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El psicoanálisis es una
conversación entre
mujeres
Ensayos sobre el fin de la histeria
El psicoanálisis es una conversación entre mujeres. Ensayos sobre el fin
de la histeria / Luciano Lutereau /
Editor literario Leticia Martin
1ª edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Qeja ediciones, 2020
192 páginas 15 x 13 cm
ISBN 9789874970091
1. Psicoanálisis. 2. Teorías psicoanalíticas. 3. Histeria.
I. Martin, Leticia Griselda, ed
II. Título
CDD 150-195
Qeja ediciones
Acuña de Figueroa 156 PB B
(1180) Buenos Aires
Tel: 054 11 58676451
mail: contacto@qejaediciones.com
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Idea y dirección: Nazareno Petrone, Leticia Martín, Gerardo Montoya Edición:
Leticia Martin Diseño de cubierta: Zim Hernández Diseño de interiores:
Marivi Urdaneta Ilustración: Marivi Urdaneta Fotografía: Alejandra Miguez
Diseño web: Gerardo Montoya
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 / Derechos
reservados. Prohibida su reproducción parcial o total.
Impreso en Argentina.
El psicoanálisis es una
conversación entre
mujeres Ensayos sobre el fin de la
histeria
Luciano Lutereau
“¿Acaso todavía hay mentes lo suficientemente ingenuas
para pensar que las teorías sirven para ser creídas?
Las teorías sirven para irritar a los filisteos, para seducir a
los estetas y para que los demás se rían.”
Amélie Nothomb, El sabotaje amoroso
“¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas
maravillosas mujeres?
Es por haberlas escuchado que Freud inauguró un modo
enteramente nuevo de la relación humana.
¿Qué es lo que reemplaza a esos síntomas histéricos de
otros tiempos?
¿No se ha desplazado la histeria en el campo social?”
Jacques Lacan, 26 de febrero de 1977
Prólogo
Este libro podría pensarse como un retrato sobre la escucha
analítica. Es algo que se revela en el título, al nombrar como
“conversación” eso que pasa entre un paciente y un
analista.
Daniela Frankenberg
Clase 1. ¿Para qué sirven los
síntomas?
Quiero hablarles sobre los síntomas, porque a veces tengo
la impresión de que se perdió la vía del análisis. Es decir,
que los psicoanalistas estamos más cerca de un uso
determinista de la experiencia, antes que para situar
conflictos y deseos. Me explico un poco mejor: es posible
que lo que le pasa a alguien se relacione con su vida
anterior, pero establecer esa relación no tiene nada que ver
con el psicoanálisis. Lo fundamental es poder ubicar la
situación actual que motivó una represión que llevó a la
aparición de un síntoma. Lo voy a explicar con un caso, para
ser más claro.
Clase 2. El síntoma del analista
Vamos a empezar a hablar del acto. Dejo de dar vueltas,
pero les aseguro que de estos temas no se puede hablar
más que dando vueltas. Además, ¿son temas? ¿Hablo de
temas? Es lo que trato de evitar, decir sobre tal o cual tema;
más bien prefiero contarles cosas y que lo dicho sea una
excusa para que algo aparezca, se muestre, pase.
Dije antes que los varones ya no tienen amantes. Quizá a
alguno de ustedes le llamó la atención; pero es cierto y
sirve para introducirlos en el segundo punto al que quería
referirme en esta ocasión. Ya no es tan habitual, al menos
en mi práctica, escuchar a varones que tienen una esposa y,
por otro lado, una amante. Es que –como dije– ni siquiera
llegan a tener una esposa. ¿Qué es una esposa? Una mujer
elegida entre otras. Sí escucho varones que pueden amar a
muchas mujeres, o que les gusta estar con una y otra (y
otra), sin que eso implique promiscuidad alguna. No estoy
moralizando. Digo más bien, que no se les plantea el acto
de tener que elegir una mujer. Me explicaré mejor.
Esta coordenada me recuerda el caso de otro muchacho, en
la misma serie, pero diferente, de cuyo tratamiento puedo
contarles algunas referencias. En cierta ocasión, en el curso
de una sesión, me decía que había conocido a una mujer
que se llamaba como su madre. Me aclara, una vez más,
que la mujer se llama como su madre. Le digo, entonces,
que la aclaración me parece significativa, ya que siempre lo
destaca y, por cierto, que no creo que se deba a que crea
que yo puedo haberme olvidado el nombre de su mamá;
está diciendo otra cosa, como si ese nombre fuese solo para
una mujer, es decir, la frase “se llama como mi mamá”
ubica a esta última en un lugar de única mujer, respecto de
la cual, todas las demás (con el mismo nombre) son dobles
o copias. En este punto, su primera asociación es volver a
decir que él es hijo único. Luego sigue hablando de esa
mujer que conoció –se trata de un varón que, aunque en
pareja, conoce a diferentes mujeres con las que tiene
relaciones que no puede dejar de consumar, ya que no la
pasa nada bien en esas conquistas– y plantea lo irresistible
que es para él que una mujer le diga que es un buen
amante. “Un buen amante es un ser de excepción”, le digo
en chiste; pero lo interesante es que él escucha otra cosa:
“¿Por qué decepción?”. A partir de esta indicación se
produce un cambio de vía en relación a lo que antes había
dicho sobre la madre: ¿cómo no va a ser decepcionante un
hijo único, que no tiene con quien compararse, que todo lo
que diga o haga va a ser tomado como maravilloso? Esta es
la historia de la relación con su madre. ¡Qué decepción!
Clase 3. La escucha analítica
Empezaré esta vez con una serie de observaciones que se
desprenden de algunas de sus intervenciones. En primer
lugar, quisiera decir algo muy simple en relación a la
escucha analítica: lo que un analista escucha nunca es algo
literal. Por ejemplo, en un análisis es posible que alguien
cuente cosas terribles tan solo con el propósito de seducir a
su analista. ¡Sí! ¡Victimizarse puede ser una estrategia de
seducción! Esto es lo que implica que el psicoanálisis sea
una forma de tratamiento basada en la relación de
transferencia, es decir, en la que el vínculo con el analista
es la superficie para situar qué es lo que se está analizando.
Lo digo de otra forma, puede ser que alguien nos diga que
su madre era una mujer desalmada, que nunca lo quiso lo
suficiente, que no lo prefirió ante sus hermanos, pero así no
hace más que poner a su analista en el lugar de una madre
que lo prefiere por todos aquellos desaires que le tocó vivir.
O, con otro ejemplo, puede ser que alguien nos cuente que
nunca vio un signo de amor entre sus padres, que su padre
despreciaba a su madre; pero así es posible que hable de la
represión del erotismo de la pareja conyugal, que es
constitutiva de la infancia normal, tanto como exprese una
actitud culpable con el vínculo con su madre, ya que si el
padre la despreciaba, ¿no justifica eso, entonces, que él
fuese el niño que la consuela?
Esto me recuerda una situación del sábado pasado, cuando
vinieron a casa unos amigos de mi hijo a dormir. Uno de
ellos trajo un muñeco con el que se acostó en la cama y le
contó a los demás: “tengo este muñeco desde antes que
nací (sic), es que se lo regaló mi papá a mi mamá cuando
ella se casó”. “¿Cuándo ella se casó con quién si no con el
padre?”, podríamos preguntarnos risueñamente. De esta
forma es que aquella mujer suplía al padre como varón, lo
reducía a ser un mero instrumento para un don (un hijo) y el
goce de la pareja quedaba reprimido. Se nota que el niño es
un niño sano, porque hizo el trabajo psíquico que la infancia
requiere.
Por último, en esta ocasión quiero situar algunas
consideraciones relativas al análisis de la histeria femenina.
Si bien, como ya dije en otras oportunidades, se trata de un
tipo clínico cada vez menos frecuente, todavía quedan
algunas histéricas. Y lo que quisiera destacar es algo que
más bien incumbe a los practicantes de psicoanálisis. Hasta
hace un tiempo los analistas varones estábamos
acostumbrados a las seducciones de las histéricas, mientras
que las analistas mujeres que trataban varones hablaban
más bien de esos pacientes que las buscaban como
referentes de ternura, en una línea más bien materna. Sin
embargo, lo que hoy en día escucho en la práctica de
colegas mujeres es que se están encontrando con la
seducción de los varones. Sospecho que esto también
puede deberse a un cambio en la posición social de la
mujer, es decir, a que el deseo de una mujer esté más
autorizado públicamente. Por ejemplo, hace poco una
analista me contó el caso de un paciente varón que le tiró
un lance y, cuando de manera calculada, ella lo invitó a que
probara en realizar su intención, el tipo retrocedió y la
empezó a retar: “vos no te podés enamorar de un
paciente”. Así se manifiesta la condición de su flirteo: como
ella no puede, entonces él la avanzó.
Voy a empezar a concluir por hoy. En último término me
refería a dos aspectos de la histeria; por un lado, a su
relación con la seducción y cómo ésta se establece en la
relación con el analista; por otro lado, a su modo de servirse
de la verdad. Ambas cosas están conectadas y son
fundamentales para el diagnóstico, mucho más que el relato
de tal o cual episodio. Si tuviera que decir de qué hay que
curar a una histérica, diría que: de su relación con la verdad,
de ese punto en que un hecho puede revelarse como el
motivo de una confirmación. ¿Por qué? Porque en el
inconsciente esa verdad siempre tiene que ver con la
seducción. Dicho de otra manera, una mujer cuenta que un
hecho fue muy grave, pero la gravedad no depende del
hecho, sino de que en el inconsciente tiene el valor de un
abuso –por ejemplo, puede realizar una fantasía de
violación. Esto es lo más delicado del tratamiento de la
histeria, porque el hecho sin duda fue abusivo, pero no por
sí mismo –por eso alrededor muchos dicen que es algo
exagerado– sino por aquella significación que confirma.
Pasemos a otro punto. De la vez anterior me pareció, por
algunas preguntas que me llegaron, que es necesario
aclarar la cuestión de la transferencia en los varones. Dije la
vez pasada que hoy en día nos encontramos con que la
seducción –en la relación de pacientes varones con analistas
mujeres– puede ser más directa, que esto es algo con que
nos encontrábamos más comúnmente en la histeria
femenina y que, hoy en día, que hay menos histéricas y las
mujeres han cobrado un lugar más destacado en el espacio
social, los varones en el consultorio se animan a ser más
efusivos.
Clase 5. De la histeria a la voz pública
En esta ocasión voy a retomar sobre todo a partir de
consideraciones que ustedes fueron haciendo en sus
intervenciones. Eso le da a nuestro intercambio el valor de
una conversación efectiva.
Retomo el caso. La mirada de su madre, que la nombró de
esa forma, dejó para ella una relación particular con los
nombres. Esconderse detrás de ellos. Nombrarse como
hermana, como profesional, como pareja de un varón, pero
no como mujer. De alguna manera esto la dejó en una
posición específica, la de mirar siempre desde afuera su
vida, es decir, según cómo otros la ven, de acuerdo con el
rol que tiene que cumplir. En última instancia, dedicarse a
cumplir con lo esperado, a hacer lo que hay que hacer, es
una forma subrepticia de camuflar el deseo. Hacer las cosas
porque hay que hacerlas, puede ser una manera de decir:
“no es que yo quería”, o sea, de ausentarse para el acto, de
ponerlo a cargo de una demanda exterior. Es “lo que
correspondía”, como también se dice a veces.
Volvamos ahora a nuestro eje, para que pueda retomar a
partir de algunas preguntas que surgieron. En principio, la
cuestión del acto, es decir, sobre cómo el psicoanálisis pone
en acto aquella realidad de la que habla. Se podría tener la
idea difusa de que en un análisis se trata de palabras y esto
es cierto en la medida en que no se olvide que esas
palabras producen cosas. Lo explicaré con una secuencia
clínica.
Sigo ahora con el tema de la subjetivación. En la clase
anterior hablé de la castración femenina y quisiera aclarar
lo siguiente. Una cosa es la clínica de lo femenino y otra es
la clínica del complejo de castración en mujeres. Son
distintas y, por lo general, esta última casi no se tiene en
cuenta. Sin embargo es muy importante, ya que pensar una
sin la otra puede llevar a cierto elogio cuasi místico de la
feminidad, prescriptivo y a veces alienante (en mujeres
analistas esto es notorio a veces). Entonces la pregunta es
cómo se planteó el complejo de castración para cada mujer,
de manera singular; a sabiendas de que con la castración se
pueden hacer muchas cosas, por ejemplo, seducir. Ninguna
mujer seduce como mujer. Esto no lo digo yo, sino que lo
dicen todas esas mujeres que en análisis cuentan cómo los
varones huyen hoy del deseo femenino (cuando ellas van al
frente). Es que la seducción femenina es una contradicción.
Una mujer seduce solamente como castrada. ¡Los varones
también! Por eso suele ocurrir que el varón que se cree
seductor, al final del día se descubre como seducido. La
pregunta masculina es por qué un varón necesita reprimir
su “ser seducido” para creerse “seductor”. Esa creencia es
lo importante (como ya lo dije el otro día a partir de lo que
llamé “afirmación narcisista”). Pero de regreso a la
castración en la mujer, también hay modos típicos en los
que se presenta. Se trata de la castración cada vez que una
mujer se encuentra frente a una opción binaria y queda
dividida: ¿por qué eligen a las malas y no a las que somos
más comprensivas? O, más comúnmente, si una mujer tiene
una hermana: ella es la linda y yo la inteligente.
Linda/inteligente es una interpretación habitual de la
castración de la mujer en nuestra sociedad. Es claro que es
cultural y que se relaciona con una subjetivación patriarcal,
pero ninguna sale de esa división con un coaching que le
diga que es hermosa e inteligente a la vez, porque el mundo
no se cambia con charlas TED y, en lo íntimo, donde los
conflictos de palabra tocan la carne, es la experiencia del
análisis la que produce un convencimiento.
Sin duda, estas preguntas surgen en un contexto específico,
el nuestro, en el que nos estamos haciendo distintas
preguntas, quizá las mismas que plantean muchos de
nuestros pacientes. Estos últimos años fueron muy
importantes en nuestro país, sobre todo porque en la última
década el feminismo alcanzó un estado público, una
incidencia en la voz pública que ya no tiene retorno. Antes
se decían cosas que hoy ya no se dicen tan fácilmente.
Estamos más atentos a nuestros prejuicios, para poder
exponerlos como tales. Y el psicoanálisis no está exento de
prejuicios. En particular, me llama la atención cómo los
psicoanalistas inicialmente hemos discutido al movimiento
feminista y, a decir verdad, creo que esto no se debió a
causas epistémicas, sino a una disputa de poder. Con el
auge de los feminismos, los psicoanalistas perdimos la
posición privilegiada en torno al saber sobre el sexo. Mucho
más, porque quedamos observados como reaccionarios y
conservadores. Hoy ya no es posible dar una clase sobre
histeria en la Facultad y decir que la histeria tiene un deseo
insatisfecho sin que eso genere resquemor. No me parece
mal. El feminismo puso a los analistas en el banquillo –para
usar la expresión de Lacan–, algo que los analistas habían
dejado de hacer. Así que, bienvenido el desafío de tener que
volver a pensar el psicoanálisis y la interpelación de un
discurso extraño que nos vuelve extraños a nosotros
mismos. Ya nada volverá a ser igual después del feminismo.
¡Por suerte! Porque ya éramos demasiado nosotros mismos,
estábamos demasiado seguros del psicoanálisis.
Hice una digresión. Pero volvamos a lo anterior, a la relación
entre la madre y la puta. Decía que Freud no distingue entre
una y otra; quizá si suele creerse que sí es porque es una
forma de desmentir –en el saber popular, de la conciencia y
la vulgata analítica– el lazo íntimo que hay entre ambas. Por
ejemplo, decimos “puta madre”, lo que indica una relación
entre ambas. La idea consciente de su pureza, no hace más
que confirmar su putez en el inconsciente. Es que puta es la
mujer a la que se le paga para que haga creer que se es
causa de su goce. Su posición, entonces, es idéntica a la de
la madre; a la que el niño le paga con su papel dibujado
para que ella diga: “qué hermoso, vamos a pegarlo en la
heladera”. Lo difícil de aceptar, es que la prostitución es
condición de la maternidad. Por eso también hay varones a
los que les gustan las mujeres que son madres, como
condición excluyente. Mientras que la mujer decepciona
respecto de la causa de su goce. Nunca es un objeto. Quizá
pueda serlo otro goce. Es el goce el que causa el goce (unos
pocos objetos apenas causan el deseo). Por eso, algunos
varones son impotentes con sus mujeres y prefieren
prostitutas, o al menos las necesitan en la fantasía (como
en el porno, que supone un sujeto infantil: por eso algunos
varones se masturban incluso después de tener relaciones
sexuales). Asimismo, “puta” se le dice a la mujer “infiel”,
pero eso no hace más que demostrar que la expectativa de
fidelidad supone un otro materno, que podría
intercambiarnos como causa del goce. Los celos masculinos
no se explican solamente por fijación homoerótica, sino
también por el erotismo con la madre, como defensa
respecto del encuentro con una mujer.
Hasta aquí, entonces, hemos visto cómo el mandato
imposible para todo varón –la paradoja de la masculinidad–
es dejar a la madre y este propósito se realiza de acuerdo
con dos vías: por un lado, la necesidad de un acto; por otro
lado, el lazo renegatorio con la madre. Ambas coordenadas
sirven para explicar por qué la obsesión masculina es la
subjetividad patriarcal por excelencia.
Porque si el varón depende de la realización de un acto, la
forma más simple de sintomatizarlo es ponerlo en duda y
así llegamos al síntoma fundamental de la obsesión
masculina. ¿Lo hice o no lo hice? ¿No es lo que todo el
tiempo está tratando de verificar el obsesivo? La otra cara
de esta duda incumbe a la mujer, que se piensa –con el
modelo de la madre– como única, ¿es la adecuada o no? ¿Es
con ella o no? ¿Estoy enamorado o no? ¿Me caso o no?
Apéndice
El deseo y el poder
El deseo y el poder son irreductibles. Aunque haya un poder
del deseo y un deseo de poder, lo cierto es que la ganancia
en uno implica pérdida en el otro.
Í
Índice
El psicoanálisis es una conversación entre mujeres
Prólogo
Clase 1. ¿Para qué sirven los síntomas?
Clase 2. El síntoma del analista
Clase 3. La escucha analítica
Clase 4. Seducción de transferencia
Clase 5. De la histeria a la voz pública
Clase 6. La subjetivación femenina
Clase 7. El psicoanálisis después del feminismo
Apéndice
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