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L uciano L utereau

Histeria y obsesión

Introducción a la clínica de las neurosis

¿'cyivS
cretta-
Lutereau, Luciano

Histeria y obsesión : Introducción a la clínica de las neurosis -


I o ed. - Buenos Aires - Letra Viva, 2014. - 128 pp.; 20 x 13 cm.

ISBN 978-950-649-548-0

1. Psicoánalisis. 1. Título
CDD 150.195

Imagen de tapa: Hyuro.


Contacto: www.hyuro.es

© 2014, Letra Viva, Librería y Editorial


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Impreso en la Argentina - Prínted in Argentina

Coordinación editorial: Leandro Salgado


índice

Nota del e d ito r ..................................................................9

¿Qué es la neurosis?........................................ .11


El síntoma neurótico.......................................................14
Una clínica de la pregunta.............................................. 21
La respuesta a la regla analítica..................................... 31

l Qué quiere el sujeto histérico ? ......................39


La histeria en análisis.......................................................45
Transferencia e interpretación en la dirección de
la cura..................................................................................59

El laberinto de la neurosis obsesiva.................. 71


Amor, deseo y goce en la obsesión............................75
Transferencia e interpretación en la neurosis obsesiva 86

Dirección de la cura y posición del analista 101


Táctica, estrategia y política del análisis..................103
El falo como operador del deseo............................... 112
El objeto a y el deseo del a n a lis ta ...........................118
..el hilo que permite establecer la fantasía
como deseo del Otro. Se encuentran enton­
ces sus dos términos com o hendidos: uno
en el obsesivo en la medida en que niega el
deseo del O tro al form ar su fantasm a acen­
tuando lo imposible del desvanecimiento
del sujeto, el otro en el histérico en la m e­
dida en que el deseo sólo se m antiene por
la insatisfacción que aporta allí escabullán­
dose com o objeto.”

Jacques Lacan ( 1 9 6 0 ) Subversión del su­


jeto y dialéctica del deseo en el inconscien­
te freudiano.
Nota del editor

Luego de la publicación de Introducción a la clínica psi-


coanalítica (escrito en colaboración con Lucas Boxaca),
este volumen continúa la tarea editorial de ofrecer al lec­
tor textos que, deforma concisa y rigurosa, introduzcan a
los más arduos problemas de la práctica del psicoanálisis.
El objetivo de este libro es el tratamiento de esas dos
formas de la neurosis que son la histeria y la obsesión.
En el primer capítulo se expone una reflexión general
acerca del ser neurótico. En los dos capítulos siguientes
se presentan los elementos capitales para el diagnóstico
y el inicio del análisis. En el último capítulo se retoman
consideraciones en tomo a la dirección de la cura y la
posición del analista.
La virtud principal de este libro radica en que no pre­
supone aquello que debe explicar. Por eso es que junto al
esclarecimiento de conceptos se presentan diversos frag­
mentos clínicos dirigidos a transmitir la teoría -para no
recaer en la especulación o el dogma-. Así, por ejemplo,
es que los dos capítulos centrales realizan una relectura
de dos célebres casos freudianos (el caso Dora y el Hom­
bre de las ratas) para demostrar el carácter paradigmáti­
co que les corresponde.
De este modo, tiene el lector en sus manos un libro
de inspiración lacaniana que se caracteriza, entonces, por
su retorno a Freud.

L e a n d r o Sa l g a d o
¿Qué es la neurosis?

“El sentido del síntom a es lo real, lo


real en tanto se pone en cruz para im ­
pedir que las cosas anden en el sentido
de dar cuenta de sí mismas de m an e­
ra satisfactoria, satisfactoria al m enos
para el am o."

Jacques Lacan (1 9 7 4 ) La tercera.

Habitualmente se sostiene que la clínica de la neu­


rosis tiene forma de pregunta. Sin embargo, ¿cómo en­
tender esta afirmación? De manera eventual, suele con­
fundirse este aspecto estructural con una circunstan­
cia más o menos empírica; que quien consulta se üre.-
gunte algo, que tenga una inquietud, auiera saber algo
acerca de sí mismo, etc. No obstante, estas indicacio­
nes no hacen más que apelar al yo como instancia de
referencia para la orientación del tratamiento. Al res­
pecto, Freud propuso una advertencia que tiene valor
paradigmático:
“Tanto legos com o médicos, que tienden aún a con fu n ­
dir al psicoanálisis con un tratam iento sugestivo, sue­
len atribuir elevado valor a la expectativa co n que el pa­
ciente enfrente el nuevo tratam ien to. A m enudo creen
que no les dará m u ch o trabajo cierto paciente por ten er
este gran confianza en el psicoanálisis y estar plenam en­
te convencido de su verdad y productividad. Y en cu an ­
to a otro, les parecerá m ás difícil el éxito, pues se m u es­
tra escéptico y no quiere creer nada antes de haber visto
el resultado en su persona propia. En realidad, sin em ­
bargo, esta actitud de los pacientes tiene un valor h arto
escaso; su confianza o desconfianza provisionales ape­
nas cu entan frente a las resistencias internas que m a n ­
tienen anclada la neurosis.”1

De este modo, la relativa confianza o desconfianza del


paciente no es un factor de importancia para Freud, punto
en el cual podríamos hablar de una actitud "imaginaria'1
-esto es, variable según el momento de la consulta y sus­
pendida de la mayor o menor empatia que pueda tener­
se con el analista y no de los efectos mismos del disposi­
tivo-. Dicho de otra manera, que quien consulta “tenga
ganas” de iniciar un tratamiento no es un indicador en el
que el analista pueda apoyarse con firmeza, mucho me­
nos asumir el caso como un interrogante acerca de la po­
sición subjetiva en la causa del padecimiento. De hecho,
la referencia freudiana continúa con un esclarecimien­
to suplementario que permite prever todo lo contrario:

1. Freud, S. (1913) "Sobre la iniciación del tratamiento” en Obras


completas, Vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1995, pp. 127-128.
"Es cierto que la actitud confiada del paciente vuelve
m uy agradable el prim er trato con él; uno se la agrade­
ce, pese a lo cual se prepara para que su previa to m a de
partido favorable se haga pedazos a la prim era dificultad
que surja en el tratam iento, Al escéptico se le dice que el
análisis no ha m enester que se le tenga confianza, que
él tiene derecho a m ostrarse todo lo crítico y desconfia­
do que quiera [...] y que su desconfianza no es m ás que
un síntom a entre los otros que él tiene, y no resultará
perturbadora siempre que obedezca concienzudam ente
a lo que le pide la regla del tratam ien to .”2

En esta última indicación hay tres cuestiones para su­


brayar y que cabe considerar con detalle en este primer
capítulo: por un lado, si las actitudes imaginarias pue­
den ser consideradas tan sintomáticas como los síntomas
que importan en un análisis, ¿a qué llamamos síntoma
y, en particular, cuál es la especificidad del síntoma neu­
rótico (aquel que permitiría circunscribir un diagnóstico
y delimitar la especificidad de la dirección de la cura)?;3
por otro lado, si la pregunta como modo de relación con
el Otro -que p arecería , según suele decirse, algo propio
de la neurosis- no se reconduce a una actitud yoica, ¿no

2. Ibid., p. 128.
3. En este caso, por ejemplo, podría considerarse la "desconfianza"
habitual con que el obsesivo se presenta al tratamiento y que
se manifiesta en variaciones del escepticismo que encubren el
momento de consulta, esto es, por qué requiere de un analista en
esta situación. De este modo, la desconfianza implica un modo de
relación con el Otro que atribuye a este último un rasgo que, en su
propia posición, el desconfiado desconoce: la reticencia.
hay modos concretos de reconocer esta puesta en forma
de un interrogante analítico, para no afirmar solamen­
te una posición estructural (que suele enunciarse al de­
cir que el neurótico se pregunta por el deseo del Otro)?;4
por último, ¿cuál es la incidencia de la regla fundamen­
tal para establecer el tipo clínico? Porque, esta será la úl­
tima cuestión a presentar: la neurosis se reconoce como
un modo singular de respuesta a la asociación libre -al
igual que las psicosis y las perversiones-.

Eí síntoma neurótico

La clínica psicoanalítica tiene en su centro el síntoma.


De un modo indirecto, aunque certero, lo decía Lacan
cuando -en la “Apertura de la sección clínica” (1977)-
afirmaba que la clínica “consiste en el discernimiento
de cosas que importan”,5 por ejemplo, la distinción en­
tre el síntoma y las demás formaciones del inconsciente.
Porque no alcanza con sostener que el síntoma sea una
realización de deseo más o menos desfigurada (como lo
es también el sueño) ni una formación de compromiso
o comprometida con una verdad de palabra (como lo es

4. Aquí se condensan los desarrollos lacanianos respecto del grafo del


deseo, que no serán tomados en esta ocasión -com o aproximación
estructural- para privilegiar una vía de acceso más concreta al
modo de formación discursiva que implica la neurosis, dado que
la neurosis es -básicamente- un “modo de hablar".
5. Lacan, J. (1977) "Apertura de la sección clínica" en Omicar?, No.
3, Barcelona, Petrel, 1981, p. 39.
también el chiste), sino que encontramos un hilo con­
ductor para aislar su especificidad al interrogar su carác­
ter de satisfacción sustitutiva.
Ahora bien, ¿a qué debería su privilegio clínico el sín­
toma? Justamente a esta satisfacción a la que conduce,
en la que se fundamenta como el motor pulsión al de un
tratamiento y que, paradójicamente, suele manifestar­
se con extrañeza -dado que el analizante no se recono­
ce en esa satisfacción... aunque sabe que eso le concier­
ne de un modo íntimo-. En efecto, es tan extraña esta
satisfacción que se la suele vivir como padecimiento. Así
lo expresa Freud en una de sus más significativas defini­
ciones clínicas del síntoma:

“Los síntom as [...] son actos perjudiciales o, al m enos,


inútiles para la vida en su conjunto; a m enudo la persona
se queja de que los realiza con tra su voluntad, y conlle­
van displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjui­
cio consiste en el gasto aním ico que ellos m ism os cues­
tan y, además, en el que se necesita para com batirlos.”6

Importa subrayar el carácter clínico de esta definición


-el alcance que de ella se desprende para la práctica del
psicoanálisis y, en particular, para la puesta en marcha
del dispositivo- que podría ser vinculada con el "penar
de más” de que hablara Lacan en el seminario 11 -y que
justifica, de forma perentoria, la intervención del analis­

6. Freud, S. (1916-17) "231 Conferencia: Los caminos de la formación


de síntoma" en Conferencias de introducción al psicoanálisis, en Obras
completas, Vol. XVI, op. cit., p. 326.
t a - 7 Dicho de otro modo, se trata de una definición clí­
nica y no metapsicológica, como la que podría extraerse
del caso Dora cuando se enlaza el síntoma de la tos con
la fantasía sexual respecto del padre. El síntoma como ex­
presión de fantasías inconscientes, en función del con­
cepto de sobredeterminación, he aquí una concepción
especulativa y las palabras de Freud en dicho contexto
lo demuestran:

"D e otra m anera, los requisitos que suelo exigir a una ex­
plicación de síntom a estarían lejos de satisfacerse. Según
una regla que yo había podido corroborar u n a y otra vez,
pero no m e había atrevido a form ular con validez uni­
versal, un síntom a significa la figuración -realizació n -
de u n a fantasía de contenido sexu al..."8

No obstante, como habrá de verse en los capítulos si­


guientes, los presupuestos teóricos de Freud acerca de lo
que debía encontrar en la experiencia fueron en más de
una ocasión motivo de obstáculos. En todo caso, se tra­
ta de interpretar clínicamente esas definiciones metapsi-
cológicas (así tambie'n lo hace Freud cuando, en el mis­

7. "Digamos que, para una satisfacción de esta índole, penan


demasiado. Hasta cierto punto este penar de más es la única
justificación de nuestra intervención. [...] Los analistas nos metemos
en el asunto en la medida en que creemos que hay otras vías, más
cortas, por ejemplo". Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987,
p. 174.
8. Freud, S. (1905) "Fragmento de análisis de un caso de histeria
('Caso Dora’)” en Obras completas, Vol. VII, op. cit, p. 42.
mo historial, afirma que los síntomas son la "práctica se­
xual" de los pacientes, punto en el que vuelve a restituir
la coordenada clínica capital para pensar el síntoma: el
acto). Lo mismo podría decirse del concepto de sobrede-
terminación. Para dar cuenta de este punto, que remite
a la relación entre síntoma y sentido, podría recordarse
un breve pasaje de la "Conferencia en Ginebra” de Lacan:

“Lean un poeo, estoy seguro que esto no Ies sucede m uy


a menudo, la introducción al psicoanálisis. Hay dos c a ­
pítulos sobre el síntom a. Uno se llama ‘Los cam inos de
form ación de síntom a', es el capítulo 2 3 , y se p ercata­
rán luego de que hay u n capítulo 17 que se llam a D er
Sinn, el sentido de los síntom as. Si Freud aportó algo es
eso. Que los síntom as tienen un sentido y que sólo se
interpretan correctam en te -co rrectam en te quiere decir
que el sujeto deja caer alguno de sus ca b o s- en fu n ción
de sus prim eras experiencias, a saber, en la m edida en
que encuentre lo que hoy llamaré la realidad sexu al."9

Ya nos hemos referido a la definición de la "23a Con­


ferencia”. Detengámonos ahora en la "17aConferencia”,
para despejar posibles malentendidos en tomo a la máxi­
ma de que los síntomas tienen un sentido.
En primer lugar, el sentido de un síntoma no debe en­
tenderse como un mero significado (una respuesta a la
pregunta: "¿qué quiere decir?”, donde el desciframiento
se realizaría de modo exterior o sin implicar la historia

9. Lacan, J. (1975 ) "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” en


Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 126.
de vida de quien padece). Para explicitar esta cuestión,
Freud presenta dos casos, de los cuales tomaremos sólo el
primero para introducir algunas distinciones indispensa­
bles para el uso clínico de la noción de síntoma. Se trata
de una mujer de 30 años, a la que Freud califica de obse­
siva dado que realizaba la acción siguiente:

“C orría de u na habitación, a la habitación contigua, se


paraba ahí en determ inado lugar frente a la m esa situa­
da en m edio de ella, tiraba del llam ador para que acu­
diese la m u cam a, le daba algún encargo trivial o aun la
despachaba sin dárselo, y de nuevo corría a la habita­
ción prim era.”10

Que no se trata de un mero significado es evidente


dado que, toda vez que Freud le preguntara “¿Por qué hace
eso?”, ella respondía: “No lo sé”. Dicho dé otro modo,
la elaboración de saber a la que invita el síntoma no se
desprende en términos de una cuestión hermenéutica.11
Asimismo, es curioso el modo en que el sentido del sín­
toma se recorta en este caso. Hacía más de 10 años se
había casado con un hombre mayor que, en la noche de

10. Freud, S. (1916-17) "171 Conferencia: El sentido de los síntomas"


en Conferencias de introducción al psicoanálisis, op. cit., p. 239.
11. “La hermenéutica no sólo es contraria a lo que denominé nuestra
aventura analítica [...]. Yo sostengo que con el análisis -si es que
puede darse un paso más- debe revelarse lo tocante a ese punto
nodal por el cual la pulsación del inconsciente está vinculada con
la realidad sexual. Este punto nodal se llama el deseo...1'. Lacan,
J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, op. cit., p. 160.
bodas, resultó impotente. Esa noche él corrió de una ha­
bitación a otra con el objetivo de reintentar el acto, pero
sin suerte. A la mañana siguiente, dijo: “Es como para
que uno tenga que avergonzarse frente a la mucama1'; y
volcó un frasco de tinta roja sobre la sábana. El punto en
que se entiende el nexo entre la acción de la neurótica y
este recuerdo se halló en que, en la segunda habitación,
sobre el mantel había una mancha también. Freud inter­
preta el sentido del síntoma del modo siguiente:

"Ante todo, se aclara que la paciente se identifica co n su


m arido; en verdad representa su papel, puesto que im ita
su corrida de u na habitación a otra. [ ...] El núcleo [del
sín tom a] es, evidentemente, el llamado a la m u cam a,
a quien le pone la m ancha ante los ojos [...]. Vemos,
pues, que la m ujer no se limitó a repetir la escena, sino
que ia prosiguió, y la hacerlo la corrigió, la rectificó.”12

Volviendo al comienzo, podríamos preguntarnos por


qué Freud sostiene que se trata de una neurosis obsesiva,
cuando la posición de la mujer bien podría correspon­
der a la de una histérica: interesada en el deseo del Otro,
cuya potencia sostiene, se identifica con su partenaire para
formular la pregunta por el ser sexuado. Acaso, ¿no po­
dría pensarse que Freud sería un poco susceptible respec­
to del hecho de que se trate de una "acción" compulsi­
va -al faltar la condición conversiva? Del modo que sea,

12. Freud, S. (1916-17) “17a Conferencia: El sentido de los síntomas’'


en Conferencias de introducción al psicoanálisis, op. cit, p. 240.
faltan también más detalles para decidir una conjetura
semejante. En todo caso, la presencia de la vergüenza de
la mujer -aunque ella hace carne de la que corresponde a
su marido-, con el carácter corporal que esta suele tener,
bien podría orientar la interpretación en otra dirección.
Esta última indicación tiene un propósito concreto:
desairar cualquier intención de una lectura fenoménica
de los síntomas (al sostener que la obsesión es cuestión de
“meras ideas” y la histeria de un~“cuerpo desimplicado”).
En efecto, lo significativo de este prolegómeno es entre­
ver los síntomas en función de la posición subjetiva que
los subtiende. Dicho de otro modo, las neurosis son posi­
ciones sintomáticas del deseo y, en este punto, remiten a
sus fantasmas específicos. No obstante, no podríamos en
este contexto realizar una justificación más precisa de las
relaciones entre síntoma y fantasma (cuya articulación
rescatamos, y cuya diferenciación estricta desleímos en
este argumento), pero sí recuperar el planteo freudiano
de los llamados “síntomas típicos” como una forma de
ubicar dichas posiciones privativas de cada tipo clínico:

“Es preciso llam arlos síntom as 'típicos’ de la enferm e­


dad; en todos los casos son m ás o m enos semejantes, su
diferencias individuales desaparecen o al m enos se re­
ducen ta n to que resulta difícil conectarlos co n el viven-
ciar individual [...]. N o olvidemos que justam ente m e­
diante estos síntom as típicos nos orientam os para for­
m u lar el diagnóstico.”13

13. ibid., p. 247.


De este modo, los síntomas típicos denotan posicio­
nes fantasmáticas fundamentales (el asco en la histeria,
la duda en la obsesión, etc.)14 que son las que un ana­
lista calcula no sólo para esclarecer el diagnóstico, sino
también para orientar sus intervenciones.

Una clínica de la pregunta

Como hemos indicado en un comienzo, acostumbra­


mos decir que la neurosis está estructurada como una pre­
gunta y, en cierto modo, este es un efecto de la enseñan­
za de Lacan. Así, por ejemplo, es que presentara la distin­
ción entre obsesión e histeria en el seminario 3:

"...lo que caracteriza la posición histérica es una pregun­


ta que se relaciona justam ente co n los dos polos signi­
ficantes de lo m asculino y lo femenino. El histérico la
form ula co n todo su ser: ¿cóm o se puede ser varón o se
puede ser hem bra? Esto implica, efectivamente, que el
histérico tiene de todos m odos la referencia. La pregun­
ta es aquello en lo cual se introduce y se conserva tod a

14. “SÍ en un caso de histeria hemos reconducido realmente un síntoma


típico a una vivencia o a una cadena de vivencias parecidas, por
ejemplo, un vómito histérico a una serie de impresiones de asco,
quedaremos desconcertados si, en otro caso de vómito, el análisis
nos descubre una serie de vivencias supuestamente eficaces de índole
por entero diversa. De pronto parece como si los histéricos, por
razones desconocidas, se vieran obligados a manifestar vómitos, y
que las ocasiones históricas que el análisis brinda fueran sólo unos
pretextos de que se vale esa necesidad interior cuando por azar se
presentan”. Ibid., pp. 247-248.
la estructura del histérico, con su identificación funda­
m en tal al individuo del sexo opuesto al suyo, a través de
la cual interroga a su propio sexo. A ia m an era histérica
de preguntar o ... o ... se opone la respuesta del obsesivo,
la denegación, n i... n i... ni varón ni hem bra. Esta dene­
gación se hace patente sobre el fondo de la experiencia
m ortal y el escam oteo de su ser a la pregunta, que es u n
m odo de quedar suspendido de ella. El obsesivo preci­
sam ente n o es ni uno ni otro.”15

De acuerdo con estos términos, la histeria sería una


pregunta acerca de la feminidad y la obsesión acerca de
la relación entre la vida y la muerte. En este último caso,
eventualmente ha podido decirse que esta inquietud tra­
sunta en la pregunta acerca de la paternidad, v esta in­
dicación es apropiada... aunque parcial: el modo en que
la pregunta acerca de qué es un padre se. constituye en
la obsesión es a través de la muerte, esto es, se interro­
ga al padre muerto -al que vale como nombre, es decir,
como ideal frente al cual la obsesión se apaña como tér­
mino degradado-; y el carácter parcial de esta respuesta
radica en que la histeria no está menos orientada hacia
la misma pregunta: la histérica también interroga al pa­
dre, pero a partir de su deseo... En definitiva, tanto his­
teria como obsesión son formas de orientación hacia el
padre, de servirse del padre como referencia sintomática.
Volveremos sobre este aspecto en los capítulos siguientes.

15. Lacan, J. (1955-56) £1 seminario 3: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós,


1984, p. 358.
No obstante, en este contexto importa destacar el ca­
rácter inconsciente de las preguntas en cuestión. Ya he­
mos enfatizado que esas preguntas no pueden ser veri­
ficadas a nivel del discurso yoico. Dicho de otro modo,
la pregunta neurótica se descifra de acuerdo con la ela­
boración de saber que se desprende del síntoma -según
hemos entrevisto este punto con el comentario de la
"17a Conferencia" en el apartado anterior, la pregunta
del neurótico se interpreta retroactivamente a partir de
esa respuesta que es el sentido del síntoma-. Por lo tan­
to, importa ubicar un modo concreto en que el discur­
so del neurótico asume la forma de una pregunta, pun­
to en el cual es preciso reconducir esta cuestión, una ve¿
más, al modo de respuesta discrecional frente al dispo­
sitivo mismo -antes que a una elaboración psicopatoló-
gica-. Para dar cuenta de este tópico cabe servirse de los
desarrollos de Lacan en tomo a la “causación del suje­
to" en el seminario 11.
¿Qué quiere decir que el sujeto está “causado"? En
primer lugar, aunque parezca algo evidente, esta indica­
ción expone que el sujeto no es un dato de partida en la
práctica del psicoanálisis -es decir, quien habla en la con­
sulta es una persona, o algo semejante, pero no un su­
jeto-; en segundo lugar, el sujeto del psicoanálisis no es
el sujeto tradicional de la filosofía, es decir, constituyen­
te del sentido, sino que se constituye a través de un sa­
ber que no conoce, pero que en tanto no sabido igual se
sabe. Dicho de otro modo, sujeto y saber se-exduyen; en
sentido estricto no hay sujeto del inconsciente, por eso
se trata de un sujeto dividido o en falta. No obstante, en
tercer lugar, su falta no es sólo respecto del saber, sino
también en referencia a la satisfacción, dado que esta úl­
tima se presenta a través del síntoma, de un modo oscu­
ro y extranjero; por lo tanto, un esbozo de aproximación
al carácter constituido (o causado) del sujeto podría re­
sumirse en la división entre >aber y goce -a sabiendas de
que el saber es un modo de cernir también ese goce per­
dido (y recuperado) sintomáticamente-. He aquí el pun­
to en que las formaciones del inconsciente, como mo­
dos de retorno, tienen un lugar privilegiado en el análi­
sis. Un psicoanálisis que no tenga su hilo conductor en
la experiencia del inconsciente difícilrrtente pueda ser lla­
mado un análisis.
De acuerdo con lo anterior, el sujeto es una instancia
de indeterminación y el análisis avanzaría en la dirección
de orientar su-división hacia su determinación... respec­
to del deseo. Así lo afirmaba Lacan en "La dirección de
la cura y los principios de su poder":

"H acer que se vuelva a en co n trar en él [en el flujo sig­


nificante, en la cadena inconsciente, en la m edida en
que este juega co m o saber no sabido] com o deseante, es
lo inverso de hacerlo reconocerse allí com o su jeto...”16

De este modo, las formaciones del inconsciente tie­


nen la función de polarizar el análisis respecto del de­

16. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su


poder” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 603.
seo, en ese punto en que el deseo se presenta a través de
un saber enigmático.17 Pensemos, por ejemplo, en el caso
del acto fallido, donde el deseo no se expresa a través de
la equivocación de la intencionalidad -como si el deseo
fuera lo dicho-, sino que en esa fractura del discurso yoi-
co se inaugura una pregunta por el saber respecto del de­
cir: “¿Qué quise decir y qué dije?”, “¿Cuál es el saber que
no sé de mi decir?”, “¿Cómo deseo cuando digo lo que
digo?71. He aquí el nudo íntimo del análisis de la neuro­
sis, donde el inconsciente retoma al producir la inquietud
respecto del decir -articulado al saber y la satisfacción-.
Esta última indicación conduce, entonces, a especifi­
car el modo de hablar de la neurosis en el análisis, para
lo cual podemos tomar en sentido más estricto la no­
ción de causa en función de las dos operaciones que La­
can llamó “alienación” y “separación”. Por esta vía, refe­
rirse a la causación del sujeto no sería tanto elaborar un
mito acerca de la estructura sino formalizar la experien­
cia que el análisis ofrece a propósito de cómo el neuróti­
co se relaciona con el acto de hablar.
Las operaciones mencionadas parten de un “dato”
básico: la dependencia (significante) del su|eto respecto
del Otro, esto es, que la palabra cobra valor significante
cuando quien habla recibe de su interlocutor la sanción

17. “...el sujeto que, alternativamente, se muestra y se esconde, según las


pulsaciones del inconsciente [...] como tal está en la incertidumbre
debido a que está dividido [...] irá encontrando su deseo cada vez
más dividido, pulverizado, en la cernida metonimia de la palabra".
Lacan,]. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis, op. cít, p. 195.
del significado de su decir -circuito de lenguaje que La­
can llamara "poder discrecional del oyente", basado en el
corte (función que delimita la estructura del significante,
es decir, la decantación de significación a partir del des­
tinatario que defrauda la intención del hablante al esta­
blecer una brecha entre lo que se quiso decir y lo que se
dijo/escuchó/entendió)-. Efectuado este valor significan­
te de la palabra, el sujeto se recorta a partir de que cada
significante queda referido a otro significante: he aquí el
modo lacaniano de esclarecer la noción freudiana de la
Otra escena. No se trata de que detrás de lo que se dice
hay otra cosa, porque eso sería restablecer la idea de un
mensaje oculto, ni de que se está diciendo algo diferen­
te a lo dicho, sino que la efectuación de la palabra como
significante implica que siempre se dice más de lo que se
dice al decir eso que se dijo y justamente eso que se dijo.
La operación de alienación consistiría, entonces, en este
efecto de petrificación indefinida que Lacan ilustra median­
te una figura lógica: el vel Sin embargo, no refiere a este
motivo en función de sus usos tradicionales: la disyunción
inclusiva o excluyente, sino a través de la forma lógica de
la reunión (diferente de la suma, ya que implica la valora­
ción de los elementos en común de dos conjuntos) que le
permite plantear un tipo específico de circunstancia, elec­
ciones en las que la pérdida sea inevitable:18

18. El ejemplo paradigmático de este tipo de elección alienante es "La


bolsa o la vida", donde cualquiera de los dos términos que se elija
incurre en la pérdida del otro, pero sin que se trate de la disyunción
excluyente ya que en este tipo de elección lo que se conserva también
se ve afectado en una parte intrínseca (de ahí el énfasis anterior
"El vel de la alienación se define por u na elección cu ­
yas propiedades dependen de que en la reunión uno de
los elem entos en trañe que sea cual fuere la elección, su
con secu encia sea ni lo uno ni ¡o otro. La elección sólo
consiste en saber si uno se propone conservar u n a de
las partes, ya que la otra desaparece de todas form as.”19

Así, la alienación reflejaría esa circunstancia discursiva


en la que el hablante no puede decidir el significado de lo
que dice, ya que para aclarar lo dicho a (por) su interlo­
cutor debe añadir un nuevo significante y, por lo tanto,
indeterminarse más aún. De este modo, lo que se habrá
dicho no será ni uno ni lo otro, sino un sentido añadido
por lo que escuchó, una vez más, el interlocutor. Asimis­
mo, el ser del sujeto estaría siempre en menos respecto
del decir. Esta lógica de inducción constante, como vere­
mos en el apartado siguiente, responde al cumplimien­
to de la asociación libre. En este punto, importa desta­
car que no se trata de una operación aislada, sino que en
la neurosis esta forma de desarrollo dialéctico de la sig­
nificación está incardinada en otra operación: la separa­
ción. Porque no sólo la alienación no se entiende en psi­
coanálisis como una forma de determinación del sujeto,
cuando se trata de su indeterminación radical, sino que
la separación no es una operación posterior (cronológi­
camente) a la alienación, dado que se produce al mismo

en la diferencia entre la suma y la reunión): “¡La bolsa o la vida!


Si elijo la bolsa, pierdo ambas. Si elijo la vida, me queda la vida sin
la bolsa, o sea, una vida cercenada”. Ibid., p. 220.
19. ibid., p. 219.
tiempo (aunque sea analíticamente distinguible). No se
trata de dos operaciones sucesivas, sino del cierre de un
único movimiento:

“Esta operación lleva a su térm ino la circularidad de la


relación del sujeto co n el O tro, pero en ella se demues­
tra una torsión esencial.”20

La separación es la operación que polariza el hablar


hacia la cuestión del deseo y le da su condición propia
de hablar neurótico. Si la alienación se fundamentaba
en la lógica de la reunión, la separación recurre a la es­
tructura de la intersección, por la cual la relación con el
Otro se establece en función de una comunidad de fal­
tas o, mejor dicho, la posición del sujeto coincide con el
deseo del Otro:

“El sujeto Encuentra u n a falta en el O tro, en la propia


intim ación que ejerce sobre él el O tro co n su discurso.
En los intervalos del discurso del O tro surge en la expe­
riencia del niño algo que se puede detectar en ellos ra ­
dicalm ente -m e dice eso, pero ¿qué quiere?”21

En este punto, no era indispensable referirse a la ex­


periencia del niño... cuando habitualmente los neuróti­
cos no hacen otra cosa: el sustrato de su alienación en el
significante radica en preguntarse qué (se) dijo cuando
(se) dijo, donde la referencia impersonal remite no sólo

20. ibid,, p. 221.


21. Ibid.
a la alteridad que así se introduce en su decir, sino tam­
bién en su condición deseante al descubrir que el deseo
es eso que en el acto de hablar resta como punto oscuro
de su relación con el Otro:

“Este intervalo que corta los significantes, que form a par­


te de la propia estructura del significante, es la guarida
de lo que, en otros registros de m i desarrollo, he llam a­
do m etonim ia. Allí se arrastra, allí se desliza, allí se es­
cabulle, com o el anillo del juego, eso que llam am os de­
seo. El sujeto aprehende el deseo del O tro, en lo que no
encaja, en las fallas del discurso del O tro, y todos los por
qué del n iñ o no surgen de u na avidez por la razón de
las cosas -m á s bien constituyen una puesta a prueba del
adulto, u n ¿por q u ém e dices eso? re-sucitado siempre de
lo m ás h o n d o - que es el enigm a del deseo del ad ulto."22

Por esta vía, no sólo pueden ponerse ambas opera­


ciones en secuencia con las dos figuras retóricas de me­
tonimia y metáfora -y pensar que si la metáfora es un
indicador privilegiado de la neurosis el referente de este
rasgo no es un análisis objetivo del lenguaje del paciente
(no se trata de que este último utilice o no metáforas en
su discurso ordinario), sino el hecho de que en el hablar
analítico su decir se encabalgue y relance en función de.
ese enigma que su propio decir produce-, también podría
ponerse en secuencia el modo de hablar que instituye el
psicoanálisis con el propio de los niños -en este sentido

22. Ibid., p. 222.


podría hablarse de regresión-. Los "por qué” del lengua­
je infantil son un buen ejemplo de un decir causado por
un resto, pero también podría pensarse en el modo que
tiene la histérica de interpelar a su partenaire donde la
mayor especificidad está en que apunta al deseo del Otro.
“¿Por qué me dices eso?” es la pregunta que mejor refle­
ja la situación del había en análisis, donde el destinata­
rio eventual puede ser el analista, pero con mayor énfa­
sis lo es el decir del paciente, quien una vez que introdu­
jo la función de la causa en su hablar queda asociado a la
búsqueda de un saber. "¿Qué quiere de mí?”, "¿Qué soy
para el Otro?” no son preguntas que sirvan para orientar
la puesta en forma del dispositivo, ,y. su permanencia, si
no se sostienen desde una actitud de interpelación, situa­
ción en la que podrían parafrasearse de este otro modo:
“¿Por qué quiere algo conmigo?”, “¿Desde qué lugar soy
este objeto?”, preguntas en las que importa el intento de
trasuntar el extrañamiento respecto del hablar a que in­
vita el psicoanálisis.
Por otro lado, esta última indicación permite esclare­
cer el motivo de que ciertas orientaciones del hablar sean
profundamente anti-analíticas, por ejemplo, instituir ün
discurso del estilo "¿Qué hice para merecer esto?”, cuyo
carácter culpabilizante -hoy en día asociado a una suer­
te de “hacerse cargo”- sería un detalle menor sino fue­
ra porque hay tipos clínicos, como la obsesión, con una
facilidad casi perfecta para instituir ese discurso por sí
mismo. Se trata, en definitiva, de un hablar sostenido
en la consistencia narcisista ( “Soy esto o lo otro, pero lo
que sea que soy es el motivo de lo que digo”) y esta si­
tuación permite entender por qué es necesaria una his-
terización para entrar en el dispositivo analítico: si el ob­
sesivo es un practicante obediente del discurso delirante
del yo (verificable, por ejemplo, en sus corrientes “auto-
rreproches”), la histeria lleva del narcisismo hacia la re­
lación con el Otro.

La respuesta a la regla analítica

El apartado anterior conduce a una conclusión taxa­


tiva: el hablar analítico no es el mismo que el de la con­
versación cotidiana. Este mismo desenlace parafraseaba
Freud en los siguientes términos destinados a dar cuen­
ta de esa experiencia:

“En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de u n a


conversación ordinaria. M ientras que en esta usted pro­
cura m an ten er el hilo de la tram a m ientras expone, y re­
chaza todas las ocurrencias perturbadoras y pensam ien­
tos colaterales, a fin de no irse por las ram as, com o sue­
le decirse, aquí debe proceder de otro m od o.”23

Esta circunstancia se debe, por un lado, al hecho de


que la posición del analista no es la del oyente ordinario,
que se presta empáticamente a reconocer a quien habla,

23. Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento", op. rít, p.


136.
al funcionar como semejante ai yo. El lugar de interlo­
cutor que le corresponde al analista cuando responde se
indica, en primer lugar, a partir de destacar los puntos
de fractura del discurso y sancionarlos, direccionar el ha­
blar del paciente a través de su puntuación, para que eso
extrañamente comprensible funcione como resto causal
de la cadena asociativa. A esto se refería Freud cuando,
en otro de sus escritos técnicos, sostenía que el analista
debía ser una suerte de espejo:

“El m édico no debe ser transparente para el analizado,


sino, com o la luna de un espejo, m ostrar sólo lo que le
es m ostrad o."24 '

Esta afirmación en absoluto cuestiona el papel ac­


tivo del analista, sino que delimita el tipo de respuesta
que le concierne. En todo caso, se trata de especificar,
una vez más, el modo de hablar que corresponde al aná­
lisis, esto es, la disparidad subjetiva que lo fundamen­
ta: el lugar de sujeto le toca al analizante. Para el ana­
lista, por su parte, sólo hay dos posiciones a-subjetivas
posibles: el significante y el objeto. Por eso Freud puede
afirmar lo siguiente:

“Uno creería de todo punto admisible, y h asta adecuado


para superar las resistencias subsistentes e n el enferm o,
que el m édico le deje ver sus propios defectos y conflic­

24. Freud, S. (1 9 1 2 ) "Consejos al médico sobre el tratam iento


psicoanalítico” en Obras completas, Vol. XII, op. cit., p. 115.
tos anímicos, le posibilite ponerse en u n pie de igual­
dad m ediante unas com unicaciones sobre su vida he­
chas en confianza."25

Sin embargo, el efecto de estas comunicaciones sue­


le ser contraproducente, ya que suelen ser escuchadas
desde el Otro de la transferencia. No se trata de negar la
presencia.de sentimientos en el analista y su uso posible,
sino de incardinar su participación en una determinada
dirección de la cura. Volveremos sobre esta cuestión en
el último capítulo.
De este modo, en segundo lugar, el analista hace cum­
plir la asociación libre. El hablar analítico no se pone en
marcha con un simple: "¿Qué se te ocurre con eso?”. La
regla fundamental no consiste en decir cualquier cosa
(no sistematizar) o en querer decirlo todo (no omitir),
sino que la definición positiva de la asociación libre -me­
nos lo que no hay que hacer, que aquello que sí permi­
te reconocer su funcionamiento- apunta a decir eso que
preferiría no decirse.26
Por otro lado, en este punto concierne detenerse en
una de las afirmaciones freudianas más polémicas de la
clínica psicoanalítica:

"...el m édico debe ponerse en estado de valorizar para los


fines de la interpretación, del discernim iento de lo in­

25. Ibid., p. 117.


26. Cf. Boxaca, L.; Lutereau, L., “La regla fundamental y el decir
analizante" en Introducción a la clínica psicoanalítica, Buenos Aires,
Letra Viva, 2012.
consciente escondido, todo cuanto se le com unique, sin
sustituir por una censura propia la selección que el enfer­
m o resignó; dicho en u na fórm ula: debe volver hacia el
inconsciente em isor del enferm o su propio in con scien ­
te com o órgano receptor, acomodarse al analizado com o
el auricular del teléfono se acom oda al m icró fo n o .”27

¿Qué quiere decir esta comunicación de "inconscien­


te a inconsciente”? Por un lado, además de reafirmar la
disparidad subjetiva que implica el análisis, en una críti­
ca de cualquier teoría de la comunicación -ya que el lu­
gar de receptor del analista se corresponde con devolver
un mensaje invertido y no un mensaje propio-, el valor
de esta indicación está en la metáfora que la continúa:
se trata de que el analizante se escuche a través del ana­
lista (como el auricular del teléfono se acomoda al mi­
crófono). En este sentido podría hablarse de un “diálo­
go” analítico, si se da a la palabra su sentido etimológi­
co: el analista encarna ese lenguaje (íogos), a través del
cual ( dia -), el analizante recupera su propia enuncia­
ción. De este modo, la metáfora en cuestión expone el
circuito de una banda de Moebius y, por otro lado, per­
mite cancelar cualquier acepción que restituya que se
trata de que el inconsciente del analista participe como
recurso para la intervención -motivo que llevaría a ha­
cer consistir una especie de “ser" del analista-. Por cier­
to, de algún modo puede decirse que el analista escucha

27. Freud, S. (1 9 1 2 ) "Consejos al médico sobre el tratamiento


psicoanalítico”, op, cit, p. 115.
e interpreta con su fantasma, pero a condición de re­
cordar esa sentencia winnicottiana de que se interpre­
ta sólo para demostrar cuán poco se ha comprendido.28
Puede entonces ahora introducirse esa otra afirmación
freudiana que podría mover al escándalo si no fuese co­
rrectamente aprehendida:

“Lo inconsciente del m édico se habilita para restablecer,


desde los retoños a él com unicados de lo inconsciente,
esto inconsciente m ism o que h a determ inado las ocu ­
rrencias del enferm o,”29

En todo caso, ese inconsciente del que se habla no se­


ría tanto del médico, sino que trataría del punto en que
en su propio análisis un analista avanzó en el convenci­
miento de la existencia del inconsciente y, por lo tanto,
accedió al manejo del dispositivo desde un punto de vis­
ta que no es la mera adquisición de la teoría.
Para concluir este capítulo, nos detendremos breve­
mente en el modo en que los tipos clínicos que nos ocu­
parán en este libro -histeria y obsesión- se posicionan
frente al cumplimiento de la regla fundamental. Una
vez más, una afirmación de Freud se corresponde con el
punto de partida:

28. "Creo que en lo fundamental interpreto para que el paciente conozca


los límites de mi comprensión”. Winnicott, D. W. (1969) “El uso
de un objeto y la relación por medio de identificaciones" en Realidad
y juego, Buenos Aires, Gedisa, p. 99.
29. Freud, S. (1 9 1 2 ) “Consejos al médico sobre el tratam iento
psicoanalítíco”, op. cifc, p. 115.
“M ucho habría para decir sobre las experiencias co n la
regla fundam ental del psicoanálisis. En ocasiones uno se
topa co n personas que se com portan com o si ellas m is­
m as se hubieran im puesto esa regla. Otras pecan co n ­
tra ella desde el com ienzo m ism o.”30

Podría pensarse aquí, por ejemplo, en las diversas omi­


siones y recaudos con que el obsesivo se sustrae de la re­
gla analítica, muchas veces con un control exhaustivo de
cada una de sus palabras, ó bien al calcular la “intromi­
sión” del analista -para decir,, ocasionalmente, “sabía que
la sesión iba a terminar cuando dijese eso”-. Después de
todo, Freud mismo creó un dispositivo-que requiere de
la histerización como paso preliminar -no otra cosa qui­
so decir cuando afirmó que la obsesión era una dialecto
de la histeria--, esto es, que destaca la relación entre este
tipo clínico y el cumplimiento de la asociación libre... si
no fuera porque las histéricas suelen quejarse de sus la­
gunas y olvidos. Dicho de otro modo, el umbral del aná­
lisis que la histerización demuestra es la dirección hacia
la pregunta por la causa psíquica del padecimiento, la su­
posición de un saber en la división que implica el sínto­
ma; y si bien la histeria pareciera ser elpartenaire privile­
giado del analista, lo cierto es que una vez iniciado el tra­
tamiento no resulta tan sencillo que avance en la asun­
ción de sus condiciones de satisfacción. En todo caso, si
bien la histérica hace su entrada en análisis con mayor

30. Freud, S. (1913) "Sobre la iniciación del tratamiento", op. cit, p.


136.
facilidad -dada su fascinación con el saber-, su punto de
detención (o, mejor dicho, de "eternización” en el trata­
miento) es más inmediato; el obsesivo, en cambio, aun­
que resiste inicialmente la cesión de su malestar (al que
puede nombrar como "carácter”, al atrincherarse en la
desconfianza o la porfía, etc.), una vez iniciado su aná­
lisis, suele avanzar con mayor decisión. Para esclarecer
esta última afirmación es preciso detenerse en el estudio
de la textura íntima de ambos tipos clínicos. A esta cues­
tión estarán dedicados los próximos dos capítulos. Lue­
go, un último capítulo volverá a la consideración de la
dirección de la cura e introducirá ciertas perspectivas en
torno al fin de análisis.
¿Qué quiere el sujeto histérico?

“La histérica está sostenida [...] por una


armadura, distinta de su consciente, y
que es su am or por su padre."

Jacques Lacan (1 9 7 6 -7 7 ) I/insu que sait


de Yune-bévue s’aile d mourre.

Es un lugar común de la teoría psicoanalítica afirmar


que la histeria se define a partir de la insatisfacción del
deseo. Sin embargo, esta definición -correcta desde un
punto de vista teórico-1es incompleta desde el punto de
vista clínico ya que no alcanza para delimitar el carác­
ter sintomático de esta posición subjetiva; dicho de otro

1. Esta orientación, que pone en un primer plano la insatisfacción


como rasgo privativo de la histeria (en su carácter diferencial), puede
justificarse en diversas afirmaciones de Lacan, especialmente en los
primeros seminarios, por ejemplo: "Estas estructuras son distintas
según se haga hincapié en la insatisfacción del deseo, y así es como
la histérica aborda su campo y su necesidad, o en la dependencia
respecto del Otro en el acceso al deseo, y así es como este abordaje
se le propone al obsesivo". Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las
formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 415.
modo, el deseo es insatisfecho por sí mismo -tal es su
“esencia”- y dicha condición no es suficiente para sos­
tener que hablemos de un sujeto histérico.
En la enseñanza de Lacan este aspecto puede re­
sumirse en la formulación del discurso histérico, que
añade un segundo factor a la consideración de la in­
satisfacción:
S — ► St

a- S2

Como indica la segunda mitad de la fórmula, la


histeria establece una relación específica con el Amo:
esta particular posición subjetiva implica dirigirse al
Otro en función de una elaboración de saber. Si la
primera mitad de la fórmula indica que histérica es
la actitud dé quien rechaza su condición de objeto en
la satisfacción, al desconocer su posición en el deseo
.(que pueda causarlo, así como puede ser el objeto al
que ese deseo se dirige), este aspecto se encuentra aso­
ciado a que dicho rechazo está incardinado a una in­
tención de saber. Así lo demuestra, por ejemplo, un
síntoma fundamental de la histeria, sin cuyo análisis
un tratamiento no puede decir que haya avanzado de­
masiado lejos: los celos. Preguntas propias de los ce­
los histéricos ( “¿Qué le viste?”, “¿Qué tiene que no
tenga yo?", etc.) están menos orientadas a la confir­
mación amorosa que a la demostración de ese inter­
cambio por el cual se prefiere un saber sobre el deseo
a la realización del mismo.
Esta última indicación permite, a su vez, introducir
otro aspecto que -si no fuera matizado- también podría
convertirse en una definición parcial: el interrogante de
la feminidad. “¿Qué es una mujer?”, se pregunta la histé­
rica. Sin embargo, en el desdoblamiento por el cual bus­
ca responder a esta inquietud, a través de su acoso en al­
guna figura de la Otra, no cabría ver una relación dual.
Si la Otra tiene una función propia en la histeria no es a
través de una idealización del semejante, sino por su pa­
pel en el sostén del deseo. Así lo demuestra el sueño de
esa célebre histérica freudiana: la “Bella carnicera” -que
comentaremos en el último capítulo, relativo a la direc­
ción de la cura-.
En función de lo anterior, entonces, podría decirse que
si “La mujer no existe” es porque la Otra es parte de la
interpretación histérica del deseo.2 La histérica interro­
ga el enigma de la feminidad a través de un deseo mas­
culino -o, mejor dicho, fálico—; éste es el núcleo de la
llamada “identificación viril”, que no debe confundirse
con “hacer de varón" o con una asunción de rasgos ex­
teriores, dado que se trata de una posición respecto del
deseo que, por ejemplo, se expresa en que una histérica
pueda conocer a la perfección los horarios de su pareja
-tanto como le avise que recuerde que tal día tiene tal
o cual actividad y que no olvide tal o cual objeto-, quie­
ra saber de qué habla con sus amistades y así, en defini­
tiva, se haga un lugar en su deseo... del cual no tarda en

2. Cf. Verhaeghe, P. ¿Existe la mujer? De la histérica de Freud a lo femenino


en Lacan, Buenos Aires, Paidós, 1999.
quejarse. “No soy su madre”, suele reprochar la histéri­
ca, en una acusación que desconoce que el único modo
de no ser la madre del otro (o bien la “enfermera”, “se­
cretaria” u otros diversos lugares “asistenciales” que le
están facilitados) radica en analizar la posición histérica
que la enlaza con su pareja.
Por esta vía, luego de esclarecer las relaciones entre
saber y deseo, estrechamente vinculados a partir del re­
curso a la identificación como sede de la pregunta por
la feminidad, puede presentarse la fórmula del fantas­
ma histérico:

(a) O A
-cp

En el lado izquierdo de la fórmula, por un lado, se des­


taca la identificación de la histérica con el objeto que le
sirve de soporte de su deseo. Por eso Lacan afirma que la
histérica está en la escena por “procuración”. Su interés
en el objeto de su deseo está subtendido por la segunda
parte de la fórmula, es decir, por otro lado, aquello a lo
que apunta. Dicho de otro modo, el objeto de deseo tie­
ne valor como signo de lo que vela, el deseo que apun­
ta a la feminidad. En ese lugar del Otro absoluto, enton­
ces, bien podría situarse al falo simbólico, cuyo valor ra­
dica en no aparecer sino en ser la presencia real de un
deseo enigmático.
De acuerdo con la lectura lacaniana del caso Dora,
esta fórmula podría interpretarse en los siguientes tér­
minos: a Dora le cabría el lugar de la falta, al señor K
el lugar de objeto y a la señora ICel lugar de Otro. Que
a la histérica le quepa el lugar de procuradora del falo
imaginario implica que hace de su división una forma
consagrada al deseo -en este sentido es que Lacan des­
taca "la devoción de la histérica, su pasión por identi­
ficarse con todos los dramas sentimentales”- ;3 sin em­
bargo, esta consagración tiene como condición quedar
a resguardo, esto es, se convierte en el sostén de algo
que “no es asunto suyo”:4

“Ella intercam bia siempre su deseo co n tra este signo,


no busquen en ninguna otra parte la razón de lo que se
llam a su m itom anía. Es que hay una cosa que prefiere a
su deseo -prefiere que su deseo esté insatisfecho a lo si­
guiente, que el O tro conserve la clave de su m isterio.”5

De este modo, la histérica prefiere el signo del deseo a


la realización del deseo, con el resultado de la insatisfac­
ción del deseo. De regreso en el caso Dora, el valor del se­
ñor K estaría en el signo (velado y supuesto) de su deseo
por la señora K -de ahí que la frase de aquél que acusa el
desinterés por su mujer produzca el efecto más estrepito­
so-; dicho de otra manera, ese interés que Dora requiere
implicaría que la señora IC“algo tiene”, y en esa relación
quedaría suspendido su deseo. Por eso Lacan también
puede decir que “en el plano del fantasma no se produ­

3. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: la transferencia, Buenos Aires,


Paidós, 2008, p. 281.
4. Ibid.
5. Ibid.
ce la relación de fading del sujeto con el a minúscula”,6
es decir, no es con el señor K que Dora se divide; al con­
trario, él es el término último de su identificación, el ob­
jeto de su amor... pero no de su deseo, por lo cual queda
reducido al requerimiento constante de la prueba amo­
rosa -cuestión que las histéricas suelen denunciar en su
queja de que aman a una pareja con la que no se exci­
tan (con la habitual interpretación de frigidez)... mien­
tras que sus parejas acusan de que ellas no hacen más
que “hinchar...”-.
Asimismo, esta fórmula fantasmática tiene un carác­
ter controversial. Si define lo más elemental de la posi­
ción histérica, ¿no define también el síntoma histérico?
¿Cómo distinguir, entonces, el síntoma del fantasma? En
este punto es donde podría recordarse la reflexión freu-
diana acerca délos “síntomas típicos” -a uno de los cua­
les remitimos implícitamente más arriba cuando men­
cionamos el caso de los celos-, aquellos que Freud consi­
deraba suficientes para el diagnóstico de un tipo clínico.
Una posición en la estructura se define a partir del
síntoma. No obstante, el síntoma se dice de muchas ma­
neras.7 Para dar cuenta de este aspecto realizaremos una

6. Ibid., p. 280.
7. No es este el lugar para hacer un esclarecimiento de las diferentes
definiciones de síntoma en la enseñanza de Lacan: como símbolo
(en "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”),
metáfora (en el seminario 5) o goce (a partir del seminario 10),
etc. Lo que importa aquí es dejar a un lado las definiciones
metapsicológicas y apuntar a sus manifestaciones clínicas, esto es,
a su modo de aparición en la experiencia analítica.
lectura de los diferentes momentos del tratamiento del
caso Dora, con el objetivo de delimitar el valor clínico
de sus síntomas respecto del esclarecimiento de su posi­
ción subjetiva. De este modo, el asco, la afonía y la tos
serán el hilo conductor para elucidar el nudo íntimo de
la histeria en función de su posición respecto del goce,
el amor y el deseo. Este relevamiento, a su vez, permitirá
comprender por aué Lacan sostenía -en uno de sus últi­
mos seminarios- que lo propio de la histeria radicaba en
la "armadura” del amor al padre.

La histeria en análisis

Freud escribió el caso Dora con un propósito singu­


lar: poner de relieve el determinismo de los síntomas y el
edificio íntimo -ensambladura y causación- de la neuro­
sis, Asimismo, desde un punto de vista técnico, el histo­
rial demuestra la inserción del análisis de los sueños en
la cura, de ahí que el núcleo del caso esté en el esclare­
cimiento de dos sueños que ofrecen la clave del padeci­
miento de la joven.
¿De qué modo se presenta Dora a la consulta? En
primer lugar, cabe destacar que se trata de una situa­
ción bastante habitual hoy en día, no sólo en la clíni­
ca con niños, sino con adolescentes -después de todo,
Dora no era otra cosa con sus 18 años-, es decir, es traí­
da por el padre. Ahora bien, Dora ya conocía de ante­
mano a Freud; o, mejor dicho, su padre se había trata­
do con Freud oportunamente y, entonces, frente a cier­
to malestar de su hija decidió reenviarla con su médi­
co. Esta primera consulta se realizó cuando Dora tenía
16 años, aunque no prosperó porque, sorpresivamen­
te, los síntomas de Dora cejaron. Sin embargo, Freud
no dudó en calificar a la joven como neurótica... Aho­
ra bien, ¿cómo llega a esta conclusión? Podría decirse
que por la historia del padecimiento (a los 8 años Dora
ya presentaba disnea, a los 12 años padecía migrañas
y tos, etc.), pero también cabría considerar este proce­
dimiento de sustracción de su síntoma ante la primera
consulta como un índice significativo.
Asimismo, en este contexto inicial puede realizarse
una lectura transferencial del caso, es decir, ¿qué Otro
era Freud para Dora? En principio, el médico del padre,
cuyos síntomas de índole orgánica aquél había curado
sin proponerle un tratamiento analítico. ¿Por qué, en­
tonces, Freud oferta el análisis a Dora? Para dar cuenta
de este aspecto, por un lado, cabe tener presente la sin-
tomatología actual de Dora:

"Los signos principales de su enfermedad eran ah ora


u na desazón y u na alteración del carácter. Era evidente
que no estaba satisfecha consigo m ism a ni co n los su­
yos, enfrentaba hostilm ente a su padre Buscaba evi­
tar el trato social; cuando el cansancio y la dispersión
m en tal de que se quejaba se lo perm itían, acudía a c o n ­
ferencias para dam as y cultivaba estudios m ás serios. Un
día los padres se horrorizaron al hallar sobre el escrito­
rio de la m u ch ach a, o en uno de sus cajones, u n a car­
ta en la que se despedía de ellos porque ya no podía so­
p ortar m ás la vida."8

Además de esa suerte de llamado dirigido al Otro que


instituye el acting out de la carta, es importante desta­
car la hostilidad referida al padre, especialmente porque
. hasta entonces Dora había tenido una relación más bien
tierna con él y, de algún modo, ese cambio de carácter es
lo que motiva que éste decida llevar a su hija con Freud,
con el pedido implícito de que vuelva a ponerla en el rec­
to camino. Sin embargo, no sólo se trata de la deman­
da de que su hija deje de causarle problemas (en parti­
cular, en lo relativo a su relación con la señora K) sino
que también puede notarse en el padre la actitud de que
la cosa fue demasiado lejos, especialmente cuando que­
dó impresionado luego de que su hija sufriera un desma­
yo a partir de una discusión.
De este modo, puede entenderse la renuencia de Dora
para acceder al tratamiento con Freud. En absoluto la jo­
ven quería iniciar un tratamiento y mucho menos podía
estar al tanto de las condiciones de una cura psicoanalítica.
Por otro lado, a la consideración de la sintomatología
más reciente, se añade un incidente que -I relatado por el
padre! - constituye el “anudamiento vital, al menos res­
pecto de la conformación última de la enfermedad”:9lue­
go de un paseo por un lago, en una época en que se reu­

8. Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria


('Caso Dora’) ” en Obras completas, Vol. VII, op. rit., p. 22.
9. Ibid., p. 24.
nieron en un verano con el matrimonio I<, al estar pre­
visto que Dora se quedara durante un par de semanas,
ésta acusa al señor K de hacerle una propuesta amoro­
sa y solicita regresar con su padre. A partir de ese episo­
dio, Dora pide a su padre que rompa relaciones con los
K y, en particular, con la señora K. Si el historial freu-
diano pudiese ser presentado como una suerte de novela
policial, todo su desarrollo estaría ordenado en función
de esclarecer qué pasó en esa escena del lago para que la
muchacha reaccionara de manera semejante.
Este último aspecto es fundamental, ya que todo en la
vida cotidiana de Dora avanzaba en la dirección de con­
firmar su amor por el señor K -así incluso se lo dijo su
prima cuando le indicó que ella estaba loca por ese hom­
bre-; por lo tanto, ¿por qué Dora afrenta a quien la re­
quiere de esta manera? En este punto, Freud retoma su
teoría sobre-el trauma sexual, que introdujera en los Es­
tudios sobre la histeria, al destacar un episodio anterior -
de cuando Dora tenía 14 años y fue besada intempesti­
vamente por el señor ICmientras aguardaba en una tien­
da-. Es significativa la interpretación que Freud hace de
este incidente:

"...estrech ó de pronto a la m u ch ach a co n tra sí y le es­


tam pó un beso en los labios. Era justo la situación que,
en una m u ch ach a virgen de catorce años, provocaría
u na nítida excitación sexual. Pero D ora sintió en ese
m om ento u n violento asco [...]. Yo llam aría 'histéri­
ca', sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de pro­
ducir síntom as som áticos, en quien u na ocasión de ex­
citación sexual provoca predom inante o exclusivam en­
te sentim ientos de displacer.” 10

No es fácil leer la primera parte de esta referencia y


no sentir un ligero escozor. En efecto, no pocas veces se
ha acusado a Freud de prejuicioso respecto de su presun­
ción de saber qué debería causar la excitación sexual de
una muchacha. Sin embargo, no es éste el aspecto sigñí-
ficativo, ya que Freud subraya la respuesta de Dora, esto
es, el asco: no se trata tanto de apreciar qué debería ha­
ber sentido la muchacha -en el contexto de un encuen­
tro a solas en el que un beso era algo más o menos previ­
sible-, sino lo que efectivamente sintió. Por eso es el tras­
torno del afecto lo que debe ser puesto en un primer pla­
no, incluso cuando pareciera que el asco no es un sínto­
ma somático, como si aquél no comprometiera al apa­
rato digestivo.
Si bien Freud encuentra una vía múltiple de determi­
nación del asco, más allá del beso del señor K, es prescin­
dible detenerse en esta cuestión. Mucho más importan­
te es precisar la manera en que el asco delimita el modo
en que la histérica se posiciona respecto del goce. Es un
rostro habitual de la histeria objetar toda satisfacción que
provenga del Otro -y la lengua popular designa a cier­
tas mujeres como “asquerosas” por sus remilgos-, dado
que se trata más de la forma en que la histérica respon­
de a un supuesto signo del goce del Otro que a la satis­
facción que debería sentir. En este sentido puede articu­

lo. ibid., p. 27.


larse, a su vez, cierta pregnancia de la pulsión oral en la
histeria, en la medida en que esta última se entiende en
función de una dialéctica que incluye a la demanda y el
deseo. El circuito de la oralidad se constituye a partir de
una demanda al Otro (demanda de alimento) que, al en­
contrar su reverso en una contrademanda (dejarse ali­
mentar), responde con el rechazo.11 Así, el objeto oral se
constituye como una “nada” que se sostiene en el “no es
eso” con que se objeta la satisfacción de la demanda. De
ahí que pueda decirse -en términos amplios- que toda
histérica es un poco anoréxica. Y, por cierto, esta vicisi­
tud es la que se pone en juego en el caso Dora luego de
la escena del lago:

“El asco que entonces sintió no había pasado a ser en


D ora u n sín tom a perm anente [...]. C om ía m al y con fe­
saba cierta repugnancia por los alim entos.”12

En este punto, podríamos preguntarnos cómo es que


Freud puso en marcha el dispositivo con un caso cuyas
coordenadas eran más bien resistentes, no sólo por el
modo en que se realiza la consulta, sino porque Dora tam­
bién evitaba hablar del incidente en cuestión. En efecto,
el relato de Dora apenas presentaba lagunas del recuer­
do cuando hablaba de su padre, objeto constante de su
reproche, y si en algo consistía la cura para Freud en ese

11. Cf. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, op. cit, pp.


228-233.
12. Freud, S. (1905) "Fragmento de análisis de un caso de histeria
('Caso Dora’)", op. cit, p. 27.
entonces era en hacer consciente lo inconsciente -y los
enigmas mnénicos eran huellas de la represión-. Todo en
su insistente denuncia estaba fundado y era inobjetable.
Así es que Freud afirma lo siguiente:

“Pronto se advierte que tales pensam ientos inatacables


para el análisis han sido usados por el enferm o para en ­
cubrir otros que se quiere sustraer de la crítica y de la
conciencia. Una serie de reproches dirigidos a otras per­
sonas h acen sospechar la existencia de u n a serie de au-
torreproches de idéntico contenido.”13

Ahora bien, he aquí un punto en el que Freud sí po­


dría ser perfectamente objetado. ¿De dónde se desprende
la afirmación teórica de que detrás de todo reproche hay
un autorreproche? Sin embargo, es preciso destacar que
este enunciado nunca es pronunciado de forma efecti­
va -jamás Freud le dice a Dora algo semejante, ni le pre­
gunta: “¿Qué tienes tú que ver...”?-.14De manera mucho
más sutil, Freud advierte que cada vez que Dora se que­
ja del padre, le atribuye a éste motivos que muy bien po­
drían aplicarse a ella; por un lado, que el padre sólo ve­
ría la parte de la realidad que más le convenía y no bus­
caba aclararse la conducta del señor K, cuando Dora ha­

13, Ibid., p. 32.


14. “Una primera inversión dialéctica que no tiene nada que envidiar
al análisis hegeliano de la reivindicación del ‘alma bella' la que se
rebela contra el mundo en nombre de la ley del corazón: ‘mira,
le dice, cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas”1.
Lacan, J. (1951) "Intervención sobre la transferencia" en Escritos
í, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 208.
bía hecho lo mismo durante todo el tiempo precedente
a la escena del lago, en la medida en que se había vuel­
to cómplice de la relación de su padre con la señora K.15
De este modo, quien se presentaba como víctima revela­
ba su complicidad con aquello de que se quejaba. En de­
finitiva, no se trata de que Freud rectifique la posición de
Dora en función de una implicación forzada, o de acuerdo
con una afirmación teórica insostenible, sino que Freud
nota que cada vez que Dora habla del semejante es para
proyectar allí su ser más íntimo; por eso, en función del
segundo reproche dirigido al padre -el utilizar las enfer­
medades para sacar provecho-, cuando Dora se presen­
ta un día quejándose de un dolor de estómago, Freud no
duda en preguntarle: “¿A quién copia usted en eso?”. En
absoluto se trata de que le pregunte qué tiene que ver con
aquello de que se queja, ni que le diga que detrás de su
reproche haya un autorreproche, sino que con su inter­
vención Freud consigue en acto oponerse a la identifica­
ción imaginaria, sustentada en el desconocimiento (que
siempre atribuye al otro el mal con el que se carga), para
situar la división subjetiva.1* Así lo demuestra la secuen­

15. "El compartido interés por los niños había sido desde el comienzo un
medio de unión en el trato entre el señor K y Dora. Evidentemente,
el ocuparse de los niños era para Dora la cobertura destinada a
ocultar, ante ella misma y ante los extraños, alguna otra cosa”.
Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria
( ‘Caso Dora')”, op. cit, p. 34.
16. La prosecución de esta forma de poner en forma el discurso
analizante se encuentra en el prolegómeno al análisis del segundo
sueño del caso; "Desde hacía algún tiempo, la propia Dora se
planteaba preguntas acerca de la conexión de sus acciones con
cia que organiza esta intervención, que, a través del cum­
plimiento de la regla fundamental, conduce al esclareci­
miento del síntoma de la afonía, dado que Dora comenta
la situación de una de sus primas que, enterada de la for-
malización del noviazgo de su hermana, acusó un dolor
de estómago que la excusó de presenciar la dicha ajena:

"...su s propios dolores de estóm ago decían que ella se


identificaba co n su prim a, así declarada simuladora, ya
fuera porque tam bién le envidiaba a la m ás dichosa su
am or, o porque veía representado su propio destino en
el de la h erm an a mayor, que poco antes había tenido
una relación am orosa de final desdichado."17

A su vez, esta línea asociativa conduce al propio uso


que la señora K hacía de sus enfermedades. Cada vez
que el señor K regresaba de uno de sus viajes, encontra­
ba a su mujer dolorida quien, hasta el día anterior, ha­
bía estado en perfecto estado. A continuación, una pe­
queña observación acerca de su alternancia entre enfer­
medad y salud, cuando era niña, llevó a Freud a conje­
turar que en su caso podía aplicarse un esquema similar
aunque invertido:

“D ora había presentado gran cantidad de ataques de tos


con afonía; ¿la ausencia o la presencia del am ado habrá

los motivos que podían conjeturarse. Una de esas preguntas era;


‘¿Por qué durante los primeros días que sucedieron a la escena del
lago no dije nada acerca de ella?'. La segunda: '¿Por qué se lo conté
repentinamente a mis padres?’". Ibid., p. 84.
17. Ibid., p. 35.
ejercido u na influencia sobre la venida y la desaparición
de estas m anifestaciones patológicas? Si así fuera, e n al­
guna parte tendría que ponerse de relieve una co n co r­
dancia delatora. Le pregunté por la duración media de
estos ataques. Era de tres a seis semanas. ¿C uánto h a­
bían durado las ausencias del señor K? También, tuvo
que admitirlo, entre tres y seis sem anas.”18

Por lo tanto, con su afonía Dora demostraba su amor


por el señor K, es decir,- el síntoma encontraba un sen­
tido al ser reconducido al vivenciar de la muchacha, ad­
quiría un valor simbólico demostrado en el cumplimien­
to de la asociación libre, en una secuencia que partía de
la queja vacía del “alma bella”. De este modo es que el
dispositivo analítico se pone en marcha en el caso Dora,
en un movimiento que va de la denuncia hacia la divi­
sión en el síntoma.19 Asimismo, este fragmento clínico

18. Ibid., pp. 35-36.


19. Una secuencia semejante es la que circunscribe el inicio del
tratamiento de una muchacha que consulta en función de los celos
que la enlazan con su pareja. Describe su relación como ‘‘estancada"
y ubica que ese período cbmienza luego de unas vacaciones en
que advirtió que su pareja miraba a otra mujer y, luego, encontró
fotos de otras mujeres en su computadora. Al poco tiempo añade
que también para ese momento se habían ido a vivir juntos, a lo
que se agregó un encarecido pedido del padre: que no dejara de
estudiar y que no se embarace. En cierta ocasión, al comentar la
ternura con que su pareja la cuidaba en la relación sexual, utilizó la
expresión "él se preocupa mucho por todos cuando estamos juntos”.
Entonces se le preguntó si acaso ella también fantaseaba con otros
hombres cuando estaba con su pareja (dado que su principal queja
era la incertidumbre respecto de si él no pensaba en otra cuando
estaba con ella). En ese punto, comenzó el relato de las variadas
p erm iteprecisar un rasgo particular de la posición de la
histérica ante el amor: su pasión por amar... a distancia:

“El señor K le escribía m ucho cuando estaba de viaje, le


enviaba tarjetas postales. [...] La afonía de D ora adm itía
entonces la siguiente interpretación simbólica: cuando
el am ado estaba lejos, ella renunciaba a hablar; el h a­
cerlo había perdido valor, pues no podía hablar co n él.
En cam bio, la escritura cobraba im portancia co m o el
único m edio por el cual podía tratar co n el ausente.’’20

"Amar a distancia”, he aquí la fórmula breve de una


diversidad de manifestaciones del amor en la histeria -que
van desde la preferencia por la escritura (en las cartas de
amor, como en Dora) hasta esa situación que se expre­
sa como “amar el amor” (que pone a distancia cualquier
objeto que lo encame)-. Del modo que sea, la histérica
testimonia que el amor requiere de esa ausencia que ins­
taura la palabra; o, mejor dicho, el amado de la histérica
siempre debe estar un poco ausente para cumplir con su
papel (ya sea porque aquella se siente “aplastada”, nece­
sita "extrañar”, etc.).
Luego de haber establecido las relaciones de la histé­
rica con el goce y el amor, es oportuno retomar la cues­

circunstancias en que había estado con otros hombres... aunque


en un coqueteo que no condescendía al acto. Llegaba hasta ‘‘ahí" y
se retiraba, en un escape que ponía de manifiesto su división entre
el amor (hipotecado por el decir del padre) y el deseo que sólo se
encendía para la huida.
20. Freud, S. (1905) "Fragmento de análisis de un caso de histeria
('Caso Dora’) ”, op. cit, p. 36.
tión del deseo a través de otro de los síntomas de Dora,
el más importante de todos, la tos:

"C om o las acusaciones co n tra el padre se repetían co n


fatigante m onotonía, y al hacerlas ella tosía con tin u a­
m ente, tuve que pensar que ese síntom a podía ten er u n
significado referido al padre. [ ...] M uy pronto se presen­
tó la oportunidad de atribuir a la tos nerviosa u na inter­
p retación de esa clase, por u na situación sexual fan ta­
seada. C uando insistió o tra vez en que la señora K sólo
am aba al papá porque era ‘ein vermógender M cm rí {u n
hombre de recursos, acaudalado), por ciertas circunstan­
cias colaterales de su expresión [...] yo noté que tras esa
frase se ocultaba su contraria: que el padre era ein un-
vermógender M ann {u n hom bre sin recursos}. Esto sólo
podía entenderse sexualm ente, a saber: que el padre no
tenía cursos com o hom bre, era im potente.”21

21. Jbíd.,pp. 42-43. A partir de esta indicación freudiana puede entreverse


que el Otro de la histeria siempre campea entre la omnipotencia y
la impotencia, es decir, o bien -para decirlo con Nasio- es un Otro
fuerte que abusa de su fuerza para frustrar y humillar al sujeto (que
se queja de que no da lo que podría dar), o bien es débil y, al requerir
compasión, somete al sujeto por la piedad que produce (y a la que no
podrá poner remedio). Cf. Nasio, J. D. (1990) JEI dolor en la histeria,
Buenos Aires, Paidós, 1991, p. 16. Por esta vía, se puede entrever
cómo el Otro de la histeria siempre está concernido en su perversión,
dado que se lo requiere a partir de su deseo. Dicho de otro modo,
el fantasma histérico es tan perverso como todo fantasma y, en ese
sentido, cabe cuestionar esa deriva contemporánea que se encanta
con diagnosticar a las parejas de las histéricas como perversos
(incluso en libros que hablan del "psicópata y su complemento”,
etc.) cuando, en realidad, dicha maniobra no hace más que hacer
consistir y validar el fantasma mencionado.
Entre los comentadores del caso Dora, este pasaje se
ha prestado a las más diversas confusiones. Ya sea por­
que se ha presentado como un punto de partida el modo
en que la histérica hace existir la relación sexual (a tra­
vés de la oralidacf), sin atender a las uarticularidades clí­
nicas que llevaron a Freud a la construcción de la fan­
tasía; o bien porque se ha enfatizado el carácter figura­
do de esta última (la histérica como sostén del padre en
el síntoma), con el descuido correlativo del alcance de
esa forma de deseo para la dirección de la cura; en cual­
quiera de los dos casos, este fragmento suele ser comen­
tado con variados slogans o "frases hechas" que contri­
buyen a definiciones metapsicológicas que dejan caer el
valor clínico de la secuencia en cuestión. ¿Por qué la tos
es el síntoma capital de Dora? No importa aquí tanto es­
tablecer el recorrido que podría llevar desde la satisfac­
ción oral en la tos hacia el catarro (asociado al flúor al~
bus y la masturbación infantil), sino advertir, en primer
lugar, la simultaneidad entre la aparición del síntoma v
la referencia al padre. Esta sutileza clínica, a su vez, se en­
cuentra asociada con otra, el deslizamiento que permite
a Freud entender la indicación de la impotencia del pa­
dre. Por lo tanto, el síntoma remite al modo en que Dora
se sirve del padre, esto es, como una referencia para dar
cuenta del deseo: dicho de otro modo, la versión del pa­
dre de Dora no se fundamenta en una función de pro­
hibición -como ocurre en la neurosis obsesiva- sino que
es requerido por el deseo que se le supone. Si la señora K
tiene un valor para Dora, este radica en ser el signo del
deseo del padre que puede desear a pesar de su impoten­
cia. Por eso el Otro de la histeria no es una forma ideali­
zada (un “padre idear'), sino que es -como dijera Lacan
en el seminario 17~zz el “amo castrado", es decir, una ver­
sión del Otro que interesaría más por su deseo que por su
ley... si su ley no fuera la ley misma del deseo.
De este modo, la tos es el síntoma que está en el co­
razón de la neurosis de Dora porque demuestra la "ar­
madura" de esta última en el amor de la histérica por su
padre (que es independiente de cualquier relación tierna,
dado que bien se puede amar al padre que se odia), esto
es, el punto en que su síntoma responde a ese síntoma
del padre que es la ^pregunta por la causa de su deseo en
una mujer (que no es la madre).23 En otros términos, en
este síntoma-se recorta también cuál es la posición pri-

22. Cf. Lacan, J. (1969-70) El seminario 17: El reverso del psicoanálisis,


Buenos Aires, Paidós, 2008, pp. 100-101.
23. “Esa tos [...] era además una imitación de su padre proclamaba
al mundo, por así decir, algo que quizás a ella todavía no le había
devenido consciente: 'Soy la hija de papá. Tengo un catarro como
él. El me ha enfermado, como enfermó a mi mamá. De él tengo las
malas pasiones que se expían por la enfermedad", Freud, S. (1 905)
"Fragmento de análisis de un caso de histeria ('Caso Dora’) ”,
op. cit., p. 72. En cierto momento paroxístico de una sesión, una
analizante clamaba: “¿Cómo puede ser que él [el padreJ, que es
el hombre que más debería conocerme, no me entienda?". Y otra
analizante advertía luego de varios meses de entrevistas que su
“aparente" bulimia crónica, que había sido interpretada en varios
tratamientos previos a partir de la relación con su madre, no era
más que la fachada de un síntoma que reconducía a su curiosidad
adolescente en tomo a un "secreto" del matrimonio anterior de
su padre -que había sido “engañado" por su mujer anterior en la
circunstancia de un embarazo-.
yitegiada que podría tocar al Otro de la transferencia: la
dél seductor frente al cual la histérica se posiciona de for­
ma pasiva, esto es, al que acusa de querer llevar su deseo
a una forma de satisfacción, que la tomaría como objeto
-un seductor es la degradación de un deseante-, respec­
to del cual el analista debe cuidar el carácter discrecional
de su intervención. Transferencia e interpretación en la
neurosis histérica, entonces, son los dos próximos pun­
tos a los que cabe atender.

Transferenáa e interpretación en la dirección de la cura

Para dar cuenta de la puesta en acto de la transferen­


cia en la histeria no hay mejor situación clínica que el
primer sueño del caso Dora. El texto del sueño se resu­
me con los siguientes elementos: en la casa hay un in­
cendio y el padre, que está frente a la cama de Dora, la
despierta; entonces ella se viste con rapidez y, mientras
su madre pretende salvar un alhajero, el padre dice: “No
quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de
tu alhajero”. Luego descienden la escalera y, una vez aba­
jo, Dora despierta.
Una vez esclarecidos los diferentes hilos asociativos
que se desprenden del material, la interpretación del sue­
ño, según Freud, consiste en ubicar el designio al cual
responde, dado que se trata de un sueño que aconteció
en forma repetida después de la escena del lago. En ese
contexto, Freud pone de manifiesto el designio diurno de
permanecer a salvo del señor K, esto es, frente a la ten­
tación de obsequiar a este último lo que su mujer le re­
húsa, el sueño refresca el amor de antaño por el padre.
Asimismo, más allá de la prosecución de un pensamien­
to iniciado, el sueño retoma un aspecto infantil, cierto
síntoma de enuresis. De este modo, el núcleo del mate­
rial onírico se traduce del modo siguiente: “La tentación
es muy fuerte, iQuerido papá, protégeme como lo ha­
cías cuando yo era niña, para que no moje mi cama!”.24
Ahora bien, respecto de la transferencia, cabe dete­
nerse en un aspecto suplementario relacionado con el
relato del sueño:

"H abía olvidado co n tar que todas las veces, tras desper­
tar, había sentido olor a hum o. El hum o arm onizaba
m u y bien co n el fuego, pero además señalaba que el sue­
ño ten ía'un a particular relación conm igo, pues cuando
ella aseveraba que tras esto o aquello no había nada es­
condido, solía oponerle: ‘donde hay hum o, hay fuego*.
Pero Dora hizo una objeción a esta interpretación exclu­
sivamente personal: el señor K y su papá eran fumadores
apasionados, com o tam bién yo lo era, por lo dem ás.”25

Por un lado, es importante notar que se trata de un


sueño que se repite en el curso del tratamiento. Por lo
tanto, cabría preguntarse a qué obedece ese retorno, es
decir, ¿de qué necesita defenderse Dora en este punto?
Por esta vía, se pone en juego con Freud una posición

24. Ibid., p. 64.


25. Ibid., p. 65.
particular de esta analizante, la sustracción histérica de
aquel que ocupa un lugar de seductor. De este modo, se
trata de un sueño de entrada en análisis, en el cual Dora
Incluye a Freud en una serie transferencial específica ~a
partir de un rasgo privilegiado: la oralidad; en este sen­
tido debería entenderse la construcción freudiana de la
fantasía de querer ser besada-.26 Dicho de otra manera,
con este sueño Dora pone sobre aviso a Freud de que co­
menzará a defenderse del tratamiento así como lo hicie­
ra del señor ICen la escena del lago. En resumidas cuen­
tas, se trata de un sueño que permite ubicar las coorde­
nadas de inicio de análisis de una histérica: “entra salien­
do”, ingresa al avisar que se va a ir.27
Desde este punto de vista, ¿cómo se “lee” la transfe­
rencia y la inclusión del analista en la “serie psíquica”?

26. “Los pensamientos de tentación parecen remontarse entonces a la


escena anterior [de la tienda, con el señor K] y haber despertado el
recuerdo del beso frente a cuyo seductor atractivo la chupeteadora se
protegió en su momento por medio del asco. Por último, recogiendo
los indicios que hacen probable una transferencia sobre mí, porque
yo también soy fumador, llego a esta opinión: un día se le ocurrió,
probablemente durante la sesión, que desearía ser besada por mí.
Esta fue la ocasión que llevó a repetir el sueño de advertencia y a
formarse el designio de abandonar la cura". Jbid.
27. Esta cuestión permite pensar las relativas inasistencias a las sesiones
desde un punto de vista que no es la falta de compromiso con el
tratamiento. Pensemos, por ejemplo, en el caso de una analizante
que a la sesión siguiente, luego de haber solicitado venir cada 15
días, aprovechó la ausencia para pergeñar este sueño de entrada
en análisis: "La semana que no vine tuve un sueño: estaba acá,
acostada en el diván y, de repente, vos estabas al lado mío. Luego,
me tocabas la cola y yo saltaba al piso. Sin embargo, en lugar de
asustarme, pensaba: 'Si húo eso es porque algo quiere decir'”.
En primer lugar, es notorio que Freud sancione que el
sueño es una respuesta a una intervención suya (más o
menos constante, destinada a hacerle reconocer a Dora
su amor por el señor K). En este punto, la respuesta de
Dora es conclusiva: en absoluto eso es así, ya que el humo
está referido al tabaco y la condición de fumadores que
comparten los tres hombres; es decir, no se trata de que
Freud realice una interpretación imaginaria que atribuya
roles a los personajes de lasituación analítica -por ejem­
plo, es conocido el sueño de la paciente Frida, de M. Iit-
lle, quien al soñar con la virgen María se encuentra con
que su analista se atribuye esa condición... de virgen-,
sino que es Dora misma quien, al objetar la interven­
ción, ubica a Freud en la serie en cuestión.
A propósito de este último punto, por otro lado, ¿qué
podría decirse respecto del modo en que Dora responde
a las intervenciones de Freud? Nuevamente ahí se pone
en juego una respuesta propiamente histérica: la obje­
ción -que podría ser reconducida a la posición de la his­
térica respecto del goce a través del asco-. Esta misma
actitud se encuentra en la secuencia que lleva de la con­
sideración de los indicados pensamientos hipervalentes
de Dora (acerca de la relación entre su padre y la seño­
ra K) hacia la interpretación que realiza Freud -al indi­
carle su participación edípica en el amor por su padre y
la ocupación del lugar de su madre-:

“Cuando com uniqué a D ora que yo debía suponer que


su inclinación h acia el padre había tenido, ya en época
tem prana, el carácter de un enam oram iento cabal, ella
me dio, es verdad, su habitual respuesta: ‘No m e acuer­
do de eso'."28

De este modo, Dora se defiende de la presencia del ana­


lista en la interpretación al defraudarlo, punto en el que
cabe pensar algo respecto de la posición de aquél ante la
histeria. Es cierto que, luego de la objeción, Dora recuer­
da el caso de una prima que confirma la intervención de
Freud, a partir de un contenido semejante:

“Estoy habituado a ver en tales ocurrencias, que presen­


tan algo acorde co n el contenido de lo que yo he asevera­
do [al paciente}, una confirm ación que viene del incons­
ciente. N inguna otra clase de ‘sí’ se escucha desde el in­
consciente; un ‘no’ inconsciente no existe en absoluto.”29

He aquí un punto delicado, que la lengua popular tra­


sunta en una afirmación vulgar: “cuando la histérica dice
‘no’... en realidad quiere decir ‘sí’”,30 La distancia entre la

28. Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria


( ‘Caso Dora’)", op. cit, p. 51.
29. Ibid.
30. “Otra forma asombrosa y enteramente confiable de corroboración
por parte del inconsciente, que yo no conocía aún en la época en
que escribí el texto, es la protesta con que suelen reaccionar los
pacientes: ‘No me parece’ o ‘No se me ha pasado por la cabeza'.
Esa manifestación puede traducirse, directamente: ‘Sí, eso me era
inconsciente’ [...]. El ‘No’ que se escucha del paciente tras exponer
por primera vez a su percepción concíente los pensamientos
reprimidos no hace sino ratificar la represión y carácter terminante
‘No’ en estos casos significa el deseado ‘Sí’". Ibid., pp. 51-52.
afirmación de Freud y esta reducción peyorativa radica en
la corroboración que éste encuentra en la asociación li­
bre. Asimismo, cabe preguntarse si acaso el modo de in­
tervenir del analista no obedecía a un cálculo un poco
entusiasta que forzaba el rechazo en cuestión. Desde un
comienzo Freud se obstina en hacerle reconocer a Dora
el objeto de su deseo. La línea de interpretación freudia-
na, que lo confirmaba en una posición de seductor, se
resumía en que Dora asumiese su amor por el señor K...
Sin duda no se trata de la mejor vía para responder a esa
coyuntura deseante que es la histeria.31
De acuerdo con esta última indicación es que pue­
de entenderse la “autocrítica” fréudiana en el final del
historial, cuando consigna su “error” para reconocer la
moción homosexual del caso. Dicho de otro modo, no
se trata de que Dora estuviese enamorada de la señora K,
es decir, esa inclinación no debe ser entendida en térmi­
nos de elección de objeto, sino que en esa mención debe
apreciarse que Freud descubre la orientación clínica del
tratamiento de la histeria, esto es, el lugar que la Otra -
sostenida desde el deseo del padre- ocupa como enigma
de la feminidad. Así es que Freud rectifica su propia po­

31. “En efecto, Freud no vio que el deseo está situado para el histérico en
tal posición, que decirle Desea usted a éste o a ésta es siempre una
interpretación forzada, inexacta, errada. [...] no hay ningún ejemplo
en el que Freud no haya cometido un erroT y no haya obtenido al
menos, sin ninguna clase de excepción, la negativa de la paciente
a acceder al sentido del deseo de sus síntomas y de sus actos, cada
vez que así ha procedido. En efecto, el deseo de la histérica no es
deseo de un objeto sino deseo de un deseo...". Lacan, J. (1957-58)
£! seminario 5: Las formaciones del inconsciente, op. cit, p. 415.
sición en la cura, demasiado orientada a buscar la con­
fesión del deseo,32 cuando la histeria se ubica en la sal­
vaguarda de que ese objeto sea nombrado... porque se­
ría inútil, porque si algo enseña la histeria al psicoaná­
lisis es que el obieto del deseo no es su causa, y esto úl­
timo es lo que a este tipo clínico le interesa. “¿Cómo es
que una mujer causa un deseo?”,33 he aquí la pregunta
que la histérica formula con su síntoma cuando rechaza
condescender a la satisfacción,34 porque en su núcleo se
encuentra el presupuesto de que la satisfacción anula el
deseo; esto es, a pesar de separar la causa del deseo y el

32. “Ella confesó que no podía guardar hacia el señor K. la inquina que
este merecía. Contó que un día lo había encontrado por la calle,
estando ella en compañía de una prima que no lo conocía. La prima
exclamó de pronto: '¡Dora, ¿qué te pasa? Te has puesto mortalmente
pálida !\ En su interior no había sentido nada de ese cambio, pero le
expliqué que ios gestos y la expresión de los afectos obedecía más a lo
inconsciente que a lo consciente Otra vez, tras varios días en
que había mantenido un talante alegre, acudió a mí del peor humor
Mi arte interpretativo estaba embotado ese día; la dejé seguir
hablando y de pronto recordó que hoy era también el cumpleaños
del señor K., hecho que yo aproveché en su contra". Freud, S. (1905)
"Fragmento de análisis de un caso de histeria ('Caso Dora’)", op.
cit., p. 52-53.
33. Cf. André, S. (1995) ¿Qué quiere una mujer?, México, Siglo XXI,
2002.
34. Aquí podría responderse a la eventual pregunta por la "actualidad”
del caso Dora, cuando hoy en día vemos que las histéricas no
tienen tantos rodeos ni evitan poner el cuerpo. Sin embargo, una
sustracción más sofisticada no deja de ser una sustracción: la
histérica actual bien puede exponer su cuerpo... pero no se entrega.
A su vez, este aspecto demuestra que condescender al lugar de objeto
tiene como correlato la puerta de entrada al goce femenino, goce del
que la histérica muchas veces se defiende incluso con el orgasmo
(del que puede hacer un uso ‘‘frígido’’).
objeto que lo podría satisfacer, no deja de solaparlos sin­
tomáticamente en su respuesta defensiva ante el Otro.35
Ahora bien, ¿de qué le serviría a un analista confir­
mar que su interpretación es “verdadera" -en el sentido
de que se adecúa a los "hechos”- si esta no produce un
cambio de posición subjetiva? Luego de varias secuencias
de intervenciones con Dora, Freud escribe lo siguiente:

“N o obstante, ella siguió perseverando en su contradic­


ción a m i aseveración [que buscaba ratificar el am o r por
el señor K], hasta que hacia el final del análisis se ob­
tuvo la term in an te prueba de que esta era co rre cta .”36

Sin embargo, a pesar de que Freud ''tuviese razón",


lo cierto es que Dora abandonó el análisis. En este pun­
to, es preciso introducir una reflexión acerca del lugar
de la verdad en el tratamiento analítico de la histeria. Si

35. Este aspecto se ve en Dora a partir de su pretensión de exclusividad


o, mejor dicho, en su anhelo de ser amada por sí misma (que se
pone en juego en el motivo por el cual hace echar a una gobernanta
y también advierte la traición de la señora K al delatar la intimidad
de su relación -a lo cual Freud atribuye una eficacia patógena mayor
que al hecho de ser sacrificada por el padre -motivo que opera como
encubridor). En este punto puede entreverse el valor clínico de la
relación de la histérica con la demanda de amor, que siempre es
mentirosa y, por lo tanto, insaciable, como un modo de sustraerse
al deseo. El contrapunto de este motivo es el amor por los “malos”
que también se verifica en el caso Dora cuando Freud plantea la
siguiente inquietud: "¿Cómo llegó Dora a amar al hombre sobre
quien su querida amiga supo decirle tantas cosas malas?”. Freud,
S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria ('Caso
Dora’) ”, op. cit, p. 55.
36,ífeid.t p. 53.
esta última se interesa por la elaboración de saber, pe­
noso sería que el analista respondiese con la verdad, esto
¿s, que hiciera de sus propias intuiciones la causa últi­
ma de lo que aquella dice. En todo caso, en la interven­
ción analítica se trata de que la verdad se produzca como
efecto del decir del analizante y no sea restituida por el
analista. Después de todo, el analista frente a la histe­
ria no tiene por ^ué ser una especie de detective sagaz,
sino -¡todo lo contrario! - un chorlito que se deje enga­
ñar por los velos con que la histérica presenta su rela­
ción con el deseo.
Como hemos dicho, el análisis de Dora no avanzó mu­
cho, Se fue tan neurótica como llegó; su posición subjeti­
va permaneció inalterada -como demuestra un testimo­
nio posterior de F. Deutch-,37 Si Freud presentara el caso
en fundón de entender la reacción de la muchacha, la
respuesta se encuentra en el esclarecimiento del segundo
sueño, con el que también se pone fin a la cura:

"Yo consideraba que todavía no se había explicado en


absoluto qué la había llevado a sentirse ta n gravem en­
te afrentada por el cortejo del señor K, tan to m ás cu an ­
to que empezaba a ver que para el señor K el cortejo de
D ora no había sido u n frívolo intento de seducción.”38

37. Cf. Deutsch, F. (1 9 5 7 ) “Una nota a pie de página al trabajo


de Freud 'Análisis fragmentario de una histeria”' en Revista de
Psicoanálisis, 27, n° 3, Buenos Aires, 1970.
38. Freud, S. (1905) "Fragmento de análisis de un caso de histeria
( ‘Caso Dora')”, op. cit, p. 84.
Esta vía de esclarecimiento llevaría, finalmente, a la
localización de Dora en una posición simétrica a la de la
empleada que había dado un preaviso de 14 días, luego de
un intento de seducción por parte del señor Ky, por cier­
to, no otra coyuntura es la que se actualizó en la transfe­
rencia con Freud. Así es que Dora conseguiría su nombre
como caso, que, después de todo, indica su posición de
goce: Dora era el nombre con que la familia Freud llamaba
a su empleada... aunque-su nombre era Martha; sin em­
bargo, este último era también el nombre de la esposa de
Freud y no estaba bien visto que una empleada le disputa­
ra el nombre a la señora del hogar. Por lo tanto, se le dio
el nombre Dora, que implica su condición de “sin nom­
bre” y, en su relación con el caso de la muchacha anali­
zante de Freud, la actitud de sustraerse de la posición de
objeto cuando se atribuye a éste un estatuto degradado.
Asimismo, el segundo sueño abre la deriva que con­
duce hacia el interés de Dora por el saber -en el punto
en que prefiere ir a leer un libro antes que asistir a las
exequias del padre muerto-. En este punto, cabe enfati­
zar, como ya hemos afirmado, que esta indicación de sa­
ber en la histeria es la puerta de entrada al análisis, en la
medida en que la disputa de un deseo insatisfecho sólo
conduce a una rectificación de la demanda o una varia­
ble de la plasticidad yoica; en cambio, la referencia al sa­
ber invita a tomar el hilo conductor de ese anzuelo en
que la histérica padece su curiosidad, por la cual inter­
cambia la realización del deseo.39

39. Una analizante lo decía en estos términos luego de encontrarse


En el seminario 17, Lacan arriesga que Freud se habría
equivocado en su forma de acercarse a la histeria:

“¿Y por qué se equivocó Freud hasta ese punto, ten ien ­
do en cu enta que, de creer en m i análisis de hoy, n o te­
nía m ás que tom ar lo que le daban así, en la m an o ?
¿Por qué sustituye el saber que recoge de todos esos pi­
cos de oro, Anna, Emmie, Dora, por ese m ito, el co m ­
plejo de Edipo?40

La afirmación es un tanto injusta, en la medida en


que Freud descubrió el psicoanálisis gracias a la histe­
ria y, por cierto, respecto del caso Dora -según lo hemos
considerado en este capítulo- es evidente que pudo es­
clarecer los elementos estructurales indispensables para
su diagnóstico y la puesta en marcha del dispositivo. Sin
embargo, el punto en que Lacan enfatiza el extravío de
Freud es bien concreto, esto es, apunta a la intervención
y el manejo de la transferencia.
Respecto de la primera cuestión, ya hemos indicado
de qué manera Freud avanza precipitadamente en la in­
terpretación del objeto del deseo (el amor por el señor
K), cuando la histérica testimonia de la condición enig­

en la calle con una ex-pareja: “Le pregunté en qué andaba y me


respondió: 'No tengo necesidad de contarte’. ¿Cómo puede ser que
no me quiera contar?”. Poco importa que ella estuviera en pareja con
otra persona, en el punto en que este encuentro produjo un efecto
conmovedor que se reflejó en algunos sueños que dieron cuenta de
que ese "deseo de saber” la retenía en un duelo inconcluso,
40. Lacan, J. (1969-70) £! seminario 17: El reverso del psicoanálisis, op.
cit., p. 104.
mática de este último o, mejor dicho, del carácter de res­
to -de la demanda- que lo define.
A propósito de la transferencia, la elaboración en tor­
no al segundo sueño demuestra de qué modo el entusias­
mo de Freud como investigador fue contraproducente.
Frente al aviso de que se trataba de la última sesión pro­
puso continuar el trabajo como si nada y, en el momen­
to conclusivo, se mostró satisfecho con los resultados, a
lo que Dora respondió que no había sido gran cosa. De
este modo, Freud hizo consistir su posición de seductor
en la transferencia -verificada con el primer sueño- y
Dora no hizo más que replicar su respuesta de sustrac­
ción. En última instancia, esta secuencia permitiría con­
firmar ese famoso refrán que sostiene que “quien avisa,
no traiciona". Y, por cierto, para Dora la venganza no era
un motivo menor.
El laberinto de la neurosis obsesiva

"El obsesivo arrastra en la jaula de su


narcisismo los objetos en que su pre­
gunta se repercute en la coartada m ul­
tiplicada de figuras mortales y, domes­
ticando su alta voltereta, dirige su ho­
menaje ambiguo hacia el palco donde
tiene él mismo su lugar, el del am o que
no puede verse."

Jacques Lacan (1 9 5 3 ) Función y campo de


la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.

Por lo general, es una referencia remanida afirmar la


ambivalencia en el núcleo de la neurosis obsesiva. Capaz
de los gestos más generosos, el obsesivo resuelve sus ac­
ciones, al mismo tiempo, con un tinte agresivo que sue­
le sorprender a su interlocutor. Por esta vía, se ha habla­
do muchas veces, entonces, de un "deseo de destrucción”
en la obsesión y así, por ejemplo, es que -por momen­
tos- Freud interpretó las coordenadas deseantes de su pa­
ciente "El Hombre de las ratas". Sin embargo, la agresi­
vidad dista de ser un fenómeno privativo de esta formal
de neurosis; también puede apreciarse que ia histérica es
capaz de las maniobras de confrontación más encarniza­
das -así es que, por ejemplo, ha podido hablarse de una
“histeria perversa”- .1
En definitiva, cabría asumir que este avatar es propio
de la relación imaginaria con el semejante y, antes que
el objeto de un deseo, tiñe un modo discrecional de po­
sición subjetiva: mientras que la histérica objeta al Otro
(sea que lo llamemos Padre, Ideal, etc.) y se identifica
con el semejante; el obsesivo hace del Otro el sostén de
su relación con el deseo y padece el infierno de la rela­
ción imaginaria. Por lo tanto, en lugar de desacreditar
esta supuesta ambivalencia, más interesante es la vía de
esclarecimiento de su razón estructural.
Para dar cuenta de este aspecto sería importante ensa­
yar la respuesta a una pregunta específica: ¿de qué modo
sé relaciona sintomáticamente el obsesivo con el deseo,
el amor y el goce?
Respecto de la primera cuestión, podría recordar­
se una célebre indicación de Lacan a propósito del niño
(futuro) obsesivo que demanda una cajita con un énfa­
sis algo insistente:

“En esta exigencia ta n particular que se manifiesta en


cóm o pide el niño u n a cajita, lo que es intolerable para
el O tro y la gente llam a de form a aproxim ada la idea fija,

1. Cf. Israel, L. (1974) El goce de la histenca, Buenos Aires, Argonauta,


1979.
es que no es u n a dem anda com o las otras sino que pre­
senta un carácter de condición absoluta, el mism o que
les he designado com o propio del d eseo."2

De este modo, si la relación del sujeto con el Otro ad­


quiere cierto tinte destructivo es porque, en la elevación
de la demanda a este carácter absoluto, el Otro como de­
seante es rechazado. Sin embargo, esta posición en la de­
manda no deja de ser una demanda como cualquier otra
en la medida en que está dirigida al Otro, esto es, se re­
quiere a este último pero a título de desconocerlo. Por eso
asume una condición paradójica:

"...el obsesivo hace pasar su deseo por delante de todo,


quiere decir que va a buscarlo m ás allá, poniendo la
m ira en él, propiam ente, en su constitución del deseo,
es decir, en la medida en que, en cu anto tal, destruye al
Otro. Aquí está el secreto de la contradicción profunda
que hay entre el obsesivo y su deseo.”3

Por esta vía, el Otro no sería más que un requisito ex­


pectante de la demanda en juego (por eso Lacan acostum­
braba decir que el obsesivo siempre está pidiendo permi­
so, es decir, así restituye al Otro del que "aparentemen­
te” reniega)4'y el obsesivo, como cualquier neurótico, se

2. Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las formaciones del inconsciente,


Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 409.
3. Ibid., p, 410.
4. "Para cubrir el deseo del Otro, el obsesivo tiene una vía, es el recurso
a su demanda. Observen a un obsesivo en su comportamiento
biográfico, en lo que he llamado hace un momento sus tentativas de
extravía respecto del objeto de su deseo. Así se accede a
una configuración específica del deseo de muchos anali­
zantes obsesivos: sostener el deseo en una prohibición -o
en cualquier otra instancia del Otro, aquí como ley, que
fundamente la relación con el objeto-;5 en este sentido,
no pocas veces el objeto más requerido es rápidamente
abandonado cuando la dimensión del esfuerzo desapa­
rece. Esta configuración deseante permite introducir, a
su vez, otros dos elementos que establecen sus coorde­
nadas: la hazaña -habitualmente interpretada en térmi­
nos de omnipotencia o infatuación narcisista- y el abu­
rrimiento -eso que Lacan llamaba “bajada'de tensión li-
bidinal” en el camino de realización del deseo-. Este es
el derrotero que conduce a los guiones habituales de la
fantasmática del obsesivo, irreductible a la atribución co­
rriente de “sadismo”.

encontrar una vía de paso en lo referente al deseo. Estas tentativas,


aunque sean las más audaces [...] están siempre marcadas por
una condena original. Siempre le es preciso hacérselas autorizar.
Es preciso que el Otro le demande eso”. Lacan, J. (1962-63) JE!
seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 316. De
acuerdo con esta "condena original" es que puede entenderse otro
rasgo fenoménico de la obsesión: su relación omnipresente con la
culpa y la incidencia constante del Superyó.
5. Es el caso de un analizante que, frente al pedido de que bajara los
zapatos embarrados del diván, dijera: “Ah, bueno, ino sabía que
estaba prohibido!”. “No está prohibido”, le respondimos, antes de
que él continuara: “Pero, entonces, ¿acá hay que quedarse quietito
como un muerto?". Sin embargo, la pregunta a que lo condujimos
fue otra: “¿Por qué el hecho de que te hagan una observación se
transforma en la muerte?".
Amor, deseo y goce en la obsesión

En todo caso, las posiciones fantasmáticas del obse­


sivo organizan las relaciones del sujeto con el Otro, en
función de lo indicado anteriormente -a propósito del
Otro como garante-; sin embargo, un detalle suplemen­
tario radica en la disyunción que se establece entre los
fantasmas del obsesivo y el acto: aquejado de inhibicio­
nes e impedimentos, el analizante excepcionalmente lo­
gra dar un paso... y muchas veces sólo a través de un ac-
tingout No obstante, ¿qué acto no sería algo precipita­
do? Podría recordarse, en este punto, la frase final del
escrito de Lacan acerca del tiempo lógico: “...se conclu­
ye siempre demasiado pronto. Pero ese demasiado pron­
to es la evitación de un demasiado tarde”,6 He aquí, en­
tonces, uno de los problemas corrientes del obsesivo con
el tiempo; apenas realiza un movimiento en la dirección
del deseo se encuentra, si no con la angustia, al menos
con la decepción:

“Lo que está en juego se sitúa en o tra parte, o sea, en el


plano de la discordancia entre el fantasm a y el acto
m ediante el cual aspira a encarnarlo, acto que, respec­
to del fantasm a, siempre se queda c o rto ."7

6. Lacan, J. (1945) "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre


anticipada. Un nuevo sofisma" en Escritos í, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2002.
7. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, Buenos Aires,
Paidós, 2004, 293.
Tomarse en serio esta “discordancia” implica asumir
que, si el acto siempre queda corto, entonces está desti­
nado a la derrota.8 Por lo tanto, como una orientación
clínica importa menos alojar las quejas respecto de la va­
cilación fálica del obsesivo -la puesta a prueba del falo
en que consiste su fantasma-9 que apuntar a ese inter­
valo que el síntoma viene a suturar. Cabe detenerse, en­
tonces, en la dimensión de la hazaña para reconocer su
carácter defensivo:

"Para que haya hazaña, hace falta ser al m enos tres [...].
Lo que trata de obtener en la hazaña el obsesivo es pre­
cisam ente esto, que llam ábam os hace un m o m en to el
perm iso del O tro [ ...] Hay en la hazaña del obsesivo algo
que perm anece siempre irremediablemente ficticio, por­
que la m uerte, quiero decir aquello en lo que se encuen­
tra el verdadero peligro, no reside en el adversario a quien
él parece desafiar sino ciertam ente en otra parte. Está

8. Esta "derrota" es la de un muchacho cuyo análisis comenzó a raíz


de cierto aburrimiento generalizado y el temor a perder su pareja
dada la cantidad de tiempo que dedicaba a su trabajo. Era docente
universitario y podía pasar horas y horas preparando las clases, por
lo cual “descuidaba" -según le habían hecho notar- otros aspectos
"importantes" de su vida. Además, ei esfuerzo en su trabajo no
estaba relacionado con un proyecto concreto, sino que encubría
el temor que tenía a las intervenciones de los alumnos. En sus
inmensos ratos de estudio calculaba preguntas posibles y anticipaba
respuestas que lo tranquilizaran de antemano. En absoluto podía
disfrutar de la tarea de enseñar, oficio que describía como "vivir en
una burbuja” que se rompía cada vez que le tocaba ir a dar su clase.
9. "En el fondo de la experiencia del obsesivo hay siempre lo que yo
llamaría cierto temor a deshincharse, respecto de la inflación fálica”.
Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, op. cit, p. 293.
precisam ente en aquel testigo invisible, aquel O tro que
está ahí com o espectador, el que cuenta los ta n to s.”10

He aquí el abanico de una variedad de fenómenos ha­


bituales en la obsesión -desde el sentimiento de desper­
sonalización hasta el desafío hueco que, una vez logrado,
no tiene consecuencias en el sujeto-, cuyo fundamento
es la localización del otro como "testigo” mientras la re­
lación con el semejante se vacía; de ahí esa sensación co­
rriente de estar donde nunca pasa nada, o bien de inade­
cuación con respecto al tiempo y lugar.11
Respecto de este último punto, según la considera­
ción de que los fantasmas del sujeto obsesivo no suelen
ser ejecutados, se cierne esa posición sintomática parti­
cular ante el deseo que es el aplazamiento. Clínicamen­
te es importante destacar que no se trata de empujar al
obsesivo en la realización de su deseo, que deje de pos­
tergar y avance libremente hacia esos objetos signados
por la prohibición, sino de que advierta que su sostén
radica en su condición de imposibles. Suele ocurrir, y
no pocas veces, que en el curso de su análisis el obsesi­
vo caiga en la cuenta de que aquello que quiso durante
mucho años -por ejemplo, según lo relataba un anali­

10. Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las formaciones del inconsciente,


op. cit, pp. 426-427.
11. "...esa especie de birlibirloque característico del modo de proceder
del obsesivo en su forma de situarse respecto del Otro -m ás
exactamente, de no estar nunca en el lugar, en el instante, en el
que parece indicar que está”. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La
transferencia, op. cit, p. 289.
zante que rondaba la treintena de años, ser una "estre­
lla de rock" (motivo con el que todavía adornaba mu­
chas de sus fantasías diurnas)- en absoluto es algo que
realmente le interese, soporte apenas de su relación nar-
cisista con el semejante (al sobresalir fálicamente del
conjunto) y la conquista amorosa (siempre en el públi­
co suele estar la amada a la que se dedica la proeza) para
una versión del Otro (más o menos idealizado) desde la
cual "se mira desde afuera”.12
Por otra parte, el contrapunto del aplazamiento está
en la aparición de la idea obsesiva, que irrumpe para po­
ner en tela de juicio el acto, con el efecto enajenante de
que se suele acompañar; en el medio de la situación... se
"desconcentra” -y aquí se manifiesta el registro de una
serie de fantasías de las que podría decirse que su centro
está en la "impureza" del deseo: desde las clásicas ideas
relacionada? con pensamientos blasfematorios hasta los
temores supersticiosos más recónditos-. En definitiva, la
llave de apertura en la clínica de la neurosis obsesiva es­
triba en la reconducción a las coordenadas de aparición
de aquello que no tiene otra función que la de interrum­
pir. No se trata de que el obsesivo tenga un deseo parti­
cularmente fijado (una "idea fija"), sino que sus condi­

12. "Ahora bien, la correlación de esta omnipotencia con, por así decir,
la omnividencia, nos indica suficientemente de qué se trata. Se trata
de lo que se dibuja en el campo que está más allá del espejismo de
la potencia. Se trata de esa proyección del sujeto en el campo del
ideal, desdoblado entre, por un lado el alter ego especular -el yo
ideal- y, por otro lado, lo que está más allá -el Ideal del yo". Lacan,
J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 331.
ciones de imposibilidad son las que fijan todo tipo de ro­
deos para una realización mínima, que pase desapercibi­
da, porque “él no se encuentra allí”.13
(

Esta vía del aplazamiento conduce a aprehender una


de las compulsiones más propias del obsesivo: la duda.
Esta última no consiste en una indeterminación, esto es,
en un mero “no saber", sino que la duda del obsesivo se
resume en la elección de dudar. De este modo, la duda
es un síntoma de la irresolución intrínseca del obsesivo,
una forma de elegir no elegir,14 y permanecer aislado en­
tre dos opciones, cuando no se trata de preguntar al Otro
por la causa de su determinación ("¿Qué me conviene?’1):

“Impedirse. La compulsión es aquí la de la duda. C o n ­


cierne a aquellos objetos dudosos gracias a los cuales se
aplaza el m om ento de acceso al objeto últim o, que se­
ría el fin en el pleno sentido de la palabra, o sea la pér­
dida del su jeto...”15

Por eso Freud podía decir que el síntoma obsesivo se


articula en dos tiempos, donde el segundo cancela al pri­
mero, es decir, donde el síntoma está al servicio de poner
a distancia el acto en que el sujeto podría "perderse”.1*

13. Ibiá., p. 330.


14. Cf. Soler, C. (1988) "La elección de neurosis" en Finales de análisis,
Buenos Aires, Manantial, 2007.
15. Lacan, J. (1962-63) £1 seminario 10: La angustia, op. cit., p. 345.
16. Tal la situación de un joven que consulta a raíz de una duda
que lo atormenta y respecto de la cual debe tomar una decisión:
tiene un importante puesto de trabajo pero, según le avisaron, ha
obtenido una beca para dejar el país y continuar sus estudios en una
Esta última consideración acerca de la duda permite
introducir las relaciones del obsesivo con el amor:

“¿Q ué es ese am o r idealizado que en contram os [ ...] en


toda observación algo avanzada del obsesivo? ¿Cuál es la
solución de este enigma -en igm a de la función atribui­
da al O tro, en este caso la m ujer para saber lo que
representa subrepticiamente de negación de su deseo.”17

En este punto, más allá de la interpretación edípica


que podría reconducir la pareja al lugar de un sustituto
parental, importa apreciar el orden de la manifestación
misma del amor en la obsesión: “aquello que él conside­
ra que aman es una determinada imagen suya. Esta ima­
gen, se la da al otro”.18 Esta circunstancia no sólo adhie­
re al reconocimiento de la oblatividad propia del obsesi­
vo, sino que permite caracterizar aquello que Lacan lla­
mara su párticular “diplopía”:19

prestigiosa Universidad. “'¿Debo dejar mi trabajo por la beca? A pesar


de que ahora puede implicar un impacto económico, a largo plazo
puede ser mejor...". En este punto, le dijimos que “motivos" para
justificar una acción siempre se encuentran. “Sobran los motivos,
por lo general". En todo caso, la división sintomática de su duda
estaba en la imposibilidad de poner en acto la decisión. Sin embargo,
eso quería decir que ya había elegido de algún modo y que su duda
era una manera de indeterminar esa elección. Se trataba menos de
resolver la duda con motivos suficientes que asumir lo que ya le
había tocado.
17. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit, p. 347.
18. Ibid., p. 348.
19. Lacan,]. (1953) "El mito individual del neurótico’’ en Intervenciones
y textos 1, Buenos Aires, Manantial, 1991, p. 48.
“Lo im pactante en la psicología del neurótico [...] es el
aura de an ulación que rodea del modo m ás fam iliar al
partenaire sexual que para él tiene m ayor realidad, que
le es m ás próxim o, con el cual'tiene en general ios vín­
culos m ás legítimos, ya se trate de u na relación o de un
m atrim on io. [...] se presenta un personaje que desdobla
al prim ero y que es objeto de u na pasión m ás o m enos
idealizada, que se desarrolla de m anera m ás o m enos fan-
tasm ática, co n un estilo análogo al del am o r p a sió n ..."20

El correlato de la idealización amorosa de uno de los


términos es, a su vez, la particular degradación de la vida
erótica -ya entrevista por Freud- que reduce el Otro sexo
al estatuto de complemento fantasmático del deseo: el ob­
sesivo no sólo ama mujeres a las que luego no se atreve a
“mancillar” -esa distinción recogida en la lengua popu­
lar que afirma que están las mujeres para casarse (articu­
ladas a los ideales familiares) y otras para acostarse (se­
gún la causa del deseo)-, sino que también desea a mu­
jeres con las que no logra establecer una relación tierna.
De ahí que no se trate, para el analista, de incentivar nin­
gún idealismo invertido - “Apueste por la mujer de su de­
seo”, en una especie de heroísmo romántico, que puede
estar bien para las novelas pero no para la dirección de la
cura- sino de advertir el carácter mismo de la división e in­
terrogar su particular posición frente a la demanda amo­
rosa (en la expectativa narcisista de ser amado en térmi­
nos ideales) y la condición de un deseo que no hace lu­
gar más que a la degradación, esto es, que no se presenta
como encuentro con el deseo del Otro -es decir, que no
hace del Otro sexo la causa de su deseo-.
En este punto, otro modo de entender esa "diplopía"
se encuentra en lo que Lacan llamara el "insulto”21 del
deseo del Otro. Para dar cuenta de este aspecto cabe re­
mitirse a la fórmula del fantasma obsesivo:

A O<E>(a, a’, a”, a’”, ...)

El obsesivo encuentra su íugar en la división del Otro


-con su patognómico “ser para la deuda”- y desde allí se
dirige al Otro que se presenta como falo, a través de una
sucesión de formas degradadas del deseo, cuyo valor ima­
ginario se encuentra siempre desplazado.22 Esta metoni­
mia del deseo, a su vez, hace del obsesivo -enfrascado en
sus objetos-» un objetante del falo en el Otro:

"...negación del signo del deseo del O tro. N o abolición,


tam poco destrucción del deseo del O tro, sino rechazo
de sus signos. He aquí lo que determ ina esta imposibi­

21. Lacan, J. (1960-61) E! seminario 8: La transferencia, op. cit, p. 281.


22. "La formulación del segundo término del fantasma obsesivo alude
de manera muy precisa a qué son los objetos para él, en cuanto
objeto de deseo, puestos en función de ciertas equivalencias eróticas
[...]. El -<p es precisamente lo que subyace a la equivalencia entre
los objetos en el plano erótico. El -tp es de algún modo la unidad de
medida a la que el sujeto acomoda la función a minúscula, es decir,
la función de los objetos de su deseo. [...] aquellas sustituciones,
de aquella metonimia permanente cuyo ejemplo encamado es la
sintomática del obsesivo”. Ibid., pp. 289-290.
lidad tan particular que afecta en el obsesivo a la m an i­
festación de su propio deseo.”23

Como una ilustración de esta situación podría pensar­


se en las “contrapropuestas" del obsesivo -que van desde
el rechazo de toda iniciativa de su pareja hasta la degra­
dación de todos los intereses de un semejante cualquie­
ra-, cuyo correlato es la culpabilidad que luego se resuel­
ve en la búsqueda del perdón. De este modo, la compul­
sión a "insultar” el deseo deja al obsesivo en una cier­
ta imposibilidad (que, eventualmente, se manifiesta clí­
nicamente en afirmaciones del estilo: “Ya no sé por qué
todo me sale mal”),24 punto en que la captación de su
propio feedback puede orientar al obsesivo hacia el saber.
Luego de considerar las vertientes del deseo y el amor
cabe detenerse en la relación con el goce. La satisfacción
del obsesivo, dadas las coordenadas de deseo anterior­
mente indicadas, tiene un matiz específico:

“...u n deseo prohibido no quiere decir un deseo extin­


guido. La prohibición está ahí para sostener el deseo,
pero para que se sostenga ha de presentarse. [...] La for­

23. Ibid., p. 282.


24. Por esta vía puede echarse alguna luz sobre las inhibiciones
habituales del obsesivo, que demuestran ese punto en que el yo
puede venir a obturar la falicización del objeto cuando e'sta cae.
Así, el obsesivo introduce su yo degradado en escena (por ejemplo,
“soy una mierda”): “En este punto de carencia, donde la función
de falicismo a la que se entrega el sujeto se encuentra encubierta, en
su lugar se produce aquel espejismo de narcisismo que en el sujeto
obsesivo llamaré verdaderamente frene'tico”. I b i d p. 291.
m a en que lo hace es, com o ustedes saben, m uy co m ­
pleja. A la vez lo muestra y no lo m uestra. Por decirlo
todo, lo cam ufla.”25

En este punto, la clásica atribución de agresividad al


obsesivo puede ser revisada una vez más: “Toda emergen­
cia de su deseo sería para él ocasión de aquella proyec­
ción, o de aquel temor de venganza, que inhibiría todas sus
manifestaciones’'.26De este modo, el obsesivo manifiesta su
deseo hurtándolo o, para utilizar una expresión de Lacan
en “La dirección de la cura,..”, de “contrabando”. Curiosa­
mente, quien se sitúa respecto de la demanda con un én­
fasis perentorio es también quien hace dé su deseo un jue­
go de escondite. Así pueden reconocerse maniobras habi­
tuales en la obsesión, que van desde la justificación perma­
nente de los actos más nimios -como un modo de inten­
tar darle una razón al goce- hasta el sentimiento de llevar
una vida vacía y sin sentido -como una forma de testimo­
niar el carácter extraño al yo de la satisfacción pulsional-.
De acuerdo con esta perspectiva puede afirmarse, a
partir de la relación del obsesivo con la satisfacción, que
su posición está irremediablemente fijada a la presencia
del Otro, a su mantenimiento,27 como instancia de vali­
dación -aspecto que, según se comentó anteriormente, la

25. Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las formaciones del inconsciente,


op. d t , p. 423.
26. Ibid.
27. “...se trata de ver a qué va dirigido en su conjunto el comportamiento
obsesivo. Su objetivo esencial, no hay duda, es el mantenimiento
del Otro". Ibid., p. 427.
h azañ a demuestra a la perfección-. Por otro lado, a par­
tir de lo ya expuesto a propósito de la relación del obse­
sivo con la .demanda del Otro, puede pensarse la parti­
cular incidencia del objeto anal:

"Éste es el m ecanism o de lo que se produce en cierto


m om ento decisivo de todo análisis de obsesivo. [ ...] En
tan to que la evitación del obsesivo es la cobertura del
deseo en el O tro por la demanda en el O tro, a, el obje­
to de su causa, se sitúa allí donde la dem anda dom ina,
o sea, en el estadio anal, donde a no es pura y simple­
m ente el excrem ento, puesto que es el excrem ento en
cuanto dem andado.”28

He aquí, entonces, el punto de partida de una co­


yuntura particular de la clínica de la obsesión: la angus­
tia anal frente al Otro, reflejada en actitudes retentivas
-que van desde el rechazo de la interpretación (a través
de las más diversas maniobras: “Sí, puede ser”, “Nunca
lo había pensado” cuando es sabido que lo que el obse­
sivo no pensó... ino existe!, etc.) hasta el reclamo por el
pago de honorarios u otras vicisitudes transferenciales-.
Dicho de otro modo, el obsesivo es particularmente re­
sistente a entregar el capital de goce de su síntoma -as­
pecto en el que se diferencia notablemente de la histe­
ria, dada la relación inmediata con el saber que caracte­
riza a este último tipo clínico-. Por lo tanto, inútil sería
la posición del analista que pretenda situarse en una de­

28. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 316.


manda más radical y, por ejemplo, pretenda forzar la pér­
dida que el obsesivo retiene. En todo caso, mucho más
propicio es el rodeo que deja a un lado el circuito de la
pulsión anal para enlazar la obsesión al saber a través de
la curiosidad -satisfacción propia de lo escópico-.29 Asi­
mismo, antes que reclamarle al obsesivo el producto de
su retención, se trata muchas veces de indicarle que esa
pérdida ya aconteció...

Transferencia e interpretación en la neurosis obsesiva

¿Cómo se presenta clínicamente el obsesivo? En el se­


minario 5 Lacan formula la siguiente descripción:

"C uando vem os a un obsesivo en bruto o en estado de


naturaleza, tal com o nos llega [...] vemos a alguien que
nos habla ante tod o de toda clase de im pedim entos, de
inhibiciones, de obstáculos, de temores, de dudas, de pro­
hibiciones. También sabemos de entrada que no será en
ese m om ento cuando nos hable de su vida fan tasm áti-

29. En este sentido pueden entenderse las reflexiones de Lacan acerca


de la introducción de la función de la causa en el síntoma en
el seminario 10: “El síntoma sólo queda constituido cuando el
sujeto se percata de él, porque sabemos por experiencia que hay
formas de comportamiento obsesivo en las que el sujeto no sólo
no ha advertido sus obsesiones, sino que no las ha constituido
como tales. [...] Para que el síntoma salga del estado de enigma
todavía informulado, el paso a dar no es que se formule [forzar la
formulación], es que en el sujeto se perfile algo tal que le sugiera
hay una causa para eso [que quiera saber algo al respecto]”. Ibid.,
pp. 302-303.
ca, sino gracias a nuestras intervenciones [...] . E nton ­
ces nos confiará la invasión, m ás o m enos predom inan­
te, de su vida psíquica por fan tasm as."30

Ahora bien, cabría comparar esta precisión de Lacan


con el modo en que se presentara el "Hombre de las ra­
tas" a la consulta con Freud, para evaluar la articulación
entre los temores e inhibiciones en cuestión y la vida fan-
tasmática que es su reverso:

“Un joven de form ación universitaria se presenta indi­


cando que padece de representaciones obsesivas ya desde
su infancia, pero co n particular intensidad desde hace
cuatro años. Contenido principal de su padecer son -
d ice- unos tem ores [adem ás de impulsos y prohibicio­
n es] de que les suceda algo a dos personas a quienes am a
m u ch o [padre y am ada]. [Esta situación le hizo perder
m u ch otiem p o, en particular en su carrera] De las curas
intentadas, la única provechosa fue un tratam iento de
aguas en un instituto [pero porque allí pudo tener rela­
ciones sexuales co n u na m u ch ach a]. Su vida sexual ha
sido en general pobre, el onanism o desempeñó sólo un
ínfimo papel a l o s l ó o l 7 años. Afirma que su poten­
cia es norm al; prim er coito a los 2 6 añ os.”31

30. Lacan, J. (1957-58) El seminario 5: Las formaciones del inconsciente,


op. cit, p. 419.
31. Freud, S. (1909) "A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el
'Hombre de las Ratas')" en Obras completas, Vol. X, Buenos Aires,
Amorrortu, 1998, p. 127.
Al igual que en el caso Dora, ei objetivo de Freud en
este historial es reconstruir la génesis y el mecanismo
de la obsesión -incluso se utiliza la misma palabra (“en­
sambladura”) para referirse a estos aspectos-. Sin em­
bargo, la llegada a la consulta de ambos es muy diferen­
te. Más allá de la descripción del padecimiento, ¿no es
llamativo que el Hombre de las ratas ponga en un pri­
mer plano su vida sexual? En este sentido, es notable
que Freud le pregunte por esta misma cuestión, pun­
to en el que verifica una primera versión del Otro de la
transferencia: el joven universitario había leído un libro
suyo y, además de encontrar cierta convergencia con los
“trabajos de pensamiento” en que consistía su malestar,
puede desprenderse que el hecho de que Freud fuese un
Herr Professor no es algo indistinto -de la misma ma­
nera en que más adelante en el caso se relata la asocia­
ción del nombre de Freud con el de un criminal; así, ya
en este modo de presentación puede anticiparse el des­
plazamiento al analista de la oscilación entre un térmi­
no idealizado y otro degradado en que consiste la divi­
sión subjetiva del obsesivo-.
En segundo lugar, que la vida sexual ocupe el primer
plano de esta comunicación permite entender la posi­
ción de quien consulta frente a la demanda en un "razo­
namiento” que podría expresarse del modo siguiente: “si
Freud escribe sobre sexualidad, eso es lo que quiere de que
le hablen y, entonces, de eso hablaré" -esto es, ya desde
su llegada el Hombre de las ratas se sitúa respondiendo
a la demanda que le supone al Otro-. De este modo, en
esta breve secuencia se encuentra una nueva pista trans­
ferencia! que se amplía en el relato de la primera comu­
nicación que el paciente realiza cuando se le ofrece ha­
blar “libremente”:

"Tiene un amigo a quien respeta extraordinariam ente.


Acude a él siempre que lo asedia un impulso crim inal,
y le pregunta si no lo desprecia com o delincuente. El lo
apoya» aseverándole que es un hombre intachable [...].
Antes, dice, o tra persona ejerció sobre él parecido influ­
jo, u n estudiante que tenía 19 años cuando él m ism o
andaba por los 14 o 15 años; este estudiante le había
cobrado afecto, y había elevado ta n extraordinariam en­
te su sentim iento de sí que podía creerse un genio. Este
estudiante fue luego su preceptor hogareño, y de pron­
to modificó su com portam iento rebajándolo com o a un
idiota. Por últim o, reparó en que se interesaba por una
de sus h erm an as...”32

Cabría detenerse, por un lado, en que la referencia a ese


amigo dista de ser anodina -dado que el nombre de Freud
resuena con la palabra “amigo" en alemán (Freund)-, Sin
embargo, del modo que sea, lo cierto es que ya puede an­
ticiparse otra variable del tratamiento para el analista: si
Freud habrá de responder como el amigo que lo apoya y
lo disculpa; esto es, puede reconstruirse así la demanda
implícita (como toda demanda) que se le dirige, esto es,
si es un gran hombre o un criminal... como lo demues­
tra también, por otro lado, el resto de la secuencia cuan­
do incluye al preceptor, con el cual se vuelven a poner en
juego las coordenadas de división antedichas y que ocu­
parían todo el desarrollo del caso: genio/idiota; en fin,
un término idealizado y otro degradado.
En este punto, no deja de sorprender cómo en el modo
de presentación del padecimiento ya se recortan todos
los elementos fundamentales para el tratamiento de la
neurosis obsesiva. Podría pensarse también la forma dis­
crecional de respuesta de Dora frente a la desilusión con
su gobernanta (cuando descubre el interés de esta últi­
ma por su padre): la hace echar... el Hombre de las ratas
se siente un idiota -siendo este lugar caído (que hoy en
día suele nombrarse como “baja autoestima” o “insegu­
ridad”) un motivo frecuente de consulta-.
Esta coordenada de degradación se encuentra tam­
bién en el relato de su infancia cuando, hacia los 4 o 5
años, le pidió permiso (como buen futuro obsesivo) a la
gobernanta para deslizarse bajo su falda. En ese punto
se despertó su deseo a través de una curiosidad ardien­
te (de ver mujeres desnudas), tanto como quedó fijado
a la condición de no decir nada al respecto, circunstan­
cia asociada al momento en que (a los 7 años) escuchó
a otra gobernanta decir: “Con el pequeño es claro que
una lo podría hacer, pero Paul es demasiado torpe” y, al
entender el menosprecio, el pequeño se puso a llorar... A
los 6 años padecía de erecciones, por las cuales consul­
taba a su madre (motivo que permite distinguir el pene
del falo y recordar los avatares del caso Hans en torno al
inicio de su fobia), pero el punto crucial estuvo en que
su deseo escópico se vinculara con el temor de que algo
malo ocurriría.
Además de indicar la célula elemental de la neurosis
(

infantil, puede advertirse en esta secuencia de qué modo


la neurosis obsesiva no está desligada del afecto -es de­
cir, no se trata sólo de una cuestión de “ideas”- y así es
como también toca al cuerpo; asimismo, por esta razón,
se concluye la manera extraña en que el obsesivo se vin­
cula con el deseo, en la medida en que el temor cobra ese
valor bivalente: por un lado, indica la tentación y, por el
otro, la defensa. “Temo que tal cosa ocurra...” es una ex­
presión demasiado elocuente como para indeterminar la
posición de quien habla, esto es, dividirlo entre el deseo
y la prohibición.33
Este último aspecto es el que se encuentra en todo el
esclarecimiento relativo al gran temor obsesivo del Hom­
bre de las ratas, aquel que motivó la consulta con Freud
(a pesar de que la neurosis se hubiese desencadenado mu­

33. Era el caso de un analizante cuyas ideas obsesivas -la representación


de una escena sexual que involucraba a su padre y a un personaje
variable, frente a la mirada de San Cayetano- debían ser "limpiadas",
motivo que lo conducía a prácticas diversas de purificación (bañarse
más de una vez por día, unos minutos antes de las doce, etc.) de
modo que cada día comenzara "limpio”. Vivía sus ideas con temor,
ya que si no las limpiaba algo malo ocurriría, en particular se
quedaría sin trabajo; punto en que el castigo afectaría también al
padre, ya que ambos sostenían una empresa familiar, 1dedicada a la
venta de productos de limpieza! De regreso al caso del Hombre de
las ratas, para una elaboración más precisa de la figura del padre
en este caso, cabe remitir a una referencia canónica. Cf. Masotta,
O. (1972) "Consideraciones sobre el padre en ‘El hombre de ¡as
ratas’" en £nsayos 1acanianos, Barcelona, Anagrama, 1976.
cho antes), a partir de una vivencia particular en el con­
texto de las maniobras militares:34 frente a la situación
del olvido de sus quevedos, le sucedió sentarse junto a un
capitán que ya había demostrado pruebas de crueldad y
con el cual había disputado al respecto -por lo tanto, ca­
bría preguntarse, ¿por qué fue a sentarse justamente al
lado de ese hombre?-;35 entonces, este último relató un
tormento aplicado en Oriente que consistía en introdu­
cir ratas en el ano del torturado. En ese momento, se le
ocurrió que ese castigo le ocurría a una persona querida
(su amada y su padre). Al día siguiente, es este capitán
quien le acerca sus quevedos, con la indicación de a quien
debía pagar el reembolso. En ese punto,'sé le plasmó la
sanción de no devolver el dinero (para evitar la fantasía
anterior), aunque también el mandamiento de hacerlo.
No cabe detenerse aquí en el desarrollo completo de
la idea obsesiva y todos sus pormenores, sino recoger los
dos aspectos que son centrales para la puesta en forma
del dispositivo analítico por parte del analista:

A) Cuando el Hombre de las ratas comienza a relatar


el tormento, se interrumpe y solicita a Freud lo excuse de

34. No puede pasar desapercibido, para la lectura del caso, que el campo
militar era una referencia paterna para el Hombre de las ratas y que,
en dicho contexto, se había propuesto "mostrar a los oficiales de
carrera que uno no sólo ha aprendido algo, sino que puede aguantar
bastante”. Freud, S. (1909) Freud, S. (1909) “A propósito de un caso
de neurosis obsesiva (el ‘Hombre de las Ratas’) ”, op. cit, p. 132.
3 5. En esta indicación no se trata de ninguna atribución de voluntad,
sino de destacar que el neurótico siempre encuentra al Otro que lo
trauma, esto es, que verifica su fantasma.
continuar. La respuesta de este último no se deja esperar:
“Lo mismo podría pedirme que le bajara dos cometas”,36
esto es, sanciona el carácter intransigente de la regla fun­
damental, poniendo en cuestión cualquier atribución de
crueldad por parte del analista como función (aunque,
por cierto, a Freud crueldad no le faltaba según demues­
tra su sugerencia del “empalamiento”). El efecto de esta
intervención, curiosamente, radica en ubicar a Freud en
la serie psíquica del Hombre de las ratas, ya que al despe­
dirse lo saluda con el título de "señor capitán”. De este
modo, en la medida en que Freud se abstiene de hacer
consistir el lugar de goce del Otro a través del cumpli­
miento de la regla analítica, esta última produce como
resultado una especificación de la transferencia: ahora
Freud ya no es sólo el Professor (u otro signo del Ideal)
sino también un nombre de la satisfacción que el Hom­
bre de las ratas cede al campo del Otro.
Frente al delirio en que consiste el desarrollo del te­
mor obsesivo, la respuesta de Freud no radica en relati-
vizar lo acontecido ni en testear el grado de realidad que
le corresponde, sino que su intervención tiene el valor de
una rectificación del sujeto en cuestión: a pesar de la in­
formación comunicada por el capitán respecto del reem­
bolso, el Hombre de las ratas -por lo que se desprendía de

36. "Aquí se interrumpe, se pone de pie y me ruega dispensarlo de


la pintura de los detalles. Le aseguro que yo mismo no tengo
inclinación alguna por la crueldad, por cierto que no me gusta
martirizarlo, pero que naturalmente no puedo regalarle nada sobre
lo cual yo no posea poder de disposición. Lo mismo podía pedirme
que le regalara dos cometas”. Jbid., p. 133.
la secuencia de sus idas y venidas al tratar de cumplir con
la sanción y el mandamiento- debía saber que quien ha­
bía pagado la deuda era la muchacha de la estafeta pos­
tal; por lo tanto, no sólo se trata de que estuviese ten­
tado de desconocer el interés que pudiese tener por esa
muchacha, sino que había un saber que sabía sin saber­
lo, un saber no sabido. De este modo, con esta interven­
ción Freud concierne al Hombre de las ratas con la cau­
sa psíquica de su padecimiento y, al mismo tiempo, fun­
da éticamente la existencia del inconsciente.
B) En continuidad con este planteo de la posición del
analista en respuesta a la neurosis obsesiva puede añadir­
se la secuencia relativa al relato de la ocasión de la últi­
ma configuración de la enfermedad, a partir de la muer­
te del padre, cuando el Hombre de la ratas se hizo un re­
proche por su ausencia en dicho momento; sin embar­
go, este reproche sólo un tiempo después adquirió un ca­
rácter martirizador, cuando aconteció la muerte de una
tía y, en dicho contexto, se topó con una frase alusiva de
su tío que pudo aplicar a la puesta en duda de la fideli­
dad matrimonial de su padre. Así, el reproche se vuelve
obsesivo cuando el Otro queda afectado en su deseo (y,
por cierto, la cuestión del matrimonio no es un motivo
indiferente en el caso del Hombre de las ratas en la me­
dida en que él mismo estaba concernido en la posibili­
dad de un matrimonio por conveniencia... al igual que
el padre).37 Por eso, si el obsesivo responde con su fal­

37. En sentido estricto, el “ocasionamiento” de la enfermedad estaría


en el plan de matrimonio familiar que “le encendió el conflicto:
ta a la falta del Otro, para el analista no se trata de en­
zarzarse en los laberintos de la culpa yoica, siempre más
o menos omnipresente, sino de reconducirla a su fun­
damento inconsciente, tal como hace Freud al justificar
el sentimiento de criminalidad -en lugar de disculparlo,
como lo habría hecho el amigo- aunque destacando su
carácter desplazado.
De este modo, en lugar de tomar la culpa como hilo
conductor del análisis del obsesivo, podría añadirse que
más significativo es considerar el efecto de la última ma­
nifestación de la enfermedad: “Una seria incapacidad para
el trabajo fue la consecuencia inmediata de este ataque”,38
dice Freud. Dicho de otra manera, las inhibiciones del ob­
sesivo -que muchas veces conviven con una inmensa ac­
tividad, o bien se refugian en la declaración yoica de “in­
seguridad”- son una puerta de entrada al análisis. Así lo
dice Lacan cuando afirma lo siguiente:

"Desde luego, no podemos decir que m ostrarle [ ..,] su


relación co n el falo im aginario para, por así decir, fa­
miliarizarlo co n ese callejón sin salida, no esté en la vía
de solución de las dificultades [...] ¿es posible no adver­
tir que [...] el sujeto no estaba en absoluto desem bara­

si debía permanecer fiel a su amada pobre o seguir las huellas del


padre y tomar por esposa a la bella, rica y distinguida muchacha que
le habían destinado. Y a ese conflicto, que en verdad lo era entre su
amor y el continuado efecto de la voluntad del padre, lo solucionó
enfermando; mejor dicho: enfermando se sustrajo de la tarea de
solucionarlo en la realidad objetiva’’. Ibid., p. 156.
38. Ibid., p. 139.
zado de sus obsesiones, sino tan sólo de la culpabilidad
que las acom p añ aba?"39

Luego de las intervenciones que ponen en marcha el


dispositivo analítico, cabe detenerse en las interpretacio­
nes propiamente dichas, esto es, aquellas que invitan a
la elaboración de saber a través de concernir al analizan­
te con su decir:40

1) Por un lado, podría destacarse una secuencia que


parte de la representación, a los 12 años, de que, si su pa­
dre moría, la niña que amaba sería tierna con él. A pesar
de que se defienda de expresar así un deseo, Freud le ob­
jeta: “Si no era un deseo, ¿por qué la revuelta?”; y cuan­
do el obsesivo vuelve a desentenderse -afirmando que
sólo por el contenido de la idea- Freud vuelve a concer­
nirlo al decirle que trataba ese texto como uno de lesa
majestad (dado que el contenido podía ser expuesto en
un contexto en el que resultara anodino). Sin embargo,
el hecho de pensarlo ya implicaba su posición.
2) Por otro lado, el efecto de la secuencia anterior es
preciso: "Queda tocado, pero no resigna su contradic­
ción”. En este punto, antes que forzarlo a reconocer su
participación en el deseo, Freud abre nuevamente el espa­
cio psíquico de la Otra escena, al afirmar que “la idea de

39. Lacan, ]. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, op. ríí., p. 283.


40. Cf. Boxaca, L.; Lutereau, L., “La interpretación: 'entre' cita y enigma”
en íníroííwccion a la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Letra Viva,
2012 .
la muerte del padre sin duda no se presentó por primera
vez en ese caso". De este modo, relanza la asociación del
obsesivo, quien relata que idéntico pensamiento le ocu­
rrió medio año antes de la muerte del padre y, por ter­
cera vez, el día anterior a su muerte. No obstante, agre­
ga que la muerte del padre nunca puede haber sido obje­
to de deseo, sino de temor. Tras este dicho, Freud intro­
duce un fragmento de teoría, que vincula el amor cons­
ciente con el deseo reprimido. El efecto, con una inter­
vención que^busca el reconocimiento yoico, es una pro­
funda alteración de lo imaginario: “El queda muy agita­
do, muy incrédulo, y le asombra que fuera posible en él
ese deseo”. Dicho de otro modo, el efecto es de extraña­
miento y cierta despersonalización.
3) A partir de lo anterior, puede indicarse la diferencia
entre una interpretación que le otorga un objeto al de­
seo -en este caso, un deseo de muerte (o bien, en el caso
Dora, su amor por el señor K)- y una interpretación que
circunscribe sus condiciones. Este es el caso de la últi­
ma secuencia significativa, cuando, al devolverle una vez
más la palabra al obsesivo (aunque éste afirme que no
registra convencimiento alguno en función de la inter­
vención de Freud),41 sostiene que le gustaría preguntar
cómo una idea puede aparecer de modo discontinuo (a
los 12, a los 20, etc.). En este punto, la intervención de

41. Es notable que Freud mismo consigne que intervenciones de ese


tenor tampoco buscan producir convencimiento, “sólo están
destinadas a introducir en la conciencia los complejos reprimidos’’,
ibid., p. 144.
Freud toma, una vez más, el carácter de una interpreta­
ción: "Si alguien plantea una pregunta así, ya tiene apron­
tada la respuesta. No hay más que dejarlo seguir hablan­
do". Esta secuencia conduce, finalmente, al ordenamien­
to de las coordenadas del deseo del obsesivo en función
de una versión del Otro como instancia de prohibición:
el obsesivo no puede desear sin destruir, lo que es distin­
to a plantear un deseo de destrucción.

Esta triple consideración invita a pensar acerca de la


sutileza de la interpretación freudiana -a pesar de que,
en ciertos casos, todavía se transmita una especie de mís­
tica de la interpretación que al modo de la intervención
bíblica ( “Lázaro, levántate y camina") resolvería los sín­
tomas con sólo una palabra-. La función de la interpre­
tación es restituir un acto de habla antes que el objeto
de un deseo..Esto es particularmente sensible en el caso
del neurótico obsesivo, quien, permanentemente, plan­
tea inquietudes epistémicas acerca del decir del analista,
o bien intenta “entender” lo dicho como si fuera un ra­
zonamiento. En el caso del Hombre de las ratas, es no­
torio el modo en que Freud sanciona que el temor es un
indicador del deseo, esto es, que en su temor se enun­
cia también como sujeto del deseo, dividido entre pul­
sión y defensa.
De acuerdo con estas consideraciones finales, hemos
delimitado el modo en que se plantea la intervención en
la neurosis obsesiva y, en función del caso del Hombre
las ratas, ha quedado establecida una primera secuencia
de la transferencia. Por esta vía, este último aspecto po­
dría especificarse a través de la manera en que el meca­
nismo en dos tiempos del síntoma se pone en juego con
el analista -a través de una formación del inconsciente-42
hasta alcanzar el estatuto de una puesta en acto transfe­
rencia! -que interrumpe la asociación libre- en diversas
ocasiones: desde la fantasía de que Freud podría golpear­
lo (que concede su valor a la construcción de una esce­
na infantil en la cual el Hombre de las ratas habría rea­
lizado urTdesaguisado y debió ser reprendido por el pa­
dre) hasta la elucubración de un plan matrimonial con
la hija de Freud -también reintroducida en el análisis con
un sueño-. En definitiva, esta última orientación lleva­
ría a confirmar hasta qué punto la transferencia es la pa­
lestra de resolución de la neurosis y cómo al analista le
corresponde en el dispositivo un lugar menos idealizado
que el del interpretador.
Asimismo, diferentes aspectos de la clínica de la neu­
rosis obsesiva podrían ser retomados en otros contextos
-como su “particular" sentido del humor (especialmen­
te pesado para sus amigos o parejas),43 su predisposición

42. “Una vez me trajo un sueño que contenía la figuración del mismo
conflicto en su transferencia al médico: Mi madre [la de Freud] ha
muerto. Quiere presentar sus condolencias, pero tiene miedo de
producir la risa impertinente que ya repetidas veces ha mostrado
a raíz de casos luctuosos. Por eso prefiere escribir una tarjeta con
‘p. c\ pero estas letras se le mudan, al escribirlas, en 'p. f Ibid. p.
152. De este modo, al intentar enviar sus condolencias, concluye
por felicitar a Freud por la muerte de su madre.
43. Aquí podría mencionarse un abanico que va desde aquella “risa
impertinente’’ del Hombre las ratas hasta los chistes y burlas que
al devaneo y la pérdida de tiempo (esas actitudes que a
veces se expresan con frases del estilo "me cuesta arran­
car” o bien "soy hijo del rigor"), etc.-; sin embargo, en
términos generales, estas particularidades pueden ser re-
conducidas a los motivos estructurales ya esclarecidos: ese
sentido del humor no es más que otra forma del "con­
trabando" comentado a propósito de la satisfacción, la
dilapidación del tiempo es otro modo de ilustrar la rela­
ción con la demanda del Otro, etc. De esta manera, una
misma estructura se refracta eri diferentes fenómenos. Y
si bien la clínica psicoanalítica consiste en trazar distin­
ciones, la orientación del tratamiento requiere recondu-
cir esta variedad a una forma única. A la dirección de la
cura, entonces, dedicaremos el último capítulo.

más insultan el deseo del Otro, como le ocurriera a un analizante


que vino a sesión interpelado por su mujer en los siguientes
términos: "¿Cómo puede ser que para decirme algo lindo tengas
que zarparte?". En dicha ocasión, frente a la pregunta de cómo
le quedaba un vestido, él había respondido a su mujer: “Estás
preciosa... te comería como a un matambrito”.
Dirección de la cura y posición
del analista

"Q ue los que nos leen y los que si­


guen nuestra enseñanza nos perdo­
nen si vuelven a encontrar aquí ejem­
plos con los que les he m achacado un
poco las orejas."

Jacques Lacan ( 1 9 5 8 ) La dirección de /a


cura y los principios de su poder.

En este último capítulo cabe introducirse en la con­


sideración de la dirección de la cura. Más allá de las ela­
boraciones relativas al diagnóstico, la transferencia y la
interpretación -ensayadas en los capítulos precedentes,
organizados estos alrededor de la delimitación de la posi­
ción subjetiva de la histeria y la obsesión como tipos clí­
nicos (en función del síntoma)- corresponde anticipar
ciertas cuestiones referidas al tratamiento de las neurosis.
“La dirección de la cura y los principios de su poder”
(1958) es el escrito lacaniano que mejor refleja una con­
cepción sistemática del tratamiento en un momento es­
pecífico de la enseñanza de Lacan: a partir de concebir
el falo como significante del deseo, dicho escrito está di­
rigido a hacer del mismo el operador central de la cura.
Sin embargo, la enseñanza lacaniana también permite
entrever un modelo de la cura “más allá del falo” -espe­
cialmente a partir del seminario 10 con la introducción
del objeto a-. En términos generales, podría decirse que
el escrito en cuestión no es refutado, sino que expone un
pasaje capital de todo análisis... que, luego, puede avan­
zar desde las condiciones fálicas del deseo hacia las con­
diciones libidinales que no pueden ser esclarecidas a tra­
vés del complejo de castración. En este sentido, se abre
así la posibilidad de un análisis que no se detenga en el
callejón freudiano de la amenaza de castración para el
varón y la envidia del pene para la mujer.
Para dar cuenta de este movimiento, en el recorrido
de este capítulo, cabe contrastar una lectura pormenori­
zada de “La dirección de la cura...” que dejará su lugar a
un comentario de las elaboraciones del seminario 11 en
tomo al sujeto supuesto saber y el deseo del analista. En
cualquiera de los dos casos, lo importante es especificar
el argumento en cuestión a partir de ubicar la posición
que corresponde al analista para responder a esas formas
sintomáticas del deseo que son las neurosis.
Táctica, estrategia y política del análisis

“La dirección de la cura y los principios de su poder”


es un escrito cuya intención polémica es evidente.1 Lue­
go de un primer capítulo dedicado a un relevamiento del
estado actual de la cuestión (titulado “¿Quién analiza
hoy?”), los siguientes tres capítulos tienen un propósito
destructivo de crítica a las diferentes concepciones post-
freudianas de la cura -en función de la interpretación, la
transferencia y el ser del analista- y sólo del último capí­
tulo podría decirse que tiene un alcance propositivo en
sentido estricto para la orientación del tratamiento. El
trasfondo del escrito está permeado por el debate acer­
ca de la contratransferencia -aspecto sobre el cual no es
preciso detenerse en este contexto-2 y demuestra que la
reflexión clínica ubica en el centro la cuestión de la po­
sición del analista -del que se dice que es puesto “en el
banquillo” para dar razones de su acto-.
Una de las ideas centrales del texto podría ser para­
fraseada en los siguientes términos: la concepción que
un analista se haga de la transferencia es determinan­
te para el modo en que entienda su intervención, y este

1. Asimismo, el trasfondo teórico del texto debe ser acompañado


con una lectura estricta de otros dos escritos: “La significación del
falo” (1958) y “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el
inconsciente freudiano” (1960), siendo que este último traza un
puente hacia elaboraciones posteriores, con la introducción del
objeto a, a partir del seminario 10.
2. Cf. Boxaca, L.; Lutereau, L., “Transferencia y restos transferenciales"
en Introducción a la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Letra Viva,
2012 .
último aspecto remite al modo en que el analista apre­
hende su participación en el dispositivo. Respecto de
este último motivo, la posición de Lacan es taxativa en
su retorno a Freud, dado que dirigir la cura, en primer
lugar, consiste en hacer cumplir la regla fundamental
-a sabiendas de que cada analista matizará las inflexio­
nes de esta aplicación según el punto al que haya llega­
do en su propio análisis-. De este modo, la asociación
libre deja de ser una mera condición técnica y se vincu­
la directamente con una actitud ética, con el acto del
analista que sostiene el discurso analizante más allá de
la reciprocidad de la comunicación ordinaria. Por esta
vía, Lacan introduce tres formas en que también al ana­
lista le incumbe "pagar” para estar a la altura de la prác­
tica del psicoanálisis:

1. El analista paga con su palabras, cuando la ope­


ración analítica les otorga el estatuto de una in­
terpretación, esto es, cuando producen un efec­
to irreversible -así como el dispositivo no admite
que el analizante se desdiga ("No quise decir eso,
fue una equivocación”), tampoco el analista pue­
de deshacer sus intervenciones-.
2. Este último aspecto obedece a un motivo preci­
so, dado que el analista también paga con su per­
sona, toda vez que queda remitido al Otro de la
transferencia, lugar desde el cual sus palabras se­
rán recibidas.
3. Por último, el analista paga también con lo que
Lacan llama "juicio más íntimo”, esto es, con su
propio ser (más allá del desdoblamiento que su­
pone la transferencia), en la medida en que cura
menos por lo que es que por lo que dice y hace.

De este modo, a través de estos tres pagos -presen­


tados en el primer capítulo del escrito- se anticipan los
tres capítulos siguientes (interpretación, transferencia y
ser del analista) y se presentan la táctica, la estrategia y
la política del análisis; porque si bien el analista podría
llegar a decir cualquier cosa,3 en el punto en que la re­
gla fundamental pareciera ser una invitación que le otor­
ga la máxima libertad de intervención, esta libertad en­
cuentra un límite en el hecho de que el analista no puede
medir el efecto de sus palabras y, mucho menos, olvidar
que sus palabras quedan reconducidas a la transferencia:

“En cuanto al m anejo de la transferencia, m i libertad


en ella se encuentra por el contrario enajenada por el
desdoblamiento que sufre allí m i persona, y nadie igno­
ra que es allí donde hay que buscar el secreto del a n á ­
lisis. [ ...] Pero lo que es seguro es que los sentim ientos
del analista sólo tienen un lugar posible en este juego,
el del m u erto .”4

3. “Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones o en actos,


yo decido sobre mi oráculo y lo articulo a mi capricho, único amo
en mi barco después de Dios!’. Lacan, J. (1958) "La dirección de la
cura y los principios de su poder” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2002, p. 568.
4. Jbid., pp. 568-569.
De acuerdo con esta perspectiva, Lacan critica el re­
curso a la contratransferencia como fundamento de la
operación analítica -transmitirle al analizante aque­
llos afectos que produce en el Otro y que su desconoci­
miento del principio de realidad le impide advertir (ya
sea porque tiene un Yo débil, está replegado narcisista-
mente, etc.)-; sin embargo, no debe creerse que en esta
referencia se cuestiona la presencia de sentimientos en
el analista (lo cual sería imposible), sino un uso parti­
cular. De hecho, en el seminario 8 Lacan no dejaría de
afirmar que la contratransferencia no es más que... Ha
transferencia misma! Por eso no cabe entender la refe­
rencia al "muerto” como un semblante impostado -o
desafectivizado-, sino en función del papel que ocupa
esta figura en el bridge: se trata de aquel que juega con
las cartas del otro. Dicho de otro modo,.la intervención
del analista parte de los dichos del analizante para diri­
girse a su forma singular de decirse como sujeto dividido.
Ahora bien, ¿cómo se realiza este movimiento tan es­
pecífico? Lacan ofrece un resumen de lo que habrá de
desplegar en el resto del escrito en el último punto del
primer capítulo:

“Sólo que esa interpretación, si él la da, va a ser recibi­


da com o proveniente de la persona que la transferen­
cia supone que es. [...] sólo que es com o proveniente
del O tro de la transferencia co m o la palabra del analis­
ta será escuchada aún Es pues gracias a lo que el
sujeto atribuye de ser (de ser que sea en otra p arte) al
analista, com o es posible que u n a interpretación regre­
se al lugar desde donde puede tener alcance sobre la dis­
tribución de las respuestas."5

De este modo, si la función de la interpretación es


oponerse a la transferencia (para tener algún efecto sobre
esas respuestas que son la imagen narcisista, el síntoma y
el fantasma), esta orientación no se encuentra tan facili­
tada siempre que requiere una operación precedente con
el ser del analista: una atribución de ser... en “otra par­
te” que el Otro de la transferencia. Es importante subra­
yar que dicha atribución es referida al sujeto y no al ana­
lizante como persona -punto en el cual esta afirmación
podría ser degradada con un vano interés yoico por ana­
lizarse-. Sin embargo, ¿cómo dar cuenta de ese des-ser que
requiere la operación analítica? He aquí el punto de par­
tida del segundo capítulo de "La dirección de la cura...”.
La concepción de la interpretación que se desprende
de este escrito tiene su punto de apoyo en lo que Lacan
llama “nuestra doctrina del significante” y se caracteriza
por la necesidad de producir una transmutación del suje­
to, esto es, por la eficacia que aquella tenga para "produ­
cir algo nuevo”.6 Ahora bien, ¿en qué consiste esta nove­
dad? Más allá de que la interpretación sea un decir escla-
recedor, su valor radica en alterar la metonimia neurótica
del deseo en el fantasma -a través de la privación histé­
rica o la postergación obsesiva- tal como se pone en jue­

5. ibid, p. 571.
6. Cf. Lutereau, L, “Cita, enigma e interpretación” en La verdad del
amo. Una lectura clínica del seminario 17 de Jacques Lacan, Buenos
Aires, Letra Viva, 2013.
go en la transferencia: si algo particulariza a la posición
del neurótico es sostener el deseo a través de su irrealiza-
ción (sea que lo conserve como insatisfecho en la que­
ja histérica o lo imposibilite a través del recurso a la de­
manda prohibitiva del Otro en la obsesión). De acuerdo
con este escrito, el neurótico es fundamentalmente un
extraviado... respecto de la condición de su deseo -a par­
tir de ceder su causa al Otro-. De ahí que lo opuesto de
la neurosis sea el acto; o, dicho de otro modo, que el sín­
toma sea la expresión de una desgracia del ser deseante.
El neurótico, al perseverar en su ser fálico (en el sentido
de la identificación narcisista), deja a un lado-lo que po­
dría ganar en la realización del deseo.
En este contexto, al desafiar el esquema post-freudia-
no del orden del-tratamiento que preveía la instalación
de la transferencia antes de interpretar, Lacan ubica la
operación de apertura del análisis a partir de una inter­
vención capital: la “rectificación subjetiva’'. Esta última
nada tiene que ver con un “hacerse cargo” -lo que nue­
vamente reconduciría a una versión yoica del análisis-,
sino con una localización de la división respecto de su
ser desesante que padece el neurótico:

“...in trodu cir al paciente a u n a prim era ubicación de su


posición en lo real, aunque ello hubiese de arrastrar a
una precipitación, no tengam os miedo de decir u n a sis­
tem atización de los síntom as.”7

7. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su


poder”, op. rit, p. 576
Eventualmente, el neurótico registra esta sistematiza­
ción como un agravamiento (al advertir que ese conflicto
que está en el centro de su neurosis se replica en las más
diversas instancias; no sólo en la relación con su pareja,
sino también en su trabajo, con su familia, etc., al pun­
to de convertirse en un certero “ser en el mundo"). Sin
embargo, esta precipitación indica el comienzo del aná­
lisis propiamente dicho, a cuyos avatares el analista res­
ponde con su posición en la transferencia... tema del si­
guiente capítulo del escrito.
Luego de la crítica de tres concepciones diferentes de
la transferencia (el análisis de las defensas, la deflación
de la desviación del contacto con lo real y la maduración
de la pregenitalidad), Lacan vuelve a insistir en la impor­
tancia del modo en que se teoriza la transferencia para la
dirección de la cura:

“Pues este m anejo de la transferencia es inseparable de


su noción, y por poco elaborada que sea ésta en la prác­
tica, n o puede dejar de acom odarse a las parcialidades
de la teo ría."8

En términos generales, en las orientaciones indicadas


Lacan cuestiona la reducción de la situación analítica a
una relación dual, a expensas de ese elemento tercero que
es el significante, el falo en particular como operador del
deseo,9 punto en el cual la cura toma dos orientaciones

8. Ibid., p. 583.
9. “Es la función privilegiada del significante falo en el modo de
extraviadas: por un lado, la adaptación a una supuesta
realidad pre-dada; por otro lado, y con mayores riesgos
cuando esa realidad no es sino la del analista, la identi­
ficación con este último. Por esta vía se accede, enton­
ces, luego de ubicar la función privilegiada del falo en la
transferencia, a la cuestión central del ser del analista.
Para dar cuenta de este motivo, en el capítulo siguien­
te, Lacan realiza una precisa disquisición sobre el modo
en que un analista podría responder a la demanda:10

"A lo que oigo sin duda, n o tengo nada que replicar, si


no com prendo nada de ello, o si comprendiendo algo,
estoy seguro de equivocarme. Esto no m e impediría res­
ponder. [...] Me callo. [...] Si lo frustro es que m e pide
algo. Que le responda, justam ente. Pero él sabe bien que
no serían m ás que palabras. [ ...] Esas palabras, no m e las
pide. Me pide..., por el hecho de que habla: su dem anda
es intransitiva, no supone ningún objeto."11

En este aspecto, el resorte de la transferencia radi­


ca en advertir ese punto en que la demanda no se ago­

presencia del sujeto en el deseo la que es ilustrada aquí, pero en una


experiencia que puede llamarse ciega: esto a falta de toda orientación
sobre las relaciones verdaderas de la situación analítica, la cual, del
mismo modo que cualquier otra situación en la que se habla, no
puede, si se la quiere inscribir en una relación dual, sino quedar
aplastada’’. M i., p. 588.
10. “A medida que se desarrolla un análisis, el analista tiene que vérselas
sucesivamente con todas las articulaciones de la demanda del sujeto.
Pero además [...] no debe responder ante ella sino de la posición de
la transferencia". Ibid., p. 599.
11. ibid., p. 597.
ta en el objeto que reclama (ya sea porque se lo rechaza,
como en el caso del objeto oral; o bien cuando se espera
la demanda frente a la cual se podría responder con un
don, como en el objeto anal) sino en la función del Otro
que hace que esa demanda se sostenga como tal. De este
modo, la frustración en cuestión tiene un propósito es­
pecífico: la de recortar la sujeción inconsciente en los sig­
nificantes de la demanda. La dirección de esta respuesta
tiene como fin constituir al ser hablante en función de
un nuevo estatuto del deseo:

“H acer que se vuelva a en contrar en él [en el flujo sig­


nificante] com o deseante, es lo inverso de hacerlo reco­
nocerse allí com o sujeto, porque es com o en derivación
de la cadena significante com o corre el arroyo del deseo
y el sujeto debe aprovechar u na vía de tirante para asir
en ella su propio feed-back."12

De acuerdo con esta orientación -que el analizante


pueda "pescar” la fijación significante que se articula en
su relación con la demanda (en la que se condensa su
posición fantasmática con el Otro)- queda perfilada la
dirección de la cura en este escrito. Ahora bien, para ter­
minar de esclarecer esta dirección es preciso redefinir la
función del deseo en el análisis. A este propósito se de­
dica el último capítulo de “La dirección de la cura...” al
tomar al falo como operador fundamental de la cura.
El falo como operador del deseo

¿Cuál es, entonces, el lugar del deseo en la cura? Para


dar cuenta de este aspecto es importante señalar que todo
el escrito en cuestión está construido en función de la di­
ferenciación entre el deseo y la demanda; o, dicho de otro
modo, la neurosis es un modo de respuesta a la deman­
da a través de una forma particular del deseo:

“Es pues la posición del neurótico con respecto al deseo,


digamos para abreviar la fantasía, la que viene a m arcar
con su presencia la respuesta del sujeto a la d em anda.”13

Sin embargo, ¿qué es el deseo? En primer lugar, el de­


seo es la metonimia de la falta en ser y la metonimia “es,
como yo les enseño, ese efecto hecho posible por la cir­
cunstancia de que no hay ninguna significación que no
remita a otra significación, y donde se produce su común
denominador [...] que se manifiesta en el fundamento
del deseo”.14 Así lo demuestra, por ejemplo, el sueño de
la Bella carnicera,15 cuyo sueño responde a la demanda
de su amiga (de ir a cenar a su casa) con una forma par­
ticular de exponer su deseo: en la sustitución del caviar

13. Ibid., p. 628.


14. Ibid., p. 602.
15. "...el deseo, si está significado como insatisfecho, lo está por el
significante: caviar, en la medida en que el significante lo simboliza
como inaccesible, pero que, desde el momento en que se desliza
como deseo en el caviar, el deseo del caviar es su metonimia: hecha
necesaria por la carencia de ser donde se mantiene”. Ibid.
por el salmón, no sólo se manifiesta la identificación con
ese significante que nombra el carácter "inimitable” del
deseo insatisfecho de su amiga, sino que eleva ese últi­
mo elemento al lugar de signo del deseo del Otro, esto
es, lo articula al enigmático deseo del carnicero, quien,
amante de las redondeces, se habría fijado en esa amiga
que era más bien delgada:

"¿N o tendría él tam bién un deseo que se le ha quedado


atravesado, cuando todo en él está satisfecho? [ ...] Ser
el falo, aunque fuese un falo poco flaco.”16

Queda expuesta, en esta secuencia, la manera en que la


histérica se relaciona -a través de la insatisfacción- con esa
referencia del deseo que es la Otra. De este modo, el falo
denota esa relación que se sobrepone a la demanda para
indicar algo que se resta a toda determinación objetiva:

‘‘El deseo es lo que se manifiesta en el intervalo que cava


la dem anda m ás acá de ella m ism a, en la medida en que
el sujeto, al articular la cadena significante, trae a la luz
la carencia de ser con el llamado a recibir el com ple­
m en to del O tro, si el O tro, lugar de la palabra, es ta m ­
bién el lugar de esa caren cia.”17

El deseo del Otro -ese lugar de "carencia”- encuen­


tra en el falo su operador fundamental. La posición del
neurótico radica en desconocer este deseo como causa

16. Ibid., p. 607.


17. Ibid.
de su deseo, a través de alguna forma de la demanda: la
histérica hace del rechazo su pasión, mientras que la ob­
sesión hace del objeto supuesto a la demanda el motor
de su acto. Para dar cuenta de este motivo, y relacionar­
lo con la cuestión del fin de análisis, Lacan comenta el
caso de un obsesivo en el tramo final de su tratamiento.
La singularidad de este caso estriba en los diferentes
puntos de alcance de la cura: habiendo analizado la “agre­
sividad” del analizante, así como el lugar que tomó en el
deseo de sus padres, se circunscribió una condición es­
tricta del deseo, esto es, no puede desear sin destruir al
Otro (cuestión distinta a un deseo de destrucción). Asi­
mismo, para llegar a esta encrucijada, se aisló su posi­
ción expectante en la fantasía, que lo dejaba, o bien en el
aburrimiento de vivir una vida ajena (desde el “palco”) o
bien en la hazaña de la infatuación especular.
Sin embargo, en el final de su análisis, como última
refracción, imposta un curioso síntoma -aunque, quizá,
debería atribuirse a este artificio la condición de un ac-
ting out- de impotencia... que no hace más que impoten-
tizar al analista. Frente a esta circunstancia, el analizante
-advertido de la función del tercero en la estructura del
deseo- pide a su amante que se acueste con otro hombre:

"...n i corta ni perezosa, o sea la noche m ism a, [la m ujer]


sueña este sueño [...] : Ella tiene u n falo, siente su form a
bajo su ropa, lo cual no le impide tener tam bién u n a va­
gina, ni m ucho m enos desear que ese falo se m eta allí."18
De este sueño, cuyo efecto en el impotente está en la
inmediata recuperación de su prestancia -y que, además,
tiene la función de la interpretación que podría haberse
esperado de un analista-, se desprende una conclusión
ordenada en un doble sentido: por un lado, respecto de
la amante, tener el falo no lo impide desearlo; esto es, el
sueño demuestra que el falo no es un objeto que pueda
reducir una carencia, sino el significante de la falta que
causa el deseo: ante la demanda de un trío, que espe­
ra su cumplimiento falaz, la mujer responde con un de­
seo cuyo objeto no es más que otro deseo, el del obsesivo
mismo al recobrar su potencia. Por otro lado, respecto de
este último, ¿qué extraña preservación denunciaba su im­
potencia? Si esta última afirmaba que bien podía no te­
ner el falo -y su amante le responde que tenerlo tampo­
co es garantía alguna-, es porque su deseo se resumía en
el afán de serlo. Por esta vía, se accede a la posición neu­
rótica por excelencia: trascender la causa del deseo hacia
la demanda de amor (con el Otro) y la verificación nar-
cisista de la relación con el semejante.
De este modo, la actitud del neurótico ante el deseo
del Otro -al que degrada por su relación con la deman­
da- hace del amor mucho más que una forma de en­
cuentro, ya que pone en juego allí su propio ser (el falo):

“El deseo, por m ás que se transparente siempre com o


se ve aquí en la demanda, no por ello deja de estar m ás
allá. Está tam bién m ás acá de otra dem anda en que el
sujeto, repercutiéndose en el lugar del otro, no borraría
tan to su dependencia p or un acuerdo de rebote, co m o
fijaría el ser m ism o que viene a proponer allí.”19

En resumidas cuentas, entonces, la dirección de la


cura tiene como propósito poner en cuestión el sostén
fálico-narcisista (articulado a la demanda de amor) que
hipoteca el deseo del neurótico a través de una respues­
ta a la demanda -ya sea porque se la rechace, como en
la histeria, o se la mime, como en la obsesión-. Que el
deseo no se sostenga en su relación (fantasmática) con
la demanda, sino en otro deseo -como deseo del Otro-,
he aquí la orientación del tratamiento en "La dirección
de la cura...”:

"...llevando la dem anda hasta los límites del ser, h ace


interrogarse al sujeto sobre la falta en la que se aparece
a sí mism o com o deseo."20

En este sentido, y en relación con los tipos clínicos en


cuestión, se trata de orientar el tratamiento de la histe­
ria hacia ese punto en que la insatisfacción no sea el úni­
co recurso para sostener el deseo;21 o bien que la obse­
sión encuentre otras vías de deseo más allá de la infrac­

19. Ibid., p. 614.


20. Ibid., p. 618.
21. Recordamos, por ejemplo, haberle preguntado cierta vez a una
analizante adolescente por qué pensaba que demorando las
respuestas al chico que le gustaba eso haría que él tuviese más ganas
de verla, en lugar de proponerle algún programa juntos (es decir,
más allá de la fantasía de que responder la convertiría en una "chica
fácil” y a esta sólo se la quiere como objeto, estaba el solapamiento de
ción, el contrabando y la culpabilidad.22 Dicho de otro
modo, respecto de la histeria, se trataría de que abando­
ne su costado "anoréxico”, que afirma que el deseo de
comer sólo se sostiene en el hambre, cuando en un aná­
lisis podría descubrirse que el hambre viene comiendo...
esto es, qye el mejor apoyo de un deseo es otro deseo, así
como también el obsesivo podría descubrir que el objeto
del deseo es lo más variable que éste tiene, y que otro de­
seo es la mejor manera de ganar nuevos objetos. En cier­
ta medida, "La dirección de la cura...” lleva a un opti­
mismo del deseo... que, por momentos, es difícil de sos­
tener en la práctica del psicoanálisis. Por eso, un aspecto
controversial de este escrito radica en que, para exponer
su orientación hacia el deseo, Lacan presente a la terce­
ra identificación freudiana como el paradigma de la sa­
lida del análisis. En última instancia, el análisis conclui­
ría en una especie de identificación al deseo por sí mis­
mo... que, por momentos también, cuesta diferenciar de
la histerización más burda.

que frustrar era causar un deseo cuando, en realidad, no hacía más


que “dejarlo con ganas” para, finalmente, consentir a despecho).
22. En cierta ocasión, un muchacho vino a sesión con dos libros nuevos,
dado que con la compra del segundo había una oferta “imperdible",
sin importar que el segundo título fuese de un libro que jamás leería.
Su convicción de haber “cagado” al librero era una satisfacción
suficiente, al menos en ese momento, hasta que cayó en el mal uso
del dinero que hacía y a los problemas que eso lo llevaba. El goce la
oportunidad, muchas veces, es una vulgar estrategia para encantar
obsesivos, en la medida en que implica perder el doble (y pagar de
más) para justificar lo que se gana.
El objeto a y el deseo del analista

En términos generales, podría decirse que "La dirección


de la cura...” es un escrito privilegiado para dar cuenta
de la puesta en cruz de la imagen narcisista y la orienta­
ción del tratamiento hacia la cuestión del deseo. De este
modo, este escrito avanzaría en la travesía de un primer
nivel fantasma -su vertiente imaginaria-:

S O i(a )

Asimismo, la orientación de la cura más allá de los


velos imaginarios del fantasma alcanzaría a la relación
con el deseo en su punto de falta constitutiva -vertien­
te simbólica-:

S Ocp

Sin embargo, la identificación con el deseo per se -en­


tendido como falta de objeto- parece un motivo comple­
jo de sostener clínicamente, punto en el que la enseñan­
za,de Lacan modificó su vector hacia las condiciones li-
bidinales del deseo, a partir de la introducción de la teo­
ría del objeto a. Para dar cuenta de este nuevo desarro­
llo, cabe detenerse en las concepciones de la transferen­
cia y el deseo del analista en el seminario 22:

“Su form ación exige que sepa, en el proceso donde co n ­


duce a su paciente, en to m o de qué gira el m ovim iento.
[ ...] Este punto axial lo designo con el nom bre de deseo
del psicoanalista."23

En “La dirección de la cura..." Lacan sostenía que


“está por formularse una ética que integre las conquis­
tas freudianas sobre el deseo: para poner en su cúspide la
cuestión del deseo del analista”.24 Dicha formulación es
la que realizara entre el seminario 8 -a partir de su lectu­
ra de El banquete de Platón- y el seminario 15 -acerca del
acto analítico-. En dicho período, el seminario 11 estable­
ce un punto intermedio que vincula el deseo del analista
con la transferencia y la posición del analista.
Por un lado, luego del debate precedente sobre la con­
tratransferencia, Lacan resume su nueva actitud con los
siguientes términos:

"La transferencia es u n fenóm eno que incluye juntos


al sujeto y al psicoanalista. Dividirlo m ediante los tér­
m inos de transferencia y contratransferencia, por m ás
atrevidas y desenfadadas que sean las afirm aciones so­
bre el tem a, n u n ca pasa de ser u na m an era de eludir el
m eollo del asunto.”25

Por otro lado, respecto de la cuestión de la transferen­


cia, Lacan pone en un primer plano la suposición de saber

23. Lacan,]. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales


del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 239.
24. Lacan, j. (1958) "La dirección de la cura y los principios de su
poder", op. cit, p. 598.
25. Lacan, J. (1964) £! seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis, op. rit, p. 239.
-que puede estar encarnada en el analista, o no-.26 Del
modo que sea, la constitución del síntoma como analiza­
ble implica el establecimiento de la pregunta por la cau­
sa del malestar, y ese paso es correlativo de la adscripción
de un saber al respecto. La transferencia, entonces, desa­
rrolla una primera vertiente -asociada al cumplimiento
de la asociación libre- que ubica al analista como intér­
prete del sentido inconsciente e interlocutor de la cade­
na significante, esto es, sede del mensaje invertido que el
analizante puede recibir desde el Otro.
Sin embargo, esta posición rio es la única que re­
serva el dispositivo para el analista: más allá de su lo­
calización significante, también le cabe una posibili­
dad como objeto, dominio que Freud entreviera a par­
tir de la resistencia y que habla de esa dimensión de
presencia en que la transferencia concierne al analis­
ta en otro lugar que el del Ideal. Este destino pulsio-
nal le cabe al analista, fundamentalmente, cuando es
objeto de amor:

“Lo que surge en el efecto de transferencia se opone a la


revelación [esto es, el descifram iento significante]. [...]
El am or, sin duda, es u n efecto de transferencia, pero
es su faz de resistencia. Los analistas, para poder inter­
pretar, tienen que esperar que se produzca este efecto de

26. “El asunto es, primero, para cada sujeto desde dónde se ubica para
dirigirse al sujeto al que se supone saber. Cada vez que esta función
pueda ser encarnada para el sujeto por quienquiera que fuese,
analista o no, de la definición que acabo de darles se desprende que
la transferencia queda desde entonces ya fundada". Ibid., p. 241.
transferencia, y, a la vez, saben que hace que el sujeto se
cierre al efecto de la in terp retació n /’27

De este modo, en el núcleo de la transferencia hay una


curiosa paradoja: el analista requiere ser incluido como
objeto en la "serie psíquica” -para decirlo con el nombre
freudiano-, aspecto que determina la eficacia del análisis;
sin embargo, esa vicisitud es la que produce el cierre del
inconsciente frente al cual ñaquea la interpretación. Por
esta vía, Lacan retoma la cuestión de la intervención del
analista, en términos coincidentes con el planteo de “La
dirección de la cura../' -al destacar que la interpretación
funda la transferencia como efecto- aunque ampliando su
desarrollo: si en el escrito precedente la interpretación tie­
ne como punto de alcance la efectuación metonímica del
deseo, sin describir en términos estrictos en qué consisti­
ría esta operatoria, en el seminario 11 se formula este paso:

“Es falso, por consiguiente, que la interpretación esté


abierta a todos los sentidos, co m o se ha dicho, so pre­
texto de que se trata sólo del vínculo de un significan­
te co n otro significante [...] . La interpretación no está
abierta a todos los sentidos. N o es cualquiera. Es u na in­
terpretación significativa que n o debe fallarse. No obs­
tan te, esta significación no es lo esencial para el adve­
nim iento del sujeto. Es esencial que el sujeto vea, m ás
allá de esta significación, a qué significante -sin -sen ti-
do, irreductible, tra u m á tico - está sujeto com o sujeto."28

27. Ibid., p. 261.


28. Ibid., pp. 257-258.
Dicho de otra manera, si la interpretación se funda­
menta en la “doctrina significante”, es para que el suje­
to advierta su determinación inconsciente, ese punto en
que el retorno indica sujeción a un saber no sabido. Asi­
mismo, puede verificarse en este esclarecimiento que el
análisis no avanza hacia la indeterminación del sujeto
-como podía llegar a pensarse a partir de "La dirección
de la cura...”-, esto es, a la corroboración de la falta en
ser, sino que, en todo caso, sé trata de advertir la textura
significante de la división en cuestión, es decir, el pun­
to en que el significante posee, a su vez, un valor libidi-
nal (como el caso del Hombre de las ratas demuestra del
modo más eficaz). Por eso la interpretación no está abier­
ta a todos los sentidos, sino a un paso de sentido (opera­
ción propia de la metáfora) que, al mismo tiempo, es su
pérdida. En estos términos, entonces, la orientación de
la cura puede aprehenderse en función de un movimien­
to que, al circunscribir los significantes amo (St) que co­
mandan la satisfacción de un ser hablante, les pueda res­
tar también su capital de goce.
Ahora bien, de regreso a la transferencia, en su ver­
tiente de objeto -o, para usar otra expresión de Lacan de
este seminario, de "puesta en acto de la realidad sexual
del inconsciente”-, esta vía es la que permite introducir
el motivo del deseo del analista:

"E n consecuencia, podemos decir que detrás del am o r


llam ado de transferencia está la afirm ación del víncu­
lo del deseo del analista con el deseo del paciente. [...]
No diré que todavía no he nombrado ese deseo del an a­
lista pues ¿cóm o nom b rar un deseo? Un deseo uno lo
va cercan d o.”29

En este punto, una primera aproximación al deseo del


analista suele transmitirse de un modo redundante (o,
mejor dicho, tautológico): se trataría del "deseo de ana­
lizar”. En una segunda aproximación, no menos esqui­
va del problema concernido, suele matizarse el carácter
"puro” que podría tener este deseo... al afirmar que no
se trata de un deseo "anónimo”. Sin embargo, por cual­
quiera de los dos caminos, se evita el meollo del asun­
to: en el primer caso, porque se confunde el análisis con
una suerte de imperativo infatuado; en el segundo caso,
cuando se deslíe una función de la operación analítica
a partir de reconducirla al deseo de un analista en par­
ticular. Ahora bien, ¿por qué Lacan afirma que el deseo
del analista está “detrás” del amor transferencial? Por
un lado, podría decirse que esta variable del análisis in­
dica ese punto que Freud llamara "manejo de la trans­
ferencia”, ahí donde la interpretación vacila y es preci­
so que el analista apueste, una vez más, a la continui­
dad del tratamiento a partir del cumplimiento de la re­
gla fundamental. Así, el deseo del analista sería el nom­
bre del acto que, ya desde el comienzo, pone en marcha
un análisis y, antes que una intervención singular, deno­
ta el, punto en que ese analista en particular condescien­
de a prestar su persona a la transferencia -para retomar
el pago mencionado en "La dirección de la cura..,"-. Sin
embargo, por otro lado, podría haber otra acepción de la
expresión cuando esa maniobra indicada remite también
a que el analista no asume una actitud neutral. Si la abs­
tinencia no apunta más que a una sumisión a las posi­
ciones subjetivas del analizante, la neutralidad quedaría
en cuestión siempre que el analista no rechaza el amor
que él mismo motiva:

“Conviene entonces recalcar aquí algo que siempre se


elude, que Freud expone y que no es m era excusa sino
razón de la transferencia -n a d a se alcanza in absentia, in
effigie. Esto quiere decir que la transferencia no es, por
naturaleza, la som bra de algo vivido antes. Por el co n ­
trario, en tan to está sujeto al deseo del analista, el su­
jeto desea engañarlo acerca de esa sujeción haciéndo­
se am ar por é l..."30

De acuerdo con este recorrido, entonces, se llega al nú­


cleo de la función del deseo del analista cuando se inte­
rroga el “encuentro" analítico a la luz del amor. Sin em­
bargo, es preciso destacar que no se trata aquí de la di­
mensión imaginaria del amor, sostenida en la participa­
ción del ideal del yo:

“Allí está la función, el recurso, el instrum ento eficaz que


constituye el ideal del yo. No hace tiempo u na niña m e
decía gentilm ente que ya era h o ra de que alguien se o cu ­
pase de ella para parecer amable ante sus propios ojos.
Así delataba inocentem ente el m ecanism o que opera en
el prim er tiempo de la transferencia. El sujeto tiene una
relación con su analista cuyo centro es ese significante
privilegiado llamado ideal del yo, en la medida en que,
desde ahí, se sentirá tan satisfactorio com o am ad o ."31

En todo caso, quedarse en este nivel del análisis no


sería más -según Lacan- que un “primer tiempo” de la
transferencia, asociado a la caída del velo narcisista del
objeto. He aquí el punto de llegada al que parecía condu­
cir “La dirección de la cura...”. Sin embargo, a través de
la elaboración de este seminario, Lacan se dirige al valor
libidinal del objeto más allá de dicho velo:

“Pero hay otra función que instaura una identificación


de índole m uy diferente, y que el proceso de separación
introduce. [...] El sujeto, por la función del objeto a, se
separa, deja de estar ligado a la vacilación del ser, al sen­
tido que constituye lo esencial de la alienación."32

De este modo, la relación entre las operaciones de


constitución subjetiva -alienación y separación- permite
pensar el procedimiento conclusivo del tratamiento: en
lugar de la indeterminación de la falta en ser, el análisis
busca delimitar ese objeto (al que Lacan llama también
“porquería”) con el cual el sujeto se identifica para ofre­
cerse al goce del Otro en la transferencia. Por eso, la sepa­
ración no indica una operación relativa al Otro -es decir,

31. Ibid., pp. 264-265.


32. Ibid., p. 265.
no se trata de separarse del Otro-, sino un movimiento
mismo a través del deseo, que permita que el analizante
como deseante pueda sostenerse en otra cosa que una su­
posición de goce. He aquí el lugar del deseo del analista,
que promueve que a través del amor -de transferencia-
el capital de goce -del síntoma- condescienda al deseo.
Por eso, a su vez, Lacan afirma que "no basta con
que el analista sirva de soporte a la función de Tiresias
[como descifrador], también es preciso, como dice Apo-
llinaire, que tenga tetas",33 esto es, que se sirva de la fun­
ción del objeto:

"Q uiero decir que la maniobra y la operación de la trans­


ferencia han de regularse de m anera que se m an ten ga la
distancia entre el punto donde el sujeto se ve a sí m is­
m o amable-y ese otro punto donde el sujeto se ve cau ­
sado com o falta p or el objeto a ,"34

De este modo, la operación analítica estaría orientada


a trazar la distancia entre el Ideal y el objeto a. Sin embar­
go, esta reducción no apunta meramente a poner en cues­
tión la imagen narcisista, sino a situar la causa del deseo
incluso más allá de su revestimiento fálico. Aquí es donde
la fórmula del fantasma cobra su valor más propio:

$ Oa

33. Ibid., p. 278.


34. Ibid.
Por último, el análisis no estaría encaminado -como
en “La dirección de la cura..."- hacia la revelación de la
falta constitutiva del deseo, sino hacia el fundamento
pulsional que lo fija:

"...el deseo del analista es aquello que [...] vuelve a lle­


var a la pulsión. Y, por esta vía, aísla el objeto a, lo si­
tú a a la m ayor distancia posible del I, que el analista es
llam ado por el sujeto a encarnar. El analista debe aban­
d on ar esa idealización para servir de soporte al objeto a
separador, en la medida en que su deseo lo p erm ite...”35

Para concluir esta introducción, retomaremos una


inquietud que se desarrolla implícitamente a lo largo de
todo el libro. ¿Por qué hablar de "la/s” neurosis? ¿Cuál
es la unidad de este grupo?
En principio, según lo hemos desarrollado en los ca­
pítulos precedentes, si bien la histeria y la obsesión son
dos tipos clínicos distintos, ambos se caracterizan por de­
limitarse en función de una respuesta fantasmática ante
el deseo del Otro (como basamento del síntoma). En este
sentido es que podríamos hablar del conjunto -heterogé­
neo, por cierto- que podría ser llamado “la" neurosis (en
el que, por ejemplo, no estaría incluida la fobia). Asimis­
mo, esta unidad se fundamenta en la orientación defi­
nida que, para ambos tipos clínicos, plantea la dirección
de la cura. En todo caso, la variedad propia -que permi­
te pluralizar el conjunto, y hablar de “las" neurosis- se
hace presente cuando consideramos las vías de la trans­
ferencia y la interpretación (que hemos planteado en los
dos capítulos específicos). Dicho de otro modo, el trata­
miento de las neurosis -para retomar los términos utili­
zados en un apartado anterior- varía en su táctica y es­
trategia, pero no en su política.
Imagen de tapa: H yuro

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