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“EL ÁRBOL ENVIDIOSO”

(JUEVES 14-09-23)
EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO
(VIERNES 15-09-23)
«El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran alegría porque la decepción que sentía parecía ser más
grande que el gran acontecimiento que representa tener hijo. Yo quería un varón.

A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y la otra radiante y dormilona. En
pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de María José y por el negro de su mirada fija y penetrante, fue
entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de mi
pensamiento. Todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes, todo sería para mi María
José.»

Este relato era contado a menudo por Enrique, el padre de María José. Yo también sentía gran afecto por la niña
que era la razón más grande para vivir de Enrique, según decía él mismo. Una tarde estaba mi familia y la de
Enrique haciendo un picnic a la orilla de una laguna cerca de casa y la niña entabló una conversación con su papá,
un diálogo que todos escuchamos…

-Papi, cuando cumpla quince años… ¿Cuál será mi regalo?.


-Pero mi amor si apenas tienes diez añitos… ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?.
-Bueno papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.

La conversación se extendía y todos participamos de ella. Al caer el sol regresamos a nuestras casas.

Una mañana me encontré con Enrique enfrente del colegio donde estudiaba su hija quien ya tenía catorce años. El
hombre se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostró el registro de
calificaciones de María José, eran notas impresionantes, ninguna bajaba de nueve puntos y los estímulos que les
habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores, felicité al dichoso padre y le invité a un café.

María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de su familia, especialmente en el
corazón de su padre. Todo ocurrió un domingo, muy temprano, cuando nos dirigíamos a misa… En ese momento
María José tropezó con algo, o eso creímos todos, y ella dio un traspié. Sin embargo, en ese momento no cayó pues
su padre la tomó de inmediato, evitando que se lastimara. De cualquier forma, ya instalados en el auto, vimos como
María José se tumbó lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. Inmediatamente, buscando un taxi, la
llevamos al hospital.

Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía de una grave enfermedad
que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, que debían practicársele otras pruebas para llegar a
un diagnóstico firme.

Los días iban transcurriendo, Enrique renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de María José, su madre
quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana
Enrique se encontraba al lado de su hija cuando ella le preguntó:

– ¿Voy a morir, no es cierto?. Te lo dijeron los médicos.


– No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo-
respondió el padre.

– ¿Van a algún lugar?. ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas?. ¿Sabes si pueden volver?.
– Bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te
dejaría sola. Estando en el mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el
viento para venir a verte.
– ¿Al viento?- replicó María José. – ¿Y cómo lo harías?.
– No tengo la menor idea hija, solo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento
roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Enrique, el asunto era grave, su hija estaba muriendo, necesitaban un
corazón pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. ¡Un corazón!. ¿Dónde hallaría un corazón?
¡Un corazón! ¿Dónde? ¿¿DONDE??

Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un
donante, las cosas iban a cambiar. El domingo por la tarde, ya María José estuvo operada y todo salió como los
médicos lo habían planeado. ¡Éxito total!.

Sin embargo, Enrique no había vuelto por el hospital y María José lo comenzó a extrañar. Su mamá tuvo que
explicarle que ya que todo estaba bien, a partir de ese momento su papá era quien trabajaría para sostener la
familia. María José permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta
que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron. Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su
mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre.

María José, mi gran amor:


«Al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa
de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no poder estar a tu lado en
este instante. Cuando supe que ibas a morir sentí que yo también moriría contigo, y me preguntaba ¿qué podía
hacer?… después de tanto pensar y sentir mil cosas dentro de mi, decidí finalmente que la mejor manera de hacer
algo por ti era darle respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez años y a la cual no respondí. Decidí
hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás ha hecho. Te regalo mi vida entera, sin condición alguna para que
hagas con ella lo que creas que es mejor, sintiendo muchas cosas bellas y sabiendo que en el mundo lo más
importante es que quieras vivir, ¡Vive hija! Porque te amo!!!!…

También quiero que sepas que hoy, mañana y siempre estaré a tu lado, siempre. Te Amo y siempre Te Amaré,
porque eres lo más grande y hermoso que Dios me ha dado… siempre estaré contigo, siempre TE AMARÉ…»

María José lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su
papá, lloró como nadie lo ha hecho y susurró:

-Papi ahora puedo comprender cuanto me amabas, yo también te amo aunque nunca te lo dije. Por eso también
comprendo la importancia de decir «TE AMO». Y te pido perdón por haber guardado silencio… en ese instante las
copas de los árboles se movieron suavemente y cayeron algunas flores.

Sintió María José que un suave viento rozó su cara y una brisa fresca besó sus mejillas. Alzó la mirada al cielo
sintiendo una paz inmensa y dio gracias a Dios por eso. Se levantó y caminó a casa con la alegría de saber que lleva
en su corazón «el amor más grande del mundo».
LA RIQUEZA Y LA POBREZA
(LUNES 18-09-23)
Existió, hará un largo tiempo, un humilde hombre que vivía en la más absoluta pobreza.
Este hombre tenía un hijo muy egoísta, que cansado de no recibir de su pobre padre
cuanto le pedía, decidió que era hora de marcharse a iniciar su propia vida, llena de más
caprichos y lujos.
Transcurridos unos cuantos años desde la partida de su hijo, el padre habría logrado salir
adelante con muy buen pie, enriqueciéndose de tal forma gracias a sus negocios en el
mundo del comercio, que se había trasladado de casa y de ciudad, rodeado de mil y una
comodidades. Su hijo, por el contrario, no había conseguido salir de la pobreza, y
caminaba mendigando de pueblo en pueblo y viviendo gracias a la ayuda de las gentes.
Aquel padre, a pesar de haber abandonado su vida anterior y haberse convertido en un
hombre con tanta suerte, no conseguía olvidarse de su hijo, lamentándose día a día de su
marcha y soñando con su llegada:

 ¡Dónde estará mi hijo! Yo ya soy viejo, y ¡desearía tanto que pudiese


acompañarme en mis últimos días de vida, y heredara con mi despedida toda mi
riqueza!
Y, cosas del destino, ocurrió que su hijo buscando limosna, llegara a la ciudad a la que se
había traslado el padre y que tocara a su misma puerta. Tan cansado de caminar de allá
para acá, el hijo ni siquiera reconoció a su padre, que se encontraba reposando
placenteramente sobre un sillón de buena mimbre en el porche ajardinado de su gran
casa.
Pero el padre sí reconoció a su hijo, y muy emocionado se levantó de su sillón para darle
un gran abrazo, así como la bienvenida a su nuevo hogar. Sin embargo, aquello no tuvo
nunca lugar, porque el hijo, asustado ante tanta riqueza y temeroso de ser humillado, salió
corriendo de allí como alma que lleva el diablo.
LA VACA
(MARTES 19-09-23)
Un viejo maestro quería dar una enseñanza fundamental a su joven discípulo: “El ver qué sucede cuando
los hombres se liberan de sus ataduras mentales y comienzan a vivir plenamente con sus potenciales”.
Así, tras visitar los parajes más pobres de una provincia, llegaron hasta la casa más triste de la comarca,
donde pidieron alojamiento y pasaron la noche.
En aquella casa de seis metros cuadrados –acumulado de basura, desperdicios y cuyo techo dejaba filtrar
el agua- vivían ocho personas (el padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos vestidos con ropas viejas y
con mal olor) en la más absoluta pobreza, y cuyo único medio de subsistencia era una vaca flaca que les
daba el alimento necesario para sobrevivir.
Antes del amanecer el viejo maestro, siguiendo con su plan de enseñanza a su discípulo, sacó una daga
de su bolsa y de un tajo degolló a la vaca; luego, sin inmutarse, se marchó junto al discípulo que
preocupado se interrogaba sobre el futuro de aquella familia que carecía de su único medio de
subsistencia: la vaca.
Un año más tarde, el viejo maestro y su joven discípulo regresaron al mismo lugar, pero sobre aquella
casucha se levantaba una casa grande y recién construida.

El joven pensó que sus antiguos habitantes habían abandonado el lugar, pero su sorpresa fue mayor
cuando, tras acercarse a la casa y preguntar sobre sus moradores descubrió que aquellas personas eran las
mismas: habían cambiado y mejorado su situación económica.
El joven preguntó al padre las razones del cambio y éste le contó como hace un año perdieron su único
medio de subsistencia, que era la vaca, y como al principio su primera reacción fue de desesperación y
angustia.

Pero luego se dieron cuenta que a menos que hicieran algo, su supervivencia se vería afectada.
Así empezaron a sembrar, y la improvisada granja empezó a producir mas de lo que necesitaban para
vivir, por lo que empezaron a vender lo cosechado primero a sus vecinos y luego en el pueblo, obteniendo
el dinero suficiente para vestirse mejor y arreglar su casa.
El joven percibió la lección que quiso enseñarle su viejo maestro, quien le señaló que aquella familia
vivía de modo conformista y que la vaca era una cadena para ellos que no les permitía crecer.
Finalmente, el joven reflexionó sobre sus propias vacas que lo limitaban y decidió liberarse también y
vivir libre de ellas.
“EL ÁRBOL CONFUNDIDO”
(MIERCOLES 20-09-23)
Había una vez, en algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier
tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y
satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un
problema: no sabía quién era.
“Lo que te falta es concentración -le decía el manzano- si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas
manzanas. ¿Ves que fácil es?”. “No lo escuches -exigía el rosal-, es más sencillo tener rosas, ¿ves que bellas
son?”. Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se
sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:
“No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la
solución: No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... Sé tú mismo, conócete, y para
lograrlo, escucha tu voz interior” Y, dicho esto, el búho desapareció.
“¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...?” -se preguntaba el árbol desesperado- cuando, de
pronto, comprendió... y, cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz
interior diciéndole: “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera
porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso; dar cobijo a las aves,
sombra a los viajeros, belleza al paisaje... tienes una misión: ¡cúmplela!”.

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba
destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue
completamente feliz.
Preguntémonos al mirar a nuestro alrededor: ¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer?
¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas? ¿Cuántos naranjos que no saben florecer?. Y
yo, ¿escucho mi voz interior…?
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
HORACIO QUIROGA
(JUEVES 21-09-23)

Alicia era rubia, inocente y tímida.


Tenía una idea romántica del matrimonio, pero cuando se casó con Jordán todo cambió.

Jordán tenía un carácter duro.


Ella lo quería mucho, pero le tenía un poco de miedo. Y él también la amaba, pero no se lo demostraba.

Alicia y Jordán se habían casado hacía tres meses y vivían en una casa grande, silenciosa y fría.
Una casa que parecía un palacio deshabitado.

Alicia habría querido un marido más tierno y una casa más agradable.
Pero decidió no pensar más en sus sueños de niña,
y se pasaba el día durmiendo hasta que su marido llegaba.

De repente, Alicia empezó a adelgazar mucho. Primero, porque tuvo una gripe que duró muchos días. Cuando
se mejoró un poco,
salió al jardín apoyada en el brazo de su marido. Ella estaba rara y con la mirada perdida.

De pronto, él le acarició la cabeza con ternura y ella, se puso a llorar desconsolada1.


Lloró con mucha angustia hasta que se fue calmando. Entonces, se quedó recostada sobre el hombro de él,
con la cabeza escondida, sin moverse ni decir una palabra. Ese fue el último día que Alicia estuvo levantada.

A la mañana siguiente se despertó más débil y ni siquiera podía levantarse.


Jordán se preocupó mucho y llamó al médico, quien la revisó en detalle,
pero no logró explicarse el motivo de tanta debilidad. Entonces, le ordenó calma y descanso.
Al otro día, Alicia se encontraba peor.
El médico volvió a verla
y dijo que la sangre de Alicia estaba cada vez más débil. Si seguía así, casi seguro que moriría.

Por esos días, las luces de la casa quedaron prendidas día y noche. Mientras Alicia dormía en el dormitorio,
Jordán vivía en la sala.
El silencio era absoluto.
Él caminaba de un lado a otro sobre la alfombra, y sus pasos apenas se oían.
Cada tanto, entraba en el dormitorio y miraba a su mujer también en silencio.

Pronto Alicia comenzó a ver cosas extrañas junto a su cama. La más frecuente era una araña que la miraba.
Una noche, de repente, fijó la mirada en un punto y llamó a su marido aterrorizada:
—¡Jordán, Jordán!
Él fue corriendo al dormitorio,
pero cuando ella lo vio, dio un grito de horror.

Jordán intentó calmarla:


—Soy yo, Alicia. Soy yo.

Ella lo miró un par de veces


hasta que lo reconoció y se serenó.

Los médicos volvieron una y otra vez,


pero no podían hacer nada para salvar a Alicia. Su sangre era cada vez más débil,
en especial por las mañanas.
Ella no tenía fuerzas
y sentía un peso enorme sobre su cuerpo. Tampoco quería que la tocaran,
ni siquiera que le arreglaran el almohadón de plumas donde apoyaba su cabeza.

Después Alicia perdió el conocimiento


y empezó a murmurar2 frases que no se comprendían.

Mientras tanto, las luces seguían prendidas en el dormitorio y en la sala.

Y la casa permanecía en silencio.


Solo se escuchaban los murmullos3 de Alicia y apenas los pasos de Jordán.

Por fin, Alicia murió


y, entonces, su cama quedó vacía.
Y la casa permanecía en silencio.
Solo se escuchaban los murmullos3 de Alicia y apenas los pasos de Jordán.

Por fin, Alicia murió


y, entonces, su cama quedó vacía.

Cuando la sirvienta fue al dormitorio para sacar las sábanas, vio algo que la extrañó.
El almohadón donde Alicia apoyaba la cabeza tenía manchas de sangre.

La sirvienta llamó extrañada a Jordán.


Él llegó rápido y vio dos pequeñas manchas de sangre en el almohadón, que parecían picaduras.
Jordán pidió a la sirvienta
que levantara el almohadón a la luz.
Y apenas ella hizo el gesto de levantarlo, cuando lo dejó caer de inmediato. Jordán le preguntó:
—¿Qué pasa?
Y ella le respondió:
—Es que pesa muchísimo.

Jordán levantó el almohadón


y comprobó que pesaba de verdad.
Lo llevó al comedor
y cortó la funda de un tajo con un cuchillo. Primero, saltaron algunas plumas,
y luego, apareció algo horroroso en el fondo. Era un bicho con patas peludas, y muy gordo. Parecía una
pelota con vida, oscura y de gelatina. Al verlo, la sirvienta dio un grito de horror.

Se trataba de un bicho que vive entre las plumas. Cuando se alimenta de las aves,
el bicho es muy pequeño.

Pero cuando chupa sangre humana puede llegar a ser enorme.


Por eso es normal encontrarlo dentro de un almohadón.
Así es que ese bicho había estado escondido en el almohadón de plumas de Alicia.
Y durante cinco días y cinco noches le había chupado toda la sangre.

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