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Los cambios no se hicieron esperar, el enfrentamiento llevó a la formación de nuevos

nacionalismos que transformaron la forma en la que se había apreciado la cultura. A


corto plazo, la guerra significó que cada nación resignificara sus valores culturales a
través de la música, la literatura y el arte, dando mayor peso a aquellas piezas que
exaltaran la nacionalidad y excluyeran o denigraran al enemigo; en cuanto a la pintura,
las obras que anteceden a la guerra, se convirtieron en piezas revitalizadoras del poderío
de los imperios, fortaleciendo una imagen heroica y romántica de la guerra. En la
arquitectura, las formas tradicionales de construir en cada región exaltaron los valores
de la nacionalidad a través del lenguaje arquitectónico y urbano; espacios públicos como
las plazas y las estaciones de tren, adquirieron nuevos significados como símbolos de
unión y como emblemas de esperanza frente a la confrontación, convirtiéndose en los
sitios de comunicación y congregación para la población civil.

La Gran Guerra superó el espacio europeo y llevó a la confrontación de colonias en África,


en donde las consecuencias y la nueva geografía geopolítica condujeron a la división de
territorios culturales definidos por prácticas de usos alejadas de las fronteras trazadas
por los estados implicados en la guerra, estas solo fueron demarcadas desde una visión
de producción de materia prima, que no tenía en cuenta a la población.

Con una duración mayor que la estimada, la Primera Guerra produjo daños en los
poblados más cercanos a los campos de batalla, a diferencia de la Segunda Guerra
Mundial en donde los bombardeos aéreos destruyeron ciudades enteras, el uso de los
cañones de largo alcance arruinó gran parte de la arquitectura menor, en este caso, no
fue una destrucción sistemática de los grandes monumentos históricos y artísticos, sino
objetivos militares representados en las torres de iglesias y espacios de
aprovisionamiento de las fuerzas armadas.

Para este momento, la transformación social fue visible a través de las alteraciones de la
cotidianidad, los continuos enfrentamientos y la obstrucción de las comunicaciones
aisló comunidades enteras; el alistamiento de la población masculina hizo que la mujer
pasara a ser un miembro activo en las líneas de producción, y entró a conformar un papel
determinante en la sociedad. Estos hechos llevaron a desequilibrar la cotidianidad y a
pensar nuevas formas de responder a las demandas de una sociedad bélica, en primera
instancia la necesidad armamentista llevó a fortalecer las fábricas de municiones y a
emplear mano de obra femenina, pero por otra parte el desabastecimiento de alimentos
(los hombres en los campos fueron llevados al frente de batalla y se aisló a las grandes
ciudades) llevó a una racionalización de las comidas y, con el paso del tiempo, esto
generó una serie de alteraciones en la vida urbana que hicieron repensar la forma de ver
el mundo.

Este espíritu renovador permitió emprender una reflexión en torno al patrimonio


histórico y artístico. Los monumentos históricos, lo pintoresco y romántico,
característico del siglo xix, dieron paso a la valoración de diversas huellas que
representaban a la sociedad y no solo a las élites. Después de la Primera Guerra Mundial
se reconoció el valor de la arquitectura menor y con ello se identificó un patrimonio en
las ciudades y aldeas.
Para el inicio de la Guerra el ambiente cultural europeo se debatía entre corrientes
progresistas asociadas a la producción industrializada y corrientes culturalistas como
reacción a la producción en masa. En la arquitectura esta condición se vio reflejada en
dos aproximaciones, por un lado los movimientos derivados de los arts and crafs
impulsarían el Art Nouveau o Jugendstil, que retoman el diseño tanto del espacio
arquitectónico como de los objetos que lo enriquecen y, por otro, el desarrollo de la
arquitectura con materiales industrializados que suponían el uso de nuevas tecnologías
para la construcción de tipologías edificatorias con las posibilidades que daban
materiales como el acero y el hierro.

En el período posterior a la guerra, se desarrolló un lenguaje racionalista a partir de las


formas geométricas básicas, alejada del lenguaje formal propio del siglo xix e inicios del
xx, caracterizado por el uso de las formas orgánicas y clásicas para su ornamentación.
En cuanto a la ciudad, los espacios vacíos empiezan a ser usados como granjas urbanas
ante la escasez de alimentos, barrios enteros son transformados y adaptados para las
necesidades de la población.

La transformación en el territorio no se hizo esperar. Las nuevas fuentes de energía, las


nuevas formas de organización del trabajo (Taylor y Ford) y la concentración de capitales
condujeron a nuevos planteamientos en la organización del territorio, y a la función que
tendría cada uno de sus componentes para el funcionamiento de un sistema productivo.
De esta forma, se re-evaluaría la forma tradicional en que se habían estructurado los
valores culturales, la forma en que se habían determinado las categorías y objetos o
edificios que hacían parte del patrimonio arquitectónico y artístico de los pueblos; así
como las formas en que deberían ser intervenidos para su conservación.

A su vez, las fuertes migraciones que caracterizan este período, trajeron consigo
sentimientos de arraigo y una actitud conservadora de los grupos tradicionales que
llevaban a segregar a la nueva población de inmigrantes, haciendo más difícil su
reconocimiento y la conservación de sus prácticas culturales.

En cuanto a la protección del patrimonio artístico y arquitectónico, la guerra dejó un alto


grado de destrucción y de abandono de ciudades y aldeas, fue notoria la destrucción
física de torres de iglesias, de la arquitectura menor. Por su parte, la fundición de objetos
para la fabricación de armamento también supuso una pérdida de valiosas piezas y de
colecciones de arte, que para ese momento no gozaban de protección. Una vez finalizadas
las acciones bélicas y haciendo un balance de lo acontecido, se complementaron las
acciones de reconstrucción a partir de teorías provenientes del período que antecede a la
Guerra.

Por primera vez disciplinas como la arquitectura, la ingeniería y la arqueología


permitieron una mayor comprensión de este tipo de patrimonio, figuras como Camillo
Sitte, Camillo Boito, Gustavo Giovannoni y/o Alöis Riegl, hablaron de la importancia de
las huellas del pasado y el reconocimiento de los centros urbanos como contenedores de
la historia de las sociedades urbanas, se habló de restauraciones estéticas, científicas,
históricas, reconstrucciones de los grandes monumentos y categorías o niveles de
intervención. Se piensa en los tiempos de respuesta y la re-significación de los elementos
destruidos a través de ideas que incluyen la recuperación del patrimonio urbano, la
restauración, la sustitución y la renovación; dada la urgencia en acometer estas acciones
fue el período en el cual se aportaron mayores estrategias para la intervención de la
arquitectura y la ciudad.

Esta situación, hizo urgente la elaboración de inventarios que permitieron la


catalogación y el nivel de urgencia en la intervención; catalogaciones de lo que
representaba la nacionalidad y lo familiar, con un interés inicial de volver a dotar a la
población de sentimientos de arraigo.

A modo de conclusión…
Las implicaciones de la guerra van más allá de la destrucción inmediata del entorno,
inciden en el desarrollo y las libertades individuales. Antes de la Primera Guerra Mundial
existían unos altos índices de libertades individuales, ahora el mundo conoce nuevas
amenazas y limitaciones que impulsaron nuevas formas de control y de habitar el
planeta. La Gran Guerra hizo aflorar sentimientos nacionalistas que transformaron la
visión decimonónica de lo que se llamaba patrimonio artístico y arquitectónico.

En América este período, posterior a la Primera Guerra Mundial, significó una


transformación en la legislación cultural. La Carta de Atenas, como primer documento
internacional relacionado con la protección de los vestigios el pasado, validó el interés
particular de los países de la zona en la producción de inventarios y catalogación de
bienes que enriquecían la historia del continente, y con ello la forma de valorar este
conjunto de bienes pasó de una visión eurocéntrica a una local en la que se pretendía
fortalecer la historia del arte y la arquitectura en nuestro continente.

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