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Había una vez dos hermanos, hijos de un

renombrado profesor, quien era muy conocido por


abrir nuevas escuelas en los pueblos donde más se
necesitaban. El mayor se llamaba Lucas y el menor
se llamaba Andrés. Desde pequeños, ambos habían
visto cómo su padre enseñaba con amor y pasión.

—¡Papá, papá! Cuando sea grande, ¡quiero ser


como tú! —anunció el menor.

—¡Yo también! ¡Quiero ser como tú! —prosiguió el


mayor.

Admiraban tanto a su padre, que ambos decidieron


seguir sus pasos y también se convirtieron en
profesores.

Un día, el padre decidió tomarse un descanso y se


fue de viaje.
Lucas, quien al crecer envidiaba y codiciaba el
estatus y renombre que había obtenido su padre.
Aprovechando la oportunidad, decidió hacerse
pasar por él en el pueblo donde había abierto una
nueva escuela.
Pero Lucas era arrogante y pensaba que podía
superar a su padre. Así, en vez de enseñar con amor
y pasión, impuso un método de enseñanza rígido y
estricto que poco a poco les quitó a los niños la luz y
la alegría. Los volvió vacíos, temerosos y
obedientes.
El padre, al regresar, se dio cuenta de lo que había
hecho su hijo mayor. Y vio que era necesario enviar
a su hijo favorito, Andrés, para intentar deshacer
lo que había hecho su hermano.

—Hijo mío, mira lo que hizo tu hermano Lucas, en


su codicia se dejó llevar por sus malos deseos y se
hizo pasar por mí —suspiró con pesar—. Yo debo ir
a otra escuela a resolver unos asuntos, pero cuento
contigo para que arregles todo.

—Sí padre, eso haré.


Andrés, sin cuestionar nada, hizo su maleta y se
marchó al pueblo. Al llegar, se encontró con que su
hermano no estaba ahí, lo que facilitó su
encomienda. Él enseñaba con amor y sabía cómo
motivar a los niños. Utilizaba un método más
didáctico, que incentivaba la creatividad y la
curiosidad de los niños, devolviéndoles la luz y la
alegría que tanto habían perdido.

Pero la tarea no era fácil. Había muchos niños y


padres que estaban tan acostumbrados al método
de enseñanza rígido y estricto que habían
aprendido, tanto así que rechazaban al nuevo
maestro. Andrés no se dio por vencido y siguió
intentando ganar los corazones de sus alumnos y
familiares.
Poco después, Lucas volvió y se encontró con que
su hermano deshacía lo que él con tanto esfuerzo
había conseguido. Sintiéndose amenazado por el
éxito que estaba teniendo Andrés, decidió hacerle
la vida imposible.

—¡Miren a quién tenemos aquí! El niñito de papi,


hermanito, te lo advierto, será mejor que te
marches y no vuelvas, o si no… —amenazó Lucas.

—Hermano, no entiendo por qué estás molesto.


Solo hago lo que nuestro padre me envió a hacer —
replicó el menor.

—Este plantel es mío, aquí ya no manda el viejo,


solo yo mando y lo hago mejor que el blandengue
ese.

—Estás equivocado, no es la manera correcta.


Todos aprendemos a nuestro ritmo y a través de
diferentes caminos. Y el amor es la mejor
herramienta que tenemos para enseñar. No tienes
que demostrar nada a nadie. Sólo tienes que
continuar enseñando con amor y pasión.

Cuando Lucas vio que su hermano no le tenía miedo


y que no podría hacer que se marchara, decidió
refugiarse en los representantes y familiares de los
alumnos. Convocó a una reunión urgente y se
aseguró de que su hermano no se enterara de esto.

—Señores, no podemos permitir que el recién


llegado destruya lo que con tanto esfuerzo hemos
logrado, ¿acaso sus hijos no eran más obedientes?
—decía Lucas a la muchedumbre.

—¡Sí! —respondió la multitud en coro.


—¿Acaso no eran más tranquilos?


—¡Sí! —volvieron a contestar a una sola voz.


—Entonces, debemos echarlo y asegurarnos de que


entienda que no es bienvenido aquí nunca más.

—Sí, sí, hagamos eso. No podemos permitir que


alborote todo, saquemos lo del pueblo.
La multitud enardecida fue hasta la casa del joven
maestro y sin darle oportunidad alguna, lo sacaron
de la ciudad. Con tristeza, Andrés se marchó a casa
de su padre nuevamente, pensando que su trabajo
había sido en vano.
Pero no había pasado ni un día cuando se enteró de
varias familias que lo siguieron a ese pueblo
dejándolo todo atrás. Ellos entendieron que si
seguían el camino enseñado por el maestro Lucas,
todo terminaría muy mal.

Andrés se emocionó y ayudó a cada una de las


familias a instalarse y continuó enseñando. Con el
tiempo, Andrés ganó el respeto y el amor de sus
alumnos y sus familias. Y todos agradecieron el
regreso de la luz y la alegría a sus vidas.

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