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Si hablamos de la historia del trabajo, podemos hacer coincidir sus tiempos con las
distintas edades históricas, e incluso referirnos al trabajo en la prehistoria. Pero como lo que
trata aquí es de la historia del derecho del trabajo, entonces creemos que podemos hablar de
una prehistoria, que sería la edad antigua y la edad media.
Y de una historia, que comenzaría con la revolución industrial.
La antigüedad se caracteriza por la desvalorización del concepto de trabajo manual; solo
se reconoce el trabajo intelectual, y éste hasta cierto punto. El griego Fidias fue tenido
como un simple artesano, a pesar de su genialidad con escultor.
De allí que la esclavitud, como medio de obtener mano de obra barata, prolifera alcanza
una importancia tal, que se la considera una de las instituciones fundamentales del Imperio
Romano. En esto tuvo que ver la cada vez mayor extensión del imperio, como consecuencia
de una continua y agresiva política de conquistar militares. Por eso, las rebeliones de la
plebe o de los esclavos, conmueven seriamente la base de sustento de ese imperio militar, al
producirse en el corazón de esa vasta organización, esto es, en la misma Italia.
Y por ello son duramente aplastadas (piénsese en las guerras civiles entre Mario y Sila; en
la rebelión de Espartaco u otras menos famosas que los esclavos)
Para el Derecho Romano, el esclavo es una cosa o un semoviente, convirtiéndose en una
máquina al servicio del amo. En cuanto al trabajo manual libre, basta recoger la opinión de
Cicerón, para quien los artesanos se ocupaban de oficios despreciables, “puesto que en el
taller no puede haber nada de noble”. Como se ve, nada tiene que ver con el derecho del
trabajo.
Tampoco tienen mucho que ver con el, los colegios de artesanos, que agrupaban a
trabajadores independientes, artesanos, pequeños industriales comerciantes. Ni tienen que
ver figuras que desarrolló el derecho romano y pasaron al derecho civil, como la locación
de servicio y la locación de obra, y que solo tienen un parentesco lejano con el trabajo en
relación de dependencia. No obstante lo cual, el derecho del trabajo ha tenido que ocuparse
frecuentemente de ellas por su constante utilización para intentar el fraude y la simulación
laboral.
En cuanto al medioevo, si bien cede la esclavitud, en realidad cambia de ropaje. Por un
lado, el esclavo deja de ser occidental; ahora generalmente, es africano o asiático. Por el
otro, las nuevas ideas filosóficas y religiosas combaten la desigualdad entre los hombres.
Y entonces aparecen los semiesclavos: los siervos de la gleba, atados, tanto de hecho como
jurídicamente, a la tierra que trabajan.
Ya no son cosas, sino personas, pero tratados por sus señores, dueños de la tierra, como
simples cosas; como tales, son heredadas por el señor feudal, el dominus. Éste, a cambio de
la protección que brinda, que no era poco en esos tiempos, tenía el derecho de obligarlos a
cultivar, incluso gratuitamente, hospedarlos, darles de comer y servirlo; incluso, poseía en
derecho de maltrato, que comprendía desde la cárcel hasta hacer morir de hambre y de frío
a sus siervos.
El trabajo libre y asalariado no tiene mayor importancia durante gran parte de la edad
media. Recién en su última etapa toma cierta relevancia, pero generalmente por la vía muy
particular de los gremios, con su reglamentarismo riguroso, coincidiendo con cierto
predominio del trabajo urbano industrial sobre el agrícola.
Borrajo Dacruz dice que la sociedad medieval registró dos líneas de desenvolvimiento
distinto: la primera, de base familiar o tribal, estática, cerrada y a la defensiva. Continuas
invasiones (germanos, nórdicos, musulmanes), originan el feudalismo con su
amurallamiento y la protección de señor castellano, dueño del castillo defensor. La segunda
corriente histórica y social corresponde a la época donde la inseguridad guerrera disminuye
y aparece un cierto bienestar, que crea la sociedad burguesa, comercial y manufacturera.
Ésta transformación, según Borrajo, se refleja, en el ámbito filosófico, del realismo
intelectualista al nominalismo voluntarista; en lo estético, del románico al gótico, y en lo
político, del señor feudal a la reafirmación del rey y a la creación de los estados modernos.
Los gremios medievales no son, como algunos han sostenido, un antecedente de un
sindicato moderno. Son el resultado de una rígida organización creada por una burguesía
mercantil, con el objeto de controlar el mercado de trabajo en las ciudades y el consumo. Si
quieren comprobarlo con sus propios ojos, vayan en Bélgica a la Gran Plaza de Bruselas,
una de las más bellas plazas del mundo, formadas por los edificios de los gremios de la
edad media. Walker Linares dice al respecto que “la prosperidad de numerosas ciudades,
especialmente italianas y flamencas, durante la edad media, se deben sin duda alguna a sus
corporaciones”
Los gremios comenzaron su decadencia cundo intentaron priorizar sus deseos
monopólicos sobre la creación de escuelas de oficios y sobre la calidad de la producción. Se
produce un anquilosamiento, que se opone a todo a todo adelanto técnico. A su vez, frente a
toda posibilidad de acceder a la categoría de los maestros, que antes tenían los oficiales,
mediante exigentes exámenes, la maestría se convierte en hereditarias y hasta llega a ser
vendida al mejor postor. Estos cambios, que se producen a partir del siglo XIV, provoca la
reacción de los compañeros, que se reúnen en compagnonnages, que algunos consideran
antecedentes del sindicalismo moderno. A su vez, los gremios lucharon entre si
defendiendo sus privilegios. Todo contribuye a agravar la crisis. La revolución francesa de
1789 en lo político-jurídico; y la revolución industrial, en lo económico, los hace
desaparecer definitivamente.
Como dijimos al comienzo de éste capítulo, la edad de los historiadores no coincide con
los tiempos del derecho del trabajo.
Por eso, para nuestra materia, la edad moderna es una prolongación de la edad media;
recién comienza la verdadera historia del derecho del trabajo, con sus avances y retrocesos,
con sus constantes batallas y combates, cuando despierta la edad contemporánea: la
revolución industrial, en lo económico, y la revolución francesa, en lo político y jurídico.
Ambas coinciden en la segunda mitad de siglo XVIII.
Dice Borrajo Dacruz, siguiendo a Sombart, que en el mundo económico moderno se
produce una gran realización: la empresa, como orden abstracto, que constituye la unidad
típica de producción. A ella se llega a través de las ideas de Calvino, que aporta la idea de
“la obra con fruto”, o el éxito en la vida, al decir de Aranguren, que llega a considerar al
trabajo como un deber moral.
Las ideas de éxito nos conduce a la necesidad de ganancias. El trabajo pasa e ser un factor
de producción, según el valor del mercado, convirtiéndose en una simple mercadería. El
trabajo y sus necesidades materiales y espirituales mínimas, nada pesa en estos cálculos. Lo
que importa es la ganancia, basada en una racionalismo puramente económico. Y la
persona del dependiente, la humanización y dignificación del trabajo y de la persona que
hace ese trabajo, no entra en la calculadora moderna.
En ese ambiente enrarecido nace el capitalismo y la forma contemporánea de encarar el
trabajo.
El capitalismo produce la concentración del trabajo, en fábricas, cada vez mayores.
Llegamos así a la civilización del contrato, según la feliz expresión de Georges Burdeau,
basada en el principio liberal de que habiendo el hombre obtenido la libertad política,
también ha conseguido la igualdad, que le permite contratar en paridad de condiciones, sin
protección alguna. Ésta entelequia filosófica y jurídica, base del principio de la autonomía
de la libertad, en la que ya no creen ni los mismos civilistas, a poco de andar, comienza a
presentar rajaduras y recibe duras críticas desde distintos sectores.
Los salarios que no cubren las mínimas necesidades de los trabajadores y sus familias; el
abuso en las jornadas de trabajo, de sol a sol, o más; la falta de higiene y de seguridad en
las fabricas; la exploración de niños y mujeres, hasta la extenuación y la enfermedad,
cuando no hasta la muerte, que denunciara Disraeli a mediados del siglo pasado; la falta de
respeto a la dignidad de los subordinados; la exploración escandalosa, a través del pago con
vales, solo canjeables donde quiera el empleador, generalmente en su propio
establecimiento; etc; todo ello integra la llamada cuestión social, que más que un problema
económico, es un problema moral.
Así nace la legislación social, que desemboca, lógica y progresivamente, en lo que es hoy
el derecho del trabajo, pues una de las soluciones fundamentales a la cuestión social la
brinda una legislación tuitiva. En su desarrollo confluyen teorías políticas, filosóficas y
morales, sin que se pueda atribuir a una sola influencia.
Por eso, no compartimos la opinión del ilustre tratadista chileno Francisco Walker
Linares, quien dice que “la estructura jurídico-social de nuestros tiempos, que restringe el
principio de autonomía de la voluntad en el contrato de trabajo, es el reflejo del socialismo
intervensionista del Estado y de la ley”. Insistimos en la existencia de varias fuentes, que
buscaron la solución de la crisis moral y política que trajo aparejada la cuestión social. Lo
que si es evidente es que el derecho del trabajo nace por acción y por reacción: oposición a
un capitalismo salvaje, a un economicismo a ultranza, que deshumanizó las relaciones
laborales y que, con el pretexto de adoptar ideas liberales, cayó en la peor de las
explotaciones de las personas. Ya veremos, al alcanzar la obra de Adam Smith, como el
liberalismo salvaje o capitalismo salvaje, o economicismo, no es sino un deformación
patológica de las ideas del padre del liberalismo.
El problema social es más fácil sentirlo que dar de él un concepto exacto, ya que está
formado por una gran variedad de elementos, desde los imponderables que provocan crisis
difíciles de prever, hasta aquellos que derivan de la política en su manifestación económica,
pasando por las diversas causas que producen malestar en los grandes centros de trabajo.
Para Ziegler la cuestión social es una cuestión moral; es ésta también la tesis de keller, el
que afirma: “La causa del mal social es sobre todo moral; los males que se producen son
consecuencia y no origen”. Janet llega aún a conclusiones más extremas: “Bajo cualquier
punto de vista que se estudien los fenómenos actuales, llegamos siempre a la conclusión de
que la cuestión social no es una cuestión de organización económica, sino una cuestión
religiosa.
Quienes como Leroy Beaulieu centren la cuestión social en el campo de la economía,
piensan que aquellas no es más que una intensa aspiración de los obreros a una situación
mejor, más segura y más respetada; en el mismo sentido Lujo Brentano estima que está
planteada para que las clases obreras puedan adquirir su mayor desarrollo y una
participación proporcional a los bienes materiales de la civilización.
Desde el punto de vista sociológico la cuestión social es el conjunto de males morales,
económicos y políticos que afligen a la sociedad, nacidos del extravío de los conceptos
fundamentales de la vida social y de la condición psicológica de los hombres.
La mayoría de los autores puntualiza que el problema social está integrado por el conjunto
de males que aflige a ciertos sectores sociales, por los remedios que pueden poner términos
a aquellas desventuras y por la paz entre los pobres y ricos que solucione las llamadas lucha
de clases. Es una tesis de la iglesia Católica, expresada, en su Encíclica Rerum Novarum,
por León XIII; considera que la cuestión social consiste en el estudio de los males que
aquejan a las clases inferiores y de los medios más justos, eficaces y oportuno para
conjurarlos. A ella se pliega abiertamente Antoine, cuando define la cuestión social como
“el conjunto de los males que sufre la sociedad en el orden del trabajo”.
Cathrein sostiene que “con el nombre de cuestión social se entiende el problema de cómo
se puede obtener remedios para los males y peligros gravísimos por los cuales la sociedad
es afligida hoy entre los pueblos civilizados, especialmente de cómo restablecer
establemente la paz entre los ricos y los pobres y entre los capitalistas y los obreros y
trabajadores”, Por su parte Olgiati considera que es “el conjunto de los males que
actualmente reinan en la sociedad respecto al trabajo, de los cuales deseamos conocer las
causas y buscar los remedio”.
Otra concepción del problema social es la formulada por Ludwig Hiede: “La relación
equitativa de las clases y estamentos entre si, y con relación a los poderes públicos”; idea
ampliada por Tonnies al considerar que se trata del “complejo de los problemas que derivan
de la cooperación y convivencia de clase, estratos y estamentos sociales distintos que
forman una misma sociedad; pero que están separados por hábitos de vida y por su
ideología y visión del mundo”.
Desde un sentido o punto de vista amplio y desde otro concreto aprecian la cuestión social
Antokoletz y Pérez Paton. Para el primero, en un sentido más amplio, “es el problema de
los males que afligen a la sociedad y de los remedios para ponerle fin”. En su aspecto más
restringido, considera Antokoletz que se “refiere al antagonismo entre capital y trabajo, a lo
que se ha convertido en llamar lucha de clases”. Por su parte Pérez Paton, en su sentido
general, la considera “el conjunto de los males, de los remedios posibles para conjugarlos”,
en tanto que en acepción limitada, se refiere a la esfera del trabajo, a las relaciones entre el
capital y la clase trabajadora, y los conflictos que surgen tan a menudo y en forma tan
variada entre estos dos elementos de actividad económica, que se necesitan recíprocamente
y que, sin embargo, no pueden conciliar sus puntos de vista”.
Hostench, siguiendo a Azcárate, considera que no cabe confundir el problema todo de la
vida, con el social, contenido en aquél; ni con el obrero, parte de social. “El problema
obrero lo determina la aspiración económica del proletariado, en tanto que el social afecta a
las supremas reglas jurídicas de las colectividades organizadas en sociedad civil”. A su vez,
Gaete Berrios define la cuestión social como el desequilibrio de la vida social producido
por la explotación del trabajo, o como el conjunto de problemas sociales originados por la
desigual repartición de la riqueza”.
El antagonismo que existe entre las diversas clases sociales, principalmente entre la obrera
y la capitalista, produce, cuando no se observan los principios éticos y morales que impone
la mutua convivencia, ciertos trastornos y malestares, originándose choques de fuerza,
antagonismos; más sensibles a medida que se torne más difícil la convivencia, por ser
mayor al trastorno derivado de la diferente posición de los grupos en que la sociedad se
encuentra dividida. A veces, sin embargo, es el simple progreso material y no el
desconocimiento de los principios éticos y morales el que produce la acentuación del
antagonismo creado por los diferencias sociales, sin que quepa imputar a ningún grupo las
causas que originan el conflicto.
El problema social no es exclusivo de la clase obrera, por más que a ésta afecte muy
directamente, ni se refiere tan sólo a los males que sufren los trabajadores por su situación,
aun cuando éstos últimos padezcan con mayor frecuencia los efectos de aquellos. Su
importancia es decisiva en lo relativo a la existencia de supuestas desigualdades y a la
posición que ocupa la clase trabajadora, considerada como clase sometida, falta de
derechos, sin protección alguna, desvalidas y rodeada de miserias y privaciones. A
restablecer una situación de paridad que diluya y aleja todo problema social, se dice, viene
la legislación del Trabajo. Para determinar la certeza de tal cosa resulta necesario ver hasta
donde alcanzan las desigualdades entre los individuos y hasta donde el Derecho puede
remediarlas.
Desde el instante mismo en que surge la primera división racional del trabajo, en que los
oficios, entonces incipientes muestras de la organización laboral primitiva, comienzan a
diferenciar a los hombre, se produce lo que con otros caracteres, pero con igual contenido,
hoy entendemos por problemas social. No es posible decir que había ricos y pobres en
épocas primitivas, cuando la ancha tierra era de todos, la caza constituía la principal fuente
de los recursos humanos, la pesca satisfacía necesidades y el hombre apenas sentía
precisión de aplacar otros instintos; sin embargo, ciertas diferencias, propias de la diversa
naturalaza humana, debieron ser fácilmente perceptibles. No dotados todos los hombres por
igual, ni de semejantes aptitudes, debieron haber unos más habilidosos, otros más resueltos
y algunos constantes en su labor, y junto a éstos y a aquellos, naturalmente, debieron existir
seres humanos de inferiores calidades.
La desigualdad física y la intelectual conduce a otra desigualdad, cuya fuente es la fuerza,
y ésta lleva a la violencia colectiva de la guerra, así, los pueblos fuertes oprimen a los
débiles del mismo modo que el individuo, por imperativo de su mayor fuerza, somete a
otro.
Se parte de supuesto falso: de que todos los hombres, por naturaleza, son iguales; y así a
podido decirse que “en contradicción evidente con los fundamentos ideológicos del siglo
XVIII, nuestros conocimientos científicos plantean hoy, como base inicial de toda
especulación política, la ley de la desigualdad entre los hombres”. Esa ley se basa en que
“no hay más que la naturaleza abstracta, física o metafísica que sea común a todos ellos.
Todos constan de cuerpo y alma, todos son animales dotados de razón; pero las condiciones
concretas de los individuos humanos son diferentes bajo todos los aspectos: diferentes son
sus cualidades personales, diferentes sus aptitudes para el trabajo, diferentes sus dotes o
facultades, así corporales como anímicas. Es, por lo tanto, falsa la consecuencia con que de
la igualdad abstracta se pretende deducir la necesidad de una igualdad concreta en el orden
económico”.
Cuando la igualdad jurídica y política no se produce, y cuando la desigualdad social se
acentúa más allá de condiciones normales, aquellos que sufren los efectos de tal situación
soportan un problema que tiene carácter social; por cuanto afecta, esencialmente, a la
misma sociedad de sus cimientos, en su estructura, ya que siempre comprende a los más en
beneficio de los menos. De esa manera, el problema social abarca situaciones complejas y
reclama, en todo caso, soluciones justas para aminorar sus consecuencias o paliar sus
efectos.
Pueden clasificarse las causas que originan en problema o problemas sociales en:
a) generales, que se subdividen en morales y económico-sociales; b) particulares de la clase
obrera, entre las cuales se diferencian las físicas de las morales. La insuficiencia de la
producción de los artículos de primera necesidad y en exceso de la de los de lujo, el
defectuoso reparto de las riquezas, como la insuficiencia de los salarios en ciertos casos, el
defectuoso régimen de la propiedad, el abuso de los capitalistas, los impuestos excesivos, la
carestía de la vida, son, en otra cosa, causas económico-sociales de carácter general
provocadoras del malestar que constituye en síntesis el problema social.
En la actualidad, tal conflicto alcanza esencialmente al trabajo, y a él se refieren las
diversas situaciones planteadas, y de la actividad laboral –como patronos y asalariados-
depende casi íntegramente la humanidad. Esa misma tesis sostiene Gutiérrez Gamero,
cuando afirma: “En el fondo de todo el llamado problema social no hay más que una
alteración de los valores de los dos elementos -capital y trabajo- que se estiman, con error
manifiesto y consciente, y bajo el imperio de las circunstancias y de los intereses creados,
como distintos en el concierto de la producción, a pesar de ser ambos igualmente
indispensables para que ésta se pueda realizar”.
Se considera que la política social comprende el conjunto de las actividades del Estado para
encauzar la cuestión social, apareciendo como una intervención consciente en las relaciones
que existen entre la clase obrera y las demás clases. Sin embargo, ni la política social tiene
por finalidad exclusiva la expresada, ni el problema social puede ser resuelto por simples
medidas legislativas, ya que es esencialmente un problema de orden económico y moral,
fruto o consecuencia de situaciones de hecho derivadas de la gran industria y del
maquinismo.
Que la cuestión social sea solo una cuestión económica o que en ella participe con
preponderancia un elemento moral, como sostuviere Unsain, lo cierto es que su evolución
se ha producido hacia otros órdenes y hoy suenan como provenientes de un ayer superando
las palabras del sabio pontífice León XIII, cuando en su encíclica Rerum Novarum decía:
“Por lo que toca a la defensa de los bienes corporales y externos, lo primero que hay que
hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los hombres codiciosos, que al fin de
aumentar sus propias ganancias abusan sin consideración alguna en las personas, como si
no fueran personas sino cosas”. Y ello por cuanto se tiene muy en cuenta que proteger el
trabajo, regula sobre las bases del Derecho y de la equidad todas las relaciones que de él
derivan “no es solamente, observa Modica, defender la vida y los derechos de los
trabajadores, aumentar su bienestar y hacerles capaces de realizar su fin humano, es
también favorecer el progreso y garantizar contra toda perturbación la vida de la sociedad
entera”.
IV.7. La cuestión social y el derecho
Hay situaciones, como una conmoción económica, el paro obrero, el aumento del precio de
las subsistencias, las crisis, etc. que agravan la cuestión social y provocan el interés del
jurista, principalmente en orden al Derecho del Trabajo, por las consecuencias que las
mismas plantean en las relaciones entre trabajadores y patronos. Este problema ha sido
definido por Stannler en los siguientes términos: “La historia de la vida social va
desenvolviéndose constantemente de un modo cíclico: los fenómenos sociales presentes
provocan una nueva estructura de orden social que, a su vez, da lugar a fenómenos sociales
nuevos. Una superación constantemente renovada, independiente y formalmente uniforme,
y su investigación metódica señalan con toda precisión la misión de quien se dedique a
estudiar la historia del derecho: discernir concretamente en cada caso el ciclo problemático
de la vida social, la labor científica de la historia del derecho consistente en eso, en
explicarse las transformaciones del orden jurídico partiendo de los fenómenos sociales que
las hacen surgir; una labor que no podrá llegar nunca a un término remontándose a los
primero orígenes de la vida social, porque preguntarse si lo que se precede en el tiempo son
los fenómenos sociales es orden social sería análogo a la antigua y conocida sutileza de la
prioridad de huevo o la gallina”.
La cuestión ha sido también esbozada con exactitud por R. Moreno; considera que la
abolición de la esclavitud produjo transformaciones en el derecho, al extender el principio
de la personalidad a todos los hombres. Luego, “acallados los gritos de victoria de las
clases serviles, igualadas a las demás, surge un factor económico que provoca dificultades
aún no resueltas que han influido sobre el derecho y continuarán actuando sobre el mismo.
Desde que el hombre dejó de ser una mercancía susceptible de venderse, desde que no pudo
estar sometido a un amo que lo explotase, pero asegurase la subsistencia propia y de la
familia ha surgido para las clases trabajadoras el problema de la vida, no desde el punto de
vista de la dominación física o moral, sino económico. El conflicto se plantea entre el
capital y el trabajo, provocando la atención del jurisconsulto que pretende dirimir las
dificultades que se producen. De manera que el principio de la personalidad ha dado lugar a
problemas jurídicos que han preocupado a los legisladores, y hasta han creado una rama
especial de los estudios de derecho civil, conocida con el nombre de Legislación del
Trabajo”.
No hace muchos años que se afirmó que la cuestión social que existía en Europa no podía
darse en la República Argentina. Sin embargo como bien se ha afirmado, cada país tiene su
cuestión social, siendo ésta distinta en las jóvenes repúblicas americanas en las que la vida
del trabajador no es difícil y en las que “nada obsta a que el obrero de ayer se transforme en
el patrón de hoy”. Los problemas son distintos de una época a otra, como de un país a otro,
y nos parecen en el presente extraños los planteamientos hechos a comienzos del siglo que
corre, en relación al carácter que el problema social revestía en la Argentina.
V. EL MARXISMO
La doctrina de Carlos Marx es la base de gran parte de las doctrinas socialistas, que se
desarrollan a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se lo ha llamado socialismo
científico, pues frente a la concepciones utópicas anteriores, el marxismo se basa en teorías
históricas y, sobre todo, económicas. Se ha dicho que el pensamiento de Marx se alimentó
de dos fuentes paralelas, el idealismo de Hegel y el materialismo de Feuerbach. Carlos
Marx (1818-1883), comenzó a publicar sus teorías a partir de 1847, cuando con Federico
Engels da a conocer el Manifiesto Comunista. Su obra fundamental es El Capital, obra que
junto con La riqueza de las Naciones, de Adam Smith, debe ser uno de los libros más
citados y menos leídos de la tierra. En la primera de sus obras, ya se despliega la teoría de
la lucha de clases entre burgueses y proletarios; y la organización de estos últimos en un
partido político, para lograr la conquista del poder político y abolir la propiedad. Su tesis
puede resumirse en la famosa frase: Proletarios de todos los países, unidos”.
El Capital es considerado la Biblia del socialismo, aunque como la Biblia judeo-cristiana,
haya sido reiteradamente violada por sus seguidores. Su publicación se inició en la vida de
Marx y se completó después de muerto, por Engels, su gran colaborador y amigo. De ésta
extensa obra, sus puntos más salientes son: la teoría de la plusvalía o supervalor,
fundamento científico de la explotación capitalista y de la lucha de clases: el valor
consistente en el trabajo; la utilidad que obtiene el patrón de ese trabajo es un despojo, pues
el obrero tiene derecho al producto íntegro de su trabajo. La plusvalía surge del
sobretrabajo; “el sobretrabajo, de donde saca la plusvalía, puede, en éste caso, denominarse
trabajo no pagado”. El capital es, pues, trabado ilegítimamente acumulado por los patrones,
trabajo cristalizado. Otro gran principio es el llamado materialismo histórico o
determinismo económico; que analiza la historia sobre bases materialistas o económicas;
según esta teoría todos los fenómenos sociales, morales, ideológicos y religiosos, tienen por
causa un hecho económico; la economía es la que produce las transformaciones históricas.
En su Crítica de la Economía Política, desarrolla su materialismo dialéctico, basado en
relaciones de producción, la que a su vez forman la infraestructura de la sociedad. “es decir,
que es la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la cual
corresponden formas sociales determinadas de la conciencia”. Con ello redondea la idea
dada en el Manifiesto Comunista: “La historia de las ideas no prueba sino que la
producción intelectual se transforma con la producción material”. Schaeffle ha resumido
gráficamente éste tesis: la cuestión social queda reducida a una cuestión de estómago. Otro
gran principio, derivación de los anteriores, es el de la lucha de clases: la lucha entre
trabajadores y no trabajadores es fatal en el mundo; el capitalismo, sucesor del feudalismo,
nace de ésta lucha; pero la “concentración capitalista” hará crecer es número de proletario,
hasta que llegue el día en que “los expropiadores serán expropiados” por la masa y el
capitalismo se autodestruirá. Sobrevendrá la dictadura del proletario, hasta que se edifique
una sociedad socialista y sin clases sociales. El colectivismo, es decir, la socialización de la
propiedad y de los medios de producción, es una consecuencia lógica de toda ésta doctrina.
Para Walker Linares, el marxismo se basa en el positivismo, pues se funda en los hechos,
dejando a un lado las ideologías y los sentimientos; justicia, derecho, compasión o piedad
no cuentan para el materialismo histórico.
Fernández Madrid dice que “para el marxismo el hecho económico es base y motor único
de toda la historia de la humanidad. La economía es la estructura social, no han dios, no hay
patria, no hay reglas morales de valor absoluto, solo hay relaciones económicas, la totalidad
de éstas relaciones forman la estructura económica de la sociedad. De acuerdo con ésta
doctrina, la producción y el reparto de lo producido constituye el fundamento de todo
régimen social”.
Volviendo a nuestra materia, podemos decir, según Lyón Caen y Javillier, que el derecho
del trabajo y la práctica extensiva del contrato de trabajo es inherente al modo de
producción capitalista y que “la lucha de clases determina contradictoriamente la formación
de un Derecho del Trabajo inscripto en el derecho burgués”. Pero “ el derecho no es
simplemente generado por las relaciones de producción, como podría hacer creer un
marxismo convicto de economicismo”. Y es indudable que “el derecho del trabajo participa
en la política de la lucha obrera”.
En éste sentido, no compartimos la opinión de Justo López y Juan C. Fernández Madrid,
para quienes dentro de la doctrina liberal individualista, el derecho del trabajo, tanto el
individual como el colectivo, es rigurosamente imposible. La historia y en especial, la
historia del derecho del trabajo, parecen demostrar lo contrario. No debemos confundir
liberalismo con economicismo, que es el culto salvaje de la economía, tal como lo
explicamos más adelante.
V.1.Socialismo y comunismo
Como no somos expertos en economía y no nos gusta tocar de oído nos limitaremos a citar
la tesis de un economista, Irving Kristol quien en su trabajo “El racionalismo en la
economía”, dice, citando a Hayek, que el “cientifismo económico constituye un caso de
elefantiasis de espíritu de investigación racional”, agregando que “el objetivo de la
economía postsmithiana es liberar gradualmente al universo económico de la actividad
humana voluntaria y hacer de ese universo económico un modelo separado de la realidad” y
de allí “deducir leyes que gobiernan el mundo real que habitamos”.
Esa deformación que denuncia Kristol, se ha dado en nuestro país, pues se suelen ver
todos los problemas, tanto sociales como educativos, científicos o sanitarios, con una óptica
macroeconómica que termina en las computadoras, que presumen de modelar la economía
y predecir su curso.
El autor que citamos señala también que los “neoaustríacos”, herederos de las teorías
liberales, “están limitados por su tendencia a reducir a los seres humanos a hombres
económicos” (publicado en La crisis de la teoría económica, por Daniel bell e Irving
Kristol, Buenos Aires, 1983).
Paradójicamente, marxismo y economicismo se aproximan en forma inquietante.
Y así llegamos al año 1943. En ese año se produce uno de nuestros tantos golpes militares,
que derriba al gobierno constitucional. A partir de ese momento ocurre una verdadera
vuelta de tuerca en la historia del derecho del trabajo argentino: se crea la Secretaría de
Trabajo y se designa Secretario a Juan Domingo Perón. Éste le da un impulso inusitado al
nuevo organismo oficial. Se dictan numerosos decretos-leyes, que era un invento de los
militares, para suplir las leyes, pues el Congreso Nacional había sido disuelto.
Pero su conquista más importante fue, sin dudas, unir al movimiento obrero, dividido y
desorganizado. Perón vio en los trabajadores, desorientados y explotados, una plataforma
política formidable y la utilizó con sabiduría. Y bien que le dio frutos: no mucho tiempo
después fue elegido Presidente de la Nación.
No veamos en esto a un Maquiavelo que manipula a los trabajadores ni a un oportunista.
Lo que hizo Perón era lo que había que hacer en ese momento histórico, y lo que nadie
había sabido hacer hasta entonces; y provocó una revolución social en nuestro país con la
particularidad de ser incruenta; lo no es poco, frente a otras revoluciones sociales en el
mundo, que se llenaron de sangre.
Durante el presente siglo, en nuestro país se habían sucedido los intentos de unificación
del sindicalismo, sin resultado positivo. Como bien dice Rainolter, “socialistas y
anarquistas entran en conflicto para dominar las fuerzas trabajadoras”, dividiéndose
profundamente en cuanto a los métodos: los socialistas, moderados, tratan de conseguir
pacíficamente las conquistas obreras; los anarquistas creen en la violencia.
A la violencia, el gobierno responde sancionarnos la Ley de Resistencia (4144), ley inicua
como pocas (así la calificaron muchos autores, entre ellos Francisco García Martínez), que
aprobada en 1902, duró mas de 50 años (se la derogó en 1958), y que autorizaba al Poder
Ejecutivo para expulsar del país a los extranjeros.
Esa división en los métodos, produjo inexorablemente la división organizativa. Por cada
organización de cúpula que se crea, se funda la opuesta: frente a la F.O.A. anarquista, se
crea la Unión General de Trabajadores (U.G.T), socialista, La F.O.A. se transforma en 1904
en la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina); luego, en 1909, viene la C.O.R.A.;
Y en 1915 una situación tragicómica: se disputan la representación obrera dos entidades
con el mismo nombre; F.O.R.A. Quinto Congreso y F.O.R.A. Noveno Congreso. En 1922
se crea la Unión Sindical Argentina (U.S.A.), formada por el sindicato revolucionario. Y en
1926, los socialistas fundan la Confederación Obrera Argentina (C.O.A.).
En 1930 los militares derriban al presidente Hipólito Irigoyen, lo que agrupa a los
trabajadores en la primera Confederación General del Trabajo (C.G.T.). Pero nuevamente
los métodos dividen, y se termina en dos C.G.T., individualizadas por la calle donde tiene
su domicilio (esto volvió a ocurrir muchos años después): la C.G.T. Independencia y la
C.G.T. Catamarca; la primera cuestiona a la segunda por haber querido pactar con el
gobierno militar; la segunda contraataca, reviviendo la U.S.A. La C.G.T. Independencia, a
su vez, se divide por la lucha intrasindicales, en dos, la C.G.T. 1, y la C.G.T. 2, según el
candidato que apoyaban. Así se llega al año 1943, con un movimiento sindical totalmente
dividido o fraccionado, y, sobre todo, con los trabajadores totalmente desorientados.
Pero terminó con esas balcanizaciones del sindicalismo. No lo hizo desinteresadamente.
Siempre dijo que el movimiento político. Los sacó de sus luchas entre socialistas,
anarquistas y sindicalistas, y los convirtió en peronistas. Con eso ganó las elecciones
presidenciales, pues en ese momento carecía de una estructura política organizada. A la
fragmentación, responde con la unificación; desde entonces ya no habrá sino una C.G.T.
también altamente politizada.
Pero no se crea que esos logros los obtuvo con pura charla, pues los trabajadores no son
tontos. Una profunda legislación laboral acompañó sus tareas organizativas. Para ello contó
con un destacado grupo de juslaboralistas, entre los que cabe señalar a Eduardo Stafforini y
Juan Atilio Bramuglia, luego ministro de Relaciones Exteriores, en la primera presidencia
de Perón.
Desde el trabajo de los menores, con la organización del aprendizaje ( dec. 6289/43 y
14.358/44); el ahorro obligatorio de los menores (dec. 32.412/45); el régimen general
de vacaciones (dec. 1740/45); que se superpuso con las disposiciones de la ley 11.729, que
no había sido derogado, y que produjo jurisprudencia contradictoria; las reformas de la ley
de Accidente de Trabajo (dec. 10135/44); hasta la creación de numerosos estatutos
especiales, con reglamentaciones particulares para diversas actividades profesionales, entre
las que destacan: el Estatuto del Periodista Profesional (dec. 77618/44); el del Personal
Administrativo de Empresas Periodística (dec. 13.839/46); el Estatuto del Peón de campo
(dec. 28.169/44), y el de los Trabajadores Rurales Temporales; el del Personal de
Compañías de Seguros; el llamado Laudo Gastronómico ( dec. 4148/46); el Estatuto del
Personal de Casas de Rentas y el de Propiedad Horizontal (dec. 29.945/44); y el Estatuto
del Docente Particular ( ley 13.047, del año 1947); todos los estatutos creados por decretos
o decretos leyes, fueron ratificados durante el siguiente gobierno constitucional por la ley
12.921; algunos también fueron perfeccionados por la ley; la mayoría fue derogada o
modificados posteriormente, sobre todo, durante la dictadura militar de 1976/83.
Una de las mas importantes y polémicas conquistas de esa época, fue el dec. 33302/45,
que creo el aguinaldo; perfecciono el sistema de estabilidad en el empleo, y las
suspensiones económicas; e intentó regular el salario, creando el Instituto Nacional de las
Remuneraciones, que nunca funcionó. Sancionado el 31 de diciembre de 1945, poco antes
de las elecciones presidenciales, provocó dos reacciones opuestas: motivó y alegró al
pueblo trabajador, que por primera vez iba a tener plata en navidad y año nuevo; y levanto a
los empleadores, que debían pagar el aguinaldo contra Perón, al punto de provocar un paro
nacional empresario, que duró varios días.
Junto a la organización de la Secretaria de Trabajo y Previsión, en 1943, se dictaron otras
normas complementarias, para impedir la obstrucción a la labor de la Secretaría y de sus
organismos administrativos.
Pero indudablemente, la reforma de la legislación adjetiva más significativa, fue la
creación de los Tribunales del Trabajo de la Capital Federal, organismo judicial
especializado (aunque mixto en la organización de la Comsión de Conciliaciones, que era
un organismo administrativo encargado de la primera etapa del proceso, y dependía,
extrañamente, del Ministerio de Trabajo), que impuso un procedimiento verbal y actuado
basado en los principios de celeridad, inmediatez y competencia especializada y gratuita
para los trabajadores (dec. 32347/44, ratificado por la ley 12.948, de 1947). Como dijimos
antes, se han cumplido cincuenta años de la creación de éste instituto. Desgraciadamente,
debemos festejar ese medio siglo, destacando que el procedimiento ya no es ligero, sino que
dura años; que a los jueces rara vez se les ve el pelo; y que cada vez se trata más de sacarles
competencia y derivarla a los fueros comunes, cuando no a la administración publica.
La nueva organización sindical trajo como consecuencia inmediata la afiliación masiva: la
sindicalización, que antes era la excepción, se convirtió en la regla. Se crearon importantes
sindicatos verticales o por actividad, que suplieron a los viejos de oficio u horizontales. La
organización sindical se rigió por el dec. 23.852/45, durante los diez años que gobernó
Perón, y que, como bien destaca Rainolter, “influyó decisivamente en las modalidades
estructurales de las asociaciones profesionales, en ciertas practicas de ellas y en
ordenamientos posteriores.
La organización sindical tuvo inmediata consecuencia la multiplicación de los convenios
colectivos de trabajo, como ley de la actividad profesional. Como dijera Fernández Madrid
hace 20 años, de 4 convenciones colectivas en 1943, se pasa a 470 entre 1947 y 1948, que
beneficiaron a casi 3.000.000 de trabajadores.
Además, se sanciona una legislación previsional que beneficia a la tercera edad, pues
hasta entonces pocos eran los protegidos por el régimen jubilatorio. Se suman los
empleados de comercio y los obreros industriales, el personal de la marina mercante, los
periodistas, el personal de seguros y otros. Nuevamente, la excepción se convierte en la
regla; y en 1946, el régimen de afiliados al sistema jubilatorio, pasa a 1.600.000 personas,
que en 1951 se incrementa a 5.000.000.
Durante el gobierno constitucional siguiente, la más importante ley que se sancionó fue la
14.250 sobre convenios colectivos de trabajo, que institucionalizó el principio del efecto
erga omnes de las convenciones colectivas, previa homologación por el Ministerio de
Trabajo. Hasta entonces, solo parte de la doctrina y la jurisprudencia y cierta actividad y
cierta actividad practica de la autoridad administrativas, había reconocido ese efecto
fundamental del convenio, que lo convierte en una herramienta propia y original dentro del
derecho del trabajo. La ley de 1953, alejó toda duda sobre el tema, además de fijar otros
principios importantes, como la ultraactividad del convenio, después de su vencimiento; la
prohibición de la reforma en perjuicio del trabajador; y el impedimento de establecer en los
contratos individuales condiciones menos beneficiosas para el subordinado. La ley se
completó luego con un régimen de organización de las entidades empresarias
representativas (ley 14.295).
En 1976 fue expulsado el gobierno constitucional por un golpe de estado, como siempre,
de las fuerzas armadas. Se inicia entonces uno de los períodos más negros sino el más
negro, de la historia argentina.
Uno de los primeros actos de los militares fue modificar el régimen del contrato de
trabajo, menos de un mes después de asumir el poder. En ese momento dijimos lo siguiente
sobre la reforma introducida por la ley 21297, del 23 de abril de 1976:
“a) que se trata de una ley reductora de los derechos que había consagrado la ley anterior.
Esta intención se desprende de la lectura del mensaje que acompaña la ley, donde se habla
de reacondicionamiento o derogación de disposiciones susceptibles de configurar
situaciones que generen excesos de derogaciones o modificación de las normas que llevan
al deterioro de las relaciones en el campo empresario-laboral, y que las ,modificaciones
solo constituyen un instrumento dirigido a corregir excesos y a reconstruir la armonía en el
campo laboral. La declaración de principios, en cuanto al cercenamiento de derechos
pretéritos, es ampliamente confirmada cuando se comparan las normas de una y otra.
Hemos detectado 136 modificaciones que en alguna medida derogan o limitan las
disposiciones de la ley 20744;
“b) que existe el claro propósito de eliminar a las asociaciones profesionales de las
funciones que la ley les había conferido. La ley 20744 había establecido distintos preceptos
que implicaban el reconocimiento de la gestión sindical en la empresa, sin que ello
significara institucionalizar esa actividad gremial a través de órganos de participación o de
cogestión, sino hacerlos participar en funciones de consulta, control del cumplimiento de la
ley, petición de seguridades especiales, participación procedimiento de crisis, etc. Todas
esas facultades han desaparecido totalmente con la reforma;
“c) que se trata de una reforma temporal, tendiente, según el mensaje, a “restablecer el
orden indispensable en la relación trabajo-empresa. Por ello, se aclara que el proyecto no
busca el perfeccionamiento sistemático de aquel régimen, el que podrá ser materia de un
futuro código de trabajo. La precariedad de la reforma surge a demás de la urgencia de su
sanción, a solo 30 días de asumir el nuevo gobierno, y de lo dispuesto en el art. 7 de la ley
21297, que ordena la integración de una comisión para el estudio y elaboración del
proyecto de código de trabajo”.
En cuanto a la aplicación de los principios generales del derecho del trabajo, señalábamos
con motivo de la reforma de la L.C.T., que el hecho de que ésta los hubiera quitado de la
ley, no podía entenderse que no continuaran teniendo aplicación a los problemas laborales,
agregando que “si bien se han derogado las normas que se referían a ellos, la ley
reformatoria no los ha prohibido ni, en muchos casos, los ha suplantado por otras normas
que los excluyan expresamente, por lo que no puede considerarse que exista una norma
legal que suprima la aplicación de esos principios”.
Pero es indudable que si bien los principios generales permitieron salvar en gran parte la
esencia de la L.C.T., a pesar del afán reductor del legislador militar, lo cierto es que esa
desafortunada reforma descompaginó la unidad de la ley, dejando de ser el cuerpo unitario
y orgánico a que hacíamos referencia más arriba.
No fue ésta la única reforma o derogación que introdujeron los militares. En realidad, se
inició una actividad sistemática en pos de la solución final de desmantelar el derecho del
trabajo. Se comenzó con fraccionar el pago del aguinaldo, que dejó de ser un beneficio
dado en las fiestas de fin de año, para abonarse semestralmente (ley21307/76). Se siguió
con la derogación de varios de los regímenes legales profesionales, o estatutos especiales,
tales como el laudo gastronómico, el estatuto del peón agrario y bancarios y seguros. Como
era de suponer, se dispuso una nueva modificación de la Ley de Accidentes de Trabajo, por
esta vez del decreto reglamentario. Se crea un nuevo régimen del trabajo agrario, con un
estatuto cerrado, que impide la introducción de cualquier otra norma laboral; se trata, según
el mensaje explicativo, de una “unidad normativa”, que solo confirma el mesianismo del
legislador de esa época, como si el derecho pudiera ser encerrado en compartimentos
estancos. También el estatuto de los trabajadores de la construcción surge importantes
reformas (ley 22250), creando un régimen semicerrado.
La actividad gremial había sido suspendida por la dictadura, el mismo día de golpe (dec.
9/76, del 24/3/76). El 15/11/79 se dicta la ley 22105/79, que además de disolver la C.G.T. y
confiscar sus bienes, introdujo un régimen de asociaciones profesionales de trabajadores,
violatorios del convenio 87 de la O.I.T., sobre libertad sindical y de la Constitución
Nacional que, aunque renga, seguía vigente.
En ese momento expresamos nuestra opinión sobre la inconstitucionalidad del nuevo
régimen sindical:
“Dice el mensaje que acompañara al proyecto de la que luego fue la ley 22105 de
Asociaciones Gremiales, que las mismas se ajustan a las normas constitucionales y se
concilia con los principios en que se inspiran los convenios internacionales ratificados por
la república.
“Sin embargo, el análisis del articulado de la nueva ley permita llegar a conclusiones
bastante opuestas y a considerar que el nuevo régimen de organización de los sindicatos
está en abierta pugna con el concepto moderno del sindicalismo y con el principio de la
libertad sindical, que como hemos visto habían inspirado la reforma constitucional de 1957.
Tampoco guarda mucha coherencia con los principios consagrados por los convenios
internacionales.
“La nueva ley ha recortado y limitado en tal forma las funciones de los sindicatos y ha
sometido la organización de las asociaciones profesionales a un control estatal, que en
cierta medida constituye un serio retroceso a concepciones filosóficas y jurídicas de
principios de este siglo, cuando no a regímenes prohibitivos de hace más de un siglo”.
Los convenios colectivos quedan en hibernación durante muchos años, a través de la ley
21307/76, que encarar la fijación de los salarios la Poder Ejecutivo, y cuya ultraactividad se
prolonga hasta bien entrado el gobierno constitucional siguiente.
El derecho de huelga es suspendido inmediatamente por la junta militar (ley 21261/76),
por razón de “producción” y “paz, seguridad y orden interno”, o sea, por los eternos
argumentos que utilizan los dictadores para evitar las huelgas. Pero como si esto fuera
poco, ese mismo año se dicta la ley 21400/76, una de las más inicuas que han visto la luz en
este bendito país, y que nos retrotrae a fines del siglo XVIII y principio del XIX: la huela
no solo está prohibida, sino que es un delito penal, por supuesto, también es “causal de
despido justificado ipso facto”. Desafortunadamente, salvo contadas excepciones Justicia
convalidó ese bando militar.
En 1982, después de la guerra de las Malvinas, el gobierno militar se cae solo. Busca una
salida razonable; fracasa en varias direcciones, como por ejemplo, en la autoamnistía a
través de una ley que si, esta vez, fue declarada inconstitucional por la justicia. No tiene
más remedio que llamar a elecciones, y en 1983 vuelve la democracia y un gobierno
constitucional, cuya vigencia se mantiene hasta estos días, y esperamos para siempre.
Después de muchas vueltas, se restituye el derecho colectivo del trabajo, derogándose la
prohibición de las huelgas, renovando los convenios colectivos y sancionándose una nueva
ley de organización sindical, normas que están vigentes y que estudiaremos en los capítulos
correspondientes.
En el derecho individual del trabajo, al momento de escribir estas líneas, existen
proyectos, algunos con media sanción del Congreso que no estudiaremos aquí, pero que
hemos considerado un grave retroceso, no solo por afectar los principios e instituciones del
derecho del trabajo, sino, y esto es mucho más grave, por afectar los principios generales
del derecho, es decir, la base del sistema jurídico general. Hemos criticado esos proyectos
en varias publicaciones y en actos académicos, y a ellos nos remitimos.
XVIII
LA POLÍTICA, LOS MEDIOS
Y LA DESTITUCIÓN DE UN JUEZ
Carlos Alberto Elbert y Sergio
María Oribones
1. Introducción
2. El marco social
Como señalábamos al inicio, este discurso político-criminal lejos de quedar entre las
fronteras de la provincia de Buenos Aires se extiende con vigor en nuestro país; nuestra de
ello es la resiente restitución del Dr. Daniel Pintos del cargo de juez de la Cámara Criminal
de Comodoro Rivadavia (provincia de Chubut) resuelta por sentencia con mayoría extricta
del Tribunal de enjuiciamiento provincial por mal desempeño de las funciones (art. 15 inc.
a, ley 4461) al haber concedido a un imputado preventivamente detenido una salida sin
custodia de la que no regresó al lugar de detención.
5. El caso
Julio Núñez estaba detenido en la alcaldía policial de Comodoro Rivadavia, tras una
condena a veinte años desprisión por fallo de la Cámara Criminal que no estaba firme
tenía buen comportamiento en la cárcel y con anterioridad al hecho que nos ocupa había
salido sin custodia cumpliendo con su compromiso de retornar. El caso de Núñez fue
idéntico al de otros procesados con condenas no firmes incluso tan abultadas como la de
el, que habían recibido permiso de salidas similares.
Los juzgados penales de la zona desde hace más de quince años conceden
autorizaciones de salida sin custodia a las personas preventivamente detenidas, como un
modo de evitar las tensiones propias de encierro compulsivo en un lugar inadecuado, y
con el fin de aliviar las situaciones de quienes conservan el estado de inocencia hasta el
pronunciamiento de una sentencia condenatoria firme (arts. 18 C.N, 43 y 51, 2° parte
Constitución provincial). El imputado detenido solo puede acceder a estos permisos tras
demostrar buen comportamiento intramuros y el respeto a los compromisos asumidos
en egresos anteriores, cuyo seguimiento queda a cargo de trabajadores sociales de
tribunales.
Los resultados recogidos de esta actividad son satisfactorios para los internos y la
seguridad general de la alcaldía porque de ese modo se han evitado motines y otros
conflictos graves.
Por otra parte, la actividad jurisdiccional cumplida por el juez Pintos está regulada
específicamente por los art. 11 y 16 de la ley 24660 de Ejecución de la Pena Privativa
de la Libertad; el art. 16 establece que: se podrán conceder salidas transitorias de hasta
setenta y dos horas, en casos excepcionales, para afianzar y mejorar los lazos familiares
y sociales, confiando el interno a la tuición de un familiar o bajo palabra de honor, en
tanto el art. 11 determina que: esta ley...es aplicable a los procesados a condición que
sus normas no contraigan el principio de inocencia y resulten más favorables y útiles
para resguardar su personalidad. Las cuestiones que pudieran suscitarse serán resueltas
por el juez competente.
Determina la legalidad de la acción cumplida por el magistrado y conociendo que se
compadece con los precedentes jurisprudenciales locales, cabe el interrogante sobre la
oportunidad de su decisión. Este asunto es de máxima tensión en la juridicción penal;
ahora en el caso que nos interesa, sin duda, que antes de conocer el incumplimiento del
compromiso de regreso de Núñez es lógicamente imposible achacar inoportunidad a la
actividad jurisdiccional de Pintos.
En 1996, Carlos Giuliano, periodista director de la agencia Trelew del diario Crónica, de
Comodoro Rivadavia, denuncia ante el Tribunal de Enjuiciamiento, N°1 de Trelew, a la
procuradora fiscal reprochándole mal desempeño en sus funciones. Se confirió
intervención-por sorteo-como fiscal, al entonces procurador fiscal de Comodoro Rivadavia
Dr. Daniel Pintos, quien, en ese rol sostuvo que la causal de destitución reprochada no
podía acreditarse por el atraso de la causa y solicitó, en consecuencia, que la fiscal fuese
sancionada disciplinariamente, posición que compartió el tribunal de enjuiciamiento;
entonces el periodista Giuliano criticó duramente su intervención en varios artículos, donde
calificaba como “deslucida actuación del fiscal comodorense”.
En 1997, Pintos fue designado juez de la Cámara del Crimen de Comodoro Rivadavia, por
el Consejo de la Magistratura de Chubut tras un concurso público, abierto, de antecedentes
y oposiciones. Cuando en pliego ingresó a la Comisión de Asuntos Constitucionales de la
Legislatura provincial, Carlos Giuliano impugnó la designación, aducía que el desempeño
de Pintos en aquel jury demostraba que “no tenía condiciones para cubrir el cargo”. La
impugnación fue desestimada y se le concedió el acuerdo legislativo para decisiones que
también fue objeto de las críticas periodísticas del impugnante.
Ante el caso Núñez, Giuliano denunció al Dr. Pintos penalmente y ante el Consejo de la
Magistratura, a los efectos de provocar el enjuiciamiento por las causales previstas por la
ley (art. 19, ley 4461). Tras diversas vicisitudes, el Consejo de la Magistratura por
unanimidad arribó a la conclusión de que:... el hecho denunciado efectivamente existió y
fue cumplido por el Dr. Daniel Pintos por su calidad de juez de la Cámara de Crimen de
Cómodo Rivadavia, pero que éste no constituye causal de destitución al estar enmarcado en
las atribuciones legales... En suma, las actuaciones fueron remitidas al Superior Tribunal de
Justicia para su archivo.
Luego de fuertes críticas periodísticas, el tribunal de enjuiciamiento solicitó las
actuaciones, de oficio, al Superior Tribunal de Justicia y corrió vista al procurador general
en noviembre de 1999. El procurador general dictaminó que:... Atento lo señalado más
arriba... y las claras conclusiones del Consejo de la Magistratura, aparece disvalioso y fuera
de vuestra competencia el requerimiento de oficio realizado por la resol. 11/99 al Superior
Tribunal de Justicia de los presentes actuados, dado que no hay caso sometido a su decisión
y por lo tanto la vista deviene improcedente.
Ante ésta novedad, el denunciante se presentó como acusador particular en ese sentido se
lo confirió intervención en la causa; en este sentido acotamos que en el chubut tiene
vigencia, desde julio de1999 la ley 4496, que modifica algunos artículos de la ley 4461 de
enjuiciamiento, incorporando como segundo párrafo del art. 19 de esta ley, el siguiente: el
denunciante, podrá constituirse en acusador particular en cualquier etapa del proceso hasta
la clausura del mismo. Tendrá las facultades que le confiere la presente ley, y,
supletoriamente, las conferidas por el código Procesal Penal para la figura del querellante
adhesivo, aunque no resulte particularmente ofendido por el hecho que se imputa al
enjuiciado.
La Corte Suprema de Justicia, en diversos precedentes jurisprudenciales, ha sostenido que
el debido proceso legal (garantía declarada por la C.N. art. 18 y la Cnst. Prov. Art.44)
comprende cuatros aspectos inetidibles: acusación, defensa, prueba y sentencia; y que la
ausencia de alguno de estos aspectos, vulnera la mencionada garantía constitucional y
provoca la nulidad de todo lo actuado; esta posición es la mantenida por la Corte Suprema
en fallos: “Tarifeño, García, Ferreira, y Catonnar”.
Así, las autoridades dispuestas para investigar y acusar al juez Pintos, manifestaron
coincidentemente, que no existía mérico incriminante para enjuiciar al magistrado
investigado, porque su conducta se ajustaba a normas vigentes.
La posibilidad de que el acusador particular pudiera llevar al juez sumariado a jury solo
podría fundarse en interpretaciones supletorias de las leyes 4461 y 4496, recurriendo al
Código Procesal Penal de Chubut art. 12 que regula la figura del querellante adhesivo.
Ahora bien, tal como indica su denominación, no tiene una facultad autónoma en el
ejercicio persecutorio de la acción, sino que adhiere a la promovida y ejercida por el
ministerio fiscal; podemos entonces, calificar su actuación como accesoria, porque no
puede instar la acción por si, sino que debe plegarse a la instada por el fiscal, actuando a su
lado. En conclusión, puede afirmarse que en el caso de Pitos no existió acusación, y que, al
no haber acusación no correspondía conceder intervención al acusador particular, porque su
solo voluntad no puede suplir todo el procedimiento legal previsto por la constitución
provincial y la ley.
A pesar de expuesto, Giuliano y Pintos se enfrentaron esta vez ante el tribunal de
enjuiciamiento con el resultado final anunciado.
7.Conclusión
No obstante que este caso aconteció en la provincia de Chubut, alejada de la de Bs. As. Y
con escasa población en estos hechos pueden identificarse importantes referencias con el
modelo bonaerense del “combate contra la inseguridad” y sus métodos que señalamos al
principio. El caso revela la influencia decisiva de la prensa en su carácter de cuarto poder
en el peor sentido posible, cual es el de inmiscuirse con parcialidad, comprometiendo a los
órganos legales de acusación y juicio condicionando intervenciones políticas de dudosa
juridicidad y tremendas consecuencias. Así se improvisa un endurecimiento jurídico
pretoriano, ante que los jueces deben ofrendar sus convicciones so pena de ser alcanzados
también por la vidicta pública, adecuándose al rol de justicia de galillo fácil. Se trata,
visiblemente, de un triunfo de la doctrina Ruckauf y de un paso previo para implementar el
juicio popular de destitución que pregona.
Si quienes integramos el mundo de la justicia como jueces, funcionarios, abogados y
empleados no cerramos filas frente a estas manipulaciones interesadas del fenómeno
criminal que lejos estamos de consentir o fomentar podemos predecir tiempos muy oscuros
para la estructura republicana de nuestro país, y para el sostenimiento de una democracia
defectuosa, pero que permite, todavía, expresar nuestro discenso y nuestras convicciones.