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I. Introducción
Esta cláusula, re bus sic stantibus, encuentra sus primeros brotes en la historia
romana, en el conocido Corpus Iuris Civilis de Justiniano, se pueden encontrar en el
Digesto, textos de Africano y de Neracio; sobre el texto de Africano 1, ha señalado la
doctrina que para la corroboración y validez de un pago, esta debe condicionarse a
que la parte que fue elegida a recibir lo establecido, deba permanecer en el mismo
contexto jurídico dentro del que se encontraba cuando celebró la negociación; en el
texto de Neracio2, indica el contenido del pasaje que, mientras el matrimonio sea
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“Cuando alguno hubiere estipulado que se le da a él o a Ticio, dice que es más cierto
que se ha de decir, que se le paga bien a Ticio, solamente si permaneciera en el mismo
estado en que se hallaba cuando se interpuso la estipulación. Más si se hubiere dado
en adopción, o hubiere sido desterrado, o se le hubiere puesto interdicción ene l agua o
el fuego, o se hubiera hecho esclavo, se ha de decir que no se le paga bien; porque se
considera que tácitamente es inherente a la estipulación esta convención, si
permaneciera en el mismo estado” – Africano, Digesto, Cuestiones, Libro VIII.
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“Lo que escribe Servio en el libro de las dotes, que si se hubieran contraído nupcias,
entre personas de las cuales una aún no tuviera la edad legal, puede repetirse lo que
entretanto se hubiera dado a título de dote, se ha de entender de este modo, que si
sobreviniera el divorcio antes que ambas personas tengan la edad legal, haya la
repetición del dinero; pero que mientras permanezcan en el mismo estado de
matrimonio, no pueda repetirse esto, no de otra suerte que lo que la esposa hubiera
dado al esposo a título de dote, mientras subsista entre ellos la afinidad; porque de lo
que se da por esta causa no habiéndose consumado todavía el matrimonio, como quiera
que se da para que llegue a constituir la dote, no hay la repetición, mientras puede
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posible no llega a ser viable el restituir la dote, no obstante, en el supuesto en que
se produzca la separación de los contrayentes o prometidos, se podrá repetir lo
entregado como dote. (Hurtado, 2015, p. 145 – 177).
Los romanos no llegaron a establecer o conocer esta cláusula de forma tan clara
como hoy en día ya que su Derecho tenía un rigor obligacional, pero a pesar de
ello, en cierto punto de desarrollo el pretor concebía ligeras formas de otorgar una
suerte de salvación al deudor, en los casos que el acreedor exigiese el cumplimiento
de una obligación que resultara arbitraria o ilegal para la parte deudora. Si bien
estas fuentes romanas son exiguas y no abordaban la imprevisión en un sentido
estricto, fueron tomadas como objetivo de estudio durante la Edad Media por
Bartolo de Sassoferrato, Baldo de Ubaldis, concibiéndole un alcance general a la
cláusula rebus sic stantibus para todos los contratos. (Hurtado, 2015)
El tratado teológico escrito por Santo Tomás – Suma Teológica, expresa que las
personas pueden excusarse de realizar lo prometido cuando los negocios y
circunstancias llegan a cambiar, hasta la conducta que acarrease excesiva
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onerosidad sobre alguna de las partes, era condenada como usura. Esta misma idea
se refleja en el Derecho eclesiástico, donde se adoptó una personalidad piadora y
protectora, esperando cumplir el papel de defensor de los necesitados y los débiles
contra los acaudalados; la iglesia predicaba que el tomar ventaja del prójimo es una
falta frente a Dios, por lo cual, era mal visto o un pecado que se obligue al deudor
pagar onerosamente el contrato o a cambio reciba un daño por la contraprestación
que se le otorgó. (Tapia, 1998, p. 108).
Alberico Gentili por otro lado, introduce en su doctrina una precisión importante
sobre la cláusula rebus, adicionalmente al elemento “cambio de las circunstancias”,
agrega la imprevisión de alguno de estos cambios para que cualquiera de las partes
pueda ser dispensada del cumplimiento del tratado. Estos elementos, el cambio
sustancial de las circunstancias más la no previsión de los mismos (teoría de
imprevisión), conforman el concepto de cláusula rebus sic stantibus; sin embargo no
todos se encontraban de acuerdo con la incorporación de esta cláusula en la
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doctrina del derecho internacional, de los representantes de esta oposición tenemos
como ejemplo a Bynjershoek, considerando la rebus sic stantibus como un recurso
maquiavélico cuyo objetivo es la de eximirse de obligaciones contraídas en los
tratados, calificándola como una máscara para la ruptura de la fe jurada. (Ramírez,
2007, p. 6)
- En Francia
El Siglo XIX, fue una etapa donde se deja de lado la aplicación de la cláusula rebus,
pues estuvo marcada por la predominante doctrina del principio de autonomía de
voluntad y el racionalismo, sumado a ello, la cláusula rebus se vio desprestigiada por
su uso indiscriminado por parte de los tribunales de justicia en Francia, generando
una atmosfera de inestabilidad en los contratos. En el Codex de Napoleón – 1804,
siguió la idea de abandonar la cláusula rebus, influenciado por la ideología
individualista, e intensificó la norma de intangibilidad contractual la cual es la
máxima representación de la norma pacta sunt servanda y la teoría de voluntad
privada. (Chamie, 2012)
En tanto la cláusula rebus pasó a ser absorbida por las reglas de distribución de
riesgos, las que sí se encontraban presentes en concordancia con la tradición
romana en materia de tipos contractuales. Sin embargo, los revolucionarios aún
guardaban una profunda desconfianza sobre el poder judicial, pues consideraban
que representaba al antiguo régimen francés, por ello los autores Domat y Photier
mediante sus obras influyeron a no adoptar la cláusula en el Código Civil francés,
repercutiendo en todos los códices civiles decimonónicos, no incluyéndolo en su
cuerpo normativo, a excepción de algunos códices germanos pues estos últimos ya
lo habían incorporado desde el siglo XVIII. (Rivera, 2015, p. 34)
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“en ningún caso corresponde a los tribunales, por muy equitativa que les
pueda parecer su decisión, tomar en consideración el tiempo y las circunstancias
para modificar los acuerdos de las partes y reemplazar por cláusulas nuevas aquellas
que fueron libremente aceptadas por los contratantes”. (Gómez, 2021)
Muchos códigos internacionales tomaron como pilar el Código Civil francés, como
ejemplo se tiene al Código civil español y por los códigos latinoamericanos, no
obstante, en la actualidad el inflexible deber de cumplir es una fe ya superada y la
obligación que se genera en el vínculo contractual tiene limitaciones basadas en la
necesidad del contrato a adaptarse a las circunstancias cambiadas de hecho que
puedan conformarse como anomalías para la ejecución del contrato. (Chamie, 2012,
p. 267).
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costo que significaba comparar carbón de Gales, si la compañía de suministro
eléctrico debía asumirlo o se debía revisar el contrato que establecía un precio
determinado por el servicio. El primer obstáculo en el camino para resolver este
conflicto fue el principio de pacta sunt servanda, donde los contratos tienen fuerza
de ley entre los contratantes y deben cumplirse por estos; no obstante, en pro al
interés público, se decidió revisar el contrato respecto al precio pactado por la
energía.
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cobros concretos competitivos e incumplió de esta forma su deber de
lealtad, estando que bajo contrato el mandante se somete a ayudar a su
agente para estructurar clientela y por ello está obligado a revisar el
contrato y adaptarlo a las circunstancias.
- En Italia
El Código Civil italiano de 1942 tomó como ejemplo el códice civil francés de 1804,
al respecto este código, en su artículo 1467 recoge la figura del contrato con
contraprestación o contrato a título oneroso:
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mediante la justificación en base a alguna teoría, como la de negocio jurídico o
presunción.
El Códice Civile italiano, en 1942 acoge el principio rebus sic stantibus en todos los
contratos, específicamente en materia de resolución de contratos, introduciendo tres
disposiciones que prevén el acontecimiento de situaciones que ocasiones
onerosidad excesiva, en ejecución de prestaciones. Preceptos que precisan lo
siguiente (Gómez y Sánchez, 2021, p. 534):
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Lo primero que hay que destacar es que la eccessiva onerosità –regulada en los
artículos 1.467 a 1.469 del Codice Civile– es un remedio general del Derecho
privado italiano. Aplicable, por tanto, en principio y con carácter transversal a todo
tipo de contratos que reúnan los caracteres explicitados en los artículos 1.467 a
1.469 del Codice Civile, con independencia del tipo particular de contrato de que se
trate.
El primer caso de la historia diplomática en que un Estado esgrimió ante los demás
la doctrina del cambio fundamental de circunstancia, fue la denuncia del Tratado de
París de 1856. Una vez que Rusia perdió la guerra de Crimea, esa nación hubo de
acceder a la neutralización del Mar Negro, obligándose a no mantener fuerzas
navales ni construir fortificaciones en su litoral. Pero en 1870, en plena guerra
franco-prusiana, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia envió una
comunicación a las potencias firmantes del tratado, una resolución de su gobierno
de exonerarse de los compromisos contraídos en razón de los cambios que en el
intervalo habían tenido lugar en la situación internacional. El gobierno británico
protestó de inmediato y convocó a una reunión en Londres en donde asistió
prácticamente todo el concierto europeo; Rusia alegó que el cambio de
circunstancias consistía fundamentalmente en que ahora tenía ante sí, no solamente
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a Turquía, sino a un estado de reciente creación: Rumania. Además, la técnica
armamentista había progresado a tal manera que no era justo que Rusia se
mantuviera indefensa en aquel mar y en aquel litoral. Después de esta reunión y con
el consentimiento europeo, Rusia pudo librarse de esta restricción. (Ramírez, 2007)
Y para no ser tan extenso en el presente trabajo, se precisan los siguientes países y
su adopción de esta cláusula:
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- En Brasil, solo la doctrina y la jurisprudencia tratan sobre el tema, basándose
en la equidad. Sin embargo, sí ha expedido leyes de emergencia para regular
los alquileres, la mora y el reajuste económico.
- Argentina, viene a admitirla expresamente en el artículo 1198 de su Código
Civil.
- Y, Perú, en su Código Civil, es una de las legislaciones más completas
respecto de la imprevisión, pues contempla: el ambitoámbito de aplicación;
requisitos de procedencia; facultades del juzgador, las prestaciones que
afecta; la facultad del perjudicado para ejercitar la acción; la improcedencia
de la acción por culpa o dolo; la nulidad de la renuncia al ejercicio de la
acción; el plazo para ejercitar dicha acción.
Como es de observarse, todos los países que admiten la cláusula se basan en los
principios generales del Derecho, específicamente la moral, la buena fe, la equidad,
el equilibrio en las contraprestaciones y el interés social. (Castañeda, 2017)
- Teoría de la buena fe
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en cuanto se le opongan, han de ser, en principio, pospuestas”. (Larenz, 1956, p.
142)
La buena fe aparece como el eje central en que se funda la cláusula rebus sic
stantibus, toda vez que ella constituye el principal fundamento de los fallos de
tribunales alemanes y españoles, que han acogido la cláusula rebus sic stantibus. Se
dice que los contratos deben exigirse y cumplirse de buena fe y, por tanto, sino se
admiten estos cambios ocurridos en la comunidad, el acreedor que demanda
igualmente su crédito –el que por hechos imprevisibles se ha transformado en
notablemente más beneficioso– contraviene este deber de conducta que le impone
el Derecho. En general, la doctrina ha señalado que es la buena fe, la que justifica
una excepción a la autonomía de la voluntad y el posible impacto en la seguridad de
las relaciones contractuales. Es el principio de la buena fe el que justifica la aplicación
de la cláusula rebus sic stantibus, consagrando de esta manera la noción de justicia
conmutativa. Se agrega que, sobre este punto, coinciden la mayoría de los
ordenamientos jurídicos. Lo anterior presenta una gran relevancia, sobre todo en
aquellos ordenamientos jurídicos en los que no se consagrado positivamente a la
cláusula rebus sic stantibus. ( De Amunategui, 2003, p. 342)
Ahora bien, la buena fe, no sólo justifica la aplicación de la cláusula rebus sic
stantibus, sino que también establece la conducta a seguir por el juez, porque se
dice que se debe buscar primero el restablecimiento del equilibrio roto, y sólo
cuando este no se pueda restablecer, entonces el juez debe proceder a declarar la
resolución del contrato. Por último, se debe indicar que la buena fe ha adquirido
una inusitada importancia: ella siempre aparece expresamente mencionada en los
textos modernos, v. gr., en los Principios Europeos de Derecho de Contratos, el
artículo 1201, que se refiere a la buena fe contractual, dispone que: “Cada parte
tiene la obligación de actuar conforme a las exigencias de la buena fe. Las partes no
pueden excluir este deber ni limitarlo”.
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Esta teoría sostiene que, como norma interpretativa básica, debe prevalecer aquella
según la cual el intérprete de un contrato debe buscar la intención o voluntad real
de las partes, y se dice que no pudo estar en la intención del deudor obligarse en
términos tales que dicha obligación lo conduzca a la ruina económica. En este
sentido, la doctrina plantea que debe prevalecer el equilibrio conmutativo, debiendo
el tribunal restablecerlo a través de la revisión de sus cláusulas, cuando este se ha
roto (Dorr, 2005, p. 166). En este sentido, es dable indicar que existen a nivel de
Derecho comparado– dos sistemas o escuelas en torno a la interpretación de los
contratos: el sistema subjetivo, que pretende determinar la intención o voluntad real
de los contratantes, y el sistema objetivo, que hace prevalecer la voluntad declarada
por los contratantes, con la finalidad de proteger a los terceros que no han
participado en la elaboración de dicho negocio jurídico. El primer sistema se basa en
la justicia, ya que intenta determinar qué es lo que realmente buscaban obtener las
partes con la celebración del contrato. Es decir, según mi opinión, el juez debe
indagar en la mente de los contratantes, principalmente a través de presunciones,
estableciendo el querer interno o intención real de los mismos. En España, estimo
que se acoge el primer método, pues el artículo 1281 del Código Civil dispone que:
“Si los términos de un contrato son claros y no dejan duda sobre la intención de los
contratantes, se estará al sentido literal de sus cláusulas”.
En términos generales, podemos decir que la equidad natural es una virtud que nos
permite distinguir entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo, que se traduce
en un sentimiento espontáneo, emanado de la naturaleza humana, que sirve para
corregir los vicios o defectos del Derecho positivo. Ahora bien, en general, la
doctrina ha dicho que la equidad natural, con relación a la cláusula rebus sic
stantibus, tiene una doble finalidad: autorizaría al tribunal para proceder a la revisión
de las cláusulas contractuales, constituyendo una excepción al pacta sunt servanda y,
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en segundo lugar, como una forma de restablecer el equilibrio conmutativo roto en
el contrato. (De Amunategui, 2003, pp. 157 – 158)
La doctrina señala que el artículo 1258 del Código civil, les impone a los
contratantes un patrón de conducta orientado hacia la moral, de tal manera que
toda conducta contraria a ella le está vedada a las partes. La buena fe obliga a las
partes a mantener con la contraria una conducta leal, correcta y honesta durante
toda la vigencia de la relación contractual, incluso desde las tratativas preliminares
hasta la etapa post-contractual. Las partes quedan obligadas no sólo a lo literal de
las palabras contenidas en el contrato, sino que también, a todas las cosas que
emanan precisamente de la naturaleza de la obligación, o que por la ley o el uso
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pertenecen a ella. Es en este marco, que la buena fe aparece como justificante
habitual de la cláusula rebus sic stantibus, cuestión que coincide con el status
privilegiado que la doctrina comparada le ha otorgado a este principio en el último
tiempo. (De Amunategui, 2003, pp. 142)
Siguiendo con la línea argumental precedente, hay que señalar que cualquier
intento por aplicar esta cláusula rebus sic stantibus, va a encontrarse con la dificultad
del artículo 1091 del Código Civil, que dispone: “Las obligaciones que nacen de los
contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes, y deben cumplirse al
tenor de los mismos”. Esta norma se inspiró en el artículo 1134 del Código civil
francés, que establece: “Los contratos legalmente celebrados tienen fuerza de ley
entre los que los han hecho. Sólo pueden revocarse por mutuo acuerdo o por las
causas que autoriza la ley. Deben cumplirse de buena fe”. Sin embargo, en honor a
la verdad, se debe indicar que ya los autores clásicos franceses discutían la
posibilidad de aplicación de la cláusula rebus sic stantibus (teoría de la imprevisión).
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Algunos mostraban su rechazo a esta teoría, por encontrarla inmoral, en el sentido
de que no era posible que una de las partes se aprovechara de las circunstancias
imprevistas en el momento de la celebración del contrato para eludir el
cumplimiento de su deber. Otros, en cambio, consideraban injusto que el acreedor
empleara su derecho con excesivo rigor, exigiéndole el pago de su obligación al
deudor cuyo deber, por circunstancias extraordinarias e imprevistas, se tornaba
excesivamente más gravoso. (Dorr, 2005, p. 259, 260)
- Teoría de la causa
Cuando las partes no pudieron prever las condiciones futuras que transformaron a
la prestación de una de ellas, en notablemente más gravosa, se dice que el contrato
adolece de falta de causa. Los autores que siguen esta teoría entienden que la causa
que opera es la causa ocasional o impulsiva, es decir, el motivo psicológico que
induce a las partes a celebrar el contrato. Desde este punto de vista, el
desaparecimiento de la causa produce importantes efectos, los cuales no sólo se
reflejan cuando el desvanecimiento de la misma se verifica por culpa de uno de los
contratantes, como sucede en el caso de la excepción de inejecución o en la
condición resolutoria tácita cumplida; también tiene relevancia cuando ha acaecido
un caso fortuito o fuerza mayor, el cual si se reúne junto a otros elementos hace
aplicable la llamada teoría de los riesgos.
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La doctrina, en general, ha entendido que la causa debe mantenerse durante todo
el iter de la relación contractual; por ello, si desaparece la causa por circunstancias
imprevisibles para las partes al momento de celebrar el contrato, entonces, el
mantenimiento del contrato se opone al propósito de negociar. La doctrina
alemana, en este punto, habla de la llamada teoría de la base del negocio jurídico, la
que es explicada por Larenz, partiendo de los escritos de Kegel; así mismo, Larenz se
refiere a un caso: ¿qué ocurre si, por las perturbaciones del sistema monetario,
como en el caso de guerra, por ejemplo, se dificulta enormemente el cumplimiento
de la obligación de uno los contratantes en un negocio bilateral, debido a que la
prestación que recibirá de su contraparte se rebaja esencialmente?; en principio los
daños y perjuicios se deben repartir por mitades entre los contratantes.
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stantibus, y no en la voluntad real de las partes. Es decir, los efectos del contrato se
producirían objetivamente y no estarían supeditados a la intención de los
contratantes, sobre todo cuando acontezca un hecho imprevisible para las partes al
tiempo de suscribir el contrato.
Desde este punto de vista, se ha dicho que es innecesario recurrir a doctrinas como
la de la base del negocio jurídico, de la presuposición o incluso al principio de la
buena fe, para justificar la revisión judicial de los contratos. Bastaría con realizar una
adecuada integración del contrato.
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asegurar o transferir derechos y otorga la posibilidad, a los particulares, para que
entre ellos delimiten su contenido. El contrato presenta características de cambio
para incorporar en su esencia las nuevas formas negóciales y las condiciones
generacionales del mercado. Además, el derecho de los contratos ha logrado
adaptarse a las formas modernas de contratación; sin embargo, también encuentra
su base en el cambio contemporáneo de la vinculación contractual.
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Entonces, es oportuno preguntarse ¿Cuál es el origen de la vinculación contractual?
Así, en primer lugar, tiene fundamento en el hecho que las partes tienen la
obligación moral de cumplir con lo pactado. En segundo lugar, se presume que un
acuerdo entre iguales resulta justo o existe una cierta equivalencia entre las
prestaciones comprometidas, basada en la justicia conmutativa o relación de
igualdad entre las partes. Entonces, por tales motivos es que la ley obliga
formalmente a respetarlo dándole el carácter de ley entre las partes.
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III. 2. LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD
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- Empezando en Grecia, tenemos que, no se concibió la idea de la
autonomía del individuo, una muestra de ello es la tragedia de Edipo,
donde se ve reflejada la idea del sino, hado o destino.
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contrato se asienta en el derecho natural, por el simple hecho de emanar
del libre ejercicio de la voluntad.
“Autonomía derivada de las palabras griegas autos (a sí, para sí) y nomos
(norma, regla); es decir, la regla dada para sí mismo, la pauta de conducta; y la
voluntad privada, expresión que indica que el querer o deseo (externado)
proviene del particular, la conducta o apetencia” (pp. 16)
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La autonomía de la voluntad en el argot jurídico es la potestad que tiene toda
persona con plena capacidad de ejercicio, para regular sus derechos y obligaciones
mediante el ejercicio de su libre albedrío cuyos efectos jurídicos serán sancionados
por el derecho.
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En consecuencia, debemos entender que la autonomía de la voluntad se constituye
como aquella garantía de la libertad de la persona, por ello, el acto jurídico es canal
mediante el cual se materializa la autonomía de la voluntad, en el sentido de que es
puesto por la ley a disposición de los particulares, a fin de que puedan servirse de él,
no para invadir la esfera ajena, sino para ordenar en cada propia, es decir, para
imponer un ajuste a sus intereses en las relaciones recíprocas Pinedo Ubian (2015) .
En nuestro país, el Código Civil Peruano de 1984, adopta la idea que la autonomía
de la voluntad es un poder que ha sido conferido por el ordenamiento jurídico, por
ende, es un poder limitable por parte de un acto de decisión del Estado. Bajo esa
línea, los artículos 1354, 1355° y 1356 son una prueba de las limitaciones de la
autonomía de voluntad, pues, en ellos se señalan los límites de interés social, público
o ético, la supletoriedad de las disposiciones de la ley sobre los contratos y la
libertad contractual siempre y cuando esta no contravenga una norma legal de
carácter imperativo.
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Conjuntamente, podemos hacer mención de aquellos contratos que trasgredan las
buenas costumbres o el orden público; puesto que, el derecho busca establecer
reglas de organización dentro de la sociedad, para de esta manera regular
eficientemente las relaciones entre personas dentro del marco general del orden
público determinado por el Estado. Es así que, en toda sociedad civil, existen
criterios para determinar el orden público determinado por el Estado. Así, en
cualquier sociedad existe un orden público dentro el cual se encuadran las libertades
de los ciudadanos que coexisten en ella; por lo que en, en última instancia en la
creación de las relaciones que se generan entre los particulares no sólo se debe
tener en cuenta el interés individual de las partes sino también el interés general de
la sociedad (Pinedo Ubian, 2015).
La autonomía de la voluntad debe ser valorada como uno de los principios más
importantes del Derecho, por el cual las partes, libremente y según su mejor
beneficio son los llamados a determinar el contenido, alcance, condiciones y
modalidades de sus actos jurídicos. Es la expresión jurídica de cualquier acción del
hombre en la sociedad. Este principio en la actualidad se encuentra restringido,
algunas veces de un modo justificado y otras no, en cuyo caso podemos afirmar que
estamos frente a la crisis del principio, estas restricciones se muestran como límites, y
afectan al contrato desde su propia formación en sus aspectos subjetivos y objetivos
(Hernández, 2012).
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Es así que, existe autonomía cuando se ejerce un poder con libertad y capacidad
para manifestar el propio propósito y vincular a los demás a él. Como todo poder,
posee una fundamental cuestión de límites, como toda libertad limita con la libertad
de los demás.
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El derecho subjetivo es el conjunto de facultades que corresponden al individuo y
que este puede hacer efectivas. Por su parte, el derecho objetivo es el conjunto de
normas jurídicas que forman el ordenamiento vigente, de acuerdo con Duguit, la
regla de derecho objetivo tiene por fundamento al derecho subjetivo, e impone al
Estado la obligación de proteger y garantizar los derechos del individuo, en suma,
impone a cada quien la obligación de respetar los derechos de los demás (Duguit,
2007).
El término rebus sic stantibus es una expresión latina que significa “estando así las
cosas” y se refiere al principio de derecho según el cual, las condiciones, cláusulas y
estipulaciones recogidas por las partes en un contrato, son las concurrentes al
momento de la celebración del mismo. (Santa, 2015, p. 24).
Díez Picazo nos menciona que el fundamento objetivo de la cláusula rebus puede
encontrarse efectivamente en lo que se ha llamado la ‘ruptura del mecanismo
causal’ o la ‘aparición de una anomalía funcional sobrevenida’. La causa del
contrato, entendida como la función concreta que éste cumple, desaparece total o
parcialmente cuando queda roto el equilibrio entre las prestaciones en el contrato
conmutativo, o cuando resulta imposible de alcanzar el fin del contrato” (Bayón,
2021,p. 20)
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Asimismo, todo lo contrario: se supedita la vigencia del consentimiento contractual a
que se mantengan las circunstancias existentes en el momento de contratar.
(Castiñeira,2010. 53)
Por ello, la cláusula rebus sic stantibus, carente de formulación legal, ha sido
desarrollada por la jurisprudencia a lo largo del tiempo. Así, si se lleva a cabo un
estudio jurisprudencial, se podrá apreciar como la rebus ha pasado de ser calificarla
como “cláusula odiosa”, de “cautelosa admisión” y con una formulación rígida de sus
requisitos de aplicación (“alteración extraordinaria”,“desproporción desorbitada” y
circunstancias “radicalmente imprevisibles”), a que se estime su posible utilización.
Es por ello, por lo que no se puede tolerar un cambio de la palabra dada. La buena
fe es el principio que rige también en toda relación jurídica. No obstante, ello no
chocaría con la aplicación particular de la cláusula rebus, puesto que ésta no supone
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una ruptura de la buena fe, ni tampoco de la palabra dada. Se trata de una
alteración sobrevenida de las circunstancias bajo las cuales se acordó el contrato: de
haberse conocido las nuevas circunstancias, las partes jamás hubieran llevado a
cabo el contrato. (Farrais, 2021, p.11)
De ahí, Ferrer afirma que: “La cláusula rebus sic stantibus pretende un
restablecimiento del equilibrio de las prestaciones contractuales, esto es, que una
parte no se vea más beneficiada que la otra por mantener las condiciones de un
contrato que se pactó antes del hecho imprevisible e inevitable.
Con esta cláusula, se pretende que las dos partes se vean en igualdad de
condiciones, mediante la modificación del contrato para que la parte que estaba
aventajada iguale posiciones con la perjudicada, a fin de evitar lo que técnicamente
se conoce como una excesiva onerosidad y que en lenguaje más coloquial evitar
que una parte se beneficie respecto de la otra de las circunstancias imprevistas”.
(Farrais, 2021, p.11)
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Toda vez que “la misma buena fe, entendida como fidelidad y obligación, no puede
llegar hasta el punto de exigir el sacrificio de la existencia patrimonial” (Betti, 1969, p.
215)
Por otro lado, tenemos como ejemplo que, en la STS 27 abril 2012 (RJ 2012, 4714),
en relación a un contrato de arrendamiento de duración prolongada, la Sala declaró
que “la transformación económica de un país, producida, entre otros motivos, por
dicho devenir, no puede servir de fundamento para el cumplimiento de los
requisitos requeridos por la jurisprudencia para llegar a la existencia de un
desequilibrio desproporcionado entre las prestaciones fundado en circunstancias
imprevisibles, pues las circunstancias referidas no pueden tener tal calificación”.
(Orellana, 2015, p. 8)
Así también, en la STS 08 octubre 2012 (RJ 2012, 9027), respecto a un contrato de
compraventa de dos viviendas adquiridas con el fin de revenderlas, el Tribunal
concluyó que si bien la finalidad del contrato había quedado frustrada por la falta de
financiación de los compradores a consecuencia de la crisis económica, ésta debió
ser prevista por ellos, teniendo en cuenta que “las fluctuaciones del mercado son
cíclicas como la historia económica demuestra”(aunque en este caso no se alegó la
aplicación de la cláusula rebus sino la nulidad del contrato o la imposibilidad
sobrevenida de cumplimiento).
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Sin embargo, lo cierto es que los efectos profundos y prolongados del actual
contexto de crisis económica, propició que el Tribunal Supremo revisase los criterios
de aplicación de la cláusula rebus por criterios jurídicos más modernos, en la línea
del necesario ajuste o adaptación de las instituciones a la realidad social actual y al
desenvolvimiento doctrinal consustancial del ámbito jurídico. De ese modo, la
reciente doctrina jurisprudencial ha dado un cambio de paradigma en la
configuración y caracterización tradicional de esta figura, hacia una aplicación
plenamente normalizada de la misma. (Orellana, 2015, p. 8). Posteriormente, se
produjo un cambio jurisprudencial, tendiendo una tendencia más restrictiva; así, en
una tercera etapa, iniciada en el año 2019, el TS parece volver a los orígenes, es
decir, a un reconocimiento más restrictivo de su aplicación.
El principio enunciado pacta sunt servanda constituye uno de los pilares de nuestro
derecho. Todo el edificio jurídico, construido sobre la base del poder de la voluntad
para que los sujetos puedan darse sus propias reglas de conducta, descansa en la
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confianza de que se cumplirá aquello que se conviene libre y conscientemente. "Los
pactos se celebran para cumplirlos".
Por ello que el principio de pacta sunt servanda exige que cada uno de los sujetos
intervinientes tenga la necesaria fidelidad a sus promesas, esto se fundamenta en el
principio de Buena Fe, así como en la implicación de que cada parte debe mantener
una actitud leal, integral, sincera, apoyada en la confianza del cumplimiento para dar
y recibir cada parte lo que se debe.
Este principio ha sido confirmado a través del tiempo por las distintas Escuelas de la
tradición jurídica europea admitiéndose como principio general, pero es una
expresión medieval originada en el Derecho canónico. Se refiere a una acepción
más amplia que la romana que solo contemplaba un númerus clausus de contratos
(precisamente aquellos que gozaban de la protección de una acción). (Martinez,
2014, p. 5)
33
sus relaciones. Es el reconocimiento de la autonomía de la voluntad con ciertos
límites, considerada como la libertad del hombre para crear relaciones jurídicas y
regulares su contenido.
Entonces, podemos inferir sobre el contrato, que crea entre las partes un vínculo
obligacional de ineludible cumplimiento (con fuerza de ley), y conforme al axioma
pacta sunt servanda, integrador de la consecución de la seguridad en el tráfico
jurídico. Dicho acuerdo de voluntades requiere en los sujetos intervinientes la fides;
la actitud honrada, leal, recta, justa, sincera e íntegra, apoyada en la confianza del
cumplimiento y el valor de la palabra dada, para dar y recibir cada parte lo que le
corresponda. (Martinez, 2014, p. 6)
Nuestra legislación civil vela para que la regla jurídica que surge del acuerdo
intersubjetivo sea válida. De aquí las normas que regulan la voluntad y la manera en
que ella debe manifestarse para producir efectos jurídicos, la naturaleza del objeto
sobre que recae el acuerdo, la causa que impulsa a los interesados a contratar, las
formalidades externas a que deben someter su actuar, etcétera.
Por otro lado, en el campo del derecho privado puede hacerse "todo aquello que
no está expresamente prohibido en la ley". Este principio -contrario al que impera
en el campo de derecho público, en el cual la autoridad sólo puede hacer aquello a
que se encuentra expresamente facultada- extiende considerablemente el campo de
acción de la voluntad como generadora de derecho convencional.
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Lo que se señala no es inocuo, porque importa reconocer que el derecho que nos
afecta está creado con nuestra propia y directa intervención. Este hecho no ha sido
suficientemente analizado y valorizado, desconociéndose la capacidad creadora que
el sistema jurídico pone en manos de todos los sujetos de derecho.
Desde el punto de vista del principio pacta sunt servanda, en la medida que sea
reconocido y reforzado en la legislación, constituye una "garantía" para quienes
celebran un contrato. De aquí que el artículo 1545 (con el cual Bello encabeza el
Título XII del Libro IV del Código Civil, "De los Efectos de las Obligaciones"), eleve su
poder vinculante al que corresponde a una ley, cuestión de la mayor importancia,
que analizaremos detenidamente más adelante, y que anticipa la trascendencia que
en nuestra legislación se asigna a lo que podríamos caracterizar como "derecho
contractual" (especie dentro del concepto de "derecho convencional").
El artículo 1361 del Código Civil peruano establece que: “Los contratos son
obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos. Se presume que la declaración
35
expresada en el contrato responde a la voluntad común de las partes y quien niegue
esa coincidencia debe probarla”.
En España la cláusula rebus sic stantibus es una excepción al principio pacta sunt
servanda. Este principio alude al cumplimiento del contrato según lo pactado. Así, el
postulado básico de esta figura se recoge en el art. 1091 CC: “Las obligaciones que
nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes, y deben
cumplirse a tenor de los mismos.”; art. 1255 CC: “Los contratantes pueden establecer
los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente, siempre que no
sean contrarios a las leyes, a la moral ni al orden público.”; y el art 1258 CC: “Los
contratos se perfeccionan por el mero consentimiento, y desde entonces obligan, no
sólo al cumplimiento de lo expresamente pactado, sino también a todas las
consecuencias que, según su naturaleza, sean conformes a la buena fe, al uso y a la
ley.”
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en sentencias como STS de 22 de marzo de 2010 (RJ 2010/3917) o la STS de 19 de
febrero de 2014 (RJ 2014/959). De esta razón, la cláusula rebus sic stantibus más
que reflejarse como un principio general y absoluto hay que analizarlo como una
excepción al principio pacta sunt servanda; pero claramente sin dejar de lado la
importancia y validez de este último. Por ello, más que ver estos principios de una
forma totalmente separada y compartimentada hay que analizarlos desde una
perspectiva vinculante. (Sanz, 2021,p. 22).
Es decir, siempre hay que estar a lo pactado en el contrato, pero a su vez establecer
la posibilidad de solicitar la revisión o rescisión del contrato en el caso de que
devengan circunstancias sobrevenidas, extraordinarias e imprevisibles que alteren
radicalmente el equilibrio contractual.
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En suma, podemos entender lo que se refleja es una protección elevada al principio,
estableciendo mecanismos escasos para el supuesto en el que se tenga que
modificar lo pactado en contrato, bien sea por causas internas (vicios del contrato) o
por causas externas (circunstancias posteriores al perfeccionamiento del mismo).
Pues bien, esta situación no tiene una solución sencilla, sino que dependerá del
peso específico de cada uno de ellos en el caso concreto que se esté analizando,
ponderando diferentes elementos del mismo. De este modo “se dará valor necesario
al principio que en el supuesto determinado tenga un peso relativo mayor, pero sin
que ello derive a la invalidación del principio con peso menor”. (Sanz, 2021, p. 23).
38
IV. CONCLUSIONES.
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