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La sociología es una disciplina que no puede ser ajena a los problemas de su tiempo. Que se
entienda bien: a los problemas sociales de su tiempo, pues son a ellos que la sociología se
debe desde sus orígenes como ciencia social a finales del siglo XIX.
En ese marco, era preciso hacerse la pregunta por cómo mantener el orden social, sin impedir
el cambio, la mutación y el avance (el progreso) hacia formas mejores de convivencia social.
Es decir, cómo evitar la disgregación social ante el impacto de fenómenos cambiantes que
eran el signo de la época y los cuales debían ser asimilados y encauzados de la mejor manera.
Preguntarse por cómo se mantiene el orden social supone preguntarse, a la vez, por cuáles
son los factores de disgregación del mismo. Y también supone preguntarse por la mejor forma
de intervenir no sólo para evitar la ruptura social, sino para encauzar adecuadamente las
energías del cambio.
Por ahí se dice que los clásicos lo son porque además de haber respondido lúcidamente a los
problemas de su tiempo, iluminan con sus posturas los problemas del presente.
Y así, han pasado más de 100 años desde que los clásicos de la sociología --Durkheim, Marx,
Weber-- pusieran en el tapete de la discusión el tema del orden social como uno de los asuntos
centrales de la sociología, si es que no se trata del tema por excelencia.
Desde aquella época hasta la nuestra, muchas cosas han ocurrido en las sociedades humanas,
así como se han escrito miles de páginas dedicadas a la reflexión sociológica. Ahora sabemos
más acerca de la estructuración del orden social, así como de las jerarquías y los roles que se
van estableciendo en cada sociedad concreta. También sabemos más acerca de cómo
interaccionan los individuos y cómo en esa interacción intervienen símbolos y se fraguan las
identidades individuales y colectivas.
La disputa entre individualistas y holistas de los años ochenta nos enseñó que la sociedad en
un sistema, pero no vacío de individuos. Y también que, por ser sistema, la sociedad no se
reduce a la suma de los individuos que la constituyen.
Dicho de otra forma, el orden social se configura en la interacción individual y en los vínculos
que los individuos, en su cotidianidad, van forjando a lo largo del tiempo. Y, en dirección
opuesta, el orden social se corroe cuando los vínculos sociales se rompen o se erosionan. O
sea, el orden social se corroe cuando fallan los mecanismos de integración social.
Esas interrogantes son semejantes a las que se hicieron los sociólogos al cierre del siglo XIX
y principios del siglo XX. No es casual que sea así. Nuestra época es una época de intensos
cambios en la vida social. Más aun, nuestra época se caracteriza más que ninguna otra por el
cambio permanente y sin límites, más que por la fijación de ámbitos relativamente estables
en la vida social, como lo fue era dominada por el capitalismo industrial.
Es decir, nuestra época, a diferencia de la época en la que nació la sociología, ha hecho del
cambio permanente su rasgo distintivo, el orden social está sujeto al desorden continúo
debido principalmente a la asimilación económica de los cambios constantes en la tecnología.
Todo es frágil, todo es pasajero, todo es mudable. El vínculo social está siendo remplazado
por las redes de comunicación virtual, a la que se denomina “redes sociales”, que son tan
firmes como firme es la voluntad de conectarse a Internet por parte de cada individuo.
Hasta los años setenta y ochenta, la vida individual en sociedades como la nuestra estaba
articulada en función de tramos de permanencia familiar, comunitaria, educativa y laboral.
Esos tramos de permanencia vital van desapareciendo poco a poco, siendo remplazados por
espacios que se ocupan efímeramente, con la conciencia, para las nuevas generaciones, de
que así debe ser, de que non puede ser de otro modo.
Por aquí andan algunos de los desafíos de la sociología en nuestro tiempo. Es saludable que
sea así, pues eso anima a sus cultores a la búsqueda de nuevas categorías para entender la
compleja realidad social del presente. La sociología es una ciencia social con mucho futuro
por delante, siempre y cuando se la cultive de manera creativa y libre.