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27 DE JUNIO DE 2022
INSTITUTO DE EDUCACIÓN
SUPERIOR N° 6039 - AGUARAY
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En la presente monografía se expone los contenidos del historiador Astolfi, José
Carlos sobre el Virreinato del Río de la Plata, conocido también como virreinato de
las Provincias del Río de la Plata o virreinato de Buenos Aires, creado en 1.776 por
el orden de Carlos III, si bien esta primera fundación fue de carácter provisional, en
1.778 se realiza la definitiva. Fue una de las unidades territoriales en las que la
Corona española dividió sus territorios en América durante la última etapa del
período colonial.
Este territorio del nuevo Virreinato, el cual se desprendió del virreinato del Perú que
había sido creado en 1542, abarcaba los actuales territorios de Bolivia, Paraguay,
Uruguay, Argentina y parte de Brasil y Chile. Sin embargo, la actual Patagonia y un
amplio sector de la región chaqueña permanecieron bajo dominio indígena y nunca
pudieron ser ocupados por la corona.
Cómo capital del virreinato fue designada la ciudad de Buenos Aires, de gran
importancia estratégica por su puerto sobre el océano Atlántico.
El Virreinato del Rio de la Plata fue creado con la última división administrativa de
los españoles en América y los objetivos que se propuso el monarca fueron mejorar
la administración y la defensa de sus dominios en América del Sur. También buscó
aumentar, con esta medida, la recaudación de impuestos.
Luego de la llegada de Cristóbal Colón a América, en 1.492, los españoles
conquistaron el Imperio azteca y el Imperio inca. Más adelante, ocuparon gran
cantidad de territorios, incluso los que hoy forman parte de nuestro país.
Para gobernar las regiones conquistadas, el rey de España Carlos I creó dos
unidades administrativas llamadas virreinatos. Al frente de cada una de ellas estaba
el virrey, que era su representante directo en América.
Cada una de ellas era dirigida por un gobernador, que debía rendir cuenta de sus
actos al virrey.
El Virreinato del Perú era muy extenso. Por lo tanto, era difícil de administrar y de
defender.
La creación del Virreinato del Río de la Plata obedeció a causas externas e internas.
Entre las primeras figuran: la secular cuestión de límites con Portugal, dueño del
Brasil, cuestión que exigía la presencia de tropas suficientes y de un funcionario con
jerarquía de virrey, para defender eficazmente los derechos hispánicos; y los
amagos contra las tierras australes, por parte principalmente de los franceses e
ingleses.
El virreinato del Río de la Plata se erigió en 1776 con carácter interino, a raíz de la
expedición de Pedro de Cevallos para desalojar de la Banda Oriental a los
portugueses, y con carácter estable al año siguiente.
Juan José de Vértiz llenó el período de 1.778 a 1.784. Fue uno de los más ilustres
estadistas del período hispánico, De su obra múltiple y fecunda cabe consignar: la
exploración y población del litoral patagónico y del río Negro, tratado al final del
capítulo anterior, la fundación de poblaciones en Entre Ríos, y la exploración del
Chaco; el primer censo de Buenos Aires, que arrojó algo más de 24.000 habitantes
para la ciudad y cerca de 13.000 para la campana circundante.
El establecimiento en ésta de una línea de fortines para contener a los indios; las
mejoras edilicias de la capital del virreinato, referentes a las calles, a la creación del
primer alumbrado público, y a la formación de la Almeda, paseo a lo largo de las
barracas del rio, desde el Fuerte hacia el norte, las iniciativas culturales y sociales:
instalación de la imprenta, traída de Córdoba, donde la habían introducido los
jesuitas.
A frente de cada una de ellas estaba un Intendente nombrado por el rey, que duraba
cinco años en sus funciones y debía responder de su conducta sujetándose al juicio
de residencia. Las atribuciones de las intendencias abarcaban las “cuatro causas o
amos del gobierno":
sentencias de los alcaldes de primero y segundo voto; fallaba los asuntos civiles y
criminales, con apelación ante la audiencia.
gastos; las sumas recaudadas eran enviades a la capital, bajo escolta. Fiscalizaba
el manejo de los "propios y arbitrios" del cabildo.
Por la Real Ordenanza, el territorio del Virreinato quedo dividido, tras algunos
cambios, en ocho intendencias y cuatro gobiernos subordinados, a saber:
Entre Ríos, Buenos Aires, La Pampa, parte del Chaco, y toda la Patagonia. El virrey
era su gobernador intendente.
Catamarca y Jujuy.
del Pilcomayo.
Perú.
dos anchas zonas, a la derecha del Paraná y a la izquierda del Uruguay, hoy
paraguayas y brasileñas, respectivamente.
Nunca se demarcaron con exactitud y en el terreno estas subdivisiones, sobre todo las de los
gobiernos subordinados; vastas zonas del Chaco y de la pampa, prácticamente no ocupadas
por los blancos, caían bajo la acción indistinta de las Intendencias o de las gobernaciones
vecinas esta imprecisión motivo más tarde largas cuestiones limites internacionales e
interprovinciales.
Los españoles implantaron en América una estricta diferenciación social que
tomaba en cuenta el lugar en el que habían nacido las personas y el color de su
piel. La aplicación de estos criterios dio origen a la conformación de diferentes
grupos privilegiados y sometidos.
Los extranjeros se dedicaban a las labores manuales y estaban casi todos radicados
en Buenos Aires.
comercio, llamado la trata, pasó por tres fases: 1º, las licencias, autorización real
para traficar con ellos en favor de un particular; 2º, los asientos, mercados de
esclavos establecidos por compañías concesionarias; en Buenos Aires hubo dos: el
de la Compañía Francesa de Guinea (1708-1712) y el de la Compañía del Mar del
Sur, inglesa (1715-1739, con intervalos); 3º, el libre comercio: el esclavo fue
considerado una mercancía común que podía traerse como las demás.
las campañas, formando el núcleo principal de los gauchos, preferían las labores de
poco compromiso.
una de las peores ofensas; el dicterio fue utilizado después por la pasión política
para agraviar al adversario. Dedicándose a profesiones livianas y abundaban entre
ellos los viciosos tahures y delincuentes. Según la expresión vulgar “eran la
venganza del negro”. No formaron un tipo estable: se extinguieron por falta de
descendencia o derivaron en sus hijos hacia los tipos originarios: blanco o negro.
Los . Fruto de dos razas inferiores, compartían el concepto de los
las quintas y chacras que había en las afueras de los centros poblados, como
Buenos Aires. Esas quintas y chacras eran las que proveían de frutas y verduras a
quienes poblaban las ciudades.
La mayoría de los habitantes de la campaña eran los peones que trabajaban en las
estancias y los gauchos que vivían por cuenta propia. Algunos tenían un rancho,
criaban unas pocas vacas y cultivaban verduras y hortalizas. Esas tareas las hacían
en tierras públicas (es decir que no tenían dueño) y en parcelas que los hacendados
les dejaban ocupar. De esta manera, podían contar con su ayuda, por ejemplo, en
tiempos de yerra.
Otros gauchos, en cambio, vagaban por la campaña sin rumbo fijo y robaban
ganado para sobrevivir.
La campaña también era recorrida por comerciantes que visitaban los pueblos
rurales para vender sus mercaderías. Transitar por la campaña era peligroso,
porque allí se refugiaban bandidos y hombres perseguidos por la justicia. Pero los
más temidos por los “blancos” eran los indígenas.
La vida rural era esencialmente pastoril. Las faenas ganaderas, como el rodeo, la
marca y la doma, atraían la concurrencia de mucha gente, entregada a verdaderos
torneos de habilidad y arrojo; terminaban con carreras de sortijas, el juego del pato
y bailes.
En ese medio rústico apareció el gaucho, vocablo que, como observa Torre Revello,
designo tipos muy distintos según las épocas. Las más lejanas referencias remontan
al tiempo de Hernandarias. Eran criollos, sobre todo mestizos, fugitivos de las
ciudades y las estancias, mezclados ocasionalmente con grupos de indios
incomparables jinetes, errantes aventureros sin más amparo que sus dotes físicas
y su cuchillo, sumariamente calzados, vestidos de chiripa o pantalón corto, chaqueta
y poncho, tocados con sombrero de copa alta y ala angosta y armados de facón y
boleadoras.
Elemento díscolo, pero libre, encarnaba "al hombre vuelto al estado de naturaleza",
dueño de su destino, valiente hasta la temeridad, observador de un código de honor
elemental, hospitalario, generoso y noble. Será el nervio de las guerras de la
independencia y de las luchas civiles y después se transformará en el peón de las
estancias.
El padre Lozno menciona vacadas de treinta a cuarenta mil cabezas. Su aparición era
precedida de un rumor sordo y una espesa nube de polvo, que daba la impresión le un
incendio; su paso detenía la marcha de los viajeros durante días. El Cabildo de Buenos Aires
otorgaba permisos de vaquerías, para la matanza de diez o doce mil de estos animales sin
dueños, llamados cimarrones, monstrencos o realencos, de ellos solo se aprovechaba el cuero.
Estos permisos debieron restringirse, pues amenazaban terminar con la existencia ganadera,
se prohibió así mismo sacrificar vacas jóvenes, terneros y novillos.
En el interior sobre en Córdoba compraban ganado flaco para revenderlo una vez
engordado. En el litoral y en el norte, la cría de mulas era objeto de activo comercio;
en Salta se celebraba una feria anual, que reunía hasta sesenta mil animales, de
los cuales cincuenta mil pasaban al Alto y Bajo Perú. El ganado crecía
espontáneamente en las vastas estancias, adquiridas en su origen por donación o
merced real, y luego a bajo precio. Debido a su extensión, carecían de cerco. Eran
atendidas por su dueño: el estanciero o hacendado, y por capataces y peones,
alojados en una amplia casa, sólidamente defendida incluso con fosos y algún
cañón de los posibles ataques de los indios, y dotada de un mirador o torrecilla, a
manera de atalaya, para vigilar la llanura. De fines del virreinato datan los primeros
ensayos de mestización: Lavarden introdujo algunos carneros merinos y es fama
que el caballo de Béresford, (jefe de la primera invasión inglesa), vendido en remate,
fue el primer ejemplar utilizado en la mejora de la raza equina.
El principal producto del ganado era el cuero, primer renglón del comercio exterior,
al punto de servir por mucho tiempo como unidad de precio (a principios del siglo
XVIII un negro valía cien cueros). Su exportación ascendió a cuarenta mil piezas en
1.718, a ciento cincuenta mil a mediados de siglo, ochocientos mil en 1.780, y un
millón cuatrocientos mil en 1.785, cifra que se mantuvo luego estacionaria. La
salazón de carnes adquirió importancia durante el virreinato.
Desde el comienzo del Siglo XVIII le sal procedía de las Salinas Grandes, al sudoeste de
Buenos Aires. Para extraer la salían periódicamente grandes convoyes de hasta seiscientas
carretas, muchas venidas del interior, con un personal de un millar de hombres y varias
compañías de blandengues como escolta.
Otros productos animales fueron el charque, o carne seca, el sebo, la grasa, las
colas y crines de caballo, la lana y las plumas de avestruz.
Cevallos reglamentó el trabajo de los peones de campo; las tareas debían durar desde las cuatro
de la mañana hasta una hora después de la puesta del sol, con un descanso de once y media
dos de la tarde para el almuerzo y la siesta. Además, se les daría mate siete veces por día, a
intervalos regulares, y abundante agua fresca. Vértiz implantó el trabajo obligatorio en
tiempo de la cosecha del trigo, organizando a ese efecto batidas de vagos y holgazanes que
remitían a los campos del cultivo.
sobre todo en el famoso cerro de Potosí; dentro del actual territorio argentino, los
yacimientos de metales finos y de fácil beneficio eran pobres y escasos. Las minas
de oro y plata de Famatina, en La Rioja, fueron explotadas por los jesuitas a fines
del siglo XVI, y después de un periodo de abandono, nuevamente a partir de 1803;
los mismos padres extrajeron oro de las sierras de Córdoba. Las minas de cobre
del cerro de Capillitas, en Catamarca, y otras de ese metal, plata y oro en San Juan,
Mendoza y San Luis fueron objeto de algunos trabajos; en Misiones se obtenía
mercurio.
. A pesar del extenso litoral marítimo, no existió industria pesquera. En
talleres con es casos obreros o peones; a veces, en el seno de las familias, con
participación de las mujeres y los esclavos. Consistía generalmente en la
elaboración directa y sencilla de materias primas, hecha a mano o con la ayuda de
pocas y rudimentarias máquinas. Las provincias del norte y oeste, producían tejidos
de tradición a indígena y factura femenina, para a los que empleaban lana de oveja
y vicuña y fibra de algodón; con ellos se confeccionaban después paños, mantas,
ponchos y frazadas de vivos colores; Corrientes preparaba también delicados a
encajes y puntillas. Los vinos y aguardientes eran característicos de la región de
Cuyo y Catamarca. Figuraban además entre las industrias el Curtido de cueros y la
fabricación de calzados, arreos, cinchas, etc. La platería ofrecía vajilla, candelabros,
vasos, mates, espuelas, estribos, mangos de rebenques, marcos para cuadros y
espejos, etc. Se construían sólidas carretas en Mendoza y Tucumán y
embarcaciones de poco calado en los astilleros de Corrientes. La alfarería moldeaba
ladrillos, cacharros, tejas, etc. En Buenos Aires había saladeros, graserías, fábricas
de velas y jabón, etc., y en distintos puntos pequeños molinos harineros. En todas
partes se fabricaban dulces, que gozaban de gran demanda. Cuyo sobresalía en la
preparación de orejones de duraznos, pasas de uva y ciruela.
los plateros, en 1788, por acción del intendente general Paula Sanz, quien lo
reglamentó.
Los zapateros bregaron largamente por organizarse, sin arribar a un acuerdo, pues
los maestros españoles y criollos blancos pretendían excluir de los cargos directivos
a los extranjeros y a la gente de color.
En 1.778 el rey Carlos III promulgó el Reglamento de Comercio Libre. Si bien esta
disposición no eliminó el monopolio, autorizó a veinticuatro puertos americanos a
comerciar directamente con España. Entre esos puertos estaban los de Buenos
Aires y Montevideo, en la llamada Banda Oriental, el actual Uruguay.
Esta medida fue de gran importancia para el Río de la Plata. A partir de entonces
ya no fue necesario que las mercaderías llegaran desde Lima. Así, los productos
comenzaron a llegar en las bodegas de los barcos que venían directamente desde
España. Por lo tanto, tardaban menos en arribar y los precios eran más baratos. Las
regiones que más se beneficiaron con esta apertura comercial fueron las más
cercanas al océano Atlántico, como la Banda Oriental, Buenos Aires y el Litoral.
Entre las importaciones, es decir, los productos que venían del extranjero,
comenzaron a llegar productos como relojes, armas, vinos, muebles, ropa, zapatos
y abanicos.
Esto perjudicó a algunas regiones del interior del virreinato (el Noroeste y Cuyo,
sobre todo), ya que aun pagando impuestos de importación algunas mercancías
europeas eran más baratas que las americanas. Y las personas de buena posición
económica preferían comprar los productos elaborados en Europa que, en general,
eran de mejor calidad.
De Buenos Aires salía un camino que se bifurcaba: una rama iba a Santa Fe y luego
seguía por la orilla izquierda del Paraná hasta Candelaria; la otra rama llegaba a
Córdoba, donde volvía a bifurcarse: en dirección a Chile, por San Luis, Mendoza y
Uspallata, y en dirección al Alto Perú, por Santiago del Estero, Tucumán, Salta,
Jujuy y Humahuaca. Los caminos consistían en simples senderos, con escasos
puentes, los arroyos eran cruzados por los lugares vadeables, a caballo o en
carreta, balsas, canoas, o sobre un odre de cuero, relleno de paja, llamado pelota.
El transporte hacia a lomo de mula, caballo en carreta de dos altísimas ruedas cuyas llantas
y rayos estaban unidos y forrados con lonjas de cueros frescos, que al secarse les daban gran
resistencia. Las carretas eran tiradas por bueyes, y formaban largas caravanas guiadas a veces
por un baquiano. Un grupo de gauchos, bajo la dirección de un capataz, les servía de
protección. Al terminar la jornada se instalaba el campamento, disponiendo los vehículos en
forma de un gran cuadrado, dentro del cual quedaban los caballos los conductores encendían
un fogón para preparar el asado y calentar el agua para el mate. Toda la noche se montaba
guardia.
En 1797, con motivo de la guerra entre España e Inglaterra, dueña de los mares, se
autorizó el tráfico con buques y mercaderías neutrales limitado a Buenos Aires y
unos pocos puertos más. Pronto se advirtió que la disposición favorecía
grandemente a los comerciantes norteamericanos, y a los propios británicos,
amparados bajo el pabellón de Estados Unidos de América, por cuya causa quedo
sin efecto en 1799.
A pesar de ello acudieron todavía numerosas naves, cuyos capitanes, so pretexto de ignorar
la derogación, pedían y obtenían permiso para desembarcar por tener flete y cargamento
comprometido. Luego, ante la insistencia de la corte de Madrid, apelaron al recurso de
cambiar la bandera: navegaban con la propia hasta el Brasil, y allí simulaban vender el barco
a un comerciante español, que izaba la de su nación; al retorno se efectuaba la retro- venta, y
el buque recuperaba su nacionalidad.
Las invasiones inglesas influye- ron grandemente en el régimen comercial del Rio
de la Plata.
los primeros tiempos el uso, como unidad de valor, de diferentes objetos: Cabras y
herraduras en Córdoba yerba y tabaco en el Paraguay cunas de hierro (especie de
hachuelas) y varas de lienzo en Buenos Aires. Como dijimos, los cueros servían
también para la estimación teórica de los precios.
Se llamaba moneda de plata sencilla la que contenía menos metal noble que el de
ley; y macuquina, la de menos peso.
"Con frecuencia los pulperos, faltos de cambio dice Juan Álvarez cortaban a cuchillo o formón
los pesos y los medios pesos, por mitades y cuartos (cuartos cortados) fabricando
groseramente piezas menudas en forma de sectores o de semicírculos que sus clientes recibían
a falta de otra cosa.
La carencia de moneda divisionaria o "de vellón" trajo el uso de discos de plomo, estaño,
madera o cuero, llamados señas, emitidos por pulperos y comerciantes minoristas, verdadera
moneda fiduciaria particular.
enseñanza del Derecho, que comprendía dos ramas: el Canónico y el Civil este
último dividido en Derecho Romano, Hispánico e Indiano. También se dictaba
Teología y Letras. Los licenciados o doctores en leyes, una vez egresados, debían
hacer práctica forense en la Academia Carolina, creada en 1780, anexa a la
Universidad.
En sus aulas penetraron las ideas de los economistas y filósofos del siglo XVII, con
la consiguiente desconfianza de las autoridades políticas.
El virrey Vértiz brego por la fundación de la Universidad de Buenos Aires, pero no
lo consiguió. Algunas familias enviaban Sus hijos a la Universidad de Santiago de
Chile o a las de España
En 1.764 los jesuitas importaron, esta vez sí, de Italia, con destino al Colegio de
Monserrat, en Córdoba, una completa imprenta, que funcionó hasta 1.776, cuando
los jesuitas fueron expulsados del país por orden de Carlos III, permaneciendo
arrumbada en un sótano de la Universidad de Córdoba. En 1.779 el Intendente de
Buenos Aires solicitó permiso al rey para introducir una imprenta en la ciudad. Pero
el virrey VÉRTIZ Y SALCEDO se acordó de la antigua imprenta de los jesuitas y
pidió al rector de la Universidad de Córdoba que la enviara a Buenos Aires, con la
intención de acrecentar las rentas de la casa de niños abandonados por sus padres,
a quienes había dotado de un asilo llamado Casa de Niños Expósitos.
Tras años de lucha las distintas regiones del virreinato terminaron conformando lo
que actualmente llamamos Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay, aunque algunas
de ellas tardaron muchos años en denominarse así.
Astolfi, José Carlos. Curso de Historia Argentina. EDITORIAL
KAPELUSZ – Moreno 372 Buenos Aires.
http://c1130004.ferozo.com/fmmeducacion/Bibliotecadigital/Astolfi_Hist
oria-2.pdf
https://sm-argentina.com/wp-
content/uploads/2019/novedades/189624_Biciencia_5_u01_soc.pdf
https://elarcondelahistoria.com/primera-imprenta-en-el-rio-de-la-plata-
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