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Recuerdo sus hojas sueltas, diminutas libretas repletos de esos seres incómodos,
barrigudos, tristes. Muchos de ellos son animales, una fauna lúdica (guiño guiño),
criaturas desharrapadas que, en su mano morena de dedos largos, cobran un
protagonismo desconcertante pero merecido. Haciendo uso de la prosopopeya,
acaso devela nuestra vana y azarosa condición. Sus formas repiten el modelo
magro, la mirada extraviada, la mirada del que no consigue dormir: él mismo
eterno insomne.
Entonces supe que algunos han llegado a la escultura, adquiriendo así cierta
dimensionalidad de la existencia. Pobrecitos. Pero no me crean, hay que verlos
ahí, en situaciones inverosímiles, ridículos, epicúreos, sabios, ebrios. Y solos.
Solitarios que nos acompañan.