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Entre el amor y las letras

Inicie la escuela en una vereda, de las muchas que existen en los pueblos y ciudades de

Boyacá de las que ahora solo quedan recuerdos, pues lo que antes eran grandes civilizaciones

ahora son un par de casas casi abandonadas en las que poca gente se ve, caminaba una hora para

llegar a mi escuela, estudiaba cuatro horas en la mañana, tenía que volver a la casa a almorzar

para luego en la tarde volver a la escuela, una pequeña casa de barro en la que estudiábamos unos

diez niños, mi primer profesora era una señora de unos sesenta y tantos años, la llamaban

Procesa, una maestra muy estricta la cual para enseñarnos nos castigaba dándonos golpes con

palos de rosa, los cuales nos exigía llevar a nosotros mismos, nunca fue muy agradable el tiempo

con ella, nunca aprendí gran cosa.

Luego de un tiempo llego una maestra nueva, María Antonia Cuevas se llamaba lo recuerdo

porque con ella daba gusto aprender, una maestra a la que se le veía el amor por su profesión,

aprendí primero las vocales, luego con un libro llamado “nacho lee” empecé a leer mis primeras

palabras lo recuerdo porque me emocionaba bastante llegar a casa y contarle a mis padres y a mis

hermanos lo que había aprendido, éramos catorce hermanos de los cuales solo seis conocieron

una escuela, pues los recursos y las condiciones no eran las mejores para estudiar todos en el

momento.

Después de un tiempo nos fuimos a vivir al pueblo, ahí las condiciones eras mucho mejores la

escuela quedaba más cerca, estudiábamos en mejores condiciones, todo era mejor. Ahí conocí a

Luis, un niño del pueblo que llegaba a visitarme en ese entonces a la escuela, nos hicimos
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amigos. Hoy sesenta años después seguimos juntos, una historia en la cual a pesar de las

dificultades, problemas y sacrificios todo salió bien, todo al final tuvo sus frutos.

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