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Filosofía y educación o vivir el educar

Una de las primeras lecciones que los maestros de la especialidad de cosmovisiones enseñaremos
a nuestros estudiantes es seguramente la filosofía desde definición clásica de amor a la sabiduría.
Y con este primer paso, continuaremos certeramente hacia la enseñanza de una historia muerta
de la filosofía: fechas, autores, algo de lo que dijeron y con suerte quizás toquemos una curiosidad
o dos de sus vidas; el más creativo tratará de darle significado a estas ideas haciendo que su
estudiante se piense a partir de ellas, pero no conseguirá que ellas calen en la mayoría de ellos,
pues, la filosofía, enseñada como algo abstracto, jamás fue atractiva, por tanto, comprensible.
Haciendo esto, habremos desvinculado la filosofía de la educación.

Frente a esto, podríamos partir de otra definición, efectuada por Brenes Mesén según la cual la
filosofía es sabiduría acerca del amor o, como dirá Rodolfo Agoglia: filosofía del amor. Es en esta
vía que la educación y la filosofía pueden vincularse profundamente.

Así pues, en esta relación, no es difícil encontrar la frase célebre de Freire: La educación es un acto
de amor, por tanto, un acto de valor. Sin embargo, para mí, una persona que hasta ahora ha
considerado al amor como insuficiente y una debilidad humana, esta idea es demasiado idealista,
demasiado irreal.

Cuando se observa el mundo, lo último que hay es precisamente eso. Hay historias, canciones,
dibujos y memes de amor, que conllevan alguna buena intención desde luego, pero abundan
también las historias de padres que amaron a sus hijos para que estos luego aceleren su partida
para luchar por la herencia, amigos que se traicionan por la espalda, parejas que se juran amor
eterno para después asesinarse, colonialismo, clasismo, racismo, guerras, hambrunas, falsas
democracias, desinformación, desigualdad, inestabilidad, inseguridad, injusticia, corrupción.

Ni siquiera hace falta ver las noticias o investigarlo, basta con observar nuestro rubro laboral:
autoridades corruptas, docentes ineptos y sin capacidad de adaptarse al nuevo modelo, un
sindicato que obstaculiza la liberalización de la profesión de maestros a sabiendas de que los
maestros, en su mayoría, tienen una formación lamentable, incluso dentro de la enseñanza, la
centralización extremadamente politizada de la educación; sin ir más lejos, la selección para las
Escuelas Superiores de Formación de Maestros es ridícula porque no mide lo que realmente se
necesita para ser maestro.

Aquí es donde es preciso conciliar la filosofía y la educación. Rememoremos, la base de esta


filosofía no es otra que la sabiduría del amor, esto implica un hecho sencillo, pero fundamental: la
acción de amar necesariamente implica vida. Partir de este punto implica una filosofía de vida,
misma que se transmite, se vive, se asume por el maestro, siendo su farol en esta fría noche de
apatía y confusión. Esta filosofía de amor hace de la educación vida porque ella misma es una
forma de vida.

Y hay vida allí donde los padres enseñan las primeras palabras a sus hijos con toda la ternura y
amor que pueden proveer, hay vida en la paciencia y la dulzura con el cual los maestros de inicial
preparan a estos retoños, hay vida en el compromiso y rectitud en los maestros de primaria
cuando guían los pasos de sus estudiantes, hay vida en la disciplina, en la comprensión y el cariño
que precisa un maestro en la identificación y potenciación de pasión de sus adolescentes para
determinar su vida después de salir de la escuela.

Los maestros no somos filósofos, no hacemos filosofía, pero filosofamos al educar, al propiciar la
vida cuando generamos crecimiento en nuestros estudiantes, cuando comprendemos que no
estamos aprendiendo para nosotros, sino que aprendemos para otros; que nuestra profesión no
se basa ni en el lucro ni en el ascenso social, claramente no; se basa en el servicio, en lo que
damos a la sociedad desde nuestra clase.

Visto así, desde luego que la educación entraña una filosofía de vida y para la vida. Dependerá del
educador, de sus particularidades, de su propia vida el entenderse y entender cómo educará a sus
estudiantes, en qué se basará su amor tan singular.

Y el educar partiendo desde la sabiduría del amor, que en realidad son principios de acción,
implica pues, inevitablemente, el valor del cual hablaba Freire, al menos eso puedo admitir desde
mi particular visión y situación, pues, un cobarde que no se atreve a amar ni siquiera a sí mismo,
no solamente ha tenido un desarrollo humano insuficiente, tampoco está preparado para educar.
De ahí que algunos piensen que esta tierra está maldita o que nuestra propia sangre lo está por la
mezcolanza, por la diversidad, ahí reside el temor, la pereza, la falta de pasión hacia los demás,
hacia nuestra tierra, nuestra gente y nosotros mismos.

Así pues, los cobardes en el amor, como yo, no enseñarán jamás de la mejor manera ni darán las
mejores lecciones, porque les falta lo más importante, la filosofía de vida, el corazón. Entonces, si
junto con mi formación institucional y académica no logro formarme como humano, renunciaré a
ser maestro.

Bibliografía

PAULO FREIRE. La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI

Agoglia, A. La filosofía como sabiduría del amor. Publicado originalmente en Revista de filosofía n°
17, FHCE, UNLP, La Plata,

Pérez, A. EDUCAR ES ENSEÑAR A AMAR

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