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Tomás Maira

Universidad de los Andes

El régimen jurídico del contrato atípico


I. Presentación del problema
(i) Origen del contrato y la noción de contrato innominado en el
derecho histórico

El surgimiento de la noción de contrato como una fuente de obligaciones


se debe en su origen a la invención de la escritura por parte de los sumerios,
quienes ya partir del año 3000 a.C. comienzan a desarrollar la figura del
contrato de compraventa para regular el tráfico de bienes relevantes para la
época tales como las fincas y los esclavos. Más de un siglo más adelante, de
la mano de esta civilización surge la primera gran recopilación de leyes
escritas de las que actualmente se tiene conocimiento cierto, cuyo origen data
del 1750 a.C, esto es, el código Mesopotámico de Hammurabi, cual
estructuración tiene por objeto la aplicación de la ley del Talión.

Luego, a partir del siglo VIII y hasta el siglo IV a.C., surge la figura del
contrato en Grecia, pero ya no con el fin señalado anteriormente, sino que
ahora se entiende como un simple intercambio irritual que genera
obligaciones recíprocas para una y otra parte, aunque no exista un acuerdo
de voluntades en el contrato mismo, pues el énfasis se encuentra en la idea
de sinalagma contractual. Tal como lo indica Villey “La convención o
contrato griego tiene como idea y como realidad esenciales el cambio o
truque, es decir, el desplazamiento de un bien de un patrimonio a otro o
viceversa, que genera un deber de restitución o contrapartida equivalente” 1

Más adelante, los romanos perfeccionan esta noción griega del contrato,
sosteniendo durante época clásica la idea de la bilateralidad en el contrato u

1
Jorge López Santa María. Los contratos, parte general.16
“obligación de una y otra parte”, y concibiéndolo ahora como una relación
jurídica estrictamente formal, a diferencia de lo que sucedía en el derecho
griego, en el que los contratos no se hallaban sujetos a ninguna formalidad
en concreto. Ya en época post clásica los juristas romanos (especialmente
con las categorías contractuales Gayo) entienden el contrato como un
acuerdo de voluntades, de modo tal que cambia el elemento que define la
esencia del contrato propiamente tal, ahora ya no es el surgimiento de
obligaciones recíprocas, sino que el consentimiento mutuo. Es precisamente
a partir de este acontecimiento histórico que más tarde, de la mano de
Justiniano, emergería una quinta categoría distinta de las anteriores para
comprender todos aquellos contratos reales que no son regulados por la ley
privada, esto es, los contratos innominados. Según López Santa María
“Todos los contratos innominados llevaban aparejada la causa data, en tal
sentido, son siempre contratos reales: en virtud de un dare o facere, surgen
el contrato y la prestación correspondiente. Más como no se reducen ni
subsumen en los cuatro reales típicos (mutuo, comodato, prenda y depósito),
simplemente se les pasa a llamar contratos innominados”.2

(ii) Diferencias del contrato atípico romano y el contrato atípico


moderno

Tal como se anticipaba anteriormente, en el derecho romano el contrato


atípico tenía por finalidad comprender todas aquellas figuras contractuales
cuyo perfeccionamiento requiera de la entrega o tradición de una cosa
material que se debe, cuando aquellas no se hallasen reguladas por la ley.
Algunos ejemplos de estos se encuentran en la permuta, la transacción, la
donación modal o con carga para el donatario, etc. No obstante, los romanos
no lograron percatarse de que esta clasificación de los contratos era
estrictamente restringida, puesto que sólo consideraba como contrato

2
Ibídem. 28
innominado aquel contrato real que no estuviera contemplado expresamente
por el legislador, pero en cuanto se trataba de las clasificaciones de contratos
solemnes o consensuales, la categoría de contrato atípico no las comprendía.
Esto se debe muy probablemente a que el tráfico jurídico de la época no
exigía la regulación de otros contratos innominados que los reales, ya que se
entendía que todos los demás posibles contratos existentes se encontraban ya
tipificados en la ley.

En el derecho moderno la situación ha cambiado, actualmente la tradición


del civil law considera como contrato innominado o atípico todo aquel que
no es regulado por la ley, sin importar la clasificación contractual que posea,
ya que atiende únicamente a la falta de explicitación del contrato en general
en la ley y no así a uno de los grupos contractuales para referir a los contratos
atípicos -cuyo fundamento último es, en todo caso, el principio de autonomía
de la voluntad de los particulares-, significando una auténtica evolución
jurídica en cuanto al contenido mismo de la noción de contrato innominado
o innominado, puesto que no se limita a solamente una de las clasificaciones
contractuales en cuanto al perfeccionamiento.

(iii) Hacia la construcción de un régimen jurídico aplicable a los


contratos atípicos

Los contratos innominados, justamente por no hallarse expresamente


sancionados en los diversos textos legales, deben someterse a distintos
regímenes jurídicos que han ido siendo ideados por cada una de las
legislaciones que los reconocen, ya expresa o doctrinariamente. Chile no
es la excepción al caso, de forma tal que ha ido siguiendo la tradición de
la jurídica romana en esta materia, adoptado también sus propias
soluciones al problema e ideando un sistema de reglas y normas,
elementos o componentes que forman un régimen jurídico aplicable a
dichos contratos.
Así, surgen lógicamente al menos cuatro interrogantes lógicas y
diversas al momento de intentar zanjar la controversia:

a) ¿Cuáles son los elementos que deben configurar el régimen jurídico


aplicable a los contratos innominados?;}
b) ¿De dónde derivan tales componentes jurídicos?;
c) ¿Debe existir un orden de prelación lógico estricto e inmutable para
la aplicación de las diversas reglas, o, más bien, se trata de un ámbito
subjetivo-casuístico en el que no es posible determinar un orden
jerárquico aplicable a todos los casos de entre los distintos elementos?
d) ¿Cuál es la finalidad u objeto de estos contratos?

Actualmente no existen respuestas del todo acertadas para resolver


estas interrogantes, sin perjuicio de que, durante el siglo pasado, la
doctrina intentó arduamente dar algunas soluciones en términos que ya
pasan a analizarse en la segunda parte del presente trabajo.

II. Estado de la cuestión en Chile

(i) El contrato en la legislación nacional

El código de Bello, en el Título I del libro cuarto “De las obligaciones


en general y de los contratos” se encarga de reglamentar minuciosamente
al contrato como fuente de obligaciones, no sin advertir antes en su
articulado 1437 las distintas fuentes que constituyen obligaciones en
Chile: “las obligaciones nacen, ya del concurso real de las voluntades de
dos o más personas, como en los contratos o convenciones; ya de un hecho
voluntario de una persona obliga, como en la aceptación de una herencia
o legado y en todos los cuasicontratos, ya a consecuencia de un hecho que
ha inferido injuria o daño a otra persona, como en los delitos o
cuasidelitos, ya por la disposición de la ley, como entre los padres e hijos
sujetos a patria potestad”. Semejante idea se repite en el artículo 2284,
cuyo inciso primero dispone “las obligaciones que se contraen sin
convención, nacen o de la ley, o del hecho voluntario de una de las partes.
Las que nacen de la ley se expresan en ella”. En todo caso, se hace énfasis
en que las obligaciones son derechos personales o créditos, que de
conformidad al artículo 578 CC son “los que sólo pueden reclamarse de
ciertas personas, que por un hecho suyo o por la sola disposición de la ley,
han contraído las obligaciones correlativas”

Más adelante, el artículo 1438 dispone “contrato o convención es un


acto por el cual una parte se obliga para con otra a dar, hacer o no hacer
alguna cosa. Cada parte puede ser una persona o muchas personas.
Consecuentemente con lo anterior, el artículo 1460 reafirma la idea del
contrato en Chile como un acuerdo de voluntades, expresando que “toda
declaración de voluntad debe tener por objeto una o más cosas que se trata
de dar, hacer o no hacer”.

Si bien existen diversas clasificaciones contractuales tipificadas en la


ley chilena, ya sea según las partes que se obligan (unilaterales, bilaterales
o multilaterales); por la utilidad de una o ambas partes (gratuitos u
onerosos); por la equivalencia de las prestaciones a que se obligan las
partes (conmutativos o aleatorios) y por su carácter garantizador o
autónomo (principales o accesorios), es de suma relevancia mencionar
ahora la categoría sancionada por el artículo 1443, en cuanto a la forma de
perfeccionamiento de los contratos, inspirada en el derecho romano y
aterrizada más adelante por los juristas franceses, que señala que “el
contrato es real cuando, para que sea perfecto, es necesaria la tradición de
la cosa a que se refiere; es solemne cuando está sujeto a la observancia de
ciertas formalidades especiales, de manera que sin ellas no produce ningún
efecto civil; y es consensual cuando se perfecciona por el solo
consentimiento”. No obstante, por regla general los contratos son
consensuales.

Otros articulados relevantes en lo relativo a la materia son el 1545 CC,


sobre la sujeción de los contratos a la ley, cuyo contenido es: “todo
contrato legalmente celebrado es una ley para los contratantes, y no puede
ser invalidado sino por su consentimiento mutuo o por causas legales”; el
artículo 1546 sobre el deber de buena fe contractual “los contratos deben
ejecutarse de buena fe, y por consiguiente obligan no sólo a lo que en ellos
se expresa, sino a todas las cosas que emanan precisamente de la
naturaleza de la obligación, o que por la ley o la costumbre pertenecen a
ella”; y el artículo 1560, sobre interpretación de contratos, que dispone
que “conocida claramente la intención de los contratantes, debe estarse
más a ella que a lo literal de las palabras”

En este mismo libro IV, el Código Civil se encarga de reglamentar,


entre los títulos XXIII y XL, los distintos contratos que se utilizan en
Chile, dentro de los cuales destacan algunos como la compraventa; el
arrendamiento; la sociedad; el mandato, comodato, mutuo, prenda,
hipoteca, transacción y anticresis. Dado la imposibilidad de tipificar todos
los distintos contratos existentes, en Chile, al igual que en muchos de los
países de Sudamérica, también se distingue entre contratos típicos y
atípicos o nominados e innominados, siendo la sentencia del 21 de
diciembre del año 1921 la que reconoció por primera vez la existencia de
aquellos en nuestro país, cual sostiene que “ los códigos no legislan sobre
los muchos y diversos contratos a que pueden dar vida jurídica el interés
y las necesidades de las personas en sus múltiples relaciones de todo orden
y los que se obligan por ellos no están sujetos a referir sus estipulaciones
a alguna clase determinada”3

(ii) Categorías doctrinarias de contratos atípicos

Ya a partir de mediados del siglo XX, la doctrina chilena (López-Santa


María) comenzó a distinguir entre dos subcategorías distintas de contratos
atípicos, esto es, los contratos atípicos propiamente tales; y los contratos
atípicos mixtos. Los primeros corresponden a figuras contractuales
distintas o nuevas, en el sentido que se diferencian sustancialmente de las
ya existentes y conocidas en el ordenamiento jurídico general, tomando
para su regulación nada o muy poco de ellas – como el contrato de know-
how o el contrato de energineering-; mientras que las segundas se
componen mediante combinaciones de dos o más contratos regulados en
la ley –como por ejemplo el contrato médico, que se estructura mediante
el contrato de mandato y el contrato de arrendamiento-. Entonces, la
distinción entre estas categorías contractuales radica en el carácter
conocido o desconocido que tienen algunas u otras en cuanto a su
contenido para constituir fuente de obligaciones contractuales, ya que,
mientras que unas se sirven de contratos sancionados por la ley para su
articulación, otras se configuran de una manera autónoma o al menos casi
autónoma del sistema jurídico, y dependiendo la naturaleza misma del
contrato, su régimen jurídico será diverso.

(iii) El régimen jurídico del contrato innominado en Chile:

a) Elementos que configuran el régimen jurídico aplicable a los


contratos atípicos

3
Manuel Somarriva Undurraga. Las obligaciones y los contratos ante la jurisprudencia. 180
A propósito de los componentes jurídicos del régimen, Meza Barros
afirma que son tres los que lo conforman “los contratos innominados o
atípicos, menos frecuentes en la práctica, carecen de una denominación y,
sobre todo, de una especial reglamentación. Son creaciones de las partes
que usan de su libertad de contratación. Tales contratos son regidos por
las estipulaciones de las partes, por los principios generales que gobiernan
los contratos y por las reglas generales dictadas para los contratos afines”.4

Sin embargo, estos elementos entran en pugna solamente una vez que
no han diseñado mecanismos de resolución de posibles controversias
futuras mediante estipulaciones, puesto que la forma de solución
doctrinaria más común, en tales casos, será la comparación analógica del
contrato innominado a los distintos a los modelos contractuales más
similares al que se presenta, en conjunto con los principios generales del
derecho.

No obstante, cabe preguntarse cuál es el fundamento, origen de tales


elementos que conforman este régimen jurídico en Chile.

b) Fuente remota de los componentes jurídicos y forma de aplicación


del régimen

La mayoría de la doctrina chilena concuerda en que, a la hora de


reglamentar un contrato atípico o innominado, debe siempre regir “ley del
contrato” como punto de partida, cuya fuente se sitúa en la legislación
chilena en el artículo 1545 CC, es decir, las partes, no obstante la
naturaleza del contrato que estén celebrando, deben someter siempre su
actuar a la ley; luego, se sitúan las estipulaciones de las partes, cual
fundamento último es el principio de autonomía privada; y, finalmente,
se encuentra las normas o disposiciones legales sancionadas

4
Ramón Meza Barros. Manual de derecho civil: de las fuentes de obligaciones. 13
expresamente, que se aplican a estas figuras contractuales en mayor o
menor medida dependiendo de su naturaleza atípica propiamente tal o
simplemente mixta. Ergo, es posible afirmar que las fuentes de los
contratos atípicos son tres: la ley; el principio de autonomía de la voluntad
y las normas de los contratos afines típicos.

En lo referente a la forma en que se aplica el régimen jurídico,


pareciera ser que, en nuestra legislación al menos, efectivamente existe
un orden de prelación en cuanto a la aplicación de estas reglas, cual
debiese aplicarse de manera estricta para reglamentar de manera adecuada
a los contratos. Si bien, en principio podría parecer discutible este orden
de prelación al superponer la ley por sobre la autonomía de los
particulares, efectivamente es el mecanismo más adecuado para lograr
someter de manera íntegra las actuaciones de los contratantes a derecho.
Somarriva se pronuncia indicando el parecer general de la doctrina de la
época, señalando que “para reglar sus efectos los autores estiman que
deben aplicarse en primer lugar las reglas generales de los contratos,
después las estipulaciones de las partes y finalmente las reglas de los
contratos afines. En los contratos atípicos hay que considerar la voluntad
de las partes y de la ley, pero subordinando aquélla a ésta, y en los vacíos
a las reglas dadas para aquellos contratos que más se le asemejen. Pero
esta libertad de los particulares no puede alcanzar a darle vida a un
contrato nominado como si fuera innominado, faltando a aquél elementos
que son esenciales, como la venta sin precio o cosa vendida”5.

c) Objeto de los contratos atípicos

La figura de los contratos atípicos, al menos en el derecho moderno,


es fruto de las constantes y nueves necesidades que ha ido exigiendo el

5
Manuel Somarriva Undurraga. Las obligaciones y los contratos ante la jurisprudencia.180
tráfico jurídico en distintos países, ya que, con el pasar de los años, las
necesidades socio-económicas de cada nación han ido variando con
desarrollo de las mismas. Ergo, su finalidad propia es regular de manera
más apropiada las distintas relaciones comerciales particulares que
derivan del mismo tráfico. En este sentido, un conocido autor latino
afirma “los contratos atípicos van tomando relevancia, con mayor
énfasis en la contratación comercial, financiera y jurídica, como
consecuencia de las relaciones económicas comerciales en el mundo
globalizado y debido al proceso de inserción que viene teniendo el
Perú” 6
III. Propuesta de solución

Para lograr solucionar de manera satisfactoria los problemas derivados


de la clasificación de los contratos innominados, es necesario adoptar tres
medidas de distinta naturaleza.

1) La modificación de la terminología utilizada en la doctrina para


aludir a esta categoría contractual
Tal como se advertía, ya desde mediados del siglo pasado la doctrina
chilena comenzó a acuñar a la terminología de contrato innominado
para comprender de manera residual todas aquellas figuras
contractuales que no se encontraran señaladas en los textos legales. Sin
embargo, en el campo de la semántica al menos resulta incorrecto
utilizar la categoría de contrato innominado para referir a tal sentido, ya
que “innominado” significa en el sentido estricto de la palabra “que no
tiene nombre”, de tal manera que podría prestarse para confusiones, ya
podría parecer que el hecho de no tener un nombre conocido en el
tráfico jurídico es lo que le da su carácter de inédito, cuando en realidad
es la falta de sanción legal. Pareciera ser más correcto y preciso emplear

6
Máximo Ugarte Vega-Centeno. Apuntes sobre los contratos atípicos o innominados. 20
la voz “típico” y “atípico” a la hora de atender al propósito señalado.
Según Verdugo Bravo “la tipicidad se refiere a la existencia de una
regulación legal de un determinado contrato, como por ejemplo, el
mandato, por lo cual decirnos el mandato es un contrato típico; en
contraposición denominamos atípico a aquel contrato que carece de una
regulación específica”.7

Junto con lo anterior, la doctrina colombiana ha dado un paso más


adelante en lo relativo a la tipicidad, señalando que cumple diversas
funciones “la tipicidad cumple dos funciones, una función
individualizadora y una función jurídica, esta última a su vez
comprende dos aspectos, la configuración y la regulación. La labor
individualizadora consiste en distinguir las figuras que se pueden
encontrar en la realidad social de acuerdo con la materia a la cual
pertenecen, es decir, nos permite diferenciar las figuras contractuales
de las penales o fiscales ubicándolas como tipos distintos. Por su parte,
la función jurídica implica la configuración y regulación de la figura
contractual encontrada en la realidad social, la primera se hace a través
de una descripción de los elementos que la componen, estableciendo el
supuesto de hecho, mientras que la segunda consiste en determinar los
efectos jurídicos que corresponden a ese supuesto”8

2) La inclusión de la categoría de contrato atípico en el Código Civil


Chileno, en conjunto con las subcategorías doctrinales

7
Ismael Eduardo Verdugo Bravo. La relación entre la autonomía privada y los contratos atípicos.106
8
María Elisa Camacho López. Régimen jurídico aplicable a los contratos atípicos en la jurisprudencia
colombiana. 3
Si bien es conocida en la doctrina la categoría de contrato atípico, no
existe ninguna disposición legal en el Código de Bello que defina lo que
se entiende por contrato atípico, menos aún los tipos de contratos
atípicos que pueden presentarse, a diferencia de lo que sucede en otras
legislaciones, donde sí se define, al menos de una manera parcial, en
qué consiste un contrato atípico. Lo que se busca no es un ejercicio de
tipificación sistemático de cada uno de los diversos contratos que se
hallan inmersos en el tráfico jurídico, ya que tal cometido sería
imposible, sino más bien se trata de entregar una noción concreta acerca
de qué son, en su esencia, los contratos atípicos, para luego definir
también sus sub-clasificaciones.
Aterrizando esta opción a la realidad, el articulado que contenga la
definición debiese ser el artículo 1444 CC, que actualmente menciona
los diversos elementos de los contratos, puesto que las normas del 1439
al 1443 CC se dedican a regular las distintas clasificaciones de contratos
existentes, pero no contemplan la categoría de contrato atípico, motivo
por el cual la clasificación se encuentra incompleta y necesario trasladar
el contenido del artículo 1444 al 1445 CC, agregando una nueva norma
al Código iniciando el Título II “de los actos y declaraciones de
voluntad” solamente a partir del artículo 1446 CC.
Así por ejemplo, el artículo 1143 del Código Civil Argentino
dispone que “los contratos son nominados o innominados, según que la
ley los designa o no, bajo una denominación especial”.
Además, en el derecho civil aragonés ilustrado se puede encontrar
una definición más primitiva de lo que es un contrato atípico o
innominado, de tal forma que el artículo 880 de tal cuerpo legal
prescribe que “contrato innominado es la convención que carece de
nombre especial por la Ley, y se rige por las reglas generales de los
contratos y por la expresa voluntad de las partes.”.9 Este es muy
probablemente el cuerpo normativo más antiguo en reglamentar
algunos de los componentes jurídicos que conforman el régimen
aplicable a los contratos atípicos. Inmediatamente después el artículo
881 sanciona “Los contratos innominados son de cuatro especies; a
saber; do ut des; do ut facias; facia ut des; facio ut facia: o sea doy para
que des, doy para que has, hago para que des, hago para que hagas”.10
Si bien hace referencia a la antigua distinción romana de los contratos
en cuanto a su perfeccionamiento, contiene una novedad distintiva, y es
que menciona expresamente cuáles son los tipos de contratos
innominados que pueden presentarse, aun cuando solamente englobe
al contrato real, vinculada en todo caso a la noción de causa data.

3) La construcción doctrinaria de una nueva teoría para determinar la


normativa de los contratos afines aplicables al contrato atípico

En Chile la teoría más conocida y aplicada es la teoría de la


absorción, cuyo propósito es asimilar el elemento preponderante del
contrato atípico a los contratos reconocidos por la ley – por ejemplo, la
tradición en un contrato de comodato- para verificar si es posible aplicar
la normativa de aquellos a los primeros para solucionar las controversias
surgidas de los vacíos legales existentes. No obstante, ya a finales del
último siglo, en otros países sudamericanos se han ido formulando
diversas teorías para explicar el régimen jurídico que deben seguir los
contratos atípicos más allá de la ley del contrato y las estipulaciones de las
partes, tales como la teoría de la combinación o la teoría de la analogía.

9
Andrés de Blas. Derecho civil Aragonés ilustrado con la doctrina de los autores forales con el derecho
común y con la jurisprudencia Aragonesa del tribunal supremo de justicia. 479

10
Ídem
Según Verdugo Bravo “la teoría de la combinación corresponde
desentrañar los diversos intereses preponderantes y si corresponden a
varios contratos típicos, esas varias regulaciones han de resultar aplicables
–sin perjuicio de que se la rechaza, porque solamente estaríamos frente a
dos contratos típicos que se nos presentan combinadamente- ; mientras
que la teoría de la analogía recomienda la aplicación de la normativa de la
figura típica más afín. Es decir, aplicar la regulación del contrato que
resulte más parecido”11

Sin perjuicio de lo anterior, resulta ahora totalmente necesario


formular una teoría que permita solucionar la problemática de una buena
vez. Para este cometido es necesario combinar, fusionar las ideas de dos
de las corrientes de pensamiento mencionadas anteriormente, esto es, la
teoría de la absorción y la teoría de la analogía. Allí donde la teoría de la
absorción se limita solamente a aplicar la normativa conocida en torno a
elementos esenciales del contrato en tales como su perfeccionamiento, la
teoría de la analogía es más amplia, puesto que visualiza la figura
contractual, desconocida por la legislación general de una manera
completa – y no así solamente respecto a sus elementos preponderantes-
para solucionar las controversias derivadas del contrato mismo, aunque
también es cierto que esta última termina por dar poco énfasis al criterio
de discernimiento de la teoría de la absorción por optar a una solución
más genérica. Entonces, estas dos diversas teorías han de formar una sola,
denominada la teoría de la analógica absorción, integrando los
elementos de una y otra para dar forma a una verdadera teoría que permita
aplicar regular todo tipo de contrato atípico, independientemente de si su
naturaleza es mixta o atípica propiamente tal, desentrañando siempre, en
primer lugar, los elementos distintivos y característicos de cada contrato

11
Ismael Eduardo Verdugo Bravo. La relación entre la autonomía privada y los contratos atípicos.107
atípico, en conjunto con su forma de perfeccionamiento de (real,
consensual o solemne) , para así luego analizar los demás elementos de
la figura contractual y descubrir cuál de los contratos típicos de una
naturaleza similar permite aplicarse al contrato inédito para reglar y
solucionar las controversias derivadas de la falta de determinación de
cláusulas de las partes.

Bibliografía

- De Blas, Andrés. Derecho civil Aragonés ilustrado con la doctrina


de los autores forales con el derecho común y con la jurisprudencia
Aragonesa del tribunal supremo de justicia. Madrid, 1873.
- Camacho López, María Elisa. Régimen jurídico aplicable a los
contratos atípicos en la jurisprudencia colombiana. Revista
mercatoria, volumen 4, número 1, 2005.
- López Santa María, Jorge. Los contratos, parte general. Editorial
Thomson Reuters, quinta edición actualizada por Fabián Elorriaga de
Bonis, Santiago de Chile, 2010
- Meza Barros, Ramón. Manual de derecho civil: de las fuentes de
obligaciones. Editorial jurídica de chile, tomo I, novena edición
actualizada por Pedro Pablo Vergara Varas. Santiago de Chile, 2007.
- Somarriva Undurraga, Manuel. Las obligaciones y los contratos ante
la jurisprudencia. Editorial jurídica de chile, segunda edición
actualizada por Ramón Domínguez Benavente. Santiago de Chile,
1984.
- Ugarte Vega-Centeno, Máximo. Apuntes sobre los contratos atípicos
o innominados. Revista de Investigación de la Facultad. de Ciencias
Administrativas, UNMSM, Vol. 13, Nº 25, Lima Perú, julio 2010.
- Verdugo Bravo, Ismael Eduardo. La relación entre la autonomía
privada y los contratos atípicos.

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