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El problema del futuro: suicidio inmunitario y prácticas de resistencia en el

tiempo de la catástrofe.

1. Introducción.

Las relaciones entre economía de la deuda (Lazzarato, 2013) y tiempo del fin
(Badiou) se corresponden con el momento posfordista del capitalismo, su
deriva neoliberal contemporánea en que la inestabilidad se ha vuelto la norma y
la excepción, entonces, el nuevo paradigma de gobierno, bajo la forma de una
guerra civil planetaria (Agamben).

Sobre esta base, se hace preciso volver a pensar el fenómeno del suicidio como
consecuencia del colapso existencial que provoca la “sociedad del cansancio”
(Han, 2012), pero también como una ambivalente práctica de resistencia ante
una forma de vida que, en su fase globalizada, tiende a agotar todos los
horizontes de sentido que la rebasen, haciendo de la instantaneidad contingente
su único centro gravitacional y de la información su único lenguaje.

Esta aceleración de la realidad que determina el progreso técnico se enmarcaría


en lo que el historiador François Hartog (2007) designa bajo el concepto de
“presentismo”, un régimen de historicidad y un modo de experimentar el
tiempo signado por la inmediatez y la sucesión irrepresentable de
acontecimientos, en el sentido también de lo expuesto por el filósofo Paul
Virilio (2010) en lo referente a las consecuencias de la velocidad y el rol
desempeñado en ese ámbito por los medios de comunicación. Situación que
Mark Fisher (2019) concibiera como el derrotero realista en que desemboca el
capitalismo, allí donde las alternativas han sido suprimidas y la posibilidad
misma del futuro se torna la imposibilidad sobre la cual reposa el orden
neoliberal.

La tendencia a psicologizar (o individualizar) el suicidio impide


proporcionarnos una explicación respecto de sus causas sociales. En ese sentido,
Fisher (2019) considera que la reducción de la enfermedad mental al nivel
químico y biológico va de la mano con su despolitización. Por ello se torna
relevante el trabajo desarrollado por Gilles Deleuze en la década del noventa
sobre las sociedades de control (o postdisciplinarias), en la que las tecnologías
de poder adquirían mayor capilaridad en la regulación singular de las
conductas, como es el caso de los psicofármacos, que además nutren un
lucrativo mercado a escala planetaria.

De tal forma, el fenómeno del suicidio nos remitiría a dos grandes motivos: el
que denominaremos, en primer lugar, como su práctica antinómica, es decir
una modalidad resistencial del suicidio, y el suicidio inmunitario, término
relativo a la categoría propuesta por Roberto Esposito (2011) en el marco del
debate sobre la comunidad, aludiendo al momento en que los mecanismos de
protección incrementan en tal nivel su potencial defensivo, que terminan por
volverse en contra del propio cuerpo destinado a salvaguardar, produciendo
una catástrofe, simbólica y real, que desencadena la implosión de todo el
organismo.

Finalmente, arribamos a una posible hipótesis de lectura: si bien el suicidio es


una manifestación de cierta impotencia afectiva y reflexiva en el tiempo de la
catástrofe (neoliberalismo), sumergida la existencia en el pathos melancólico
que comporta, es a la vez una afirmación que opera por la vía de la clausura,
del conatus spinozista. Porque tal vez sea el suicidio el único rasgo
propiamente humano, que nos distingue del resto de las especies que habitan
el planeta.

2. Deuda y culpa: Walter Benjamin y la religión capitalista.

Cuando Maurizio Lazzarato caracteriza al capitalismo contemporáneo como


una economía de la deuda, el vínculo entre deudo y acreedor, ya analizado por
Nietzsche en La genealogía de la moral, se constituye en una verdadera ontología
social por sobre la relación capital-trabajo, asignando entonces al crédito
(dinero) una primacía en torno a la explotación existencial de un sujeto, en la
medida que la deuda permitiría a los acreedores evaluar moralmente la
conducta del deudor, sancionando la insolvencia.

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