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Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, sala I

Fecha: 25/08/1994
Partes: Oholeguy de Devicenzi, G. E. y otros c. Huber, Ronaldo R. y otro.
Publicado en: LA LEY 1995-A, 436 - DJ 1995-1, 531

SUMARIOS:
1. - El consultor técnico constituye una figura sustancialmente análoga a la del abogado. Por ello, las
razones que pueda exponer deben ser evaluadas como si proviniesen de la parte misma.
2. - Los jueces no están obligados a seguir puntualmente las conclusiones del consultor de una de las
partes como si se tratara de un perito, pues la tarea de aquél consiste en el aporte de datos y
reflexiones técnicas que sirvan de base para el control de la eficacia probatoria del peritaje, ya sea
para corroborar sus conclusiones o bien para demostrar su error. De este modo, las partes cuentan
con un auxiliar eficaz para ejercer su derecho de defensa en un ámbito técnico que les es desconocido.
3. - El llamado valor vida se traduce en el detrimento sufrido por quien era destinatario, en todo o en
parte, de los bienes económicos que el extinto producía.

TEXTO COMPLETO:
2ª Instancia. -- Buenos Aires, agosto 25 de 1994.

El doctor Pérez Delgado dijo:

1. El día 21 de febrero de 1987 se produjo una colisión entre las lanchas Mery in y Maruca,
timoneadas respectivamente por Néstor R. Devicenzi y Ronaldo R. Huber, en el Canal Honda, en las
proximidades del Río Paraná de las Palmas.

A raíz de la colisión, el primero de los nombrados sufrió graves heridas que lo mantuvieron con una
incapacidad absoluta durante casi dieciocho meses, hasta que falleció el 14 de agosto de 1988.

Su viuda y sus hijas menores y el condómino de la lancha Mery in, Mazzaferri, promueven demanda
por indemnización de los daños cuya causación atribuyen Huber, haciendo extensiva la demanda
contra el propietario de la Maruca, Pedro Wolf Korger.

Estos, a su vez, solicitan la citación en garantía de la aseguradora Caledonia.

La sentencia de fs. 835/746 entiende que el choque de las embarcaciones se produjo por la culpa
concurrente de ambos timoneles, la que debe ser distribuida por mitades. En concepto de
resarcimiento por la muerte de Devicenzi (comprensiva del daño patrimonial, daño moral y gastos),
reconoce un crédito en favor de la viuda y sus hijas de $ 36.000 y por la pérdida de la lancha, la suma
de $ 1000 en favor de todos los actores.

Por otro lado, al margen de lo resuelto a fs. 176/178 del incidente de limitación de responsabilidad, el
juez resolvió que se debía rechazar la limitación opuesta por los demandados en virtud de existir culpa
concurrente.

Asimismo, circunscribió la obligación de la aseguradora Caledonia a los daños en la embarcación Mery


in, habida cuenta de los términos de la póliza.

Las costas del juicio fueron impuestas por su orden tanto en la relación actoresdemandados, como con
respecto a la citación de la aseguradora.

2. Contra ese pronunciamiento apelaron todas las partes, las que plantearon al tribunal las siguientes
cuestiones:
a) los actores piden que se declare como único responsable del accidente al demandado;

b) dentro de esta temática, la aseguradora Caledonia considera que por ser dudosa la causa del
abordaje, cada parte debe soportar los daños que ha sufrido. Subsidiariamente, sostiene que cabe
atribuir mayor culpa al timonel de la Mery in;

c) los actores cuestionan --por bajos-- los montos reconocidos para resarcir las consecuencias de la
muerte de Devicenzi;

d) la aseguradora Caledonia solicita se precisen los alcances de la condena en su contra en virtud de


la franquicia contratada;

e) los actores reclaman que se condene a pagar intereses a partir del día del hecho;

f) los demandados piden que la condena se ajuste al límite de responsabilidad que regula el art. 175
de la ley de la navegación;

g) con relación a las costas del juicio, los actores piden que sean aplicadas íntegramente a los
demandados y la aseguradora sostiene asimismo que deben ser aplicadas a éstos en lo relativo a la
citación.

De cada uno de estas cuestiones me ocuparé por separado.

3. La pretensión de máxima que postulan los actores, es decir, que se declare a los demandados
responsables exclusivos de la colisión (ver fs. 867, última parte del punto 1), es claramente
inatendible.

Los tres peritos que intervinieron conjuntamente en la causa penal coincidieron en que existía culpa
concurrente de los protagonistas del abordaje (ver fs. 168/178, proceso que en fotocopia obra
agregado por cuerda). Esta valoración es válida inclusive con respecto al perito de los actores señor
Faure a tenor de lo que explica a fs. 174 vta./175 de la causa penal, aunque luego rectifica su opinión
al actuar como consultor en este proceso contencioso. A la misma apreciación se llegó en el peritaje
naval incorporado al proceso civil, constituyendo un elemento de juicio corroborante el resultado a que
se llega en el sumario de la Prefectura Naval (ver fs. 148/149, expediente administrativo también
agregado).

Más adelante abundaré en las razones que me persuaden de que ésa es la solución correcta, pero,
antes de ello, señalaré dos aspectos que me parecen fundamentales en este tipo de conflictos.

El primero, es que por el carácter técnico de la cuestión que viene a conocimiento del tribunal, la
opinión de los expertos navales tiene una eficacia en principio no despreciable. La misma ley de la
navegación trae preceptos específicos en materia de abordaje y señala que "los juicios por daños y
perjuicios derivados de abordaje se consideran de naturaleza especial, y el juez debe ser asesorado en
los aspectos técnicos por peritos propuestos por las partes o, en su defecto, designados de oficio,
siempre que la índole de las cuestiones planteadas lo exija" (art. 549). A tal punto que se reconoce a
los peritos el derecho de "asistir a los actos probatorios del procedimiento" con "facultades para
practicar todas las investigaciones que consideran necesarias a fin de informar al juzgado sobre la
culpabilidad o culpabilidades pertinentes y sobre el monto de los daños" (art. 550).

El segundo aspecto que me importa puntualizar es que la eficacia probatoria de dicha prueba pericial
se debe circunscribir al dictamen pericial en sentido estricto, pues, como ya tuvimos oportunidad de
decidirlo en otras ocasiones, "el consultor técnico constituye, bien que referido al aspecto concreto de
su actuación, una figura sustancialmente análoga a la del abogado y, por consiguiente, las razones
que pueda exponer tienen efecto como si proviniesen de la parte misma (conf. F. Carnelutti,
"Instituciones del proceso civil", traduc. española, núms. 109 y 111, Buenos Aires, 1973)": esta sala,
causas 3244/93 y 4081/94, de 28/12/93 y de 16/6/94, respectivamente, sus citas y otros.

Por ello, los jueces no nos hallamos sujetos a la obligación de seguir puntualmente las conclusiones
del consultor de una de las partes como si se tratara de un perito; la tarea de aquél consiste
sustancialmente en el aporte de datos y reflexiones técnicas que sirvan de base para el control de la
eficacia probatoria del peritaje; ya sea para corroborar sus conclusiones o bien para demostrar su
error. Y, de ese modo, las partes cuentan con un auxiliar eficaz para ejercer su derecho de defensa en
un ámbito técnico que les es desconocido. Así lo hemos señalado también en las causas 1884, de
12/6/92 y 1220/93, de 11/6/93.

Y bien, retomando el hilo de este conflicto, debo reiterar que la opinión coincidente de los peritos --
tanto en la causa penal como en la civil--, es un elemento de juicio de primer orden a los efectos de
aceptar la concurrencia de culpas.

4. En virtud del planteo de los demandantes, queda también por resolver si la distribución por mitades
que acepta la sentencia es o no correcta.

Desde este punto de vista, me importa rescatar el peritaje naval efectuado en sede penal, porque allí
actuó en calidad de perito no sólo el designado de oficio, sino también los propuestos por las partes
querellante e imputada. Y también me resulta de interés ese peritaje porque existen allí coincidencias
sobre varios aspectos trascendentes, aunque luego los tres peritos no hayan estado de acuerdo con la
mayor o menor culpa de cada uno de los protagonistas.

Veamos. Sobre la base de las declaraciones testificales obrantes en esa causa penal (en particular, la
del patrón del arenero Cuimbae, Aldo C. Hidalgo, a fs. 65/66) y aun advirtiendo la relatividad y
precariedad de la información a los efectos de obtener las necesarias precisiones, los tres peritos
aceptaron, como hipótesis posible, que mientras la Mery in permaneció en todo momento dentro de la
zona comprendida entre la margen izquierda y el eje central del canal, la Maruca, al sobrepasar por su
babor a la arenera Cuimbae, que navegaba en su mismo sentido, se ubicó también en la zona
comprendida entre el eje del canal y la margen izquierda. De ese modo, los tres peritos prepararon un
esquicio de maniobra (apunte de dibujo), que es el que obra a fs. 178, el que resulta ilustrativo acerca
del lugar aproximado en que ocurrió la colisión. Y también coincidieron en que el accidente tuvo lugar
por la falta de adecuada vigilancia y atención de los dos timoneles (fs. 171vta., punto 11), hecho que
destacan asimismo los otros dos testigos que se hallaban en el lugar: el señor Torre, quien
acompañaba a la víctima y la señorita Ilvek, quien acompañaba a Huber.

También señaló el perito tercero en la causa penal que "teniendo en cuenta que la Maruca
desarrollaba una velocidad considerablemente superior a la de la Mery in, era necesario que su
timonel prestara una mayor atención a la maniobra de su embarcación, que la atención necesaria para
maniobrar la embarcación colisionada". Y atendiendo además al hecho de que el abordaje ocurrió
"dentro del espacio reglamentario correspondiente a la Mery in... corresponde otorgar una mayor
responsabilidad por el abordaje de ambas embarcaciones al timonel de la embarcación Maruca" (fs.
172 y vta., punto 12).

En el peritaje producido en este proceso civil también se destaca --como ya lo he dicho-- que los
timoneles de ambas embarcaciones fueron responsables de la colisión, agregándose que "la única
explicación lógica es que ambos estaban desatentos sin vigilar sus proas. Cualquiera de los timoneles
que hubieran advertido la presencia de la otra embarcación con un margen pequeño de tiempo, podría
haber maniobrado para evitar el accidente" (fs. 350vta., pregunta a).

Y en punto a la graduación de las culpas, el mismo perito las atribuye en mayor medida a Huber, para
lo cual tiene en consideración razones análogas a las que expuso el perito Gandon en la causal penal
(ver fs. 608vta./609).

Considero que estas conclusiones de ambos peritajes son atinadas y se ajustan a los elementos de
juicio con los que contaron ambos informes técnicos.

En este orden de ideas, si bien admito la dificultad para establecer con precisión cuál fue la derrota
seguida por las dos embarcaciones, así como el casi nulo valor probatorio de las declaraciones de los
acompañantes de ambos timoneles (porque no estaban atentos a la navegación y carecían de
experiencia, a cuyo efecto me remito a las declaraciones citadas y a las que obran a fs. 108 del
sumario de prefectura y a fs. 276vta./278 y 279/280 de estos autos), la primera declaración del
patrón Hidalgo, de la arenera Cuimbae --que también he citado--, permiten adoptar una hipótesis de
trabajo suficientemente eficaz como para admitir, siquiera aproximadamente, que la colisión se
efectuó casi en el centro del canal, pero hacia el margen izquierdo, que constituía el espacio de
navegación propio de la Mery in. El señor Hidalgo corrobora esta visión de los hechos al declarar --
como testigo común-- en este proceso de conocimiento (ver fs. 310 vta., 1ª y 3ª ampliación).

Ahora bien, esa mayor responsabilidad de la parte demandada, no puede tener la proporción que le
asigna el peritaje naval producido en autos (90 %; ver fs. 608 vta./609), ya que también concurrió en
buena medida la culpa de la víctima que el mismo peritaje naval señala y que se caracteriza por su
compartida desatención, por no hallarse habilitado como timonel por la autoridad naval y por haber
navegado próximo al centro del canal, lo que importó un mayor riesgo (ver fs. 698vta., punto 8).

Por supuesto que estas circunstancias tienen una influencia menor que la atribuida al timonel de la
Maruca por la mayor velocidad que llevaba (que, en los hechos se convirtió en imprudente por no
ajustarse a la moderación que las normas reglamentarias exigen: ver informe de la Prefectura Naval,
a fs. 335) y por invadir el espacio de navegación de la Mery in, pero no dejan de gravitar a los efectos
de graduar las respectivas culpas.

Respecto de la desatención, existe coincidencia de los peritajes y de los testigos y, por lo tanto, no me
detendré sobre el particular. Con relación a los otros dos aspectos, creo menester, en cambio, realizar
unas breves reflexiones.

La falta de habilitación por parte de la Prefectura Naval Argentina me parece un elemento que no
puede resultar indiferente. Es cierto que esto tiene una influencia particular en lo relativo a la
responsabilidad administrativa y también lo es que en algunas hipótesis puede carecer en absoluto de
significación para determinar la responsabilidad. Pero en el caso que aquí nos ocupa, medió una falta
de atención y se generó una situación de riesgo al navegar el Mery in próximo al centro del canal (de
esto me ocuparé enseguida). Y como en el caso no se han aportado elementos de juicio que permitan
concluir que Devicenzi fuera una persona experimentada en el arte de navegar, la habilitación
administrativa no constituía una pura formalidad (como la que señala la actora con el ejemplo que
pone a fs. 891, que toma de su consultor técnico, ver fs. 591 vta.); por el contrario, significó un
mayor aporte de imprudencia salir a navegar en tales condiciones.

En lo relativo a la derrota del Mery in, su proximidad al centro del canal fue otro factor contribuyente
para provocar la colisión. Así lo señala el perito de autos (fs. 608 vta., punto 23), con criterio que
comparto, porque su calado le permitía navegar más acerca de la costa. Y si no ocurrió así, no me
parece dudoso que la atención que requería era mayor que la que fue empleada.

Sobre la base de estas consideraciones, entiendo que se debe atribuir un 60 % de responsabilidad a


los demandados y un 40 % a los actores.

De este modo quedan respondidos los agravios de la parte demandante y también los de la
aseguradora Caledonia, sin perjuicio de señalar, con relación a ésta, que las breves argumentaciones
que se esbozan a fs. 885 vta. no cumplen, ni en mínima medida, con las exigencias de adecuada
fundamentación que requiere el art. 265 del Cód. Procesal.

4. La otra crítica que la aseguradora sostiene como principal, tampoco es atendible.

En efecto, éste es un caso de culpas ciertas y concurrentes. No es un supuesto en que hubiere duda
sobre las causas del abordaje, ni siquiera dentro del esquema de distribución de responsabilidad que
admite la sentencia de primera instancia. Por lo tanto, la apelante confunde la hipótesis de una causa
dudosa con otra de causa conocida --la imprudencia concurrente de los timoneles-- en la que sólo se
trata de deslindar y medir las respectivas culpas.

Es claro, por lo tanto, que no es éste el supuesto que prevé el art. 358 de la ley 20.094, siendo
correcta, en cambio, la aplicación que ha hecho el juez del art. 360.

5. Cabe tratar ahora lo relativo a la cuantía de los daños, a cuyo efecto separaré los distintos ítems
sobre los que existen agravios.

A. Daño patrimonial.

Desde este punto de vista, conviene empezar recordando que esta sala ha dicho, repetidamente, que
"la vida humana no tiene valor económico en sí misma" (causas 4404, de 25/2/77; 0030, de 12/2/80;
3111, de 28/12/84; 0039, de 31/3/89; sala 2, causa 5748, de 23/3/79; A. Orgaz, "El daño
resarcible", núm. 26, p. 75 y sigtes., Buenos Aires, 3a. ed., 1967; ít. "La vida humana con valor
económico", en ED, 56-849). "El impropiamente llamado valor vida viene a resultar, por lo tanto, el
detrimento sufrido por quien era destinatario, en todo o en parte, de los bienes económicos que el
extinto producía" (esta sala, causas 306, de 24/3/81 y 5464, de 30/9/88; 2365, de 21/4/92, entre
otras).

Al margen de ello, el caso de autos cae dentro de la normativa del art. 1084 del Cód. Civil (CS, Fallos:
300:1254, consid. 3). Por lo tanto, el tribunal debe fijar el monto de la indemnización atendiendo a "lo
que fuere menester para la subsistencia de la viuda e hijos del muerto, quedando a la prudencia de los
jueces, fijar el monto de la indemnización", sin atender a criterios matemáticos, como lo decidió
reiteradamente esta sala y la Corte Suprema en el precedente recién citado.

A estos efectos se debe tener en cuenta que Devicenzi tenía 32 años al momento de su muerte, su
esposa 27 y sus hijas M. y M. S., 8 años y un año y meses, respectivamente (ver partidas que obran
en el juego de copias agregando entre las hojas 44 y 45 del primer cuerpo).

También cabe tener en consideración que la víctima se desempeñaba como capataz general de la
empresa que informa a fs. 231 y que la señora Oholeguy comenzó a trabajar después de que su
marido tuviera el accidente (testigo Maciel, a fs. 276, 4a.).

La hija mayor cursaba estudios en el Instituto Divino Rostro, al que continuó concurriendo después de
la muerte de su padre.

Sobre la base de estos elementos de juicio, considero exigua la suma indemnizatoria y propicio en
consecuencia que se la eleve a $ 70.000.

B. Relativamente al daño moral, debo repetir en este caso que esta sala ha decidido en reiteradas
oportunidades que tiene un carácter predominantemente resarcitorio del padecimiento espiritual
inferido (ver causas 455, de 29/4/83, 2236, de 25/11/83, entre otras), que merece una apreciación
autónoma y que no tiene porqué guardar proporción con el resarcimiento del daño con repercusión
patrimonial, que responde a fines distintos (confr. CS.: Fallos: 308:698 --La Ley, 1987-A, 93-- y
1109; 311:1020; esta sala, causas 7650, de 21/7/78; 7912, de 31/3/79; 9561, de 10/10/80; 3820,
de 4/3/86; 5386, de 26/8/88; 1907, de 24/9/91; 2388, de 31/3/92; sus citas y otras).

Desde esta perspectiva, es imaginable el dolor de las accionantes, a cuyo efecto tengo en cuenta que
aquí cabe resarcir sólo el daño producido a partir de la muerte de Devicenzi, ya que el padecimiento
moral ocurrido durante su penosa postración posterior al accidente, únicamente lo legitimaba a él para
reclamar por su resarcimiento (arts. 1078, parte 1ª y 1099, Cód. Civil).

Por otro lado, valoro también la juventud de la señora Oholeguy al momento de la muerte de su
marido y la corta edad de las niñas que se encontraron huérfanas de apoyo y privadas de la imagen
paterna que es clave para el deseado crecimiento de la persona (confr. esta sala, causa 7973/93, de
10/2/94).

En mérito a estas consideraciones, y habida cuenta de que el daño psicológico es objeto de


resarcimiento por separado (a ello me referiré a continuación), propicio que se eleve la suma
correspondiente al daño moral, a $ 15.000 para cada uno de las actoras.

C. Daño psicológico

Este rubro ha sido objeto de una prueba específica que acredita que las actoras no han resuelto aún la
muerte de Devicenzi, que ello les genera una incapacidad y que requieren por lo tanto de una atención
psicológica. En ello coinciden las psicólogas Ferrari y Noriega --que asistieron a la señora Oholeguy y a
su hija M. y que declaran como testigos de fs. 267 y a fs. 268vta.--, la perito que dictamina a fs.
398/400 (ver además explicaciones de fs. 610/611 y 633/634), y el médico psiquiatra que presenta su
dictamen de fs. 650/652.

Pero como no existe una coincidencia con relación al tratamiento individual y familiar que resulta
necesario, ni en lo relativo a su extensión y frecuencia, es apropiado que el tribunal lo fije
prudencialmente atendiendo a la pauta que ofrece el art. 165, párr. 3° del Cód. Procesal.

En tales condiciones, corresponde reconocer por este rubro un crédito de $ 18.000 en conjunto.

D. Otros gastos.

Bajo este rubro la sentencia ha englobado los gastos de sepelio, de asistencia médica, de enfermería y
de servicio doméstico, lo que merece la crítica de las actoras no porque se hallan juntado en una
misma suma, sino porque ésta es exigua.

Considero que tienen razón, aunque cabe ser prudente en la determinación de este aspecto del
resarcimiento porque la prueba específica se ha omitido, salvo en lo relativo a los gastos de sepelio. Y
si bien el testigo Maciel se refiere a que la señora Oholeguy tenía una empleada para el servicio
doméstico (resp. 5a. a fs. 276), se desconoce cuál fue el gasto concreto que se realizó al respecto.

También está probado que los tratamientos de rehabilitación que se hicieron en favor de la víctima
después del accidente no eran totalmente gratuitos (la deuda que informa ALPI a fs. 223 lo
demuestra), pero se ignora en cambio que pagos se hicieron por ese concepto.

Por lo demás, Devicenzi percibió el sueldo correspondiente durante los dieciocho meses que
permaneció incapacitado (ver informe de fs. 231).

Con todo este cuadro de circunstancias, se puede aceptar de todos modos que las erogaciones que
debió soportar la señora Oholeguy no fueron despreciables, de tal modo que ante la ausencia de
prueba, considero prudente reconocer un crédito de $ 10.000 en favor de la señora Oholeguy.

En mérito a lo expresado a lo largo de todo este capítulo, el daño total asciende a $ 143.000 y,
atendiendo a la distribución de responsabilidad, el crédito se debe fijar en la suma de $ 85.000.

6. Está consentido que el valor de la lancha Mery in es de $ 2000. Por lo tanto, en virtud de la
distribución de la responsabilidad, la deuda de la aseguradora se debe calcular en función de la suma
de $ 1200.

Sobre este punto, Caledonia sólo pide que se establezca cómo se debe liquidar su contribución a dicha
deuda en atención a la franquicia contratada.

La petición es procedente aun cuando esa solicitud se pudo haber hecho por vía de una aclaratoria
(ver art. 278, Cód. Procesal).

Consecuentemente, y en atención a los términos de la póliza, la deuda de Caledonia Argentina


resultará de detraer, de la referida suma de $ 1200, el equivalente en pesos de 240 Bonex Serie
1982.

7. Con relación a los intereses, es procedente el agravio de los actores, por cuanto, a pesar de ser
pedidos, la sentencia ha omitido pronunciarse sobre el tema.

Cabe sin embargo señalar que, por la índole de los daños, los intereses se deben calcular desde el
momento del hecho (21/2/87) sólo con respecto al valor de la lancha Mery in.

Pero relativamente a los demás daños, cabe hacer las siguientes distinciones:

a) por el daño patrimonial y el daño moral, habida cuenta del objeto del resarcimiento, los intereses
se deben calcular desde la muerte de Devicenzi, esto es, a partir del 14 de agosto de 1988;

b) por los gastos de la asistencia psicológica, en tanto se refiere a un gasto no realizado, los intereses
se deberán devengar sólo a partir de la fecha de este pronunciamiento (confr. CS.: Fallos, 311:744;
esta sala, causas 2249, de 15/4/93 y 3820/93, de 21/10/93);

c) y por los demás gastos, teniendo en consideración su carácter heterogéneo y que cubre
erogaciones hechas desde el accidente hasta la muerte de Devicenzi, los intereses corresponden
liquidarlos desde una fecha promedio, que fijo en el 1 de octubre de 1987.

Toda vez que se trata de intereses que se deben calcular sobre sumas que se han establecido a
valores de hoy, cabe liquidarlos, con respecto al valor de la lancha y a los supuestos mencionados en
a) y c), a la tasa del 6 % anual. Y respecto de todos los rubros, se los debe liquidar, a partir de ahora,
a la tasa que percibe el Banco de la Nación Argentina en sus operaciones de descuento a 30 días (esta
sala, causa 2094/92, de 26 de mayo pasado y muchas otras posteriores).

8. Llegamos, creo, al tema más trascendente de este pleito que es, sin duda, la procedencia de la
limitación de responsabilidad, aspecto sobre el cual el juez de primera instancia resolvió que era
aplicable a la hipótesis de abordaje de lanchas deportivas (así lo decidió a fs. 176/178, incidente
respectivo, pronunciamiento que fue apelado y que toca ahora decidir a esta Cámara en virtud de los
agravios vertidos a fs. 181/189 de dicho incidente), pero que, en virtud de haber mediado culpa
concurrente, los demandados no podían invocar ese límite en este caso (tal es lo que expuso en el
consid. 5 --fs. 845-- y es objeto de agravios por parte de ellos).
Voy a tratar este tema en tres etapas y analizaré, sucesivamente: si la limitación de responsabilidad
rige cuando el abordaje tiene por protagonistas lanchas de paseo; si los demandados pueden invocarla
en este caso; y, finalmente, cómo se debe calcular ese límite.

En los dos primeros temas seré breve, porque la definición pasa por el tercer aspecto ya que --
anticipo-- entiendo que la suma que propicio como condena no excederá del referido límite.

Veamos: A. Como principio, corresponde partir de la base de que el tema se debe decidir por
aplicación de la ley de la navegación, ya que ésta es clara al establecer con amplitud qué se entiende
por buque, quedando obviamente incluidas las embarcaciones destinadas a la navegación deportiva
(arg. arts. 2 y 4 de la ley), como lo señala el juez, con cita de L. B. Montiel (ver "Curso de Derecho de
la Navegación", 5a. reimpresión, ps. 156/157, núm. 74, Buenos Aires, 1987), en la resolución de fs.
176/178 del incidente agregado por cuerda.

Sobre esta concepción amplia vinculada con el destino del buque a la navegación, se expresa en la
Exposición de Motivos del Proyecto de ley del doctor Malvagni que "este concepto es fundamental y
rige toda la ley. El concepto de buque no puede ser sino uno solo para el derecho administrativo,
comercial, laboral, penal o procesal, para la navegación mercante, científica o de placer... (ver
publicación oficial, p. 22, núm. 8, in fine). Buenos Aires, 1962.

Al margen de estas opiniones, que se ajustan claramente al texto y espíritu de la ley específica, la
doctrina es coincidente en este sentido y se ha pronunciado en concreto por la aplicación de las
normas sobre el abordaje al choque entre pequeñas embarcaciones (A. C. Cappagli, "Abordaje", en
Revista de Estudios Marítimos, noviembre 1985, núm. 42, p. 33); y lo mismo ha sostenido en materia
de limitación de responsabilidad (D. M. López Saavedra, "La limitación de responsabilidad del armador
en la ley de navegación", LA LEY, 1986-C, ps. 911 y sigtes., nota 49 en p. 920).

B. En el caso de autos la demanda ha sido dirigida contra el propietario del buque y contra quien lo
timoneaba con su autorización expresa (ver escritura de fs. 10, expediente administrativo). Como la
ley se refiere al armador y al capitán al establecer su legitimación para oponer la limitación de
responsabilidad, los actores aducen que en esta situación concreta es inoponible, porque ninguno de
los demandados reunía las condiciones para ser considerados tales a los efectos de la ley.

Entiendo que este planteo también es improcedente, pues como lo señala Malvagni en la Exposición
de Motivos de su Proyecto --al que la ley vigente siguió con total fidelidad-- la figura del armador "se
caracteriza por tener la disponibilidad del buque", disponibilidad que puede tener su origen "tanto en
la propiedad del buque como en alguno de los contratos de utilización legislados en los códigos".

Es por ello, agrega, que "en derecho de la navegación, toda persona que asume la responsabilidad de
hacer navegar un buque es armador, así sea un buque de placer para recreo de quien tiene su
disponibilidad". De allí que "todas las responsabilidades inherentes a la condición de armador, así
como los beneficios que la ley le otorga (tal la limitación de responsabilidad) son aplicables tanto al
armador del buque de placer como al que lucra con su explotación" (op. cit., ps. 47 y 48, núm. 77).

Por otro lado, Huber, a quien el propietario de la Maruca autorizó para conducir la nave (ver escritura
citada), asumió el rol de capitán, claro está, dentro de las modalidades propias de la navegación
deportiva, que tienen algunas diferencias con la navegación mercante.

Es por ello que los demandados constituyeron, a los efectos de la ley de la navegación, el
armadorpropietario y el capitán, conforme con las previsiones que expresamente prevé el art. 170,
que sólo exige la calidad de comerciante del armador cuando realice actos de comercio, lo que
significa, inequivocadamente, que no debe reunir tales calidades --con las exigencias consecuentes--
cuando se trata sólo de un buque destinado a la navegación deportiva.
Por lo tanto, y en virtud de lo dispuesto por los arts. 175 y 181, ambos --propietarios y capitán-- se
encuentran legitimados para invocar la limitación de responsabilidad por cuanto ha existido culpa de
éste, pero no de aquél.

C. Resta establecer, cómo se ha de calcular el límite de responsabilidad.

El art. 175 de la ley de la navegación en su párr. 3°, establece que para la hipótesis de daños
personales, el límite de todas las indemnizaciones se debe calcular "hasta un monto de a$o 13 por
tonelada de arqueo total". La norma habla, en este caso, de pesos argentinos oro. Pero en el artículo
siguiente, bajo el título "Cotización del argentino oro", dice que "la cotización del argentino oro es la
oficial fijada por el órgano competente de la administración nacional, al momento de efectuarse la
liquidación judicial o extrajudicial". Esta norma habla, en cambio, de argentinos oro.

Pues bien, esos conceptos no son sinónimos y la diferencia es bien importante. En efecto, la ley 1130,
que regula la cuestión, dice que el "peso de oro" es 1,6129 gramos de oro, de título de 900 milésimos
de fino" y que el "argentino oro" es equivalente a "5 pesos".

Por otro lado, cabe tener en cuenta que para establecer el valor del oro se debe recurrir a la cotización
de la "onza troy" en los mercados libres, como los de Londres, Zurich y Nueva York, y que la onza de
oro contiene 31,10348074 gramos de oro fino (sala 2, causa 4522, de 28/8/76, con un excelente voto
del doctor Quintana Terán; esta sala, causa 5270, de 14/10/77, entre muchas otras).

Con estos datos y partiendo de la base de que el mínimo que se debe tomar en consideración en
buques menores a 100 toneladas --como es el caso de autos-- en este tonelaje (art. 183, ley de la
navegación), se pueden hacer los siguientes cálculos comparativos tomando al "peso de oro", por un
lado, y al "argentino oro", por otro lado (A esos efectos, y al solo fin de posibilitar esa comparación,
tomaré como cotización de la "onza troy" la cantidad de u$s 380, que es la cifra en la que ha girado su
valor en los últimos años).

Fórmula

De la comparación precedente surge claro que si se entiende que el límite de responsabilidad se debe
calcular en función del "peso oro", la condena en este caso se debería reducir en más de un tercio, en
tanto que si se la liquida en función del "argentino oro", supera holgadamente al monto del
resarcimiento a cargo de los demandados, pues ni los intereses ni las costas se tienen en
consideración a los efectos de dicha limitación (esta sala, causa 1569, de 8/3/91), entre otras).

En consecuencia, ¿cuál es el criterio que se debe seguir?

Mi opinión es que el límite legal se debe calcular en atención a la cotización del argentino oro.

Varias razones concurren para que propicie esta interpretación.

Por empezar, si se toma el contexto de la ley de la navegación, no se puede afirmar que la definición
de este tema sea inequívoca. Algunas normas aluden al "peso argentino oro", en tanto que a la hora
de referirse a la cotización de la moneda se habla del "argentino oro".

Desde otro lado, la expresión "peso argentino oro" es ambigua con relación a la terminología de la ley
1130 que define esta cuestión, pues ésta se refiere al "peso de oro" (art. 1) y al "argentino oro" (art.
3), pero no utiliza aquella expresión.
Como conclusión de este razonamiento, desde el punto de vista semántico es más lógico que se elija
para la cotización al "argentino oro" --al que la ley se refiere de modo expreso en el art. 176-- y no al
"peso oro" o "de oro", denominación que en realidad el art. 175 no emplea.

En otro orden de ideas, no se debe olvidar que estamos en la presencia de una normativa que
constituye una excepción a los principios generales del derecho privado, que en materia de
responsabilidad por los actos ilícitos contempla la reparación integral del daño inferido. Siendo así, y
ante una definición ambigua o equívoca del texto legal, la interpretación debe ser restrictiva y se debe
preferir la solución que contempla una mayor armonía con esos principios generales. Por lo tanto, si
un tipo de moneda conduce a retacear gravemente el justo resarcimiento y otro permite lograr en
mejor medida la reparación del daño injustamente inferido, no parece dudoso que se debe elegir esta
segunda alternativa.

Esto lo considero así, además porque el doctor Malvagni, autor del proyecto de ley de navegación,
aunque propuso un parámetro distinto --ver su art. 235-- se ocupó de señalar su preocupación por el
anterior sistema del Código de Comercio que conducía a soluciones de notoria injusticia. Al respecto
decía: "en esta etapa de la evolución de los sentimientos humanos, y por la excelsa categoría que
dentro de ellos ha adquirido el valor 'hombre' ya en su aspecto físico, ya en el moral o intelectual, no
puede admitirse que, legalmente, y pasando por encima de derechos fundamentales de derecho
común, un armador pueda decir a las víctimas inocentes de una catástrofe provocada por uno de sus
buques, que le reclaman la pertinente indemnización: 'Pueden ustedes cobrarla con el buque culpable
que les abandonó'. El buque está en el fondo del mar..." (op. cit., p. 49, núm. 81).

Por otro lado, y en este mismo sentido, la Corte Suprema ha dicho en forma reiterada que en la
exégesis de las leyes se debe evitar darles un sentido que ponga en pugna sus disposiciones o que
desnaturalice la finalidad que ha inspirado su sanción. Cabe, en cambio, darles un alcance que las
concilie y deje a todas con valor y efecto, computando la intención del legislador y la totalidad de sus
preceptos, de manera que armonicen con el ordenamiento jurídico restante y con los principios y
garantías de la Constitución Nacional (Fallos: 307:840, 1018, 993 --La Ley, 1985-D, 500--, 2153;
313:1913, etc.). Y no cabe prescindir, por lo demás, de las consecuencias que derivan de cada
criterio, pues ellas constituyen uno de los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su
coherencia con el sistema en que está engarzada la norma (Fallos: 307:1018, 2200, entre otros).

Dentro de la señalada armonía del orden jurídico, entre cuyos objetivos se encuentra la de tratar de
manera similar situaciones que entre sí guardan analogía --propósito que halla sustento en la garantía
de la igualdad ante la ley que consagra el art. 16 de la Constitución Nacional--, tampoco se debe
perder de vista que la limitación de responsabilidad en el Código Aeronáutico se rige inequívocamente
con la cotización del argentino oro (confr. arts. 144, 160, entre otros), de tal modo que desde esta
perspectiva se justifica también asignar la misma intención a la solución que se propicia en el derecho
a la navegación.

Y precisamente con relación a este tema, el doctor José D. Ray, que integró la comisión revisora del
Proyecto Malvagni, recuerda que fue intención de los proyectistas, de acuerdo con la Secretaría de
Justicia, establecer el límite en función del argentino oro, para mantener una coherencia con el
régimen del Código Aeronáutico ("Derecho de la Navegación", t. I, p. 100, Buenos Aires, 1992), a
pesar de lo cual consagró finalmente en el texto legal la expresión ambigua que contiene el art. 175.

A todo ello se debe añadir que en el régimen de la ley de la navegación el límite está previsto para
todas las indemnizaciones que surjan de un mismo hecho, de tal manera que resultaría
verdaderamente irrisorio que un monto de $ 23.055,31 se puede erigir como techo indemnizatorio en
un supuesto de damnificados múltiples, como es el caso de autos.

Sólo me parece apropiado agregar que este criterio que propicio no cuenta con el apoyo de la mayoría
de la doctrina (ver, por ejemplo, D. M. López Saavedra, op. cit., ps. 917 y 920 y notas 37 y 49); Luis
B. Montiel, "Algunas reflexiones sobre la limitación de responsabilidad en el contrato de transporte de
mercaderías", Revista de Estudios Marítimos, enero-mayo 1979, núm. 22/23, ps. 47 y sigtes., en
especial, p. 51, nota 19; D. Chami, "Limitación de responsabilidad. Mercaderías estibadas en
contenedores o pallets", Revista de Estudios Marítimos, octubre de 1990, núm. 46, p. 30, en especial,
p. 33). Pero es en cambio coincidente con la tesis que sostuviera aisladamente el doctor Alberto C.
Cappagli (h.) en su trabajo: "Las limitaciones de responsabilidad fijadas en unidades de 'oro' y su
conversión a moneda corriente", en Revista de Estudios Marítimos, mayo de 1974, núm. 8, ps. 26 y
27.

En mérito a las razones expuestas, el límite de responsabilidad --que sólo afecta al monto del capital
de la condena-- se debe calcular en función de la cotización del argentino oro al tiempo de la
liquidación del crédito, según lo dispone el art. 176 de la ley de la navegación.

9. Me ocuparé ahora de la distribución de las costas, que es objeto de cuestionamiento por parte de
los actores y de la aseguradora Caledonia.

Veamos cada relación por separado:

a. La crítica de aquéllos es sólo atendible en la medida de la modificación que propicio con respecto a
la distribución de las culpas, pues si los demandantes han sostenido --inclusive en la alzada-- que los
únicos responsables son el propietario y el timonel de la Maruca, ha existido un vencimiento parcial y
mutuo en los términos del art. 71 del Cód. Procesal. por lo tanto, los actores deben soportar el 40 %
de las costas y los demandados el restante 60 %.

Con respecto a la alzada la proporción no debe ser la misma, pues en punto a la responsabilidad sólo
se cuestionó el 50 % atribuido a los actores (los demandados consintieron que se les achacara el otro
50 %). En consecuencia, habida cuenta de que existió en este aspecto un vencimiento parcial y mutuo
--en mayor medida ganaron los demandados porque sólo se les asigna un 10 % del 50 % discutido--,
pero éstos son vencidos en lo relativo a la cuantía de los rubros indemnizables, propicio que en esta
relación procesal las costas sean distribuidas en el orden causado.

Siguiendo con esta relación, en lo atinente al límite de responsabilidad que tramitó por vía de
incidente y que se definió en la sentencia definitiva --lo que motivó recursos de ambas partes--,
interpreto que las costas se deben imponer en el orden causado en ambas instancias porque si bien
los actores fueron vencidos en el planteo jurídico de la cuestión, el resultado final les resulta en
principio favorable, y precisamente en virtud de una cuestión --como es la referida al tipo de moneda
y su cotización-- que no fue considerada ni tenida en cuenta por ninguna de las partes.

b. En cuanto a las costas por la intervención de la aseguradora Caledonia, entiendo que han sido bien
distribuidas en el orden causado.

En efecto; si bien una vez que ella planteó los límites de la cobertura, los demandados no se allanaron
expresamente, tampoco éstos manifestaron que hubieran de pretender que dicha cobertura debiera
ser abarcadora de los daños personales (ver el escrito de fs. 97). Por lo tanto, la continuación del
trámite de la aseguradora no se puede considerar como que respondiera a la necesidad de debatir lo
atinente a la extensión de la póliza; más aún, es legítimo admitir que haya seguido interviniendo en el
proceso para cuestionar su responsabilidad por el valor de la Mery in, como lo revela el hecho de que
en la segunda instancia insistió en su negativa a ser deudora de suma alguna, tesis que he
considerado infundada (ver cap. 4 de este voto).

Y respecto a las costas de la alzada con motivo de la apelación de Caledonia, entiendo que ella las
debe soportar porque ha sido vencida en los dos temas principales que planteó, habiéndose aceptado
tan solo su planteo relativo a la precisión de los alcances de la condena en su contra, aspecto en
verdad tangencial que pudo ser enmendado por la vía de una aclaratoria (art. 68, Cód. procesal).
10. En mérito a lo expuesto precedentemente, voto para que se modifique la sentencia apelada en los
siguientes aspectos:

a) la responsabilidad se debe distribuir en un 40 % a los actores y en un 60 % a los demandados;

b) el monto de la condena se debe elevar a la suma de $ 85.600 por los daños personales y a $ 1200
por el valor de la lancha;

c) ese capital deberá devengar intereses según las tasas y los puntos de partida precisados en el
capítulo 7 de este voto;

d) la obligación a cargo de la aseguradora Caledonia se deberá liquidar en la forma dispuesta en el


capítulo 6;

e) el límite de responsabilidad de los demandados se calculará de acuerdo con la cotización del


argentino oro, al tiempo de la liquidación;

f) las costas del juicio se deben distribuir en primera instancia de la siguiente manera: en la relación
actores-demandados: en un 40 % a aquellos y en un 60 % a éstos; en la relación vinculada con la
aseguradora Caledonia, por su orden.

Con respecto a la segunda instancia: por su orden en la relación actores-demandados; y a Caledonia


en su recurso.

Por la tramitación del incidente de limitación de responsabilidad, se deben imponer por su orden en
ambas instancias.

El doctor Farrel se adhiere al voto precedente.

En mérito a las consideraciones que surgen del acuerdo precedentemente transcripto, el tribunal
resuelve: modificar la sentencia apelada en los siguientes aspectos: a. la responsabilidad se distribuye
en un 40 % a los actores y en un 60 % a los demandados. b. el monto de la condena se eleva a la
suma de $ 85.000, en concepto de daños personales (correspondiendo a la señora Oholeguy $ 32.600
y a cada una de sus hijas $ 26.600) y a la suma de $ 1200, relativa al valor de la lancha, con más
intereses según las tasas y los puntos de partida precisados en el cap. 7 del acuerdo; c. la obligación a
cargo de la aseguradora Caledonia se deberá liquidar en la forma dispuesta en el cap. 6 del acuerdo;
c. el límite de responsabilidad de los demandados se calculará de acuerdo con la cotización del
argentino oro, al tiempo de la liquidación; f. las costas del juicio se distribuyen en primera instancia de
la siguiente manera: en la relación actores demandados: en un 40 % a aquéllos y en un 60 % a éstos;
y en la relación vinculada con la aseguradora Caledonia, por su orden. Con respecto a la segunda
instancia, se imponen por su orden en la relación actoresdemandados; y a Caledonia en su recurso.
por la tramitación del incidente de limitación de responsabilidad, se imponen por su orden en ambas
instancias.

El doctor Craviotto no suscribe la presente por hallarse en uso de licencia (art. 109, Reglamento para
la justicia nacional).

Regístrese, notifíquese --a la actora personalmente y por Secretaría (Acordada de 3/12/82) y a la


Defensora Oficial en su despacho--, tómese nota de lo decidido en el incidente que corre sin acumular
y devuélvase. -- Jorge G. Pérez Delgado. -- Martín D. Farrell.

© La Ley S.A.

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