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Trazos, trozos

“sus dibujos son los de un despojado”


Henri Michaux

Absurdos, de una oscuridad sonriente, casi diríase rutilante, son personajes


constituidos en una imaginación fecunda, hilarante. Algunos son terriblemente
tiernos. Al verlos, tan quietos en el papel pero dispuestos en cualquier momento a
dar el brinco, uno puede pensar en Gorey o en Lear, y justamente comparten la
ironía que no escatima sus recursos ni ante la muerte o la pétrea solemnidad.

Recuerdo sus hojas sueltas, diminutas libretas repletos de esos seres incómodos,
barrigudos, tristes. Muchos de ellos son animales, una fauna lúdica (guiño guiño),
criaturas desharrapadas que, en su mano morena de dedos largos, cobran un
protagonismo desconcertante pero merecido. Haciendo uso de la prosopopeya,
acaso devela nuestra vana y azarosa condición. Sus formas repiten el modelo
magro, la mirada extraviada, la mirada del que no consigue dormir: él mismo
eterno insomne.

En las horas escolares abundantes en tedio, yo solía inspeccionar sus dibujos,


riéndome quedito para que los censores del humor no nos expulsaran de las
paredes desdichadas de la academia. Y afuera hacía frío. Otras veces me
conmovían las historias que contaban aquellos trazos. Pesadillas bufonescas.

Entonces supe que algunos han llegado a la escultura, adquiriendo así cierta
dimensionalidad de la existencia. Pobrecitos. Pero no me crean, hay que verlos
ahí, en situaciones inverosímiles, ridículos, epicúreos, sabios, ebrios. Y solos.
Solitarios que nos acompañan.

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