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“Hablemos un poco en favor del suicidio. No en favor del derecho al mismo, sobre lo
cual demasiada gente ha dicho muchas cosas hermosas, sino contra la mezquina realidad
a la que se le somete. Contra las humillaciones, las hipocresías y los trámites sórdidos a
los que se le condena”,
Michel Foucault.
Eduardo Miño.
1. Introducción
El suicidio -según creo- guarda relación con eso que Mark Fisher llama
“impotencia reflexiva”, de modo que una noción como “voluntad” (sustrato
epistemológico para la psicologización del problema) me parece inservible para
efectos de situar esta práctica en un horizonte de común politicidad.
1
“El afecto es central para entender y elaborar la poshegemonía, junto con el concepto de hábito
(el afecto congelado) y de multitud (el afecto convertido en sujeto), que desarrollo en los
siguientes capítulos. También planteo que la concepción deleuziana de afecto es insuficiente,
que queda atrapada en las mismas trampas en las que cae la teoría de la hegemonía, por el
hecho de que es incapaz de distinguir por su cuenta entre insurgencia y orden y, en última
instancia, entre revolu- ción y fascismo. Aun así, el afecto es el lugar donde debe comenzar la
teoría de la poshegemonía. Los sentimientos son la puerta de entrada a la inmanencia de la
política (y a la política de la inmanencia)” (Beasley-Murray, 2010, p. 127).
aquello que excede inéditamente al lenguaje, inventando conceptos, imágenes,
mundos, como la filosofía.
Y porque tal vez, al igual que un poema (parafraseando a Paul Valèry), la vida
nunca se termina, sino que solo se abandona.
2. Dispositivo sacrificial.
Con esto, no quiero negar la incidencia de los sentimientos negativos, sino que
más bien quisiera sugerir que en ellos permanece activa una actitud antinómica,
y solo suprimiéndolos o gestionándolos es que el suicidio se vuelve factible.
Esto quiere decir que la melancolía comporta una “gestualidad resistencial”,
como lo propone Juan Pablo Arancibia (2015), que ciertamente implica un modo
de aferrarse a la existencia, pero también de transformar sus condiciones.
El suicidio se nos presenta como la metáfora más inquietante del tiempo del fin,
signo del agotamiento existencial que se expresa también en un colapso
planetario. Para Alan Badiou -en su conversación con Giovanbattista Tusa
(2019)-, el motivo del fin contiene un pathos, que se distanciaría del
acontecimiento por su inscripción en los confines del desastre.
Refiriéndose a los exterminios del siglo XX y las nuevas masacres que asolan al
mundo, dirá que “esto no tiene nada de acontecimental; no sobrevino en la
figura del acontecimiento, sino en la figura de una conclusión mortífera, que en
lugar de ser un comienzo se cumple absolutamente como fin (p.38).
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El interés de Foucault por los cínicos tal vez sea en parte porque en ellos está presente la figura
del loco, el alienado, el excluido, aquel que pronuncia verdades intolerables para la ciudad.
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En estos pasajes de sus cursos del año 1984, Foucault no abandona su anterior preocupación
por el sujeto ni su crítica de la subjetividad y el poder para desplazarse hacia una erudición
estetizante de las éticas antiguas, sino que adapta su investigación en ese marco histórico y
epistémico, en el cual logra descifrar una relación entre sujeto y verdad que, en la experiencia
de la parrhesía, rebasa completamente el concepto de verdad deductiva en los términos
cartesianos (o subjetiva, en la perspectiva posmoderna), que organiza el régimen de
conocimiento de la modernidad. Por el contrario, la parrhesía como forma del decir veraz está
imbricada con el riesgo, precisamente, hasta de perder la vida (como da cuenta de ello el juicio
político contra Sócrates, porque la parrhesía se vuelve hostil a la democracia), y la ética
parresiasta supone entonces una atenuación del principio de conservatio vitae que los modernos, a
través del paradigma sacrificial hobbesiano, han establecido como criterio de legitimación del
poder, lo que, a juicio de Esposito, es determinante para comprender el significado de la
biopolítica de poblaciones como proceso de inmunización. Lo que habría en el último Foucault
es un tránsito que va desde la caracterización micropolítica del poder en tanto
gubernamentalidad, a un pensamiento de la revolución (inconmensurable a la idea marxista-
leninista) que conjuga verdad, ética y alteridad.
El fin es la constatación de la catástrofe, triunfo de la violencia sacrificial que se
instituye como orden, cuyos dispositivos orientados a proteger la vida y
retenerla en la inmediatez del presente como supervivencia asegurada, anulan
todo porvenir, siendo el costo de la estabilidad la destrucción de la vitalidad en
potencia, suprimiendo su fertilidad. Escribe Sergio Rojas:
Pero habría otros casos en los que el suicida administra una escenificación
privativa, que intento descifrar haciendo referencia a la categoría desarrollada
por el filósofo italiano Roberto Esposito, con la que busca responder a la
incógnita foucaultiana respecto a cómo una política de la vida (una biopolítica)
se puede convertir en una amenaza de muerte, es decir, en un poder soberano
de matar.
Así, Esposito hará de la oposición contrastiva entre inmunidad y comunidad -
cuya génesis remonta al pensamiento de Hobbes- un paradigma para explicar el
carácter biopolítico de la modernidad con relación al principio de conservatio
vitae, que adquirirá el estatus de criterio de legitimación del poder. En efecto,
Esposito sostiene (mediante una deconstrucción etimológica de ambos
conceptos) que la inmunidad no solo es una categoría privativa de la de
comunidad (con la cual sin embargo guarda un vínculo de mutua
dependencia), sino que además es el punto de cruce de los lenguajes biomédico
y jurídico-político, sobre los cuales se articula el proyecto civilizatorio
moderno6.
6
“Si se la reconduce a su raíz etimológica, la immunitas se revela como la forma negativa, o
privativa, de la communitas: mientras la communitas es la relación que, sometiendo a sus
miembros a un compromiso de donación recíproca, pone en peligro su identidad individual, la
immunitas es la condición de dispensa de esa obligación y, en consecuencia, de defensa contra
sus efectos expropiadores” (Esposito, 2011, p. 81).
primacía del proprium en detrimento del munus donativo de la communitas, que
es irreductible a su concepción como intercambio, esta última más ligada a la
tradición del contractualismo en su tonalidad mercantil.
p.78).
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N. Elias, Über den Prozess der Zivilisation. II. Wandlungen der Gesellschaft. Entwwrf zur einer
Theorie der Zivilisation, Francfort del Meno, 1969 [traducción italiana: Potere et civiltà. Per uno
studio della genesi sociale della civiltà occidentale, Bologna, 1983, pág. 315].
Si la inmunización es la exigencia violentamente defensiva del organismo
(biológico o estatal) que desencadena la activación antígena destinada a la
exclusión de lo otro invasivo ante la amenaza de contagio (que en tenor racista,
se traduce como la conservación del plasma germinal, sustrato sobre el cual se
erige la autenticidad de un individuo, un pueblo, una nación), un exceso de
sentido inmunitario es perfectamente coincidente con la anulación de la
identidad, que tiene como paradojal resultado el estímulo de las dinámicas
autosacrificiales, siendo el suicidio una de estas. Prueba de ello fue la última
orden de Hitler para conservar el amenazado cuerpo étnico de la nación
alemana:
Esto implica que el “sujeto automático” del que hablaba Marx estaría
determinado por una última instancia, es decir un a priori, pero no ontológico
como en Kant, sino que histórico y contingente, que es donde el fetichismo de la
mercancía y el inconsciente de Freud logran unificarse. Así es como el
narcisismo, que para Freud consistía en un estadio primitivo de la evolución
psíquica, en que la persona no lograba diferenciar entre el yo y el mundo
exterior, haciendo de este una extensión de sí mismo, resulta la base de la
propiedad privada (del individualismo posesivo, dicho en los términos de
Macpherson), siendo su aspecto más visible el egoísmo.
Por eso Jappe considera que la metafísica ya no alude al mundo de más allá
como punto exterior de autorreferencia, sino que se ha infiltrado en la vida
cotidiana, dejando de ser reconocible como tal. Es exactamente lo que
Heidegger advierte en Serenidad sobre los dos tipos de pensar: el calculador y el
meditativo. Pero es el primero el que produce en el hombre el desarraigo de su
entorno, puesto que hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y
económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Motivo de la
velocidad, que hace del suicidio una economía de la muerte.
Los psicofármacos que hacen frente a las ideaciones suicidas en los pacientes
depresivos, no son una respuesta biomédica ante la devastación psíquica
provocada por el capitalismo, sino que son un dispositivo de control (como los
describe Gilles Deleuze) orientados a contener y neutralizar las tendencias
rupturistas que comportan sentimientos como la melancolía, siendo un
mecanismo para administrar las relaciones de poder que, al focalizar el conflicto
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“La subjetivación como régimen de signos o forma de expresión remite a un agenciamiento, es
decir, a una organización de poder que ya funciona plenamente en la economía, y que no se
superpondría a contenidos o a relaciones de contenidos determinados como reales en última
instancia. El capital es un punto de subjetivación por excelencia” (Deleuze & Guattari, 2002, p.
134).
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“Es verdad, entonces, que la muerte del otro nos remite a nuestra muerte, pero no en el
sentido de una identificación. Y menos aún de una reapropiación. La muerte del otro nos remite
más bien al carácter inapropiable de toda muerte: de la mía como de la suya, dado que la muerte
no es ni <<mía>> ni <<suya>> porque es la expropiación misma. Esto es lo que el hombre ve en
los ojos abiertos ve en los ojos abiertos del otro que muere: la soledad que no es posible atenuar,
sólo compartir” (Esposito, 2012, p.199).
a nivel psíquico e individual, logran resguardar la opacidad de las estrategias
que son inmanentes a las crisis en el plano afectivo, creando un modelo
explicativo de patologías como la depresión (o en general los trastornos del
ánimo), que si bien efectivamente se trata de alteraciones neuroquímicas en el
organismo biológico, sus causas son de orden social y político, como lo explica
Mark Fisher (2019).
¿Qué papel podrá desempeñar en este ámbito una economía de la deuda cuyos
acreedores financieros culpabilizan ininterrumpidamente a los deudores?
Para responder a estas inquietudes frente al suicidio haría falta un recorrido por
los itinerarios del pensamiento trágico. Un recorrido que tiene a la escritura
como su compañera de andar. Escritura que calla ante el suicidio: ¿silencio de
congoja o imposibilidad de un devenir? Solo se deviene sobrepasando los
confines de la conservatio vitae, abandonando esta forma constrictiva para ser
impulsado hacia la intensidad de lo otro. En el suicidio, en cambio, se impone la
mismidad.
“Si bien este vínculo entre melancolía y tragedia habría sido muchas
veces omitido -o más bien opacado por la supremacía demencial,
maníaca y clínica de la categoría-, no obstante, cada vez que la poética
trágica sitúa al héroe ante los más cruentos apremios e inclemencias del
destino; el abatimiento y el desgano manifiestan el apego infalible a
<<lo perdido>>, así como la resistencia y obcecación indomable del
desdichado opera como el factor expresivo de la fuerza posibilitante
para que se constituya la esencia del carácter trágico” (Arancibia, 2015,
p. 345).
Y es que, a diferencia del narcisismo hedonista del sujeto moderno, guiado por
el principio del placer y la exigencia inmunitaria por la seguridad para la
preservación de la vida biológica, el héroe trágico abraza el sufrimiento que lo
acongoja, no esquiva sus afecciones y acepta morir, “pues lo que parece
comprender el héroe trágico es que habría cierta cualificación o dignificación de
la vida, sin la cual ella no merece ser vivida” (Arancibia, 2015, p.349).
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“Si algo como el desorden de déficit de atención e hiperactividad es una patología, entonces
es una patología del capitalismo tardío: una consecuencia de estar conectado a circuitos de
entretenimiento y control hipermediados por la cultura del consumo. Del mismo modo, lo que
se conoce como dislexia puede no ser otra cosa que una poslexia. Los adolescentes tienen la
capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de
leer: el simple reconocimiento de eslóganes para navegar el plano informativo de la red, el
celular y la TV” (Fisher, 2019, p.54).
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“Jameson observa que la teoría de la esquizofrenia de Lacan ofrece un “modelo estético
interesante” para intentar entender la fragmentación de la subjetividad con vistas a la
emergencia del complejo industrial del entretenimiento. “Con la destrucción de la cadena
significante”, dice Jameson sumariante, “el esquizofrénico lacaniano queda reducido a la
experiencia del puro significante material, en otras palabras, a una serie de presentes puros en
el tiempo, desconectados entre sí”. Jameson escribía a mediados de la década de 1980, en la que
nacieron muchos de los estudiantes de mis clases. Nos enfrentamos, en las aulas, con una
generación que se acunó en esa cultura rápida, ahistórica y antimnemónica, una generación
para la cual el tiempo siempre vino cortado en microrrodajas digitales predirigidas” (Fisher,
2019, pp.53-54).
constituye su razón prima, sino que extrañamente, parece deslizar o
sugerir un imperativo otro; ese otro imperativo es siempre ético-
político” (Arancibia, 2015, p. 350).
Por eso decimos que en el suicidio no puede haber pensamiento -si es que
sostenemos que el pensamiento es resistencia melancólica que nos expone ante
la devastación de la experiencia trágico-política- como no lo hay en el realismo
capitalista, o en el despliegue planetario de la técnica. Este pensamiento
extraviado, esta sublime actividad del hombre, encuentra en la escritura una
trinchera de agenciamiento resistencial para disponerse al devenir.
4. Conclusiones
Puede que luego no sea el coronavirus, porque antes ha sido la desnutrición
infantil y la obesidad, como hoy también es la hipertensión, la diabetes y las
patologías en el campo de la salud mental.
Y ciertamente las vacunas -como los psicofármacos- son necesarias, pero ellas
son parte del problema y no de la solución. En el fondo, lo que parece más
difícil de entender es lo que permanece naturalizado. Es tan obvio que llega a
ser imposible pensarlo, nada tan complejo como que logremos reflexionar sobre
su obviedad.
El ser humano junto al resto de las especies que habita el planeta ha progresado
aceleradamente hacia su máximo deterioro. Nunca antes el ser humano fue más
débil, porque aquello que lo engrandece –su potencia común- ha sido
inmunizado en favor del orden, que solo hace de la vida una nuda vida, carente
de otras cualificaciones que no sean el cálculo y la rentabilidad de los mercados.