Está en la página 1de 36

I.

EL TRABAJO EN LA EDAD ANTIGUA Y EN LA EDAD MEDIA

Si hablamos de la historia del trabajo, podemos hacer coincidir sus tiempos con las
distintas edades históricas, e incluso referirnos al trabajo en la prehistoria. Pero como lo que
trata aquí es de la historia del derecho del trabajo, entonces creemos que podemos hablar de
una prehistoria, que sería la edad antigua y la edad media.
Y de una historia, que comenzaría con la revolución industrial.
La antigüedad se caracteriza por la desvalorización del concepto de trabajo manual; solo
se reconoce el trabajo intelectual, y éste hasta cierto punto. El griego Fidias fue tenido
como un simple artesano, a pesar de su genialidad con escultor.
De allí que la esclavitud, como medio de obtener mano de obra barata, prolifera alcanza
una importancia tal, que se la considera una de las instituciones fundamentales del Imperio
Romano. En esto tuvo que ver la cada vez mayor extensión del imperio, como consecuencia
de una continua y agresiva política de conquistar militares. Por eso, las rebeliones de la
plebe o de los esclavos, conmueven seriamente la base de sustento de ese imperio militar, al
producirse en el corazón de esa vasta organización, esto es, en la misma Italia.
Y por ello son duramente aplastadas (piénsese en las guerras civiles entre Mario y Sila; en
la rebelión de Espartaco u otras menos famosas que los esclavos)
Para el Derecho Romano, el esclavo es una cosa o un semoviente, convirtiéndose en una
máquina al servicio del amo. En cuanto al trabajo manual libre, basta recoger la opinión de
Cicerón, para quien los artesanos se ocupaban de oficios despreciables, “puesto que en el
taller no puede haber nada de noble”. Como se ve, nada tiene que ver con el derecho del
trabajo.
Tampoco tienen mucho que ver con el, los colegios de artesanos, que agrupaban a
trabajadores independientes, artesanos, pequeños industriales comerciantes. Ni tienen que
ver figuras que desarrolló el derecho romano y pasaron al derecho civil, como la locación
de servicio y la locación de obra, y que solo tienen un parentesco lejano con el trabajo en
relación de dependencia. No obstante lo cual, el derecho del trabajo ha tenido que ocuparse
frecuentemente de ellas por su constante utilización para intentar el fraude y la simulación
laboral.
En cuanto al medioevo, si bien cede la esclavitud, en realidad cambia de ropaje. Por un
lado, el esclavo deja de ser occidental; ahora generalmente, es africano o asiático. Por el
otro, las nuevas ideas filosóficas y religiosas combaten la desigualdad entre los hombres.
Y entonces aparecen los semiesclavos: los siervos de la gleba, atados, tanto de hecho como
jurídicamente, a la tierra que trabajan.
Ya no son cosas, sino personas, pero tratados por sus señores, dueños de la tierra, como
simples cosas; como tales, son heredadas por el señor feudal, el dominus. Éste, a cambio de
la protección que brinda, que no era poco en esos tiempos, tenía el derecho de obligarlos a
cultivar, incluso gratuitamente, hospedarlos, darles de comer y servirlo; incluso, poseía en
derecho de maltrato, que comprendía desde la cárcel hasta hacer morir de hambre y de frío
a sus siervos.
El trabajo libre y asalariado no tiene mayor importancia durante gran parte de la edad
media. Recién en su última etapa toma cierta relevancia, pero generalmente por la vía muy
particular de los gremios, con su reglamentarismo riguroso, coincidiendo con cierto
predominio del trabajo urbano industrial sobre el agrícola.
Borrajo Dacruz dice que la sociedad medieval registró dos líneas de desenvolvimiento
distinto: la primera, de base familiar o tribal, estática, cerrada y a la defensiva. Continuas
invasiones (germanos, nórdicos, musulmanes), originan el feudalismo con su
amurallamiento y la protección de señor castellano, dueño del castillo defensor. La segunda
corriente histórica y social corresponde a la época donde la inseguridad guerrera disminuye
y aparece un cierto bienestar, que crea la sociedad burguesa, comercial y manufacturera.
Ésta transformación, según Borrajo, se refleja, en el ámbito filosófico, del realismo
intelectualista al nominalismo voluntarista; en lo estético, del románico al gótico, y en lo
político, del señor feudal a la reafirmación del rey y a la creación de los estados modernos.
Los gremios medievales no son, como algunos han sostenido, un antecedente de un
sindicato moderno. Son el resultado de una rígida organización creada por una burguesía
mercantil, con el objeto de controlar el mercado de trabajo en las ciudades y el consumo. Si
quieren comprobarlo con sus propios ojos, vayan en Bélgica a la Gran Plaza de Bruselas,
una de las más bellas plazas del mundo, formadas por los edificios de los gremios de la
edad media. Walker Linares dice al respecto que “la prosperidad de numerosas ciudades,
especialmente italianas y flamencas, durante la edad media, se deben sin duda alguna a sus
corporaciones”
Los gremios comenzaron su decadencia cundo intentaron priorizar sus deseos
monopólicos sobre la creación de escuelas de oficios y sobre la calidad de la producción. Se
produce un anquilosamiento, que se opone a todo a todo adelanto técnico. A su vez, frente a
toda posibilidad de acceder a la categoría de los maestros, que antes tenían los oficiales,
mediante exigentes exámenes, la maestría se convierte en hereditarias y hasta llega a ser
vendida al mejor postor. Estos cambios, que se producen a partir del siglo XIV, provoca la
reacción de los compañeros, que se reúnen en compagnonnages, que algunos consideran
antecedentes del sindicalismo moderno. A su vez, los gremios lucharon entre si
defendiendo sus privilegios. Todo contribuye a agravar la crisis. La revolución francesa de
1789 en lo político-jurídico; y la revolución industrial, en lo económico, los hace
desaparecer definitivamente.

II. EL DERECHO DEL TRABAJO EN LA EDAD CONTEMPORÁNEA

Como dijimos al comienzo de éste capítulo, la edad de los historiadores no coincide con
los tiempos del derecho del trabajo.
Por eso, para nuestra materia, la edad moderna es una prolongación de la edad media;
recién comienza la verdadera historia del derecho del trabajo, con sus avances y retrocesos,
con sus constantes batallas y combates, cuando despierta la edad contemporánea: la
revolución industrial, en lo económico, y la revolución francesa, en lo político y jurídico.
Ambas coinciden en la segunda mitad de siglo XVIII.
Dice Borrajo Dacruz, siguiendo a Sombart, que en el mundo económico moderno se
produce una gran realización: la empresa, como orden abstracto, que constituye la unidad
típica de producción. A ella se llega a través de las ideas de Calvino, que aporta la idea de
“la obra con fruto”, o el éxito en la vida, al decir de Aranguren, que llega a considerar al
trabajo como un deber moral.
Las ideas de éxito nos conduce a la necesidad de ganancias. El trabajo pasa e ser un factor
de producción, según el valor del mercado, convirtiéndose en una simple mercadería. El
trabajo y sus necesidades materiales y espirituales mínimas, nada pesa en estos cálculos. Lo
que importa es la ganancia, basada en una racionalismo puramente económico. Y la
persona del dependiente, la humanización y dignificación del trabajo y de la persona que
hace ese trabajo, no entra en la calculadora moderna.
En ese ambiente enrarecido nace el capitalismo y la forma contemporánea de encarar el
trabajo.
El capitalismo produce la concentración del trabajo, en fábricas, cada vez mayores.
Llegamos así a la civilización del contrato, según la feliz expresión de Georges Burdeau,
basada en el principio liberal de que habiendo el hombre obtenido la libertad política,
también ha conseguido la igualdad, que le permite contratar en paridad de condiciones, sin
protección alguna. Ésta entelequia filosófica y jurídica, base del principio de la autonomía
de la libertad, en la que ya no creen ni los mismos civilistas, a poco de andar, comienza a
presentar rajaduras y recibe duras críticas desde distintos sectores.
Los salarios que no cubren las mínimas necesidades de los trabajadores y sus familias; el
abuso en las jornadas de trabajo, de sol a sol, o más; la falta de higiene y de seguridad en
las fabricas; la exploración de niños y mujeres, hasta la extenuación y la enfermedad,
cuando no hasta la muerte, que denunciara Disraeli a mediados del siglo pasado; la falta de
respeto a la dignidad de los subordinados; la exploración escandalosa, a través del pago con
vales, solo canjeables donde quiera el empleador, generalmente en su propio
establecimiento; etc; todo ello integra la llamada cuestión social, que más que un problema
económico, es un problema moral.
Así nace la legislación social, que desemboca, lógica y progresivamente, en lo que es hoy
el derecho del trabajo, pues una de las soluciones fundamentales a la cuestión social la
brinda una legislación tuitiva. En su desarrollo confluyen teorías políticas, filosóficas y
morales, sin que se pueda atribuir a una sola influencia.
Por eso, no compartimos la opinión del ilustre tratadista chileno Francisco Walker
Linares, quien dice que “la estructura jurídico-social de nuestros tiempos, que restringe el
principio de autonomía de la voluntad en el contrato de trabajo, es el reflejo del socialismo
intervensionista del Estado y de la ley”. Insistimos en la existencia de varias fuentes, que
buscaron la solución de la crisis moral y política que trajo aparejada la cuestión social. Lo
que si es evidente es que el derecho del trabajo nace por acción y por reacción: oposición a
un capitalismo salvaje, a un economicismo a ultranza, que deshumanizó las relaciones
laborales y que, con el pretexto de adoptar ideas liberales, cayó en la peor de las
explotaciones de las personas. Ya veremos, al alcanzar la obra de Adam Smith, como el
liberalismo salvaje o capitalismo salvaje, o economicismo, no es sino un deformación
patológica de las ideas del padre del liberalismo.

II. EL LIBERALISMO. LA TEORÍA DE ADAM SMITH

En la obra de Borrajo Dacruz leímos unas frases suyas, aparentemente contradictorias, al


hablar del régimen liberal: “El derecho individualista trató el trabajo como una cosa, como
una mercadería”; y a continuación agrega: “El derecho individualista, al tratar al trabajo
como una mercancía, quería dignificar y proteger al trabajador”. No se trata de una
humorada o extravagancia; no se trata de hablar de burlas, de una burlería, como dicen los
españoles, sino de una frase fundada, pues considera que “el orden social individualista fue
una orden social de propietarios de medios de producción”; por un lado el bien capital y por
el otro, el bien trabajo. “El trabajador es, pues, como hombre libre, propietario de su
trabajo; puede utilizarlo como un bien de cambio. El salario será entonces el precio del
trabajo, y su cuantía se fijará según las leyes del mercado; concretamente, se fija según la
ley de la oferta y la demanda, de validez universal”. Esa libertad se concreta en el acuerdo
de voluntades, en el contrato del trabajo.
Sin perjuicio de analizar más adelante la tesis de Borrajo, que hemos expuesto, queremos
señalar que discrepamos con su calificación del contrato, pues no creemos que ese acuerdo
de voluntades, por lo menos hasta bien entrado el siglo XX, pueda considerarse un contrato
de trabajo, en el sentido técnico-jurídico y filosófico, sino de un contrato de locación de
servicios, única figura vigente en el siglo XIX. Y única figura jurídica que puede
acomodarse a ese concepto de libertad absoluta, de intercambio de bienes y de libertad de
contratación, que caracterizan al liberalismo decimonónico; y que constituye, respecto al
trabajo, su gran error histórico.
Estas aparentes contradicciones de Borrajo Dacruz, nos han obligado a pesar en releer a la
fuente primera de esta doctrina, esto es, a Adam Smith y sus Riquezas de las Naciones. Y lo
cierto es que esa relectura nos ha hecho reflexionar sobre si no tiene razón, nuestro amigo
español, por lo menos en gran parte.
Repasando la obra capital de Adam Smith, veremos que privilegió al trabajo y al hombre
que trabaja, considerándolo parte importante de la riqueza de las naciones; claro está que
desde una ecuación económica. Y también surge que conocía a fondo a los empresarios, a
quienes trató con rigor. También conoce y fustiga a los gremios, pero no deben olvidarse
que está refiriéndose a los gremios medioevales, y a lo que por entonces quedaba de ellos; y
que el libro fue escrito en 1776, es decir, antes de la Revolución Francesa, que lo disolvió.
Carlos Moyano Llerena, al analizar su teoría, dice: “La novedad de Adam Smith consistió
en sostener que si bien no se puede esperar que cada individuo se proponga promover el
bien público, en la práctica “al perseguir su propio interés promueve el de la sociedad de
una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios”.
Y afirmaba también, en una frase famosa, que lo que nos procura el alimento no es la
benevolencia de los proveedores, sino la consideración de su propio interés: “No
invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo, no les hablamos de nuestras
necesidades sino de sus ventajas”.
“ Aquí se encuentra la quinta esencia del liberalismo económico: la iniciativa privada
actuando en el mercado libre es el mejor modo para atender las necesidades de todos. Es
indispensable por lo tanto que la autoridad pública no interfiera de manera alguna en las
transacciones privadas. No habrá que temer que productores o comerciantes cometan
excesos, porque la libre competencia en el mercado lo impedirá”
Y agrega el profesos de economía política:
“El razonamiento básico de la economía liberal tiene una debilidad central al esperar que la
competencia habrá de impedir los abusos de los intereses privados. Se trata de una enorme
ingenuidad, porque es obvio que los hombre de negocios dedicarán todo su esfuerzo y su
tenacidad al propósito de eludir esa competencia, recurriendo a acuerdos monopólicos o a
protecciones oficiales”.
Comienza Adam Smith por elogiar a la educación, lo que no es un mal comienzo:
“La diferencia de talentos naturales en el hombre diversos no es tan grande como
vulgarmente se cree, y la gran variedad de talentos que parece distinguir a los hombres de
diferentes profesiones, cuando llegan a la madurez es, la más de las veces, efecto y no
causa de la división del trabajo. Las diferencias más dispares de caracteres, entre un
filósofo y un mozo de cuerda, pongamos por ejemplo, no proceden tanto, al parecer, de la
naturaleza como del hábito, la costumbre de la educación”.
Luego destaca, desde el punto de vista de la economía una de sus grandes teorías, la
división del trabajo y la extensión del mercado:
“Así como la facultad de cambiar motiva la división del trabajo, la amplitud de esta
división se halla limitada por la extensión de aquella facultad o, dicho en otras palabras, por
la extensión del mercado. Cuando éste es muy pequeño, nadie se anima a dedicarse por
entero a una ocupación, por falta de capacidad para cambiar el sobrante del producto de su
trabajo, en exceso del propio consumo, por la parte que necesita de los resultados de la
labor de otros”.
Explica la importancia del trabajo, como medida real del valor de cambio de los bienes:
“El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor de cambio de toda clase de bienes.
“El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le cuesta al hombre que quiere
adquirirla, son las penas y fatigas que su adquisición supone. Lo que realmente vale para el
que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o cambiarla por otros bienes, son las penas
y fatigas de que lo librarán, y que podrá imponer a otros individuos. Lo que se compra con
dinero o con otros bienes, se adquiere con el trabajo, lo mismo que lo que adquirimos con
el esfuerzo de nuestro cuerpo. El dinero o sea otra clases de bienes nos dispensa de esa
fatiga. Contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo, que nosotros cambiamos por las
cosas que suponemos encierran, en un momento determinado, la misma cantidad de
trabajo”.
A continuación plantea el problema entre el precio real y el precio nominal del trabajo:
“Pero, aunque para el trabajador siempre tenga igual valor idénticas cantidades de trabajo,
no ocurre así con la persona que lo emplea, pues para ella tiene unas veces más, y otras,
menos valor. Las compras, en algunas ocasiones, con una mayor cantidad de bienes, y en
otras, con menor cantidad de los mismos, por lo cual se hace la idea de que el precio del
trabajo varía como el de todas las demás cosas, siendo unas veces caro y otras barato. En
realidad, son los bienes los que son caros o baratos, en su caso o en otro.
“De acuerdo con esa acepción vulgar puede decirse que el trabajo, como los otros bienes,
tiene un precio real y otro nominal. El precio real diríamos que consiste en la cantidad de
cosas necesarias y convenientes que mediante él se consiguen, y el nominal, la cantidad de
dinero. El trabajador es rico o pobre, se halla bien o mal remunerado, en proporción al
precio real del trabajo que ejecuta, pero no al nominal”.
Luego de discutir el precio laboral, estudia la relación entre el capital y el trabajo:
“El valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en dos partes; una de ellas
paga en salario de los obreros, y la otra las ganancias del empresario, sobre el fondo entero
de materiales y salarios que adelanta. El empresario no tendría interés alguno en emplearlos
si no esperase alcanzar de la venta de sus productos algo más de lo suficiente para reponer
su capital, ni tendría tampoco interés en emplear un capital considerable, y no otro más
exiguo, si los beneficios no guardasen cierta proporción con la cuantía del capital.
“Habrá acaso quien se imagine que estos beneficios del capital son tan solo un nombre
distinto por los salarios de una particular especie de trabajo, como es el de inspección y
dirección. Pero son cosa completamente distinta, regulándose por principio de una
naturaleza especial, que no guardan proporción con la cantidad, el esfuerzo o la destreza de
ésta supuesta labor de inspección y dirección.
Los beneficios se regulan enteramente por el valor del capital empleado y son mayores o
menores en proporción a su cuantía.
“El valor real de todas las diferentes partes que componen el precio se mide, según
podemos observar, por la cantidad de trabajo que cada una de esas porciones dispone o
adquiere. El trabajo no solo mide el valor de aquella parte del precio que se resuelve en
trabajo, sino también el de aquella otra que se traduce en renta y en beneficio”.
Y el comportamiento entre capitalistas y trabajadores: “Por lo tanto, el beneficio del capital
forma parte del precio de las mercancías, y es por completo diferente de los salarios del
trabajo, los cuales se regulan por principios completamente diferentes.
“En éstas condiciones el producto íntegro del trabajo no siempre pertenece al trabajador; a
de compartirlo, en la mayor parte de los casos, con el propietario del capital que lo emplea.
La cantidad de trabajo que se gasta comúnmente en adquirir o producir una mercancía no es
la única circunstancia que regula la cantidad susceptible de adquirirse con ella, permutarse
o cambiarse. Evidentemente, hay una cantidad adicional que corresponde a los beneficios
del capital empleado en adelantar los salarios y suministrar los materiales de la empresa”.
Considera que las rentas deben ser divididas entre salarios, capital e intereses: “Quién
percibe rentas de un fundo que le pertenece, la deriva de su trabajo, de su capital o de su
tierra. La renta que procede del trabajo se llama salario; la derivada de capital, por la
persona que lo emplea y administra, se denomina beneficio, y la que obtiene la persona, que
no lo emplea por su cuenta, sino que se lo presta a otro, se califica de interés o usura. Ésta
última es la compensación que paga el prestatario al prestamista por el beneficio que tiene
oportunidad de obtener al hacer uso de la moneda.
Naturalmente, una parte de éste beneficio corresponde al prestatario, por el riesgo y
trabajo que supone el emplearlo, y otra al prestamista, que le brinda la oportunidad de
realizar esa ganancia.
El interés de dinero es siempre una renta derivada, que si no se paga del beneficio obtenido
al hacer uso del dinero, ha de pagarse de cualquier otra fuente de renta, a menos que quién
recibió la cantidad prestada sea un pródigo que contraiga una nueva deuda con el fin de
pagar el interés de primera”.
Pero como una parte va a parar a gentes ociosas, la proporción regula en incremento o
disminución de la producción: “En un país civilizado son muy pocas las mercancías cuyo
valor en cambio se debe únicamente al trabajo, porque en la mayoría de ellas entran en
bastante proporción la renta y el beneficio, de donde resulta que el producto anual de su
trabajo es siempre suficiente para comprar o disponer de una mayor cantidad de trabajo del
que se emplea en obtener, manufacturar y transportar el producto al mercado. Si la sociedad
se hallase en condiciones de emplear anualmente todo el trabajo que se puede disponer en
el curso del año, con la cantidad de trabajo se incrementaría grandemente de uno a otro, el
producto de cada uno de los años sucesivos crecería de una manera enorme en relación con
el anterior. Pero no hay un solo país en que el producto anual íntegro se emplee en
mantener a los trabajadores.
Los ociosos consumen en todos esos países una gran parte del producto y, según sean las
proporciones como se distribuye éste, anualmente, entre esas dos clases tan opuestas, así
crecerá, disminuirá o permanecerá estacionario cada año su valor promedio o corriente”.
Analiza luego la relación entre el pago de elevados salarios y la venta de muchos
productos, que no son incompatibles: “En los países que siguen haciendo progresos en
cuanto a sus riquezas la baja tasa de los beneficios puede compensar, en el precio de
muchos artículos, los elevados salarios del trabajo, y permite que esos pueblos vendan tan
barato como sus vecinos menos industriosos, cuyos salarios quizá sean más bajos”.
Pone en evidencia y fustiga el ansia de lucro de los comerciantes: “Nuestros comerciantes
y fabricantes se quejan generalmente de los malos efectos de los salarios altos, porque
suben el precio y perjudica la venta de sus mercancías tanto en el interior como en el
extranjero. Pero nada dicen sobre las malas consecuencias de los beneficios altos. Guardan
un silencio profundo en lo que respecta a los efectos perniciosos de sus propios beneficios,
y solo se quejan de los ajenos”.
Al estudiar las variaciones de los salarios, dice: “Cuando a la falta de continuidad de la
ocupación se agregan la fatiga, el desagrado y la suciedad de la labor, el salario de la tarea
más ordinaria suele elevarse por encima de lo que paga a los artesanos más diestros.
“La continuidad o discontinuidad del empleo no puede influir en los beneficios ordinarios
del capital en ninguna actividad económica, puesto que depende del comerciante y no del
negocio el que el capital se halle permanentemente empleado”.
Nuevamente pone en descubierto los apetitos de los comerciantes, e industriales, que no
suelen coincidir con las necesidades de la sociedad: “Los comerciantes y los fabricantes
son, dentro de ésta clase, las dos categorías de personas que emplean, por lo común, los
capitales más considerables y que, debido a su riqueza son objeto de la mayor
consideración por parte de los poderes públicos. Como toda su vida se halla ocupada en
hacer planes y proyectos, gozan de una mayor acuidad mental que la mayor parte de los
terratenientes. Sin embargo, como su inteligencia se ejercita por regla general en los
particulares intereses de sus negocios específicos, más bien que en los generales de la
sociedad, su dictamen, aun cuando responda a la mejor buena fe (cosa que no siempre ha
ocurrido), se inclina con mayor fuerza a favor del primero de esos objetivos que del
segundo. Su superioridad sobre la clase terrateniente no reposa tanto en el conocimiento
que pueda tener de los intereses públicos como de los suyos propios, aventajando en éste
aspecto a los propietarios de la tierra. Gracias a ese superior conocimiento de sus propios
intereses han sorprendido frecuentemente la generosidad de los propietarios, induciéndolos
a renunciar a sus propios intereses y a los del país entero, sorprendiendo la credulidad del
terrateniente hasta hacerle creer que su provecho, y no el de los capitalistas, coinciden con
el bienestar general. Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de
les manufacturas, en algunos aspectos, no solo son diferentes, sino por completo opuestos
al bien público. El interés del comerciante consiste siempre en ampliar el mercado y
restringir la competencia. La ampliación del mercado suele coincidir, por regla general, con
el interés del público; pero la limitación de la competencia redunda siempre en su perjuicio,
y solo sirve para que los comerciantes, al elevar sus beneficios por encima del nivel natural,
impongan, en beneficio propio, una contribución absurda sobre el resto de los ciudadanos.
Toda proporción de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que proceda de ésta
clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá
adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la
atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese orden de proposiciones proviene de
una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la
comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla, como la experiencia ha
demostrado en muchas ocasiones.
“Adam Smith era un hombre razonable, realista y pragmático.
Por eso resulta ahora difícil identificar su pensamiento con el de muchos que se consideran
sus discípulos, que suelen demostrar un dogmatismo y un fanatismo por completo ajenos al
estilo de su maestro”.

IV. LA CUESTIÓN SOCIAL*

IV.1 Definición y concepto del problema social

El problema social es más fácil sentirlo que dar de él un concepto exacto, ya que está
formado por una gran variedad de elementos, desde los imponderables que provocan crisis
difíciles de prever, hasta aquellos que derivan de la política en su manifestación económica,
pasando por las diversas causas que producen malestar en los grandes centros de trabajo.
Para Ziegler la cuestión social es una cuestión moral; es ésta también la tesis de keller, el
que afirma: “La causa del mal social es sobre todo moral; los males que se producen son
consecuencia y no origen”. Janet llega aún a conclusiones más extremas: “Bajo cualquier
punto de vista que se estudien los fenómenos actuales, llegamos siempre a la conclusión de
que la cuestión social no es una cuestión de organización económica, sino una cuestión
religiosa.
Quienes como Leroy Beaulieu centren la cuestión social en el campo de la economía,
piensan que aquellas no es más que una intensa aspiración de los obreros a una situación
mejor, más segura y más respetada; en el mismo sentido Lujo Brentano estima que está
planteada para que las clases obreras puedan adquirir su mayor desarrollo y una
participación proporcional a los bienes materiales de la civilización.
Desde el punto de vista sociológico la cuestión social es el conjunto de males morales,
económicos y políticos que afligen a la sociedad, nacidos del extravío de los conceptos
fundamentales de la vida social y de la condición psicológica de los hombres.
La mayoría de los autores puntualiza que el problema social está integrado por el conjunto
de males que aflige a ciertos sectores sociales, por los remedios que pueden poner términos
a aquellas desventuras y por la paz entre los pobres y ricos que solucione las llamadas lucha
de clases. Es una tesis de la iglesia Católica, expresada, en su Encíclica Rerum Novarum,
por León XIII; considera que la cuestión social consiste en el estudio de los males que
aquejan a las clases inferiores y de los medios más justos, eficaces y oportuno para
conjurarlos. A ella se pliega abiertamente Antoine, cuando define la cuestión social como
“el conjunto de los males que sufre la sociedad en el orden del trabajo”.
Cathrein sostiene que “con el nombre de cuestión social se entiende el problema de cómo
se puede obtener remedios para los males y peligros gravísimos por los cuales la sociedad
es afligida hoy entre los pueblos civilizados, especialmente de cómo restablecer
establemente la paz entre los ricos y los pobres y entre los capitalistas y los obreros y
trabajadores”, Por su parte Olgiati considera que es “el conjunto de los males que
actualmente reinan en la sociedad respecto al trabajo, de los cuales deseamos conocer las
causas y buscar los remedio”.
Otra concepción del problema social es la formulada por Ludwig Hiede: “La relación
equitativa de las clases y estamentos entre si, y con relación a los poderes públicos”; idea
ampliada por Tonnies al considerar que se trata del “complejo de los problemas que derivan
de la cooperación y convivencia de clase, estratos y estamentos sociales distintos que
forman una misma sociedad; pero que están separados por hábitos de vida y por su
ideología y visión del mundo”.
Desde un sentido o punto de vista amplio y desde otro concreto aprecian la cuestión social
Antokoletz y Pérez Paton. Para el primero, en un sentido más amplio, “es el problema de
los males que afligen a la sociedad y de los remedios para ponerle fin”. En su aspecto más
restringido, considera Antokoletz que se “refiere al antagonismo entre capital y trabajo, a lo
que se ha convertido en llamar lucha de clases”. Por su parte Pérez Paton, en su sentido
general, la considera “el conjunto de los males, de los remedios posibles para conjugarlos”,
en tanto que en acepción limitada, se refiere a la esfera del trabajo, a las relaciones entre el
capital y la clase trabajadora, y los conflictos que surgen tan a menudo y en forma tan
variada entre estos dos elementos de actividad económica, que se necesitan recíprocamente
y que, sin embargo, no pueden conciliar sus puntos de vista”.
Hostench, siguiendo a Azcárate, considera que no cabe confundir el problema todo de la
vida, con el social, contenido en aquél; ni con el obrero, parte de social. “El problema
obrero lo determina la aspiración económica del proletariado, en tanto que el social afecta a
las supremas reglas jurídicas de las colectividades organizadas en sociedad civil”. A su vez,
Gaete Berrios define la cuestión social como el desequilibrio de la vida social producido
por la explotación del trabajo, o como el conjunto de problemas sociales originados por la
desigual repartición de la riqueza”.
El antagonismo que existe entre las diversas clases sociales, principalmente entre la obrera
y la capitalista, produce, cuando no se observan los principios éticos y morales que impone
la mutua convivencia, ciertos trastornos y malestares, originándose choques de fuerza,
antagonismos; más sensibles a medida que se torne más difícil la convivencia, por ser
mayor al trastorno derivado de la diferente posición de los grupos en que la sociedad se
encuentra dividida. A veces, sin embargo, es el simple progreso material y no el
desconocimiento de los principios éticos y morales el que produce la acentuación del
antagonismo creado por los diferencias sociales, sin que quepa imputar a ningún grupo las
causas que originan el conflicto.
El problema social no es exclusivo de la clase obrera, por más que a ésta afecte muy
directamente, ni se refiere tan sólo a los males que sufren los trabajadores por su situación,
aun cuando éstos últimos padezcan con mayor frecuencia los efectos de aquellos. Su
importancia es decisiva en lo relativo a la existencia de supuestas desigualdades y a la
posición que ocupa la clase trabajadora, considerada como clase sometida, falta de
derechos, sin protección alguna, desvalidas y rodeada de miserias y privaciones. A
restablecer una situación de paridad que diluya y aleja todo problema social, se dice, viene
la legislación del Trabajo. Para determinar la certeza de tal cosa resulta necesario ver hasta
donde alcanzan las desigualdades entre los individuos y hasta donde el Derecho puede
remediarlas.

IV.2. Origen de las diferencias sociales

Desde el instante mismo en que surge la primera división racional del trabajo, en que los
oficios, entonces incipientes muestras de la organización laboral primitiva, comienzan a
diferenciar a los hombre, se produce lo que con otros caracteres, pero con igual contenido,
hoy entendemos por problemas social. No es posible decir que había ricos y pobres en
épocas primitivas, cuando la ancha tierra era de todos, la caza constituía la principal fuente
de los recursos humanos, la pesca satisfacía necesidades y el hombre apenas sentía
precisión de aplacar otros instintos; sin embargo, ciertas diferencias, propias de la diversa
naturalaza humana, debieron ser fácilmente perceptibles. No dotados todos los hombres por
igual, ni de semejantes aptitudes, debieron haber unos más habilidosos, otros más resueltos
y algunos constantes en su labor, y junto a éstos y a aquellos, naturalmente, debieron existir
seres humanos de inferiores calidades.
La desigualdad física y la intelectual conduce a otra desigualdad, cuya fuente es la fuerza,
y ésta lleva a la violencia colectiva de la guerra, así, los pueblos fuertes oprimen a los
débiles del mismo modo que el individuo, por imperativo de su mayor fuerza, somete a
otro.
Se parte de supuesto falso: de que todos los hombres, por naturaleza, son iguales; y así a
podido decirse que “en contradicción evidente con los fundamentos ideológicos del siglo
XVIII, nuestros conocimientos científicos plantean hoy, como base inicial de toda
especulación política, la ley de la desigualdad entre los hombres”. Esa ley se basa en que
“no hay más que la naturaleza abstracta, física o metafísica que sea común a todos ellos.
Todos constan de cuerpo y alma, todos son animales dotados de razón; pero las condiciones
concretas de los individuos humanos son diferentes bajo todos los aspectos: diferentes son
sus cualidades personales, diferentes sus aptitudes para el trabajo, diferentes sus dotes o
facultades, así corporales como anímicas. Es, por lo tanto, falsa la consecuencia con que de
la igualdad abstracta se pretende deducir la necesidad de una igualdad concreta en el orden
económico”.
Cuando la igualdad jurídica y política no se produce, y cuando la desigualdad social se
acentúa más allá de condiciones normales, aquellos que sufren los efectos de tal situación
soportan un problema que tiene carácter social; por cuanto afecta, esencialmente, a la
misma sociedad de sus cimientos, en su estructura, ya que siempre comprende a los más en
beneficio de los menos. De esa manera, el problema social abarca situaciones complejas y
reclama, en todo caso, soluciones justas para aminorar sus consecuencias o paliar sus
efectos.

IV.3. Lucha de clases

Si se considera la cuestión social como el conjunto de problemas que derivan de la lucha de


clases, es fácil de reconocer la importancia que tiene el concepto de clases sociales, como
también la de ésta lucha que trasciende, necesariamente, del campo social al laboral,
influyendo también, en la evolución y desarrollo del Derecho del Trabajo.
Es conveniente determinar si la lucha de clase es o no un hecho con cierta proyecciones
jurídicas, y lo que es aún más importante: si los factores de la producción, son, entre sí,
necesariamente opuesto los unos a los otros. A nuestro juicio, sin pretender tomar posición
ante antagonismos irreconciliables, es una verdad innegable la existencia de pugna de
intereses, la que a veces tiene el carácter de lucha.
El imponer la existencia de la lucha de clases como un axioma indiscutible, como un
dogma que hay que acatar con la fe que se tiene en la declaración de un Mesías, es tan
absurdo como el suprimirla por decreto, declarado inexistente los antagonismos.
Existe evidentemente una pugna de intereses que se define en la producción entre
trabajadores y empresarios pero esa pugna, que no puede desconocerse, no constituye, ni
mucho menos, una lucha permanente, ni perfila dos clases en eterna beligerancia. Además,
de existir la lucha –que no siempre es así ni tampoco, necesariamente, tiene que ser así-, no
hay, como se pretende, un fatalismo que conduzca a la violencia como necesidad, ni
tampoco es posible que esas diferencias que hacen a las clases se ahonden
permanentemente, ya que por el contrario, y afortunadamente, las distinciones de clases
sociales –principalmente cuando se fundan en la mayor o menor productividad- tienden a
desaparecer por una extensión más general de la obligación de trabajar y por un sentido
más responsable que impide la subsistencia del ocioso y anula al que solo tiene medios de
fortuna sin hacerlos rendir con su trabajo personal.

IV.4. Aparición de nuevas clases sociales

Pero debe circunscribirse el problema social a la situación de la clase trabajadora, para


desde allí determinar su influencia en las transformaciones de derecho y, principalmente, en
el desarrollo del derecho laboral. En este sentido resulta evidente que en el período
convenido entre los años 1760 y 1830, en que la revolución industrial alcanza su mayor
influencia en la vida de los pueblos, las condiciones de existencia de los trabajadores, como
señalan Aran y Hort, se modifican completamente “la organización familiar y patriarcal de
la antigua industria, en la que el maestro compartía con sus obreros las características de
permanencia en el hogar común, desaparece para dar paso a las relaciones jurídica en todo
distintas, en las que la mano de obra se convierte en una mercancía sujeta, en cuanto a su
valor, a todas las fluctuaciones, originadas por el juego de la oferta y la demanda; y poco a
poco los obreros llegan a ser desconocidos completamente para el patrono, viven
acumulados en los barrios infectos y miserables que se crean en las grandes ciudades, se
sienten desarraigados de sus comarcas natales sin vínculos afectivos con el nuevo ambiente
en que se desenvuelven, abandonados a su triste suerte en caso de enfermedad o de paro,
entregados a los vicios que se originan siempre en la escasez y en la aglomeración.
“A medida que el enriquecimiento de los elementos organizadores y directivo de la
industria encubra a negociantes y patronos y pone a su alcance las comodidades que
engendra el progreso, se manifiesta con claridad el contraste entre ello y los obreros, cuyo
nivel de vida desciende; pues, en la lucha que la producción suscita entre los individuos que
en ella participan, representan el contrincante más débil”.
Tal como indica See, “en la sociedad contemporánea, la distinción de las clases son
esencialmente de orden económico. Como la clase dirigente, la capitalista se compone en
una buena parte de Self Made Man, de modo que se penetra en ella muchas veces gracias a
cualidades personales. Esta nueva concepción de las clases sociales se une estrechamente
con la organización individualista de la sociedad. El individuo está atado menos
estrechamente al grupo del que forma parte; sin duda, desde el punto de vista económico,
hay intereses de clases, pero en cualquier otro aspecto (intelectual, político, etc) puede
aliarse a otros grupos. La movilidad social de la sociedad contemporánea aparece mucho
más extensa que nunca. Esta sociedad, muy individualista, forma contraste con el régimen
inmutable, igual al de las castas de la India, tal como se conserva hasta el presente”. Al
mismo tiempo, la división de trabajo social se hace cada vez más grande. Que se trate de
funciones administrativas o de funciones políticas, la especialización se acentúa de más en
más. Sin cesar se crean nuevos oficios, nuevas industrias o comercios necesarios; y éste
fenómeno, por otra parte, tiene por efecto, como lo ha hecho notar Berntein, el de retardar
la concentración económica.

IV.5. Causas del problema social

Pueden clasificarse las causas que originan en problema o problemas sociales en:
a) generales, que se subdividen en morales y económico-sociales; b) particulares de la clase
obrera, entre las cuales se diferencian las físicas de las morales. La insuficiencia de la
producción de los artículos de primera necesidad y en exceso de la de los de lujo, el
defectuoso reparto de las riquezas, como la insuficiencia de los salarios en ciertos casos, el
defectuoso régimen de la propiedad, el abuso de los capitalistas, los impuestos excesivos, la
carestía de la vida, son, en otra cosa, causas económico-sociales de carácter general
provocadoras del malestar que constituye en síntesis el problema social.
En la actualidad, tal conflicto alcanza esencialmente al trabajo, y a él se refieren las
diversas situaciones planteadas, y de la actividad laboral –como patronos y asalariados-
depende casi íntegramente la humanidad. Esa misma tesis sostiene Gutiérrez Gamero,
cuando afirma: “En el fondo de todo el llamado problema social no hay más que una
alteración de los valores de los dos elementos -capital y trabajo- que se estiman, con error
manifiesto y consciente, y bajo el imperio de las circunstancias y de los intereses creados,
como distintos en el concierto de la producción, a pesar de ser ambos igualmente
indispensables para que ésta se pueda realizar”.

IV.6. Soluciones del problema social

Se considera que la política social comprende el conjunto de las actividades del Estado para
encauzar la cuestión social, apareciendo como una intervención consciente en las relaciones
que existen entre la clase obrera y las demás clases. Sin embargo, ni la política social tiene
por finalidad exclusiva la expresada, ni el problema social puede ser resuelto por simples
medidas legislativas, ya que es esencialmente un problema de orden económico y moral,
fruto o consecuencia de situaciones de hecho derivadas de la gran industria y del
maquinismo.
Que la cuestión social sea solo una cuestión económica o que en ella participe con
preponderancia un elemento moral, como sostuviere Unsain, lo cierto es que su evolución
se ha producido hacia otros órdenes y hoy suenan como provenientes de un ayer superando
las palabras del sabio pontífice León XIII, cuando en su encíclica Rerum Novarum decía:
“Por lo que toca a la defensa de los bienes corporales y externos, lo primero que hay que
hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los hombres codiciosos, que al fin de
aumentar sus propias ganancias abusan sin consideración alguna en las personas, como si
no fueran personas sino cosas”. Y ello por cuanto se tiene muy en cuenta que proteger el
trabajo, regula sobre las bases del Derecho y de la equidad todas las relaciones que de él
derivan “no es solamente, observa Modica, defender la vida y los derechos de los
trabajadores, aumentar su bienestar y hacerles capaces de realizar su fin humano, es
también favorecer el progreso y garantizar contra toda perturbación la vida de la sociedad
entera”.
IV.7. La cuestión social y el derecho

Hay situaciones, como una conmoción económica, el paro obrero, el aumento del precio de
las subsistencias, las crisis, etc. que agravan la cuestión social y provocan el interés del
jurista, principalmente en orden al Derecho del Trabajo, por las consecuencias que las
mismas plantean en las relaciones entre trabajadores y patronos. Este problema ha sido
definido por Stannler en los siguientes términos: “La historia de la vida social va
desenvolviéndose constantemente de un modo cíclico: los fenómenos sociales presentes
provocan una nueva estructura de orden social que, a su vez, da lugar a fenómenos sociales
nuevos. Una superación constantemente renovada, independiente y formalmente uniforme,
y su investigación metódica señalan con toda precisión la misión de quien se dedique a
estudiar la historia del derecho: discernir concretamente en cada caso el ciclo problemático
de la vida social, la labor científica de la historia del derecho consistente en eso, en
explicarse las transformaciones del orden jurídico partiendo de los fenómenos sociales que
las hacen surgir; una labor que no podrá llegar nunca a un término remontándose a los
primero orígenes de la vida social, porque preguntarse si lo que se precede en el tiempo son
los fenómenos sociales es orden social sería análogo a la antigua y conocida sutileza de la
prioridad de huevo o la gallina”.
La cuestión ha sido también esbozada con exactitud por R. Moreno; considera que la
abolición de la esclavitud produjo transformaciones en el derecho, al extender el principio
de la personalidad a todos los hombres. Luego, “acallados los gritos de victoria de las
clases serviles, igualadas a las demás, surge un factor económico que provoca dificultades
aún no resueltas que han influido sobre el derecho y continuarán actuando sobre el mismo.
Desde que el hombre dejó de ser una mercancía susceptible de venderse, desde que no pudo
estar sometido a un amo que lo explotase, pero asegurase la subsistencia propia y de la
familia ha surgido para las clases trabajadoras el problema de la vida, no desde el punto de
vista de la dominación física o moral, sino económico. El conflicto se plantea entre el
capital y el trabajo, provocando la atención del jurisconsulto que pretende dirimir las
dificultades que se producen. De manera que el principio de la personalidad ha dado lugar a
problemas jurídicos que han preocupado a los legisladores, y hasta han creado una rama
especial de los estudios de derecho civil, conocida con el nombre de Legislación del
Trabajo”.

IV.8. El problema social de la Argentina

No hace muchos años que se afirmó que la cuestión social que existía en Europa no podía
darse en la República Argentina. Sin embargo como bien se ha afirmado, cada país tiene su
cuestión social, siendo ésta distinta en las jóvenes repúblicas americanas en las que la vida
del trabajador no es difícil y en las que “nada obsta a que el obrero de ayer se transforme en
el patrón de hoy”. Los problemas son distintos de una época a otra, como de un país a otro,
y nos parecen en el presente extraños los planteamientos hechos a comienzos del siglo que
corre, en relación al carácter que el problema social revestía en la Argentina.

V. EL MARXISMO
La doctrina de Carlos Marx es la base de gran parte de las doctrinas socialistas, que se
desarrollan a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se lo ha llamado socialismo
científico, pues frente a la concepciones utópicas anteriores, el marxismo se basa en teorías
históricas y, sobre todo, económicas. Se ha dicho que el pensamiento de Marx se alimentó
de dos fuentes paralelas, el idealismo de Hegel y el materialismo de Feuerbach. Carlos
Marx (1818-1883), comenzó a publicar sus teorías a partir de 1847, cuando con Federico
Engels da a conocer el Manifiesto Comunista. Su obra fundamental es El Capital, obra que
junto con La riqueza de las Naciones, de Adam Smith, debe ser uno de los libros más
citados y menos leídos de la tierra. En la primera de sus obras, ya se despliega la teoría de
la lucha de clases entre burgueses y proletarios; y la organización de estos últimos en un
partido político, para lograr la conquista del poder político y abolir la propiedad. Su tesis
puede resumirse en la famosa frase: Proletarios de todos los países, unidos”.
El Capital es considerado la Biblia del socialismo, aunque como la Biblia judeo-cristiana,
haya sido reiteradamente violada por sus seguidores. Su publicación se inició en la vida de
Marx y se completó después de muerto, por Engels, su gran colaborador y amigo. De ésta
extensa obra, sus puntos más salientes son: la teoría de la plusvalía o supervalor,
fundamento científico de la explotación capitalista y de la lucha de clases: el valor
consistente en el trabajo; la utilidad que obtiene el patrón de ese trabajo es un despojo, pues
el obrero tiene derecho al producto íntegro de su trabajo. La plusvalía surge del
sobretrabajo; “el sobretrabajo, de donde saca la plusvalía, puede, en éste caso, denominarse
trabajo no pagado”. El capital es, pues, trabado ilegítimamente acumulado por los patrones,
trabajo cristalizado. Otro gran principio es el llamado materialismo histórico o
determinismo económico; que analiza la historia sobre bases materialistas o económicas;
según esta teoría todos los fenómenos sociales, morales, ideológicos y religiosos, tienen por
causa un hecho económico; la economía es la que produce las transformaciones históricas.
En su Crítica de la Economía Política, desarrolla su materialismo dialéctico, basado en
relaciones de producción, la que a su vez forman la infraestructura de la sociedad. “es decir,
que es la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la cual
corresponden formas sociales determinadas de la conciencia”. Con ello redondea la idea
dada en el Manifiesto Comunista: “La historia de las ideas no prueba sino que la
producción intelectual se transforma con la producción material”. Schaeffle ha resumido
gráficamente éste tesis: la cuestión social queda reducida a una cuestión de estómago. Otro
gran principio, derivación de los anteriores, es el de la lucha de clases: la lucha entre
trabajadores y no trabajadores es fatal en el mundo; el capitalismo, sucesor del feudalismo,
nace de ésta lucha; pero la “concentración capitalista” hará crecer es número de proletario,
hasta que llegue el día en que “los expropiadores serán expropiados” por la masa y el
capitalismo se autodestruirá. Sobrevendrá la dictadura del proletario, hasta que se edifique
una sociedad socialista y sin clases sociales. El colectivismo, es decir, la socialización de la
propiedad y de los medios de producción, es una consecuencia lógica de toda ésta doctrina.
Para Walker Linares, el marxismo se basa en el positivismo, pues se funda en los hechos,
dejando a un lado las ideologías y los sentimientos; justicia, derecho, compasión o piedad
no cuentan para el materialismo histórico.
Fernández Madrid dice que “para el marxismo el hecho económico es base y motor único
de toda la historia de la humanidad. La economía es la estructura social, no han dios, no hay
patria, no hay reglas morales de valor absoluto, solo hay relaciones económicas, la totalidad
de éstas relaciones forman la estructura económica de la sociedad. De acuerdo con ésta
doctrina, la producción y el reparto de lo producido constituye el fundamento de todo
régimen social”.
Volviendo a nuestra materia, podemos decir, según Lyón Caen y Javillier, que el derecho
del trabajo y la práctica extensiva del contrato de trabajo es inherente al modo de
producción capitalista y que “la lucha de clases determina contradictoriamente la formación
de un Derecho del Trabajo inscripto en el derecho burgués”. Pero “ el derecho no es
simplemente generado por las relaciones de producción, como podría hacer creer un
marxismo convicto de economicismo”. Y es indudable que “el derecho del trabajo participa
en la política de la lucha obrera”.
En éste sentido, no compartimos la opinión de Justo López y Juan C. Fernández Madrid,
para quienes dentro de la doctrina liberal individualista, el derecho del trabajo, tanto el
individual como el colectivo, es rigurosamente imposible. La historia y en especial, la
historia del derecho del trabajo, parecen demostrar lo contrario. No debemos confundir
liberalismo con economicismo, que es el culto salvaje de la economía, tal como lo
explicamos más adelante.

V.1.Socialismo y comunismo

En 1864, Carlos Marx organizó en Londres la Primera Internacional, Congreso


revolucionario que asoció internacionalmente a los trabajadores.
Pero las ideas de Marx fueron objeto de intentos reformistas y de revisionismo, que dieron
origen a distintos partidos socialistas, que se reunieron en una Segunda Internacional.
Frente a esta última, se alzó una Tercera Internacional, que funcionaba en Moscú,
siguiendo el ideario del comunismo bolchevique ruso, buscando el establecimiento del
comunismo mundial.
Todos estos organismos dicen ser los depositarios de la herencia de Marx, pero como
suele ocurrir en las mejores familias se pelean como perros y gatos; posiblemente, por eso:
por derivar de un mismo tronco. Los esfuerzos para hacer las paces entre la Segunda y la
Tercera Internacional, no ha dado nunca resultado, salvo alianzas electorales
circunstanciales. Actualmente, el socialismo, casi siempre en versiones muy ligeras,
gobierna en varios países de Europa, África y Asia. El fracaso del comunismo ruso, que se
había quedado en la etapa estatista de la doctrina de Marx, provocó la caída de ésta rama,
en Europa Oriental.
Sin embargo, creemos que resulta ingenuo pensar que esa caída signifique la muerte de las
ideologías, como han sostenido algunos. La gran paradoja del comunismo es que, si bien su
caída influyó grandemente la crisis económica de Rusia y sus satélites (lo que daría razón a
Marx, respecto al determinismo económico), no será la economía, sino la historia y la
ideología, las que harán sobrevivir algunas de sus teorías. Lo que si podemos decir es que
Marx fue un buen científico, pero no un profeta: el capitalismo, cuya autodestrucción
predijo hace casi 150 años atrás, todavía parece gozar de buena salud.

VI. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA


La doctrina social de la iglesia católica puede remontarse a las enseñanzas de Jesucristo y
de sus apóstoles. Walker Linares dice que “la historia del cristianismo es la de una doctrina
social práctica, pero de fundamentos eminentemente éticos”.
Pero su desarrollo como doctrina social organizada puede ubicarse en el siglo XIX, a
partir de la Encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891 por Papa León XIII. Allí se dice,
entre otras cosas, que “debe la autoridad pública tener cuidado conveniente del bienestar y
provecho de la clase proletaria; de lo contrario, violará la justicia que da a cada uno su
derecho”. Y se fustiga a los que explotan el trabajo: “porque la raza de los ricos como se
puede amurallar con sus recursos, necesita menos del amparo de la pública autoridad”. “Lo
primero que hay que hacer es liberar a los obreros de la crueldad de los hombres
codiciosos, que a fin de aumentar sus propias ganancias, abusan sin moderación de las
personas, como si no fueran personas sino cosas”.
Su doctrina fue redondeada al cumplirse cuarenta años de su publicación, en 1931, con la
Encíclica Quadragesimo Anno, de Papa Pío XI, quien en 1937 publicó su Encíclica Divini
Redemptoris, donde se condena al comunismo y completamente su anterior, sosteniendo
que la sociedad debe ser para el hombre y no lo contrario, dentro de un concepto social, no
individualista.
Posteriores encíclicas han dado también fundamentos a ésta doctrina: Mater et Magistra,
del Papa Juan XXIII, en 1961 quién también publicó Pacem in Terris, de 1963; Populorum
Progressio, de 1967, de Paulo VI, Laborem Exercens, de 1981, y Sollicitudo Rei Socialis,
de 1987, por Juan Pablo II. Para la Iglesia Católica, el trabajo constituye una dimensión
fundamental de la existencia humana sobre la tierra, que posee un valor ético vinculado con
la persona del trabajador.
Para la Iglesia “la persona humana creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y
espiritual... Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios... El cuerpo del hombre
participa de la dignidad de la imagen de Dios... La dignidad de la persona humana está
enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios... En virtud de su alma y de su
potencias espirituales de entendimiento y voluntad, el hombre está dotado de libertad, signo
evidente de la imagen divina... El ejercicio de la libertad moral proclama la dignidad de la
persona humana... El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas
y no al contrario. Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado
por el amor... La justicia social solo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la
dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que
está ordenada al hombre... El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos
activamente se hace más acuciante todavía cuando estos están más necesitados en cualquier
sector de la vida humana. Cuando hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mi me
lo hicisteis” (Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid, 1993).
La doctrina social de la Iglesia señala que “todo sistema según el cual las relaciones
sociales deben estar determinadas enteramente por los factores económicos, resulta
contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos... Una teoría que hace del
lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica, es moralmente
inaceptable... La actividad económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse no
obstante dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al
plan de Dios sobre el hombre” (Juan Pablo II, Encíclica Centtesimus annus y Sollicitudo rei
socialis, y Concilio Vaticano II, Gaudio et spes).
VII. EL ECONOMICISMO

Como no somos expertos en economía y no nos gusta tocar de oído nos limitaremos a citar
la tesis de un economista, Irving Kristol quien en su trabajo “El racionalismo en la
economía”, dice, citando a Hayek, que el “cientifismo económico constituye un caso de
elefantiasis de espíritu de investigación racional”, agregando que “el objetivo de la
economía postsmithiana es liberar gradualmente al universo económico de la actividad
humana voluntaria y hacer de ese universo económico un modelo separado de la realidad” y
de allí “deducir leyes que gobiernan el mundo real que habitamos”.
Esa deformación que denuncia Kristol, se ha dado en nuestro país, pues se suelen ver
todos los problemas, tanto sociales como educativos, científicos o sanitarios, con una óptica
macroeconómica que termina en las computadoras, que presumen de modelar la economía
y predecir su curso.
El autor que citamos señala también que los “neoaustríacos”, herederos de las teorías
liberales, “están limitados por su tendencia a reducir a los seres humanos a hombres
económicos” (publicado en La crisis de la teoría económica, por Daniel bell e Irving
Kristol, Buenos Aires, 1983).
Paradójicamente, marxismo y economicismo se aproximan en forma inquietante.

VIII. EL PLURALISMO CONFLICTUAL

Gino Giugni ha acuñado un concepto feliz: El pluralismo conflictual, a su vez inspirado en


Otto Khan Freund.
En nuestro país, ha seguido esta clasificación de las ideologías laborales, Justo López.
Como se trata de tres maestros del derecho, también la adoptaremos.
Es en el sistema vigente de la democracia pluralista, donde se tolera el conflicto social
entre empleadores y trabajadores, en sus manifestaciones colectivas, y la huelga como
“fundamental instrumento de garantía social para el ordenamiento intersindical”.
Justo López dice que éste sistema “implica que se concluya la presunción de que lo que es
bueno para el empleador es siempre bueno para el trabajador, o de que lo que consideran
buenos los gobernante, también deben considerarse bueno para los trabajadores”.
Existe, pues, pluralismo en cuanto a los protagonistas: trabajadores, empleadores y
Estado; pluralismo en cuanto a los intereses en juego; y reconocimiento del conflicto
colectivo.
Este sistema ha permitido el desarrollo del derecho del trabajo, tanto individual como
colectivo, tal como lo conocemos en muchos países del mundo occidental, jerarquizando
las personas colectivas (sindicatos y organizaciones empresarias), y las demás instituciones
del derecho colectivo, Y comprende un arco de países, como Inglaterra, Francia, España,
Italia y también nuestro país, no obstante las diferencias existentes entre ellos.

IX. EL DERECHO DEL TRABAJO EN LA REPÚBLICA ARGENTINA

IX.1. Período 1887 a 1943


Con todo el respeto que nos merecen los que opinan lo contrario, consideramos que el
derecho del trabajo en la República Argentina comienza a tomar forma en 1887, cuando se
funda la fraternidad, formada por maquinistas y fogoneros de las locomotoras. Esa entidad
sindical, hoy centenaria, en sus estatutos establecía como finalidad la mejora de las
condiciones de vida y de trabajo de sus representados, mediante una legislación adecuada;
la creaciones de tribunales arbitrales tripartitos para resolver los conflictos colectivos y la
mejora de loa legislación sobre accidentes. Todo ello, en un ámbito nacional, que contrasta
con el carácter local y sumamente politizado de los intentos anteriores de organizar al
movimiento obrero.
El período anterior estuvo signado por las luchas entre marxistas y anarquista, por tomar
las riendas del movimiento obrero. Tales los casos de la Sociedad Tipográfica Bonaerense,
creada en 1857, la Unión Tipográfica de 1877, que en sus dos cortos años de vida, organizó
la primera huelga de obreros (pedían una jornada máxima de 10 horas en invierno; y de
doce, en verano); el Club Vorwarts, en 1882, dedicado a hacer conocer el pensamiento de
Carlos Marx; la Sociedad de Resistencia de Obreros Panaderos, de tendencia ácrata, en
1887.
También los empresarios comienzan a organizarse: en 1875 el Club Industrial; en 1878, el
Centro Industrial Argentina; en 1887, la Unión Industrial Argentina, que unifica las dos
anteriores; en 1886, los productores del campo organizan la Sociedad Rural Argentina.
Todos coinciden en su rechazo al incipiente movimiento sindical.
En 1981, se crea la Federación de los Trabadores de la Región Argentina, de orientación
socialista, que sigue la doctrina de los partidos obreros de Europa, y que tuvo una vida
efímera.
En 1984 es fundada la Federación Obrera Argentina, en un nuevo intento de unir a los
sindicatos, pero es repudiada por éstos.
En esta época se agudizan y multiplican los conflictos y las huelgas. Sobre sus causas
Milton Rainolter explica que fue producto, entre otras, “de las deplorables condiciones de
los primeros talleres, carentes de elementales disposiciones de seguridad, así como de las
jornadas prolongadas, con remuneraciones bajas y la falta de un sistema de prevención
adecuado”.
En el siglo XX, concretamente en 1905, se dicta la primera disposición, de lo que se
llamará entonces la “legislación del trabajo: la ley 4661, que prohíbe trabajar los días
domingos en el radio de la Capital Federal, luego ampliada a los territorios nacionales (en
ese entonces comprendían una buena parte del territorio argentino, en especial toda la
Patagonia), en 1913.
Pero la principal discusión legislativa y doctrinaria de esa época, más que el tratamiento
de la legislación de fondo, era el debate sobre la competencia de legislar, entre la Nación y
las provincias. Tercia en la polémica el distinguido constitucionalista José Nicolás
Matienzo, quien siendo Director General del Trabajo, produce un dictamen en 1907, con
motivo de discutirse una ley que regulaba el trabajo de las mujeres y los menores (ley
5291), donde dice que la legislación de fondo es facultad de la Nación; y que las
reglamentaciones de esas normas le corresponden a las provincias, pues “la reglamentación
del trabajo en la República Argentina no puede asumir una forma unitaria”.
Esa doctrina, llamada vulgarmente “doctrina Matienzo”, tuvo influencia en la legislación,
la jurisprudencia y la doctrina posteriores, e introdujo una especie de caos legislativos, al
considerarse a las provincias con derecho a sancionar leyes que no siempre eran
reglamentarias de la legislación de fondo.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación fijó su doctrina sobre la materia, en un caso
paradigmático, Viñedos y Bodegas Arizu v. Pcia. De Mendoza”, donde estableció que la
provincia no podía legislar salarios, pues el precio de la locación de servicios debía ser
fijado por el Congreso Nacional, conforme el art. 67, inc. 11 de la Const. Nac., y el art. 108
de la misma. “Todas las leyes que estatuyen sobre las relaciones privadas de los habitantes
de la República son dominio de la legislación civil y comercial”, dice la Corte, y las
autoridades provinciales no pueden modificarlas ni alterarlas en ningún sentido, a título de
ejercer el poder de policía, por lo que declara inconstitucional la ley mendocina. Lo mismo
ocurrió con una ley de Pcia. De Tucumán, que había declarado que si bien no se trabaja el
sábado por la tarde, debía pagarse el día íntegro.
El tema surgió debatiéndose, hasta que la Reforma de la Constitución de 1957, terminó
con él, al incluir dentro del art. 67, inc. 11, de la constitución, la facultad de legislar sobre el
Código de Trabajo.
Sin embargo, no hace muchos años, en un Congreso de Derecho de Trabajo, realizado en
Resistencia, Provincia de Chaco, se discutía académicamente este tema.
Otra cuestión que distrajo bastante la atención de los juristas hasta bien entrada la década
de los 60, es la sanción de un Código de Trabajo, proyecto que siempre quedó en eso, y que
agotó las energías y la paciencia de muchos ilustres laboralistas.
Paralelamente con las incendiaria declaraciones de la Federación Obrero Regional
Argentina, defendiendo el anarquismo, se comienza a trabajar en un proyecto serio de
codificación, y que se llamó Proyecto de Ley Nacional de Trabajo, o “proyecto González”,
por ser entonces Ministro del Interior en constitucionalista y literario riojano Joaquín V.
González, pero que en realidad fue obra de un equipo de hombres sabios y prudentes, como
Bialet-Massé, José Ingenieros, Del Valle Iberlucea, Bunge y otros. En el mensaje que
acompaña el proyecto, terminado en 1904, se explica la diferencia entre el legislar sobre
bienes y cosas, y sobre las fuerzas humanas, lo que significa que debe legislarse
especialmente sobre el trabajo humano. Esta diferenciación entre las leyes comunes y la
legislación especial que regule el trabajo de los hombres en relación de dependencia,
constituye un adelanto científico notable, para la época de la que estamos hablando, y
debería servir de inspiración a los que en la actualidad privilegian el economicismo y el
retroceso a la “civilización del contrato”. Aunque el proyecto no tuvo la suerte de ser
debatido en el Congreso, resulta bueno recordarlo y tenerlo como un importante
antecedente legislativo y doctrinario, por lo menos para rendir homenaje a los distinguidos
argentinos que lo proyectaron.
Otros proyectos corrieron la misma suerte: El proyecto de Alejandro Unsain, de 1921. De
este proyecto del Código de Trabajo cabe mencionar la creación de una justicia especial de
trabajo; mixta entre letrada y lega, que luego perfeccionó el proyecto Cafferata de 1939. El
Tribunal del Trabajo no se creó hasta que en 1945, Juan Dominga Perón recogió la posta y
desde la Secretaría de Trabajo sancionó los Tribunales del Trabajo de la Capital, que
maltrechos pero todavía respirando, cumple 50 años de edad.
Y lo mismo ocurrió con el proyecto de Diego Luis Molinari, en 1928; y el de Saavedra
Lamas de 1933, y el citado “Proyecto Cafferata”, o proyecto de la Cámara de Diputados, de
1939.
Y peor le fue al proyecto encargado en 1966 a los profesores Luis Despontín, Mariano
Tissembaum, y Rodolfo Nápoli, pues ni siquiera tuvo entrada en el Parlamento, ya que lo
barrió uno de los tantos golpes militares que padeció la Argentina.
Mientras estos grandes proyectos abortaban, se iba formando, poco a poco, una detallada
legislación laboral. Ya hemos mencionado algunas. Citaremos otras. La ley 9688, de 1915,
por la protección sobre los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales; la ley
10505 de 1918, luego suplantada en 1941 por la ley 12713, regulando el trabajo a
domicilio; en 1921, la ley 11127sobre policía de trabajo; la ley 11278, de 1923, sobre el
pago de las remuneraciones; en 1924 se reemplaza la ley 5291, sobre trabajo de menores y
mujeres, por la ley 11317; 1929, la ley 11544, sobre jornada de trabajo; en 1932, la ley
11640, que prohíbe el trabajo los días sábados después de las 13 horas, es decir, regulando
el llamado “sábado inglés”; en 1933 (no debemos perder de vista que estamos historiando
la década del 30, con gobiernos militares o conservadores, en la llamada “década infame”),
se sanciona la ley 11729, primer intento orgánico de regular el contrato individual de
trabajo, y que es incorporada al Código de Comercio, modificando seis de sus artículos;
francisco y Julio A. García Martínez, al comentarla, dicen que se trató de una ley tuitiva,
que guarda, ampara y defiende a sus beneficiarios y que los fines de previsión y protección
social en que se halla inspirada, deben ser tenidos en cuenta al interpretarla y aplicarla, tal
vez, hoy extrañe su ubicación en el Código de Comercio, pero, como dijera Juan Atilio
Bramuglia, ello obedeció a la necesidad de salvar resistencia, pues no debe olvidarse la
polémica que existía entre la Nación y las provincias sobre la competencia en la legislación
del trabajo, que hemos señalado anteriormente; la ley 11933, del año 1934, reguló la
prohibición de trabajo de la mujer embarazada y parturienta, con normas que,
desgraciadamente, perdieron su carácter tuitivo, por culpa de la desvalorización de nuestra
moneda; en 1938 se regula la prohibición del despido por causa de matrimonio (ley 12383).

IX.2. Período 1943 a 1955

Y así llegamos al año 1943. En ese año se produce uno de nuestros tantos golpes militares,
que derriba al gobierno constitucional. A partir de ese momento ocurre una verdadera
vuelta de tuerca en la historia del derecho del trabajo argentino: se crea la Secretaría de
Trabajo y se designa Secretario a Juan Domingo Perón. Éste le da un impulso inusitado al
nuevo organismo oficial. Se dictan numerosos decretos-leyes, que era un invento de los
militares, para suplir las leyes, pues el Congreso Nacional había sido disuelto.
Pero su conquista más importante fue, sin dudas, unir al movimiento obrero, dividido y
desorganizado. Perón vio en los trabajadores, desorientados y explotados, una plataforma
política formidable y la utilizó con sabiduría. Y bien que le dio frutos: no mucho tiempo
después fue elegido Presidente de la Nación.
No veamos en esto a un Maquiavelo que manipula a los trabajadores ni a un oportunista.
Lo que hizo Perón era lo que había que hacer en ese momento histórico, y lo que nadie
había sabido hacer hasta entonces; y provocó una revolución social en nuestro país con la
particularidad de ser incruenta; lo no es poco, frente a otras revoluciones sociales en el
mundo, que se llenaron de sangre.
Durante el presente siglo, en nuestro país se habían sucedido los intentos de unificación
del sindicalismo, sin resultado positivo. Como bien dice Rainolter, “socialistas y
anarquistas entran en conflicto para dominar las fuerzas trabajadoras”, dividiéndose
profundamente en cuanto a los métodos: los socialistas, moderados, tratan de conseguir
pacíficamente las conquistas obreras; los anarquistas creen en la violencia.
A la violencia, el gobierno responde sancionarnos la Ley de Resistencia (4144), ley inicua
como pocas (así la calificaron muchos autores, entre ellos Francisco García Martínez), que
aprobada en 1902, duró mas de 50 años (se la derogó en 1958), y que autorizaba al Poder
Ejecutivo para expulsar del país a los extranjeros.
Esa división en los métodos, produjo inexorablemente la división organizativa. Por cada
organización de cúpula que se crea, se funda la opuesta: frente a la F.O.A. anarquista, se
crea la Unión General de Trabajadores (U.G.T), socialista, La F.O.A. se transforma en 1904
en la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina); luego, en 1909, viene la C.O.R.A.;
Y en 1915 una situación tragicómica: se disputan la representación obrera dos entidades
con el mismo nombre; F.O.R.A. Quinto Congreso y F.O.R.A. Noveno Congreso. En 1922
se crea la Unión Sindical Argentina (U.S.A.), formada por el sindicato revolucionario. Y en
1926, los socialistas fundan la Confederación Obrera Argentina (C.O.A.).
En 1930 los militares derriban al presidente Hipólito Irigoyen, lo que agrupa a los
trabajadores en la primera Confederación General del Trabajo (C.G.T.). Pero nuevamente
los métodos dividen, y se termina en dos C.G.T., individualizadas por la calle donde tiene
su domicilio (esto volvió a ocurrir muchos años después): la C.G.T. Independencia y la
C.G.T. Catamarca; la primera cuestiona a la segunda por haber querido pactar con el
gobierno militar; la segunda contraataca, reviviendo la U.S.A. La C.G.T. Independencia, a
su vez, se divide por la lucha intrasindicales, en dos, la C.G.T. 1, y la C.G.T. 2, según el
candidato que apoyaban. Así se llega al año 1943, con un movimiento sindical totalmente
dividido o fraccionado, y, sobre todo, con los trabajadores totalmente desorientados.
Pero terminó con esas balcanizaciones del sindicalismo. No lo hizo desinteresadamente.
Siempre dijo que el movimiento político. Los sacó de sus luchas entre socialistas,
anarquistas y sindicalistas, y los convirtió en peronistas. Con eso ganó las elecciones
presidenciales, pues en ese momento carecía de una estructura política organizada. A la
fragmentación, responde con la unificación; desde entonces ya no habrá sino una C.G.T.
también altamente politizada.
Pero no se crea que esos logros los obtuvo con pura charla, pues los trabajadores no son
tontos. Una profunda legislación laboral acompañó sus tareas organizativas. Para ello contó
con un destacado grupo de juslaboralistas, entre los que cabe señalar a Eduardo Stafforini y
Juan Atilio Bramuglia, luego ministro de Relaciones Exteriores, en la primera presidencia
de Perón.
Desde el trabajo de los menores, con la organización del aprendizaje ( dec. 6289/43 y
14.358/44); el ahorro obligatorio de los menores (dec. 32.412/45); el régimen general
de vacaciones (dec. 1740/45); que se superpuso con las disposiciones de la ley 11.729, que
no había sido derogado, y que produjo jurisprudencia contradictoria; las reformas de la ley
de Accidente de Trabajo (dec. 10135/44); hasta la creación de numerosos estatutos
especiales, con reglamentaciones particulares para diversas actividades profesionales, entre
las que destacan: el Estatuto del Periodista Profesional (dec. 77618/44); el del Personal
Administrativo de Empresas Periodística (dec. 13.839/46); el Estatuto del Peón de campo
(dec. 28.169/44), y el de los Trabajadores Rurales Temporales; el del Personal de
Compañías de Seguros; el llamado Laudo Gastronómico ( dec. 4148/46); el Estatuto del
Personal de Casas de Rentas y el de Propiedad Horizontal (dec. 29.945/44); y el Estatuto
del Docente Particular ( ley 13.047, del año 1947); todos los estatutos creados por decretos
o decretos leyes, fueron ratificados durante el siguiente gobierno constitucional por la ley
12.921; algunos también fueron perfeccionados por la ley; la mayoría fue derogada o
modificados posteriormente, sobre todo, durante la dictadura militar de 1976/83.
Una de las mas importantes y polémicas conquistas de esa época, fue el dec. 33302/45,
que creo el aguinaldo; perfecciono el sistema de estabilidad en el empleo, y las
suspensiones económicas; e intentó regular el salario, creando el Instituto Nacional de las
Remuneraciones, que nunca funcionó. Sancionado el 31 de diciembre de 1945, poco antes
de las elecciones presidenciales, provocó dos reacciones opuestas: motivó y alegró al
pueblo trabajador, que por primera vez iba a tener plata en navidad y año nuevo; y levanto a
los empleadores, que debían pagar el aguinaldo contra Perón, al punto de provocar un paro
nacional empresario, que duró varios días.
Junto a la organización de la Secretaria de Trabajo y Previsión, en 1943, se dictaron otras
normas complementarias, para impedir la obstrucción a la labor de la Secretaría y de sus
organismos administrativos.
Pero indudablemente, la reforma de la legislación adjetiva más significativa, fue la
creación de los Tribunales del Trabajo de la Capital Federal, organismo judicial
especializado (aunque mixto en la organización de la Comsión de Conciliaciones, que era
un organismo administrativo encargado de la primera etapa del proceso, y dependía,
extrañamente, del Ministerio de Trabajo), que impuso un procedimiento verbal y actuado
basado en los principios de celeridad, inmediatez y competencia especializada y gratuita
para los trabajadores (dec. 32347/44, ratificado por la ley 12.948, de 1947). Como dijimos
antes, se han cumplido cincuenta años de la creación de éste instituto. Desgraciadamente,
debemos festejar ese medio siglo, destacando que el procedimiento ya no es ligero, sino que
dura años; que a los jueces rara vez se les ve el pelo; y que cada vez se trata más de sacarles
competencia y derivarla a los fueros comunes, cuando no a la administración publica.
La nueva organización sindical trajo como consecuencia inmediata la afiliación masiva: la
sindicalización, que antes era la excepción, se convirtió en la regla. Se crearon importantes
sindicatos verticales o por actividad, que suplieron a los viejos de oficio u horizontales. La
organización sindical se rigió por el dec. 23.852/45, durante los diez años que gobernó
Perón, y que, como bien destaca Rainolter, “influyó decisivamente en las modalidades
estructurales de las asociaciones profesionales, en ciertas practicas de ellas y en
ordenamientos posteriores.
La organización sindical tuvo inmediata consecuencia la multiplicación de los convenios
colectivos de trabajo, como ley de la actividad profesional. Como dijera Fernández Madrid
hace 20 años, de 4 convenciones colectivas en 1943, se pasa a 470 entre 1947 y 1948, que
beneficiaron a casi 3.000.000 de trabajadores.
Además, se sanciona una legislación previsional que beneficia a la tercera edad, pues
hasta entonces pocos eran los protegidos por el régimen jubilatorio. Se suman los
empleados de comercio y los obreros industriales, el personal de la marina mercante, los
periodistas, el personal de seguros y otros. Nuevamente, la excepción se convierte en la
regla; y en 1946, el régimen de afiliados al sistema jubilatorio, pasa a 1.600.000 personas,
que en 1951 se incrementa a 5.000.000.
Durante el gobierno constitucional siguiente, la más importante ley que se sancionó fue la
14.250 sobre convenios colectivos de trabajo, que institucionalizó el principio del efecto
erga omnes de las convenciones colectivas, previa homologación por el Ministerio de
Trabajo. Hasta entonces, solo parte de la doctrina y la jurisprudencia y cierta actividad y
cierta actividad practica de la autoridad administrativas, había reconocido ese efecto
fundamental del convenio, que lo convierte en una herramienta propia y original dentro del
derecho del trabajo. La ley de 1953, alejó toda duda sobre el tema, además de fijar otros
principios importantes, como la ultraactividad del convenio, después de su vencimiento; la
prohibición de la reforma en perjuicio del trabajador; y el impedimento de establecer en los
contratos individuales condiciones menos beneficiosas para el subordinado. La ley se
completó luego con un régimen de organización de las entidades empresarias
representativas (ley 14.295).

IX.3. Período 1955 a 1966

En septiembre de 1955 es derribado el gobierno constitucional de Juan D. Perón, y asume


un gobierno militar.
Además de la depuración política, mediante la declaración de ilegalidad del peronismo, se
intenta una depuración laboral. Primero se intervienen todos los sindicatos y la C.G.T.; y se
Una de las mas importantes reformas, en gran parte positiva, fue la de la ley de accidentes,
a través del dec. 650/55, que actualiza los topes indemnizatorios, fijándolos en valores
adecuados para ese momento. Fue inspirada por el ministro Luis Cerrutti Costas, que era un
También se restablece a las provincias la facultad de ejercer el poder de policía laboral en
sus jurisdicciones (dec. 5205/57). Y se introducen algunas modificaciones al
procedimiento laboral, con referencia a la competencia, el pase de la Comisión de
Conciliación al Ministerio de Justicia, lo que era mas lógico, pero no tanto, pues tendría que
haber dependido del Poder Judicial.
En 1958 se van los militares y vuelve a regir la constitución. No obstante estar acosado
por los militares, que le hicieron planteos casi diarios, el presidente Arturo Frondizi pudo
hacer sancionar varias leyes laborales.
La más importante fue la ley 14.455, de organización de los sindicatos, la que, según
Rainolter, significó un vuelco total con relación a la anterior (los militares de 1955/58
habían creado un sistema de pluralismo sindical, que dio malos resultados), y que se
considera una vuelta al régimen de 1945/55.
También se dictaron normas modificatorias sobre los montos de las indemnizaciones por
despidos (ley 15.785, de 1960); el régimen de accidentes (ley 15.448, de 1960); y el
régimen de viajantes de comercio, con una ley, 14.546, que en realidad creó un nuevo
sistema y terminó con la figura del “viajante libre”, que había sido tomada por la
jurisprudencia de la legislación y la doctrina italiana (Mario Deveali fue el principal
exportador de esa figura, que trajo al exiliarse en nuestro país).
En 1962, los militares, siempre creyéndose los amos y señores de nuestro país, expulsan
malamente al presidente constitucional y se instalan nuevamente en el poder. Pero esta vez,
con una ficción, que personalmente consideramos que le hizo mas daño al país que los
golpes brutales anteriores: se crea una ficción de pseudo gobierno constitucional, al ponerse
en el cargo de presidente de la Nación al presidente provisorio del senado. Pero en realidad,
se trata de una figura decorativa, pues los que ejercían el poder eran los tres comandantes
militares y no el Dr. Guido. A tal punto, que el Congreso nunca sesionó, y poco después fue
disuelto.
Después de la caída del presidente Arturo Frondizi, se normaliza la C.G.T., y se decide un
plan de lucha, con el objeto de conseguir el cambio total de las estructuras económicas. Se
realizan movilizaciones y tomas simbólicas de fábricas. Este plan, en su segunda etapa,
afecta seriamente al nuevo presidente constitucional, Arturo Humberto Illia, con 11.000
establecimientos ocupados, con casi 4.000.000 de trabajadores en el plan; muchos de ellos
son sometidos a proceso, acusados de usurpación.
También en este interregno constitucional, se sanciona la ley 16.881, en 1966,
estableciendo un régimen del contrato individual de trabajo, pero el Dr. Illia veta
parcialmente el proyecto y promulga sólo cuatro artículos. Oportunamente, hemos
defendidos el veto parcial de una ley. Pero en este caso, era evidente que el veto afectaba
esa estructura y no debió ser realizado en esa forma, pues lo que cabía era enviar el
proyecto nuevamente al congreso, para que siguiera el trámite que establece la constitución
para estas circunstancias. La conclusión fue que los empresarios no acataron esta
desmoche, se iniciaron miles de juicios y, por último, más de un año después, la Corte
Suprema declaró inconstitucional la promulgación parcial de la ley 16.881.
En este período, se dictaron las leyes 16.576, sobre el contenido y forma de los recibos de
pagos de salarios, para intentar evitar el fraude laboral y previsional de los trabajadores que
integran una sociedad (ley 16.593, de 1964); y la ley sobre el pago a cuentas de sueldos y
de indemnizaciones por despido, ley 16.577, que terminó con una cuestionable
jurisprudencia de la Corte, que consideraba el definitivo si no se hacía el reclamo en un
breve lapso; y la ley 16.782, del año 1965, que estableció nuevas indemnizaciones para los
periodistas profesionales. También se creó un nuevo régimen de salario vital mínimo y
móvil, y su establecimiento se encarga al Consejo Nacional del Salario Vital Mínimo y
Móvil, dependiente del Ministerio del Trabajo ( ley 16.459, de 1964). En el ámbito del
derecho colectivo, se reglamenta la ley 14.455, mediante el dec. regl. 969/66, que fue
duramente criticado, por considerarse que afectaba el espíritu y la letra de la ley sindical.
No debe olvidarse que en ese entonces y desde 1.957, estaba vigente la reforma
constitucional, cuyo art. 14 nuevo había consagrado el constitucionalismo social, tanto en el
aspecto individual y colectivo del trabajo, como en la seguridad social, siguiendo el modelo
que había impuesto la reforma constitucional de 1949, que había sido derogada por la
revolución militar de 1955.

IX.4. Período 1966 a 1973

En 1966, las fuerzas armadas vuelven a derrocar a un gobierno constitucional, y ejercen el


poder durante un largo período, hasta 1973.
En 1970, se dicta la llamada ley 18.624 (aquí ya no se habla de decretos o decretos-leyes,
sino que, eufemísticamente, se las titula “leyes”), que adecua la ley de trabajo de mujeres y
menores a los Convenios de la O.I.T. Se incrementan los topes de las indemnizaciones por
despido (ley 17.3919, tratando de paliar el desbarajuste que produce la inconstitucionalidad
de la ley 16.881. Se dispone, desde 1970, que las renuncias al empleo sean ante autoridad
pública o por telegrama, y la extinción del contrato por mutuo acuerdo, ante autoridad
pública o escribano público (ley 18.523). La ley 18.596 crea nuevas exigencias formales
respecto al pago de salarios, para dar seguridad jurídica a ese acto. Nuevamente vuelve a
modificarse la ley de accidentes, en su enésima reforma parcial (ley 18.018, de 1969).
Una de las reformas más importantes de ese período, fue la nueva regulación del
procedimiento laboral, de acuerdo con un proyecto que elaboró una comisión de
distinguidos juslaboralistas y que se convirtió en la ley 18.345/69, que es la que
actualmente rige los tribunales del trabajo de la Capital, con algunas modificaciones
posteriores. Suprimió la Comisión de Conciliación y volcó literalmente muchas de las
normas del Código de Procedimiento Civil y Comercial de la Capital, sin ninguna
reelaboración. Se la ha criticado duramente por estas circunstancias, pero creemos que no
puede atribuirse totalmente a ella la actual decadencia del fuero laboral. Prueba que no es
así, es el hecho que sus primeros años de vigencia, fue uno de los períodos más brillantes
de la justicia del trabajo. Es cierto que lentificó el proceso, al “civilizarlo” con normas
pensadas para otros fueros; y decayó el espíritu conciliatorio, que era uno de los
fundamentos del procedimiento laboral. Pero en realidad, se trata, más que nada un
problema de hombres: la decadencia comenzó con el “vaciamiento” de la Justicia, que se
inició en 1973, con un poca feliz ley de jubilación de magistrados; la agravó la dictadura
militar en 1976, echando a una gran cantidad de jueces, a pesar de tener acuerdo del
Senado; y la completaron los gobiernos constitucionales posteriores, queriendo o no
queriendo.
Nuevamente, el sarandeado régimen de accidentes es modificado en 1971 (leyes 18913 y
19233), 1972 (ley 19584) y 1973 (20505), record legislativo, difícilmente igualado, que
solo puede concebirse en un régimen dictatorial, donde el legislador suele ser unipersonal.
Se modifican varios estatutos profesionales: el de trabajo marítimo, por dec. 2729/66; el
de los trabajadores de constitución, por la ley 17258, que modifica radicalmente la
regulación legal de esa actividad, sustituyendo las indemnizaciones por despido por un
“fondo de desempleo”, y creando un organismo de control, el Registro Nacional de la
Industria de la Construcción; y el del Personal de Bancario y de Seguros (ley 18598/70),
recomponiendo el sistema indemnizatorio, luego que la Corte Suprema declarada
inconstitucional el régimen anterior de estabilidad absoluta, en el caso “De Luca”, creando
una lengua legislativa.
Otra ley importante en este período es la 16936/66, que estableció el arbitraje obligatorio de
los conflictos colectivos, sin derogar la vigencia de la ley 14786 de conflictos colectivos,
intentando complementar la ley 14786, ya que esta última estableció el arbitraje voluntario.
Como en realidad era un decreto-ley militar, el posterior gobierno constitucional la ratificó
en 1974 (ley 20638).

IX.5. Período 1973 a 1976


En 1973 se inicia un nuevo y corto período constitucional, cuyo principal protagonista es
nuevamente Juan D. Perón, que asume su tercera presidencia hasta que muere en 1974,
sucediéndole su viuda, que dura hasta 1976, cuando los militares nuevamente dan un golpe
y retoman el poder.
El gobierno que dirigió el país entre 1973 y 1976, sancionó dos leyes importantes:
La primera fue la ley de Contrato de Trabajo, o régimen de contrato de trabajo (ley
20744), pequeño código del derecho individual del trabajo inspirado en la mejor
jurisprudencia que existía en el país en ese momento, que trató, por primera vez de dar
coherencia científica a esta rama jurídica. También influyeron en ella la doctrina nacional y
algunas antecedentes legislativos extranjeros, como el estado excendencia. Pero sobre todo,
creemos que lo más importante fue la incorporación legislativa de los principios generales
del derecho del trabajo, y el que hemos llamado principio de humanización y dignificación
del trabajo, conceptuado en el art. 4 de la ley, y que impregna todas sus instituciones como
lo hemos dicho al estudiar los principios. El autor del proyecto originario, luego bastante
modificado, fue el jurista Norberto Centeno, desgraciadamente torturado y asesinado en
1977, por la dictadura militar.
La otra ley fue la de Asociaciones Profesionales, ley 20615, del año 1973, que tuvo su
origen en un proyecto encargado por la C.G.T., a un grupo de juslaboralistas intentando dar
mayor homogeneidad a los sindicatos, fortaleciendo la libertad sindical y tratando de
resolver los conflictos intersindicales dentro del mismo ámbito sindical. Mantuvo el sistema
del sindicato más representativo como titular de la personería gremial. Estableció un rígido
sistema de estabilidad para los representantes gremiales, para proteger los derechos que
consagra nuestra Constitución (art. 14 nuevo): la estabilidad sindical y la actividad sindical.
Para ello, además de regular un sistema de estabilidad propia, creó un fuero sindical
especial, que fue sumamente cuestionado, en cuanto a su validez constitucional.

IX.6. Período 1976 a 1983

En 1976 fue expulsado el gobierno constitucional por un golpe de estado, como siempre,
de las fuerzas armadas. Se inicia entonces uno de los períodos más negros sino el más
negro, de la historia argentina.
Uno de los primeros actos de los militares fue modificar el régimen del contrato de
trabajo, menos de un mes después de asumir el poder. En ese momento dijimos lo siguiente
sobre la reforma introducida por la ley 21297, del 23 de abril de 1976:
“a) que se trata de una ley reductora de los derechos que había consagrado la ley anterior.
Esta intención se desprende de la lectura del mensaje que acompaña la ley, donde se habla
de reacondicionamiento o derogación de disposiciones susceptibles de configurar
situaciones que generen excesos de derogaciones o modificación de las normas que llevan
al deterioro de las relaciones en el campo empresario-laboral, y que las ,modificaciones
solo constituyen un instrumento dirigido a corregir excesos y a reconstruir la armonía en el
campo laboral. La declaración de principios, en cuanto al cercenamiento de derechos
pretéritos, es ampliamente confirmada cuando se comparan las normas de una y otra.
Hemos detectado 136 modificaciones que en alguna medida derogan o limitan las
disposiciones de la ley 20744;
“b) que existe el claro propósito de eliminar a las asociaciones profesionales de las
funciones que la ley les había conferido. La ley 20744 había establecido distintos preceptos
que implicaban el reconocimiento de la gestión sindical en la empresa, sin que ello
significara institucionalizar esa actividad gremial a través de órganos de participación o de
cogestión, sino hacerlos participar en funciones de consulta, control del cumplimiento de la
ley, petición de seguridades especiales, participación procedimiento de crisis, etc. Todas
esas facultades han desaparecido totalmente con la reforma;
“c) que se trata de una reforma temporal, tendiente, según el mensaje, a “restablecer el
orden indispensable en la relación trabajo-empresa. Por ello, se aclara que el proyecto no
busca el perfeccionamiento sistemático de aquel régimen, el que podrá ser materia de un
futuro código de trabajo. La precariedad de la reforma surge a demás de la urgencia de su
sanción, a solo 30 días de asumir el nuevo gobierno, y de lo dispuesto en el art. 7 de la ley
21297, que ordena la integración de una comisión para el estudio y elaboración del
proyecto de código de trabajo”.
En cuanto a la aplicación de los principios generales del derecho del trabajo, señalábamos
con motivo de la reforma de la L.C.T., que el hecho de que ésta los hubiera quitado de la
ley, no podía entenderse que no continuaran teniendo aplicación a los problemas laborales,
agregando que “si bien se han derogado las normas que se referían a ellos, la ley
reformatoria no los ha prohibido ni, en muchos casos, los ha suplantado por otras normas
que los excluyan expresamente, por lo que no puede considerarse que exista una norma
legal que suprima la aplicación de esos principios”.
Pero es indudable que si bien los principios generales permitieron salvar en gran parte la
esencia de la L.C.T., a pesar del afán reductor del legislador militar, lo cierto es que esa
desafortunada reforma descompaginó la unidad de la ley, dejando de ser el cuerpo unitario
y orgánico a que hacíamos referencia más arriba.
No fue ésta la única reforma o derogación que introdujeron los militares. En realidad, se
inició una actividad sistemática en pos de la solución final de desmantelar el derecho del
trabajo. Se comenzó con fraccionar el pago del aguinaldo, que dejó de ser un beneficio
dado en las fiestas de fin de año, para abonarse semestralmente (ley21307/76). Se siguió
con la derogación de varios de los regímenes legales profesionales, o estatutos especiales,
tales como el laudo gastronómico, el estatuto del peón agrario y bancarios y seguros. Como
era de suponer, se dispuso una nueva modificación de la Ley de Accidentes de Trabajo, por
esta vez del decreto reglamentario. Se crea un nuevo régimen del trabajo agrario, con un
estatuto cerrado, que impide la introducción de cualquier otra norma laboral; se trata, según
el mensaje explicativo, de una “unidad normativa”, que solo confirma el mesianismo del
legislador de esa época, como si el derecho pudiera ser encerrado en compartimentos
estancos. También el estatuto de los trabajadores de la construcción surge importantes
reformas (ley 22250), creando un régimen semicerrado.
La actividad gremial había sido suspendida por la dictadura, el mismo día de golpe (dec.
9/76, del 24/3/76). El 15/11/79 se dicta la ley 22105/79, que además de disolver la C.G.T. y
confiscar sus bienes, introdujo un régimen de asociaciones profesionales de trabajadores,
violatorios del convenio 87 de la O.I.T., sobre libertad sindical y de la Constitución
Nacional que, aunque renga, seguía vigente.
En ese momento expresamos nuestra opinión sobre la inconstitucionalidad del nuevo
régimen sindical:
“Dice el mensaje que acompañara al proyecto de la que luego fue la ley 22105 de
Asociaciones Gremiales, que las mismas se ajustan a las normas constitucionales y se
concilia con los principios en que se inspiran los convenios internacionales ratificados por
la república.
“Sin embargo, el análisis del articulado de la nueva ley permita llegar a conclusiones
bastante opuestas y a considerar que el nuevo régimen de organización de los sindicatos
está en abierta pugna con el concepto moderno del sindicalismo y con el principio de la
libertad sindical, que como hemos visto habían inspirado la reforma constitucional de 1957.
Tampoco guarda mucha coherencia con los principios consagrados por los convenios
internacionales.
“La nueva ley ha recortado y limitado en tal forma las funciones de los sindicatos y ha
sometido la organización de las asociaciones profesionales a un control estatal, que en
cierta medida constituye un serio retroceso a concepciones filosóficas y jurídicas de
principios de este siglo, cuando no a regímenes prohibitivos de hace más de un siglo”.
Los convenios colectivos quedan en hibernación durante muchos años, a través de la ley
21307/76, que encarar la fijación de los salarios la Poder Ejecutivo, y cuya ultraactividad se
prolonga hasta bien entrado el gobierno constitucional siguiente.
El derecho de huelga es suspendido inmediatamente por la junta militar (ley 21261/76),
por razón de “producción” y “paz, seguridad y orden interno”, o sea, por los eternos
argumentos que utilizan los dictadores para evitar las huelgas. Pero como si esto fuera
poco, ese mismo año se dicta la ley 21400/76, una de las más inicuas que han visto la luz en
este bendito país, y que nos retrotrae a fines del siglo XVIII y principio del XIX: la huela
no solo está prohibida, sino que es un delito penal, por supuesto, también es “causal de
despido justificado ipso facto”. Desafortunadamente, salvo contadas excepciones Justicia
convalidó ese bando militar.

IX.7. Período 1983 a 1995

En 1982, después de la guerra de las Malvinas, el gobierno militar se cae solo. Busca una
salida razonable; fracasa en varias direcciones, como por ejemplo, en la autoamnistía a
través de una ley que si, esta vez, fue declarada inconstitucional por la justicia. No tiene
más remedio que llamar a elecciones, y en 1983 vuelve la democracia y un gobierno
constitucional, cuya vigencia se mantiene hasta estos días, y esperamos para siempre.
Después de muchas vueltas, se restituye el derecho colectivo del trabajo, derogándose la
prohibición de las huelgas, renovando los convenios colectivos y sancionándose una nueva
ley de organización sindical, normas que están vigentes y que estudiaremos en los capítulos
correspondientes.
En el derecho individual del trabajo, al momento de escribir estas líneas, existen
proyectos, algunos con media sanción del Congreso que no estudiaremos aquí, pero que
hemos considerado un grave retroceso, no solo por afectar los principios e instituciones del
derecho del trabajo, sino, y esto es mucho más grave, por afectar los principios generales
del derecho, es decir, la base del sistema jurídico general. Hemos criticado esos proyectos
en varias publicaciones y en actos académicos, y a ellos nos remitimos.

XVIII
LA POLÍTICA, LOS MEDIOS
Y LA DESTITUCIÓN DE UN JUEZ
Carlos Alberto Elbert y Sergio
María Oribones

1. Introducción

Este artículo pretende no limitarse a la narración de un destitución judicial –aparente caso


aislado- sino, por el contrario, colocar el suceso en un contexto que ilustre sobre las
consecuencias a que está llevado un modelo de política criminal. Cada vez más hegemónico
en nuestro país. Aludimos a la seducción de la sociedad mediante la oferta de remedios
drásticos a complejos problemas que jamás pudieron ni podrán resolverse por el mero
endurecimiento vindicativo, aplicado más allá de la razonabilidad y del sistema jurídico
preexistente.
Este artículo trata, entonces, de los hechos que condujeron a la reciente destitución del
juez Daniel Pintos, en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, mediante un jury
realizado por circunstancias por demás inusuales. A través del caso, podrán apreciarse los
peligros que implica la pretensión de ordenar la administración de justicia mediante
decisiones inducidas o predispuestas por los medios de comunicación, operando
interesadamente sobre los agentes políticos. En éste caso dicha mecánica es indiscutible,
por cuanto el promotor de la destitución ha sido un periodista, valiéndose del peso regional
de sus publicaciones y de su potencial capacidad de influencia en las medios políticos. Es
una verdadera tragedia que esto sucediera en una provincia que venía ofreciendo un
envidiable y prestigioso modelo de estructura judicial, en el contexto de un país donde
abundan los ejemplos opuestos, especialmente en referencia a cacikazgos políticos o
familiares que estructuraron judicaturas de entrecasa, incondicionales el poder político.
En cuanto a la administración de justicia, es cierto que los sistemas argentinos atraviesan
una etapa difícil, cargada de desprestigio y escándalos. No intención de los autores,
integrantes de dos de esos sistemas (nacional y provincial) asumir una defensa corporativa
de una noción abstracta de lo judicial, como podría prejuzgarse. Sin embargo, reconocemos
estar convencidos de que, en buena medida, el deterioro judicial es simplemente parte del
deterioro de la sociedad argentina, aunque a veces aparezca como un efecto de la mala
selección profesional de funcionarios durante la última década. También creemos que el
deterioro apuntado no puede resolverse desatando cacerías antijudiciales, legitimando
arbitrariedades para recomponer la justicia o aplicar castigos “ejemplarizadores” a sus
funcionarios. Es oportuno recordar lo que ocurrió en nuestro país cuando se decidió
responder al terrorismo con terrorismo de estado, apelando a la fórmula del que el fin
justifica los medios.

2. El marco social

Hechas las salvedades precedentes, bosquejemos una descripción de nuestra sociedad,


para enmarcar los hechos. Es bastante obvio señalar que nuestro país está sumido en una
profunda crisis, resultante de su ingreso irrestricto en la esfera económica global, atrapado
por una enorme deuda externa que condiciona por completo su –nuestra- existencia
institucional.
El achicamiento de Estado, el desmantelamiento de la red social, la concentración de
riqueza cohabitando con altas tasas de desocupación y exclusión social, han generado un
crítico panorama, que predispone la violencia en todo el territorio, en particular en sitios
desvalidos del interior o en áreas de densa concentración urbana, con el Gran Buenos Aires.
En éste contexto, un aumento de las actividades delictivas contra la propiedad, ha generado
una sensación colectiva de inseguridad, que excede lo meramente patrimonial y se
transforma en parámetro de la calidad de vida. La Argentina se ha tornado un lugar
inseguro para turistas y naturales, como antes pensábamos que solo podía ocurrir en Bogotá
o en San Pablo.

3. El problema del la seguridad de la provincia de Buenos Aires

La sensación de inseguridad fue elevada al rango de preocupación máxima de los


argentinas tal como demostró una encuesta publicada por el diario Clarín el 25 de julio de
2000, registrando en dato de que el 44% de los argentinos prefiere el orden y la seguridad a
la libertad y democracia. Es notorio que, por tales datos coyunturales, las últimas campañas
electorales se centraron, como nunca antes, en la cuestión de la seguridad. Ello se percibió
claramente en la disputa por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y en la provincia de
Buenos Aires cuyo momento culminante fue la apelación del entonces candidato Dr.
Ruckauf, a meter balas a los delincuentes. Varios candidatos en pugna adoptaron el
discurso draconiano en materia político-criminal, como modo de granjearse la voluntad de
los abrumados electores. También se agigantaron futuras públicas muy polémicas como las
de Aldo Rico o el comisario Luís Patti y el resto de los candidatos no tuvo más remedio a
que imitar de buena o mala gana, las formulas del endurecimiento penal, para no perder la
partida. De buenas a primeras, el alcalde republicano de New York Rudolph Giuliani, se
convirtió en mentor político criminal de nuestra clase política, que peregrino en busca de
elixir de la criminalidad cero.
Buen efecto de aquellas políticas de coyuntura, fueron las modificaciones introducidas al
sistema procesal bonaerense por su Cámara de Diputado, en febrero del año 2000
(publicadas en el Boletín Oficial de la provincia el 15 de marzo de 2000). Curiosamente, la
bancada que responde al Dr. Ruckauf se abstuvo de votar las modificaciones, por
considéralas demasiados blandas, pese a que provenían de un modelo previamente
consensuado por el con el propio presidente de la República, Dr. De la Rua. La reformas en
cuestión, consistieron en limitar al máxima las posibilidades de excarcelación y volver
otorgar facultades de intervención directa a la policía.
Es sabido que la provincia de Buenos Aires, por superficie, población y potencial
económico, es el primer Estado Argentino, habiendo ejercido desde siempre un enorme
influencia en el curso de la política nacional. El Dr. Ruckauf, consciente de ello, ha lanzado
su candidatura a presidente de la República con mucha anticipación y –se afirma- que hace
de su gestión actual la campaña electoral del futuro mediato. En ésta campaña, la cuestión
de la seguridad tiene una prioridad absoluta y su impulsor apela a los proyectos más
controvertidos y desprestigiados de épocas pasadas, que habían sido sepultados por el
pensamiento penal y criminológico más avanzado.
No es casual tampoco que la mayor provincia argentina tenga, además, la policía más
poderosa (casi 43.000 hombres), que según opinión generalizada, es o fue recientemente la
más corrupta del país. Como se sabe, esa circunstancia dio lugar a un profunda reforma que
se apoyó en la descentralización de la estructura, impulsada por el anterior ministro de
justicia, Dr. Arslanian, dejada inmediatamente de lado por la actual gestión, tras su acceso
al Gobierno propiciando reimplantar un control interno único y vertical.
Es oportuno recordar que el Dr. Ruckauf fue ministro del Gobierno nacional presidido por
el Dr. Menem durante el cual había suscripto diversas medidas de escalada represiva; así,
en 1997 se había propiciado, como herramienta para mejorar la seguridad, incrementar la
cantidad de policía y cárceles. Se anunció también la intención de incorporar funcionarios
públicos como policías y usar edificios y bases militares ociosas como cárceles hasta que se
construyan nuevas. Así mismo, el entonces funcionario del Ejecutivo estuvo comprometido
con las reiteradas iniciativas de su gobierno, para introducir en nuestro sistema legal la pena
de muerte (doce veces en siete años) no obstante su incompatibilidad con la Constitución
vigente. Hacia fines de 1997 el Gobierno nacional se lanzó a una serie de ascendente de
anuncios, que hemos analizado espececíficamente, en aquel entonces, en un artículo
aparecido en una publicación especializada de Rosario.
Sin abundar en muchos de los polémicos aspectos de la política criminal “dura”,
“implacable” o de “tolerancia cero” que merecen serios análisis particulares, nos
centraremos aquí en la más reciente escalada del Gobierno provincial, dirigida ahora contra
los jueces y el ministerio público de Buenos Aires.
No obstante que al asumir el ministro de Justicia, Dr. Casanova, había expresado que: Éste
va a ser un ministerio de políticas abiertas. Cada juez va a ser nuestro asesor, los
acontecimientos previos y posteriores de su gobierno han clausurado esa valiosa
posibilidad. No poca incidencia en ello tiene el índice de ineficacia de la justicia
bonaerense que, en definitiva, expresa un problema existente en todo el país. No quedan
tampoco dudas de que el bajo “índice de rendimiento” de nuestras justicias penales está
relacionado con las estructuras legales y procesales mismas, en general a la zaga de los
avances técnicos y culturales de todo tipo que revolucionan el mundo. Empero, aplicar
latigazos a los jueces a tontas y locas se parece a la figura de matar al cartero que trae la
mala noticia, actitudes a lo sumo expresan un activismo simbólico, una descarga de
saturación emocional, más ningún camino adecuado de mejoría estructural. Por otra parte,
los representantes de la magistratura y los funcionarios bonaerenses, advirtieron
reiteradamente de los problemas funcionales que padecerían en corto plazo, como resultado
de irregular instrumentación del nuevo sistema procesal y del más de medio millón de
causas acumuladas y el riesgo de prescripción.
El inicio de las abiertas hostilidades del poder político bonaerense contra su poder judicial
se inició en marzo del 2000, con un resonante caso que terminó con la muerte de Salvador
Rainieri y Diego Lucero Arce, quienes fueron abatidos en el barrio de La Paternal por la
Policía Federal tras un robo frustrado con toma de rehenes y posterior persecución, tan
espectacular como la cobertura en vivo que le dieron los medios de prensa. Sucedió que
ambos penados (cumplían sus condenas en Sierra Chica y Junín) gozaban de un régimen de
salidas transitorias, concedidas por las cámaras de apelaciones de La Plata y San Martín. En
este punto quedó planteada la polémica en torno a la legitimidad de los permisos
concedidos por los jueces. Desde el lado judicial se argumentó que el Servicio Penitenciario
Bonaerense falsificaba constancias que posibilitaban ventajas procesales, vendiéndola a
presos. El gobernador respaldó a su servicio penitenciario que negaba las acusaciones y
sostenía que los jueces fueron indebidamente generosos, en contra de las recomendaciones
negativas que les habían remitido desde el Servicio Penitenciario Bonaerense.
El próximo paso fue la polémica que se desató entre el presidente del tribunal de casación,
Dr. Domínguez, y el gobernador, a resultas del mismo caso, habiendo considerado alta
autoridad judicial que las intromisiones políticas del gobernador eran un avasallamiento a
las facultades del Poder Judicial. La Suprema Corte bonaerense intimó al gobernador y a
las autoridades judiciales a presentar pruebas, exigiendo los diecisiete expedientes de
presos liberados en forma dudosa. El gobernador se guarneció tras un informe de su propio
ministro de Justicia. Aparentemente, el resultado de la compulsa habría demostrado que,
del total siete detenido habrían obtenido ventajas por dictámenes favorables del Servicio
Penitenciario Bonaerense, seis pese a informes negativos de ese organismo, uno sin
dictamen y otro con buena conducta, pero sin recomendación de egreso. A partir de ese
momento, el gobierno bonaerense y la prensa iniciaron una febril búsqueda de casos
concretos de salidas transitoria o beneficio procesal que pudiera fortalecer la idea de la
culpabilidad de los jueces “por la soltura de los asesinos”. Como es dable imaginar, ya el 21
de marzo, se fugó otro preso con salida transitoria del penal de Olmos. Llamativamente, el
diario donde se toma la noticia, tituló en negrita “otra fuga por salidas transitorias”, no
obstante que debajo en el texto, informaba que el preso tenía conducta ejemplar permiso
judicial de salida laboral, y que saldría en libertad el año siguiente, tras purgar una pena de
once años de prisión.
La posición gubernamental ante éste caso fue ambigua, ya que, por una parte siguió
deslizando sospechas oblicuas contra los jueces, pero por otra el ministro de Justicia
amenazó con cortar cabezas a los negligentes y dolosos del Servicio Penitenciario
Bonaerense.
La arremetida pública del Dr. Ruckauf contra los jueces le llevó a afirmar que pediría la
destitución de todos aquellos que concedieran indebidamente permisos de salida,
intranquilizando aún más a los miembros del Poder Judicial, quienes pasaron a la abierta
indignación, cuando el ministro de Seguridad, Aldo Rico, declaró que los jueces no firman
órdenes de allanamiento los viernes porque prefieren pasar los fines de semana en
countries. Al mismo tiempo, el juez de garantías numero 2 de San Martín, Dr. Juan Carlos
Sorondo, consideró inconstitucionales las flamantes reformas al Código de Procedimiento,
concediendo excarcelaciones bajo caución juratoria, decisión que imitaron poco después,
otros de sus colegas y también alguna cámara. El gobernador los criticó durante la
inauguración de una cárcel, acusándolo de actuar en contra del sentimiento de la gente y
sugiriéndoles que van a tener que decidir si quieren que los asesinos estén fuera de la
cárcel.
El 1 de noviembre, la Corte Suprema provincial recordó al gobernador que: la
independencia de Poder Judicial es valor fundamental de la República y núcleo primordial
de Constitución de la provincia, a lo que el gobernador replicó reiterando que pedirá el
juicio político al juez que sea demasiado débil con el delito y reclamó que: cumplan con su
tarea rápido y no permitan la salida anticipada de asesinos peligrosos que vuelven a hacer
desastres en la sociedad. También insistió en que los jueces tienen que trabajar y darles
resultados a los ciudadanos metiendo presos a los asesinos y no permitiendo que los
asesinos encuentren, a través de los abogados “sacapresos”, una excusa para convertir a los
juzgados en estructuras con puertas giratorias donde los asesinos entran por una puerta y
salen por la otra.
Lejos de conformarse en éste punto, el gobernador Ruckauf subió el tono y aprovechó el
discurso de apertura del Poder Legislativo para proponer un debate sobre la inmovilidad de
los jueces, para que puedan ser removidos por el voto popular. En su opinión, “debe llegar,
tarde o temprano, el sistema en el que el voto popular pueda producir la remoción de los
jueces y fiscales que por actitudes excesivamente garantistas ponen en peligro la vida y
bienes de los habitantes decentes, permitiendo la libertad de los que deberían estar
separados de la sociedad”. Incorporó también un nuevo proyecto político-criminal: la
condena de por vida para la violación de menores seguida de muerte. Sus conceptos fueron
repudiados por el Colegio de Abogados bonaerense y por el Magistrado bonaerense que
retiró sus representantes de la comisión oficial del mapa judical al igual que la Corte
Suprema.

4. La destitución de un juez en Chubut

Como señalábamos al inicio, este discurso político-criminal lejos de quedar entre las
fronteras de la provincia de Buenos Aires se extiende con vigor en nuestro país; nuestra de
ello es la resiente restitución del Dr. Daniel Pintos del cargo de juez de la Cámara Criminal
de Comodoro Rivadavia (provincia de Chubut) resuelta por sentencia con mayoría extricta
del Tribunal de enjuiciamiento provincial por mal desempeño de las funciones (art. 15 inc.
a, ley 4461) al haber concedido a un imputado preventivamente detenido una salida sin
custodia de la que no regresó al lugar de detención.

5. El caso

Julio Núñez estaba detenido en la alcaldía policial de Comodoro Rivadavia, tras una
condena a veinte años desprisión por fallo de la Cámara Criminal que no estaba firme
tenía buen comportamiento en la cárcel y con anterioridad al hecho que nos ocupa había
salido sin custodia cumpliendo con su compromiso de retornar. El caso de Núñez fue
idéntico al de otros procesados con condenas no firmes incluso tan abultadas como la de
el, que habían recibido permiso de salidas similares.
Los juzgados penales de la zona desde hace más de quince años conceden
autorizaciones de salida sin custodia a las personas preventivamente detenidas, como un
modo de evitar las tensiones propias de encierro compulsivo en un lugar inadecuado, y
con el fin de aliviar las situaciones de quienes conservan el estado de inocencia hasta el
pronunciamiento de una sentencia condenatoria firme (arts. 18 C.N, 43 y 51, 2° parte
Constitución provincial). El imputado detenido solo puede acceder a estos permisos tras
demostrar buen comportamiento intramuros y el respeto a los compromisos asumidos
en egresos anteriores, cuyo seguimiento queda a cargo de trabajadores sociales de
tribunales.
Los resultados recogidos de esta actividad son satisfactorios para los internos y la
seguridad general de la alcaldía porque de ese modo se han evitado motines y otros
conflictos graves.
Por otra parte, la actividad jurisdiccional cumplida por el juez Pintos está regulada
específicamente por los art. 11 y 16 de la ley 24660 de Ejecución de la Pena Privativa
de la Libertad; el art. 16 establece que: se podrán conceder salidas transitorias de hasta
setenta y dos horas, en casos excepcionales, para afianzar y mejorar los lazos familiares
y sociales, confiando el interno a la tuición de un familiar o bajo palabra de honor, en
tanto el art. 11 determina que: esta ley...es aplicable a los procesados a condición que
sus normas no contraigan el principio de inocencia y resulten más favorables y útiles
para resguardar su personalidad. Las cuestiones que pudieran suscitarse serán resueltas
por el juez competente.
Determina la legalidad de la acción cumplida por el magistrado y conociendo que se
compadece con los precedentes jurisprudenciales locales, cabe el interrogante sobre la
oportunidad de su decisión. Este asunto es de máxima tensión en la juridicción penal;
ahora en el caso que nos interesa, sin duda, que antes de conocer el incumplimiento del
compromiso de regreso de Núñez es lógicamente imposible achacar inoportunidad a la
actividad jurisdiccional de Pintos.

6. El trámite del “jury”

En 1996, Carlos Giuliano, periodista director de la agencia Trelew del diario Crónica, de
Comodoro Rivadavia, denuncia ante el Tribunal de Enjuiciamiento, N°1 de Trelew, a la
procuradora fiscal reprochándole mal desempeño en sus funciones. Se confirió
intervención-por sorteo-como fiscal, al entonces procurador fiscal de Comodoro Rivadavia
Dr. Daniel Pintos, quien, en ese rol sostuvo que la causal de destitución reprochada no
podía acreditarse por el atraso de la causa y solicitó, en consecuencia, que la fiscal fuese
sancionada disciplinariamente, posición que compartió el tribunal de enjuiciamiento;
entonces el periodista Giuliano criticó duramente su intervención en varios artículos, donde
calificaba como “deslucida actuación del fiscal comodorense”.
En 1997, Pintos fue designado juez de la Cámara del Crimen de Comodoro Rivadavia, por
el Consejo de la Magistratura de Chubut tras un concurso público, abierto, de antecedentes
y oposiciones. Cuando en pliego ingresó a la Comisión de Asuntos Constitucionales de la
Legislatura provincial, Carlos Giuliano impugnó la designación, aducía que el desempeño
de Pintos en aquel jury demostraba que “no tenía condiciones para cubrir el cargo”. La
impugnación fue desestimada y se le concedió el acuerdo legislativo para decisiones que
también fue objeto de las críticas periodísticas del impugnante.
Ante el caso Núñez, Giuliano denunció al Dr. Pintos penalmente y ante el Consejo de la
Magistratura, a los efectos de provocar el enjuiciamiento por las causales previstas por la
ley (art. 19, ley 4461). Tras diversas vicisitudes, el Consejo de la Magistratura por
unanimidad arribó a la conclusión de que:... el hecho denunciado efectivamente existió y
fue cumplido por el Dr. Daniel Pintos por su calidad de juez de la Cámara de Crimen de
Cómodo Rivadavia, pero que éste no constituye causal de destitución al estar enmarcado en
las atribuciones legales... En suma, las actuaciones fueron remitidas al Superior Tribunal de
Justicia para su archivo.
Luego de fuertes críticas periodísticas, el tribunal de enjuiciamiento solicitó las
actuaciones, de oficio, al Superior Tribunal de Justicia y corrió vista al procurador general
en noviembre de 1999. El procurador general dictaminó que:... Atento lo señalado más
arriba... y las claras conclusiones del Consejo de la Magistratura, aparece disvalioso y fuera
de vuestra competencia el requerimiento de oficio realizado por la resol. 11/99 al Superior
Tribunal de Justicia de los presentes actuados, dado que no hay caso sometido a su decisión
y por lo tanto la vista deviene improcedente.
Ante ésta novedad, el denunciante se presentó como acusador particular en ese sentido se
lo confirió intervención en la causa; en este sentido acotamos que en el chubut tiene
vigencia, desde julio de1999 la ley 4496, que modifica algunos artículos de la ley 4461 de
enjuiciamiento, incorporando como segundo párrafo del art. 19 de esta ley, el siguiente: el
denunciante, podrá constituirse en acusador particular en cualquier etapa del proceso hasta
la clausura del mismo. Tendrá las facultades que le confiere la presente ley, y,
supletoriamente, las conferidas por el código Procesal Penal para la figura del querellante
adhesivo, aunque no resulte particularmente ofendido por el hecho que se imputa al
enjuiciado.
La Corte Suprema de Justicia, en diversos precedentes jurisprudenciales, ha sostenido que
el debido proceso legal (garantía declarada por la C.N. art. 18 y la Cnst. Prov. Art.44)
comprende cuatros aspectos inetidibles: acusación, defensa, prueba y sentencia; y que la
ausencia de alguno de estos aspectos, vulnera la mencionada garantía constitucional y
provoca la nulidad de todo lo actuado; esta posición es la mantenida por la Corte Suprema
en fallos: “Tarifeño, García, Ferreira, y Catonnar”.
Así, las autoridades dispuestas para investigar y acusar al juez Pintos, manifestaron
coincidentemente, que no existía mérico incriminante para enjuiciar al magistrado
investigado, porque su conducta se ajustaba a normas vigentes.
La posibilidad de que el acusador particular pudiera llevar al juez sumariado a jury solo
podría fundarse en interpretaciones supletorias de las leyes 4461 y 4496, recurriendo al
Código Procesal Penal de Chubut art. 12 que regula la figura del querellante adhesivo.
Ahora bien, tal como indica su denominación, no tiene una facultad autónoma en el
ejercicio persecutorio de la acción, sino que adhiere a la promovida y ejercida por el
ministerio fiscal; podemos entonces, calificar su actuación como accesoria, porque no
puede instar la acción por si, sino que debe plegarse a la instada por el fiscal, actuando a su
lado. En conclusión, puede afirmarse que en el caso de Pitos no existió acusación, y que, al
no haber acusación no correspondía conceder intervención al acusador particular, porque su
solo voluntad no puede suplir todo el procedimiento legal previsto por la constitución
provincial y la ley.
A pesar de expuesto, Giuliano y Pintos se enfrentaron esta vez ante el tribunal de
enjuiciamiento con el resultado final anunciado.

7.Conclusión

No obstante que este caso aconteció en la provincia de Chubut, alejada de la de Bs. As. Y
con escasa población en estos hechos pueden identificarse importantes referencias con el
modelo bonaerense del “combate contra la inseguridad” y sus métodos que señalamos al
principio. El caso revela la influencia decisiva de la prensa en su carácter de cuarto poder
en el peor sentido posible, cual es el de inmiscuirse con parcialidad, comprometiendo a los
órganos legales de acusación y juicio condicionando intervenciones políticas de dudosa
juridicidad y tremendas consecuencias. Así se improvisa un endurecimiento jurídico
pretoriano, ante que los jueces deben ofrendar sus convicciones so pena de ser alcanzados
también por la vidicta pública, adecuándose al rol de justicia de galillo fácil. Se trata,
visiblemente, de un triunfo de la doctrina Ruckauf y de un paso previo para implementar el
juicio popular de destitución que pregona.
Si quienes integramos el mundo de la justicia como jueces, funcionarios, abogados y
empleados no cerramos filas frente a estas manipulaciones interesadas del fenómeno
criminal que lejos estamos de consentir o fomentar podemos predecir tiempos muy oscuros
para la estructura republicana de nuestro país, y para el sostenimiento de una democracia
defectuosa, pero que permite, todavía, expresar nuestro discenso y nuestras convicciones.

También podría gustarte