Está en la página 1de 21

Mujeres discípulas en el Evangelio de Juan:

presencia e igualdad1
“Jesús… les dijo:
‘¿Por qué molestan a esta mujer?…
les aseguro que allí donde se proclame
esta Buena Noticia, en todo el mundo,
se contará también en su memoria
lo que ella hizo”
(Mt. 26,10.13)

A mi madre,
por su “permanecer en el Señor”.

Con este artículo queremos presentar parte de nuestra investigación sobre las mujeres en
el Nuevo Testamento. A medida que avanzábamos en el estudio nos impactaba nuevamente y
nos entusiasmaba la óptica desde la cual la tradición joánica miró la realidad del lugar de la
mujer en la comunidad de la Iglesia, tan importante para los inicios del cristianismo pero
también para hoy que comenzamos a caminar el tercer milenio. Hago mías estas palabras de
Raymond Brown2:
“Existen muchas maneras de enfocar la evidencia bíblica correspondiente al debate contemporáneo
acerca del papel de las mujeres en la iglesia… Prefiero seguir aquí un tercer enfoque y considerar el
cuadro general de las mujeres en una sola obra del nuevo testamento, en el cuarto evangelio, y en una
sola comunidad, a saber, la comunidad juánica. He elegido el cuarto evangelio debido al correctivo
que se advierte que ofrece el evangelista a algunas actitudes eclesiales de su tiempo: la suya debería
ser una voz que se oyera y sobre la que se reflexionara cuando discutimos las nuevas funciones para
las mujeres en la iglesia de hoy”3.

Obviamente, creemos que ésta es una cuestión que nos compete no sólo a las mujeres,
sino a todos los que pretendemos ser cristianos -seguidores de Jesucristo-, varones y mujeres.
Hacemos esta afirmación porque creemos que ésta es una de las cuestiones -y no una menor-
en las que se juega la autocomprensión de la Iglesia.
Presentaremos primero, a título de preliminares, cuestiones que consideramos necesarias
para poder hacer la exégesis posterior. Nos detendremos luego en el estudio de cuatro relatos

1
Publicado en Anatéllei (2000) 25-45. El mismo artículo, con pequeñas correcciones, fue publicado en
Proyecto (2001) “El lugar teológico de las mujeres. Un punto de partida” 99-123. Disponible en formato
electrónico en www.servicioskoinonia.org/relat/285.htm.
2
Dicho autor es especialista en Juan y la tradición joánica. Ya es un clásico su obra El Evangelio según Juan,
editado por Cristiandad en dos tomos, Madrid, 1979. En castellano contamos además con El Evangelio según
San Juan y las Epístolas joánicas. Introducción y comentario; Sal Terrae, Santander, 1965. La comunidad
del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica; Sígueme, Salamanca, 1983. Las iglesias que los
apóstoles nos dejaron; Desclée de Brouwer, Bilbao, 1990 (2°). Fue uno de los autores del Comentario bíblico
San Jerónimo; Cristiandad, Madrid, 1971. Son numerosos sus artículos en Selecciones de Teología. Fue
convocado por Pablo VI a formar parte de la Comisión bíblica Pontificia. Tiene una rica y muy fecunda
experiencia ecuménica. Fruto de dicha experiencia son sus trabajos en colaboración: Pedro en el Nuevo
Testamento; Santander, 1976. María en el Nuevo Testamento. Una evaluación de estudios católicos
protestantes; Sígueme, Salamanca, 1982. En nuestro estudio sobre Juan es un referente obligado.
3
BROWN, R.: La comunidad…; o.c. Cfr. pag. 179 y 181.
referidos a mujeres en el cuarto evangelio: aquellos en que los que aparecen la samaritana,
Marta, María de Betania y María Magdalena, respectivamente4.

1- Preliminares
1-1 ¿”Iglesia” o “Iglesias” que los apóstoles nos dejaron?
La experiencia pascual, fundamentalmente la certeza de que el crucificado está vivo (Lc.
24,23.31-35; Jn. 20,16-18.25.27-28; Act. 2,32; etc), es lo que dio origen a la Iglesia y su
misión evangelizadora. Después de la experiencia traumática de su muerte, superando el
sentimiento inicial de fracaso (Lc. 24,17ss) los discípulos y discípulas de Jesús se reúnen en
torno al Resucitado quien los envía a anunciar la Buena Noticia (Mt. 28,16-20). A la luz de
su amor iniciaron la conformación de una comunidad que quería seguir las huellas del
Maestro y dar testimonio de su vida.
Sin embargo, este acontecimiento fundante no generó un movimiento uniforme, sino que
dio origen a distintos grupos y comunidades que expresaron su fe de diversas maneras y que
no siempre estuvieron exentos de tensiones y conflictos. Frecuentemente tenemos la imagen
de una Iglesia primitiva monolítica. Al respecto nos dice Pablo Richard:
“Existe una falsa imagen de los orígenes del cristianismo como movimiento único, con una sola
estructura institucional y cuerpo doctrinal, donde la diversidad habría venido después…” 5.

No fue así. Desde los comienzos de la Iglesia existieron diversas tradiciones que desde
sus realidades particulares, respondiendo a “aquí y ahora” concretos -coordenadas culturales,
espacio-temporales, sociales, políticas, económicas…- intentaron dar respuesta a las
expectativas, deseos, y necesidades de hombres y mujeres a la luz de la fe en el Resucitado.
De allí que Raymond Brown pueda hablarnos de “Las Iglesias que los Apóstoles nos
dejaron”6. Este autor ha distinguido tres épocas sucesivas a partir de la muerte y resurrección
de Jesús: la época apostólica (el segundo tercio del siglo I), era sub-apostólica (último tercio
del siglo I) y período post-apostólico (empieza a finales del siglo I)7. Los cristianos de la
primera época contaban con la seguridad que les daba la permanencia aún entre ellos de
“testigos oculares” del acontecimiento Jesús. Sin embargo, una vez que estos desaparecieron

4
Hemos dejado sin tratar los hermosos pasajes referidos a la Madre de Jesús -como es llamada en el evangelio
de Juan-: las Bodas de Caná (2,1-12) y María al pie de la Cruz (19,25-27). Tampoco presentaremos sobre la
mujer que da a luz (16,21). La causa por la que fueron dejados de lado es exclusivamente una cuestión de
espacio, aunque los relatos elegidos nos parecen muy representativos para nuestro tema. Por otra parte, la
bibliografía sobre textos marianos en el Nuevo Testamento es abundante y de más fácil acceso.
5
RICHARD, P.: Los diversos orígenes del cristianismo. Una visión de conjunto (30-70 d.C.). En RIBLA
(Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana) n° 22: Cristianismos originarios (30-70 d.C.); Quito,
1996. Cfr. pag. 8
65
Este es el título de una de sus obras. Cfr. cita n° 1.
7
Idem. Cfr. pags 15-16.

2
las primeras comunidades afrontaron el desafío de seguir caminando de un modo diferente.
Hacerse como comunidad y construir el Reino desde la nueva situación creada por la muerte
de los apóstoles y en fidelidad a los orígenes, exigió de ellos respuestas creativas. La Iglesia
naciente afrontó este desafío y acogió, con dificultades y tensiones, pero en apertura al
Espíritu presente en las comunidades, la pluralidad de tradiciones que surgieron. Muestra de
dicha pluralidad es que dentro del período sub-apostólico 8 podemos distinguir la existencia de
cuatro grandes tradiciones: la paulina, la del Discípulo Amado, la de Pedro y, finalmente, la
de Santiago. Dicho esto, podemos afirmar con González Faus:
“El NT no ofrece ningún modelo único y obligatorio del modo de estructurar la Iglesia (y mucho
menos un modelo entregado por Jesús o por los Apóstoles), sino que ofrece más bien diversos
ejemplos de cómo fueron estructurándose distintas iglesias, respondiendo a las necesidades y
demandas de diferentes modelos histórico. Es verdad que de esos ejemplos se desprenden algunas
líneas genéricas (o ‘lineamientos’), pero sin que lleguen a constituir un modelo acabado de Iglesia.
…Las informaciones sobre todas esas comunidades permiten entrever modelos diversos de
estructuración de la Iglesia y del ministerio eclesial. También encontramos en el NT informaciones
referentes a épocas distintas… Y también estos testimonios epocales son diversos. Ninguno de ellos
puede ser considerado como normativo y excluyente de los demás; y tampoco existe en este punto un
‘canon dentro del canon’, aunque la posterior evolución condujera, por razones históricas, a la
primacía de algunos de esos modelos sobre otros. Pero, en su pluralidad, todos ellos intentan mantener
vivo el Evangelio de Jesús y la fe en él”9

En definitiva, al compararlas nos damos cuenta que las distintas tradiciones nos presentan
de manera diversas la realidad de Jesucristo y de la Iglesia. Por eso hablamos de pluralidad
de iglesias en la unidad de una gran Iglesia católica -en el sentido etimológico del término10-.

1-2 Discípulo/a
El término “discípulo/a” (mathêtês) es correlativo de “Maestro” (rabbí, didáskalos).
Recordemos que en tiempos de Jesús el aprendizaje no era meramente escolar o intelectual, ya
que se esperaba que el discípulo se asimilara al estilo de vida del maestro, siguiendo su
enseñanza y su ejemplo11. Por eso mismo, un término básico con relación al discipulado es el
verbo “seguir” (ákoloutéin). Este verbo describe metafóricamente la fidelidad del discípulo a
la práctica del mensaje de Jesús (Jn. 12,2). Nos dice Ivoni Richter Reimer:
“El verbo seguir caracteriza siempre al discipulado: las personas no caminan simplemente detrás
de alguien, sino siguiéndolo, porque lo valoran como Maestro (véase la fantástica afirmación de Jn.
20,16) y tienen plena comunión con él y entre sí”12.
8
Época de redacción muchos escritos neotestamentarios
9
GONZÁLEZ FAUS, J.I.: Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio eclesial; Sal Terrae,
Santander, 1989. Cfr. pag. 30. Aclaro que lo resaltado con cursiva es del mismo autor.
10
“Católico”: del latín catholicus, y éste del griego katholikós, universal.
11
Juan nos relata así el seguimiento de los primeros discípulos: “Los dos discípulos, al oírlo hablar así (a Juan
el Bautista), siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ‘¿Qué quieren?’. Ellos le
respondieron: ‘Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives ?’. ‘Vengan y lo verán’, les dijo. Fueron,
vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día” (1,37-39).
12
RICHTER REIMER, I.: Recordar, transmitir, actuar. Mujeres en los comienzos del cristianismo. En RIBLA
n° 22; o.c.; cfr. pag. 50.

3
El verbo diakonéin y el sustantivo diákonos viene a confirmar esta realidad. Según el
vocabulario de Mateos y Barreto:
“Ayudante/colaborador (12,26: diákonos, diakonéo) indican el servicio prestado siguiendo las
instrucciones del otro (cfr. 2,5.9), o en unión con él, no por subordinación, como doulos, sino por
amor (cfr. 15,15). Designa por tanto al discípulo en cuanto asociado a la misión de Jesús (17,17;
20,21)”13

Pues bien, el discipulado es una categoría fundamental en los escritos joánicos, que se
deriva, por otra parte, de su cristología. En esta tradición Jesucristo es la Palabra de Dios que
estaba en el seno del Padre y vino a revelarlo (1,14.18). La respuesta que se espera de los que
se encuentran con él es la fe que se expresa como adhesión (3,16; 5,24.36-37; 8,26.42.54-55;
12,44-50; 14,6-9; 17,3; etc.). Esa adhesión nos hace discípulos/as. Al respecto afirma
Schnackenburg:
“La fe joánica se sitúa en la más íntima proximidad con la condición de discípulo” 14.

Por otra parte, es muy significativo que en esta tradición no aparezca el término
“apóstol”15, tan frecuente en los otros escritos neotestamentarios, sino que el término que
adquiere relevancia es, justamente, el de discípulo/a. Nos dice Brown:
“…Ningún apóstol es exaltado como gran héroe de esta comunidad, al contrario de lo que ocurría
en las de Pablo y Pedro. De hecho, la figura por excelencia es un discípulo, ‘El Discípulo que Jesús
amaba’. No quiero decir que este evangelista quisiera negar la existencia de apóstoles en la historia
cristiana… Pero en la eclesiología juánica, lo que constituye la dignidad principal no es el apostolado.
El Cuarto Evangelio enfatiza el estatus (sic) de discípulo, del que todos los cristianos disfrutan, y,
dentro de ese estatus (sic), lo que confiere la dignidad es el amor de Jesús” 16.

Hemos dicho que el discipulado implica la adhesión creyente a Jesús. Como adhesión
inicial se expresa en términos de “acercarse a él” (Jn. 6,35); como adhesión permanente, en
cambio, se expresa en términos de seguimiento (Jn. 1,37.38.40; 8,12; 10,4.27; 12,26; 18,15;
21,19.20.22). Pero de uno u otro modo la adhesión a Jesús en el amor es lo fundamental. Es
más, González Faus nos dirá que 
“esta relación con Jesús es descrita con los rasgos más intensos de todo el NT… por lo que se
convierte en el constitutivo más fuerte (y unificador) de entre todos los demás rasgos que configuran
la comunidad y que pueden ser diferenciadores”17.

13
MATEOS, J. y BARRETO, J.: Vocabulario teológico del Evangelio de Juan; Cristiandad, Madrid, 1980; cfr.
voz. “discípulo”, pag. 68.
14
SCHNACKEBURG, R.: El Evangelio según San Juan; (obra en seis tomos), Herder, Barcelona, 1980. Cfr.
pag. 551.
15
Salvo la formulación genérica de Jn. 13,16: “…ni el enviado -“apóstol”- más grande que el que lo envía”.
16
BROWN, R.: Las Iglesias…; o.c. Cfr. pag. 92. Ver también del mismo autor: La comunidad del discípulo
amado. Estudio de la eclesiología juánica; Sígueme, Salamanca, 1983; cfr. pags. 80, 84 y 97. GONZÁLEZ
FAUS; o.c.; cfr. pag. 37. En relación a este tema Brown destaca “el constante y deliberado contraste entre
Pedro y el discípulo amado, el héroe de la comunidad juánica”. Al respecto cfr. La comunidad…; o.c. , pag.
80. Las Iglesias…; o.c., pags. 92-93.
17
GONZÁLEZ FAUS: o.c.; cfr. pags. 37-38.

4
Podemos ir más allá aún. La alegoría juánica de la vid y de los sarmientos (15,1ss.),
basada en el amor, hace que cualquier otra distinción en la comunidad juánica sea
relativamente poco importante, de manera que incluso la conocida imagen petrina del pastor
se halla introducida con la pregunta condicionante “¿me amas?” (21,15-17). En la tradición
del discípulo amado el primado de Pedro es esencialmente primado del amor.
Si así se entiende en el cuarto evangelio la realidad del discipulado, y en relación a
nuestro tema: “Mujeres discípulas en el evangelio de Juan”, podemos afirmar con Elisa
Estévez:
“La tradición juánica insiste en la vinculación personal con Jesús como base y fundamento de la
Iglesia. Haber situado ahí el cimiento nos libera de viejos prejuicios que sitúan al hombre por encima
de la mujer. La posibilidad de amar y ser amado no es privilegio de ninguno de los dos sexos. Quien
ama es capaz de permanecer 18 a pesar de cualquier circunstancia adversa, y de esto entendemos
especialmente las mujeres…”19.

En definitiva, en relación a las demás tradiciones neotestamentarias, la tradición juánica


concibió su fidelidad a los orígenes vinculada estrechamente al seguimiento. Ser discípulo/a
de Jesús se convirtió para ellos/as en el núcleo de su fe cristiana. Esto mismo les dio una
enorme audacia al ver el papel de las mujeres dentro de la estructura eclesial. El
reconocimiento de las mujeres como discípulas “cualificadas” del Maestro es propio de la
eclesiología juánica20.

1-3 Ubicando los textos


Nos parece interesante ubicar el lugar de los textos donde aparecen mujeres en la
estructura del cuarto evangelio. Pensamos que es un indicio más del lugar que ellas ocupaban
en la comunidad joánea.
Este evangelio se divide en dos grandes bloques: a) el Libro de los signos (caps. 2-
12), en el que aparecen las “obras” que realiza Jesús en nombre de su Padre y que lo acreditan
como la Palabra y el enviado de Dios (5,31-36). Al hablar de estas “obras” de Jesús -en
especial de sus milagros- el evangelista suele llamarlas “signos” o “señales”. b) el Libro de la

18
Ésta es una categoría fundamental de la teología juánica. La fe se expresa como “permanecer en el Señor”.
Ver, por ejemplo, Jn. 6,56; 15,4-7.9-10; I Jn. 2,6.24.27-28; 3,6.24; 4,12-13.15-16. Confrontar MUNZER, K.:
voz “permanecer” en COENEN, L., BEYREUTHER, E. y BIETENHARD, H.: Diccionario teológico del
Nuevo Testamento, vol. III, Sígueme, Salamanca, 1983. También voz “permanecer” en BALZ, H. y
SCHNEIDER, G.: Diccionario exegético del Nuevo Testamento, vol. II, Sígueme, Salamanca, 1998.
19
ESTÉVEZ, E.: “La mujer en la tradición del discípulo amado”, en RIBLA n°17: La tradición del discípulo
amado. Cuarto evangelio y cartas de Juan; Edit. DEI, San José de Costa Rica, 1994; cfr. pag. 98.
20
Esta afirmación se hace más fuerte aún si comparamos con las Cartas pastorales, “el polo opuesto” de la
eclesiología juánica. Al respecto, confrontar BROWN: Las iglesias…; o.c.; caps. 2, 6 y 7. También
GONZÁLEZ FAUS: o.c.; pags. 63-76.

5
gloria o exaltación (caps. 13-20), en el que aparece el misterio pascual de Jesús, con el largo
discurso de la Última Cena, precedido por el gesto del lavatorio de los pies (caps. 13-17). A
esta segunda parte se la conoce también como el Libro de la “Hora” de Jesús, a la que tantas
veces había hecho referencia durante su actividad pública relatada en la primera parte del
Evangelio y que ahora, finalmente, ha llegado (13,1). Es la hora de la Glorificación, por
medio de su muerte y resurrección (12,23; 17,1). El cap. 1 con su bellísimo Prólogo (vv. 1-
18) y el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, es una puerta de entrada al Evangelio, que
más que una introducción, es un resumen anticipado de todos los temas contenidos en el resto
del Libro. El capítulo 21, al modo de un Apéndice, ha sido añadido con posterioridad,
probablemente por un discípulo del evangelista. Algunos ven al capítulo 12 como una
transición entre el Libro de los signos y el de la Gloria.
Ubiquemos ahora en este esquema los textos referidos a las mujeres. Es
interesante que aparecen en siete pasajes, dado lo que significa este número21.
a) Libro de las señales o signos:
 2,1-11: María en las Bodas de Caná. Primer signo de Jesús.
 4,1-42: Encuentro de Jesús con la mujer samaritana.
 11,21-27: Marta, hermana de Lázaro hace la profesión de fe en Jesús Mesías-Hijo de
Dios.
Transición:
 12,1-3: María -amiga- unge a Jesús en su Hora suprema.
b) Libro de la gloria o exaltación:
 16,21: La mujer que está por dar a luz, signo de la alegría pascual.
 19,25-27: María, la Madre de Jesús, la “Mujer”, junto al discípulo amado, al pie de la
Cruz.
 20,1-18: Encuentro de Jesús resucitado con María Magdalena22.
21
En la Biblia el número “siete” y sus múltiplos simbolizan frecuentemente totalidad, perfección o plenitud.
Basta como ejemplos: Gn. 4,15.23-24; Prov. 24,16; Is. 30,26; Mt. 18,21-22; Hech. 6,3; Apoc. 1,4.
Recordemos, además, la importancia de este número en el cuarto evangelio. Por ejemplo, entre las señales-
milagros de Jesús, Juan nos presenta sólo siete, muy significativos, por otra parte. Son también siete los
discípulos presentes en 21,2 (los Zebedeos son conocidos por la tradición como dos hermanos); este número por
oposición a la cifra Doce, símbolo de Israel, alude a la totalidad de los pueblos. Para este tema cfr. MATEOS,J. y
BARRETO, J.: Vocabulario teológico…; o.c. Cfr. voz : “Números (Simbolismo de los)”. Voz “Discípulo”, V:
“Los Doce”.
22
Este esquema es válido si aceptamos que la perícopa 7,53-8,11 en la que se nos narra el episodio de la adúltera
no es originaria de Juan. Aunque no se duda del carácter inspirado de la misma, se afirma que no formaba parte
primitivamente del evangelio de Juan, y es probable que perteneciera al de Lucas. Transcribimos textualmente lo
que afirman Juan MATEOS y Juan BARRETO: “La perícopa 7,53-8,11, que contiene el episodio de la adúltera,
aunque ciertamente conserva un relato muy primitivo, no pertenece al evangelio de Juan. En primer lugar, no se
encuentra en los mejores testigos del texto, a comenzar por los papiros 66 y 75 y los códices más acreditados (cf.
las ediciones críticas). Todavía, en los códices y versiones que la contienen, no ocupa siempre el mismo lugar;

6
Lo que queremos destacar, en definitiva, es que el evangelista ha diseminado a lo largo de
todo su evangelio narraciones que tienen a mujeres como protagonistas, lo que nos hace
suponer que el lugar de éstas en la comunidad joánea era tan importante y necesario como el
de los varones. Es lo que intentaremos mostrar a través de la exégesis de los textos que hemos
elegidos.

2- Algunos textos sobre mujeres en el evangelio de Juan


2-1 La samaritana se encuentra con Jesús
La versión joanina de la evangelización de Samaria, comparada con el relato de los
Hechos de los Apóstoles, presenta una óptica totalmente distinta. Los Hechos atribuyen el
primer anuncio de Cristo en Samaria a Felipe, con la posterior confirmación e imposición de
las manos por los apóstoles Pedro y Juan venidos de Jerusalén (8,4-25). En el relato juanino
una mujer, totalmente marginada por su condición de mujer, de samaritana -semipagana- y de
pecadora23, hace este primer anuncio de la Buena Noticia dentro de la propia cultura y a partir
de ella, después de un encuentro personal con Jesús junto a la fuente de Jacob24.
El cuarto evangelio nos va introduciendo progresivamente en el misterio de Jesús. En una
dinámica de encuentros y signos milagrosos sucesivos, él se va revelando a aquellos con los
que se encuentra; sin embargo, no todos lo comprenden. Frente a su persona no existen
posturas neutras: o uno confiesa su fe en él, como la samaritana, o rechazan abiertamente su
testimonio, como los judíos (12,37; 3,18). En nuestro texto en particular, el evangelista
resalta esta idea por el contexto en que ubica el encuentro con la samaritana. Nos dice
Brown:
“En la secuencia de las reacciones respecto a Jesús que se encuentran en los diálogos de los
capítulos 2, 3 y 4, parece que se advierte un movimiento desde falta de fe, pasando por una fe
inadecuada hasta llegar a una fe más adecuada. Los ‘judíos’ en la escena del templo se muestran
abiertamente escépticos acerca de los signos de Jesús (2,18-20); Nicodemo es uno de los moradores
de Jerusalén que cree a causa de los signos de Jesús, pero no posee una concepción adecuada de Jesús
(3,2ss); la samaritana está a punto de percibir que Jesús es el Cristo (Mesías: 4,25-26.29) y lo

aparece colocada, la mayor parte de las veces, después de 7,36; 7,44 e, incluso, al final del evangelio. No falta
un documento que la atribuya al evangelio de Lucas (después de 21,38). Además, muchos de estos mss. la
encierran entre asteriscos u otros signos para indicar la falta de atestación. El vocabulario de la perícopa no
corresponde a Juan; el ejemplo más evidente es la aparición de la categoría grammateis, letrados, ausente de todo
el evangelio. Por otra parte, ningún Padre griego la comenta; la primera mención entre los escritores
eclesiásticos griegos es la de Eutimio Zigabeno, en el siglo XII, quien advierte aún que falta en los mejores
ejemplares del evangelio. Además, su inserción en este lugar del evangelio interrumpe claramente la unidad
temática de la sección”. El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético, Cristiandad,
Madrid, 1992. Nota n° 1 de la pag. 360. Cfr. también pags. 929-930.
23
Jesús le dice: “has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tuyo”, v. 18. Algunos han visto en esta
referencia una imagen de los adulterios-idolatrías de Samaria. La mujer samaritana reflejaría en su vida las
infidelidades de su pueblo a Dios, simbolizadas frecuentemente en la literatura del A.T. con la imagen de la
infidelidad conyugal (cfr. Os. 2, 4ss.; Ez. 16; etc). A esta esposa adúltera (idólatra) el Mesías habla en la soledad
y vuelve al amor primero (Os. 2,16-17)
24
Sobre la historicidad del relato de Jn. 4,1-42 cfr. SCHNACKEBURG, R.: o.c.; pags. 526-528.

7
comunica a otros. De hecho, los de aquel pueblo samaritano creen debido a la palabra de la mujer
(4,39.42: dià tòn lògon (laliàn] pisteúein). Esta expresión es significativa porque aparece de nuevo en
la oración ‘sacerdotal’ de Jesús por sus discípulos: ‘pero no sólo ruego por éstos, sino por cuantos
crean en mí por su palabra’ (17,20: dià toû lógou pisteúein). Es decir, el evangelista puede describir
tanto a una mujer como a discípulos (presumiblemente varones) en la última cena como personas que
dan testimonio de Jesús por la predicación y atrayendo así a la gente a creer en él por la fuerza de su
palabra”25.

En este pasaje, como en otros del cuarto evangelio (cfr., caps. 3; 9; 11; etc), la fe es
entendida como un proceso progresivo. La disposición de la samaritana frente a Jesús es la de
una discípula que pregunta, se deja guiar y aprende del maestro. Esto coincidiría con la
teología mesiánica propia de los samaritanos, centrada justamente en un Mesías Maestro 26.
En el diálogo entre la samaritana y Jesús -donde hablan de la sed, el agua de la verdadera
fuente, el pozo de Jacob, la adoración de Yahveh- el relato gira en torno a lo que él le había
dicho: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’…” (v. 10).
Jesús va mostrándose como ese don que lleva a la salvación a quien cree en él. Todo culmina
con la autorevelación mesiánica de Jesús: “Le dice la mujer: ‘Sé que va a venir el Mesías, el
llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo’. Jesús le dice: ‘Yo soy, el que te está
hablando’...” (4,25-26)27. La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad a anunciarlo (v.
28).
¿Qué la ha impactado de Jesús? Por una lado, su soberana libertad, por lo que significa
en ese contexto cultural dialogar en un lugar público con una mujer y, más aún, samaritana 28;
con estos gestos, más que con mil palabras, Jesús rompe los rígidos esquemas culturales de su
época y dignifica a la mujer. Por otra parte, ella se descubre conocida y valorada
personalmente. El Señor la identifica, sabe de sus límites y pecados: “y dijo a la gente:
‘Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice’…” (v. 29; cfr. vv. 16-19 y 39) .
La mujer ha corrido a anunciarlo. Las consecuencias de su acción es que “muchos
samaritanos de esa ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer…” (v.39). Nos dice
Carmen Bernabé:
“La mujer aparece aquí con el papel típico del discípulo-testigo en Juan: llevar a otros a Jesús para
que tratando con él y escuchándole, crean. Aquel pueblo cree por su palabra”29

25
BROWN, R.: La comunidad…; o.c.; Sígueme, Salamanca, 1983; cfr. pag. 183. Cfr. también
SCHNACKEBURG R.: o.c., pag. 492.
26
Cfr. MÍGUEZ, N.: Contexto sociocultural de Palestina, en RIBLA n° 22: Cristianismos originarios (30-70
d.C.); Quito, 1996. Pags. 26-27.
27
Para entender mejor la fuerza de esta respuesta, habría que ver lo que significa la expresión “Yo soy” en el
evangelio de Juan, como autorevelación de Jesús (cf. 6,35.41.48.51; 8,12; 10,7.9.10.11.14; 11,25; 14,6; 15,1.5),
pero, más aún, como identificación con el nombre divino que Dios mismo había dado a conocer como propio a
Moisés en el Horeb (Ex. 3,14), y con el cual lo invocaban los israelitas desde entonces. En el cuarto evangelio
Jesús frecuentemente se llama a sí mismo egô eimi -Yo soy- sin más complementos. Además de la respuesta a la
samaritana, podemos ver 8,28.58; 13,19; 18,5.6.8
28
El asombro de sus discípulos se debe, justamente, a esta situación tan anormal. Cfr. v. 27.

8
El Señor, en el diálogo misional que tiene con sus discípulos, les dice explícitamente que
la semilla de su Evangelio ya está sembrada en la cultura samaritana por acción de la mujer:
“Yo los envié30 a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes
recogen el fruto de sus esfuerzos” (v. 38).
El Papa Juan Pablo II comenta sobre este encuentro de Jesús con la samaritana en su
Carta Apostólica Mulieris Dignitatem. Nos dice:
“El modo de actuar de Cristo, el evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente
reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a
Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él ‘enseña’ y que él ‘realiza’, incluso cuando ésta es
la verdad de su propia ‘pecaminosidad’. Por medio de esta verdad ellas se sienten ‘liberadas’,
reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un ‘amor eterno’, por un amor que encuentra la
expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de la acción de Cristo su posición
social se transforma; sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se
acostumbraba a discutir con una mujer. Un ejemplo en cierto modo muy significativo al respecto, es
el de la Samaritana en el pozo de Siquem. Jesús… dialoga con ella sobre los más profundos misterios
de Dios…
Estamos ante un acontecimiento sin precedentes: aquella mujer… se convierte en ‘discípula’ de
Cristo; es más, una vez instruida, anuncia a Cristo a los habitantes de Samaría, de modo que también
ellos lo acogen con fe (4,39-42). Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuenta el modo usual
con que trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel; pero en el modo de actuar de Jesús de
Nazaret, un hecho semejante es normal…
Cristo habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas lo comprenden; se trata de una
auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe…”31

Leyendo Juan 4 podemos afirmar que el hecho de que sea la mujer la evangelizadora, la que
anuncia la Buena Noticia de Jesús, confirma un tema frecuente en el Nuevo Testamento- muy
particularmente en el cuarto evangelio- aunque luego haya sido acallado poco a poco en las
comunidades cristianas.

2-2 La confesión de fe de Marta


Juan 11 nos presenta el último y más importante de los signos -milagros- que Jesús
realiza en el cuarto evangelio32 y el que va a precipitar la decisión de matarlo (v. 53): la
29
BERNABÉ UBIETA, C.: ¿Mujeres teólogas en la comunidad joánea? En la revista Reseña bíblica n° 24,
Verbo Divino, Estella (Navarra), invierno de 1999. Cfr. pag. 46. Aclaramos que la cursiva es de la misma
autora.
30
Brown nos dice: “En 4,38 nos encontramos con uno de los más importantes usos del verbo apostéllein en
Juan. Jesús acaba de hablar de los campos que están maduros para la siega, una referencia a los samaritanos que
vienen del pueblo para encontrarse con él, debido a lo que la mujer les ha dicho (4,35, siguiendo a 4,30). Este
es un lenguaje misionero, como podemos observarlo si nos atenemos al paralelo de Mt. 9,37-38… Sea lo que
fuere lo que esto puede significar con relación a la iglesia samaritana, en este relato significa que la mujer ha
sembrado la semilla y así ha preparado el campo para la cosecha apostólica. Se puede argüir que únicamente los
discípulos varones son enviados a la siega, pero el papel de la mujer es un componente esencial de la misión
total. Hasta cierto punto ella sirve para modificar la tesis de que los discípulos varones fueron las únicas figuras
importantes en la fundación de la iglesia”. La comunidad…; o.c.; cfr. pags. 183-184.
31
JUAN PABLO II: Carta Apostólica MULIERIS DIGNITATEM sobre la dignidad y la vocación de la
mujer; Roma, Agosto de 1988. Aclaro que todo lo subrayado en el texto es del mismo documento.
32
Como afirmábamos en la nota 19, son siete en el “libro de los signos o las señales” (caps. 2-12). Preparan el
octavo y más importante, la muerte y Resurrección, signo por excelencia del amor del Padre (3,16) y del Hijo
(10,17-18; 15,13-14), por el cual el Padre glorifica al Hijo y el Hijo al Padre (17,1).

9
resurrección de Lázaro. Aquí él se revela como la Resurrección y la Vida para todo el que
crea en él (v. 25). En este contexto Juan nos relata la confesión mesiánica de Marta (vv. 20-
27).
Desde los primeros versículos se nos va adentrando en el contenido profundo del relato.
En el v. 3 se nos dice que “Las hermanas enviaron a decir a Jesús: ‘Señor, el que tú amas,
está enfermo’…” Hemos dicho que ser discípulo es una categoría primaria para la comunidad
juánica y que el discípulo por excelencia es “el que Jesús amaba”. Ahora se nos dice
explícitamente que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (v.5). Personas
reales, se han vuelto figuras paradigmáticas. Nos comenta Pablo Richard:
“Jesús comparte la revelación y la misión con aquellos a quienes ama (Jn. 15,13-15). Estos tres
constituyen en Betania la comunidad de Jesús, la comunidad de sus amigos y amigas, sus discípulos
amados. Esta comunidad, así constituida, representa igualmente la comunidad posterior del cuarto
evangelio”33.

Por otra parte, según el evangelista, Jesús mismo va a dar el sentido hondo del signo:
“Esta enfermedad no es mortal, es para gloria de Dios; para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella” (v. 4). La gloria de Dios y la gloria del Hijo son equivalentes. ¿Y en
qué consiste esa gloria? En que los discípulos crean (vv. 15.26-27.40.42.45). Y justamente el
diálogo entre Jesús y Marta refleja el proceso34 de fe que ella realiza. Nos dice Elisa Estévez:
“Marta, en apertura radical a la Palabra del Señor, se deja conducir por El hasta llegar a una
aceptación total de su misión como generadora de vida en abundancia para todos/as. Su fe va
creciendo hasta alcanzar la madurez del verdadero discípulo/a. Para ello tiene que superar conceptos
arraigados en ella desde antiguo. En un primer momento descubre que no es suficiente su fe en Jesús
como quien tiene el poder de realizar milagros (11,22). Tampoco es adecuada su fe como mujer judía
que considera la resurrección como una realidad futura (11,24). Guiada por el mismo Jesús llega a
descubrir y acoger sin reservas el núcleo de la fe cristiana: la resurrección empieza a acontecer en
Jesús mismo (“Yo soy”), y desde El es comunicada a todos los creyentes”35.

Marta espera contra toda esperanza: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no
habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te concederá todo lo que le pidas” (vv. 21-
22). Jesús quiere mover a Marta a una fe mayor en su persona. No se trata solamente de creer
-como creían muchos judíos- en la resurrección de los justos el último día. Es el propio Jesús
quien es ya, desde ahora, la resurrección y la vida. “¿Crees esto?” (v.26). La pregunta de
Jesús va dirigida a todos los cristianos.
Marta se ha vuelto una figura paradigmática. Por su boca la comunidad confiesa su fe:
“Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (v. 27).
Ella hace una importante confesión de fe, que es la misma que hace el discípulo amado como
33
RICHARD, P.: o.c.; cfr. pag. 12.
34
Nuevamente, como en el caso de los primeros discípulos (1,35-51; 2, 11), de Nicodemo (cap. 3), de la
samaritana (cap. 4), del ciego de nacimiento (cap. 9), la fe es presentada por el evangelista como un proceso de
encuentro con Jesús, que él va guiando para hacer cada vez más profundo.
35
ESTÉVEZ, E.: o.c.; cfr. pags. 92-93.

10
autor del cuarto evangelio: “Estas (señales) han sido escritas para que ustedes crean que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios…” Pero más aún, la confesión de fe de Marta
corresponde a la fe de Pedro en la tradición apostólica: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
Vivo” (Mt. 16,16; Mc. 8,29; Lc. 19,20), una confesión que le valió la alabanza de Jesús,
porque había sido una afirmación que reflejaba la revelación divina (Mt. 16,17) 36. Nos dice
Elisa Estévez:
“La confesión que Pedro hizo en Cesarea le valió el ser llamado ‘dichoso’ por Jesús y el ser
reconocido por la Iglesia naciente con autoridad. El cuarto evangelista no pretende negar este
reconocimiento, sino que resitúa a Pedro colocándolo en la fila de los seguidores de Jesús. Su
importancia vendrá dada, no por la autoridad, sino por su adhesión a una persona. Marta, una mujer
trabajadora (12,2), destaca por su gran fe, y su experiencia marca el camino para quien quiera seguir
al Señor. Su condición de mujer no la excluye de ser reconocida como modelo de fidelidad para los
creyentes. Sin embargo, ¿por qué la Iglesia posterior restó importancia a la confesión de fe de esta
mujer, cuando es la misma que los sinópticos ponen en boca de Pedro ?”37.

Es una pregunta que implica un desafío: el tomar conciencia de las veces que las mujeres
hemos sido olvidadas o silenciadas y el cambio de actitudes que este reconocimiento implica,
fundamentalmente por parte de las mismas mujeres.

2-3 María -amiga- unge los pies de Jesús


Los episodios que siguen al relato de la resurrección de Lázaro señalan el proceso que se
ha desencadenado a continuación: Jesús tiene que morir. Ha cambiado su vida por la de
Lázaro38. La escena más significativa en este sentido es la unción de María, la amiga de
Jesús, que en la versión joanina está totalmente impregnada de la presencia de Lázaro
resucitado (12,1-8; cfr. Mt. 26,6-13 y Mc. 14,3-9).
El ambiente que se respira en el cuarto evangelio es un ambiente pascual. No sólo porque
en el pasaje anterior se nos habla de la conspiración contra Jesús y de la decisión tomada -“A
partir de ese día resolvieron que debían matar a Jesús” (11,53)-, sino también por el pasaje
que le sigue, la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, que está ubicada “al día siguiente”
(12,12ss.), y que confirma la impresión y la decisión de los fariseos que “se dijeron unos a
otros: ‘¿Ven que no adelantamos nada? Todo el mundo lo sigue’…” (19).
Para centrarnos en nuestro tema, ubiquemos quién es esta mujer, María de Betania.
Comenzamos aclarando que, a pesar de que realizan los mismos gestos, ésta no es la pecadora
de Lucas 7,36-50, sino la amiga de Jesús, hermana de Marta y Lázaro, “a quienes Jesús

36
En la tradición juánica, las afirmaciones de fe reservadas a Pedro nunca alcanzan el nivel de esta mujer amiga-
discípula de Jesús. En Juan 6,68-69 Pedro confiesa a Jesús siguiendo el modelo del Mesías que esperaban los
judíos: “Nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
37
ESTÉVEZ, E..: o.c.; cfr. pag. 93. Ver también Pablo Richard, o.c.: pag. 13.
38
En efecto, al resucitarlo Jesús sellaba su condenación a muerte. Para que Lázaro tuviera vida, Jesús sube
conscientemente hacia su pasión (cfr. 11,8.16).

11
amaba” (11,5). En 11,2 ya se nos decía “María era la misma que derramó perfume sobre el
Señor y le secó los pies con sus cabellos”. Es curioso que este relato de la unción sólo
aparezca más tarde en el evangelio (12,1ss.), lo que nos hace suponer que el autor hace aquí
alusión a una tradición ya conocida en el ambiente joánico 39. Las dos hermanas nos son
conocidas por Lucas 10,38-42. En Lucas, María estaba a los pies de Jesús mientras Marta
servía40. En Juan, María está sentada en casa (11,20), pero luego cae a los pies de Jesús
(11,32). En 12,2 se nos dice que “Marta servía y Lázaro era uno de los comensales”. María
entra en escena y “tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con
él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (v. 3). Este pasaje se diferencia de la mayoría
de los relatos de Juan donde aparecen mujeres ya que aquí no aparece ningún diálogo entre
Jesús y la mujer. Nos dice Alicia Estévez:
Sólo nos queda el gesto realizado por ella como palabra reveladora… El amor de Jesús,
experimentado por esta mujer en distintas ocasiones y, de un modo singular, en la resurrección de su
hermano Lázaro, la mueve a realizar un gesto gratuito de amor. ‘Ella encarna a todos los que aman a
Jesús con corazón sincero y agradecido’. El amor como vinculación personal con Jesús es la seña de
los auténticos discípulos. La unión es tan profunda que, con este gesto, María anticipa el hecho
fundante de la fe de la Iglesia: la muerte y resurrección del Hijo amado del Padre” 41

María no habla, pero la unión con Jesús es tan profunda que él la entiende y nos da la
clave de interpretación de su gesto: éste anuncia proféticamente su sepultura (v. 7).
El evangelista nos narra, además, que María unge los pies de Jesús y los seca con sus
cabellos (v. 3), algo semejante a lo que hace Jesús en 13,5 cuando lava los pies de los
discípulos. Jesús dice que éstos lo llaman “Señor” y “Maestro” 42 y que realmente lo es. Y
agrega: “Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben
lavarse los pies unos a otros” (13,14). Con su gesto, María se ha adelantado a realizar lo que
Jesús pedirá a sus seguidores: los discípulos deben ser en la comunidad servidores. Nos dice
Pablo Richard:

39
Nos comenta Brown: “En 11,1-2 Lázaro es identificado por su relación con María y Marta. La razón para esto
puede ser que las dos mujeres eran conocidas en la tradición más extendida del evangelio (Lc. 10,38-42)
mientras que Lázaro es un carácter peculiar juánico (al menos como figura histórica; cfr. Lc. 16,19-31), que es
introducido en el evangelio por una relación familiar con María y Marta”. La comunidad…; o.c.; cfr. pag. 187,
nota 17.
40
Si bien nuestro tema se centra en el evangelio de Juan, nos parece interesante destacar que frecuentemente se
lee el pasaje de Lucas ubicando y oponiendo a las dos mujeres como modelos de “vida activa” y “vida
contemplativa”. No nos convence esta interpretación. Coincidimos en cambio con la de Rosemary Radford
Ruether: “Los evangelistas…reflejan la innovación del movimiento cristiano primitivo que incluye a las mujeres
en iguales condiciones entre quienes quieren estudiar la Torá de Jesús. Con las palabras ‘María ha elegido la
mejor parte y no le será quitada’, Jesús justifica esta práctica en el relato de María y Marta, al defender el
derecho de María a estudiar en el círculo de los discípulos que se han formado alrededor del rabino Jesús…” El
sexismo y el discurso sobre Dios: imágenes masculinas y femeninas de lo divino”, en Del cielo a la tierra: una
antología de teología feminista; Ediciones Sello Azul, Santiago, Chile, 1994; Cfr. pag. 143.
41
ESTÉVEZ, E.: o.c.; cfr. pag. 94.
42
Curiosamente en 11,28 Marta llama a Jesús “Maestro” y en 11,32 María lo llama “Señor”.

12
“En la comunidad del discípulo amado no hay Señores y Maestros. Jesús se ha hecho servidor con
los discípulos, como María se ha hecho servidora con Jesús. Los discípulos deben ser servidores como
María y como Jesús”43.

Para terminar con el comentario de este pasaje, quiero recordar que el evangelista destaca
que cuando María ungió los pies de Jesús, “la casa se impregnó con la fragancia del
perfume” (v.3)44. En el capítulo 11 Lázaro llevaba consigo, en la tumba, el olor de la muerte
que había triunfado sobre él (v. 39). Por el contrario, cuando el perfume del amortajamiento
tocó el cuerpo de Jesús, llenó la casa de un olor maravilloso. El cuerpo de Jesús se librará del
dominio de la muerte, de la corrupción del sepulcro (cfr. Hech. 2,24.27.31). Lázaro es sólo
una figura, un anticipo. La realidad se dará en Jesús, que ha vencido para siempre a la
muerte. Con su gesto gratuito de amor, quizás sin buscarlo, María ayudó a revelar esta
realidad plena anticipadamente.

2-4 María Magdalena: evangelista de la resurrección


Como hicimos con María de Betania, queremos comenzar ubicando quién es esta mujer.
Y partimos afirmando que ha sido tan distorsionada en las Iglesias cristianas que
frecuentemente es muy difícil identificarla45. Como nos dice Karen King:
“María de Magdala es conocida en la imaginería y tradición populares de Occidente como una
prostituta arrepentida, como la adúltera a la que Jesús salvó de los hombres que intentaban lapidarla, y
como la mujer pecadora cuyas lágrimas de arrepentimiento lavaron los pies de Jesús a modo de
preparación para su enterramiento. Sin embargo, nada de esto es históricamente exacto. Nada hay en
el Nuevo Testamento ni en la primitiva literatura cristiana que aporte un atisbo de prueba que apoye
este retrato”46.

Ahora bien, ¿qué nos dice explícitamente los evangelios de ella? 47 Que había
seguido a Jesús desde Galilea (Mc. 15,40-41; Lc. 8,2 48), es decir, desde los comienzos de su
predicación, en un discipulado itinerante. Que Jesús la sanó de “siete demonios” (Mc. 16,9;
Lc.8,2), expresión que no significa que fuese pecadora, sino muy enferma 49. Todos los
43
RICHARD, P.: o.c ; cfr. pag. 13.
44
Al respecto comenta Rudolf SCHNACKENBURG: “La observación complementaria de que toda la casa se
llenó del aroma del perfume refuerza la impresión de un hecho extraordinario… Para el evangelista todo el
cuadro del perfume costoso, de la unción de los pies y del buen olor, debe poner de relieve la soberanía de Jesús,
que justamente recibe este honor antes de su muerte. Corresponde a la honrosa sepultura después de su muerte
(19,39s)”. O.c., tomo II; cfr. pag. 454.
45
Sobre las distintas imágenes de María Magdalena a lo largo de la historia de la Iglesia cfr. el detallado estudio
de Susan HASKINS: María Magdalena. Mito y Metáfora; Herder, Barcelona, 1996.
46
KING, K.: Canonización y marginación: María de Magdala. En Revista Concilium, n°276: Las Escrituras
Sagradas de las mujeres; Verbo Divino, Estella (Navarra), Junio de 1998. Cfr. pag. 379.
47
Para un estudio detallado de los textos bíblicos en los que aparece María Magdalena cfr. HASKINS, S.: o.c.
pags. 25-31.
48
Lucas sugiere que estas mujeres disponían de fondos personales, que acompañaron a Jesús durante su
ministerio -en su época algo totalmente revolucionario- y que lo apoyaban con sus propios recursos.
49
Los antiguos veían en muchos desórdenes físicos y mentales del hombre un influjo de espíritus malos,
demonios, espíritus impuros. Hoy podemos decir que encarnan los poderes y estructuras opresivas que se
oponen a los deseos de Dios para los hombres. Jesús vino a liberar al hombre del mal en todas sus
manifestaciones. Éste es otro signo más de que con su presencia el Reino de Dios es una realidad en medio de

13
evangelios nos dicen que estuvo presente en la crucifixión y en la sepultura: al pie de la cruz,
junto a María y el Discípulo Amado, según Juan (19,25); de lejos, según los sinópticos (Mc.
15,40-41; Mt. 27,55-56; Lucas nos lo sugiere cuando nos habla de “las mujeres que le habían
seguido desde Galilea”, 23,49; cfr. 24,9-10 y 8,2). Estos tres evangelios mencionan a María
Magdalena en primer lugar en su relato sobre el sepulcro vacío que fue descubierto por las
mujeres (Mc. 16,1; Mt. 28,1 y Lc. 24,10; cfr. Jn. 20,1-2). Es presentada como la primera que
tuvo el privilegio de ver al Señor resucitado y hablar con él (Mc. 16,9; Jn. 20,11-18) 50.
Refiriéndose a estos hechos, nos dice Rafael Aguirre:

“Hay que notar que son precisamente estos hechos -la muerte de Jesús, la sepultura, la
resurrección y su aparición- los que se confiesan en el credo cristiano más primitivo (1Cor. 15,3-5)
…”51

Ella es la única persona que aparece en todos los evangelios en los


acontecimientos pascuales; sobre su presencia parece no haber existido ninguna duda en la
primitiva tradición cristiana. Tanto es así que en la liturgia del Domingo de Pascua la Iglesia
la nombra explícitamente en la secuencia que se lee antes del Evangelio: “…Dinos, María
Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del
Señor resucitado… Ha resucitado Cristo, mi esperanza…”
Dicho todo esto, podemos preguntarnos (y respondernos) con Karen King:
“¿Cómo hemos de entender y explicar estos retratos diferentes, la simultánea canonización de
María como discípula destacada, y su marginación como prostituta arrepentida?
La respuesta más simple es que el problema surgió debido a una exégesis equivocada… Quizás
podamos ver esta confusión como un simple error; después de todo, hay muchas Marías a las que
situar en su puesto… Pero la simplicidad de esta respuesta es engañosa. Las Iglesias ortodoxas
orientales, después de todo, nunca cometieron este error. Incluso en Occidente, estas conexiones no
se hicieron hasta una fecha relativamente tardía. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos no
sabían nada de María como prostituta; la mencionaban principalmente como testigo importante de la
resurrección”52.

Parecería que el hecho de que en el Nuevo Testamento aparezcan tantas “Marías” (María
la Madre de Jesús, María de Magdala, María de Betania, María la mujer de Cleofás -tía de
Jesús-, María la madre de Santiago el menor y de José) y varias mujeres sin nombre (como la
mujer que unge a Jesús en Mc. 14,3-9, o la pecadora en Lc. 7,36-50 y en Jn. 8,1-11) llevó a

los hombres (cfr. Mc. 1,23-27.32-34.39; 5,1-20; 7,24-30; Mt. 9,33-34; 12,22-28 -queremos destacar
especialmente el v. 28: “Porque si yo expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que
el Reino de Dios ya ha llegado a ustedes”-; 17,14-18; Lc. 4,31-37; 7,18-23; 13,32; Hech. 10,37-38). Sobre este
tema es interesante el artículo de ÁLVAREZ VALDEZ, A.: ¿El diablo y el demonio son lo mismo?; en Revista
bíblica, Nueva Época, Bs. As.; 1995/4.
50
Nos dice Brown: “La tradición de que Jesús se apareció primeramente a María Magdalena tiene gran
probabilidad de ser histórica: él recordaría en primer lugar a esta representante de las mujeres que no le habían
abandonado durante la pasión. La prioridad dada a Pedro en Pablo y en Lucas, es una prioridad entre los que
llegaron a ser testigos oficiales de la resurrección. El lugar secundario atribuido a la tradición de una aparición a
una mujer probablemente refleja el hecho de que las mujeres no servían al principio como predicadoras oficiales
de la iglesia”. Cfr. La comunidad…; o.c.; pag. 185, nota 11.
51
AGUIRRE, R.: La mujer en el cristianismo primitivo, en el Nuevo Diccionario de Mariología, Paulinas,
Madrid, 1988. Cfr. pag 1410. Es interesante que en este texto, precisamente, Pablo ha callado ya la presencia de
las mujeres, fundamentalmente de María Magdalena.
52
KING, K.: o.c.; cfr. pags. 380-381.

14
los exégetas a una composición-imaginación no tan inocente 53: María Magdalena es la gran
pecadora perdonada.
Cuando miramos textos extra-canónicos, como los evangelios apócrifos54 de Tomás o de
Felipe o de María Magdalena, como el Diálogo del Salvador o la Sofía de Jesucristo55, éstos
complementan la imagen de los evangelios canónicos y dejan ver la importancia de María
Magdalena en la primitiva tradición cristiana. Algunos la consideran tan grande como la de
los apóstoles. Se llega a nombrarla como “apóstol de los apóstoles”56.

Dicho todo esto, vayamos a nuestro texto, Juan 20,11-18, el encuentro con Jesús
resucitado. El evangelista nos presenta la búsqueda de María Magdalena; una búsqueda que
nace del amor profundo que esta mujer siente hacia su Señor(v. 13). Jesús se deja encontrar
por ella y le revela el significado profundo de su glorificación y filiación divina, así como de
las nuevas relaciones fraternas inauguradas en su persona (v. 17). En definitiva, es presentada
como la discípula fiel que busca al Señor y lo encuentra. Su tristeza se convirtió en una
“alegría que nadie le podrá quitar”, como la mujer en la hora del parto (16,21-22).
Hay en el relato algunos elementos que nos interesa señalar particularmente. María
Magdalena aparece con un gran protagonismo. Si leemos también 20,1-3, vemos que los
verbos utilizados son de mucha acción: ella va, viene, ve, corre, dice, se asoma, anuncia De
estos verbos hay uno que se repite numerosas veces: “ver”. Nos interesa destacarlo

53
Hago esta afirmación por las consecuencias que trajo esta imagen distorsionada. Nos dice K.King: “…el
retrato de la pecadora arrepentida fue inventado para contrarrestar un retrato anterior, y lleno de fuerza, de María
como profetisa visionaria, discípula ejemplar y líder apostólica” ; o.c.; pag. 382. Elisa Estévez se hace la misma
pregunta; son interesantes sus respuestas: “¿Cómo es posible que la Iglesia haya relegado siempre a un segundo
plano a esta mujer a quien Jesús privilegió haciéndola mensajera de una realidad decisiva para el caminar de la
primera comunidad? En realidad nos topamos con diversas causas. Algunas en razón de la secular
infravaloración de la mujer. Y otras en razón del uso que los ambientes gnósticos hicieron de este Evangelio, y
en particular de este texto. María Magdalena llegó a ser considerada como ‘el testigo más destacado de la
enseñanza del Señor resucitado’. Creemos que el miedo de la iglesia naciente a identificarse con pensamientos
heréticos pudo influir, entre otras razones, para relegar a esta figura femenina, por otra parte, tan central en la
tradición del Discípulo Amado”. Cfr. o.c., pag. 96.
54
El término “apócrifo” tiene un tinte peyorativo, negativo: muchas veces es entendido como sinónimo de falso.
Si bien es literatura “extra-canónica”, es decir, no entra dentro del Canon de los libros reconocidos por la Iglesia
como inspirados por Dios, esto no quita su valor de valioso testimonio de esa etapa. Cfr. el artículo de Joanna
Dewey: De las historias orales al texto escrito; en Revista Concilium, n°276: Las Escrituras Sagradas de las
mujeres; Verbo Divino, Estella (Navarra), Junio de 1998. También el punto I-4 y el II-6 del artículo de Rafael
Aguirre “La mujer en el cristianismo primitivo”; o.c. Cfr. pag. 1405.
55
Para un estudio detallado de estos evangelios cfr. PIÑERO, A. y otros: Textos gnósticos. Biblioteca de Nag
Hammadi II. Evangelios, hechos, cartas; Trotta, Madrid, 1999. También de LELOUP, J.Y.: El Evangelio de
María. Myriam de Magdala; Herder, Barcelona, 1998.
56
El uso del término “apóstol” a propósito de María Magdalena es frecuente en la famosa vida del siglo IX
escrita por Rábano Mauro, De vita beatae,Mariae Magdalenae: Jesús hizo de ella la apóstol de los apóstoles (PL
112.1474B) y ella no tardó en ejercitar el ministerio del apostolado con el que había sido honrada (1475A);
evangelizó a sus compañeros apóstoles con la buena nueva de la resurrección del Mesías (1475B); fue elevada al
honor del apostolado e instituida evangelista de la resurrección (1479C). Cfr. también SANTO TOMÁS DE
AQUINO: In Ioannem Evangelistam Expositio, c. XX, L.III, 6, De. Parmens. X, p. 629.

15
particularmente porque implica un lenguaje testimonial. Es el lenguaje que se utiliza también
en I Jn. 1,3: “Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes…” En este
sentido, podríamos hablar de María Magdalena como testigo privilegiada de la resurrección.
Al respecto, Elisa Estévez distingue entre el Discípulo Amado como “testigo del
acontecimiento” y María como “testigo de la persona”. Nos dice:
“Nos interrogamos por la relación, descrita en el contexto precedente (20,1-9), de María
Magdalena con Pedro y el Discípulo Amado. Por una parte, María Magdalena parece reconocer la
autoridad de estos dos hombres en la primera comunidad, puesto que aun llegando primero al sepulcro
y viendo rodada la piedra no entra, sino que va a comunicárselo a ellos (20,1-2). Pero, por otra, no es
a ellos a quienes es concedido el encuentro con el resucitado, sino solamente a ella. Del Discípulo
Amado se dice que vio y creyó (20,8). El es testigo del acontecimiento de la resurrección; sin embargo
ella es testigo de la persona del resucitado (20,16); y por eso puede anunciarlo, y alentar de este modo,
a la comunidad replegada por el miedo a los judíos (20,19).
A María le es concedido este regalo porque permaneció a la espera del encuentro. El deseo tan
fuerte de El la condujo en medio del dolor (20,11) y la ignorancia (20,13) a continuar la búsqueda
hasta que hallara al amor de su vida (Ct. 3,1-4)”57.

En cuanto a nuestro texto, vemos que en un comienzo María confunde a Jesús con el
hortelano; lo reconoce luego por la manera en que Jesús pronuncia su nombre: “María” 58.
¡Cómo la habrá nombrado el Señor!; ¡con qué matices únicos habrá resonado esa voz en el
corazón de esta mujer!
Por su parte, cuando María reconoce al Señor lo llama “Rabboní”, que en hebreo
significaba “Señor mío”, tratamiento que se reservaba a los maestros -podría ser traducido
como “maestro mío”-; también podía ser usado por la mujer dirigiéndose al marido. Según
Mateos y Barreto, se combinan así los dos aspectos de la escena, el lenguaje nupcial 59 como
expresión del amor que une a Jesús con la comunidad; pero también un amor que es
concebido en términos de discipulado, es decir, de seguimiento 60. Respondiéndole “Rabboní”
María se reconoce a sí misma como discípula.
El pasaje concluye con estas palabras: “María Magdalena fue a anunciar a los discípulos
que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (v. 18). En el evangelio de

57
ESTÉVEZ, E.: o.c. Cfr. pag. 95
58
Este versículo nos recuerda a Jn. 10,2-4 .14.16 en donde Juan compara a los discípulos de Jesús con ovejas
que conocen la voz de su pastor cuando las llama por su nombre.
59
En su obra El Evangelio de Juan tratan más extensamente esta imagen de María Magdalena como figura
esponsal de la comunidad. Leemos: “La figura femenina que representa a la comunidad, en cuanto esposa de
Jesús, es la de María Magdalena, que aparece por primera vez al pie de la cruz, en paralelo con el discípulo
(19,25-27) y constituirá con Jesús la nueva pareja primordial que da comienzo a la humanidad nueva (20,11ss)”.
Cfr. Pag. 25. Algunos exégetas y teólogos ven esta afirmación de que María Magdalena constituya junto a Jesús
“la nueva pareja primordial” como demasiado exagerada, más aún cuando en la patrística frecuentemente se le
ha reservado este lugar a María, la Madre de Jesús. Al respecto se puede leer en el artículo de E. TONIOLO:
Padres de la Iglesia, en el Nuevo Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid, 1988, lo referido a Hipólito de
Roma (+ 232), cfr. pag. 1524; y Cirilo de Jerusalén (+387), cfr. pag. 1530-1531.
60
MATEOS, J. y BARRETO, J.: El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético;
Cristiandad, Madrid, 1992. Cfr. pag. 860.

16
Juan no existe ninguna insinuación de que su palabra fuera puesta en duda (cfr., en cambio,
Mc. 16,11 y Lc. 24, 10-11). El episodio continúa con la aparición de Jesús a los discípulos y
al incrédulo Tomás (Jn. 20,19-29). María Magdalena aparece, entonces, como una testigo
digna de confianza y como la primer testigo del sepulcro vacío y del Señor resucitado,
acontecimientos fundantes y fundamentales de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia.
Por último, para terminar con el comentario sobre Juan 20,11-18, recordemos que el
relato nos presenta a María Magdalena con las mismas credenciales con que Pablo justifica su
apostolado: por un lado, nos narra su encuentro personal con el resucitado y, por otro, el
encargo que recibe de El de anunciarlo a los hermanos. Además, el relato nos trae una
versión distinta sobre las apariciones del resucitado. Todo esto es fundamental para la función
“apostólica”. Al respecto Brown nos dice:
“En la mente de Pablo, esenciales para el apostolado eran dos componentes, a saber, el haber
visto al Jesús resucitado y el haber sido enviado para proclamarle; ésta es la lógica implícita en I Cor.
9,1-2; 15,8-11; Gál. 1,11-16. Una clave de la importancia de Pedro en el apostolado fue la tradición de
que él había sido el primero que vio a Jesús resucitado (I Cor. 15,5; Lc. 24,34). Más que cualquier
otro evangelio, Juan revisa esta tradición… En Juan (y en Mateo), María Magdalena es enviada por el
mismo Señor resucitado, y lo que ella proclama es el anuncio apostólico de la resurrección: ‘he visto
al Señor’. En realidad, ésta no es una misión para todo el mundo; pero María Magdalena está muy
cerca de cumplir las exigencias básicas paulinas del apóstol; y es ella, y no Pedro, la que es la primera
en ver a Jesús resucitado”61.

Dicho todo esto, se nos confirma el título con que presentamos Jn. 20,11-18: María
Magdalena, evangelista de la resurrección.

Concluyendo: mujeres discípulas, presencia e igualdad.


¿Qué nos queda como fruto de lo investigado? En primer lugar queremos afirmar un
aspecto fundamental: la presencia de las mujeres en el cuarto evangelio. Su autor ha
diseminado a lo largo de todo el evangelio ricos pasajes referidos a mujeres, lo que nos
permite suponer que en la vida misma de la comunidad joánea esta presencia era también una
realidad62.
Pero más aún, destacamos cómo caracteriza el evangelista esta presencia: como una
presencia siempre positiva y activa en orden a la evangelización. Quizá esta afirmación se
61
BROWN, R.: La comunidad…; o.c. Cfr. pags. 184-185.
62
Es una presencia tan clara que Carmen Bernabé Ubieta llega a sugerir la posibilidad de que algunas mujeres
hubieran participado en el proceso de redacción del evangelio. Nos dice: “Tanto R.A. Culpepper como R. Brown
parecen estar de acuerdo en atribuir un papel importante a la comunidad en el proceso de composición del
evangelio de Juan… Los dos autores coinciden en que al menos un círculo de la comunidad se dedicó al estudio
de las Escrituras, de las palabras de Jesús, y a su iluminación mutua llegando a dar una forma literaria a las
tradiciones recibidas que llegarían a formar la base del Evangelio. Es en esta tarea y en este círculo donde, con
gran probabilidad, hubo también mujeres con un papel importante”. O.c., cfr. pag. 51. Creemos que es una
afirmación muy difícil de probar, más aún porque los testimonios de las primeras mujeres escritoras son de
siglos posteriores. No obstante nos queda como pregunta: ¿por qué tantos y tan ricos escritos sobre mujeres en el
evangelio de Juan?; ¿reflejará memorias de las mismas mujeres?

17
entienda mejor si comparamos el evangelio de Juan con los sinópticos. Si bien se dice
frecuentemente que Lucas es el evangelista de las mujeres, y hay motivos para esto dado la
abundancia y riqueza de pasajes referidos a ellas en el tercer evangelio 63, sin embargo, en los
Sinópticos se acentúa más que nada que ellas son receptoras de gestos de sanación o de
perdón por parte de Jesús64, y la actitud de las mujeres es, entonces, más pasiva 65. En el cuarto
evangelio, en cambio, más que ser ayudadas por Jesús, el autor destaca que ellas ayudan a
Jesús en el descubrimiento y realización de su misión, de la evangelización, de su obra
mesiánica66. Por todo esto nos referimos a las mujeres
“como protagonistas de largas narraciones teológicamente importantes, situadas en lugares clave del
desarrollo literario y teológico de la obra de Juan… Las funciones de las mujeres que aparecen en el
evangelio de Juan son cruciales para la vida de la comunidad: son testigos, discípulas, cuyo testimonio
lleva a otros a Jesús y a la fe.
Así pues, los roles en los que son presentadas las mujeres en el cuarto evangelio son de testimonio,
responsabilidad, y se adivina un cierto liderazgo, representatividad, discipulado, misión. Aparecen
con un papel activo en la vida comunitaria, sea en cuanto a misión o en cuanto a reflexión” 67.

Podemos afirmar, entonces, que es una presencia positiva que supone pertenencia,
conciencia de formar parte de la comunidad, lo que lleva a un involucrarse activa y
responsablemente en la vida de la misma. Todo esto es posible porque en la comunidad
joánea las mujeres son discípulas, realidad que quizás no sea tan obvia en otros escritos
neotestamentarios. Y sabemos lo que significa el discipulado para el cuarto evangelio: es el
modo de manifestar la fe en Jesús, el enviado del Padre, y lo que funda la vida de la
comunidad.
Por último, y para terminar, podemos afirmar un aspecto central en la eclesiología
juánica: la presencia de las mujeres es de corresponsabilidad porque en esta comunidad se
vive un discipulado de iguales. Si la categoría fundamental para ellos era la de discípulo,
según Brown

63
Cfr. SICRE, J.L.: El Quadrante. Introducción a los evangelios. Tomo I: la Búsqueda, Verbo Divino, Estella
(Navarra), 1996. Pag. 200. Sin embargo, actualmente hay algunos exégetas que discuten esta imagen tan
difundida. Nos dice Rafael Aguirre: “Contra lo que se suele pensar con frecuencia, Lucas es el sinóptico más
hipotecado por una redacción androcéntrica”. O.c. cfr. nota 16, pag. 1423.
64
Cfr. SEIBERT CUADRA, U.: La Salvación se hace cuerpo: mujer y sanación en los evangelios. En Revista
Con-spirando, Santiago, Chile, Dic. 1995. Cfr. pags. 43-45.
65
Salvo excepciones, como por ejemplo, la imagen de María en Lucas (caps. 1-2), o las de las discípulas que
acompañaban a Jesús (Lc. 8,1-3), la de la hemorroísa que va en busca de Jesús y confiesa públicamente sus
gestos de confianza (8,43-48), la de la sirofenicia que logra por su fe la curación de su hija (Mc. 7,24-30).
66
Además de los textos ya trabajados, queremos recordar aquí los referidos a “la Madre de Jesús”, como llama
Juan a María. Su intercesión en Caná hizo que Jesús convirtiera el agua en vino. El evangelista nos dice: “Así,
en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales, manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él...”
(2,11). Y en 19,26 nos relata: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su
madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’...” La comunidad que está naciendo en la Cruz, simbolizada por el discípulo
amado, recibe a María como Madre por explícito mandato del Señor. Juan nos dice expresamente: “Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (v. 27)
67
BERNABÉ UBIETA, C.: o.c. Cfr. pags. 50 y 51.

18
“no hay indicios de que otros cargos o carismas otorguen cierto estatus (sic). En otras iglesias del NT,
bien sea que se complazcan en los carismas (apóstoles, profetas, maestros, etc., en I Cor 12,28), o bien
que hayan desarrollado una serie de cargos estables (presbíteros, obispos y diáconos en las
Pastorales), descubrimos siempre una tendencia a primar un carisma u oficio sobre otro. Este
desarrollo es en parte, consciente o inconscientemente, una imitación de las sociedades seculares y, al
igual que éstas, llegan inevitablemente a equipararse la prioridad por el valor… Este intento está
ausente en el Cuarto Evangelio; la ambición no entra en juego si todos son discípulos y la prioridad o
el estatus (sic) lo da el amor de Jesús”68.

Las consecuencias son obvias: el compromiso es asumido corresponsablemente por


varones y mujeres. No hay discriminaciones en razón del sexo.
A pesar de todo esto, no podemos ser ingenuos y dejar de ver las consecuencias también
negativas que este igualitarismo produjo en la comunidad joánea. Brown habla de “trágicos
efectos secundarios”69 que se muestran sobre todo en las rupturas y conflictos internos, los
que se ven reflejados en las Epístolas juánicas70.
Sin embargo, si queremos vivir un cristianismo que se sustente sólidamente en una vuelta
a las fuentes, según el espíritu del Concilio Vaticano II, no podemos desconocer, ni mucho
menos silenciar, el testimonio neotestamentario de esta polifacética experiencia de las iglesias
que los apóstoles nos dejaron, de los cuales la comunidad joánea es una voz.
Comenzamos este trabajo con una cita de Raymond Brown al que mencionamos como un
referente fundamental en nuestros estudios sobre San Juan. Queremos también terminar con
sus palabras:
“Ya hablé anteriormente de la samaritana a la que Jesús se le reveló como la fuente de la vida y el
Mesías, una mujer que, en una función misionera, atrajo a muchos hombres con la fuerza de su
palabra. En la escena de 4,27 se nos dice que cuando los discípulos varones de Jesús le vieron
hablando con ella, se quedaron sorprendidos de que tratara de un modo tan abierto con una mujer. Al
investigar la evidencia del cuarto evangelio, uno se ve sorprendido al comprobar hasta qué punto en la
comunidad juánica los hombres y las mujeres se hallaban en un nivel igual en el rebaño de Dios. Esta
parece haber sido una comunidad en la que, en lo referente al seguimiento de Cristo, no existía
diferencia entre varones y hembras, un sueño paulino (Gál. 3,28) que no se consiguió plenamente en
las comunidades paulinas. Pero incluso el mismo Juan nos dejó una curiosa nota sin completar: los
discípulos, sorprendidos por la relación abierta de Jesús con una mujer, se atreven a preguntarle
todavía: ¿qué deseas de una mujer? (4,27). Esta puede muy bien ser la pregunta cuyo momento ha
llegado a la iglesia de Jesucristo”71.

Que el kairós del inicio del tercer milenio nos haga permeables a esta pregunta que tantos
desafíos plantea hoy a la Iglesia.

Córdoba, Agosto del 2000

Lic. Lucía Riba de Allione


68
BROWN, R.: Las iglesias…; o.c. Cfr. pag. 99.
69
Idem.
70
Idem. Cfr. pags. 110-120. Creemos que estas páginas pueden iluminar fecundamente los diálogos ecuménicos
de nuestras Iglesias.
71
BROWN, R.: La comunidad…; o.c. Cfr. pag. 192.

19
Bibliografía consultada
 AGUIRRE, R.: La mujer en el cristianismo primitivo. En el Nuevo Diccionario de
Mariología, Paulinas, Madrid, 1988.
 ÁLVAREZ VALDEZ, A.: ¿El diablo y el demonio son lo mismo?; en Revista bíblica,
Nueva Época, Bs. As.; 1995/4.
 BALZ, H. y SCHNEIDER, G.: Diccionario exegético del Nuevo Testamento, Sígueme,
Salamanca, 1998.
 BARRIOLA, M.A.: Bendita tú entre las mujeres. Una femineidad insólita al servicio de la
fe común. En Teología, revista de Teología de la UCA, Bs. As., N° 53, 1989.
 La mujer en la Sagrada Escritura. En Actas de las III Jornadas de
Teología, Filosofía y Ciencias de la Educación, Córdoba, 1995.
 BERNABÉ UBIETA, C.: ¿Mujeres teólogas en la comunidad joánea? En la revista
Reseña bíblica n° 24, Verbo Divino, Estella (Navarra), invierno de 1999.
 BROWN, R.: El Evangelio según Juan, Cristiandad (dos tomos), Madrid, 1979.
 La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica; Sígueme,
Salamanca, 1983.
 Las iglesias que los apóstoles nos dejaron; Desclée de Brouwer, Bilbao, 1990 (2°).
 COENEN, L., BEYREUTHER, E. y BIETENHARD, H.: Diccionario teológico del
Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1983.
 DEWEY, J..: De las historias orales al texto escrito. En Revista Concilium n°276: Las
Escrituras Sagradas de las mujeres; Verbo Divino, Estella (Navarra), Junio de 1998.
 DODD, C.H. : Interpretación del cuarto evangelio; Cristiandad, Madrid, 1978.
 ESTÉVEZ, E.: “La mujer en la tradición del discípulo amado”, en RIBLA n°17: La
tradición del discípulo amado. Cuarto evangelio y cartas de Juan; Edit. DEI, Costa
Rica, 1994.
 GONZÁLEZ FAUS, J.I.: Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio
eclesial; Sal Terrae, Santander, 1989.
 HASKINS, S.: María Magdalena. Mito y Metáfora; Herder, Barcelona, 1996.
 JUAN PABLO II: Carta Encíclica REDEMPTORIS MATER sobre la Bienaventurada
Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina; Roma, Marzo de 1987.
 Carta Apostólica MULIERIS DIGNITATEM sobre la dignidad y la
vocación de la mujer; Roma, Agosto de 1988.
 KAREN KING: Canonización y marginación: María de Magdala. En Revista Concilium
n°276: Las Escrituras Sagradas de las mujeres; Verbo Divino, Navarra, Junio de 1998.
 LELOUP, J.Y.: El Evangelio de María. Myriam de Magdala; Herder, Barcelona, 1998.
 LONA, H.E.: Los malentendidos en el cuarto evangelio. En revista ANATÉLLEI del
Centro de estudios filosóficos y teológicos, Córdoba, año 1, n° 1, Junio de 1999.
 Evangelio de Juan. El relato. El ambiente. Las enseñanzas; Claretianas,
Bs. As., 2000.
 MATEOS, J. y BARRETO, J.: Vocabulario teológico del Evangelio de Juan;
Cristiandad, Madrid, 1980.
 El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético,
Cristiandad, Madrid, 1992.
 MÍGUEZ, N.: Contexto sociocultural de Palestina, en RIBLA n° 22: Cristianismos
originarios (30-70 d.C.); Quito, 1996.

20
 NAVARRO PUERTO, M. y otras: 10 mujeres escriben Teología; Verbo Divino, Estella
(Navarra), 1993.
 NAVARRO PUERTO, M. y BERNAVÉ, C.: Distintas y distinguidas. Mujeres en la
Biblia y en la historia; Claretiana, Madrid, 1995.
 NAVARRO PUERTO, M.: Ungido para la vida. Exégesis narrativa de Mc. 14,3-9 y Jn.
12,1-8; Verbo Divino, Estella (Navarra), 1999.
 PERTUZ, M.: La evangelista de la resurrección en el cuarto evangelio. En RIBLA N° 25:
¡Pero nosotras decimos!; RECU, Quito, Ecuador, 1997.
 PIÑERO, A. y otros: Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi II. Evangelios,
hechos, cartas; Trotta, Madrid, 1999.
 PORCILE SANTISO, M. T.: La mujer, espacio de salvación. Misión de la mujer en la
Iglesia, una perspectiva antropológica; Edic. Trilce, Montevideo, 1993 (3°).
 RABANO MAURO: De vita Mariae Magdalenae, en MIGNE: Patrología latina, tomo
CXII (este tomo es el sexto de la Opera Omnia de este autor).
 RADFORD RUETHER, R.: El sexismo y el discurso sobre Dios: imágenes masculinas y
femeninas de lo divino”, en Del cielo a la tierra: una antología de teología feminista;
Ediciones Sello Azul, Santiago, Chile, 1994.
 RICHARD, P.: Los diversos orígenes del cristianismo. Una visión de conjunto (30-70
d.C.). En RIBLA n° 22: Cristianismos originarios (30-70 d.C.); Quito, 1996.
 RICHTER REIMER, I.: Recordar, transmitir, actuar. Mujeres en los comienzos del
cristianismo. En RIBLA n° 22: Cristianismos originarios (30-70 d.C.); Quito, 1996.
 SCHNACKEBURG, R.: El Evangelio según San Juan; (obra en siete tomos), Herder,
Barcelona, 1980.
 SEIBERT CUADRA, U.: La Salvación se hace cuerpo: mujer y sanación en los
evangelios. En Revista Con-spirando (sic), Santiago, Chile, Dic. 1995.
 SICRE, J.L.: El cuadrante. Parte I: La Búsqueda. Introducción a los evangelios; Verbo
Divino, Estella (Navarra), 1996.
 Parte II: La Apuesta. El mundo de Jesús; Verbo Divino,
Estella, (Navarra), 1997.
 Parte III: El Encuentro. El Cuarto evangelio ; Verbo Divino,
Estella (Navarra), 1998.
 TONIOLO, E.: Padres de la Iglesia, en el Nuevo Diccionario de Mariología, Paulinas,
Madrid, 1988.
 WEILER, L.: Jesús y la samaritana, en RIBLA n° 15: Por manos de mujer; Rehue,
Santiago de Chile, 1993.

21

También podría gustarte