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Nicolás Tripaldi.

Origen e inserción de las bibliotecas obreras en el entorno bibliotecario


argentino: fines del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Biblioteca del Congreso de la
Nación, 1998

I. Planteo general: una hipótesis bibliotecológica

Las bibliotecas obreras formaron parte de un conjunto de actividades culturales desarrolladas por grupos
anarquistas, católicos y socialistas a partir de la década de 1890. Las últimas investigaciones históricas
coinciden en asociar el origen de estas bibliotecas con la conjunción de una serie de fenómenos: el
aumento de la población inmigrante, la difusión de las nuevas ideas políticas y la dificultad de integración de
los sectores populares en el esquema político y educativo tradicional. La idea predominante es que las
bibliotecas obreras, junto con otras vertientes de educación informal y de cultura popular, constituían una
especie de mundo cultural paralelo frente al sistema educativo oficial. Desde esta óptica, las bibliotecas
aparecían como una propuesta cultural y, a la vez, política. En esta línea pueden citarse autores como
Leandro Gutiérrez, Luis A. Romero y Emilio J. Corbière, entre otros. Este último sostiene la siguiente
posición: "Lo cierto es que la escuela pública no alcanzaba a toda la sociedad. Para enfrentar ese problema
fueron surgiendo, primero en los centros urbanos y después en distintas zonas rurales, las bibliotecas
obreras."(1) Es importante recalcar que las bibliotecas obreras comparten con otras organizaciones
populares (centros culturales y artísticos, escuelas de trabajadores, etc.) los factores asociados con su
surgimiento. Tomando como punto de referencia los autores citados, se pensó en la posibilidad de que
hubiera, además de los elementos señalados en el origen de las bibliotecas obreras, algún factor de
naturaleza estrictamente bibliotecaria que pudiera profundizar la comprensión de este tema específico. En
este sentido se formuló una hipótesis de trabajo en la cual se relaciona la aparición de las bibliotecas
obreras con la crisis de las bibliotecas populares a fines del siglo XIX (2)
El punto de partida de esta crisis fue la derogación en 1876 de la Ley 419 (Ley de Protección de Bibliotecas
Populares). En la década de 1890 el proceso de deterioro bibliotecario se intensificó merced a la grave
situación política de nuestro país. Este estado crítico se caracterizó por la desaparición de numerosas
bibliotecas. En 1895 existían sólo 58 bibliotecas de acceso público en todo el país, de las cuales apenas 3
contaban con un subsidio nacional, cuando fueron casi 200 las creadas y subvencionadas durante la
vigencia de la Ley de Protección (1870-1876). En cuanto a la ciudad de Buenos Aires, sobre un total de 12
bibliotecas registradas en el 2do Censo Nacional de Población solamente 3 eran de acceso público -
excluyendo la Biblioteca Nacional- las cuales se sostenían por una Sociedad (3) Las pocas bibliotecas
sobrevivientes a duras penas podían abrir sus puertas y contemplar el derrumbe bibliográfico de sus
colecciones. No se encontraban preparadas para dar respuesta a las necesidades de información de
grandes sectores populares. Se hallaban diezmadas por la falta de apoyo oficial y contaban con un acervo
bibliográfico que no se adecuaba a un nuevo perfil de usuario con características peculiares: un público
masivo, semianalfabeto, proveniente de otras latitudes, con rasgos socio-culturales particulares, e inmerso
en debates políticos y gremiales. Ese espacio de comunicación no cubierto por las bibliotecas populares fue
llenado por las bibliotecas obreras. Estas surgieron durante ese período crítico del cual no pudieron
substraerse, por lo tanto sus primeros años transcurrieron en un ambiente poco propicio para su desarrollo.
Además, se insertaban en un marco ideológico que desagradaba, en mayor o menor medida, a las
autoridades oficiales. Este hecho les imprimió, en sus primeros años, un tinte de clandestinidad y las
convirtió en el centro de innumerables polémicas.
La Ley 419 se puso nuevamente en vigor en 1908, coincidiendo con la realización del Primer Congreso de
Bibliotecas Argentinas. Ambos acontecimientos modificaron el panorama bibliotecario nacional. El Congreso
se llevó a cabo en Buenos Aires, contando con el beneplácito oficial y con la participación de 123 bibliotecas
(4) Desplegó una nutrida actividad en torno a una temática variada que abarcaba a todos los tipos de
bibliotecas. Sus recomendaciones se centraron en los siguientes aspectos: edificio y organización
bibliotecarios, extensión cultural, legislación especial, fomento de la lectura, depósito legal, difusión de
autores nacionales, anuario bibliográfico argentino y la relación escuela-biblioteca. Otra iniciativa del
Congreso fue la creación de la Asociación Nacional de Bibliotecas, una suerte de federación cuyo fin era
convocar a las bibliotecas del país para impulsar su propio progreso.
La restitución de la Ley 419 significó la reorganización de la Comisión Protectora, ésta era otra vez la
encargada del fomento y del control de las bibliotecas populares. La Comisión podía exigir pautas mínimas
de funcionamiento a las bibliotecas, y éstas tenían en aquélla un referente confiable, una institución a la cual
acudir cuando fuera menester resolver problemas de organización y financiamiento. Así, por ejemplo, la
Comisión podía sugerir la utilización del sistema de clasificación decimal, reclamar una rendición de cuentas
sobre el destino de los subsidios obtenidos por su intermedio o presentar modelos de los formularios más
usuales en la práctica bibliotecaria. De este modo, los requerimientos de la Comisión tenían como
contrapartida su apoyo y su asistencia en diferentes casos, lo cual no era nada despreciable sobre todo
para las pequeñas bibliotecas provinciales y barriales. Por tal motivo, uno de los efectos inmediatos de la
puesta en marcha de la Comisión Protectora desde 1908 fue la proliferación de bibliotecas en comunidades
de pocos habitantes. Asimismo, las bibliotecas protegidas fueron tomando conciencia de la importancia de
la labor de la Comisión. La existencia de una entidad que concentrara la totalidad de la información sobre el
desarrollo bibliotecario del país, por lo menos lo que a bibliotecas populares se refiere, constituía el principio
de una estructura sobre la cual sentar las bases de un planeamiento bibliotecario nacional.
En este nuevo contexto las bibliotecas obreras debían optar entre la incorporación o la exclusión del sistema
nacional de protección. Su reconocimiento oficial, en virtud del cumplimiento de lo prescripto por la citada
ley, representaba la posibilidad de acceder a otra fuente de financiación y creaba mejores condiciones para
impulsar sus políticas de acción cultural sin el obstáculo de la oposición de las autoridades
gubernamentales que no veían con buenos ojos las actividades de estas organizaciones por entender que
respondían a fines partidarios.
Las bibliotecas anarquistas quedaron al margen de los beneficios de la Ley de Protección de Bibliotecas
Populares. Los motivos de esta marginación pueden buscarse tanto en la actitud de los diferentes grupos
frente al Estado como en la ofensiva de éste contra el anarquismo en la época del centenario. En cambio,
las bibliotecas católicas y socialistas adoptaron una postura legalista, pero estas últimas tuvieron ciertas
dificultades debido a la resistencia de algunos sectores del Gobierno (5). No obstante, en la década de 1910
las bibliotecas obreras cobraron renovado impulso. Algunas de ellas conocieron los avances técnicos de la
moderna Bibliotecología e introdujeron nuevas formas de extensión bibliotecaria. Pasaron de ser un
pequeño repositorio de publicaciones doctrinarias y lugar de reunión casi clandestino a convertirse en un
centro de animación cultural reconocido oficialmente.

II. Aproximación a las ideas bibliotecarias del Socialismo

Las bibliotecas obreras del socialismo alcanzaron, sin duda, un mayor nivel de desarrollo bibliotecario en
comparación con sus símiles de otras agrupaciones. En favor de esta afirmación podrían presentarse
algunos elementos probatorios: la legitimación en términos del nuevo marco jurídico, el aumento del
volumen bibliográfico de sus colecciones, la adopción de las nuevas técnicas bibliotecarias, la planificación
de reformas organizativas y reformulación de sus estatutos, la proliferación y la diseminación de este tipo de
bibliotecas por todo el país y, por último, la aparición de entidades vinculadas con el movimiento
bibliotecario socialista. Estos factores ponían de manifiesto la existencia de un proyecto de modernización
bibliotecario.
Una explicación posible del incremento de las colecciones puede presentarse desde dos ángulos: el
aumento exponencial de la cantidad de volúmenes de sus dos grandes bibliotecas (Biblioteca Obrera y
Biblioteca de la Sociedad Luz) o la proliferación de las pequeñas bibliotecas barriales y de los pueblos del
interior del país (…) Ángel Giménez aseveraba en 1918: "Contamos con 132 bibliotecas organizadas y 66
en formación, con un total de 100.000 volúmenes y un promedio mensual de lectores que oscila alrededor
de 6.000..." (6) En cuanto a las reformas técnicas y organizativas se concentraron en una estrategia de
modernización bibliotecológica que abarcaba desde la reformulación de los estatutos hasta las decisiones
sobre la utilización de códigos de catalogación y clasificación. Por último, el surgimiento de entidades o
agrupaciones conectadas con su actividad bibliotecaria es un indicador más de la importancia conferida a
las bibliotecas. Un ejemplo claro es el de la Asociación de Bibliotecas y Recreos Infantiles regenteada por
destacadas mujeres socialistas y, en otro orden, la Comisión de Fomento de las Bibliotecas del Partido
Socialista.
Ahora bien, ¿cómo fue evolucionando la concepción bibliotecaria del socialismo desde la fundación de sus
primeras bibliotecas hasta adquirir las características señaladas? Al comienzo las bibliotecas obreras fueron
un elemento más de un conjunto de actividades culturales, siendo concebidas, a su vez, como un medio de
difusión partidario. Este criterio predominó durante la década de 1890, pero con el paso del tiempo fue
variando hasta adquirir un matiz diferente.
Mauricio Klimann (7) expuso: "El movimiento socialista se apoya en la ciencia, y ésta nos ayudará a resolver
la cuestión..."Es sabido que la única causa por la cual el pueblo trabajador no se afilia al partido socialista, y
se deja explotar y humillar, es la ignorancia...Los socialistas las necesitan más que cualesquiera
otros..."Instruyámonos pues. Tenemos medios para eso en la BIBLIOTECA OBRERA y en la ESCUELA
LIBRE." (8) Con estas palabras definía, al mismo tiempo, el perfil temático de una biblioteca socialista de la
época cuando se refería a la importancia de determinadas ciencias impregnadas de un sentido positivista.
Esa orientación se reflejaba en el acervo bibliográfico y en las listas de adquisiciones de estas bibliotecas.
En efecto, más del 50% de la colección de la "Biblioteca Obrera" en 1898 respondía a esa tendencia. Se
ponía en evidencia dos principios rectores de la visión bibliotecaria del socialismo finisecular: la biblioteca
como una vertiente de difusión doctrinaria y como factor de elevación intelectual de la clase obrera. Esta
última noción no era nueva (…) pero se encendió en acalorados debates cuando Sarmiento remitió al
Parlamento su proyecto de ley sobre protección de bibliotecas populares en 1870: "...el medio más
poderoso para levantar el nivel intelectual de una nación, diseminando la ilustración en todas las clases
sociales, es fomentar el hábito de la lectura hasta convertirlo en un rasgo distintivo del carácter o de las
costumbres nacionales, como sucede en Alemania y en Estados Unidos (...) es imposible obtener este
resultado sin la difusión del libro, haciéndolo accesible a todas las personas, sobre todo cuando faltan las
revistas, diarios y esos innumerables medios de publicidad para las ideas (…)La necesidad de las
bibliotecas se hace sentir en todas partes. (9)
Este concepto debió afrontar las críticas de la oposición a Sarmiento (…) El Senador Nicasio Oroño
afirmaba: "...la experiencia nos ha demostrado que el establecimiento de las bibliotecas pública (sic) en
Buenos Aires no ha servido a ese fin sino para utilidad y solaz de los literatos y de los hombres curiosos;
pero no para difundir la educación general de los pueblos. Son muy raros los hombres, señor presidente,
que frecuentan la biblioteca en Buenos Aires; otro tanto ha de suceder también en las provincias. (10)
Estas dos corrientes de pensamiento surgían como dos formas o dos vertientes antitéticas de concebir a las
bibliotecas populares en el momento mismo de su introducción en la Argentina (…)
Ángel M. Giménez se ocupó de la misión de las bibliotecas obreras del socialismo en varias de sus obras en
las primeras décadas del siglo XX. Les asignaba una función privilegiada en el cambio social. Un medio de
acción directa que puede producir cambios sustanciales en la formación y en la conducta del pueblo.
Postulaba que las bibliotecas debían contribuir a formar en sus lectores una nueva conciencia: "...a adquirir
un conocimiento teórico y práctico de las nuevas ideas de emancipación social (...) ideales de la libertad de
pensamiento y por la nueva moral económica: la cooperación." (11) En la misma dirección José Jordán
creía que las bibliotecas tenían una participación fundamental en la transformación que debía gestarse en la
vida política del país (…) "No es que las bibliotecas realicen tareas de proselitismo partidario -como muchos
gobernantes y dirigentes de facciones conservadoras del país sostienen, al negarle protección municipal a
las bibliotecas gremiales o socialistas- al influir en el cambio de la política nacional, encaminándola por
senderos más democráticos..." (12) Desde su visión, la biblioteca, como centro popular de irradiación
cultural, parecía ser un instrumento adecuado para concretar ese cambio social al hacer de sus lectores
"hombres de paz, enemigos del juego y del alcohol; ciudadanos capaces de pensar por sí solos..." (13). La
Sociedad Luz realizaba campañas al respecto (14)
Siguiendo la guía de estos principios, las bibliotecas fundadas por los socialistas comenzaron a multiplicarse
en la Capital y en el interior del país a partir del nuevo siglo. Desarrollaron una labor firme cuyo punto de
apoyo era la interacción biblioteca-comunidad: conferencias y cursos, excursiones y visitas guiadas,
conciertos, las citadas campañas antialcohólicas y la actividad editorial. Por otra parte, sus partidarios
llevaron consigo el tema de las bibliotecas a todos los terrenos donde les tocó participar: la tribuna política,
los parlamentos municipales y provinciales, el Congreso Nacional (…)
Sin embargo, el ideario bibliotecario socialista no se agotó en el terreno político o cultural, sino que, y este
es el aspecto singular, incursionó en un campo rigurosamente bibliotecológico. Ángel M. Giménez se
interesó por el estudio de las bibliotecas y de su problemática técnico-organizativa. Estudió los tratados
bibliotecológicos de los autores nacionales y extranjeros más conocidos de la época (…) Proporcionó la
base teórica esencial para sustentar la organización y el funcionamiento de las bibliotecas obreras
socialistas. Su preferencia y su recomendación del código clasificatorio del Instituto Bibliográfico de
Bruselas -hoy CDU- traslucía una postura bibliotecológica definida, en un momento donde existían
opiniones antagónicas sobre las bondades de la clasificación decimal (…) Giménez no explicitó los motivos
por los cuales se inclinó por el modelo decimal. Solamente esboza un comentario crítico: "...Existen
centenares de métodos de clasificación, sencillos los más, complicados los otros, y deficientes en su
inmensa mayoría, cuando pretenden clasificar en una armonía perfecta los conocimientos..." (15). La
clasificación decimal no dejaba de tener algunos aspectos atrayentes. En primer lugar, era un sistema con
orientación “internacionalista” ya que fue creado con el objetivo de lograr un control bibliográfico universal.
Por otro lado, ostentaba cierto tono "cientificista" (…) Por último, el método era, en ese momento, el más
"moderno”(16) y empezaba a tener amplia difusión en el país merced a la obra de Birabén y a las
recomendaciones de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares (…) En la esfera catalográfica,
Giménez, sugirió a las bibliotecas obreras un esquema simple y pautado sobre la base de la utilización de
las fichas tamaño universal, siguiendo las directrices del Instituto Bibliográfico. En el borde superior
izquierdo se colocaría el número de inventario y en el ángulo superior derecho, el número clasificatorio. El
cuerpo de la ficha estaría reservado a los datos de identificación de la obra conforme a un orden
preestablecido. En primer término aparecería el apellido del autor destacado en letra mayúscula seguido por
sus nombres en letras pequeñas. A continuación, y en línea aparte, se registraría el título completo de la
obra acompañado por los autores del prólogo o la introducción y el resto de la información contenida en la
portada. En otro renglón se consignaría el pie de imprenta, pero en este caso la composición y el orden de
los elementos sería el siguiente: lugar de edición, editor y mención de edición. El año de publicación solía
ubicarse al comienzo del asiento catalográfico antes del apellido del autor. Sobre el final de la ficha se
detallaría la extensión de la obra en volúmenes y/o páginas, si fuera posible, se complementaría la
información con el precio del ejemplar. A veces se indicaría el formato del libro consignando el alto y el
ancho del mismo en centímetros (17)
Ángel Giménez llevó su interés por las bibliotecas y su acción cultural a los fueros parlamentarios (…) Se
destacan dos de sus propuestas legislativas por su significación en la historia de las bibliotecas argentinas:
su proyecto de ordenanza sobre bibliotecas en salas de hospitales (1927) y su proyecto de ley sobre
bibliotecas públicas (1937). El segundo de mayor magnitud pretendía sustituir a la Ley de Sarmiento que por
entonces resultaba insuficiente para resolver la problemática de las bibliotecas populares a raíz de su
desactualización. El proyecto, tanto en su articulado como en su fundamentación, ponía en evidencia el
dominio del tema y la agudeza crítica. El objetivo central del mismo era la transformación de la vieja
Comisión Protectora de Bibliotecas Populares en "Dirección Nacional de Bibliotecas Públicas" con el fin de
otorgarle un amplio sustento político y mayores atribuciones. Además, el proyecto proponía una clasificación
original de las bibliotecas incluidas y se ocupaba de la formación del profesional bibliotecario desde
diferentes perfiles (18)
III. Las bibliotecas obreras en la mira oficialista
El hecho de que las bibliotecas obreras surgieran en tiempos de agitación político-social y por obra de
sectores comprometidos ideológicamente, les imprimió un sello especial en correspondencia con las ideas
sustentadas por sus fundadores y les acarreó no pocos inconvenientes con los gobiernos de turno. La
postura de las autoridades gubernamentales frente a ellas osciló, a lo largo del tiempo, entre el rechazo
categórico y la simple crítica. La primera actitud correspondió a los últimos años del siglo XIX y comienzos
del XX, coincidiendo con el período de los mayores enfrentamientos del oficialismo con las agrupaciones
obreras.
A partir del restablecimiento de la Ley de Protección de Bibliotecas Populares en 1908 se produjo un giro
decisivo en la historia de las bibliotecas populares en general y de las obreras en especial. Las bibliotecas
que optaran por incorporarse al régimen nacional de protección gozarían de ciertos beneficios como el
reconocimiento oficial y la posibilidad de contar con un subsidio estatal, pero también contraerían una serie
de obligaciones. La entidad oficial encargada del control e inspección de las bibliotecas era, otra vez, la
Comisión Protectora de Bibliotecas Populares. Esta última dejó entrever, desde su reaparición, cierta
desconfianza hacia las bibliotecas surgidas de organizaciones políticas, gremiales o confesionales. El centro
del conflicto fue siempre un asunto ideológico. La polémica sobre la naturaleza proselitista de las bibliotecas
obreras se prolongó por varias décadas. El reglamento de la Comisión Protectora de 1919 (artículo 46,
inciso 20) advertía: "En la constitución de las Comisiones Populares, como en todo lo que se refiere a las
Bibliotecas, es necesario proceder prescindiendo de ideas o intereses políticos o religiosos, para mantener
la institución neutral y abierta para todos..." (19). Los principales conceptos bibliotecarios sustentados por el
oficialismo pueden analizarse a partir del pensamiento de los funcionarios ilustres de la Comisión
Protectora, quienes estamparon su cuño personal en la normativa de la institución. Desde este ángulo,
cabría resumir sus ideas predominantes en la primera mitad del presente siglo de la siguiente manera:
1. La biblioteca popular debe cumplir el rol de agente educador y de nacionalización.
2. La biblioteca popular es un complemento de la escuela.
3. Las bibliotecas obreras son instrumentos de lucha partidaria.
Los tres conceptos precedentes se complementaban entre sí. El vínculo escuela-biblioteca se afirmaba en
la función educativa y su papel primordial era crear una conciencia nacional. El elemento inmigratorio no
respondía al modelo de nacionalidad postulado. Un considerable porcentaje de los usuarios de las
bibliotecas obreras eran extranjeros, ergo las bibliotecas obreras estaban bajo sospecha. Estos juicios se
reflejaban en el discurso bibliotecario de los dos presidentes con mayor predicamento que tuvo la Comisión
Protectora de Bibliotecas Populares: Miguel F. Rodríguez (20)y Juan Pablo Echagüe (21) Rodriguez
argumentaba en favor de la fundación de bibliotecas populares por parte del Estado: "Fundar escuelas
hasta en el desierto, fue una necesidad indeclinable: fundar bibliotecas para completar la acción de
aquéllas, es también una necesidad indeclinable, si queremos, no sólo hacer ciudadanos útiles, sino
también influir, en algún modo, sobre las mentalidades hechas y, a veces, extraviadas que nos da el
contingente inmigratorio." (22) En el estudio preliminar que acompaña a la Memoria de 1915 y 1916 de la
Comisión Protectora el autor llega a una serie de conclusiones que él mismo califica como "postulados
definitivos" para ese momento histórico: el Estado tiene la obligación de fundar bibliotecas populares y
proveerles libros gratuitamente; las bibliotecas deben vincularse a las escuelas, siendo los directores y
maestros los actores centrales de las mismas; el Director debe ser miembro de la Comisión Directiva de la
biblioteca que funcione en el local de la escuela; la presencia de la biblioteca anexa a la escuela no invalida
la existencia de otras bibliotecas de vida independiente. Una de las misiones esenciales de la Comisión
Protectora durante la presidencia del Dr. Miguel F. Rodríguez, amén de subvencionar a las bibliotecas
populares reconocidas, fue fundar las llamadas "bibliotecas elementales". Se creaban a partir de la remisión
gratuita de partidas de libros a poblaciones que carecían de bibliotecas. El criterio de selección del material
estaba condicionado a los objetivos ya aludidos y a las marcadas limitaciones presupuestarias de la
Comisión. En general predominaban las obras de literatura e historia por ser las más difundidas y
económicas, también se incluían libros de agricultura y ganadería por considerárseles industrias nacionales,
y textos científico-técnicos elementales. Las colecciones destinadas a bibliotecas fronterizas incorporaban
un mayor porcentaje de títulos de historia y geografía argentinas. La siguiente afirmación del Dr. Rodríguez
ilustra con exactitud el fin de este "modus operandi" de establecer "bibliotecas elementales" en áreas
limítrofes: "Muchas de estas bibliotecas se han fundado en los Territorios Nacionales, los que tenían muy
pocas populares, persiguiéndose, no sólo la difusión de los conocimientos, sino otro propósito superior:
defender nuestras fronteras de la lenta penetración de elementos extraños, portadores de sentimientos y
modalidades no siempre armónicos con el interés de la nacionalidad..." (23) Si bien no especificaba a
cuáles elementos foráneos aludía, es indudable que se trataba de una referencia directa a la propagación
de las ideas anarquistas y socialistas en toda la Argentina.
Por su parte, Juan Pablo Echagüe, Presidente de la Comisión Protectora en los años 30, insistió en que las
bibliotecas populares debían resguardarse de las desviaciones políticas a las que el lector obrero estaba
sometido en otros ámbitos donde, pensaba él, la biblioteca era utilizada como un medio de lucha: "Entre
nosotros, mucho debe hacerse en este sentido. Quisiéramos ver a las bibliotecas para obreros, desprovistas
de todo matiz político e ideológico, actuar como puros agentes educadores y de nacionalización..." (24).
Para Echagüe, la biblioteca era uno de los pilares de la educación permanente, un recurso destinado
especialmente a aquellos que interrumpieron sus estudios regulares formales; por lo tanto la organización y
el funcionamiento bibliotecarios debían orientarse hacia un intercambio fluido con otras actividades
culturales y educativas de los sectores obreros. También para él, el Estado no podía eludir el compromiso
de fundar bibliotecas populares para obreros: "No puede hablarse de la misión social de las bibliotecas
populares, sin referirse a la creación y sostén de centros obreros de cultura. Este es un problema de la
colectividad, y del sentimiento nacionalista, que no debe dejarse aun lado...(25)
Los conceptos "nacionalidad", "sentimiento nacionalista" y "nacionalización" son recurrentes en el ideario de
Rodríguez y de Echagüe. Sus significados dentro del contexto histórico son bastante complejos. Sin
embargo, sí es importante recalcar una de las repercusiones bibliotecológicas de aquellos conceptos en el
área de la Selección: la preferencia por una colección compuesta por obras de autores nacionales, de
historia y geografía argentinas, y manuales técnicos sobre las industrias madres del país.
Lo cierto es que la misión de "agente educador y de nacionalización" de las bibliotecas populares era el
argumento principal que los funcionarios gubernamentales solían esgrimir, a menudo, para contraponerse a
la acción y al pensamiento bibliotecarios del socialismo. Más aún, no sería desacertado asegurar que éste
era el único argumento de peso, puesto que, en el terreno biblioteconómico, ambas partes, oficialismo y
socialismo, parecían tener criterios técnicos coincidentes, al menos en lo que a clasificación se refiere, lo
cual se desprende del artículo 28 del "Reglamento de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares" del
año 1919, donde se sugería: "Las bibliotecas podrán usar cualquier sistema de organización, catálogos,
libros, etc., según su importancia y elementos, pero tratando de adaptarse, en lo posible, al sistema decimal
o complejo".
Pese a las reiteradas observaciones críticas de las autoridades de la Comisión Protectora de Bibliotecas
Populares, las principales bibliotecas obreras socialistas obtuvieron la personería jurídica y, por ende, el
reconocimiento oficial. Algunas de ellas ya contaban con una subvención nacional a mediados del ‘10.

IV. A manera de conclusión

En primer término, se ha intentado dar un anclaje del surgimiento de las bibliotecas obreras en el proceso
histórico de las bibliotecas populares. Si bien la crisis de las bibliotecas populares durante las últimas dos
décadas del siglo XIX no se considera el único factor determinante de la aparición de las bibliotecas
obreras, se cree que dicha crisis actuó a la manera de un elemento catalizador de este fenómeno.
Asimismo, el restablecimiento de la Ley 419 en 1908, y la consecuente reorganización de la Comisión
Protectora de Bibliotecas Populares, significó también el inicio de una nueva etapa para las bibliotecas
populares al retomar el Estado el compromiso del fomento de las mismas y, por ende, reanudar su
injerencia en temas bibliotecarios a nivel nacional. Este hecho tuvo incidencia en la evolución de las
bibliotecas obreras, sobre todo las socialistas, pues marcó el momento de su inserción en el sistema
nacional de protección y el cruce de dos discursos diferentes, oficialista y socialista, sobre política
bibliotecaria, aun cuando, ambos parecían abrevar en la misma fuente: la doctrina bibliotecaria de
Sarmiento. A partir de la década de 1910 las bibliotecas obreras socialistas comenzaron su proyecto de
modernización al compás de los nuevos avances técnicos de la Bibliotecología introducidos en la Argentina.
Esta conciencia de la importancia de la sistematización de los procedimientos de organización bibliotecaria
es notable en las bibliotecas del socialismo. La inclinación hacia la disciplina bibliotecológica juega un rol
especial para Giménez quien comprendió que para que las bibliotecas cumplieran adecuadamente con su
misión había que trascender el límite de la mera acumulación de libros o del puro mecenazgo. En resumen,
las políticas de circulación de libros debían afirmarse sobre fundamentos bibliotecológicos sólidos en
consonancia con el almacenamiento y difusión activa de grandes volúmenes de información. Este es uno de
los caracteres distintivos de las bibliotecas obreras socialistas con respecto a sus pares de otras
organizaciones. En su afán bibliotecológico, Giménez, llegó a ser autor de numerosos artículos e
importantes proyectos legislativos sobre esta materia. Muchos de sus trabajos sobre estos temas se
reunieron en el libro titulado "Nuestras bibliotecas obreras" cuya publicación data de 1932. Esta obra incluye
tanto escritos de corte partidario como pequeños tratados de técnica y arte bibliotecarios. Aunque su autor,
no se propuso realizar un manual de Biblioteconomía, se explaya sobre una diversidad de aspectos: el
bibliotecario, los estatutos de la biblioteca, el mobiliario, la formación del caudal bibliográfico, la ordenación
de los folletos, el catálogo, el cuidado y la conservación del libro, los sistemas de préstamo, la biblioteca
infantil, la promoción de los servicios bibliotecarios, y otras cuestiones afines.
Las bibliotecas obreras argentinas abren un capítulo apasionante de la historia de las bibliotecas y de la
Bibliotecología argentinas, donde se amalgaman las ideas políticas y las prácticas lectoras, los discursos
culturales y las técnicas bibliotecológicas, los perfiles de usuarios y la estructura temática de las
colecciones, las bibliotecas de barrio y las teorías de clasificación, un libro y el planeamiento bibliotecario
nacional.
1. Corbière, Emilio J. Centros de cultura popular. Buenos Aires : Centro Editor de América Latina, c1982. p. 6
2. La problemática de la crisis finisecular de las bibliotecas populares ha sido desarrollada por el autor en su trabajo: Indicadores de
crisis : el caso de las bibliotecas populares argentinas. EN: XXV Reunión Nacional de Bibliotecarios: la biblioteca y los bibliotecarios
en tiempos de crisis. Buenos Aires : ABGRA, 1990. p. f1-11
3.El Censo Nacional de 1895 es el primer documento oficial en donde se ha encontrado una mención de bibliotecas procedentes de
instituciones obreras: la de la Sociedad Tipográfica Bonaerense y la del Círculo Central de Obreros (Católica).
4.De las bibliotecas asistentes muy pocas procedían de organizaciones obreras o instituciones afines: la Biblioteca Popular Obrera
Socialista de La Boca y la Biblioteca "Emilio Zola", representadas por el Dr. Alfredo Palacios y por el Dr. Enrique del Valle Iberlucea
respectivamente; la Biblioteca de la Sociedad Tipográfica Bonaerense; la Biblioteca del Club de Obreros de Quilmes y la Biblioteca del
Centro "Empleados de Comercio" de Córdoba.
5.Un episodio significativo en tal sentido fue la negativa del Procurador General de la Nación a otorgarle en 1914 el carácter de
persona jurídica a la Sociedad Luz aduciendo que la misma no tenía por objeto el bien común. Pese a esta objeción el decreto
presidencial del 29 de setiembre de 1915 contradijo el informe del Procurador Julio Botet y dic la razón a la Sociedad.
6.Giménez, Ángel M. Nuestras bibliotecas. EN: Almanaque del trabajo 1918, p.112
7.Militante socialista. Fue uno de los fundadores de la ¨Biblioteca Obrera¨ e integrante de su primera comisión directiva en 1897;
cofundador con A. Piñero, Ángel M. Giménez y Juan B. Justo de la ¨Sociedad Luz¨ y el primer conferenciante que en esta última
institución utilizó la proyección de diapositivas en 1899.
8.La Vanguardia, 7 de mayo de 1898
9.Argentina. Congreso. Cámara de Senadores. 39a. reunión, 36a. sesión ordinaria, agosto 20 de 1870. En Diario de Sesiones, 1870.
p.453
10.Ibidem, p.456
11.Giménez, Ángel M. Nuestras bibliotecas obreras...Buenos Aires : Sociedad Luz, 1932. p.102
12 Jordán, José. La acción social de las bibliotecas públicas. Buenos Aires : Tor, 1928. p. 40-41
13bidem, p.41
14.Estas campañas consistían en la distribución de afiches y postales, ilustrativos de los efectos dañinos del alcohol, en escuelas,
cárceles , comisarías, y otras instituciones. La primera campaña se inició en 1912 con un concurso de afiches cuyo ganador fue el
artista Dino P. Mazza. A la lucha contra ese flagelo se le sumó luego la propaganda destinada a combatir las enfermedades venéreas y
el tabaquismo. La Sociedad Luz llegó a editar 180 afiches y postales sobre dicha temática hasta 1932.
15.Giménez, Ángel M., op. cit., p.78
16.La primera edición en francés fue publicada en 1905 con el título de "Manuel du Repertoire Universel Bibliographique"
17.En líneas generales, a este esquema de descripción catalográfica respondían las fichas del viejo catálogo de la "Sociedad Luz".
18.También se omite en este apartado, ante la imperiosa brevedad del presente trabajo, un aspecto sustancial del corpus bibliotecario
socialista: las políticas de selección y circulación de libros. El lector puede encontrar este tema, inteligentemente tratado, por
investigadores de la talla de Gutiérrez, Romero y Barrancos (Ver bibliografía).
19.Argentina. Leyes, decretos, etc. Leyes, decretos y reglamentación de bibliotecas populares. Buenos Aires : Comisión Protectora de
Bibliotecas Populares, 1934. p. 13
20. Rodríguez, Miguel F. (1869-1927). Jurisconsulto y escritor argentino nacido en Monte Caseros , provincia de Corrientes. Cursó
estudios superiores en Montevideo donde se graduó de abogado. Fue colaborador en diarios y revistas uruguayos: La Opinión Pública
y Tribuna Popular, entre otros. Ocupó cargos públicos en su provincia natal. Se desempeñó como Presidente de la Comisión
Protectora durante los últimos años de la década de 1910 y gran parte del decenio siguiente.
21 Echagüe, Juan Pablo (1877-1950). Periodista y escritor argentino. Fue miembro de Número de la Academia Argentina de Letras y
Vicepresidente de la Academia Nacional de la Historia.
22.Comisión Protectora de Bibliotecas Populares. Bibliotecas populares; memoria de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares,
correspondiente a los años 1915 y 1916. Buenos Aires : La Comisión, 1917. p. 20.
23 Ibidem, p.9.
24Echagüe, Juan Pablo. Libros y bibliotecas... Buenos Aires : Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, 1939. p. 56-57.
25Ibidem, p. 54.

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