertamente no Lady Lianbao. ¿Esperaba la emperatriz que me ofendiera y me
negara? Yo no era tan débil de voluntad. A pesar de la sombra que había arrojado
sobre mis logros, no me iría en un ataque de ira. Después de servir a Lady
Meiling, esto no era una dificultad. Además, prefería ganarme el pan en lugar
de sentirme en deuda con Sus Majestades Celestiales. Tal vez debería haber
resentido más mi reducido estatus, pero por esta oportunidad barrería los suelos
de aquí todos los días si fuera necesario.

—Sería un honor servir a Su Alteza —dije.

El jefe de los asistentes frunció los labios.

—Es un honor para ti, no lo olvides. Debes despertarte cada mañana antes
de que Su Alteza se levante y ayudarle a vestirse. Prepararás su té y organizarás
sus comidas. Aunque a la hora de comer puedes cenar con Su Alteza, sírvele a
él antes que a ti. No comas hasta que él tome el primer bocado. Le acompañarás
a sus clases y entrenamientos, donde estudiarás junto a él, anteponiendo sus
necesidades de aprendizaje a las tuyas, por supuesto.

—Por supuesto —repetí con fuerza, mordiéndome las palabras más


elegantes que me brotaban de la lengua.

Afortunadamente, pronto entramos en el Patio de la Tranquilidad Eterna.


Qué sereno era, sin la multitud de espectadores y la ansiedad que anudaba mis
entrañas. En el jardín florecían jazmines, glicinas y flores de melocotón, con una
fragancia delicada y dulce. Una cascada retumbaba en un estanque atestado de
carpas amarillas y naranjas. Encima estaba el pabellón donde se había celebrado
la selección, pero ahora había una mesa redonda de mármol y varios taburetes.

—Esta es su habitación —el jefe de asistentes se detuvo ante las puertas


cerradas de un pequeño edificio—. Una cosa más, le ruego que mantenga una
actitud atenta y respetuosa en todo momento, creando un ambiente armonioso
para Su Alteza. Durante su baño…
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Inhalé bruscamente y el aliento se me escapó entre los labios.

—¿Tengo que ayudar a Su Alteza con su baño?

Se incorporó, lanzándome una mirada de censura.

—Cuando Su Alteza se esté bañando, aprovecha ese tiempo para preparar


sus libros y materiales para el día siguiente.
Enunció cada palabra con minuciosa claridad, sin duda tomándome por
tonta.

Murmuré mi agradecimiento, agradecida cuando se fue. Abrí las puertas y


entré. La habitación era espaciosa y estaba bien amueblada, con una gran cama
de madera cubierta con cortinas azul claro. De las paredes colgaban pinturas en
pergamino de seda con escenas de montañas de color gris violáceo y cipreses,
faisanes y peonías. Una gran ventana se abría al patio y junto a ella había un
escritorio, apilado con papel, un juego de pinceles para escribir y una piedra de
tinta de porcelana. Un farol de seda estaba ya encendido, lanzando su resplandor
contra la luz menguante. Me senté en la cama, incrédula, y me pellizqué la carne
del brazo. Me dolía; esto era real. Quise reírme en voz alta mientras me dejaba
caer sobre el mullido colchón. La serenidad de este lugar, sólo rota por el flujo
rítmico del agua y el viento que susurraba entre los árboles, me recordaba a mi
hogar. Y después de vivir con aquellos que habían encontrado cada una de mis
palabras y mis gestos inadecuados, era un alivio estar sola una vez más.

Sin que me molesten las pesadillas del pasado, dormí toda la noche hasta
que la luz del sol entró por mi ventana. Las cortinas se agitaban con la brisa de
la mañana, cargadas del aroma de las flores. Había una ligereza desconocida en
mi espíritu: la falta de miedo, me di cuenta. No había sido consciente de la
tensión que se acumulaba en mi interior hasta que desapareció. En el armario
había montones de sedas y brocados, y saqué una bata blanca que me abroché
a la cintura con un trozo de raso verde. Su falda fluida estaba bordada con
mariposas y cuando pasé un nudillo por las suaves puntadas de un ala, ésta
revoloteó. Un vestido encantado. ¿Significaba esto que mi fuerza vital era fuerte?

¿Aprendería pronto a usarla? Se me erizó la piel al pensarlo.

Al salir de mi habitación, crucé el patio hasta los aposentos del Príncipe


Liwei, el gran edificio situado frente al mío. Las puertas de madera estaban
lacadas de un rojo intenso, enrejadas con un patrón de círculos, intercalados con
camelias doradas. Levanté la mano y llamé suavemente. Al no obtener respuesta,
63

golpeé con más fuerza. Después de esperar un rato, abrí la puerta, ansiosa por
no llegar tarde. El interior estaba en penumbra, con un grueso brocado dibujado
en las ventanas y alrededor de la cama de palisandro en la esquina más alejada.
El Príncipe Liwei debía de estar aún durmiendo. Mi corazón se aceleró al entrar
en la habitación, y una tabla del suelo crujió bajo mis pies.

—Su Alteza, me han ordenado que le despierte a esta hora —mi voz salió
fina e insegura, su título rígido contra mi lengua. Recordando la conferencia del
jefe de los asistentes me hizo arrodillarme y doblar la cabeza hasta que mi frente
se golpeó torpemente contra el duro suelo.

El silencio me saludó a su vez. Me moví, preguntándome cómo se puede


despertar respetuosamente a un príncipe. Las cortinas de la cama crujieron, un
momento antes de ser retiradas. Al levantar la cabeza, mis ojos se fijaron en los
suyos. El calor se apoderó de mi rostro cuando me di cuenta de que sólo llevaba
su ropa interior blanca.

—Té —solté—. ¿Quiere un poco de té, Su Alteza?

Se apoyó en un codo y bostezó mientras el pelo le caía suelto sobre los


hombros.

—¿Qué haces en el suelo? Levántate, no hace falta que te arrodilles. No


eras tan respetuosa cuando nos conocimos.

—Sólo porque no sabía quién era. No debería acercarse sigilosamente a la


gente sin avisar o sin una procesión, o... lo que sea que suela hacer. Es muy
desconsiderado e injusto de… —demasiado tarde, cerré la boca. Tenía un don
para provocarme.

Sonrió, pareciendo inesperadamente satisfecho.

—Me alegro de que la persona que conocí junto al río siga aquí. Hace un
momento parecías diferente. Tan... deferente.

Mostré mis dientes apretados en una mueca más que en una sonrisa.

—¿Té, Su Alteza?

—Ah. Sí, por favor —pero entonces una extraña expresión apareció en su
rostro—. ¿Podría pedirle a alguien de la cocina que lo prepare? No estoy seguro
de poder beber su único brebaje una segunda vez.

Atrapada entre la risa y la mortificación, me apresuré a ir a la cocina,


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volviendo sobre mis pasos de ayer. Un rico y sabroso aroma salía de las ollas de
gachas que se cocinaban a fuego lento, y de las sartenes que chisporroteaban
con bolas de masa hervida en forma de media luna. Distraída, casi choco con un
empleado que llevaba un plato de sopa humeante. Me lanzó una mirada temible
y abrió la boca para regañarme, pero alguien me agarró del brazo y me apartó.

Era una chica vestida con la bata púrpura de una empleada de cocina. Sus
mejillas tenían las curvas redondeadas de una manzana y su pelo negro estaba
recogido en un moño.
—Es mejor no meterse en su camino. Se cree mejor que el resto de nosotros
porque sirve a la emperatriz —Sus ojos castaños se dirigieron a mí—. Soy Minyi.
¿Eres nueva? ¿A qué te dedicas? ¿A quién sirves?

Me detuve, sorprendido por su curiosidad. Pero no detecté malicia en ella,


sólo curiosidad y una franqueza que me recordó a Ping'er.

—Príncipe Liwei —respondí.

—Ah, así que tú eres quien ha disgustado a Su Majestad Celestial.

Se me secó la boca, el olor de la comida me revolvió el estómago. Qué


rápido se había extendido la noticia.

Me dio una palmadita en la mano.

—No te preocupes. Su Majestad Celestial desaprueba a casi todos. Ahora,


¿había algo que usted o Su Alteza necesitaban?

—Sólo el desayuno. Y té, para Su Alteza —dije, recuperándome.

—¿Había algo que tú quisieras? —preguntó.

Cuando mi mirada se desvió hacia las dumplings, me guiñó un ojo.

—Me aseguraré de que tengas una porción especialmente grande esta


mañana.

—Gracias —me incliné ante ella, pero me levantó.

—No es necesario. Eres la compañera del Príncipe Liwei —Ella se frotó la


barbilla en la contemplación—. Tal vez debería inclinarme ante ti.

—Por favor, no —dije con sentimiento, antes de agradecerle una vez más
y marcharme.

En la habitación del Príncipe Liwei, le ayudé a vestirse, tendiéndole una


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túnica de brocado azul celeste mientras se ponía en ella. Alrededor de su cintura


anudé un fajín negro, al que abrochó un adorno de jade amarillo y seda.

El pelo oscuro le caía suelto por la espalda mientras se sentaba frente a un


espejo y sostenía un peine de plata.

—¿Me ayudas?
Dudé, antes de estirar la mano para agarrarlo. Sólo me había peinado a mí,
con un estilo sencillo que no requería ninguna habilidad. En la Mansión del Loto
Dorado, era Jiayi quien tenía la íntima tarea de vestir a Lady Meiling. Pasé el
peine por los mechones del Príncipe Liwei con movimientos rítmicos, mi mente
trabajando furiosamente mientras intentaba recordar los estilos masculinos de la
Mansión del Loto Dorado. Su cabello era más pesado que el mío, sedoso y
lustroso, que se derramaba por su espalda como el ébano pulido. Al encontrar
un nudo, profundicé en el peine, arrancando accidentalmente algunos mechones.

Inhaló bruscamente y se volvió hacia mí con una expresión de dolor.

—Xingyin, ¿te he ofendido de alguna manera?

El peine cayó de mi mano con un estruendo. Tal vez había atacado su


cabello con más vigor de lo previsto.

—Lo siento, Su Alteza.

Con dedos hábiles, se recogió el pelo en un suave moño, que metió en un


tocado de plata y aseguró con un broche de jade tallado. Al ver mi mirada en el
espejo, arqueó una ceja.

—¿Lo estás? ¿Lo sientes lo suficiente como para ayudarme con mi pelo
cada mañana hasta que lo hagas bien?

¿Era una orden? Recordando las reglas de etiqueta, me arrodillé en señal


de agradecimiento, pero él extendió sus manos bajo mis codos para levantarme.

—Xingyin, estaremos juntos todos los días. Cuando estamos los dos solos,
no hay necesidad de tanta formalidad. No hace falta que te arrodilles o te inclines
cada vez que diga algo, o te pasarás la mayor parte del día con la cabeza en el
suelo. Y sólo llámame Liwei, cuando nos conocimos sentí que no había muros
entre nosotros. Que eras alguien con quien podía hablar libremente. Me gustaría
que fuéramos amigos, si tú también quieres eso —preguntó con delicadeza.

Mis ojos chocaron con los suyos. Qué cálida era su sonrisa, como si un rayo
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de sol se hubiera colado en la soledad de mi alma. No era en absoluto lo que yo


esperaba de un príncipe, sino mucho más. Me pregunté qué pensaría el jefe de
los asistentes. No es que importara.

—Sí, lo haré —respondí.

Después de nuestra comida matutina, nos fuimos a nuestra primera lección.


Seguí a Liwei por los aparentemente interminables pasillos hasta llegar a un gran
jardín. Unos gráciles sauces rodeaban un lago, y un puente de madera roja se
arqueaba sobre el agua hasta llegar a una pequeña isla. Sobre ella se erigía un
pabellón con un techo volcado de tejas verdes vidriadas, que se integraba
perfectamente en el verde entorno. Inhalé profundamente el aire fresco, tentada
de quedarme, pero Liwei se adelantó a través de una puerta circular de piedra
blanca adornada con una placa lacada que decía

崇明堂

CAMARA DE REFLEXION

Un nombre apropiado para un lugar de aprendizaje, que yo esperaba estar


a la altura. Mientras nos sentábamos en una larga mesa y sacábamos nuestros
libros, observé la sala. El suelo de mármol gris, las vigas de madera lisas y el
escaso mobiliario contrastaban con el resto del opulento palacio. Las estanterías
estaban repletas de pergaminos y los libros se apilaban en las mesas que habían
sido empujadas contra las paredes. Las altas ventanas enrejadas se abrían al jardín
y el aire fresco entraba en la sala.

Entró un anciano inmortal. Liwei me susurró que era el Guardián de los


Destinos Mortales, que nos enseñaría la historia de los reinos. Su barba blanca
le colgaba más allá de la cintura y su mano arrugada agarraba un bastón de jade.

Ya había visto esas arrugas en la cara de Ping'er, cuando me arropaba en


la cama aquellas noches en que mi madre se quedaba demasiado tiempo en el
balcón. Mi dedo había rozado las líneas en las esquinas de sus ojos.

—Ping'er, ¿qué es esto?

—Una marca de los años —había respondido ella.

—¿Eres mayor que mamá? —me sorprendió, ya que mi madre parecía tan
grave y solemne.

—Por lo menos cien años. Hasta la edad adulta, nuestras vidas siguen un
patrón similar al de los mortales. Después de eso, nuestras edades dejan de
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importar. Un inmortal de mil años puede parecer lo mismo que uno de treinta.
Nuestra fuerza vital determina nuestra juventud.

Me levanté sobre un codo, encendida de curiosidad.

—¿Fuerza vital?
—El núcleo de nuestros poderes, que determina la cantidad de energía que
poseemos para ser canalizada en magia. Tengo estas líneas porque no soy tan
fuerte —dijo.

—¿Madre tendrá estas líneas?, ¿y yo? —había preguntado.

—Sólo el tiempo lo dirá —Antes de que pudiera preguntar más, Ping'er se


apresuró a salir de la habitación, cerrando la puerta firmemente tras ella.

El recuerdo me dio un tirón en el corazón. Hasta la llegada de la emperatriz,


ésta era la primera y última vez que Ping'er me había hablado de magia. Ahora
conocía los secretos que había guardado esa noche, los de mis poderes sellados.
Este descubrimiento podría haberme molestado más si lo hubiera sabido antes
de la visita de la emperatriz. Pero descubrí que ya no importaba, no ahora,
después de que la tormenta se desatara y me arrastrara. Aunque no pude evitar
el deseo de haber sabido de su existencia, de haber hecho algo para evitarlo.

El Guardián de los Destinos Mortales recogió un libro y hojeó sus páginas.

—¿Qué edad tiene? —le dije a Liwei mientras miraba su pelo blanco como
la nieve.

El Guardián levantó la vista con una expresión de dolor.

—No comentes la edad de otro. No se considera de buena educación en


ningún lugar, especialmente en el Reino Mortal —Sus modales eran severos,
pero no crueles, como si me advirtiera de que otros podrían ofenderse más
fácilmente.

Murmuré una disculpa apresurada. Pero en el momento en que el Guardián


se dio la vuelta, Liwei se inclinó más cerca para susurrar—: Algunos inmortales
deciden no conservar más su juventud.

—Porque preferimos conservar nuestra sabiduría —espetó el Guardián—.


Su Alteza, le ruego que dé un mejor ejemplo a su compañera de estudio.
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Asentí sombríamente, ignorando la mirada de Liwei, aunque admitía que


había participado en su reprimenda. Era refrescante escuchar que alguien, aparte
de mí, fuera reprendido por su conducta.

Cuando el Guardián de los Destinos Mortales se fue, llegó un tutor para


enseñarnos sobre las constelaciones, y luego otro, sobre herbolaria. Me costó
quedarme sentada durante la larga lección, impartida por un inmortal sin sonrisa
y con una barbilla puntiaguda y aire pedante. Mientras mis ojos se deslizaban
sobre los cuadros de flores, que empezaban a ser todos iguales, mi mano voló a
la boca para reprimir un bostezo.

Tal vez percibiendo mi atención errante, el profesor se dio la vuelta.

—Xingyin, ¿cuáles son las propiedades de esta planta? —su tono era
mordaz mientras golpeaba la página que tenía delante con una fina caña de
bambú.

Me levanté de golpe y me quedé mirando el cuadro de una flor azul pálido


con pétalos puntiagudos.

—Lirios estrellados —decía el título. Por desgracia, no había más


información.

—Umm —miré con desprecio a Liwei. Él abrió los ojos ante mí, antes de
cerrarlos y dejar caer la cabeza hacia un lado.

—¡Duerme! —grité, entendiendo su significado.

El profesor frunció la boca.

—Correcto. Aunque amarga, esta flor silvestre puede ser una potente droga
para dormir cuando se consume con vino.

—Gracias —le susurré a Liwei.

—De nada —una pequeña sonrisa jugó en sus labios.

Acababa de guardar los libros de la última lección cuando un inmortal de


aspecto sombrío se dirigió hacia nosotros, con sus botas chocando contra el suelo
de mármol. Su rostro delgado no estaba delineado, salvo por un profundo pliegue
en la frente, y su cabello oscuro estaba recogido en un copete. Su armadura
estaba hecha de piezas planas de metal blanco brillante con bordes de oro, unidas
como escamas sobre los hombros y el pecho, que le llegaban hasta las rodillas.
Sus brazos estaban cubiertos por telas rojas, que formaban gruesos brazaletes de
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oro alrededor de las muñecas. Una ancha tira de cuero negro le rodeaba la
cintura, con un disco de jade amarillo. A su lado llevaba una gran vaina de plata,
de la que sobresalía una empuñadura de ébano. El aura que brotaba de él era tan
firme y fuerte como un robusto roble de muchos años.

Un soldado celestial, como aquellos de los que Ping'er y yo habíamos huido


aquella noche. Un escalofrío se apoderó de mí, mis dedos se curvaron sobre la
mesa.

—¿Por qué está aquí? ¿Hay algún problema?


—El General Jianyun es el comandante de más alto rango en el Ejército
Celestial está aquí para instruirnos en la guerra.

—Su Alteza —saludó a Liwei con una reverencia. Cuando su mirada se


deslizó hacia mí, las líneas de su frente se hicieron más profundas.

—General Jianyun, esta es Xingyin —me señaló Liwei.

Me incliné ante el general, pero no respondió. Bajo su mirada penetrante,


me removí, inquieta por los recuerdos que su presencia evocaba.

—¿Te interesa la guerra?

Me puse rígida ante su tono agudo, incluso mientras me esforzaba por


encontrar una respuesta. Había pensado poco en los grandes planes de los reinos
que luchan por el dominio, por la gloria, el poder y el orgullo. Mis deseos eran
más humildes, más pequeños. Todo lo que quería aprender era cómo defenderme
y proteger a los que amaba.

—Todavía no lo sé. Esta es mi primera lección —respondí. Cuando su


expresión se ensombreció por la desaprobación, una chispa de desafío se
encendió en mí—. Tengo ganas de aprender. Pero el interés de un alumno
también depende de la habilidad del maestro.

Sus ojos se abrieron de par en par. Contuve la respiración. ¿Me echaría de


la clase? Yo también me lo habría merecido, por mi impertinencia.

Para mi sorpresa, el General Jianyun sonrió en su lugar.

—¿Su Majestad Celestial aprueba a su acompañante? —preguntó a Liwei


con fingida incredulidad.

—Mi madre no se mete en esos asuntos —fue todo lo que dijo Liwei,
mientras abría su libro.

Aunque la expresión del general era de incredulidad, no dijo nada más sobre
70

el tema.

A mediodía, me dolía la cabeza de tanto aprender y la mano de tanto


escribir. Cuando nos despidieron para la comida de la tarde, me alegré de poder
escapar a la cocina. Llevando la bandeja cargada de comida, me dirigí hacia el
pabellón situado fuera de la Cámara de Reflexión. Sobre él colgaba un pequeño
cartel, pintado con amplios trazos negros con los caracteres:
柳歌亭

PABELLON DEL CANTO DEL SAUCE

—Un hermoso nombre —dispuse el pescado al vapor, las tiernas hojas de


guisantes de nieve y el pollo de ocho tesoros sobre la mesa de mármol.

—También uno adecuado —respondió Liwei, llevándose un dedo a los


labios.

No entendí lo que quería decir, pero seguí su indicación de permanecer en


silencio. Cuando soplaba la brisa, los sauces se mecían, sumergiendo sus ramas
en el agua clara. Cuando sus delicadas hojas crujían unas contra otras, el aire se
llenaba de susurros, una exquisita, aunque melancólica melodía. Me recordaba
al viento que soplaba entre los osmanthus y al tintineo de los adornos de jade de
mi madre.

—¿Disfrutaste de nuestras lecciones? —preguntó Liwei, rompiendo mi


ensoñación. Me sirvió un poco de cada plato, haciendo caso omiso de las
convenciones.

—Algunas más que otras —respondí, recordando la tediosa conferencia


sobre plantas y hierbas—. Especialmente la del general Jianyun.

—Pensé que te dormirías en esa clase.

—¿Por qué? ¿Las niñas sólo deben dibujar, cantar y coser? —pregunté,
pensando en las lecciones de Lady Meiling y en las mías con Ping'er.

—Por supuesto que no —Su tono era grave mientras se inclinaba hacia
delante como si estuviera a punto de impartir alguna gran sabiduríA—. ¿Y qué
hay de tener hijos? —había un brillo burlón en sus ojos.

Me atraganté con un trozo de pollo que estaba masticando, con la


indignidad añadida de que Liwei me diera una palmada en la espalda para
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desalojarlo. Ansiosa por cambiar de tema, dije—: Bueno, no sé dibujar, y no


querrás que cante.

—¿Coserás mi ropa?

—No, a menos que quieras ropa con agujeros donde no deberían estar.

Sus dedos golpearon la mesa de forma contemplativa.

—Así que no sabes dibujar, cantar o coser. ¿Y qué hay de…?


—¡No! —estallé, más fuerte de lo previsto, luchando contra el destello de
calor a través de mi piel.

Parpadeó, lanzándome una mirada de inocencia.

—Todo lo que iba a preguntar era si tocarías tu flauta para mí.

¿Flauta? Maldije para mis adentros y a mi mente errante.

—¿Qué creías que quería decir? —sacudió la cabeza en señal de


desaprobación.

—Sólo eso. Nada más —me aferré a la mentira.

—¿De qué otra forma podrías compensar tus carencias? Parece que tienes
muchas —como los labios de Liwei se movieron, sospeché que estaba
disfrutando demasiado.

—De la misma manera que tú puedes compensar la tuya —repliqué.

—¿La mía? —parecía picado. Una parte de mí se preguntaba si alguien le


había hablado así alguna vez—. Nombra una.

—¿Sus modales? —ofrecí—. ¿Tu sentido de la superioridad? ¿Tu


costumbre de interrumpir a tus profesores? ¿Cómo dices cosas tan escandalosas
para divertirte? Tu…

Liwei levantó una mano, con cara de dolor.

—Una era suficiente.

Intenté mantener un semblante serio a pesar de la alegría que me


embargaba. Qué a gusto me sentía, con el corazón más ligero de lo que había
estado en meses.

—Además, no creo que tocar música estuviera incluida en mi lista de


obligaciones —añadí.
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Agarró un brillante trozo de pescado blanco y lo inspeccionó en busca de


espinas antes de colocarlo en mi plato.

—No eres muy complaciente.

Le lancé mi sonrisa más dulce.

—Depende de cómo lo pidas.


Se rio, pero luego se aclaró la garganta.

—Lamento que por orden de mi madre se te haya pedido que me atiendas


a mí también. No tienes que hacerlo. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí
mismo, cuando quiero.

—Realmente no me importa —dije—. Me alegro de ganarme el sustento.


Y si no lo hago, alguien podría informar a Su Majestad Celestial.

Estaba segura de que ella estaría dispuesta a buscar la más mínima excusa
para despedirme. Una parte de mí se sintió aliviada de que la emperatriz no fuera
generosa conmigo, porque eso significaba que no le debía nada. Y Liwei no me
hizo sentir que lo atendía, sino que lo asistía. Una pequeña distinción, pero que
suponía un mundo de diferencia para mi orgullo.

—Gracias —dijo, poniéndose de pie—. Ahora, debemos darnos prisa.


Tenemos una larga tarde de entrenamiento por delante.

Me picó la curiosidad.

—¿Qué entrenamiento?

—Lucha con espadas, tiro con arco, artes marciales. Si no te interesa, puedo
hacer que te excuses —ofreció, con un magnánimo movimiento de la mano.

Me obligué a respirar hondo, para contener la euforia que me recorría como


el agua que baja de una montaña tras una lluvia. Se me había abierto el apetito
tras la lección del General Jianyun y estaba ansiosa por aprender más sobre las
habilidades que podrían ayudarme a ser más fuerte. Lo suficientemente poderosa
como para resistir los vientos del cambio o para cambiar su curso, en lugar de
ceder bajo la más mínima brisa. Mi imaginación se disparó, sin trabas, mientras
fantaseaba con volar a casa y romper el encantamiento que ataba a mi madre a
la luna…

Mi voz temblaba de emoción.


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—Liwei, tocaré la flauta para ti siempre que lo desees, siempre que no me


excuses de esas lecciones.
Los alcanfores3 rodeaban un enorme campo de hierba y nos daban sombra.
Alrededor había soldados, vestidos con brillantes armaduras blancas y doradas.

Los comandantes gritaban instrucciones a sus tropas; algunos luchaban con


espadas, otros con lanzas con borlas rojas. En una plataforma de madera elevada,
filas de soldados seguían los pasos de un instructor. Sus movimientos eran tan
elegantes y bien sincronizados como los de una danza, aunque mucho más
mortíferos mientras una mujer arrojaba a un gran soldado sobre su espalda. En
el borde del campo había varios tableros de puntería donde los soldados
practicaban el tiro con arco.

Mientras los observaba, un soldado lanzó una flecha que atravesó el aire y
se clavó en el centro del tablero. Impresionada por la precisión, aplaudí hasta
que me palpitaron las palmas de las manos.

—Te impresionas fácilmente —me dijo Liwei.

—¿Puedes hacerlo mejor? —le pregunté.

—Por supuesto.

La seguridad en su tono me tomó por sorpresa. Pero entonces apareció el


General Jianyun, caminando hacia nosotros.

—Su Alteza, ¿qué desea practicar primero?

—Tiro con arco —respondió Liwei de inmediato.

A la orden del general, los soldados despejaron los tableros de tiro


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redondos, cada uno pintado con cuatro anillos que culminaban en un centro rojo.
Liwei eligió un arco largo y curvo del armero. Casi sin esfuerzo, parecía, sacó
una flecha y la lanzó al blanco. Antes de que pudiera parpadear, otra pasó
zumbando a mi lado. Ambas atravesaron el centro con fuertes golpes.

Me quedé mirando la pizarra, asombrada por su precisión y rapidez.

3 Tipo de árbol originario de China, Taiwán y Japón. Este árbol alcanza hasta los 20 metros de altura,
sus hojas y madera son altamente aromáticas, y ricas en aceites.
—No exagerabas.

—Nunca lo hago —dijo—. ¿Quieres intentarlo?

Extendí las manos, pero las retiré con una mirada furtiva a los soldados que
nos rodeaban. Nunca había empuñado un arma, y mucho menos una que parecía
requerir tanta precisión.

Liwei habló en voz baja con el General Jianyun, que se fue con los demás.
Cuando nos quedamos solos, respiré mejor. Me pasó un arco, más pequeño que
el que había utilizado.

—Madera de morera. Esta es una buena para empezar, ya que es más ligera
—explicó.

Los dedos me hormiguearon cuando tocaron la madera lacada y se cerraron


alrededor de la empuñadura envuelta en seda. El arco no me resultaba
desconocido, sino como si ya hubiera empuñado uno cientos de veces. ¿Había
sido así con mi padre, el mejor arquero que jamás haya existido? Si mi madre no
hubiera tomado el elixir, si hubiéramos permanecido en el mundo de abajo, él
podría haberme enseñado a disparar como él, aunque dudaba que pudiera
derribar un sol, y mucho menos nueve. Me dolía el corazón, un dolor inútil sin
remedio. Ni todos los deseos del mundo conseguirían reunir a mi familia de
nuevo.

—Xingyin, ¿estás lista? —llamó Liwei.

Asentí con la cabeza, moviéndome al otro lado del objetivo, a cierta


distancia, como había hecho él.

Liwei estaba justo detrás de mí, guiando mis manos mientras levantaba el
arco.

—Respira profundamente desde tu centro y al tensar la cuerda, haz fuerza


desde todo el cuerpo, no sólo desde los brazos —me dio unos golpecitos en los
hombros y me levantó el codo derecho—. Mantén esto en línea recta.
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Mis brazos se esforzaban por mantener la posición, la cuerda me mordía el


pulgar y los dedos.

Finalmente satisfecho, se alejó.

—Ajusta tu flecha hasta que su punta se alinee con el objetivo. Cuando la


sueltes, sólo debes mover esa mano; mantén la otra firme en la empuñadura. Y
no te desanimes si fallas. Es tu primer intento.
Algo ardía en la boca del estómago. Un deseo de hacerlo bien, de hacer
honor al nombre de mi padre. Aunque nadie lo supiera más que yo. Mis ojos se
estrecharon en el objetivo en la distancia. Todo lo demás se convirtió en un
borrón, el tablero brillando como un faro en la oscuridad. Aguantando la
respiración y manteniéndome lo más quieta posible, solté la flecha. La flecha se
abrió paso en el aire y golpeó el anillo exterior de la diana con un ruido sordo.

—¡Le di! —una cruda emoción corrió por mis venas.

Liwei aplaudió, con la boca curvada.

—Tienes un buen maestro.

—¡Ja! Pronto seré mejor que tú —me jacté desvergonzada en mi euforia.

—¿Quieres apostar por ello? Dentro de tres meses, haremos un concurso.


El perdedor tendrá que hacer la voluntad del ganador durante un día.

—¿No tengo que hacer tu voluntad, todos los días? —De alguna manera,
me las arreglé para decir eso con una cara seria.

—Sin quejas, sin discusiones, sin vacilaciones —añadió, tras un momento


de deliberación.

—Pero dentro de lo razonable —repliqué, el arco en mi mano me daba una


nueva confianza. Y no podía echarme atrás ahora; se burlaría de mí sin piedad.

—De acuerdo —su sonrisa se amplió—. ¿Tienes miedo de lo que pueda


ordenarte?

—Ni mucho menos —le dije con una sonrisa igualmente amplia—.
Disfrutaré dando órdenes a Su Alteza.

—Todavía no has ganado —me recordó, antes de dirigirse a los soldados


que practicaban con las espadas.
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—Tú tampoco —murmuré para mis adentros.

Decidí quedarme junto a las tablas de tiro con arco. Mis dedos ansiaban
volver a sostener el arco, para sentir la cruda euforia cuando la flecha salía
disparada, la satisfacción cuando daba en el blanco. Desenfundé otra y la tensé
en el arco, tratando de recordar las instrucciones de Liwei.

—No deberías haber aceptado esa apuesta. Su Alteza es un excelente


tirador —comentó alguien por detrás de mí.
Mi concentración se rompió, mi cuerpo se sacudió. La flecha voló lejos del
objetivo.

Me di la vuelta y me encontré con una soldado celestial que me observaba.


Era llamativa, de piel morena clara y con una pizca de pecas en la nariz, con los
ojos ligeramente entornados. Sus labios carnosos se torcieron en una mueca
mientras inspeccionaba mi flecha, enterrada sin contemplaciones en la tierra.

—Sí, definitivamente no deberías haber aceptado esa apuesta —repitió.

¿Era otra Jiayi, que ocultaba la malicia bajo un barniz de civismo? Asentí
con frialdad, incluso con desprecio.

—Gracias por tu preocupación. Estaré bien.

Pensé que se iría, pero se cruzó de brazos. ¿Tenía la intención de mirar?


¿Tal vez esperando que me humillara?

Le di la espalda, deseando que se fuera. Sacando otra flecha, la solté.


Impactó en la tabla, temblando desde el anillo más cercano al centro. Es más
probable que sea por una afortunada coincidencia que por mis inexpertas
habilidades, pero no pude resistirme a decir—: Tal vez sea Su Alteza la que no
debería haber aceptado.

—No está mal para tu tercer intento —su cumplido me tomó por sorpresa.
Más aún, cuando envolvió su mano sobre su puño, inclinando su cabeza hacia
mí—. Soy Shuxiao.

Mi mente se quedó en blanco; no estaba acostumbrada a tanta cortesía. En


la Mansión del Loto Dorado, nunca se me había dado tanta cortesía. Mientras
que aquí, era Liwei en quien estaba fijada toda la atención.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado, quizá extrañada por el incómodo


silencio. Me apresuré a devolverle el saludo. Mientras me enderezaba, pensé
furiosamente en algo que decir. El tiempo sería demasiado aburrido. No teníamos
amigos en común, o más bien yo no tenía ninguno del que hablar. Y no podía
77

preguntar por su familia cuando no podía hablar de la mía.

—¿Disfrutas siendo un soldado celestial? —finalmente lo conseguí.

—¿Quién no lo haría? —dijo con cara seria—. Es maravilloso recibir


órdenes la mayor parte del tiempo, que se espere que obedezcas sin rechistar,
que te den una paliza durante el entrenamiento y que te sientas afortunada
cuando no acabas muerta por una misión.
Me eché atrás.

—Suena... espantoso.

—No te he contado la mejor parte. ¿Ves lo que tenemos que llevar? —ella
se asomó a su armadura—. Es más pesada de lo que parece, si es que eso es
posible. Y cuando caminamos, tintineamos como ollas y sartenes. Menos mal
que nos han enseñado a ocultar el sonido a nuestros enemigos.

—¿Por qué lo haces? —no pude evitar preguntar.

Se encogió de hombros.

—¿Quién no querría servir al Emperador Celestial y a nuestro reino?

¿Era la seriedad de su voz o el sarcasmo? No lo sabía y decidí que lo más


prudente sería permanecer en silencio mientras ella seleccionaba un arco del
estante.

—He oído que estudias con Su Alteza. ¿Tus padres sirven en la corte?

Sacudí la cabeza, haciéndome a un lado para dejarle espacio, esperando


que me preguntara algo más. Cualquier otra cosa.

Levantó su arco y ajustó su puntería mientras inspeccionaba el objetivo. Su


flecha silbó en el aire, golpeando la tabla cerca del centro.

—Un buen tiro —comenté.

Hizo una mueca.

—El tiro con arco es mi perdición; he practicado mucho y todavía no puedo


dar en el centro. Prefiero las espadas. O lanzas —me miró fijamente, sin dejarse
distraer—. ¿Eres una Celestial? ¿Tu familia es de aquí?

Miré al frente con fingida concentración.


78

—Mi familia ya no existe —La mentira me resultaba más fácil ahora,


aunque la vergüenza me quemaba igualmente. No tenía más remedio que
mantener el engaño, ya que Liwei creía que mis padres habían fallecido.

Se quedó callada un momento, antes de extender la mano para acariciar mi


hombro.

—Lo siento. Estoy segura de que estarían orgullosos de ti.


Se me apretó el pecho. Qué miserable fui al reclamar su simpatía bajo falsos
pretextos. Y, sin embargo, deseaba desesperadamente que sus palabras fueran
ciertas. No pude evitar preguntarme cómo se sentiría mi madre, ahora que yo
servía a la casa del emperador que la había encarcelado.

—Los cortesanos refunfuñaban porque una don nadie había ganado el


puesto con el Príncipe Liwei —añadió—. El mayor cumplido en mi opinión.
¿Cómo lo hiciste?

—Suerte —dije con una ligereza que no sentía, irritada al mismo tiempo.
No sería una "don nadie" para siempre. Algún día conocerían mi nombre y el de
mis padres.

—¿Dónde está tu familia? —intenté alejar la conversación de mí.

—Somos Celestiales, pero mis padres no sirven en la corte. Mi padre afirma


que es demasiado peligroso. Fraccionado, con todo el mundo luchando por el
favor. Él prefiere una existencia tranquila —arrugó la nariz y añadió—: Aunque
con seis hijos, nuestro hogar es cualquier cosa menos tranquilo.

—¡Seis! —jadeé.

—No es tan horrible ni tan maravilloso como se podría pensar. Cuando nos
llevamos bien, mis hermanos son los mejores amigos del mundo. Pero cuando
peleaban —se estremeció, y sus rasgos se transformaron en una expresión de
horror.

—Tal vez tu padre debería haber escapado a la Corte Celestial después de


todo —le dije.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

—Mi madre no se lo permitió.

Durante el resto de la tarde, practicamos juntas; Shuxiao, la más joven de


su numerosa familia había estado rodeada de compañeros desde su nacimiento.
79

Poseía una vitalidad, una facilidad de trato que atraía a los demás. Muchos
soldados la llamaban o saludaban al pasar. Algunos me incluyeron en su saludo,
creyendo que Shuxiao y yo éramos amigas.

Y efectivamente, después de hoy, lo seríamos.

Al final del día, tenía los dedos llenos de ampollas. Me dolían los brazos y
la espalda. No había tocado una espada ni pronunciado un susurro de magia. Sin
embargo, al salir del campo, no podía esperar a volver.
En la habitación de Liwei, había colocado los libros para nuestras clases de
mañana. Cuando regresó de su baño, sólo llevaba una bata blanca corta sobre
unos pantalones negros holgados. Su larga melena, aún húmeda, le colgaba por
la espalda. Esperaba que me despidiera, pero se sentó en la mesa y me miró
expectante.

—¿Qué canción vas a tocar?

Su petición anterior había desaparecido de mi mente. Estaba cansada, mis


miembros doloridos deseaban ir a la cama, pero me senté a su lado y saqué mi
flauta. Una melodía ondulante ondeaba en el aire, como el despertar de la
primavera, el deshielo de los ríos y el fluir de la vida una vez más.

Cuando terminé, dejé la flauta en el suelo.

—Es asombroso cómo este pequeño instrumento puede producir tanta


música —Tras un momento de duda, añadió—: Esta canción es más alegre que
la que has tocado antes. ¿Refleja tu estado de ánimo?

—Sí. Este ha sido uno de los mejores días de mi vida, y tengo que
agradecértelo.

Mis palabras fueron sencillas, pero firmemente sentidas. Todavía echaba de


menos mi casa, a mi madre y a Ping'er, pero ya no me sentía a la deriva, sola y
sin ataduras en este mundo.

Liwei se aclaró la garganta, con las puntas de las orejas enrojecidas. Se


levantó y se dirigió a su escritorio. En la pared, junto a él, colgaba un pergamino
con la imagen de una chica. Los ojos oscuros brillaban en el óvalo perfecto de
su rostro. Estaba sentada bajo unos racimos de glicinas en flor, sosteniendo un
bastidor de bambú para bordar.

—¿Quién es ella? —pregunté.

Lo miró en silencio durante un momento.


80

—Solía vivir en el patio cercano al mío y cuando era niño, la visitaba a


menudo. Era paciente, incluso cuando enredaba los hilos que tejía en sus
bordados.

Me imaginé a un joven Liwei, rebosante de picardía.

—Has dicho “solía”. ¿Dónde está ahora?

Una sombra cayó sobre su rostro.


—Un día, llegué a su patio y lo encontré desierto. Los asistentes me dijeron
que se había marchado. Nadie quiso decir a dónde había ido.

Deseaba poder aliviar su tristeza. Se sentó en su escritorio, donde había una


bandeja con material de dibujo: unas cuantas hojas de papel crujiente, una gran
piedra de tinta de jade púrpura y un soporte de madera de sándalo del que salían
pinceles de bambú y colgado de madera lacada. Observé con curiosidad cómo
seleccionaba un pincel, lo sumergía en la tinta brillante y dibujaba en el papel
con hábiles trazos. Tras unos minutos, me lo ofreció.

—Es para ti —dijo, cuando no hice ningún movimiento para tomarlo.

Me quedé mirando el papel. Mi rostro me devolvió la mirada, un parecido


extraordinario, mirando a lo lejos mientras mis dedos descansaban sobre la
flauta. Mis manos temblaron cuando le quité el retrato.

—Dibujas muy bien —dije en voz baja—. Aunque no es necesario que lo


hagas cada vez que toque para ti. Puede que no sea un deber, pero tampoco es
un intercambio.

—¿De qué otra forma podría compensar mis carencias? —preguntó con
pose erguida—. Después de todo, tengo muchas.

Me reí, recordando nuestra anterior conversación.

—Sólo este, entonces —sonrió—. Buenas noches, Xingyin.

Me levanté y le di las buenas noches. Cuando cerré las puertas tras de mí,
encontré a Liwei todavía inclinado sobre su escritorio, con el pincel en la mano.
Mi corazón se llenó de un calor inexplicable mientras me daba la vuelta para
mirar al cielo.

En la noche clara y sin nubes, la luna era deslumbrante, su luz sin


obstáculos. Mientras me dirigía a mi habitación, al otro lado del patio, su
resplandor iluminaba mi camino, más brillante que un camino de faroles.
81
Me metí en mi nueva vida, y los días se convirtieron en semanas. Todas las
mañanas teníamos nuestras lecciones en la Cámara de Reflexión, mientras que
por las tardes entrenábamos con el Ejército Celestial. Mi mente se abrió a nuevos
mundos y conocimientos, pero fue el entrenamiento en el campo de batalla lo
que más me entusiasmó. Aprendí a manejar la espada con destreza, a dar tajos
y golpes, a bloquear y parar, aunque mis habilidades seguían estando por detrás
de las de Liwei. Ansiosa por alcanzarlo, estudié las técnicas de combate hasta
altas horas de la noche, repitiendo los movimientos en la tranquilidad de mi
habitación hasta que me resultaron tan fáciles como agarrar los palillos o formar
una nota en mi flauta.

A veces me preguntaba por qué sentía tanta alegría cuando una flecha daba
en el blanco. ¿O cuando un oponente era derribado por un golpe bien colocado?
¿Era porque antes había sido tan débil que ahora me regocijaba en mi nueva
fuerza? ¿O es que este impulso, este deseo de ganar, siempre ha corrido por mis
venas?

La perspectiva de entrenar mis poderes me llenaba de emoción y de temor


a la vez. De niña había fantaseado con invocar bolas de fuego y volar por los
cielos. Pero después de las desastrosas consecuencias de mi primer contacto con
la magia, me habría gustado no volver a tocarla. Liwei me habría disculpado,
pero un inmortal sin magia era como un tigre sin garras. Podíamos ser
físicamente fuertes, pero también podíamos ser mortales. Si quería ayudar a mi
madre, tenía que aceptar mi poder. Y aunque me asustaba, una parte de mí
también lo deseaba.

Nuestra instructora, la maestra Daoming, era la guardiana del Tesoro


Imperial y de su tesoro de artefactos encantados. Ella sólo parecía usar túnicas
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de color gris opaco y su negro que se enrollaba en un moño apretado del que
sobresalían alfileres plateados como una cola de abanico. Sus ojos grandes eran
del color de las almendras y su piel pálida no estaba marcada por las arrugas del
ceño ni de la sonrisa.

Yo no tenía ningún entrenamiento mágico, mientras que Liwei ya había


progresado en los encantamientos avanzados. Durante las primeras semanas, lo
único que la Maestra Daoming me permitió hacer fue meditar, con escasas
instrucciones para mantener los ojos cerrados, la mente vacía y el espíritu tan
tranquilo como un amanecer sin viento. Al principio abordé estos ejercicios con
entusiasmo, anticipando el descubrimiento de algún poder oculto o la
iluminación, pero pronto me aburrí de estar sentada con las piernas cruzadas en
el suelo durante horas. Cada vez que la Maestra Daoming veía aparecer una
arruga en mi frente o un temblor en mi pierna, me golpeaba el brazo con su
abanico, diciendo cosas tan vagas como—: ¡Despeja tu mente de distracciones!

—¡Concéntrate en la conciencia de tu energía!

—¡Busca la luz a través de la oscuridad!

Apretaba los dientes con creciente frustración, tragándome la ira al


imaginar a Liwei convocando rayos de fuego mientras yo estaba sentada
recibiendo un golpe con un abanico.

Meditar, para mí era particularmente exasperante. En el tiro con arco el


objetivo era claro, los resultados, instantáneos. Sabía lo que tenía que hacer para
mejorar y cómo podía conseguirlo. Mientras que la meditación era algo nebuloso
y misterioso. Un camino con interminables destinos sinuosos, en el que podías
pasar horas vagando y acabar justo donde habías empezado.

Un día, mientras estaba sentada tan quieta como podía y trataba de no


dormitar, una sombra se posó sobre mí. Levanté los párpados un poco y me
encontré con la Maestra Daoming de pie.

—Si te preocupas por si lo estás haciendo bien, entonces no lo estás


haciendo —suspiró.

Mis ojos se abrieron de golpe.

—No soy muy buena en esto —admití—, además, ¿cómo va a ayudar


meditar? Lo único que hace es que me duerma.

La Maestra Daoming negó con la cabeza mientras se sentaba a mi lado.

—Ah, Xingyin. Calmar tu mente es una habilidad crucial que se extiende


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incluso más allá de la magia. Eres impaciente, precipitada, apasionada en tus


esfuerzos. Tú, más que nadie, necesitas aprender a desligar tu mente de tus
sentimientos. Controla tus pensamientos y observa, antes de lanzarte a la
aventura. Cuando las emociones nos nublan, pronto llega el desastre.

Se alisó la bata sobre las rodillas.

—No hay objetivo en la meditación. No hay juicio. La clave es la paz, la


conexión y la unidad con uno mismo —hizo una pausa—. Siento que tu fuerza
vital es fuerte. Sin embargo, ha sido reprimida desde tu infancia, y por eso tienes
problemas para comprender tu magia. Se hizo de forma burda y nunca habría
funcionado si hubieras sido mayor y te hubieras entrenado adecuadamente. La
meditación te ayudará a romper el sello de tu fuerza vital, para liberar tus
habilidades. Pero sólo si lo permites.

Miré fijamente a la Maestra Daoming, mi mente daba vueltas. Mi madre no


había deseado que mi magia se fortaleciera. Ella y Ping'er debían de haber hecho
lo posible para ocultar mis poderes y mi existencia. Me mordí el labio, apretando
con fuerza. Mi madre quería una vida tranquila para mí, una vida feliz. Después
de sus décadas de dolor y terror, debió de pensar que la paz era el mejor regalo
que podía hacerme. Tal vez yo también lo hubiera querido, hasta que se encendió
en mí este fuego para ser más de lo que era, para ser todo lo que pudiera.

La Maestro Daoming continuó—: Tienes un gran potencial. Sin embargo,


antes de que puedas aprovechar tus poderes, tienes que entenderlos. Antes de
dar rienda suelta a tu energía, debes aprender a captarla. He oído que eres hábil
en el tiro con arco. ¿Podrías disparar como lo haces sin convertirte en uno con
el arco? —me tocó suavemente el costado de la cabeza—. Algunos
conocimientos laten en nuestros corazones, mientras que otros se aprenden con
el cuerpo y la mente.

Sus palabras se hicieron eco de las de mi madre, una lección que debería
haber aprendido mucho antes. Como algunas cosas me resultaban fáciles, me
impacientaba ante las que no lo eran.

Una oleada de emociones se apoderó de mí: vergüenza por mi conducta,


gratitud por su paciencia. Me puse de rodillas y extendí mis manos,
inclinándome.

—Maestra Daoming, le pido perdón. Fui impaciente y resentida. Arrogante


al pensar que sabía más. A partir de ahora, prometo seguir sus instrucciones lo
mejor que pueda.

Su sonrisa infundió a su rostro una repentina calidez. Entonces me di cuenta


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de que era hermosa, aunque no de la misma manera que mi madre. Había que
mirar un poco más de cerca para encontrar la gracia en sus movimientos, la
fuerza en su porte, la delicadeza de sus rasgos. La suya era una belleza más
silenciosa, pero no menos luminosa una vez descubierta.

—Me alegro de oírlo. Mi abanico se está desgastando —Sin otra palabra,


se levantó y se alejó.
Ahogué una carcajada, incluso mientras me frotaba instintivamente el
brazo. Tal vez la Maestra Daoming no era tan intimidante como había pensado.
Y tal vez, yo podría no ser una estudiante tan terrible como había temido.

Mi progreso fue más rápido ahora que ya no me resistía a las lecciones.


Aun así, pasaron varias semanas antes de que adquiriera la suficiente destreza
en la meditación como para pasar a utilizar mis poderes, algo que había anhelado
y temido desde que abandoné mi hogar.

Según la Maestra Daoming, las luces que vislumbraba arremolinándose en


mi interior eran mi energía espiritual. Mientras que el lanzamiento de
encantamientos nos drenaba de ella, como el agua que gotea de un cubo, podía
reponerse mediante el descanso y la meditación. Sin esto, nuestros cuerpos no
se diferenciarían de los de los mortales y nuestras vidas serían tan frágiles como
las suyas.

—Nunca drenes tu energía, Xingyin —me advirtió.

—¿Por qué?

—Intentar sacar más de lo que posees te dejará incapaz de mantener tu


fuerza vital, que es el núcleo de tus poderes, la fuente de tu energía —habló
despacio, sosteniendo mi mirada para asegurarse de que le prestaba atención—.
Eso es la muerte para un inmortal.

Un sudor frío me recorrió las palmas de las manos. Siempre había pensado
que aprender a usar mi magia significaba que sería fuerte. El miedo, una cosa
lejana del pasado. Nunca se me ocurrió que también habría peligro al usarla.

—¿Cómo ocurre eso? —pregunté.

—Tratar de lanzar un encantamiento demasiado poderoso, tratar de


mantener uno durante demasiado tiempo, o tratar de deshacer algo que no se
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puede deshacer.

Mis pensamientos volaron hacia mi madre y el hechizo que la ataba.

—¿Algunos hechizos son irrompibles?

—Todos los encantamientos pueden romperse si sabes cómo. Si eres lo


suficientemente fuerte. Si eres la persona adecuada para hacerlo —dijo—. No
querrás acabar lanzando tu poder al vacío y quedar demasiado atrapada para
detenerte.

Solté un suspiro. Era posible. Eso era lo que importaba.

En cuanto al cómo, lo averiguaría más tarde.

Al principio, era incapaz de lanzar el más sencillo de los encantamientos:


las luces seguían eludiendo mi alcance. Sin embargo, con el paso de las semanas,
me fui acercando hasta que percibí una agitación en mi interior, como un acorde
inacabado en la cúspide de la armonía.

Una noche, mientras Liwei se bañaba, descubrí que su té se había enfriado.


Aunque a él no le hubiera importado, era una noche fresca, ideal para una bebida
caliente. Cerrando los ojos, busqué en mi interior mi energía, plateada y brillante
como el polvo de estrellas. Parpadeó cuando me estiré, luchando contra esa
fuerza invisible que me tiraba hacia atrás. El sudor me invadió la frente y los
puños se cerraron por el esfuerzo, pero me abrí paso y rompí la restricción oculta
para agarrar las luces. Por un momento se retorcieron en mi poder como las
escamas resbaladizas de un pez que no quiere ser atrapado, pero entonces algo
cambió en lo más profundo de mi ser, imbuyéndome de una sensación de unidad,
como si finalmente hubiera conectado con alguna parte vital de mí. Sentí un
cosquilleo en la piel, como si me hubieran bañado en agua helada. No fue una
casualidad. Las luces se apagaron, cediendo a mis órdenes, mientras una
corriente de energía brillante surgía de las yemas de mis dedos hacia la tetera. El
vapor brotó de la tetera y el agua se llenó de calor. Me reí, mareada por el éxito
de mi primer encantamiento.

Bajo la dirección de la Maestra Daoming, aprendí a hacer volar la brisa, a


convertir las gotas de lluvia en hielo, a levantar escudos de protección e incluso
a invocar los rayos de fuego con los que había soñado. Muchos inmortales
decidían no ejercer sus poderes para cosas mundanas de las que se podía
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prescindir fácilmente.

Sin embargo, en aquellos primeros días practicaba siempre que podía, sin
que ninguna tarea fuera demasiado pequeña o fastidiosa. Una vez, sin pensarlo,
invoqué una horquilla, que se clavó en el copete de Liwei con más fuerza de la
prevista. Su cabeza se echó hacia atrás y soltó un suspiro de sorpresa, aunque
sonrió mientras miraba hacia mí. Ya no tenía que tantear en la oscuridad para
agarrar una pizca de luz; mi energía se lanzó fácilmente a mi alcance y mi magia
fluyó sin ataduras.
Varios meses después de mi formación, la Maestra Daoming me llevó al
exuberante jardín que hay más allá de la Cámara de Reflexión. Era una mañana
sin viento, el lago estaba tan quieto como un espejo. Cuando levantó la mano,
se formaron cinco esferas luminosas en el aire. En una de ellas saltaban lenguas
de fuego y en la otra chapoteaba el agua translúcida. La tercera contenía un trozo
de tierra cobriza, y en la cuarta se arremolinaba una bruma nebulosa.

Fuego, Agua, Tierra, Aire. Los cuatro talentos elementales de la magia que
recordaba de sus anteriores lecciones. Miré el último globo, que brillaba con un
intenso color carmesí.

—¿Qué es esto?

—Magia de vida, para curar las heridas y dolencias del cuerpo. Uno de los
talentos intrínsecos —Se puso un poco rígida, sus labios se apretaron en finas
líneas.

—¿Uno de ellos? ¿Cuáles son los otros?

Me miró fijamente, ignorando mi pregunta.

—Xingyin, ¿cuál es el más fuerte de los talentos elementales?

Pasé la palma de la mano por las esferas, el calor se mezcló con el frescor
de las diferentes energías. Fragmentos de lecciones pasaron por mi mente. La
tierra puede apagar el fuego, pero el fuego puede quemar la tierra. El aire puede
avivar una llama o extinguirla. Mis pensamientos se entrelazan en un laberinto
de contradicciones.

—Depende de la fuerza de los talentos enfrentados —respondí finalmente.

Su ceño se frunció.

—Esa es una respuesta a medias.

Bajé la cabeza, deseando haber escuchado con más atención en su clase.


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Y continuó—: Cada talento tiene sus propios puntos fuertes y débiles. Los
cuatro pueden ser igual de poderosos. Lo que más importa es la fuerza de los
lanzadores, su fuerza vital, que determina la cantidad de energía de la que
disponen y la habilidad con la que la manejan.

Al pasar la palma de la mano por los dos primeros orbes, el fuego saltó a
lo alto, engullendo la esfera de agua. Al momento siguiente, el agua surgió para
ahogar las llamas.
—Los que son lo suficientemente fuertes como para especializarse, primero
tienen que descubrir su talento. La mayoría de los inmortales se sienten atraídos
por uno, quizá dos. La magia del fuego y de la vida del Príncipe Liwei son sus
más fuertes, mientras que nuestro emperador es uno de los pocos que logra
dominar los talentos, incluso es capaz de canalizar el Fuego del Cielo.

—¿Fuego del Cielo? —repetí. Era la primera vez que lo oía.

—El rayo como el que manejan los inmortales. Una magia rara y poderosa.
No es un elemento en sí mismo, sino una convergencia única de la magia de
uno.

Con un movimiento de su dedo, las llamas se reavivaron.

—Para algunos, su talento es innato. Para la mayoría de nosotros, proviene


de nuestro entorno natural, tal vez porque absorbemos inconscientemente la
energía de nuestro entorno. Los que viven en los bosques y las montañas son
más hábiles en las artes de la Tierra y el Aire. Los Inmortales del Fénix son
adeptos a la magia del Fuego y los Inmortales del Mar lanzan los encantamientos
más poderosos del Agua. Los talentos de los celestiales siempre han variado en
función de los elementos —se volvió hacia mí con una expresión grave—. ¿Cuál
es el tuyo?

Una emoción me recorrió. La Maestra Daoming creía que yo era lo


suficientemente fuerte como para avanzar. La mayoría de los inmortales poseían
suficiente magia para lanzar un repertorio de encantamientos menores: encender
fuegos, curar heridas leves, provocar una lluvia. Sin embargo, el verdadero poder
residía en el dominio de un talento y, para ello, se necesitaba una fuerza vital
suficientemente fuerte. Se decía que algunos los encantamientos avanzados eran
tan poderosos que podían drenar la energía de un inmortal más débil con un solo
hechizo.

Siguiendo sus instrucciones, me acerqué a los orbes brillantes y liberé mi


energía en una nube de plata resplandeciente. Las esferas de Tierra, Aire y Vida
se apagaron de inmediato. El fuego aumentó, pero una ráfaga de viento surgió
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del orbe translúcido y extinguió las llamas antes de que saliera disparado por el
jardín. Los sauces se inclinaron bruscamente, convirtiendo el lago en olas.

Con un movimiento de la mano de la Maestra Daoming, el viento se calmó


y murió. Sus labios se curvaron en una rara sonrisa, mientras mi corazón latía
como un tambor. El viento había causado una destrucción total en el jardín, que
antes era tranquilo; las hojas dispersas cubrían el suelo, los árboles se
balanceaban salvajemente y las ramas de los sauces rotas se arrastraban por el
agua. ¿Había hecho yo esto?
—Tu talento reside en el Aire, pero tienes cierta afinidad en el Fuego —
observó la Maestra Daoming.

A través de mi euforia, algo tiró del borde de mi conciencia, algo que había
dejado escapar antes. Señalé hacia las esferas brillantes.

—¿Son estos todos los Talentos?

Una sombra se paseó por su rostro.

—Es tarde. Pueden retirarse —dijo bruscamente.

La curiosidad se enfrentó a la cortesía. Me incliné, agradeciéndole la


lección. Pero entonces estalló en mí la pregunta—: Si la Vida es uno de los
Talentos intrínsecos, ¿cuáles son los otros?

—Está prohibido —Sin otra palabra, se alejó.

Su extraño comportamiento no hizo más que avivar mi curiosidad, que me


pesó durante el resto del día. Durante la cena, comí con poco entusiasmo, apenas
probando las gambas fritas en granos de pimienta roja.

—¿No tienes hambre? —preguntó Liwei, con los palillos encima de su


cuenco.

Dudé. La Maestra Daoming había dicho que estaba prohibido, pero... él era
el único que podía decírmelo.

—Más allá de la vida, ¿cuáles son los otros talentos intrínsecos?

Estuvo callado tanto tiempo que pensé que él también me dejaría en la


oscuridad.

—¿No se nos permite ni siquiera hablar de ello? —Entonces negué con la


cabeza—. Olvida que lo he preguntado. No quiero que digas nada que no debas.

Dejó los palillos y sus dedos golpearon la mesa con un ritmo inquieto.
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—Sólo hay otro: el mental, que solía estar entre los talentos más poderosos.
Sin embargo, hace siglos, mi padre y sus aliados condenaron esta magia y la
prohibieron en todo el reino.

Volví a llenar la tetera con agua caliente y dejé que el té se empapara antes
de verterlo en nuestras tazas.

—¿Por qué ha hecho eso?


—Surgieron historias aterradoras sobre las prácticas de los Talentos
Mentales: que bebían sangre mortal y se alimentaban de la carne de los niños
para mantener su magia, que sus poderes habían distorsionado sus verdaderas
formas hasta hacerlas irreconocibles —frunció el ceño—. ¿Rumores, tal vez?
Después de todo, son inmortales como nosotros. La única diferencia que
conocemos con seguridad está en sus ojos, que brillan como piedras cortadas.

—¿Sus poderes eran realmente malignos? —pregunté.

—Algunos Talentos Mentales podían obligar a otros contra su voluntad a


cumplir sus órdenes. Un acto atroz. Imagina ser forzado a atacar a alguien, a
dañar a los que amas.

Me estremecí al pensarlo.

—¿Cómo es posible algo así?

—Por suerte pocos son realmente capaces de hacerlo. Cuanto más fuerte
sea la fuerza vital de uno, más difícil obligarlos, ya que requiere más energía. Un
Talento Mental hábil sólo podría ser capaz de controlar a un poderoso inmortal
durante un breve período —Una sombra cruzó su rostro—. Incluso si esto sucede
una vez, es una vez demasiado a menudo. Incluso si es sólo por un momento, la
vida de uno puede ser destruida entonces. La prisión de la mente es mucho peor
que la del cuerpo.

—¿Muchos inmortales tienen este poder? ¿Por qué no se nos advierte de


ello?

—A mi padre no le gusta que se mencione. Además, es una habilidad rara,


ni siquiera mi padre lo maneja.

Una parte de mí no pudo evitar preguntarse si era por eso que el emperador
odiaba esta magia. Porque no podía entenderla, porque era el único talento que
se le escapaba. Pero enterré esos pensamientos, sin querer expresarlos en voz
alta. Por muy unidos que estuviéramos Liwei y yo, no podía permitirme olvidar
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que era el hijo del Emperador Celestial.

Continuó—: La mayoría procedía del Muro de las Nubes, antaño un


dominio de nuestro reino que limitaba con el Desierto Dorado. Cuando se
anunció la prohibición, unos pocos se ofrecieron a sellar sus poderes para
reasentarse en nuestras tierras. Sin embargo, la mayoría se negó.

—Es muy duro sacrificar años de estudio y práctica —aventuré, pensando


en mis propios esfuerzos por dominar unas pocas habilidades.
—Los que lo hicieron fueron bien compensados. Los Inmortales de las
Nubes fueron incitados a la rebelión por un ambicioso advenedizo, en una táctica
para hacerse con el poder y declararse rey. Después de proclamar su separación
de nosotros, mi padre quemó los antiguos pergaminos de su magia, enterrando
sus cenizas en el fondo de los Cuatro Mares.

Una dura represalia.

—¿Ese fue el final? —pregunté.

—Desgraciadamente, el Rey del Muro de las Nubes recuperó las cenizas y


reconstruyó los pergaminos. Estaba debilitado, pero con las artes oscuras que
aprendió, sus nuevos poderes superaron a los antiguos. Con alianzas recién
forjadas con los Mares del Norte y del Oeste, nos declaró la guerra. Las pérdidas
fueron catastróficas, miles de inmortales perecieron, hasta que, por fin, se acordó
una tregua. Sin embargo, mi padre juró que ningún Inmortal de las Nubes
volvería a entrar en el Reino Celestial.

Busqué en mi memoria todo lo que Ping'er me había contado sobre los


ocho reinos del Reino Inmortal. No se había mencionado el Muro de las Nubes.

—¿Se convirtió en parte de otro reino?

Hizo una pausa.

—Ahora se conoce como el Reino de los Demonios.

Me atraganté con el té, tosiendo y tartamudeando, mientras Liwei me


pasaba un pañuelo para limpiarme la barbilla. Se decía que el Reino de los
Demonios era una tierra de niebla y bruma, hogar de bestias temibles, monstruos
y hechiceros malvados.

De alguna manera, era más fácil despreciarlos antes de darse cuenta, como
había dicho Liwei, que eran como nosotros.

Mi mente daba vueltas con todo lo que había aprendido y no pude evitar
91

preguntar—: ¿Estás de acuerdo con lo que hizo tu padre?

Hizo una mueca.

—Según mi padre, no puede haber respeto sin miedo. Para ser un líder
poderoso, hay que gobernar con mano de hierro, para aplastar la resistencia con
mayor fuerza. Soy una decepción para él; me reprende por ser demasiado blando.
Pero haga lo que haga, no puedo cambiar lo que soy.
—¿Qué hace? —Se me formó una tensión en las tripas. Nunca había visto
a Liwei tan preocupado.

Sus dedos se cerraron en un puño sobre la mesa. Cuando habló, su voz era
baja.

—Él sólo quiere lo mejor para mí. Pero cuando me llegue el turno de subir
al trono, no gobernaré como él.

Extendí la mano y toqué sus nudillos apretados para reconfortarlo. Todo lo


que sabía de esos asuntos era de nuestras lecciones, lo que estudiaba en los
textos, las historias de grandes reyes y reinas, tanto mortales como inmortales.
Pero estaba segura de una cosa: el Reino Celestial, cualquier reino, funcionaría
mejor con un gobernante que escuchara con una mente abierta, que con uno que
exigiera una obediencia inquebrantable.

No sentía ningún amor por la Emperatriz Celestial y menos por el


emperador que había encarcelado a mi madre, aunque nunca lo había conocido.
Por lo que había averiguado en los cotilleos y por mí mismo, Liwei no se parecía
en nada a sus padres. A diferencia de muchos que ocupan posiciones de poder,
no le gustaba imponer su voluntad o empujar a los demás hacia abajo. Nunca
me trató con condescendencia, como hacían demasiados. Pasó de ser un amigo
risueño a un instructor paciente, y cualquiera que fuera el papel que adoptara,
su cuidado y consideración me calentaban. Cada vez que debatíamos nuestras
lecciones o hacíamos de acompañantes de entrenamiento, me impulsaba a
mejorar, sin ceder nunca una ventaja que no me hubiera ganado. Cada noche
me iba a la cama dolorida y agotada, pero con el corazón encendido por ser
tratada como su igual.

El tiro con arco era lo que más me gustaba, ya fuera con el arco corto, más
ligero y rápido, o con el arco largo, que permitía una mayor precisión. Algunos
comandantes pronto ordenaron a sus tropas que me vigilaran mientras entrenaba.
Su presencia me inquietaba; temía hacer el ridículo dejando caer mis flechas o
fallando el blanco. Sin embargo, en el momento en que sacaba el arco, me
invadía la calma. Tal vez mi control sobre mis emociones había mejorado con
92

las instrucciones de la Maestra Daoming, aunque aún estaba lejos de ser perfecta.

Una tarde, llegué a la estación de tiro con arco y la encontré montada de


forma diferente, con sólo dos dianas en la distancia. Liwei estaba allí, con un
arco en cada mano. Un poco detrás de él estaba el General Jianyun con un
pequeño grupo de soldados, Shuxiao entre ellos.

—Han pasado tres meses. ¿Te has olvidado? —dijo Liwei.


Mi ánimo se hundió al recordar mi imprudente apuesta. Aun así, esbocé
una brillante sonrisa mientras tomaba el arco de él.

—Por supuesto que no. ¿Cuáles son las condiciones?

—¿Tres flechas cada uno? —propuso—. El ganador será quien consiga más
puntos.

Asentí con la cabeza en señal de aceptación y me puse detrás de la línea.


Su flecha silbó mientras volaba hacia la diana, pero desvié la mirada. Su
actuación era una distracción que no podía permitirme. Manteniendo la atención
en mi tabla, solté la primera flecha, atravesando el blanco en el centro. La
segunda siguió su rastro, en el ojo carmesí de la tabla. Y mi última flecha partió
la primera justo por la mitad. Después de haber dado tres golpes perfectos, mi
confianza aumentó, hasta que vi la tabla de Liwei, un espejo de la mía.

El General Jianyun frunció el ceño, incapaz de decidir el vencedor. Se


dirigió al armero y sacó un disco de arcilla, no más grande que mi puño.

—Nuestros arqueros avanzados lo utilizan para practicar sus habilidades.


Cuando se suelta el disco, éste sale disparado. El primero que lo derribe será el
ganador.

Gemí para mis adentros. No tenía mucha experiencia con objetivos en


movimiento.

—Quizá esto sea demasiado difícil para Xingyin —dijo Liwei.

El orgullo se apoderó de mí.

—Está bien —dije secamente, sacando una flecha con mi arco.

El General Jianyun lanzó el disco a lo alto. Salió disparado por el aire, más
rápido de lo previsto. Parpadeé, vacilando, y mi flecha ya se precipitaba hacia el
disco que se elevaba... mientras la flecha de plumas doradas de Liwei destrozaba
la arcilla.
93

Luché contra mi consternación. Había sido un partido justo.

—Tú ganas —concedí.

—Lo cobraré mañana —me dedicó una sonrisa, que me levantó los pelos
de punta—. En uno o dos meses más, no sería capaz de ganarte. La próxima vez,
calcula mejor tus batallas.
Mientras se alejaba, miré con desprecio su espalda en retirada, sin
importarme ya la dignidad de perder con elegancia.

Shuxiao me dio una palmada en el hombro.

—Estuvo cerca. Por un momento pensé que lo tenías, pero esas dianas
voladoras son difíciles. Yo fallo los míos la mitad de las veces.

—Estar cerca no es suficiente.

Hizo una mueca.

—Eres demasiada dura contigo misma. Hoy te ha ganado, pero sólo llevas
unos meses entrenando.

Un poco animada por sus palabras, me volví hacia el General Jianyun. Su


cabeza estaba inclinada hacia un lado, con una luz asesora en sus ojos mientras
miraba las tablas.

—General Jianyun, ¿podría probar ese disco de nuevo? —No perdería una
segunda vez.

94
Unos fuertes golpes en la puerta me despertaron.

—Xingyin, ¿te has levantado? —llamó Liwei desde fuera.

Me quejé, mientras mis miembros y mis ojos seguían pesados por el sueño.

—¡Vuelve cuando salga el sol!

—No —sonaba irritantemente alegre—. ¿Debo recordarte nuestra apuesta?


—miré en su dirección, un esfuerzo inútil cuando él no podía verlo.

Estaba tentada de dejarlo esperando afuera, mientras yo me quedaba en la


cama y lo ignoraba, pero eso sería tan grosero como inútil. Más que el hecho de
que fuera el príncipe heredero, yo había dado mi palabra. Apartando las sábanas,
me levanté a rastras y me lavé la cara con agua fría, demasiado cansada para
calentarla, antes de ponerme una bata de seda y recogerme el pelo en un nudo
bajo. Cuando salí, encontré a Liwei apoyado en la pared, golpeando el pie con
impaciencia. Se había vestido sencillamente con un brocado gris, con el pelo
recogido con una cinta negra.

Afuera estaba oscuro, salvo por las lámparas de palo de rosa que brillaban.
Ni siquiera los encargados de la cocina se habían levantado aún para preparar la
comida de la mañana.

—¿A dónde vamos? —pregunté, mientras nos apresurábamos a atravesar


el patio.

—Fuera del palacio. No tenemos clases esta mañana ya que nuestros


profesores asistirán a la corte para una audiencia con mi padre. Incluso el General
95

Jianyun nos ha liberado hoy por el regreso del Capitán Wenzhi de la batalla.

Mis oídos se aguzaron, el Capitán Wenzhi era uno de los guerreros más
jóvenes y célebres del Reino Celestial. Los soldados hablaban de sus logros y de
su habilidad con la espada y el arco con tanta reverencia que mi curiosidad se
había despertado. Desgraciadamente, a menudo se ausentaba en misión, para
consternación de sus muchos admiradores, y cuando regresaba nunca era por
mucho tiempo. Tenía la esperanza de encontrarme con él en el campo de
entrenamiento, y una parte de mí se sintió un poco decepcionada por perder esta
oportunidad.

Sin embargo, un estremecimiento me recorrió al pensar en abandonar el


palacio, mientras seguía a Liwei hasta un patio desierto rodeado por un grueso
muro de piedra. Un pulso de su energía se deslizó sobre mi piel, tan cálido como
una brisa bañada por el sol.

—Estoy disimulando nuestras auras —explicó—. De lo contrario, los


guardias sentirán que me voy.

Por el comportamiento furtivo de Liwei, no se trataba de una salida oficial.


No era de extrañarse que no nos dirigiéramos a la entrada principal, ya que no
se le permitía salir sin la habitual tropa de guardias y asistentes. Sólo después de
asumir sus funciones en la corte, podía entrar y salir a su antojo.

Golpeada por la curiosidad, pregunté—: ¿Cómo es mi aura? Puedo sentir


la tuya, la de los que me rodean, pero no la mía.

Me miró fijamente mientras yo me ponía en tensión.

—Lluvia —dijo finalmente.

—¿Lluvia? —repetí sintiéndome como una burbuja pinchada, sonaba


lúgubre, aburrido y nada emocionante.

—Una tormenta de plata; feroz, implacable, indomable.

Sus palabras me produjeron un calor inesperado. Sonrió.

—¿Te gusta esa explicación?

Mi breve placer se vio bruscamente apagado.

—Sólo si lo dices en serio.

—Todo lo que digo lo digo en serio. Tal vez por eso disgusto tanto a mi
96

padre —sonaba sombrío y ahora, su manera de bromear había desaparecido.

Tratando de aligerar su humor de nuevo, le pregunté—: ¿Lo que sea que


estés haciendo nos ayudará a atravesar la pared también?

—Por supuesto que no, ten paciencia —Sus ojos se entrecerraron


concentrados cuando el aire que nos rodeaba volvió a brillar. Una ráfaga de
viento nos lanzó por los aires. Mi corazón se desplomó y el estómago me dio un
vuelco cuando fuimos arrojados por encima de la pared y volvimos a caer al
borde de un gran bosque.

Me tambaleé, agarrándome a un árbol. Mi respiración era corta y rápida.


La sensación de la nada, de estar cayendo por el aire, me trajo recuerdos
inoportunos. El terror del momento en que había saltado de la nube de Ping'er.

Liwei me miró fijamente.

—Estás temblando. ¿Qué te pasa?

Incapaz de hablar me agaché en el suelo, apretando la frente contra los


brazos.

Llevaba toda la mañana metiéndome prisa, pero ahora se sentaba a mi lado


en un agradable silencio. Su brazo se deslizó por mis hombros, atrayéndome
hacia él. Inhalé profundamente, percibiendo su aroma, como el de la hierba de
primavera, fresco y con un toque de dulzura.

Poco a poco, su calor se filtró en mi cuerpo tembloroso hasta que volví a


estar firme. Consciente de su proximidad, me aparté, apretando las manos
alrededor de las rodillas e intentando no pensar en el frío que sentía sin su
contacto.

—Estoy bien. No hace falta que sigamos sentados aquí —dije.

—¿Qué ha pasado? —preguntó suavemente.

—No… No me gusta caer —dije con un pedazo de la verdad, apenas


rozando la superficie. Los pasos golpean el suelo y se hacen más fuertes.
¿Guardias patrullando la zona? Tomando mi mano, Liwei me ayudó a levantarme
y nos adentramos en el bosque—. ¿Fue así como saliste la primera vez que te
conocí? —pregunté, mientras corríamos.

Después de los meses de entrenamiento, me resultó fácil seguir su ritmo.


97

—Sí. Tenía curiosidad por mi acompañante. Pasaría mucho tiempo con esta
persona y quería asegurarme de que no fuera molesta, horrible o aburrida. Ya
había visitado seis casas antes de la Mansión del Loto Dorado.

—¿Por qué has hecho el concurso? —quería saber.

—Los amigos de verdad, son difíciles de encontrar en el Palacio de Jade —


Su contundente admisión me tomó por sorpresa. Innumerables cortesanos y
nobles competían por su atención.
Parte de mis tareas consistían en revisar los regalos e invitaciones que
llegaban cada día al Patio de la Tranquilidad Eterna. Liwei ignoraba la mayoría
de las peticiones, pues prefería leer o pintar en su habitación que asistir a
cualquier banquete.

—A veces me pregunto —continuó en voz baja—. ¿Cuántos buscarían mi


amistad si no fuera el hijo del emperador? Una posición que no me he ganado.

Lo haría.

Las palabras me brotaron de la lengua, pero no pude pronunciarlas en voz


alta. Sonaban a adulación hueca cuando no eran más que la verdad. ¿Cuántas
veces deseé que no fuera el hijo del Emperador Celestial? Y que no tuviera que
mentir sobre quién era para mantener a mis seres queridos a salvo.

—Con el concurso esperaba conocer a alguien nuevo, no contaminado por


la ambición o la codicia. Mi madre me frustró con sus condiciones, pero
afortunadamente te conocí a ti.

Era la primera vez que me decía por qué me había ayudado.

—Creí que me ayudabas porque te daba pena —admití con una punzada
de vergüenza. No había merecido su compasión, no cuando le había engañado
haciéndole creer que mi familia había muerto. Sin embargo, ¿cómo podría
haberle corregido sin más mentiras?

Una sonrisa iluminó su rostro.

—Te ayudé porque me gustabas. Dices lo que piensas, te sientes orgullosa


de ti misma. Eres honesta en lo que quieres y no tienes miedo de alcanzarlo, no
pretendes ser otra persona a mi alrededor y aunque entonces no sabías quién era
yo, eso sigue siendo cierto incluso ahora.

La culpa apagó el brillo de mi pecho. Me encontré incapaz de sostener su


mirada. Estaba fingiendo, lo había hecho desde el principio. Era yo misma y, sin
embargo, no era quien él creía que era.
98

Continuó, ajeno a mi malestar—: Cuando estoy contigo, siento que me ves


por lo que soy, no por la corona o el reino. No por los favores que puedo
conceder o negar —suspiró entonces, con exagerada pesadez—. Poco sabía yo
en lo que me había metido. Cada noche me duermo, agotado por tus ataques,
tus insultos resonando entre mis oídos…

—¡Nada que no hayas merecido o pedido! —repliqué—. Debo recordarte


que eres tú quien insiste en pelearse conmigo día y noche.
Ignoré la mano que me tendió, y le miré fijamente. Liwei se aclaró la
garganta significativamente.

—Y debo recordarte que no estás cumpliendo los términos de nuestra


apuesta en este momento.

Tragándome varios insultos, lo tomé de la mano. Cuando sus fuertes dedos


se cerraron en torno a los míos, traté de sofocar el inesperado salto de mi pulso.

Caminamos por el bosque y sólo nos detuvimos al oír voces. El aire


zumbaba como si estuviera vivo, con las auras mezcladas de los inmortales.

—Estamos aquí —me arrastró a través de los árboles hasta un gran claro.

Decenas de puestos se apiñaban, enrollándose en una gran espiral como el


verticilo de una concha. Estaban hechos de madera lacada en rojo y negro, azul
y amarillo, con carteles pintados en la parte superior. Los olores apetitosos de
alimentos desconocidos y tentadores impregnaban el aire, y había una corriente
subterránea de excitación entre la multitud que ya curioseaba a esta hora
temprana.

—¿Qué es este lugar? —dije, con un tono de asombro.

Parecía complacido por mi reacción.

—Este mercado se celebra una vez cada cinco años. Aparece al amanecer
y termina al mediodía. Los inmortales vienen de todas partes para intercambiar
posesiones, objetos mágicos o manjares raros.

A medida que nos adentrábamos en el claro, las cabezas giraban hacia Liwei
como las flores hacia el sol. Incluso sin su atuendo real, su porte y su aspecto
llamaban la atención. Cuando no le prestaban atención, sus ojos se deslizaban
hacia mí, estrechados con especulación, que se ampliaron con sorpresa. Éramos
una pareja incongruente, pero ¿qué me importaban las opiniones que llevaban
tan claramente como los adornos de su pelo? Nada podía empañar mi emoción
de hoy, mi regocijo por estar aquí con él.
99

Mientras pasábamos por los puestos, los comerciantes llamaban en voz alta
para atraer a posibles clientes:

—¡Amuletos encantados!

—¡Lichis del Reino Mortal!

—¡Rubíes del Valle del Fuego!


Los clientes compraban artículos intercambiando los suyos, desde gemas
brillantes y perlas del tamaño de mi pulgar, hasta bolsitas de hierbas aromáticas
y anillos de metal precioso. Me habría entretenido en cada puesto, pero Liwei
me apresuró.

—Sólo tenemos un par de horas hasta que cierre el mercado. Los artículos
más raros están más abajo, hacia el centro —explicó.

—¡Té de la montaña Kunlun! —decía una joven mientras ofrecía tazas a


los que pasaban por allí. El aroma de su té era tan fragante que pronto atrajo a
una larga fila de clientes, entre los que estábamos Liwei y yo.

Kunlun era una cordillera de gran energía mística en el mundo de abajo.


Era el único lugar del Reino Mortal donde se permitía residir a los inmortales,
siempre que se mantuvieran ocultos a la vista. Allí crecían las plantas y flores
más raras, cultivadas por la armonía única de la energía mortal e inmortal. Al
sorber el té, me pareció maravilloso, rico y aromático, con un toque de amargura
que sólo realzaba su sabor. Liwei sacó un anillo de jade y lo cambió por varias
bolsas de té de seda.

—¿Por qué el anillo? —pregunté—. ¿Por qué las joyas, hierbas y demás?

—Algunos son de adorno mientras que el resto posee propiedades o


poderes especiales. Estos anillos —levantó su bolsa—, contienen cada uno un
fragmento de energía que puede ayudar a lanzar encantamientos.

Un puesto me llamó la atención, uno apilado con conchas. Algunas eran


tan grandes como mi puño, y otras, del tamaño de mi uña. Sus colores iban
desde el blanco puro al azul, y algunas con el rubor de un pétalo de loto.

—Estas conchas están encantadas para capturar tu sonido favorito, una


melodía o incluso la voz de un ser querido. Fueron recogidas de las aguas más
profundas del Mar del Sur —dijo el comerciante con orgullo.

El Mar del Sur, el hogar de Ping'er. Recogí una hermosa concha blanca,
100

trazando mi dedo a lo largo de su curva. Sin embargo, al no tener nada que


intercambiar, la dejé de nuevo en el suelo. A mi lado, Liwei sacó un anillo de
jade rojo y se lo ofreció al vendedor. Tiré de su brazo hacia atrás, no queriendo
que me lo comprara.

—¿Cambiarías la concha por una canción? —le pregunté al mercader—.


Podría tocarle una melodía para capturar en estas conchas que podría aumentar
su valor.
—¿Qué tan bien tocas? —su mirada se desplazó, recorriendo la multitud
en busca de clientes menos problemáticos.

Antes de perder por completo su atención, saqué mi flauta y toqué una


animada melodía. Una de las favoritas de mi madre, la de la lluvia que resbala
por un bosque de bambú. Cuando terminó la canción, me sobresalté al encontrar
un pequeño grupo de personas a mi alrededor, algunas de las cuales sostenían
una piedra de color o un anillo de plata.

Antes de que pudiera negarme, el vendedor de conchas se abalanzó y tomó


todos los objetos. Con manos hábiles, envolvió la concha blanca que yo quería,
colocándola en mi palma junto con la mitad de los artículos que había ganado.
El resto, lo dejó caer en su propia bolsa.

—Un placer hacer negocios con usted —dijo el comerciante, guiñándome


un ojo.

Me quedé con la boca abierta cuando Liwei me dio una palmada en la


espalda.

—Deberías montar un puesto aquí la próxima vez —sugirió, en tono


divertido.

Sonreí.

—¿Y qué harías tú? ¿Sentarte a mi lado y vender tus cuadros?

Inclinó la cabeza hacia un lado, con los ojos brillantes.

—Tal vez. Podríamos viajar por el reino, parando donde quisiéramos y


marchándonos cuando nos aburriéramos. Sería una buena vida.

—Sí, lo sería.

Las palabras saltaron antes de que pudiera reprimirlas. Imposible, susurró


una voz en mi mente, que no me decía nada que no supiera. El Príncipe de la
101

Corona Celestial no estaba destinado a una vida así, sin responsabilidades ni


deberes. ¿Y cómo ayudarían a mi madre esas andanzas sin rumbo? ¿Cómo podía
dejarla, sola y atrapada, mientras daba rienda suelta a mis impulsos egoístas?

Un pulso de silencio nos atravesó, el aire espeso por la repentina tensión.


Para distraerlo, levanté la palma de la mano para mostrarle mis ganancias: un
par de anillos de plata, dos gotas de ámbar y una pequeña piedra azul.

—Busquemos algo para desayunar —dije, fingiendo que nuestras anteriores


palabras se habían olvidado.
Compramos lichis frescos, crujientes dumplings de cebollino y pasteles de
almendra, y nos los comimos mientras recorríamos el mercado. Nuestros dedos
estaban pegajosos con una capa de aceite, azúcar y migas cuando empezamos a
pelar la piel roja y escamosa de los lichis, cuya carne translúcida era más dulce
que la miel. Liwei comparó su delicado sabor con el de los melocotones
inmortales, que tardaban más de tres siglos en madurar, pero lamentablemente
los lichis no poseían ninguna de sus propiedades mágicas.

Era casi mediodía cuando llegamos al final del mercado, al centro de la


espiral de puestos. El último era de madera lacada en negro, con un pequeño
cartel que decía Adornos preciosos. Su propietaria estaba sentada con serenidad
entre sus mercancías, sin llamar ni saludar a los clientes. Sus bandejas estaban
repletas de piezas talladas de jaspe y jade, cornalina y turquesa, que podían
sujetarse a la cintura. Liwei tomó dos exquisitos adornos de jade blanco tallados
en nudos interminables, símbolo de longevidad y suerte. Sobre ellos, brillaba una
piedra preciosa transparente con forma de lágrima, y de su base colgaba una
borla de seda azul.

Al observar su interés, el vendedor se acercó.

—Joven Señor, tiene usted un gusto excelente. Son Broches Gota del Cielo.
Pídele a un ser querido o a una amiga querida que canalice un poco de su energía
en ella. Cuando la piedra es clara, están seguros y bien. Pero cuando se vuelve
roja, están en el mayor peligro y puedes usar el broche para encontrarlos.

—Me llevaré estos —Liwei contó diez anillos de jade verde hierba y se los
pasó. Ella le dio las gracias mientras se metía los anillos en la manga.

El pulgar de Liwei rozó una de las piedras de su palma. Su magia se


arremolinó, y la gema transparente empezó a brillar con motas doradas de luz.

Me lo ofreció, pero no lo tomé.

—¿Para qué es esto?


102

—¿No puedo hacerle un regalo a mi amiga? —cuando abrió la boca, me


preparé para otro recordatorio de nuestra apuesta, pero todo lo que dijo fue—:
Me complacería mucho que lo aceptaras.

Algo en su mirada retuvo la mía y asentí con la cabeza, incapaz de encontrar


las palabras. Me sonrió, antes de inclinarse para atar la borla a mi cintura. El jade
brillaba apagadamente contra la pálida seda de mi vestido. Cómo deseaba tener
algo que darle a cambio.

—Gracias. Lo atesoraré siempre —le dije.


—Deberías —dijo gravemente—. Así sabrás cuándo estoy en peligro y no
tendrás excusa para no acudir en mi ayuda.

Me reí en voz alta. Un pensamiento inconcebible que el Príncipe Heredero


del Reino Celestial necesitara alguna vez mi ayuda.

Me dio el otro broche.

—Ahora, tú. Canaliza tu energía en la piedra.

Hice una pausa.

—¿Estás seguro?

—Los amigos se cuidan entre sí. Si eso es lo que quieres, también… —la
ligera vacilación en su voz me hizo dudar. ¿Creía que podría negarme? Me
gustaba esto de él: que, a pesar de su posición, nunca me exigía, que siempre
me daba a elegir.

Apreté los dedos contra la piedra, liberando mi energía en ella. Brillaba


igual que la que llevaba atada a la cintura, pero con luces plateadas brillando en
sus profundidades. Con una sonrisa, Liwei la sujetó a su faja negra.

—El sol y la luna. Una pareja que hace juego —comentó la vendedora
mientras recogía sus bandejas. La miré, sin saber lo que quería decir, pero cuando
otro cliente se acercó a ella, nos alejamos.

A mediodía, la multitud se dispersó y el mercado quedó oculto por nubes


blancas y grises que se arremolinaban. Los mercaderes recogieron sus puestos,
se subieron a sus nubes y se alejaron rápidamente. En unos instantes, todo rastro
del mercado se había desvanecido, como si nunca hubiera existido, salvo el peso
del jade que colgaba de mi cintura, el persistente dulzor de los lichis en mi boca
y el calor que se respiraba en lo más profundo de mi corazón.
103
En el Reino Celestial no hay estaciones que marquen el paso del tiempo.
Los dos años pasaron tan rápido que casi perdí la cuenta si no fuera por el
creciente y el menguante de la luna. La tranquilidad que sentía aquí me recordaba
a mi hogar, excepto por el persistente dolor en el pecho cada vez que pensaba
en mi madre. Cómo anhelaba volver a verla y no sólo como un orbe lejano en el
cielo. Me consolé a mí misma con que al menos había encontrado un sentido de
propósito aquí que nunca antes había conocido; esforzándome por mejorar, por
encontrar un camino a casa.

Desde el amanecer hasta el anochecer, Liwei y yo estábamos juntos,


estudiando nuestras lecciones o practicando en el campo. La hora de la comida
era mi favorita, ya que hablábamos de todo lo que nos apetecía, ya fuera en serio
o en broma. Una vez, Liwei me preguntó por mi casa y por cómo habían muerto
mis padres. Me mordí la lengua con fuerza, deseando poder decirle la verdad.
Por el apretón de sus labios, supe que le había decepcionado mi reticencia.

Cómo me desgarró por dentro: no tenía corazón, estaba cargado de culpa


por haberlo engañado. Nuestra amistad significaba para mí más que todo lo que
poseía.

Mañana sería su cumpleaños. Se había planeado una gran celebración, ya


que este año era especial y marcaba la asunción de sus funciones en la corte
como Príncipe Heredero. Me había invitado a asistir, pero me negué, pues no
tenía mucho interés en pasar una velada con Sus Majestades Celestiales y su
corte. No obstante, había agonizado por su regalo, ya que poseía poco valor, y
finalmente me decidí a componerle una canción. Tenía un gran aprecio por la
música, aunque no tocaba ningún instrumento. Sin embargo, me llevó más
tiempo de lo previsto, ya que sólo podía trabajar a última hora de la noche o a
104

primera hora de la mañana tejiendo un escudo de privacidad alrededor de mi


habitación para evitar que la música se desplazara por el patio.

Rebusqué en los cajones y saqué la concha blanca que había comprado en


el mercado hacía años. Brillaba en la palma de mi mano, con los verticilos
curvados que terminaban en una elegante aguja. Colocando la concha sobre la
mesa, lancé una ráfaga de viento hacia ella para despertar su magia. Luego me
llevé la flauta a la boca y dejé que mi aliento se deslizara por el instrumento. El
caparazón brilló mientras la melodía brotaba, y su luz se desvaneció al terminar
la última nota. Apresuradamente, la envolví con un trozo de seda. Había tardado
demasiado; ya llegaba tarde.

Atravesé el patio a toda velocidad y me detuve justo delante de su cámara.


Un aura poderosa palpitaba en su interior, difusa, afilada y fuerte, una que había
hecho todo lo posible por evitar hasta entonces. El sudor me manchó las palmas
de las manos cuando abrí las puertas y entré. La Emperatriz Celestial estaba
sentada junto a Liwei, mientras que sus asistentes estaban de pie detrás de ella.
Su túnica verde se acumulaba en el suelo como una alfombra de musgo, y los
broches en forma de hoja de oro brillaban en su pelo. Nunca había visto a la
emperatriz tan de cerca. Los recuerdos de mi separación de mi madre pasaron
por mi mente, cortándome como si hubiera sido ayer.

Me arrodillé para saludarla como exigía la etiqueta, doblando mi cuerpo


hasta que mi frente y mis palmas tocaron el suelo.

La emperatriz no me dio permiso para levantarme.

—¿Es este el comportamiento de la Compañera del Príncipe Heredero?


¿Levantarse tan tarde y dejar que mi hijo se atienda solo? —su voz estaba llena
de censura.

Debería haberme disculpado o suplicado perdón. Pero, aunque mi cuerpo


estaba tenso por la tensión, mis labios permanecieron bien cerrados. Ya no era
una niña acobardada, temerosa de su sombra.

—Levántate —dijo Liwei.

Levanté la cabeza del suelo, pero seguí de rodillas. No le daría a la


emperatriz ninguna razón para despedirme.

—Honorable madre, Xingyin sólo llegó tarde esta mañana por mi tarea —
Liwei me miró—. ¿Encontraste la raíz de ginseng de nieve?

—Sí —me alegré de su rapidez mental.


105

—¿Podrías dárselo a la cocina para que lo conviertan en un tónico? Pídeles


que lo envíen con la comida de la tarde a Sus Majestades Celestiales.

Consciente de los vigilantes, apreté la frente contra el suelo en señal de


reconocimiento. Levantándome, me apresuré a la entrada, ansiosa por escapar.

La voz de la emperatriz salió tras de mí, con un tono más agradable ahora
que ya no estaba.
—Liwei, eres un hijo filial —lo elogió—. El banquete de mañana será un
gran evento. Los Inmortales de las Flores y del Bosque se unirán a nosotros, al
igual que los monarcas del mar, una rara oportunidad de afirmar nuestra buena
voluntad hacia los Cuatro Mares. También nos honrará la asistencia de la Reina
Fengjin y su hija.

—¿La Princesa Fengmei? —preguntó Liwei, con un deje de voz.

—Por supuesto. El Reino del Fénix es nuestro aliado más importante, más
que nunca, con la amenaza de ese maldito Reino Demoníaco que aún pende
sobre nosotros —añadió, en un tono cargado de significado—. Espero que seas
un anfitrión atento. Y que sepas lo que se espera de ti.

Más allá de la puerta, miré a Liwei con simpatía. No disfrutaba de esas


ocasiones y evitaba todas las que podía. Pero le sería imposible escapar de su
propia celebración, sobre todo con el agudo ojo de su madre vigilando cada uno
de sus movimientos.

Liwei y yo habíamos plantado un pequeño jardín en un rincón del patio.

Tomando una pala, desenterré la raíz de ginseng de nieve, cultivada a partir


de una semilla hace apenas un mes. Aunque normalmente se tardaba años en
cultivar el ginseng, el encantamiento de Liwei ayudaba a las plantas a madurar
más rápido. Al admirar la raíz perfectamente formada, su carne tan blanca que
era casi translúcida, consideré que era un sacrificio que valía la pena para salvar
mi pellejo.

En la bulliciosa cocina, encontré a Minyi, a quien había llegado a conocer


bien.

Después de pasarle el ginseng, decidí esperar mientras ella preparaba


nuestra comida.

Me escudriñó, arrugando la nariz.


106

—Xingyin, estás muy pálida. ¿Estás comiendo lo suficiente?

—Llegué tarde esta mañana y Su Majestad Celestial me regañó —le dije.

Suspiró de conmiseración. La emperatriz era muy temida por su


temperamento fiero, malicioso, tan fácil de despertar, y pocos se libraban de él.

—Nuestra emperatriz tiene demasiado fuego. Los del Reino del Fénix tienen
un temperamento tan ardiente —comentó.

—¿Reino del Fénix? ¿No es una Celestial?


Sacudió la cabeza y echó una mirada furtiva a su alrededor. Minyi estaba
al tanto de las historias y cotilleos de los muchos asistentes que visitaban la
cocina. Era sencillo intercambiar un manjar por las últimas noticias y, por las
noches, una copa de vino aflojaba hasta las lenguas más rígidas. Y lo único que
le gustaba más que coleccionar chismes era compartirlos con sus amigos.

—Antes de casarse con el emperador, Su Majestad Celestial era una


princesa del Reino del Fénix. Al principio no era tan malhumorada, pero su
disposición empeoró tras la muerte de sus amados familiares.

Era la primera vez que lo oía. No lo creí posible, pero la compasión se


encendió en mí al pensar en su pérdida.

—¿Qué les pasó?

El rostro de Minyi se nubló.

—Una historia trágica. La emperatriz es pariente de Lady Xihe, la diosa del


sol que habita en la Bosque de Moras Fragantes del cielo oriental. Lady Xihe
tenía diez hijos a los que solía llevar en su carro tirado por el fénix, de uno en
uno, para surcar los cielos. Sus hijos eran poderosas criaturas de luz y calor puros,
veneradas como el sol en el mundo mortal.

Me quedé fría por dentro.

—¿Diez niños? ¿Diez soles? ¿Los parientes de la Emperatriz Celestial?

Minyi removía una olla de fideos a fuego lento, afortunadamente ajena a


mi creciente angustia.

—Los fénix son un pariente cercano de los pájaros del sol de tres patas.

Pájaros de sol. La palabra me marcó.

—¿Qué ha pasado? —me atraganté.


107

—Hace muchos años, Lady Xihe fue gravemente herida. Para ayudarla, la
emperatriz envió a un general de confianza a la Arboleda de las Moras Fragantes
para que condujera el carro en su nombre. Sólo se permitió que un pájaro del sol
le acompañara, pero desobedecieron, los diez saltaron al carro a la vez y se
fueron volando antes de que el general pudiera detenerlos. Los pájaros del sol
no quisieron volver, surcando los cielos noche y día —Minyi se detuvo un
momento—. Fue una época terrible, de luz cegadora y calor abrasador. Los
mortales fueron los que más sufrieron, su frágil mundo se quemó hasta el borde
de la destrucción.
Continuó—: El Emperador Celestial envió mensajeros para reprender a los
pájaros del sol, pero éstos los ignoraron a todos. Eran tan veloces que nadie
podía atraparlos. El emperador podría haberlos abatido él mismo, pero la
emperatriz los protegió de los ataques. Bajo su protección, los pájaros del sol
habrían reducido el mundo a cenizas, pero finalmente fueron abatidos por un
valiente mortal.

Mi padre.

Me temblaban las piernas. Me agarré a un lado de la mesa y mi codo golpeó


un cuenco de ciruelas amarillas que rodó por el suelo. Evitando la mirada de una
cocinera iracunda, me agaché para recoger la fruta, agradecida por la
oportunidad de ocultar mi rostro. Rebusqué entre mis borrosos recuerdos del
libro que había leído una vez: la historia de mi padre contada por los mortales.
Se decía que los pájaros del sol eran favorecidos por los dioses, bajo su
protección. ¿Pero eran los parientes de sangre de la Emperatriz Celestial? No era
de extrañar que hubiera querido castigar a mi padre por haberlos matado.

Tragué para humedecer mi garganta reseca.

—El mortal... ¿qué hay de él?

Minyi espolvoreó cebollino verde picado sobre dos tazones de fideos y los
colocó en una bandeja de madera pulida. Casi como una ocurrencia, añadió un
pequeño plato de verduras y un plato de dumplings. Reprimí el impulso de
agarrarla del brazo y sacudirle el resto del cuento.

—Las hazañas del mortal fueron alabadas por el emperador y fue


recompensado con el Elixir de la Inmortalidad.

—¿No estaba Su Majestad Celestial enfadado con él por haber matado a


los parientes de la emperatriz? —no pude ocultar la urgencia en mi voz.

Minyi se inclinó más cerca, hablando más suavemente ahora.


108

—Se decía que el emperador podría haber participado en la caída de los


pájaros del sol. El mortal los abatió con un arco encantado de hielo y llevaba un
amuleto que le protegía de su fuego. ¿Cómo podría un simple mortal haber
obtenido tales tesoros, y mucho menos utilizarlos sin la bendición de Su Majestad
Celestial?

Algo me sacudió. ¿Por qué el emperador haría algo así? ¿Por qué no detuvo
él mismo a los pájaros del sol? ¿Fue para evitar un enfrentamiento con la
emperatriz?
—¿Qué pasó después? —pregunté, aunque también temía su respuesta.

Levantó la vista con sorpresa. Tal vez, pensó, ese era el final.

El mundo salvado de la ruina. El mortal recompensado por su servicio al


Emperador Celestial.

—Lady Xihe estaba furiosa por la muerte de sus hijos y rompió todos los
lazos con la emperatriz. Como pariente de la diosa del sol, la Reina del Fénix
también estaba indignada. Antes se hablaba mucho de un compromiso entre su
hija y Su Alteza, pero he oído que se canceló. Una lástima, ya que habría sido
una pareja de lo más elegida. Algunos se quejan de que la Princesa Fengmei es
cien años mayor que Su Alteza. Pero esos son números insignificantes para
nosotros.

Liwei nunca había mencionado a los responsables, aunque ahora entendía


su extraña reacción ante el nombre de la princesa esta mañana. Había tantos
rumores de flores de melocotón en torno a él, que había llegado a considerarlos
sin más peso que los pétalos soplados por el viento, olvidados una vez que
aterrizan en el suelo. Pero eso no era lo que quería saber ahora.

—¿Y el destino del mortal? ¿Después de recibir el elixir? —pregunté,


esperando que no se diera cuenta de mi gran interés. Tal vez podría obtener
alguna pista sobre el paradero de mi padre.

Minyi frunció el ceño mientras ponía una tetera de porcelana en la bandeja.


Unos fragantes zarcillos de jazmín llegaron a mis fosas nasales.

—El mortal nunca ascendió a los cielos como inmortal. Nadie sabe qué fue
de él —su voz se apagó y se apartó bruscamente.

No la interrogué más. No me sorprendió la reticencia de Minyi a hablar de


la ascensión de mi madre. El castigo de la Diosa de la Luna no era una historia
que se compartiera libremente. Sus Majestades Celestiales no apreciaban que se
les recordara a quienes les habían desagradado.
109

Le di las gracias a Minyi, agarrando la bandeja de comida mientras salía de


la cocina aturdida.

La emperatriz no me quería, me creía indigna de ser la compañera de su


hijo. Me estremecí imaginando su rencor si alguna vez descubría que mi padre
había matado a los pájaros del sol. Respiré profundamente, tratando de calmar
la agitación de mi estómago. Los instintos de mi madre habían sido correctos; la
emperatriz le guardaba rencor a mi padre. No tendría piedad de nosotros,
aprovecharía la oportunidad de destruirnos. No se lo permitiría, decidí. Aunque
ahora no podía hacer nada, excepto trabajar tan duro como pudiera,
perfeccionando mis habilidades y buscando una forma de mantenernos a salvo.

Cuando volví a la habitación de Liwei, me sentí aliviada al ver que la


emperatriz se había marchado, sin ánimo de fingir respeto y obediencia.
Comimos en silencio, ya que ninguno de los dos estaba dispuesto a charlar. Las
dumplings de Minyi estaban muy bien hechos; rellenos de cerdo y vegetales, con
la piel dorada y crujiente, pero me sabían a papel.

—Xingyin, pareces cansada —observó Liwei.

Mis manos volaron a mis mejillas, pellizcando discretamente el color en


ellas. Era la segunda persona que comentaba mi palidez esta mañana.

—No he dormido bien —la excusa sonó floja incluso para mis oídos.

—No te tomes a pecho lo que dijo mi madre. Parece feroz, pero sólo se
preocupa demasiado por mí.

Asentí con la cabeza, sin atreverme a hablar. Levantando nuestros libros de


la mesa, le esperé junto a las puertas.

Me quitó la pesada pila.

—Te he dicho que no necesitas llevar mis cosas por mí.

—¿Qué diría tu madre? —le pregunté.

—No se lo digas —dijo, mostrando una sonrisa conspiradora.

Le devolví la sonrisa, aunque no podía descartar mi malestar. Toda la


mañana estuve inquieta, apenas escuchando las lecciones de los profesores,
ganándome un ceño fruncido del General Jianyun y una reprimenda de la
Maestra Daoming. Y ahora, junto a las tablas de tiro con arco, fallé todos mis
objetivos mientras entrenaba junto a Shuxiao.
110

Hizo una mueca de dolor ante un tiro particularmente malo, que dejó mi
flecha enterrada en la hierba a un pie de la tabla.

—Xingyin, ¿tienes polvo en los ojos?

Antes de que pudiera replicar, el General Jianyun se dirigió hacia mí, con
las mejillas tensas. Hoy había agotado su paciencia.

—Xingyin, ¿se han vuelto nuestras prácticas tan fáciles que ya no te


molestas en esforzarte?
Bajé la cabeza, con la vergüenza surgiendo en mí. El General Jianyun fue
un mentor diligente para Liwei y para mí. Mientras muchos de nuestros maestros
centraban sus esfuerzos en el Príncipe Heredero, él dividía su atención por igual
entre nosotros.

Al oír el tono elevado del general, Liwei miró desde donde estaba luchando
con un soldado. Se abalanzó hacia delante, con la espada extendida, y con unas
cuantas estocadas bien colocadas, ganó su combate en unos instantes. Entonces
no perdió tiempo y se dirigió a mi lado, y aunque me alegré de su apoyo, no
quería que fuera testigo de mi humillación.

El General Jianyun sacó una bolsa de cuero del armero.

—Vamos a intentar algo más desafiante hoy. Si te pierdes algo, quédate a


practicar una hora más esta noche.

A continuación, lanzó el contenido de la bolsa al aire. Diez pequeños discos


de arcilla salieron disparados, cada uno de ellos no más grande que un níspero.

—¡Dale a todos! —ladró.

Antes de que terminara de hablar, ya había abatido a los dos primeros. En


el mismo instante, clavé mi siguiente flecha y derribé otros tres en rápida
sucesión. Arrodillándome, disparé dos más que se elevaron hacia el cielo. Los
últimos tres estaban casi fuera de la vista. Coloqué mi flecha con cuidado para
dar a uno, y luego a otro. El último disco se perdió de vista. Cerré los ojos,
esforzándome por escuchar a través del silencio. Mi mente estaba despejada, sin
pensamientos. Un débil aleteo llegó a mis oídos, un susurro de viento. Solté mi
flecha con un golpe, y el disco se hizo añicos.

Me quedé quieta, desconcertada por el repentino silencio y la multitud que


se había reunido. Entonces, un soldado alto y delgado que nunca había visto
antes aplaudió, y el sonido rompió el aturdimiento. Shuxiao aplaudió y Liwei se
adelantó, levantándome por la cintura y haciéndome girar.

—Liwei, bájame —siseé, consciente de las miradas atentas. Por alguna


111

razón, me costaba recuperar el aliento, mi pulso saltaba a un ritmo errático.

Se rio mientras me dejaba en el suelo y, con una sonrisa de despedida, se


dirigió al puesto de lucha con espada.

Los soldados se dispersaron, pero el General Jianyun se quedó


estudiándome un momento.
—¿Has pensado en tu futuro? ¿Cuando ya no seas la compañera del
príncipe heredero? —preguntó finalmente.

Su contundente pregunta me impactó. No había imaginado que mi posición


terminaría, pero Liwei pronto asumiría sus funciones en la corte. Sus lecciones
disminuirían y entonces, ¿qué haría yo? ¿Convertirme en su asistente, sirviéndole
las comidas y el té? La idea me quemó como un carbón caliente.

El General Jianyun continuó, ajeno a mi malestar—: Tu tiro con arco es


inigualable. Según la Maestra Daoming, tu magia es fuerte. Creo que te iría muy
bien en el ejército y tu futuro podría ser más brillante que el sol.

Mi mente daba vueltas a las posibilidades. Mi padre era un soldado; había


sido su camino hacia la gloria, para matar a los pájaros del sol y salvar el mundo.
Un gran honor, una terrible carga. Su recompensa había sido el elixir que nos
convirtió a mi madre y a mí en inmortales, aunque también nos separó de él.

Saliendo de mi estupor, pregunté—: General Jianyun, ¿cómo se avanza en


el ejército?

—Luchar por nuestro reino. Realizar cada tarea lo mejor posible. Proteges
a tus compañeros. Trabajo duro, obediencia, lealtad a lo largo de los años. ¿Qué
mayor honor hay que servir a nuestro reino y a Sus Majestades Celestiales? —el
orgullo sonaba en su voz.

Se me escapó una negativa brusca que reprimí por respeto al general,


aunque no pude evitar que se me torciera el labio.

No pareció darse cuenta, y añadió como una idea tardía—: Algunos


también sueñan con ganar el Talismán Carmesí del León, aunque tal cosa es rara.

—¿Talismán Carmesí del León? —nunca había oído hablar de él.

—Es el más alto honor del Ejército Celestial, otorgado por el propio
emperador. A su portador se le concede un favor real.
112

Una esperanza salvaje revoloteó en mi pecho.

—¿Cómo se gana este talismán? —maldije el temblor de mi voz, esperando


que no oyera mi afán.

—Mediante actos excepcionales de valor, coraje o sacrificio, al servicio del


Reino Celestial —frunció el ceño—. Sin embargo, esto no es algo con lo que se
pueda poner nuestras esperanzas. A lo largo de mi vida, el talismán se ha
concedido menos de un puñado de veces.
El General Jianyun debe tener cientos de años. ¿Mil? ¿Cómo iba a superar
a los poderosos guerreros de aquí, cuando apenas había captado mis poderes
hace un par de años? No, no podía permitirme pensar así, no podía admitir la
derrota antes de intentarlo. Entre todos los mortales a lo largo de los siglos, fue
mi padre quien había llamado la atención del emperador para ganar el Elixir de
la Inmortalidad. No me esforzaría por menos.

Sin embargo, algo frenó mi creciente entusiasmo. Si me unía al Ejército


Celestial, tendría que dejar el Patio de la Tranquilidad Eterna. Allí estaba a salvo.
Tan feliz como podía serlo, lejos de mi madre. Ah, me estaba confundiendo por
dentro. No podía olvidar por qué estaba aquí: que me habían arrancado de mi
hogar y que había venido al Palacio de Jade para encontrar el camino de vuelta.
Las palabras del General Jianyun sobre el honor y el servicio no me conmovieron.
Este no era mi hogar; no tenía ninguna lealtad a este lugar. Incluso guardaba
rencor a Sus Majestades Celestiales, que estaba dispuesta a soportar por mis
propios fines. Y, sin embargo, esta oferta me permitía vislumbrar un futuro en
el que podría avanzar por mis propios méritos, una oportunidad de conseguir la
libertad de mi madre. Mejor, con mucho, que mis alocadas fantasías de volar a
la luna y romper el encantamiento que la ataba allí. ¿Qué vida nos esperaría
después?

Una eternidad de ser perseguido y vivir con miedo.

El General Jianyun se aclaró la garganta, quizá extrañado por mi


prolongado silencio.

Ahuecé mis manos mientras me inclinaba ante él.

—Gracias por su confianza en mí, General Jianyun. Le prometo que lo


tendré en cuenta —Su oferta me tentó más de lo que me importaba admitir. Ya
me sentía inclinada a aceptar, aunque no podía hacerlo antes de hablar con Liwei.

Durante la comida de esa noche, Liwei preguntó—: ¿De qué hablaron tú y


el general Jianyun? Parecía una conversación seria.
113

Sorprendida de que se hubiera dado cuenta, levanté los palillos para


meterme un trozo de arroz en la boca. Por alguna razón, me resistía a contarle
la oferta del general. Me pasaron por la cabeza algunas excusas, pero sólo le
había mentido una vez y había sido por necesidad.

—El General Jianyun sugirió que me uniera al ejército, después de que mi


función aquí llegue a su fin.

—¿Fin? —parecía confundido—. ¿Quién te dijo que se acababa?


Dejé los palillos sobre la mesa y lo miré con ojos sombríos.

—Liwei, ¿cuánto tiempo van a durar las cosas así? Cuando asumas tus
responsabilidades, tendrás menos tiempo para las lecciones. No necesitarás una
acompañante.

Por una vez, parecía estar perdido.

—Pero... eres mi amiga.

Esas palabras desgarraron mi conciencia, pero no podía pensar en solo en


mí.

—Soy tu amiga. Aquí, o donde quiera que vaya.

—¿Quieres dejarme? ¿Para unirte al ejército? —Había una nota de


incredulidad en su voz y, por debajo, de dolor.

—Hay cosas que quiero y que tú no conoces. Tengo mis propios sueños —
Mi voz estaba ronca de emoción. Los años que había pasado aquí, entrenando y
estudiando, fueron felices. Y, sin embargo, sólo eran los peldaños de la escalera
que escalaba mi ambición.

Tal vez Liwei sintió que me alejaba, que mi determinación se endurecía. Se


inclinó hacia mí y me preguntó—: ¿Cuáles son tus sueños? Deja que te ayude,
como pueda.

Las palabras rondaban en la punta de mi lengua. Confiar en él. Decirle la


verdad. Era un Príncipe Celestial, poderoso y favorecido. Pero reprimí el impulso.
No estaba segura de cómo podrían cambiar las cosas entre nosotros si él sabía
quién era yo. Que le había mentido. Que era la hija de la diosa deshonrada que
había desafiado los deseos de su padre, y del mortal que había matado a los
queridos pájaros del sol de su madre.

—No, no puedes ayudarme —dije suavemente—. Pero te agradezco que


quieras hacerlo —Su mano cubrió la mía y un inesperado cosquilleo recorrió mi
114

brazo.

—Mi oferta sigue en pie. Cuando quieras, lo que necesites. Piénsalo y no


tomes ninguna decisión precipitada.

Creía haber tomado una decisión. Sin embargo, inmovilizada por la


intensidad de su mirada, sólo pude asentir como respuesta.

Mañana, me dije, cobardemente. Mañana decidiré.


Me levanté como un rayo y mi grito atravesó la noche. Mis ojos recorrieron
la oscura habitación mientras agarraba las mantas de la cama, arrugándolas entre
los dedos. No estaba en casa. No había llegado demasiado tarde. Mi madre y
Ping'er no habían muerto.

Tales pesadillas me habían atormentado antes, pero nunca en el Patio de la


Tranquilidad Eterna, hasta ahora. Quizás mi encuentro con la Emperatriz
Celestial o la incertidumbre de mi futuro habían provocado una recaída en los
miedos de mi pasado.

Los pasos golpearon el patio. Mis puertas se abrieron de golpe, el aire fresco
de la noche entró de golpe cuando Liwei se paró en la entrada. Cruzó la
habitación y se sentó en mi cama, entrelazando sus dedos con los míos, con un
agarre cálido y fuerte.

—Estabas gritando. ¿Estás bien?

—Un sueño —Mis respiraciones eran temblorosas e irregulares. Mi terror


había sido demasiado real. La imagen de la figura sin vida de mi madre pasó por
mi mente: mi miedo se fundió con una desgarradora añoranza de mi hogar. Las
lágrimas, sin proponérmelo, se me clavaron en los ojos.

Su otra mano me acarició la cara y su pulgar rozó mi mejilla. Sólo me había


visto llorar una vez, cuando nos conocimos junto al río. Sin dudarlo, me atrajo
hacia sus brazos y me abrazó con fuerza. Yo lo abracé a su vez, y su abrazo
despertó en mí una necesidad desconocida y feroz. Bajé la guardia y me dejé
reconfortar por su fuerza; mi cuerpo se hundió contra el suyo cuando el dique
de mis emociones se liberó.
115

Mis lágrimas empaparon su ropa, la seda blanca húmeda ahora cuando


levanté la cabeza. Sólo entonces me di cuenta de que sólo llevaba la bata interior;
debía de venir directamente de la cama con las prisas. Mi pulso se aceleró,
aunque ya lo había visto vestido así mil veces. Con una esquina de mi manga,
limpié el fino material para secarlo. Los latidos de su corazón se aceleraron contra
mi palma mientras sus brazos me rodeaban, encendiendo un calor que recorría
mis venas.
Nuestros meses de compañerismo se desvanecieron; fue como si nos
viéramos por primera vez. Ya no era el joven del que me había hecho amiga, el
joven que se burlaba de mí. Su tacto inflamaba mis sentidos, su mirada me
robaba el aliento. Alargué la mano para apartar su largo cabello de la cara,
despeinado por el sueño y con un brillo oscuro contra la blancura de su túnica.

Mis labios se separaron. Sus ojos se desviaron hacia ellos, tan profundos
como los estanques de medianoche. Se inclinó y acercó su boca a la mía con
firmeza, pero con una dolorosa ternura. Inhalé profundamente, su aroma cálido
y limpio mezclado con la fragancia de las flores del patio. Una de sus manos me
sujetó la nuca y la otra me rodeó la cintura. Mis brazos se enroscaron con fuerza
alrededor de su cuello, no sabía cómo habían llegado hasta allí. Nos abrazamos
tan estrechamente que su aliento se deslizó en mi boca, caliente y dulce al
mezclarse con el mío.

Sus labios apretaron más, separando los míos, nuestras lenguas buscándose
y enredándose. Un calor fundido se extendió desde mi núcleo hasta los dedos de
los pies. Mis miembros se debilitaron como si se hubieran convertido en líquido,
mientras caíamos, entrelazados, sobre mi cama.

Una ráfaga de viento entró por las puertas abiertas. Las cortinas de color
azul pálido que rodeaban mi cama se hincharon, tan suaves como nubes de gasa.
Cuando los paneles de la ventana traquetearon, me levanté de golpe... temblando
por la pérdida de su calor. Mi mirada se desvió hacia el patio. Cualquiera que
pasara por allí podría haber visto lo que estábamos haciendo. Afortunadamente,
todavía estaba oscuro. La luna en el cielo era nuestro único testigo.

Se sentó a mi lado, pasándose las manos por el pelo.

—Xingyin, lo siento.

Sus palabras fueron un jarro de agua fría, un brusco despertar de mi


aturdimiento. ¡Por supuesto que se arrepentiría! En la oscuridad de la noche,
conmovido por la compasión y el desbordamiento de mis emociones, no era de
extrañar que se sintiera obligado a complacerme. Y yo había estado muy
116

dispuesta a aprovecharme de su amabilidad.

—No tienes nada que lamentar —Mi voz era ligera mientras me daba la
vuelta, dejando que mi pelo me velara la cara. En su silencio, leí que estaba de
acuerdo—. Esto fue un error para ambos. Un momento de locura que se olvidará
por la mañana —Un torpe intento de salvar mi orgullo.

Me agarró la mano con fuerza, apretándola contra su pecho.


—¿Locura? Nunca me he sentido tan cuerdo en mi vida. ¿Quieres olvidar
lo que ha pasado? No puedo.

Mi corazón latía con fuerza, como las alas de un pájaro contra los barrotes
de su jaula. Sin embargo, el miedo y la razón, siempre vigilantes, se alzaron.

—No deberíamos hacer esto.

Inclinó la cabeza hacia mí.

—¿Por qué?

Su pregunta era sorprendente por su sencillez. Pero no era tan fácil como
él creía; había demasiadas razones en contra nuestra que él no conocía... porque
yo se las había ocultado.

Bajó la voz, como si hiciera una confesión—: Hace tiempo que quiero
besarte.

El calor me invadió de nuevo, deslizándose por mi piel como si me hubiera


tumbado al sol. Sus palabras ahuyentaron mis dudas mientras estiraba la mano
y lo acercaba, mientras él inclinaba su cabeza hacia la mía una vez más. Mis ojos
se abrieron de par en par y luego se cerraron, perdidos en una lánguida bruma
de deseo, como si flotara en un río de estrellas. Cuando por fin nos separamos,
nuestra respiración era áspera y agitada mientras permanecíamos enredados a la
luz de la luna, hasta que un movimiento en la quietud anunció la llegada del
amanecer.

Recordando el día, me puse en pie, rebuscando en el cajón mi regalo.


Cuando le puse el paquete envuelto en seda en la mano, reprimí el impulso de
arrebatárselo de nuevo. ¿Qué era una humilde cáscara frente a los inestimables
tesoros que poseía?

Apartó la tela, mirando la concha que había dentro. La tomé y soplé


suavemente en ella, la concha brilló mientras mi canción llenaba la habitación.
Una canción alegre, llena de promesas, esperanzas y anhelos, me di cuenta
117

ahora. La canción de mi corazón, antes de que yo misma la conociera.

No se movió hasta que terminó.

—Es hermoso. ¿Cómo se llama? —quiso saber.

Sonreí, a través de la repentina espesura de mi garganta.

—Es tuya para nombrar. La he compuesto para ti.


Me quitó la concha y la levantó de nuevo, pero le tomé del brazo.

—Escúchalo cuando no esté aquí.

Su cuerpo se puso rígido mientras se giraba para buscar mi cara.

—¿Te vas?

—No quise decir eso. Es tu regalo de cumpleaños, no de despedida —Mi


conciencia me aguijoneó por cómo evadí su pregunta.

Volvió a enhebrar sus dedos con los míos y su tensión se relajó.

—Gracias. Nunca he recibido un regalo tan maravilloso. Y ahora ya no


tengo que rogarte que me toques una canción —añadió con una sonrisa burlona.

Me aparté, mirándole con fingida rabia.

—¿Soy tan fácil de reemplazar?

—No quiero averiguarlo nunca —Con un suspiro arrepentido, me soltó y


se levantó de mi cama—. Debo irme antes de que los asistentes se despierten.

Me armé de valor y lo llamé.

—Liwei, mañana no tenemos clases. ¿Pasamos el día juntos?

Se detuvo junto a la entrada, asintiendo una vez, con los labios curvados
mientras cerraba las puertas tras él.

Sola una vez más, mi mente despertó del hechizo al que estaba sometida.
La culpa me asaltó, feroz e implacable. El Emperador Celestial no había tenido
piedad de mi madre, condenándola a una prisión eterna. Recordé el miedo de mi
madre a la emperatriz, su terror me apuñaló de remordimiento. ¿Cómo podía
sentirme así por su hijo? ¿Era yo tan débil para traicionarla tan fácilmente?

Me llevé los dedos a las sienes, pasándolos por el pelo. Pero esto no era
118

una traición a mi madre. Incluso en lo más profundo de su miseria, no había


pronunciado una palabra de rencor contra el emperador y la emperatriz. No me
lo echaría en cara; lo único que quería era mi felicidad. Yo era mi propia persona,
separada de mis padres, al igual que Liwei. Y no se parecía en nada a ellos.
Después de todo el tiempo que pasamos juntos, lo sabía mejor que nadie. Era mi
amigo más querido, antes... lo que era para mí ahora. Y no le pediría cuentas
por esos acontecimientos pasados y por circunstancias ajenas a su voluntad.
Cómo deseaba poder desahogar mi corazón con él, revelar todas mis partes.
Liwei no haría nada para herirme, pero dudaba en enredarlo en mis asuntos, en
enfrentarlo a sus padres cuando sabía de sus tensas relaciones con ellos. Y la
cobarde que había en mí retrocedió ante su decepción; el engaño de un amante
cala más hondo que el de un amigo.

Odiaba estas mentiras, este miedo y esta duda. Pero todo esto palidecía
ante la amenaza de ser descubierta. El Palacio de Jade no era un lugar para
compartir tales secretos. Y aquí, mi madre y yo encontraríamos poca misericordia
de la dureza del emperador, del rencor de la emperatriz. Más aún, después de
todo lo que había aprendido de cómo nuestras familias estaban unidas. No, no
rompería mi promesa a mi madre, no hasta que supiera que sería seguro.

Me quedé despierta en mi cama hasta que los rayos del sol se deslizaron.
A la luz de la mañana, el deseo de la noche anterior se desvaneció hasta
convertirse en la bruma de un sueño, excepto por el recuerdo de sus labios
grabados en lo más profundo de mi alma.

119
Me quedé mirando mi reflejo en el espejo. Mi pelo negro caía suavemente
hasta la cintura, mi piel brillaba por mis tardes al sol. Aunque mis rasgos eran
poco llamativos, estaba contenta con lo que veía, incluso con la hendidura en la
barbilla que la Emperatriz Celestial había criticado como marca de mal humor.

Busqué uno de mis vestidos habituales, pero en su lugar saqué uno de seda
azul claro, bordado con pájaros de colores. Cuando me lo puse, un estornino
cosido en hilo verde desplegó sus alas y voló una vez alrededor de la falda. Mi
fuerza vital se había fortalecido. Minyi le había pedido a su amiga, una experta
costurera, que lo hiciera, después de quejarse de que mi ropa era demasiado
sencilla e impropia. Mi armario estaba lleno de prendas blancas. No me había
importado, ya que me recordaban a mi madre.

Pero ahora, la vida estaba llena de color.

Un inusitado interés por mi aspecto se apoderó de mí hoy; pocas veces me


había vestido con tanto cuidado. Tenía un resorte en mi paso mientras cruzaba
el patio, pero fuera de la cámara de Liwei, dudé. ¿Había sido un sueño? ¿Y si
no lo recordaba? Peor aún, ¿y si se arrepentía de todo lo ocurrido? Me armé de
valor, empujé las puertas y entré.

Ya estaba levantado, sentado junto a la mesa, con una bata de brocado


anudada a la cintura con un tramo de seda negra. Un aro de plata le recogía el
pelo, que fluía como un río de tinta por su espalda. Sus ojos eran tan oscuros
como siempre, pero ahora me parecían cien veces más hermosos.

Su mirada se detuvo en mí mientras se ponía en pie.


120

—No pongas cara de asombro. Puedo vestirme sin que nadie me sostenga
la ropa —Una sonrisa se dibujó en sus labios y añadió—: Aunque prefiero que
seas tú.

Mi mente traicionera conjuró imágenes de todas las veces que había


cubierto sus hombros con seda y brocado. Cómo mis dedos habían rozado el
hueco de su cuello cada vez que ajustaba los pliegues de su túnica, mis manos
rodeando su cintura para atar su faja. No había pensado en ello entonces, pero
ahora mi corazón se aceleraba y mi garganta se secaba.
—Xingyin.

Mi nombre en sus labios me agitó. Le miré, fijándome en la esbelta caja


que me tendía.

—Es tu cumpleaños, no el mío.

—Da buena suerte intercambiar regalos —dijo a modo de explicación.

Como no hice ningún movimiento para tomar la caja, abrió la tapa y sacó
una horquilla. Era de madera y estaba lacada en ricos tonos azules, con pequeñas
piedras transparentes que atrapaban y rompían la luz.

Se me cortó la respiración. Las horquillas se regalaban tradicionalmente


como una muestra de amor, pero aplacé la esperanza que se despertó en mí. No
nos habíamos hecho tales promesas. En cuanto a la última noche... Todavía no
estaba segura de lo que significaba a la luz del día.

—Hice esto hace un tiempo, para que coincidiera con el significado de tu


nombre. Me llevó un tiempo conseguir los colores correctos.

¿Él había hecho esto? ¿Para mí? Era exquisito, su habilidad para capturar
todos los estados de ánimo temperamentales del cielo. Y aunque no lo fuera,
aunque sólo fuera una astilla de madera lisa, no significaría menos para mí.

Se inclinó hacia delante y deslizó el alfiler en mi pelo. Igual que la primera


vez que nos vimos.

—Gracias —logré, levantando mi mirada hacia la suya.

—Sólo tenemos la mañana. Mi padre ha pedido verme antes del banquete


—Recogió una cesta de la mesa, antes de tomar mi mano con la otra—.
¿Cambiarás de opinión y vendrás esta noche? Significaría mucho para mí tenerte
allí. Lo haría mucho menos aburrido —Su boca se curvó en una sonrisa
persuasiva.
121

Mi interior se retorcía ante la idea de ver a Sus Majestades Celestiales. Pero


era la celebración de Liwei y una parte de mí sentía curiosidad por esa faceta
suya que tan pocas veces veía: la del heredero al trono. Y ahora me encontraba
deseando pasar cada momento con él, sintiendo una punzada desconocida
cuando estábamos separados.

—Sí —le dije—. Iré.

En el patio, Liwei invocó una nube. Me pareció que ahora podía abandonar
el palacio a voluntad, lo que significaba que pronto asumiría sus funciones en la
corte. Aparté una oleada de ansiedad; no iba a manchar el día de hoy con las
dudas del mañana o los temores del pasado. Aunque cuando miré la nube, no
pude evitar pensar en la última vez que había volado en una con Ping'er. Al subir
a ella, Liwei me arrastró detrás de él. La nube era suave y fresca, pero firme bajo
mis pies. Cuando atravesó el aire, tropecé, pero Liwei me agarró de la mano para
estabilizarme y no me soltó.

Al cabo de unos instantes, empecé a relajarme. La nube se elevó con tanta


suavidad que pronto olvidé mis temores. Volar a la luz del día era infinitamente
más placentero que huir por la noche. Montañas imponentes, lagos
resplandecientes y exuberantes bosques esmeralda se desplegaban como un
cuadro de pergaminos bajo nuestros pies. Mientras atravesábamos una ligera
lluvia, las gotas que rozaban mi piel eran tan refrescantes como el rocío de la
mañana. Podría haber tenido frío con las nubes oscuras que tapaban el sol, de
no ser por las manos de Liwei sobre las mías, que me infundían calor.

Aterrizamos en medio de un bosque como nunca antes había visto. Ni en


el Reino Celestial, ni siquiera en mis sueños. Los melocotoneros florecían hasta
donde alcanzaba la vista, con sus ramas cargadas de flores rosas y blancas que
impregnaban el aire de una dulzura embriagadora. Cada vez que soplaba el
viento, un reguero de pétalos caía al suelo.

Tomé uno en la palma de la mano, suave como el terciopelo, más ligero


que el aire.

—¿Dónde estamos?

—En algún lugar del Reino Mortal.

—¿El Reino Mortal? —Mi voz se alzó alarmada.

Los inmortales tenían prohibido descender aquí sin permiso del Emperador
Celestial. Hace mucho tiempo, habían vagado por este mundo a sus anchas. Tal
vez disfrutaban del poder de caminar entre los más débiles, de escuchar sus
cantos de adoración o sus súplicas aterrorizadas. Para los mortales, no eran sólo
122

inmortales; eran dioses. Sin embargo, esto había provocado una gran confusión.
Los mortales estaban aterrorizados por la magia. Y demasiados destinos se vieron
alterados por esa interferencia, causando la muerte prematura de algunos o
salvando a otros de calamidades predestinadas. El Guardián de los Destinos
Mortales persuadió al Emperador Celestial para que emitiera un edicto,
prohibiendo a todos los inmortales aventurarse aquí libremente. Aunque muchos
lamentaron este resultado, ninguno se atrevió a desafiar la orden. Desde
entonces, nuestro reino quedó oculto a la vista de los mortales y, con cada año
que pasaba, sus recuerdos de nosotros se desvanecían aún más en el mito y la
leyenda. Todo lo que veían ahora cuando miraban al cielo era el sol, la luna y
las estrellas.

—¿Tenemos permiso para estar aquí? —Miré furtivamente al cielo, casi


esperando que el Guardián de los Destinos Mortales descendiera y nos arrastrara
de vuelta para castigarnos.

Liwei levantó la pieza oblonga de jade que colgaba de su cintura,


intrincadamente tallada con un dragón. Un sello imperial.

—Con esto, podemos ir a donde queramos —me aseguró, dejándolo caer


donde tintineaba contra el Broche Gota del Cielo—. Una de las pocas ventajas
de asistir a esas largas discusiones en la corte.

Tras adentrarnos un poco más en el bosque, nos sentamos junto a un arroyo


burbujeante. La suave hierba estaba cubierta de pétalos pálidos, algunos de los
cuales ya estaban dorados en sus bordes. Un recordatorio de que aquí nada
permanecía igual, cada momento acercaba a todas las criaturas a su inevitable
final. No pude evitar pensar en mi padre, que envejecía con cada día que pasaba.
Un anhelo se apoderó de mí para buscarlo, para buscarlo si aún vivía. Pero Liwei
no sabía nada de mis padres, y ¿cómo iba a decírselo ahora?

Me alegré de que no pudiera verme la cara mientras desempaquetaba la


cesta. Sacó una jarra de vino de porcelana, peras doradas y un surtido de bollos
al vapor, algunos rellenos de pasta de judías dulces y otros de carne. Cuando
tomé uno, mi mano chocó con la suya.

Él apartó el plato de mi alcance.

—¿Qué tal un desafío para estos?

Gemí para mis adentros. Sin mi arco, probablemente me superaría en


cualquier otra arma. Y aunque no me importaba mucho el premio, me importaba
aún menos perder. Ajeno a mi descontento, Liwei buscó en el suelo hasta
encontrar dos robustos palos y me lanzó uno.
123

Lo tomé en el aire.

—¿No crees que las probabilidades están a tu favor? Eres el mejor


espadachín. Al menos por ahora —murmuré en voz baja.

Me rodeó con gracia depredadora.

—¿Ya te das por vencida?


Me puse en pie de inmediato, con los dedos apretados alrededor de la
áspera corteza. Un trozo de seda blanca apareció en su palma.

—Me taparé un ojo, pero aun así ganaré.

—Por supuesto —dije con dulzura, tratando de no rechinar los dientes.


Podría haber rechazado su arrogante oferta, pero aprovecharía cualquier ventaja
con tal de romper su orgullo.

Una brisa se abrió paso entre los árboles, haciendo llover flores sobre
nosotros cuando nos pusimos uno frente al otro. Me abalancé primero sobre su
costado vendado, esperando tomarlo por sorpresa. Liwei lanzó su bastón para
bloquear el mío, retirándose rápidamente para golpear mi pantorrilla. Siseé,
girando para apuñalarlo en el pecho. Un suspiro salió de sus labios cuando me
alejé de su alcance, un momento antes de que voláramos el uno contra el otro
en serio. La paz del bosque se desintegró con el crujido de nuestros pies contra
las piedras y las hojas secas, el choque de nuestros palos. No pude evitar una
ráfaga de admiración por su técnica: su feroz ataque y su rápido retroceso, cada
movimiento controlado y a la vez libre. Nuestro combate estaba más reñido de
lo que esperaba, y esperaba que, con algo de suerte, pudiera ganar. Al ver un
hueco, me lancé hacia delante, pero él se inclinó hacia atrás y mi bastón cortó el
aire. Antes de que pudiera retirarme, su duro golpe me arrancó el palo de la
mano.

Ahogué un grito, luchando por ocultar mi frustración.

—Si hubiera sido con el arco, te habría ganado con los dos ojos cerrados—
tomé un bollo de la cesta y se lo lancé.

Lo tomó, pero me lo ofreció enseguida.

—Toma, es tuyo.

—Es tu premio —Tomando una pera, hundí mis dientes en su carne


madura, su dulce y fragante jugo llenó mi boca.
124

Cuando intentó dármela de nuevo, negué con la cabeza.

—¿Quieres desafiarme por el derecho a no comerlo? —le pregunté.

Me lanzó una mirada gélida antes de morder el suave pan. Olía delicioso,
con la rica fragancia del cerdo asado flotando hacia mí.

—Asegúrate de no atragantarte con él —dije con una sonrisa no fingida.


El hambre era un pequeño precio a pagar por la expresión de furia que
apareció en su rostro. Había perdido el partido, pero de alguna manera había
ganado la ventaja. Contemplando el cielo encapotado, me maravillé al ver que
todo parecía más hermoso. Incluso las nubes de lluvia ya no eran lúgubres y
amenazantes, sino que estaban impregnadas de oscura majestuosidad.

Después de comer, me sirvió una copa de vino. Cuando la delicada


fragancia del osmanthus brotó en el aire, me tranquilicé, recordando un bosque
de flores blancas como la luna.

Mis dedos se apretaron alrededor de la copa y la levanté en un brindis.

—Que siempre seas feliz.

Su mirada se posó en mí.

—Si siempre soy tan feliz como ahora, ése sería el mejor deseo de todos.

El vino se deslizó por mi garganta con una calidez embriagadora. Después


de haber vaciado nuestras copas, las rellenó y levantó la suya hacia mí a su vez.

—Que todos tus sueños se hagan realidad.

Me preguntaba qué pensaría él si supiera lo que eran. Durante mucho


tiempo, mis sueños consistían en recuperar lo que había perdido en el pasado.
Sin embargo, desde la noche anterior, o quizás incluso antes, una esperanza de
futuro había echado raíces en mi corazón.

—¿Cuáles son tus sueños? —me preguntó, igual que ayer, como si me
hubiera arrancado los pensamientos.

—Estar con mis seres queridos —dije, tras una pausa. Era la verdad, pero
del tipo hueco que estaba dorado en el engaño.

Cuando sus ojos se oscurecieron y se inclinó más cerca, mi respiración se


aceleró.
125

—Pero me conformaré con ganarte hoy —solté lo primero que se me


ocurrió, maldiciéndome cuando se apartó.

Se llevó las manos a la cabeza y se tumbó en la hierba.

—¿Quieres cumplir con tus grandes palabras de antes?


—¿Por qué no? No te lo voy a poner fácil sólo porque sea tu cumpleaños
—No estaba tan segura como parecía; nunca había disparado con los ojos
vendados.

Un arco dorado se materializó en el suelo ante nosotros, exquisitamente


tallado con plumas enroscadas a lo largo de sus extremidades.

—Quería enseñarte esto —dijo Liwei mientras se ponía en pie—. Es una de


las armas más poderosas de nuestro tesoro. Esta podría ser una buena
oportunidad para probarla.

La tomé, con un cosquilleo en los dedos al tocar el metal.

—¿Dónde están las flechas?

Liwei se movió detrás de mí, con nuestros cuerpos a escasos centímetros


de distancia. Con sus brazos extendidos a cada lado de mí, me guio para levantar
el arco y tensar su cuerda plateada. Mi pulso se aceleró y mi cabeza dio vueltas.
Fallaría cualquier objetivo en nuestra posición actual, aunque estuviera a cinco
pasos de distancia.

Una flecha en llamas se formó en mi mano, crepitando como si estuviera


viva. Sobresaltada, habría dejado caer el arco, pero el agarre de Liwei se estrechó
sobre el mío. Cuando por fin soltamos la cuerda, la flecha desapareció.

—Hay pocas armas tan poderosas en la existencia. Cada flecha del Arco de
Fuego del Fénix puede causar graves heridas con un solo golpe. Pero sólo los
que tienen una gran fuerza vital pueden blandir un arma así con eficacia —
advirtió.

Me quedé mirando el arco, recordando la cubierta descolorida del libro


mortal. ¿Era cierto que mi padre había utilizado un arco de hielo para derribar a
los pájaros del sol? ¿Un arma encantada del Reino de los Inmortales?

—¿Podría alguien con una fuerza vital débil, un mortal quizás, utilizar un
126

arma así? —pregunté.

Él reflexionó sobre la cuestión.

—Los objetos mágicos tienen su propio poder. La mayoría de ellos pueden


ser utilizados por cualquiera. Incluso los mortales. Sin embargo, cuanto más
fuerte sea su usuario, más poderoso se vuelve el objeto, ya que extrae la energía
de su usuario para aumentar y reponer la suya propia. Si este arco lo maneja
alguien con una fuerza vital débil, no sólo le resultará difícil de controlar, sino
que su poder se verá muy disminuido.
—¿Cómo atrae este arco nuestra energía? No parece diferente de los
demás.

Se inclinó más cerca, su aliento se enroscó en mi oído.

—Un arma como el Arco de Fuego del Fénix forma una conexión con su
usuario, absorbiendo sin problemas su energía. Esto lo hace poderoso, pero
también peligroso.

—¿Peligroso? —repetí, tratando de pensar en otra cosa que no fuera el


calor de su cuerpo fundiéndose con el mío.

—Peligroso, porque en el tumulto de la batalla, los usuarios de esas armas


pueden no darse cuenta de la cantidad de energía que han gastado. Hasta que
es demasiado tarde —dijo con gravedad.

Tragué con fuerza, recordando la severa advertencia de la Maestra Daoming


de que nunca me agotara. Apartándome de sus brazos, le pasé el arco.

—Tú primero.

—¿Tenías un reto en mente? —preguntó.

—¿Qué tal uno de habilidad, no de velocidad esta vez? —sugerí, pensando


en mi anterior derrota.

Se agachó para recoger dos flores de melocotón marchitas. Cuando su


magia se arremolinó sobre ellas, su color floreció de nuevo, los pétalos brillaron
como si estuvieran esculpidos en cuarzo rosa.

—El que la derribe desde la distancia más lejana será el ganador.

Tomé una de las flores de la palma de su mano, ahora tan dura como la
piedra.

Su comportamiento burlón desapareció, mientras miraba al frente con los


127

ojos entrecerrados, con el arco levantado y la cuerda tensada. Al oír su


asentimiento, solté la primera flor. Salió disparada y se alejó más rápido que un
colibrí, dando vueltas en el aire. Pasaron varios segundos, y la flor ya era una
mancha en el horizonte. Con un golpe, la flecha de Liwei se precipitó hacia
delante, destrozando los pétalos en un estallido de chispas ardientes.

Un tiro excelente. No estaba segura de poder superarlo, con los ojos


vendados como estaría. Tenía en la punta de la lengua retractarme de mi anterior
alarde, para exigir un combate en igualdad de condiciones, pero reprimí el
impulso mientras tomaba el arco. Ansiosa por probar su poderío, pasé los dedos
por la brillante cuerda, más rígida que las tejidas en seda.

Mientras Liwei me ataba el paño blanco sobre los ojos, sus nudillos rozaban
mis mejillas. Una distracción que no podía permitirme, mientras inhalaba
profundamente para despejar mi mente.

Una vez lista, asentí con la cabeza. Un murmullo bajo rompió la


tranquilidad, un tenue torbellino que se desvanecía con el paso del tiempo. Ya
era casi imperceptible, pero seguí esperando, aguzando el oído. En el preciso
momento en que se hizo el silencio, mi flecha salió disparada, silbando en el aire
y golpeando con un tintineo. Algo se hizo añicos y se incendió con un silbido.

Levanté la mano para tirar de la venda, pero unos fuertes brazos me


rodearon y el aroma de la hierba calentada por el sol ahogó mis sentidos. Sus
labios aplastaron los míos, separándolos, con su cálido aliento impregnado del
persistente dulzor del vino. Me estremecí, no por el frío, sino por el calor que
me recorría las venas. Me agarré a sus hombros y lo acerqué a mí. Su boca se
deslizó hacia abajo, recorriendo un camino abrasador por mi cuello con un
hambre que me dejó sin aliento. Con la mano libre aparté la tela, parpadeando
ante la repentina luminosidad. Caímos al suelo, la alfombra de pétalos más suave
que cualquier cama... mi cuerpo se encendió con mil sensaciones brillantes.

Las primeras gotas de lluvia eran suaves y frágiles, se apartaron fácilmente.


Pero pronto se convirtieron en una lluvia torrencial, imposible de ignorar. Nos
tumbamos en el suelo, dejando que la lluvia nos bañara, empapándonos tanto
como si hubiéramos nadado en el río.

Nuestras respiraciones eran pesadas e irregulares, nuestros dedos se


enredaban en la hierba húmeda.

—¿Quién ha ganado? —pregunté, volviendo al presente.

Me lanzó una mirada incrédula.


128

—En un momento como éste, ¿eso es lo que te preocupa?

—He ganado —respondí a mi propia pregunta con un suspiro de


satisfacción.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Si hubieras ganado, no me habrías distraído. Me lo habrías restregado en


mi cara. Sin piedad.
Se levantó sobre un codo para mirarme fijamente.

—¿Es eso lo que crees? —preguntó con un tono agraviado—. Muy bien.
El beso no tuvo nada que ver con tu aspecto cuando sacaste el arco y diste en el
blanco, aunque ya había desaparecido —Sacudió la cabeza—. ¿Por qué me he
enamorado de alguien que se complace en hacer polvo mi orgullo?

Mis labios se separaron con incredulidad.

—¿Tú… me amas?

—Después de todo el tiempo que hemos pasado juntos, ¿tenía otra opción?

Apoyé la palma de la mano en su pecho, no estaba de humor para la


ligereza.

—¿Hablas en serio?

La luz de sus ojos abrió un camino hacia mi corazón, mientras su mano se


extendía para capturar la mía.

—Sí.

Cuando era niña, mi madre me había advertido que no mirara directamente


al sol, diciéndome que el brillo de su resplandor podría cegarme. Quizás era algo
que su propia madre le había dicho. Aunque podría ser cierto para los mortales,
ahora dudaba que algo así pudiera dañar la vista de un inmortal. Aun así, su
advertencia se mantuvo: cada vez que veía el orbe ardiente en el cielo, me volvía
o me protegía instintivamente. Hoy, por fin, me había atrevido a contemplar el
sol, dejando que su resplandor me recorriera sin obstáculos, derramándose por
mis venas hasta que me sentía radiante. Nunca imaginé que existiera una alegría
tan luminosa, y nunca más me conformaría con permanecer en las sombras.

Tras la lluvia, el cielo volvió a estar despejado. Liwei invocó una nube para
que nos llevara a casa, y en el camino nos secamos la ropa. Si hubiéramos
regresado empapados, habríamos dado lugar a preguntas indiscretas y cotilleos
129

no deseados. Mientras volábamos de vuelta al Palacio de Jade, mi ánimo era más


ligero que las nubes que pasamos.

En mi habitación, me hundí en mi cama en un aturdimiento onírico. El


descanso estaba lejos de mi mente, ya que la euforia que me recorría sofocaba
toda esperanza de dormir. Cuando alguien llamó a la puerta, abrí para encontrar
a un asistente que me tendía un rollo de papel atado con un cordón de seda.

—Su Alteza me pidió que le diera esto.


Cuando tomé el papel y le di las gracias, añadió—: Alguien está esperando
a Su Alteza fuera.

Preguntándome quién podría ser, entré en el patio y encontré a una chica


sentada en el pabellón. Su aura era cálida y ligera, aunque también latía con
fuerza. Era asombrosamente guapa, con unos ojos delgados y rasgados en un
rostro en forma de corazón, y unos rasgos delicados. La seda rosa cubría su alto
cuerpo y su cabello oscuro estaba sujeto con horquillas de oro de las que caían
hilos de rubíes que brillaban con la llama interior. Me incliné ante ella en señal
de saludo. ¿Era la hija de un cortesano o una de las damas favoritas de la
emperatriz?

—¿Está el Príncipe Liwei aquí? —Su voz era suave y dulce.

Una pizca de inquietud me aguijoneó el corazón, pero le dediqué una


agradable sonrisa.

—Su Alteza está con Sus Majestades Celestiales —Al ver que sus hombros
caían, añadí—: ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle?

—Tengo un regalo para Su Alteza, pero puedo dárselo más tarde —La chica
miró el cuadro a medio terminar de un melocotonero floreciendo que había sobre
la mesa. Unos cuantos pinceles estaban empapados en una jarra de agua y una
bandeja de porcelana yacía al lado, aún húmeda de pintura. Liwei debía de haber
trabajado en esto hace poco tiempo.

—¿Esto es obra del Príncipe Liwei? —ella trazó el contorno de las ramas—
. Es hermoso.

—Su Alteza tiene muchas habilidades —dije.

Cuando se levantó para irse, su codo golpeó un pincel. La pintura verde


oscura salpicó la obra de arte.

Jadeó mientras sacaba un pañuelo de seda, limpiando furiosamente el


130

papel. Me apresuré a ayudarla, empujando la jarra. Se volcó y el agua se derramó


sobre la mesa, empapando la obra de arte en un momento. Del árbol, antes
exquisitamente pintado, sólo se veían manchas de color verde oscuro en el
desastre empapado.

Sus dedos hicieron un nudo con el pañuelo, mientras su garganta trabajaba


con palabras que no pronunciaba.

—Puede que haya sido el viento —dije solemnemente.


Ella parpadeó.

—O un pájaro —aceptó rápidamente.

Nuestras miradas se cruzaron en un profundo momento de comprensión.


Poco después, se marchó, dándose la vuelta una vez para mirar el patio.

De vuelta a mi habitación, desenrollé el trozo de papel de Liwei. Era un


cuadro mío, de pie bajo un árbol de flores, una flecha tensada en mi arco,
preparada en el momento previo al vuelo. Mi mirada estaba concentrada en el
blanco, mi boca estaba decidida, mi espalda recta y alta. Se me aceleró el pulso
al pensar que me veía así: fuerte y, de algún modo, hermosa.

En la parte inferior del papel, había un mensaje escrito con sus atrevidas
pinceladas:

Puede que hayas ganado el reto, pero no el premio mayor.

Una lenta sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar nuestro anterior abrazo.


Tomé un trozo de papel, mojé mi pincel en la tinta y escribí mi respuesta:

No hay premios en el juego de los corazones.

Mi madre se habría alegrado; mi caligrafía había mejorado. Doblé mi nota


y la dejé caer en mi bolsa. Ya encontraría un momento adecuado para
entregársela esta noche.

131
El Salón de la Luz del Este no tenía techo y se abría al cielo estrellado. Sus
paredes de piedra blanca estaban salpicadas de vetas de oro puro, mientras que
el suelo estaba pavimentado con baldosas de jade talladas en forma de flores.
Los brillantes pilares de cristal iluminaban la sala, al igual que los cientos de
linternas de seda colgadas entre ellos en ardientes tonos carmesí y bermellón. La
fragancia de las raras flores perfumaba el aire, mezclándose con los deliciosos
aromas de la comida apilada en las mesas de palisandro. Los codiciados
melocotones inmortales se apilaban en bandejas de plata, para ser distribuidos a
la orden de la Emperatriz Celestial. Uno solo de estos melocotones, de color
marfil cremoso con un rubor divino, tenía el poder de fortalecer la fuerza vital
de un inmortal o prolongar la vida de un mortal.

Incluso en el Reino Celestial era rara tal deferencia. Los invitados, ricamente
vestidos, se saludaban efusivamente, sonrojados por la emoción y el vino. Yo
acababa de llegar y ya me sentía perdida en este mar de desconocidos.

Alguien me tocó el hombro. Era el General Jianyun, por una vez sin
armadura, con una larga capa de brocado plateado sobre su túnica gris. Me
incliné, aliviada de ver a alguien conocido.

—¿Es tu primer banquete? —preguntó.

—Sí. Su Alteza me ha invitado esta noche.

Siguió un breve silencio.

—¿Y bien? ¿Has pensado en mi oferta? —preguntó sin rodeos.

Mis ojos se fijaron en una baldosa de jade mientras buscaba una respuesta.
132

Antes habría aprovechado esta oportunidad. Pero ahora, un nuevo miedo me


recorría al pensar en estar separada de Liwei, durante semanas, tal vez. No era
que hubiera desplazado a mi madre... sino que mi corazón estaba partido en dos,
cuando antes había estado entero. Lo haría, sabía que lo haría, pero
egoístamente, quería un poco más de tiempo aquí. Nuestro amor era demasiado
nuevo, demasiado precioso para arriesgarlo a la ligera.

Resolví que esta noche hablaría con Liwei. Después de las fiestas, le
contaría lo que pudiera sin revelar el nombre de mi madre. Él lo entendería, no
me presionaría para obtener más. Y quizás, juntos, encontraríamos nuestro
camino.

—General Jianyun, tal vez no deberíamos hablar de estos asuntos en el


cumpleaños de Su Alteza —esperaba que me permitiera este retraso.

Sus cejas se fruncieron con disgusto, pero asintió con la cabeza mientras
echaba un vistazo a la abarrotada sala.

—¿Reconoces a alguno de estos pavos reales de aquí? —Una risa


estrangulada brotó de mi garganta, que intenté disimular con una tos—. Llevo
demasiado tiempo en el ejército. No halago ni digo cosas que no pienso. Hazme
caso, esta bola de cortesanos sólo sirven para vestirse con plumas finas y piropear
con cumplidos vacíos.

El labio del General Jianyun se curvó con desagrado mientras sacudía la


cabeza hacia un hombre que estaba frente a nosotros.

—Ese, sin embargo, es más bien un cuervo astuto. El leal consejero del
emperador, pero sus consejos son a menudo egoístas.

Era raro que el General Jianyun hablara tan despectivamente de otro, y me


pregunté quién se había ganado su desprecio. No pude ver la cara del hombre,
sólo su fina túnica púrpura y los pálidos guantes que cubrían sus manos, un
accesorio poco común que me llamó la atención de inmediato. Era el Ministro
Wu, que se giró como si percibiera nuestra mirada. Me ignoró, con los labios
apretados mientras se inclinaba ante el General Jianyun. La visión del ministro
me revolvió el estómago, despertando de nuevo la vieja miseria y el terror.

Tan absorta estaba en mis pensamientos que casi choco con el alto inmortal
que se detuvo ante nosotros, con las hojas de bambú bordadas en su túnica
crujiendo en seda esmeralda. Llevaba un fajín gris atado a la cintura y el pelo
recogido en un brillante moño sujeto con un alfiler de ébano. Su aura se apoderó
de mí; limpia y fresca, pero densa y fuerte. Como un viento otoñal cargado de
hojas aplastadas y lluvia. Sus ojos negros me recorrieron con poco interés antes
133

de saludar al General Jianyun, juntando las manos y estirándolas mientras se


inclinaba.

El desconocido apartó al general, lo que me dio la oportunidad de estudiarlo


más a fondo. Se comportaba con la seguridad de la autoridad, pero no parecía
mucho mayor que yo, a menos que fuera uno de esos poderosos inmortales que
ocultan mil años con su fuerza vital. Su rostro era llamativo; pómulos altos con
una mandíbula fuerte y una boca bien formada, aunque algo severa. No
recordaba haberlo visto en el campo de entrenamiento, pero dudaba de que fuera
un cortesano por la forma en que sus ojos recorrían la sala con impaciencia,
como si esa alegría lo aburriera.

Di un paso adelante, con la intención de excusarme. No disfrutaba mucho


de ser excluida, relegada a no ser más que un mueble, aunque navegar sola por
esta multitud también me amedrentaba.

El General Jianyun comenzó como si hubiera olvidado mi presencia.

—Ah, Xingyin. ¿Has conocido al Capitán Wenzhi?

¿El célebre comandante? ¿Uno de los mejores guerreros del reino, a pesar
de ser sólo cien años mayor que yo? Sin embargo, antes de que pudiera saludarlo,
se apartó bruscamente como si estuviera deseando que me fuera. Era insufrible,
decidí, mordiéndome la lengua. Intenté que su descortesía no me molestara,
aunque me enfadara conmigo misma por haber querido conocerlo.

—Xingyin es la acompañante del Príncipe Heredero —añadió el General


Jianyun.

El arrogante joven capitán se dirigió entonces hacia mí, con el rostro


iluminado por un repentino interés.

—¿La que entrena con Su Alteza? ¿La arquera?

—Sí —respondí secamente, todavía enfadada por su anterior grosería.

—Sólo he vuelto hace unos días. Te vi ayer, en el campo, cuando disparaste


esos discos. Nunca había visto una puntería tan fina —Una sonrisa se asomó a
sus labios.

Parpadeé, reconociéndolo por fin. El alto soldado que había aplaudido


primero. Su mirada se deslizó sobre la seda azul de mi vestido, las magnolias
cremosas con centros dorados bordadas en mi falda. Un cinturón de brocado
verde, atravesado por la plata, me rodeaba la cintura. En el pelo llevaba la
horquilla que Liwei me había regalado.
134

—Me disculpo por no haberte reconocido antes. Con este vestido,


pareces… —Su voz se interrumpió, las puntas de sus orejas se enrojecieron.

—¿Como un pavo real inútil? —terminé su frase por él, con una sonrisa
hacia el General Jianyun.

El Capitán Wenzhi no se rio.

—Quería decir que con este vestido no pareces la guerrera que eres.
Su cumplido me llenó de un placer inesperado. Tal vez no era tan insufrible
como había pensado.

—¿Quieres sentarte con nosotros? —invitó.

Acepté de buen grado. Acababa de vislumbrar al padre de Lady Meiling y


tenía tanto interés en mantener las distancias con él como él conmigo.

Nuestra mesa estaba en la parte delantera, con una vista clara del estrado.
Allí, una mesa de palisandro estaba colocada ante los tronos de jade blanco,
flanqueados por otros más pequeños a cada lado. Esta noche, la realeza visitante
tenía el honor de sentarse junto a Sus Majestades Celestiales, aunque aún no
habían hecho acto de presencia.

En ese momento se hizo el silencio en la sala. El aire retumbó con fuerza


cuando entró la familia real, y todos se apresuraron a caer de rodillas. Levanté la
cabeza un centímetro para vislumbrar al emperador que había encarcelado a mi
madre. Incluso rodeado de los inmortales más poderosos del reino, el Emperador
Celestial deslumbraba. Su aura resplandecía con un poder impenetrable; el de
una montaña de piedra, un glaciar sin fin. En su túnica amarilla brillante había
bordados de dragones escarlatas y azules que atravesaban las nubes. La
ornamentada estructura de oro de su corona estaba engarzada en una base con
incrustaciones de joyas, de la que caían en cascada hilos de lustrosas perlas. Se
balanceaban ante su frente, captando la luz con cada uno de sus movimientos.
Su rostro no tenía edad, incluso para un inmortal, y su suave piel no mostraba
ni la vitalidad de la juventud ni las preocupaciones del tiempo. En la oscuridad
de sus pupilas, encontré un fragmento de parecido con su hijo, aunque sus
opacas profundidades carecían de calidez. No tenía un aspecto especialmente
aterrador, pero algo en él me convertía en hielo por dentro.

Liwei se detuvo ante mí, inclinando la cabeza en señal de saludo. Sin


embargo, su sonrisa era reservada y sus ojos, apagados. ¿Deseaba volver a su
habitación? Quería preguntárselo, pero no aquí. No ahora. Sólo con reconocer
mi presencia había burlado el protocolo que le exigía saludar primero a los
invitados de honor. Cuando se alejó, mi pulso se agitó mientras miraba tras él
135

como una chica con ojos de luna. Tenía un aspecto magnífico esta noche, su
abrigo de brocado de medianoche se abría para dejar ver su túnica blanca como
la plata, que brillaba como si estuviera tejida con la luz de las estrellas. Llevaba
el pelo recogido en una corona de oro y zafiro, sujeta con un broche adornado.

—Los monarcas de los Cuatro Mares —El General Jianyun asintió hacia el
estrado, confundiendo mi gran interés—. Es raro verlos juntos. Las relaciones
han sido tensas desde el apoyo de los Mares del Oeste y del Norte al Reino de
los Demonios. Sin embargo, eso es cosa del pasado; tal vez esto anuncie un
nuevo comienzo.

Cada uno de ellos vestía túnicas fluidas en distintos tonos de azul y verde,
pero ahí terminaba el parecido. El largo cabello del Rey del Mar del Este brillaba
como plata hilada contra su piel oscura, mientras que los ojos verdes de la Reina
del Mar del Sur resplandecían en su pálido rostro. Los dos monarcas restantes
estaban sentados rígidamente en sus sillas, uno con una corona de coral y el otro
de turquesa y perlas.

—¿Quién se sienta a su lado? —me quedé mirando a la llamativa inmortal


con flores enjoyadas que brillaban en los bucles de su pelo.

—La Inmortal de las Flores, nuestros exquisitos jardines son el resultado de


sus esfuerzos. La he visto revivir un jardín marchito con un movimiento de
muñeca, aunque no es tan poderosa como su predecesora —comentó el General
Jianyun.

—¿Qué pasó con su predecesora? —Era raro que un inmortal renunciara a


su posición.

—Lady Hualing eligió vivir lejos del Reino Celestial, en el Bosque de la


Eterna Primavera. Un lugar que cultivó a su gusto.

Esperé a que continuara, con curiosidad por esa inmortal, pero se quedó
callado, tamborileando con los dedos sobre la mesa.

El Capitán Wenzhi habló entonces.

—A los Celestiales no les gusta hablar de ella. Tal vez les recuerde lo que
puede ocurrirles incluso a los más poderosos, si pierden el favor del emperador.

El General Jianyun frunció el ceño.

—Ni siquiera tú, de los Cuatro Mares, querrías enfadar a nuestro


emperador.
136

Estaba a punto de preguntarle al Capitán Wenzhi de cuál de los Cuatro


Mares era, cuando volvió a hablar.

—Se dijo que Lady Hualing se distrajo y descuidó sus deberes durante
décadas, hasta que la corte solicitó a Su Majestad Celestial que le quitara su
puesto. Desde entonces, no se la ha visto. No durante cientos de años.

Me pregunté por qué el emperador no había destituido antes a Lady


Hualing, cuando parecía no tolerar la más mínima desobediencia en los demás.
Pero entonces todas las cabezas se dirigieron a la entrada, con susurros ansiosos
entre la multitud. Me giré para ver a dos inmortales acercándose al estrado.

—La Reina Fengjin y su hija, la Princesa Fengmei, del Reino del Fénix —
me dijo el capitán Wenzhi.

Su nombre me cayó como un golpe. ¿La princesa que se rumoreaba que


estaba prometida a Liwei? Se ceñían a sus hombros capas brillantes de plumas
de oro, sobre sus largas túnicas de brocado carmesí tachonadas de perlas. Una
corona de rubíes de fuego brillaba en el pelo de la reina. Cuando la princesa
levantó la cabeza, algo en mi pecho se contrajo. Era la chica que había conocido
antes en el patio, mi compañera en la destrucción involuntaria del cuadro de
Liwei. La emperatriz los saludó calurosamente y se levantó para indicarles que
se sentaran. Algo se enroscó en mi corazón cuando la princesa ocupó la silla
junto a Liwei, que se sentó allí con un rostro tallado en piedra.

Respiré profundamente, decidida a mantener el ánimo alto.


Afortunadamente, el General Jianyun conocía muchos datos interesantes sobre
los nobles invitados y no dudó en compartirlos. La mayor parte del tiempo, el
Capitán Wenzhi se mostró silencioso pero solícito con mis necesidades,
asegurándose de que mi copa de vino estuviera siempre llena y colocando los
manjares más selectos en mi plato.

Cada vez que levantaba la vista, encontraba a Liwei mirándome fijamente.


A medida que avanzaba la noche, su expresión se volvía más oscura que una
noche sin luna, más atronadora que una tormenta de primavera. En ese momento
parecía más temible que la Emperatriz Celestial.

El Capitán Wenzhi se inclinó hacia mí.

—¿Por qué Su Alteza te mira con desprecio?

—Debes estar equivocado —dije rápidamente, intentando disimular mi


malestar.
137

La mirada que me lanzó fue de incredulidad. Pero luego se encogió de


hombros.

—En ese caso, debe estar mirándome.

Tal vez fue el vino lo que me soltó la lengua o la manera informal en que
hablaba, cuando respondí—: ¿Crees que tu aspecto es tan agradable? No todo
el mundo te admira al verte.
—Me interesaría saber lo que piensas de mí —Sus cejas se arqueaban en
un aparente desafío.

—¿Incluso si no te gusta?

—Sobre todo, si es así —dijo, con la voz más grave.

Me reí, un sonido hueco, incapaz de desterrar esa sensación de malestar,


de que algo no iba bien. ¿Por qué Liwei me miraba con desprecio? No había otra
forma de describir sus labios apretados y sus ojos, que ardían como carbones en
los míos.

Por desgracia, la emperatriz también se dio cuenta. Me señaló con el dedo,


y la vaina de oro puntiaguda brilló a la luz. Sólo ahora me di cuenta de que no
se trataba de simples adornos, sino de las Garras del Fénix, de las que se decía
que estaban impregnadas de un potente veneno.

Arrastrándome a mis pies, me dirigí al frente del estrado y me arrodillé,


esperando su orden.

Su mirada penetrante me recordaba a la de un halcón que se abalanza sobre


su presa.

—Tu horquilla es preciosa, un raro tesoro en verdad. ¿De dónde la has


sacado? —la suavidad de su tono ocultó el puñal de sus palabras.

El calor se apoderó de mis mejillas mientras buscaba una respuesta. Una


respuesta cortés, un comentario ingenioso, cualquier cosa que no fuera el silencio
bostezante que implicaba culpabilidad donde no la había.

Liwei se levantó y juntó las manos ante él, doblándolas en una reverencia.

—Honorable Madre, fue mi regalo para ella.

—Tienes suerte de que mi hijo sea tan generoso. ¿Cómo piensas devolverle
esa amabilidad? —sus labios rojos se separaron en una sonrisa sin gracia—. Hoy
138

es el cumpleaños de mi hijo. ¿Qué regalo le has traído? Sólo puedo esperar que
sea uno de igual valor.

Liwei levantó la voz.

—Honorable madre, no hay necesidad de esto. Si esto la ofende de alguna


manera, le pido que hable conmigo a solas.

Ella lo ignoró, las cubiertas de sus uñas brillaban al golpearlas en el


reposabrazos. Pretendía humillarme, anunciando a todo el mundo que yo no
pertenecía a este lugar. Pero no estaba avergonzada, estaba furiosa. No sólo por
mí, sino por sus amenazas a mi madre, por su intento fallido de arruinar a mi
padre, por su egoísmo al no refrenar a los pájaros del sol hasta que se produjo
la tragedia.

No, no me acobardaría ante su mirada, no me acobardaría ante su


condescendencia. Levanté la cabeza, con una brillante sonrisa en el rostro.

—Le he dado a Su Alteza mi regalo. Sin embargo, si desea que lo comparta,


estaré encantada de complacerle.

Me miró como si fuera el más bajo de los insectos. Con un imperioso


movimiento de cabeza, me indicó que continuara.

Saqué la flauta de mi bolsa, con los dedos tan fríos como el jade en mis
manos. Me pasé la lengua por los labios secos mientras echaba una mirada a la
multitud, empezando a lamentar las imprudentes palabras que me habían traído
hasta aquí. Algunos invitados parecían aburridos, mientras que otros brillaban
ante mi inminente humillación. ¿Cómo podría actuar ante un público así? Apenas
podía respirar, mis costillas se apretaban como si estuvieran apretadas. Detrás de
mí, unos pasos chocaron contra el suelo cuando alguien se acercó. Era el Capitán
Wenzhi, que llevaba un taburete que colocó ante mí.

Inclinándose, me susurró al oído—: Cuando las líneas de batalla estén


trazadas, avanza con la mente clara.

Tragué con fuerza y le asentí en señal de agradecimiento. Sus palabras


fueron un consuelo para mi miedo debilitante. Retirarse ahora sería, en efecto,
peor que un fracaso. Preferiría que la emperatriz pensara que mi actuación era
deficiente a que me creyera una cobarde o una mentirosa. Me hundí en el
taburete, agradecida de poder sentarme y ocultar mis piernas temblorosas.
Respirando profundamente, me llevé la flauta a la boca. La emperatriz, el
emperador y los invitados reales se borraron de mi vista; lo único que vi fueron
los ojos de Liwei mirándome. Esta era su canción, y sólo para él tocaba. Mis
notas se elevaron claras, fuertes y verdaderas, reflejando todas las emociones
139

que él había evocado en mí.

En el momento en que terminó, me incliné hacia el estrado y hui a mi


asiento. Deseé desaparecer en medio del silencio, interrumpido por los aplausos
de los que aún no se habían dado cuenta de que la expresión de la emperatriz
no era de admiración, sino de rabia, que hervía como una olla dejada demasiado
tiempo en el fuego. Mi rabia se había enfriado y me preocupaba cómo se
desquitaría ella. Ahora no, pero más tarde, ella no olvidaría este insulto. No había
hecho nada más que lo que ella me había pedido y, sin embargo, ambas sabíamos
que mi desafío consistía en negarme a que se burlara de mí. Aunque era la
Emperatriz Celestial, también era la madre de Liwei. Por mi imprudencia y
orgullo, había enredado aún más los lazos entre nosotras.

Intenté captar la atención de Liwei, pero entonces sacaron los dulces, y los
invitados murmuraron encantados. Los dulces eran exquisitos, pasteles de
almendra prensadas en forma de flores, cuadrados dorados de mermelada de
osmanthus, crujientes bolas de sésamo y un surtido arco iris de pudines, pero mi
apetito se había desvanecido.

La emperatriz susurró a su marido, que asintió una vez. Su profunda voz


retumbó en el repentino silencio de la sala.

—Esta noche nos reunimos para celebrar el cumpleaños de nuestro hijo, el


Príncipe Heredero Liwei. Como es lógico, se trata de una celebración doble.
Estamos igualmente encantados de anunciar su compromiso con la Princesa
Fengmei del Reino del Fénix. Que sean siempre de un mismo parecer y
encuentren juntos la felicidad eterna.

Como si estuviera en trance, mi mano se movió por voluntad propia,


uniéndose a las de los demás para elevar nuestras copas a los labios. No probé
lo que bebí, si es que fue algo. El anuncio del emperador se deslizó dentro de
mí como una cuchilla en el pecho, retorciéndose cruelmente al golpear. No oí
nada más allá del rugido en mi mente, ni los vítores de los invitados que se
ponían en pie, ni los aplausos que resonaban en toda la sala. Mis dedos se
enroscaron en la mesa y mis uñas arañaron la madera pulida. Las lágrimas se me
clavaron en los ojos, pero lucharon contra ellos, mordiendo el interior de mi
mejilla hasta que el cálido sabor a metal y sal llenó mi boca.

Una boda era una ocasión alegre, que se creía que traía suerte. Mientras los
invitados luchaban por superarse unos a otros en los elogios a la pareja, yo me
sentaba entumecido en mi asiento sin fuerzas ni para huir.

—¡Qué armoniosa combinación de perla y jade!


140

—La Princesa Fénix y el Príncipe Dragón, ¡un emparejamiento ciertamente


favorable!

—¿Ves su belleza? ¡Realmente una pareja hecha en el cielo!

Cada palabra era una puñalada en mi herida enconada. Miré a Liwei con
incredulidad, casi esperando que se pusiera en pie para negarlo. Que me dijera
que sólo era una broma cruel. Sin embargo, no me miró, y sus ojos eran
invernales, sin luz. Peor aún, aceptó las felicitaciones de los invitados con un
escueto movimiento de cabeza. La Princesa Fengmei se sonrojó ante la atención
y cuando tocó el brazo de Liwei, mis entrañas se arrugaron como una hoja seca
que cae en las llamas.

Esto era real; estaba comprometido con otra. Un deseo desesperado de irme
se apoderó de mí. Quería estar sola, dejar que mi dolor se derramara como un
río en el océano. Pero aplasté ese impulso cobarde. No quería huir ni
esconderme. Justo cuando creía que me derrumbaría por el dolor, una mano
cubrió la mía, firme y fuerte, y el frío tacto penetró en mi aturdimiento. Al
levantar la cabeza, mi mirada chocó con la del Capitán Wenzhi, llena de
comprensión. Era un desconocido al que había conocido esta misma tarde, pero
ahora mismo era mi única ancla en esta furiosa tempestad. Acepté su silencioso
consuelo, aferrándome a sus dedos, sintiéndome tan vacía como una vasija de
vino desechada que se ha volcado, derramando su contenido en el suelo
indiferente.

141
La noche estaba despejada con una pizca de frío, pero yo ya estaba
congelada por dentro. Me senté en el patio mirando la luna solitaria en el cielo.
¿Podría verme mi madre? Por primera vez, esperaba que no lo hiciera. No quería
que sintiera mi dolor, que supiera lo tonta que había sido.

Una sombra cayó sobre mí, pero no levanté la vista. Ni siquiera cuando se
sentó a mi lado.

—Xingyin, déjame explicarte.

Mis puños se cerraron en mi regazo, las venas se tensaron contra la piel.


Que se jugara con mi amor de forma tan insensible, como una flor arrancada y
dejada en el suelo. Me merecía más que esto. Salvaría el orgullo que me quedaba,
porque ya había perdido demasiado.

—Su Alteza, ¿necesita mi ayuda? Si no, me retiraré por la noche.

—¿Me vas a escuchar? —La luz de sus ojos se apagó, ahogada en un


abismo.

Me levanté con las piernas como tablas de madera. Me tomó del brazo,
pero yo retrocedí, no quería que me tocaran, y menos él.

—Muy bien —Su voz era tensa—. Puedes asistirme esta noche.

Le seguí en silencio hasta su habitación. Encendí las lámparas, calenté las


brasas, calenté una jarra de vino y le llevé un juego de ropa nueva. Sobre la
mesa, coloqué sus libros y materiales para mañana. Ya había realizado estas
tareas para él en innumerables ocasiones, pero nunca con una precisión tan fría
142

ni con un corazón tan poco dispuesto.

Se quedó allí, mirándome con esos ojos oscuros e insondables. Cuando


levantó los brazos, le quité el abrigo azul oscuro y luego la túnica blanca y
plateada, y los colgué en un soporte de madera. Saqué la horquilla de oro y le
arranqué la corona de la cabeza. Su pelo cayó sobre los hombros y lo peiné con
cuidado de que no me tocara ni un solo mechón.

Cuando terminé, me incliné y me di la vuelta para marcharme.


—No te he despedido —dijo en voz baja.

—He cumplido con todos mis deberes. ¿En qué más necesita que le ayude?
—Mi voz era plana, mi corazón plomizo. No podía soportar esta pretensión por
mucho más tiempo.

—Siéntate. Escucha —Y añadió—: Por favor.

Aunque mi orgullo me empujaba a marcharme, me senté en una silla.

Mirando la vela parpadeante sobre la mesa, decidí que me quedaría hasta


que se apagara. Ya no tendría más de mí.

Liwei se sentó a mi lado, pasándose las manos por el pelo. Observé con
desapego que mis esfuerzos con el peine habían sido inútiles.

—Mi madre siempre quiso fortalecer nuestros lazos con el Reino del Fénix.
Son un dominio poderoso, una alianza deseable, y parientes suyos, aunque la
Reina Fengjin es un familiar lejano. Cuando los pájaros del sol fueron asesinados,
derribados bajo nuestra mirada, el vínculo entre nuestros reinos se tensó.

Respiró entrecortadamente.

—Fue entonces cuando ella presionó más para un compromiso entre la


Princesa Fengmei y yo. Nunca acepté, aunque era mi deber, lo que se esperaba
de mí. No deseaba casarme con alguien a quien no amaba. Pasaron los años y
creí que había abandonado la idea. Cuando te dejé ayer, fui a ver a mis padres,
con la intención de hablarles de nosotros. Me informaron entonces de que ese
mismo día se había concertado un compromiso entre la Princesa Fengmei y yo.
¡Por supuesto, me negué! Pero me explicaron la urgencia de la unión. Más allá
del prestigio, era para asegurar nuestra supervivencia. La Reina Fénix está
inquieta. Según nuestros espías, nuestros enemigos le han hecho propuestas para
unirse contra nosotros. No podemos permitirnos perder la amistad del Reino
Fénix ahora, y mucho menos tenerlos como enemigos. No cuando hemos sido
debilitados después de la guerra con el Reino de los Demonios. No cuando
143

todavía estamos amenazados por ellos. La tregua entre nosotros pende de los
hilos más tenues, y es probable que se rompa si ellos obtienen la ventaja, y
estamos seguros de que están maquinando contra nosotros, incluso ahora.

Continuó con ese tono apagado y plano.

—Debo proteger mi reino y mi familia, como sea. No puedo hacer


voluntariamente nada que pueda ponerlos en peligro. No puedo ser egoísta, por
mucho que lo desee.
El silencio se extendió entre nosotros, tan amplio como un abismo.

Sus palabras pretendían ser un consuelo, pero yo me sentía desgraciada por


dentro.

Tal vez lo hubiera soportado mejor si lo hubieran obligado. Pero saber que
había aceptado este compromiso por su propia voluntad me dolía más que un
puño clavado en mis entrañas.

Sin embargo, la lógica fue despiadada y la razón implacable, sin reparar en


mi corazón herido. ¿Habría elegido algo diferente a lo que había hecho? ¿No
habría hecho ningún sacrificio para salvar a mi familia y mi hogar?

No fue suficiente. No era suficiente para aliviar este dolor en el pecho, este
nudo en la garganta, este malestar que se agitaba en la boca del estómago. Había
dicho que me amaba, y luego se había prometido a otra. Estaba enferma de estas
emociones retorcidas que se hinchaban, quemaban y bullían por dentro. Pero él
no conocería mi desesperación; no se lo diría. No para evitar sus sentimientos,
sino los míos. Llorar ante él, rogarle o suplicarle... eso no podía soportarlo. Pasara
lo que pasara, mantendría la cabeza alta. Mi orgullo era a lo que me había
aferrado en los momentos más difíciles, era lo que me quedaba ahora.

Pero no fue fácil. Fijé mi mirada en la vacilante luz de las velas, luchando
por la calma. ¿Por qué los momentos que requerían más fuerza eran los más
frágiles? Aparté la mirada de él, no por despecho, sino para ocultar mis lágrimas.

Recordando la nota doblada en mi bolsa, lo saqué con dedos temblorosos.


Qué cruelmente profética era mi broma; en efecto, no había premios en este
juego de corazones. Apreté el papel con fuerza, haciéndolo una bola. Qué tonta
había sido al pensar que todo saldría bien, como en los libros que había leído: el
niño perdido encontrado por su madre, el monstruo derrotado por un valiente
guerrero, la princesa salvada por el príncipe. Pero yo no era una princesa y los
cuentos de hadas no existían para personas como yo, ni siquiera en el cielo.

De alguna manera, encontré la fuerza para decir las palabras que había que
144

decir. Las que lo liberarían, las que me romperían el corazón.

—Lo entiendo. Lo hago. Pero debo irme.

—No tienes que hacerlo. Siempre tendré un lugar para ti aquí —Se acercó
a mí, pero se retiró en el último momento, sus dedos se cerraron en un puño.

No estaría más en deuda con él, aunque algunos pensaran que era lo que
me correspondía, ahora que había roto su fe conmigo. Pero yo no quería sopesar
los fragmentos de nuestro amor en los favores. Agarrando los hilos de mi
dignidad, me envolví en la indiferencia.

—¿Qué lugar puede ofrecerme? ¿Como una de tus asistentes? ¿Alguien


que juegue con tus futuros hijos? ¿Una compañera de tu esposa? —Mi risa fue
mordaz y dura—. Quiero más de la vida.

Le tocó mirar hacia otro lado.

—¿Dónde vas a ir? Te ayudaré a encontrar otro puesto. En cualquier lugar


que desees.

—No —dije rápidamente.

Hubiera sido tan fácil aceptar, dejar que me facilitara el camino. Una feroz
alegría se apoderó de mí por no estar obligada a aceptar su amabilidad. Que me
había ganado un puesto por mi propio mérito, no por su favor. No estaría en
deuda con nadie. Mi camino estaba despejado, no tenía motivos para retrasarlo.
Tal vez estar en el ejército me ayudaría a olvidar todo lo que había pasado aquí.
Tal vez empezar de nuevo me daría la oportunidad de sanar.

Me saqué la horquilla del pelo y se la ofrecí, con las piedras transparentes


brillando al captar la luz. Como no la tomó, la dejé sobre la mesa. Mis dedos se
dirigieron con rigidez a la Broche Gota del Cielo que tenía en la cintura, pero
dudé. La guardaría como recuerdo. Era un regalo de amistad y, pasara lo que
pasara, él seguía siendo mi amigo.

Un peso aplastante cayó sobre mí, minando la fuerza de mis miembros. Tal
vez fue saber que cuando saliera de esta habitación, no volvería jamás. Que
nuestro tiempo había llegado a su fin. Pensé con amargura, ya debería estar
acostumbrada a separarme de los que amaba.

Me puse en pie, junté las manos y le hice una pequeña reverencia.

—Su Alteza, ha sido un honor servirle.


145

Los recuerdos de nuestro tiempo juntos pasaron por mi mente: nuestros


años de amistad, nuestros pocos días robados de amor. Entonces, la llama de la
vela parpadeó, luchando por sus últimos segundos de vida antes de convertirse
en una brizna de humo... la habitación quedó envuelta en la oscuridad.
146
El fuego crepitó, lanzando chispas al aire. No me inmuté desde donde
estaba sentada en el suelo, lijando el asta de mis flechas para hacerlas más
inclinadas. Más rápidas. El trabajo no era necesario, pero mantenía mis manos
ocupadas y mi mente en silencio. Una esquina de mi boca se inclinó en una
sonrisa burlona. Hace apenas unos meses había estado estudiando en la Cámara
de Reflexión, y ahora estaba preparando mis flechas para matar a un monstruo.

Xiangliu, la serpiente de nueve cabezas, había huido del Reino Inmortal al


mundo de abajo. Asolaba las aldeas cercanas, inundando sus ríos y arrebatando
víctimas para alimentar su insaciable apetito. Aunque los guerreros mortales
llevaban mucho tiempo intentando acabar con esta criatura, no eran rivales para
su fuerza y astucia. Me pregunté por qué el Emperador Celestial había esperado
hasta ahora para enviar sus fuerzas, al igual que dejó que los pájaros del sol
vagaran sin control durante tanto tiempo. No creí que fuera una crueldad
consciente, sino más bien la despreocupada trivialidad con la que un mortal
podría ver la vida de un insecto, incapaz de comprender su sufrimiento. No era
sólo el emperador; muchos inmortales compartían esta opinión. Tal vez yo
hubiera sido como ellos si por mis venas no corriera sangre mortal. Si mis
pensamientos sobre mi madre y mi padre no estuvieran entrelazados con este
lugar.

Me quedé mirando la montaña que se elevaba del suelo. Pico de las


Sombras, se llamaba este lugar. A la luz que se desvanecía, la oscura roca brillaba
como si estuviera recubierta de una capa de grasa. Esto no se parecía en nada a
lo que había imaginado que sería el Reino Mortal cuando lo había contemplado
desde arriba. No había linternas brillantes, ni niños riendo, ni siquiera un solo
árbol que adornara la tierra estéril. Sólo una tensión en el aire parecida al
momento en que se desata una tormenta.
147

Me moví en el suelo, el metal presionando contra mis hombros y costillas.

Shuxiao no había exagerado su peso. Me pareció una broma de mal gusto


que ahora estuviera vestida con la misma armadura que antes había despertado
tanto miedo en mí. Pero era mi elección.

Pensé en la noche en que había dejado el Patio de la Tranquilidad Eterna.


Decidida a no demorar más, había buscado al General Jianyun y aceptado
su oferta de unirme al Ejército Celestial.

—Excelente —Entonces había sonreído, algo poco frecuente—, ¿has


informado a Su Alteza? Deberías…

—Él lo sabe —Mis nervios estaban demasiado crispados para recorrer el


sinuoso camino de la cortesía. Volví a inclinarme ante él, esperando que el gesto
mitigara el escozor de mis siguientes palabras—. General Jianyun, le agradezco
esta oportunidad, pero tengo algunas condiciones.

—¿Oh? —La única sílaba transmitía a la vez indignación y diversión por mi


temeridad.

—No necesito un rango oficial ni una remuneración. Lo que quiero es la


libertad de elegir mis propias campañas y que se reconozcan mis logros.

Mi cuerpo se tensó, preparándose para su desaprobación.

Un ceño fruncido torció sus labios. ¿Le disgustaba mi audacia? Pero ahora
conocía mi propia valía y ya no me limitaba a agradecer que me concedieran
cualquier oportunidad. No me aferraría a los rangos por un título insignificante
o un poder que no codiciaba. Tampoco pondría tan fácilmente mi futuro en
manos de otro. Aquellos en los que más confiabas podían defraudarte, incluso
cuando no era su intención, una lección que había aprendido con Liwei, y que
aprendí bien.

El General Jianyun cruzó los brazos sobre el pecho y me miró fijamente.

—No es así como se hace. Los comandantes forman sus tropas para cada
misión, teniendo en cuenta la experiencia y la habilidad de cada soldado. Todos
servimos a los mejores intereses del Reino Celestial.

—Como yo.

Qué palabras tan vacías pronuncié. No lo hice por lealtad al Reino Celestial;
148

todo lo que quería era el Talismán Carmesí del León. Pero no sería fácil brillar
más que los otros guerreros. Y así, en esta noche llena de estrellas, trazaría mi
propio camino para brillar en el cielo. Perseguiría las oportunidades que creía
que captarían la atención del Emperador Celestial. Me ganaría el talismán, la
llave de la libertad de mi madre, la única ambición que ardía en mí sin cambios
a lo largo de los años, ahora sin que lo impidiera mi débil corazón. Me
avergonzaba cómo había dudado antes. No había olvidado a mi madre, habría
hecho todo para ayudarla… pero la felicidad tenía una forma de mitigar el filo
de la navaja, de mitigar la urgencia, me juré que nunca más.
Finalmente, el General Jianyun había cedido. Concedido el anodino rango
de Arquera, me había unido a la tropa del Capitán Wenzhi, el único comandante
que conocía y, lo que es más importante, uno célebre al que se le asignarían las
campañas más cruciales.

Sin embargo, había maldecido esa decisión en las semanas siguientes:


disparando a objetivos hasta que se me magullaron los dedos, haciendo de
entrenadora hasta que ya no podía mantenerme en pie y tejiendo encantamientos
hasta que me quedé tan agotada como una toalla escurrida.

El Capitán Wenzhi entrenaba duramente a sus soldados, y cada noche me


metía en la cama, con el cuerpo flácido y los músculos en llamas, deseando
hundirme en el olvido del sueño.

El entrenamiento tampoco estuvo exento de peligros. Poco después de


incorporarme al ejército, el Capitán Wenzhi me condujo a una cámara
subterránea iluminada por antorchas parpadeantes. Leones grises de piedra con
ojos saltones se alineaban en las paredes, sus mandíbulas abiertas imitaban
temibles sonrisas como si se burlaran de nosotros. Cómo se me había erizado la
piel al verlos. En el momento en que el capitán se marchó, la puerta se cerró de
golpe tras él, los dardos brotaron de las bocas de los leones y se precipitaron
hacia mí más rápido que la lluvia que cae en una tormenta. Me tiré al suelo,
rodando bajo una cornisa. Pero fui demasiado lenta y el dolor me recorrió la
pierna. Me estremecí al arrancar los dardos de mi carne, antes de sacar una flecha
y disparar en la dirección de la que procedían. Por accidente, más que por
intención, golpeé la boca de un león. Sus mandíbulas se cerraron de golpe,
poniendo fin a sus ataques. Sólo cuando les di a todos, con mis flechas
sobresaliendo de sus mandíbulas, cesó el bombardeo y la puerta volvió a abrirse.

Mi sangre se revolvió al ver al Capitán Wenzhi de pie junto a la entrada.


¿Había sido una prueba?

—¿Por qué no me avisaste? —exigí.

—En una batalla real, ¿el enemigo te avisaría antes de atacar?


149

—Tú no eres mi enemigo.

Inclinó la cabeza hacia un lado, clavando su mirada en mí.

—Me alegro de que pienses así. Pero Arquera Xingyin, tu actuación ha sido
pésima.

Levanté la barbilla, con el orgullo picado.


—Le disparé a todos los leones. Escapé de la trampa.

Su mirada se detuvo en las marcas rojas que salpicaban mi pantorrilla y en


las que la sangre caía a chorros.

—Esta fue la primera etapa en la Cámara de los Leones y aun así te hirieron.
Si estuvieran cubiertas de veneno, estarías muerta.

Sacudiendo la cabeza, entró en la habitación y sacó mis flechas de las fauces


de los leones. Los dardos volvieron a saltar hacia nosotros. Quise agacharme,
rodar hacia un lugar seguro, pero como él se mantenía firme, me obligué a
permanecer a su lado, con el corazón latiendo con fuerza mientras las afiladas
puntas se acercaban cada vez más. Justo cuando estaba a punto de tirarme al
suelo, él agitó su mano casi por descuido. Un muro de hielo brillante apareció
ante nosotros y los dardos se estrellaron contra él.

Mi orgullo se desvaneció como el vapor en el aire frío. Una ráfaga de viento,


un muro de llamas... ¡cualquiera de ellos habría funcionado! Aunque había
aprendido a invocar mi magia sin esfuerzo, su uso no me resultaba instintivo. Tal
vez me las había arreglado sin ella durante demasiado tiempo. Cuando me
atacaban, mi primer instinto era contraatacar con las manos y los pies. Como un
mortal, pensé en silencio. Fiel a mis raíces.

Su voz se endureció.

—Los guerreros más poderosos dominan tanto el combate como la magia.


No sobrevivirías mucho tiempo sólo con tus habilidades de combate, ni puedes
depender sólo de la magia. Si lo hicieras, pronto encontrarías tu energía agotada.
Una circunstancia muy peligrosa. Independientemente de lo que ocurra, mantén
la mente clara para juzgar cuándo usar tu poder para obtener el mayor impacto.
Pero no dudes en usarlo cuando sea necesario.

Sus palabras me impactaron. Ansiosa por probarme a mí misma, había


vuelto a esta cámara por mi cuenta. Cada vez las trampas habían sido un poco
más duras; a veces los pinchos atravesaban el suelo o el fuego brotaba de las
150

paredes. Terminaba las sesiones dolorida y magullada, con la sangre goteando


de mis heridas. Sólo más tarde supe que la Cámara de los Leones estaba
reservada a los guerreros más hábiles del ejército. Mientras que la mayoría había
tardado meses, incluso un año, en dominar todas las trampas, a mí me costó
unas semanas.

Y era más fuerte, más rápida, más poderosa de lo que nunca había sido.

¿Pero estaba preparada para lo que me esperaba? Me quedé mirando la


montaña oscura, tratando de sofocar el malestar que surgía en mí,
preguntándome si había tomado la decisión correcta al venir aquí: mi primera
batalla contra un monstruo tan temible que su propio nombre acobardaba a los
inmortales hasta hacerlos callar.

Alguien se acercó, con pasos que pisaban la tierra. Me alegré de la


distracción de mis sombríos pensamientos.

—Arquera Xingyin, te he estado buscando —El Capitán Wenzhi se sentó a


mi lado—. Hay cosas que debes saber de Xiangliu.

Empecé a levantarme para saludarle, pero me hizo un gesto para que me


quedara sentada. Cuando estábamos a solas, solía caer en esa informalidad, poco
frecuente en el Ejército Celestial, regido por el rango y la jerarquía. ¿Será porque
se sintió conectado conmigo en el banquete, cuando me prestó su fuerza en el
momento en que más la necesitaba? ¿O estaba tranquilo conmigo porque yo no
tenía ningún cargo oficial aquí, y no buscaba ni su favor ni su aprobación?

—De las nueve cabezas de Xiangliu, sólo puedes golpear una —dijo
bruscamente. Me quedé quieta y mis dedos se enroscaron alrededor de la flecha.

—¿Qué quieres decir?

—El núcleo de su poder se encuentra en su quinta cabeza, la del medio —


Él miró fijamente a las llamas—. Si estuviéramos en cualquier otro lugar,
podríamos atacarlo con magia. Sin embargo, en esta montaña, nuestros poderes
están limitados.

Me habían advertido de esto. Cuando traté de alcanzar mi energía aquí, se


alejó como lo había hecho cuando no estaba entrenado.

—¿Esto es un encantamiento?

Se movió, las llamas que saltaban arrojando sombras sobre su rostro.

—Nadie lo sabe. Sólo descubrimos este lugar cuando cazamos a Xiangliu


aquí. La serpiente es tan antigua como astuta; tal vez sabía que estaría a salvo
151

aquí.

—¿No puedo disparar a todas sus cabezas hasta conseguir la correcta? —


Mi ligereza disimulaba mi malestar. La idea de nueve mandíbulas crujiendo sus
colmillos contra mí me producía un escalofrío.

—Si eso fuera así, podríamos conseguir una docena de arqueros y cubrirlo
de flechas. Xiangliu estaría muerto hace tiempo y no te necesitaríamos.

—¿Por qué no lo haces entonces? —replicaba yo, irritada por sus palabras.
—Sus otras cabezas son invulnerables. Golpear a la que no es, sólo
antagoniza a Xiangliu, aumentando sus sospechas y dificultando nuestra tarea.
La última vez, nos vimos obligados a retirarnos una vez que nuestro arquero fue
incapacitado. Pero con cada batalla aprendemos más sobre nuestro enemigo.

Lo miré con sorpresa. No me había dado cuenta de que lo habían intentado


antes.

Tal vez sólo se alardeaba de las victorias y se enterraban rápidamente las


derrotas.

—¿Su quinta cabeza es diferente de las otras? —pregunté.

—No está cubierta de escamas como el resto, y su piel es casi como la


nuestra. Para destruir a Xiangliu, debes golpear sus ojos, limpiamente a través
del cráneo —hizo una pausa—. Desafortunadamente, sus párpados no pueden
ser perforados por ningún arma. Al menos ninguna que conozcamos.

—¿Sólo puedo disparar a sus ojos cuando están abiertos? —repetí aturdida.

Me brindó un asentimiento escueto.

—Xiangliu se protege bien. Por lo que supimos la última vez, estos ojos
sólo se abren cuando golpea con ácido, su ataque más poderoso. E incluso
entonces, durante el más breve de los momentos.

Tomó un palo y lo arrojó al fuego. El fuego crepitó y las chispas salieron


disparadas, reflejando mi creciente tensión.

Mi flecha cayó al suelo.

—¿Eso es todo? —Cómo rogué que lo fuera.

Asintió con la cabeza, como si se tratara de una simple cuestión de dar a


un blanco a diez pasos de distancia.
152

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —me maldije interiormente por no haber


buscado antes más información. No me había importado lo suficiente entonces.
Sin embargo, esta noche... descubrí que no era tan indiferente a mi propia
supervivencia.

—No dudes de ti misma, Xiangliu no escapará esta vez. Tenemos todo lo


que necesitamos —dijo con una tranquila seguridad.

—¿Y qué puede ser eso? —pregunté, con un poco de desconfianza.


—Dos arqueros —bromeó.

—Pronto tendrás uno menos —le dije en tono sombrío.

Se rio.

—Y la velocidad. Tu velocidad, para ser precisos. Nunca he visto a nadie


disparar con tanta precisión y rapidez como tú. Eso será crucial —dijo la última
parte de forma sombría.

—Podría haber entrenado de forma diferente si me hubiera dado cuenta de


a qué nos enfrentábamos.

—¿Cómo podrías haberte esforzado más de lo que lo hiciste? —replicó,


antes de que su tono se suavizara—. ¿No te sientes preparada?

Mi boca se torció en una mueca. Más que mi miedo a la serpiente, no me


gustaba esta sensación: que era una pieza de ajedrez que se jugaba a su antojo.
Que se me dijera lo que él creía que debía saber, que se me colocara donde él
creía que debía ir. Así era la jerarquía de mando, como me había advertido
Shuxiao, pero yo no era un recluta impotente.

—La próxima vez, prefiero decidir mi disposición por mi cuenta.

Sus labios se curvaron mientras se ponía en pie.

—Buenas noches, Arquera Xingyin. Es tarde y todos los demás ya están


durmiendo.

Esperaba que se dirigiera a su tienda, pero en lugar de eso caminó hacia la


montaña, desapareciendo en su sombra. ¿Adónde iba a estas horas? Mi
curiosidad luchaba contra mi reticencia a entrometerme, y mi deseo de respetar
su intimidad se imponía. Todos necesitábamos tiempo para nosotros mismos. Las
llamas parpadearon débilmente antes de reducirse a un montón humeante. Sin
su silbido ni su crepitación, el silencio sólo era interrumpido por la respiración
constante de los otros soldados. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuve allí
153

sentada, perdida en mis pensamientos. Cuando el Capitán Wenzhi finalmente


reapareció, me miró fijamente, sentada sola en la oscuridad.

—¿Por qué sigues levantada? —preguntó, acercándose a mí a grandes


zancadas.

—No estoy cansada —mis ojos se dirigieron a sus manos, manchadas de


suciedad—. ¿Por qué sigues levantado? —le repetí la pregunta.
—Necesitaba inspeccionar nuestro camino para mañana. Para asegurarme
de que no nos encontremos con ninguna sorpresa —suspiró—. Duerme un poco.
Mañana tenemos una subida empinada y una dura lucha.

Lo dejé entonces, para encontrar mi lugar en el suelo. Las noches eran las
más difíciles. Cuando me quedaba sola en la oscuridad, los recuerdos que
ahuyentaba a la luz del día se derrumbaban. De cálidos ojos oscuros y una sonrisa
burlona, que desgastaban la dura coraza que rodeaba mi corazón hasta que me
envolvía con mis brazos, luchando por respirar a través de la opresión en mi
pecho. Tal vez fuera peor esta noche porque estaba en el Reino Mortal, donde
mi madre y mi padre se habían conocido, se habían enamorado y habían sido
felices. Hasta los pájaros del sol. Hasta que llegué yo.

Una vez, me armé de valor para preguntarle a mi madre cómo se habían


conocido. Si no hubiera leído el libro, nunca me habría atrevido a hacerlo. Pero
así era con todo el conocimiento, tener sólo un poco te dejaba con una sed
mayor. Y había descubierto que no le importaba hablar de su pasado mortal.
Eran los recuerdos que venían después los que ella rehuía. A veces me parecía
que había dos partes de ella, la mortal y la inmortal, de las cuales la primera
pertenecía a mi padre y la segunda a mí.

Ella había brillado ante mi pregunta, subiendo el rubor a sus mejillas.

—Crecimos juntos en un pueblo junto al mar —me había dicho—. Él era


el más listo, el que más corría y el más rápido con el arco. No me sorprendió
que los soldados vinieran a por él justo después de cumplir los diecisiete años,
reclutándolo para que se uniera a ellos. No se quejó, sólo se abrazó a su madre
mientras ella lloraba por él. Yo también intenté no llorar, aunque nos queríamos.
Antes de marcharse, prometió que volvería a por mí. Durante cinco años, esperé.
A veces pensaba que me había olvidado en su camino hacia la grandeza. Pero
no lo hizo.

Una nube había caído sobre su rostro entonces, mientras apretaba sus labios
temblorosos. No era necesario que dijera en voz alta lo que ambos sabíamos:
que se habían separado, de forma más irrevocable que si mi padre hubiera
154

cambiado de opinión y nunca hubiera vuelto, con todo el cielo entre ellos.

Con un suspiro, me estiré en el frío suelo. Todos los demás dormían tal y
como había dicho el Capitán Wenzhi. Todavía me dolía, aunque ya no sólo por
mi pérdida. Mis padres habían sido destrozados como un melocotón partido en
dos mitades.

Su amor estaba intacto y, sin embargo, no podían estar juntos. ¿Era eso
peor que la inevitable finalidad de la muerte? No lo sabía.
Pensé con amargura que, a diferencia de mí, al menos mi madre se había
casado con su amor. Él había sido fiel a ella. Y ella a él, hasta el fatídico día en
que había tomado el elixir. ¿Era este el lugar al que conducían todos los caminos
del amor? ¿El corazón roto, ya sea por la separación, la traición o la muerte?
¿Valía la pena la alegría fugaz y el dolor posterior? Suponía que dependía de la
fuerza del amor, de los recuerdos creados, que parecían suficientes para sostener
a mi madre durante las décadas de su solitaria vigilia. Sin embargo, en mis
momentos más bajos, una oscuridad se había apoderado de mí, susurrando cosas
odiosas: que yo era una tonta, una débil, tan fácil de desechar. Habría aliviado
mi dolor punzante si me hubiera rendido al odio, dejando que el resentimiento
sofocara mi dolor, culpando a Liwei por el daño que me había causado. Sin
embargo, sólo habría sido un breve respiro, ya que lo que lamentaba más que
cualquier orgullo herido era el amor que habíamos perdido, el futuro que ya no
era nuestro.

El doloroso hueco de mi pecho se hizo más grande. Instintivamente busqué


la luna en la noche, dejando que su suave luz rozara mi rostro, el bálsamo para
mi dolor. Cerrando los ojos, casi podía imaginar que era el toque de mi madre.
Mis uñas se clavaron en mis palmas. Yo era más que este amor malogrado; no
dejaría que me definiera. Tenía que pensar en mi familia, mis propios sueños que
cumplir... y una serpiente de nueve cabezas que matar al día siguiente.

155
La luz del sol hacía arder la montaña con un brillo ominoso. Apreté los
dientes mientras me levantaba, justo detrás del Capitán Wenzhi, mientras
trepábamos por la ladera. El sudor resbalaba por mi frente, mi cuello y mi
espalda, mientras clavaba los dedos en la fría roca para agarrar la resbaladiza
superficie. Miré hacia abajo, el suelo estaba tan lejos que la cabeza me daba
vueltas. Por enésima vez me aseguré de que era poco probable que una caída en
el Reino Mortal nos matara, aunque cómo deseaba poder convocar una nube
ahora.

—Estamos aquí —El Capitán Wenzhi se subió a una cornisa.

Los demás nos apresuramos a seguirle, siendo el arquero Feimao el último


en aparecer suspendido, con su brillante armadura raspada en algunas partes.
¿Se había caído? Afortunadamente, parecía ileso. Al final de la cornisa se alzaba
una entrada oscura, lo suficientemente alta como para atravesarla, sin que nos
hicieran daño. Xiangliu había elegido bien su hogar. No sólo estaba protegido
de la magia, sino que este terreno rocoso, con sus estrechos caminos y apretadas
aberturas, hacía imposible el asalto con tropas.

El Capitán Wenzhi esperó a que nos reuniéramos antes de dirigirse a


nosotros con un tono firme.

—Manténganse en guardia. Xiangliu es poderoso y rápido, sus colmillos


son más afilados que los cuchillos y su piel está protegida por escamas
impenetrables. Con nueve cabezas, pocas cosas se le escapan. Y hagan lo que
hagan, no le miren a los ojos.

—¿Por qué? —pregunté, temiendo ya su respuesta.


156

—Puede paralizarte.

Un tenso silencio se apoderó de nosotros, interrumpido por el arrastre de


pies. No era de extrañar que esta criatura hubiera evadido la muerte durante
tanto tiempo, incluso después de ganarse la ira del Emperador Celestial.

Continuó, hablando más despacio ahora—: Centren sus ataques en su


vientre, es su parte más vulnerable. Eso no lo matará, pero le causará dolor.
Nuestro objetivo es distraerlo y amenazarlo, hasta que suelte su ácido. Es
entonces cuando nuestro objetivo estará expuesto y es cuando los arqueros
atacarán. A mi señal, atacaremos en dos grupos, flanqueándolo y conduciéndolo
hacia la entrada, donde se situarán los arqueros —Su mirada se dirigió al arquero
Feimao y a mí.

—No se enfrenten a él a menos que sea necesario. Mantengan sus flechas


desenfundadas y listas para el momento de atacar. No tendremos muchas
oportunidades. Manténganse firmes, apunten bien, luchen juntos.

Como uno solo, nos inclinamos, con las palmas de las manos envueltas en
los puños. Cuando nos levantamos de nuevo, nos pusimos un poco más rectos.
Estaba tensa mientras miraba las caras sombrías que me rodeaban. No se trataba
de una sesión de práctica que pudiera repetir cuando quisiera. El más mínimo
fallo inclinaría la balanza entre la vida y la muerte, y no sólo para mí.

Abandonamos la seguridad del saliente bañado por el sol y nos deslizamos


hacia la cueva. Era enorme, se extendía tan alto que no podía ver el techo a
través de la oscuridad. Me puse de espaldas a la luz, al igual que Arquero Feimao,
un poco más lejos. Inhalé profundamente, casi con arcadas cuando el aire
húmedo llegó a mis pulmones, con sal, tierra y el hedor de la carne podrida.
Justo delante, la mano del Capitán Wenzhi se levantó en señal de advertencia.
Señaló hacia el centro de la cueva, sumergida en agua turbia. Los soldados le
siguieron, moviéndose a un lado, pisando los huesos que estaban esparcidos con
un abandono casi cruel.

Entrecerré los ojos y distinguí una gran silueta acurrucada en el agua, tan
quieta que apenas había una ondulación a su alrededor. ¿Estaba la criatura
dormida? Me limpié las palmas de las manos, húmedas de sudor, antes de sacar
una flecha. Había disparado a innumerables blancos de metal, madera y piedra,
pero nunca a una criatura de carne y hueso. Tragando con fuerza, mis ojos se
encontraron con los del Capitán Wenzhi. Asentí con la cabeza, al igual que el
arquero Feimao, para indicar que estábamos preparados. Cuando el bajo silbido
del capitán perforó el silencio, los soldados cargaron hacia adelante, con los pies
golpeando el suelo.
157

Las luces rojas parpadeaban como luciérnagas bailando sobre el agua. Sólo
que éstas estaban incrustadas en cabezas que se alzaban cuando Xiangliu se
desenrollaba hasta alcanzar su máxima altura, casi la de un joven ciprés. Nueve
cabezas surgieron de su cuerpo en forma de barril, cada una arrancada de una
pesadilla, cada una con vida propia. Ocho estaban cubiertas de escamas negras,
con ojos llameantes, huesos y colmillos blancos, brillando con un líquido
espumoso. Uno de ellos tenía la piel de un inmortal, excepto por las líneas
oscuras que se extendían como porcelana agrietada. Los labios se entreabrieron,
mostrando dientes grises, y donde deberían haber estado sus ojos había suaves
huecos, como agujeros en el suelo, sin rellenar del todo. Me dio la espeluznante
sensación de que el rostro de un inmortal había sido despegado y colocado sobre
el de la serpiente como un guante.

El hielo se deslizó por mi espina dorsal mientras apretaba con más fuerza
mi arco. Los soldados se lanzaron al agua, levantando sus espadas. Las
mandíbulas de la criatura chasquearon ferozmente mientras envolvía con su cola
de púas a los más cercanos, arrojándolos contra la pared de roca. Se desplomaron
con estrépito y sus gritos resonaron en mis oídos. Cuando una de las cabezas de
Xiangliu se lanzó hacia abajo, sus colmillos se hundieron en el cuello de un
soldado. Este gritó de agonía, y lanzó su espada contra la cara escamosa de la
serpiente.

—¡No! —El Capitán Wenzhi gritó.

Era demasiado tarde, las cabezas de Xiangliu se arremolinaron para formar


un escudo alrededor de su núcleo, como los pétalos de una flor cerrada en un
capullo. La serpiente saltó fuera del agua con sorprendente agilidad, salpicando
las gotas a su alrededor. Fría y apestando a muerte.

Los soldados siguieron adelante. Uno de ellos clavó su espada en el


estómago de la criatura. Xiangliu chilló, con un sonido feroz, mientras se
deslizaba hacia la entrada, elevándose hasta que se elevó por encima del arquero
Feimao y de mí. Contra la luz del sol que entraba, sus escamas brillaban como
el ónice.

El miedo me cortó el corazón, no el insidioso pinchazo de lo desconocido,


sino el terror punzante por mi supervivencia. Un instinto primitivo se apoderó de
mí, mis oídos hicieron oídos sordos a las advertencias del Capitán Wenzhi, mis
dedos soltaron la cuerda del arco cuando la flecha salió disparada. Incluso cuando
impactó, me maldije por no haber permanecido oculto como se me había
ordenado. Por llamar la atención de la serpiente en lugar de emerger en el
momento oportuno para atacar.

Una de las cabezas de Xiangliu se inclinó para arrancar mi flecha,


158

arrojándola a un lado casi con desprecio. El resto se desplegó a mi alrededor,


con esos ojos brillantes clavados en los míos. Me quedé helada, y sólo ahora me
di cuenta de las diminutas escamas nacaradas que cubrían las cuencas oculares
de su núcleo, apenas perceptibles en la oscuridad.

—¡Mira hacia otro lado! —gritó el arquero Feimao, haciendo un gesto


salvaje hacia mí.
Retrocedí justo cuando un soldado golpeo con su lanza el estómago de la
serpiente. El grito de Xiangliu atravesó el aire mientras su cabeza central se
levantaba, abriendo los párpados para descubrir dos carbones ardientes debajo.
¡Su núcleo! Las ocho mandíbulas de Xiangliu se abrieron, escupiendo un líquido
espumoso y verdoso por toda la caverna, acre y agrio. Los golpeados gritaron de
angustia, cayendo al suelo en donde se retorcían en agonía. El ácido me salpicó
en los brazos, haciendo espuma al corroer la tela, y las ampollas florecieron en
mi piel como amapolas carmesí. Habría gritado hasta quedarme ronca, pero la
agonía abrasadora, la de la piel arrancada de la carne, me arrancó el aire de los
pulmones.

Apretando las mandíbulas hasta que creí que se iban a romper, busqué a
tientas otra flecha y la clavé en mi arco. El arquero Feimao me miró fijamente,
indicándome que atacara, pero yo temblaba demasiado por el terror y el dolor.
Me asaltó la duda de que fallaría, de que fracasaría, defraudando a todos los que
dependían de mí. La flecha del arquero Feimao salió disparada justo cuando esos
orbes brillantes se desvanecieron, el asta se estrelló contra los párpados de la
serpiente y se hizo añicos.

Nueve bocas se curvaron en sonrisas escalofriantes, esos ojos rojos brillando


con malicia mientras se fijaban en nosotros. Los soldados se lanzaron hacia
delante cuando la cola de Xiangliu salió disparada y los apartó de un golpe. El
arquero Feimao y yo retrocedimos, pero dos de las cabezas de la criatura se
abalanzaron y hundieron sus colmillos en sus hombros. Gritó y se dobló de dolor,
con la sangre emanando de sus heridas.

Quería doblarme y arrojar el contenido de mi estómago. Llorar por su dolor


y el de los demás, maltratados por esta criatura despiadada. Pero el terror me
cerró la garganta; no pude ni siquiera gemir. Xiangliu se acercó y una de sus
cabezas se arqueó hacia mí con una gracia lánguida. Tan cerca, que pude verme
reflejada en esos orbes carmesí. Un extraño cansancio se apoderó de mí. Mi
agarre del arco se aflojó y se me escapó de los dedos. Los ojos de la serpiente
se encendieron y abrió la boca. Sus colmillos blancos y puros goteaban un líquido
espumoso. Cuando su asqueroso aliento atravesó mi aturdimiento, retrocedí y
159

parpadeé confundida. Mi mente se aclaró cuando me abalancé para recuperar mi


arco.

Alguien gritó, el capitán Wenzhi, corriendo hacia nosotros, con su espada


en alto. Cortó el vientre de la serpiente mientras Xiangliu chillaba de rabia, sus
cabezas giraban ahora hacia él.

—¡El objetivo! —gritó, mientras levantaba su escudo para rechazar las


mordeduras de la criatura.
Los párpados nacarados se abrieron. Los carbones al rojo vivo volvieron a
parpadear, ascuas en la oscuridad. Las mandíbulas del monstruo se abrieron,
rociando ácido que salpicó mis manos, un poco en mi mejilla donde ardía y
picaba como el fuego y el hielo. Olas negras de agonía se apoderaron de mi
conciencia, arrastrándome hacia abajo... sin embargo, la visión del Capitán
Wenzhi luchando contra el monstruo encendió en mí una feroz determinación
de no volver a defraudarle.

Los músculos de mis piernas se tensaron mientras luchaba por mantenerme


firme, luchando contra las ganas de vomitar por el hedor de la carne quemada.
Saqué dos flechas de mi carcaj y las introduje en la cuerda. La cabeza de Xiangliu
se echó hacia atrás, y mis brazos vacilaron mientras luchaba por conseguir un
disparo claro, con la mirada fija en sus ojos de fuego mientras todo lo demás se
difuminaba en el fondo. Mis flechas surcaron el aire, impactando con un chirrido
nauseabundo.

Se detuvo, con ocho pares de ojos de color rubí parpadeando rápidamente.


Justo cuando creía que había fallado, que había errado, un gran escalofrío
recorrió su cuerpo mientras sus cabezas rodaban hacia atrás, sus cuellos se
agrupaban mientras se desplomaban en el suelo. El polvo se agitó en el aire.

El repentino silencio fue sorprendente, sin los gritos y jadeos, el desgarro


de la carne. Intercambiamos miradas atónitas, incrédulos de que el horror hubiera
terminado. De que estuviéramos vivos. Feimao me dio una palmada en la
espalda, su sonrisa se transformó en una mueca mientras se agarraba el hombro.
Alguien se rio, otro vitoreó. Una sonrisa rígida como la madera se extendió por
mi cara, aunque no tenía ganas de celebrarlo. Tenía los brazos en carne viva,
pero mis entrañas se anudaron al ver al Capitán Wenzhi. Las partes de su cuerpo
que podía ver estaban llenas de heridas mucho peores que las mías.

—Lo siento —Mi voz era ronca mientras miraba a Feimao y a los otros
soldados heridos—. Perdí la primera oportunidad, perdí los nervios. Si no lo
hubiera hecho, si…
160

—Arquera Xingyin, deja de disculparte —El Capitán Wenzhi sonó severo,


aunque no poco amable—. Ninguna batalla es perfecta; pocas cosas salen como
se planean. Lo que importa es que Xiangliu está muerto y todos salimos de aquí
hoy.

Examinó mis heridas y apretó los labios, en señal de desaprobación, pensé.

En lugar de amonestarme, sacó un pequeño frasco de jaspe y me esparció


varias gotas de un líquido amarillento por los brazos. El aroma calmante de la
menta y las hierbas cortó el aire viciado, un frescor que se filtró en mi piel
mientras el dolor disminuía hasta convertirse en un latido sordo.

—Esto sólo lo adormece —me pasó la botella—. No intentes curarte a ti


misma, el ácido de Xiangliu está mezclado con veneno que debe ser tratado
adecuadamente. Cuando regresemos, te enviaré un sanador.

—Envíate uno a ti mismo, también. Estás en peor estado que yo —señalé


con la cabeza sus heridas.

Mis piernas se tambalean entonces, desmintiendo mis duras palabras al


hundirme en el suelo. Golpeado por una ola de vértigo, me apreté la frente contra
los brazos. Habíamos ganado, pero ¿dónde estaba el regocijo al golpear mi
objetivo? Allí era un alivio innegable que había terminado, sí, pero estaba
enredado con esta opresión de garras en mi pecho. ¿Era lástima? ¿Por la criatura
a la que había quitado la vida? Peor aún, y más profundo, ¿había… ¿vergüenza?
Por haber matado tan fácilmente. Y que lo haría de nuevo.

El Capitán Wenzhi se agachó a mi lado.

—Se hace más fácil —dijo, como si pudiera leer mis pensamientos.

—Yo también lo temo —admití entrecortadamente.

—Xiangliu devoró a innumerables mortales. Si no se le hubiera detenido,


habría matado a más.

Sus palabras me reconfortaron. Al menos lo suficiente para que mi


respiración se ralentizara y mi tensión se aliviara. Me levanté tambaleándome y
miré el cuerpo de la serpiente. La sangre goteaba de sus ojos y se filtraba en el
suelo. Era un monstruo, no por su aspecto, sino por lo que había hecho.
Aferrándome a eso, algo se endureció en mi interior. No volvería a lamentar lo
que había hecho, durante todas las veces que tuviera que hacerlo.

Justo en ese momento, una extraña sensación tiró del borde de mi


conciencia.
161

Al girar, vislumbré algo brillante, en lo profundo de la cueva, sólo visible


ahora que el sol tardío brillaba en este ángulo.

—Capitán Wenzhi, ¿qué es lo que está más adentro?

Su mirada siguió la mía.

—¿Es el resplandor de la luz?


—No lo creo. ¿Sientes algo, viniendo de ahí? —pregunté.

Cuando negó con la cabeza, me mordí el labio, preguntándome si me había


equivocado. Sin embargo, ahí seguía, ese tirón en mi mente. Esa débil y esquiva
conciencia.

—Lo inspeccionaré y volveré más tarde —decidí.

—Me uniré a ti. ¿Y si Xiangliu tiene un hermano? —sonrió.

Me estremecí.

—Mientras no se coma a los mortales, podemos dejarlo en paz.

Nos deslizamos por el estrecho pasillo al final de la cueva cruzando un


arroyo poco profundo antes de emerger en una caverna. Un pozo en el techo
permitía que la luz del sol pasara sin obstáculos, golpeando un montón de tesoros
relucientes. Cuerdas de perlas, adornos de jade y gemas del tamaño de mi puño
se amontonaban en el suelo, tan descuidadamente como si fueran ramitas, hojas
y piedras.

—¿Qué es esto? —pregunté, encontrando mi voz.

—¿Saqueo de las víctimas de Xiangliu? —el Capitán Wenzhi se inclinó para


inspeccionar algunos de los artículos—. No, algunos de estos son de nuestro
reino. Xiangliu debe haberlos traído aquí.

Tomé un pequeño cofre y abrí su tapa. Dentro había un collar de oro con
trozos de ámbar.

Lo levantó.

—Un amuleto de magia terrestre.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté con curiosidad.


162

—El ámbar es un tesoro sagrado de los árboles —explicó, dejándolo caer


de nuevo en su caja—. Presentaré esto a Su Majestad Celestial.

Abrimos unos cuantos cofres más, tirando a un lado un magnífico collar de


rubíes, un suave orbe de lapislázuli densamente veteado de oro y un adorno de
plata para el pelo con forma de carillón de viento. Cuando pasé los dedos por
encima, una melodía tintineante llenó la caverna.

Señalé hacia la reluciente horda.


—¿Qué debemos hacer con todo esto?

Los inmortales tenían poca necesidad de riqueza material, aparte de la


ornamentación o la vanidad. La magia, el rango y el linaje eran los verdaderos
determinantes del poder en el Reino Celestial.

El Capitán Wenzhi se encogió de hombros.

—Traeré algunas piezas para la colección de Sus Majestades Celestiales, y


cada soldado es bienvenido a tomar los recuerdos de una batalla duramente
ganada. En cuanto al resto, siéntanse libres de disponer de ellos como deseen.

Fue entonces cuando la vi, una gran caja de madera en un rincón de la


cueva, cuya sencillez contrastaba con los valiosos tesoros que la rodeaban. A
medida que me acercaba a ella, el tirón invisible en mi mente se hizo más fuerte,
como si sintiera el aura de un inmortal, que me llamaba solo a m. Me agaché y
quité la tapa, con el pulso acelerado al ver lo que había dentro: un arco ensartado
con un brillante cordón de oro y tallado en jade verde. Un dragón, desde su
magnífica cabeza en la punta, arqueándose hasta su cola en la extremidad
inferior. Cuando toqué la fría piedra, me invadió una sensación de poder, como
si hubiera atravesado una cascada con mi brazo. Algo hizo clic en mi interior,
como si hubiera encontrado algo que no sabía que había perdido. Levantando el
arco, tensé la cuerda y casi lo dejé caer cuando un frágil rayo de luz se formó
entre mis dedos. No me dolió, sino que emitió un agradable cosquilleo que
crepitó antes de desaparecer.

—Fuego del Cielo —respiró el capitán Wenzhi.

El arco cayó de mis manos. Se decía que era un gran poder, que poseía el
Emperador Celestial, y que un solo rayo podía herirnos gravemente, incluso
acabar con nuestras vidas.

Sus ojos brillaban mientras se inclinaba para recogerlo.

—El Arco del Dragón de Jade —murmuró, pasando la palma de la mano


163

por sus tallas.

El reconocimiento en su tono me sorprendió.

—¿Cómo lo sabes? ¿Lo has visto antes?

Se encogió de hombros.

—Hay pocas armas de Fuego del Cielo en existencia y sólo un arco.


—¿Por qué se ha desvanecido el rayo? —me quedé perpleja porque no
había soltado la cuerda.

Una expresión pensativa cruzó su rostro.

—Tal vez tus poderes no son lo suficientemente fuertes como para


manejarlo todavía.

Parecía tranquilo, aunque su respiración se aceleró. Levantando el arco,


agarró su cuerda dorada. Los músculos de su brazo se tensaron, pero no se
doblaron cuando para mí había cedido como un hilo de seda. En el momento en
que lo dejó en el suelo, el arco saltó a mis manos como si yo hubiera tirado de
él.

Levantó la cabeza, mirándome fijamente. Inquieta, volví a colocar el arco


en su caja y se lo pasé. Un fuerte traqueteo surgió de su interior.

Frunció el ceño mientras me devolvía la caja. El estruendo cesó.

—Guarda esto por ahora, hasta que decidamos qué hacer. Parece que ha
establecido una conexión contigo y es un arma demasiado poderosa para dejarla
por ahí.

Sus palabras me estremecieron. Por alguna razón, me encontré reacia a


separarme del arco, pero me obligué a preguntar—: ¿Debemos devolver esto al
Reino Celestial?

—El arco no pertenece al Reino Celestial. He oído que su dueño


desapareció hace mucho tiempo. Mantenlo a salvo y bien escondido, hasta que
encontremos a quién debemos devolvérselo —Sus ojos se clavaron en los míos
con súbita intensidad mientras añadía—: No hables de esto con nadie.

Asentí con la cabeza, a pesar de la inquietud que me atenazaba el estómago.


¿Temía que el Emperador Celestial pudiera reclamar el arco? Sin embargo,
seguramente era lo correcto, devolver el arco a su dueño.
164

Mientras miraba el resto del tesoro, se me ocurrió una idea.

—Distribuyamos esto a las aldeas que Xiangliu asoló. Aunque nada puede
compensar la pérdida de sus seres queridos, al menos sus vidas serán más fáciles.

Asintió con la cabeza.

—Haz tu selección. Llamaré a los demás.


Me agaché y recogí un brazalete de oro tachonado de coral, cuyos brillantes
colores me recordaban a Shuxiao. Me lo metí en la cintura.

—A mi amiga le gustará esto.

—¿Nada para ti? —preguntó.

Dudé, antes de recoger un collar de zafiros, el fuego azul de sus piedras


como el de la corona de Liwei. Luego se me escapó de las manos, tintineando
al caer al suelo.

—No tengo banquetes ni grandes eventos a los que asistir. Aunque los
tuviera, tengo todo lo que necesito.

Pensé en el colgante que llevaba, que nunca me quitaba. Me daba una


sensación de pertenencia, sabiendo que era de mi padre, y que los dedos de mi
madre lo habían sujetado alrededor de mi cuello.

El Capitán Wenzhi guardó silencio por un momento, antes de dirigirse a la


entrada de la caverna y llamar a los demás. Cuando se unieron a nosotros, sus
ojos se abrieron de par en par ante la visión. Incluso para los inmortales, esto no
era un tesoro ordinario. Mientras ellos seleccionaban horquillas con joyas,
collares de perlas y ámbar y brazaletes de jade, el capitán eligió varios artículos
para el Tesoro Imperial y los soldados que habían regresado antes.

Los que aún podían trabajar durante toda la noche, estaban empaquetando
el oro y las joyas. Cuando finalmente salimos de la cueva, mi mirada se dirigió
una vez a la forma inmóvil acurrucada en el suelo. Contuve la respiración,
tratando de bloquear el sabor metálico de la tierra empapada de sangre.

El cielo se había aclarado hasta convertirse en un gris nebuloso cuando


entregamos el último tesoro a las aldeas. Me quedé detrás de los demás,
observando cómo se abría una puerta y salía una anciana, la primera mortal que
veía de cerca. Su piel estaba arrugada y sus ojos amarillentos estaban caídos. Las
ropas harapientas que colgaban de su cuerpo ofrecían una escasa protección
165

contra el frío cortante, mientras que en sus manos había una pala incrustada de
tierra. ¿Salió a trabajar a esta hora tan temprana? Tropezó con la caja de la
entrada y se agachó para recogerla. Se quedó boquiabierta, y sus ojos se
redondearon al ver el rescate del rey que contenía. Un grito agudo escapó de sus
labios, el sonido me caló hondo. Acunando el cofre, corrió por las calles con
nuevas fuerzas, gritando a sus vecinos para que se despertaran. Las puertas se
abrieron de par en par, y los gritos estallaron por el descubrimiento del tesoro.
Algunos de los aldeanos cayeron de rodillas murmurando oraciones de
agradecimiento, mientras otros lloraban abrazados. El aire palpitaba con su
alegría y alivio... que quizás este invierno no fuera tan amargo después de todo.

Pensaba que habíamos sido magnánimos al regalar la fortuna, pero este


calor en mi corazón parecía aún más precioso. Cuando alguien se puso a mi lado,
tragué un nudo en la garganta. Al echar un vistazo al Capitán Wenzhi, vi que
una sonrisa se extendía por su rostro impasible. Sus ojos negros reflejaban el
fuego dorado del sol cuando sus rayos nos cubrían, trayendo un nuevo amanecer.

166
No había estanques plateados ni jardines llenos de flores que adornaran mi
vista; mi pequeña habitación daba a los muros del palacio. Pero me lo había
ganado por mi propio esfuerzo y no por la gracia de otros. En las noches en las
que mi mente inquieta ahuyentaba el sueño, subía a la azotea para contemplar
las estrellas de arriba y las brillantes luces del reino de abajo. A veces me quedaba
dormida sobre las frías tejas de jade, arrullada por el brillo plateado de la luna.
Me recordaba a los faroles de mi casa, cuya luz había brillado a través de mi
ventana mientras yo yacía en mi cama de madera de canela.

En la intimidad de mi habitación, me despojé de la ropa, ansiosa por lavar


la sangre y el sudor de mi cuerpo. El bálsamo del Capitán Wenzhi estaba
desapareciendo y, al sumergirme en el agua caliente de la bañera, los brazos me
escocían. Apretando los dientes, me restregué en carne viva. Después, me puse
una bata blanca y me hundí en la cama, esperando descansar antes de que llegara
el sanador.

El sueño me reclamó. Cuando me desperté, el sol se había vuelto ámbar.


Me senté y estiré los brazos en busca de dolor, pero no había ninguno. No
quedaba ni siquiera una punzada o una mancha. El sanador debió de venir
mientras yo dormía.

—¿Descansaste bien?

Su voz me sobresaltó, una que conocía tan bien como la mía. Mi pulso se
aceleró mientras me giraba lentamente.

Liwei estaba sentado junto a la mesa, tranquilo, como si nos hubiéramos


visto ayer y no meses antes, como si nuestras últimas palabras no estuvieran
167

ahogadas por el dolor y el arrepentimiento. Su túnica gris se ceñía a la cintura


con una cadena de eslabones de ónix y su largo cabello se pasaba por un aro de
plata. Él tenía el mismo aspecto que recordaba, salvo que su rostro era más
delgado y sus ojos más oscuros que antes, o tal vez la luz que había en ellos se
había apagado.

Alisé mis rasgos hasta la indiferencia, aunque por dentro... era un lío de
emociones enmarañadas y retorcidas. Me levanté de la cama y me incliné con
una rígida formalidad.
—No tienes que hacer eso —dijo con voz tensa.

—No haría falta si no vinieras aquí sin invitación —me apreté más las
solapas de la ropa interior—. Liwei, esto no es apropiado. No estoy vestida. Estos
son los cuarteles de los soldados y tú... no debes estar aquí.

Como no parecía dispuesto a marcharse, me dirigí al armario y saqué la


primera prenda que encontré: una bata verde por la que pasé los brazos y me até
el cinturón a la cintura. Al no querer ocupar el taburete junto a él, me senté de
nuevo en la cama.

—¿Por qué está aquí, Su Alteza?

—Me has llamado Liwei hace un momento —señaló.

—Un error —dije—. Usted es el Príncipe Heredero. Yo soy un soldado.


Para mí, usted es “Su Alteza”.

Sus delgados dedos juguetearon con la taza que había sobre la mesa.

—Me enteré de que habías vuelto. Quería verte, saber que estabas ilesa —
Frunció el ceño—. Tus heridas eran graves. ¿Por qué no te curaste antes?

—Mis habilidades son, como mucho, rudimentarias. Y con el veneno de la


serpiente, el Capitán Wenzhi creía que la herida debía ser tratada por un sanador
—Encontré su mirada.

Su mirada rompió la coraza que rodeaba mi corazón, reavivando el dolor


que durante tanto tiempo había luchado por reprimir. Se aclaró la garganta.

—Creo que hay que felicitarte. He oído que has derribado a Xiangliu con
dos flechas de un solo golpe —Sonaba satisfecho. Orgulloso, incluso.

—No lo hice sola. Si no fuera por los demás, no habría salido viva —dije
con sentimiento.
168

El color se desvaneció de su rostro, pero no me permití leer demasiado en


su preocupación.

—Alteza, le agradezco su visita, pero deseo descansar. Por favor, váyase —


extendí la mano hacia las puertas, atenuando mi rudeza con una breve reverencia.

No se levantó. No habló. ¿Se ofendió? El jefe de los asistentes habría tenido


un ataque apoplético por mi falta de respeto. Pero entonces me di cuenta de que
cómo podría haber visto mis heridas a menos que...
—¿Me has curado?

—Sí —Su mirada sostuvo la mía.

Mi mente traidora conjuró la imagen de él sentado en mi cama, sus manos


deslizándose por mis brazos mientras canalizaba su energía en ellos.

—No te lo he pedido, pero gracias.

—No hay necesidad de agradecer —dijo—. ¿Has estado bien?

Recordé las innumerables noches de insomnio desde que lo dejé, la pena


que me roía el corazón. Las lágrimas que me había tragado hasta que se secaron.
Estos eran mis secretos, ocultos bajo mi sonrisa.

—Sí —mentí sin rodeos—. Mi entrenamiento me mantiene ocupada, el


Capitán Wenzhi es un duro comandante.

Su mandíbula se tensó al tiempo que un filo desconocido atravesaba su


tono.

—Sí, el Capitán Wenzhi es muy atento contigo, uno se pregunta por qué
dedica tanto tiempo y esfuerzo a un solo recluta.

Enfurecí ante la insinuación, si estaba celoso no tenía derecho a estarlo.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté de nuevo, con una voz más dura que
antes.

Su mano se cerró en un puño sobre la mesa.

—No debería estar aquí. Me mantuve alejado todo el tiempo que pude,
pero cuando estabas en el Reino Mortal y no pude evitar temer que estuvieras
en peligro. Que no pudieras volver.

Su confesión atravesó mis defensas cuidadosamente construidas. Cómo


169

odiaba esta debilidad que se agitaba en mí, este anhelo inútil por lo que se había
perdido. Qué fácil sería admitir el dolor en mi pecho, alcanzarlo como había
soñado. Pero él estaba prometido a otra, y yo no me conformaría con menos de
lo que tenía que dar.

En cambio, me reí, un sonido corto y áspero: la indiferencia y la burla


fueron mi armadura en esta lucha.

—¿Tan poco crees en mis habilidades?


Me miró fijamente sin inmutarse.

—Xingyin, eso es injusto. Sabes lo mucho que te estimo.

—Al parecer no es suficiente. No me hables de lo que es injusto, Liwei —


maldije por el lapsus de su nombre, el súbito brillo que se encendió en sus ojos—
. Dejaste clara tu elección la noche que te comprometiste con otra y yo dejé clara
la mía cuando me fui. Es injusto que vengas a mí ahora, cuando debes darte
cuenta de que me inquieta.

Debería haberme detenido ahí, pero mi resentimiento y mi ira se


desbordaban ahora.

—Me dijiste que me amabas. Me rompiste el corazón. Ni siquiera me


hablaste de tu compromiso. ¿Fue justo? —Palabras amargas y, sin embargo, era
un alivio haberlas pronunciado en voz alta.

—No —Su voz era ronca—. Tienes todo el derecho a despreciarme. Sólo
tienes que saber que, si pudiera elegir, serías tú.

Se pasó una mano por el cabello como hacía cuando estaba angustiado.
Cómo deseaba no saber estas cosas de él, y que no me conmoviera tanto.

—Iba a decírtelo. El compromiso no debía anunciarse esa noche, pero mi


madre convenció a mi padre de lo contrario.

Mi aliento se agitó mientras lo inspiraba. Me equivoqué; la emperatriz no


había esperado para tomar represalias, y su golpe fue más certero de lo que podía
esperar. No importaba; nada habría cambiado. Era el príncipe heredero.

El matrimonio era su deber, y debería haberme dado cuenta desde el


principio.

Un pesado silencio se apoderó de nosotros. Una parte de mí deseaba que


se fuera, para poder volver a hundirme en la cama y perderme en el
adormecimiento del sueño. Y, sin embargo, una parte más débil de mí se
170

alimentaba de su presencia, de su rostro, del sonido de su voz, del anhelo de su


tacto, a pesar de saber la angustia que vendría después.

Me armé de valor para preguntar—: ¿Se ha fijado la fecha de la boda?

Ahí estaba, dicho en voz alta, la venda arrancada de la herida. ¿No era
mejor luchar contra el monstruo en campo abierto que dejarlo al acecho en las
sombras, sin saber cuándo podría atacar?

La luz se desvaneció de sus ojos.


—Los regalos matrimoniales han sido intercambiados, aunque la ceremonia
no será hasta dentro de unos años. La Princesa Fengmei y yo aún somos jóvenes,
y he pedido tiempo para dedicarme a mis deberes. Tal vez entonces, las cosas
puedan ser diferentes.

No parecía un novio ansioso. Tampoco entendía la demora cuando el


intercambio de regalos era un compromiso tan vinculante como la firma del
contrato matrimonial. ¿Quién se atrevería a interponerse en una alianza de las
dos familias más poderosas del reino? Yo había formulado la pregunta, invitando
al dolor, arrancando de mi corazón la última pizca de esperanza. Sin embargo,
qué agudo es el remordimiento que me apuñala ahora, las garras de los celos
que me azotan.

Alguien llamó a mi puerta. ¿Era Shuxiao, llamándome para la cena? Me


alegraría cualquier distracción. Me acerqué a las puertas y las separé, con una
sonrisa de bienvenida en los labios.

Era el Capitán Wenzhi quien estaba en la entrada, sin su armadura y con


una túnica negra.

—La sanadora dijo que fue retirada antes de poder atenderte —Al ver a
Liwei, se puso rígido antes de inclinarse en señal de saludo—. Su Alteza, no
esperaba encontrarle en el cuartel de los soldados.

La expresión de Liwei se volvió fría, deslizándose dentro de la máscara


imperial que llevaba con tanta facilidad.

—Capitán Wenzhi, es usted muy atento con sus soldados. Incluso


visitándolos a esta hora tan tardía.

—Ciertamente, Su Alteza. Especialmente de los heridos —Entró en la


habitación, sin inmutarse por la hostilidad de Liwei.

Mientras se miraban fijamente, con miradas planas y sin pestañear, mi


cabeza empezó a palpitar.
171

Finalmente, Liwei se volvió hacia mí.

—Estoy tranquilo sabiendo que has vuelto —Asintió escuetamente al


Capitán Wenzhi, que respondió con otra breve reverencia. Por la postura de sus
hombros, supe que estaba disgustado cuando se fue.

—¿Por qué su regreso debería pesar en la mente del Príncipe Liwei? —


preguntó el Capitán Wenzhi, ocupando el taburete que acababa de dejar libre.
Con una oleada de su magia, calentó el agua de la olla, preparando una jarra
fresca de té de jazmín y sirviéndome una taza.

Tomé un sorbo, saboreando su delicada fragancia y su relajante calidez.

—Somos amigos. Estudiamos juntos.

—No parecía amigable y tampoco tú.

Mantuve el rostro inexpresivo y dejé la taza en el suelo.

—Capitán Wenzhi, ¿ha venido por alguna razón en particular o sólo para
crear problemas donde no los hay?

—He venido a comprobar tus heridas. ¿Cómo están?

—Curadas —Extendí los brazos para mostrarle la piel renovada, aliviada al


comprobar que sus heridas también habían desaparecido.

Una expresión extraña cruzó su rostro.

—Tienes suerte de que te hayan atendido tan bien.

Me crucé los brazos. Sabía que el sanador no me había atendido.

——¿Cómo fue su audiencia con Su Majestad Celestial? —dije en un torpe


intento de desviar su atención.

—El emperador estaba complacido. Estarías en la lista para un ascenso si


decides hacer de esto una carrera —Su tono se elevó como si estuviera haciendo
una pregunta.

Eso no me importaba, pero era un comienzo prometedor para el viaje que


esperaba que me llevara a casa.

—No voy a ninguna parte. Sin embargo, si quieren darme un nuevo título,
no me importaría el tuyo —le dije con ligereza.
172

—Me aseguraré de informar a Sus Majestades Celestiales de tu deseo —


añadió, casi como una idea tardía—. El Arco del Dragón de Jade, ¿lo guardas en
algún lugar seguro?

Asentí con la cabeza, pensando en la caja metida debajo de mi cama, un


encantamiento tejido para ocultarla de las miradas indiscretas.
—Me iré pronto a uno de los Reinos del Mar. Si te unes a nosotros, puede
que encontremos algo de información sobre el arco allí. Sin embargo, podría ser
peligroso. No es poca cosa que su rey solicite nuestra ayuda y ningún favor del
Emperador Celestial viene sin un precio.

Algo parpadeó en su rostro. ¿Fue un disgusto? ¿O preocupación por los


peligros que se avecinan?

—Lo consideraré —dije lentamente.

Entonces se puso en pie.

—Te veré mañana en el entrenamiento. Al amanecer —resistí el impulso


de protestar, sabía que no serviría de nada.

Casi choca con Shuxiao en la puerta. Tratando de equilibrar la bandeja poco


manejable que tenía en sus manos, se inclinó hacia él torpemente. Él le devolvió
una cortante inclinación de cabeza, con una expresión distante mientras se
marchaba.

Shuxiao puso la bandeja en la mesa.

—Tu cena. Me he enterado de que te has hecho daño.

—Gracias —Me alegré de su compañía. Su habitación estaba cerca de la


mía y comíamos juntas siempre que podíamos. Mientras miraba el estofado de
cerdo, las judías verdes salteadas y los nísperos maduros, mi estómago gruñó,
recordando de que no había comido nada en todo el día. Levantando la tapa de
la vaporera de bambú, tomé una suave almohada de pan, metiendo rebanadas
de la tierna carne entre sus pliegues.

—¿Has visto a un sanador? —preguntó.

—Sí —No quise dar más detalles.

Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarme fijamente.


173

—Tienes buen aspecto. Casi resplandeciente. Quizá deberías haberme


traído la cena en su lugar.

Echando hacia atrás su taburete, levantó el dobladillo de su bata, mostrando


dos hileras de hendiduras rojas presionadas en su pantorrilla.

—¿Son marcas de dientes? ¿Qué ha pasado?


—Espíritus de zorro, unos cuantos entraron —Ella hizo una mueca—.
Cuando su magia se agota, muerden. Ya no duele, pero pican como el fuego y
el sanador dijo que las marcas tardarán semanas en desaparecer. Si es que lo
hacen.

—¿Cómo han entrado? —Me sorprendió, ya que poderosos resguardos


protegían al Reino Celestial de sus enemigos. Cada noche, los soldados de
guardia tejían escudos a lo largo de las fronteras del reino, que les alertaban de
cualquier intrusión.

—Uno tomó la forma de un Celestial y se coló, sin ser detectado. Una vez
dentro, rompió las protecciones desde dentro. No debería haber ocurrido. Incluso
con una apariencia transformada, nuestros guardias deberían haber detectado sus
auras. El General Jianyun está investigando el asunto.

Rebusqué en mi bolsa y saqué el frasco de jaspe que me había dado el


Capitán Wenzhi. Quitando el tapón, sacudí las últimas gotas sobre su pierna.

Cuando el enrojecimiento de sus heridas disminuyó, suspiró aliviada.

—¿Qué es eso?

—Sólo algo que el Capitán Wenzhi me dio para mis heridas.

—¿Oh? ¿El Capitán Wenzhi suele dispensar medicinas raras a los soldados
de bajo rango? —Su mirada se clavó en mí.

—Sólo esta vez —Fue todo lo que dije.

—O sólo esta vez.

No respondí, tomando un níspero y pelándolo con excesivo cuidado.

Entonces se encogió de hombros, quizá cansada de burlarse de mí cuando


no mordía el anzuelo.
174

—¿Qué tal Xiangliu? —preguntó, como si estuviéramos hablando de un


amigo común.

—Muerto, una flecha en el ojo —Era más fácil hablar con displicencia de
él.

De alguna manera lo hizo menos real: el peligro, la vida que había tomado.

—Qué sed de sangre —comentó—. ¿Fue una pelea dura?


Le describí la batalla, sabiendo que se interesaría por cada detalle.

Cuando terminé, miré hacia otro lado, admitiendo—: Perdí los nervios. Los
heridos... fue por culpa de mis errores.

—Cualquiera habría estado aterrorizado. ¿En qué estabas pensando


Xiangliu, para tu primera misión? Los nuevos reclutas suelen ser enviados a
tareas mundanas como inspeccionar la frontera o buscar algún artefacto perdido.

Fue precisamente por el peligro que me propuse. Las tareas mundanas no


me servían de nada. No conseguirían que mi nombre fuera susurrado al oído del
emperador; no me harían ganar el Talismán Carmesí del León.

Añadió—: Al menos te recuperaste a tiempo. Nadie murió. Bueno, excepto


Xiangliu. No olvides que fuiste tú quien lo mató.

Asentí con la cabeza, sintiéndome un poco mejor.

—No fue del todo malo. Encontramos una cueva del tesoro.

Se inclinó sobre la mesa.

—¿Guardaste algo?

Pensé en el Arco del Dragón de Jade, más precioso con diferencia que
cualquier joya. Pero no era mío y el Capitán Wenzhi me había advertido que lo
guardara. Busqué en mi bolsa el brazalete, presionándolo en su palma.

Abrió el broche y deslizó la mano por él. El oro y el coral brillaron contra
su piel.

—Es precioso.

—Es sólo una pequeña baratija —me alegré de que pareciera gustarle—.
Deberías haber visto lo que el Capitán Wenzhi trajo para el Tesoro.
175

Su expresión se volvió curiosa.

—¿Qué hacía aquí el Capitán Wenzhi? No es que me queje cuando hay


tantos que nos envidiarían.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te has dado cuenta de la cantidad de gente que hay en el campo


cuando entrena, tanto hombres como mujeres? Alto, de hombros anchos, ojos
claros, boca firme, nariz recta —recitó, marcando cada elemento con los dedos—
. Si sonriera más, sería más apuesto con sus hermosos rasgos.

—¿Apuesto? —Me había parecido llamativo, pero ¿apuesto?

Me lanzó una mirada de reproche.

—¿Cómo no te has dado cuenta? Después de esos meses que has pasado
entrenando con él, caminando a su lado, durmiendo bajo las estrellas junto a la
hoguera encendida…

Tomé un bollo y se lo lancé, que ella atrapó hábilmente.

—No protestes demasiado —sonrió—. O podría empezar a pensar que hay


algo de verdad en los rumores.

¿Eran los mismos que habían llegado a Liwei? ¿Era por eso que me había
buscado en cuanto regresé, para buscar un desmentido o una admisión?

—Esos rumores que mencionas son ridículos a más no poder —dije, más
acaloradamente de lo que pretendía.

—¿He acertado?

Cerré la boca de inmediato.

Shuxiao tomó un níspero del cuenco y me lo pasó. Una ofrenda de paz.

—Pocos son tan apreciados como el Capitán Wenzhi. Sus habilidades de


combate son reconocidas, y su magia es inusualmente fuerte para alguien que
no desciende de ningún linaje conocido.

La miré.

—¿De dónde es?

—He oído que el Capitán Wenzhi procede de una línea familiar poco
176

distinguida de los Cuatro Mares. No fue una hazaña pequeña para él que es un
extranjero; en ascender en las filas, hasta convertirse en el capitán más joven del
Ejército Celestial.

Sentí una sensación de compañerismo compartido con el Capitán Wenzhi,


sabiendo que ambos estábamos forjando una nueva vida aquí. Mientras que él
estaba más lejos que yo, me dio esperanzas para mis propias ambiciones: que un
desconocido pudiera ascender a la prominencia en el Reino Celestial.
Aunque no pude evitar pensar que ni siquiera él había ganado el Talismán
Carmesí del León.

Después de la comida, ayudé a Shuxiao a apilar los platos vacíos en la


bandeja. Cuando intenté quitarle la bandeja de los dedos, me la arrebató.

—No todos los días se mata a un monstruo legendario. Y tampoco parece


que el Capitán Wenzhi vaya a ser fácil para ti mañana —Sin otra palabra, salió
de la habitación.

Esa noche no pude dormir. Con un suspiro de impaciencia, me deshice de


las sábanas y salí de la habitación. Subí a la azotea y me acomodé sobre las frías
tejas de jade. La soledad de la noche me recordaba a mi hogar. Abajo brillaban
las luces del Reino Celestial, cuyas fronteras defendía ahora con mi vida. ¿Se
sentiría mi madre traicionada por mi nueva lealtad? ¿Pensaría que me había
olvidado de ella en la búsqueda del poder? Se me acalambró el pecho al pensarlo.
Si supiera la verdad, que todo lo que hice fue para ganar su libertad, para que
pudiéramos volver a estar juntas.

177
Me paré ante el escritorio del General Jianyun, preguntándome por qué me
había convocado. Últimamente lo veía poco, desde que empecé a entrenar con
el Capitán Wenzhi y sus tropas. Mi mirada se fijó en la mesa, elaborada con
palosanto e incrustaciones de nácar con diseños de bambú, lotos y grullas. No
esperaba que una pieza tan delicada adornara el despacho de un soldado tan
pragmático. Aunque me recordé a mí misma que, a pesar de su exterior
prohibitivo, el general me había mostrado una amabilidad que no merecía. Había
visto algo en mí antes de que yo misma me diera cuenta.

Me moví insegura bajo el peso de su mirada, y las escamas doradas de mi


armadura tintinearon. El General Jianyun frunció las cejas en un reproche sin
palabras: un buen soldado no se inquieta.

Me puse más erguida, obligando a mis piernas a quedarse quietas. ¿Me ha


llamado para amonestarme por alguna ofensa? ¿Para sermonearme por mi
descuido con Xiangliu?

Un atisbo de sonrisa se formó en sus labios.

—Para ser tu primera misión, lo has hecho bien.

Mi aliento salió de golpe.

—Gracias, General.

—Según lo acordado, puedes decidir tu próxima asignación. Hay dos que


necesitan otro recluta. Uno irá al Desierto Dorado para cosechar las raras hierbas
que crecen allí. Aunque limita con el Reino de los Demonios, no se espera
ninguna perturbación con el tratado de paz intacto.
178

Asentí con la cabeza, tratando de parecer entusiasmada. Nunca había


estado en el Desierto Dorado, pero la recolección de plantas me resultaba poco
atractiva. Tal vez debería haber estado agradecida por una asignación más fácil
después de Xiangliu, excepto que esto no ganaría la atención del emperador.

—¿O prefieres acompañar de nuevo al Capitán Wenzhi? —ofreció el


General Jianyun—. Aunque esa es tu preferencia, esta es tu elección. Dirigirá
una tropa al Mar del Este, cuyo rey ha solicitado nuestra ayuda para manejar los
recientes disturbios.

Mi mente se agitó con un fragmento de un cuento que mi madre solía


contarme. Su voz, suave y melodiosa, cuando hablaba del Mar del Este y...

—Los dragones —susurré, tan envuelto en el recuerdo de su mano fría


acariciando mi mejilla que inhalé instintivamente, en un intento inútil de captar
el olor a madera de canela. Un dolor sordo se apoderó de mí, diferente del dolor
punzante del desamor, aunque ambos despertaron en mí un anhelo por algo
perdido.

El General Jianyun se tensó, un raro desliz en su compostura.

—¿Dragones?

Me reí para disimular mi lapsus: demasiado estridente, demasiado fuerte.

—Sólo una vieja fábula que había oído, que el Mar del Este era el lugar de
nacimiento de los dragones. ¿Ellos causaron esta perturbación?

Habló despacio, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Los dragones ya no están en el Mar del Este. Ya no están en el Reino


Inmortal.

Una docena de preguntas pasaron por mi mente. Todo lo que sabía de los
dragones era la historia que me habían contado. Hasta ahora, había creído que
eran sólo un mito, un símbolo de poder que el emperador parecía favorecer.

Antes de que pudiera hablar, el general continuó con el ceño fruncido—:


Son los tritones, los habitantes de las profundidades. Han roto la paz por primera
vez. Y aunque por ahora se trata de pequeñas escaramuzas, el Capitán Wenzhi
se está preparando para cualquier eventualidad.

¿La tranquila exploración del Desierto Dorado o los peligros del Mar del
179

Este? El hedor de la cueva de Xiangliu surgió en mi memoria, el ominoso crujido


de sus escamas me produjo un escalofrío. Pero tal era el precio del camino que
había elegido. Y como había dicho el Capitán Wenzhi, tal vez pudiéramos
encontrar más información sobre el Arco del Dragón de Jade en el Mar del Este.

En las semanas anteriores a nuestra partida, entrené con más intensidad que
nunca. Aunque me alabaron por haber matado a Xiangliu, en el fondo sentía que
era un fraude, que esos elogios eran inmerecidos. Mi miedo e inexperiencia nos
habían puesto en peligro a todos. Qué arrogante había sido al imaginarme
preparada a saltar a las profundidades del océano y aprender a nadar
milagrosamente. Que imprudente pensar que mis hazañas podían replicarse
fácilmente en el entrenamiento cuando la sangre espesaba el aire, el dolor y el
terror envolvían mi cuerpo y mi mente. No, no volvería a cometer ese error. Cada
noche me hundía en la cama, tan agotada que ya no temía estar sola con mis
pensamientos en la oscuridad. Ya no buscaba la soledad del techo. ¿Por qué iba
a hacerlo, si me dormía en cuanto mi cabeza caía sobre la almohada?

El cielo estaba encapotado por las nubes que convocamos para nuestro viaje
al Mar del Este. Un mortal que mirara hacia arriba se habría asustado por los
enormes bancos de nubes que se movían rápidamente por el cielo. Por fin había
superado mi temor a dominar esta habilidad, y ya no dependía de otro para que
me llevara. Mi energía fluyó en una oleada brillante, llamando a la nube más
cercana. Motas de plata se entrelazaron en sus voluminosos pliegues,
impregnándolos de mi magia mientras me elevaba hacia los cielos.

La belleza del Mar del Este me paralizó. A lo largo de la orilla abundaban


las flores y plantas de colores brillantes, que resplandecían con un brillo interior.
Extendí la mano para tocar un pétalo y me sorprendió encontrarlo tan firme y
fresco como la porcelana. Un frondoso bosque crecía en el extremo más alejado
de la costa, mientras que las casas de madera de cedro y piedra estaban
construidas sobre la arena. Sus tejados inclinados estaban pavimentados con
turquesa y nácar, y a la luz de la mañana brillaban como las olas del mar. Una
pasarela de cristal se arqueaba desde la playa hasta el palacio, que se elevaba en
medio del océano.

Mi mirada se fijó en el interminable horizonte mientras caminaba hacia la


costa, hundiendo mis botas en la suave arena. Olvidada toda idea de trabajo, me
agaché y sumergí las manos en el agua fría, asustando a los pequeños peces
plateados que nadaban en los bajos. Cuando una sombra se posó sobre mí, me
giré, entrecerrando los ojos contra la brillante luz del sol.
180

El Capitán Wenzhi se alzaba con una sonrisa divertida en los labios.

—¿Nunca has estado en el mar?

Me enderecé, sacudiendo las gotas de mis manos. Unas pocas se


esparcieron sobre él, pero no pareció importarle.

—Lo he visto al volar por encima o en fotos. Y… alguien me dijo que era
hermoso —Las melancólicas palabras de mi madre resonaron en mi mente, sus
esperanzas en la vida que había imaginado para mí.
Las pisadas hicieron crujir la arena mientras varios soldados se acercaban.
Bajo sus atentas miradas, envolví mi palma sobre el puño y me incliné.

—Capitán Wenzhi, espero sus órdenes.

—Ocúpate de tus responsabilidades antes de familiarizarte con nuestro


entorno —Su tono era severo, pero su sonrisa no vaciló mientras se daba la
vuelta y se dirigía a los soldados que le esperaban.

Mantuve la cabeza baja, ocultando mi rostro. Un espectador podría pensar


que me avergüenza que me reprendan, pero mientras miraba las aguas siempre
cambiantes, mi ánimo era más ligero que la brisa errante. Y por primera vez en
meses, percibí el aliento de la anticipación.

Una vez organizado el campamento, acompañé al Capitán Wenzhi a través


del puente de cristal para su audiencia con el rey. El palacio brillaba contra el
mar y el cielo: un edificio resplandeciente de cuarzo de roca, turquesa y nácar,
con un techo de dos niveles de tejas doradas. Las grandes puertas de entrada
eran de madera de fresno con incrustaciones de oro, y sobre ellas colgaba una
placa con los caracteres:

幽珊宫

PALACIO DEL CORAL FRAGANTE

A su alrededor había más de las exquisitas flores y plantas que había visto
en la playa: ramas de color bermellón, flores verdes brillantes con forma de
abanico, tallos tubulares rosados y rocas lisas cubiertas de musgo rojo brillante.
Un jardín encantado arrancado del corazón del océano.

A través de las puertas, un asistente nos guio por un largo tramo de


escaleras.

Los niveles inferiores del palacio estaban construidos bajo el agua, con la
181

misma piedra clara que el puente. Era como caminar por el fondo del océano,
rodeado de aguas movedizas y arrecifes de coral por todas partes. Cuando
entramos en una sala abarrotada de techos altos, el silencio se apoderó de los
inmortales reunidos. Sólo entonces oí el melodioso tintineo de las hebras de
conchas de marfil que se balanceaban tras los tronos de ágata. Sólo había visto
al Rey Yanzheng del Mar del Este una vez, en el banquete de Liwei. El pelo
plateado enmarcaba su rostro liso y sin arrugas, y sus ojos brillaban sobre su piel
oscura. Su túnica de seda azul marino estaba bordada con ondas, bordeadas por
relucientes curvas de hilo blanco. Una corona dorada en forma de abanico,
tachonada de perlas, descansaba sobre su cabello.

El Capitán Wenzhi y yo nos arrodillamos en el suelo, extendiendo nuestras


manos entrelazadas, mientras nos inclinamos.

—El Reino Celestial ha respondido a la petición de ayuda del Mar del Este
—entonó formalmente—. Nuestras espadas serán desenvainadas, y nuestros
arcos tensados a su servicio.

—Levántate —ordenó el rey, sonando complacido—. Agradecemos la


ayuda del Reino Celestial en estos tiempos difíciles. Los ataques de los tritones
nos tomaron desprevenidos, ya que antes siempre habían vivido pacíficamente
entre nosotros. Capitán Wenzhi, su reputación ha llegado hasta nuestros oídos
en el Mar del Este y agradecemos al Emperador Celestial que nos haya enviado
a su mejor guerrero.

El Capitán Wenzhi se inclinó de nuevo.

—Su Majestad es amable, pero no merezco tales elogios. Es un honor para


mí servir lo mejor posible.

El Rey Yanzheng se acarició la barba—: La humildad que acompaña a tal


talento es rara —señaló hacia mí—. ¿Esta dama es tu esposa?

Ruidos estrangulados salieron de mi boca mientras las orejas del Capitán


Wenzhi se enrojecían.

—No, Su Majestad. Esta es... La Primer Arquera Xingyin del Ejército


Celestial.

Mis oídos se agudizaron con su presentación. ¿Primer Arquera?

El rey miró mi armadura.

—Ah —asintió, con una sonrisa desconcertante—. Aquí no tenemos


182

mujeres guerreras.

Varios cortesanos se burlaron, algunos disimulando sus risas tras las mangas
levantadas. Se me revuelven las tripas por el indeseado escrutinio, aunque se me
enroscan los dedos ante su desprecio.

El Capitán Wenzhi dirigió una mirada escalofriante a la sala, que acalló su


alegría con más eficacia que una espada.
—La Primera Arquera Xingyin es la arquera de mayor rango de nuestro
ejército. Será de gran ayuda en esta campaña —habló en tono cortante—. Su
Majestad, ¿podría aconsejarnos sobre la situación con los tritones?

El rey señaló al joven que estaba a su lado.

—Mi hijo mayor, el Príncipe Yanxi, le informará.

Un inmortal alto se adelantó, vestido con una brillante túnica azul cielo. De
sus pliegues brotaban diminutos peces bordados en carmesí y plata. Llevaba el
pelo castaño oscuro recogido en un moño, sujeto con una horquilla turquesa.
Tan cerca, percibí su aura, fría y firme, llena de poder.

—Capitán Wenzhi, Primer Arquera Xingyin. Desde el principio de los


tiempos, hemos vivido en armonía con los tritones. Mientras que nosotros, los
Inmortales del Mar, preferimos permanecer tanto en la tierra como en el mar, los
tritones eligieron habitar en las profundidades del agua, saliendo a la superficie
sólo en raras ocasiones. Veneraban a los dragones que vivían allí y deseaban
estar cerca de ellos. Los dragones eran criaturas sabias y gentiles, que ayudaban
a mantener la armonía en nuestras aguas.

Su tono cambió, volviéndose tenso.

—Cuando el Emperador Celestial desterró a los dragones de nuestro reino,


los tritones se inquietaron. Con el tiempo, su aversión a la tierra se hizo más
grande, prefiriendo mantenerse únicamente en las profundidades del océano.
Hace años, mi padre les permitió elegir un gobernador que los representara en
nuestra corte.

Desafortunadamente, el Gobernador Renyu es peligroso, sus ambiciones se


extienden mucho más allá de su mandato. Hemos recibido informes de que ha
reclutado un gran ejército entre los tritones, entrenándolos en armamento y
magia. Cuando mi padre solicitó su presencia para responder a estas acusaciones,
se negó.
183

Pensé para mis adentros que entrenar un ejército sin mandato era una
traición. Y la culpa del Gobernador Renyu se agravó por su negativa a reunirse
con el rey.

El Príncipe Yanxi se frotó la frente y su expresión se ensombreció.

—Desde entonces, los tritones se volvieron abiertamente hostiles. Los


Inmortales del Mar que se aventuraron demasiado en las aguas fueron atacados.
Las casas más cercanas a la costa fueron asaltadas. Cada vez, los autores huyeron
antes de que nuestros soldados pudieran detenerlos.
—Es poco probable que el vandalismo sea lo único que pretende el
gobernador. ¿Tienes conocimiento de sus planes? —preguntó el Capitán Wenzhi.

—Recientemente emitió su propio edicto, prohibiendo a todos los


Inmortales del Mar de las profundidades del océano. Un grave insulto para
nosotros. Creemos que quiere derrocar a mi padre y tomar el trono para sí mismo.
Bajo el mando del Gobernador Renyu, el ejército tritones se ha hecho fuerte y
poderoso, mientras que me temo que lo contrario puede decirse del nuestro.
Somos una nación pacífica, poco acostumbrada a la batalla, por lo que pedimos
ayuda al Reino Celestial.

¿Tendríamos que luchar contra los tritones bajo el agua? Se me revolvió el


estómago al pensarlo. Como muchos celestiales, no había aprendido a nadar;
¿qué necesidad había de hacerlo cuando podíamos volar? Una vez, en mi
infancia, me había caído al río cercano a mi casa.

El agua fría me rodeaba y me tapaba la nariz y la boca. Me agité,


pataleando, y mis movimientos frenéticos sólo me arrastraron al abrazo del río.
Fue mi madre la que se zambulló en el agua y me sacó.

Me había regañado con un tono tembloroso, incluso mientras sus brazos


me rodeaban con fuerza, el latido reconfortante de su corazón silenciando lo
último de mi terror.

Qué agudo era el miedo recordado que me atravesaba ahora. Pero lo aparté
para decir—: Los soldados celestiales no están acostumbrados a estar bajo el
agua. Si hay una batalla, deberíamos intentar atraer a los tritones a tierra.

Algo pasó por la cara del Príncipe Yanxi, parecido a la sorpresa.

—En efecto. Estaríamos en gran desventaja bajo el agua. Los tritones son
excelentes nadadores y están acostumbrados a la oscuridad. Sin embargo, serán
reacios a desafiarnos en tierra. Necesitaremos un plan.

El Rey Yanzheng se inclinó hacia delante.


184

—El capitán y sus tropas acaban de llegar hoy. Estamos siendo inhóspitos,
manteniéndolos aquí cuando necesitan asentarse —Su sonrisa era amable y
cálida—. Capitán Wenzhi hemos planeado un banquete esta noche en su honor.
Espero que nos honre con su presencia, junto con la Primer Arquera Xingyin.

—Será un honor —El Capitán Wenzhi vaciló, carraspeando—. Su Majestad,


la biblioteca del Palacio del Coral Fragante es famosa en todo el Reino Inmortal.
¿Puedo tener su permiso para visitarla? Espero aprender lo que pueda sobre los
tritones para ayudarnos.
El rey inclinó la cabeza.

—Un asistente te llevará allí cuando lo desees.

Cuando el Capitán Wenzhi y yo salimos de la sala, le sonreí.

—¿Primer Arquera?, ¿el arquero de mayor rango de nuestro ejército? —Le


repetí sus palabras anteriores—. ¿Significa esto que ahora estamos más cerca en
el rango?

Me lanzó una mirada exasperada.

—No es un puesto oficial, ya que no eres un recluta oficial. ¿Y desde


cuándo te importan nuestros rangos?

Me reí, sin protestar por su afirmación. Nunca le había faltado al respeto,


pero tampoco le había tratado con la deferencia que su posición requería.

Sin romper el paso, continuó—: Eres la Primer Arquera del ejército.


Aunque, si te descuidas y pierdes tu posición, tendrás que conformarte con el
segundo o el tercer arquero, que suena mucho menos impresionante.

—¡Ja! —Me picó su insinuación—. ¿Quieres desafiarme tú mismo?

Era conocido por ser un hábil arquero y, sin embargo, en el momento en


que las palabras salieron de mi boca, quise arrebatarlas. Evocaban demasiados
recuerdos inquietantes... de un bosque de flores de melocotón, de alguien que
quería olvidar desesperadamente.

Una sombra de sonrisa se formó en sus labios.

—No con el arco. Pero eres bienvenida a probarme con cualquier otra arma.

No respondí, sino que me obligué a seguir adelante, un paso tras otro,


185

mientras se hacía el silencio entre nosotros.

Se detuvo junto a las puertas de entrada, inclinando la cabeza mientras me


escudriñaba.

—Estás pálida. Cansada. Has estado entrenando demasiado. ¿Por qué no


vuelves al campamento y descansas? Yo iré a la biblioteca a ver si encuentro
algo útil —Hizo un gesto al ayudante que esperaba y que se apresuró a acercarse.
—Estoy bien —protesté, con ganas de visitar también la biblioteca. Pero
me miró fijamente hasta que asentí. No podía desafiar su orden delante de los
asistentes.

—Te diré lo que encuentro —dijo, quizás viendo mi cara de fastidio—.


Descansa, mientras puedas. Esta noche, será un asunto largo.

186
Llegó un asistente del Palacio del Coral Fragante con una bandeja de
prendas para el banquete. Agradecida por su amable hospitalidad, me puse el
vestido de satén amarillo con cuentas turquesas cosidas en el dobladillo y los
puños. Un fajín verde marino me rodeaba la cintura y sus borlas de seda me
llegaban a las rodillas. El estilo de esta prenda era diferente a las del Reino
Celestial, dejando mi colgante de jade al descubierto bajo el hueco de mi cuello.
Mi único adorno era una peineta de perlas metida en la coronilla, mientras mi
pelo oscuro caía suelto por mi espalda.

El Capitán Wenzhi me esperaba fuera. Mi pulso saltó inesperadamente


cuando me dirigí hacia él. Esta noche lucía una llamativa túnica verde bosque,
con un brillante tramo de seda negra anudado a la cintura. Su cabello estaba
recogido en un anillo de jade tallado, cayendo sobre su hombro como ondas
nocturnas. Fue como si mis ojos se enjuagaran, viendo por fin con sorprendente
claridad todos los finos rasgos que Shuxiao había descrito.

El viento soplaba suavemente aquella tarde. Inhalé el aire fresco, ahogando


mis sentidos en la fragancia del mar, una mezcla hechizante de sol y sal,
mezclada con un trasfondo de excitación. Los rayos del sol poniente pintaban las
aguas de color carmesí y bermellón, y el Palacio del Coral Fragante brillaba como
una joya en el horizonte.

En la sala de banquetes, cientos de farolillos colgaban del techo, luminosos


y brillantes. Las mesas bajas de madera y las sillas acolchadas de brocado estaban
dispuestas alrededor de las paredes, dejando un espacio vacío en el centro de la
sala. En un rincón estaba sentada una elegante dama que tocaba una flauta, un
instrumento de madera de cuatro cuerdas con forma de pera alargada. De las
cuerdas salían los melancólicos acordes de su canción que llenaron el aire. Su
187

forma de tocar era magistral; del tañido de una sola cuerda arrancaba un río de
tristeza y un océano de dolor.

El rey y la reina estaban sentados en un estrado en el extremo del salón.


Una magnífica flor de oro con una perla del tamaño de la palma de mi mano
brillaba en el pelo de la reina. Los pétalos revoloteaban alrededor de la perla,
que en un momento brillaba en blanco y al siguiente se transformaba en el negro
más intenso. Un niño pequeño estaba junto a ella, agarrado a su mano. Su cabeza
apenas llegaba al reposabrazos de su trono y sus ojos oscuros eran grandes y
solemnes. A su lado se encontraba una elegante dama vestida de seda
albaricoque, con un collar de perlas rosas alrededor del cuello. Su delicada
barbilla estaba inclinada hacia arriba mientras escudriñaba la sala con una
expresión de regio distanciamiento.

—¿Es la hija de Su Majestad? —le pregunté al Capitán Wenzhi, mientras


íbamos a saludar a nuestros anfitriones.

—Su Majestad sólo tiene dos hijos, el Príncipe Yanxi, al que has conocido,
y el Príncipe Yanming —siguiendo mi mirada, añadió—: la dama que está junto
al Príncipe Yanming es Lady Anmei, su institutriz. Es la hija de un poderoso
noble y su familia tiene gran influencia en esta corte.

Después de presentar nuestros respetos a la familia real, un asistente nos


acompañó a nuestra mesa. El Capitán Wenzhi nos llenó las copas y yo tomé un
sorbo de vino, con el suave dulzor de los granos fermentados que perduraba en
mi lengua. Los platos de plata que teníamos delante estaban repletos de
alimentos exóticos, la mayoría de los cuales no había visto nunca: crustáceos
rojos y brillantes, medusas doradas y esferas negras con pinchos. Me parecieron
especialmente poco apetecibles, aunque los demás comensales las comieron con
gozo.

El Capitán Wenzhi tomó uno y lo abrió, pasándome la mitad a mí. Tomé


su carne y me la metí en la boca, probando su sabor cremoso pero salado.

—¿La comida es de su agrado? —preguntó el Príncipe Yanxi, apareciendo


ante nosotros inesperadamente.

Me atraganté con el bocado y tosí con fuerza. Tomé mi copa y bebí un gran
trago de vino antes de levantarme apresuradamente para saludarle.

Inclinó la cabeza en señal de reconocimiento y dijo—: Capitán Wenzhi, mi


padre desea hablar con usted. Me ha preguntado si le acompañarías en su mesa.
Acompañaré a la Primer Arquera Xingyin hasta su regreso.
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Un ceño fruncido cruzó el rostro del Capitán Wenzhi, para desaparecer al


instante. Se inclinó ante el príncipe, antes de caminar hacia el estrado. No podía
dejar de notar cómo Lady Anmei se animó cuando él ocupó el asiento vacío en
su mesa.

El Príncipe Yanxi se sentó en la silla mientras me miraba atentamente.

Por alguna razón, no encontré su interés ofensivo. Tal vez fuera la abierta
curiosidad de su expresión o el humor con el que devolví su mirada, decidida a
no ser la primera en romper el silencio.
—Primer Arquera, ¿dónde aprendiste tus habilidades? —La forma cándida
en que hablaba me recordaba al General Jianyun.

—Entrené junto al Príncipe Liwei cuando era su acompañante —respondí


de forma similar, esperando que no notara el temblor en mi voz.

El reconocimiento apareció.

—Por supuesto. Te recuerdo del banquete. Tocabas bien la flauta. ¿Todavía


lo haces

—No —Aparté la mirada de él.

No había tocado desde aquella noche. Tal vez percibiendo mi malestar, me


preguntó—: ¿Por qué te uniste al Ejército Celestial, era ese el deseo de su
familia?

—El general que me orientó en mi formación inicial me ofreció un puesto.

Las yemas de sus dedos jugaron con el borde de su copa.

—Seguramente debía haber muchas otras oportunidades disponibles para


alguien que había servido al Príncipe Heredero.

—No donde tendría la libertad de hacer mi propio camino. No tengo familia


que me haga avanzar y sólo puedo depender de mis habilidades —Levanté la
copa a la boca y di un largo trago—. Pero esta es mi elección, no buscaría otra
—añadí, pensando en el Talismán Carmesí del León.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, sus ojos se arrugaron. No eran negros
como había imaginado, sino del azul profundo y opaco de los zafiros en bruto.
Tomé la jarra de porcelana para rellenar mi taza.

—Tu franqueza es refrescante.

El vino se me subió a la cabeza, soltándome la lengua.


189

—¿Por qué Su Alteza tiene tantas preguntas para alguien como yo?

—Porque no hay muchos como tú. El Capitán Wenzhi te tiene en alta


estima. Debes ser excepcionalmente hábil para ser clasificada como Primer
Arquera. Sin embargo, no te pareces a ningún guerrero que haya encontrado.

Le devolví la sonrisa.

—Como no hay mujeres en su ejército, no me sorprende.


Echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Me disculpo. No suelo ser tan inepto en mis cumplidos.

¿Había oído bien? Al darme cuenta de la repentina pausa en la


conversación, miré alrededor de la sala. Muchos de los Inmortales del Mar del
Este nos miraban fijamente, susurrando entre ellos.

—Su presencia conmigo está causando un gran revuelo. Tal vez Su Alteza
debería atender a sus otros invitados —sugerí, dándome cuenta tardíamente de
que uno no despide a un príncipe del reino.

Afortunadamente, parecía divertido más que indignado.

—¿Te he hecho sentir incómoda? Esa no era mi intención. Simplemente


quería conocerte mejor. La gente me interesa, tanto como los libros, la música o
el arte interesan a otros.

Mis dedos retorcieron la suave tela de mi falda mientras buscaba en vano


una respuesta adecuada.

Sus ojos brillaron al fijarse en mi garganta.

—Tu amuleto, es raro. ¿Podría decirme su origen?

Se me secó la garganta. Me habían preguntado por mi familia tantas veces


que tenía una respuesta preparada en la punta de la lengua. Sin embargo, nadie
me había preguntado nunca por el colgante de mi padre, que solía llevar debajo
de la túnica. Lo consideraba una joya común, cuyo único valor para mí era su
herencia.

—Lo encontré en el mercado. El que aparece cada cinco años en el Reino


Celestial —dije rápidamente.

—Un hallazgo afortunado —expresó cada palabra.


190

Me removí en mi asiento, preguntándome si se había dado cuenta de mi


mentira. Estuve tentada de cambiar de tema, de aventurarme en un terreno más
seguro, pero su interés había despertado el mío. Quizá sabía algo del colgante
de mi padre.

—¿Por qué lo llamaste amuleto?

—Porque eso es, es poderoso y además da protección.


Mis dedos se alzaron para acariciar el jade. ¿Lo había llevado mi padre para
desafiar a los pájaros del sol? ¿Le había protegido de su llama mortal?

El Príncipe Yanxi se acercó para escudriñar la piedra.

—Desgraciadamente, parece haber sido dañada.

La grieta en el borde.

—¿Se puede restaurar? —pregunté, con demasiada impaciencia.

Las comisuras de su boca se hundieron.

—Por su tallado, esto parece ser un talismán de los dragones. Si es así, sólo
ellos pueden restaurarlo.

Mi ánimo se hundió cuando solté el colgante. Los dragones ya no estaban


en el Reino Inmortal. Desterrados, había dicho el Príncipe Yanxi, haciéndose eco
del cuento que había escuchado de niña.

—Sabes mucho sobre los dragones. En el Reino Celestial hay poca


información sobre ellos —comenté.

—Los Venerables Dragones, como se les llamaba, nacieron en el Mar del


Este y vivieron aquí hasta su destierro. Aunque nunca estuvieron bajo la época
de nuestro gobierno, nuestros historiadores, eruditos y escribas reunieron toda la
información que pudieron encontrar sobre ellos. A pesar de su temible aspecto,
los dragones eran sabios y benévolos, utilizaban su poder para ayudar a los
necesitados y mantener la paz en nuestras aguas. Muchos los veneraban: los
tritones, los inmortales del mar, incluso los mortales. Muchos aún lloran su
pérdida. Si estás interesada en saber más, te invitamos a visitar nuestra biblioteca.

—Gracias —Estaba agradecida por su generosa oferta. Según el Capitán


Wenzhi, no era una oferta hecha a la ligera.

Me picó la curiosidad, sobre todo después de haber perdido mi anterior


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oportunidad, y ansiaba sumergirme en la biblioteca, si es que tenía tiempo para


hacerlo.

—Su Alteza, ¿ha oído hablar del Arco del Dragón de Jade? —pregunté,
tratando de mantener mi voz ligera.

Su cuerpo se puso rígido, casi imperceptiblemente.

—¿Por qué lo preguntas?


—Oí a alguien hablar de él y me pregunté quién empuñaba un arma tan
poderosa.

—Nadie —dijo con gravedad—. Se perdió junto con su dueño, incluso


antes de que los dragones fueran desterrados, y probablemente nunca se vuelva
a encontrar.

Tenía en la punta de la lengua confiarle que el arco no se había perdido,


que estaba en mi poder. Pero conocía poco al príncipe y había prometido al
Capitán Wenzhi no hablar de él. Además, no parecía saber nada del paradero de
su dueño.

El tañido de las campanas llamó mi atención, con sus tonos plateados.

Las bailarinas entraron, deslizándose hacia el centro de la sala en un


remolino de seda azul y verde. De sus cinturas colgaba un collar de campanas
doradas y sus tocados ornamentados estaban tachonados de gemas preciosas.
Cada intérprete llevaba un bastón de jade pulido al que estaba atado un ancho
lazo rojo. La intérprete de la flauta tocaba una nueva canción, una melodía más
animada y con acordes ondulantes, levantaban sus palos y bailaban. Sus
elegantes cuerpos giraban, se sumergían y giraban, y sus cintas se deslizaban tras
ellos tan brillantes como llamas vivas. Los suspiros de agradecimiento se
extendieron por la multitud, entre ellos el mío.

Dos bailarinas se lanzaron al aire, con sus cintas girando alrededor de sus
cuerpos en una elegante espiral. Cuando aterrizaron, otra saltó a lo alto,
arqueándose hacia los tronos en un notable alarde de agilidad. Mientras mis ojos
la seguían, muy admirados, algo brillante se deslizó desde la base de su bastón.
La suavidad de su expresión se transformó en la crueldad de un depredador.

Se me apretaron las tripas de miedo. Por instinto, me lancé en busca de un


arma, pero al no encontrarla, tomé un plato de plata y lo lancé contra la bailarina
que saltaba. Le golpeó en la sien y le hizo perder el tocado. Ella gritó mientras
caía al suelo en un montón de seda y cintas.
192

Los invitados se pusieron en pie, gritando alarmados. Algunos me miraron


como si hubiera perdido la cabeza, interrumpiendo la representación con mi
conducta incívica.

—Ella tiene un arma —advertí al Príncipe Yanxi.

Se levantó de inmediato y ordenó a los guardias que detuvieran a la


bailarina.
Tras unos momentos de tensión, un guardia corrió hacia nosotros. Su rostro
era sombrío y nos mostraba un racimo de agujas afiladas, que brillaban con los
restos viscosos de un líquido verdoso.

—Veneno de escorpión marino —siseó el Príncipe Yanxi—. Se extiende


rápidamente, paralizando todo el cuerpo. Demasiado sería fatal.

La música había cesado cuando la bailarina cayó, dejando la sala en un


ominoso silencio. Los invitados intercambiaron miradas confusas, sus murmullos
ya no eran indignados, sino ansiosos y urgentes. El aire se agitó, espeso por la
tensión.

Algo golpeó contra la pared. El metal chocó y un grito espeluznante resonó.


A mi lado, el Príncipe Yanxi sacó su espada. Las puertas se abrieron de golpe,
con un guardia de pie en la entrada, con su armadura azul y plateada manchada
de sangre.

—¡Tritones! ¡Nos atacan!

Una lanza le atravesó el pecho con un crujido húmedo, con la punta


empapada de sangre. Los ojos del soldado se abrieron de par en par mientras se
tambaleaba hacia delante, antes de caer de rodillas y desplomarse.

Los invitados se pusieron en pie a trompicones, volcando mesas y sillas


mientras corrían hacia el fondo de la sala. El Capitán Wenzhi bajó del estrado de
un salto, con su espada ya desenvainada. Maldije que mis manos estuvieran
vacías, pero el príncipe le quitó un arco y un carcaj a un guardia cercano y me
los lanzó. Saqué una flecha y la introduje en la cuerda, con su asta roja tan dura
y fría como la piedra.

—Coral de fuego. Los tritones son vulnerables a él —dijo con fuerza el


Príncipe Yanxi, con los nudillos blancos alrededor de la empuñadura de su
espada.

Los asaltantes entraron en tropel en la sala. Su armadura estaba tejida con


193

pequeñas escamas que brillaban como el nácar. Corrían hacia nosotros, con las
pupilas turquesas brillantes y el pelo trenzado volando detrás de ellos. Su piel
clara estaba recubierta de un brillo iridiscente, como si los estuviera mirando a
través de de vidrio coloreado. Se me erizó la piel al ver sus espadas curvas,
recubiertas del mismo veneno que las agujas. Los cortados por sus espadas se
congelaron en el lugar donde se encontraban, sus miembros se sacudieron con
inestabilidad y sus ojos se abrieron de par en par con el horror.

Cuando el Príncipe Yanxi se lanzó a la lucha, un tritón se abalanzó sobre


él. Al instante solté una flecha, que golpeó al atacante en el hombro. Cayó al
suelo, agarrando la flecha incrustada en su carne. Me endurecí ante la visión,
ante sus jadeos. No podía permitirme el remordimiento, ya que disparé una
flecha tras otra a los invasores, aunque apunté a sus extremidades cuando pude.
El Capitán Wenzhi me habría reprendido si se hubiera dado cuenta. Para él, un
enemigo era un enemigo, y mostrar piedad en una batalla era dejar las espaldas
desprotegidas.

Sin embargo, no podía evitar preguntarme por qué los tritones se habían
levantado contra los Inmortales del Mar. Estaba aprendiendo que los reyes no
siempre eran tan justos como en los cuentos, y que la misericordia de los dioses
a veces era defectuosa.

La sangre salpicaba el suelo y mis palmas estaban resbaladizas por el sudor.


Mis flechas se lanzaron en un chorro incesante, los gritos agónicos de los
golpeados tronaban mi conciencia. Me obligué a volver a prestar atención a las
armas que portaban los tritones, al daño que habían infligido. Pero por muchos
que cayeron bajo nuestras flechas y espadas, más se colaban por las puertas.
Nuestras propias fuerzas disminuyeron mientras formábamos un anillo de
protección alrededor de la familia real y los invitados.

Los ojos de los tritones brillaron con anticipación mientras se acercaban a


nosotros.

Ellos tenían la ventaja; nosotros estábamos en inferioridad numérica.


Levantaron las manos, el olor a salmuera era espeso en el aire, mientras los
torrentes de agua entraban a borbotones en la sala.

El Capitán Wenzhi lanzó su poder y los fragmentos de hielo se precipitaron


hacia los tritones. Varios cayeron, pero el agua se arremolinó más alto,
empapando nuestros zapatos y túnicas, y creciendo hasta que una ola imponente
se alzó. La energía del Rey Yanzheng surgió de él y dispersó la ola, aunque otras
surgieron en su lugar. Más y más, surgiendo a nuestro alrededor hasta que nos
vimos rodeados por paredes de agua temblorosas, a punto de romperse y
arrastrarnos. Un suave grito proveniente de atrás me atravesó, el de un niño,
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amortiguando su miedo. ¿Era el Príncipe Yanming?

Agarrando mi energía, convoqué un viento que se precipitó hacia el


vestíbulo, arqueándose sobre nosotros como una cúpula translúcida: un hielo
brillante lo atravesó mientras Wenzhi lanzaba su energía junto a la mía. Justo a
tiempo, las olas cayeron y se estrellaron contra nuestra barrera. Me tambaleé
bajo el peso aplastante, con los miembros doloridos mientras luchaba contra el
agotamiento. Justo cuando creía que colapsaríamos, el poder del Príncipe Yanxi
surgió, barriendo el agua y arrojándola sobre los tritones.
Se oyeron pasos, desde la distancia. Me puse rígida, preparándome para
una nueva embestida mientras levantaba mi arco, mis manos doloridas ya tenían
una flecha preparada. Más soldados entraron en la sala, esta vez vestidos con la
armadura azul y plateada del Mar del Este. Me hundí de alivio y bajé el arma.
Los tritones cargaron contra los soldados, luchando valientemente, pero pronto
se vieron superados.

El líder capturado fue arrastrado hacia delante. La sangre goteaba de un


amplio corte en su mejilla mientras sus pupilas brillaban con una llama azul.

—Asesinos disfrazados de bailarines con agujas envenenadas para matar a


nuestro rey. ¿A qué otras tácticas despreciables se ha rebajado el Gobernador
Renyu? —preguntó mordazmente el Príncipe Yanxi.

—Todas las tácticas son honorables cuando se trata de un asesino de


dragones —escupió el tritón.

—¿Qué quieres decir? Explícate —exigió el Rey Yanzheng, con una voz
llena de indignación.

Tanto odio emanaba de la mirada del tritón.

—El Gobernador Renyu nos contó que estabas celoso del poder de los
dragones y que te molestaba que se negaran a someterse a tu gobierno.
Conspiraste con el Emperador Celestial para encarcelarlos y matarlos.

El Príncipe Yanxi se estremeció como si le repugnara.

—¡Una sarta de mentiras despiadadas! Veneramos a los dragones. Todavía


los honramos. Nunca pretendimos gobernarlos, nos bastó con que nos agraciaran
con su presencia —Su tono se endureció—. Acusar a mi padre de esto es obsceno
e indigno de tu inteligencia.

El tritón gruñó—: Mientes tan bien como tu padre.

El Príncipe Yanxi se abalanzó sobre él, pero el Capitán Wenzhi le agarró


195

del brazo y le hizo retroceder.

—Más allá de las afirmaciones de su gobernador, ¿qué pruebas tiene de


que los dragones fueron asesinados? —quiso saber el Capitán Wenzhi.

La confusión se reflejó en el rostro del tritón, aunque permaneció


obstinadamente en silencio.

El Rey Yanzheng habló con calma.


—Su gobernador no les ha mostrado ninguna prueba porque no existe
ninguna. Sus afirmaciones no tienen mérito, sus acusaciones son falsas. Nada
más que palabras vacías para incitarte a hacer su voluntad.

El tritón enseñó los dientes.

—El Gobernador Renyu jura que vengará la muerte de los dragones. Una
vez que el indigno rey sea depuesto, se restaurara —Su boca de abrió sin algún
sonido ¿Tenía miedo de que se le escapara algo, o un encantamiento se lo había
impedido?

El Capitán Wenzhi no pareció darse cuenta mientras reía, con un sonido sin
gracia.

—¿Pretende el gobernador hacerse con la corona tras asesinar a su legítimo


gobernante? Qué nobleza la suya, ascender al trono en nombre de la búsqueda
de retribución para los dragones.

El tritón sacudió la cabeza con vehemencia.

—¡No, el Gobernador Renyu es honorable! Sólo desea… —De nuevo, sus


palabras se cortaron.

El Rey Yanzheng suspiró.

—Ojalá hubiéramos podido hacer más para ayudar a los dragones. Le


rogamos al Emperador Celestial que anulara su castigo, que los liberara, pero se
negó. En efecto, habían desafiado su autoridad y nuestras manos estaban atadas.
Los dragones no habrían querido que fuéramos a la guerra con el Reino Celestial.
Ellos valoraban la paz por encima de todo.

—¡Hace siglos que no se ven dragones! —gritó el tritón.

—Eso no significa que estén muertos —replicó el Príncipe Yanxi—.


Percibiríamos si esa luz se desvaneciera de nuestro mundo.
196

Mientras el tritón se burlaba, me mordí el labio, mirándolo fijamente. Algo


me parecía mal. Sus ojos brillaban con convicción y hablaba con pasión, pero
¿por qué se jugaba la vida y el honor sólo con afirmaciones vacías?

La voz del Capitán Wenzhi rompió el silencio, suave y baja.

—¿Cuál era tu propósito hoy? ¿Matar al rey y al heredero? Sin embargo,


los aliados del Mar del Este nunca aceptarían al gobernador Renyu como rey.
¿Cuál era el plan del gobernador?
El tritón levantó la barbilla en señal de desafío.

—Haz lo que quieras. No te diré nada.

—Oh, lo harás —dijo el Capitán Wenzhi, con cada una de sus palabras
rodeadas de acero—. He descubierto que hay formas de extraer hasta los secretos
más preciados. No sólo el fuego y el hielo, sino como los del mundo mortal.
Miembros cortados, piel desollada. Carne hervida en aceite.

Un escalofrío me recorrió, aunque mantuve el rostro inmóvil.

El tritón se estremeció cuando el Capitán Wenzhi se inclinó hacia él.

—Si no hablas, uno de tus amigos podría ser persuadido de hacerlo. Si no,
tu pueblo sufrirá la ira del Reino Celestial. Serán desterrados del Mar del Este,
exiliados al Desierto Dorado. Abandonados para vagar y marchitarse bajo el calor
del sol, por la eternidad en las arenas resecas.

El Príncipe Yanxi inhaló bruscamente mientras su padre palidecía. Para un


Inmortal del Mar, ese destino debe ser peor que la muerte. Habían mantenido la
compostura durante la sombría charla sobre la tortura, pero no creía que tuvieran
estómago para un castigo tan duro. Pero lo que importaba era lo que el tritón
creía. Había oído que el Capitán Wenzhi era hábil para extraer respuestas de
prisioneros obstinados sin recurrir a crueldades físicas. Los rumores no habían
sido exagerados. El tritón ya mostraba signos de ceder, su respiración se
aceleraba, sus ojos se movían de un lado a otro, pero siempre volvían al capitán.

Había sido testigo de la inquebrantable determinación del Capitán Wenzhi


en la batalla, de su intrepidez al cargar contra el frente. Su honor y valentía eran
venerados por los soldados, pero esto... era una nueva faceta de su personalidad.
Tal vez fueran dos caras de la misma moneda; uno no podría lograr todo lo que
había hecho sin una cierta crueldad.

El tritón se acobardó. Sin embargo, el Capitán Wenzhi le sostuvo la mirada,


con las pupilas oscuras como la obsidiana.
197

Finalmente, el tritón se desplomó, temblando incontrolablemente.

—No más —suplicó, con una fina ronca—. Deja a mi gente en paz. No les
hagas daño —Jadeó como si las palabras le fueran arrancadas—. Príncipe
Yanming... incluso si no logramos matar al rey, debemos capturar a su hijo.

El Rey Yanzheng se levantó de golpe. Buscó en la sala al joven príncipe,


que estaba acurrucado junto a la reina en un rincón lejano, con la cabeza apoyada
en su hombro. Ignoraba felizmente la amenaza que pesaba sobre su familia y su
vida.

El Príncipe Yanxi agarró la empuñadura de su espada, luchando por la


compostura.

—Un plan despreciable. El Gobernador Renyu debe querer coronar a mi


hermano mientras gobierna como el poder detrás del trono. Después de
deshacerse del resto de nosotros —asintió secamente a los guardias, que se
llevaron al prisionero. Ya no quedaba ninguna lucha el tritón, que se desplomó
como una hierba marina deslavada.

Hace poco, la sala se había llenado de alegría y risas. Ahora, los soldados
con armadura sustituían a los elegantes invitados que habían huido, y los
gemidos de los heridos eran un pobre sustituto de los relajantes acordes de la
flauta.

—Me disculpo por el abrupto final de nuestras festividades. No ha sido la


bienvenida que pretendíamos —dijo con pesar el Príncipe Yanxi.

La expresión del Capitán Wenzhi era sombría.

—Quizá no, pero hemos obtenido información valiosa sobre las ambiciones
del Gobernador Renyu. Y hasta dónde está dispuesto a llegar para conseguirlas.

El Príncipe Yanxi asintió.

—Planearemos nuestro camino mañana, con nuestros comandantes.


Prometo que será menos accidentado que esta noche, ahora que estamos en
alerta. De todos modos, tenemos un amplio suministro de flechas en el palacio
—Sus ojos brillaron mientras añadía—: Placas, también, si la Primera Arquera lo
prefiere.

Mis labios se curvaron en una sonrisa hueca, aunque agradecí su intento de


aligerar el ambiente.
198

El Príncipe Yanxi inclinó la cabeza hacia el Capitán Wenzhi.

—Tu ayuda esta noche ha sido inestimable, y mi padre se asegurará de


decírselo al Reino Celestial. Su reputación es realmente bien merecida —Miró
en mi dirección—. Al igual que la tuya, Primer Arquera.

Me incliné en agradecimiento a sus elogios. Sin embargo, mi sonrisa se


desvaneció al contemplar la sala, los fragmentos de porcelana y la comida
derramada, mezclados con los rastros de sangre carmesí.
Aquella noche no pude dormir. Cuando nos atacaron, un frío instinto de
supervivencia me envolvió y abatí a nuestros atacantes sin inmutarme. Pero con
las acusaciones del tritón resonando en mis oídos, la duda se abrió paso en mi
corazón. ¿Estaban los dragones en peligro? ¿Era el Rey Yanzheng tan justo como
se le consideraba? ¿Era fingida la admiración del Príncipe Yanxi por los
dragones? No, pensé, no parecía ser de naturaleza engañosa.

Se había convertido en una costumbre que el Capitán Wenzhi y yo


comiéramos juntos, y normalmente disfrutaba de esos momentos de tranquila
compañía. Sin embargo, esta mañana, había tomado la comida con desgana.

—Anoche luchaste bien —dijo.

Me estremecí, sin sentirme orgullosa de sus elogios, los gritos agónicos de


los golpeados aún resonaban en mi mente.

—¿Crees algo de lo que dijo el tritón? ¿Sobre qué el Rey Yanzheng


traicionó a los dragones?

—No —dijo con firmeza, con tal seguridad que un poco de mi inquietud
se dispersó—. La reverencia del rey hacia ellos es bien conocida. Además, los
dragones no eran una amenaza para él.

—¿Por qué los tritones creen al gobernador? —pregunté.

—Eso es un misterio. El Gobernador Renyu tiene madera de tirano y sus


despiadadas acciones de anoche sólo han reforzado esa sospecha. Es posible que
haya conseguido un apoyo tan fuerte sólo porque los tritones han estado aislados
durante mucho tiempo, parece que se creen cada una de sus palabras —añadió
199

en tono sombrío.

Me llevé una cucharada de congee a la boca, los granos cocidos hasta que
estaban suaves como la seda, el sabor impregnado de pollo y hierbas. Mastiqué
metódicamente, mientras otra pregunta rondaba en la punta de mi lengua, una
que dudaba más en formular. Al mirarlo, descubrí que el Capitán Wenzhi había
dejado su cuenco sin tocar.
—¿Qué más te preocupa? —quiso saber—. Tus dudas están escritas
claramente en tu cara.

Bajé la cuchara de porcelana y me volví hacia él.

—¿Realmente podrías haberlo hecho? Todas esas cosas que dijiste...


¿incluso exiliar a los tritones al desierto?

—¿Crees que podría haberlo hecho? —Su expresión era grave y, por alguna
razón, sentí que mi respuesta le importaba.

No, quería decir, pero continué—: Ayer, hablaste de cortar miembros y


desollar pieles con tanta facilidad, como si lo dijeras en serio.

Ninguna batalla estaba exenta de crueldades, pero me parecía mal hacer


algo así a un enemigo capturado. Uno indefenso.

—Hay partes de mi trabajo que no me gustan —dijo en voz baja—. Y lo


que viste ayer fue una de ellas. No todo es tan sencillo como pelear a punta de
espada. No estoy orgulloso de lo que dije, pero imagina que, si no lo hubiera
hecho, el Príncipe Yanming podría haber sido capturado. Cientos de soldados
podrían haber muerto en la batalla. El Rey Yanzheng podría haber sido
asesinado, junto con tu nuevo amigo, el Príncipe Yanxi.

Empecé extrañada por su tono mordaz. Sin embargo, las otras palabras del
Capitán Wenzhi resonaron en mí. Como yo misma sabía, a veces nos
encontrábamos en situaciones en las que nos veíamos obligados a engañar contra
nuestra voluntad, nuestra inclinación y nuestro corazón.

Continuó, como si fuera un alivio para él desahogar estos pensamientos.

—Al tritón no le importaba su propia seguridad; las amenazas contra él


mismo las habría ignorado. Pero las vidas de su familia y amigos no las trataría
con tanta displicencia —Una sonrisa tensa se dibujó en sus labios—. Y ayudó el
hecho de que el Emperador Celestial no es famoso por su misericordia.
200

Qué bien lo sabía. Me estremecí al recordar la gélida mirada del emperador,


el pavor que me había envuelto al verlo. No me cabía duda de que eliminaría a
los que considerara una amenaza.

—Gracias por decirme esto —Lo decía en serio. No había necesitado


explicarse, que lo hiciera era una muestra de su confianza.

—Gracias por escucharme —dijo en voz baja—. Espero que siempre


hablemos así. Que compartas conmigo cualquier preocupación que tengas.
Recogió su cuenco, aunque el congee se había enfriado. No hablamos
durante el resto de la comida, pero comí con un nuevo placer, el peso de mi
conciencia se alivió.

Cuando el Capitán Wenzhi y yo llegamos al Palacio del Coral Fragante, un


asistente nos mostró una habitación en el piso más alto. Las ventanas se abrían
al mar azul, siempre cambiante e ilimitado. Las sillas de palisandro estaban
dispuestas alrededor de una gran mesa, tallada en una sola plancha de madera.
El Príncipe Yanxi y otros seis inmortales se agrupaban en torno a ella,
enfrascados en una acalorada discusión.

Dejando de lado las cortesías, el príncipe nos presentó rápidamente a los


comandantes de la sala. Su rostro era sombrío cuando dijo—: Los tritones nunca
se habían atrevido a asaltar el palacio. Sólo lo harían ahora porque creen que su
ejército es lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a nosotros. Lo que
significa que se nos acaba el tiempo.

El Capitán Wenzhi se sentó en una silla y me indicó que hiciera lo mismo.


Un asistente se apresuró a llenar nuestras tazas de té.

—Puede que también quieran enemistarse con usted para que tome
represalias precipitadas —advirtió.

El Príncipe Yanxi asintió escuetamente.

—Seremos cautelosos. Sin embargo, si permitimos que el Gobernador


Renyu nos ataque sin repercusiones, esto sólo lo envalentonará aún más —Su
mirada se encontró con la mía al otro lado de la habitación—. El punto de la
Primer Arquera sobre asegurar que la batalla se libra en tierra es vital. Los tritones
preferirían sin duda atraernos bajo el agua, donde son más fuertes.

El Capitán Wenzhi juntó las manos sobre la mesa.

—Orquestar el enfrentamiento nos permitiría elegir el campo de batalla.


Has dicho que los tritones se aventuran a la costa para hacer incursiones. ¿Hay
201

alguna otra ocasión que los haga llegar a tierra?

—Ninguna que conozcamos —respondió el príncipe Yanxi.

—Entonces tenemos que atraerlos hacia nosotros. ¿Qué podemos usar


como cebo? —dijo el Capitán Wenzhi con decisión.

Algunos generales se movieron en sus sillas como si estuvieran


desconcertados por su sugerencia. Tomé un sorbo de té para aflojar la opresión
de mi garganta.
—Debería ser algo que tentara al propio Gobernador Renyu a liderar la
carga. Esto sólo puede funcionar una vez —añadí rápidamente, antes de perder
los nervios.

—Estoy de acuerdo. ¿Ha dirigido el gobernador una carga antes? —


preguntó el Capitán Wenzhi.

—No. Es poderoso, pero muy cauteloso —dijo el Príncipe Yanxi.

El Capitán Wenzhi suspiró.

—¿Puedo hablar claramente, Su Alteza? —ante el asentimiento del Príncipe


Yanxi, continuó—: Los objetos mágicos o los tesoros no pueden ser lo suficiente
como para atraerlo a arriesgar su cuello. Sin embargo, ahora sabemos que el
Príncipe Yanming es crucial para los planes del gobernador.

La silla del Príncipe Yanxi raspó contra el suelo mientras se desenrollaba


hasta alcanzar su máxima altura.

—¿Quieres usar a mi hermano pequeño como cebo? —dijo.

El Capitán Wenzhi no se inmutó, pareciendo indiferente a la ira del príncipe.

—Su hermano será puesto a salvo a la primera señal de peligro. Sólo le


necesitamos para hacer caer al gobernador en nuestra trampa.

El Príncipe Yanxi lo miró con desprecio.

—¿Cómo puedes garantizar su seguridad?

Recordé al joven príncipe de la noche anterior, el que se había agarrado a


la mano de su madre con tanta fuerza y había apoyado la cara en su hombro.
Me recordó cómo me había agarrado a mi propia madre en los momentos en
que más miedo había sentido: cuando casi me ahogué en el río, cuando supe que
tenía que abandonar mi casa.
202

Algo se endureció dentro de mí, una voz salió de mi garganta para decir—
: Yo vigilaré al Príncipe Yanming.

Todas las cabezas giraron entonces hacia mí, con la sorpresa y el


escepticismo marcados en sus rostros. Yo misma me quedé incrédula; hasta ese
momento, esa no había sido mi intención.

Sólo el Capitán Wenzhi sonrió.


—Ella será la guardia perfecta para vigilar a Su Alteza. Yo también le
protegeré. No podemos rodearle con más guardias de lo habitual, no sin levantar
sospechas.

Me desplomé contra mi silla, aliviada de no ser ya el centro de atención.


¿O fue por su oferta de hacer guardia conmigo?

Un poco del hielo se descongeló en la expresión del Príncipe Yanxi cuando


se sentó de nuevo.

El Capitán Wenzhi se lanzó al frente, siempre rápido para percibir una


apertura.

—Este plan funcionará. Después del ataque de anoche, el Gobernador


Renyu debe darse cuenta de que sería casi imposible llevarse al príncipe de aquí.
Podríamos difundir la noticia de que el Príncipe Yanming partirá pronto hacia el
Reino Celestial por su seguridad. Todo lo que necesitamos es que aparezca en la
playa, para convencer al gobernador de su presencia. La Primer Arquera Xingyin
y yo estaremos con él en todo momento. Si esto no atrae al Gobernador Renyu,
nada lo hará.

Un general corpulento de pelo castaño claro frunció el ceño.

—Su Alteza sólo tiene a su institutriz y a un guardia con él en todo


momento. Además —enrojeció mientras me lanzaba una mirada furtiva—, no
hay mujeres en nuestro ejército. ¿La presencia de la Primer Arquera no haría
sospechar al enemigo?

El silencio acogió su astuta observación.

El Capitán Wenzhi metió la barbilla entre los dedos mientras su mirada se


deslizaba sobre mí.

—La Primer Arquera Xingyin puede disfrazarse de Lady Anmei, la


institutriz del príncipe.
203

Me quedé helada, sofocando una protesta instintiva. ¿Cómo podía engañar


a alguien haciéndole creer que era la elegante dama del banquete? Al parecer,
mi opinión era compartida por muchos, ya que los generales intercambiaban
miradas incrédulas, aunque parecían demasiado educados para expresar sus
reservas en voz alta.

El Capitán Wenzhi no tenía esos escrúpulos.


—Sé que no se parece en nada a Lady Anmei, pero con la ropa y los
accesorios adecuados, algo de pintura para la cara…

—Capitán Wenzhi, gracias por su confianza en mí —intervine, luchando


contra un destello de irritación por sus insensibles comentarios.

La expresión del Príncipe Yanxi seguía siendo sombría.

—Se llevarán a mi hermano antes de que comience la batalla —era una


exigencia, no una pregunta.

El Capitán Wenzhi inclinó la cabeza.

—Por supuesto.

El príncipe me habló ahora.

—Esto sería aún más peligroso que anoche. El Gobernador Renyu es


peligroso e imprevisible. Serías el objetivo de los ataques de nuestro enemigo y,
para no levantar sus sospechas, no puedes llevar un arma ni usar tu magia, al
menos no hasta que la trampa haya saltado. Aunque confío en que podamos
derrotarlos, nadie sabe el resultado de cualquier enfrentamiento. Temo por tu
seguridad en caso de que te alcancen y encuentren a mi hermano fuera de tu
alcance.

Su franqueza y preocupación me conmovieron.

—Su Alteza, cuidaré de su hermano y de mí misma —le aseguré.

Asintió entonces, echando un vistazo a la sala.

—Muy bien, procederemos. Aunque necesitamos algo de tiempo para hacer


nuestros preparativos y plantar la información con las fuentes adecuadas. Sería
prudente que pasaras algún tiempo con mi hermano en los próximos días. Si
nuestro plan ha de tener éxito, él necesita estar a gusto contigo.
204

Algo se me revolvió en el estómago. Aunque reconocía el buen sentido de


su sugerencia, no había pasado mucho tiempo con niños.

Tras la reunión, el Capitán Wenzhi y yo seguimos al príncipe hasta los


aposentos de su hermano. Al vernos, Lady Anmei se levantó y se inclinó, con su
falda de brocado verde rozando el suelo. De cerca, era aún más llamativa de lo
que recordaba. Sus mejillas se tiñeron de rosa al ver al Capitán Wenzhi, pero fue
su reverencia cortesana hacia ella lo que me hizo mordisquear la parte inferior
del labio por alguna razón inexplicable.
El Príncipe Yanming se adelantó entonces, ejecutando una impecable
reverencia a su hermano. Cuando me lo presentaron, no mostró ningún
reconocimiento de la noche anterior. El Príncipe Yanxi no perdió tiempo en
apartar a Lady Anmei y hablarle en voz baja. Sin decir nada más, abandonaron
la sala con el Capitán Wenzhi.

—¿Dónde ha ido Lady Anmei? ¿Quién es usted? —preguntó el Príncipe


Yanming.

Sus mejillas eran suaves y redondas, aunque su barbilla sobresalía


desafiante.

Me agaché para mirarle a los ojos, del mismo azul que los de su hermano.

—Lady Anmei ha tenido que marcharse un rato, pero volverá pronto. Yo


me quedaré contigo por ahora.

Su boca se apretó en una línea recta.

—¿Conoces algún juego?

—¿Qué tal el weiqi? —le ofrecí, ya buscando en su habitación el tablero


con sus piedras blancas y negras lisas.

Se estremeció.

—¿Sabes cantar? ¿Dibujar? ¿Hacer animales de papel? —dijo.

Sacudí la cabeza, con el ánimo por los suelos.

—Eres la peor institutriz que he conocido —Cruzó los brazos


amotinadamente frente a él.

Le fruncí el ceño, irritada por sus palabras.

—Bueno, no soy tu institutriz y estás siendo muy grosero. Tal vez si fueras
205

un poco más educado, te enseñaría algunas de las cosas emocionantes que sí sé.

Sus ojos se apretaron más, su boca se frunció como una uva arrugada. Me
preparé para su rabieta y sus lágrimas, pensando que Shuxiao, con su encanto
sin esfuerzo, habría estado mucho mejor equipada para este desafío. Pero
entonces se enderezó y, con notable aplomo, preguntó—: Bueno, ¿qué puedes
hacer?

Me devané los sesos en busca de algo que decir para captar su interés, algo
que estuviera a la altura de mi temerario alarde.
—Sé tocar la flauta —le dije con algo de orgullo.

Resopló con impaciencia, poniendo los ojos en blanco, sin dejarse


impresionar por una de mis mayores habilidades.

—He leído muchos libros —añadí rápidamente—. ¡Puedo contarte


historias! —un repentino interés se reflejó en su rostro—. ¿Sobre los dragones?
Los Cuatro Dragones, cuando traen la lluvia al Reino Mortal —me sentí aliviada
de haber captado por fin su atención. Había sido uno de mis cuentos favoritos
de niña, y uno con más verdad de la que había sospechado.

—¿La que castiga a los dragones el estirado Emperador Celestial? ¡Ese es


el peor de todos!

Antes de que pudiera detenerme, un resoplido de risa brotó de mí ante su


irreverente descripción del inmortal más poderoso del reino.

Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente.

—¿Qué más puedes hacer? —La animosidad había desaparecido de su


tono.

Le devolví la sonrisa.

—Disparar flechas. Y luchar con una espada.

Se iluminó mientras me agarraba del brazo y me arrastraba hacia un gran


cofre repleto de espadas y escudos de madera.

—Hermano mayor dice que soy demasiado joven para aprender. Pero tú
me enseñarás, ¿no? —preguntó con entusiasmo.

Impotente ante tal entusiasmo, asentí débilmente, esperando que el Príncipe


Yanxi perdonara mi transgresión.

Cuando la Lady Anmei y el Capitán Wenzhi regresaron por fin, nos


206

enfrascamos en un simulacro de batalla, saltando por encima del coral del jardín,
con nuestras espadas de madera golpeando una contra otra. Al verlas, dejé caer
apresuradamente la espada, alisando mi pelo revuelto.

—Alteza, es su hora de acostarse —dijo Lady Anmei con un tono firme.


Los hombros del Príncipe Yanming se desplomaron, pero tomó su mano
extendida.

—¿Volverás a venir mañana? —me preguntó.


Algo floreció en mi interior al ver la esperanza en su voz

—Sí. Me gustaría mucho.

El cielo se había oscurecido hasta el crepúsculo cuando regresamos a la


orilla. En lugar de unirme al Capitán Wenzhi en su tienda, comí con los demás
soldados. Por alguna razón no quería estar en su compañía esta noche.

Estaba en el límite, con la herida apretada. Después de la comida, me paseé


por la playa y me subí a una gran roca. Calmaba mi inquietud al ver cómo las
olas se lanzaban contra la orilla con temerario abandono. La piedra rugosa me
presionaba la espalda mientras me tumbaba, mirando al cielo. Cuando la luna
brillaba tanto como esta noche, sabía que mi madre había encendido las mil
linternas y el dolor perpetuo de mi corazón se aliviaba un poco. Al imaginar sus
brazos alrededor de mí, su fría mejilla contra la mía, una sonrisa se dibujó en
mis labios.

Los pasos se acercaban, casi ahogados por las olas que rompían.

—Te gusta mirar la luna —dijo el Capitán Wenzhi, desde detrás de mí—.
Es una vista mejor que otras —No me molesté en levantarme. Fue una grosería
por mi parte, pero no estaba de humor para la cortesía.

Cuando subió para unirse a mí, me levanté sobre los codos y le miré
fijamente.

—¿Te vas a ir? —Luché por mantener mi voz firme.

—No.

—Entonces lo haré —Apoyé las palmas de las manos en la roca para


deslizarme hacia abajo, pero él cubrió mi mano con la suya. Su agarre era tan
inflexible como la piedra bajo mi piel.

—¿Por qué estás enfadada? —Parecía confundido.


207

Aparté la mano y me rodeé las rodillas con los brazos. La verdad es que no
sabía cuál era la causa de esa sensación de carcoma cada vez que lo miraba.

—¿Fue porque te sugerí que te vistieras como Lady Anmei? —preguntó.

El recuerdo de sus descuidadas palabras escuece.

—No te preocupaste por mí cuando dijiste eso.

Su ceño se arrugó por la sorpresa.


—¿Tienes miedo? —preguntó, sin entender lo que quería decir—. Puedes
cuidar del joven príncipe y de ti misma, incluso sin armas ni magia. Y si no me
preocupara por ti, ¿haría guardia contigo?

—No tengo miedo.

—Entonces, ¿cuál es la razón de tu mal humor? —Su voz era tan suave
como la brisa de la tarde.

—Sé que admiras a Lady Anmei y que no soy tan bella ni elegante como
ella. Pero... no fue agradable oírlo decir en voz alta —El calor subió por mi cuello
al recordarlo.

—¿Admirarla? Si estaba atento a ella era sólo porque parecía molestarte —


sonrió irónicamente, antes de ponerse serio una vez más—. ¿Por qué querrías
parecerte a ella? ¿Por qué un halcón querría ser un ruiseñor?

Mi pulso se aceleró. No sabía por qué, pero de repente me sentía insegura


de mí misma. Ansiosa por irme y a la vez... queriendo quedarme.

—Capitán Wenzhi…

—Sólo Wenzhi —dijo mientras su mirada sostuvo la mía.

De alguna manera, sabía que era un momento de gran importancia para él,
una muestra de confianza a la que no renunciaba fácilmente.

Mi cobarde deseo de irme se desvaneció. Llamé a Shuxiao por su nombre,


pero éramos amigas íntimas. Compañeras. Yo sólo me había dirigido a él como
“Capitán Wenzhi”, mientras que él me llamaba “Arquera Xingyin”; cualquier
otra forma de dirigirse a él habría sido impensable. Nos habíamos burlado,
molestado e incluso discutido abiertamente, pero esto sería entrar en terreno
desconocido, barriendo otra barrera entre nosotros. Una barrera de la que me
alegraba prescindir.
208

—Wenzhi —repetí lentamente, no acostumbrada a su nombre sin su título.


Una sonrisa apareció en sus labios, apenas perceptible en la oscuridad.

Lo último de mi malestar se desvaneció, sustituido por un cálido aleteo. No


volví a hablar y él tampoco. Juntos, nos tumbamos en la roca en un silencio
agradable, con las olas corriendo hacia la orilla como único sonido de la noche.

La luna se elevó más. Su resplandor brillaba en el agua, mil fragmentos de


plata se reflejaban en su superficie. La brisa me refrescó la piel mientras el calor
de mi pecho se extendía a mis venas, como si estuviera acalorada por tomar vino.
Los días siguientes pasaron volando, plagados de ansiedad y, sin embargo,
también fueron felices. Le enseñé al Príncipe Yanming a sostener una espada y
dejé que me venciera cada vez que nos enfrentábamos. Me enseñó a doblar
animales de papel y cantamos canciones tontas que inventamos juntos. Cuando
descubrió que yo sólo conocía una historia de sus queridos dragones, reunió sus
libros y juntos leímos cómo los dragones salvaban a los tritones de los monstruos
marinos, cómo purificaban las aguas cuando un enjambre de medusas venenosas
contaminaba el océano. No era de extrañar que su ausencia hubiera dejado un
vacío tan grande en el Mar del Este. Y cuando me echó los brazos al cuello,
apretándome con sus suaves brazos, un calor floreció en mi interior. Atravesó el
muro que rodeaba mi corazón, convirtiéndose en el compañero de la infancia
que nunca tuve, el hermano que nunca supe que deseaba.

Demasiado pronto llegó el día de nuestro plan. Me senté en una habitación


con Wenzhi, mientras dos asistentes de palacio se ocupaban de mí, ayudando a
mi transformación en Lady Anmei.

—¿Podrías tratar de actuar con recato y amabilidad? —sugirió Wenzhi—.


Da pasos más pequeños cuando camines. Tu mirada debe ser más suave. Lady
Anmei es una flor delicada, así que podrías intentar no ser…

—¿Espinosa? —le dije, con el temperamento enrarecido. Durante la última


hora, me había estado sermoneando sobre el comportamiento que debía emular.
Le lancé una sonrisa engañosamente dulce—. Tal vez deberías vestirte como
Lady Anmei, ya que pareces tan versado en sus gestos.

Uno de los asistentes emitió un sonido ahogado, que rápidamente repitió.


209

Los ojos de Wenzhi se curvaron con humor, pero continuó como si yo no


hubiera hablado.

—Intenta aparentar un poco de miedo o nerviosismo. No todo el mundo


puede estar tan seguro de sí mismo como tú.

Me giré, desalojando el intento de un asistente de fijar una flor de oro en


mi pelo.
—Desde que te conocí, he tenido más miedo que en todos mis años
anteriores. ¿Quién no lo tendría? ¿Ser atravesada por dardos, escaldada por el
fuego, atacada por monstruos?

—Si tenías miedo, te mantenías alerta. La mayor parte del tiempo —Se
sentó y desenrolló un pergamino hecho con tiras de bambú, cada una de ellas
repleta de pequeños caracteres y atada con seda. Pronto se enfrascó en su lectura,
como si hubiera olvidado que yo estaba allí.

Su indiferencia me molestó, más de lo que debería. Me miré en el espejo,


una extraña me devolvía la mirada. Las asistentas me habían dibujado las cejas
en delicados arcos, me habían empolvado las mejillas con polvos de color rosa y
me habían pintado los labios de color coral claro. Mi pelo estaba recogido en
suaves bucles, adornados con flores enjoyadas de las que caían en cascada hilos
de cuentas turquesas. La seda lila de mi vestido estaba bordada con conchas de
colores y hierbas marinas, y un fajín carmesí me rodeaba la cintura. Un abrigo
abierto de raso azulado llegaba hasta mis pies, enfundados en zapatillas de
brocado dorado.

Los asistentes me halagaron, diciéndome que estaba preciosa, antes de salir


de la habitación.

—¿Estás lista? —Una nota de impaciencia sonó en la voz de Wenzhi


cuando se volvió hacia mí.

En el repentino silencio, me encontré conteniendo la respiración.

—Te ves diferente —dijo finalmente—. Aunque una persona como tú no


necesita todo este... dorado.

—¿Dorado? —me debatí entre la risa y la mortificación—. ¿Puedo


recordarte que esto fue idea tuya?

Se encogió de hombros.
210

—Una buena, pero no dije que me gustara.

No era un cumplido, pero la intensidad de su mirada me produjo un


cosquilleo, como una brisa fresca que se desliza sobre mi piel. Antes de que
pudiera replicar, recogió el pergamino y reanudó su lectura. Cuando me levanté
para buscar mi propio libro, tropecé con el dobladillo de mi abrigo.

Wenzhi se levantó para atraparme y sus dedos se cerraron alrededor de mis


brazos. La luz se encendió en sus ojos, mi corazón se aceleró como si hubiera
corrido un largo camino. Pero había aprendido que esos sentimientos eran
peligrosos y que las heridas que podían infligir eran más dolorosas que las de
una espada.

Me aparté, desviando la mirada. Sus manos cayeron a los lados y un


incómodo silencio se apoderó de nosotros.

Afortunadamente, el Príncipe Yanming llegó poco después. Al verme,


estalló en carcajadas, apagando mi breve orgullo por mi apariencia.

—¡Llevas la ropa de Lady Anmei!

—Ella es Lady Anmei por hoy —le recordó Wenzhi con severidad—.
Recuerde lo que su hermano le dijo, Su Alteza.

La alegría desapareció del rostro del Príncipe Yanming mientras asentía,


con el cuerpo temblando un poco. Por supuesto, tenía miedo, sabiendo que él y
sus seres queridos estaban en peligro.

Me agaché y lo tomé por el hombro.

—No te preocupes —le dije—. Es un poco peligroso, pero estarás a salvo.


Tu hermano está esperando en el bosque con sus guardias y no dejaremos que
te pase nada.

Sus dientes mordían su labio.

—¿Y tú? Yo tampoco quiero que te pase nada.

—Nada me pasará —prometí, limpiando el sudor de mi palma antes de


tomar su mano—. Yo cuidaré de nosotros.

Una mirada extraña cruzó el rostro del Príncipe Yanming.

—Pero... no eres una buena peleadora. Siempre te vencí y apenas empecé


a aprender.

Wenzhi resopló mientras yo lo miraba con desprecio.


211

—No te preocupes —le dije al Príncipe Yanming, con el ceño todavía


fruncido—. Soy mejor con el arco.

Juntos, caminamos en silencio desde el palacio hasta la orilla. Allí se había


levantado una gran tienda para nuestro uso, lejos de la costa. Un objetivo visible
para las fuerzas del Gobernador Renyu, y que yo esperaba que resultara
irresistible. Una vez que estuvimos dentro y se bajó la solapa, me dispuse a
ocultar armas, arcos y carcajs de flechas alrededor de la tienda.
Después, dimos un largo paseo por la playa, con el sol del mediodía
golpeando sobre nosotros. Los residentes habían sido escoltados a un lugar
seguro, dejando a los soldados celestiales disfrazados en su lugar, mientras el
Príncipe Yanxi y su ejército se escondían en el bosque que bordeaba la playa.
No solté la mano del Príncipe Yanming, mientras escudriñaba los alrededores en
busca de cualquier señal de peligro. Pero no había ninguno, el mar estaba
tranquilo y claro.

Poco después de que volviéramos a la tienda, el Príncipe Yanming se quedó


dormido, quizá agotado por el esfuerzo del día. Lo cubrí con una manta,
observando cómo su pecho subía y bajaba, la serenidad de su rostro me impactó
profundamente. Lo mantendría a salvo, prometí en silencio, sin importar lo que
pasara hoy. Buscando algo para distraerme, encontré algunos libros y un tablero
de weiqi colocado en un rincón, con sus piedras blancas y negras brillando
tentadoramente. Pero yo no estaba de humor para ninguna de las dos cosas.
Esperar a ser atacado me ponía los nervios a flor de piel, a diferencia de Wenzhi,
que estaba sentado en una silla, leyendo su pergamino con una calma
imperturbable.

Un impulso se apoderó de mí para interrumpir su concentración.

—¿Cuándo llegaste al Reino Celestial? —le pregunté.

—Hace un tiempo.

Sin dejarme intimidar por su cortante respuesta, seguí adelante.

—¿De cuál de los cuatro mares eres?

Entonces levantó la cabeza y me miró fijamente.

—¿Por qué ese repentino interés?

Suspiré.

—No hay mucho que pueda hacer aquí más que hablar. Desgraciadamente,
212

no tengo muchas opciones de compañía.

—¿Por qué no hablamos de ti? —sugirió—. ¿De dónde eres?

—Del Mar del Sur —me tomó desprevenida y dije lo primero que entró a
mi mente, lo que me habían enseñado a decir antes.

—El Mar del Sur —repitió lentamente, dejando su pergamino en el suelo—


. Y, sin embargo, ¿nunca has visto el océano?
Mi cara ardía. Qué suerte que estuviera cubierta bajo una capa de polvo.

—Me fui cuando era una niña y no recuerdo nada. ¿Qué hay de tu familia?
—estaba deseando desviar la conversación de mí.

Guardó silencio durante un rato.

—Tengo parientes en el Mar del Oeste, pero hace mucho tiempo que no
los veo. Mis responsabilidades me mantienen bien ocupado.

—¿Los echas de menos? —le pregunté, pensando en mi madre.

—A algunos más que a otros —respondió, con una sonrisa tensa.

Volvió a recoger su pergamino, señal de que nuestra conversación había


terminado. Por fin había conocido a alguien tan reticente como yo. ¿Acaso no
quería hablar de su familia porque el Mar Occidental se había puesto del lado
del Reino de los Demonios en la guerra? Quizás era prudente no recordárselo a
los demás. Aunque el Reino Celestial estaba ahora en paz con los Cuatro Mares,
los recuerdos inmortales eran largos. Abrí la boca para hacer otra pregunta, pero
dudé. No el pasado de todos era un camino a través de campos iluminados por
el sol. Cada uno tenía sus propios rincones que prefería dejar en la sombra.

El sol bajó en el cielo y todavía no había señales de los tritones. ¿Había


fallado nuestro plan? ¿Era el Gobernador Renyu demasiado astuto para caer en
nuestra estratagema?

—¿Cuánto tiempo más debemos permanecer aquí? ¿No podemos irnos ya?
Tal vez el gobernador malo no venga —El Príncipe Yanming había estado
inquieto desde que se despertó, no acostumbrado a estar confinado.

Miré a Wenzhi.

—¿Damos otro paseo fuera? ¿Para tranquilizarlos y que sepan que aún
estamos aquí?
213

—Podrían estar esperando hasta el anochecer para atacar. Los tritones son
expertos en ver en la oscuridad —dijo.

—¿Y si hacemos correr la voz de que el Príncipe Yanming se va pronto?


Los guardias y asistentes pueden hacer un simulacro de los preparativos, mientras
nosotros caminamos cerca del agua. Después de eso, Su Alteza debería ser
escoltado a un lugar seguro. Nuestro peligro aumentaba a cada momento. Sin
embargo, sería mejor provocar a los tritones a la acción que dejar que su plan se
desarrollara como ellos querían.
Asintió, llamando al guardia para que le transmitiera sus instrucciones.
Antes de salir de la tienda, me pasó una pequeña daga con empuñadura de plata.

—Lleva esto contigo en todo momento.

La tomé, metiéndola en mi faja, oculta bajo mi abrigo. Era más un adorno


que un arma, pero era todo lo que tenía para defenderme. No, me recordé a mí
misma. Todavía tenía mis poderes e, incluso con las manos desnudas, no estaba
indefensa.

El océano estaba inquieto ahora, sus aguas gris-verdosas eran turbulentas.


Las olas espumosas se elevaban antes de estrellarse contra la orilla. El príncipe
Yanming se soltó de mi mano y corrió delante de mí. Le perseguí hasta el agua,
empapando mis zapatillas y mi falda.

Una sombra oscura se cernía sobre nosotros como si hubiera caído la noche,
y un frío pavor se agolpaba en la boca del estómago. Sobre nosotros se alzaba
un enorme pulpo que tapaba el sol. Tentáculos gigantescos, cada uno del doble
de la longitud de un hombre adulto, salpicaban el agua e inundaban la playa.
Sobre la criatura cabalgaba un guerrero con una armadura nacarada que le
llegaba a las rodillas y le dejaba los brazos desnudos, con una corona de ramas
de coral rojo entretejida en el pelo.

Alrededor de su cuello brillaba un gran colgante, un disco de oro que


rodeaba una piedra amarilla brillante. En una mano sostenía una lanza y en la
otra, un escudo tachonado de púas feroces. Sus ojos eran tan pálidos como un
glaciar y, cuando se fijaron en mí, me quedé helada.

—Gobernador Renyu —gritó Wenzhi en señal de advertencia mientras los


labios del gobernador se curvaban en una sonrisa.

El pulpo... ¡estaba casi sobre el Príncipe Yanming! Me adentré en el agua


y lo arrastré hacia arriba, agarrándolo con fuerza mientras nos alejábamos de la
marea creciente. Un tentáculo se extendió detrás de mí y me cortó la pantorrilla.
Ahogué un grito y me obligué a seguir adelante a través de la corriente agitada
214

mientras el agua de mar picante arrancaba la sangre de mi herida. Justo cuando


llegamos a la orilla, el agua se llenó de espuma con miles de medusas
temblorosas, con aguijones envenenados recubriendo sus tentáculos translúcidos.

Los tritones cabalgaron sobre las crestas de las olas crecientes, rugiendo
mientras asaltaban la playa. Con un grito de respuesta, los hombres del Príncipe
Yanxi surgieron del bosque. Los soldados celestiales se despojaron de sus
disfraces y sus armaduras brillaron a la luz de la tarde. Una súbita tensión recorrió
el aire, brillando y parpadeando con las energías de los guerreros, mientras los
ejércitos chocaban.

Los rayos de fuego y hielo se precipitaron contra los escudos levantados


apresuradamente. Las espadas chocaron con estruendo, resonando en la arena.
El Príncipe Yanming temblaba en mis brazos mientras corríamos hacia la tienda.
Pero cuando los gritos de agonía surgieron desde atrás, me detuve y me di la
vuelta. Mi corazón se desplomó al ver aquello. El pulpo gigante estaba
envolviendo con sus tentáculos a los soldados Celestiales, arrojándolos al
océano, donde las medusas venenosas pululaban sobre ellos, arrastrándolos bajo
las olas. Wenzhi les gritó que se trasladaran a un terreno más alto, pero sus
palabras se perdieron en el caos. Su energía estalló en una llamarada de luz,
solidificándose en un imponente escudo a lo largo de la costa.

Sin embargo, el área era demasiado amplia, su magia se extendía


demasiado. Flanqueado por varios guerreros, el Gobernador Renyu levantó la
mano y la luz azul salió disparada para golpear la barrera. Una, dos y otra vez,
hasta que por fin el escudo de Wenzhi se hizo añicos. Me habría lanzado a por
un arma, pero si dejaba de lado mi pretensión, el gobernador podría intuir una
trampa.

Los tritones siguieron adelante, ahora con entusiasmo, mientras nuestros


soldados se dispersaban como hojas arrastradas por el viento. Wenzhi estaba
temblando, nunca lo había visto tan angustiado, tan ansioso, furioso y frustrado.

—Vete —le insté—. No es necesario que te quedes con nosotros. Yo


vigilaré al Príncipe Yanming.

Se quedó quieto, con los ojos fijos en la carnicería.

—¿Qué vas a hacer?

—Me quedaré en la tienda. Estaré a salvo allí.

Sin esperar su respuesta, me alejé con el Príncipe Yanming. Varios soldados


215

esperaban dentro de la tienda para escoltarlo a un lugar seguro. Pero cuando


intentaron apartarlo de mí, se aferró más a mí.

—¿No vienes? —Su voz tembló.

Le rocé la mejilla con el nudillo.

—Su Alteza tiene que irse ahora. Su hermano le está esperando. Me reuniré
contigo pronto.
—¿Lo prometes?

Un latido de duda antes de asentir. Odiaba mentirle, pero si el gobernador


encontraba este lugar desierto, podría marcharse antes de que pudiéramos
apresarlo. Cada momento que ganaba con esta farsa aumentaba nuestras
posibilidades de capturarlo.

Mi corazón se estremeció al ver al Príncipe Yanming y a los soldados


deslizarse por la parte trasera de la tienda, desapareciendo en la seguridad del
bosque. Sólo entonces se alivió un poco mi tensión. Me senté a esperar, agitada
por no hacer nada mientras afuera la sangre empapaba la arena. Habíamos
esperado atrapar al gobernador Renyu, pero nos había pillado desprevenidos por
la ferocidad de su ataque y los monstruos marinos bajo su mando.

Me quité el abrigo empapado y saqué un arco y un carcaj, colocándolos en


la mesa a mi alcance. Una parte de mí quería taparse los oídos con las palmas
de las manos para ahogar el choque del acero, los gritos y los gemidos. ¿Cuánto
tiempo más podría soportar esto? Cuando un fuerte grito atravesó el aire, me
precipité hacia la entrada y se detuvo a trompicones mientras la silueta de una
forma inerte se desplomaba contra las paredes de la tienda.

La solapa se levantó. Una figura se asomó a la entrada. Di un paso atrás,


con el cuerpo rígido por la ansiedad.

—Usted debe ser Lady Anmei —el Gobernador Renyu me saludó con una
reverencia baja y burlona—. Los rumores sobre tus encantos no eran exagerados.

Su aura llenaba el aire, presionando a mi alrededor en el espacio reducido;


fuerte, sin duda, pero vacilante como una marea inconstante. ¿Era inestable el
control de su poder? No tuve tiempo de reflexionar cuando entró, elevándose
por encima de mí, con las partes de su cuerpo que podía ver llenas de músculos.
Su fría mirada me produjo un escalofrío, al igual que la cruel inclinación de su
boca y la sangre que salpicaba su mejilla.

Me lancé a por el arco que había sobre la mesa, pero él lo apartó de mi


216

alcance y lo arrojó fuera con una carcajada.

—¿Sabes cómo usarlo?

Sacudí la cabeza, encogiéndome mientras mis dedos se acercaban a la daga


oculta. Si tuviera el arco, ya habría atravesado su pecho con una flecha. Pero
como él tenía la ventaja por ahora, no abandonaría mi disfraz. Mientras creyera
que era Lady Anmei, no podría hacerme daño.
—¿Quién es usted? —pregunté, tratando de desviar su atención de mis
manos.

—No tienes nada que temer. Todo lo que quiero es al pequeño príncipe.
Ayúdame y serás bien recompensada —Su mirada se deslizó por la tienda—
¿Dónde está?

Su voz era rica, profunda y melodiosa, la más hermosa que jamás había
escuchado. Mi desconfianza hacia él se desvaneció y fue sustituida por una cálida
admiración.

El Gobernador Renyu parecía honorable y amable. ¿Por qué se le había


difamado tan vilmente? El disco que rodeaba su cuello brillaba con más
intensidad, como los ojos de una serpiente resplandeciente en la oscuridad.

La imagen me sacudió y mis instintos se agitaron en señal de advertencia.


Parpadeé, separándome de la tentadora promesa de sus palabras, obligándome
a escuchar los gritos de fuera. En un instante, me di cuenta de cómo ejercía tal
influencia sobre los tritones. Había una magia en su voz que obligaba a los demás
a creerle. ¿Procedía del colgante brillante que llevaba al cuello?

Fuera lo que fuera, casi había funcionado en mí, incluso superando mi


hostilidad. No es de extrañar que los tritones le fueran tan leales, dispuestos a
arriesgarse para protegerlo, a luchar por él con la mera promesa de sus palabras
y la ilusión de su honor. Sin embargo, nunca me había encontrado con semejante
poder. ¿Era un Demonio? ¿Uno de los temidos Talentos Mentales?

No me atreví a mostrar mi miedo. Él esperaba mi admiración, mi


obediencia. Que me sometiera a su voluntad como una brizna de hierba al viento.
Abriendo los ojos para parecer inocente, señalé la cama donde el Príncipe
Yanming había dormido antes. Las sábanas estaban amontonadas en la parte
superior, dando la apariencia de un pequeño cuerpo debajo.

—Está durmiendo —dije.


217

Su boca se curvó en una sonrisa viciosa.

—Una vez que el Mar del Este sea mío, me desharé del mocoso y
gobernaremos juntos. Los otros reinos también caerán en mis manos, y tú serás
la Reina de los Cuatro Mares —extendió su mano, prometiendo lo que creía que
yo deseaba escuchar.

La ira se encendió en mí, al oírle hablar así del Príncipe Yanming y de sus
despreciables planes, pero me alegré de que reforzara mi vacilante voluntad.
Miré la gema amarilla contra su pecho. Tan cerca, un extraño poder emanaba de
ella, erizando los pelos de mi piel.

—¿Qué te hace pensar que vas a ganar?

—Los tritones obedecen todas mis órdenes, al igual que las criaturas
marinas. No tienes nada que temer conmigo a tu lado.

Sus palabras se derramaron a través de mí como miel líquida, incluso


cuando mis entrañas retrocedieron. Qué tentador era estar de acuerdo con él,
ganarme su aprobación. No, no podía sucumbir; no podía acabar siendo una de
sus irreflexivas secuaces.

Me clavé las uñas en las palmas de las manos mientras canalizaba una
oleada de energía hacia mis oídos para sellar mi audición. Envuelta en un silencio
repentino, apenas podía oír mi propia respiración. Se me retorcían las tripas al
pensar en luchar contra él de esta manera, pero temía más caer bajo su control.

Fijé mi mirada en él. No habría el susurro revelador de un paso o el silbido


de una espada para alertarme. Un riesgo, aunque necesario. Cuando se acercó a
la cama, tomé la daga de mi faja y se la lancé. Se apartó, y la hoja le cortó la
mejilla. Sin detenerse, se abalanzó hacia delante, arrancando las sábanas de la
cama y encontrándola vacía. Al instante, giró hacia mí, pero me lancé hacia el
arco más cercano, sacando y soltando una flecha en el mismo instante. Con un
barrido de su escudo, la lanzó al suelo. Disparé una tras otra a un ritmo frenético,
hasta que me dolieron los dedos por los surcos acribillados en sus puntas. Sin
embargo, él fue rápido, esquivando cada uno de ellos con una velocidad
asombrosa. Mi codo se estrelló contra un estante mientras buscaba a tientas otra
flecha. Cuando sus nudillos se blanquearon alrededor de su lanza, levanté un
escudo, justo cuando su arma se estrelló contra él.

Mi última flecha se hundió en su hombro. Me lancé a por un nuevo carcaj,


tan concentrada en él que no percibí el cambio en el aire hasta que algo se clavó
en mi pantorrilla, extendiéndose como un incendio. Dos agujas plateadas
sobresalían de mi pierna, clavando la seda de mi vestido en mi carne, manchada
218

del líquido verdoso que había visto una vez. Veneno de escorpión marino,
corriendo por mis venas. Mi escudo ya no existía, se había disipado, dejándome
tan indefensa como un conejo atrapado en una trampa mientras el cazador
acechaba cada vez más cerca.

Sus labios se despegaron, estirándose mucho, pero lo único que oí fue un


débil zumbido. Aflojé el precinto sobre mis oídos, hasta que el más débil susurro
se deslizó a través de ellos. Lo único que me quedaba para frenarlo eran las
palabras.
—Cobarde —siseé, tratando de retrasar el inevitable final, de incitarle a la
temeridad—. Lucha conmigo sin esos trucos.

—Los perdedores se quejan y los ganadores... bueno, los ganadores tienen


cosas mejores que hacer.

Habló con una complacencia que me hizo sentir miedo.

Su voz seguía siendo tan fuerte como antes, pero apenas podía oírla.

Me aferré a mis poderes, luchando por estabilizarme contra la agonía


abrasadora del veneno.

La gema que llevaba en el cuello brillaba como el oro del sol. Mientras la
miraba, pregunté—: Tu colgante, ¿es así como controlas a los tritones?

Mi voz sonaba como si viniera de muy lejos.

—Tal magia es despreciable.

—¿Despreciable, porque no puedes ejercerla? ¿Porque la temes? —Ladeó


la cabeza, aunque no creí que esperara una respuesta—. Los tritones siempre
han albergado esas sospechas contra los Inmortales del Mar. Yo sólo encendí la
chispa de sus prejuicios, empujé su voluntad hacia la mía. ¿En qué se diferencia
esto de poner una espada en la garganta de tu enemigo? ¿Por qué una victoria
debe ser considerada honorable y la otra no?

—No es lo mismo —le dije—. Les has quitado la libertad de elegir, de


juzgar por sí mismos. Para obligarles a cometer actos que preferirían morir antes
de cometerlos —Lo miré con desprecio, mientras me encogía por dentro—. Pero
ningún encantamiento es irrompible. Pagarás cuando se liberen.

—La muerte es la única liberación para los que están bajo mi control —
Una luz cruel brilló en sus ojos—. Hubo algunos que me enfurecieron con su
incompetencia, otros que eran demasiado difíciles de dominar. Justo antes de
morir, esa claridad brillaba en sus rostros. También la rabia por haber sido
219

tomados por tontos. Eso hizo que su final fuera más dulce. Como lo será el tuyo.

Su lanza brilló. Luchando contra el dolor, aproveché mis poderes, pero


entonces su puño me golpeó en la sien. El dolor me envolvió y mi energía se
dispersó. Si mis pies pudieran moverse, habría huido, pero no pude ni siquiera
ahogar un grito a través del aplastante entumecimiento que se apoderó de mí.

Mis flechas, todavía las tenía. Aunque mis piernas estaban arraigadas, mis
brazos seguían libres, al menos por ahora, hasta que el veneno se extendiera. Me
agarré a la espalda, tanteando dentro del carcaj. Cuando agarré una, el
gobernador me la arrebató y la partió en dos, haciendo chocar la punta de metal
contra mi palma, hasta que me la clavó en la carne. La agonía me dejó la mente
al descubierto. No podía gritar, apenas podía respirar. Con una mueca maliciosa,
me arrancó el arco de las manos y lo lanzó fuera de mi alcance. Recogiendo su
lanza caída, la apretó contra mi pecho, ejerciendo la presión suficiente para
atravesar mi piel con su punta venenosa. La sangre floreció sobre la seda como
un hibisco carmesí desplegando sus pétalos. Entonces jadeé y la parte superior
de mi cuerpo se convulsionó antes de congelarse. Por el rizo de sus labios, supe
que disfrutaba con mi sufrimiento.

Mi corazón retrocedió, apuñalado por el arrepentimiento. ¿Volvería a ver a


mi madre y a Ping'er? La cara de Liwei pasó por mi mente, y extrañamente,
también la de Wenzhi. Un dolor abrasador corrió por mis venas, más rápido
ahora, mi respiración se volvía áspera y agitada. Cerré los ojos para bloquear el
horror de estar completamente a su merced, sin armas, envenenada y atrapada.
No, me dije furiosamente. Todavía tenía mi entrenamiento. Todavía tenía mi
ingenio.

Todavía tenía mi magia.

Luché por la calma, apretando la mandíbula hasta que me dolió. Mi poder


voló a mi alcance, un vendaval que entró en la tienda y lo arrojó contra el suelo.

Algo cayó de su cabeza, su corona de coral rojo, las ramas se rompieron en


pedazos.

Sus ojos brillaron de sorpresa y luego de rabia. Levantó la mano, que


brillaba con su propia magia, pero yo fui implacable, incluso temeraria, y le lancé
un torrente de encantamientos, sin atreverme a darle la oportunidad de
contraatacar. Ráfagas salvajes lo azotaron, espirales de aire lo ataron, rayos de
fuego chamuscaron su piel antes de ser apagados. Si no estuviera incapacitada,
clavada en el sitio, podría haberme derrumbado por el esfuerzo. Nunca había
luchado así, confiando sólo en mi magia. La advertencia de la Maestra Daoming
220

de no agotar mi energía resonaba en mi cabeza, pero si me detenía, moriría. No


habría piedad por su parte, ni una segunda oportunidad. Apoyada contra las
paredes de la tienda, el gobernador desvió cada golpe hasta que el sudor brotó
de su frente y su respiración era tan agitada como la mía. Un orgullo feroz se
apoderó de mí, que ya no era la presa que él había acechado.

Alguien apareció en la entrada. ¡Wenzhi! Cubierto de sangre, arena y


suciedad, con el rostro tenso por el cansancio, ¿o era por la furia? Mientras el
Gobernador Renyu se ponía en pie, Wenzhi se abalanzó sobre él, golpeando la
espada contra la lanza. La boca del gobernador se agitó con furia, pronunciando
palabras que no pude entender. ¿Qué estaba diciendo? ¿Y si Wenzhi caía bajo
su control?

—¡Su colgante! —Mi grito se convirtió en un susurro roto; no tenía fuerzas


para más. El miedo me aferraba a que no fuera suficiente, a que no me escuchara.
Y mi arco estaba demasiado lejos, mi magia casi agotada. La mano me palpitaba
de dolor, siempre presente, pero eclipsada por la agonía que recorría mi cuerpo.
Miré hacia abajo y encontré el fragmento de flecha roto aún incrustado en mi
palma.

Se oyó un golpe sordo cuando Wenzhi arrojó al gobernador contra una


estantería. Volvió a levantarse de un salto, con su colgante brillando más. Un
escalofrío me hizo pensar que en cualquier momento podría desatar su poder.
No podía moverme, ni siquiera mover el dedo; el veneno me había incapacitado
por completo. Sin embargo, no podía dejar que Wenzhi cayera bajo el control
del gobernador. Con un poco de aire, reuní mi energía para formar una corriente
de viento, delgada, pero rápida y fuerte, que arrancó el asta de la flecha de mi
carne y la lanzó contra el gobernador. Golpeó su colgante, chocando contra la
piedra. La gema amarilla se resquebrajó y la luz se desvaneció.

La boca del Gobernador Renyu se abrieron en un grito lleno de rabia, pero


fue como un susurro para mis oídos. Estaba ardiendo de dolor, insensible a todo
lo demás. Wenzhi giró con una gracia mortal y su pie chocó contra el costado
del gobernador. Cuando el gobernador se tambaleó hacia atrás, la espada de
Wenzhi le atravesó las costillas, astillando las escamas nacaradas de su armadura.
La boca del gobernador se redondeó mientras una extraña expresión cruzaba su
rostro. ¿Era de asombro? ¿Incredulidad por el fracaso de su encantamiento? Sea
lo que fuera, me alegré de ello, con una viciosa satisfacción que se encendió en
mí.

El Gobernador Renyu jadeaba, y sus movimientos eran cada vez más


frenéticos al rechazar los brutales golpes de Wenzhi. Ahora estaba descuidado,
apestando a desesperación. Cuando Wenzhi levantó el brazo, el gobernador le
aventó su lanza, pero Wenzhi giró hacia el otro lado, clavando su espada
221

suavemente en la armadura del Gobernador Renyu, justo a través de sus costillas.


Se abalanzó hacia delante, clavando su espada más profundamente hasta que
quedó enterrada hasta la empuñadura, su punta resbalando por la espalda del
gobernador, plateada y cubierta de carmesí. El rostro de Wenzhi se torció en una
expresión feroz mientras arrancaba la espada. La sangre salpicó el aire mientras
el cuerpo del Gobernador Renyu se sacudía, y un húmedo resoplido salió de su
boca mientras se tambaleaba hacia atrás. Su mano tanteó la herida abierta
mientras su sangre, mucha de ella, se escurría entre sus dedos. El gobernador se
derrumbó y su cabeza se estrelló contra el suelo; sus ojos se pusieron en blanco
y sus extremidades se movieron antes de que todo se quedara quieto.

Muerto. Estaba muerto. No hubo piedad en mí por él, ni tampoco alegría.

Sólo un alivio profundo de que había terminado, de que estábamos vivos.

Wenzhi dejó caer su espada y se precipitó hacia mí. Me agarró por los
hombros y sus ojos se abrieron de par en par al ver mis heridas. Cuando sus
labios se movieron, me esforcé por escuchar.

—¿Dónde estás herida? ¿Por qué no te mueves?

A pesar del confort de su tacto, una frialdad se extendió sobre mí como si


estuviera enterrada bajo una capa de nieve. Se me nubló la vista cuando lo miré,
lo último que vi antes de que la oscuridad me reclamara.

222
Abriendo los párpados, entrecerré los ojos ante la luminosidad, la luz del sol
entraba por las ventanas y era mezclada con una brisa salada. El cuerpo me
pesaba con esa flacidez que se produce después de un largo sueño, cada
movimiento era una lucha. Temblaba, tenía frío, excepto por el calor de mi mano.
Un fuerte apretón, pero ¿de quién? Alguien se sentó a mi lado, la cara era borrosa
mientras parpadeaba para aclarar mi visión. No me importó el contacto. Era un
consuelo a través de los recuerdos que se enroscaban en el borde de mi
conciencia: sangre, dolor y terror.

Me incorporé de golpe. Mis ojos se fijaron en los de Wenzhi, más suaves de


lo que jamás había visto. Se me calentó la piel al apartar la mano. ¿Cuánto
tiempo llevaba aquí? ¿Cuánto tiempo había dormido? Balanceé las piernas sobre
el costado de la cama, tratando de no hacer una mueca de dolor.

Él frunció el ceño.

—Llevas días durmiendo. Tómatelo con calma.

—Me siento bien —A pesar de mi valentía al ponerme en pie, me sentía


mareada y me balanceaba en el lugar donde estaba. Sólo el orgullo me impidió
volver a caer en la cama mientras me agarraba al marco de madera para
estabilizarme.

Él me rodeó con un brazo, con un agarre ligero pero firme, mientras me


ayudaba a llegar a la silla más cercana.

—El Príncipe Yanming. ¿Está a salvo? ¿Qué ha pasado? —Mis preguntas se


precipitaron.
223

—Será mejor que te preocupes por ti misma la próxima vez.

Levantó la tetera y vertió un chorro de té marrón rojizo en una taza de


porcelana, empujándola hacia mí. Pu'er. Inhalé su rica y terrosa fragancia antes
de tomar un largo sorbo, el líquido se deslizó por mi garganta con una calidez
revitalizante.
—El Príncipe Yanming está bien y ha pedido verte —Hizo una pausa para
llenar mi taza—. Tras la muerte del Gobernador Renyu, los tritones se rindieron.
Su castigo está aún por determinar.

Los recuerdos pasaron por mi mente: el placer enfermizo que el gobernador


había sentido al atormentarme, su expresión dolida cuando la espada de Wenzhi
le atravesó el pecho. La sangre carmesí que se había acumulado alrededor de su
cuerpo, hundido en la terrible quietud de la muerte. Me alegré por ello, me dije,
incluso mientras se me revolvía el estómago. El gobernador me habría matado,
con toda la saña posible. Pero aun así encontré poco triunfo en ese momento. Y
aunque se había ido, las cicatrices de su engaño permanecían; las vidas que había
robado, aquellas irremediablemente destruidas.

—Los tritones pueden no tener la culpa. El gobernador tenía un extraño


poder que le ayudó a ganarse su confianza. Su voz, su colgante... —Fruncí el
ceño, intentando dar sentido a mis recuerdos fragmentados—. También lo utilizó
conmigo.

Su rostro se ensombreció.

—¿Cómo te resististe?

—Sellé mi oído —Hice una mueca—. Estúpido, quizás. Hizo que luchar
contra él fuera mucho más difícil, pero no se me ocurrió otra cosa.

Su mano se apretó sobre la mesa, hasta que sus nudillos estaban blancos
alrededor de las articulaciones.

—Afortunadamente, los poderes del gobernador eran débiles, ya que


provenían del colgante, como has adivinado. Un verdadero Talento Mental
podría haber doblegado incluso tu voluntad en segundos. Una vez esclavizada,
te habría mantenido hasta tu final o el suyo.

Pensé en el eco de la arrogancia del gobernador, despertando de nuevo mis


temores de antes. Como si percibiera mi angustia, se acercó a la mesa y me tocó
224

el brazo.

—No debería haberte dejado. No te habrías herido tanto si me hubiera


quedado.

—Si te hubieras quedado, tal vez ahora todos estaríamos inclinándonos ante
el Gobernador Renyu —añadí con gravedad—: Esto no es culpa tuya. Mi
seguridad está a mi cargo y ciertamente no tenía intención de dejar que me
matara. Habría hecho que se arrepintiera de sus intentos, con el tiempo.
—No me cabe duda de que lo habrías hecho —Se inclinó hacia delante,
inspeccionando mi cara—. Si estás lo suficientemente bien, deberíamos irnos
pronto. Ya he enviado a los demás de vuelta, sin embargo, el Príncipe Yanxi
quiere verte antes de que nos vayamos. Estaba en la sala de audiencias esta
mañana.

Me levanté sintiéndome un poco más firme mientras me alisaba la túnica


verde pálida, sólo que hasta ahora tuve el ánimo para comprobar si estaba
apropiadamente vestida. Una vestimenta tan sencilla podría levantar las cejas de
la impecable Corte del Mar del Este, pero después de haber estado a punto de
morir, tenía mayores preocupaciones en mi mente.

Nada más entrar en la sala, Wenzhi fue llamado a un lado por un general del
Mar del Este. Me mantuve en las afueras de la sala, buscando al Príncipe Yanxi;
finalmente lo encontré en plena conversación con otro inmortal. El desconocido
me daba la espalda, pero la forma en que estaba de pie y la manera en que su
túnica de brocado azul oscuro le cubría los hombros me resultaban extrañamente
familiares.

Cuando el Príncipe Yanxi se fijó en mí, inclinó la cabeza y cuando su


acompañante se giró, sus ojos oscuros se clavaron en los míos.

Era Liwei, la última persona que esperaba ver aquí. Un escalofrío recorrió mi
corazón: miedo o alegría, ya no podía distinguir las emociones que evocaba en
mí. Pero seguía siendo muy querido para mí, por mucho que deseara que no lo
fuera.

Liwei habló brevemente con el Príncipe Yanxi, antes de acercarse a mí.

Consciente de los que nos observaban, me incliné ante él con la debida


ceremonia.

—Levántate —dijo con voz tensa.

Le miré sin un ápice de emoción, agradecida por el entrenamiento de la


225

Maestra Daoming, que me permitía ponerme esta máscara a pesar de la agitación


que me invadía.

—¿Por qué estás aquí? ¿Cuándo has llegado?

—Hace tres días —levantó el Broche Gota del Cielo de su cintura. La gema
era clara, las motas de plata se arremolinaban en sus profundidades—. Cuando
se puso roja, me apresuré a venir lo más rápido que pude.
Agarré la piedra de mi cintura, la gemela de la suya. Me asaltó un impulso
irrefrenable de tirarla, de enterrarla con nuestro pasado, como la tentación de
arrancar una costra antes de que la herida haya cicatrizado. ¿Por qué lo llevaba?
¿Por qué aferrarme a este recuerdo?

Tonta sentimental, me reprendí a mí misma, obligando a aflojar mi agarre.

—Cuando llegué aquí, la batalla ya había terminado. Estabas inconsciente,


con la sangre brotando de tus heridas mientras el Capitán Wenzhi te sacaba de
la tienda. Me… me temí lo peor —Se calmó, como si luchara consigo mismo—
. Estabas gravemente herida. El Príncipe Yanxi te llevó al palacio para que los
sanadores reales pudieran extraer el veneno de tu cuerpo. Un poco más y te
habría matado.

Se inclinó hacia mí, tomando mi mano entre las suyas, rozando las palmas
con las puntas de sus dedos presionando las mías. Sorprendida, me quedé quieta.
El calor chispeó contra mi piel cuando su poder recorrió mi cuerpo. Mi mente se
despejó y una fuerza reanimadora se extendió por mí, pero me aparté. Aunque
era un sanador, experto en la Magia de Vida, la idea de que su energía se
mezclara con la mía despertaba demasiadas emociones inquietantes.

—Gracias. No hace falta que lo hagas —busqué a tientas algo más que decir.
Cualquier cosa, en el incómodo silencio que nos invadió—. ¿De qué hablabas
con el Príncipe Yanxi?

Su expresión se volvió sombría, sus párpados bajaron.

—Un asunto grave. El arquero Feimao, a quien conoces, informó


recientemente de una extraña aflicción. Desde la batalla con Xiangliu, tuvo
dificultades para manejar su magia. Creemos que un trozo de mineral oscuro
encajado en su armadura suprimió sus poderes.

—¿Cómo está ahora? —pregunté, preocupada.

—Una vez que fue removido, se recuperó.


226

—¿Qué metal es ese? ¿Cómo llegó allí?

—Nadie se ha encontrado antes con algo parecido. El arquero Feimao


sospecha que procede del Pico de las Sombras, de una grieta en la que cayó.
Nuestros exploradores encontraron rastros del mineral allí, pero nada más allá de
los restos.

—¿Alguien lo tomó? —Un pensamiento escalofriante pasó por mi mente.


Asintió escuetamente.

—Parece que ha sido extraído. Algo así podría ser catastrófico en las manos
equivocadas. He advertido al Príncipe Yanxi que esté atento y que nos avise si
descubre algo.

Guardó silencio. En el repentino silencio, mis sentidos se agudizaron. Qué


cerca estábamos, hablando con la misma facilidad de siempre. Ahí estaba
todavía, esa cuerda invisible enrollada alrededor de nuestros corazones,
deshilachada, pero intacta, a pesar de mis intentos de romperla. Tal vez era un
vínculo que nunca podría romperse, arraigado en nuestra amistad antes de
nuestro malogrado amor. No quería que esto ocurriera: que mi ánimo saltara y
cayera en picado en el mismo instante, que se reabriera ese hueco en mi pecho.
Pero mi casi muerte fue un recordatorio contundente de que la vida era preciosa,
precaria incluso para un inmortal. Y ahora mismo, me sentía más viva que en
meses. Su olor me inundó de recuerdos de nuestra época en el Patio de la
Tranquilidad Eterna ... Casi podía oír el estruendo de la cascada.

Mis dedos se curvaron mientras me alejaba de Liwei, retrocediendo una


distancia segura mientras el aire fresco corría entre nosotros. Abrió la boca para
hablar, pero luego levantó la vista cuando alguien se acercó.

—Primer Arquera.

Era el Príncipe Yanxi, junto con Wenzhi, cuyo rostro parecía tallado en piedra
cuando se inclinó ante Liwei.

Yo también me habría inclinado, pero el Príncipe Yanxi levantó la mano para


descartar las formalidades.

—Me alegro de que te hayas recuperado. Mi familia tiene una deuda de


gratitud contigo por haberte arriesgado para proteger a mi hermano. Si alguna
vez necesitas nuestra ayuda, será un honor asistirte.

Sus amables palabras me conmovieron.


227

—No hay ninguna deuda, Su Alteza. Las ambiciones del Gobernador Renyu
se extendían más allá de aquí hasta los Cuatro Mares. Si se le dejaba sin control,
habría traído un gran sufrimiento a todos.

El Príncipe Yanxi sacudió la cabeza con incredulidad.

—Es una suerte que el Capitán Wenzhi y tú hayan puesto fin a esto.

—¿Y el amuleto del gobernador? —Preguntó Liwei.


—Destruido —recordé la flecha que había desgarrado mi mano, utilizada
para hacer añicos la piedra.

Liwei suspiró.

—Es un alivio que un artefacto tan peligroso haya desaparecido, que no


pueda volver a utilizarse. Pero no puedo evitar desear que tuviéramos la
oportunidad de estudiarlo. Sabemos tan poco de esta magia que me temo que
eso nos perjudica, debemos saber a qué nos enfrentamos.

Comprendí su significado y, sin embargo, me alegré de no volver a ver ese


maldito colgante.

—¿Qué hay de aquellos que sirvieron al Gobernador Renyu? ¿Los que nos
atacaron? ¿Serán llevados ante la justicia? —preguntó Wenzhi, con un tono de
voz muy agudo. ¿Recordaba a los Celestiales que murieron en la batalla? No
podía olvidar su angustia al verlos caer.

—Se hará justicia según lo que decida el Mar del Este —dijo Liwei con
gravedad—. Aunque parece que ambos bandos fueron engañados por el
gobernador.

—Alteza, independientemente de sus excusas, los tritones se rebelaron


contra su soberano. Su propio padre cree que estos asuntos deben ser tratados
con dureza, así ninguno volverá a intentarlo —Los labios de Wenzhi se curvaron
en una sonrisa burlona. ¿Disfrutaba provocando a Liwei? Desde luego, parecía
importarle poco el favor del príncipe.

Le dije a Wenzhi—: Sentí el poder del encantamiento, casi caí bajo su


dominio. Podría haber sido yo quien estuviera bajo su hechizo.

No contestó, pero su mandíbula se apretó como si le afectaran mis palabras.

—Muchos de los tritones parecían aturdidos, sin saber por qué se habían
rebelado —nos dijo el Príncipe Yanxi—. Investigaremos más a fondo para
228

determinar su inocencia. Aquellos que sean declarados inocentes serán liberados,


al principio bajo vigilancia. Algunos serán invitados a permanecer en nuestra
corte como intermediarios entre nosotros y los tritones. Una relación más
estrecha evitará que esto vuelva a suceder.

A los tritones no les habría ido tan bien bajo la justicia del Emperador
Celestial.

—Tu padre y tú son realmente sabios y misericordiosos —dije, sin intención


de halagar.
Antes de que pudiera replicar, unos pasos resonaron en el suelo y un par de
pequeños brazos me rodearon la cintura. Girando, levanté al Príncipe Yanming
en el aire, ignorando el dolor de mi cuerpo mientras él gritaba de alegría. Cuando
lo dejé en el suelo, su expresión se tornó solemne y las comisuras de sus labios
se volvieron hacia abajo.

—No nos has seguido. Mentiste —Su tono era acusador.

Me sentí culpable. Me agaché, mirándole a la cara.

—Lo siento. No pude ir contigo, pero no debería haber dicho que lo haría.

—Me alegro de que no hayas muerto. Y... gracias —Me tendió la mano. En
la palma de su mano había un pequeño dragón, exquisitamente elaborado en
papel rojo. Lo tomé, sosteniéndolo entre el pulgar y el dedo, temiendo aplastar
el delicado papel.

—Gracias. Lo guardaré siempre.

Su labio inferior se tambaleó.

—Que los dragones te protejan en tu viaje —Se pasó el dorso de la mano


por los ojos, mientras se daba la vuelta y salía corriendo.

Observé hasta que su pequeña figura desapareció, formándose una espesura


en mi garganta.

—Vayas donde vayas, siempre tendrás un lugar aquí, ya sea en nuestra corte
o como amiga —El Príncipe Yanxi habló con seriedad y algo se alivió en mi
interior, ante la idea de tener otro hogar en este mundo.

—Príncipe Yanxi, es hora de que nos vayamos —dijo Liwei en tono glacial.

—Gracias por su hospitalidad, Su Alteza —Wenzhi habló con una formalidad


igualmente fría.
229

El cambio palpable en su actitud era a la vez desconcertante y no provocado.

Y la forma en que miraban al Príncipe Yanxi era decididamente antipática.


Sacudí la cabeza para desterrar estos pensamientos, preguntándome si lo había
imaginado.

Afortunadamente, el Príncipe Yanxi parecía ajeno al repentino escalofrío,


con una sonrisa en los labios mientras decía—: Agradecemos al Reino Celestial
que haya venido en nuestra ayuda.
Después del Mar del Este, Wenzhi y yo fuimos de campaña en campaña, a
veces sin volver al Reino Celestial durante meses. Luchamos contra monstruos
aterradores, bestias voraces y más recientemente, contra los temibles espíritus
que asolaban la frontera oriental, cerca de los bosques del Reino del Fénix. Estaba
agotada cuando por fin llegamos al Palacio de Jade, deseosa de retirarme a mi
habitación. Sin embargo, cuando me llegó la noticia de que Shuxiao había sido
ascendida, me puse a buscarla de inmediato.

Llamé a su puerta, esperando encontrarla celebrando con sus amigos. Pero


cuando abrió, su sonrisa carecía de su calidez habitual; parecía una pálida copia
de sí misma. Una solitaria lámpara iluminaba la oscuridad y había una jarra de
vino de porcelana sobre la mesa.

—¿Así es cómo lo celebras? ¿Bebiendo sola? —Sacudí la cabeza con fingida


incredulidad al entrar y me senté en un taburete—. ¿No te alegras de que haya
venido?

—Más de lo que crees —Quitó el tapón de tela roja de la jarra de vino y me


sirvió una copa.

La levanté en un brindis.

—Teniente Shuxiao, que esto sea sólo el principio —Se bebió la copa de un
solo trago. Me quedé mirándola, con la mano congelada en el aire.

Shuxiao solía ser una bebedora comedida, pero quizá ésta era una ocasión
especial. Cuando le llené la taza, la volvió a vaciar. Encogiéndome de hombros,
decidí acompañarla. Bebimos en un agradable silencio, hasta que el rubor
230

floreció en nuestras mejillas, el dulce aroma del osmanthus impregnó nuestras


respiraciones y la lámpara adquirió un brillo nebuloso. Sin embargo, los ojos de
Shuxiao permanecían en blanco, como si su mente estuviera muy lejos, y
tampoco en un lugar agradable.

—¿Qué ocurre? —pregunté finalmente, sin poder contenerme—. ¿Es tu


familia? ¿Malas noticias?

Sus dedos se apretaron alrededor de la taza.


—Quiero ir a casa.

Unas simples palabras que me pegaron hondo, que resonaban en mi mente


cada día y cada noche. Sabía que Shuxiao echaba de menos a su familia; hablaba
de ellos con tanta añoranza. Pero ella era una Celestial, y yo había pensado que
era feliz aquí, que había elegido este camino.

—¿No es éste tu hogar? ¿No quieres estar aquí? —pregunté tímidamente,


preguntándome si el vino había embotado mi mente.

—No. Mi hogar está en el sur, en el campo, a la sombra de los árboles


cangrejo, con un río que atraviesa los campos —una pequeña sonrisa se dibujó
en sus labios—. Mi padre nunca buscó un lugar en la corte ni el favor del
emperador. Aunque nuestra familia no es débil, no tenemos aliados. No habría
importado si un poderoso noble no se hubiera interesado por mi hermana menor.
Se acercó a mi padre, pidiéndole que fuera su concubina. Un insulto. Aunque no
fuera lujurioso y antiguo, con más de una docena de concubinas y tres esposas.

Esas cosas eran comunes entre la nobleza, pero la idea me repelía. ¿Cómo
podría prosperar el amor en una circunstancia tan desigual?

—Mi hermana rechazó el matrimonio. Mi padre la apoyó, como no habrían


hecho muchos. El viejo se enfureció porque despreciamos el gran honor —
gruñó—. Amenazó a mi familia con la ruina. Que mancharía nuestra reputación
ante la Corte Celestial. ¿Quién nos defenderá cuando nadie conozca nuestro
nombre?

—¿Por eso te uniste al ejército?

Ella asintió.

—Para detener las amenazas y el acoso. Para evitar que esto se repita. Pocos
se atreverían a difamarnos sin pruebas ahora que tengo el oído del General
Jianyun. Pero esta no es la vida que quería, entre las multitudes del Palacio de
Jade. Quiero estar en casa con mi familia y amigos. Tal vez enamorarme. Sin
231

embargo, cuanto más alto me elevo, más atada estoy. Más tenemos que perder
—Agarrando la jarra, vació lo que quedaba en su copa, y parte del vino cayó
sobre la mesa.

No sabía qué decir. Tal vez le estaba fallando con mi continuo silencio, pero
tampoco quería dar consejos equivocados. Siempre había creído que Shuxiao
prosperaba aquí; era querida por los comandantes y los soldados por igual.
Quizás era como había dicho Liwei: Todo el mundo tiene sus propios
problemas; algunos los ponen al descubierto mientras que otros los ocultan
mejor.

No podía decirle que siguiera su corazón. No podía decirle que fuera egoísta.
Era su decisión, aunque yo la apoyaría con gusto en lo que decidiera. Cada uno
de nosotros tenía sus propias cargas que soportar y sólo nosotros sabíamos su
verdadero costo, y si podíamos pagarlo.

—¿Tal vez encuentres a alguien aquí? —bromeé, tratando de aligerar su


estado de ánimo.

Su nariz se arrugó.

—¡Ja! Tienes al mejor, entre los hombres, al menos —rebuscó en el baúl


detrás de ella para sacar otra jarra de vino.

¿Se refería a Wenzhi? El calor me recorrió el cuello, pero me callé, fingiendo


indiferencia.

Tras una pausa, me dio un codazo en el brazo.

—Xingyin, hay algo que quería preguntarte desde hace tiempo.

Bebí un largo trago, dejando que el vino quemara la repentina opresión de


mi garganta. ¿Sospechaba algo de mi familia? ¿Mi identidad? Ella no traicionaría
mi confianza, pero no podía arriesgarme a una indiscreción fortuita.

—¿Qué es ese adorno que siempre llevas en la cintura? El que tiene una
piedra en forma de lágrima. También se lo he visto al Príncipe Liwei.

Solté un suspiro, aliviada de que el secreto de mi madre estuviera a salvo,


aunque mis entrañas se apretaron con una nueva ansiedad. Mi pasado con Liwei
era otro secreto enterrado en lo más profundo, pero no le mentiría a Shuxiao, no
por esto.
232

—Fue un regalo del Príncipe Liwei —Odié la forma en que mi voz temblaba
al pronunciar su nombre. Cuando sus labios se estiraron en una sonrisa de
complicidad, añadí apresuradamente—: No fue nada, sólo una muestra de
amistad, él está comprometido —Era una afirmación tan obvia como el color de
mi pelo.

Ella entornó los ojos, como si se esforzara por recordar algo en su estado de
confusión.
—Al Príncipe Liwei nunca le falta el broche y sus asistentes dicen que tu
canción, la que tocaste en su banquete, se oye a menudo a la deriva desde su
habitación.

¿Se quedó con la concha, todavía?

No significa nada, no cambia nada, siseó una voz en mi interior.

Mis dedos jugaron con mi copa y esta vez, fui yo quien la vació primero.

—No creí que escucharas los chismes ociosos —le dije.

—Sólo cuando se trata de mis amigos —dijo ella, con una sonrisa.

No volví a hablar, y ella tampoco. Así que bebimos en silencio acompañadas


durante el resto de la noche, con el aire entre nosotras cargado de recuerdos del
pasado.

A la mañana siguiente, la cabeza me palpitaba despiadadamente. Pensé que


un paseo me aliviaría, pero mis pies me llevaron a un patio familiar. Dudé antes
de entrar en el pabellón y sentarme en un taburete. Las carpas amarillas y
anaranjadas correteaban alrededor de las flores de loto mientras la cascada caía
en el estanque con un estruendo tranquilizador. Cerré los ojos, inhalando la
dulzura del aire. Mi antigua habitación estaba a unos pocos pasos; ¿estaba
ocupada por otra? Era la primera vez que entraba en el Patio de la Tranquilidad
Eterna desde que me fui. Era tal como lo recordaba, pero todo había cambiado.

Una chica, que pasaba por el patio, se detuvo y se inclinó hacia mí. Llevaba
en las manos una bandeja de pasteles, de los que se deshacían al morderlos para
llegar al dulce relleno de frijoles. Cuando levantó la vista, la reconocí enseguida.

—¡Minyi, soy yo! —Me reí. —¿Por qué eres tan formal?

Dos hoyuelos aparecieron en sus redondas mejillas.

—¿Quién no ha oído hablar de los logros de la Primer Arquera en el último


233

año? —dijo, viniendo a sentarse a mi lado—. ¿De verdad derribaste veinte


espíritus durante tu última batalla?

Mis labios se crisparon, recordando su afición a los chismes.

—Doce. Vuelan rápido.

—¿Y el Diablo de Hueso? ¿Qué aspecto tenía?


Me estremecí al recordar a la malévola criatura que se había liberado de la
prisión celestial.

—Pelo y pupilas tan pálidas que eran casi translúcidos. La piel polvorienta
se estiraba tan tensa como un tambor.

Me agarró de la manga.

—¿Cómo lo mataste?

Un recuerdo pasó por mi mente: La espada de Wenzhi surcando el aire,


hundiéndose en el cuello de la criatura. Sus mandíbulas, llenas de agujas de plata
como dientes, se abalanzaron sobre él con gran violencia. Cuando Wenzhi
esquivó su ataque, las garras del monstruo relampaguearon por encima de su
cuello, hacia la vena palpitante por la que fluía su sangre vital. Agarrada por el
miedo, había soltado una flecha que se clavó en su cráneo. Un líquido blanco y
espeso rezumaba de la herida, y un chillido desgarrador apuñaló el aire. Sus
garras se aferraron a la flecha una vez antes de caer, mientras se desplomaba en
el suelo. Atrás quedaban aquellos días en los que mi corazón se retorcía de
compasión, aunque sus rostros aún me perseguían.

—El Capitán Wenzhi y yo luchamos juntos —le dije.

Al mencionar su nombre, Minyi se sentó más erguida, con los ojos brillando
como siempre que olía una nueva historia.

Para adelantarme a su siguiente pregunta, me apresuré a preguntar—: ¿Qué


noticias tienes del palacio? ¿Cómo está Su Alteza? —Demasiado tarde, me mordí
la lengua. El vino de la noche anterior debe haber adormecido mis sentidos, para
haber hablado de él en voz alta.

Alguien se acercó por detrás de mí. ¿El rugido de la cascada había


amortiguado los pasos? Se aclaró la garganta y, sólo por ese sonido, pude saber
quién era antes de darme la vuelta. A mi lado, Minyi se puso en pie de un salto
y se inclinó. Sin decir nada más, recogió su bandeja y se alejó a toda prisa,
234

dejándome a solas con el intruso. Pero no era un intruso; tenía todo el derecho
a estar aquí. Era yo quien no pertenecía.

—Por favor, perdone la intrusión, Su Alteza. Me iré de inmediato —La


formalidad era un escudo al que me aferraba contra mi propia debilidad.

—¿Por qué no me preguntas cómo estoy? —Había una calidez en su tono


que no había escuchado en mucho tiempo.
Me habría ido entonces, pero él se interpuso en mi camino. Cuando lo miré,
no pude negar que seguía allí ese dolor en mi corazón, ese hilo que tiraba de él
cada vez que estaba cerca... por mucho que deseara que no fuera así. Una suave
brisa sopló en el patio, barriendo un mechón de mi pelo contra su mejilla. Lo
tomó entre sus dedos, con los ojos tan inescrutables como los estanques de la
noche.

—¿Has estado bien? —preguntó.

—Sí.

—¿Por qué estás aquí?

—Por curiosidad. Quería conocer a mi sustituta —dije con una ligereza que
cayó en saco roto.

—¿Quién podría ocupar tu lugar?

Su tono, sus palabras, me afectaron todavía. Pero me aparté para irme.

—¿Ya no somos amigos? Desde el Mar del Este, te he visto menos de unas
cuantas veces y cada vez huyes —Señaló hacia los taburetes—. ¿Por qué no te
sientas? Hablemos como antes. A no ser que tengas miedo —Había una nota de
desafío sonó en su voz.

Mi sentido común luchó contra mi orgullo. Ganó este último y me senté de


nuevo, incitada por su burla.

—No puedo quedarme mucho tiempo. Mi entrenamiento...

—Sí, la valiente Primer Arquera —intervino cortante—. ¿Quién más


protegería el Reino Celestial? Sin embargo, sigues siendo la “Primer Arquera”
después de todos tus logros. Un título honorable, pero sin rango ni poder. ¿Por
qué no buscas un mando propio en lugar de seguir a la sombra del Capitán
Wenzhi?
235

Apreté los dientes.

—Esa es mi elección. Quiero la libertad de emprender las campañas que


desee. No tengo ningún deseo de escalar más alto sólo por la ambición.

Me miró fijamente como si buscara algo.

—¿O hay algo más detrás de su relación? Hay muchos rumores sobre el
joven capitán y la talentosa arquera a la que favorece. Las dos estrellas más
brillantes del Ejército Celestial. Es una suerte que no tengas un puesto oficial en
el ejército, de lo contrario esto sería de lo más impropio.

Su acusación picó.

—¿Cómo te atreves a hablarme de lo que es “impropio” cuando eres tú quien


está prometido y aun así me provocas de esta manera? No tienes derecho a
pedirme esas cosas. No es asunto tuyo lo que hago y a quién veo. En cuanto a
mí, no podría ser más indiferente a ti ahora.

Tan imprudentes palabras pronuncié, sin importarme la tormenta que recorría


su rostro. Sin embargo, no me quedaría para ser reprendida por él. Ya estaba
harta de tales enredos y de la forma en que me retorcían en nudos. Me levanté
y me alejé, pero él me agarró de la muñeca.

—Me importa —me dijo—. A pesar de mi sentido común, mi juicio y mi


honor, no puedo evitar que me importe.

De sus ojos brotó una luz tan abrasadora como el sol. Inmovilizada por su
mirada, no pude moverme; sólo me di cuenta, demasiado tarde, cuando me atrajo
hacia él. Tendría que haberle empujado, pero no tenía fuerzas. Su confesión
despertó en mí algo que creía muerto desde hacía tiempo. Nunca había visto esta
faceta suya, llena de pasión y celos, y una parte temeraria de mí se deleitó con
ella.

Agachó la cabeza, lentamente al principio, y cuando no hui, su mano se soltó


sobre mi muñeca y se deslizó hasta rodear mi cintura. Algo humeaba en el fondo
de sus ojos, un momento antes de que sus labios se apretaran contra los míos
con un hambre como si estuviera hambriento, con una urgencia que me agitaba
la sangre. No había pensamientos en mi mente: ni ira, ni vergüenza, ni miedo a
lo que esto significaba. Nada más allá de esta ligereza embriagadora, de este
fuego resplandeciente que corría por mis venas. Mis dedos ya se enroscaban en
su cuello para acercarlo mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, ahogándome
en la sensación de su tacto y su calor, incluso cuando sus brazos me rodeaban,
encerrándome en un abrazo del que ya no quería escapar.
236

Este patio... había sido mi refugio una vez. El relajante rumor de la cascada,
la fragancia de las flores de primavera en el aire, la alegría que había conocido
aquí. Sin embargo, aunque la dolorosa familiaridad de este lugar me traía dulces
recuerdos, el que más se grabó en mi mente fue cuando me senté congelada y
sola la noche de su compromiso.
De un tirón, lo aparté de un empujón, mientras él se tambaleaba hacia atrás,
con los brazos caídos. Luché por respirar, luchando por reunir los trozos de mi
compostura.

—No, Liwei. Se acabó. Terminamos.

Se pasó una mano por el pelo, su pecho subía y bajaba con un ritmo irregular.

—No nos mintamos, Xingyin. No hemos terminado. Tu corazón aún late


junto al mío. Todavía sientes algo por mí, igual que yo por ti —Habló en voz
baja, sin rastro de orgullo. Sólo una certeza que resultaba cien veces más irritante.

—¿Qué quieres de mí? —grité, furiosa tanto con él como conmigo misma—
. Estás prometido a otra, y sin embargo pareces empeñado en humillarme para
que admita mis sentimientos. ¿Te satisface eso? ¿Apacigua tu orgullo real saber
que no te olvidan tan fácilmente? ¿O pretendes seguir los pasos de tu padre, con
una concubina en cada rincón del palacio?

—Eso nunca —retrocedió como si se sintiera insultado.

Ni yo misma creía esas duras acusaciones, pero una parte de mí, una parte
amarga y vengativa, quería golpearlo, herirlo como él lo había hecho conmigo.
Nos miramos fijamente, sin hablar ninguno de los dos. El corazón me latía tan
fuerte que rogué que no lo oyera.

Por fin, se dio la vuelta, con las manos apretadas a los lados.

—No sé lo que estoy haciendo —dijo en voz baja, como una confesión a
regañadientes—. Mi mente me dice que me detenga, que te deje ir, pero no
puedo. Te veo allá donde voy, estás conmigo en todo lo que hago; en mi mesa
mientras como, en mi habitación cuando me despierto. Tu voz en el aire, tu
sonrisa en mis ojos. No puedo olvidarte, por mucho que lo haya intentado.

Ninguno de los dos se movió, ninguno habló. Qué débil era, que no me fuera
ahora, que su confesión me conmoviera tanto. No sé cuánto tiempo habríamos
237

permanecido allí, tan quietos como los leones de piedra que custodiaban la
entrada, si las puertas del patio no se hubieran abierto de golpe. Me alejé de
Liwei, justo a tiempo, cuando un mensajero corría hacia él. Su sombrero negro
se había torcido y su túnica ondeaba al viento.

Se inclinó, jadeando un poco, mientras hablaba con Liwei.

—Su Alteza, Sus Majestades Celestiales solicitan su presencia inmediata en


el Salón de la Luz del Este. Un asunto urgente requiere su atención.
Liwei frunció el ceño.

—Iré de inmediato —Me miró como si quisiera decir algo más, pero luego
se alejó.

Volví a mi habitación, tratando de calmar mis emociones. Sin embargo, se


despertaron de nuevo al ver a Wenzhi, sentado junto a la mesa.

—¿No estabas con el General Jianyun esta mañana? —pregunté, tomando el


taburete junto a él.

—Nuestra reunión terminó temprano —Sonaba tenso. Vacilante, lo que no


era habitual en él—. Xingyin, hay algo que debo decirte.

Junté las manos en el regazo, un escalofrío me recorrió anticipando malas


noticias.

Se inclinó hacia mí, con la voz áspera por la repentina emoción.

—He renunciado al Ejército Celestial, esta semana será la última. Tengo


importantes asuntos familiares que atender, lejos de aquí, y no espero volver —
Habló con una medida deliberada, como si quisiera estar seguro de que yo
comprendía su significado.

—¿Te vas? ¿Al Mar del Oeste? —logré preguntar.

Asintió tajantemente con la cabeza.

—Mi última misión será inspeccionar las tropas en la frontera del Desierto
Dorado. Últimamente están intranquilos.

Tenía el pecho tan apretado que me costaba respirar. Desde el Mar del Este,
algo había cambiado entre nosotros. Mi corazón latía más rápido al verlo y su
sonrisa me calentaba como el vino. A veces, me parecía percibir un fuego en sus
ojos cuando me miraba.
238

Éramos circunspectos en nuestras interacciones, nunca un toque o una


palabra más allá de los límites de la propiedad. Sin embargo, nos habíamos
convertido en algo más que amigos, en la cúspide de algo totalmente nuevo y
emocionante. ¿O todo esto eran mis propias ilusiones? Dejé caer mi mirada al
suelo, sintiéndome extrañamente consternada. Decepcionada. ¿Incluso herida?
Aunque no tenía derecho a estarlo, la culpa me apuñalaba al recordar los labios
de Liwei sobre los míos.

Wenzhi me miraba fijamente, como si esperara mi respuesta a una pregunta


que no había oído, y su voz se infiltró por fin en la bruma de mi miseria.
—¿Vendrás conmigo?

—¿A... la frontera del Desierto Dorado? —tartamudeé.

—Eso también, si lo deseas —dijo con gravedad—. Quise decir si vendrías


conmigo cuando me vaya.

Mi lengua se deslizó sobre mis labios secos.

—¿Qué quieres decir? —No me atreví a confundir su intención.

Una sonrisa iluminó su rostro, iluminó la propia habitación.

—¿No sabes lo que siento por ti? —Su voz tembló, la primera grieta en su
férrea compostura—. Antes no podía hablar, pero ahora soy libre de hacerlo.
Quiero que vengas conmigo, a mi casa, a mi familia. Para que compartamos
nuestras vidas juntos —Bajó su cabeza hacia la mía, nuestras cejas casi se
tocaban, su aliento era cálido en mi piel—. Tus sueños serán también los míos.

La alegría me recorrió como las ondas de un estanque después de una lluvia.


Había creído que había terminado con el amor... su impresionante belleza, su
tumultuosa agonía. Había sido feliz antes y creía que volvería a serlo una vez
que volviera a casa, a mi verdadero hogar, no a éste construido sobre una red de
mentiras.

Ahora, un futuro con Wenzhi me atraía, con cielos despejados y ninguna


nube oscura en el horizonte. Uno sin corazones rotos ni enredos del pasado. Uno
en el que no se hubiera derramado sangre entre nuestros parientes, en el que
nuestros lazos no estuvieran manchados por el odio o los rencores del pasado,
en el que pudiera estar completa y libre de culpa, remordimientos y dolor.

Sólo ahora me atreví a admitir ante mí misma, mi temor de haber fracasado.


Que, en mi arrogancia, había calculado mal el valor de mi talento, el valor de
mis actos. Porque, a pesar de mi servicio al Ejército Celestial, mi esperanza de
ganar la libertad de mi madre se estaba desvaneciendo, como una pintura de
239

seda dejada demasiado tiempo al sol. Un indulto del emperador era la forma más
segura de asegurar su liberación. Sin embargo, aunque mis logros habían
merecido elogios y regalos, que yo había rechazado, ni siquiera se había oído
hablar del Talismán Carmesí del León.

Debería haber prestado atención a la advertencia del General Jianyun, pero


en mi orgullo creía que lo obtendría. El emperador no era conocido por su
generosidad a la hora de regalar tales favores. Tampoco había perdonado nunca
a nadie condenado a prisión eterna. Así que, tal vez era el momento de buscar
un nuevo camino para ayudar a mi madre. Tal vez encontraría el camino en la
tierra natal de Wenzhi, en el Mar del Oeste.

La mano de Wenzhi en mi brazo me sobresaltó ahora. Seguía esperando mi


respuesta, quizá extrañado por mi prolongado silencio. Mientras miraba su rostro
fuerte y apuesto, algo se movió en mi pecho. Me preocupaba por él, sabía que
lo hacía. Mi consternación por su marcha era una prueba de ello. ¿Y no se dijo
que el amor crecería entre mentes bien compenetradas, con el paso de los meses
y los años? Teníamos la eternidad por delante.

—¿Es esto lo que quieres también? —Su tono ya no era incierto, sino que
rebosaba de una nueva confianza, como si ya hubiera intuido mi respuesta.

Sí.

La palabra se formó en mis labios y, sin embargo, no pude decirla. Algo tiró
del borde de mi corazón, una pequeña voz interior me suplicó que lo
reconsiderara. Le habría pedido más tiempo, pero el crujido de la grava nos
sorprendió. Alguien corría hacia mi habitación con excesiva prisa, mientras
Wenzhi separaba las puertas.

Un joven ayudante se detuvo en la entrada.

—Capitán Wenzhi —jadeó—. Le he buscado por todas partes. Sus


Majestades Celestiales han solicitado su presencia inmediata en el Salón de la
Luz del Este.

Qué extraño, pensé para mis adentros. Era el segundo mensajero que veía
hoy transmitiendo noticias urgentes.

Los ojos de Wenzhi brillaron con fastidio.

—Iré enseguida.

El mensajero se encogió, pero no se fue. Su valor era encomiable, sobre todo


240

ante el evidente disgusto de Wenzhi.

—Todos los demás comandantes ya se han reunido. Me… me han ordenado


que le acompañe allí en cuanto le encuentre.

Wenzhi suspiró mientras me hacía a un lado.

—Hablemos mañana —Podría haber dicho más, pero el mensajero arrastró


los pies y nos lanzó una mirada nerviosa con un movimiento de cabeza
impaciente, Wenzhi se alejó.
Sola en mi habitación, me senté junto a la mesa hasta que el fuego dorado
del sol se redujo a una brasa incandescente. Si no fuera por mi lapso de debilidad
de esta mañana, habría creído que mi corazón estaba entero, liberado de los
lazos que lo habían atado. Un futuro glorioso se vislumbraba en el horizonte. Sin
embargo, aún me aferraba a una pizca de mi pasado, como un melocotonero en
flor que anhela su floración caída.

241
Shuxiao se deslizó en la silla frente a mí, dejando su bandeja de comida sobre
la mesa de madera. Sus ojos se deslizaron por el gran comedor, que ya estaba
abarrotado de soldados encorvados sobre su comida matutina.

—La Princesa Fengmei ha sido secuestrada —dijo en voz baja.

Mi cuchara cayó en mi cuenco, salpicando el congee sobre la mesa.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por quién? —Las preguntas se me escapaban de la


lengua. Esta debe ser la razón por la que Liwei y Wenzhi habían sido llamados
ayer.

—Todo lo que he oído es que el Príncipe Liwei dirigirá el rescate.

Debajo de la mesa, mi mano se agarró a mi rodilla. Si no fuera por lo de


ayer, esta noticia no me habría afectado tanto. Sin embargo, me había besado
como si yo fuera la única en su corazón. Había dicho palabras tan tiernas... ¿y
ahora se arriesgaba para salvar a su prometida? ¿Un compromiso que, según él,
no había querido? Una sensación fría y punzante se deslizó alrededor de mi
pecho. Inspiré y espiré, tratando de deshacer su agarre. Me estaba comportando
como una niña egoísta. Como su prometido y aliado, ¿quién sino él debía ir?

—Le deseo mucho éxito. Espero que la traiga de vuelta sana y salva —Si mis
palabras salieron un poco vacías, al menos me alegré de que las sintiera.

—Llevarse a la princesa no es fácil. Me pregunto quién... —La voz de


Shuxiao se cortó bruscamente.

El General Jianyun estaba ante nosotros con los brazos cruzados. Nos
242

levantamos de un salto para saludarlo.

—Teniente Shuxiao, no necesito saber de dónde te has enterado, pero quiero


que se ponga fin a esta discusión, o a cualquier otra relacionada con este asunto.
¿Está claro? —ordenó.

Me lanzó una mirada de pánico antes de responder con una mansedumbre


poco habitual—: Sí, General Jianyun.

Entonces me miró a mí.


—Primer Arquera Xingyin, sígueme. Debo hablar contigo.

Lo miré sorprendido hasta que Shuxiao me dio una patada en la espinilla, el


dolor rompió mi aturdimiento y me apresuré a seguirlo.

—La noticia es cierta —dijo sin preámbulos, mientras se sentaba detrás de


su escritorio de palisandro—. La Reina Fengjin está angustiada. El secuestrador
ha enviado condiciones, exigiendo que rompa la alianza con nosotros.
Advirtiendo que su hija no tendría su piedad si intentaban rescatarla. Por lo que
nos corresponde a nosotros salvarla.

—¿Fue el Reino de los Demonios? —pregunté.

—Sospechamos que sí, aunque no tenemos pruebas. En cualquier caso,


nuestra prioridad es recuperar a la Princesa Fengmei sana y salva. Su Alteza
dirigirá un pequeño equipo para rescatarla, no más de una docena de soldados
para evitar ser detectados. Dada la amenaza, la discreción es crucial para no
poner en peligro la seguridad de la princesa —Golpeó la mesa con un ritmo
constante—. El Príncipe Liwei ha solicitado que te unas al rescate.

No podría haberme quedado más sorprendida si un rayo me hubiera caído


de un cielo sin nubes. Sin saber qué decir, luché contra las emociones que se
agolpaban en mi interior, enredadas y retorcidas, ardientes y frías a la vez. Pero
una cosa estaba clara: no quería hacer esto.

Su expresión se ensombreció, tal vez leyendo la negativa en mi rostro.

—Aunque no puedo ordenarte que lo hagas, te pido encarecidamente que lo


hagas. Por el reino. Por nuestra alianza. Nada importa más.

Su argumento no me convenció; yo no era tan noble ni valiente. No era el


peligro físico lo que me repelía, sino el daño a mi corazón y a mi orgullo. Esto
no merecía las recompensas que el Reino Celestial podía ofrecer, las cuales ya
había rechazado.
243

—Hay muchos otros más adecuados, más hábiles que yo —dije.

—¿Con el arco? —Fue Liwei quien habló, desde donde se encontraba en la


puerta. No lo había oído llegar.

Cuando el General Jianyun se levantó para saludarle, le seguí, sofocando el


salto en mi pecho. No me entretendría en lo que había ocurrido entre nosotros;
no fue más que un lapsus momentáneo. Tal vez el haber estado en el Patio de la
Tranquilidad Eterna había nublado nuestras mentes con recuerdos. Y ahora,
estábamos sumergidos en una nueva realidad, una en la que Liwei y yo nos
distanciaríamos aún más hasta que no pudiéramos volver a encontrar el camino
el uno al otro.

—Con Su Alteza, él mismo, liderando el rescate, seguramente tienen todas


las habilidades que necesitan —Esto era lo que un cortesano podría decir, con la
esperanza de halagar al príncipe... si no fuera por el filo de mi tono.

Liwei cruzó la habitación para ponerse delante de mí.

—No todas. Me superaste en tiro con arco hace mucho tiempo, como ambos
sabemos.

Como no respondí, tomó una de las sillas frente al General Jianyun y me


indicó que hiciera lo mismo. Me senté rígidamente a su lado, deseando estar en
cualquier otro lugar que no fuera éste.

—Continúe, General Jianyun —dijo Liwei.

—Creemos que la Princesa Fengmei está retenida en el Bosque de la Eterna


Primavera, cerca de las montañas al sur del Reino del Fénix. Ese fue el último
rastro que tuvimos de ella.

El nombre me llamó la atención.

—¿Era ese el hogar de Lady Hualing, la anterior Inmortal de las Flores?


¿Antes de que desapareciera?

Asintió con gesto adusto.

—Desde entonces, el bosque ha sido velado por una extraña magia. Nadie
se ha aventurado allí durante siglos. No sabemos qué otros peligros acechan allí,
además de las fuerzas hostiles que retienen a la princesa. El sigilo y el subterfugio
serán cruciales, al igual que tus habilidades.

El General Jianyun esperaba que aceptara con gracia. No lo haría. Algunos


podrían pensar que no era amable, pero no podía dejar de lado mis sentimientos
244

tan fácilmente. Mis propios deseos también importaban. El sentimiento de culpa


me punzaba al pensar en el peligro que corría la Princesa Fengmei, pero no era
tan arrogante como para imaginar que era la única que podía realizar esta tarea.

Me puse en pie, levantando las manos ahuecadas e inclinándome desde la


cintura.

—General Jianyun, usted prometió que tendría la libertad de elegir mis


tareas. Rechazo ésta.
Frunció el ceño y abrió la boca para reprenderme, pero Liwei intervino—:
¿Puedo hablar con Xingyin, a solas?

El general me dirigió una mirada prohibitiva, antes de inclinarse ante Liwei


y salir de la habitación.

—¿Quieres sentarte? —preguntó Liwei, tras un momento de silencio.

—Prefiero estar de pie —Estaba deseando irme a la primera oportunidad,


decidida a evitar cualquier otra intimidad con él.

Suspiró mientras se levantaba para acompañarme. Una parte de mí se


encogió por lo absurdo de nuestra situación. Ayer mismo me había atraído a sus
brazos con tanta pasión, y ahora me pedía que rescatara a su prometida. La ira
se encendió en mí, caliente y feroz.

—¿Te importan tan poco mis sentimientos? —No pude evitar preguntar,
odiándome también por ello.

—Debo hacerlo —dijo—. Si fracasamos, si la Princesa Fengmei sufre algún


daño, no sólo sería una gran tragedia, sino que inclinaría al Reino del Fénix hacia
el Reino de los Demonios, fortaleciéndolos a ellos y debilitándonos a nosotros,
inmensamente. Con esta ventaja, el Reino de los Demonios estaría tentado a
romper la paz, para ir a la guerra con nosotros de nuevo.

—Lo entiendo. Pero, ¿por qué tengo que ir contigo? Hay innumerables
guerreros competentes entre los que podrías elegir, que estarían honrados de
acompañarte.

—Porque no hay nadie en quien confíe más que en ti —Sus ojos sostuvieron
los míos—. Demasiadas cosas han estado sucediendo últimamente. Espíritus de
zorros que atraviesan nuestras guardas. La aflicción del arquero Feimao. Y ahora,
esto. La princesa fue raptada en su camino al Reino Celestial. Sólo aquellos en
los círculos internos de nuestras cortes sabían de este viaje. Lo que significa que
hay un traidor en el Reino del Fénix o aquí —concluyó con gravedad—. Fui
245

honesto con lo que dije sobre tu habilidad. Esto será peligroso, y necesitaremos
todas las ventajas que podamos reunir.

Cuando no respondí, añadió en voz baja—: Te estoy poniendo en una


situación imposible. Debes odiarme.

Mi cabeza palpitaba bajo el peso de mi indecisión. Que me encargaran salvar


a la prometida de Liwei me inquietaba y me dolía. Quería que la rescataran, pero
tampoco quería ser parte de ello. Y una pequeña voz en mi interior me susurraba
que si el Reino Celestial caía, tal vez mi madre sería libre...
Me estremecí ante ese vil pensamiento. Tenía amigos aquí que me
importaban, que sufrirían si llegaba la guerra. ¿Y si el Reino de los Demonios
ascendía a la supremacía? Aunque ya no creía que fueran los monstruos que
había temido, tampoco confiaba en su rey, que parecía tan despiadado como el
Emperador Celestial, sobre todo si había secuestrado a la Princesa Fengmei para
forzar la reacción de la reina. ¿Me atrevo a poner nuestro destino en esas manos?
Si algo había aprendido en estos años era que nadie ganaba en una guerra, ni
siquiera los que creían que lo hacían.

El rostro de la Princesa Fengmei pasó por mi mente, no el de la reina que


llevaba el manto dorado de plumas que había visto desde lejos, sino el de la
chica que había reunido conmigo en el patio de Liwei. ¿No podía tratar esto
como cualquier otra tarea que hubiera aceptado antes? Si no fuera por nuestro
pasado, habría aprovechado esta oportunidad para ayudar al Príncipe Heredero
Celestial y a la Princesa Fénix. Era una oportunidad única, que sin duda atraería
la atención del emperador, lo que posiblemente me pondría al alcance del
Talismán Carmesí del León y evitaría una guerra desastrosa. Y más allá de eso,
¿podría realmente negarme a ayudar a Liwei? Pasara lo que pasara, seguía siendo
mi amigo.

Un centenar de consideraciones se retorcían y enrollaban a través de mí,


ahora todas tirando de mí en la misma dirección. Iría con Liwei. No por deber ni
por obligación, sino para protegerlo a él, a mi amigo, y a los que me importaban
en el Reino Celestial. Para ayudar a salvar a la chica inocente con la que había
hablado. Y si esto no ganaba el favor de Su Majestad Celestial y el talismán que
ansiaba, nada lo haría. Este sería mi último paso en este camino antes de empezar
de nuevo, y me iría con la conciencia tranquila.

Me encontré con su mirada.

—Iré contigo.

—Gracias.

Cuando dio un paso hacia mí, me alejé.


246

—Iré contigo —repetí—. Sin embargo, te pido que te comportes dentro de


los límites de la propiedad a partir de ahora... como si nuestro pasado no existiera
—Estas frías palabras también me escocieron, pero no podía permitir que otro
momento de debilidad enturbiara mi resolución.

—¿Y si eres inapropiada conmigo? —Una sombra de sonrisa se formó en


sus labios.
Con qué facilidad volvió a ser mi amigo burlón del pasado. Pero no podía
permitir ni siquiera eso.

—No podemos seguir así —dije en voz baja, tratando de reprimir el deseo
persistente que se deslizaba en mí ante su cercanía, la culpa y la vergüenza que
me quemaban el estómago—. Los ayudaré a ti y a la Princesa Fengmei. Pero tú
tienes tu honor y yo el mío. Y no hay nada de honor en lo que hicimos. Ahora
estás comprometido, tu corazón es suyo —El recuerdo de nuestro beso revoloteó
a través de mí, sin proponérselo. Él último, me dije con fiereza, una puerta
cerrada, un último adiós.

Su rostro era ceniza y sombra, sus ojos despojados de luz. Fue entonces
cuando supe que lo había hecho... había cortado el último hilo deshilachado de
nuestro vínculo. Guardó silencio mientras inclinaba la cabeza hacia mí, antes de
alejarse. No levanté la vista, no quería verle marchar. Mis palabras habían dado
en el clavo: un golpe fatal, una muerte rápida. Pero fue un triunfo vacío, que me
dejó una amargura en la boca y un dolor de garras en el pecho.

Esa noche no pude dormir. Acosada por la inquietud, trepé por los pilares
del exterior de mi habitación. Una suave brisa agitaba el aire mientras me sentaba
en las frías tejas de jade, mirando al cielo. La luna brillaba a través de la
oscuridad, con una luz suave y delicada.

Algo crujió: Wenzhi, que se asomó a la cornisa. Se quitó la túnica y se sentó


a mi lado.

—Te he esperado hoy.

—Lo siento. El día de hoy ha sido... agitado —Odié la forma en que mis
palabras tropezaban, como si tuviera algo que ocultar. Oh, lo tienes, susurró mi
mente.

—No puedo ir contigo a la frontera —le dije.

Su mandíbula se tensó, pero no mostró sorpresa. ¿Ya había sido informado


247

por el General Jianyun?

—No vayas con el Príncipe Liwei —Habló con repentina urgencia—. Es


demasiado peligroso. Los inmortales evitan el Bosque de la Eterna Primavera por
una buena razón. Desde la desaparición de Lady Hualing, abundan los rumores
sobre el lugar: encantamientos oscuros y criaturas hostiles, miseria y muerte.

Me encogí de hombros con una indiferencia que no sentía.

—Me he enfrentado a monstruos, nada menos que a tu lado.


Su suspiro empañó el aire frío.

—¿No tienes ninguna consideración por tu propia seguridad?

Fruncí el ceño, un poco sorprendida por su insistencia.

—¿Cómo es esto más peligroso que Xiangliu? ¿El Gobernador Renyu? ¿O el


Diablo de Hueso? —dije, tratando de aliviar su preocupación.

—Porque yo no estaré allí. ¿Y si te pasara algo? —Hizo una pausa—: ¿No


te importa cómo me siento?

Su preocupación me conmovió, aunque no me dejé convencer.

—Sí me importa. Pero puedo cuidar de mí misma. En cualquier caso, está


decidido. Nos vamos mañana.

—¿Por qué hacer esto? —preguntó—. No importa lo que el General Jianyun


ordene cuando pronto dejaremos este lugar. ¿Por qué ponerse en peligro
innecesariamente? Seguro que no es por lealtad al Reino Celestial.

Endurecí mi espalda, necesitado de sus palabras. Podía protegerme.

En el pasado, había acudido en su ayuda tan a menudo como él en la mía.


Y su burla de que no tenía lealtad al Reino Celestial... No necesitaba que me lo
recordaran. Serví aquí porque creí que esto me llevaría a la libertad de mi madre.
El entrenamiento que recibí, la reputación que construí, las vidas que tomé...
todo eso era un medio para un fin, como lo había sido todo mi tiempo aquí.

Sin embargo, oí también la preocupación que le arrancaba la voz. Intenté


explicarme.

—No hago esto porque me lo hayan ordenado. El Príncipe Liwei me pidió


que lo ayudara. No podía negarme.

El rostro de Wenzhi se ensombreció.


248

—¿Sigues enamorada de él? ¿Por eso arriesgas tu vida para salvar a alguien
a quien no le importas? ¿Has olvidado que te dejó por otra? —Sus duras palabras
me azotaron como un látigo.

Le miré fijamente, con la rabia quemándome las venas. No sabía nada de


Liwei y de mí. Más que nuestro amor condenado, Liwei era mi amigo, mi único
amigo cuando no tenía ninguno, y esas raíces eran mucho más profundas que
mi decepción y mi dolor. Su amabilidad hacia mí era una deuda que tenía con
él, una que pagaría.
—¿Cómo puedes decirme eso? —Me quejé—. No soy una marioneta
enferma de amor, mendigando un bocado de afecto. Tengo mis propios sueños,
mis propios principios, mi propio honor que defender —Sin ánimo de dar más
explicaciones, me puse en pie para marcharme.

—Espera, Xingyin...

Su tono se quebró con una nota de desesperación. Me detuve, pero no me


giré.

Habló en voz tan baja que me esforcé por escuchar.

—Lo siento. No debería haber dicho eso. Estaba decepcionado y... celoso —
Exhaló profundamente—. Pensé que habíamos llegado a un acuerdo ayer. ¿Me
equivoqué? ¿No entendiste lo que quería decir entonces? ¿Mis esperanzas para
nuestro futuro?

Mi corazón se ablandó, a pesar de la rabia que seguía latente en mí. Todo lo


que Wenzhi había visto era mi desesperación por el compromiso de Liwei, y no
era de extrañar que ahora estuviera resentido. Una confesión difícil para él,
aunque no le daba derecho a hablarme así.

Me giré, sosteniendo su mirada.

—Wenzhi, debes confiar en mi juicio como yo lo hago en el tuyo. No intentes


insultarme o culparme para que haga lo que crees que debo hacer. ¿Cómo vamos
a tener un futuro juntos si no me ves como tu igual?

—Eres mi igual. Más que mi igual —Wenzhi se puso en pie, agarrando mi


mano con fuerza—. Sólo no quiero que te hagan daño.

El viento se hizo más fuerte y me pasó el pelo por la mejilla. Mientras


temblaba, Wenzhi se quitó el abrigo y me lo puso sobre los hombros mientras
me acercaba con su brazo.
249

—Prométeme que te mantendrás a salvo. Que no harás nada... demasiado


imprudente —me susurró al oído.

Unas ganas de reír me recorrieron, dispersando mi ira. Me conocía bien para


decir algo así. Y yo le conocía lo suficiente como para sentir cómo se contuvo
de decir más.

El aroma fresco de las agujas de pino flotaba en el aire, encendiendo una luz
en mi corazón que desterraba las sombras persistentes. Mis sentimientos por
Wenzhi eran fuertes, aunque diferentes a los que tenía antes con Liwei. Tal vez
la pasión ardiente y desbordante que había conocido con Liwei era la cabeza de
un primer amor, impregnada de la tonta inocencia de que nada podría
separarnos. Para los que vinieron después, uno caminaba un poco más despacio,
un poco más cauteloso, después de que los corazones estuvieran magullados y
las promesas rotas. Y tal vez, la creciente calidez de mis sentimientos por Wenzhi
era a lo que todo amor evolucionaba.

Apoyé la cabeza en su hombro, y lo último de mi tensión desapareció.

—Te lo prometo. Y cuando vuelva, nos iremos juntos de este lugar.

Permanecimos en silencio, su brazo se estrechó alrededor de mí como única


señal de que había escuchado mi respuesta. Por primera vez en el día, me sentí
en paz. Un impulso me llevó a contarle mis secretos, pero no esta noche, no
aquí. En el Reino Celestial siempre estaba en guardia. Un día, cuando
estuviéramos lejos de este lugar, le hablaría de mi madre.

Qué oscura era la noche que se extendía ante nosotros y, sin embargo,
iluminada por la luz de la luna y las estrellas, parecía tan brillante como el día.

250
El Bosque de la Eterna Primavera había sido el lugar más hermoso del Reino
Inmortal. Se decía que el propio Emperador Celestial había plantado este bosque
en su juventud, con ramas cortadas del primer árbol del mundo, regadas con el
rocío de un loto encantado. Bajo las elegantes copas de los altísimos árboles
había estanques cristalinos y ríos plateados, brillantes de peces. Los que se
adentraban en el corazón del bosque hablaban, embelesados, de árboles en
eterna floración, con sus ramas cargadas de flores de todos los colores. Los frutos
maduros, más dulces que el néctar, crecían tan abundantemente como las flores
silvestres en medio de la suave hierba. La idílica perfección del bosque había
atraído a pájaros, bestias e inmortales. Incluso la poderosa Lady Hualing, la
primera Inmortal de las Flores, había quedado encantada con este lugar,
abandonando el Reino Celestial para establecer su hogar aquí, con peonías,
camelias y azaleas floreciendo a su paso.

Pero este paraíso no duró. Después de que la Lady Hualing fuera despojada
de su cargo, ya no levantó la mano para plantar las flores, ni revivió los brotes
marchitos. Y cuando desapareció, las frondosas copas de los árboles se
oscurecieron, los brillantes estanques se convirtieron en charcos de lodo que se
hundían y los árboles se marchitaron para no volver a florecer.

Me bajé de mi nube, sorprendida por el profundo silencio de este lugar. Ni


el piar de un solo pájaro, ni siquiera el batir de las alas de una libélula. Una niebla
blanca envolvía el bosque, recubierta de un frío inoportuno. Los árboles se
mantenían altos y rectos, con sus hojas arrugadas aferradas a las ramas en una
muerte eterna. Alrededor había charcos turbios de los que nos alejamos para
evitar ser absorbidos por sus profundidades sin fondo.

El aire estancado apestaba a putrefacción, una triste burla a la promesa del


251

nombre del bosque. A medida que nos adentrábamos en las sombras y la niebla,
se me erizaba la piel mientras mis dedos se apretaban alrededor del Arco de
Fuego del Fénix. Si hubiera podido habría traído el Arco del Dragón de Jade, ya
que el fuego del cielo era más poderoso que la llama. Pero no estaba segura de
poder manejarlo, ya que nunca había lanzado su flecha. Y también temía usar el
arco delante de los soldados celestiales, que podrían reclamarlo en nombre del
emperador.
Dos soldados se adelantaron para explorar el camino, mientras los otros ocho
se quedaron.

—Es inútil convocar una nube aquí —explicó Liwei—. La niebla es


demasiado densa y algún encantamiento la mantiene en su sitio.

—¿No podemos disiparla?

—No es un hechizo sencillo. Además, la niebla oculta nuestro rastro por


ahora y no queremos alertar a nadie de nuestra presencia.

—¿Cómo encontraremos a la Princesa Fengmei? ¿Incluso con los


exploradores? —pregunté.

—Puedo sentir su aura, aunque necesito acercarme lo suficiente —dijo.

Su revelación me picó. ¿Era más íntimo con la princesa de lo que había


imaginado? Me recordé a mí misma que debía evitar hablar con él, para evitar
que mi mente se adentrara en tales profundidades.

Sin embargo, él no tuvo esos reparos.

—El Capitán Wenzhi dejará pronto el Reino Celestial. ¿Qué harás entonces?
—Aunque sus modales eran amenos, incluso agradables, mi respuesta se atascó
en mi garganta. Continuó con esa voz baja y seria—. Mis sentimientos por ti no
han cambiado, pero no hablaré más de ellos. Lo que dijiste ayer... lo que me
pediste. Tenías razón.

Asentí con la cabeza, pensando que, si eso era cierto, ¿qué era esa pesadez
sofocante que me invadía ahora? Apreté las manos, furiosa conmigo misma.
¿Cómo podía seguir sintiéndome atraída por Liwei, a pesar de mis sentimientos
por Wenzhi? ¿Era yo tan voluble e inconstante? Mi futuro con Wenzhi estaba
lleno de esperanza, no sumido en los remordimientos del pasado, y no iba a
descartar esta oportunidad de ser feliz.

Unos pasos se acercaron a nosotros, cautelosos y suaves. Levanté la vista y


252

vi que se acercaba uno de los exploradores.

—Su Alteza, hay soldados a unos quinientos pasos por delante. Armados y
custodiando una pagoda.

—Procedan con precaución. No deben saber que estamos aquí —advirtió


Liwei.

Desenfundamos nuestras armas y avanzamos con sigilo. En el claro que


teníamos delante, la pagoda se alzaba con ocho pisos, casi tan altos como los
árboles circundantes. Las torres escalonadas eran de madera desmoronada, sus
ventanas enrejadas y sus aleros ornamentales, descoloridos de lo que una vez
pudo ser un rojo brillante. Se integraba perfectamente en el paisaje, una mezcla
de marrones y grises. Qué desolado parecía, a pesar de la docena de soldados
que lo rodeaban, vestidos con armaduras de bronce bruñido.

—¿Reconoces la armadura? —pregunté.

—No. Pero eso se puede disimular fácilmente —Liwei cerró los ojos un
momento, arrugando el ceño—. La Princesa Fengmei está dentro; puedo sentirla.
Debemos sacar a los guardias en silencio, para no dar la alarma —Se dirigió a
todos en voz baja—. Empiecen por los más cercanos a nosotros, abriéndonos
paso hasta la pagoda. Debemos ser rápidos para evitar que griten, o la princesa
estará en peligro.

A la señal de Liwei, solté una flecha en llamas, que se hundió en el pecho


del guardia más cercano. Mientras un gorgoteo ahogado salía de su garganta,
disparé al que estaba a su lado, cuyos ojos se desorbitaron mientras se
desplomaba en el suelo. Liwei y sus guerreros se movieron rápidamente para
rodear a los soldados restantes, abatiéndolos con un siniestro coro de jadeos
estrangulados y gritos susurrados.

La escaramuza había terminado. El sudor me invadió la frente a pesar del


frío que cubría mi piel. Había sido fácil, demasiado fácil. La mirada de Liwei se
dirigió a la mía, haciéndose eco de mi sospecha no expresada.

—La pagoda —dijo—. Puede que haya más guardias allí...

Un rugido surgió del bosque, ahogando el resto de sus palabras. Una


corriente de enemigos se dirigió hacia nosotros, la luz del sol golpeaba sus
armaduras de bronce mientras inundaban el claro. Con un golpe de su espada,
Liwei abatió a dos de ellos. Disparé a otro que corría hacia él, justo cuando un
soldado enemigo caía inconsciente a mis pies. En el tumulto, no le había oído.
Podría haberme atrapado desprevenida si no hubiera tenido esa extraña flecha
de plumas negras que sobresalía de su pecho.
253

Me giré para buscar al arquero, pero Liwei gritó—: ¡Tomen a la princesa!

Levantó su espada, resplandeciente de llamas mientras la blandía en un


amplio arco, lanzando hacia atrás a los asaltantes que lo rodeaban. Sus armas
brillaban en plata y oro, y algunos llevaban cadenas de metal oscuro en las
manos. Su visión me enfureció, ya que estaban tan seguros de tomarle prisionero.
El resto de sus guerreros se enzarzaron en una furiosa batalla a su alrededor,
superados en número pero resistiendo. Todavía teníamos una oportunidad... al
menos por ahora. Si encontraba a la princesa a tiempo.

Quería quedarme y luchar, pero corrí hacia la pagoda, dejando la batalla en


el exterior a Liwei y los otros Celestiales. El miedo me hizo sentir un corte en el
corazón, aunque me recordaba fervientemente la habilidad de Liwei con la
espada y su poderosa magia. Podría mantenerlos a raya hasta que yo volviera.
Cuanto antes encontrara a la Princesa Fengmei, antes podríamos huir todos de
este maldito lugar.

Subí corriendo las escaleras de madera, esperando encontrarme con guardias


en cada esquina. Sin embargo, el lugar estaba extrañamente desierto y llegué al
piso más alto sin encontrar a ningún enemigo. Abrí de un tirón la gruesa puerta
de madera de la parte superior, pero se mantuvo firme. Impaciente, invoqué una
ráfaga de aire que hizo saltar la cerradura.

La Princesa Fengmei se puso en pie de un salto, entre los trozos de madera


y las astillas esparcidas por el suelo. Su rostro, con forma de corazón, estaba
pálido y sus ojos marrones estaban muy abiertos mientras me miraba fijamente,
como si no supiera si gritar de terror o llorar de alivio. Su cabeza se inclinó hacia
un lado mientras me escudriñaba, tal vez tratando de recordar dónde nos
habíamos encontrado antes.

—Soy del Ejército Celestial. Hemos venido a rescatarte. Rápido, el Príncipe


Liwei está siendo atacado —Mi voz tenía un tono de urgencia.

Ella se iluminó al mencionar el nombre de Liwei, mientras levantaba sus


muñecas hacia mí. Estaban atadas con grilletes de metal negro, unidos por una
fina cadena.

—¿Podrías quitarlas?

Desenfundé mi espada y la golpeé contra la delicada cadena. La hoja rebotó,


mi brazo palpitó por el esfuerzo, pero no apareció ni un rasguño en el metal.
Serrar los eslabones no funcionó, ni martillarlos hizo mella. Todo el tiempo, mi
254

mente se enfurecía con pensamientos de Liwei abajo, las flechas volando hacia
su espalda desprotegida, las cuchillas clavadas en su pecho.

—Quédate quieta —Saqué una flecha y la solté contra el grillete que rodeaba
su mano derecha. El fuego carmesí onduló por el metal, apareciendo grietas
antes de hacerse añicos. Con mi siguiente aliento, lancé otra flecha a su muñeca
izquierda, y el segundo grillete cayó.

Los labios de la Princesa Fengmei se curvaron en una sonrisa temblorosa.


—Tú... disparas muy bien —dijo en voz baja, apartando las nubes de pelo
negro que cubrían su rostro.

Su delicada belleza me hizo sentir una punzada en el corazón. Tragué con


fuerza y me agaché para apartar los eslabones de metal rotos que rodeaban sus
pies. Me picaban como el hielo que se aferraba a mi piel.

—¿Qué son estas cadenas?

Sus hombros se desplomaron.

—No tengo ni idea. Cuando me los pusieron, no pude sacar mi energía.

Mi estómago se revolvió violentamente. Estas cadenas... Había visto a los


soldados de abajo llevándolas. Y en el Mar del Este, Liwei me había hablado del
mineral del Pico de las Sombras que podía atar los poderes de un inmortal.

—¡Rápido! —La puse en pie—. ¡El Príncipe Liwei está en peligro! —Algo
silbó en el aire; un sonido que todo arquero conocía de memoria.

Me tiré al suelo, arrastrando a la princesa. El dolor me acuchilló el brazo


mientras miraba con incredulidad la sangre que rezumaba del corte. Me acerqué
a la ventana y levanté la cabeza un centímetro para ver un destello afilado que
se dirigía hacia mí. Me agaché y me aplasté contra el suelo cuando otra flecha
se clavó en la habitación.

Saqué un rayo de fuego y lo solté a través de la ventana. En el momento


siguiente, dos flechas se dirigieron hacia mí, fallando por un pelo al chocar contra
el suelo. Apreté los dientes. Este arquero era formidable. No era de extrañar que
no hubiera guardias aquí cuando cualquier rescatador habría muerto de un
disparo. El plumaje negro me resultaba familiar, idéntico al de la flecha que había
alcanzado a mi atacante en el exterior. ¿Había sido yo el objetivo todo el tiempo?

¿Había fallado antes el arquero? Parecía improbable, dada la destreza de esa


persona, aunque más improbable aún era la idea de que ese arquero me hubiera
255

salvado para luego asesinarme.

Inspiré, furiosa ante mi agresor invisible. El tiempo precioso se estaba


acabando. Si esas cadenas podían sellar la magia de un inmortal, Liwei no tendría
ninguna posibilidad. Saqué otra flecha y salté para ver por primera vez a mi
enemigo. Una figura alta, un hombre, estaba de pie sobre la rama de un árbol,
con una flecha preparada. Su rostro estaba oculto por un casco, pero sus ojos
brillaban con una luz plateada mientras me miraban. Sorprendida, mis dedos
aflojaron la cuerda y la llama se desvaneció. Me preparé, esperando que una
flecha me atravesara ahora... pero el arquero bajó su arma. Nos miramos
fijamente durante un latido de silencio, antes de que retrocediera hacia las
sombras y desapareciera.

No había tiempo para reflexionar. Agarré la mano de la Princesa Fengmei y


bajamos juntos las escaleras, hacia la furia de la batalla, sólo para emerger en el
silencio mortal de un cementerio. Había cadáveres esparcidos por todas partes,
docenas y docenas con armaduras de bronce. Mi ánimo se desplomó cuando
conté diez en oro y blanco, la armadura de los Celestiales caídos. Corrí de uno
a otro, buscando en cada cuerpo cualquier señal de vida. Pero sus ojos estaban
vacíos, sus auras se desvanecían en la nada.

—¿Dónde está el Príncipe Liwei? —La voz de la Princesa Fengmei temblaba


mientras miraba horrorizada la carnicería.

—No lo sé —susurré, insensible a todo excepto al pavor que me invadía,


convirtiendo mi carne en piedra.

256
La luz menguante se filtraba a través de la niebla, arrojando un halo
espeluznante alrededor de los árboles. La Princesa Fengmei y yo recorrimos el
bosque en busca de alguna señal de Liwei. A cada paso, mi corazón se hundía
más en la desesperación. Apenas podía respirar por el pánico que me atenazaba,
pero mi desesperada necesidad de encontrarlo me impulsaba a seguir adelante.

Sus sollozos ahogados atravesaron mi aturdimiento.

—El Príncipe Liwei es poderoso y fuerte. Tal vez haya escapado. O puede
que esté herido y no pueda encontrarnos —Mi voz sonaba hueca y mis palabras,
falsas. No nos habría abandonado mientras hubiera vida en él.

Ella asintió hipando por su angustia mientras se aferraba a mi débil manga


en busca de consuelo.

—Gracias por rescatarme. Pero no podría soportarlo si el Príncipe Liwei


estuviera en peligro o... o herido. —Su voz se quebró y las lágrimas volvieron a
brotar de sus ojos.

Un destello de irritación me golpeó, mis nervios ya estaban a flor de piel. No


quería hacer de niñera en este momento, quería encontrarlo. ¿Cómo podía
rastrear a Liwei a través de sus gritos? Si algún enemigo nos estaba persiguiendo,
ya estaríamos capturadas o muertas. Sin embargo, reprimí el impulso de gritar,
pasé un brazo por sus hombros y la acerqué.

—Lo encontraremos —le dije. Una promesa para los dos.

Eso pareció calmarla cuando sus ojos marrones se fijaron en los míos.
257

—Ahora te reconozco, eras la acompañante del Príncipe Liwei. Nos


conocimos el día de su banquete.

—Sí. En el pabellón —Una nostalgia me aferró a aquellos días pasados y a


la alegría que había llenado mi corazón entonces.

Ella suspiró.

—Fuiste amable. Como lo eres ahora.


Me quedé en silencio mientras la vergüenza se deslizaba desde la boca del
estómago, subiendo a mi cara. No, no había sido amable, ni ahora ni entonces.
No me había dado cuenta de quién era la primera vez. Y después, no había
querido saber más de ella, tal vez por miedo a descubrir lo que ahora sabía: que
la Princesa Fengmei sería un buen partido para Liwei. Habría sido mucho más
fácil si me hubiera caído mal.

—¿Su Alteza y usted son buenos amigos? —preguntó.

Mi mirada se desvió de la suya, con el pretexto de examinar nuestro entorno.

—Sí, lo somos —Una respuesta a medias, como me habría reprendido el


maestro Daoming.

Cuando ella se puso rígida, yo también lo hice, temiendo que me preguntara


algo que me obligara a mentir. Cuando levantó la cabeza de mi hombro, señaló
el cinturón que rodeaba mi cintura.

—¿Por qué brilla eso?

El Broche Gota del Cielo. La gema, que antes era transparente, brillaba con
un color rojo intenso y palpitaba con una extraña energía. Me obligué a respirar
profundamente, a refrenar el terror que surgía de nuevo en mí. Liwei estaba en
peligro y, sin embargo, eso también significaba que podía encontrarlo ahora.

Llevé a la princesa a un matorral de árboles.

—Espera aquí. Escóndete. Intenta no hacer ruido. Volveré tan pronto como
pueda. Si no vuelvo al amanecer, dirígete al norte hasta que estés fuera del
bosque, por ahí —señalé, por si no estaba segura—. Tienes tu magia de nuevo.
Escóndete y ataca a cualquiera que intente hacerte daño. Una vez fuera, invoca
una nube que te lleve a casa.

Rebusqué en mi cinturón, saqué una daga y se la pasé. La tomó sin decir


nada, con un agarre flojo e inseguro.
258

—Rodea la empuñadura con los dedos —le indiqué—. La hoja está de


espaldas a ti e inclinada hacia arriba. Si tienes que golpear, no dudes.

Sus ojos se abrieron de par en par por el miedo mientras asentía. Me sentí
culpable por haberla dejado, pero se me acababa el tiempo. Cuando me marché,
giré una vez para asegurarme de que estaba oculta a la vista, antes de salir
corriendo hasta que mis piernas ardieron como el fuego.
Seguí el tirón del Broche Gota del Cielo hasta una estrecha abertura en las
faldas de una montaña. Sin preocuparme de los peligros que había dentro, me
metí en lla. En plena oscuridad, la gema roja que brillaba junto a mi cintura
proyectaba una luz amenazadora sobre las paredes. El aire húmedo estaba
viciado, espeso de moho y podredumbre; tuve arcadas cuando llenó mis
pulmones. Al doblar una esquina pronunciada, tropecé con el suelo irregular,
raspándome las palmas de las manos al caer.

Voces se filtraron, desde lejos. Me agaché y me arrastré por el estrecho


sendero hacia el sonido, moviéndome más deprisa cuando vi la luz delante. El
pasaje se abrió a una amplia cornisa, a la que me subí, mirando la gran cámara
que había debajo.

El corazón me dio un vuelco. Allí estaba Liwei en una silla, encadenado con
los mismos grilletes utilizados para sujetar a la Princesa Fengmei. La sangre
brotaba de su pelo enmarañado y se deslizaba por su rostro. Un profundo corte
le atravesaba la frente, y en una de sus mejillas aparecían oscuros moratones. Su
aura estaba algo disminuida, parpadeando a un ritmo errático. Sin embargo,
mantenía la cabeza alta, como si estuviera sentado en un trono en lugar de estar
encadenado. Busqué entre sus guardias, aliviada al no encontrar ningún rastro
del extraño arquero entre ellos; él solo habría sido un oponente formidable.
¿Había sido asesinado por los soldados celestiales antes de caer?

Un aura se me apareció, mucho más fuerte que el resto: fuerte y terrenal,


tintineante y discordante. No provenía de los soldados, por lo que pude ver, sino
que emanaba de la dama que estaba frente a Liwei. Sus ojos, que se habían
vuelto hacia arriba, brillaban con un rico tono de bronce y, aunque la mitad
inferior de su rostro estaba cubierta por un velo transparente, su piel era tan
blanca como la nieve. Las peonías carmesí estaban bordadas en su vestido
bermellón, desplegando sus pétalos de seda para revelar brillantes estambres
dorados. Un ramo de camelias estaba metido en su faja. Cuando me agaché en
la cornisa de arriba, percibí una fragancia floral, empalagosa y con un toque de
decadencia.
259

—Usé un pájaro para atrapar a un dragón —Su voz estaba llena de


satisfacción—. Después de todas las historias de tus proezas, me decepciona la
facilidad con la que caíste en mi trampa, Alteza.

Liwei apretó la mandíbula y sus músculos se tensaron como si estuviera


luchando contra un enemigo invisible.

—¿Qué son estas cadenas? —dijo finalmente.


—Un regalo del Reino de los Demonios. Forjadas con metal del mundo de
los mortales, utilizando las artes prohibidas por tu padre —Mientras observaba
su lucha, dijo en tono aburrido—: Inténtalo todo lo que quieras, pero tu magia
es inútil mientras las lleves puestas.

—Lady Hualing, ¿por qué hacer esto? ¿Por qué aliarse con el Reino de los
Demonios? —Preguntó Liwei.

¿Lady Hualing, la destituida Inmortal de las Flores? Creía que había


abandonado el bosque o que había desaparecido por algún juego sucio. Nunca
la imaginé viviendo en estas oscuras cuevas.

—Eras una de las más grandes inmortales de nuestro reino hasta que elegiste
vivir en reclusión. ¿Realmente deseas traicionar al Reino de los Inmortales? —
Liwei continuó, su voz calmada a pesar de su peligro. Tal vez todavía tenía la
esperanza de convencerla con la razón.

Ella se rio entonces, un sonido amargo y sin alegría.

—¿Que yo traicione al reino? ¿Creías que había elegido esta vida? Déjame
contarte la verdadera historia, principito. Hace mucho tiempo, tu padre y yo nos
conocimos en este bosque. Él estaba recién casado con tu madre, aunque eso no
le impidió cortejarme.

Liwei se levantó de golpe de su silla, pero dos guardias le arrastraron de


nuevo al suelo, apretándole las palmas de las manos en los hombros.

Ella no pareció darse cuenta, perdida en sus recuerdos.

—Siempre que podía escaparse, venía aquí. Me ofreció un palacio en el


Reino Celestial. Lo rechacé. No era una humilde cortesana agradecida por su
favor, sino una de las deidades más ilustres del reino. —Una suavidad se deslizó
en su rostro—. Una tarde de primavera, cuando las peonías estaban en flor, me
hizo una promesa. Que una vez que se hiciera lo suficientemente poderoso como
para arriesgarse a enfadar al Reino del Fénix, se casaría conmigo, elevándome al
260

mismo rango que la emperatriz.

Liwei sacudió la cabeza, con la sangre de su herida recorriendo su mejilla.

—Mi padre nunca habría hecho una promesa tan imprudente.

—Los enamorados suelen hacer promesas que no pueden cumplir —gruñó


ella—. Cuando la noticia llegó a oídos de tu madre, me hizo una visita,
escupiendo sus amenazas y su veneno. Antes de irse, me hizo un regalo —La
luz de la caverna parpadeó cuando Lady Hualing se levantó el velo.
En el clásico óvalo de su rostro, sus labios carnosos eran de un rojo vibrante,
su nariz delicadamente arqueada. Las finas cicatrices descoloridas, una en cada
mejilla, me desconcertaron, pero eran tan leves que apenas se notaban.

El velo cayó una vez más.

—Las cicatrices dejadas por las Garras del Fénix nunca podrán ser curadas.
Debo vivir con estas horribles marcas, para siempre.

Me estremecí, recordando aquellas afiladas vainas de oro que cubrían los


dedos de la emperatriz y que podían rasgar tan fácilmente la carne y el hueso.
Pero a pesar de lo que pensaba Lady Hualing, seguía siendo hermosa. Fue la
crueldad de su expresión lo que me revolvió el estómago.

—Debe haber una explicación. ¿Y si era un espíritu que tomaba la apariencia


de mi madre? —Liwei protestó.

—Niño ignorante. ¿Quién más lleva las Garras del Fénix? ¿A quién más había
amenazado, aislada como estaba? —se mofó—. Peor aún, tu padre, el cobarde
sin fe, me abandonó. De un solo golpe me robaron mi belleza, traicionada por
mi amor, despojada de mi título. De todo lo que más apreciaba. Desde entonces,
mi vida ha sido una miseria, sumida en la desdicha y el arrepentimiento.

Cuando alargó sus dedos para acariciar la mejilla de Liwei, éste retrocedió
ante ella, todo lo que sus captores le permitieron.

—Por lo tanto, es justo que les arrebate a mis atormentadores lo único que
valoran por encima de todo. Tú, su hijo. La persona más amada, por aquellos
que más odio.

—Lady Hualing, considere cuidadosamente lo que hace. Esto es traición al


más alto nivel. Serás un paria del Reino Inmortal, perseguido por los Celestiales
y nuestros aliados por igual. Descenderán sobre este lugar y...

Su risa era estridente y chirriante. Y cuando se detuvo, su sonrisa era la de


261

un zorro saciado.

—No soy tonta, Su Alteza. No estaré aquí cuando vengan. Una vez que
presente su fuerza vital al Rey Demonio, me ganaré su eterna gratitud. Un regalo
nupcial, si quieres llamarlo así. Tal vez entonces pueda derrotar a tus malditos
padres, y cuando se siente en el Trono Celestial seré yo quien esté a su lado. Por
fin, la emperatriz —se regodeó, levantando un anillo engastado con una amatista
ovalada que brillaba con luz malévola.

Su visión despertó en mí una profunda repulsión, inexplicable y extraña.


¿Y qué quería decir con lo de la fuerza vital de Liwei?

No mostraba ni un rastro de miedo.

—Lady Hualing, se ha cometido una grave injusticia con usted. Libérame y


te doy mi palabra de que investigaré este asunto. Cualquier mal que se le haya
hecho será corregido. No caiga en las promesas del Rey Demonio. Su traición no
tiene límites.

—Como la de tus padres —siseó ella, presionando el anillo contra su frente.

Las cuerdas del cuello de Liwei se tensaron mientras su rostro se apretaba en


señal de agonía. La amatista brilló con un resplandor dorado, justo antes de que
sus párpados se cerraran como las alas de una polilla atrapada.

Algo se rompió dentro de mí. No pensé. Consumida por la rabia, mis manos
se movieron por voluntad propia, liberando una flecha de fuego que se clavó en
el brazo de Lady Hualing. Ella chilló y le soltó la mano a Liwei mientras los
guardias corrían en su ayuda. Apunté una flecha a los grilletes de Liwei, tal como
los había disparado la princesa. Pero temblaba demasiado por la rabia y, en su
lugar, golpeó la cadena entre sus muñecas. Se separaron, y Liwei se desplomó
en el suelo. Se revolvió entonces, y mi corazón dio un salto cuando sus ojos se
abrieron y se fijaron en mí, muy abiertos por la conmoción y luminosos por...
alguna emoción que no podía leer. Antes de que pudiera moverse, los guardias
lo rodearon rápidamente, con sus escudos brillando sobre ellos.

Una frialdad me envolvió, el miedo se mezcló con la rabia mientras les


disparaba una flecha tras otra, hasta que sus barreras se rompieron y cayeron
como tallos de arroz en época de cosecha. Los rayos de magia y las flechas se
lanzaron hacia mí, mientras me arrojaba contra el suelo de piedra, rodando hacia
un lugar seguro. Me estaba cansando rápidamente; tenía que conservar mi
energía. Mi mente se aceleró, tratando de pensar en alguna forma de distraer a
Lady Hualing y a sus guardias de abajo, para poder arrebatar a Liwei y escapar.
Pero entonces, el aire palpitó con magia, el rico aroma de la tierra y el metal
inundó mis fosas nasales. Un musgo verde brillante se arrastró por la cornisa,
262

extendiéndose como agua derramada; sus raíces espinosas se hundieron


profundamente y las grietas se extendieron por la piedra. Me levanté de golpe,
retrocediendo, protegiéndome, un latido antes de que la cornisa se hiciera añicos.

Me estrellé en el aire, cayendo en la nada. El grito de Liwei atravesó mis


oídos, pronunciando mi nombre con una desesperación desgarradora. Abajo,
Lady Hualing me dirigió la mano, disipando mi escudo. Ya sin protección, mis
pies se estrellaron contra el áspero suelo de la caverna y mis rodillas cedieron al
caer. Rodando hacia un lado, me levanté de un salto mientras los soldados me
rodeaban. Ahora eran menos, pero más de los que podía enfrentar sin salir
herida. Maldije mi imprudencia, que había hecho que me descubrieran.

Hubiera sido mejor permanecer oculta, para atraparlos sin que se dieran
cuenta. ¿Pero qué podía hacer con Liwei en semejante peligro? Cuando los
guardias me clavaron sus lanzas, hice uso de mi energía y desaté un vendaval
que lanzó a Lady Hualing y a sus soldados contra las paredes de roca.

Me di la vuelta y corrí hacia Liwei, pero los soldados, los que quedaban, se
apresuraron a rodearlo, y algunos lo sujetaron. Lady Hualing se acercó a mí, con
horquillas de joyas colgando de su pelo enroscado. Se había quitado el velo, y
las cicatrices se veían claramente en la pálida furia de su piel.

—¿Quién eres tú? —Su tono era amenazante.

Saqué mi arco como respuesta, apuntando un rayo de fuego hacia ella.

—Detente o morirá —dijo rotundamente, señalando a la soldado que estaba


a su lado y que presionaba la punta de su lanza contra el cuello de Liwei.

Al instante, obligué a mis dedos a aflojar, y la flecha en llamas se desvaneció.

La mirada de Lady Hualing se fijó en el Arco de Fuego del Fénix, antes de


deslizarse hacia mi rostro.

—Ah... la arquera. La Primer Arquera, ¿es así cómo te llaman? He oído


hablar de tus logros —Sonaba curiosa. Intrigada, incluso—. Es una pena que tus
habilidades se desperdicien al servicio del Reino Celestial.

—¿Quién te habló de mí? —No era lo suficientemente engreída como para


creer que mi fama se había extendido hasta este remoto lugar.

Ella no respondió, limitándose a golpear su barbilla, aparentemente perdida


en sus pensamientos.

—Es admirable tu celo por proteger al Príncipe Heredero, para aventurarte


263

aquí donde no te espera más que la muerte. Olvídate de él. Únete a nosotros
contra el Reino Celestial. El Reino de los Demonios te recompensaría bien.
Cualquier posición, cualquier honor sería tuyo para exigirlo.

—Nunca —Mi negativa estalló, aunque al instante siguiente me maldije por


haberme revelado así. Un curso más sabio habría sido fingir interés en su oferta
y ganar su confianza, para tener una esperanza de escapar. Pero ésta había sido
siempre mi debilidad, mi incapacidad para pensar con claridad cuando mi
corazón estaba nublado.
Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.

—Oh, esto es algo más que lealtad y deber, ¿no es así? —respiró
aparentemente encantada—. ¿Un soldado enamorado de un príncipe? ¿Qué
podrías ofrecer al Príncipe Heredero Celestial, excepto tu vida a su servicio?

—No sabes nada —dijo Liwei—. Xingyin, debes irte. Ahora —Pronunció las
últimas palabras como una súplica, con la urgencia palpitando en su voz.

Pero si me iba, moriría. Solo.

—Ah, Su Alteza. Parece que su reputación no es tan honorable como


creíamos —se mofó Lady Hualing—. Jugando con una plebeya con la que nunca
podrías esperar casarte. Eres el hijo de tu padre, arrancando flores para tu propio
placer y desechándolas cuando se marchitan.

Se dirigió a mí, con una mirada atenta y escrutadora.

—¿Sabes que está prometido? Con una mujer de sangre real, con belleza,
poder y encanto. Un premio por el que arriesgaría su vida para rescatarla, igual
que tú te estás sacrificando para salvarlo.

Cada palabra sobre la Princesa Fengmei me apuñalaba, igual que en la noche


de sus compromisos. Me había creído por encima de tales sentimientos, pero sí
podían resucitar tan fácilmente... ¿podría ser libre alguna vez? Un terrible
pensamiento se deslizó dentro de mí, que había algo de verdad en sus
despiadadas palabras. Que había venido aquí para salvar a Liwei, pero que no
lograría nada más que mi muerte. Y si moría, ¿qué pasaría con mi madre? Nunca
se enteraría de mi miserable destino, perdiendo la eternidad en su inútil espera,
primero por mi padre y luego por mí. ¿Por qué lo sacrificaba todo por quien
había roto conmigo, por quien quizás nunca me había amado de verdad?

Fue el brillo de sus ojos lo que me hizo reflexionar. Ella me había provocado
bien, dando voz a mis pensamientos más crueles, aquellos que se burlaban de
mí en la profundidad de la noche. Quería darme celos, hacerme dudar de mi
264

propio valor. Permitir que el odio se deslizara y hundiera sus garras en mi


corazón. Respiré hondo, tratando de recomponerme. Necesitaba mantener su
interés, ganar tiempo para golpear o provocar su imprudencia. No me atrevía a
que su atención volviera a centrarse en Liwei y en las cosas viles que había
planeado para él.

—Sí, estuvimos juntos una vez —admití entrecortadamente—. Ahora Su


Alteza y yo hemos tomado caminos distintos.
—¿Fue tu elección, o la de él? —Sus labios se curvaron como si ya supiera
la respuesta.

Aparté la mirada, su pregunta era más profunda de lo que esperaba.

—La vida sería preferible sin amor —dijo Lady Hualing con sentimiento,
como si yo fuera su amiga de confianza. Como si tuviéramos la misma opinión.

Sus palabras resonaron en mí. ¿Acaso cerrar el corazón al amor, todo el


amor, era el único camino hacia la satisfacción? ¿No lo había imaginado yo
misma durante aquellos largos meses de miseria? De hecho, mis momentos más
oscuros fueron cuando dejé a mis seres queridos. Y sin embargo... los momentos
más felices de mi vida habían sido también con ellos. Pero no me gustaría estar
en desacuerdo con ella. Ella parecía creer que había una conexión entre nosotros.
¿Veía una parte de sí misma en mí? Me estremecí ante la idea, aunque ahora me
andaría con pies de plomo, para cultivar esa ilusión y mejor atraparla
desprevenida.

—Quizá tengas razón —Dije, dejando que una dureza bordeara mi voz—. El
amor no me ha servido de mucho.

—Tampoco a mí —El pecho de Lady Hualing se agitó—. No pedí el amor


del emperador, pero me sedujo con falsas promesas hasta que le devolví su
afecto. Cuando estaba herida y asustada, anhelaba su consuelo. Nunca volvió.
Por su culpa, lo perdí todo, incluso la felicidad que tenía antes. Preferiría que
hubiera muerto antes de hacerme tanto daño. Todo lo que quiero ahora es hacer
pagar a los que me hicieron caer.

La vehemencia de sus palabras me hizo retroceder en mi interior. No había


pronunciado su maldición en el calor de la ira, sino como un ferviente deseo
arrancado de lo más profundo de su corazón.

—Nunca cambiarán de opinión —continuó Lady Hualing, con un tono bajo


e íntimo—. La realeza celestial es orgullosa, fría e inflexible. Su amor, una vez
perdido, nunca podrá ser recuperado. Pregúntate, ¿por qué haces esto? ¿Sólo
265

para que pueda atesorar tu recuerdo después de casarse con su princesa? ¿Llorar
una lágrima sobre tu tumba? Un agradecimiento tan insignificante por un
sacrificio tan grande. No desperdicies tu vida.

Entonces me di cuenta de que ella creía que nuestras situaciones eran


similares. Que yo también había sido atrapada por un amor sin esperanza; que
yo también había sido desechada, nada menos que por el hijo de su cruel amante.
Y que mis acciones eran un intento desesperado de recuperar lo que había
perdido.
Mis dientes se hundieron en mi labio, mordiéndolo con más fuerza hasta que
un calor de sal y hierro brotó en mi boca. Al igual que ella, yo no había buscado
el amor. Mi vida había sido plena sin él. Sin embargo, se había acercado
sigilosamente a mí, infiltrándose en mis sentidos como un sutil aroma, hasta que
encontré la belleza en una flor caída y el placer en una tormenta. Sin embargo,
la alegría que me dio, la devolví diez veces con mi dolor. Incluso cuando creía
que mi corazón estaba curado, las cicatrices permanecían, reabriéndose con sólo
un toque de su mano.

¿Por qué hice esto? Su pregunta volvió a resonar en mí. Había conocido los
peligros cuando seguí el rastro de Liwei hasta aquí, pero ni una sola vez dudé.
Mi único pensamiento había sido acudir en su ayuda. Mi único temor había sido
por su seguridad. Pero estaba equivocada; no trataba de recuperarlo. ¿Era por
amistad, como me había dicho? ¿O por honor, para pagar la deuda de su
amabilidad? La respuesta se me escapaba mientras acechaba en los márgenes de
mi mente.

Levanté la vista, mis ojos chocaron con los de Liwei, y entonces me golpeó
con la fuerza de un rayo. Lo que había estado luchando por comprender. Lo que
tanto había combatido antes. Lo que había temido saber porque su revelación
podría ser mi perdición. Las palabras tan orgullosas que le había dicho antes,
sobre el honor y el deber. Mentiras, todo mentira.

Todavía estaba enamorada de Liwei.

Todo este tiempo me decía que mis sentimientos por él eran un remanente
del pasado, una atracción persistente. Mi orgullo no me permitía aferrarme a él,
pero no quería dejarlo ir. Le había dicho que nos olvidara, cuando yo misma no
podía hacer tal cosa. Cada vez que venía, una parte secreta de mí se alegraba de
saber que todavía le importaba. Mi frialdad hacia él no era más que una máscara
para ocultar mis sentimientos, incluso a mí misma: que aún lo amaba y que nunca
había dejado de hacerlo.

Me acerqué a Liwei, casi temblando ahora. Los rostros de los soldados se


266

desdibujaron en el fondo; lo único que vi fue a él. De un tirón, desenterré los


secretos enterrados en lo más profundo de mi corazón. Si no se lo decía ahora,
quizá no volviera a tener la oportunidad.

—Te quiero —Las lágrimas brotaron de mis ojos. No quise ocultarlas ni


parpadearlas—. Te amaba entonces. Todavía te quiero. Traté de olvidarte, de
destruir mis sentimientos. Pero fracasé.

Algo pesado se aflojó en mi pecho y se desprendió, una carga que no me


había dado cuenta que llevaba hasta ahora. Contemplándolo, me perdí por un
momento en nuestro pasado. A través del aire estancado de esta pútrida caverna,
casi podía oler el dulce aroma de las flores de melocotón.

Volví al presente, al peligro. Los ojos de Liwei estaban fijos en los míos, sus
labios se separaron para hablar, pero yo sacudí la cabeza en señal de advertencia.
Lady Hualing apareció paralizada, con el rostro encendido por la expectación.
¿No era esto de lo que me había acusado? ¿Esperaba que Liwei me rechazara?
¿Que me uniera a ella, amargada y angustiada? Satisfaría sus ansias de venganza
si me volviera contra Liwei, validando todo lo que había hecho, todo en lo que
se había convertido, por culpa de su propio amor contaminado.

Hoy no le daría ninguna satisfacción. No quería acabar como ella, sumida en


el rencor y deseando algo que no podía tener... hasta que me destruyera. Aquellas
noches en las que mi dolor era más agudo, habría sido tan fácil deslizarse hacia
el resentimiento y el odio. Sin embargo, por mucho que le amara, me amaba
más a mí misma. Y como estaba descubriendo, el amor no tenía fin: era algo
que crecía y se renovaba sin cesar, expandiéndose para abarcar cada nuevo
horizonte. La familia. Los amigos. Y también otros amantes, ninguno de ellos
igual, pero cada uno precioso a su manera.

Le hablé a Liwei, alzando la voz para que me escucharan.

—No me arrepiento. Siempre apreciaré lo que tuvimos juntos. No me


molesta tu felicidad con otra, y nunca podría desear tu muerte —Este era el
momento, podría no haber otro. Mis entrañas se retorcieron cuando me encontré
con la mirada furiosa de Lady Hualing—. No soy como tú.

—Estúpida, tonta sentimental —Las mejillas de Lady Hualing se tiñeron de


un rojo intenso y sus ojos se cerraron. Ahora estaba temblando, ¿era por la
decepción o por la rabia?

Rápido como un rayo, saqué mi arco, con una llama que corría entre mis
dedos. Le golpeó el pecho con una luz cegadora mientras ella se tambaleaba
hacia atrás, con el olor acre de la seda y la carne quemadas que inundaba el aire.
Pero entonces su magia surgió en un chorro resplandeciente, extinguiendo el
267

fuego con un silbido. Los soldados se abalanzaron sobre mí, con sus armas
brillando a la luz de las antorchas. Me agaché y me desvié, con otra flecha
saliendo de mis dedos, para golpear el escudo que se levantó alrededor de Lady
Hualing. Cuando ella agitó los dedos, un olor terroso surgió como el de las hojas
podridas en un bosque.

Unas gruesas lianas salieron disparadas, enroscándose alrededor de mi


cintura y golpeándome contra el suelo. La sangre brotó de mi sien cuando me
arrebataron el arco. Tirada en el suelo, traté de recuperar el aliento mientras la
punta de una zapatilla de brocado me pinchaba la cara. Lady Hualing me miraba,
con los labios curvados en una sonrisa de satisfacción, con un desgarro
carbonizado en su túnica donde había impactado mi flecha, aunque la piel de
debajo estaba lisa, ya curada.

Era fuerte. Yo había fracasado. Y ahora estaba lívida.

—Qué noble eres, amándolo y entregándolo a otra. Apreciando tu pasado y


perdonando el dolor. ¿Eres tan abnegada como para arriesgarte por un amor que
ya no es tuyo? —se burló, ridiculizando mi confesión—. Veamos cómo se
comportan tus principios cuando te pongan a prueba de verdad.

Un guardia me agarró del brazo y me puso de pie. Otros dos arrastraron a


Liwei hasta donde yo estaba. Unas bandas metálicas negras seguían rodeando
sus muñecas, atando sus poderes, y cómo maldije haber fallado mi anterior
disparo. La mirada de Liwei no se apartaba de la mía. Aparentemente ajena a
nuestro peligro, brillaba con toda la calidez y la ternura que recordaba.

—Arriesgaste tu vida por él, pero ¿hará él lo mismo por ti? —Su tono
apestaba a desprecio.

—Déjala ir. No lucharé contra ti —dijo Liwei, sin dudar un instante.

Una feroz alegría cantó en mis venas. Aunque temía lo que vendría después,
que su declaración sólo la enfureciera más.

Su boca se estiró en una sonrisa sin gracia.

—Vamos a tener algo de entretenimiento esta noche. Una pelea. A muerte.


Entre ustedes dos. Si ganas, Primer Arquera, saldrás libre. Incluso te dejaré
conservar tu arco —La dulzura de su tono chocó con el abominable significado
de sus palabras.

No pude haberla escuchado bien. No lo decía en serio; no podía. ¿Para que


Liwei y yo... matemos al otro para salvarnos? ¿Era una broma retorcida para
268

asustarnos? Pero mientras miraba su rostro, tan encantador y despiadado, un


escalofrío recorrió toda mi columna vertebral.

Esto no era un juego.


Los ojos de Liwei brillaron.

—No voy a luchar contra ti, Xingyin. Por favor... vete.

Sacudí la cabeza. No lo abandonaría a una muerte segura, ni siquiera para


salvarme a mí misma.
Lady Hualing suspiró.
—Si se niegan a luchar, los mataré a los dos. Un final de lo más romántico,
defendiendo todos sus honorables principios, aunque un desperdicio imprudente.
Una desesperación sin remedio se apoderó de mí cuando me encontré con
la sombría, pero decidida mirada de Liwei. Nuestras manos permanecieron
sueltas a nuestros lados, desafiando su orden. No seríamos sus peones en este
juego enfermizo. Tampoco me iría en silencio; lucharía hasta que mi energía se
agotara, hasta que nuestro último aliento se agotara. Sólo entonces podría
arrancarnos su sangrienta victoria.
Su lengua chasqueó contra el paladar.
—Qué decepción. Esperaba un entretenimiento más animado. Sin embargo,
hay formas de asegurar tu cooperación —Su escudo brilló cuando se acercó a
Liwei, agarrando su barbilla entre los dedos, con las uñas cortando su piel.
Él retrocedió, y el horror apareció en su rostro. Sin embargo, ella lo sujetó
con fuerza, sus soldados le apretaron los brazos a la espalda.
—¡Liwei! —Me lancé hacia él, intentando abrirme paso entre los guardias
que me agarraban y me lanzaban hacia atrás.
Las pupilas de Lady Hualing brillaban como fragmentos de topacio. Surgió
un recuerdo, algo que Liwei me había contado una vez sobre los Talentos
269

Mentales: Sus ojos, que brillan como piedras cortadas.


El miedo me invadió, seguido de la duda. Me negaba a creerlo, no me atrevía.
Lady Hualing era del Reino Celestial, no del Reino de los Demonios, del Muro
de las Nubes o dondequiera que estuviera ese lugar. Antes, la Inmortal de las
Flores, su Talento tenía que ser de la Tierra, no la Mente. Yo misma lo había
visto con el musgo rastrero y esas lianas monstruosas. Imposible, que ella
conozca las artes prohibidas. Y aunque las conociera, seguramente el emperador
se las habría ocultado. Pero, ¿y si el emperador no lo sabía? ¿Y si ella hubiera
desaparecido antes de que se prohibiera esa magia?
Gotas de sudor brillaban en la piel de Liwei. Sin embargo, Lady Hualing no
soltó su agarre. No podía evitar recordar que era una de las inmortales más
poderosas del reino. Y aunque la magia de Liwei no estaba atada, se había
debilitado por la batalla y el anillo de amatista. Si ella intentaba obligarlo,
fracasaría, traté de asegurarme. Liwei también era fuerte. No se rendiría, lucharía.
Pero cuando Lady Hualing y sus guardias lo liberaron, ya no lo conocía. Algo
vital en él se había perdido. Se me encogieron las entrañas al mirar sus ojos: más
que los de un extraño, eran tan fríos como los de su padre. Su rostro estaba
inexpresivo mientras permanecía inmóvil, incluso cuando un guardia le puso una
espada en la mano. Alguien me pasó otra, y mis dedos se cerraron por reflejo
alrededor de su empuñadura.
Cuando Lady Hualing se inclinó hacia mí, sentí náuseas cuando el olor a
flores en descomposición me invadió las fosas nasales.
—¿Te arrepientes de haber rechazado mi oferta? Una última advertencia: no
seas tan tonta como para desperdiciar tu vida por él. No lo apreciará; los hombres
de su familia tienen el corazón de piedra.
No dudé, saltando hacia delante para clavarle mi espada. Al chocar contra
su escudo, el dolor me recorrió el brazo. Volví a levantarla, mejor caer luchando
de esta manera, pero los soldados me empujaron a un lado, y otro me dio una
patada en la parte posterior de las rodillas mientras me desplomaba en el suelo.
Lady Hualing se agachó y me pasó un nudillo helado por la mejilla. Me
estremecí y me aparté.
—No olvides que aún tienes tus poderes —Habló en un susurro íntimo—. Si
dejas que te mate... bueno, su vida se pierde a pesar de todo. Pero si él muere,
tú vives.
Algo se astilló dentro de mí. Una elección imposible: morir en un sacrificio
inútil o matar a Liwei para salvarme. Más que querer la muerte de Liwei, ella
quería que lo matara. ¿Tenía un placer sádico en atormentar al hijo de su
enemigo? ¿Se deleitaba con la idea de que yo viviera en la miseria y el
arrepentimiento, como había hecho ella? ¿O era para demostrarme que estaba
270

equivocada? Que, a pesar de mi afirmación, ella y yo no éramos tan diferentes


después de todo, que la misma vileza de su corazón acechaba en el mío.
La había cebado demasiado bien y ahora, ambos lo pagaríamos.
Lady Hualing dio una palmada, cuyo sonido hueco resonó en la caverna.
Como si se tratara de una señal, el cuerpo de Liwei se sacudió y se dirigió hacia
mí. Con su espada en la mano, me rodeó, en una cruel parodia de las muchas
veces que me había desafiado en juego.
No podía moverme, incapaz de apartar la vista de su mirada muerta. Incluso
ahora, no creía que pudiera hacerme daño. Aunque yo misma me vi casi obligada
antes en el Mar del Este, y había visto lo que podía hacer una brizna de ese
poder.
Se recargó, rápido como un rayo. Aturdida, levanté la espada, pero un
segundo después de que su hoja me cortara la mejilla. La sangre brotó de la
punzante herida, pero no fue nada para la agonía interior. No es que me mirara
con odio, sino con total indiferencia.
La plata destelló, dura y brillante. Mi cuerpo se movió por voluntad propia,
levantando el brazo, y nuestras espadas chocaron. Me golpeó implacablemente
mientras yo me tambaleaba bajo la fuerza de su golpe, clavando los talones en
el suelo. En una repentina finta, giró hacia un lado. Me tambaleé hacia delante
mientras él atravesaba con su espada las escamas de mi armadura, clavándomela
profundamente en el hombro. El hierro frío se hundió en mi carne, rozando el
hueso. Con un suave tirón de su brazo, su espada se deslizó de mí con un
húmedo sonido de succión. Se me escapó un grito al presionar la palma de la
mano sobre la herida abierta, y la sangre brotó entre mis dedos. La ira se apoderó
de mí, aunque estaba fuera de lugar, y me abalancé sobre él; mi espada atravesó
su armadura y se clavó en su costado. La arranqué de inmediato, antes de que
se hundiera demasiado, la vergüenza y el remordimiento me abrasaron... junto
con el horror de que ni siquiera se inmutara.
Nuestras espadas chocaron. Una y otra vez. Me contuve cada vez, aunque él
no mostró esa contención. Sin embargo, estábamos más igualados de lo que
había previsto. Él había sido el mejor espadachín, pero yo tenía el beneficio del
entrenamiento de un soldado. Yo era rápida, él era fuerte. Mis golpes eran
hábiles, él era despiadado. La magia habría inclinado la balanza, pero la suya
estaba atada. Y me encontré con que no estaba dispuesta a sacar la mía contra
él. Una pequeña distinción, pero usar mis poderes en él ahora se sentía como
una ejecución. Casi injusto. Mi mente gritaba de qué servía tal honor, aunque mi
corazón susurraba que no era Liwei quien me atacaba tan despiadadamente, sino
la cáscara de su cuerpo, bailando al son de otro. Era mi oponente, pero no era
mi enemigo. Y aunque quería ganar, no podía matarlo. No era sólo el honor lo
que me frenaba, sino un sentido de autoconservación, sabiendo que matar al que
amaba me destruiría a mí también. Nunca me recuperaría, no por toda la
271

eternidad. Ni siquiera si encontraba el camino a casa.


Mi pie se enganchó en una roca suelta y tropecé. En un instante, la punta de
su espada presionó contra el hueco de mi cuello. Se detuvo, con un músculo
apretado en la mejilla. ¿Estaba luchando contra el control de Lady Hualing? Lo
miré: una luz deslumbrante brotaba de sus ojos, su frente estaba cubierta de
sudor. ¿Se estaba cansando? La esperanza se encendió en mí, pero se apagó
cuando la mano de Liwei tembló, un momento antes de que su espada se
hundiera y me atravesara el pecho. Jadeé, mis piernas se doblaron y me desplomé
sobre el suelo de piedra, hundiéndome en un charco de mi sangre aún caliente.
La oscuridad me atraía, un vacío misericordioso sin el dolor que me recorría
el cuerpo, sólo eclipsado por la agonía de saber que era él quien lo había hecho.
Un recuerdo olvidado se encendió. Los brazos de mi madre, levantándome de
donde había caído, su pulgar rozando las lágrimas de mi mejilla. Cómo me había
escocido la carne raspada, mi primera herida real, hasta que su tacto frío y sus
suaves murmullos la calmaron.
Este no sería el final.
Mis ojos se abrieron de golpe. Tomé un precioso fragmento de mi poder y
sellé la herida. Los curanderos se habrían encogido ante mi burda obra, ante la
cicatriz que quedaría, pero el dolor disminuyó y la hemorragia se detuvo. Mi
mente se aclaró un poco mientras me ponía en pie, buscando en el rostro de
Liwei el más leve signo de reconocimiento. Pero no había nada; ni un destello
de amor, ni una pizca de remordimiento. Y en ese momento, algo encajó en mi
mente: No iba a tirar mi vida por la borda. No me dejaría vencer ni por mí ni por
otros. Lucharía por vivir, y mientras viviera habría esperanza. Para aferrarme a
una oportunidad de supervivencia, lo arriesgaría todo. Incluso nuestras vidas.
Mi energía disminuía. Aproveché lo que pude, el aire brilló mientras lanzaba
mi magia contra Liwei. Unas espirales de aire envolvieron su cuerpo, tirándolo
al suelo, y sellaron sus oídos, su nariz y su boca, y cerraron sus párpados.
Cubrieron cada centímetro de su piel hasta que no pudo hacer nada más que
permanecer allí, retorciéndose como una bestia atrapada. Si sus poderes no
hubieran sido limitados, mis ataduras nunca lo habrían retenido así.
La risa encantada de Lady Hualing resonó en mis oídos. ¿No era éste el
espectáculo que nos había obligado a representar? ¿Había soñado con infligir
semejante tormento a su propio amante infiel?
Atrapado en el capullo de aire en el que lo enterré, Liwei estaba más pálido
que la nieve. Me atraganté, luchando contra el impulso de liberarlo. Sin embargo,
me endurecí; no podía detenerme ahora. Mi poder fluyó, asentándose en cada
poro de su cuerpo hasta que brilló con mil luces plateadas como si estuviera
envuelto en polvo de estrellas. Mi corazón arrancado no podía doler más; el dolor
había perdido todo su significado.
272

Sus luchas se debilitaron hasta que su cuerpo quedó inerte, y el constante


zumbido de su aura se desvaneció hasta que ya no pude percibirlo. Sólo entonces
me detuve. Mis ojos estaban secos, aunque había llorado un río por dentro. Qué
miserable era, agrietada, despedazada y desgarrada, pero me negaba a
romperme. Al hundirme en el suelo, mis dedos buscaron la fría mano de Liwei,
presionando nuestras palmas.
—Lo siento —Un susurro desgarrado—. Perdóname.
Un fuerte aplauso sonó en la caverna, sacudiendo mi desesperación.
Entonces me di cuenta: lo vil e indecible que había hecho. Lady Hualing quería
herir a los que la habían agredido, pero yo había golpeado al que aún amaba. A
la fría luz de la victoria, ¿eran mis razones huecas? ¿Cubriendo mi egoísta deseo
de vivir?
Mi control se rompió. Me alejé de él como si estuviera escaldada; no merecía
tocarlo. No después de esto, no después de lo que había hecho. Mis brazos se
cerraron con fuerza a mi alrededor mientras tenía arcadas hasta que mi estómago
se apretó en señal de protesta. Los sollozos salieron de mi garganta, feos y
crudos, y resonaron en el terrible silencio.
Pero no había terminado. No podía dejar que todo esto fuera en vano.
Reuniendo los restos de mi compostura, me puse en pie tambaleándome.
—Mi reverencia —le dije rotundamente a Lady Hualing.
Ella inclinó la cabeza.
—Te di mi palabra. Y mi oferta sigue en pie. El Rey Demonio estará
encantado de tenerte a su lado. Una buena mente, un brazo y una voluntad
fuertes. Alguien que hace lo que hay que hacer, cuando el momento lo requiere.
Me estremecí ante su elogio, esperando que lo tomara como agotamiento y
no como repugnancia. Nunca me había imaginado sedienta de sangre, pero ahora
la habría matado y me habría alegrado. Sin embargo, no había dicho ninguna
mentira. Mis manos estaban manchadas con la sangre de Liwei; había sido mi
decisión hacerle daño.
—Tenías razón —dije, tratando de adormecerla con una falsa seguridad—.
No tiene sentido morir sólo por principios. Y consideraré tu oferta, sólo porque
el Reino Celestial ya no me acogerá después de esto.
Cuando Lady Hualing asintió, un guardia me lanzó el Arco de Fuego del
Fénix. Cuando lo agarré, me vino un recuerdo de la primera vez que lo sostuve
en el bosque de flores de melocotón. Hacía toda una vida, cuando aún estaba
entera. Me aparté, tropezando con él una vez más. Sin vida y con grilletes, seguía
siendo el príncipe real. Cómo rezaba para que nuestro calvario estuviera a punto
273

de terminar.
—Libéralo —Señalé sus grilletes. La visión de ellos me enfureció más allá de
lo soportable. Lo haría yo mismo, pero no quería despertar sus sospechas.
—¿Por qué? —preguntó.
La miré de frente.
—He hecho lo que querías, aunque me ha dolido mucho. El Príncipe Liwei
debe ser enterrado con toda la ceremonia que se merece. Le haré el último
servicio de devolver su cuerpo a sus padres, pero no lo llevaré encadenado como
un esclavo. Además, ¿quieres que esto caiga en manos del Reino Celestial? —
Señalé el metal que rodeaba sus muñecas.
Como no habló, fruncí el ceño.
—¿No querías que Sus Majestades Celestiales supieran lo que le hiciste a su
hijo?
—Lo que hiciste, quieres decir —se burló de mí con exquisita crueldad—.
Me convendría que les entregaras su cuerpo. Sólo desearía estar allí para verlo.
Señaló con la cabeza a un soldado que se apresuró a acercarse. Presionó algo
contra los grilletes de Liwei, que se desprendieron y cayeron al suelo. De
inmediato, arrastré el brazo de Liwei sobre mis hombros para apartarlo.
—Espera —Lady Hualing se acercó, con el anillo de amatista brillando en su
dedo—. Debo drenar su fuerza vital, ya que se está desvaneciendo rápidamente.
Será más rápido ahora, sin esas cadenas.
Mi respiración se aceleró, luché por la calma. No dejaría que lo profanara
más. Cuando ella se acercó a él, agarré mi energía, preparándome para la
liberación, pero el aire se calentó, una poderosa fuerza lanzó a Lady Hualing
lejos. Se estrelló contra la pared de piedra y su escudo se apagó mientras bandas
de fuego la ataban. Me di la vuelta para encontrar a Liwei, tambaleándose, con
la punta de su espada en el suelo. Cuando tres soldados cargaron contra él, giró
su espada en un amplio arco y el golpe los hizo volar. Un guardia se abalanzó
hacia mí con su lanza extendida, y lo despaché con una rápida flecha en el pecho.
Estaba temblando, con el corazón en llamas. No había sido más que una
conjetura salvaje, reconstruida a partir de lo poco que sabía. En el Mar del Este,
había sellado mi oído para combatir la compulsión del Gobernador Renyu, pero
su encanto era sólo de la voz y eso no habría funcionado aquí. Sin embargo, el
gobernador había hablado de que la muerte era la única liberación de quienes
estaban atrapados en la agonía de tal poder. Así que, para romper el control de
Lady Hualing sobre Liwei, había sellado todos los sentidos que poseía, llevándolo
al borde de la propia muerte. Aunque si hubiera fallado, él habría muerto o me
habría matado. Y habríamos perecido por nada.
274

Cuando sostuve su mano después, había canalizado mi energía hacia él. Toda
la que pude reunir sin levantar sospechas. No era una sanadora y todo lo que
pude hacer entonces fue rezar para que fuera suficiente. No podía arriesgar su
vida sólo para salvar la mía. Pero lo había hecho, para salvarnos a los dos.
Esperaba que, bajo la apariencia de la muerte, Lady Hualing me permitiera
llevármelo. Y casi había funcionado. Pero me regodeé demasiado pronto; aún no
estábamos fuera de peligro. Demasiado tarde percibí su poder. De un solo golpe,
Lady Hualing disipó sus ataduras y las vides salieron disparadas, enroscándose
alrededor de Liwei y de mí, extrayendo la respiración de mi pecho, estrangulando
mis miembros hasta entumecerlos. Antes de que pudiera desesperarme, la magia
de Liwei se extendió sobre nosotros, quemando las plantas.
Lady Hualing volvió a levantar las manos. El olor húmedo de la tierra se
espesó mientras el aire brillaba con su magia. Levanté una barrera mientras Liwei
lanzaba su fuerza detrás de la mía. No podía luchar contra ella sola, pero juntos
teníamos una oportunidad. Su energía crepitó al golpear, transformándose en
interminables lianas que brillaban con una luz siniestra mientras se retorcían
contra nuestro escudo. El sudor goteaba de mi frente mientras intentaba no
imaginar lo que buscaban con un hambre tan voraz.
Mis luchas no se perdieron. Los labios rojos de Lady Hualing se curvaron
hacia arriba mientras se intensificaba la aplastante presión sobre nuestro escudo.
Los zarcillos se enroscaron con renovado vigor. El tiempo no estaba de nuestra
parte; yo estaba a punto de agotarme, y las fuerzas de Liwei también debían
estar disminuyendo. Pronto caeríamos, ya sea por la fatiga o por su malévolo
hechizo, o por los soldados que se acercaban a nosotros, con sus rostros
encendidos por la expectación.
No, no voy a renunciar tan fácilmente a nuestras vidas ganadas con tanto
esfuerzo. Se formó un plan, loco y temerario, pero el más mínimo atisbo de
esperanza era preferible a una muerte segura. Mis ojos se encontraron con los
de Liwei, mientras le daba instrucciones silenciosas para que mantuviera el
escudo firme. Asintió con la cabeza, esforzándose al soportar ahora todo el peso
de nuestra barrera. Reuní los jirones de mi energía en un orbe brillante del
tamaño de una canica y lo lancé para golpear el escudo de Liwei desde dentro.
Se resquebrajó, aunque la red de lianas lo mantuvo firme. Apreté los dientes y
se me escapó un suspiro. La severa advertencia de Maestro Daoming sobre no
agotar mi poder resonaba en mi mente, pero no podía detenerme. La cabeza me
palpitaba mientras exprimía las últimas motas de luz de mi núcleo y las lanzaba
en una ráfaga de viento.
Nuestro escudo se hizo añicos y la fuerza arrojó las enredaderas de lady
Hualing sobre su cuerpo, los soldados que huían, el techo y las paredes, a las
que se aferraron como si estuvieran arraigadas. Las grietas atravesaron la
caverna, y la piedra gimió y tembló.
275

Me derrumbé en el suelo, tan hueca como una linterna de papel pisoteada


por un pie descuidado. Temblaba, no por el frío de la cueva, sino por el hielo
que se extendía por mis miembros. Los párpados me pesaban, ansiaban cerrarse,
rendirse a la oscuridad que se extendía por mi cuerpo. Todo adquirió un brillo
nebuloso, hasta que ya no supe si seguía viva o estaba atrapada en un sueño
interminable.
Las luces se arremolinaban, con el brillo dorado de la magia de Liwei
fluyendo en mi cuerpo roto. Se hundieron en la oscuridad, pero no se
desvanecieron, como la luz del sol brillando sobre el mar nocturno. Las luces
penetraron en el núcleo de mi fuerza vital, enterrada en lo más profundo de mi
cabeza, haciendo brotar una única mancha de plata, lo último de mi energía. El
frío de mi interior se descongeló, y mis fuerzas volvieron a su cauce cuando
desperté y encontré los dedos de Liwei entrelazados con los míos mientras
yacíamos en el suelo.
Los ojos de Lady Hualing estaban vidriosos, su boca se abrió en un grito sin
sonido. Su cuerpo se convulsionaba mientras las lianas se enroscaban a su
alrededor en un estrangulamiento. Cada vez se enroscaban más, desgarrando la
seda de su vestido, apretando su carne abultada hasta que se volvía carmesí y
púrpura. Me ahogué en la bilis al ver cómo se debilitaban sus luchas, cómo las
camelias de su cintura se marchitaban y bajaban sus cabezas antes orgullosas,
cómo las peonías de seda de su vestido se volvían marrones y se deshilachaban.
La luz se desvaneció de sus pupilas, la amargura desapareció de su rostro... hasta
que sólo quedó su fría belleza.
Podría haber permanecido allí hasta que la luna creciera y menguara, incapaz
de reunir fuerzas para levantarme. Pero la caverna se estremeció con más fuerza
que antes. Las rocas cayeron desde arriba mientras Liwei me arrastraba para
ponerme en pie, con los músculos tensos mientras corríamos hacia la entrada.
Un trozo de piedra me golpeó la espalda y me hizo caer al suelo. Nubes de polvo
descendieron mientras el techo se fracturó y se derrumbó, justo cuando Liwei
convocó un vendaval que nos lanzó a través de la abertura, y la cueva se
derrumbó tras nosotros con un estruendo ensordecedor.
El duro suelo apenas ofrecía alivio a mi maltrecho cuerpo. No podía
moverme, yacía en el suelo como si estuviera inmovilizada. Una respiración
entrecortada, y luego otra, se escapó de mis pulmones. Los ojos de Liwei estaban
abiertos y miraban los míos. Cuando su rostro recuperó el color, mi miedo
desapareció. Entonces me tendió la mano, y su palma se posó en mi mejilla,
mojada por las lágrimas que habían caído sin que me diera cuenta.
Sonreí, contenta de sentir su calor. No tenía más palabras; había dicho todo
lo que tenía en mi corazón.
276

El luminoso resplandor de la luna hechizó el bosque. A la pálida luz, los


árboles muertos brillaban como columnas pulidas de plata y jade. La niebla se
desvaneció, dispersada por el viento nocturno. ¿Había sido lanzada por Lady
Hualing para ocultarse del mundo?
Las hojas crujían, las ramas crepitaban. Nos giramos cuando la Princesa
Fengmei salió del bosque. Con un grito de alegría, corrió hacia Liwei y lo abrazó.
Sus ojos se dirigieron hacia mí, y su mano dudó antes de extenderla para
abrazarla.
Me esforcé por sentarme, apartando la mirada de su reencuentro, aunque sus
susurros me perforaban los oídos. Finalmente, la Princesa Fengmei me tocó el
brazo.
—Me escondí donde me dijiste, hasta que oí un fuerte estruendo —Mientras
me escudriñaba, se llevó el puño a la boca—. ¿Estás bien?
Debía de ser una imagen temible, cubierta de sangre, magulladuras y
suciedad. Sin embargo, su preocupación me conmovió.
—Lo estaré, una vez que Su Alteza nos lleve de vuelta al Reino Celestial.
La sonrisa de la Princesa Fengmei vaciló al mirar a Liwei. Su expresión era
inescrutable, pero sus ojos eran pozos profundos que amenazaban con ahogarme
si los miraba fijamente durante demasiado tiempo. Su mirada se posó en el
Broche Gota del Cielo que tenía en la cintura. Inclinó la cabeza hacia su gemela,
que colgaba de mi cinturón, la gema clara una vez más.
—Un par que hace juego —Su voz era tan suave como la brisa en un prado.
Una inexplicable necesidad de explicar me invadió, aunque ella no me lo
había pedido.
—Un regalo de amistad —dije.
Ella no respondió, y se quedó callada mientras Liwei se levantaba y me
ofrecía su mano. La agarré mientras me ponía en pie de forma inestable,
luchando contra el impulso de aferrarme a él con más fuerza, de deleitarme con
el tacto de su piel contra la mía. Cuando ayudó a la Princesa Fengmei a
levantarse, me apresuré a adelantarme a ellos. No quería entrometerme, ni era
lo suficientemente fuerte como para soportar ver su brazo envuelto
protectoramente alrededor de sus hombros. No cuando mi corazón aún estaba
en carne viva después de todo lo que habíamos pasado. Después de todo lo que
había confesado, tanto a mí como a él.
Dirigiéndome hacia el norte, guie el camino a través de los árboles, más allá
del bosque, hacia el aroma de la exuberante hierba y las flores silvestres. Inhalé
profundamente, saboreando la frescura del aire. La magia de la Princesa Fengmei
surgió y convocó una gran nube que se precipitó ante nosotros. Me subí a ella,
277

ansiosa por abandonar este cementerio de sueños rotos. Ahora que había
terminado, la lástima se apoderó de mí al pensar en el destino de Lady Hualing,
un final trágico para una inmortal tan ilustre. También recordé a mi madre, que
suspiraba por mi padre, viviendo la mitad de su vida en la sombra, enterrada en
los recuerdos y el arrepentimiento.
No, yo no elegiría como ellos. No anhelaría lo que se había perdido,
imposible de recuperar. Miraría a los días venideros, a la felicidad que me
esperaba allí… si fuera lo suficientemente valiente y firme para alcanzarla.
278
La luz del sol se colaba a través de los pilares de cristal, proyectando cientos
de diminutos arcos iris sobre los azulejos tallados. Mientras una fresca brisa
recorría el Salón de la Luz del Este, la cortina de cuentas de jade tintineaba
suavemente detrás de los tronos.

La corte al completo estaba presente hoy, el peso de todos sus ojos sobre mí
mientras me arrodillaba en el suelo. Extendiendo los brazos, doblé el cuerpo,
presionando la frente y las palmas de las manos contra el suelo en una reverencia
formal al Emperador y la Emperatriz Celestiales.

—Levántate —entonó el emperador.

Lentamente, desenrollé las piernas, levantando la cabeza hacia los tronos.


Hoy, Sus Majestades Celestiales estaban resplandecientes en brocado amarillo
imperial. De la corona del emperador caían lustrosas perlas, mientras que sobre
el cabello de la emperatriz descansaba un tocado de oro y rubí con forma de alas
de fénix. Junto a ellos, se encontraba Liwei. Su túnica de cuello alto era de
brocado azul noche, bordado con garzas doradas entre nubes blancas. Llevaba
un cinturón de eslabones de jade alrededor de la cintura y su copete estaba
envuelto en una corona de zafiro.

Busqué en su rostro, aliviada de no encontrar ningún rastro de sus heridas


del Bosque de la Eterna Primavera. Antes había estado demasiado nerviosa para
buscarlo. Temerosa, incluso. En aquella húmeda caverna donde la muerte nos
cortejaba a ambos, había dejado mi corazón al descubierto. Aunque cada palabra
iba en serio, a la luz del día, sin el peligro que se cernía sobre nosotros, el
recuerdo de mi atrevimiento me quemaba. Pero no me arrepiento. Ahora
comprendía que antes de poder abrazar mi futuro, tenía que liberarme de las
279

ataduras del pasado.

Mi mirada se dirigió a Wenzhi, que estaba de pie junto a la sala. Me asintió


tranquilizadoramente y sonreí, reconfortada por el recuerdo de sus cuidados
desde mi regreso, ordenando a los curanderos que me atendieran, trayendo
hierbas raras y medicinas para acelerar mi recuperación. Su presencia constante
hizo que los rumores que nos rodeaban se dispararan. Pero después de lo que
acababa de pasar, no me importaba lo que dijeran las malas lenguas. Y ya no
podía afirmar que eran meros rumores.
La Emperatriz Celestial tenía los labios fruncidos como si hubiera mordido
un kumquat inmaduro. Los ojos de Liwei brillaban tanto que me resultaba difícil
apartar la mirada. Detrás de mí, los susurros flotaban en el aire y mi nombre se
repetía en voz baja. No era la única que se preguntaba por qué me habían
convocado hoy.

El Emperador Celestial habló entonces.

—Primer Arquera, has prestado un gran servicio a nuestro reino. Nuestro hijo
habría perecido sin tu ayuda, y ha hablado largo y tendido de tus hazañas. La
Princesa Fengmei también ha expresado su gratitud por tu rescate. Elogiamos tu
valor y coraje, y te agradecemos tu protección de nuestro hijo y su prometida.

Sonreí con fuerza mientras me inclinaba en señal de agradecimiento. Un


elogio tan amable por parte del Emperador Celestial era más raro que la luna
eclipsando al sol. Sin embargo, a pesar de sus palabras, su rostro permanecía frío
e inexpresivo. Si estaba aliviado por la huida de su hijo o afectado por la muerte
de Lady Hualing, no vi ningún rastro de ello.

—Primer Arquera Xingyin, escucha mis órdenes.

Qué extraño fue escuchar mi nombre pronunciado por el emperador. Mi


cuerpo se tensó mientras el silencio envolvía la corte como un manto de nieve.
Algo tintineó, y los jadeos se extendieron por el aire. Levanté la vista y descubrí
que el Emperador Celestial me había tendido la mano, con una pieza oblonga de
jade rojo sangre sobre la palma.

—Te concedo el Talismán Carmesí del León —Hizo una pausa, dejando que
sus palabras calaran—. Pide un favor para ti y te lo concederemos, siempre que
esté en nuestra mano hacerlo.

Un asistente se apresuró a acercarse a él, portando una bandeja lacada en


negro. El emperador colocó el talismán sobre ella, y el asistente avanzó hacia mí
con pasos medidos, deteniéndose ante mí para ofrecerme la bandeja. Mis manos
estaban rígidas cuando tomé el jade y lo miré entumecida. Un león estaba tallado
280

en el centro, con sus ojos saltones y su melena rizada cincelados con exquisito
detalle.

De su base colgaba una gruesa borla de seda dorada.

La voz del emperador retumbó en la sala, pero sólo capté fragmentos de lo


que dijo. Mi corazón se aceleró hasta que creí que iba a estallar. ¿Había oído
bien? ¿Era realmente el Talismán Carmesí del León? Habló con tanta frialdad,
como si lo que ofrecía fuera una parcela común de tierra o un cofre de oro.
Como si esto no fuera la realización de mi mayor sueño, al que casi había
renunciado.

Al levantar la vista, me encontré con que el emperador me miraba


expectante. ¿Esperaba un llanto alegre o proclamas de eterna gratitud? Desde
luego, no este silencio bostezante, ya que mi repentina inquietud me robaba la
voz. Sólo tenía un deseo... y no era uno que le complaciera.

—¿Necesitas tiempo para pensar en esto? —Su tono era cortante, tal vez por
la impaciencia. ¿O era una advertencia para que no me excediera?

Me asaltó el temor de perder esta oportunidad. Las palabras me subieron a


la garganta y salieron disparadas en un jadeo estrangulado—: ¡Mi madre!

Se hizo un silencio en la multitud. Respiré entrecortadamente, tratando de


calmar mis nervios.

—Mi deseo es que Su Majestad Celestial libere a mi madre —Esta vez hablé
más despacio, tan claramente como pude.

Los ojos de la emperatriz se curvaron como las garras de un depredador.

—¿Tu madre? ¿Quién puede ser?

La malicia en su tono me hizo reflexionar. Mi deseo incitaría sin duda su


furia. Sus Majestades Celestiales odiarían aparecer como los tontos, engañados
por la impotente Diosa de la Luna durante todos estos años. ¿Y si lo revelaba
todo, sólo para que denegaran mi petición y le infligieran un castigo mayor?

Volví a arrodillarme, agachando la cabeza.

—Su Majestad Celestial, mi madre no me pidió esto. Todo esto es obra mía.
Le pido humildemente que me asegure que ella no será castigada por mis
acciones, ni por nada de lo que revele hoy.

—¡Cómo te atreves a exigirnos! —siseó la emperatriz.


281

El aire se espesó con un repentino frío. Si fuera un peticionario común, el


emperador podría haberme condenado a prisión, o algo peor, por mi temeridad.
Sin embargo, el jade que tenía en el puño me recordaba que me había ganado
el derecho a hablar hoy con mi sangre, sudor y lágrimas.

—Muy bien —dijo el emperador en un tono gélido—. Tienes mi palabra de


que tu madre estará a salvo. Sin embargo, tú misma no tendrás esa protección si
descubrimos que nos has ofendido de alguna manera. Responderás por tus
propios actos.
Su amenaza minó mi valor. Un impulso de escabullirme, de esconderme en
las sombras y ser olvidada. Aunque nos separamos, mi madre y yo estábamos a
salvo por ahora. Intactas. ¿Era yo codiciosa, buscando más de lo que debía? Pero
recordé lo que Wenzhi me había susurrado una vez, cuando estuve aquí por
primera vez frente a los tronos de jade como hoy.

Cuando las líneas de batalla estén trazadas, avanza con la mente clara.

De alguna manera, lo había hecho; había ganado el talismán. Nunca más


tendría una oportunidad como ésta. No sería un cobarde ahora, no después de
todo lo que había hecho para llegar hasta aquí. Un torrente de emoción me
recorrió cuando encontré las palabras anidadas en lo más profundo de mi
corazón, las que me había susurrado cada noche antes de dormir, antes de
despertarme cada amanecer.

—Mi madre es Chang'e. Soy la hija de la Diosa de la Luna.

Comenzaron los susurros, débiles susurros que se convertían en jadeos,


fervientes murmullos acompañados por el nervioso arrastrar de pies. Los ojos de
Liwei se abrieron de par en par, su mandíbula se apretó con fuerza, mientras los
labios de Wenzhi se dibujaban en una fina línea. Los que más me conocían, los
que más confiaban en mí, los que había mantenido en la oscuridad. Qué
traicionados deben sentirse por mi confesión.

—¿La Diosa de la Luna? —La emperatriz escupió cada palabra—. Si Chang'e


es tu madre, ¿quién es tu padre?

El miedo nubló mi corazón, como la tinta que brota de un pincel sumergido


en el agua.

Mi padre había matado a los pájaros del sol, su amada familia. Pero mi rabia
por su burda insinuación me empujó a levantar la barbilla para encontrar su
mirada, a hablar con menos cuidado y más orgullo del que debería.

—Mi padre es el marido de mi madre, el arquero mortal Houyi.


282

En el momento en que esas palabras fueron pronunciadas en voz alta, la


tensión anudada en mi interior durante todos estos años se deshizo. Me invadió
una ligereza, una sensación de libertad al reconocer a mis padres. No me había
dado cuenta del peso de esta carga hasta ahora. Sin embargo, más allá de mi
feroz alivio y orgullo, no había gloria en la revelación de mi identidad. Ya me
habían compadecido antes por mi falta de familia y conexiones, pero a los ojos
de esta corte, era mucho peor estar manchada por la asociación con aquellos que
habían caído en desgracia.
La furia manchó la piel blanca de la emperatriz. Sus nudillos estaban blancos
y las vainas de oro de sus dedos se clavaban en el reposabrazos de su trono.

El Emperador Celestial rompió primero la quietud.

—Explícate —Su tono era sombrío y la forma en que me miró... me recordó


el momento en que Liwei me atravesó el pecho con su espada.

Todos conocían la historia de los diez pájaros del sol. Pero ninguno conocía
la verdad sobre el ascenso a la inmortalidad de la Diosa de la Luna. Ante el
público hostil que estaba pendiente de cada una de mis palabras, volví a contar
la historia que ya había escuchado una vez. El peligro para la vida de mi madre
y la mía. Su desgarradora elección. El terror que la llevó a ocultar mi existencia.
No pude evitar que las lágrimas se me clavaran en los ojos cuando hablé del
dolor que había perseguido a mi madre todos los días de su vida inmortal.

Cuando terminé, volví a apretar mi frente contra las baldosas de jade,


tragándome el orgullo y el resentimiento por esta oportunidad de ser escuchada.

—Durante todos estos años, mi madre ha estado prisionera, viviendo en la


soledad y la miseria. Tomó el elixir para salvar nuestras vidas. Ella no era
consciente de haber roto ninguna regla, ¿cómo podría un mortal saber tal cosa?
Imploró la misericordia y la comprensión de Sus Majestades Celestiales, para que
perdonen la transgresión de mi madre y levanten su castigo. Este es el favor que
pido.

Me levanté, colocando mis temblorosas palmas sobre mis rodillas dobladas.


Mi mirada chocó con la del Emperador Celestial, totalmente impasible ante mi
sincera súplica.

La emperatriz me señaló con un dedo, casi convulsionando de rabia.

—No se puede tolerar semejante engaño. Esta línea familiar, desde Chang'e
y Houyi hasta esta… esta chica es traicionera, plagada de mentiras, duplicidad e
ingratitud. Hay que acabar con ella de inmediato.
283

La gloriosa esperanza que había surgido hace un momento, se marchitó y


murió. Sin embargo, el silencio acogió las palabras de la emperatriz. No hubo
gritos entusiastas de apoyo, sólo unos pocos asintieron con la cabeza, y por eso
estaba agradecida.

Alguien salió de un lado y se hundió en el suelo para rendirle pleitesía. Un


cortesano, por su sombrero ceremonial y su túnica negra, y por el adorno de jade
amarillo que colgaba de su faja. Uno de alto rango para estar situado tan cerca
de los tronos, aunque no podía ver su rostro desde donde se arrodillaba frente a
mí.

—Su Majestad Celestial, ¿puedo ofrecer mi opinión?

Aquellos tonos sedosos, la parte trasera de su perfil, sacudieron entonces mi


memoria.

¿Dónde había conocido a este inmortal antes?

El emperador se recostó en su trono.

—Levántese, Ministro Wu, y diga lo que piensa. Tu consejo es valioso.

Mi corazón se desplomó.

¿Ministro Wu?

No debería haberme sorprendido; parecía estar siempre ligado a mis


momentos más difíciles aquí. Así de cerca, su aura latía a mi alrededor, tan densa
y opaca como un lago sin fondo.

El ministro se inclinó de nuevo, antes de ponerse en pie. Cuando se giró,


me estremecí ante la hostilidad de su expresión.

—Su Majestad Celestial, ni Chang'e ni su hija merecen su misericordia. Una


te robó tu regalo, la otra te engañó de esta manera tan despreciable. ¡Con qué
descaro mintió la Diosa de la Luna a Su Majestad Celestial cuando la visitamos
antes! A su orden, volveré allí y la aprehenderé, para que sea juzgada con su hija
por sus ofensas. Si permites que queden impunes, esto sentará un peligroso
precedente para otros que buscarán aprovecharse de tu bondad.

Su malicia me dejó atónita. En mi breve encuentro anterior con el ministro,


sólo me había mirado con aburrido desinterés. Entonces no sabía quién era yo,
pero ¿por qué iba a importar? ¿Despreciaba mi herencia mortal? ¿Me
consideraba indigna de estar aquí? ¿Por qué iba a pronunciar palabras tan
284

crueles, cuidadosamente elaboradas para inflamar las sospechas y la ira del


emperador?

¿Bondad? ¿misericordia? me quejé. ¿Cuando mi madre había sido


encarcelada todos estos años sólo por beber el elixir?

—Mi madre no es una amenaza para el Reino Celestial —grité, deshaciendo


todo lo bueno de mi compuesto alegato anterior—. Ella no ha hecho daño a
nadie, sólo intentaba protegerme. Ella no merece tal...
—Suficiente —El emperador habló de manera uniforme, pero la amenaza
que surgió de esa sola palabra fue peor que cualquier rugido.

Me maldije por mi arrebato. Si me golpeaba ahora, nadie lo culparía por ello.

En el repentino silencio, Liwei bajó del estrado y se quitó la túnica mientras


se arrodillaba a mi lado. Me lanzó una mirada de advertencia antes de hablar,
con una voz que irradiaba calma.

—Honorable padre, madre. Le debo la vida a la Primer Arquera Xingyin. Ella


se arriesgó para venir en mi ayuda, mucho más allá del deber y el honor. Si no
fuera por ella, estaría muerto. La Princesa Fengmei, aún sería un rehén. Nuestro
reino estaría sumido en el desorden. Como su hijo obediente, debo recordarle
que, debido a sus valientes acciones, la Primer Arquera recibió hoy el Talismán
Carmesí del León. Un favor real, no una condena.

Una calidez se encendió en mi interior. Saber que aquí, rodeado de hostilidad


y condena, aún tenía un amigo en él. Más que el hecho de que nunca hubiera
podido hablar con tanta elocuencia, Liwei había arriesgado la ira de sus padres
al recordarles su promesa, algo que nadie más habría se atrevió a hacer. Puede
que no sea suficiente para influir en mi destino, pero saber que lo había hecho,
a pesar de su incomodidad por mi revelación, me conmovió profundamente.

La emperatriz le dirigió una mirada tan temible que un hombre menos


valiente se habría escabullido. En cuanto a la expresión del rostro de su padre,
me estremecí y aparté la mirada. Sin embargo, Liwei se mantuvo firme,
permaneciendo de rodillas ante ellos tan humildemente como cualquier
peticionario.

—No es un favor común lo que pide. La prisión eterna no puede retirarse


por capricho —Una nota de astucia se deslizó en la voz de la emperatriz al
añadir—: Además, la petición de la Primer Arquera es en nombre de su madre.
No para ella misma, que es lo que le corresponde al portador del talismán. Es
más que afortunada si no la castigamos por este engaño, haciéndose pasar por
alguien que no es.
285

¿Cómo pudo rebajar la vida de mi madre como si fuera una baratija en el


mercado? ¿Cómo se atreve a robar mi victoria, tan duramente ganada, y
convertirla en este triunfo vacío? La sangre que había derramado, la agonía que
había sufrido... Apreté los ojos, reprimiendo el impulso de arremeter de nuevo,
de arrojar mi desprecio y mi rabia a sus rostros arrogantes e indiferentes.

—Su Majestad Celestial es sabia —convino suavemente el ministro Wu—.


Si las intenciones de la Primer Arquera eran honorables, ¿por qué ocultó su
identidad? ¿Quién sabe qué artimañas le enseñó su taimada madre, qué complots
se esconden en su corazón?

La rabia me recorre las venas. Podía soportar mejor los insultos a mi persona
que los dirigidos a mi madre. Me giré hacia el ministro, abriendo la boca para
reprenderle, mal aconsejado, sin duda, cuando unos pasos chocaron contra las
baldosas de piedra.

Era Wenzhi, que se hundía a mi lado.

—Su Majestad Celestial, por favor considere el valioso servicio de la Primer


Arquera. Ha servido con lealtad y valentía, ayudándonos a conseguir victorias
que han fortalecido al Reino Celestial. Además, la Primer Arquera Xingyin nunca
engañó abiertamente a nadie. Nadie cuestionó nunca que fuera la hija de la Diosa
Chang'e y del mortal Houyi.

Algunas cabezas asintieron. Era un argumento astuto, que ojalá se me


hubiera ocurrido a mí.

Las ropas del Emperador Celestial crujieron mientras se movía en su trono.

—General Jianyun, ¿cuál es su opinión?

Contuve la respiración mientras el general se abría paso. Desde donde estaba


arrodillada, no podía ver su rostro. Como el comandante de mayor rango del
emperador, el general podría inclinar la balanza a mi favor, si así lo decidía.

—Su Majestad Celestial, el parentesco de la Primer Arquera Xingyin es...


desafortunado. Sin embargo, ha sido una recluta valiente y excepcional. Y lo que
es más importante, ha salvado la vida de Su Alteza y su prometida, preservando
nuestra alianza con el Reino del Fénix. Semejante valentía no debe quedar sin
recompensa, como usted ha determinado gentilmente antes —hizo una pausa,
dejando que sus palabras calaran—. Debemos apreciar la flor,
independientemente de sus raíces.
286

Los murmullos en la sala se hicieron más fuertes. Agudicé el oído para


escuchar.

¿Era posible que algunos expresaran su sorpresa por mi trato? ¿Incluso un


susurro de cautelosa desaprobación?

El emperador no habló. Mi pulso se aceleró al sentir su mirada sobre mí,


aunque no me atreví a moverme porque mi aliento empañaba las baldosas. ¿Las
palabras del General Jianyun superarían las acusaciones del ministro Wu? Había
hablado bien, ofreciendo a Sus Majestades Celestiales un camino para
perdonarme en nombre de la magnanimidad y la gracia. Pero mis entrañas se
apretaron al recordar la misericordia del emperador, que tan insensiblemente
había dispensado a mi madre, Lady Hualing, y a los dragones.

—Primer Arquera Xingyin —dijo finalmente el emperador.

Volví a doblar mi cuerpo, preparándome para lo que vendría. Intentando no


pensar en las torturas y los horrores que esperaban a quienes le habían ofendido.

—No debes ser culpada por los errores de tus padres. Tus méritos deben
valer por sí mismos. Se te lega el Talismán Carmesí del León por tu servicio.

Levanté la cabeza, con la esperanza retumbando en mí, apenas contenida,


mientras esperaba ansiosamente las siguientes palabras del emperador.

—Sin embargo, el favor que pides: liberar a Chang'e, la Diosa de la Luna,


no será concedido.

Mis dedos apretaron el jade, arrugando su borla. ¿De qué servía esto ahora?
No había nada más que quisiera del Emperador Celestial.

Aunque me sentía aliviada de no ser castigada, no había respeto ni gratitud


en mi corazón. No por este truco que me jugaron; mi servicio ganado con
moneda falsa.

—Concededme esto entonces, Majestad Celestial —dije, envalentonado por


el resentimiento—. Un favor sólo para mí. El derecho a ganar la libertad de mi
madre a través de una tarea de tu elección —Una oferta imprudente, pero ¿qué
podía perder? Esta vez explicaría los términos con tanta claridad que nadie
dudaría de ello.

Mi comportamiento rozaba la insolencia. ¿Quién era yo para exigirle al


Emperador Celestial? Pero en lugar de ira, una luz astuta brilló en esos orbes
insondables, un dedo levantado para acariciar su barbilla.

—Muy bien, Primer Arquera. Te ordenamos que realices una tarea más en
287

nombre de tu madre, para reequilibrar sus ofensas contra nosotros.

—¿Cuál es la tarea, Su Majestad Celestial? —Mis palabras se cayeron en mi


apuro. Viajaría hasta los confines de la tierra, hasta el mismísimo Reino de los
Demonios para liberar a mi madre.

El emperador no habló, y me tendió algo: un bulto gris oscuro en la palma


de la mano. Me incliné más hacia él, estirando el cuello. Era un sello, fabricado
en metal sin brillo, con un dragón intrincadamente tallado en la parte superior.
Wenzhi inhaló suavemente, un soplo de asombro. Lo miré sorprendido.

—El Sello de Hierro Divino liberará a los cuatro dragones, encarcelados en


el mundo mortal por sus graves crímenes. Cada uno posee una perla que es única
para ellos. Te ordeno que recuperes las perlas de los dragones y me las traigas
—El tono del emperador se agudizó—. Si no obedece mi orden, usa los medios
que sean necesarios. Una vez que las cuatro perlas estén en mi poder, perdonaré
a tu madre y serás libre de volver con ella.

Retrocedí, involuntariamente. ¡Los Venerables Dragones! Después de saber


de ellos en el Mar del Este, no tenía ningún deseo de desafiar a tan grandes y
nobles criaturas. ¿Los dragones entregarían sus perlas libremente? Si no lo
hacían, ¿podría endurecerme para hacer lo necesario? ¿Lo que el emperador
esperaba de mí?

—¿Estamos de acuerdo? —Su voz estaba bordeada de impaciencia.

Me tragué mi malestar, dejando que se asentara en mi estómago como grasa


congelada. Se lo había pedido al emperador, había buscado esta oportunidad.
¿Cómo podía dudar ahora? Juntando las manos ante mí, me incliné en señal de
aceptación de sus condiciones. El trato estaba hecho, tan común como los del
mercado, pero lo que estaba en juego era mucho más importante.

Un asistente se acercó y colocó el sello en mi palma extendida. El metal


estaba frío contra mi piel y cuando lo dejé caer en mi bolsa, la seda se combó
por su peso.

El emperador me hizo un gesto con la cabeza. Una despedida cortante que


acepté de buen grado. Me puse en pie, me aparté del trono y empujé las piernas
hacia delante, cada paso más pesado que el anterior. Mirando al frente, podría
haber parecido indiferente al resto de la corte. Sin embargo, en mi interior era
un lío de emociones retorcidas que amenazaban con destrozarme. De alivio,
porque la verdad por fin salía a la luz, pero de furia por haberme arrebatado la
recompensa que tanto me había costado conseguir. La esperanza de que se me
concediera esta segunda oportunidad se vio atenuada por el temor de que el
288

precio de la libertad de mi madre fuera uno que yo no pudiera pagar.


Aturdida, salí del Salón de la Luz del Este. Varios de los sirvientes del palacio
me miraron con curiosidad mientras pulían las balaustradas de piedra y barrían
los inmaculados terrenos. Shuxiao se dirigió hacia mí como si me hubiera estado
esperando todo este tiempo. Le había hablado de mi citación, sin imaginar que
los acontecimientos de hoy se desarrollarían de la manera en que lo hicieron.

—¿Es cierto? —preguntó—. ¿Lo de tu madre?

Parpadeé, sorprendida. No había dado más de cinco pasos desde el vestíbulo.

—¿Cómo lo has sabido?

—Ah. La mayoría de las audiencias reales son terriblemente aburridas.


Cuando se informó de que se oían voces elevadas... —Sonrió mientras miraba a
su alrededor—. Te sorprendería saber cuántos encontraron algo que requería
atención urgente aquí.

Su sonrisa se desvaneció cuando me apartó, lejos de los oídos agudos.

—¿Es tu madre realmente Chang'e, la Diosa de la Luna?

¿Había ira en su voz? ¿Resentimiento? Todas las veces que había hablado de
su propia familia, yo no había dicho ni una palabra, dejándole creer que la mía
había fallecido. No podía culparla si no quería volver a hablarme. Sería mejor
para ella que no lo hiciera. Si a ello le sumamos el desagrado de Sus Majestades
Celestiales, yo era una amiga tan indigna como peligrosa.

—Sí —dije, preparándome para palabras duras.


289

En lugar de eso, ella extendió la mano y me abrazó.

—Siento lo de tu madre —dijo, soltándome—. Pero yo también estoy


enfadada contigo. Nunca se lo habría dicho a nadie.

Había otras cosas que le había dicho en confianza, cosas que adivinó que se
guardaba para sí misma.

—No podía decir nada, no hasta que supiera que sería seguro.
Ella asintió, lentamente.

—Lo entiendo. Aunque dudo que tus noticias hayan sido del agrado de Sus
Majestades Celestiales.

—Tan agradables como una cítara con la cuerda rota —Fruncí el ceño,
recordando el siseo de rabia de la emperatriz, el enfado del emperador... Al
principio se había enfadado, sin duda. Sin embargo, parecía extrañamente
satisfecho cuando me fui. Debería estarlo, me dije, recibiendo el doble de trabajo
por un solo salario.

—Y ahora, debo persuadir de algún modo a cuatro dragones para que


entreguen sus perlas al emperador, si quiero tener una esperanza de volver a ver
a mi madre —No pude evitar preguntarme entonces: si fracasaba, si demostraba
que ya no era útil para el Reino Celestial, ¿seguiría siendo válida la promesa que
me hizo el emperador?

¿Estaría mi madre a salvo de la malicia de la emperatriz? ¿Lo estaría yo, aun


estando tan lejos como estaría en la patria de Wenzhi?

—¿Por qué las perlas? —Pregunté en voz alta—. ¿No está el Tesoro Imperial
rebosante de joyas?

—Todo lo que he oído es que los dragones guardan bien sus perlas, que son
preciosas para ellos, aunque las historias no dicen por qué —Shuxiao señaló los
dragones dorados que brillaban en el techo de jade, con un orbe luminoso
descansando en cada mandíbula.

Palidecí al pensar que esos colmillos curvos se hundían en mi carne. ¿Era un


astuto plan para que me devorasen, con Talismán Carmesí del León y todo? ¿No
resolvería eso el dilema del emperador, librándose de un plumazo de mi molesta
presencia y, sin embargo, honrando su palabra? Se me revolvieron las tripas al
pensarlo.

Shuxiao me tocó el brazo.


290

—¿Estás bien?

—No estoy segura —Estaba entumecida por dentro. En el lapso de una


mañana mi corazón se había disparado con la esperanza, se había hundido por
el miedo y ahora se mecía en un mar de confusión.

—Bueno, no te dejes matar todavía. Siempre he querido visitar la luna —me


dijo riendo.
—No pienso hacerlo, aunque los dragones podrían decidir lo contrario —dije
en tono sombrío.

—Entonces tendremos que asegurarnos de que no lo hagan.

—¿Tenemos?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

—Voy a ir contigo.

La esperanza se encendió en mí antes de apagarse bruscamente. Ella era una


Celestial; sus lealtades estaban aquí. Sirvió al ejército para proteger a su familia;
¿cómo podía deshacer su sacrificio de forma tan egoísta, exponiéndola a la ira
del emperador?

—No, no puedes abandonar tu posición —Cuando empezó a protestar,


continué—: Escucha. Mi padre mató a los parientes de la emperatriz. Mi madre
desafió al emperador. Yo también estoy en desgracia. No puedes involucrarte en
esto; tienes tu propia familia que proteger. ¿Y si Sus Majestades Celestiales se
desquitan con ellos?

Su rostro cayó.

—No podría soportar eso.

—Yo tampoco podría porque somos iguales —dije sombríamente—.


Hacemos cosas por nuestra familia, por nuestros seres queridos, que no haríamos
por nosotras mismas. Sólo aprendí esto de mí misma después de dejar mi hogar.
Algunos podrían llamarnos tontas. Los que no lo entienden, nunca lo harán.

Ella no protestó, aunque parecía preocupada todavía.

—No puedes ir sola. Es demasiado peligroso. ¿Y si me uno a ti sin que nadie


lo sepa?
291

—Sólo estoy pidiendo a los dragones sus perlas —Hablé con una seguridad
que no sentía—. Los del Mar del Este afirman que los dragones son pacíficos.
Lo peor que pueden hacer es negarse.

Mi compostura se tambaleó cuando las palabras del emperador resonaron en


mi mente: Usar cualquier medio necesario. No era una sugerencia, sino una
orden.

—Y no estarás sola —dijo Wenzhi, acercándose. ¿Cuánto tiempo llevaba


allí?—. Iré contigo.
No estaba en mi naturaleza apoyarme en otro, pero, oh, qué alivio sentí al
escuchar esto. No era vulnerable como Shuxiao; pronto dejaría este lugar.
Además, habíamos luchado juntos tantas veces, que me alegraba de que
estuviera conmigo en esto.

Shuxiao aspiró un poco. Recuperándose, se inclinó apresuradamente hacia


Wenzhi.

—Teniente, ¿nos disculpa? —preguntó—. Tengo algo que discutir con


Xingyin.

Inclinó la cabeza hacia mí en una pregunta tácita. La amaba por eso, porque
velaba primero por mis necesidades. Sin embargo, era precisamente por eso por
lo que no podía arriesgarme a que se uniera a mí, no podía arriesgarme a que
enfadara a aquellos que tenían el poder de tomar represalias y hacerle daño.

—Shuxiao, estaré bien.

—Si cambias de opinión, podría decirle al General Jianyun que me siento


mal durante los próximos días. La mordedura del espíritu del viejo zorro está
actuando, y todo eso —añadió con seriedad.

Wenzhi frunció el ceño.

—Teniente, espero que no haga práctica de tal comportamiento


irresponsable.

—No, capitán —Se inclinó ante él, de nuevo—. Sólo en ocasiones especiales
—Ahogué una carcajada cuando se marchó, sobrio al pensar en lo que le
esperaba.

Wenzhi y yo caminamos en silencio, entrando en un jardín familiar que


rodeaba un tranquilo lago. Sin previo aviso, me tomó del brazo y me arrastró por
el puente de madera hasta el Pabellón del Canto del Sauce. Dejé a un lado los
recuerdos no deseados de todas las veces que me había sentado aquí con Liwei.
292

Entonces me soltó y se volvió para mirar la superficie del agua, que parecía
un espejo.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Cerré los ojos, pensando en la noche en la que había huido de mi casa, presa
del dolor y el terror. La urgencia en la voz de mi madre cuando me había jurado
guardar el secreto.

—Le hice una promesa a mi madre.


—Después de todo lo que hemos pasado, ¿no confías en mí?

—Por supuesto que sí. Pero este no era un secreto que pudiera compartir por
capricho. Nos habría puesto en peligro a todos —Alargué la mano para tocar su
muñeca—. ¿Acaso importa? Sigo siendo quien siempre he sido.

Giró su mano para estrechar la mía.

—Tienes razón; no importa. Aunque ojalá me lo hubieras dicho antes. Quizá


podría haberte ayudado. Tal vez todavía pueda.

Me conmovió su inquebrantable aceptación de mi pasado. Su apoyo


inquebrantable. Hasta ese momento, no había estado segura de ello. Me apoyé
en él, apoyando la cabeza en su pecho mientras su brazo se deslizaba alrededor
de mis hombros. El aroma que desprendía su piel era fresco y perenne.

—Quería decírtelo. Un día, cuando estuviéramos lejos de aquí.

Su corazón golpeó contra mi oído, más rápido que antes.

—¿Cambia esto algo? ¿Seguirás viniendo conmigo?

—Sí —Una emoción me recorrió que ahora, no había ni vacilación ni duda—


. Pero primero debo ayudar a mi madre. Debo cumplir la tarea del emperador.
¿Esperarás un poco más?

Los brazos de Wenzhi se estrecharon, estrechándome más.

—Mientras seas mía como yo soy tuyo, tenemos todo el tiempo del mundo.

Nos quedamos de pie, inmóviles, hasta que un pinchazo en la nuca me hizo


recordar dónde estábamos, a la vista de cualquiera que pasara por allí. Me liberé
y me giré. Mi mirada se estrelló contra la de Liwei, que estaba de pie en el
puente, tan inmóvil como una de sus columnas de madera. Tenía los ojos muy
abiertos y las manos apretadas a su lado. Algo en mí se desgarró al ver la
expresión de su rostro: no era culpa, sino tristeza, por el daño que le había
293

infligido.

Con pasos medidos, Liwei entró en el pabellón.

—¿Puedo hablar con usted? —Sus modales eran fríos y formales, como si
yo fuera un extraño, uno de esos cortesanos que siempre trataba de evitar.
Cuando hace apenas unos días, nos habíamos defendido mutuamente con
nuestras vidas. ¿Siempre iba a ser así entre nosotros: un paso adelante y luego
tres atrás? No, me dije. Ya no caminábamos juntos; nuestros caminos se habían
separado.
Asentí con la cabeza, aunque se me revolvieran las entrañas. Más que a
nadie, le debía una explicación.

—Vendré a verte más tarde —me dijo Wenzhi.

Pensé que se iría entonces, pero volvió a tomar mi mano entre las suyas,
deslizando el pulgar por la palma de la mano con un trazo deliberado. Mi pulso
se aceleró y, a pesar de mi mortificación, no me aparté. Los labios de Wenzhi se
curvaron en la sombra de una sonrisa cuando me soltó. Se inclinó hacia Liwei,
más bien con una brusca inclinación de cabeza, antes de alejarse.

—Lo siento —le dije a Liwei con dificultad. Aunque le debía algo más que
esta burda disculpa. Por todo lo que éramos el uno para el otro, sólo por nuestra
amistad, no se había merecido mi deshonestidad.

—Me mentiste desde el día en que nos conocimos —La crudeza de su tono
me cortó—. ¿Por qué me dijiste que tus padres habían muerto?

—¡No lo hice! Fuiste tú quien lo asumió y yo… Dejé que pensaras así. No
tenía idea de cómo corregirte, no sin más mentiras. Le prometí a mi madre que
guardaría el secreto. Tenía que protegerla. ¿Te imaginas su castigo si tus padres
descubrieran su engaño? ¿Si se enteraran de que ella también me había ocultado?
La habrían condenado a la tortura o a la muerte, como podrían haber hecho hoy
si yo no hubiera ganado el talismán. Si no hubiera garantizado su seguridad ante
la corte —Mis palabras fueron más duras de lo que pretendía. Lamentaba haberle
engañado y, sin embargo, no tenía mucha elección en el asunto, empujado a ello
por su familia.

—¿Por qué no me lo dijiste después de que nos acercamos? —Sus ojos se


clavaron en los míos, tan oscuros e inflexibles—. No eres quien yo creía que
eras.

Su acusación picó, despertando mi ira.

—Siempre te he dicho la verdad sobre mí. Sólo oculté a mis padres, y te he


294

dicho por qué lo hice. Me separaron de mi familia; están perdidos para mí. Saber
la verdad no habría cambiado nada, salvo poner en peligro a mi madre. Entonces,
¿por qué importa esto? ¿Por qué te molesta tanto? ¿Es porque fueron mortales?
¿Deshonrados, por desobedecer a tu padre? —Estas palabras mías eran odiosas,
ni tenían mucho sentido. Lo conocía mejor que eso. Pero, irritada, hablé sin
pensar, queriendo herir tanto como intentaba explicar.

Él retrocedió, mirándome fijamente.


—Eso no significa nada para mí. Es que nunca creí que mintieras. Aceptaste
mi confianza y nunca me cediste la tuya.

Mi ira se disipó. Aunque quería negarlo, había verdad en sus palabras. Había
sido egoísta, encerrándome, tomando lo que él tenía para dar.

—Quería decírtelo, tantas veces, pero tenía miedo. Al principio, no sabía lo


que podrías hacer. Y después... No quería ser una carga.

—Xingyin, ¿cómo pudiste pensar que podría haberte hecho daño? Te habría
ayudado en todo lo que hubiera podido —Ahora hablaba con más suavidad.

—Liwei, no quería ocultarte esto. Tenía miedo de que tus padres lo


descubrieran, miedo de lo que pudieran hacer a mi madre, a mí, incluso a ti, si
los enfadabas. ¿Crees que Sus Majestades Celestiales habrían tenido piedad? —
Mi labio se curvó con desagrado.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Por qué has venido aquí si eso te ha acercado a los que desprecias?
¿Buscabas venganza? ¿Estaba todo calculado para progresar?

No aparté la mirada; no me avergonzaba de lo que había hecho.

—No la venganza. No todo. Sí, quería la oportunidad que me ofrecías, quería


superarme. Sólo los fuertes son favorecidos en el Reino Celestial, sólo así podría
conseguir lo que quería. ¿Puedes culparme por buscar un nuevo futuro después
de que el mío fue arrebatado? No se me ocurrió, hasta que entré en el palacio,
quiénes eran tus padres. Incluso entonces, nunca quise ponerte en contra de
ellos. Quería liberar a mi madre, más que nada, pero sólo a través de mis propios
esfuerzos, como lo hice hoy. Nunca dañándote a ti o a los tuyos.

—¿Más que nada? —repitió él, con un deje de voz—. Resultó que yo sólo
era un peldaño en tu ambición. Qué bien serví a tus necesidades cuando insté a
mi padre a conceder su favor hoy —Inclinó su cabeza hacia la mía, casi con
295

ternura, y sin embargo sus palabras estaban impregnadas de amargura—. Tu


apuesta ha dado buenos resultados. Ahora tienes lo que querías, Primer Arquera:
fama, respeto, el Talismán Carmesí del León. La libertad de tu madre, casi a tu
alcance.

—¡Todo lo que quería era lo que me habían quitado! —Gruñí—. No tienes


ni idea de lo que he pasado. De lo que ha sufrido mi madre —Mi temperamento
se rompió mientras mi mano volaba para golpearlo.
Él la atrapó, sus dedos ardiendo contra mi muñeca. Por un momento nos
quedamos quietos, mirándonos el uno al otro. Nuestras respiraciones eran
rápidas y superficiales, mi corazón latía con fuerza entre mis orejas.

—Me he ganado todo esto por mi cuenta, sirviendo al Reino Celestial, tu


reino, con mi sangre. Cómo me ganaré la libertad de mi madre con esta última
tarea —Me liberé de un tirón, alejándome de él—. Siento haberte engañado, de
verdad. Pero nunca quise hacerte daño y no merezco tus acusaciones.

Casi temblaba de rabia y decepción cuando añadí—: No importa lo que


hayamos perdido, siempre creí que tendríamos nuestra amistad. Tal vez me
equivoqué —En este momento, no pude evitar pensar en la aceptación sin
reservas de Wenzhi y Shuxiao hacia mí. Sin embargo, de los tres, era Liwei a
quien más había herido con mis mentiras.

Miró hacia otro lado, hacia el lago en calma, juntando las manos detrás de
él. Cuando habló, su tono volvió a ser firme.

—Ah, Xingyin. Mi decepción me ha vuelto vicioso. Soy un tonto celoso, el


verlos a los dos ahora mismo... —Sacudió la cabeza—. Esto no era lo que quería
decirte cuando nos encontráramos de nuevo. Lo tenía todo planeado: un discurso
sincero sobre lo agradecido que estoy de que no me hayas dejado morir en las
tiernas manos de Lady Hualing. Aunque puede que ahora te estés arrepintiendo
—Una sonrisa de pesar se dibujó en sus labios.

—Tal vez —dije con rigidez, sin querer dejar de lado mi enfado, aunque se
deshiciera con sus palabras.

—En el Bosque de la Eterna Primavera, en esa miserable cueva... Me alegré


de verte, pero me aterrorizó que pudieras morir —Habló despacio, como si el
recuerdo le doliera—. Te debo mi vida. Gracias por salvarla.

—No me debes nada —dije—. Fue mi elección. Mi decisión.

—Podrías haberte salvado, pero te quedaste. Mientras que, en cambio yo...


296

casi te mato... —Sus palabras se cortaron, su pecho se agitó—. Nunca olvidaré


la expresión de tu cara cuando te di el primer golpe. Me perseguirá el resto de
mis días.

Una parte de mí, una parte infiel, quería acercarse a él. Dejar que nos
reconfortemos mutuamente hasta que hayamos arrancado esos viles recuerdos
de su espada derramando mi sangre. Mi magia, drenando su vida.

Mi pecho ardía como si estuviera atiborrado de carbones calientes, pero todo


lo que dije fue—: Sé que no fuiste tú. Sé que no fue tu intención.
Entonces guardó silencio, aunque sus ojos mantuvieron los míos fijos.

—¿Querías decir lo que dijiste en la cueva? ¿Que me amabas? —Habló tan


suavemente que era casi un susurro.

—Sí —Inspiré profundamente, tratando de sofocar la punzada en mi


corazón. Quizás siempre estaría ahí; estaba aprendiendo que el amor no podía
extinguirse a voluntad—. Pero también quise decir lo que dije después, que
siempre apreciaré lo que tuvimos. Y te deseo alegría en tu vida, aunque yo ya
no forme parte de ella.

Sus uñas se clavaron en la palma de la mano, una gota de sangre cayó sobre
el ala dorada de una garza.

—Pensé que si sobrevivíamos a Lady Hualing, aún teníamos la oportunidad


de encontrar el camino de vuelta el uno al otro. Pero me equivoqué, fui arrogante
al pensar que tu camino sólo conducía a mí.

Me sobresalté ante sus palabras. ¿Era posible...? ¿Creía que yo había


preguntado por él, como recompensa por el talismán?

Continuó, con su voz cargada de pesar.

—Le deseo toda la felicidad. Aunque él no te merezca. Aunque no puedo


evitar desear que las cosas sean diferentes entre nosotros.

—Gracias —Las palabras eran torpes en mi lengua. Con frío, a pesar del sol,
crucé los brazos frente a mí—. ¿Todavía me odias por no habértelo dicho?

—Nunca podría odiarte. Y fui yo el estúpido, al negarme a soltarte cuando


no tenía derecho a retenerte —Su garganta trabajaba como si tuviera más que
decir—. ¿Te vas mañana? —preguntó finalmente.

Asentí con la cabeza.

—Iré contigo.
297

—¿Por qué?

Se encogió de hombros, y su tono volvió a ser un distanciamiento cortés que


me dolió más de lo que me importaba admitir.

—Por la misma razón por la que viniste conmigo al bosque. Estás entrelazada
en mi vida, estemos juntos o no. Te ayudaré porque quiero, no porque deba. Y
no hay necesidad de rendir cuentas; lo que tú me debes, lo que yo te debo, esas
deudas no tienen sentido entre nosotros.
Mucho después de que se marchara, permanecí en el banco de mármol. Una
ráfaga de viento barrió los sauces, cuyas ramas ondulaban el lago. Las hojas
crujieron como si susurraran los secretos que acababa de derramar al mundo.
Esto había parecido un sueño imposible, que reclamaba mi identidad y me
liberaría de las pretensiones del pasado. Y ahora, estaba un paso más cerca de
liberar a mi madre, de volver a casa. Había creído que esta oportunidad me traería
una alegría sin paliativos, pero descubrí que estaba impregnada de una amargura
incomprensible.

298
Sobre las calles empedradas se colgaban lámparas rojas con flecos de seda
amarilla. Los árboles crujían y proyectaban sus sombras sobre las pálidas paredes
de los edificios, con las celosías de diamante de las puertas y ventanas
desgastadas hasta alcanzar tonos rojos y verdes apagados. Las tejas grises de los
techos se confundían con la oscuridad, una opción práctica contra el clima
temperamental del mundo mortal.

Esta aldea podía parecer lúgubre por la noche, pero los faroles luminosos le
daban un brillo encantador.

En el aire flotaban cientos de aromas de alimentos, perfumes y mortales.

La gente se agolpaba en las calles, la mayoría vestida con sencillas túnicas


de algodón, mientras que los más prósperos iban ataviados con relucientes
brocados o seda. Los adornos colgaban de sus cinturas, algunos adornados con
cuentas de jade o discos de metal precioso. Un fuerte estallido me sobresaltó, al
tiempo que estallaban en el aire chispas brillantes, jirones de papel rojo y un
espeso humo. Fuegos artificiales. ¿Había un festival esta noche? Los rostros de
los aldeanos estaban encendidos de emoción, como cuando los había observado
desde lejos en la luna.

Liwei y Wenzhi se detuvieron ante un gran edificio. Sobre su entrada colgaba


una robusta placa negra con los caracteres pintados en blanco:

西湖客栈
299

POSADA DEL LAGO OESTE

Los faroles en forma de calabaza caían en cascada a cada lado de las puertas
de madera roja. Sus ventanas estaban abiertas de par en par al aire fresco de la
noche, la música y las risas se derramaban sobre la calle. Un establecimiento
animado, aunque mi cabeza empezaba a palpitar por el incesante ruido.
Pasaríamos la noche aquí antes de viajar a Changjiang, el río donde el Dragón
Long había quedado atrapado bajo una montaña durante siglos. Cuando Wenzhi
propuso que nos detuviéramos en esta aldea, acepté de inmediato, ansiosa por
ver cómo vivían los mortales. De no ser por un desliz del destino, yo también
podría haber sido una de ellos.

Al vernos, el posadero sacudió la cabeza para rechazarnos. ¿Estaba llena la


posada? El pueblo estaba ciertamente animado. Wenzhi no habló, limitándose a
poner un tael de plata sobre la mesa. Funcionó tan bien como cualquier
encantamiento, y el rostro del posadero se iluminó al guardarlo en su manga. Le
dijo algo en voz baja a Wenzhi, pero fue ahogado por el estallido de risas de un
cliente cercano.

Una joven, quizá su hija, nos indicó una mesa de madera junto a la ventana.
Se marchó, pero regresó enseguida con una bandeja con platos de setas
salteadas, costillas de cerdo estofadas, un pequeño pescado frito y un gran
cuenco de sopa humeante.

—¿Qué entretenimiento hay esta noche? —preguntó Wenzhi a la chica,


señalando con la cabeza la plataforma elevada en el centro de la sala.

Ella se inclinó hacia él, con un rubor que manchaba sus mejillas.

—Un cuentacuentos, joven maestro. Uno de los mejores de esta región.

¿Joven Maestro? Me tragué la risa. Wenzhi debía doblar la edad de su


abuelo, aunque su piel lisa y sus rasgos cincelados no lo indicaban.

A mitad de nuestra comida, llegó el cuentacuentos. Una larga barba gris


cubría su arrugado rostro, y sus ojos saltones brillaban bajo las gruesas cejas.
Mientras se acomodaba en una silla de bambú, dejó su nudoso bastón de madera
en el suelo. Aceptó una moneda de un cliente y se aclaró la garganta antes de
comenzar su historia: un noble rey que había sido traicionado por su concubina
favorita, una espía colocada por un reino enemigo. Cuando la malograda pareja
murió en el trágico final, el público extasiado suspiró y aplaudió, mientras unos
300

pocos se secaban las lágrimas con pañuelos y mangas. Yo reprimí un bostezo,


sin sentir más que repugnancia por el engaño de la concubina, e impaciencia por
la tontería del rey.

Con una sonrisa divertida, Wenzhi lanzó una pieza de plata al narrador, que
la atrapó con sorprendente destreza y la introdujo en su bolsa.

—Joven maestro, ¿qué cuento desea escuchar? —le preguntó el


cuentacuentos con deferencia.
—Los cuatro dragones —respondió Wenzhi.

Me senté más erguida, con las orejas aguzadas.

—¡Ah! Un clásico. El joven maestro debe ser un erudito —halagó el


narrador.

Varios de los ocupantes de la casa de té gimieron, probablemente esperando


más cuentos salaces de reyes lujuriosos y hermosas doncellas. Pero cuando el
cuentacuentos levantó la mano, se callaron: la plata brillaba en su barba con la
misma intensidad que la que ahora tenía en su bolsa.

Comenzó, con una voz tan suave como el mejor vino.

—Hace mucho tiempo, cuando el mundo era aún nuevo, no había lagos ni
ríos. Toda el agua estaba en los Cuatro Mares, y la gente dependía de la lluvia
del cielo para cultivar y saciar su sed. El Mar del Este era el hogar de los cuatro
dragones. El Dragón Long era el más grande de todos, con sus escamas rojas
como la llama, mientras que el Dragón Perla brillaba como la escarcha del
invierno. El Dragón Amarillo brillaba más que el sol y el Dragón Negro era más
oscuro que la noche. Dos veces al año, salían del mar para volar en el cielo.

El narrador levantó la voz, sobresaltando a sus oyentes.

—Un día, oyeron fuertes llantos y lamentos procedentes de nuestro mundo


de abajo. Curiosos, volaron más cerca, escuchando las oraciones desesperadas
de la gente por la lluvia después de una larga sequía. La ropa les colgaba de sus
delgados cuerpos y sus labios estaban agrietados por la sed. Angustiados por su
sufrimiento, los dragones suplicaron al Emperador Celestial que enviara lluvia a
los mortales. El emperador accedió, pero debido a una calamidad divina se le
olvidó y pasaron más semanas sin lluvia.

Hizo una pausa, recogió su copa y se la llevó a la boca. Cuando continuó, su


tono era un susurro controlado. Me esforcé por escuchar, aunque conocía bien
esta historia. Era la misma que me había ofrecido a contar al Príncipe Yanming,
301

de la que se había burlado.

—Incapaces de soportar la miseria del pueblo hambriento, los dragones


volaron hacia el Mar del Este. Llenaron sus fauces de agua salada, rociándola
por el cielo. Su magia la transformó en agua pura que llovió sobre la tierra reseca.
El pueblo cayó de rodillas, regocijándose y alabando a los dioses. Pero el
Emperador Celestial estaba furioso porque los dragones habían sobrepasado su
autoridad. Los encarceló, cada uno bajo una montaña de hierro y piedra. Sin
embargo, antes de que cada uno de los dragones fuera atrapado, sacrificó su
inmenso poder para hacer brotar un río a borbotones que asegurara que nuestro
mundo nunca más careciera de agua. Desde ese día, cuatro grandes ríos fluyeron
a través de nuestra tierra, de este a oeste, con el nombre de los dragones en
honor a su noble sacrificio.

El público aplaudió, aunque con menos entusiasmo que antes. Una mujer
lanzó rápidamente una moneda al cuentacuentos, gritando su petición.

No la oí, perdida en los recuerdos que me invadían. Este cuento había sido
uno de mis favoritos cuando era niña y a menudo le había pedido a mi madre
que me lo contara. Cerrando los ojos, casi podía imaginarme tumbada en mi
cama de madera de canela, con los dedos rozando las suaves cortinas blancas
que ondeaban con la brisa. No necesitaba una lámpara, ya que las estrellas
brillaban en el cielo y los faroles arrojaban su brillo nacarado a través de mi
ventana.

Este cuento me había encantado, aunque su final me dejaba descolocada.


Una noche, le había preguntado a mi madre—: ¿Por qué el emperador se olvidó
de traer la lluvia a los mortales?

—El emperador tiene muchas preocupaciones y responsabilidades; gobernar


los reinos de arriba y de abajo no es tarea fácil. Cada día supervisa innumerables
peticiones y solicitudes.

—¿Pero por qué castigó a los dragones por ayudar a los mortales en lugar
de agradecerles? —quise saber.

Su mano había rozado mi mejilla, su frío tacto calmaba mi inquietud.

—Duerme, Estrellita. Es sólo un cuento —había dicho, evadiendo mi


pregunta con facilidad.

Sólo ahora comprendí que no había una respuesta satisfactoria. Al menos


ninguna que evitara ofender al Emperador Celestial.

La tarea del emperador me llenó de inquietud, como una espina que se


302

clavara en la parte inferior de mi talón. Más aún cuando recordé la admiración


del Príncipe Yanxi por los dragones, los cuentos que había escuchado sobre su
benevolencia. Si los dragones no estaban dispuestos, ¿podría luchar contra ellos
por sus perlas? ¿Podría incluso derrotar a uno de ellos, y mucho menos a cuatro?
Era una tarea inútil, ingrata, en la que el éxito sería a costa de mi honor, y mi
fracaso sería mi muerte.

—Xingyin, ¿qué pasa? —la pregunta de Wenzhi me sacó de mis


pensamientos.
—Estoy cansada —dije, aunque no tenía ninguna razón para estarlo.

—¿Por qué no duermes? —sugirió Liwei, sin levantar la vista de su cuenco—


. Tardaremos un día entero en llegar al Changjiang a pie, incluso sin parar a
descansar.

Desde que habíamos hablado en el Pabellón del Canto del Sauce, una
frialdad descendió sobre nosotros. ¿Acaso las palabras intercambiadas habían
cortado los lazos persistentes entre nosotros? ¿O era la intimidad que había
presenciado entre Wenzhi y yo? Sea cual sea la causa, Liwei se mostraba siempre
cortés, pero retraído. Y aunque esto era exactamente lo que le había pedido
antes, me dejaba hueca por dentro.

La hija del posadero vino a recoger nuestra mesa. Mientras colocaba cada
plato en su bandeja con una lentitud extrema, echaba miradas furtivas a Wenzhi
y Liwei. Sus ojos iban de un lado a otro, de un lado a otro, como si no pudiera
decidir quién le gustaba más. De hecho, tenían poca competencia en este lugar.
Incluso vestidos con túnicas sencillas, con sus auras apagadas, Wenzhi y Liwei
tenían el mismo efecto en los corazones mortales que en los inmortales.

Me levanté, ansiosa por irme. El mero hecho de compartir esta comida con
ellos me había puesto los nervios de punta.

—¿Dónde está mi habitación?

Wenzhi hizo una mueca mientras señalaba el piso de arriba.

—La posada está llena. Los tres tendremos que compartir —Al captar mi
expresión de horror, añadió—: Puedes quedarte con la cama, por supuesto. Estoy
seguro de que Su Alteza puede prescindir de una por una noche —Una pizca de
burla se reflejó en su voz.

—Efectivamente —dijo Liwei con frialdad—. Aunque pienso estar presente


en la habitación de todos modos.
303

¿Era una advertencia? ¿Estaba leyendo demasiado en el filo de su tono? No


importaba. Aunque esta posada poseyera las camas más blandas del reino, un
trozo de hierba húmeda sería preferible a sufrir una noche como aquella.

—Ahh, no estoy cansada después de todo —Me aparté de la mesa, cobarde


como era—. Después de comer tanto, voy a dar un paseo. Es mi primera vez en
una aldea mortal.

El taburete de Wenzhi rozó el suelo al levantarse.


—Te acompaño.

Negué con la cabeza, sonriendo para quitarle importancia a mi negativa.


Quería estar a solas. Y, por alguna razón, no quería ir con Wenzhi y dejar a Liwei
solo.

Me apresuré a atravesar la posada, escabulléndome por su entrada trasera.


Esta calle era más pequeña que la que habíamos recorrido antes, pero no menos
animada. Varios aldeanos observaban a los artistas callejeros mientras hacían
girar platos en palos o exhalaban lenguas de fuego. Me paré a escuchar a un
anciano que tocaba un er-hu, un violín de madera de dos cuerdas. La melodía
lastimera se adaptaba bien a mi estado de ánimo. Cuando terminó, dejé caer un
tael de oro en su cuenco, donde tintineó contra las monedas de cobre.

Incluso a esta hora tardía, los niños corrían de un lado a otro, persiguiendo
a los perros que ladraban o agolpándose en los puestos. Algunos llevaban
insectos y mariposas tejidas con hierba seca, mientras que otros se aferraban a
palos apilados con brillantes bolas de caramelo rojo. Por curiosidad, compré una
para mí, atravesando la crujiente cáscara confitada para llegar a la ácida baya de
espino que había en su interior. Mientras me lamía los trozos de azúcar de los
dedos, algunos aldeanos me miraban fijamente, tal vez preguntándose por mi
entusiasmo por el dulce común. ¿Acaso a mi madre también le gustaba esto?
Levanté la cabeza hacia el cielo, deseando poder preguntarle.

El luminoso orbe de la luna era más pequeño de lo que parecía en el Reino


Celeste, pero igual de llamativo contra la negra noche. Se me ocurrió que si mi
padre no hubiera recibido el elixir, si mi madre no lo hubiera tomado, quizás
estaríamos viviendo en un pueblo como éste. En una casa de paredes blancas,
techo verde musgo desgastado y puertas de madera. Nuestra familia, completa.
Por un momento, no pude respirar, perdida en el sueño. O tal vez, estarías
muerta, susurró mi mente.

¿Mi madre aún ponía sus ojos aquí con añoranza? ¿Mi padre aún vivía?
¿Culpaba a mi madre por su elección? ¿A mí, por poner en peligro su vida?
304

Podría buscarlo, pero no sabía por dónde empezar. Y no me atrevía a poner a


prueba la paciencia del emperador más de lo que lo había hecho.

Giré hacia una calle tranquila. Cuando no había dado más de cincuenta
pasos, se me erizó la piel con la misma sensación de pinchazo que cuando había
peligro, igual que cuando el arquero me había disparado en el Bosque de la
Eterna Primavera. Es imposible que esté aquí, en el Reino Mortal. Lo más
probable es que estuviera muerto, asesinado por los soldados de Liwei. Pero eso
no cambiaba el hecho de que me estaban observando.
Fingiendo ignorancia, continué por el camino. Aunque dudaba que algo
pudiera herirme aquí, tenía un par de dagas guardadas por si acaso. El Arco del
Dragón de Jade estaba colgado a mi espalda, envuelto en un trozo de tela para
no llamar la atención. Cuando Wenzhi me sugirió que lo llevara, me pareció una
idea acertada.

En la tranquilidad de mi habitación, había practicado el uso de este arco. Al


principio, sólo podía sostener sus flechas brevemente, pero con el tiempo se
habían vuelto más firmes en mi agarre. Había anhelado probar su poder, dejar
volar el crepitante rayo de luz, pero nunca me había atrevido a hacerlo. ¿Dónde
se puede soltar un rayo de fuego celeste que no se ve en el Reino Celestial?

Cuando los pasos resonaron detrás de mí, me recordé a mí misma que los
inmortales tenían prohibido usar la magia en el Reino Mortal a menos que
hubiera una necesidad extrema. Los dragones hostiles eran, sin duda, una de
ellas, pero por ahora, mis habilidades físicas tendrían que ser suficientes.

—¿Adónde vas con tanta prisa? —gritó un hombre—. ¿Le gustaría a una
bella dama como usted tener algo de compañía?

Tres hombres se adelantaron y me rodearon donde yo estaba. Llevaban ropas


finas y tocados de plata y jade, pero los penetrantes vapores del vino asaltaron
mis fosas nasales. Deben de estar muy borrachos para llamarme guapa, pensé
con sorna. Por las miradas lascivas de sus rostros, no era difícil adivinar sus
intenciones.

Mis dedos se cerraron en un puño.

—No es el tipo de compañía que tienes en mente —respondí secamente,


dándome la vuelta.

Una palma carnosa me apretó el hombro, haciéndome girar.

—No seas tan tímida. ¿Por qué ibas a vagar por aquí, sola, si no querías que
te encontraran? —me espetó el más alto. Su aliento era agrio, apestoso por los
305

restos de su anterior comida, y su mano tanteaba ahora el cuello de mi túnica—


. ¿Sabes quiénes somos? Podemos permitirnos...

La rabia y la repugnancia me recorrieron las venas. Le agarré la muñeca y lo


puse de espaldas. Gritó de dolor, agarrándose la mano. ¿Estaba rota? No era mi
intención, aunque una parte de mí esperaba que así fuera. Sus dos amigos
gruñeron y cargaron juntos contra mí. Esquivé sus manos, los agarré por el cuello
y les golpeé la cabeza con un sonoro chasquido. Dos patadas los hicieron volar
hacia el suelo. Antes de que ninguno de los dos pudiera incorporarse, sostuve
una daga en cada mano contra sus gargantas.
Presionando las hojas hasta que rezumaba una fina línea de sangre, siseé—:
Supongo que no es su primera vez. Si a alguno de ustedes se le ocurre volver a
cometer un crimen tan vil, volveré y hundiré mis cuchillos en su corazón —Les
dirigí una mirada despectiva antes de colocar mi pie en cada una de sus espinas
dorsales por turnos, y mis patadas los hicieron caer.

—¡Demonio! ¡Mujer demonio! —jadeó uno de ellos, con los ojos


desorbitados, mientras se levantaba y huía.

No exactamente, pensé. Pero era una suposición más cercana de lo que él


nunca sabría.

Con la rabia a flor de piel, liberé una oleada de magia brillante que salió
disparada tras ellos. Quizá mi pequeña transgresión pasara desapercibida. Fue
una imprudencia por mi parte, pero me asqueaba su intención. Y cómo habían
intentado culpar a mis decisiones de su despreciable comportamiento.

Alguien se rio. Me di la vuelta y encontré a Wenzhi apoyado en una pared


cercana, con el rostro encendido por la diversión.

—Eso estuvo bien hecho —me felicitó—. Me habría unido a ti, pero no
necesitabas ayuda.

—Me alegro de que lo hayas encontrado entretenido —Limpié las dagas


antes de volver a enfundarlas.

Un destello peligroso brilló en sus ojos.

—Si no te hubieras ocupado de ellos, me habría alegrado. No habrían podido


caminar después, y mucho menos correr. Los dejaste ir demasiado a la ligera —
reprendió.

—No te he dicho qué más hice. Sus heridas no se curarán en meses; cada
moretón duele, la sangre se filtra por los cortes. No olvidarán fácilmente esta
noche, lo que intentaron hacer y lo que les hice. No creo que sean capaces de
306

volver a mirar a otra chica, y mucho menos de intentar atacar a una.

Wenzhi levantó las cejas.

—Recuérdame que nunca me ponga en tu contra.

Se apartó de la pared, acortando la distancia entre nosotros, y sus manos se


deslizaron alrededor de mi cintura. Se me aceleró el pulso cuando levanté la cara
hacia la suya, con la expectación que me invadía la piel. Sus ojos brillaban con
una emoción insondable mientras inclinaba la cabeza y presionaba sus labios
contra los míos. La luz brilló en mi mente como una lluvia de estrellas. Por un
momento nos quedamos allí, completamente inmóviles, con nuestros cuerpos
moldeados juntos. Entonces sus labios se separaron de los míos, su boca urgente
y buscadora, su aliento deslizándose cálido y dulce. El calor me invadió, ardiente
y brillante, recorriendo mis venas y encendiéndome. Su palma subió por el arco
de mi espalda, sus dedos se enredaron en mi pelo mientras tiraba suavemente de
mi cabeza hacia atrás. Unos labios fríos se deslizaron hasta la curva de mi cuello,
trazando un camino abrasador. Estaba en llamas. Deshecha. Todos los
pensamientos desaparecieron de mi mente mientras me aferraba a él,
apretándome contra él hasta que el latido de su corazón resonó contra el mío.

Cuando sus manos se retiraron, no pude evitar el suspiro que salió de mi


garganta. Me rodeé el pecho con los brazos, un pequeño consuelo para el vacío
que había en mi interior. Nuestras respiraciones se hicieron duras en el repentino
silencio que nos invadió.

—No te seguía para acosarte. Quería enseñarte algo —me dijo.

Caminamos hasta llegar a la orilla de un río cercano. Estaba lleno de gente


que encendía faroles y los soltaba en el agua. A diferencia de los de seda de la
aldea, éstos eran de papel encerado de colores que se había doblado
artísticamente y tenía forma de loto. Una vela brillaba en el centro de cada flor,
luminosa en la oscuridad.

—Pensé que el Festival de los Faroles de Agua podría interesarles —dijo.

Los rostros de los aldeanos eran solemnes y graves, algunos lloraban


abiertamente.

La tristeza se apoderó del aire como el frío del invierno.

—¿Qué están haciendo? —me pregunté.

—Rezando para que les guíen sus antepasados fallecidos. Honrando y


recordando a sus seres queridos que han fallecido. Las linternas también sirven
307

para guiar a los espíritus errantes de vuelta a su reino —De su manga fluida sacó
una pequeña y me la ofreció.

Le miré.

—¿Para qué es esto?

—Un dragón no es poca cosa. Tal vez debas pedir consejo a tus propios
ancestros.
Lo miré fijamente, con una ternura que se desplegaba en mi pecho. Con esto,
reconocía mis raíces mortales y mi lugar en este mundo también. Fue entonces
cuando me di cuenta de lo mucho que se preocupaba por mí. Y yo, por él.

Agarré el farol y encendí su vela, agachándome para soltarlo en el río. El


farol se tambaleó por un momento, antes de enderezarse y alejarse flotando. No
pedí que me guiaran, ¿a quién podría pedírselo? No sabía si mi padre seguía en
este mundo o en el siguiente. Ni siquiera conocía los nombres de mis
antepasados. Pero esperaba que, dondequiera que estuvieran, vieran el farol que
había encendido en su honor y supieran que se les recordaba.

Bajo el cielo oscuro, nos quedamos sin hablar. El río brillaba con la luz de
cientos de linternas, una corriente de fuego vivo que fluía con la corriente hacia
un horizonte desconocido.

308
El sol se había desvanecido hasta convertirse en un apagado orbe de luz
carmesí. En el resplandor menguante, las aguas del Changjiang brillaban
mientras se enroscaban como una serpiente ardiente a través del valle esmeralda,
extendiéndose mucho más allá de lo que nuestros ojos podían ver.

Entrecerré los ojos buscando el lugar donde se decía que estaba encerrado el
Dragón Long, el más poderoso de los dragones. Liwei señaló una montaña de
roca gris azulada, cuya cima estaba envuelta en niebla. En la base florecían
campos de flores amarillas. Contra el cielo que se oscurecía, una pálida luz
irradiaba de la montaña, tan tenue que no podía ser vista por los ojos de los
mortales.

Mis dedos desataron el cordón de mi bolsa y sacaron el Sello de Hierro


Divino. El metal ya no estaba frío, sino que latía con calor. Mi corazón palpitó
cuando lo levanté hacia el imponente pico. ¿Se convertiría en polvo y el dragón
se elevaría hacia el cielo, agradecido por haber sido liberado de su prisión?

Sin embargo, no ocurrió nada. El valle permaneció inmóvil, con el único


canto de los grillos en su serenata nocturna.

—¿Cómo funciona esto? —le pregunté a Liwei.

Tomó el sello, inspeccionando sus marcas antes de devolvérmelo.

—Es una llave, sólo tenemos que encontrar la cerradura.

Me quedé mirando la enorme montaña, preguntándome cuánto tiempo


llevaría registrarla.
309

—¿Contará esto como una necesidad urgente? —aventuré.

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Mi padre no te reprocharía que estuvieras aquí a petición suya.

Utiliza los medios que sean necesarios.

Las palabras del emperador volvieron a resonar en mí. Dejando de lado mi


inquietud, canalicé mi magia y la luz salió disparada de la palma de mi mano
para envolver el metal opaco. El dragón tallado estalló en llamas, retorciéndose
como si estuviera vivo. El viento caliente me llegó a la cara cuando el sello se
disparó en el aire, rodeando la montaña como un faro ardiente, y luego se
precipitó hacia abajo y desapareció de la vista. Antes de que tuviera tiempo de
preocuparme, apareció de nuevo en el horizonte y se precipitó hacia mi mano
con tal fuerza que me tambaleé y casi me caí al suelo. Mientras lo miraba, el
fuego se redujo a la nada y el dragón volvió a transformarse en hierro sin vida.

El suelo tembló. Tropecé y casi dejé caer el sello antes de meterlo en mi


bolsa. Un rugido atronador rompió el silencio. Mi cabeza se dirigió a la cima
cuando una gran grieta la desgarró. Las rocas volaron en todas las direcciones,
y varias pasaron por delante de mí cuando me agaché y me puse en cuclillas en
el suelo. Lenguas de fuego carmesí surgieron del corazón de la montaña,
deslizándose por las grietas abiertas como un volcán a punto de entrar en
erupción.

Con un grito desgarrador, una enorme criatura estalló, sacudiendo nubes de


polvo cegador de su cuerpo. Sus escamas de color rojo rubí brillaban como si
fueran de metal recién forjado. Sus enormes patas estaban provistas de garras
doradas en forma de guadaña, y su melena y su cola fluían con exuberantes
hebras de color bermellón. Su rostro habría sido aterrador, coronado por una
cornamenta blanca como el hueso y con esos afilados colmillos curvados, si no
fuera porque sus ojos ámbar brillaban con sabiduría.

Nos quedamos paralizados mientras el dragón arqueaba el cuello hacia el


cielo. Su mirada recorrió el valle y se fijó en nosotros. Sin detenerse, voló en
nuestra dirección, con su poderoso cuerpo ondulando en el aire. ¡Qué elegante
es su vuelo, sin ayuda de las alas! Sin embargo, a medida que la gran criatura se
acercaba, mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que me haría un agujero
en las costillas. Xiangliu, el pulpo gigante, el Diablo de Hueso... ninguno de esos
monstruos me había amedrentado tanto.

¿Quién me liberó de mi prisión? Dime tu nombre. El tono del dragón era


perfecto, ni bajo ni alto, ni agudo ni suave.
310

Con un sobresalto, me di cuenta de que sus mandíbulas permanecían


cerradas mientras hablaba; su voz reverberaba en mi mente como si fuéramos la
misma. Me giré para mirar a Liwei y Wenzhi, ambos igualmente aturdidos y
desconcertados. No lo había imaginado; el dragón también les había hablado a
ellos.

El Dragón Long ladeó su magnífica cabeza. ¿Estaba esperando una respuesta


a su pregunta?
Me aclaré la garganta, tratando de aflojar el repentino calambre.

—Venerable dragón, soy Xingyin, la hija de Chang'e y Houyi. Te he liberado


a instancias del Emperador Celestial, que te pide que le entregues tu perla —El
orgullo de decir el nombre de mis padres se vio anulado por la naturaleza
vergonzosa de mi tarea.

Un gruñido profundo interrumpió el silencio. Sus ojos se entrecerraron con


amenaza mientras salía humo de sus fosas nasales. No, no era humo, sino niebla,
tan crujiente como un amanecer de otoño. Sacudida por su hostilidad, retrocedí
un paso y tiré del Arco del Dragón de Jade para liberarlo de sus ataduras.

¿Qué derecho tienes a exigir mi esencia espiritual? tronó el dragón.

—No es tu esencia —dije rápidamente, tratando de disipar su


preocupación—. El emperador sólo quiere tu perla —Incluso mientras hablaba,
brotó una semilla de duda. En el Reino Celestial, donde las joyas eran tan
abundantes como las flores, ¿por qué el emperador codiciaba estas perlas?

De las fosas nasales del Dragón Long salieron chispas mientras su voz
irrumpía en mi mente.

Nuestras perlas contienen nuestra esencia espiritual. ¡Quien posee nuestras


perlas, nos controla! ¿Esperas que cambiemos voluntariamente el
encarcelamiento por la esclavitud? ¿Al que nos encerró por traer la lluvia a los
mortales? Podríamos haber luchado contra él entonces, podríamos haber huido
a los océanos más allá de su alcance, pero eso habría desgarrado los cielos y
trastornado la tierra, enfrentando a la tierra y al mar. Y eso no lo podríamos
soportar.

Mi corazón se desplomó mientras giraba hacia Liwei.

—¿Estabas al tanto de esto?

—No —respondió escuetamente—. Los dragones desaparecieron del Reino


de los Inmortales hace siglos. No hay nada en nuestros textos que hable de esto.
311

Debería haberlo sabido; no me lo habría ocultado. Entonces me di cuenta de


que el emperador me había engañado. Me había pedido las perlas, sin mencionar
la esencia de los dragones. Esto no era lo que yo había acordado... sin embargo,
este era el trato que había hecho. ¿Cómo podía hacer esto? ¿Cómo podía hacer
que los dragones renunciaran a su libertad a cambio de la de mi madre?

Sin embargo, ¿cómo podría no hacerlo?


No era lo mismo, me recordé a mí misma, aunque era una verdad difícil de
soportar para mí. El encarcelamiento no era lo mismo que la esclavitud. Dar al
emperador tal poder sobre los dragones, obligarlos a ceder su voluntad a él,
¿podría hacer algo tan monstruoso?

—Antes serviste bajo el Emperador Celestial. Debe tener una buena razón
para solicitar tu servicio de nuevo —Busqué a tientas una solución pacífica,
aferrándome a este delgado hilo para salvar mi conciencia, aunque me aborrecía
por ello.

Los ojos del Dragón Long brillaron y su cola azotó el aire.

Nunca hemos servido al Emperador Celestial. Una vez nos gobernó un


inmortal mucho más digno. A él, le dimos nuestra lealtad, hasta que nos devolvió
las perlas a nuestra custodia.

Sus palabras aplastaron mi último rayo de esperanza. Volviéndome hacia


Wenzhi y Liwei, leí una sombría determinación en sus rostros.

Mis dedos buscaron mi colgante de jade, lo sacaron y lo abrazaron para


consolarse. No podía mirar al dragón, ya que una opresión caliente y punzante
se extendía por mi pecho.

—Lo siento, pero necesito tus perlas.

El Dragón Long mostró sus colmillos, más afilados que las lanzas. Sus
mandíbulas se abrieron, arrojando un chorro de niebla blanca hacia mí. La luz
brotó de Liwei y Wenzhi, mientras yo levantaba mi propio escudo, demasiado
tarde, y la niebla me envolvía y se pegaba a mi piel, donde me abrasaba con el
frío cortante del hielo. Pero la incomodidad se desvaneció bruscamente, dejando
sólo un agradable frescor bajo el hueco de mi cuello. ¿Mi colgante? Lo levanté
para mirar la talla. La grieta había desaparecido; el jade estaba entero de nuevo.
¿Lo había hecho el aliento del dragón?

El Dragón Long se echó hacia atrás, con los ojos desorbitados, mientras la
312

niebla volvía a salir de sus fosas nasales. ¿Estaba atacando de nuevo? El terror
me atenazó cuando tensé el arco y el fuego del cielo crepitó entre mis dedos. Se
me revolvió el estómago cuando apunté a la criatura. Pensé salvajemente en mi
madre y busqué la fuerza, la crueldad, para hacer lo que tenía que hacer. Todo
lo que tenía que hacer era soltar esta flecha...

Sin previo aviso, el recuerdo del dragón de papel del Príncipe Yanming surgió
en mi mente.

Que los dragones te protejan en tu viaje.


Mi corazón se estremeció por un repentino estallido de angustia mientras
levantaba el arco, lejos del dragón, y soltaba la flecha hacia el cielo. Unas venas
blancas de luz iluminaron el cielo. Una aplastante decepción se apoderó de mí,
pero estaba mezclada con un innegable alivio. No podía golpearlo y, en el fondo,
sabía que mi madre tampoco lo habría querido. No importaba lo que nos costara.

Detrás de mí, Liwei aspiró con fuerza. El Dragón Long arqueó el cuello hacia
mí, mirando fijamente el arco. Algo brilló en su mirada dorada, como un
reconocimiento.

El Arco del Dragón de Jade. ¿Cómo es posible? Su voz volvió a ser tranquila.

Antes de que pudiera hablar, Wenzhi se adelantó. También debió de oír la


pregunta del dragón.

—El arco la eligió a ella. Ella lo maneja ahora.

Esto es de lo más inesperado. El suspiro del Dragón Long fue como el viento
rasgando los árboles. ¿Me prestarías el Sello de Hierro Divino? Me gustaría
utilizarlo para liberar a mis hermanos, ya que debo consultar con ellos. Te doy
mi palabra de que volveremos aquí, y que ninguno de ustedes sufrirá daño
alguno.

Wenzhi me apartó y habló en voz baja.

—Primero, pide al dragón que entregue su perla. Si le das el sello, liberará a


los demás y puede que no vuelvas a verlo. Hemos llegado hasta aquí; si pierdes
el sello ahora, acabarás sin nada.

Su consejo era acertado. En cualquier enfrentamiento, Wenzhi se mostraba


siempre vigilante y despiadado, por lo que a menudo salía victorioso.

Pero los dragones no eran mi enemigo.

Al apartar la vista, mis ojos se encontraron con los de Liwei.


313

—Xingyin, esta es tu decisión —dijo, en un tono más suave de lo que


esperaba.

Debería haber seguido el consejo de Wenzhi, pero mis instintos me guiaron


por un camino diferente. Creía que el Dragón Long no me engañaría. ¿Cómo
podía esperar ganarme su confianza si dudaba en ceder la mía?

Lentamente, extendí la mano, con el sello apoyado en la palma.


La luz salió disparada de la pata del Dragón Long, envolviendo el sello, que
flotó en sus garras. Cuando sus garras se cerraron en torno a ella, las enormes
mandíbulas del dragón se curvaron. Con un solo salto, se adentró en la noche.

Wenzhi observó en silencio su silueta que se reducía. ¿Estaba disgustado?


Yo no tenía su experiencia, pero confiaba en mi propia intuición.

Alargué la mano para tocar su brazo, presionando mis dedos contra su


manga.

—Volverá.

—¿Cómo puedes estar segura?

—Porque soy más sabia que mi edad —Hablé con ligereza, tratando de
ocultar mi propia duda creciente.

Se rio, con un sonido rico y pleno.

—Así es. Aunque eres joven, para ser un inmortal —añadió de forma directa.

—Entonces dime, Anciano —dije con una sonrisa—. ¿Qué quisiste decir
cuando dijiste que el arco me eligió a mí? ¿Por qué no lo habías mencionado
antes?

Se inclinó para colocar un mechón de pelo suelto detrás de mi oreja, y su


mano se detuvo antes de retirarse.

—Fue algo que leí en la biblioteca del Mar del Este. No me pareció
importante, ya que parecía obvio que el arco había hecho su elección.

—Para mí no —admití—. Pensé que era una coincidencia, que tal vez fui la
primera persona en tocar el arco. Que sólo era su custodio.

—Debería habértelo dicho, pero se me había olvidado hasta ahora. Las


palabras del dragón podrían haberme arrancado el recuerdo —dijo con ironía.
314

—¿Descubriste algo más? —pregunté.

—Sólo que el Arco del Dragón de Jade se entrega a un solo maestro a la


vez. No estaba seguro de que esa parte fuera cierta —Una mirada pensativa
cruzó su rostro—. Sin embargo, la reacción del Dragón Long parece confirmarlo.

—Nunca había oído hablar de esta arma —comentó Liwei, acercándose a


nosotros—. No es de extrañar, tal vez, ya que no estudiamos a los dragones.
¿Puedo sostenerlo? —preguntó, extendiendo la mano.
Antes de que pudiera ofrecérselo, el arco tembló en mi palma en aparente
protesta. Liwei retrocedió, negando con la cabeza.

—No seré tan tonto como para intentar agarrarlo.

No supe cuánto tiempo esperamos allí, hasta que el cielo se oscureció hasta
volverse negro, hasta que el último resto de calor del día se despojó de la tierra.
Hasta que finalmente me hundí en el suelo, exhausta, rodeando mis rodillas con
los brazos. ¿Me equivoqué al confiar en los dragones? ¿Me equivoqué en su
honor? No me atreví a mirar a Wenzhi. Aunque no se regodease ni me
reprochase, le habría decepcionado, no obstante. Y el terror se apoderó de mí al
preguntarme qué haría el Emperador Celestial si volvía con las manos vacías, sin
perlas ni sello. Justo cuando estaba a punto de admitir la derrota, la luna y las
estrellas desaparecieron como si se las hubiera tragado la noche, cubiertas por
las siluetas de las cuatro criaturas que volaban por encima.

Los dragones aterrizaron ante nosotros y el suelo tembló por la fuerza de su


descenso. El suelo voló mientras sus garras doradas se hundían, las colas se
agitaban detrás de ellos mientras sus largos cuellos se arqueaban hacia el cielo,
sus cuernos brillaban con un blanco plateado. Sus auras eran tan poderosas que
el propio aire parecía temblar con su fuerza. Los otros tres eran más pequeños
que el Dragón Long, pero no menos magníficos. Uno brillaba como la luz de la
luna con una melena nevada. Otro era tan deslumbrante como el sol, con una
cresta de púas doradas que se extendía a lo largo de su espalda. Y el último, se
fundía perfectamente en las sombras, salvo por sus colmillos de marfil que
brillaban como dagas de hueso.

En la orilla del río más largo del reino, los Venerables Dragones se unieron
una vez más. Me miraron sin pestañear, con los ojos encendidos por la sabiduría
eterna. Sin saber por qué, me arrodillé y doblé mi cuerpo hasta que mi frente se
apoyó en la hierba.

La voz del Dragón Long retumbó en mi mente.

Estamos agradecidos de haber sido liberados, de volver a sentir el viento en


315

la cara. La vida vuelve a ser preciosa. Sus ojos parpadearon, el vaho salió de sus
fosas nasales. Sin embargo, no deseamos servir al Emperador Celestial. No le
daremos nuestras perlas.

Una pesadez se apoderó de mí mientras me ponía en pie. Wenzhi se acercó


como si me prestara su apoyo. ¿Creía que iba a luchar contra los dragones ahora?
No podía. No era el miedo lo que me retenía, aunque probablemente podrían
despedazarme si se sintieran inclinados a ello, sino que no lo haría.
Lo que significaba que había fracasado. Mi madre seguiría siendo una
prisionera. Y todo por lo que me había esforzado en el Reino Celestial sería para
nada.

La voz del Dragón Long resonó a través de mí de nuevo.

Te las daremos.

—¿Qué? ¿Por qué? —repetí incrédula, segura de haber escuchado mal,


incluso cuando Liwei y Wenzhi giraron hacia mí.

Cuando el Dragón Long levantó la cabeza, su melena ondeó en el aire como


una llama de seda.

Hace mucho tiempo, cuando éramos jóvenes, un poderoso hechicero nos


robó nuestra esencia espiritual. Habríamos muerto de no ser por un valiente
guerrero que nos salvó. Pero estábamos demasiado debilitados para recuperar
nuestra esencia y el guerrero la ató a las cuatro perlas en su lugar. A él le juramos
nuestra lealtad. Cuando abandonó el Mar del Este, nos devolvió las perlas,
aunque estamos obligados a cederlas de nuevo si nos lo pide, o a quien lo
sustituya. Aquí el Dragón Long hizo una pausa. El Arco del Dragón de Jade era
su arma más preciada, que sólo le pertenecía a él. Y ahora, te ha elegido a ti.

Mi mente dio vueltas. Sabía que el arco era poderoso, pero nunca imaginé
que ocupara un lugar tan venerado entre los dragones. Menos aún, que yo sería
su legítima dueña. Y que los dragones me reconocerían como…

—Pero yo no soy el inmortal que te salvó —dije vacilante—. No sé nada de


él. Mi madre y mi padre son mortales.

Los títulos se heredan, el talento puede estar ligado a la sangre, pero la


verdadera grandeza está en el interior, dijo el Dragón Long. Hay una razón por
la que el arco te eligió. Una razón de la que tal vez aún no seas consciente, y
que sólo se aclarará cuando las nubes se separen. Nuestro juramento debe
cumplirse. Honraremos la elección del arco y les cederemos nuestras perlas, si
316

así lo deseas.

El Dragón Long fijó su mirada dorada en mí.

Sin embargo, hay algo más que debes saber. Si aceptas nuestras perlas, te
pedimos que jures, como hizo nuestro gobernante, que nunca nos obligarás a
actuar en contra de nuestra inclinación, y que salvaguardarás nuestro honor y
nuestra libertad. Somos criaturas de paz. No podemos permitir que nuestro poder
sea aprovechado para la muerte y la destrucción, o nuestra fuerza menguará y
moriremos.
A pesar de la frescura de la noche, el sudor se apoderó de mi piel. Me
horrorizó imaginar lo que el emperador podría haber exigido al servicio de los
dragones, y lo que les habría costado. Lo que los dragones me ofrecían era un
inmenso honor y a la vez una carga aterradora. Una que no estaba segura de si
era digno de asumir o lo suficientemente fuerte como para soportarla.

—Venerables dragones, ¿podrían liberar a mi madre, la Diosa de la Luna?


—pregunté en voz baja. Si pudieran, no necesitaría el perdón del emperador. No
necesitaría las perlas. No necesitaría sopesar mi honor contra la libertad de mi
madre.

Los orbes ámbar del Dragón Long se oscurecieron.

Incluso durante nuestro encarcelamiento, habíamos escuchado la historia de


Chang'e y Houyi. El emperador supervisa los cuerpos celestes del cielo, y
Chang'e está ligada a la luna. Su inmortalidad proviene del elixir, su regalo. Por
lo tanto, Chang'e es su súbdita y su castigo, aunque duro, está en su derecho.
No podemos deshacer el encantamiento. Si intentamos liberarla, sería desafiar al
Reino Celestial. Un acto de guerra. No podemos luchar contra ellos ya que eso
nos destruiría.

El peso de mi indecisión casi me aplasta. No deseaba traicionar a los


dragones, pero, ¿y si mi madre estaba amenazada? ¿Podría resistir la terrible
tentación de cambiarlos por su seguridad? ¿Y qué pasaría si los dragones
perecieran al servicio del emperador? ¿Podría vivir con eso en mi conciencia?

Una parte de mí pedía a gritos que rechazara esta carga, pero ¿cómo iba a
dejar escapar esta oportunidad? Si hubiera una forma de aprovechar el poder de
los dragones sin ponerlos en peligro. Si pudiera mantener a los dragones y a mi
madre a salvo. No sabía si era posible, pero sólo había una forma de averiguarlo.

Junté las manos ante mí, haciendo una reverencia.

—Aceptaré sus perlas.


317

Los dragones inclinaron la cabeza. ¿Era la decepción lo que nublaba sus


rostros?

La culpa me atravesó, aguda y profunda. Añadí de inmediato—: A cambio,


juro que nunca los obligaré a actuar en contra de su inclinación, para
salvaguardar su honor y su libertad. Y les devolveré las perlas —Mi voz tembló
con la solemnidad de mi juramento. Los dragones no me habían pedido lo último,
pero en el fondo sabía que era lo correcto.
La noche era tan tranquila que podía oír el temblor de la hierba, el chasquido
de una hoja que se desprendía de su ramita. Finalmente, el Dragón Long
merodeó hacia mí. Cuando sus enormes mandíbulas se abrieron, su aliento
empañó el aire. Entre los brillantes colmillos blancos, sobre una lengua roja como
la sangre, descansaba una perla de llama carmesí. Cuando bajó la cabeza, su
lengua levantó la perla suavemente sobre mi palma. Una a una, las demás
siguieron su ejemplo hasta que cuatro perlas brillaron en mi mano, cada una del
color de la criatura que la había regalado. Retumbaban con fuerza contra mi piel,
incandescentes como si se hubieran empapado de luz solar.

Nuestro destino está en tus manos, hija de Chang'e y Houyi, entonó


gravemente el Dragón Long. Cuando quieras convocarnos, sujeta nuestras perlas
y pronuncia nuestros nombres.

Mis dedos se cerraron alrededor de las perlas, el pago que el Emperador


Celestial había exigido.

—Gracias por tu confianza —susurré.

Gracias por tu promesa. El Dragón Long dejó escapar un suspiro de anhelo.


Ahora deseamos bañarnos en las frescas aguas del Mar del Este, de las que nos
hemos separado durante demasiado tiempo. Sin decir nada más, saltó al aire,
surcando los cielos. El Dragón de Perla y el Dragón Amarillo lo siguieron de
cerca.

Sólo quedó el Dragón Negro, con una mirada desconcertantemente brillante.


Cuando habló, su voz sonó como una campana golpeada con fuerza.

Hija de Chang'e y Houyi. Durante mis años bajo la montaña, oí a los mortales
que se bañaban en mi río hablar del mejor arquero que jamás haya existido.

—¿Tienes noticias de mi padre? —No me atreví a esperar, pero no pude


reprimir el salto salvaje en mi pecho.

El Dragón Negro dudó. Hablaron de su tumba no muy lejos de las orillas de


318

mi río. En el punto en que dos ríos se funden en uno, hay una colina cubierta de
flores blancas. Allí encontrarás su lugar de descanso.

Mi padre... ¿muerto? En el fondo, siempre había albergado la secreta


esperanza de que estuviera vivo. Incluso con la corta vida de un mortal, podría
estar todavía en el primer invierno de su vida. Destruida mi última esperanza,
lloré al padre que nunca había conocido. En cuanto a mi madre, que aún lo
esperaba, esto le rompería el corazón, destruyendo el sueño al que se había
aferrado todo este tiempo.
Las fuerzas se agotaron en mis extremidades y caí de rodillas sobre la hierba
cubierta de rocío, hundida en la desesperación.

Wenzhi se agachó a mi lado y me atrajo hacia sus brazos. Por el rabillo del
ojo, vi que Liwei extendía la mano hacia mí, y sus dedos se curvaban antes de
volver a caer.

El Dragón Negro suspiró.

Ojalá tuviera noticias más alegres. Lamento tu pérdida. Con un elegante salto
hacia la noche, se alejó volando.

El brazo de Wenzhi me rodeó entonces. Al mirar hacia él, parpadeé


sorprendida. Sus pupilas ya no eran negras, sino de un gris plateado como el de
la lluvia en invierno. Me eché hacia atrás y me empujé contra él cuando una
nube nos arrastró hacia el cielo... y se elevó tan rápido que apenas podía respirar
por el aire que me llegaba a la cara. Me agarré a Wenzhi, haciendo un gran
esfuerzo para recuperar mi energía, a pesar del frío que se extendía por mi cuerpo
como la escarcha que se forma en una hoja. No podía moverme, ni siquiera
luchar. El grito de Liwei atravesó mi estupor, seguido del sonoro choque de
metales que pronto se desvaneció hasta convertirse en un eco sordo.

—Lo siento.

Un susurro a la deriva que se disolvió con el viento, tan suave que podría
haberlo imaginado. Ojos de plata, ensombrecidos por el arrepentimiento, y luego
todo se oscureció.

319
Un profundo aroma se infiltró en mis sentidos, opulento y dulce como un
bosque dorado.

Sándalo, susurró mi mente, despertada de la niebla que la envolvía. Mis ojos


se abrieron de golpe. Sentada, me llevé los dedos a la cabeza palpitante, el dolor
empeoraba mientras miraba la habitación con sus muebles de caoba, el suelo de
mármol verde y las colgaduras de seda dorada. De un quemador de incienso de
tres patas salían hilos de humo aromático. Algo frío me abrasó las manos y,
cuando miré hacia abajo, retrocedí. Unos brazaletes de metal oscuro rodeaban
mis muñecas, fabricados con el mismo material utilizado para atar a Liwei en el
Bosque de la Eterna Primavera. Intenté quitármelos, pero se me quedaron
pegados, círculos interminables de metal inmutable sin cierre ni bisagra. Me
aferré a mi energía, pero ésta evadió mi agarre, igual que cuando mis poderes
no estaban entrenados. Igual que en el Pico de las Sombras.

El miedo me nubló mientras me acercaba a las puertas y tiraba de ellas.


Cerradas. Me senté en un taburete con forma de barril, con la ira encendida en
la boca del estómago. ¿Era una prisionera? ¿Estaba atada mi magia? ¿Dónde
estaba Liwei? ¿Wenzhi? ¿Y qué hay de las perlas? Mis manos temblaron al
desatar mi bolsa, sacudiendo su contenido sobre la mesa. Mi flauta de jade salió
rodando, junto con el dragón de papel del Príncipe Yanming. Me apresuré a ir a
la cama y tiré las mantas a un lado, mirando debajo de los muebles, abriendo
cofres y cajones. Pero no había ni rastro de las perlas ni de mi arco.

Recordé el tono glacial de las pupilas de Wenzhi, el susurro en el viento


antes de perder el conocimiento. ¿Estaba poseído por algún espíritu malévolo?
¿Suplantado por uno? ¿Estaba él también en peligro? Se me apretó el pecho, al
320

tiempo que una repugnante sospecha se deslizaba por los márgenes de mi mente.

Las puertas se abrieron. Levanté la cabeza. Entró una joven con una bandeja.
Sorprendida por mi expresión sombría, vaciló antes de inclinarse
apresuradamente.

—Mi señora, está usted despierta. Yo... Informaré a Su Alteza de inmediato.

Dejó caer la bandeja sobre la mesa y se alejó a toda prisa, cerrando las
puertas tras de sí.
—¡Espera! —Corrí hacia las puertas y tiré de ellas en vano, gritando tras
ella—: ¿Qué es este lugar? ¿Quién es “Su Alteza”?

No hubo respuesta, sólo sus pasos se desvanecieron en el silencio.

Volví a sentarme en el taburete, conteniendo las ganas de golpear la mesa


con frustración. A falta de algo que hacer, levanté la tapa del cuenco de
porcelana, mirando con desinterés el caldo claro rociado con aceite de sésamo
dorado. Su aroma cálido y sabroso me llegó a la nariz, pero aparté el cuenco.

Una brisa se coló en la habitación, cortando el empalagoso incienso. Corrí


hacia la ventana, inhalando grandes bocanadas de aire fresco. El sol brillaba con
fuerza, aunque el suelo estaba cubierto por nubes violetas. Las tejas iridiscentes
brillaban en el tejado con un resplandor parecido al del arco iris. Miré más de
cerca las paredes de obsidiana y noté que había crestas lo suficientemente
profundas como para agarrarse a ellas. Levantando la falda, pasé un pie por la
ventana, pero me topé con una barrera invisible tan dura como la roca.

Apretando los dientes, me aferré a mi energía con más fuerza que antes.

Pero las motas de luz se alejaron como si las dispersara el viento. Volví a
buscar en la habitación, vaciando el contenido de los cajones y armarios, dejando
seda y brocado esparcidos a mi paso, y libros apilados en el suelo. Si tenía que
luchar para salir de aquí, tenía que armarme, con la pierna arrancada de la mesa
si era necesario. Rebuscando en una caja llena de joyas, saqué todas las
horquillas, me coloqué dos en el pelo y me coloqué el resto en la faja de la
cintura.

Las puertas crujieron detrás de mí. Me armé de valor y me di la vuelta con


una horquilla de oro en la palma de la mano. Wenzhi entró en la habitación,
vestido con una túnica de brocado verde bordada con hojas otoñales, cuyo tono
cambiaba del carmesí al dorado. Su pelo oscuro estaba recogido en un anillo de
jade, cayendo sobre su hombro. El calor se encendió en mis venas al ver sus
ojos, que ya no eran negros sino de ese extraño tono plateado. ¡Un impostor! Le
lancé la horquilla a la cara y corrí hacia la entrada. Él giró hacia un lado,
321

atrapándome por la cintura mientras yo forcejeaba y le daba una patada. Mi pie


aterrizó con fuerza contra su muslo, su cuerpo se tensó, incluso cuando su brazo
se tensó alrededor de mí. Cuando doblé mi rodilla para clavársela en el estómago,
la golpeó con destreza. Frenética, le golpeé el pecho con las palmas de las manos
y me alejé de él, mientras la parte posterior de mi cabeza se estrellaba contra la
pared. Estúpida, mi mente siseó a través del dolor, con chispas en los ojos.

Parpadeé aturdida y luego dejé que mi cuerpo se desvaneciera como si me


hubiera desmayado. Uno de sus brazos se deslizó alrededor de mis hombros y el
otro por debajo de mis rodillas mientras me levantaba, sujetándome con fuerza.
Me llevó un trecho, antes de tumbarme en la cama. Con los ojos cerrados, percibí
con sorprendente claridad las yemas de sus dedos callosos rozando mi piel,
alisando el pelo de mi cara con inesperada ternura. Al recular en mi interior,
mantuve una expresión relajada, incluso mientras buscaba a tientas una horquilla
de mi faja. Cuando una sombra se cernió sobre mí, me puse nerviosa y abrí los
ojos de golpe cuando tiré de la horquilla y le apuñalé. Sus dedos se cerraron
alrededor de mi muñeca, atrapando la punta afilada a un pelo de su cuello.

Sus labios se curvaron.

—Xingyin, qué sed de sangre tienes esta mañana.

Algo frío se deslizó por mi columna vertebral. Su profunda voz se me metió


en el oído con una dolorosa familiaridad, aunque ahora era un extraño para mí.
Cuando me quitó el alfiler de plata tallado con la otra mano, me agarré a él con
más fuerza.

Sus manos se retiraron y su sonrisa desapareció.

—No tengas miedo.

—Tus ojos... —Me atraganté, incorporándome con las rodillas pegadas al


pecho. Qué brillantemente brillaban, como los de Lady Hualing. Un escalofrío
me recorrió. Hasta que no supiera de qué era capaz, tendría que actuar con
cautela.

Se encogió de hombros como si no importara.

—Un disfraz. Para evitar preguntas innecesarias.

—¿Quién eres? —Pregunté.

—La misma persona que has conocido todo este tiempo. La misma persona
que siempre he sido a tu lado.
322

Mi voz se endureció.

—Nada de juegos de palabras. Dime quién eres.

Me estudió intensamente.

—¿No te acepté cuando te revelaste como la hija de la Diosa de la Luna?


Xingyin, tú y yo sabemos todo lo que importa del otro.

En mis entrañas se produjo la sensación de un peón al que han jugado.


Todo lo que decía era una defensa o un retraso, calculado para templar mi
ira y aguijonear mi conciencia. Para unirnos, para hacernos parecer uno y el
mismo. Lo que haya hecho debe ser realmente terrible.

—Ni siquiera nos compares —me quejé—. Mi engaño no te ha tocado,


mientras que tú… me has encerrado y has robado mis posesiones —Su
mandíbula se apretó mientras se daba la vuelta, dando zancadas hacia la
ventana—. ¿Qué es este lugar? —pregunté, odiando el temblor de mi voz. Esta
nueva incertidumbre que sentía a su alrededor, este miedo.

—Mi hogar. El Muro de las Nubes —Una calidez se deslizó en su tono, un


momento antes de que se enfriara de nuevo—. Aunque otros prefieren llamarlo
el Reino de los Demonios. Una astuta estratagema de los Celestiales para
marcarnos como el enemigo, para ser vilipendiados y temidos incluso por
aquellos con los que nunca nos hemos encontrado.

Imposible. Esto no puede ser el Reino de los Demonios. Y él no era un


Demonio, están prohibidos en el Reino Celestial. Seguramente alguien lo habría
percibido durante los años que sirvió en el ejército.

—¿Es una broma? —Me levanté de la cama de un salto y mi codo hizo caer
un jarrón esmaltado. Golpeó fuertemente el suelo, y el estruendo resonó en la
habitación.

Las puertas se abrieron de golpe y dos soldados entraron corriendo en la


habitación, vestidos con una armadura negra ribeteada de bronce. Uno, con la
nariz fina y la barbilla puntiaguda de un hurón, su compañero, más alto, de piel
pálida y ojos redondos. Unas borlas de tinta bordeaban las relucientes lanzas que
empuñaban. Al ver a Wenzhi, se inclinaron y las puntas de sus lanzas golpearon
el suelo.

—Alteza, hemos oído un ruido —dijo la bella.

Levanté la cabeza al registrar el saludo del soldado y las palabras anteriores


de la sirvienta. ¿Era realmente su padre el Rey Demonio, el monarca
323

confabulador que todos los celestiales temían y despreciaban? Quería


desplomarme de nuevo en la cama, cerrar los ojos, con la esperanza de que esto
fuera sólo una pesadilla de la que despertaría. Pero recordé la voz del dragón
resonando en mi mente, sus perlas cosquilleando en mi mano, el viento
arreciando en mi cara mientras me llevaba...

Esto no era un sueño.


Los soldados se inclinaron de nuevo ante Wenzhi, reconociendo una orden
que yo no había oído. Cuando se pusieron en pie, me miraron con descarada
curiosidad.

—Déjennos —dijo fríamente. Se retiraron de inmediato, cerrando las puertas


tras ellos.

Junté las manos, deseando tener un arma en ellas.

—Su Alteza —grité—. ¿Cómo te atreves a traerme aquí contra mi voluntad?

Se apoyó en el marco de la ventana, ahora de cara a mí.

—¿Contra tu voluntad? Aceptaste venir conmigo.

—No hice nada de eso.

—Lo hiciste. Dijiste que vendrías conmigo, a mi casa.

Apenas podía pensar a través de la rabia que me ahogaba. Su engaño burlaba


nuestras promesas mutuas. Había creído que era del Mar del Oeste; ¡nunca
imaginé que el Reino de los Demonios fuera su hogar! Nunca habría accedido a
esto. Apreté los puños, pero me obligué a aflojarlos; no era el momento de dar
rienda suelta a mi ira. Era un mentiroso sin remedio, sin embargo, saber esto
sólo podía ayudarme ahora.

Necesitaba saber más.

—¿Cómo has podido hacerme esto? —Mi voz estaba ronca por la rabia
tragada.

Cruzó la habitación, tomando uno de los taburetes junto a la mesa. Levantó


la tetera de porcelana y sirvió dos tazas de té, ofreciéndome una como solía
hacer. Lo miré fijamente, hasta que se llevó la taza a la boca y bebió de ella.

Frunció el ceño.
324

—Buena decisión, está frío —Una ligera oleada de su poder envolvió las
tazas, la fragancia del jazmín se elevó mientras su color se transformaba del
marrón apagado de los posos empapados a un rico dorado.

—Podría haberlo hecho yo misma, pero no pude. ¿Qué me has hecho? —


Me levanté de la cama y extendí las manos hacia él, con el metal brillando en la
piel.

—Sólo por precaución, para asegurarme de que no hagas ninguna tontería.


Un impulso de golpearle se apoderó de mí.

—Lo más estúpido que he hecho ha sido confiar en ti. ¿Cómo conseguiste
pasar los guardias del Reino Celestial? ¿Por qué la farsa de unirte al ejército?
¿Por qué me has traído aquí?

—Tantas preguntas, Xingyin. Responderé lo que pueda, si te sientas —


Señaló el taburete que había a su lado.

Le miré fijamente mientras me sentaba en él, con la espalda más rígida que
un tablón de madera.

—Los guardianes del Reino Celestial ya no son tan fuertes como antes.
¿Quizás porque ya no poseen la capacidad de sondear los pensamientos de sus
enemigos? Era una cuestión sencilla para debilitarlos aún más, para ocultarme
con la magia.

—Tú eres uno de ellos. Practicas las artes prohibidas —No pude evitar mi
escalofrío.

—Sí, aunque aquí no está prohibido. Aquí es un don.

—Traidor —gruñí, recordando a los espíritus de zorro que habían atravesado


las vallas y herido a Shuxiao—. ¿No te importa el daño que has causado?

—¿Y los que he salvado? ¿Los monstruos y enemigos que ayudé a derrotar
en el Reino Celestial? —replicó—. Pero ahora hablamos en círculos; esto no
llevará a ninguna parte. ¿No mantuviste en secreto tu propia filiación, Xingyin?
Tú, más que nadie, deberías entender la posición en la que me encontraba —Su
tono se volvió burlón—. No seas tan injusta. Tu lealtad no reside en el Reino
Celestial.

Mi frágil control sobre mis emociones se rompió.

—Hiciera lo que hiciera, no era un espía. Tenía que proteger a mi familia.


Mi vida. En ningún momento puse en peligro a nadie más que a mí misma —
325

Añadí mordazmente—: ¿Y tus lealtades? Qué bien fingiste cuidar a los soldados
celestiales cuando en tu interior te regocijabas de sus heridas.

Su aura se espesó, agitándose como nubes de tormenta.

—Siempre me preocupé por los que estaban bajo mi mando, lloré por cada
vida perdida. Pero hice lo que tenía que hacer. No importaba si me gustaba.

—Como hiciste conmigo.


—¿Qué? —dijo bruscamente, aparentemente sorprendido—. No, eso no.
Nunca.

—Entonces, ¿por qué? —Indagué, vislumbrando un resquicio en su


compostura.

No creía que fuera a responderme y, aunque lo hiciera, esperaba más


mentiras. Sin embargo, cuando habló, había tal tensión encerrada en su cuerpo,
que lo que estuviera pensando le afectaba profundamente.

—El segundo hijo del rey tiene pocas oportunidades aquí. Todo se lo dieron
a mi hermanastro, Wenshuang. Aunque era menos capaz y sus poderes eran
inferiores a los míos, sin el más mínimo talento en nuestra magia, el pilar de
nuestro poderío. Sin embargo, fue nombrado príncipe heredero por la única
razón de ser el primogénito —Su boca se torció en una sonrisa amarga—. Así
que fui a mi padre e hicimos un trato. No muy diferente del que tú hiciste con
el emperador.

—¿Todo esto, sólo para ocupar el puesto de tu hermano? —Pronuncié con


incredulidad. Tal vez una parte de mí esperaba que lo hubieran llevado a esto
contra su voluntad. Pero la codicia y la ambición... No creía que tales cosas lo
impulsaran así. No era quien yo creía que era; no había honor en él. Sin embargo,
esa chispa de crueldad, ese deseo de ganar a toda costa, siempre había estado
ahí, si tan sólo lo hubiera reconocido como la ambición sin límites que era.

Sus dedos apretaron la copa sobre la mesa, con los nudillos blancos por la
tensión.

—No sabes nada de mi hermanastro.

—Ni siquiera sabía que tenías un hermano.

—Más allá de nuestra sangre compartida, no es pariente mío. Desde que


éramos jóvenes, no me ha mostrado más que crueldad y odio. Cuánto he sufrido
en sus manos: palizas, castigos e insultos. No pude hacer nada contra él, no
326

porque fuera más débil, sino porque era el heredero. Los pocos asistentes y
amigos leales que tuve en mi juventud también fueron arrebatados por él, y
aprendí a no mostrar mi favor a nadie. La única manera de protegerme a mí
mismo y a los que me importaban era elevarme por encima de él y reclamar el
trono.

Reprimí un chorro de lástima, tratando de ignorar la crudeza de su tono.


¿Quién sabía si eran más mentiras para provocar mi simpatía? Mis ojos se
clavaron en los suyos cuando pregunté—: ¿Qué tiene esto que ver con el Reino
Celestial? ¿Las perlas? ¿Conmigo?
—El sueño de mi padre es derrocar el Reino Celestial. Su odio hacia el
emperador es profundo. Por vilipendiar nuestra magia y poner al Reino Inmortal
en nuestra contra. Por los que perdimos en la guerra. Pero no pudimos romper
la tregua; no éramos lo suficientemente fuertes para derrotarlos a ellos y a sus
aliados.

—Su magia es despreciable —Palabras precipitadas, espoleadas por el


recuerdo del tormento de Liwei bajo el control de Lady Hualing. Mis propias
luchas con el Gobernador Renyu.

—No, no lo es. Nuestra magia puede curar dolencias de las mentes, calmar
la miseria, descubrir mentiras, detectar malas intenciones. Puede utilizarse de
forma despreciable, al igual que el Agua, el Fuego, la Tierra y el Aire se han
canalizado en actos grotescos de muerte y destrucción. Es fácilmente difamado
porque es el menos comprendido de los Talentos. Sobre todo, porque es temido
por los que tienen el poder: el emperador y sus aliados.

—Controlar la mente de alguien, quitarle la voluntad, es algo vil.

Su rostro se ensombreció.

—Esta magia rara vez se ejercía antes de la guerra, no se toleraba ni siquiera


entre nosotros, hasta que nos vimos obligados a usarla para defendernos. No hay
que culpar al instrumento, sino a quien dirige su melodía. Tal vez esta era la
intención del emperador para solidificar su poder en el Reino Inmortal. No hay
mayor unidad que un peligro común. Si es así, ha creado una profecía
autocumplida, que será su perdición. Acosarnos al exilio sólo nos hizo más
fuertes, dándonos una causa. Y en una guerra, las líneas entre el bien y el mal
son borrosas.

Mis pensamientos se enredan y se confunden. Entre él y el emperador, no


confiaba en ninguno. ¿O era simplemente la habilidad de Wenzhi la que me
hacía sentir así, su habilidad para retorcer las cosas hasta que ya no podía
distinguir la cabeza de la cola?
327

Cuando guardé silencio, continuó—: Le prometí a mi padre que, si me


nombraba heredero, le ayudaría a derrocar el Reino Celestial. Buscaría el arma
más poderosa contra su emperador, una que temía tanto que la encerró en el
Reino Mortal.

—Los dragones —dije en un susurro estrangulado—. Me quitaste sus perlas.


¿Qué harás con ellas?

Se encogió de hombros.
—Tal vez se alegren de vengarse de quien los aprisionó durante tanto tiempo.

—¡Nunca! —grité—. Ya has oído lo que han dicho. Los dragones son
amantes de la paz. Permitieron ser encarcelados para evitar el derramamiento de
sangre. Morirán si los obligas a hacer tal cosa.

Mis palabras cayeron en saco roto. Su rostro tenía una determinación gélida,
tallada en piedra. Ignorando el retorcimiento de mi pecho, seguí adelante. Tenía
que saber hasta dónde llegaba su traición.

—El mineral del Pico de las Sombras. ¿Lo tomaste para forjar estos? —Le
presenté los brazaletes.

—Necesitábamos defendernos, como fuera.

—En el Mar del Este, ¿organizaste la rebelión de los tritones?

Sus labios se cerraron en finas líneas.

—Una semilla plantada que dio más problemas de los que valía. Hacía
tiempo que quería visitar la biblioteca del Mar del Este, pero protegen ferozmente
sus conocimientos. Especialmente de todo lo relacionado con los dragones.
Nuestros espías nos hablaron de sus complacientes fuerzas y del ambicioso
gobernador. Organizamos la entrega del colgante al Gobernador Renyu para
sembrar la discordia, sabiendo que el Mar del Este pediría ayuda al Reino
Celestial a la primera señal de malestar. ¿Quién podría rechazar un favor a un
salvador? Pero los planes del gobernador iban más allá de lo que pretendíamos.
No queríamos que usurpara el trono del Mar del Este, que dirigiera su ambición
hacia los Cuatro Mares. Nuestra enemistad es sólo con el Reino Celestial.

Me obligué a escuchar con una calma indiferente, aunque me asqueaba


pensar que había fingido tal preocupación por los abatidos de aquel día. No me
atreví a reflexionar demasiado sobre sus respuestas; no podría contenerme si lo
hacía. Al levantar la vista, me encontré con su mirada, pálida, de un gris
resplandeciente.
328

Algo se agitó en mí, un eco evasivo de reconocimiento. El del arquero del


bosque, el de los ojos plateados que me había disparado sin descanso.

—¡Me atacaste! En la pagoda —Casi me doblé por el dolor que acuchillaba


mi corazón—. Fuiste tú quien estuvo detrás del secuestro de la Princesa Fengmei.

Entonces apartó la mirada. ¿Fue por vergüenza o por culpa?


—Te advertí que no fueras. Intentaba protegerte. Sólo te disparé para
mantenerte a salvo, para mantenerte en la pagoda, lejos de la emboscada. Y si
estabas herida, podrías salir a salvo.

Su flecha de plumas negras había abatido a mi atacante, pero no sirvió para


apaciguar mi rabia.

—¿Cómo pudiste? ¿Sabes el infierno que pasamos allí?

Inhaló una bocanada de aire.

—Le ordené a Lady Hualing que no te hiciera daño. Ella accedió, pero tú,
Xingyin, tienes la habilidad de evocar fuertes emociones en aquellos que
conoces. Tanto en tu beneficio como en tu perjuicio.

Me estremecí por la forma íntima en que me habló.

—Un plan honorable —le felicité con ardiente desprecio—. Secuestrar a una
chica inocente y manipular el dolor de un inmortal amargado, consiguiendo que
cumpla tus órdenes sin mancharte las manos. ¿No tienes vergüenza?

Su rostro se tensó ante mi burla.

—Mis décadas de servicio, consiguiendo acceso al círculo más íntimo de


poder en el Reino Celestial, no me habían dado la llave de los dragones. Mi
padre estaba impaciente, así que decidí volver y entregarle un regalo en lugar de
ellos.

—Liwei —Una punzada me golpeó al pensar en él. ¿Había regresado al


Reino Celestial? ¿Se preguntaba dónde estaba yo?

Wenzhi suspiró.

—Cualquiera de las dos cosas habría bastado: la fuerza vital del Príncipe
Heredero o el colapso de la alianza con el Reino Fénix. Fue una pena que
destruyeras el anillo de Lady Hualing. Mi padre estaba muy disgustado por su
329

pérdida.

Algo en mí se hizo añicos ante su falta de remordimiento, el último resto


de... la esperanza a la que aún me aferraba de que no fuera él, de que no fuera
real.

Todo lo que había hecho desde que dejé a mi madre, todo lo que había
logrado, parecía estar manchado por su maldad.
La bilis se me subió a la garganta, caliente, amarga, acre. Luché por mantener
la calma, pero fracasé estrepitosamente cuando mi rabia estalló. Le golpeé la
palma de la mano en la mejilla con toda la fuerza que pude reunir. No se inmutó
ni me bloqueó, y su cabeza se desvió hacia un lado con un sonoro chasquido.
Mi mano picó como el fuego, aunque la huella roja que dejó en su piel me
produjo una feroz satisfacción.

—Xingyin, sé que estás enfadada. Pero no vuelvas a pegarme.

—¿Enfadada? No hay palabras para describir lo que siento ahora mismo. Lo


mucho que te desprecio.

Se inclinó más hacia mí, su voz bajó a un susurro sinuoso.

—Fue tu decisión. Tomaste las perlas de los dragones. No niegues que


también querías su poder.

Me estremecí ante la innegable verdad que decía, pero se equivocaba


conmigo. Sí, quería su poder. Pero no por las razones que él ansiaba. Sin
embargo, mi pecho se derrumbó entonces ante una repentina constatación.

—¿Pretendías interesarte por mí porque conocías la herencia del Arco del


Dragón de Jade? ¿Porque sospechabas que podía controlarlo... y a través de él,
a los dragones?

—No —Habló sin vacilar—. No puedo negar que me intrigaba tu conexión


con el arco. Y lo que aprendí en el Mar del Este me dio una razón para
mantenerte cerca. Al principio como un aliado, y luego... —Un apagado rubor
se extendió por su rostro—. Lo que existe entre nosotros comenzó antes de eso.
La primera vez que te vi disparar fue cuando moviste algo en mí. No esperaba
sentir lo que sentí. Fue en parte por lo que decidí renunciar a las perlas y volver
a casa. No quería más mentiras entre nosotros.

Incluso ahora, una parte de mí me dolía por su confesión, pero no dejaría


que se notara. Él nunca sabría cuánto me había herido.
330

Continuó—: Casi desearía que el emperador no te hubiera encomendado esta


tarea. Nunca quise ponerme en su contra. Sin embargo, el destino quiso que
durante tu audiencia con el emperador, éste te revelara lo que yo había estado
esperando todos estos años. Una coincidencia fortuita que no pude ignorar.

—No tan fortuita para mí —Busqué en su rostro, pero no había ninguna


señal de que hacer esto a mí también le hubiera dolido—. Sabías que necesitaba
las perlas para salvar a mi madre. Sabías por lo que pasé para conseguirlas, y
aun así me las quitaste —Luché por estabilizarme, por hacer un último
llamamiento—. Si te preocupas por mí como dices, dame las perlas y déjame ir.

Con un paso cerró la distancia entre nosotros, arrastrándome a sus brazos.


Contra mi piel ardiente, sus manos eran como el hielo.

—Las perlas son esenciales para el futuro de mi pueblo, para que podamos
deshacernos de la amenaza perpetua del Reino Celestial. Con los dragones a
nuestro mando, los derrotaremos fácilmente. Una vez que eso ocurra, juro que
encontraré la manera de liberar a tu madre. Tendremos todo lo que siempre
quisimos, que nunca soñamos posible. Familia, poder y el uno al otro. Todo lo
que tienes que hacer es confiar en mí.

Me liberé de su agarre. Su tacto me erizó la piel, cuando hace un día lo había


anhelado. Su visión de nuestro futuro... cómo me repugnaba.

—Les di mi palabra a los dragones. Mi promesa significa algo para mí,


aunque la tuya no signifique nada para ti —Podría haber dicho más. Podría
haberme enfadado, gritado y maldecido, pero un doloroso cansancio se apoderó
de mí ahora, una enfermedad del corazón. Me aparté de él, deseando que se
fuera, incapaz de soportar su presencia un momento más.

Su suspiro era pesado, cubierto de arrepentimiento.

—Tómate tu tiempo para pensar bien las cosas. De cualquier manera, no te


irás de aquí —Se dirigió a las puertas y las separó de un tirón—. Es inútil que
intentes escapar. Si insistes en hacerte la tonta, no tendré más remedio que
tratarte como tal.

Las puertas se cerraron tras él. Con la rabia a flor de piel, le arrebaté la taza
y la lancé contra la pared; la delicada porcelana se rompió en innumerables
fragmentos, imposibles de recomponer. 331
A pesar de su advertencia, intenté escapar. Tenía que hacerlo. Pero las
ventanas estaban selladas y las puertas firmemente cerradas. Una vez las atravesé
cuando un empleado me trajo la comida, pero me topé con los guardias que
estaban afuera.

Por desgracia, eran veteranos experimentados, no soldados verdes a los que


podría pillar desprevenidos. Luché contra ellos con todas mis fuerzas, pero me
sometieron con facilidad y me devolvieron a mi habitación.

Me desplomé en el taburete y mis dedos tamborilearon sobre la mesa con un


ritmo incesante. ¿Cómo podía salir de este maldito lugar? ¿Cómo podía
recuperar las perlas? Y mi madre... mi esperanza de liberarla se había reducido
a una fantasía desesperada, igual que cuando había servido en la Mansión del
Loto Dorado. De un solo golpe, Wenzhi había destrozado mis sueños, junto con
mi corazón.

Mis uñas se clavaron en la mesa, arrancando finas astillas de madera.

Un dolor me arañaba, agudo e implacable, justo cuando me creía adormecida


por su traición. Mi mente se desvió hacia nuestro tiempo juntos; los recuerdos
me dolían, pero no estaba de humor para ser amable conmigo misma. Pensé en
todo lo que había dicho y hecho: su insistencia en que mantuviéramos en secreto
el Arco del Dragón de Jade, su paseo a medianoche por el Pico de las Sombras,
su desprecio por mi interés en la biblioteca del Mar del Este. Nada llamativo por
sí solo, pero en conjunto formaban un conjunto más siniestro. Incluso su
reticencia a hablar de sí mismo debería haber servido de advertencia, para mí
más que para nadie. Pero había estado tan envuelta en mis propias emociones,
ambiciones y deseos, que no me di cuenta de nada más.
332

Mi vanidad también era culpable: no podía negar que me deslumbraba su


reputación y me halagaba su atención. Quería que fuera honorable, alguien en
quien pudiera confiar, y por eso había puesto todo lo que hacía bajo esa luz. Me
había engañado, pero yo se lo había permitido. Si sólo hubiera hecho caso a la
advertencia del Maestro Daoming, de que una mente nublada llevaría al desastre.
Y ahora, era demasiado tarde.

Las puertas se abrieron. Me puse en pie de un tirón, escudriñando la


habitación en busca de algo que pudiera utilizar como arma. Desde la última vez,
Wenzhi había ordenado retirar todas las horquillas. Podría haber sometido a un
asistente con mis manos, pero tras mi intento de huida, ahora eran los soldados
los que me traían la comida.

No era un guardia. Wenzhi entró a grandes zancadas, con su túnica de


brocado añil arremolinándose alrededor de sus pies. Un cinturón de tela
tachonado de ámbar se ajustaba a su cintura. Sobre su pelo descansaba una
corona de jade blanco, engastada con una esmeralda brillante. Mis ojos se
entrecerraron al verlo, el precio de su honor.

Me senté de nuevo, negándome a reconocer su presencia. Instintivamente,


mis dedos arañaron el metal que rodeaba mis muñecas. No importaba cómo
tirara de ellas o las golpeara contra las paredes, seguían intactas, aunque mi piel
estaba magullada y raspada.

Cuando su mirada se fijó en mis brazos, los recogí detrás de mí. Él se


adelantó y los sacó. Su tacto me transmitió una frescura tranquilizadora y las
marcas en mi piel desaparecieron.

Me liberé de su agarre. No le di las gracias. No le miré.

Se sentó frente a mí.

—No vuelvas a hacerte daño. Mi paciencia no es ilimitada.

Me dirigí a él, con la voz cargada de veneno.

—¿Qué más vas a hacer? ¿Además de capturarme, sellar mi magia y robar


mis posesiones?

La gema de su corona brilló más, quizás canalizando su ira. Sin embargo, su


expresión seguía siendo inescrutable mientras se inclinaba hacia mí.

—¿Qué puedo hacer para que estés tranquila? —preguntó, como si fuera un
amable anfitrión y yo su invitado de honor.
333

Levanté mis muñecas encadenadas hacia él.

Una de las comisuras de su boca se curvó.

—Me temo que no. Al menos no hasta que recuperes el sentido común.

—Ya he recuperado el sentido común —respondí—. Ahora que te veo como


lo que eres: un mentiroso y un ladrón.
Se apartó, con una expresión de desprecio. Si se sintió herido por mis
palabras, me alegré de ello.

—Se me ocurrió algo —dije—. Tú, un Príncipe Demonio, engañaste al


Emperador Celestial. Te infiltraste en el Reino Celestial, en los círculos más
cercanos de su corte, y los espiaste. ¿No viola eso su tregua? Seguramente los
aliados del Reino Celestial se levantarán con ellos contra ti.

Se encogió de hombros, sin mostrar la preocupación que yo esperaba.

—Se podría argumentar que les he servido bien. Al menos mientras estuve
bajo su mando.

Me mordí el interior de la mejilla al recordar que, efectivamente, había sido


el guerrero más respetado del Ejército Celestial.

—Pero fuiste tú quien debilitó las guardas, instigó los disturbios en el Mar
del Este, tramó el secuestro de la Princesa Fengmei...

—Xingyin, eso sólo lo sabes tú —intervino con una calma exasperante—.


Los Celestiales no saben quién soy aquí, al menos no todavía. Creen que sólo
soy un espía, como los que han enviado a infiltrarse en nuestra corte sin éxito.
Además, el emperador será reacio a admitir que le han engañado todos estos
años; su orgullo es demasiado grande. Por ahora, buscará una forma de salvar
su dignidad, en lugar de reunir a sus aliados para una guerra que no desea. Al
menos, no mientras el equilibrio de poder sea incierto —Una sonrisa jugó en sus
labios—. Aunque ahora está ciertamente ponderado a nuestro favor.

Las perlas, me quejé en silencio.

Aparentemente ajeno a mi rabia, sacó una mandarina del cuenco y le quitó


la cáscara. Me ofreció la fruta, pero no me digné a responder.

—¿Y yo qué? —Pregunté—. ¿Seguro que violaría tu preciada tregua


secuestrar a un soldado celestial, robando las perlas que el emperador quería
334

para sí? —Mi voz sonó triunfante; estaba segura de que esta vez había dado en
el clavo—. Libérame, devuélveme mis posesiones y no les diré lo que hiciste —
Me hirió el orgullo de negociar con él, pero no estaba en posición de ser
particular.

Se metió la fruta en la boca, un gajo cada vez, masticando con gran


concentración. ¿Intentaba evitar responderme? ¿No se había dado cuenta antes?
Es poco probable, dada su astucia.

Por fin, apoyó los codos en la mesa, entrelazando los dedos.


—Hubiera preferido que no lo supieras.

—¿Qué quieres decir? —Un escalofrío se deslizó por mi piel. No creí que
me gustara lo que iba a decir a continuación.

—La Corte Celestial cree que eres mi invitada de honor, mi futura novia. La
embaucadora intrigante que persuadió al emperador para que le diera el sello,
luego tomó las perlas de los dragones y huyó aquí por su propia voluntad. No
pueden culparme por albergarte; no va en contra de la tregua si yo ignoraba tus
crímenes.

—Monstruo —Maldije en voz baja—. Todo esto fue obra tuya. Nadie creería
que yo... que nosotros... —Mis entrañas se retorcieron al recordar los chismes
que nos habían rodeado. Que yo había despreciado, pensando que las lenguas
movedizas no importaban. Estaba equivocada, muy equivocada. Las palabras
tenían poder; susurraban falsedades en la realidad, construían reputaciones o las
destruían. Por eso había confiado tan fácilmente en Wenzhi, antes. Por eso
muchos creerían esto de mí ahora: una mentirosa conocida que había ocultado
su identidad a todos los que la conocían. ¿Quién iba a confiar en mí con mi
honor destrozado?

—Liwei —dije. Él me creería. Mi frágil esperanza se desmoronó cuando algo


sacudió mi memoria. Aquellos gritos que había oído mientras Wenzhi me
llevaba, el tintineo del metal... ¿habían atacado a Liwei? ¿Estaba herido? Habría
intentado ayudarme. Habría intentado venir a por mí. A no ser que se lo hubieran
impedido.

—¿Qué le has hecho? —Pregunté.

Cuando una expresión de ira apareció en el rostro de Wenzhi, el alivio me


inundó.

—Escapó —dije con seguridad.

—Aunque hablara por ti, pocos le creerían. Las pruebas contra ti son
335

irrefutables y es bien sabido que siente debilidad por su antigua acompañante —


Hizo una pausa, como si estuviera sopesando sus próximas palabras—. Xingyin,
siento si esto te angustia, pero es lo mejor. Una ruptura limpia. Olvídate del
Reino Celestial. No queda nada para ti allí.

Habló suavemente, y en ese momento… Lo odié. La enormidad de lo que


había hecho se abatió sobre mí, mi cuerpo se apretó de terror. Si el emperador
creía que lo había traicionado, ¿qué le haría a mi madre? ¿Seguiría cumpliendo
su promesa de no hacerle daño? Tenía que volver para arreglar esto.
Su boca se abrió para hablar de nuevo, pero entonces un soldado se precipitó.
Se inclinó mientras decía con urgencia—: Su Alteza, el Ejército Celestial...

—Ahora no —dijo Wenzhi.

El soldado se puso rígido, antes de girar sobre sus talones y alejarse a toda
prisa, cerrando las puertas tras él.

—¿Ejército Celestial? —Mi tono se elevó con leve interés, aunque ardía por
saberlo.

Un latido de vacilación fue el único signo de su inquietud.

—Sólo los problemas habituales en nuestras fronteras.

Fingí indiferencia, aunque mi mente daba vueltas, tratando de dar sentido a


lo que había oído. Aquel soldado se había apresurado a transmitir noticias
urgentes sobre el Ejército Celestial. Y la brusca respuesta de Wenzhi no era la
habitual. No se trataba de un simple asunto de tropas revoltosas en la frontera.
Había algo más serio, algo que quería ocultarme.

Me di cuenta de la facilidad con la que mentía, con una punzada en el pecho.


Pero ya no me dejé engañar tan fácilmente.

En el momento en que se marchó, me apresuré a ir a las puertas. Estaban


hechas de ébano, con un panel de madera maciza en la parte inferior, y la mitad
superior enrejada con un patrón de círculos entrelazados, forrada de seda blanca.
Me agaché para ocultar mi silueta desde el otro lado.

La voz de Wenzhi llegó a mis oídos, baja y apagada.

—Dobla la guardia. Si ocurre algo inesperado o si intenta escapar de nuevo,


informadme enseguida.

Las armaduras tintinearon, tal vez los soldados se inclinaron. La idea de que
me doblaran la guardia me enfureció. ¿Cómo podría escapar ahora? Me levanté
336

la larga falda y me hundí en el suelo. El mármol era duro y frío, pero tal vez
podría escuchar algo importante.

Debí de permanecer sentada durante horas, con la espalda pegada a las


puertas, hasta que me dolió el cuello y se me acalambraron las piernas. Dos veces
me levanté de un salto y me alejé corriendo al oír el crujido de la madera. El sol
bajaba, y mi habitación se hundía más en la sombra. Sin embargo, no había
aprendido nada más allá de las comidas favoritas de mis guardias, sus historias
familiares, los inmortales que les gustaban. Con un suspiro, me levanté para
caminar por el suelo, intentando calmar el incesante revuelo de mis entrañas.

Me detuve junto a la ventana. Más de mil soldados se habían reunido abajo,


con sus armaduras negras brillando como un océano de noche. Wenzhi estaba
de pie en un estrado frente a ellos, dirigiéndose a las tropas como solía hacer
antes de un enfrentamiento inminente, aunque me enfermaba pensar que ahora
estaba conspirando contra aquellos con los que había luchado antes. Me esforcé
por escuchar, pero nada se deslizaba a través de la barrera, ni siquiera el suspiro
de la brisa que se deslizaba por ella. Golpeé el escudo hasta que me dolieron los
puños. Si pudiera escuchar lo que estaba diciendo, respondería a las preguntas
que me corroían la mente.

Abajo, un grupo de soldados se adelantó. Cuando Wenzhi asintió, levantaron


las manos. El aire brilló con magia mientras un tramo de nube violeta se
transformó en arena dorada.

¿Por qué? Me acerqué a la barrera, pero los soldados se dispersaron poco


después. Un malestar se apoderó de mí como si estuviera sobre un puente
desvencijado que podría ceder en cualquier momento, dejándome caer al
desfiladero. Había caído la noche, así que apagué la lámpara, sumiendo la
habitación en la oscuridad. Tal vez los soldados fueran menos cautelosos si creían
que yo estaba dormida.

Volví a mi lugar junto a las puertas, hundiéndome y rodeando mis rodillas


con los brazos. Estaba seguro de que se avecinaba un enfrentamiento. ¿Pero
cuándo? ¿Cómo estaba involucrado el Ejército Celestial? ¿Y por qué
transformaron las nubes en arena?

Unos pasos resonaron en el exterior. Las armaduras tintinearon.

—Su Alteza solicita un informe —Una voz de mujer esta vez.

Habló en voz tan baja que tuve que cerrar los ojos, esforzándome por
escuchar. Como había hecho cuando disparaba con los ojos vendados en el
337

bosque de flores de melocotón.

—No hay problemas. Hoy ha estado tranquila y se ha acostado pronto. Tal


vez por fin está volviendo en sí.

Alguien se rio. Apreté las mandíbulas ante el sonido burlón.

—Capitana Mengqi, nos hemos perdido la dirección de Su Alteza —dijo otro


en tono respetuoso—. ¿Tiene alguna noticia para nosotros?
Mis oídos se agudizaron. ¿Una capitana? Ella podría estar mejor informada.

—Nuestras fuentes nos dicen que el Príncipe Heredero Celestial se unirá al


ejército mañana. Marcharán al día siguiente, al amanecer.

¿Liwei iba a venir aquí? ¿Por qué? Mi gran esperanza se convirtió en miedo
mientras me preguntaba, ¿qué haría Wenzhi? De alguna manera, él podría
cambiar esto a su favor. Lo que significaba... que esto era una trampa y yo, su
cebo.

Alguien se aclaró la garganta.

—¿Está todo en orden? —preguntó, un poco nervioso.

—En el momento en que crucen la frontera, nuestra victoria estará sellada


—Su voz palpitaba de satisfacción, mientras gruñidos de aprobación
acompañaban sus palabras.

Poco después, la Capitana Mengqi se marchó. Cuando sus pasos se


convirtieron en silencio, me desplomé contra la pared, luchando contra un
estallido de pánico. ¿Por qué estaba aquí el Ejército Celestial? No podía ser por
mí: el emperador nunca movería un dedo en mi defensa, sobre todo después de
las mentiras que Wenzhi había difundido.

Deben estar aquí por las perlas. ¿Pero por qué vendrían, solos, sin siquiera
reunir a sus aliados? Seguramente no pretendían atacar y romper la tregua, no
para una guerra para la que no estaban preparados, una que no querían.

Más que la afirmación de Wenzhi, percibí la verdad en esto. En el Ejército


Celestial, parecía haber pocas ganas de volver a enfrentarse al Reino de los
Demonios. Los soldados no hablaban del pasado enfrentamiento con triunfo,
sino en voz baja, hundidos por el temor. Habían ido a la batalla esperando una
rápida victoria, sólo para volver cojeando con una frágil tregua.

No, los Celestiales no cruzarían la frontera. Liwei nunca sería tan imprudente,
338

ni siquiera si lo provocaran. Había estudiado con él; conocía su mente. La pérdida


imprudente de vidas no era algo que él aceptaría. ¿Era esto un señuelo, para
distraer al Reino de los Demonios mientras buscaban las perlas? Pero Wenzhi
debe darse cuenta de que el Ejército Celestial no tenía intención de invadir, ya
lo había dicho antes. ¿Qué podría estar planeando? Con las perlas en su poder,
Wenzhi controlaba a los dragones. Le convenía forzar un enfrentamiento ahora,
cerca de su tierra natal. Pero si atacaban a los Celestiales sin motivo, el resto del
Reino Inmortal se levantaría contra ellos.
Mi cabeza palpitaba mientras trataba de unir los fragmentos de mis
pensamientos. El Muro de las Nubes estaba al lado del Desierto Dorado. Los
soldados habían convertido las nubes violetas en arena. ¿Estaban creando una
nueva frontera? ¿Una ilusión de una? La repentina comprensión me dejó helada.

Era una trampa, pero una mucho peor de lo que había imaginado.

Los Celestiales serían atraídos al Reino de los Demonios con una frontera
falsa.

Una vez que cruzaran, violarían la tregua y serían vulnerables a las


represalias. Ni siquiera sus aliados podrían culpar al Reino de los Demonios por
cualquier cosa que hicieran para defenderse. Una emboscada esperaría a los
Celestiales, estaba segura de ello, nada se dejaría al azar. Un plan tortuoso, atroz.

Me llevé el puño a la boca, ahogando mi grito. ¡Oh, si no hubiera tomado


las perlas! Pero me había sentido tentada por el poder, desesperada por encontrar
una forma de liberar a mi madre sin pagar el precio del emperador. Qué codiciosa
había sido al tratar de tenerlo todo. Qué arrogante, al pensar que podía
protegerlos cuando ni siquiera podía protegerme a mí misma. Y ahora, la
devastación que se avecinaba, la muerte de miles de personas, pesaría sobre mi
conciencia.

Una ola de medianoche se apoderó de mí, robándome las últimas fuerzas.


Cerré los ojos y todo lo que pude ver fue el suelo inundado de sangre, brillando
con las armaduras de los Celestiales caídos. La mirada de Liwei sin ver.

El cuerpo sin vida de Shuxiao. Los rostros de aquellos con los que había
servido pasaron por mi mente, todos marchando hacia su perdición. Me mordí
con fuerza el nudillo hasta que la piel se abrió y un cálido chorro de hierro y sal
se derramó en mi boca.

Se me nubló la vista a causa de las lágrimas calientes que llenaban mis ojos
mientras me desplomaba en el suelo, con el cuerpo hecho un ovillo y las manos
cerradas en puños que no podían hacer otra cosa que golpear el frío suelo de
339

mármol.
No podía dejar que Liwei y el Ejército Celestial cayeran en la trampa mortal
que les esperaba. No podía dejar que murieran por mi culpa.

¿Qué podía hacer para evitarlo? Si tuviera mi magia y el Arco del Dragón de
Jade, podría haber aprovechado mi oportunidad y salir corriendo. Pero sin poder,
sin armas y sin amigos, mi esperanza de escapar era tan escasa como un ratón
atrapado en las garras de un tigre. Por el momento, sólo contaba con mi ingenio.
Y me recordé a mí misma que no todas las batallas podían ganarse con la fuerza
bruta; a veces era el agua la que podía desgastar la piedra.

Había arremetido contra Wenzhi como lo haría un niño: herido, enfadado y


precipitado. Mi desafío sólo despertó sus sospechas sobre mí, lo que hizo más
difícil la huida. Tenía que convencerle de que había cambiado de opinión para
que bajara la guardia. Sólo entonces podría recuperar las perlas y escapar. Pero
no se dejaría engañar fácilmente. Las lágrimas podrían ser útiles, pero Wenzhi
me había visto matar monstruos sin inmutarme. Suplicar no funcionaría; su
ambición era despiadada. Tampoco sería fácil mentirle, me conocía demasiado
bien. Al menos, él creía que me conocía, pues la ira me corroía al recordar sus
arrogantes suposiciones. ¿Cómo podía imaginarse que yo caería en sus viles
planes?

Pero tal vez podría utilizar lo que sabía de mí en su contra, para hacerle creer
que me había puesto de su lado. Había intentado utilizar la libertad de mi madre
para tentarme. Creía que yo haría cualquier cosa para salvarla, igual que él había
hecho para asegurar su posición. Se equivocaba, yo no era como él. Mi honor
era precioso para mí, y sabía que también lo era para mi madre.

Todavía estaba oscuro, pero tiré a un lado las mantas y me levanté para
340

prepararme, con el estómago revuelto como siempre lo hacía la mañana de una


batalla. Esta vez, sin embargo, no tenía más armas que las sonrisas y las palabras,
ninguna de las cuales era experta en manejar. Y en lugar de armadura, me vestiría
de seda. Rebusqué en el armario, repleto de prendas exquisitas de vivos colores.
Qué trivial e incorrecto me parecía preocuparme ahora por mi atuendo. Sin
embargo, una apariencia pulida me distraería de las mentiras huecas que
planeaba pronunciar. Decidida a ello, saqué una túnica negra que se adaptaba
bien a mi estado de ánimo actual. Tenía grullas bordadas en la falda y, cuando
toqué un ala blanca, ésta revoloteó y el ave voló a través de la seda de
medianoche. Si yo pudiera hacer lo mismo.

Pasaron las horas, el sol subía en el cielo, y Wenzhi seguía sin venir.

Pensé con amargura que tal vez estaba demasiado ocupado planeando la
matanza de mañana. Preparando sus trampas, tramando e intrigando, mientras
que todo lo que yo había logrado hasta ahora era raspar un agujero considerable
en la mesa. No, no podía quedarme sentada y esperar cuando los que me
importaban estaban en peligro. Si no venía, lo buscaría, antes de que fuera
demasiado tarde.

Me dirigí a las puertas y las golpeé con fuerza. Unas voces apagadas se
filtraron a través del panel forrado de seda.

—No contestes, es otro truco —susurró uno.

—¿Y si está herida o algo va mal?

Otro resopló.

—¿Herida? Seremos nosotros los heridos si abrimos las puertas.

Fruncí el ceño al escuchar sus sospechas, por muy fundadas que fueran. En
mis intentos de escapar, les había arañado, pateado y maldecido con desenfreno.

Impaciente, exigí—: Necesito ver al Príncipe Wenzhi —Su título se sentía


incómodo en mi lengua.

El silencio acogió mi petición. Justo cuando pensé que se negarían, que


tendría que derribar las puertas a golpes, éstas se abrieron. Un escudo brillaba
alrededor de los seis soldados, con sus lanzas clavadas hacia mí.

Incluso en lo sombrío de mi situación, reprimí las ganas de reír. ¿Me creían


tan temible?
341

—¿Podría llevarme ante el Príncipe Wenzhi? —pregunté en mi tono más


dulce, tratando de no atragantarme con las palabras.

Los guardias intercambiaron miradas nerviosas. Después de susurrar entre


ellos, uno de ellos se alejó a toda prisa. ¿Era en busca de refuerzos? Poco
después, apareció una mujer soldado de gran estatura, que se acercaba por el
pasillo. Sus rasgos eran llamativos, a pesar de la desconfianza en sus claros ojos
marrones. No se parecía en nada a los Demonios que había esperado de los
cuentos de Ping'er, ninguno de ellos lo era. Aunque odiaba admitirlo, la palabra
“Demonio” había alterado mis percepciones, haciéndome pensar lo peor de ellos
cuando no eran diferentes del resto de nosotros.

—Soy la Capitana Mengqi, de la guardia personal del Príncipe Heredero


Wenzhi. Su Alteza dejó órdenes de no ser molestado hoy —anunció la recién
llegada con sombría finalidad.

Pero no volvería dócilmente a mi habitación, no estaba de humor para ser


desviado tan fácilmente.

—El Príncipe Wenzhi me dijo que podía verle cuando quisiera —mentí,
sorprendido de mi propia labilidad.

Un joven soldado de piel pálida dijo—: Su Alteza está meditando antes del
combate... —Ante la feroz mirada de la Capitana Mengqi, cerró la boca y dio un
paso atrás.

Suspiré, alisando las inexistentes arrugas de mi falda.

—El Príncipe Wenzhi estará muy disgustado al enterarse de esto —Me animé
como si me hubiera asaltado una idea repentina—. ¿Por qué no me llevas ante
él? Si se niega a verme, podemos volver enseguida.

Como los ojos de la capitana se curvaron con desconfianza, añadí—: ¿No


pueden siete soldados armados contener a un cautivo sin armas y sin poder? —
Mi voz sonó con desafío y un toque de desprecio, mientras levantaba las muñecas
para mostrar el maldito metal que las rodeaba.

Con un movimiento de cabeza, la Capitana Mengqi me indicó que la siguiera.


Me guio a paso ligero, mientras los otros guardias me seguían. A cada paso
podía sentir sus miradas clavadas en mi cráneo, sus lanzas apuntando a mi
espalda.

Me apresuré a seguir el ritmo de la capitana, estudiando nuestro camino, con


la esperanza de encontrar una salida. El aroma embriagador del sándalo flotaba
342

en el aire, procedente de los incensarios de bronce esparcidos por el pasillo. Los


pilares de ébano estaban adornados con celosías de oro, mientras que el suelo
de mármol verde presentaba gruesas vetas de plata.

A través de las puertas de madera del final del pasillo, entramos en un


exuberante jardín. Aquí, la fragancia de las flores florecientes ahogaba el
empalagoso incienso. Me detuve, dándome la vuelta como si estuviera en trance,
mientras buscaba algo que pudiera aprovechar. El jazmín se utilizaba a veces
como sedante, pero era demasiado suave. Arranqué unas cuantas hojas del árbol
de gingko, del que se decía que causaba malestares estomacales y mareos,
aunque aún no sabía lo que pretendía. A pesar de la abundancia de plantas y
hierbas del lugar, no pude encontrar nada más útil, ni siquiera una seta con
propiedades alucinantes.

¡Si hubiera sido una estudiante más atenta! Pero entonces me calmé,
vislumbrando las flores azules con pétalos puntiagudos asomando entre la hierba.
Ya los había visto antes... el primer día en la Cámara de Reflexión. El recuerdo
de nuestro iracundo instructor surgió en mi mente, y el de Liwei fingiendo que
se dormía. Me agaché y recogí una, fingiendo que la admiraba, mientras
aplastaba sus pétalos entre los dedos hasta que estaban pegajosos de jugo. Al
respirar su aroma, una somnolencia se apoderó de mí. La dejé caer de inmediato
y me limpié las manos en la falda. Lirios estrellados. Mezcladas con vino, podían
sumir a cualquiera en el sueño más profundo.

Detrás de mí, un soldado carraspeó con impaciencia. Levanté la vista y


descubrí que la Capitana Mengqi ya había abandonado el jardín. Me alegré por
ello, ya que parecía más difícil de engañar. Me levanté y fingí un tropiezo,
cayendo y golpeando la palma de la mano contra una roca hasta que la sangre
la salpicó. Mientras los soldados la miraban consternados, mi otra mano se
deslizó por mi espalda para recoger un puñado de flores.

—Qué torpe soy —Les lancé una sonrisa de pesar. Me costaba creer que
había pronunciado mi primera mentira hacía apenas unos años. Había odiado
mentir a Liwei y Shuxiao, pero este engaño disparó algo nuevo en mí. Una
satisfacción inesperada, un regocijo interior, casi, por haber engañado a mis
captores, para devolverle a Wenzhi la misma moneda.

Me sacudí la suciedad de la falda y metí las flores en mi bolsa. Cuando una


sombra cayó sobre mí, levanté la vista para encontrar a un extraño de pie ante
nosotros. Sus ropas eran magníficas, casi ostentosas, tachonadas de gemas
preciosas que parpadeaban contra el brocado púrpura. Parecía algo familiar, con
esos pómulos altos, su fuerte mandíbula y sus finos labios. Aunque algunos
podrían encontrarlo atractivo, la astuta inquietud en su expresión me repelía.
343

—Su Alteza —Los soldados le saludaron con una reverencia.

¿Otro príncipe? pensé para mis adentros. No es de extrañar, ya que el Rey


Demonio era soltero y se rumoreaba que tenía docenas de concubinas, muchas
de las cuales estarían compitiendo por tener hijos para asegurar su influencia y
posición.

Ignoró a los demás; su atención se fijó en mí.


—¿Y quién eres tú? —Su tono era agradable, pero sus ojos amarillentos me
recordaban a los de una serpiente a la caza de su presa.

No respondí, sin saber qué decir, seguro de que no encontraría aliados aquí.
Afortunadamente, apareció la Capitana Mengqi, acercándose a nosotros a
grandes zancadas. Frunció el ceño al ver al desconocido, aunque se inclinó ante
él respetuosamente.

—Capitana Mengqi. Qué raro es verte del lado de mi hermano menor.


¿Puede decirme quién es? —señaló hacia mí.

¿Hermano menor? empecé, mirando más de cerca hacia él. ¿Era el Príncipe
Wenshuang? ¿El odiado hermano de Wenzhi?

—Es la invitada del Príncipe Heredero Wenzhi —contestó la Capitana


Mengqi en tono llano.

Una repentina amenaza recorrió el rostro del hombre. ¿La mención del título
de Wenzhi le había enfurecido tanto? ¿Y la Capitana Mengqi lo había hecho
para enemistarse con él, para evitar nuestra detención, o para ambas cosas?

El Príncipe Wenshuang me dirigió ahora una deslumbrante sonrisa,


desapareciendo todo rastro de su ira.

—He oído noticias de esto. ¿Eres realmente del Reino Celestial?

Inquieta por su mirada, asentí escuetamente.

—Su Alteza, perdónenos, pero debemos seguir nuestro camino —La


Capitana Mengqi se inclinó de nuevo, su cuerpo se tensó al levantarse.

El Príncipe Wenshuang curvó el labio y agitó la mano en un gesto despectivo.


Al salir, pude sentir su mirada clavada en mi espalda.

Atravesamos una puerta circular de piedra y entramos en un patio, hacia un


gran edificio rodeado de pinos, altos y de hoja perenne. El aire era fresco y dulce,
344

el aroma de las agujas de pino se mezclaba con la brisa nocturna que me


recordaba al propio aroma de Wenzhi, aunque reprimí ese pensamiento
indeseado. La entrada estaba flanqueada por pilares de mármol negro, tallados
con un diseño en espiral con incrustaciones de oro. Las puertas cerradas eran
sólidos paneles de ébano, que no dejaban entrever lo que había detrás.

La Capitana Mengqi golpeó la madera con los nudillos.

Hubo un breve silencio, y luego unos pasos recorrieron el suelo.


—Di instrucciones claras de que no se me molestara —dijo Wenzhi con
frialdad desde el interior.

La capitana me fulminó con la mirada.

—Me disculpo por la intromisión, Su Alteza. Nos iremos de inmediato.

No lo haría.

—Insistí en que la Capitana Mengqi me trajera aquí —dije.

No respondió. Contuve la respiración mientras la Capitana Mengqi suspiraba


y los soldados intercambiaban miradas ansiosas.

Las puertas se abrieron entonces. Wenzhi estaba de pie en la entrada, con su


túnica verde oscura casi barriendo el suelo. Su pelo caía sobre los hombros,
suelto y sin atar. Al verme, sus ojos se abrieron de par en par, antes de tensarse,
con desconfianza, pensé. Sin embargo, se apartó y me permitió entrar.

Entré en su habitación y oí cómo las puertas se cerraban tras de mí con un


ruido ominoso. Con la espalda erguida, eché un vistazo a las amplias
dependencias, observando las paredes de piedra, los altos techos y las altas
ventanas. Quemadores de incienso dorados flanqueaban la entrada,
afortunadamente sin encender, ya que me alegraba del aire sin aroma. Una cama
de caoba yacía sobre una plataforma elevada en el centro de la habitación,
cubierta con cortinas blancas desde su marco de madera. Había libros y
pergaminos apilados en un gran escritorio junto a la ventana, que ofrecería una
agradable vista del patio si no estuviera cerrada. Varias espadas estaban colgadas
en el otro extremo de la habitación, en vainas de oro y plata, maderas preciosas
y jade. Al verlas, me quedé quieta, tratando de reprimir un estallido de excitación.

Se dirigió hacia mí, con su mirada clavada en el lugar donde me encontraba.


Mis dedos se curvaron, pero me obligué a colgarlos contra mi falda. Si podía
mantener la compostura, si me creía ignorante de sus planes, tenía una
oportunidad. Pero si revelaba mis verdaderas intenciones, me encerraría una vez
345

más sin esperanza de escapar. Y ese sería el menor de mis problemas.

Sus ojos se deslizaron desde mis zapatillas de brocado, a lo largo de mi


túnica, hasta el peine de jade de mi pelo.

—¿Por qué... esto? Aunque el color te sienta bien.

Me encogí de hombros.

—Me aburría.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—¿Me has echado de menos hoy?

Reprimí el impulso de gruñirle. Unas palabras duras no me harían ganar más


que un momento de satisfacción infantil, deshaciendo todos mis esfuerzos para
llegar hasta aquí. En lugar de eso, levanté la barbilla y le dirigí una mirada
desafiante.

—Aunque lo hiciera, no lo admitiría.

—¿Por qué estás aquí, Xingyin? —preguntó sin rodeos.

—Quiero respuestas —respondí con la misma moneda—. Tienes las perlas.


El Arco del Dragón de Jade. Ya no te soy útil. ¿Por qué me tienes aquí?

Se quedó en silencio un momento, como si intentara decidir qué decir.

—¿No es obvio? Mi corazón no ha cambiado.

Pensé que no sentiría más que odio por él. Sin embargo, su simple confesión
despertó algo en mí. Débil, eso era yo, y me maldije por ello. A pesar de la
ternura de sus palabras, nunca olvidaría las cosas viciosas que había hecho. Había
afirmado que se preocupaba por mí y luego me había arrebatado todo lo que yo
apreciaba. Si esto era su amor, no lo quería.

Miré al suelo, intentando parecer confusa. Desgarrada. Indecisa.

—Lo que dijiste antes... sobre nosotros. Nuestro futuro. Mi madre. ¿Lo decías
en serio?

Se inclinó más hacia mí, tan cerca que un mechón de su pelo rozó mi mejilla.

—¿Ya no estás enfadada conmigo? —Aunque su voz era suave, su mirada


era atenta y evaluadora.
346

Respiré profundamente, tratando de calmarme.

—Antes estaba enfadada. Furiosa. ¿Cómo no iba a estarlo después de lo que


habías hecho? —Levantando la barbilla, me encontré con su mirada—. Pero
tenías razón. Lo que más importa es la libertad de mi madre. Es por lo que me
uní al ejército, por lo que he trabajado todos estos años. Y también...

Mi voz se apagó entonces, aunque esperaba que la implicación fuera clara.


Que confundiera el calor que coloreaba mis mejillas con deseo, y no con la
vergüenza que era.
—Dijiste que podías ayudarme a liberarla. ¿Cómo? —Pregunté con urgencia,
como si intentara poner a prueba su sinceridad en lugar de convencerle de la
mía. No esperaría que un oponente en desventaja se moviera para atacar en lugar
de defenderse. Sería un movimiento imprudente, tonto, incluso. Pero ¿qué
importaba cuando no tenía nada más que perder?

—Una vez que derroquemos al Reino Celestial, con el poder de los dragones
detrás de nosotros, nada estará fuera de nuestro alcance —Su tono era cauteloso,
aunque sus ojos brillaban sorprendentemente.

Me obligué a asentir con la cabeza, pero me enfureció que creyera que los
dragones eran suyos. Incluso en contra de su voluntad, aunque pudieran morir
por servirle así. Como si mañana fuera a ser una batalla justa, en lugar de las
arteras tácticas que había planeado para emboscar a los soldados que habían
luchado antes con él.

Enterré mi repulsión en la cálida sonrisa de mis labios.

—¿Tengo tu palabra? —Cómo escuece, dejar que cuelgue ante mí lo que


más quería en el mundo. Más aún, porque todavía estaba fuera de mi alcance.

Parpadeó lentamente, con aparente incredulidad. Sin embargo, su mente era


siempre aguda.

—¿Estás dispuesta a romper todos tus lazos con el Reino Celestial? —replicó,
buscando la más mínima grieta en mi compostura.

¿Se refería a Liwei? Me puse una máscara de indiferencia.

—El Reino Celestial no significa nada para mí. El emperador encarceló a mi


madre. La emperatriz me trató con rencor y desprecio. En cuanto a su hijo... —
Aquí, dejé que una nota burlona se deslizara en mi voz—. ¿Sigues teniendo celos
de él? Me hizo daño una vez, y sólo le ayudé después porque esperaba que
abogara por mi madre —Era lo que Liwei me había acusado antes. Justo lo que
Wenzhi podría creer dada su propia falta de escrúpulos.
347

Me acerqué a él hasta que la seda de nuestras túnicas se rozó.

—Tú fuiste mi elección, incluso antes de que partiéramos en busca de los


dragones. Mi enfado de estos días no tenía nada que ver con él, sino con lo que
hiciste, con cómo me mentiste y rompiste mi confianza —Mi tono se suavizó,
ahora bajo con la promesa mientras lanzaba mi la cabeza hacia atrás—. Oh,
todavía no te he perdonado, tardaré un tiempo. Aunque depende...

—¿De qué? —quiso saber.


—De que puedas arreglar las cosas entre nosotros.

Me miró fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho. Conocía su


mirada, sumida en sus pensamientos, sopesando cada palabra pronunciada con
lo que sabía. ¿Recordaba la frialdad entre Liwei y yo en el Reino Mortal? ¿Mi
promesa en la azotea? Las mejores mentiras son las que están impregnadas de
verdad.

Finalmente, bajó los brazos y su expresión se suavizó.

—Quédate conmigo y te prometo liberar a tu madre cuando derrotemos al


Reino Celestial. Tu familia también será la mía.

Pronunció las palabras con la gravedad de un juramento, algo que hace unos
días me habría llenado de alegría, pero que ahora me revolvía el estómago. Sin
embargo, en mí también brillaba la esperanza de que hubiera creído mis
mentiras. Que todavía tenía una oportunidad.

—Te obligaré a hacerlo —Expresé cada palabra con suavidad.

Sus ojos brillaron en plata fundida cuando levantó una mano para acariciar
mi mejilla. Nuestro abrazo en la aldea de los mortales pasó por mi mente, cuando
anhelaba su contacto y deseaba más. Pero sabía lo que quería de mí ahora, y no
se lo daría. No podía volver a besarle; no era tan buena mentirosa.

—¿Tomamos una copa? ¿Para celebrar? —Sugerí entonces.

—Si quieres —Dejó caer la mano, alzando la voz para llamar a un asistente,
que entró con una reverencia deferente.

—Vino de osmanthus —le dijo, recordando mi bebida preferida.

Sin embargo, esa consideración era irrelevante ahora; necesitaba algo más
fuerte para enmascarar la amargura de los lirios de las estrellas. Mis dedos
rozaron la fría piel de su muñeca mientras intentaba no estremecerme.
348

—Me apetece otra cosa. ¿Vino de ciruela, tal vez?

Señaló con la cabeza a la empleada, que se inclinó en señal de


reconocimiento antes de marcharse. Cuando las puertas se cerraron tras ella, dio
un paso hacia mí, su mirada se oscureció con intención. Mis ojos recorrieron la
habitación, buscando algo, cualquier cosa, para distraer sus pensamientos. Sobre
una mesa baja, en un rincón, había un qin, un hermoso instrumento de madera
lacada en rojo con incrustaciones de nácar.

—¿Tocas? —pregunté. Un duro recordatorio de que no sabía mucho de él.


—Un poco.

—Los que dicen “un poco” suelen querer decir “mucho”. ¿Eres hábil? —Mi
voz sonaba a desafío.

Las comisuras de su boca se inclinaron hacia arriba.

—Un poco.

Se agachó ante el instrumento, con la frente arrugada por la concentración.


Su canción comenzó en un susurro tentador, suave y dulce. Al pulsar las cuerdas,
sus notas subían y bajaban con una belleza inquietante. Tocaba con tal
intensidad, con tal pasión, que incluso con todo lo que sabía de él, su música me
conmovía por dentro.

Cuando la última nota se desvaneció, rocé las palmas de las manos contra
mi falda. Los pétalos arrugados de los lirios estrellados cayeron al suelo sin ser
vistos, y su jugo fue exprimido en el vino que el asistente había traído.
Levantando la jarra de porcelana, llené una copa con vino y se la ofrecí con
ambas manos. La aceptó con una sonrisa, pero cuando se la llevó a los labios, se
detuvo.

Levanté mi copa hacia él de inmediato—: Por los días venideros.

Aceptó mi brindis, vaciando su taza. Su expresión era de sorpresa, incluso


de perplejidad. ¿Le sorprendió el sabor?

—Tocas bien —dije, un poco demasiado rápido, esperando desviar su


atención.

—No tan bien como tocas la flauta.

La única vez que me había oído tocar fue en el banquete de Liwei, la canción
que le regalé. Wenzhi nunca me había pedido que tocara y me pregunté si sería
por eso. Para ganar un tiempo precioso, saqué mi flauta, inclinando la cabeza
349

hacia él en una pregunta tácita.

—Sería un honor —dijo en voz baja.

Hacía mucho tiempo que no tocaba. Soplé varias notas seguidas para
familiarizarme con el instrumento, buscando en mi mente la canción que quería.
Mi aliento se deslizó en el jade hueco, medido y calmado, las notas calmadas y
lánguidas. Mientras tocaba, pensaba en la cascada del Patio de la Tranquilidad
Eterna, en el agua cayendo sobre las rocas mientras me arrullaba. En la luna en
el cielo oscuro, cuyo resplandor reconforta a innumerables mortales antes de que
sus ojos se cierren en el sueño. De los lirios de las estrellas, aplastados en el vino
de Wenzhi, una bebida para dormir más potente que media docena de jarras de
vino, que incluso ahora, corría por su sangre.

Su mano se aferró a mi flauta, arrastrándola de mis labios. Mi pulso se


aceleró mientras le lanzaba una mirada inocente. Me liberé de su débil agarre y
volví a dejarla caer en mi bolsa. Apresuradamente, tiré del qin hacia mí y rasgueé
la primera canción que se me ocurrió, una vibrante y animada melodía. Yo estaba
desentrenada, era menos hábil que él, pero bastaba con ahogar su voz de los
soldados de fuera.

Parpadeó lentamente, como si luchara contra la ola de fatiga que, rezaba, no


tardaría en arrastrarle.

—Xingyin, ¿qué has hecho? —Arrastró las palabras, con un tono furioso
mezclado con dolor.

—Nada menos que lo que te merecías —Mis dedos se deslizaron sobre el


qin, arrancando unas ondulantes melodías que culminaron en un crescendo
triunfal, una burla de su actual situación.

Un jadeo estrangulado salió de su garganta, como si intentara llamar a los


guardias, aunque de mis dedos fluyó una nueva melodía, lúgubre, con notas
inquietantes y prolongadas que ahogaron sus gritos.

—¿Por qué? —roncó.

Le lancé una mirada de desprecio.

—¿De verdad creías que podría perdonarte por todo lo que hiciste? ¿Que mi
promesa a los dragones se rompería tan fácilmente? ¿Que podría traicionar a los
que me importaban para cumplir mis propios fines? No soy como tú.

Tanteó su cintura, pero no había ningún arma a su lado. Una vez más, trató
de llamar a los guardias, su voz no era más que un ronco susurro.
350

—Esto no cambiará nada.

—Puede que no —siseé, mis dedos se deslizaban sobre las cuerdas sin
pausa—. Pero sé todo sobre tu trampa para el Ejército Celestial. Tenía que hacer
algo o nunca podría vivir conmigo misma.

—Ya están aquí. Es demasiado tarde —Había un conjunto duro en su boca


mientras sus ojos caían—. Sabía que vendría. Por ti o por las perlas. No
importaba cuál, pero sabía que vendría —Su voz se redujo a una respiración
forzada—. Al igual que sospechaba que irías a por él si podías. Tenía la
esperanza, pero... —Se agitó donde estaba sentado, parpadeando rápidamente
antes de que sus párpados se cerraran y se desplomara en el suelo.

Seguí tocando hasta el final de la canción; parar ahora invitaría a la sospecha.


La melodía lastimera era una despedida adecuada para todo lo que habíamos
perdido.

En cuanto se apagó la última nota, me puse en pie de un salto. No estaba


segura de cuánto tiempo me quedaba hasta que se me pasara la borrachera.
Agarrando una espada de su colección, una empuñadura de jade blanco
tachonada de rubíes, miré hacia la puerta, sólo para sacudir la cabeza. No podía
escapar antes de encontrar las perlas; no podía dejarlas en manos de Wenzhi.
Eché una mirada a su figura inmóvil, con su túnica verde oscura extendida por
el suelo, su pelo derramándose a su alrededor como un charco de tinta. El sueño
relajó sus severos rasgos, tirando de mi conciencia, la vergüenza me invadió en
ese momento.

Que como él, ahora, el engaño me resultaba tan fácil.

351
Las perlas estaban aquí, estaba segura de ello. Wenzhi tendría a mano un
objeto tan valioso, sobre todo en vísperas de la batalla. Al abrir los cajones de
su escritorio, sólo encontré algunos sellos de jade y metal, una piedra de tinta y
hojas sueltas de papel. En las estanterías no había más que libros y pergaminos,
mientras que el armario estaba repleto de prendas que cayeron al suelo en mi
frenética búsqueda.

El sol descendía y la habitación se volvía más oscura. Encendí las linternas


con paneles de seda que proyectaban su suave resplandor sobre las paredes.
Sumido en el sueño, la rítmica respiración de Wenzhi rompió el silencio. ¿De
cuánto tiempo disponía hasta que desapareciera la corriente de aire? Había
pedido que no le molestaran, pero ¿cuánto tiempo aguantaría esa orden? ¿Y si
alguien le traía una comida, o un informe? Y no pude evitar preguntarme qué
creían los guardias de fuera que estábamos haciendo todo este tiempo.

Mis uñas se cortaron en las palmas de las manos. Me obligué a calmarme, a


pensar. En la guarida de Xiangliu había sentido de algún modo la presencia del
Arco del Dragón de Jade. Cerrando los ojos, me concentré en ahogar el poderoso
estruendo del aura de Wenzhi, llegando con mis sentidos como lo hacía cuando
realizaba un disparo especialmente desafiante. Me llevé los dedos a las sienes,
tratando de calmar el ruido de mi corazón, de silenciar mi miedo, mi frustración
y mi esperanza, tal y como me había enseñado el Maestro Daoming. A medida
que la quietud descendía, respiraba con más facilidad y la tensión se disipaba en
mi cuerpo. Todo lo que me rodeaba era una oscuridad tranquilizadora enhebrada
con destellos de luz.

Mis ojos se abrieron de golpe. Ahí estaba, esa escurridiza sensación que
352

rozaba mi conciencia: un susurro, un roce de viento. Me llamaba, como lo había


hecho cuando me atrajo a la caverna oculta en el Pico de las Sombras.
Seguramente las perlas estarían guardadas en el mismo lugar que el Arco del
Dragón de Jade.

Era como abrirse camino a ciegas en la noche, pero con un hilo de seda de
araña entre los dedos como guía. Paso a paso, rastreé el tirón hasta un pequeño
armario lacado en un rincón de la habitación. En mi frenética búsqueda, debí de
pasarlo por alto... ¿o había sido encantado para que no se viera? Me apresuré a
llegar hasta él y tiré de las asas, pero descubrí que estaba asegurado con una
pesada cerradura de latón.

Impaciente, agarré mi espada y aserré las bisagras con todas mis fuerzas. La
madera era robusta y tardé en clavarme astillas en la piel antes de que el panel
se rompiera y se soltara.

Alguien carraspeó detrás de mí, un sonido deliberado y amenazador. Me


giré, temiendo encontrar a Wenzhi despertando, sólo para mirar los regodeantes
orbes amarillos del Príncipe Wenshuang.

No le había oído entrar, tan concentrada estaba en mi tarea. Sólo ahora


percibí el cambio en el aire, que palpitaba con el calor de su aura. Cerró las
puertas tras de sí mientras yo reprimía las ganas de gritar. Su presencia me
invadió de pavor, pero temía más alertar a los guardias. Si entraban, nada de lo
que dijera les convencería de mi inocencia. Pero sólo era un hombre y yo estaba
tan cerca ahora, si sólo pudiera librarme de él.

—¿Sabe mi querido hermano lo que está haciendo? —Habló en un tono


agradable, con una sonrisa jugando en sus labios.

No respondí, mi mente se quedó en blanco. Su dedo se golpeó la barbilla


mientras su mirada recorría la habitación. Había estado inmaculada cuando entré,
pero ahora parecía como si un tornado la hubiera atravesado, esparciendo las
posesiones de Wenzhi con abandono.

—Creo que no —Respondió a su propia pregunta.

Mi pulso se aceleró cuando di un paso casual hacia un lado, tratando de


bloquear la forma dormida de Wenzhi de su vista. Sus ojos me siguieron, con
una luz espeluznante al posarse en su hermano. La desesperación surgió en mí,
que seguramente gritaría. No tendría más remedio que atacarle, mientras los
guardias entraban en la habitación al primer choque metal. Me encarcelarían o
matarían, dejando a los dragones esclavizados y a mi madre atrapada para
siempre.
353

Y Liwei y el Ejército Celestial perecerían.

Sin previo aviso, su magia surgió en el aire, y las paredes de la sala brillaron
con una luz translúcida que se hundió en las grietas entre las ventanas y las
puertas. Una frialdad se formó en la boca del estómago como si me hubiera
tragado un trozo de hielo. Conocía este encantamiento; ya lo había tejido una
vez, para evitar que mi música atravesara el Patio de la Tranquilidad Eterna.
Aunque gritara hasta quedarse afónico, los guardias de fuera no oirían más que
el susurro del viento.
La idea me animó y a la vez me aterrorizó.

—¿Qué estás haciendo? —Me alegré de que mi confusión enmascarara mi


miedo y me ayudó que no fuera fingido. Aunque la habitación estaba silenciada
y mi arco estaba a una rápida embestida, no me atrevía a arriesgarme a que
descubriera las perlas. No mientras su magia ondeaba en él y la mía seguía atada.

—Tienes mi más profundo agradecimiento. Hace tiempo que deseaba este


momento. No bastaba con que mi hermano pequeño fuera venerado y alabado
por todos, sino que también tenía que robarme mi derecho de nacimiento —Sus
manos se cerraron en puños a los lados.

Me alejé de él, acercándome al armario lacado.

Él ladeó la cabeza hacia mí.

—Estoy tan agradecido que incluso te dejaré huir. Me ahorraría el trabajo de


deshacerme de ti y reforzaría mi historia.

Me quedé helado.

—¿Historia?

—Todo el mundo llorará ante la trágica historia. Cómo la espía celestial, de


la que se enamoró mi estúpido hermanastro, le traicionó y le mató —Sus labios
se curvaron más en una sonrisa viciosa.

—¿Vas a... matarlo? ¿A tu hermano? ¿Y culparme por ello? —A pesar de


mi enfado con Wenzhi, mi corazón se retorció al pensarlo.

—Medio hermano —me corrigió fríamente, haciéndose eco del propio


desprecio de Wenzhi por su parentesco—. ¿Cuál es el problema? ¿No quieres
escapar? ¿No lo odias? ¿No es por eso que hiciste todo esto? —Su brazo recorrió
la habitación.

Sin esperar mi respuesta, sacó su espada y se dirigió a Wenzhi.


354

El caos estalló en mi mente. Me recordé a mí misma que odiaba a Wenzhi.


Por todo lo que había hecho, por todo lo que planeaba hacer. Lo detestaba y lo
despreciaba, y lo único que quería era escapar. Sin embargo, ¿podía quedarme
de brazos cruzados y dejar que lo asesinaran sin posibilidad de defenderse? Sólo
era vulnerable porque yo le había engañado. Su muerte recaería sobre mi
conciencia, tan seguramente como si yo misma le hubiera clavado la espada. Los
recuerdos me invadieron sin previo aviso: cuando me defendió del Gobernador
Renyu, cuando se llevó la peor parte del ataque de Xiangliu, las muchas veces
que nos habíamos vigilado y protegido mutuamente. Oh, cómo me había
mentido y engañado; nunca podríamos volver a ser lo que fuimos. Pero tampoco
podía pretender que todo se había borrado entre nosotros. Ahora le odiaba
porque entonces le había amado.

Me puse delante del Príncipe Wenshuang, bloqueando su camino. Mis dedos


apretaron la empuñadura de jade de mi espada con tanta fuerza que los rubíes
se clavaron en mi palma.

—No puedo dejar que hagas esto.

Sus pupilas eran rendijas de llamas amarillas.

—Tal vez sea mejor que no sobrevivas después de todo.

Me abalancé sobre él, con mi espada en alto. La apartó de golpe con su


espada, antes de volar hacia mí. Giré a un lado, girando para patearle. Él esquivó,
yo fallé. Cuando mi espada se arqueó hacia su pecho, él se agachó, demasiado
lento, y mi espada le cortó la oreja. Mientras la sangre se deslizaba por su cuello,
un gruñido brotó de su garganta. Me abalancé sobre él de nuevo: el aire se
espesó con su energía y un escudo brillante lo envolvió. Mi espada se estrelló
contra su barrera, y mi brazo palpitó mientras me tambaleaba por el rebote.
Antes de que pudiera recuperarme, me agarró la muñeca y me la retorció con
fuerza mientras mi arma caía al suelo.

Su puño se clavó en mi sien y sus anillos me cortaron la carne. Jadeé mientras


el dolor estallaba en mi cabeza. La oscuridad floreció mientras luchaba contra el
vacío que me llamaba. Si me desmayaba ahora, Wenzhi y yo moriríamos. El
Príncipe Wenshuang se abalanzó sobre mí, tan rápido que me tomó
desprevenida, y sus brazos me rodearon la cintura, empujando mi cuerpo contra
el suyo y forzándome a un abrazo repulsivo. La furia en su expresión se
transformó en algo más siniestro, que me hizo querer vomitar el contenido de
mi estómago. Si tuviera mis poderes, lo habría arrojado contra la pared hasta que
se le rompieran todos los huesos de su cuerpo inmortal. Y aun así, no sería
suficiente.
355

En cambio, mis piernas se abrieron paso y mi rodilla se clavó en su abdomen.


Se estremeció, pero no aflojó su agarre. Mientras me agitaba contra él, me
retorció los brazos por detrás y me hizo girar, empujándome contra el suelo con
una fuerza cegadora. Mi cabeza se estrelló contra el mármol, mientras mi sangre
salpicaba el suelo. Cuando se agachó sobre mí, me sujetó firmemente por los
omóplatos mientras me retorcía en su agarre.
—Si pudiera contarle esto a mi hermano pequeño. Por desgracia para él,
nunca despertará —Estaba tan cerca de mí, que su saliva me salpicó la mejilla.

Tuve arcadas, tratando de alejarme de él. Sus dedos se clavaron en mi carne


con una fuerza contundente, su aliento era caliente y espeso contra mi cuello. El
miedo me atormentó cuando un pensamiento revoloteó por mi mente... que tal
vez la muerte podría ser una misericordia después de todo.

No, lo desterré de inmediato, aspirando una bocanada de aire y gritando tan


fuerte como pude. Que vengan los guardias, pensé salvajemente, que me
capturen. Preferiría ser una prisionera que estar a merced de este monstruo. Pero
era inútil, el escudo de privacidad del príncipe se tragaba el sonido. Sin embargo,
no me detuve; lo que había comenzado como un grito hueco de miedo se
transformó en un bramido de rabia al rojo vivo, que disipó mi terror, encendiendo
el fuego en mí... que lucharía.

El Príncipe Wenshuang se apartó, quizá desconcertado por la ferocidad de


mi voz. Sólo por un instante, pero fue suficiente. Entonces ataqué, golpeando la
parte posterior de mi cabeza contra su cara con toda la fuerza que pude reunir.
Un crujido rasgó el aire. Me soltó con una maldición y se llevó la mano a la nariz
para contener el chorro de sangre. Me puse en pie de un salto, recogí mi espada
del suelo y la lancé contra él. Se puso escarlata de rabia y de su palma brotaron
luces, y un rayo de fuego se dirigió hacia mí. Mi espada se alzó, bloqueando su
ataque, con zarcillos de fuego que crepitaban a lo largo de la hoja, que se rompió
en fragmentos de plata. No me detuve y me dejé caer para deslizarme por el
suelo de mármol, dándole una patada en las piernas. Cayó con un golpe,
gimiendo donde yacía. Busqué frenéticamente otra arma, sin atreverme a apartar
la vista de él, que ya se estaba levantando, con una expresión de furia asesina.
Mi espada estaba destruida, pero la empuñadura de jade que tenía en la mano
era pesada y estaba llena de gemas. Levantándola en alto, la golpeé contra su
sien con todas mis fuerzas... y luego, de nuevo. Golpeó con un crujido
nauseabundo y sus ojos se abrieron de par en par antes de cerrarse.

Jadeé y luché contra las ganas de tener arcadas mientras dejaba caer la
356

empuñadura. La sangre brotó del corte en su frente. Si fuera mortal, mi golpe le


habría aplastado el cráneo como un huevo duro. Sin embargo, no sentí
compasión por él por haber planeado asesinar a su hermano dormido, por lo que
había intentado hacerme a mí. Una parte de mí se preguntaba si debía matarlo.
Bastaría con una sola flecha de mi arco.

Corriendo hacia el armario, separé los restos de su puerta con cuidado, ya


que no podía bajar la guardia. Con el príncipe inconsciente, su escudo de
privacidad ya no existía. Mis dedos se cerraron en torno al jade de mi arco, que
agarré de inmediato. Barriendo los restos, hundí la mano más profundamente
para encontrar una pequeña caja de madera. Al abrir la tapa, las perlas brillaron
ante mí, luminosas y brillantes. Podría haberme reído en voz alta de alivio.
Arranqué el que brillaba con el fuego de la medianoche, lo levanté y susurré el
nombre del Dragón Negro, rezando para que el viento llevara mis palabras con
rapidez hasta el Mar del Este.

Un gruñido me hizo sentir. Me giré para ver a Wenzhi agitándose, con la


cabeza oscilando de un lado a otro como si estuviera sufriendo un sueño inquieto.
La corriente de aire estaba desapareciendo. Mis dedos se apretaron en torno al
arco, aunque retrocedí ante la tentación. No sería mejor que su hermano si lo
hiciera. Y seguramente, los guardias irrumpirían al oír el sonido, atrapándome
dentro de la habitación. Me armé de valor y atravesé las puertas, corriendo por
el patio. Detrás de mí se escucharon gritos de asombro de los soldados, que se
vieron sorprendidos por mi repentina carrera. Su estupor no duró; las bobinas de
su poder ya surgían para atraparme. Y lo que es peor, una voz familiar pronunció
mi nombre en un grito desesperado. Wenzhi. Ya completamente despierto y
corriendo tras de mí, sus largas piernas superaban las mías a cada paso. El aire
brillaba con su magia, con motas de hielo brillando en el aire...

Giré bruscamente por otro sendero, eludiendo su encantamiento, pero ante


mí se alzaba un muro, cuya piedra lisa era imposible de escalar. Los pasos
sonaban más fuertes; ya casi estaban sobre mí. Saltando a uno de los pilares de
mármol, trepé por él, utilizando la celosía ornamentada como punto de apoyo.
Ya tenía bastante práctica en el Palacio de Jade.

En la azotea, desenfundé el Arco del Dragón de Jade, casi llorando ante el


familiar crujido de su poder. Con mi energía todavía atada, la cuerda estaba
rígida al cortarme los dedos, y el fuego del cielo era una sombra de su antiguo
poder. Sólo podía rezar para que fuera suficiente mientras apuntaba hacia abajo,
hacia el enemigo que surgiría en cualquier momento.

Pero entonces, los pinos se estremecieron, doblados por una ráfaga de viento
que arrancó sus fragantes agujas, cubriendo la hierba. La luna menguante se
desvaneció, oculta tras la criatura sombría que descendió hacia mí, con sus ojos
357

ambarinos brillando como dos estrellas en el cielo. El Dragón Negro, su inmensa


forma ondulante mientras se cernía sobre mí.

Wenzhi apareció, trepando con ágil gracia. Se dirigió hacia mí, y sólo se
detuvo al ver la flecha ardiente que le apuntaba al pecho.

—Debería hundir esto en tu malvado corazón.

Su mirada se clavó en la mía mientras daba un paso más.


—¿Por qué no lo haces entonces?

Agarré el arco con más fuerza, manteniendo la flecha firme. Sería muy fácil
soltarla. Estaba despierto, me estaba provocando; no había deshonra en esto. Sin
embargo, ¿por qué dudaba? Unos gritos procedentes de abajo llamaron mi
atención. Las nubes bajaban del cielo, convocadas por sus soldados. Pronto,
ascenderían y darían caza.

El cielo ya no estaba impenetrablemente oscuro, astillado por astillas de luz.

El amanecer estaba a punto de llegar. Pronto, el Ejército Celestial marcharía...


y a mí se me estaba acabando el tiempo.

Mis dedos se aflojaron en la cuerda. La flecha desapareció. Giré sobre mis


talones, corriendo por el techo, saltando desde el extremo mientras mis piernas
se arqueaban en el aire. Mi mano se aferró a una garra dorada y se esforzó por
sujetarse mientras la cola del dragón se enroscaba en mi cintura para levantarme
sobre su lomo. A través de la delicada tela de mi túnica, sus escamas eran tan
duras y frías como la piedra.

El dragón negro se elevó hacia el cielo. Más rápido que cualquier pájaro,
más rápido que el propio viento. Al mirar hacia abajo, vislumbré por primera vez
el Reino de los Demonios, la ciudad descansando en un banco interminable de
nubes violetas. Los faroles de seda flotaban alrededor, proyectando un brillo
etéreo sobre las casas de ébano y piedra. Sus tejados estaban arqueados con
aleros volcados en cada esquina, acristalados en tonos brillantes, como joyas en
la noche. Por encima de ellas se alzaba el palacio del que había huido, con sus
tejas de piedra iridiscente que brillaban con la escurridiza belleza de un arco iris.

La ciudad estaba tranquila, sumida en el sueño. Sin embargo, por mucho que
lo intentara, no podía ahogar la voz de Wenzhi de mi mente, ni la angustia con
la que había pronunciado mi nombre. El poderoso cuerpo del Dragón Negro
cubrió vastas distancias en apenas unos instantes. Pronto, el Reino de los
Demonios desapareció de mi vista, como si fuera una pesadilla de la que hubiera
despertado, salvo por los recuerdos grabados en lo más profundo y el dolor que
358

ensombrecía mi corazón.
El aire retumbaba con la fuerza de una tormenta. Al mirar hacia abajo, un
escalofrío se apoderó de mis miembros. Un millar o más de soldados con
armadura negra navegaban sobre nubes violetas, una sombra que se arrastraba
por el cielo. Guardaban un silencio espeluznante, sin un tintineo ni un crujido, y
maldije su astucia al ocultar sus movimientos.

El dragón se adelantó hasta que casi los habíamos rebasado. Los soldados de
la vanguardia llevaban cascos de bronce relucientes y tachonados de ónice.
Cuando levantaron las palmas de las manos, surgieron brillantes ondas de luz.
La energía que palpitaba en el aire se espesó, formándose una niebla opaca con
destellos carmesí entre sus pliegues, como gotas de sangre dispersas. Se
arremolinaba en la noche, con finos zarcillos que me arañaban la falda. Una
pesada dulzura inundó mis sentidos, mezclada con el desagradable sabor de la
fruta estropeada; mis pulmones se atascaron como si me hubiera ahogado con
el humo. Una sensación de embotamiento se apoderó de mi mente. Me estremecí
y me envolví con los brazos mientras mi cabeza giraba de un lado a otro, tratando
de entender mi desconocido entorno.

¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Y qué eran esas luces
que surcaban el cielo como gotas de lluvia escarlata? Se me apretaron las tripas
al ver a la criatura que me transportaba con tanta rapidez: escamas de tinta y
garras doradas, y sus bigotes fluyendo por detrás como cintas de seda.
Magnífico, aterrador, aunque extrañamente familiar. ¿Una imagen que había
visto antes, quizás? ¿Adónde me llevaba? Busqué a tientas mi arco para
defenderme, para exigir una respuesta, pero la criatura se desvió hacia arriba,
elevándose hasta donde el cielo era negro y claro. Medio congelada por el miedo,
me aferré a él instintivamente, el viento me azotó la cara mientras aspiraba con
359

dificultad. Qué fresco era el aire que llenaba ahora mis pulmones, expulsando la
empalagosa dulzura.

Mi mente se aclaró, aunque todavía estaba conmocionada.

—No… No te conocía —le dije al dragón—. Pensé que eras un enemigo.


Casi te disparo.

Su voz plateada sonó en mi cabeza.


La niebla confusa es un encantamiento de la Mente. Sus víctimas no pueden
distinguir a los amigos de los enemigos, y sus recuerdos se difuminan mientras
la inhalan. Aunque es menos poderoso que la compulsión, este encantamiento
puede extenderse mucho más.

—A través de un ejército —Los Celestiales estarían indefensos contra esto,


atrapados como mariposas en una red—. ¿Cómo podemos protegernos? ¿Un
escudo?

Sólo el más fuerte de los escudos funcionaría; la niebla puede encontrar su


camino a través de la más mínima grieta o hendidura. No se puede disipar
fácilmente, pero sí evadirla, dispersarla o limpiarla de los cielos.

Debajo de nosotros, el desierto brillaba en oro bruñido: la vasta media luna


de tierra que se extendía entre el Reino de los Demonios y el resto del Reino de
los Inmortales. Cientos de luces parpadeaban justo delante, hogueras que se
desvanecían en el amanecer. Me sentí aliviada de no haber llegado demasiado
tarde, el Ejército Celestial aún no había marchado. Al descender, las cabezas de
los soldados se dirigieron al Dragón Negro, y su miedo se mezcló con el asombro,
cuando aterrizamos en una nube de arena. Me deslicé de su lomo, tropezando
con el suelo. Sólo entonces, algunos soldados se volvieron hacia mí, como si
acabaran de darse cuenta de mi presencia.

Espera, ordenó el Dragón Negro. Sus mandíbulas se abrieron y su pálido


aliento onduló como la escarcha sobre los brazaletes que me encadenaban. El
metal se fracturó, cayendo a la arena en pedazos. Me froté las muñecas para
calentarlas. Qué maravillosamente ligeras eran, sin ataduras.

—Gracias. Por todo —le dije, agradecida.

El Dragón Negro inclinó la cabeza en respuesta. Con un elegante salto en el


aire, emprendió el vuelo hacia el Mar del Este, con sus escamas brillando como
ascuas a la luz del sol naciente.

Sólo entonces me di cuenta de los soldados que me rodeaban. Mi saludo


360

murió en mis labios al ver sus rostros, envueltos en sospecha y aversión.

—Traidora —siseó alguien, un soldado que había servido bajo el mando de


Wenzhi en el Mar del Este—. ¿Estabas tramando abandonarnos todo este tiempo,
mientras comías en la tienda del capitán?

—¿Por qué estás aquí? —gritó otro—. ¡Vuelve a los Demonios, a donde
perteneces!
Un coro de acuerdos se levantó del resto. No todos eran desconocidos para
mí; reconocí a varios con los que había entrenado, otros de la tropa de Wenzhi.
Habíamos luchado juntos, mis flechas trabajando al unísono con sus espadas y
lanzas. No sabía lo que esperaba. Habría habido sorpresa, por supuesto.
Preguntas, sin duda. Pero una vez que me explicara, ¿no se alegrarían de mi
huida? Sin embargo, todo lo que veía ahora eran sus miradas hostiles y sus armas
fuertemente empuñadas. En el tumulto, casi había olvidado los rumores que
Wenzhi había difundido. Con qué facilidad habían creído esas mentiras sobre
mí.

—Tontos —sonó una voz familiar. Era Shuxiao, abriéndose paso entre la
multitud, con su larga cabellera recogida en un casco dorado.

Se me levantó el ánimo, aunque no me atreví a correr hacia ella, no me atreví


a mancharla con mi intimidad.

Sin embargo, ella no tuvo esos reparos y enlazó su brazo con el mío.

—No creas todo lo que oyes, sobre todo si viene del Reino de los Demonios.
El Príncipe Liwei nos dijo que Xingyin fue secuestrada. Ella nunca habría ido allí
por su propia voluntad.

Shuxiao murmuró sólo para mis oídos—: Más vale que no lo haya hecho —
Y añadió—: Deberías haberme dejado ir contigo a buscar a los dragones. Habrías
tenido muchos menos problemas.

—Ojalá lo hubiera hecho —dije con sentimiento.

Me apretó un poco más el brazo antes de soltarlo.

—¿Estás bien?

—Lo estoy, ahora —No estábamos fuera de peligro, pero me pareció que
era libre. Con repentina claridad, me di cuenta de lo precioso que era ese
sentimiento. Lo fácil que podía ser arrebatado. Y de lo mucho que su cautiverio
361

había costado a mi madre y a los dragones.

La multitud de soldados se separó cuando Liwei se acercó a mí, deteniéndose


a un paso. Su armadura blanca y dorada brillaba, y un manto de brocado escarlata
le caía por los hombros. No se me ocurrieron palabras, y me contenté con
contemplarlo, seguro, ileso, vivo. Lentamente, como si despertara de un sueño,
Liwei acortó la distancia entre nosotros y me estrechó entre sus brazos. Su
armadura me oprimió la piel, pero me aferré a él en una indulgencia egoísta, la
calidez de su abrazo ahuyentó mi angustia y mi terror, y deshizo la frialdad que
había surgido entre nosotros.
En ese momento, no pensé en el peligro inminente ni en la ira del emperador.
Hasta que una tos me sobresaltó, un recordatorio de los vigilantes soldados que
nos rodeaban. Los brazos de Liwei se apartaron mientras yo daba un rápido paso
atrás.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién es Wenzhi? —quiso saber.

—El hijo del Rey Demonio —Incluso ahora, la afirmación sonaba obscena a
mis oídos.

A Shuxiao se le escapó el aliento.

—¿Capitán Wenzhi? ¿Un Demonio? Pero, ¿no son tú y él...? —Lanzó una
mirada furtiva a Liwei.

—Imposible. Nuestras protecciones nunca habrían permitido la entrada de


un Demonio —declaró.

—Me dijo que las protecciones ya no son tan fuertes como antes. Y sus
propios poderes son formidables —Recordé sus pupilas, brillantes gemas
plateadas. No se había rebajado a controlarme por medios tan despreciables,
pero después de lo que yo había hecho, tal vez no volviera a ejercer tal
moderación.

—¿Qué quería? —Preguntó Liwei con tristeza—. Aunque me lo puedo


imaginar.

—Las perlas, para asegurar su posición como heredero —No di más detalles.
Las otras cosas que había dicho... quedaban entre nosotros.

La mandíbula de Liwei se tensó, su garganta trabajaba como si le impidiera


preguntar más.

—Espera, tengo que enseñarte algo —Tomé mi energía, qué alivio sentir que
mis sentidos se agudizaban de nuevo, y el poder fluyó de mí en una corriente
brillante para disipar el encantamiento del Ejército Demoníaco. A sólo cien pasos,
362

la tierra temblaba como un lago azotado por el viento. El oro se transformó en


violeta, la arena se convirtió en nube.

—Una frontera falsa —roncó Liwei, con tanto horror en su tono.

—Una trampa. Para que se rompa el tratado.

—Si lo hubiéramos hecho, podrían haber tomado represalias sin temor a las
repercusiones. Nos habrían tomado desprevenidos. No estamos preparados para
la batalla; nuestra presencia aquí pretendía ser una distracción mientras te
buscábamos.

—¿A mí? —repetí con incredulidad. El emperador nunca habría ordenado al


ejército que marchara en mi nombre. A no ser que fuera para arrastrarme a
enfrentarme a su ira.

Su boca se alzó en una sonrisa irónica.

—Para padre, el imperativo es recuperar las perlas, por supuesto. Sin


embargo, para mí, no hay otra razón que tú.

Una ternura floreció en mi interior, tan preciosa y frágil como los primeros
rayos de sol tras las heladas del invierno. Ya habíamos recorrido este camino
muchas veces, y justo cuando creía que la puerta se había cerrado, volvió a
abrirse con un chirrido. Pero no le daría demasiada importancia a sus palabras;
no habría hecho menos por la Princesa Fengmei. Esta vez me cuidaría mejor.
Estaba cansado de la angustia.

—¿Cómo escapaste? —preguntó Liwei.

Le sonreí, la primera de verdad desde que me secuestraron.

—¿Te acuerdas de los lirios de las estrellas? ¿De nuestra lección, cuando me
diste la respuesta que me ahorró una reprimenda? —Aquella mañana en la
Cámara de Reflexión me pareció que había pasado toda una vida—.
Afortunadamente, eras un estudiante concienzudo. Si no, no me habría enterado.
—Asintió, aunque algo inseguro—. Los usé para dormir a Wenzhi.

Un tenso silencio se apoderó de nosotros. Si se preguntaba cómo lo había


hecho, cómo había inducido a Wenzhi a beber la poción, no lo hizo. En cualquier
caso, no estaba segura de habérselo contado.

—Es una pena que no tuvieras acónito para un sueño más duradero —Sus
ojos brillaron peligrosamente mientras sus dedos rozaban la hinchazón de mi
363

sien y los cortes de mi mejilla y mi labio con dolorosa ternura. Cuando me tomó
la mano, su energía fluyó dentro de mí con un hormigueo de calor, y lo último
de mi malestar se desvaneció.

—¿Te ha hecho daño? —me dijo.

—¡No! Fue su hermano —Mi estómago se revolvió, con náuseas por el


recuerdo de la carne del Príncipe Wenshuang contra la mía, su aliento en mi
cuello.
Shuxiao me rodeó con un brazo para consolarme en silencio, quizá sintiendo
mi angustia.

Las manos de Liwei se cerraron en puños.

—Esto es culpa mía. Sus soldados me atacaron. No pude despacharlos con


la suficiente rapidez. Tú habías desaparecido. Sólo más tarde descubrimos dónde
estabas. Lo siento... por no haberte encontrado antes.

—Escapé, estoy ilesa. Al igual que tú —dije, tratando de disipar nuestro


malestar—. Y tengo las perlas. Eso es lo que importa.

El aire se agitó, revuelto por el poder, llegando desde el oeste, donde se


encuentra el Reino de los Demonios.

El terror me envolvió mientras agarraba el brazo de Liwei. Esto no había


terminado.

—Debemos irnos. Ahora. El ejército de Wenzhi está cerca. Una vez que
cruzan la frontera, planeó desatar una niebla encantada sobre nuestro ejército,
una que nos confundiría. Todavía podría; no se detendrá ante nada para
recuperar las perlas. A estas alturas, ¿quién podría saber la verdad? Sin testigos,
Wenzhi puede reclamar lo que quiera —Me maldije por no haber pensado antes
en esto.

Liwei giró, llamando a sus comandantes, soldados enviados en su búsqueda.


Tras una breve espera, tres generales se apresuraron hacia nosotros, con la luz
del sol brillando en sus cascos adornados con gruesas borlas de seda roja. Eran
mayores que Liwei, uno de ellos un inmortal de aspecto distinguido con
mechones blancos en el pelo: el General Liutan, que a menudo había enviado a
sus soldados a observar mis prácticas de tiro con arco en el campo. Todos a una,
se inclinaron ante Liwei, con las palmas de las manos cubriendo sus puños.

—Esto es una emboscada. Reúne a las tropas y regresa a casa de inmediato


—Habló con firme autoridad.
364

Los ojos de los generales se deslizaron hacia mí, arrugados por la sospecha.
Levanté la barbilla, reprimiendo el impulso de estremecerme. No había hecho
nada malo; había arriesgado mi vida para advertirles.

El más bajo de los tres se adelantó.

—Su Alteza, ¿dónde ha oído esto? La orden de su padre era que


permaneciéramos en la frontera hasta que recuperáramos las perlas de los
dragones.
La mandíbula de Liwei se tensó casi imperceptiblemente.

—La Primer Arquera Xingyin nos trajo esta noticia.

Alguien resopló, no sabía quién. El General Liutan me lanzó una mirada


acusadora antes de decir—: Su Alteza, le pedimos que tenga cuidado. Es una
espía del Reino de los Demonios.

—No soy ninguna espía —dije con toda la firmeza que pude, aunque su
desprecio e incredulidad me abrasaron—. Esas mentiras se difundieron para
mantener al Reino de los Demonios sin culpa por el robo de las perlas.

También podría no haber dicho nada por todo lo que sirvió. La expresión del
General Liutan no cambió mientras añadía—: Alteza, los espías son muy hábiles
para protestar por su inocencia. Su padre...

—Basta —intervino Liwei, con un tono tan afilado como una cuchilla—.
Confío en la Primer Arquera Xingyin con mi vida, que ha salvado más de una
vez. ¿Desafía mis órdenes, General Liutan?

El rostro del general se tornó de un gris enfermizo. Los tres se arrodillaron a


la vez.

—Obedeceremos, Su Alteza.

Liwei hizo un gesto para que se levantaran con un movimiento de su mano.

—Hay poco tiempo que perder. Los Demonios liberarán una niebla para
confundirnos. No ataquen a menos que sea necesario. Conserven la energía de
sus tropas para volar y para escudarse.

—Los escudos deben ser fuertes, bien tejidos —Los generales no me miraron
mientras hablaba. La ira me recorrió, pero seguí adelante, ignorando su
desprecio—. La huida es el camino más seguro, aunque la niebla puede limpiarse
con el viento o la lluvia. No la inhales. Una sola inhalación es suficiente para
365

confundirte —Mi voz vaciló al recordar mi propia desorientación y cómo casi


había atacado al dragón.

El General Liutan dudó.

—Las perlas, Su Alteza. ¿Qué pasa con ellas? ¿Podría ser un truco para que
nos vayamos con las manos vacías?

—Las tengo —dije, impaciente por acallar sus dudas. Pero me arrepentí de
las palabras cuando vi el brillo en sus ojos—. No por mucho tiempo si no nos
damos prisa.
—Corre la voz. No más de dos o tres por nube, la velocidad es esencial —
ordenó Liwei.

Los generales se inclinaron, antes de darse la vuelta, casi corriendo en su


prisa.

—Liwei, nosotros también deberíamos ir —insté.

—No hasta que el campamento esté despejado. Pero tú... debes irte con las
perlas —me dijo con gravedad.

Mis dedos rozaron mi bolsa de seda. No quería dejar a Liwei aquí, en peligro.
Pero tenía razón, no podía dejar que Wenzhi se llevara las perlas de nuevo. Yo
había asumido esta carga, y era mía.

—Ten cuidado. No tardes mucho o volveré a por ti —dije, con más fiereza
de la prevista.

—¿Es una promesa o una amenaza? —La comisura de su labio se torció en


una sonrisa torcida—. Confieso que mi orgullo estará muy herido si me vuelves
a salvar.

—Mejor herido que muerto —Mi tono ligero disimulaba mi miedo, pero
confiaba en que se cuidara, y estaban en juego cosas más importantes que
nosotros.

Las nubes se precipitaron desde arriba. Cuando los soldados celestiales


saltaron sobre ellas, alzando el vuelo hacia los cielos, exhalé con alivio. Pero
cuando una dulzura almibarada y familiar llegó a mis fosas nasales, me giré, con
el cuerpo apretado por el terror.

Se nos había acabado el tiempo. 366


Un ejército de la noche se dirigía hacia nosotros, liderado por Wenzhi, con
rostro pétreo y sombrío. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Hace apenas unas
semanas había luchado a mi lado, y ahora, era el enemigo.

—¡Deprisa, Xingyin! —Shuxiao extendió su mano, resplandeciente de luz.


Una nube se precipitó y me arrastró hacia ella.

El viento me azotó la piel y mi pelo se agitó detrás de mí. A medida que nos
alejábamos de la frontera, el desierto se ondulaba ante nosotros como un rayo
de satén desenredado. Agaché el cuello, buscando a Liwei entre los Celestiales
que huían, y mi ánimo se hundió al no encontrar rastro de él.

—Debo volver —le dije—. Algo debe haber salido mal —Shuxiao miró por
encima de mi hombro y su cuerpo se puso rígido.

—Xingyin, algo va mal.

Detrás de nosotros, deslizándose entre los soldados, estaba la confusa niebla,


que brillaba con estrellas ensangrentadas mientras surcaba los cielos. A cada
momento, se acercaba más, sus zarcillos agarraban todo lo que estaba a su
alcance. Afortunadamente, la nube de Shuxiao era rápida; estábamos al margen
de ella. Sin embargo, incluso a esa distancia, una ola de vértigo me golpeó.
Apresuradamente, tejí un escudo sobre nosotras, sellándolo bien para que ni una
pizca del vil encantamiento pudiera atravesarlo. Los Celestiales más cercanos a
nosotros siguieron su ejemplo, con escudos brillantes que los cubrían mientras
se alejaban a toda velocidad. Pero observé con horror cómo el grueso del ejército
que estaba detrás de nosotros, donde la niebla se arremolinaba con más fuerza,
se detenía con dificultad.
367

—¡Protejanse! —Les grité, aunque mis palabras se perdieron en el tumulto.

Sus ojos adquirieron un brillo vidrioso y sus movimientos fueron bruscos e


inseguros. El hielo se me quedó grabado en las entrañas cuando algunos de ellos
empezaron a sacudir la cabeza, aparentemente confundidos, y a arañarse la
garganta. Algunos cayeron, retorciéndose mientras se arrancaban los cascos y se
arrancaban el pelo. Uno de ellos se tambaleó hasta el borde de la nube, y luego,
sin dudarlo, más allá, cayendo en picado al vacío que había debajo. Mi grito
cortó el aire, mientras lanzaba mi poder para atraparlo. Pero llegué demasiado
tarde, ya que desapareció de la vista, con un ruido sordo que surgió del suelo.

Bajé la mano, que ahora temblaba.

—Shuxiao, debemos...

Como si hubiera leído mis pensamientos, nuestra nube se desvió, corriendo


hacia la niebla.

Ella se estremeció, señalando hacia adelante.

—¿Qué es esto?

—Magia mental. Una de sus manifestaciones más grotescas.

—No es de extrañar que esté prohibida —dijo con fervor.

A medida que nos acercábamos, el verdadero alcance del horror se reveló.


Luché contra el impulso de huir de la pesadilla que se desarrollaba. En medio de
la niebla, algunos celestiales se lanzaban rayos de hielo y llamas, otros atacaban
con armas. Uno clavó su lanza en el hombro de su compañera, cuya punta
empapada de sangre sobresalía de su carne. Pero la víctima no gritó ni se inmutó,
lanzándose hacia delante para arrojar su peso contra su atacante mientras caían,
rodando hasta el borde. En otra nube, tres Celestiales se golpeaban mutuamente
con abandono metódico, con los rostros inexpresivos, aparentemente insensibles
al dolor, aunque su nube estaba manchada de sangre.

Con el estómago revuelto, me entraron ganas de hacer arcadas.


Independientemente de lo que Wenzhi dijera, esta magia era más cruel que
cualquier otra. Cuando un amigo se volvía contra otro, las crueldades infligidas
eran el doble de agudas. Un tormento perverso al que los afortunados que
sobrevivieran estarían condenados a una vida de remordimientos y dolor.

¿Por qué no se protegieron, dónde estaban sus escudos? ¿Por qué no


368

intentaron desterrar la niebla? ¿Fueron demasiado lentos, atrapados en su agonía,


antes de tener la oportunidad de protegerse? ¿O es que los generales no habían
transmitido mi advertencia? Sus rostros sospechosos pasaron por mi mente.

Tal vez creían que yo era una traidora y Liwei un tonto confiado.

La niebla se espesó, extendiendo su malévolo resplandor hasta que el cielo


pareció empapado de sangre. En un momento, engulliría a los que se
encontraban en la periferia, infiltrándose en sus escudos y sumiéndolos en el
desorden. Más gritos rasgaron el aire, junto con gritos de terror. Yo estaba libre
de la niebla y, sin embargo, esta impotencia se apoderó de mí de todos modos.
Odiaba que aquí no hubiera ningún monstruo que matar, ningún objetivo que
atacar. ¿De qué servía mi arco contra este miserable enemigo? Una cosa nebulosa
y cambiante, con un hambre que nada podía saciar.

Shuxiao me agarró, sus dedos se clavaron en mi brazo.

—¡General Liutan! —gritó, señalando hacia adelante.

Me giré para encontrar al general de pelo blanco, el que me había acusado


de ser un espía, rodeado por docenas de soldados confundidos. Un escudo lo
cubría, mientras los demás se acercaban, sin dejar ninguna posibilidad de
escapar. Se me revolvieron las tripas cuando atacaron al general, con el rostro
contraído por el esfuerzo de sostener su escudo.

Entonces, un Celestial se elevó hacia nosotros, con su capa escarlata fluyendo


tras él. Liwei. Podría haber llorado de alivio al verlo.

—Ayudaré al General Liutan. Lleva a todos los que puedas a un lugar seguro
—Hizo una pausa, su mirada se detuvo en mí—. Ten cuidado.

Sin esperar respuesta, voló hacia los soldados, el oro de sus armaduras
iluminando el cielo. Sin embargo, entre ellos sólo reinaba el caos; los celestiales
se retorcían en la confusión, atacándose unos a otros con magia, puños y armas.
Nunca había imaginado esta calamidad. Una violencia tan brutal. Cuando había
estado confundida, sólo quería defenderme, no herir a otro. Sin embargo, ahora,
su sed de sangre emanaba en oleadas. ¿El revuelo había agravado su confusión,
sabiendo que estaban en una batalla, pero sin poder distinguir al enemigo del
amigo?

Sufren por tu culpa, siseó una dura voz en mi interior. Nunca debiste tomar
las perlas de los dragones. Mira lo que tu avaricia y tu arrogancia han
engendrado. El remordimiento me apuñaló como un cuchillo clavado en lo más
profundo, pero también había otras fuerzas en juego: el ansia de poder del
emperador y la implacable ambición de Wenzhi. No pagaría el precio sola en mi
369

conciencia. Y no me revolcaría en la culpa ahora, no cuando todavía había una


oportunidad de acabar con esto.

Un pensamiento insidioso se deslizó dentro de mí, que podría arreglar esto


fácilmente. Los dragones... ¿y si los llamara para que nos ayudaran? Ya había
convocado al Dragón Negro para que me llevara a un lugar seguro. ¿Por qué no
utilizarlos para ahuyentar al enemigo? De un solo golpe podría salvar al Ejército
Celestial y devolver a Wenzhi su traición. Con su poder a mis órdenes, podría
arrebatarle al emperador la libertad de mi madre. Mi visión cambió: Me vi con
una corona en la cabeza, levantando a los que me eran leales, derribando todo
que me había causado daño. Sólo entonces, entregaría las perlas. Todo lo que
tenía que hacer era decir los nombres de los dragones...

Mi mano se dirigió a mi bolsa. Luchando contra su atracción, la arrebaté.


No, algo así destruiría a los dragones, me destruiría a mí. Nunca podría
perdonarme. Les había hecho una promesa, una promesa que quería mantener.
No me atreví a aventurarme por un sendero del que tal vez nunca encontraría el
camino de vuelta, al menos no hasta haber recorrido todos los demás carriles.

Me volví hacia Shuxiao.

—Viento. Lluvia. Cualquier cosa que limpie los cielos.

Ella asintió, apretando los ojos en señal de concentración, con las venas del
cuello en tensión. Recogí toda la energía que pude reunir, y el poder corrió por
mi cuerpo.

—¡Ahora! —grité.

La magia brotó de las palmas de las manos. Una ráfaga de viento atravesó
las nubes, arrancada de una tormenta de verano en el mundo de los mortales,
mezclada con polvo y calor. Algo sacudió nuestra nube y yo tropecé,
estabilizándome para alimentar el viento hambriento: el aire agitado se
transformó en un vendaval aullante que se precipitó por el cielo, disipando la
niebla de los más cercanos a nosotros.

Sin embargo, nuestro alcance no era suficiente; cientos de personas seguían


en peligro. Y lo que es peor, los Demonios empezaron a contrarrestar nuestros
esfuerzos, haciendo que la niebla volviera a caer sobre nosotros. Ahora se
retorcía con más fuerza, atrapada entre ambos bandos. ¿Cuánto tiempo
podríamos aguantar esto? Nuestros escudos no aguantarían indefinidamente;
incluso ahora, nos estábamos cansando. Si no conseguíamos desterrar la niebla
pronto, volvería con más fuerza y nos engulliría a todos.
370

Justo delante, un grupo de Demonios salió disparado, liderado por Wenzhi.


Dudé un momento, antes de invocar una nube y saltar sobre ella para darles
caza.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Shuxiao.

—Ir tras ellos.

—¿Estás loca? —gritó, señalando la horda de confusos Celestiales que había


delante.
—No, que es precisamente por lo que estoy haciendo esto —Señalé a
Wenzhi—. Su presencia aquí no es una coincidencia. Tal vez encuentre una
manera de detener esto.

Siguiendo a Wenzhi a través de las nubes, volé en una trayectoria sinuosa


para evitar ser detectada, aunque había pocas posibilidades de que percibiera mi
aura en medio de esta vasta maraña de inmortales. Saqué el Arco del Dragón de
Jade de mi espalda y lo agarré para prepararlo. Aquí, la niebla era tan densa que
apenas podía ver más allá de la brillante bruma de polvo carmesí. Cuando sentí
su empalagosa fragancia, de miel y podredumbre, contuve la respiración y apreté
mi escudo. No podía perder el control ahora, cuando un momento podía marcar
la diferencia entre la vida y la muerte. Entre matar a un enemigo o a un ser
querido.

A poca distancia estaba Liwei, aprovechando un viento furioso para despejar


el aire. Funcionaba, los soldados empezaban a salir de su estupor y a alejarse del
General Liutan, pero entonces Wenzhi se abalanzó hacia él como un halcón que
avistara a su presa. ¿Había sido Liwei su objetivo todo este tiempo? No lo
conseguirá, resolví, corriendo tras él con el corazón latiendo en mi pecho.

Liwei levantó la cabeza, como si sintiera que Wenzhi se acercaba. Por un


momento, se miraron el uno al otro, con unos ojos tan brillantes y tan
peligrosamente entrecerrados, que me quedé helada por dentro. Con las espadas
desenvainadas, se abalanzaron el uno sobre el otro con una ferocidad
desenfrenada. Las espadas chocaban, las chispas llovían en una lluvia de fuego
y hielo, las nubes temblaban por la fuerza de sus golpes. Por un momento no
pude moverme, atrapada en el abrazo del miedo, pero paralizada por la gracia
salvaje de sus espadas, sus movimientos eran un borrón en esta batalla
despiadada.

Tenía los dedos agarrotados al tensar el arco, con el fuego del cielo
crepitando en mi mano. Me preparé para soltarlo, recordando que Wenzhi era el
enemigo. Pero eran demasiado rápidos, con sus espadas centelleando, sus
cuerpos girando y dando vueltas. ¿Y si fallaba?
371

En ese momento, Liwei se agachó y esquivó la espada de Wenzhi, que le


pasó por encima de la cabeza, y luego retrocedió para clavar su espada en el
pecho de Wenzhi. Éste se desvió y blandió su espada en un amplio arco,
atravesando la armadura de Liwei, cuya sangre salpicó el aire. Liwei jadeó,
agarrándose la herida.

Mientras Wenzhi se cernía sobre él, levantando su espada, algo en mi interior


se rompió. El arco no, así de cerca, el Fuego del Cielo podría herir también a
Liwei. De las palmas de mis manos brotaron espirales de aire que golpearon a
Wenzhi. Se dobló como si le hubieran dado un puñetazo en las tripas, tropezando
con el borde de su nube. Al recuperar el equilibrio, un escudo se cerró a su
alrededor.

Giró hacia mí.

—Xingyin, has recuperado tus poderes.

—No gracias a ti —gruñí.

—Pero llegas demasiado tarde —Su tono de arrepentimiento se vio reflejado


en su mano, con dagas de hielo que se dirigían a Liwei...

Salí disparada por el aire y me interpuse entre ellos, formando una barrera
alrededor de Liwei y de mí, contra la que el ataque de Wenzhi se hizo añicos.
Aquello despertó algo en mi mente, un recuerdo de la vez que Wenzhi y yo
habíamos estado en la Cámara de los Leones, cuando él me había instruido para
usar mis poderes. No creo que él esperara nunca que su lección se utilizara así.

El rostro de Wenzhi se tensó, ¿fue de ira? ¿Decepción? Cuando retrocedió,


el aire se agitó con su energía y se estrelló contra mi escudo. El escudo se
estremeció mientras me preparaba para mantenerlo firme contra él, pero
entonces sus soldados atacaron, desatando su magia sobre nosotros. Mi escudo
se rompió, con fragmentos de hielo, madera y llamas que me arañaron. Mis
dientes se hundieron en mi lengua, ahogando un grito. Algo siseó detrás de mí,
y el fuego que arrojaba Liwei sobre los soldados Demonio. Cambió la mano
hacia Wenzhi, y las lenguas de fuego bermellón se dirigieron hacia él, tan
calientes, como si hubieran sido arrancadas del sol.

El escudo de Wenzhi se rompió. Salió despedido hacia atrás, justo desde su


nube, hundiéndose en las profundidades. Mi corazón... cayó. Me apresuré a
acercarme al borde, mirando hacia abajo mientras sus soldados se lanzaban tras
él y su poder lo arrastraba a un lugar seguro. Una maraña de emociones se
apoderó de mí, una de las cuales fue un alivio innegable.
372

—Se te está haciendo costumbre salvarme —comentó Liwei.

—Pensé que no llevábamos la cuenta —Volví a mirar hacia abajo, medio


temiendo ver salir a Wenzhi—. Esto aún no ha terminado, Liwei. Debemos
darnos prisa.

A nuestro alrededor, la niebla se arremolinaba más espesa; los esfuerzos


anteriores de Liwei eran inútiles.
Una vez más, los soldados se cerraron en torno al General Liutan, cuyo pelo
estaba empapado de sudor y su escudo empezaba a flaquear.

Mi magia ya estaba fluyendo para convocar un vendaval, la energía de Liwei


se fusionaba con la mía en flujos de luz sin fisuras. El sudor me caía por la cara
y las rodillas casi se me doblaban por el esfuerzo. Aunque la niebla se disipó un
poco, todavía se cernía sobre los Celestiales atrapados, que empezaban a dirigir
su atención hacia nosotros. De las manos de uno de ellos salieron llamas. Me
agaché y apenas me salvé de una quemadura. Otro lanzó una lanza a Liwei, pero
éste desvió el golpe con facilidad. Mientras, el General Liutan se agazapaba en
su nube, soportando la peor parte de sus ataques.

Justo delante, divisé a los soldados Demonio con los cascos tachonados de
ónice. Los que había visto cuando volaba con el Dragón Negro, sólo que ahora
eran visibles en el corazón de la niebla. Los Talentos Mentales que habían creado
la niebla, con los ojos brillando mientras ondas de luz carmesí se arremolinaban
en sus palmas. Sin embargo, sus rostros estaban tensos y cubiertos de sudor.

Estaban tan cansados como nosotros, lo que significaba que podían


quebrarse.

La esperanza brotó en mí mientras les hacía un gesto.

—Liwei, atacaré a los Talentos Mentales. Mantén el encantamiento aquí.

Antes de que terminara de hablar, su poder se había hinchado para soportar


mi carga.

El viento rodó por el aire, una tormenta que se desató sobre los Celestiales.

Una flecha de Fuego Celeste salió disparada de mi mano, clavándose en un


Talento Mental.

Gritó una vez, su cuerpo se convulsionó mientras su piel crepitaba de luz. Al


caer, la niebla que salía de sus manos se disipó. No me detuve, no hubo tiempo
373

para el triunfo ni para el remordimiento, y mi nube se elevó en el aire mientras


disparaba a otro y luego a un tercero. Los Talentos Mentales gritaron, apuntando
hacia mí, mientras torrentes de su magia saltaban hacia mí. Mi escudo tembló
antes de romperse, pero otro surgió en su lugar, dorado y brillante.

—Xingyin, ¡cuidado! —gritó Liwei.

Asentí en señal de agradecimiento, mientras otra flecha salía de mis dedos.


El Demonio se agachó, pero mi siguiente disparo le dio en el hombro. Cuando
apunté al quinto, los talentos mentales rompieron filas y huyeron.
La niebla se mantuvo a su paso. Más Celestiales se despertaron de su
aturdimiento, y más de ellos se unieron a nosotros. Mi pelo se liberó de los
últimos rizos, y mi vestido negro se agitó salvajemente mientras nuestro vendaval
se fortalecía, aullando mientras atravesaba los cielos, barriendo cada rincón del
cielo. La niebla se redujo, sus luces carmesí se desvanecieron como estrellas en
el amanecer, antes de caer en el olvido. El cielo tenía la calma de una tempestad
recién pasada, mientras nuestras nubes rodaban hacia la seguridad del Reino
Celestial.

Estábamos a salvo, los Demonios se habían ido. Pero mi pulso seguía


acelerado, mis respiraciones llegaban en ráfagas rápidas al pensar en lo que me
esperaba en mi audiencia con el emperador. Mis opciones disminuían
rápidamente. Ahora que los generales sabían que tenía las perlas, debía
entregárselas al emperador o desafiarle abiertamente negándome a ello. Una
elección agonizante, si es que había una elección. Cualquiera de ellas sería una
traición, una pérdida de algo infinitamente precioso, ya sea la libertad de mi
madre o la de los dragones. Peor aún era el temor de que el emperador castigara
aún más a mi madre por mi desafío. O que me arrebatara las perlas por la fuerza,
tal y como me había ordenado.

Mi cabeza latía con fuerza. Si pudiera salvaguardar ambas cosas. Tal cosa
era imposible, a menos que... hubiera alguna forma de cumplir mi trato sin dañar
a los dragones. Una idea se formó en mi mente, frágil y nueva. Salvaje e
indudablemente peligrosa.

—Xingyin —gritó Shuxiao, mientras se detenía a mi lado—. Vamos.

—No puedo —respondí—. Todavía no —No dije más, no me atrevía a


revelar mi plan, si es que podía llamarse así, más bien una cadena de ideas y
suposiciones. Dicha información la pondría en peligro, colocándola en una
situación insostenible, en la que yo misma me estaba sumergiendo, dividida entre
mis seres queridos y mi honor.

—¿Harás algo por mí? —Le pregunté sombríamente.


374

—Cualquier cosa.

—No les digas que no he vuelto. Haz correr la voz de que me perdiste de
vista en la batalla —Tal vez esto podría retrasar el despertar de las sospechas del
emperador.

—¿Eso es todo? Esperaba que me plantearas un verdadero desafío —resopló.


—Todo en mí es un desafío estos días. Pero si las cosas no salen como se
planean, ¿quizás se te ocurra una forma de contener la ira de Su Majestad
Celestial? —Hablé en broma, tratando de ocultar mi miedo no expresado.

Hizo una pausa, examinando mi rostro.

—Mantente a salvo. Haré lo que pueda —dijo finalmente.

—Gracias —Fue todo lo que dije, aunque había mucho más sin decir.
Mientras volaba hacia el Reino Celestial, se giró una vez, con la mano levantada
en un gesto.

—Xingyin, mi padre te espera.

Aparté la mirada de Liwei, apartando el pelo de mi frente, mientras reunía


el valor para decirle—: No puedo entregar las perlas de los dragones a tu padre.
Les di mi palabra.

Al principio no habló, con sus ojos tan oscuros y solemnes.

—¿Qué vas a hacer?

Dudé. ¿Me atrevía a confiar en él? ¿Quería las perlas para su padre? Y si así
fuera, ¿intentaría impedírmelo? Pero cuando miré su rostro, iluminado por la
calidez que aún me perseguía, supe que mis preocupaciones eran falsas. Podría
discutir conmigo, podría intentar disuadirme, pero nunca me traicionaría.

—Los dragones dijeron que era un encantamiento que unía su esencia


espiritual a las perlas. Según el Maestro Daoming, ningún encantamiento es
irrompible. ¿Y si esto se puede deshacer? No sé si es posible, pero tengo la
intención de averiguarlo —Y añadí entrecortadamente—: Así mantendré el trato
con tu padre, pero sólo el que hice con él y no más.

Una leve sonrisa se formó en sus labios.

—¿Sólo las perlas y nada más, quieres decir?


375

Asentí, a pesar de la duda que me corroía. El emperador pretendía obtener


de mí más de lo acordado. Y ahora obtendría exactamente lo prometido, que no
era en absoluto lo que quería. Podría no funcionar; había demasiadas cosas que
podían salir mal. Tal vez el encantamiento no pudiera deshacerse. Tal vez el
emperador no aceptara las perlas sin la esencia; sin duda se pondría furioso.
¿Pero qué opción tenía? Ninguna que pudiera soportar.

Cuando la nube de Liwei se acercó, se subió a la mía y me agarró la mano.


—No tenemos mucho tiempo.

En ese momento, respiré mejor de lo que lo había hecho en años, desde que
dejé el Patio de la Tranquilidad. No estaba sola, y a pesar de todo lo que había
pasado entre nosotros, él seguía siendo mi amigo.

Sin embargo, no me complacía involucrarlo en mis planes. Mis planes


enfrentarían a Liwei con su padre, provocando su descontento e incitando su ira.
Pero no iba a rechazar su ayuda ahora, no cuando era tan bienvenida para mí
como la lluvia en la tierra reseca. No cuando había tanto en juego.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—A dónde nacieron los dragones.

376
El Palacio del Coral Fragante brillaba como una perla ruborizada en su
concha. Hoy, las aguas, siempre cambiantes, eran de un azul brillante, y las olas
se llenaban de espuma blanca. Mientras caminábamos por el puente cristalino,
algo se apoderó de mi corazón, recuerdos inoportunos que me inundaban de la
última vez que estuve aquí.

Los guardias del palacio se inclinaron ante Liwei, reconociéndolo de


inmediato. Aunque también me conocían, su presencia nos ayudó a obtener una
rápida audiencia, a pesar de nuestra falta de civismo al presentarnos sin previo
aviso. Nos hicieron pasar a una amplia sala, mientras un asistente salía en busca
del Príncipe Yanxi.

Liwei miraba a través de la pared transparente un magnífico arrecife de coral,


que brillaba con tonos de joya. Los peces de colores brillantes corrían por él,
recelosos de las sombras más grandes que pasaban por encima: los cazadores en
busca de su presa. Su expresión era sombría, quizá contemplando la situación
imposible a la que le había arrastrado.

—Sé que esto no es lo que quieres. Pero gracias por venir conmigo —le dije.

—Muchos no estarán de acuerdo con lo que planeas —Su mirada se desvió


hacia mí, tan opaca como las aguas del más allá—. Pero siempre tendrás mi
apoyo.

Palabras sencillas pronunciadas con su tranquilidad y, sin embargo, cómo me


afectaron.

Las puertas se abrieron cuando entró el Príncipe Yanxi. Su túnica de brocado


377

gris perla estaba bañada en oro, y un cinturón de lapislázuli le rodeaba la cintura.


Apreté subrepticiamente las palmas de las manos contra la falda en un intento
inútil de alisar las arrugas. Al menos el color oscuro ocultaba las manchas de
suciedad, sudor y sangre.

Saludó a Liwei antes de volverse hacia mí con una sonrisa.

—Primer Arquera, ¿has decidido dejar el frío Reino Celestial por nuestras
cálidas costas?
Sacudí la cabeza con pesar.

—Por desgracia, estamos aquí en circunstancias menos deseables, Su Alteza.

La urgencia en mi tono desterró su alegría.

—Si hay algo que necesitas, sólo tienes que pedirlo —me aseguró,
sentándose y haciéndome un gesto para que hiciera lo mismo.

Permanecí de pie, con los dedos desatando las cuerdas de mi bolsa y


volcando las perlas en mi palma. Me hormigueaban contra la piel y palpitaban
con fuego interior.

El Príncipe Yanxi se acercó para inspeccionarlas y levantó la cabeza.

—¿Son las perlas de los Venerables Dragones?

—Sí.

—¿Cómo las has conseguido? —preguntó asombrado.

—Me las dieron —Las palabras salieron a trompicones, vacilantes e


inseguras.

No estaba acostumbrada a desvelar mis secretos tan fácilmente. Incluso


ahora, una parte de mí temía haber cometido un error al venir aquí, que el
Príncipe Yanxi se viera obligado a entregarnos al Reino Celestial.

Tal vez sintiendo mi inquietud, se puso rígido y se alejó.

—¿Quién te los ha dado? ¿Quién tiene derecho a hacerlo?

—Los propios dragones —respondí, un poco picada por su duda. Pero


recordé lo mucho que le importaban los dragones. Y yo misma seguía sin creer
que me confiaran sus perlas.
378

—Mi padre encargó a Xingyin que recogiera las perlas de los dragones para
él. Fueron liberadas del Reino Mortal utilizando su sello —explicó Liwei.

El Príncipe Yanxi se puso en pie de un salto, con el rostro radiante.

—¡Los dragones han sido liberados! Debo informar a mi padre.

Me puse delante de él.

—Su Alteza, su padre lo sabrá a su debido tiempo. Por ahora, hay un asunto
más urgente en el que necesitamos su ayuda.
—¿Urgente?

—Debo preguntarle algo sobre estas perlas.

Su mirada me escudriñó, una vez más, mientras se sentaba de nuevo.

—No puedo evitar preguntarme, ¿por qué el Emperador Celestial desea las
perlas ahora? ¿Y por qué los dragones iban a renunciar a ellas?

—No puedo hablar de las intenciones de Su Majestad Celestial. Cuando


acepté, no me di cuenta de lo que significaban las perlas para los dragones.
Tengan por seguro que he prometido proteger su libertad.

No respondió, con la cabeza inclinada hacia un lado, como si aún no hubiera


decidido si confiar en nosotros.

Inhalando profundamente, seguí adelante.

—El encantamiento que une la esencia espiritual de los dragones a las


perlas... ¿puede deshacerse? —Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su
respuesta.

—¿Por qué? —Me miró como si yo fuera un rompecabezas que estaba


tratando de resolver.

—Quiero devolverles la esencia de los dragones. Nunca más estarán en


deuda con otro.

—¿Por qué quieres hacer esto? ¿Por qué no devolver las perlas a los
dragones? —preguntó, siempre perspicaz.

Pensé en mi madre, a la que el Príncipe Yanxi podría seguir ignorando.

—En realidad, yo también estoy siendo egoísta. Si devuelvo las perlas a los
dragones, habré fracasado en mi tarea. No quiero eso. El emperador me ha
prometido algo que quiero mucho.
379

Arqueó una ceja.

—Debe ser algo importante, Primer Arquera.

—Nada es más importante que la familia —dije en voz baja. —Como usted
mismo sabe, Su Alteza.

La expresión del Príncipe Yanxi se suavizó mientras se recostaba en su silla.


¿Estaba pensando en su hermano? ¿En sus padres?

—Este encantamiento del que habla es muy poderoso —Se frotó la barbilla
con aire pensativo—. El sello se formó con sangre y magia, y con ellas se puede
romper. Pero sólo con la del legítimo propietario de las perlas.

Era posible. Todavía había una posibilidad. Todo encantamiento requería


magia, aunque no podía evitar estremecerse ante la mención de la sangre.

Vaciló, mirando a Liwei.

—Hablad con libertad, Alteza. Está entre amigos, nadie se ofenderá —dijo
Liwei.

El Príncipe Yanxi entrelazó los dedos, con los codos apoyados en la mesa.

—Primer Arquera Xingyin, ¿fue sólo a ti a quien los dragones ofrecieron sus
perlas? —Cuando asentí, su ceño se frunció—. No se sabe mucho de su
gobernante, el guerrero que los salvó. Algunos creen que era un pariente del
Emperador Celestial. Si es así, ¿por qué los dragones no le ofrecen su lealtad a
usted o a su padre? —preguntó a Liwei.

Las esculturas de oro de la azotea del Palacio de Jade, los bordados de las
túnicas imperiales... ¿Era cierto el rumor o eran meros símbolos para perpetuar
un poderoso mito? ¿El emperador había codiciado el poder de los dragones todo
este tiempo? ¿Su castigo se debía a su negativa a inclinarse ante él?

—En el Reino Celestial, no tenemos mucha información sobre los dragones.


Todo lo que sé es que no desean servir a mi padre. Lo dejaron claro cuando
fueron liberados —Liwei hizo una pausa—. ¿Por qué lo preguntas?

El Príncipe Yanxi suspiró.

—Liberar la esencia de los dragones no es algo sencillo. Requiere un gran


sacrificio, uno que el guerrero pagó para unir su esencia a las perlas. La mitad
380

de su fuerza vital para completar el encantamiento —Se inclinó hacia mí a través


de la mesa—: Los dragones te cedieron sus perlas, lo que significa que te
reconocen como su verdadera dueña. Por lo tanto, eres tú, sola, quien debe pagar
este precio.

Sus palabras me golpearon en la mente. ¿La mitad de mi fuerza vital? A


diferencia de mi energía, que podría recargarse mediante la recuperación, podría
tomar décadas para recuperar mi fuerza vital. Siglos, quizás. Estaría debilitada,
inmensamente. Sacar el Arco del Dragón de Jade sería un desafío. ¿Cómo podría
proteger a mis seres queridos? ¿Cómo podría defenderme?
Liwei me agarró la mano, sujetándola con fuerza.

—Xingyin, no hagas esto. Debe haber otra manera.

Me liberé de su agarre, consciente de la penetrante mirada del Príncipe


Yanxi. Sería tan fácil alejarse, dejar que el destino siguiera su curso. Que la
decisión se tomara por mí en lugar de luchar contra ella. Pero ya había estado
tan cerca de perder las perlas que no me atrevía a arriesgarme de nuevo. No
sabía cuánto tiempo me quedaba. Incluso ahora, las tropas de Wenzhi podrían
estar acercándose a nosotros. Y el emperador debía estar impaciente por mi
ausencia.

Me mordí el interior del labio, y lo hice con más fuerza hasta que la carne
blanda cedió, picando, mientras el cálido sabor de la sangre me llenaba la boca.
Si el Príncipe Yanxi se equivocaba, o si el encantamiento fallaba, me habría
debilitado para nada. Y si no entregaba entonces las perlas al Emperador
Celestial, me ganaría su enemistad eterna. ¿Cumpliría la promesa de no dañar a
mi madre? En cuanto a mí...

Un escalofrío recorrió mi carne.

Pero la magia no era la única fuerza que poseía; ya había vivido sin ella.
Había engañado a Wenzhi con mis palabras y un puñado de pétalos, había
derrotado a un príncipe Demonio con mis poderes atados. Si esto funcionaba, de
un solo golpe podría liberar a los dragones y volver con las perlas, cumpliendo,
en nombre, el trato que había hecho con el emperador. Todavía tendría una
oportunidad de liberar a mi madre.

—Lo haré —Mis manos temblaron cuando dejé caer las perlas en mi bolsa,
anudando el cordón con fuerza—. Su Alteza, le agradezco su ayuda —Ahora
que la decisión estaba tomada, estaba ansiosa por proceder.

—Necesitarás un arma. Una poderosa —dijo—. La sangre levantará el sello


y tu fuerza vital abrirá el camino, pero la esencia de los dragones necesita ser
expulsada de las perlas. Si tu arma es demasiado débil, te agotarás aún más. No
381

hay vuelta atrás una vez que el encantamiento está en marcha —La advertencia
no fue dicha: podrías morir.

El Arco del Dragón de Jade era un peso reconfortante en mi espalda.

—¿Servirá esto? —Me lo descolgué del hombro y lo dejé sobre la mesa ante
él.

El Príncipe Yanxi recorrió sus intrincadas tallas con reverencia. Cuando el


arco resonó al tocarlo, se apartó de inmediato.
—¿Utilizas el Arco del Dragón de Jade? ¿Cómo es posible?

—No estoy segura —respondí con sinceridad—. Es el arco el que me permite


blandirlo.

—Por eso los dragones te dieron sus perlas —dijo.

—No querían —confesé, el calor de mi vergüenza subiendo en mí—. Pero


me sentí tentada por su poder, y fui arrogante al creer que podía mantenerlas a
salvo. Me equivoqué —Levanté el arco de la mesa—. Su Alteza, me disculpo
por nuestra prisa, pero debemos irnos. ¿Hay algún lugar aislado cerca, donde
podamos convocar a los dragones?

Se puso en pie.

—El extremo sur tiene un tramo de tierra tranquilo. Si no tienes


inconveniente, yo mismo te llevaré allí —Una sonrisa melancólica se dibujó en
sus labios—. Confieso que hace tiempo que deseo ver a los Venerables
Dragones. Puede que seamos leyendas para los mortales, pero los dragones son
leyendas para todos nosotros.

La nube del Príncipe Yanxi nos llevó a la playa, a poca distancia. Enclavada
entre altísimos acantilados y rocas escarpadas, no era de extrañar que estuviera
desierta a pesar de sus aguas prístinas. Mientras estábamos en la arena blanca,
miré las perlas que tenía en la mano. ¿Funcionará esto? Pronto lo averiguaría.

Respirando profundamente, susurré los nombres de los dragones a las perlas,


y el fuego se encendió en sus lustrosas profundidades.

Durante un solo latido, todo quedó en calma; el mar y el cielo se fundieron


en uno. Con un susurro, las aguas se transformaron de azules a verdes, las olas
crecieron y se llenaron de espuma blanca mientras corrían hacia la orilla. En el
382

horizonte, un remolino bostezaba, dando vueltas cada vez más amplias hasta que
amenazaba con tragarse el océano entero. Desde sus profundidades, los cuatro
dragones salieron disparados, elevándose hacia el cielo. El agua fría nos salpicó
y las gotas brillaron a la luz del sol.

El aire retumbó con fuerza cuando aterrizaron en la playa ante nosotros, con
sus garras de oro enterradas en la arena.
El Príncipe Yanxi se tambaleó hacia atrás, con la mandíbula abierta. Tenía la
túnica húmeda y el pelo pegado a la frente. Mientras me limpiaba el agua de la
cara, intenté no sonreír al ver al inmaculado príncipe tan desaliñado y empapado.

Los inmensos cuerpos de los dragones ensombrecían la playa, pero sus pasos
eran gráciles y ligeros mientras merodeaban hacia nosotros.

La mirada ambarina del Dragón Long se fijó en mí, y su voz reverberó en mi


mente.

Xingyin, hija de Chang'e y Houyi. ¿Por qué nos has convocado?

El Príncipe Yanxi inhaló bruscamente. ¿El Dragón Long había hablado con
todos nosotros? Le lancé una mirada de disculpa. Había sido una invitada muy
descortés, dejándolo en la oscuridad hasta ahora.

Me habría contentado con quedarme allí, disfrutando de la vista de los


dragones en su gloria, pero no me atreví a perder más tiempo.

—Venerables Dragones. Deseo liberar su esencia espiritual de las perlas y


devolvérsela. ¿Es esto lo que también quieren? —Hablé sin rodeos, yendo al
meollo del asunto.

Levantaron la cabeza, el aire crepitaba de excitación. La voz del Dragón Long


sonó entre mis oídos.

Deseamos esto más que nadar en el mar y volar en el aire. Antes no podíamos
pedirte esto; este sacrificio debe provenir de un corazón dispuesto.

Mi pecho se apretó ante la esperanza en sus ojos, que ardían con un brillo
dorado.

—Entonces lo intentaré.

Los dragones inclinaron sus largos cuellos en una elegante inclinación de


cabeza, con la mirada fija en las perlas de mi mano.
383

El Príncipe Yanxi sacó una daga con empuñadura de lapislázuli.

—¿Estás preparada?

Asentí con la cabeza, extendiendo la palma hacia él. Pero Liwei se interpuso
entre nosotros y me agarró la muñeca.

Su rostro estaba pálido, dibujado por la ansiedad.


—Xingyin, ten cuidado. Si no te detienes cuando debes, yo...

—Debe hacerlo sola —advirtió el Príncipe Yanxi—. No puedes interferir una


vez que el encantamiento está en marcha. Morirá si lo haces.

Liwei lo ignoró, hablándome a solas.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? No tienes que decidirlo ahora.

—Ya lo he decidido —le dije en voz baja—. Esta es mi elección.

Se quedó en silencio, tomando finalmente la daga del Príncipe Yanxi.


Cuando asentí, sus nudillos se blanquearon alrededor de su empuñadura,
arrastrando su hoja por mi palma. Un buen corte, limpio, ni demasiado superficial
ni demasiado profundo. El frío metal adormeció el escozor mientras mi piel se
partía, derramando sangre caliente. Cerré los dedos en un apretado puño y le di
la vuelta, dejando que goteara sobre las perlas como una lluvia carmesí.

Mis entrañas se retorcían al pensar en lo que me esperaba. Cerrando los ojos,


seguí el rastro de luces en mi cuerpo hasta llegar al núcleo brillante de mi fuerza
vital, metido en lo más profundo de mi cabeza. Con un tirón, lo separé, qué mal
me sentí, una violación de mí misma, pero no me detuve, mi fuerza vital se
liberó, corriendo por mis venas como un río sin represas.

Fuerte, indomable, lleno de poder. Más brillante que las infinitas estrellas,
más luminosa que la luna. Pero cuando mi fuerza vital fluyó de mis manos a las
perlas, una repentina debilidad se apoderó de mí, la fuerza arrebatada de mis
miembros. Tropecé y casi me caí. Apreté la mandíbula hasta que me dolió, y
bloqueé las rodillas, luchando contra el impulso instintivo de detener el flujo. Mi
fuerza vital se deslizó sobre las perlas, haciendo brillar mi sangre, un latido antes
de que fuera absorbida como el agua en una esponja.

Las perlas flotaron desde mi palma hasta el aire, y el resplandor que


contenían se hizo más intenso hasta que cada una de ellas se convirtió en un
orbe de llamas puras.
384

Sólo entonces detuve el flujo de mi fuerza vital, cayendo de rodillas sobre la


arena, con jadeos estrangulados saliendo de mi garganta. El sudor corría por mi
cara mientras un agotamiento adormecedor subía por mis piernas y brazos. Peor
aún era el vacío interior, una parte intrínseca de mí desgarrada. Sólo podía
esperar que fuera suficiente.

Liwei se agachó y me agarró las manos. Su energía surgió en mí, recorriendo


mi cuerpo. Sin embargo, a diferencia de las otras veces que me había curado, su
calor era hueco, su consuelo débil. ¿Ya no podía canalizar la energía que me
daba, como si estuviera vertiendo agua en una taza desbordada?

No había tiempo para reflexionar, no había terminado. Me liberé, jadeando


mientras me levantaba del suelo. Retrocediendo unos pasos, levanté el Arco del
Dragón de Jade. Antes se había curvado en mi agarre como la seda, pero ahora
la cuerda era inflexible y me cortaba los dedos hasta dejarlos resbaladizos por la
sangre. Mis músculos se tensaron, pero me mantuve firme, hasta que por fin un
fino rayo de fuego celeste brilló. Su fuerza disminuida me produjo una punzada,
pero no era el momento de autocompadecerse. Apuntando a la perla roja, liberé
el rayo en su centro llameante. Golpeó con un destello cegador, y una nube de
oro brotó de la perla. El Dragón Long arqueó el cuello hacia delante y abrió las
fauces para atraer las motas brillantes hacia su cuerpo. Su pecho brilló como si
se hubiera tragado una estrella, antes de desvanecerse en la oscuridad.

La perla carmesí cayó sobre la arena. Intacta, pero con el fuego interior
apagado. Los otros dragones giraron hacia mí, con los rostros encendidos por la
expectación. Tres veces tensé el arco, lanzando tres flechas a las perlas restantes.
Cada vez, la nube dorada estalló y se dirigió a las fauces de un dragón que
esperaba. Mi energía estaba casi agotada, mis dedos cortados hasta el hueso
mientras mi sangre se esparcía por la arena blanca como flores de ciruelo en la
nieve.

Cuatro perlas yacían en el suelo. Me agaché y las recogí en mis manos,


brillantes como el sol, rojas como el fuego, blancas como la escarcha y negras
como la medianoche. Eran hermosas, pero algo vital en ellas se había perdido.
Una vez vista la luna llena, la media luna perdía su encanto.

Los ojos de los dragones brillaban con motas de oro mientras sus bocas se
curvaban en una sonrisa. Sus voces reverberaban como una sola, el sonido más
exquisito que cualquier canción del mundo.

Tienes nuestra gratitud. Volvemos a estar completos, a ser nuestros propios


dueños.
385

Humilde y demasiado agotada para hablar, me incliné ante ellos.

Con su garra, el Dragón Long arrancó de su cuerpo una escama brillante, tan
perfecta como el pétalo de una rosa en flor. Me ofreció la escama mientras
inclinaba la cabeza.

Si nos necesitas, sumerge esto en un líquido y acudiremos a ti.


Tomé la escama y la agarré con fuerza. Sin decir nada más, giraron y se
zambulleron en el agua. Cuando la última ondulación de sus colas desapareció,
el mar se calmó, reflejando de nuevo el cielo.

Liwei deslizó su mano sobre la mía, su magia ya estaba corriendo por mí,
curando mi carne deshecha, pero no había nada que pudiera hacer por el enorme
vacío interior. Apoyada en él, miré el océano, sintiéndome extrañamente
despojada. El Príncipe Yanxi estaba de pie junto a nosotros, quieto como una
estatua, con la mirada fija en la distancia.

—Alteza, gracias por su ayuda —le dije.

Su sonrisa era radiante.

—Soy yo quien debe darte las gracias, hija de la Diosa de la Luna. Lo que
he visto hoy me calentará para la eternidad.

Me sonrojé, llena de un orgullo feroz ante su inquebrantable discurso. Pero


mi madre seguía prisionera, y nuestros destinos pendían de un precario
equilibrio. No me arrepentí de nada; me alegré de lo que había hecho, pero el
temor a la confrontación que se avecinaba me ensombrecía. El Emperador
Celestial no era conocido por su misericordia, y después de hoy, le había dado
suficientes razones para no mostrarme ninguna.

386
Nuestra nube se deslizaba por el cielo, llevada por una suave brisa. Era un
día claro, y podíamos ver todo el mundo mortal que había debajo, aunque yo
tenía la mirada perdida. A lo lejos, la luz del sol brillaba sobre los dragones
dorados que se alzaban en el tejado del Palacio de Jade.

En el horizonte aparecieron soldados con armadura negra, que se elevaron


sobre nubes violetas para interponerse entre nosotros y el Reino Celestial.
Enseguida nos rodearon, y sólo se separaron para dejar pasar a Wenzhi. Ahora
estaba frente a mí, con su túnica gris oscura arremolinándose en los tobillos, y
la esmeralda de su corona centelleando con fuego de jade. Aunque no llevaba
armadura, tenía una espada atada a su costado.

Liwei se puso rígido a mi lado, y su ira se desprendió de él en oleadas.

—Traidor. ¿Estás aquí para confesar tus crímenes?

—No hay nada que confesar. Tampoco he oído ninguna acusación de la


Corte Celestial —El tono sedoso de Wenzhi fue cultivado para enfurecer.

—Sabes lo que hiciste, al igual que yo. Y pagarás por tus ofensas —gruñó
Liwei.

—Tal vez. Pero no hoy. Y desde luego no en tus manos —Wenzhi se apartó
deliberadamente de él, y su mirada se fijó en la mía—. Hoy no he venido a luchar
contra ti.

Señalé las flechas y lanzas que sus soldados nos apuntaban.

—Esto implicaría lo contrario.


387

—No he dicho nada sobre él —Su cabeza se inclinó hacia Liwei, aunque no
apartó la mirada de mí—. Dame las perlas —dijo, como si pidiera un broche de
mi pelo.

No le daría nada más de mí, ni ahora ni nunca.

—Es demasiado tarde. Las perlas ya no te sirven de nada.

Frunció el ceño, escudriñando mi rostro.


—¿Qué quieres decir?

—La esencia de los dragones ha desaparecido; les ha sido devuelta.

Un agudo silbido de aliento.

—No mientas, Xingyin. No te conviene.

—No es una mentira —Hablé con gravedad. Si no me creía, si volvía a tomar


las perlas, me arrebataría la última esperanza de la libertad de mi madre. Sacando
las perlas de mi bolsa, las acuné en la palma de la mano mientras me acercaba
al borde de la nube—. Ya has visto lo que eran antes. ¿Puedes decir que son las
mismas? —Mi pulso saltó a un ritmo errático. Aunque quería que viera lo
disminuidas que estaban, esto era precisamente lo que temía que el emperador
descubriera y me castigara.

Se quedó mirando las perlas, sin decir nada.

—¿Por qué? —exclamó por fin.

Su voz palpitaba con tal conmoción, consternación y decepción, que fue


como música para mis oídos. No esperaba que me recorriera esta rica
satisfacción, este exultante triunfo de que, a pesar de todo lo que había hecho,
la intrincada red en la que me había atrapado, todo había sido en vano.

—Por ti —le dije.

—¿Qué?

—Quiero darte las gracias por mostrarme lo que había que hacer, de lo que
pasaría si las perlas cayeran en manos equivocadas. No podía permitir que eso
volviera a ocurrir —Volví a meter las perlas en mi bolsa—. Ahora no tenemos
nada que quieras, déjanos pasar.

En lugar de eso, su nube se acercó, la ira desapareciendo de su expresión.


Me preparé para más mentiras.
388

—¿Y si te digo que no estoy aquí sólo por las perlas? —preguntó.

—Me importa un bledo que estés aquí por ellas —Liwei se acercó a mí, con
los nudillos blancos alrededor de la empuñadura de su espada.

Le agarré la manga.

—Liwei, no lo ataques.
—Después de todo, ¿te sigue importando? —preguntó incrédulo.

—¿Cómo puedes pensar eso? —me quejé, soltándolo—. Estoy harta hasta
la médula de la sangre, del terror y del dolor. Nuestra mejor oportunidad es
convencerle de que nos deje ir. Si le atacas, sus soldados nos atacarán. Y si te
vuelve a hacer daño —levanté la voz para que Wenzhi lo oyera— le atravesará
el corazón un rayo.

—Ya lo has roto, Xingyin. ¿Qué otro daño podrías hacer? —dijo en voz baja.

Mi risa sonó aguda y brillante.

—Estaré encantada de intentarlo —Al momento siguiente había descolgado


el arco, con el fuego del cielo ardiendo entre mis dedos apretados, aunque
innegablemente apagado desde antes.

La mirada de Wenzhi se fijó en la sangre que corría por mi mano, procedente


de viejas heridas desgarradas de nuevo.

—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás debilitada? —Su tono era áspero y
urgente.

Habíamos luchado juntos tantas veces, que no era de extrañar que percibiera
mi disminución de fuerzas. No respondí, reprimiendo un siseo de dolor.

—No te agotes —advirtió Liwei.

—Suelta tu espada, Príncipe Demonio —dije, con mi voz más amenazante—


. Retira a tus soldados y déjanos ir. A cambio, no te hundiré esto en el pecho.
Aunque sea bien merecido.

Un latido de silencio nos atravesó, sin que se rompiera ni una palabra ni un


aliento. Los ojos de Wenzhi brillaron de forma plateada.

—Xingyin, ¿has perdido la cabeza? Si has despojado a las perlas de su poder,


¿cómo puedes volver al Palacio de Jade? ¿Confías tanto en la misericordia de
389

Sus Majestades Celestiales?

Me puse rígida ante su desprecio, pero debajo de él detecté algo más: ¿era
alarma? ¿Por mi seguridad? No importaba, ya que recordé su ilimitado engaño
y levanté la barbilla en señal de desafío.

—Más que en la tuya. ¿Qué me aportó antes mi confianza en ti? Mentiras y


cautiverio. Mi magia sellada y mis posesiones robadas —No pude evitar temblar
de furia al recordarlo.
Wenzhi me tendió la mano.

—No tienes que enfrentarte al Emperador Celestial. Ven conmigo, te


mantendré a salvo. Esta vez no serás una prisionera. Haré lo que pueda para
ayudarte, y a tu madre... sin condiciones.

Su oferta me tomó por sorpresa, al igual que su preocupación. Pero las


palabras eran fáciles de decir. Lo que importaba era la conducta de uno, y no
podía volver a confiar en él. Mantuve el agarre firme de mi arma, con la mirada
fija en él.

—No iré contigo. Y me mantendré a salvo.

Su rostro se ensombreció.

—¿Te das cuenta de lo que te espera en la Corte Celestial? Considérate


afortunada si lo único que hacen es encerrarte como hicieron con tu madre.

—Ella tiene mi apoyo. A diferencia de ti, nunca la traicionaré —declaró Liwei


con rotundidad.

Antes de que pudiera hablar, una lluvia de flechas silbó en el aire y una de
ellas se clavó en mi hombro. El dolor me recorrió mientras contenía un grito y el
arco se me escapaba de las manos. ¿Era una trampa? Mientras Liwei me sacaba
la flecha y me curaba la herida, miré a Wenzhi con desprecio. Sin embargo, su
expresión era extrañamente afectada.

—No disparen —ladró a sus soldados. Sus pupilas eran del color gris de un
mar azotado por el viento cuando se volvió hacia mí—. Sé lo que mi hermano
te dijo. Te ofreció tu libertad y mi muerte. Tú te negaste. ¿Por qué?

Pude sentir que Liwei me miraba fijamente, con su sorpresa no expresada.


No se lo había contado. Por alguna razón, no había querido hacerlo.

—No por ti —dije con fiereza—. No podía permitirlo, porque ni siquiera mi


390

peor enemigo merecía ser asesinado de esa manera. No habría sido... honorable.

Sus labios se curvaron en una sonrisa sin gracia.

—Te agradezco tu honor. Me salvaste esa noche. En cierto modo —Inspiró


lentamente, y cuando lo soltó, el sonido estaba cargado de arrepentimiento—.
No volveré a retenerte contra tu voluntad. Tu odio y tu resentimiento no son lo
que quiero —Al mirar a Liwei, su rostro se torció en una mueca—. Para pagar
mi deuda con ella, te dejaré libre. No serás tan afortunado la próxima vez que
nos encontremos.
—Ni tú tampoco —El tono de Liwei destilaba desprecio.

Miré a Wenzhi con incredulidad. ¿Era esto un truco? ¿Realmente nos estaba
dejando ir? ¿Qué hay de su ambición? ¿El trato que había hecho con su padre?
Aunque una parte de mí esperaba que lo hiciera, nunca creí que lo hiciera.

Me guardé estos pensamientos mientras el viento se levantaba, brillando con


la energía de Liwei mientras se llevaba nuestra nube. Y aunque resistí el impulso
de darme la vuelta, pude sentir el calor de la mirada de Wenzhi siguiéndonos.

Cuanto más nos acercábamos al Palacio de Jade, más se hundía mi terror.


Tenía la piel helada y el corazón me latía con fuerza al pensar en la furia del
emperador. No me cabía duda de que percibiría el cambio en las perlas, que aún
esperaba reclamar como cumplimiento de nuestro trato. ¿Me acusaría de
engaño? ¿Nos castigaría? Dejé caer la cabeza entre las manos, y mis
respiraciones se deslizaban en un ritmo frenético.

Unos dedos cálidos me rodearon las muñecas. Con la misma suavidad que si
sostuviera uno de sus pinceles, Liwei apartó mis manos.

—Tienes las perlas. Has cumplido la tarea. Estaré contigo.

No me soltó hasta que aterrizamos junto al Salón de la Luz del Este.

La luz del sol brillaba sobre las paredes de piedra, luminosa y brillante. Tan
absolutamente opuesta al temor que me acechaba. Un impulso me llevó a huir,
a desaparecer hasta que mi nombre fuera olvidado. Pero, al igual que todas las
cosas difíciles que habían ocurrido antes, Xiangliu, el Gobernador Renyu, la
lucha contra Liwei en el Bosque de la Eterna Primavera, yo también me
enfrentaría a esto.

En el momento en que entré en la sala, todas las cabezas giraron en mi


dirección: los cuerpos se tensaron, los ojos se endurecieron. Pero eso no era nada
frente a los susurros que se enroscaban como el siseo de las serpientes. Por mis
oídos se filtraron fragmentos de: traidora, mentirosa y Demonio. Las miradas de
391

compasión se dirigían a Liwei, como si se preguntaran cómo había podido


dejarse engañar por mí. Se me revolvieron las entrañas ante un recibimiento tan
hostil, aunque la rabia me corroía por haber sido declarada culpable sin
posibilidad de defenderme. En nombre de Liwei también, en cuyo juicio deberían
tener más fe.

Me puse firme como una lanza y me dirigí a la parte delantera del estrado.
No miré a los cortesanos, no por arrogancia, sino para asegurarme de que el peso
de su censura no aplastara mi falsa valentía. Mi única defensa era que no había
hecho nada malo, así que no me atreví a revelar ni un atisbo de duda.
Ante Sus Majestades Celestiales, me arrodillé y me doblé para tocar con la
frente y las palmas de las manos las baldosas de jade. El silencio me recibió; el
emperador no me invitó a levantarme. Vacilante, levanté la cabeza hacia los
tronos, mi mirada se deslizó por sus zapatos con incrustaciones de perlas, y luego
por el dobladillo de sus túnicas de brocado, que eran del color de la noche.
Dragones de oro bordados merodeaban por la falda del traje del emperador,
mientras que fénix de plata danzaban en el de la emperatriz. Los ojos del
Emperador Celestial me escudriñaron la cara mientras se inclinaba hacia delante,
con los hilos de perlas de su corona chocando entre sí.

—Me dicen que eres una traidora. Que te llevaste las perlas de los dragones
al Reino de los Demonios, entregándolas a tu amante. No es una historia difícil
de creer, aunque mi hijo habló tan ferozmente en tu defensa. Sin embargo, la
única cosa que me hizo reflexionar fue la pasión con la que suplicaste por tu
madre antes. Seguramente, no la condenarías a un destino aún peor con tus
crímenes. Seguramente, ningún hijo podría hacer algo así a un padre amado.
Seguramente, mi confianza en ti no estaba equivocada.

Su voz era suave, pero no era lo suficientemente tonta como para no ver la
amenaza que contenía. Su amenaza a mi madre me hirió profundamente. Estaba
agradecida de haber escapado del Reino de los Demonios, de poder defender mi
caso ante él ahora. Mis instintos eran correctos, que él habría golpeado a mi
madre en represalia por mi crímenes imaginarios. Sin embargo, lo que estaba
igualmente claro era que este calvario no había hecho más que empezar.

—Su Majestad Celestial es sabia. Nunca haría algo así —Se me atragantó
pronunciar semejante halago, pero no me atreví a contrariarlo con nuestras vidas
en juego.

El emperador se acomodó de nuevo en su trono, y el aire entre nosotros se


cargó de una anticipación desenfrenada.

—¿Dónde están las perlas de los dragones?

Mis dedos temblaban mientras buscaban en mi bolsa. Pero me obligué a


392

estabilizarlos y estiré la mano para mostrar las perlas.

Un asistente me las quitó y se las dio al emperador. Levantó cada una por
turno, entre el pulgar y el dedo, sosteniéndola a la luz.

Cuando me miró con esos negros fragmentos de hielo bajo sus cejas
fruncidas, me quedé helada por dentro, con la dureza mordaz del invierno.

—¡Cómo te atreves a intentar engañarme! —tronó.


Bajo mi túnica, me temblaban las piernas. Su furia era aún más aterradora
porque siempre había mostrado un gran control. Pero acobardarme y pedir
clemencia sería una admisión de culpa. Y eso no podía hacerlo.

—Su Majestad Celestial, esto no es un truco. Estas son las perlas de los
dragones, como usted me ordenó buscar.

—¡No lo son!

—Honorable Padre, ella dice la verdad —Liwei permaneció a mi lado, en


lugar de tomar su posición en el estrado.

Una luz blanca brotó de la palma del emperador, arremolinándose alrededor


de los lustrosos orbes.

—¿Dónde está la esencia de los dragones? —Expresó cada palabra, ahora


con más calma, aunque su tono estaba plagado de amenazas.

Debería haberme aterrorizado, pero en su lugar se desató la ira en mí. No


había sido una coincidencia; el emperador había pretendido utilizarme para
obligar a los dragones a cumplir su voluntad. Me enfrenté a su mirada sin
inmutarme.

—Devuelta a ellos, ya que no pertenece a ningún otro. Su Majestad Celestial,


todo lo que me pidió fueron las perlas en su mano. Mi parte del trato está
cumplida.

Su puño golpeó el reposabrazos de su trono.

—Los dragones pertenecen a mi gobierno. Deben someterse a mi autoridad.

—Los dragones no están de acuerdo —Palabras precipitadas, me reprendí a


mí misma. Aunque no era más que la verdad.

Los cortesanos se alejaron de mí con un movimiento de seda y brocado.


Como si yo tuviera la peste y ellos no fueran inmortales.
393

—Honorable padre, los dragones no desean estar bajo el dominio de nadie


—dijo Liwei—. Era demasiado peligroso dejar las perlas como estaban. ¿Y si
volvían a caer en poder de nuestro enemigo? Xingyin sólo las recuperó corriendo
un gran riesgo para sí misma. Imagina la destrucción que los Demonios habrían
hecho llover sobre nosotros con los dragones a sus órdenes.

Los cortesanos lanzaron gritos de asombro y se callaron cuando la Emperatriz


Celestial me señaló con el dedo.
—Te has extralimitado mucho —escupió, con los dientes blancos como el
hueso contra esos labios carmesí—. De alguna manera, con tus artimañas, has
engañado a mi hijo para que hable por ti. Pero eres una traidora y debes ser
castigada como tal. ¿Has vuelto porque te han descartado? ¿Fuiste engañada por
tu amante? ¿Esperando volver a ganarte la confianza de mi hijo?

Palabras tan viles, que arrancaron los últimos jirones de mi contención.


Doblemente crueles porque me habían engañado, pero no de la forma que ella
había previsto.

Desenrollé mis piernas, poniéndome de pie. Una grave infracción de la


etiqueta, pero no era nada comparado con las palabras que brotaron de mí ahora.

—No soy una traidora. Cumplí la tarea, recuperando las perlas de los
dragones, y luego arriesgué mi vida para volver a robarlas. Hice lo que me
ordenaste, y todo lo que pido ahora es que liberes a mi madre como se prometió,
como dicta el honor.

—¿Hablas de honor? ¿No tienes respeto por Su Majestad Celestial?


Arrodíllate y pide clemencia —Una voz áspera me reprendió, añadiendo—: Otros
han muerto por menos.

Me giré para ver al ministro Wu dando un paso al frente, con los ojos
desorbitados de aparente indignación. Se me revolvieron las tripas. Había
demostrado no ser amigo mío, ni de mi madre, y esta no era una excepción.

El ministro se inclinó ante el trono.

—Su Majestad Celestial, ha sido usted muy amable con esta mentirosa y ella
le ha jugado una mala pasada, una y otra vez. ¿Quién sabe si realmente entregó
la esencia a los dragones, y no al traidor del Reino de los Demonios?

Por un momento no pude hablar, aturdida por su maliciosa acusación.

—Eso no es cierto —logré finalmente.


394

—¿Cómo puedes demostrarlo? —replicó el ministro Wu.

Liwei lo fulminó con la mirada.

—¿Bastaría mi palabra? Porque yo estaba con Xingyin cuando fue


secuestrada, y cuando luchó a nuestro lado contra el Ejército Demoníaco. Estuve
a su lado mientras devolvía la esencia a los dragones. Ministro Wu, ¿también
cuestiona mi honor? —Lanzó cada palabra como un desafío.

El ministro se inclinó ante Liwei, aunque su expresión era de escepticismo.


—Su Alteza, es usted amable y misericordioso. Todos conocemos su...
especial amistad con la Primer Arquera. ¿No hay nada que no diga para
protegerla?

Alguien se rio de su insinuación. Unos cuantos se rieron abiertamente. Las


palabras del ministro estaban calculadas para encender la ira del emperador,
recordándole lo que despreciaba como “debilidades” de Liwei, cuando eran sus
mayores fortalezas. Antes me había preguntado si su aversión hacia mí se debía
a mi herencia, a su desprecio por los mortales, quizás. Pero su hostilidad, la
forma en que se las ingeniaba para incitar al emperador contra nosotros, tenía
que ser algo más que eso. ¿Lo había ofendido, sin siquiera darse cuenta? ¿Le
guardaba algún rencor a mis padres?

La energía de la sala cambió, con motas de hielo flotando en el aire mientras


cruzaba los brazos para aferrarme a un fragmento de calor. Los murmullos se
extinguieron, un momento antes de que una quietud engullera la sala como si
me hubiera transportado al país de los muertos. El rostro del Emperador Celestial
era más frío que el corazón de un glaciar. Levantó una mano y la extendió
mientras de las yemas de sus dedos brotaban chispas blancas, más brillantes
incluso que la luz de mi arco, que se dirigían hacia mí a una velocidad
impresionante. El miedo me envolvió en una ventisca de escarcha y nieve. No
podía moverme, ni siquiera apartar los ojos de la terrible belleza del fuego del
cielo, un latido antes de que se lanzara hacia mí con una precisión despiadada.

El dolor estalló. Abrasador, arrollador. Un millar de agujas al rojo vivo


atravesaron mi pecho, una y otra vez en una agonía interminable. No sentí que
me derrumbaba en el suelo, que las lágrimas caían de mis ojos sobre las baldosas
de jade, sin una sola gota de sangre. Esta tortura no consistía en que mi cuerpo
fuera rebanado o atravesado por una lanza, sino en que los nervios fueran
arrancados de mi carne por el mar de luces que crepitaba sobre mi piel. Nunca
había sentido tal agonía, ni por el ácido de Xiangliu, ni por el veneno del
escorpión marino, ni siquiera cuando Liwei me clavó su espada. Ni en mis peores
pesadillas ni en mis más oscuros temores podría haberme preparado para este
tormento desgarrador que desgarraba mi propio ser.
395

Jadeos estrangulados salieron de mi boca. Mi cuerpo sufrió un espasmo


mientras me secaba con arcadas. Había venido con la cabeza alta, pero no me
importaba que una multitud de desconocidos fuera testigo de mi total
humillación.

Mis gritos llegaron entonces, rompiendo el silencio. Demasiado tarde me


mordí la lengua para reprimir mis gritos, la sangre se derramó en mi boca. Lo
agradecí, un recordatorio de que aún estaba viva. A través de mi aturdimiento,
una voz llegó a mis oídos, Liwei, su angustia me estrujó el corazón incluso
mientras me ahogaba en la agonía.

Los destellos de una vida no vivida, de caminos no transitados, recorrieron


mi mente, despertando mil arrepentimientos y anhelos. Si hubiera podido volver
a casa con mi madre. Si Liwei y yo nunca nos hubiéramos separado. Si Wenzhi
no me hubiera traicionado. Si sólo... esto no fuera el final.

Luché contra el impulso de cerrar los ojos, de hundirme en el olvido.

¿Era posible sobrevivir a esto? Esperé un destello de ira, que mi voluntad se


endureciera y reviviera mis fuerzas, pero no había nada, más allá de este
cansancio que se hundía en mis huesos.

Moriría aquí; ahora lo sabía. No había piedad ni misericordia en la expresión


del emperador, sólo una insensible satisfacción de que su justicia sería cumplida.
Pero no me encerraría en una feliz ignorancia. Partiría con los ojos abiertos. Lo
vería todo, desde el rostro de mi amado hasta el de mi asesino.

Mi cuerpo se estremeció mientras presionaba las palmas de las manos contra


el suelo, levantando la cabeza a un palmo del suelo. Cada vez que respiraba era
un tormento estremecedor. Mi colgante se deslizó entre los pliegues de mi túnica,
y el disco de jade tintineó contra las baldosas.

¿Habían pasado sólo unos segundos? Había sido toda una vida de
sufrimiento.

—¡Padre! —El grito de Liwei volvió a perforar mis oídos, junto con esa
ominosa grieta en el aire.

Le miré fijamente, aturdida, mientras una brillante barrera de luz dorada me


envolvía. Al igual que cuando me había protegido de los soldados Demonios, el
fuego del Cielo del Emperador se hizo añicos al golpear. Mi cuerpo se quedó
flácido por el alivio que supuso este indulto, a pesar de que el escudo se hizo
añicos un instante después. Liwei se precipitó hacia delante, interponiéndose
396

entre los tronos y yo, con el rostro pálido y el sudor corriendo por su frente.
Había acudido en mi ayuda, como siempre supe que haría.

—Liwei, apártate. No mostraré ninguna indulgencia si vuelves a desafiarme


—La voz del emperador era tan hostil, que era como si le hablara a un enemigo
en lugar de a su hijo.

La emperatriz bajó corriendo del estrado, tropezando con su prisa. Las flores
doradas de su tocado temblaban como si estuvieran atrapadas en un vendaval.
—Liwei, esta chica mentirosa no merece tu protección. Sus acciones nos han
amenazado a todos —Tiró de su brazo para apartarlo.

Cuando se liberó de su agarre, el emperador asintió a sus guardias, que


corrieron hacia Liwei. Quería decirle que se fuera, pero me llenó de una violenta
alegría que luchara por quedarse. Tenía tanto frío que creía que nunca volvería
a sentir calor, pero mientras observaba su lucha, una chispa se encendió en lo
más profundo de mi ser, y mi brazo se extendió por el suelo en un intento inútil
de alcanzarlo.

La mirada del emperador se dirigió a mí mientras levantaba la mano. Mi


maltrecho cuerpo no podía resistir otro ataque, pero me obligué a abrir los ojos,
incluso cuando las yemas de sus dedos ardían una vez más.

El tiempo se detuvo. El fuego del cielo se dirigió hacia mí con una velocidad
deslumbrante, pero con una lentitud agonizante. El grito de Liwei rompió mi
estupor. Sacudí la cabeza y un grito brotó de mi garganta cuando él se liberó de
los guardias y se abalanzó sobre mí para protegerme con su cuerpo, incluso
cuando yo estiré la mano para apartarlo. Aunque sabía que era demasiado tarde.

—No —Un susurro entrecortado mientras me agarraba las manos. Cuando


mis ojos se encontraron con los suyos, rebosantes de calidez y amor, no pude
arrepentirme de esta última visión.

Una luz blanca llenó mi visión. Me preparé para la muerte.

Sin embargo, ningún dolor punzante atravesó mi piel... ninguna agonía


abrasadora desgarró mi carne. En su lugar, me vi envuelta en un capullo
luminoso, tan suave y tierno como la niebla al amanecer. Mis ojos se dirigieron
a los de Liwei. Estaba a salvo y vivo, como yo. Fue entonces cuando lo sentí, un
frescor que me recorría el pecho. Retiré la mano de Liwei para recoger el
colgante de mi padre, que me hormigueaba en la piel y estaba envuelto en luz.
La misma luz que nos había protegido a Liwei y a mí de cualquier daño. Sin
embargo, pronto se desvaneció, y el jade se calentó entre mis dedos cuando la
piedra lisa se resquebrajó, igual que antes de que el aliento del Dragón Long la
397

reparara.

El Emperador Celestial... No lo reconocí en ese momento. Pálido de asombro,


rojo de ira. ¿Sentía algún remordimiento por haber estado a punto de matar a su
hijo? No tendría ninguno para mí. Cuando su mirada pétrea se dirigió hacia mí,
me obligué a sostenerla: abrazaría su odio y lo devolvería con el mío.

Liwei se quitó la túnica y se arrodilló en el suelo.


—Honorable padre, tu orden era recuperar las perlas de los dragones a
cambio de revocar la sentencia de la Diosa de la Luna. No mencionaste su esencia
espiritual. Si nos hemos equivocado, pido clemencia en nuestro nombre. Sin
embargo, las cuatro perlas están ante ti, entregadas como se prometió. Sólo
queda una parte del trato por cumplir. La tuya.

Su voz llegó a todos los rincones de la sala, sacando a la corte de su estupor.


Algunos cortesanos, los más valientes, asintieron con la cabeza. Se
intercambiaron susurros detrás de las mangas levantadas. Por supuesto, poco
sabían de las perlas y del gran poder que alguna vez tuvieron. A sus ojos, yo
había completado mi tarea, sólo para ser recompensada con un rayo en el pecho.

El Emperador Celestial se quedó quieto. ¿Las palabras de Liwei le habían


recordado los numerosos ojos especuladores que lo observaban? Las lenguas
silenciosas que podrían retener su juicio aquí podrían no estar tan contenidas
cuando volvieran a casa. ¿Se le había considerado justo y benévolo? ¿O
caprichoso y cruel? En cuanto a mí, Liwei había unido irremediablemente
nuestros destinos. Mis elecciones se habían convertido en nuestras elecciones.
Mi castigo también sería el suyo. Yo había luchado por Liwei en el Bosque de la
Eterna Primavera, igual que él luchaba por mí aquí. Entonces sacudí la cabeza
para desterrar esos pensamientos. Como él me había dicho antes, no había
necesidad de esa contabilidad entre nosotros. No importaba que nuestros
caminos se separaran, nuestro vínculo permanecía intacto.

—Su Majestad Celestial —el tono sedoso del ministro Wu se deslizó una vez
más—. Le aconsejo humildemente que anule ese desafío de inmediato. Esta chica
y su madre serán una burla para el Reino Celestial. No olvides cómo Chang'e te
ocultó la existencia de su hija, al igual que su hija intentó engañarte ahora. ¿Y si
otros creen que pueden engañarte así y salir indemnes?

Liwei se abalanzó sobre él, señalando el lugar donde yacía desplomado en


el suelo.

—¿Indemne? ¿Puedes soportar el Fuego del Cielo como ella? Ella ha pagado
398

con creces cualquier ofensa…

—¡Silencio! —espetó el emperador, agarrando los reposabrazos de su trono.

El aire era sofocante, espeso por la tensión. Nadie se atrevía a moverse, ni


siquiera la emperatriz, que miraba a Liwei con ojos muy incrédulos.

La boca del Emperador Celestial se cerró en finas líneas. El hielo volvió a


brillar en el aire mientras mi cuerpo retrocedía recordando el tormento,
preparándose para el abrazo de la muerte.
El agudo chasquido de las botas contra las baldosas rompió la quietud. Un
aura se acercó, firme, decidida y fuerte, la del General Jianyun. Ante el estrado,
se arrodilló.

—Su Majestad Celestial. Antes de que emita un juicio, es el deber de su leal


servidor recordarle que la Primer Arquera salvó al Ejército Celestial de la atroz
trampa del Reino de los Demonios hoy. Los soldados desean mostrarle su
gratitud e incluso ahora, esperan fuera —Levantó la cabeza, señalando la entrada
de la sala.

Levanté la vista con incredulidad, poniéndome en pie tambaleándome,


ignorando el dolor que brotaba con cada movimiento. Lentamente, me giré,
siguiendo el movimiento de la mano del General Jianyun. Los cortesanos que me
precedían se separaron, susurrando entre ellos.

Shuxiao estaba cerca de la entrada, y justo detrás de ella, más allá de la sala,
había un mar de soldados Celestiales que se extendía más allá de lo que yo podía
ver. Como uno solo, se inclinaron, con la luz del sol ondeando sobre sus
armaduras, una ola de fuego blanco dorado. El corazón se me atascó en la
garganta cuando el dolor de mi cuerpo disminuyó. Las lágrimas brotaron de mis
ojos cuando me incliné hacia ellos en respuesta.

No era leal al Reino Celestial. Pero sí era leal a mis amigos; a aquellos con
los que había luchado, a aquellos con los que había sangrado. Al enderezarme,
mis ojos se encontraron con los de Shuxiao. Le levanté la mano en señal de
saludo. Sospechaba que tenía mucho que agradecerle. ¿Quién si no habría
informado al General Jianyun y traído el ejército hasta aquí?

El ejército del Emperador Celestial.

Se me erizó la piel en la nuca. Al recordar, me giré y me arrodillé de nuevo.


No iba a suplicar ni rogar; no serviría de nada.

—Su Majestad Celestial, no soy una traidora. He cumplido los términos de


nuestro trato y espero su justicia —Mis palabras no tenían gracia, mi voz estaba
399

enronquecida por mis gritos, pero fuera lo que fuera lo que viniera después,
había una paz en saber que había hecho todo lo que podía.

Los murmullos en la sala se hicieron más fuertes, varios cortesanos negaron


con la cabeza. Mientras que los soldados no se dispersaron, permaneciendo en
la entrada de la sala.

El rostro del Emperador Celestial era una máscara de regio aplomo, sin rastro
de su vehemencia y rabia de hace un momento. Y cuando habló, su tono era
firme y tranquilo.
—Primer Arquera Xingyin. En agradecimiento a tu noble servicio, te
concederemos tu deseo. Chang'e está perdonada y a partir de ahora será libre de
abandonar la luna. Sin embargo, no debe eludir sus responsabilidades. Como
Diosa de la Luna, todavía le corresponde asegurar que la luna salga cada noche,
sin excepción.

Un latido de silencio. Entonces estallaron los vítores, dentro y fuera de la


Salón de la Luz del Este. Si había alguien que no estaba de acuerdo, la emperatriz
o el ministro Wu, sus protestas cayeron en saco roto. Me hundí en mis talones,
sintiendo que la tensión se deslizaba de mi cuerpo, incluso cuando mi mente
daba vueltas. El perdón del emperador fue generoso. Magnánimo. Totalmente
inesperado. Sabía, al igual que él, que no había cumplido realmente con mi
misión; no había hecho lo que él quería. Estaba en su derecho de negar su parte
del trato, cuando también era mi juez. Su gracia estaba bien calculada, leyendo
el estado de ánimo de la corte y de sus soldados, para preservar su honor y su
reputación. Y también escuché la amenaza en sus palabras. No todo estaba bien.
Y no habría piedad una segunda vez.

Cuando el emperador agitó la mano, apareció ante mí un sello que brillaba


como una estrella. Lo rodeé con los dedos, doblando mi cuerpo hacia abajo,
presionando mi cabeza contra el frío suelo de piedra. No había humildad ni
gratitud en mis huesos, pero cumpliría mi papel en esta farsa. El dolor recorría
cada centímetro de mi carne y no podía desterrar la punzada de miedo de que
esto pudiera seguir siendo un truco. La confianza era algo que había aprendido
a no ceder fácilmente. Sin embargo, mi alegría no podía ser contenida, surgiendo
libre, derramándose a través de mí como los rayos del sol alcanzando el cielo
infinito.

Me iba a casa.

400
Mi mente había viajado aquí mil veces, aunque sólo había recorrido este
camino una vez. Primero vi el bosque de osmanthus blanco como la luna, el
brillante laurel en la distancia. El amplio tejado de plata, y luego los brillantes
muros de piedra del Palacio de la Luz Pura. Mi hogar. Cerrando los ojos, inhalé
un rastro embriagador de madera de canela. Si esto era un sueño, no quería
despertar.

Detuve mi nube y salté al suelo, iluminado por el brillo de las linternas. En


cualquier momento, Madre y Ping'er sentirían la sorprendente presencia de un
visitante. Apenas había dado unos pasos cuando las puertas se abrieron y salió
una esbelta mujer vestida de blanco, con una peonía roja metida en el pelo.
Estaba pálida, con los labios apretados. Las visitas eran raras aquí, normalmente
anunciaban desgracias o malas noticias.

Ya no era la niña que había huido, temerosa de lo desconocido y aferrada a


Ping'er. Sin embargo, el tiempo se había detenido aquí; la habría conocido en
cualquier lugar. Una sonrisa se extendió por mi cara mientras mis pies volaban
sobre el camino de piedra. Nunca antes se habían sentido tan ligeros. Y mi
corazón... mi corazón estaba incandescente, más brillante que todas las estrellas
del cielo.

—¡Madre! —La rodeé con mis brazos, ahora era más alto que ella—. He
vuelto.

Su cuerpo se puso rígido cuando se apartó, mirándome a la cara.


¿Sospechaba de algún truco para tomarla desprevenida? Su mirada me
escudriñó, absorbió mis ojos y se dirigió a la hendidura de mi barbilla. Aspiró un
instante antes de que sus dedos rozaran mi mejilla, sus ojos brillaron como la luz
401

de la luna sobre el agua. Luego me rodeó con sus brazos, abrazándome tan fuerte
como en mis sueños.

—Xingyin, Xingyin —susurró. Una y otra vez, cada vez más fuerte que la
anterior. Como si cuanto más dijera mi nombre, más pudiera creer que era cierto.

Otra figura apareció en la entrada, quizá atraída por la conmoción. Estaba de


pie junto a una columna de nácar, estirando el cuello.

—¿Pequeña Estrella? —Un débil susurro salió de sus labios.


El nombre de mi infancia me atravesó con una repentina dulzura. Los años
se desvanecieron; era como si nunca me hubiera ido. En realidad, mi corazón
siempre había estado aquí.

—¡Ping'er! Soy yo —grité.

Ella corrió hacia mí, abrazándome como solía hacerlo.

—¡Todos estos años, he estado tan preocupada! —Sus palabras salieron


como si las hubiera retenido durante mucho tiempo—. Yo… te fallé ese día. Fui
demasiado lenta. Estoy tan...

—No, Ping'er. Nunca habría escapado si no fuera por ti —La abracé más
fuerte—. ¿Cómo escapaste de los soldados? —Mi última visión de ella había
sido su cuerpo sin vida, mientras su nube se alejaba.

—Casi me había agotado, me creí muerta. Afortunadamente, se levantó un


viento que me puso a salvo. Tuve que recuperar mi energía antes de poder
regresar. Volví al Reino Celestial para encontrarte, pero no sabía dónde habías
ido. Los soldados me detuvieron entonces —Su rostro estaba pálido—.
Sospechaban de mí y desde entonces no se me permitió salir de este lugar sin
permiso.

—Sabía que habrías intentado encontrarme —Una ligereza se extendió por


mi pecho—. Que cuando no lo hiciste, fue porque no pudiste.

Nos quedamos fuera hasta que el resplandor de la luna empezó a


desvanecerse. Las tres reímos y lloramos, con las manos entrelazadas, sin que
ninguna de nosotras quisiera soltarse. Hasta ahora no me había dado cuenta de
lo mucho que echaba de menos ese sentimiento: la unidad de la familia, el amor
incondicional. No quería moverme, ni hacer nada que pudiera romper la
perfección de este momento, esta renovación de mi alma. Qué raros son estos
momentos, incluso en una vida inmortal. Cuando la felicidad es absoluta,
silenciando los constantes murmullos que nos acechan.
402

Con mi madre y Ping'er a mi lado, sobre la tierra de mi hogar, no quería


nada más en este momento, con el corazón ya lleno a rebosar.

Sólo cuando la noche dio paso a la perla del amanecer, entramos finalmente
por las puertas plateadas de la entrada. Mi mirada se detuvo en las paredes
pálidas, las lámparas de jade blanco, cada pilar de madera tallada. Nada
comparado con los tesoros del Palacio de Jade, pero cien veces más precioso
para mí. La quietud era más profunda de lo que recordaba, al igual que la
tranquilidad que impregnaba el aire. Pero después de todo lo que había pasado,
me alegré de ello.
Me senté en una silla, y mis dedos trazaron las vetas de la madera. Estoy en
casa, me susurré, mirando fijamente a mi madre, temiendo que desapareciera si
desviaba la mirada. Que todo esto se desvaneciera, dejándome sola en mi cama
en el Reino Celestial. Tal vez había tenido demasiadas pesadillas, tal vez me
había acostumbrado a la decepción, pero seguía existiendo ese núcleo de miedo
en mi pecho de que esto fuera sólo una ilusión. Me pellizqué hasta que
aparecieron medias lunas rojas en mi brazo, saboreando el escozor que me decía
que esto era real.

Ping'er me puso en las manos una taza caliente de té aromático. Las


preguntas fluyeron entonces: ¿Has estado bien? ¿Feliz? ¿Dónde has estado todo
este tiempo? ¿Qué has hecho?

Las respondí con todo el detalle que pude, tratando de satisfacer años de
ansiedad y curiosidad. Aunque algunos recuerdos como mi estancia en la
Mansión del Loto Dorado eran borrosos, otros eran más nítidos de lo que
deseaba. Cuando hablé de la entrada en el Palacio de Jade, mi madre me agarró
de la manga y tiró de ella.

—¿El Emperador Celestial descubrió tu identidad? —Miró por encima del


hombro, como si esperara que soldados armados irrumpieran en nuestras puertas.

—Entonces no —le aseguré. Antes de que pudiera seguir indagando, le


describí rápidamente mi formación en magia, combate y tiro con arco.

—¿Tiro con arco? —Su voz se entrecortó—. Como tu padre —dijo con
orgullo.

Se me hizo un nudo en la garganta. Durante mucho tiempo había vivido con


miedo de quién era, sin decir los nombres de mis padres, fingiendo ante el mundo
exterior que no existían... como si fuera una hierba silvestre en un campo abierto.
Ahora quería gritarlo al mundo.

Una vez, mi madre me interrumpió. En mi casa, una calidez llenaba mi voz


cada vez que mencionaba el nombre de Liwei.
403

—¿Cuál es tu relación con el Príncipe Heredero Celestial? —preguntó.

Capté el ligero fruncimiento de su frente.

—Somos... amigos —tartamudeé, con el calor subiendo por mi cuello.

—Este Capitán Wenzhi, ¿es también tu amigo? —El tono de mi madre era
engañosamente suave.
—No —grité, con más vehemencia de la que pretendía.

Hubo una incómoda pausa mientras mi madre intercambiaba una mirada


preocupada con Ping'er, y me alegré cuando no preguntaron más.
Apresuradamente, comencé a describir las batallas en las que había estado, las
criaturas y los enemigos contra los que luché al servicio del Ejército Celestial.

Mejor, con mucho, esos monstruos, que los que habitaban en mi mente.

Ping'er se estremeció ante mi descripción de Xiangliu, mientras cruzaba los


brazos sobre el pecho.

—¿Tenías miedo?

—Todo el tiempo —Algunos podrían pensar que soy una cobarde, pero no
sentí vergüenza al admitirlo. No era una de esos valientes héroes que se lanzan
al peligro sin miedo. Me aterrorizaba salir herida, el fracaso y, sobre todo, la
muerte. De no volver a ver a mi madre, ni a mis seres queridos. Lamentar todo
lo que no se había dicho o hecho. Dejar mi vida... sin vivir. Me habían elogiado
por mi valentía, pero sabía la verdad: que había hecho esas cosas a pesar de mi
miedo. Porque no hacerlas me daba más miedo.

Se quedaron atónitas al oír cómo había salvado la vida de Liwei. No les hablé
de las cosas viciosas que Lady Hualing nos hizo hacer; no quería desenterrar esos
dolorosos recuerdos, ni deseaba angustiarlas más.

Sin embargo, el rostro de mi madre se volvió ceniciento al revelar mi


identidad y el trato que había hecho con el emperador.

—¿Cómo has podido hacer algo así? ¿Arriesgarte tanto? —Se puso en pie y
se paseó por la habitación, con las manos tan apretadas que los nudillos estaban
blancos—. ¿Y si te condenaran a prisión? ¿A la tortura? ¿A la muerte?

—Todas esas eran posibilidades muy reales entonces —me reí. Pero mi
alegría se desvaneció al ver su rostro grave—. Madre, yo había ganado el
404

Talismán Carmesí del León. El favor del emperador. No había mejor momento
para pedírselo. Si no lo hubiera hecho, no estaría aquí hoy. Pasaría mis días
lamentando esta oportunidad perdida, deseando haberlo intentado. Y ese sería
un destino peor.

Hice una pausa entonces, buscando en su rostro.

—Tú también te arriesgaste, madre, cuando bebiste el elixir —Se quedó tan
quieta, tan callada, que casi lamenté las palabras—. Me salvaste entonces, y te
lo agradezco.
Una leve sonrisa se formó en los labios de mi madre, aunque las lágrimas
resbalaban por sus mejillas.

—Ah, basta con esta tristeza —dijo Ping'er, limpiándose los ojos con una
esquina de la manga—. Este es un día feliz. El más feliz. No lloraremos más.

—Y como pueden ver, estoy bien —les aseguré, poniéndome de pie y


estirando los brazos. Sus ojos se detuvieron en mí hasta que se cercioraron de
que no sufría ninguna lesión aparente. Aunque no dije nada de la red de cicatrices
blancas que se extendía por mi pecho. Mis heridas, aún tiernas, del fuego del
cielo del emperador. No creía que fueran a desaparecer nunca; estaba marcada
para siempre. Pero, ¿qué importaba eso? Unas cuantas cicatrices no eran nada
frente a lo que había recuperado.

Cuando mi madre se enteró de que el honorable Capitán Wenzhi era del


Reino de los Demonios, retrocedió horrorizada.

—Xingyin, ¿cómo te sentiste? —me preguntó con penetrante perspicacia.

Sacudí la cabeza, sin saber qué decir; su engaño aún me resultaba difícil de
soportar. Ahora que estaba a salvo, el peso de la traición de Wenzhi se había
hundido por completo. Un dolor diferente al de cuando Liwei y yo nos habíamos
separado, aunque no hubiera sufrido ninguno de los dos de buena gana. Con
Liwei, fueron las circunstancias las que nos separaron. Él era el Príncipe Heredero
Celestial con obligaciones para con su reino. Mientras que con Wenzhi… fue su
duplicidad y sus decisiones las que me hirieron tanto. Mi dolor estaba mezclado
con el remordimiento de haber sido tan descuidada, tan imprudente como para
caer en sus mentiras. Y también había amargura, porque él había hecho
tambalear mi confianza en mí misma. Por haberme hundido en las profundidades
de su propio engaño, cuando fingí mi afecto para drogarlo y escapar. No me
avergonzaba de lo que había hecho, pero tampoco me enorgullecía de ello.

Afortunadamente, Ping'er tenía preguntas más urgentes que hacer.

—¿Qué pasó con las perlas? ¿Los dragones?


405

Busqué a tientas las palabras para hacer justicia a su belleza sobrenatural, su


poder y su gracia. Cuando hablé de restaurar la esencia de los dragones, la mano
de mi madre cubrió la mía. No hubo recriminaciones por haber puesto en peligro
mi libertad y la de ella, sólo el orgullo que brillaba en su rostro.

—Los dragones son libres —susurró Ping'er—. Los había creído perdidos
para siempre.
Seguí con mi historia, respondiendo a sus preguntas tan bien como pude,
sólo retractándome cuando me dolía demasiado, cuando era incapaz de ocultar
mis sentimientos. Cuando terminé, el sol estaba alto y el cielo era azul.

Fue entonces cuando desaté mi bolsa y metí la mano en ella. Mis dedos se
cerraron alrededor del sello que el Emperador Celestial me había dado, tan frío
como un puñado de nieve.

Mi corazón latía tan rápido que apenas podía respirar mientras me deslizaba
de la silla y me arrodillaba ante mi madre.

—Xingyin, ¿por qué te arrodillas? —Sonaba confusa mientras se inclinaba


hacia delante, con las manos extendidas para levantarme.

Pero yo levanté las manos hacia ella. Entre mis palmas estaba el sello, que
brillaba como el hielo iluminado por el sol. Estaba temblando tan fuerte que ni
siquiera sabía por qué: ¿era de miedo, de emoción, de esperanza o de todo ello?
¿Funcionaría? Rezaba para que así fuera.

Me quitó el sello de la mano y lo levantó.

—¿Qué es esto?

Antes de que pudiera responder, algo chispeó en el metal: rayos de luz blanca
y plateada que salían de sus entrañas y envolvían a mi madre en un resplandor
deslumbrante. Ping'er y yo nos protegimos los ojos, casi cegados por el
resplandor, que se desvaneció bruscamente, y el sello se oscureció hasta
convertirse en un trozo de carbón apagado.

Mi madre se quedó tan quieta como el mármol. Cuando se volvió hacia mí,
sus ojos rebosaban de asombro, brillando más que los mil faroles encendidos.

—El encantamiento ha desaparecido. Soy libre.

Mientras Ping'er se ponía en pie, exclamando de alegría, mi cuerpo se


406

debilitó de alivio. Hasta ese momento había temido un truco cruel del emperador.
Pero había cumplido su palabra. Me invadió un torrente de emociones que
desenredó los nudos enterrados en lo más profundo, disipó las sombras que me
acechaban y alejó mi dolor.

Por fin, nuestras vidas podían empezar de nuevo.


En mi infancia, nuestro aislamiento no era una gran carga. No tenía amigos
ni compañeros, y apenas los necesitaba; mi madre y Ping'er me habían bastado.
Pero ahora, después de unas semanas inmersa en tal tranquilidad, me encontré
añorando a mis amigos en el Reino Celestial y más allá.

Mi deseo se cumplió antes de lo que imaginaba. Antes de que saliera el sol


al día siguiente, Ping'er avisó que Liwei había llegado. Mis ojos estaban pesados
por el sueño, pero un pulso me recorrió al pensar en verlo. Salté de la cama y
me lavé la cara rápidamente, antes de ponerme una bata azul, su color favorito,
observó mi mente traicionera antes de silenciarla. Arrastrando un peine por mi
pelo, me enrosqué parte de él. Mis pasos eran rápidos e impacientes, y me dije
que era porque me alegraba ver a un amigo, cualquier amigo, después de esta
soledad. Cuando entré en el Salón de la Armonía de Plata, encontré a mi madre
sentada con él mientras conversaban con fácil familiaridad. Ping'er estaba junto
a ellos, sirviendo el té. Como normalmente nos servimos nosotras mismas,
sospeché que su asistencia hoy era para ver de cerca al Príncipe de la Corona
Celestial.

Mi aliento se quedó en la garganta al verlo. Su túnica de brocado azul oscuro


se abrochaba con un trozo de tela negra, y de su cintura colgaban borlas de seda
y jade. Su larga cabellera estaba recogida en un aro de oro, que se balanceaba
en su espalda. Estaba sentado con las palmas de las manos apoyadas en las
rodillas, con una soltura en su porte que hacía tiempo que no veía. Cuando se
levantó para saludarme, su sonrisa era más radiante que el sol.

—Tú... estás aquí —tartamudeé, sin ningún pensamiento coherente.


407

—Sin invitación, espero no importunar—Me tendió la mano.

Aquella intimidad me tomó desprevenida, al igual que la calidez


desenfrenada de su mirada.

—No, eso nunca —logré finalmente.

En el momento preciso, mi madre y Ping'er declararon que las necesitaban


en otro lugar. Al dejarme a solas con él, mi madre dio a entender que aprobaba
de todo corazón a Liwei, a pesar de sus anteriores reservas. Tenía un don de
gentes, una sinceridad que atraía a los demás incluso antes de saber quién era.
Como cuando nos conocimos.

—¿Has estado bien? —me preguntó.

—Mejor de lo que esperaba —respondí con sinceridad. Un sueño reparador


sin pesadillas. Una existencia despreocupada y sin responsabilidades. Nadie que
encendiera mi corazón o lo ahogara con la desesperación. Tales lujos podían
hacer maravillas en la constitución de uno. Desde mi regreso, mi fuerza vital
también se había fortalecido. La luna poseía una poderosa energía
rejuvenecedora que antes desconocía, quizá porque mi magia había sido
suprimida. Tardaría un tiempo en recuperar mis fuerzas, pero podría ser antes de
lo que había previsto.

Aunque mi cuerpo se estaba curando, mi espíritu estaba inquieto. Sólo había


un número determinado de veces que podía caminar por el bosque de osmanthus.
Sólo había un número determinado de horas que podía pasar leyendo y
escuchando música.

—¿Has estado bien? —Me hice eco de su pregunta. El temor se apoderó de


mí al recordar su desafío a su padre. Y la vergüenza también me marcó, por
haberle dejado solo para que soportara la ira de sus padres. Todo lo que me
consumía después de aquel desgarrador enfrentamiento había sido un
desesperado afán por volver a casa, por abandonar el Reino Celestial, temiendo
a medias que el emperador cambiara de opinión y exigiera la devolución de su
sello.

Liwei me sujetó con fuerza y sus ojos oscuros me clavaron en el lugar donde
me encontraba.

—Nada por lo que no haya pasado antes.

Me mordí el labio, queriendo preguntar más. Sin embargo, la intensidad de


su mirada, su cercanía, me hizo reflexionar. ¿Había algo diferente en él hoy? Era
casi como si hubiera vuelto a ser el Liwei de antes, antes de... Descarté la idea.
408

Estaba aquí, y me alegraba de ello. Y tenía que pedirle un favor hoy, que nos
llevara a mi madre y a mí al Reino Mortal. Que nos llevara con mi padre.

Egoístamente, había esperado para contarle a mi madre la noticia. Para


dejarnos disfrutar de unos días de felicidad sin adulterar, disfrutando de nuestro
reencuentro y de su recién recuperada libertad. Pero sabía que ella ansiaba volar
al Reino Mortal para buscar a mi padre a la primera oportunidad. Una noche,
cuando ya no podía demorarme más, tomé su mano entre las mías.
—Madre, tengo algo que decirte —Palabras inoportunas llenas de
presentimiento. ¿O fue el temblor de mi voz lo que convirtió su rostro en ceniza?

Su mano fría se deslizó de mi mano.

—No quiero oírlo.

Su súplica infantil me había atravesado. Me pregunté si debía dejar que las


cosas siguieran como hasta entonces. ¿Mitad en esperanza, mitad en negación?
Algo dentro de mí se rebeló.

Mejor cortar el cordón de forma limpia, que dejar que se deshaga hacia el
inevitable final.

—Lo siento. El Dragón Negro me dijo... Padre está muerto —Mi voz se
quebró al pronunciar las palabras mientras mi garganta se cerraba con fuerza.

Ella se había derrumbado entonces, con el cuerpo agitado mientras se


doblaba. La sujeté con fuerza, intentando no inmutarme por sus gritos ahogados.
Mis palabras le habían quitado toda la esperanza como un cuchillo que corta una
planta enferma que aún se aferra a la vida. Yo había perdido a un padre que
nunca conocí, pero mi madre perdió a un marido al que aún amaba.

Juntas, ahora, las tres volamos al Reino Mortal. El rostro de mi madre estaba
blanco mientras se tiraba de las mangas con nerviosismo. Hacía demasiado
tiempo que no salía de la luna. Afortunadamente, la nube de Liwei se deslizó
por el aire con la misma suavidad que un pájaro.

El Dragón Negro había descrito bien el lugar. Donde los dos ríos se unían,
se encontraba la pequeña colina cubierta de flores blancas. En el punto más alto
se alzaba una gran tumba circular hecha de mármol. Unos caracteres con
incrustaciones de oro deletreaban el nombre: 409

后羿

HOUYI

Alrededor había pinturas de los logros de mi padre; las batallas que había
ganado, los enemigos que había vencido. Era una tumba magnífica, digna incluso
de un rey de este mundo. Sin embargo, me apenaba que no se mencionara a su
familia ni a sus descendientes. ¿Había vivido solo hasta el final?

Mi madre se aferró a mi brazo, con paso vacilante. Se quedó mirando la


tumba, con el rostro afectado por el dolor.

—Podemos irnos, si quieres —le susurré a través del dolor de mi pecho.

—No —gritó con fiereza. Se levantó las mangas largas, agarró la escoba y
comenzó a barrer con una explosión de energía. Por un momento, me pregunté
qué pensarían los mortales si vieran a la venerada Diosa de la Luna que barría
tan laboriosamente como cualquier aldeano común. En un instante me di cuenta
de que ellos, más que nadie, entenderían el respeto que ella quería rendir a su
marido. Demostrarle que incluso en la muerte, ella lo honraba todavía. Me
agaché y utilicé mi pañuelo para limpiar el polvo y la suciedad del mármol,
puliendo los caracteres hasta que volvieron a brillar. Liwei se apartó al principio,
antes de agacharse para quitar la maleza.

Cuando el lugar quedó inmaculado, mi madre sacó las ofrendas de fruta y


pasteles que ella misma había preparado, amontonados en platos de porcelana.
Encendí las varillas de incienso y le pasé tres, cuyas puntas estaban carmesí con
la llama apagada. Con ellas delante, nos arrodillamos ante la tumba y nos
inclinamos tres veces. Una esposa y una hija, llorando nuestra mayor pérdida.
Tras la última reverencia, introduje las varillas de incienso en el pequeño
incensario de latón. Unas finas estelas de humo fragante se elevaron hacia el
cielo.

Toqué su mano, despertándola de su aturdimiento.

—Madre, cuando caminas por el bosque de noche, ¿en qué piensas? —Había
deseado preguntar esto tantas veces.

Ella cerró los ojos, con una sonrisa de ensueño en los labios.

—En ti, cuando eras niña. En tu padre. Nuestra vida juntos. Cómo me
410

gustaría que estuviera con nosotras, que no se hubiera quedado atrás —Entonces
agachó la cabeza, y de su boca salieron susurros entrecortados—. A veces me
pregunto... ¿y si los médicos estuvieran equivocados? ¿Y si no hubiera bebido el
elixir? Habríamos vivido todos estos años juntos, en el mundo de abajo. Mi pelo
sería gris ahora, pero habríamos sido felices.

Su agarre se estrechó alrededor mío.

—Mientras ascendía a los cielos, me giré una vez para verle junto a la
ventana, con la mano extendida, con tanta angustia en su rostro. Había vuelto
demasiado tarde. Algunas noches me atormenté preguntándome cómo se sentiría
al verme volar. ¿Comprendería por qué lo hice? ¿Se sintió traicionado? ¿Me
odiaría? Esas noches también me odio a mí misma.

Miró al frente, su garganta trabajando antes de continuar.

—En ese momento, cuando sostuve el elixir, sólo podía pensar en ti y en mí,
y en lo mucho que quería que viviéramos. Cuando lo bebí, elegí la muerte de mi
marido antes que la mía. Elegí una vida sin él. Nos elegí... a nosotras —Su voz
palpitó con una emoción repentina—. Nunca me libraré de mi dolor. Y, sin
embargo, lo haría de nuevo, incluso sabiendo todo lo que vino después. Porque
significa que te tendría a ti.

Las lágrimas cayeron de ella como una lluvia dispersa. Me maldije por mi
pregunta irreflexiva. Por hacerla, a pesar de saber que la afligiría. Pero no
podíamos seguir ocultando y enterrando nuestro dolor, especialmente de
aquellos a los que amábamos. Había aprendido que a través del dolor estaba el
perdón, el crecimiento y la eventual curación de nuestras heridas. Entonces me
di cuenta de que quizá mi madre y yo éramos más parecidas de lo que había
imaginado. Las dos habíamos aprovechado las oportunidades que se nos
presentaron, las dos habíamos elegido vivir.

Lentamente, sus dedos se soltaron de mi mano como si hubiera olvidado mi


presencia. Su mirada se fijó en los caracteres brillantes del nombre de mi padre
en la lápida, sus labios se movieron para pronunciarlos en silencio. Su legado y
sus logros grabados en una piedra inmutable. Grabados para siempre en la
memoria del mundo que había salvado, mientras hubiera libros que leer y
canciones que cantar. Nunca será olvidado. Pero era un consuelo vacío para los
que le querían.

Me levanté y me uní a Liwei en la orilla del río. Permanecimos en silencio,


observando el agua que brillaba a la luz del sol mientras la brisa jugaba con
nuestros cabellos. El aire del mundo de los mortales estaba lleno de una miríada
de olores: flores en flor, hojas en descomposición, el agua terrosa del río vibrando
de vida.
411

Entonces se volvió hacia mí.

—Le pedí a la Princesa Fengmei que me liberara de nuestro compromiso.

Le miré con incredulidad, sin saber qué decir.

—¿Por qué? ¿Cuándo? —pregunté finalmente.

Me dirigió una sonrisa de pesar.


—¿Es necesario preguntar por qué? Después de que te fueras, visité a la
Princesa Fengmei. Le dije la verdad, lo que debería haberle dicho mucho antes.
Ella merecía más de lo que yo le ofrecía: un corazón que nunca sería suyo. Ella
fue muy comprensiva. Y me pidió que te dijera que esperaba que encontráramos
la felicidad juntos. Creo que lo sabía desde el día en que la rescataste.

Recordé su mirada clara cuando se había posado en nuestros Broches Gota


del Cielo, cuando se dio cuenta de que eran un juego emparejado. No quería
herirla... pero no podía negar la alegría que me invadía ahora.

—¿Qué hay de la alianza?

—El Reino del Fénix reafirmó su apoyo al Reino Celestial. Aunque el lazo
no será tan fuerte como uno ligado al matrimonio, seguirán siendo nuestros
amigos y aliados. Tanto la reina como ella siguen agradecidos por nuestra ayuda.

Me tomó la mano y la apretó contra su pecho, donde su corazón latía tan


fuerte como el mío. Sus ojos brillaban con una emoción desenfrenada. Cuando
su otra palma acarició la curva de mi mejilla, me incliné inconscientemente hacia
él, atraída por su recordado calor.

—Mi corazón es tuyo; siempre ha sido tuyo —dijo—. No tienes que


responderme ahora. Sé que necesitas tiempo para estar con tu madre y pensar
bien las cosas. Antes me equivoqué; entonces no luché lo suficiente por nosotros.
Pero no volveré a fallarte —Pronunció las últimas palabras con la solemnidad de
un juramento.

Las emociones que me invadían no dejaban lugar a la palabra. Era como si


el sol hubiera salido de entre las nubes, iluminando el cielo. Las sombras podrían
volver, pero por el momento me deleitaría con su brillo.

Al anochecer, volamos de vuelta a la luna. Antes de marcharse, Liwei me


ayudó a colocar las protecciones. Nuestra casa ya no estaba prohibida para los
inmortales y, aunque recibíamos a los visitantes, debíamos ser precavidos.
Juntos, tejimos nuestra magia en hilos de poder que se extendían por todo el
412

Palacio de la Luz Pura. Cuando hice una pausa, agotada por mis esfuerzos, Liwei
tomó el relevo. Cuando cerró los ojos, su energía estalló en una oleada de luz
que rodeó nuestras salas antes de desvanecerse.

—He añadido otra capa de protección para detectar a los que ocultan su
forma, ya sean Demonios, espíritus o Celestiales. Aunque no puede impedir su
entrada, espero que les dé el suficiente aviso —explicó.

Ante la gravedad de su tono, la sangre se me escurrió de la cara.


—¿Celestial? —repetí, tropezando con la palabra. Creía que habíamos
terminado con la intriga, el peligro y el miedo.

El rostro de Liwei se ensombreció.

—Que yo sepa, no hay ningún complot. Sin embargo, a mis padres les
disgusta que el ejército haya intervenido para prestar su apoyo. Han llegado a
sus oídos rumores de que tu capitulación aquí es vista por muchos como un signo
de debilidad. Algunos comienzan a cuestionar de nuevo la sabiduría de sus
decisiones pasadas: encarcelar a los dragones, exiliar a la Diosa de la Luna.
Permitiendo a los pájaros del sol vagar sin restricciones.

Un escalofrío me invadió.

—Todo lo que quería era volver a casa y liberar a mi madre. Nunca pretendí
nada de esto como un desafío. Sólo quiero vivir aquí, en paz.

—No podemos controlar lo que otros temen. Pero no estarás sola. Estaré
contigo, mientras me lo permitas —Liwei tomó mis manos congeladas,
llevándolas a sus labios y soplando su cálido aliento sobre ellas—. Sólo estoy
siendo cuidadoso. Son rumores y habladurías, nada de lo que preocuparse por
ahora.

Asentí con la cabeza. Los rumores y las habladurías en los oídos equivocados
pueden tener consecuencias nefastas.

Esa noche, después de que Liwei se marchara, di vueltas en la cama antes


de quedarme dormida. Y ni siquiera en el sueño encontré descanso: me perdí en
un sueño vívido en el que estaba en el balcón, mirando el cielo. Las nubes eran
de un color extraño, casi violeta. Cuando una figura alta vino a pararse a mi lado,
su túnica verde se arremolinaba en la brisa.

Me miró fijamente con esos ojos plateados, como si esperara que hablara.

—Gracias por dejarnos ir. Pero eso no borra todo lo que hiciste —dije con
413

rigidez.

—Quise decir lo que dije. Que nunca volvería a forzarte contra tu voluntad
—Había una nota melancólica en su tono, una que nunca había oído antes—.
No me di cuenta de lo que teníamos hasta que lo perdimos. Si pudiéramos volver
a empezar, haría las cosas de otra manera —No le contesté. No sabía qué decir—
. Hay algo que quiero preguntarte.
—Puedes preguntar, pero puede que no te responda —repliqué, sin querer
dejarme arrastrar a una conversación que me traía demasiados recuerdos
inquietantes.

Aunque sonrió, había una hueca en ella.

—¿Quieres complacerme? He echado de menos tu compañía.

—No he echado de menos la tuya —Una verdad a medias, una mentira a


medias. Me recordé que lo que echaba de menos era la ilusión de nuestra
compañía, no la realidad de su engaño.

Sus ojos brillaron.

—En la azotea, antes de que el dragón te llevara, ¿me habrías disparado?

Me lo había preguntado innumerables veces. Y ahora, por fin, sabía la


respuesta.

—No —Su honestidad no merecía menos que la mía.

Con esa sola palabra, dejó escapar un suspiro, la tensión se alivió de sus
hombros.

—¿Podrías cuidar a un Demonio como lo hiciste con el Celestial?

—El Celestial nunca existió. Siempre fue el Demonio —De alguna manera,
mantuve la voz plana, ignorando la punzada en el pecho.

Inclinó la cabeza con gravedad.

—Tal vez. Como sea que me veas, esperaré hasta que lo hagas.

—¿Hacer qué?

—Volver a amarme —Sus dedos rozaron el lado de mi cabeza, acariciando


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ligeramente mi pelo—. O al menos, no odiarme más.

Antes de que pudiera apartarme, con una réplica mordaz en la lengua, había
desaparecido.

Me desperté a la mañana siguiente, con los ojos arenosos y sombríos. Mi


sueño era tan vívido, las emociones que evocaba tan reales, que me perdí en mis
pensamientos durante un largo rato.
Alternaba entre la indignación por el hecho de que se hubiera infiltrado en
mis sueños y el resentimiento por el hecho de que pensar en él aún me
preocupara tanto. Finalmente, me levanté para vestirme. Frente al espejo, me
quedé helada al ver el pasador de plata que llevaba en el pelo tallado con un
dibujo de nubes. Mis dedos agarraron el frío metal, lo arrancaron y lo arrojaron
a un cajón.

Recogí el Arco del Dragón de Jade y me lo colgué del hombro antes de salir
de la habitación. Mi paso por el ejército me había enseñado a ser precavida, a
tener siempre un arma a mano. Al salir, comprobé una vez más las protecciones
que Liwei y yo habíamos tejido. Hilos de oro y plata unidos con fuerza, tan
delicados como una tela de araña, pero más fuertes que el hierro. Con una ráfaga
de desafío, pensé que, si los enemigos acechaban en el horizonte, estaría
preparada para ellos.

Esa noche no soñé con Wenzhi. Estaba intranquila, insegura de cómo me


sentía, aunque intuía que no era lo último que había visto de él.

Mis días se convirtieron en una rutina. Desde que se levantó el castigo de mi


madre, muchos inmortales vinieron a visitarnos. Algunos para presentar sus
respetos, otros para satisfacer su curiosidad, más interesados en el escándalo de
nuestra historia que por una verdadera preocupación. Ansiaba mostrarles la
salida después de la primera taza de té, pero la mirada de mi madre contenía mis
impulsos más groseros. Sin embargo, más allá de estas ligeras irritaciones, era
maravilloso estar en casa. Sentirse segura, libre y amada.

Fiel a su promesa, Shuxiao era una visitante frecuente, que a menudo se


dejaba caer sin avisar. Siempre me alegraba su compañía y escuchar sus noticias
sobre el reino. Minyi también venía, e incluso la Maestra Daoming y el General
Jianyun. Eran mis momentos favoritos: compartir mi casa con los amigos que
había hecho, escuchar sus voces y sus risas en los pasillos.
415

Esa compañía no restaba paz, sino que la realzaba.

Sin embargo, ningún visitante era más frecuente que Liwei. Dábamos largos
paseos por el bosque de osmanthus blancos, serpenteando entre los faroles
brillantes, bajo el cielo estrellado. Cuando yo tocaba el qin o la flauta, él se
sentaba a mi lado, dibujando o pintando. A veces levantaba la vista y encontraba
sus ojos oscuros fijos en mí con tal intensidad que mis dedos vacilaban sobre la
melodía. Pero ya no rehuía de su contacto, ni sentía esa punzada de culpabilidad
cuando mi pulso se aceleraba al verlo. Y mi mente, una vez más, se atrevió a
soñar con nuestro futuro.

Algunas noches, después de que Ping'er se había ido a la cama, me unía a


mi madre cuando estaba en el balcón de nuestra casa. Estábamos juntas, pero
cada una perdida en sus propios recuerdos: los suyos, del reino de abajo, y los
míos, de los cielos de arriba. Ahora comprendía, con sorprendente claridad, por
qué no había querido ser molestada en esos momentos. Y aunque no
hablábamos, encontrábamos una especie de consuelo en la compañía de la otra,
compartiendo nuestro dolor, un dolor que yo no había comprendido en mi
infancia. A menudo me encontraba sola, sin darme cuenta de que ella se había
ido, tan metida en mis propios pensamientos, tratando de responder a las
preguntas que se agolpaban en mi mente.

¿Podríamos Liwei y yo olvidar de verdad todo lo que había ocurrido para


separarnos?

¿Podrían rehacerse los lazos que se habían cortado? En la tranquilidad de mi


hogar, esperaba tener tiempo para desenredar estos nudos enmarañados de mi
vida. Sin embargo, aunque fuéramos inmortales, no podía recorrer este camino
para siempre, rehuyendo del amor, recelando de tomar la decisión equivocada,
temiendo ser herida. No me había creído voluble, pero la verdad era que ya no
conocía mi propio corazón.

Siempre había pensado que la vida era un camino que se retorcía con los
caprichos del destino. La suerte y la oportunidad, regalos que escapan a nuestro
control. Mientras miraba la noche interminable, me di cuenta entonces de que
nuestros caminos se forjaban a partir de las decisiones que tomábamos. De
alcanzar una oportunidad o dejarla pasar. Dejarse arrastrar por el cambio o
mantenerse firme. En apariencia, mi vida había cerrado el círculo. Ya no tenía
que esconderme en las sombras, enterrando mi pasado y temiendo por mi futuro.
Nunca más ocultaría quién era, ni los nombres de mi padre y mi madre. Se había
corrido la voz por los ocho reinos del Reino de los Inmortales de que yo era la
hija de la Diosa de la Luna y del mortal que había matado a los soles.
416

En la oscuridad, las mil linternas parpadeaban. El cielo estaba claro.

Las estrellas eran infinitas. La luz de la luna era plena y brillante. En una
noche como ésta, mi corazón estaba contento, esperando la promesa del mañana.
Daughter of the Moon Goddess comenzó como un sueño salvaje que no
habría sido posible sin el amor y el apoyo de mi familia y amigos, y de aquellos
que creyeron en el libro y en mí. Me siento realmente bendecida por poder
incluirlos aquí.
A David Pomerico, mi brillante editor en Harper Voyager US: siempre
recordaré nuestra primera llamada, que cambió el curso de mi vida, y entonces
supe que mi libro había encontrado su hogar. Es un honor trabajar contigo, y has
sido un increíble defensor de Daughter of the Moon Goddess. Tu visión del libro
y tus agudas notas (se agradece el humor) me impulsaron a ser mejor escritora,
y la historia es mucho más fuerte gracias a ti.
A Vicky Leech, mi increíble editora en Harper Voyager UK: ¡estoy muy
contenta de trabajar contigo! Gracias por ser una maravillosa defensora, y por
tus inspiradoras ideas que nos llevaron por caminos que nunca imaginé que
pisaríamos, lo cual agradezco que hayamos hecho.
Eterna gratitud a mi increíble agente, Naomi Davis, por creer en una escritora
desconocida que vivía al otro lado del mundo con poca experiencia en la
escritura, y por trabajar conmigo para perfeccionar mi oficio. Eres maravillosa y
feroz, mi guía y compañera en todo momento con tu perspicacia, experiencia y
empatía.
Mi más profundo agradecimiento al increíble equipo de Harper Voyager US,
con el que tengo la suerte de trabajar: DJ DeSmyter, Sophie Normil, Ronnie
Kutys y el equipo de ventas de HarperCollins. Me cuesta encontrar las palabras
para expresar mi agradecimiento, pero sepan que estoy muy agradecida por todo.
Kuri Huang, muchas gracias por ilustrar la exquisita obra maestra de la
portada de Estados Unidos, y a Jeanne Queen por su inspirada dirección. Más
allá de una obra de arte, ¡es la portada de mis sueños! Gracias especialmente a
417

Angela Boutin, Virginia Norey, Rachel Weinick, Jane Herman y Mireya


Chiriboga por su inestimable ayuda. Y a la increíblemente talentosa Natalie
Naudus, gracias por ser la voz de Xingyin, por darle vida.
También estoy muy agradecida al maravilloso equipo de Harper Voyager en
el Reino Unido, Natasha Bardon, Maddy Marshall, Jaime Witcomb, Susanna
Peden, Robyn Watts y Marta Juncosa, su apoyo significa mucho para mí. Gracias
a Ellie Game, la increíble diseñadora de la portada, y a Jason Chuang por crear
la impresionante portada del Reino Unido que no podía dejar de mirar, y que es
totalmente perfecta para la historia.
A todos los demás empleados de Harper Collins en todo el mundo que
apoyaron a Daughter of the Moon Goddess, que ayudaron a que llegara a sus
lectores, a los que no pude incluir aquí por cuestiones de tiempo, que sepan que
aprecio todo lo que han hecho.
Entré en el mundo editorial sin conocer a nadie y me daba mucho miedo que
nadie leyera mi libro. Estoy eternamente agradecida a los brillantes autores que
leyeron una primera versión del manuscrito: Stephanie Garber, Shelley Parker-
Chan, Andrea Stewart, Shannon Chakraborty, Ava Reid, Genevieve Gornichec,
Tasha Suri y Elizabeth Lim. No puedo expresar lo mucho que me han conmovido
sus atentas y generosas palabras, y me siento afortunada de haber leído sus
hermosos libros.
A Anissa de Gomery, me alegro mucho de que hayamos conectado y de tu
amistad. Trabajar contigo es uno de los puntos culminantes de mi viaje de
escritura, y estoy muy agradecida por ti y por tu maravilloso equipo.
A mi querido marido, Toby, mi compañero de vida, mi primer lector, mi
crítico más feroz y mi más valiente apoyo, le estoy eternamente agradecida por
haberme animado a perseguir mis sueños y por haberme aguantado durante la
transición a esta nueva e innegablemente exigente fase de mi vida. Por cuidar de
nuestros hijos cuando estaba en plazo (la mayor parte de 2021), por escuchar
mis miedos cuando todo parecía imposible, por celebrar cada hito. No podría
haber hecho esto sin ustedes.
A Lukas y Philip, por su entusiasmo por lo que empezó siendo una “idea
loca” de su madre, por sus fotos y garabatos entusiastas, por sus preguntas sobre
mi historia, y lo más importante: por dejarme trabajar cuando los auriculares
estaban encendidos. Los quiero a los dos con todo mi corazón.
No estaría donde estoy sin mis padres. Gracias a mi madre, por su amor y
apoyo, por cultivar mi fascinación infantil por los dramas fantásticos chinos, y
por permitirme quedarme en casa a leer en lugar de salir. ¡Esas pocas lecciones
de flauta y guzheng no fueron un desperdicio total! Y a mi padre, por trabajar
tan duro para darnos una vida mejor, por su amor, humor y entusiasmo por todo
lo que hacíamos, y por regalarme los libros que encendieron mi pasión por las
418

historias. Te echo de menos y me gustaría que siguieras con nosotros.


A mi hermana, Ee Lynn, por tu amor y tu ánimo, por estar a mi lado en los
mejores y peores momentos, y por leer mis primeros trabajos. A mi prima Swee
Gaik, por sus inestimables consejos y por animarme cuando expresé por primera
vez mi improbable sueño de convertirme en autora. Muchas gracias a ti y a Dan.
Sonali, siempre te estaré agradecida por haber leído mi terrible primer
borrador y por haberme dado el valor de sumergirme en el desalentador mundo
de las consultas. Tu confianza en mí fue la chispa que encendió esto. A Jacquie,
por su apoyo incondicional y su amabilidad, y por ser mi voz de la razón. No sé
cómo podría haber superado esto sin ti. Estoy muy agradecida por tenerlas a las
dos en mi vida, las mejores amigas que podría haber pedido, mi calma en el
tumulto de la publicación, la maternidad y la vida.
Lamentablemente, no soy lo suficientemente hábil para escribir un poema en
chino. Un agradecimiento especial a Han Lihua por su hermosa interpretación de
la copla de Xingyin en el concurso y por ayudarme a acuñar los nombres
perfectos de los lugares. A Yangsze Choo por sus generosos consejos a una
autora novata. Y a Lisa Deng por su paciencia con mis preguntas aleatorias y
frecuentes, desde la discusión de los nombres hasta los mitos y la cultura.
A mis queridos amigos de Hong Kong, a los que conocí en BA y HKIS. Estoy
muy agradecida con todos ustedes por el ánimo y apoyo, especialmente durante
la locura de mi primer año. Su amistad significa mucho para mí, y han tocado
mi vida de muchas maneras.
A la profesora más inspiradora que he tenido, Puan Vasantha Menon, gracias
por inculcarme el amor por la literatura.
Es un privilegio formar parte del increíblemente talentoso #22Debuts, y tener
unos hermanos agentes tan maravillosos que me ayudaron a mantener la cordura.
También a Kristen (@myfriendsarefiction), Mike Lasagna, Daniel Bassett, Kelecto
(@panediting), Ellie (@faerieontheshelf), CW, Kristin Dwyer, Lauren
(@fictiontea) - todos ustedes son increíbles, y estoy agradecida por su apoyo
temprano.
Por último, pero igual de importante, mi agradecimiento infinito a los
lectores, libreros, bibliotecarios, blogueros, bookstagramers y a la comunidad de
los libros por su apoyo a Daughter of the Moon Goddess. Y si estás leyendo
esto, te agradezco mucho que le hayas dado una oportunidad a este libro, que
me hayas permitido compartir mi historia contigo. Me ha encantado escribirla
con todo mi corazón, y espero que tú también encuentres algo que te guste en
ella. 419
SUE LYNN TAN escribe novelas de fantasía inspiradas en los mitos y
leyendas de los que se enamoró cuando era niña. Nacida en Malasia, estudió en
Londres y Francia, antes de establecerse en Hong Kong con su familia.
Su amor por las historias comenzó con un regalo de su padre, su primera
recopilación de cuentos de todo el mundo. Después de devorar todas las fábulas
que encontraba en la biblioteca, descubrió los libros de fantasía y pasó muchos
años de su adolescencia perdida en mundos mágicos.
Cuando no está escribiendo o leyendo, le gusta explorar las colinas y los
lagos que rodean su casa, los templos, las playas y las estrechas y sinuosas calles.
También agradece estar al alcance del bubble tea y la comida picante que, por
desgracia, no puede cocinar.
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