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En esos momentos el Renacimiento era ya algo más que un movimiento intelectual, los
ideales que habían motivado a los pequeños grupos intelectuales a principios del siglo XV ya
se daban por sentado e incluso influían en la vida cotidiana de una minoría significativa de
europeos.
Uno de los objetivos marcados del ensayo se alcanza en esta cuarta parte. El autor se pregunta
cómo influyó este movimiento de renovación cultural en el día a día de los europeos. Nos
contesta por medio de fuentes documentales particulares que logran imbuirnos en los nuevos
hábitos de pensamiento y formas de conducta. Así se nos revela que, hacia mediados del siglo
XVI, algunos hombres pensaban que estaban viviendo una nueva era, con ello no hacían
referencia exclusivamente a la recuperación de la Antigüedad, sino también a la invención de
la imprenta y la pólvora y; sobretodo, al descubrimiento del Nuevo Mundo.
A grandes rasgos el autor acentúa los aspectos – materiales e inmateriales- que mostraron
más claramente la influencia que el Renacimiento ejerció sobre ellos.
Los libros de diseño se publicaban por doquier atendiendo a las necesidades de la época,
especialmente populares se hicieron las imágenes de emperadores en las casas; una forma de
traer la antigua Roma. Dentro del hogar, la sala de estudio o el escritorio, se erige como
símbolo principal de los valores renacentistas. Ese nuevo espacio, a menudo decorado con
objetos temáticos – el globo terráqueo por excelencia- estaba reservado para la reflexión, la
lectura o la escritura.
Con el tiempo la sala de estudio dejó paso al museo (lugar dedicado a las musas). En esa zona
se coleccionaban y exponían antigüedades de todo tipo, también obras de la naturaleza, como
conchas, especímenes disecados de animales o plantas exóticas. El jardín de la casa con
frecuencia se utilizaba como una galería de esculturas al aire libre. El siglo XVI fue una época
de auge del jardín como objeto estético y de consumo ostentoso.
Otros aspectos no materiales también reflejaron la influencia del Renacimiento; el interés por
la identidad, por ejemplo, es otra característica renacentista que despunta, y se hizo evidente
en dos géneros: la tumba y el retrato. La tumba, construida a menudo siguiendo el estilo
clasicista, podía incluir el escudo de armas de la familia, epitafios laudatorios y las figuras
del esposo, la esposa y los hijos. Se trataba de representar a la familia en la comunidad tal
como la galería de retratos lo hacía en el interior de la casa. Los retratos y las biografías
abundaron, siguiendo siempre los modelos clásicos o los ejemplos italianos. Todo ello
manifiesta cambios en las concepciones del ego, la personalidad humana y la nueva
importancia dada a construir una identidad personal.
Las prácticas lingüísticas también experimentaron novedades, se escogían ciertos nombres
personales y se latinizaron algunos apellidos como forma de identificarse con la Antigüedad.
Fue habitual recuperar el estilo de escritura manuscrita de los calígrafos de la época de
Carlomagno, al suponer que era la manera de los antiguos romanos, y se introdujo el estilo
itálico. Otra práctica social que penetró con fuerza en la vida diaria fue la escritura de poesía,
especialmente los sonetos de amor al estilo de Petrarca. Los tratados de arte epistolar
proliferaron ante la gran demanda de modelos de cartas y acabó constituyendo un género en
sí mismo.
La filosofía de Platón y los estoicos también entraron en la vida diaria de algunos grupos
intelectuales. La idea central del estoicismo en su versión renacentista era la “apatía”, la
“constancia” o la “tranquilidad de mente”. La imagen por excelencia era la de un hombre
afrontando el desastre calmadamente, como un árbol o una roca en la tormenta.
A nivel colectivo, la conciencia del mundo más allá de Europa empieza a detectarse en las
historias escritas. Sin duda, los descubrimientos geográficos incidieron en la imaginación de
los europeos. Los relatos y testimonios de viajeros a lo largo del siglo XVI ensancharon su
horizonte. A finales de ese siglo, numerosas imágenes visuales se difundían, los grabados y
las ilustraciones familiarizaban a los europeos, a través de los estereotipos clásicos, con los
lugares exóticos y sus habitantes. La reflexión sobre lo que significaba ser europeo también
tuvo lugar en las fronteras. Así, la amenaza de la invasión turca en las décadas de 1450 y
1520 alentó la solidaridad europea, esto, sumado a la invasión del Nuevo Mundo resultaron
sucesos fundamentales para estimular la conciencia de la identidad europea.
¿Cuándo acabó el Renacimiento? En la parte final Burke aborda este controvertido asunto.
Su teoría apunta al principio del sigo XVII con la revolución científica y el surgimiento del
Barroco, aunque señala que en algunos campos las prácticas renacentistas persistieron.
Observa cómo la “marchitación” del movimiento se reflejaba en las fuentes escritas. Estas
mencionaban “nuevos mundos, nuevas estrellas, nuevos sistemas, nuevas naciones”, dejando
atrás la idea de renacer y librándose del modelo de la Antigüedad.
Galileo y Descartes encarnaron esta ruptura con lo anterior; ambos desecharon la primacía de
los Antiguos, que habían sido el modelo de los humanistas renacentistas. La razón, encarnada
en las matemáticas y en la geometría, ganó prestigio intelectual ante la Antigüedad,
colaborando en la desintegración de este movimiento.
Sin duda, esta obra destaca dentro de la numerosa bibliografía existente sobre el
Renacimiento por la visión global que ofrece de este acontecimiento tan determinante para la
historia de Occidente. El autor no limita su investigación a los centros culturales potentes del
momento, Italia, Francia y Flandes, sino que la expande para mostrarnos el proceso por el
cual las nuevas ideas y formas culturales penetraron hasta las periferias del continente.
Adaptándose a cada contexto concreto, este movimiento logró integrar los nuevos elementos
culturales en la vida cotidiana de esos países, contribuyendo con ello a «europeizar» Europa.