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El juicio final no trajo alivio: vivir un día eterno sin que nada lo perturbe, es agobiante y, para
colmo, del cielo no hay salida.
Al salir del primer tramo del laberinto, al hombre le esperaba lo más difícil en el segundo tramo:
entrar a sí mismo.
Queriendo no evaporarse, una gota de agua se lanzó al océano. Queriendo por fin evaporarse, el
océano se encerró en cada una de sus gotas.
Incapaz para la acción, su vida fue un continuo sopor, salpicado de siestas y breves cabezadas, sólo
interrumpido por las horas del sueño nocturno.
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros
seres han muerto. Golpean a la puerta.
Sueño de la mariposa - Zhuangzi
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era
una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda
los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista
también.
—Lo mismo o algo parecido dice Montaigne en sus “Ensayos” —le reprocha alguien al escucharlo
lanzar una sentencia moralizante.
—¿Y qué? —protesta Luder. Eso solo demuestra que los clásicos siguen plagiándonos desde la
tumba.
Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los
invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala
desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso, en ruinas.
Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima
memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y
hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.
El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos
tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por
toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos
queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos
capaces de recomponer al perro.
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le
tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la
distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí
en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la
ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop, tímidamente
pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que
pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos
desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en
lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco
a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra
portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto
sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los
árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que
abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en ese oficio
no hay que descuidarse.
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos
grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera
del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no
alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin
parpadear, y quien se acerca se enciende.