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DESAFÍOS DE LA SOCIOLOGÍA EN LA ACTUALIDAD

La sociología es una disciplina que no puede ser ajena a los problemas de su tiempo. Que se
entienda bien: a los problemas sociales de su tiempo, pues son a ellos que la sociología se
debe desde sus orígenes como ciencia social a finales del siglo XIX.

En efecto, no se puede entender el carácter de la sociología si no se entienden las tensiones


sociales de la época en la que nace la disciplina. El capitalismo está en su fragua como modo
de producción predominante, y su afianzamiento se ve acompañado de dinamismos que se
montan en (y transforman las) formas de producción, de vida y de convivencia social
heredadas de la época feudal.

La producción manufacturera (eje del naciente capitalismo industrial), la urbanización y las


migraciones alteran drásticamente un escenario social que hasta entonces se había
caracterizado por la conservación de formas de vida tradicionales, la inmovilidad en las
jerarquías sociales y el arraigo territorial. El moderno sistema de producción capitalista –
como lo llama Karl Marx— altera el ritmo de la vida establecida, rompe los lazos
tradicionales, disuelve jerarquías e instaura el reino del movimiento permanente de seres
humanos y cosas.

En ese marco, era preciso hacerse la pregunta por cómo mantener el orden social, sin impedir
el cambio, la mutación y el avance (el progreso) hacia formas mejores de convivencia social.
Es decir, cómo evitar la disgregación social ante el impacto de fenómenos cambiantes que
eran el signo de la época y los cuales debían ser asimilados y encauzados de la mejor manera.
Preguntarse por cómo se mantiene el orden social supone preguntarse, a la vez, por cuáles
son los factores de disgregación del mismo. Y también supone preguntarse por la mejor forma
de intervenir no sólo para evitar la ruptura social, sino para encauzar adecuadamente las
energías del cambio.

Las principales escuelas y corrientes de la sociología clásica se hicieron cargo de esas


interrogantes. Karl Marx también se hizo cargo esas mismas inquietudes, aunque su línea de
acción y pensamiento no se encaminó a evitar la ruptura social, sino a propiciarla, a partir de
la canalización de las energías colectivas que lo hicieran posible. Eso sí, no para terminar con
todo orden social, sino con el orden social capitalista, después del cual se instauraría el orden
comunista.

Por ahí se dice que los clásicos lo son porque además de haber respondido lúcidamente a los
problemas de su tiempo, iluminan con sus posturas los problemas del presente.

Y así, han pasado más de 100 años desde que los clásicos de la sociología --Durkheim, Marx,
Weber-- pusieran en el tapete de la discusión el tema del orden social como uno de los asuntos
centrales de la sociología, si es que no se trata del tema por excelencia.

Desde aquella época hasta la nuestra, muchas cosas han ocurrido en las sociedades humanas,
así como se han escrito miles de páginas dedicadas a la reflexión sociológica. Ahora sabemos
más acerca de la estructuración del orden social, así como de las jerarquías y los roles que se
van estableciendo en cada sociedad concreta. También sabemos más acerca de cómo
interaccionan los individuos y cómo en esa interacción intervienen símbolos y se fraguan las
identidades individuales y colectivas.

La disputa entre individualistas y holistas de los años ochenta nos enseñó que la sociedad en
un sistema, pero no vacío de individuos. Y también que, por ser sistema, la sociedad no se
reduce a la suma de los individuos que la constituyen.

Dicho de otra forma, el orden social se configura en la interacción individual y en los vínculos
que los individuos, en su cotidianidad, van forjando a lo largo del tiempo. Y, en dirección
opuesta, el orden social se corroe cuando los vínculos sociales se rompen o se erosionan. O
sea, el orden social se corroe cuando fallan los mecanismos de integración social.

¿Qué es lo que socava en la actualidad esos mecanismos de integración social? ¿Cómo


comprender en su singularidad los dinamismos sociales, económicos, políticos y culturales
que erosionan el vínculo social y generan anomia?

Esas interrogantes son semejantes a las que se hicieron los sociólogos al cierre del siglo XIX
y principios del siglo XX. No es casual que sea así. Nuestra época es una época de intensos
cambios en la vida social. Más aun, nuestra época se caracteriza más que ninguna otra por el
cambio permanente y sin límites, más que por la fijación de ámbitos relativamente estables
en la vida social, como lo fue era dominada por el capitalismo industrial.

Marshall Berman afirmó que en un mundo posindustrial y postmoderno todo lo sólido se


desvanece en el aire. Y Zigmunt Bauman definió a la sociedad actual como una “sociedad
líquida”, en la que nada es firme, en la que todo es efímero: desde las relaciones entre las
personas hasta la tecnología.

Es decir, nuestra época, a diferencia de la época en la que nació la sociología, ha hecho del
cambio permanente su rasgo distintivo, el orden social está sujeto al desorden continúo
debido principalmente a la asimilación económica de los cambios constantes en la tecnología.
Todo es frágil, todo es pasajero, todo es mudable. El vínculo social está siendo remplazado
por las redes de comunicación virtual, a la que se denomina “redes sociales”, que son tan
firmes como firme es la voluntad de conectarse a Internet por parte de cada individuo.

Hasta los años setenta y ochenta, la vida individual en sociedades como la nuestra estaba
articulada en función de tramos de permanencia familiar, comunitaria, educativa y laboral.
Esos tramos de permanencia vital van desapareciendo poco a poco, siendo remplazados por
espacios que se ocupan efímeramente, con la conciencia, para las nuevas generaciones, de
que así debe ser, de que non puede ser de otro modo.

Para quienes vivieron parte de su vida en tramos de orden, la situación es traumática. El


tránsito hacia lo efímero, no está siendo bien asimilado. De igual forma a cómo les sucedió
a las masas de campesinos que, en el siglo XVIII y XIX migraban, a las ciudades en Europa
y trataban de insertarse en un modo de producción regulado por el reloj y no por los ciclos
climáticos. O al igual que les sucede actualmente a los campesinos chinos que migran de las
zonas centrales del país hacia las zonas costeras industriales y modernas.

La sociología ha comenzado a dar respuesta a estos y otros problemas, pero no sin


dificultades teóricas y empíricas. Repensar la sociedad global como sociedad líquida no está
resultando fácil. Reflexionar sobre cómo se resquebraja el cemento de la sociedad es una
tarea sumamente complicada, pues la sociedad líquida más que estar unida por cemento, está
unida por una especie de gelatina. ¿O será que este carácter gelatinoso es el que define al
orden social en la era neoliberal?
Si es así, entender los problemas de la sociedad de nuestra época supone someter a una dura
crítica conceptos tan arraigados como el de “orden social”, “mecanismos de integración”,
“dinámica social”, “sistema social”, “estratos sociales”, “clases sociales”, “jerarquías
sociales”, “modelos sociales”, “relaciones sociales”, “interacciones sociales”, y otros del
mismo signo, que son herederos de una visión de la sociedad como algo dominado por el
orden más que por el desorden y donde incluso el conflicto (en la versión de Marx) está
animado por la instauración de un orden social determinado.

Por aquí andan algunos de los desafíos de la sociología en nuestro tiempo. Es saludable que
sea así, pues eso anima a sus cultores a la búsqueda de nuevas categorías para entender la
compleja realidad social del presente. La sociología es una ciencia social con mucho futuro
por delante, siempre y cuando se la cultive de manera creativa y libre.

Luis Armando González


Columnista de ContraPunto

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