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MINISTERIO DE EDUCACIÓN Temas y Actividades Lengua y Literatura

Lengua y
Literatura
1° etapa

2° año secundario

Hablando se entiende la gente... ¿siempre?


En la primera etapa de la Carpeta Didáctica, nos dedicaremos a indagar e
investigar sobre la comunicación y las variaciones lingüísticas. Luego hablaremos de
los cuentos policiales y de sus misterios.

La comunicación: situación comunicativa. Variaciones lingüísticas que dependen del


hablante: dialectales, de cronolecto y de sociolecto. Variaciones dialectales que
dependen de la situación comunicativa: registro formal, informal y profesional (jergas).

El género policial: características. Un poco de historia. El lector del policial:


habilidades para descifrar pistas. El policial clásico: enigma, misterio, deducción
lógica, el detective invulnerable. El policial negro: suspenso, acción, el detective en
peligro, la realidad social.

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ENCUENTRO 1

La comunicación. Situación comunicativa.


Variaciones lingüísticas que dependen del hablante:
dialectales, de cronolecto y de sociolecto.

Vamos a hacer un repaso de algunos temas que estamos seguros de que


conocés muy bien.

¿Qué elementos intervienen en toda situación de comunicación, para que ésta


sea posible?

Emisor: el que envía el mensaje.

Receptor: el que lo recibe.

Mensaje: aquello que se comunica.

Referente: aquello a lo que el mensaje alude.

Contexto: circunstancias sociales, culturales e históricas en las cuales se


produce la comunicación y que tanto el emisor como el receptor conocen.

Código: conjunto de signos convencionales, con los que se construye el


mensaje, como las palabras y los gestos.

Canal: medio por el cual se transmite el mensaje, de emisor a receptor.

Te propongo realizar el esquema de la comunicación incluyendo todos los


elementos mencionados.

Aquí te enviamos una imagen para que identifiques los diferentes elementos
del esquema de la comunicación.

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¿Qué está sucediendo?

¿Quién envía un mensaje? ¿Qué palabras estará diciendo? ¿Qué otras partes

de su cuerpo “dicen” algo? ¿Cómo se puede interpretar? ¿Con qué actitud

recibe los receptores estos mensajes? ¿En qué se nota?

Mirá atentamente las siguientes historietas:

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En todas ellas aparecen algunos problemas que hacen que la comunicación
no se logre.

Señalá, en cada caso, las causas que impiden que la comunicación se


lleve a cabo.

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Nosotros te enviamos las opciones:
1. Pertenencia de los participantes a diversos lugares geográficos
2. Pertenencia de los participantes a diferentes grupos culturales
3. Diferencia en la edad de los participantes

Nuestro idioma, el español se usa en España y en la mayoría de los países de


América del Sur y de América Central, pero no se usa de manera idéntica, ya que
existen las variedades regionales. Aquí en la Argentina decimos “estacionar el auto” y
en Venezuela dicen “aparcar el carro”.

Buscá y escribí otros ejemplos.

Marcá, en un planisferio, los países en los que se habla español.

También dentro de cada país, aparecen diferencias regionales. En el nuestro,


por ejemplo, hay diferencias de entonación y de pronunciación, según las regiones.
También aparecen diferencias en el vocabulario. En la mayoría de nuestras
provincias, se usa la palabra “niño”, pero en Buenos Aires, usamos más la palabra
“chico”. A estas diferencias de carácter geográfico, las llamamos variaciones
dialectales. Puede hablarse, incluso de un dialecto urbano que se habla en las
ciudades y de uno rural que se habla en el campo.

El siguiente es un fragmento de La virgen del Carmen, un cuento de Benito


Lynch. En el mismo, el autor recrea el habla campesina.

Señala a través de qué palabras o expresiones, lo consigue en este fragmento.

“¿Podrías -¡No seás bruto pa hablar -me reprendió el patrón incómodao. ¿Quién
diantres tiene que ver la pobreza con la educación? El que es bruto, será bruto, aunque lo
retoben con onzas de oro... Lo que yo quiero decir y que vos no comprindés porque
nunca parás atención a lo que se te habla, es que con poca diferencia ustedes y yo
venimos a ser lo mesmo: todita la vida hemos tenido que trabajar y por eso no hemos
podido estruirnos, como tampoco pudieron estruirse nuestros padres...”

Leé atentamente el siguiente artículo:

De sur a norte, los jóvenes crean sus códigos propios


HABLAN UN LENGUAJE QUE DEJA MUDOS A TODOS

¿Qué dicen?: el idioma cotidiano de los


jóvenes es rico en palabras que no figuran en el Decir, por ejemplo, que determinada
diccionario o que aparecen en él sin los nuevos película es una maza no parece ser, según los
significados; para ellos, si los adultos no entienden, códigos de los adultos, un elogio, sin embargo,
mejor entre

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los jóvenes es de lo mejor que se puede ¿qué onda? Para saber cómo anda algo.
escuchar. Aunque algunos preferirían decir que
fue un flash o, simplemente, lo más. Jerga de la droga
Este lenguaje incluye términos que se También la jerga de la droga deja
han incorporado hace ya varios años al habla vocablos como bajón (tristeza), curtir (tener
cotidiana. relaciones sexuales), mambo (ocupación, credo o
Así, las personas tienen buena o mala ideología), careta (persona hipócrita o formal) y
onda, según su carácter. Se puede tirar una onda alucinante (el más favorable de los adjetivos).
(dar señales de interés) a alguien y preguntar Cuando algo perdió vigencia, ya fue. Para
descalificar completamente una cosa o persona, difícil zafar. Claro que si hay feeling (sentimiento,
se dice que no existe. en inglés) está todo bien.
Algo de importancia, en cambio, es algo grosso,
que acaso merezca ponerse las pilas (emprender Grupos cerrados
una tarea con esfuerzo). Graciela Peréz de Lois, profesora de Letras en la
UBA y estudiosa del tema, también ve en este
Juego lenguaje un cierto afán por cerrarse como grupo y
Los adolescentes siempre tuvieron sus nota como frecuentes los préstamos de otras
propias palabras, según coinciden especialistas jergas.
en el habla. Pero ¿para qué? El fútbol, por caso, aportó las expresiones al
"Para diferenciarse y no ser toque y de una (ambas significan enseguida) y
comprendidos por el resto de la sociedad", las palabras amargo (frío, aburrido) y aguante
asegura Ricardo Naidich, director de la revista (coraje como sustantivo, ; voz de aliento si es
Idiomanía. seguido de un nombre personal, y dar apoyo a
El académico José Gobello ubica este algo si sigue a la frase hacer el).
léxico dentro del lunfardo, al que no se le asigna Aguantar equivale a esperar, probablemente por
un origen ocultista sino lúdico. su acepción oficial de sufrir, tolerar. Encarar una
En su libro "El lenguaje de mi pueblo", cuestión sin dudas es de frente march, de clara
señala que el habla cotidiana, por su resonancia militar.
espontaneidad, es impresionista. Ya que, según
él, no comunica ideas sino sensaciones y Economía verbal
movimientos del ánimo. "Otra costumbre -señala Pérez de Lois- es la
elisión para economizar".
Sexo con palabras Cole, facu, tranqui y cigarro (por cigarrillo) son
Así, cuando uno se enoja o siente apetito ejemplos de este ahorro.
de sexo, se calienta. Una mujer muy linda es una El prefijo aumentativo re, que tuvo una fugaz
diosa, y un varón, un potro. competencia en el súper, ya se agrega sin rubor
Un hombre, sin ser un baboso (cargoso en la a adjetivos y verbos.
seducción) tal vez consiga transarse (tal vez Algunas palabras son características de
consiga determinadas clases sociales.
conquistarse, levantarse, entre varias Los “niños bien", "petiteros" en alguna época y
acepciones) a la mujer deseada. El intercambio "caqueros" en otra, se disculpan con sory (del
de caricias y besos constituye la acción de inglés, sorry) y se refieren a los pobres como
apretar antes conocida como "chapar" y más groncho (de negro al revés) o pardos. En tanto,
tarde como "rascar". éstos y los de clase media se vengan
Por lo general, quedás hasta las manos y es llamándolos chetos o conchetos, su derivado
despectivo.

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Todo cambia palos! o ¡na' que ver!


"La jerga joven es muy dinámica"
asegura Naidich. "Cuando una palabra es Con documentos
incorporada por toda la gente, pierde su valor El sociólogo del Conicet Ricardo Elbaum
distintivo y buscan otra". postula que este léxico es para los jóvenes como
Los cabellos de una porra (melena) fueron un documento de identidad que les permite
chapas primero y lanas después. Sin embargo, reconocerse entre pares.
algunas creaciones como trucho (falso), Sobre los recursos lingüísticos utilizados,
mantienen vigencia entre los pendex, pese a advierte con frecuencia analogías, metáforas y
estar en boca de los veteranos. Respetuosa del metonimias. Un loco es una persona que está
lenguaje joven, Pérez de Lois no deja de del tomate, de la nuca, o directamente, de la
lamentar que a los chicos se les escapen estas cabeza. Acaso haga bardo (provoque desorden y
palabras en ámbitos formales. confusión) o le corte el rostro (lo rechace) a
Cuando alguien se toma más confianza de la alguien sin motivo suficiente.
esperada es un zafado (atrevido, audaz) que se Un malhumorado es un agreta. A mil
zarpó (de pasarse al revés). (¿kilómetros por hora?) es adverbio de velocidad.
Más prudente, en cambio, es quien pensó no me Tipo (aproximadamente) es estimativo, sobre
cabe, ante la misma situación. todo de horarios, y una bocha o una banda (un
Trabajar al mango (al máximo) requiere meterle montón), de cantidad.
palo y palo (sin pausa) a esa actividad.
La respuesta afirmativa a cualquier actividad Anglicismos y neologismos Entre los tantos
suele ser totalmente o la pregunta irónica anglicismos como compact, blooper, walkman y
¿cómo?. Para lo contrario (descartar una look, Naidich rescata el reciente cool (placentero),
proposición de plano), se espera ¡ni ahí?, ¡ni a
por su poco feliz superlativo: coolísimo. 37 expresiones características de los jóvenes de
Por lo demás, en las charlas abundan muletillas los noventa.
como no te puedo creer (asombro), ¿cuál es? Pero antes de que esta nota sea un rollo, y me
(cuestionamiento) y ¿todo en orden? (saludo por acusen de denso, voy a cortarla.
¿todo bien?).
La lista de neologismos es larga. Un Carlos Bevilacqua, La Nación, 12 de
relevamiento de La Nación recogió 95 palabras y
noviembre de 1995.

Después de leerlo, respondé a las siguientes preguntas.


1. ¿De qué modo están señaladas las palabras que, según el artículo,
pertenecen al lenguaje de los adolescentes?
2. ¿En qué consiste la “economía verbal”? ¿Qué quiere decir elisión? 3.
¿Para qué, según Ricardo Naidich, los adolescentes “crean” sus propias
palabras?
4. ¿Sabés qué significan las palabras anglicismo y neologismo? Búscalas
en el diccionario. ¿Qué anglicismos y neologismos se citan en el
artículo?
5. ¿Por qué te parece que el autor de la nota, la habrá titulado así?
¿Quiénes son los que se quedan mudos ante este lenguaje propio de
los adolescentes?

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Confeccioná una lista de palabras que usás con tus amigos y que tus
padres no entenderían. ¿Qué palabras usaban tus papás para decirlo?
Preguntales a ver si se acuerdan.

Por último, tenemos el sociolecto, que son las variaciones lingüísticas


originadas en la pertenencia a diferentes grupos sociales. Se supone que una
persona con mayor nivel de escolarización usa la lengua de un modo
diferente a aquella que ha tenido menos oportunidades de instruirse.
También hay diferencias entre el uso de la lengua que hacen los hombres y
las mujeres. Aunque te parezca raro, hay muchos trabajos de investigación
que establecen diferencias a partir de del uso concreto de ambos.

Leé atentamente el artículo que sigue:

La otra punta de la lengua


Además de las palabras, entran en juego otros elementos para que un mensaje cumpla su
fin. Gestos, modos, tonos y hasta el sexo y la condición social de quien habla, influyen en el
significado de lo que está transmitiendo. Aquí se describen algunos aspectos que convierten
al idioma en un condicionante social.

“En las sociedades occidentales -traza el Los códigos sociales son tan rígidos que si
paralelo Behlau- los poderosos tienden a hablar alguien de color exhibe un buen conocimiento
y los sumisos a escuchar, y si no respetan esta del inglés culto es considerado inmediatamente
norma se los considera invasivos. Un ejemplo persona sospechosa”. QUÉ ESCONDE LA
dramático son las culturas del apartheid. En PALABRA
ellas, los hablantes de raza negra se dirigen a Otra característica del habla femenina, según
los blancos en forma entrecortada, casi estudios de la profesora norteamericana Deborah
tartamudeando, con un vocabulario limitadísimo Tannen, es la selección de las palabras. Esta
y serios errores en la construcción gramatical de estudiosa considera a la mujer la “guardiana de la
las frases. Lo notable es que entre sus pares lengua” ya que tiende a respetar los patrones
registran un gran dominio de esa misma lengua. cultos aprendidos en la escuela, mientras que el
varón afirma su masculinidad mediante contrario.
abundancia de expresiones vulgares. Aunque el Muchas de estas afirmaciones produjeron un
grado de verdadero revuelo entre las feministas del mundo,
escolaridad, el medio, la edad y el lugar geográfico igual que cuando la norteamericana Robin Lakoff
sean variables que hay que tomar en cuenta, junto publicó, hace ya dos décadas, su libro El lenguaje
con el sexo. Curiosas estadísticas informan que de los sexos. En él la investigadora notaba que la
cuando las nenas conversan en el recreo, sus mujer interrumpe sus frases con adverbios y
temas son la escuela, la familia, deseos y marcadores discursivos como “entonces”, “ahí”,
necesidades personales. Pero que, cuando están “bien”, “ viste?” o “ sabés?”, mientras que los
entre los varones, solo se los escucha a ellos... hombres utilizan los silencios. En el primer caso,
hablando de deportes. Entre los adultos esta los oyentes interpretaban estas interrupciones
tendencia persiste, y un 96% de las veces son los como falta de claridad mental, duda e inseguridad,
hombres los que imponen un tema grupal de mientras que los silencios se “leen” como la
conversación, frente a un 36% del “bando”

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expresión clara de una mente organizada. Clarín revista 7/7/91. Adaptación.


EL LENGUAJE DEL AMOR como opinan las chicas de ayer y de hoy.
En la relación de pareja, parece ser que los dos Para educar a los hijos también las diferencias
sexos le dan a la palabra un valor diferente. están muy marcadas. El padre utiliza muchos
Porque las mujeres necesitan un amor muy tiempos de verbo en imperativo, que remarca su
“dialogado”, mientras que sus compañeros rol de poner límites con claridad. Los chicos
consideran suficiente el tener actividades en interpretan esto como una marca de convicción y
común, sin tanta conversación. firmeza. La madre, por su parte, se dirige de una
Claro que esta diferencia de puntos de vista recién forma a sus hijos varones y de otra a las nenas. A
queda clara cuando la pareja entra en confianza, ellos les solicita ayuda en diversas tareas, para
porque los hombres saben, al menos incentivarles la independencia. A ellas les habla
intuitivamente, que en la etapa de conquista la continuamente, para tenerlas siempre cerca.
palabra es un arma infalible. Prueba de esto son Quizá así las mujeres adquieren más
los cuarentones de “buena labia” y los chicos “que tempranamente un correcto uso del lenguaje,
te hacen rebién el verso”, tienen un mayor repertorio de palabras y son
capaces de elaborar construcciones gramaticales
mucho más complejas que las de los varones.

Respondé, después de leerlo, a las siguientes preguntas.

1. ¿Qué quiere decir “culturas del apartheid”?

2. ¿Cómo se dirigen los hablantes de raza negra a los blancos, según este
texto? ¿Qué explicación podrías dar de este fenómeno?

3. ¿Qué diferencias habría entre el habla de las mujeres y la de los


hombres, según la profesora Deborah Tannen? ¿Qué opinás al
respecto?

Grabá a algún hombre y a alguna mujer y fijate si lo que se afirma es


comprobable. Si lo hacés (no es una obligación) y llegás a alguna conclusión,
nos gustaría mucho conocerla.
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ENCUENTRO 2

Variaciones dialectales que dependen de la


situación comunicativa

Además de las variaciones que ya vimos, que dependen del hablante,


que siempre es una persona concreta, de cierto origen, de cierta edad y de
cierto grupo, encontramos variaciones que dependen de la situación en que
se encuentra la persona en el momento en que usa la lengua.

Leé atentamente los siguientes fragmentos:


Cosquín, 27 de Julio
Querida mía:
Tengo frente a mí tu carta ¡Cómo la esperé!
Llegó primero carta de mi hermana, tenés que ver que carta sarnosa, una carilla y media
escrita en al clase mientras los alumnos hacían un dibujo. ¿Le habrán dibujado las patas
cortas? estoy con bronca contra ella. La vieja me había dicho que me escribís sin falta,
pero ahora se echó atrás, porque tiene el pulso muy tembleque, y le da vergüenza
mandarme garabatos. (...)

Manuel Puig, Boquitas pintadas. Carta de Juan Carlos a su novia (frag.)

París, 15 de enero de 1946

Señora:
Unos años antes de la guerra, Pierre Dreu me había presentado a usted. Yo debía volver
a verla para hacerle conocer a algunos amigos pintores. No sé qué circunstancias
impidieron que el proyecto se cumpliera. Estas pocas palabras sólo intentan revivir un
lejano recuerdo y la memoria que usted pueda tener de mí. (...)

Victoria Ocampo, Autobiografía. Carta de Paul Chadourne a V. Ocampo (frag.)

Distinguí cuál es formal y cuál informal.

¿En qué situaciones usás una lengua formal? ¿Qué palabras usás en
tu casa o con tus amigos, que no usarías cuando hablás con un profesor de
tu escuela?

¿Qué opinás del siguiente artículo periodístico?

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Cómo tratar al príncipe

Con el programa de la visita del heredero señalan que en los actos a los que asista el
del trono español, distribuido por las autoridades príncipe, el orador debe dirigirse a él como
nacionales, se incluyen una hoja con "Serenísimo Señor, (sólo para el heredero del
instrucciones preparadas por la embajada de trono, al rey se le dice Señor)".
España sobre la "forma de dirigirse a S.A.R. el Se indica que el tratamiento de "Vuestra Alteza"
Príncipe de Asturias". sustituye a "usted" y "Señor" es el vocativo.
Se señala que debe llamárselo "señor" y que También las instrucciones determinan que no
"debe darse el tratamiento de Vuestra Alteza debe tendérsele la mano, sino que hay que
mientras se habla con él (nunca su Alteza que es esperar que el príncipe lo haga y que los
para referirse a él en su ausencia)". Como hombres al darle la mano deben inclinar la
ejemplos consigna la embajada: "Señor, ¿qué cabeza, mientras que las mujeres, "sin quitar la
deportes practica Vuestra Alteza?, ¿es la vista de los ojos de Su Alteza deben retrasar
primera vez que Vuestra Alteza viene a la levemente el pie izquierdo y hacer media
Argentina?; por aquí, Señor; éste es, Señor, el genuflexión con la pierna izquierda".
sentimiento de esta institución que hoy se honra Advierte, sin embargo, la embajada que este tipo
en recibir a Vuestra Alteza". de saludo no es obligatorio en países sin
También las instrucciones de la embajada tradición cortesana.

Además de las variaciones que ya vimos, que dependen del contexto


en que se produce la comunicación, tenemos las jergas, que responden a
saberes específicos de grupos especializados: médicos, ingenieros,
electricistas, etc.

Un médico sólo usa la jerga médica cuando ejerce como tal, por eso
hablamos de variaciones que dependen de la situación y no del hablante.

Subrayá las palabras de los siguientes fragmentos, que tendrías que


buscar en un diccionario, para entender el significado del texto.

¿A qué jerga pertenece cada uno?

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A mediados del siglo, la taracea es reemplazada por vigorosos relieves
inspirados en la arquitectura de Miguel Angel; también las columnillas y
pilastras son desterradas a favor de cariátides que cumplen la misma función
que aquéllas. Más adelante se manifestará la influencia de otro gran
arquitecto del Quattroccento, Palladio, a través del uso de pilastras
acanaladas.

Otra nota oriental la proporciona la influencia de la ataujía, trabajo de


damasquinado o de incrustaciones debido a los moros y cuya traslación a la
madera permitió, particularmente en Florencia, realizar obras de un valor
ornamental extraordinario.

Estructura del sistema nervioso: durante el desarrollo embrionario, en el


ectodermo dorsal se produce un engrosamiento a lo largo del eje mayor y se
forma la placa neural, que posteriormente se invagina y constituye el tubo neural,
el cual se ensancha en su parte anterior formando tres vesículas, cuyas paredes
reciben los nombres de prosencéfalo, mesencéfalo y rombencéfalo.

Para resumir lo visto en los dos primeros encuentros podemos utilizar este
cuadro:
VARIACIONES LINGÜÍSTICAS

Del hablante De la situación comunicativa registro

dialecto sociolecto formal - informal - profesional (jergas)

cronolecto

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Leé atentamente el siguiente fragmento:


“¿No habría que decir, además, que la comunicación presupone una posición equivalente
para emisor y receptor y que eso, precisamente eso, es una ficción? Cuando el maestro habla
al alumno, lo sepa o no, está en una posición de poder (puede mandarlo a examen); cuando el
padre habla con el hijo también está en una posición de poder (puede prohibirle salir). Que
emisor y receptor están en una posición equivalente o simétrica es casi siempre una ficción.
¿No será también una ficción, la idea misma de comunicación?“. Michel Foucault.
¿En qué elementos hace hincapié para cuestionar la comunicación?
¿Qué opinás al respecto?

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ENCUENTRO 3

El género policial: características. Un poco de


historia. El lector del policial: habilidades para
descifrar pistas.

El género policial
Las novelas y los cuentos policiales son relatos consagrados, ante
todo, al descubrimiento metódico y gradual -por medio de instrumentos
racionales y de circunstancias exactas- de un acontecimiento misterioso.

Todo relato policial cuenta con la historia de un crimen y la historia de


la investigación sobre ese crimen. Los personajes que siempre vamos a
encontrar en un policial son: el criminal, el detective, la víctima, los testigos.

Un poco de historia...

El policial es un género moderno, que surge en el siglo XIX, a partir de


las consecuencias sociales de la revolución industrial. La gran masificación
que se produce en las grandes ciudades europeas, como París o Londres,
influye de manera determinante en la literatura de la época. El fenómeno de
aglutinación urbana, genera, de un modo vertiginoso, la proliferación de la
figura del delincuente y la dificultad de identificarlo: en medio de la masa, se
producen problemas de identificación, se pierden las huellas del criminal.

La novela policial representaría, entonces, al menos en sus orígenes,


ese vago temor a la multitud. El policial funcionaría como una formulación
concreta del miedo a estos cambios amenazadores para la sociedad.

Acerca del lector

Así como el detective “lee” pistas que le permiten descubrir quién es el


asesino de un cuento policial, el lector, debe leer mucho y bien para poder
interpretar los datos del texto.

Nos parece que el siguiente fragmento de Ezequiel Martínez Estrada


sobre los baquianos y rastreadores, es interesante para

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compararlo con las actividades que debe realizar el lector, y, en especial, el


lector de policiales.

El baquiano y el rastreador
El baquiano posee finos órganos de sugestiones infinitesimales, liga el pedazo de
orientación y dotes de médium. En él parece campo o de selva que tiene ante la vista, a un todo
haber tomado conciencia la tierra del secreto a inmenso, a la conformación de leguas y leguas.
que obedecen sus formas, colores, consistencia,
distribución. Cada accidente está en la inteligencia Tipo gemelo del baquiano es el
del baquiano, ligado indefectiblemente con otros, rastreador. El rastreador tiene sus antenas en los
de manera que le basta contemplar un nervios ópticos y está todo él en la vista. Si el otro
limitadísimo trozo de paisaje para comprenderlo es el intuitivo, el descubridor, éste es el analítico,
todo. el lógico, la palma o el pez al que basta un indicio
apenas perceptible como referencia, para deducir
El baquiano no necesita haber pasado un largo
muchas veces por un mismo lugar; puede no silogismo de orientación. Conoce la diferencia
haberlo visto nunca. Pero por cierta experiencia de entre la hierba que se marchita sola y la que se
las hierbas, de los colores de la tierra, de las marchita por presión de un cuerpo extraño; en la
remotas cumbres, asociando presagios y huella ve si la bestia va cansada, satisfecha o
hambrienta, si cargada o de tiro, si era macho o avanzar trepando de rama en rama largos trechos;
hembra, si era regida por mano segura o en cada sitio queda la huella fresca por varios
inexperta, si era guiada con o sin apuro. Por la días y él la ve.
huella del casco infiere toda una historia
detectivesca, y el criminal deja escrita la marcha, a
sus ojos, como en un plano. En las ramas
encontrará pendientes partículas impalpables e Ezequiel Martínez Estrada,
invisibles de algún cuerpo que lo rozó, y en las
hojas la señal imperceptible de las manos. No es
Radiografía de La Pampa,
posible apoyarse impunemente a descansar
contra el tronco de un árbol, vadear un río, (Fragmento)
Buenos Aires, 1933.

1) A partir de las características de los baquianos y de los rastreadores,


¿Cuáles te parece que serán las características que debe reunir un
buen lector de policiales?

Vamos a tratar de descubrir, como si fuéramos rastreadores o baquianos,


quién es el asesino, en el siguiente cuento de Rodolfo Walsh.

Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto)

1
El primer portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.

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2
-¿Quién fue?- preguntó el comisario Jiménez.
-Yo no- dijo el primer portugués.
-Yo tampoco- dijo el segundo portugués.
-Yo menos- dijo el tercer portugués
El cuarto portugués estaba muerto.

Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.

El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante. El


sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio. El
sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante. El
sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.

-¿Qué hacían en esa esquina? - preguntó el comisario Jiménez. -


Esperábamos un taxi- dijo el primer portugués.
-Llovía muchísimo- dijo el segundo portugués.
-¡Cómo llovía!- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo. 5

-¿Quién vio lo que pasó?- preguntó Daniel Hernández. -


Yo miraba hacia el norte- dijo el primer portugués.
- Yo miraba hacia el este- dijo el segundo portugués. -
Yo miraba hacia el sur- dijo el tercer portugués.
- El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando al oeste. 6
- ¿Quién tenía el paraguas?- preguntó el comisario Jiménez. -
Yo tampoco- dijo el primer portugués.
- Yo soy bajo y gordo- dijo el segundo portugués
- El paraguas era chico- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.

- ¿Quién oyó el tiro?- preguntó Daniel Hernández


- Yo soy corto de vista- dijo el primer portugués.
- La noche era oscura- dijo el segundo portugués.
- Tronaba y tronaba- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.

- ¿Cuándo vieron al muerto?- Preguntó el comisario Jiménez. -


Cuando acabó de llover- dijo el primer portugués.
- Cuando acabó de tronar- dijo el segundo portugués. -
Cuando acabó de morir- dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.

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9

-¿Qué hicieron entonces?- preguntó Daniel Hernández.


-Yo me saqué el sombrero- dijo el primer portugués.
-Yo me descubrí- dijo el segundo portugués.
-Mis homenajes al muerto- dijo el tercer portugués.
Los cuatro sombreros sobre la mesa.

10

-Entonces, ¿qué hicieron?- preguntó el comisario Jiménez.


-Uno maldijo la suerte- dijo el primer portugués.
-Uno cerró el paraguas- dijo el segundo portugués.
-Uno nos trajo corriendo- dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.

11

-Usted lo mató- dijo Daniel Hernández.


-¿Yo señor?- preguntó el primer portugués.
-No, señor- dijo Daniel Hernández.
-¿Yo, señor?- preguntó el segundo portugués.
- Sí , señor- dijo Daniel Hernández.

12

Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada- dijo Daniel Hernández-. Uno miraba al norte,
otro al este, otro al sur, el muerto al oeste. Habían convenido en vigilar cada uno una bocacalle
distinta, para tener más posibilidades de descubrir un taxímetro en una noche tormentosa.
"El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les mojó la parte
delantera del sombrero.
"El que miraba al norte y el que miraba al sur no tenían que darse vuelta para matar al que miraba al
oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o derecho a un costado. El que miraba al este, en
cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse
vuelta se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su sombrero está seco en el medio; es decir,
mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros se mojaron solamente adelante, porque cuando
sus dueños se dieron vuelta para mirar el cadáver, había dejado de llover. Y el sombrero del muerto
se mojó por completo al rodar por el pavimento húmedo.
"El asesino utilizó un arma de muy reducido calibre, un matagatos de esos con que juegan los
chicos o que llevan algunas mujeres en sus carteras. La detonación se confundió con los truenos
(Esta noche hubo una tormenta eléctrica particularmente intensa). Pero el segundo portugués tuvo
que localizar en la oscuridad el único punto realmente vulnerable a un arma tan pequeña: la nuca de
su víctima, entre el grueso sobretodo y el engañoso sombrero. En esos pocos segundos, el fuerte
chaparrón le empapó la parte posterior del sombrero. El suyo es el único que presenta esa
particularidad. Por lo tanto es el culpable".

El primer portugués se fue a su casa.


Al segundo no lo dejaron.
El tercero se llevó el paraguas.
El cuarto portugués estaba muerto.
Muerto.
Rodolfo Walsh, Cuentos para tahúres y otros relatos policiales
Ediciones de la Flor- S.R.L. Gorriti 3695. Buenos Aires. Argentina.
C1172 ACE. ISBN 950- 515- 154 - 3

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ENCUENTRO 4
El policial clásico: enigma, misterio, deducción
lógica, el detective invulnerable.
El policial negro: suspenso, acción, el detective en
peligro, la realidad social.

Vamos a ver ahora, que hay diversos tipos de relatos policiales.

Relato de enigma, clásico, inglés o problema

En este tipo de relato, la historia del crimen concluye antes de que


comience la de la investigación.

En la historia de la investigación, el detective no actúa, aprende. Además,


es invulnerable, no corre peligro.

Un misterio de apariencia compleja e irresoluble es resuelto por un


detective mediante el análisis de los hechos y la aplicación de métodos racionales.

Trabaja con el misterio o enigma: se trata de conocer algo que ya ha


ocurrido. Esto despierta curiosidad en el lector, pero no temor.

¿Se te ocurre algún ejemplo? ¿Hay alguna película, algún cuento o novela,
que recuerdes, que tienen estas características?

Los autores más importantes de este tipo de policial son Edgar Allan Poe y
Arthur Conan Doyle, el autor de las famosas novelas de Sherlock Holmes.

Hay una serie de televisión que se basa en este tipo de policial: Columbo,
protagonizada por el actor Peter Falk, que interpreta a un detective que se dedica
a encontrar las huellas del crimen, simplemente mirando con atención las pistas
que va descubriendo y reflexionando acerca de ellas. Nunca hace ningún tipo de
esfuerzo físico, nunca corre peligro, nunca usa un arma.

Sería bueno, si pudieras, que vieras un capítulo.

¿Sabías que...?

Arthur Conan Doyle, cansado de escribir en folletines semanales, las


novelas de Sherlock Holmes, decidió matar al detective, porque se quería dedicar
a escribir “literatura seria”. La revista y él recibieron tantas cartas quejándose por la
muerte de Holmes, que el autor lo tuvo que resucitar.

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En la literatura argentina también encontramos detectives famosos. Uno es


Isidro Parodi, que aparece en los cuentos de Bustos Domecq, seudónimo de Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que escribieron juntos un libro policial. Otro
personaje famoso es el Comisario Laurenzi, que aparece en varios cuentos de
Rodolfo Walsh.

Relato de suspenso, negro o norteamericano

Fusiona la historia del crimen y la de la investigación y da más importancia


a ésta última. Es más importante lo que va a pasarle al detective que lo que pasó
con el crimen.

El detective actúa, en general en forma violenta, y corre riesgos.

Trabaja con el suspenso: se va conociendo a medida que los hechos van


sucediendo. Esto genera temor en el lector.

¿Recordás alguna película? ¿Leíste algún libro con estas características?


¿Por qué crees que pertenece a este tipo de policial?

En este tipo de relato es importante, además, el contexto social en el cual el


crimen se produce, mostrar las causas sociales que llevan al delincuente a
cometer esos actos. Esto no ocurre en la novela de enigma.

Entre los autores de este tipo de relato, tenemos a Raymond Chandler y a


Chase, ambos norteamericanos.

La mayoría de las series policiales de la televisión pertenecen a este tipo de


policial.

Vamos a leer los siguientes cuentos policiales de dos autores argentinos


contemporáneos.

Los dos montones de tierra

Daño grande el que hizo el turco Martín por el año cuarenta y tantos, en el partido de Las
Flores.
Cada vez han de ser menos los que se acuerden del turco, porque ya entonces todos los
viejos se estaban muriendo. El mismo se iba poniendo viejo y le dolían los huesos de tanto andar
con su carro, de Pergamino a la Ventana, de Pehuajó a Chascomús, o a cualquier punto de la
provincia que a uno se le ocurra mencionar.
Ya no hay quien sepa lo que es ambular cuarenta años por esos caminos donde ahora se
ven ciudades que nacieron después que él.
Me acuerdo cuando yo era chico, la llegada del Turco era el jolgorio, el turco Martín con su
barba color tabaco, la sonrisa de oreja a oreja, la boina vasca, la faja negra y las bombachas caídas.
Qué desgracia estaría pasando si se iba un invierno y se iba un verano y no aparecía traqueteando
a lo lejos, envuelto en una polvareda, el carro del turco. Pero él siempre volvía, con frascos de
colonia a tres pesos, una bombacha orientala por seis, un apero completo por quince y chucherías
para los pibes, y peinetas, vestidos y collares "para la patrona". El siempre volvía: "¡Qué tal,
Miguelito!", "¡Y diai, Juan Delgado!", y los peones lo saludaban con la jarana de siempre: "Hola,
durgo, tanto tiempo, berdido!", y él se reía mostrando los dientes del color

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de la barba. Los pesos que se perdió el turco jugando a los naipes, y también los que ganó, y las
veces que se quedó de a pie, sin carro y sin mercadería, apostados a lo mejor a un rey o una sota
que se quedaron en puerta, y las mozas que se llevó a cuestas cuando era muchacho, aunque eso
ya nadie se lo creía, porque había sido en otro tiempo y él estaba viejo y charlatán.
Pero aquel año hubo una muerte en la estancia de don Julián Arce, en el linde con Saladillo,
y cuando pasó la tremolina, algunos se acordaron del turco.
Por ese entonces era recién llegado a las Flores un comisario de apellido Laurenzi, que
venía del sur, y del que se decían muchas cosas buenas y otras regulares. Así que don Julián Arce
lo quiso conocer, y el diablo armó la ocasión. Resulta que una mañana amaneció muerto a tiros el
único chacarero que quedaba en su campo, y don Julián enseguida quiso que se investigara, para
que después las malas lenguas no anduvieran diciendo, porque, la verdad, él no se llevaba muy bien
con el difunto. Así que mandó un peón con el auto al pueblo para que le trajera al comisario, y
cuando lo vio, pareció satisfecho. El comisario era un hombre grandote, vestido como para un
velorio, un poco encorvado y asmático.
Don Julián describió al muerto con brevedad característica: un viejo de m...., dijo,
emperrado en no devolverle el cuadro que arrendaba desde hacía años, unas doscientas hectáreas,
donde él quería criar ganado fino.
- Todos los demás se han ido porque les he pagado para que se fueran. He tenido que
comprarles mi propio campo, uno por uno. Hay otros que llaman a la policía y los echan a
rebencazos, pero a mí me gustan las cosas legales.
-Así ha de ser- comentó Laurenzi, armando pausadamente un cigarrillo-. ¿Y ese hombre no quiso
irse?
-Por nada.
-Así que ahora usted recupera su cuadro.
-Sí. Pero entretanto lo han matado y esas cosas no quiero que pasen en mi campo.
Estaban sentados en la galería de la vieja casa y le comisario se sentía como intoxicado por el
perfume sensual de las glicinas y el jazmín del país. Aceptó un vermú con soda, que trajo una
sirvienta morena -la única mujer que el comisario llegó a ver por esos lugares- y entrecerró los ojos.
El sol deflagraba enceguecedor en el sendero blanco donde solo se movían algunas avispas
cavadoras. Más allá una sobria geometría ordenaba el parque inglés, la quinta, el criadero de aves,
el galpón de aperos y los bretes.
-¿Y si pasan?- murmuró el comisario, cabeceando como si tuviera sueño. -Si
pasan, quiero que se averigüe.
Almorzaron casi en silencio y después salieron. El campo estaba ardiendo de calor.
Después el comisario vio que había ardido de veras. Don Julián lo llevaba hacia la chacra del viejo
Carmen (así se llamaba el muerto), y en el camino observó que había un cuadro completamente
carbonizado, del que aún se levantaban columnitas de humo.
-Las desgracias nunca vienen solas- comentó el estanciero-. Trescientas fanegas de trigo.
Empezaron a quemarse antiyer a las dos de la tarde.
El auto dobló a la derecha, por un camino vecinal, y cinco minutos más tarde estaban en el
rancho del viejo Carmen, ante un cadáver largo, flaco y huesudo, con una campera de cuero
agujereada a balazos, que custodiaba un hombre de uniforme rotoso, un tal Sosa. Era el vigilante
del pueblo contiguo a la estancia. En los papeles dependía del comisario, pero no había más que
ver como seguía a don Julián Arce con la mirada para saber quién era su verdadero patrón.
Ahí lo tiene-dijo-. Aclaremeló, para que pueda enterrarlo.
Laurenzi se acercó al viejo Carmen, y le pareció a primera vista que lo habían matado con
un revólver 38.
-Veremos lo que se hace -respondió-. Me va a prestar el auto y un peón.
Don Julián lo miró, después miro al vigilante.
-El amigo Sosa se me va a su casa -dijo Laurenzi-, y se queda esperando hasta que yo lo
llame.
-¿Y el muerto? -preguntó Sosa.
-No lo van a robar. Déjele una vela prendida, y mañana lo enterramos.
Así que el comisario agarró el auto y un peoncito, un muchacho rubio hijo de chacareros, y
anduvo por el pueblo cercano, por el almacén, por los ranchos, por la estación solitaria y muerta
como una osamenta blanca bajo el sol d fuego, y en todas partes era el mismo silencio el que se
producía cuando él llegaba, la misma sensación de estar empujando una cosa blanda que cedía, o
de estar viendo un reflejo en el agua, algo que está y que no

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está, que se ve y no se puede agarrar. Los hombres se encerraban en soliloquios incomprensibles,
había demasiadas copas en el boliche, se jugaba al truco con un vigor exasperado, los borrachos
hablaban de Yrigoyen al rayo del sol, pero nadie sabía nada de la muerte de don Carmen.
Y sin embargo, de las reticencias y los dichos, don Carmen iba saliendo escueto y amarillo,
solitario y mudo, entretejido en la desgracia, un hombre con un sulky, con un rancho y nada más.
Porque la mujer se le fue con otro diez o quince años antes, un hijo se le murió vaya a saber de qué
("le salió una hinchazón en el cogote") y la hija que le quedaba se la llevó una noche un forastero
que venía con una tropa de Nueve de Julio. El viejo Carmen se quedó solo con su perro, y cuando
también el perro se le murió un buen día, se encerró en el rancho y no quiso hablar más con nadie,
si no era que hablaba con los muertos, porque eso también se dijo.
Y eso fue todo lo que pudo averiguar el comisario. Ni siquiera el peoncito, que le había
tomado una simpatía instantánea, pudo decirle más.
-¿Y qué pensás de don Julián - le preguntó Laurenzi cuando volvían a la estancia.
Don Julián es un hombre -dijo el muchacho casi con orgullo.
-¿Y eso qué quiere decir, que no los hace dormir en el galpón de los cueros, ni cebar yerba
usada y secada al sol?
-Eso también es cierto -respondió el peoncito- Pero lo que sabe don Julián, es respetar. Un hombre
duro como un poste, que había llegado casi con lo puesto, treinta años atrás, cuando esos campos
eran una soledad, y compró una chacra abandonada y la hizo producir; y después un estero, y lo
secó, nadie sabe como, donde ahora ondulaba el agua imaginaria del lino; y después el cuadro que
llamaban de "La Tigra", como luego se llamó la estancia, porque allí mataron en 1913; y al fin todas
las chacras de los alrededores, con o sin colonos; llevado por una formidable fuerza constructora
que lo quemaba vivo, parado frente a las plagas, los hombres y el tiempo, sin razón aparente que
esa implacable de dejar cosas hechas a la manera humana, con la astucia, la fuerza y la paciencia;
tres mil hectáreas ahora de buenos pastos, tres mil cabezas de ganado, un monte de acacias que
daba gusto verlo, galpones, bretes y acequias. Y todo eso apenas lo había doblado un poco, apenas
le había quemado la piel y los ojos, y aun así uno tenía la impresión de que estaba quemado de
adentro para fuera, en esa inextinguible pasión o lo que fuese, que no le dejó tiempo para leer un
libro o dormir con una mujer, in aun para pensar a manos de quien iba a ir todo, como si el orden ya
no importara para entonces, él el centro y la justificación del mundo que él construyó y de la justicia
que hizo, él, Julián Arce, injertado de prepotencia en la savia de la avena y del sudan grass, fluyendo
en la sangre de los toros, circulando en el agua de riego y en el tiempo de las estaciones, socio
igualitario en las germinaciones y los apareos, señor de poner marca a los terneros y a la gente, y de
señalar con horqueta y muesca esta oreja y este paisaje, este bebedero y aquel naranjal, y que la
única pena que se iba a llevar de este mundo era tener que
haber dependido y compartido, no poder hacer una planta con sus propios dedos. Este era el
hombre que hablaba, después que cenaron, en la galería adonde sacó los sillones de mimbre y
apagó el sol-de-noche para que no los molestaran los bichos, y decía, pero no para quejarse, sino
para que el otro viera y se hiciera cargo:
-Usted siembra trescientas hectáreas de trigo, y cuando ya las espigas se caen de puro
maduras, se le instala un croto en el camino, prende fuego para hacer un yerbeado y se va sin
apagarlo. El trigo arde, y nadie tiene la culpa. Usted vacuna el ganado, pero su vecino no: las vacas
del vecino dejan su baba en el alambrado, y cuando quiere acordar, ya tiene un tendal de animales
muertos. Usted compra un carnero fino, que le cuesta sus buenos pesos, y una noche se lo muerde
un perro cimarrón y el carnero muere agusanado.
El comisario volvió apenas la cabeza y miró en la penumbra el perfil del estanciero. -
Perros -dijo.
Entre los pueblos de las chacras (explicó don Julián), de los pueblos y de las propias
estancias, había algunos que sin explicación aparente se volvían feroces. Salían de noche, recorrían
a veces grandes distancias para atacar una majada, volteaban media docena de ovejas
mordiéndolas en la garganta o en los cuartos traseros, y al amanecer regresaban furtivamente al
punto de partida y a su existencia inofensiva. Los animales mordidos en la garganta morían
desangrados, los otros se agusanaban y la mitad moría también. El hambre no tenía nada que ver.
Un mayordomo o un capataz podía descubrir de pronto que su perro mejor alimentado, el más
mimado, era un asesino nocturno al que había que sacrificar. Estos perros cebados adquirían la
ancestral astucia del lobo. Era inútil dejarles en el camino trozos de carne con pastillas de estricnina.
Era inútil emboscar media docena de peones con escopetas

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en los accesos a un potrero donde dormía una majada: el intruso no aparecía. Pero apenas se
levantaba la vigilancia, la matanza se convertía en desastre.
Don Julián usó un modo expeditivo para acabar con eso. Cualquier perro de la vecindad
que no quedara atado de noche, él iba y lo mataba en presencia de su dueño. Si el dueño quería
protestar, ya sabía que era cuestión de jugarse contra don Julián. Nadie lo intentó.
El comisario dio un cabezazo. Había estado mirando el cielo y de golpe tuvo la sensación
de que se iba a caer en aquel vértigo de constelaciones y galaxias que lo esperaba allá abajo, pensó
con un sentimiento de absurdo y de pena, esa lástima de él mismo que le daban las cosas que no
podía comprender. Oyó un cencerro lejano, el grito repentino de un pájaro despertado, el viento en
los eucaliptus. Entonces advirtió que don Julián hacía rato que estaba callado.
-Cómo habrá sido -dijo- que se le quemó el trigal.
-Ojalá lo supiera -contestó don Julián-. Si me lo averigua, le quedaré debiendo un favor. El
ferrocarril pasaba como a media legua del sembrado, los linyeras hacía años que daban un rodeo
para no pasar por allí, y en cuanto a esas advertencias que solía publicar el gobierno provincial,
donde palabras más, palabras menos, se decía que cualquier cosa era capaz de incendiar una
cosecha en verano, hasta el reflejo de una lata o de un vidrio de botella, don Julián comentó riendo
que el mucho no creía en esas cosas, pero que en fin, todo podía ser. Fue entonces cuando el
comisario le preguntó si era la primera vez que le pasaba algo así, y el estanciero dijo que no, que
era la segunda, y que la primera fue en el mismo lugar y más o menos en la misma fecha del año
anterior.
-¿No habrá sido el difunto don Carmen, que le arrimó un fósforo al sembrado? Don Julián
se quedó pensando.
-Quisiera creerlo -dijo al fin-. Era capaz, por ese entripado que tenía conmigo. Pero no puede ser,
porque las dos veces él no estaba aquí. Las dos veces pasó lo mismo: el viejo ató el sulky
tempranito, se paró en el almacén del pueblo para comprar una botella de vino y unas latas de
sardinas y se fue para Las Flores a ver unos parientes. Cuando entre la una y las dos de la tarde
empezó la quemazón, él estaba a seis leguas de distancia.
La Cruz del Sur colgaba alta en el cielo, las voces tomaban imperceptibles inflexiones de bostezo.
Don Julián se levantó para mostrarle la pieza donde iba a dormir y le dio las buenas noches. El
comisario dejó la puerta abierta y se acostó en la oscuridad. Las sábanas tenían olor a lavanda, y la
noche olor a trilla, yo todo eso era muy lindo, pero el comisario sentía que el asma le crecía en el
pecho como el agua en un tanque. Empezó a revolverse y a cambiar de posición, dobló la almohada
para tener la cabeza más alta, le echó la culpa a la lavanda y a las parvas que apenas había visto
pero que imaginaba henchidas, húmedas y olorosas, respirando con un ritmo misterioso y seguro, y
se respondió, "Viejo sonso", porque sabía que la culpa de cualquier cosa nunca estaba afuera, que
el asma era cosa de la cabeza y que de todas maneras ya no iba a dormir esta noche. Así que pateó
las sábanas y empezó a vestirse en la oscuridad, despacito, sin saber todavía lo que iba a hacer,
resollando en silencio y maldiciendo contra la desconocida cifra, la serie de condiciones que lo hacía
moverse contra toda aparente necesidad o conveniencia.
Ahora, caminaba despacio y descalzo, abría una puerta, luego otra, un mueble se desperezó, una
tribu de ratas deliberaba en el techo, o a lo mejor era un pájaro atribulado sobre su cría, él un gato,
el viejo Laurenzi gato pesado en el silencio, oliendo la acidez del tiempo, la carcoma de la madera,
gato viejo con un gato chico en el pie derecho que punteaba prevenciones y le hacía esquives a la
desgracia (le voy a robar los cigarrillos al viejo), el gatito del pie husmeó una silla y se detuvo (que
no me oiga mi madre, me voy a la pieza de la mucama), no abras tanto los ojos, viejo palangana,
que se te vuelven faroles, ahora olía a tientos y a sogas, a recado animal que jinetea solo en la
noche sobre un caballete de madera, a cuero de potro y a grasa, a ver si pateás un cencerro y se te
aparece don Julián: Qué busca, mi amigo. (Busco unos balines para el rifle del 9, señor, busco unos
recortes para la honda, busco esos anzuelos que usted me escondió, busco a la Herminia que olía
tan lindo cuando mi madre y usted dormían.) Aunque lo mejor sería decirle que andaba sonámbulo,
y por primera vez en esa noche al comisario Laurenzi le caminaron por todo el cuerpo unas ganas
de reírse que parecían más fuertes que cualquier cosa, y tuvo que taparse la boca. Hombre grande,
dijo a media voz, y sus manos estaban por los cajones de un mueble que podía ser un escritorio,
cuando oyó una tos en la otra esquina del mundo y manoteó el primer picaporte. Ahora estaba de
nuevo en la galería, y vio un aerolito rayar el cielo, de norte a sur.

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Un perro atado gruñía en la sombra, pero Laurenzi murmuró: "A ese viejo no lo para nadie" y fue a
su pieza a ponerse los zapatos y el revólver.
Ahora caminaba por una calle de aromos, respiraba con facilidad un aire de polen vivo y
animado, saltó una tranquera sin abrirla, ensayó un paso de baile en la tierra blanca y olorosa. Viejo
sonso, si te viera la gente. Si lo viera la gente al comisario, caminando sólo al velorio de don
Carmen.
A lo lejos asomaron los dos sauces melenudos, aspaventando estrellas, el cuadro calcinado
donde ardió el trigo, después del caminito vecinal. Laurenzi entró en el rancho sacándose el
sombrero y desparramando fósforos hasta que encontró una vela y la encendió sobre la que ya se
había consumido, se sentó en un banquito temblón, y los mismo que antes, sin saber para qué
había venido, si no era a mirar la cara amarilla del muerto que tan pronto se volvía negra y aleteaba
por las paredes y el techo como un murciélago de sombras. Así que ésta es la muerte, pensó,
cuando uno está solo y viejo y no tiene un perro que le ladre. (Pero qué hacía él ahí, a ver si don
Carmen lo entraba a saludar, con tanto reflejo de vela y sombra.) La muerte rodeada de sartenes
sucias y latas de yerba y cáscaras secas de naranja colgando de la cumbrera.
Algo le estaba diciendo que se diera vuelta, y no quería hacerle caso. Se preguntaba qué podía
haber retenido a este hombre en esa tierra que ni siquiera cultivaba, en ese rancho donde todo se
iba, o se moría, o lo humillaba de alguna forma. Y el comisario dijo: Se quedaba para saber lo que
era, para no olvidar nunca lo que le había pasado y sentirse vivir contra el abandono y la vergüenza.
Después pensó en los campos florecidos que rodeaban ese islote de miseria, en las arboledas
creciendo seguras, en un horizonte de tonos colorados, y dijo: Se quedaba de puro encono. Y luego
no pensó en nada, y de ese vacío salió una frase pronunciándose sola, sin apelación y sin sentido:
Se quedaba por amistad con algo que era y no era la tierra.
Fue entonces cuando el viento apagó la vela, y el comisario pegó un salto y ya estaba pelando el
revólver y mirando para afuera, donde una luz se movía sobre un montículo entre los sauces, se
enredaba como un algodón entre las ramas, flotaba con dolorosa indecisión, tanteando el pasto y los
troncos, como sabiendo que nadie iba a encontrar lo que buscaba. La luz azul de unos huesos, la
burbuja gaseosa de un sueño. Y el comisario miró el revólver, y por segunda vez en esa noche le
agarró un ataque de risa, y dijo en su propia lógica: No sirve para mear, y lo guardó.
La luz ya no estaba.
Pero el comisario sabía ahora por qué se quedó Don Carmen hasta que lo mataron, y si se
esforzaba un poco iba a saber también lo otro, y podía cumplir con don Julián. Sólo que en eso no
quería pensar, porque ahora estaba contento y silbaba, lo poco y mal que sabía, mientras caminaba
de vuelta a la estancia y los puntos cardinales se colocaban en orden, porque iba a amanecer, y no
fuera que a alguno lo agarraran fuera de su sitio, pensó Laurenzi. Pero esta vez abrió la tranquera
como un hombre serio y rumbeó para la cocina de los peones, donde entró saludando con voz fuerte
y deseando buen provecho a todas esas caras recién lavadas con jabón amarillo, que le dijeron: Si
gusta. El comisario dijo que sí, se sentó, tomó su jarro de mate cocido y su galleta, y hasta un
pedazo de salame que le alcanzaron en la punta de un cuchillo, junto con alguna jarana livianita
sobre los puebleros que madrugan, que le comisario empardó para que supieran que venía en paz a
comer como un cristiano, y a estar un rato con ellos, aunque eso era más difícil de explicar porque
no tenía gollete.
Y ahí fue cuando apareció a lo lejos el carro del turco Martín, y en le pescante el turco manejando
una tormenta de látigos y maldiciones y todos los rayos de la polvareda, porque iba a llegar tarde
para el mate cocido, y alrededor del carro y el turco todos los perros de la estancia, que a esa hora
ya estaban sueltos y desencadenados, no pensaban en morder ovejas ni soñaban con una cadena
infinita que los ataba al centro del orden, pero se tiraban como flechas juguetonas a los garrones de
los tungos coceadores y se revolcaban entre ladridos y firuletes de su carne viva y elástica.
El comisario fue el primero en rumbear para los galpones, y el turco se quedó esperándolo mientras
la cara se le abría cada vez más en aquella famosa sonrisa que incluía tantas cosas, todo el tiempo
que se había ido, y toda la joda junta, y tres o cuatro historias que sólo ellos podían recordar porque
la muerte y el olvido. Pero después tiró los yuguillos y las cabezas y corrió abrazarlo.
-No me digás nada, ya sé que hay una desgracia, pero qué alegría verte. -Tantos años -dijo el
comisario, y se quedó pensando en eso que dijo el turco, él y la desgracia, él y los hombres que se
mataban, él y la sangre en los boliches, y la justicia que ya

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no le importaba más, y la flojera que se le había ganado en el alma, animal pialado, corazón de
bagre.
Se quedó acariciando los caballos, el zaino tenía una matadura en el lomo, lo ayudó al turco a
desatar, hablaron de una o dos cosas más, y el turco salió regalándole una faja de colores "que era
lo único que me faltaba en este trance", pensó el comisario.
Volvió a la cocina, el peoncito del día anterior visteaba junto al fogón con otro de su edad.
Lo llamó aparte.
-Andá decile a don Julián que ya pueden enterrar al muerto.
Lo enterraron a don Carmen en su misma chacra. Don Julián eligió el sitio: al pie de uno de
los sauces melenudos, al lado de un montículo donde ya había una torcida cruz de madera que el
comisario veía por primera vez, dos peones abrieron una fosa, metieron adentro el cajón hecho de
apuro, y cuando terminaron, los montículos eran dos, y el comisario seguía sentado en el primero.
Don Julián despidió a los peones, y Laurenzi despidió al vigilante, y quedaron solos con una pala
que alguien se olvido.
Entonces, don Julián Arce empezó a mirarlo fijo mientras armaba un cigarrillo y preguntó si
ya sabía cómo era la cosa. El comisario le dijo que sí, y lo siento por usted, que no debió llamarme.
Don Julián también se sentó, en el otro montón de tierra, el de la tierra fresca que tapaba a
un viejo solitario y muerto, y dijo que a ver, cómo había sido.
-Dígame si me equivoco, don Julián -respondió el comisario-, pero yo creo que si agarro esa
pala que han dejado ahí, y empiezo a cavar aquí mismo donde estoy sentado, voy a encontrar un
perro muerto, o por lo menos unos huesos viejos de tres años, que de noche se vuelven luz mala y
espantan a la gente. Y si escarbo entre los huesos, y tengo un poco de suerte, voy a encontrar dos o
tres plomos de su revólver.
-¿Y diai?
-Y diai que usted le mató el perro.
-Se lo maté de frente y en presencia de él, porque se había vuelto dañino. Se me escapó de
debajo de las patas del caballo una noche de luna, pero le vi el hocico chorreando sangre, y a la
mañana siguiente tres ovejas no se levantaron.
-No le niego, pero el viejo estaba solo y no tenía más que el perro. Usted le mató el perro, él
le quemó las cosechas.
-Mi amigo, eso no puede ser, porque él estaba en Las Flores las dos veces que me
quemaron el campo.
Entonces el comisario sacó del bolsillo un pedazo como de vidrio derretido y chamuscado,
aunque no era vidrio y se lo mostró.
-Ya ve que puede ser, don Julián. Y usted no debió dejar esto en su escritorio, para que lo
encontrara cualquier sonso desvelado.
Don Julián Arce se quedó callado largo rato, tiró el cigarrillo y aplastó el pucho con la bota.
-Está bueno -dijo, y se paró repitiendo. -Está bueno.
Volvieron callados a la estancia, y él arregló sus papeles, escribió algunas cartas y se pegó
un tiro con el mismo revólver con el que mató al viejo Carmen y a su perro. Que era lo que el
comisario sabía que iba a hacer. Porque el hombre (y esto lo recordó siempre el comisario) tenía sus
cosas buenas y sus cosas malas, pero no se tomaba ventajas con la suerte. Mató al perro y tres
años después mató al viejo porque se habían vuelto dañinos y contrariaban su ley, que era la ley
visible de las cosas, escrita en cada poste y en cada ramita. Pero él no necesitaba llamar al
comisario para investigar el crimen: el vigilante hubiera dicho lo que quisiera. Lo llamó para que
hubiese una averiguación en serio, y se jugó a cara o seca: si el comisario no encontraba nada, la
justicia aparente estaba de su lado, además de la que él siempre supo ejercer. Y si encontraba algo,
siempre le quedaba la salida que eligió. Era lo que decía la gente: respetaba y se hacía respetar.
El turco Martín siguió por esos caminos, y a lo mejor anda todavía con su carro. Pero ya no
vende más esos abrecartas de carey o de plástico que en la punta tenían una lupa, un cristal de
aumento, como los que vendió al viejo Carmen.
-Porquería tan chica -dijo después el turco-, y encerraba como diez o doce soles. Porque el viejo
Carmen no recibía correspondencia, ni siquiera sabía leer. ¿Para qué podía necesitar esos
abrecartas? Para clavar uno o dos en el trigal de don Julián, poner cinco leguas de por medio y
esperar que el solazo del verano atravesara el cristal de aumento e incendiara la paja seca. Fue el
turco mismo quien le dio la idea sin querer, mostrándole lo fácil que era quemar un papel de fumar.
Y así fue cómo don Carmen encontró la manera de quemar

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un campo, estando en otra parte. La primera vez don Julián sospechó y la segunda tuvo la mala
suerte de encontrar un abrecartas casi derretido por el fuego en el linde de su trigal incendiado con
la chacra del viejo. Lo guardó en un cajón del escritorio, y el comisario lo encontró esa noche en que
el asma no lo dejaba dormir.
"La Tigra" allá está, aparecieron sobrinos, qué se puede decir. En la tapera de don Carmen
dice la gente que suelen verse de noche dos luces flotando entre los matorrales, una más grande y
otra más chica, una más alta y otra más baja, y algunos fantasiosos las llaman: el viejo y su perro.
Rodolfo Walsh, Cuentos para tahúres y otros relatos policiales
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C1172 ACE. ISBN 950- 515- 154 - 3

La loca y el relato del crimen


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Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió
ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento. Las calles se aquietaban
ya; oscuras y lustrosas bajaban con su suave declive y lo hacían avanzar plácidamente, sosteniendo
el ala del sombrero cuando el viento del rÍo le tocaba la cara. En ese momento las coperas entraban
en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por la ciudad bajo el
sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el atardecer dejan caer sobre la ciudad
una música dulce. Almada se sentía perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con el desaliento
regresaba el recuerdo de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero,
las rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal. Verla de lejos, a pleno
día, la piel gastada, las orejas, vacilando contra la luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha,
indiferente, como si él fuera una planta o un bicho. “Poder humillarla una vez”, pensó. “Quebrarla en
dos, para hacerla gemir y entregarse”.
En la esquina el local de New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aun bajo la
neblina de las seis de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendión un
cigarrillo y levantó la cara como buscando en el aire el perfume maligno de Larry. Se sentía fuerte
ahora, capaz de todo, capaz de entrar al cabaret y sacarla de un brazo y cachetearla hasta que
obedeciera. “Años que quiero levantar vuelo” pensó de pronto. “Ponerme por mi cuenta en Panamá,
Quito, Ecuador”. En un costado, tendida en un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer que dormía
envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie.
-Che, vos- dijo.
La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cara como enceguecida. -
¿Cómo te llamás? –dijo él.
-¿Quién?
-Vos. ¿O no me oís?
-Echevarne Angélica Inés –dijo ella, rígida-. Echevarne Angélica Inés, que me dicen Anhaí.
-¿Y qué hacés acá?
-Nada –dijo ella-. ¿Me das plata?
-Ahá, ¿querés plata?
La mujer se apretaba contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una
túnica.
-Bueno –dijo él-. Si te arrodillás y me besás los pies te doy mil pesos.
-¿Eh?
|-¿Ves?, Mirá –dijo Almada agitando el billete entre sus deditos mochos-. Te arrodillás y te lo
doy.
-Yo soy ella, soy Anhaí. La pecadora, la gitana.
-¿Escuchaste? –dijo Almada-. ¿O estás borracha?
-La macarena, ay la macarena, llena de tules –cantó la mujer empezó a arrodillarse contra los
trapos que le cubrían la piel hasta hundir su cara entre las piernas de Almada. El la miró desde lo
alto, majestuoso, un brillo húmedo en sus ojitos de gato.
-Ahí tenés. Yo soy Almada –dijo y le alcanzó el billete-. Comprate perfume. -La pecadora.
Reina y madre –dijo ella-. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan
Bautista Bairoletto, el jinete.

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|Por el tragaluz del dancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las
manos en los bolsillos y se enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la entrada.
-La macarena, ay macarena –cantaba la loca-. Llena de tules y sedas, la macarena, ay, llena
de tules –cantó la loca.

|Antúnez entró en le pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado,


manso ya, agradecido a esa sutil combinación de los hechos de la vida que él llamaba su destino.
Hacía una semana que vivía con Larry. Antes se encontraba cada vez que él se desmoronaba en el
New Deal sin elegir o querer admitir que iba por ella; después, en la cama, los dos se usaban con
frialdad y eficacia, lentos, perversamente. Antúnez se despertaba pasado el mediodía y bajaba a la
calle, olvidado ya del resplandor agrio de la luz en las pesianas entornadas. Hasta que al fin una
mañana, sin nada que lo hiciera prever, ellas se par{o desnuda en medio del cuarto y como si
hablara sola le pidió que nose fuera. Antunez se largó a reír: “¿Para qué?”, dijo. “¿Quedarme?”, dijo
él, un hombre pesado, envejecido. “¿Para qué?”, le habría dicho, pero ya estaba decidido, porque
en ese momento empezaba a ser consciente de su inexorable decadencia, de los signos de ese
fracaso que él había elegido llamar su destino. Entonces se dejó estar en esa pieza, sin nada que
hacer salvo asomarse al balconcito de fierro para mirar la bajada de Viamonte y verla venir, lerda,
envuelta en la neblina del amanecer. Se acostumbró al modo que tenía ella de entrar trayendo el
cansancio de los hombres que le habían pagado copas y arrimarse, como encandilada, para dejar la
plata sobre la mesa de luz. Se acostumbró también al pacto, a la secreta y querida desición de no
hablar del dinero, como si los dos supieran que la mujer pagaba de esa forma el modo que tenía él
de protegerla de los miedos que de golpe le daban de morirse o de volverse loca.
“Nos queda poco de juego, a ella y a mí”, pensó llegando al recodo del pasillo, y en ese
momento, antes de abrir la puerta de la pieza supo que la mujer se le había ido y que todo
empezaba a perderse. Lo que no pudo imaginar fue que del otro lado encontraría la desdicha y la
lástima, los signos de la muerte en los cajones abiertos y los muebles vacíos, en los frascos,
perfumes y polvos de Larry tirados por el suelo: la despedida o el adiós escrito con rouge en el
espejo del ropero, como un anuncio que hubiera querido dejarle la mujer antes de irse.
Vino él vino Almada vino a llevarme sabe todo lo nuestro vinoal cabaret y es como un bicho
una basura oh dios mío andate por favor te lo pido salvate vos Juan vino a buscarme esta tarde es
una rata olvidame te lo pido olvidame como si nunca hubiera estado en tu vida yo Larry por lo que
más quieras no me busques porque él te va a matar.
Antúnez leyó las letras temblorosas, dibujadas como una red en su cara reflejada en la luna
del espejo.
A Emilio Renzi le interesaba la lingüística pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el
diario El Mundo; haber pasado cinco años en la facultad especializándose en la fonología de
Trubetzkoi y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama literario
nacional era sin duda la causa de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un poco metafísico
que lo acercaba a los personajes de Roberto Arlt.
El tipo que hacía policiales estaba enfermo la tarde en que la noticia del asesinato de
larry llegó al diario. El viejo Luna decidió mandar a Renzi a cubrir la información porque pensó
que obligarlo a mezclarse en esa historia de putas baratas y cafishios le iba a hacer bien.
Habían encontrado a la mujer cocida a puñaladas a la vuelta del New deal; el único testigo del
crimen era una pordiosera medio loca que decía llamarse Angélica Echevarne. Cuando la
encontraron acunaba le cadáver como si fuera una muñeca y repetía una historia
incomprensible. La policía detuvo esa misma mañana a Juan Antúnez, el tipo que vivía con la
copera, y el asunto parecía resuelto.
-Tratá de ver si podés inventar algo que sirva –le dijo el viejo Luna-. Andate hasta el
Departamento que a las seis dejan entrar al periodismo.
En el Departamento de Policía Renzi encontró a un solo periodista, un tal Rinaldi, que hacía
crímenes en el diario La Prensa. El tipo era alto y tenía la piel esponjosa, como si recién hubiera
salido del agua. Los hicieron pasar a una salita pintada de celeste que parecía un cine: cuatro
lámparas alumbraban con una luz violenta una especie de escenario de madera. Por allí sacaron a
un hombre altivo que se tapaba la cara con las manos esposadas: enseguida el lugar se llenó de
fotógrafos que le tomaron instantáneas desde todos los ángulos. El tipo parecía flotar en una niebla
y cuando bajó las manos miró a Renzi con ojos suaves.
-Yo no he sido –dio-. Ha sido el gordo Almada, pero a ése lo protegen de arriba.
Incómodo, Renzi sintió que el hombre le hablaba sólo a él y le exigía ayuda.

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-Seguro fue éste –dijo Rinaldi cuando se lo llevaron-. Soy capaz de olfatear un criminal a cien
metros: todos tienen la misma cara de gato meado, todos dicen que no fueron y hablan como si
estuvieran soñando.
-Me pareció que decía la verdad.
-Siempre parecen decir la verdad. Ahí está la loca.
La vieja entró mirando la luz y se movió por la tarima con un leve balanceo, como si caminara
atada. En cuanto empezó a oirla, Renzi encendió su grabador. -Yo he visto todo he visto como si me
viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que pertenece que perteneció y
que va a pertenecer a Juan Bautista Bairoletto el jinete por ese hombre le estoy diciendo váyase de
aquí enemigo mala entraña o no ve que quiere sacarme la piel a lonjas y hacer visos encajes ropa
de tul trnzado el pelo de la Anahí gitana la macarena, ay macarena una arrastrada sos no tenés
alam y el brillo en esa mano un pedernal tomo ácido te juro si te acercás tomo ácido pecadora loca
de envidia porque estoy limpia yo de todo mal soy una santa Echevarne Angélica Inés que me dicen
Anahí tenía razón Hitler cuando dijo hay que matar a todos los entrerrianos soy bruja y soy gitana y
soy la reina que teje un tul hay que tapar el brillo de esa mano un pedernal, el brillo que la hizo morir
por qué te sacás el antifaz mascarita que me vio o no me vio y le habló de ese dinero Madre María
Madre María en el zaguán Anahí fue gitana y fue amiga de Evita Perón y dónde está el purgatorio si
no estuviera en Lanús donde llevaron a la virgen con careta en esa máquina con un moño de tul
para taparle la cara que la he tenido blanca por la inocencia. -Parece una parodia de Macbeth –
susurró, erudito, Rinaldi-. Se acuerda, ¿no? El cuento contado por un loco que nada significa.
-Por un idiota, no por un loco -rectificó Renzi-. Por un idiota. ¿Y quién le dijo que no significa
nada?
La mujer seguía hablando de cara a la luz.
-Por qué me dice traidora sabe por qué le voy a decir porque a mí me amaba el hombre más
hermoso en esta tierra Juan Bautista Bairoletto jinete de poncho inflado en el aire es un globo un
globo gordo que flota bajo la luz amarilla no te acerques si te acercás te digo no me toqués con la
espada porque en la luz es donde yo he visto todo he visto como si viera el cuerpo todo por dentro
los ganglios las entrañas el corazón que perteneció que pertenece y que va a pertenecer.
-Vuelve a empezar –dijo Rinaldi.
-Tal vez está tratando de hacerse entender.
-¿Quién? ¿Esa? Pero no ve lo rayada que está –dijo mientras se levantaba de la butaca- .
¿Viene?
-No, me quedo.
-Oiga, viejo. ¿No se dio cuenta que repite siempre lo mismo desde que la encontraron? -Por
eso –dijo Renzi controlando la cinta del grabador-. Por eso quiero escuchar porque repite siempre lo
mismo.

Tres horas más tarde Emilio Renzi desplegaba sobre el sorprendido escritorio del viejo Luna
una transcripción literaria del monólogo de la loca, subrayado con lápices de distintos colores y
cruzado de marcas y de números.
-Tengo la prueba de que Antúnez no mató a la mujer.
Fue otro, un tipo que él nombró, un tal Almada, el gordo Almada.
-¿Qué me contás? –dijo Luna, sarcástico-. Así que Antúnez dice que fue Almada y vos le
creés.
-No. Es la loca que lo dice; la loca que hace diez horas repite siempre lo mismo sin decir
nada. Pero precisamente porque repite lo mismo se la puede entender. Hay una serie de reglas en
lingüística, un código que se usa para analizar el lenguaje psicótico.
-Decime, pibe –dijo Luna lentamente-. ¿Me estás cargando?
-Espere, déjeme hablar un minuto. En el delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir
ciertas estructuras verbales que son fijas, como un molde, ¿se da cuenta?, un molde que va
llenando con palabras. Para analizar esa estructura hay 36 categorías verbales que se llaman
operadores lógicos. Son como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el
delirio está ordenado, que repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede
clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata de decir a pesar de la
compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que
ella repite una cantidad de fórmulas, pero hay una serie de frases, de palabras que, no se pueden
clasificar, que quedan fuera de esa estructura. Yo hice eso y

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separé esas palabras y ¿qué quedó? –dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna-. ¿Sabe
qué queda? Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vio y le habló de dinero y
brilló esa mano que la hizo morir. ¿Se da cuenta? –remató Renzi, triunfal-. El asesino es el gordo
Almada.
El viejo Luna lo miró impresionado y se inclinó sobre el papel.
-¿Ve? –insistió Renzi-. Fíjese que ella va diciendo esas palabras, las subrayadas en rojo, las
va diciendo entre los agujeros que se pueden hacer en medio de lo que está obligada a repetir, la
historia de Bairoletto, la virgen y todo el delirio. Si se fija en las diferentes versiones va a ver que las
únicas palabras que cambian de lugar son esas con las que ella trata de contar lo que vio.
-Che, pero qué bárbaro. ¿Eso lo aprendiste en la facultad?
-No me joda.
-No te jodo, en serio te digo. ¿Y ahora qué vas a hacer con todos estos papeles? ¿La tesis?
-¿Cómo qué voy a hacer? Lo vamos a publicar en el diario.
El viejo Luna sonrió como si le doliera algo.
-Tranquilizate, pibe. ¿O te pensás que este diario se dedica a la lingüística? -Hay que
publicarlo, ¿no se da cuenta? Así lo pueden usar los abogados de Antúnez. ¿No ve que ese tipo es
inocente?
-Oíme, el tipo ese está cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la larga
siempre terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras, pero paramos
acá. Hacé una nota de cincuenta líneas contando que a la mina la mataron a puñaladas.
-Escuche, señor Luna –lo cortó Renzi-. Ese tipo se va a pasar lo que le queda de vida metido
en cana.
-Ya sé. Pero yo hace treinta años que estoy metido en este negocio y sé una cosa: no hay
que buscarse problemas con la policía. Si ellos te dicen que lo mató la Virgen María, vos escribís
que lo mató la Virgen María.
-Está bien –dijo Renzi juntando los papeles-. En ese caso voy a mandarle los papeles al juez.
-Decime, ¿vos te querés arruinar la vida? ¿Una loca de testigo para salvar a un cafisho? ¿Por
qué te querés mezclar? –En la cara le brillaba un dulce sosiego, una calma que nunca le había visto
.-Mirá, tomate el día franco, andá al cine, hacé lo que quieras, pero no armés lío. Si te
enredás con la policía te echo del diario.
Renzi se sentó frente a la máquina y puso un papel en blanco. Iba a redactar su renuncia; iba
a escribir una carta al juez. Por las ventanas, las luces de la ciudad parecían grietas en la oscuridad.
Prendió un cigarrillo y estuvo quieto, pensando en Almada, en Larry, oyendo a la loca que hablaba
de Bairoletto. Después bajó la cara y se largó a escribir casi sin pensar, como si alguien le dictara:
Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo –empezó a
escribir Renzi-, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su
abatimiento.
Ricardo Piglia, Cuentos Morales, Buenos Aires-
C/O Guillermo Schavelzon & Asoc. Agencia Literaria. Info@schavelzon.com

1) ¿Por qué ambos son relatos policiales?

2) ¿Qué características del policial clásico y del negro tiene cada uno? ¿Cuáles
son esas características? ¿Podrías ejemplificar con los textos?

Analicemos, ahora, cada uno de estos textos:


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Los dos montones de tierra


1) ¿Qué tipo de narrador es el del relato?
2) ¿Quién es el detective?
3) ¿De qué pistas se vale para descubrir al asesino?
4) ¿Quién es el criminal?
5) ¿Cómo aparece caracterizado? ¿Qué dicen de él en el pueblo? 6)
¿Por qué decide matar a Don Carmen?
7) ¿Cómo hacía el peón para incendiar el campo, estando a tantos kilómetros? 8)
¿Por qué el cuento se titula Los dos montones de tierra? 9) Explica esta frase
del comienzo del cuento: “Daño grande el que hizo el Turco Martín por el año cuarenta y tantos

La loca y el relato del crimen


1) ¿Qué tipo de narrador es el del relato?
2) ¿Quién es el criminal y quién la víctima?
3) ¿Quién es el detective? ¿Cómo aparece descripto? ¿Cuál es su ocupación?
¿Por qué lo mandan a la sección de policiales?
4) ¿Cómo resuelve el enigma? ¿Te parece creíble? ¿Por qué?

Sería bueno que tuvieras en cuenta el texto que sigue, para pensar tu
respuesta.

Un autor nos dice cómo debe ser un policial

El mismo Chandler, uno de los más importantes escritores de relatos


policiales de la serie negra, estableció las reglas fundamentales que debe cumplir
todo relato policial. Aquí te enviamos algunas de esas reglas.

Todo relato policial debe ser:

1) VEROSÍMIL. Esto excluye los finales tramposos. Por ejemplo, aquellos en los
que el menos sospechoso, es convertido violentamente en culpable. 2)
TÉCNICAMENTE SÓLIDO, en cuanto a métodos de asesinato y detección. 3)
REALISTA: debe hablar de gente real en un mundo real.
4) HONESTO CON EL LECTOR. Los hechos deben ser expuestos con
imparcialidad. Deben permitir la deducción. No se pueden ocultar claves, ni se
debe distorsionar por medio de falsos énfasis.

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El lector cuenta con ser engañado pero no por una pavada. Sabe que puede
interpretar mal alguna clave pero no por no conocer a fondo química, biología,
patología, etc.
El meollo del asunto es ver si se despistó al lector dentro de reglas de juego limpio
o si se usó de golpes bajos.

Además, debe tener:

1) UN DESENLACE que se le escape al lector razonablemente inteligente. Una


cosa es adivinar quién es el asesino y otra ser capaz de justificar la suposición por
medio del razonamiento.
La solución, una vez revelada, debe aparecer como inevitable. 2) UN FINAL EN
EL QUE SE CASTIGUE AL CRIMINAL: no tiene que ver con la moralidad sino
que es parte de la lógica de la forma.

Y, por último:

1) NO DEBE TRATAR DE HACER TODO AL MISMO TIEMPO. Si es una historia


de resolución de enigma no puede ser también una historia de aventuras violentas.
Una atmósfera de terror destruye el pensamiento lógico. El detective no puede ser
héroe y amenaza. El asesino no puede ser víctima y villano.

Leé atentamente el siguiente texto:

“Yo supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada
y redistribuida por un cierto número de procedimientos (...) En una sociedad como la nuestra son
bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo
prohibido. Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en
cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa.
Existe en nuestra sociedad otro tipo de exclusión: no se trata ya de una prohibición, sino de una
separación y un rechazo. Pienso en la oposición razón y locura. Desde la más alejada Edad Media,
el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros: llega a suceder que su palabra
es considerada como nula y sin valor, no conteniendo ni verdad ni importancia, no pudiendo
testimoniar ante la justicia, no pudiendo autentificar una partida o un contrato, no pudiendo, ni
siquiera, en el sacrificio de la misa, permitir la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo; en
cambio suele ocurrir también que se le confiere, opuestamente a cualquier otra, extraños poderes,
como el de enunciar una verdad oculta, el de predecir el porvenir, el de ver en su plena ingenuidad
lo que la sabiduría de los otros no puede percibir. Resulta curioso constatar que en Europa, durante
siglos, la palabra del loco o bien no era escuchada o bien si lo era, recibía la acogida de una palabra
de verdad. O bien caía en el olvido -rechazada tan pronto como era proferida- o bien era descifrada
como una razón ingenua o astuta, una razón más razonable que la de las gentes razonables. De
todas formas, excluida o secretamente investida por la razón, en un sentido estricto, no existía. A
través de sus palabras era como se reconocía la locura del loco; ellas eran el lugar en que se ejercía
la separación, pero nunca eran recogidas o escuchadas. Nunca, antes de finales del siglo XVIII, se
le había ocurrido a un médico la idea de querer saber lo que decía (cómo se decía, por qué se
decía) en estas palabras que, sin embargo originaban la diferencia. Todo ese inmenso discurso del
loco regresaba al ruido; y no se le concedía la palabra más que simbólicamente, en el teatro en que
se le exponía, desarmado y reconciliado, puesto que en él jugaba el papel de verdad enmascarada.
Se me puede objetar que todo esto actualmente ya está acabado o está acabándose; que la palabra
del loco ya no está del otro lado de la línea de separación;

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que ya no es considerada como algo nulo y sin valor; que más bien el contrario, nos pone en
disposición vigilante; que buscamos en ellas un sentido, o el esbozo o las ruinas de una obra; y que
hemos llegado a sorprender, esta palabra del loco, incluso en lo que nosotros mismos articulamos,
en ese minúsculo desgarrón por donde se nos escapa lo que decimos. Pero tantas consideraciones
no prueban que la antigua separación ya no actúe; basta con pensar en todo el armazón de saber, a
través del cual desciframos esta palabra; basta con pensar en toda la red de instituciones que
permite al que sea -médico, psicoanalista- escuchar esa palabra y que permite al mismo tiempo al
paciente manifestar, o retener desesperadamente, sus pobres palabras; basta con pensar en todo
esto para sospechar que la línea de separación , lejos de borrarse, actúa de otra forma, según
líneas diferentes, a través de nuevas instituciones y con efectos que no son los mismos. Y aun
cuando el papel del médico no fuese sino el escuchar una palabra al fin libre, la escucha se ejerce
manteniendo la separación. Escucha de un discurso que está investido por el deseo, y que se
supone -para su mayor exaltación o para su mayor angustia- cargado de terribles poderes. Si bien
es necesario el silencio de la razón para curar los monstruos, basta que el silencio esté alerta para
que la separación permanezca……..” Michel Foucault, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets,
1979.
(Fragmento)

¿Qué relaciones podrías establecer entre este texto sobre el discurso de los locos
y la loca que aparece en el cuento de Ricardo Piglia? ¿Cómo es considerado o no
su discurso por parte de los diferentes personajes?

Bueno, hemos terminado con los policiales. Si te gusta el género aquí te


enviamos algunas sugerencias para seguir leyendo.

Para leer y leer:

Rodolfo Walsh, Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires:
Puntosur.

Los mejores cuentos policiales. Selección de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares, Buenos Aires: Alianza/Emecé.

Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada, El misterio
de Marie Roget, Buenos Aires: Alianza.

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AU T O E V AL U AC I Ó N D E L A PR I M ER A E T AP
A 1. A. Mirá atentamente las siguientes historietas o tiras cómicas:
B. ¿Cuáles son los factores que hacen que la comunicación no se produzca en
cada caso? (Tené en cuenta los criterios que vimos, como pertenencia de los
participantes a diferentes lugares geográficos, a diferentes grupos culturales y
diferentes edades).

C. ¿Podrías señalar en el siguiente texto las palabras que pertenecen a la jerga


médica?

Bostezo
Conjunto de movimientos involuntarios o voluntarios que consisten en la abertura
forzada de la boca acompañada de una fuerte inspiración, seguido de una breve
apnea y de una espiración suspirosa. Una leve sensación de descanso sigue al
bostezo. Es un fenómeno fisiológico precursor del sueño. Suele faltar en los enfermos
muy graves, en los que su retorno suele indicar un buen pronóstico. Se exagera en
neuróticos o dementes, en la encefalitis letárgica, en ciertos tumores del lóbulo frontal
y en la crisis de hipoglucemia.

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D. ¿Por qué decimos que ésta es una variación que depende del contexto y no del
hablante?

E. ¿Cuáles son las variaciones que dependen del hablante?

2. A. Leé atentamente el siguiente cuento:

En defensa propia

-Yo, a lo último, no servía para comisario –dijo Laurenzi, tomando el café que se había
enfriado-. Estaba viendo las cosas, y no quería verlas. Los problemas en que se mete la gente, y la
manera que tiene de resolverlos, y la forma en que yo los habría resuelto. Eso, sobre todo. Vea, es
mejor poner los zapatos sobre el escritorio, como en el biógrafo, que las propias ideas. Yo notaba
que me iba poniendo flojo, y era porque quería pensar, ponerme en le lugar de los demás, hacerme
cargo. Y así hice dos o tres macanas, hasta que me jubilé. Una de esas macanas es la que le voy a
contar.
“Fue allá por el cuarenta, y en la Plata. Eso le indica –murmuró con sarcasmo, mirando la
plaza llena de sol a través de la ventana del café- que mi fortuna política estaba en ascenso, porque
usted sabe cómo me han tenido a mí, rodando por todos los destacamentos y comisarías de la
provincia.
“La fecha justa también se la puedo decir. Era la noche de San Pedro y San Pablo, el 29 de
junio. ¿No le hace gracia que aún hoy se prendan fogatas ese día?” -Es por el solsticio estival –
expliqué modestamente.
-Usted quiere decir el verano. El verano de ellos, que trajeron de Europa la fiesta y el
nombre de la fiesta.
-Desconfíe también del nombre, comisario. Eran antiguos festivales celtas. Con el fuego
ayudaban al sol a mantenerse en el camino más alto del cielo.
-Será. La cuestión es que hacía un frío que no le cuento. Yo tenía un despacho muy grande
y una estufita de kerosén que daba risa. Fíjese, había momentos en que lo que más deseaba era
ser de nuevo un simple vigilante, como cuando empecé, tomar mate o café con ellos en la cocina,
donde seguramente hacía calor y no se pensaba en nada.
“Serían las diez de la noche cuando sonó el teléfono. Era una voz tranquila, la voz del juez
Reynal, diciendo que acababa de matar un ladrón en su casa, y que si yo podía ir a ver. Así que me
puse el perramus y fui a ver.
“Con los jueces, para qué lo voy a engañar, nunca me entendí. La ley de los jueces siempre
termina por enfrentarlo a uno con un malandra que esa noche tiene más suerte, o mejor puntería, o
un poco más de coraje que seis meses antes, o dos años antes, cuando uno lo vio por última vez
con una vereda y una 45 de por medio. Uno sabe cómo entran, cómo no va a saber, después de
verlos llorando y, si se descuida, pidiendo por su madre. Lo que no sabe, es cómo salen. Después
hasta le piden fuego por la calle, y usted se calla y se va a baraja porque se palpita que hay un
chiste en alguna parte, y no vaya a resultar que el chiste es a costa suya.
“Iba pensando en estas cosas, mientras caminaba entre las fogatas que la garúa no
terminaba de apagar, esquivando los buscapies de la juventud que también festejaba, como dice
usted, lo alto que andaba el sol y, seguramente, la cosecha próxima, y los campos llenos de flores.
Para distraerme, empecé a recordar lo que sabía del doctor Reynal. Era el juez de instrucción más
viejo de La Plata, un caballero inmaculado y todo eso, viudo, solo e inaccesible.
“Entré por un portoncito de fierro, atravesé el jardín mojado, recuerdo que había unas
azaleas que empezaban a florecer y unos pinos que chorreaban agua en la sombra. La cancel
estaba abierta, pero había luz en una ventana y seguí sin tocar el timbre. Conocía la casa, porque el
doctor solía llamarnos cada tanto, para ver cómo andaba un sumario o para darnos un sermón.
Tenía ojos de lince para los vicios de procedimiento, la sangre de sus venas pasaba por el código y
no se cansaba de invocar la majestas de la justicia, la de antes. Y yo

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que hasta tengo que cuidar la ortografía, y no le hablo de los vicios de procedimiento, ya va a ver.
Pero yo no era el único. Conozco algunos que pretendían tomarlo en farra, pero se les caían las
medias cuando tenían que enfrentarlo.
“Y es que era un viejo imponente, con una gran cabeza de cadáver porque año a año la
cara se le iba chupando más y más, hasta que la piel parecía pegada a los huesos, como si no
quisiera dejarle nada a la muerte. Así lo recuerdo esa noche, vestido de negro y con un pañuelo de
seda al cuello.
“Con este hombre, yo me guardaba un viejo entripado, porque una vez, en la misma
comisaría, adonde llegó como bala, me soltó al tuerto Landívar, que tenía dos muertes sin probar, y
más tarde iba a tener otra. Nunca olvidé lo que me dijo: ‘Es mejor que ande suelto un asesino, y no
una ruedita de la justicia’. ‘¿Y el peligro?’, le pregunté. ‘El peligro lo corremos todos’, dijo. Pero fui yo
el que tuve que matarlo a Landívar, cuando al fin hizo la pata ancha en los galpones de Tolosa, y yo
me acordé del doctor, del doctor y de su madre.”
El comisario se agarró el mentón y meneó la cabeza, como si se riera de alguna ocurrencia
secreta, y después soltó una verdadera carcajada, una risa asmática y un poco dolorosa.
-Bueno, ahí estaba, sentado ante su escritorio, como si nada hubiera pasado, absorto en
uno de esos libracos de filosofía, o vaya a saber qué, pero en todo caso algo importante, porque
apenas alzó la cabeza al verme en la puerta, y siguió leyendo hasta que llegó al final de un párrafo
que marcó con uña afilada y como de vidrio. Tuve tiempo de sacarme el sombrero mojado, de
pensar dónde lo pondría, de ver el bulto en el suelo, que era un hombre, de codearme con un jinete
de bronce y, en general, de sentirme como un auxiliar tercero que lo van a amonestar. Recién
entonces el viejo cerró el libro, cruzó los dedos y se quedó mirándome con esos ojos que siempre
parecían estar haciendo la seña del as de espadas.
“Le pregunté, de buen modo, qué quería que hiciera. Contestó que yo sabía cuál era mi
deber, que yo conocía, o debía conocer, el Código de Procedimientos, que él, desde ya, se iba a
excusar de entender en la causa, pero que su reemplazante de turno era el doctor Fulano, y que no
lo tomara a mal si, ya que estaba, observaba con interés profesional la forma en que yo encauzaba
el sumario.
“Le aseguré que no faltaba más. Le dije si estaba bien que hiciera una inspección ocular.
Hizo que sí con la cabeza. ¿Y que le preguntara algunas cosas y lo tuviese demorado hasta que el
doctor Fulano dispusiera lo contrario? Entonces se echó a reír y comentó: ‘Muy bien, muy bien, eso
me gusta’.
“Moví con el pie la cara del muerto, que estaba boca abajo frente al escritorio, y me
encontré con un antiguo conocido, Justo Luzati, por mal nombre ‘El Jilguero’, y también ‘El
Alcahuete’, con fama de cantor y de otras cosas que en su ambiente nadie apreciaba. Supe tratarlo
bastante en un tiempo, hasta que lo perdí de vista en un hospital, pobre tipo.
“Pero resultaba bueno verlo muerto así, al fin con un gesto de hombre en la cara flaca
donde parecían faltarle unos huesos y sobrarle otros, y un 32 empuñado a lo hombre en la mano
derecha, y todavía ese gesto bravío de apretar el gatillo a quemarropa, cuando ya le iban a tirar, o le
estaban tirando, y le tiraron nomás y el plomo del 38 que el doctor sacó de algún cajón lo sentó de
traste, y entonces se acostó despacio a lagrimear un poco y a morir.
“Pero ese viejo, era cosa de ver, o de imaginar, la sangre fría de ese viejo. Dejó el 38 sobre
la mesa, con cuidado, porque era una prueba. Me llamó por teléfono, sin levantarse siquiera, porque
no había que tocar nada. Y siguió leyendo el libro que leía cuando entró Luzati.
“-¿Lo conoce, doctor? –le pregunté.
“Nunca lo había visto. Entonces, mientras lo estaba mirando, descubrí ese estropicio en la
biblioteca que tenía detrás de él.
“-¿Y de eso –señalé-, no pensaba decirme nada?
“-Usted tiene ojos –respondió.
“Había una hilera de tomos encuadernados en azul, creo que eran la colección de La Ley, y
uno estaba medio destripado, le salían serpentinas y plumitas de papel, y al lado había un marco de
plata boca abajo, un retrato, con la foto y el vidrio perforados.
“-Quédese quieto, doctor, no se mueva –le previne y di la vuelta al escritorio, me paré
donde se había parado Luzati, donde todavía estaba el agua de sus zapatos, y desde allí miré al
viejo, y luego detrás del viejo, y nuevamente esa cara cadavérica y severa. Pero él me corrigió: ‘Un
poquito más a la izquierda’, dijo.
“-¿Qué se siente, doctor, cuando a uno le erran por tan poco?
“-No se siente nada –contestó- y usted lo sabe.

Servicio de Educación a Distancia 32


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“Entonces me agaché, saqué el 32 de entre los dedos de Luzati, abrí el tambor y allí estaba
la cápsula picada y el resto de la carga completa, y hasta el olor de la pólvora fresca. Todo listo y
empaquetado para el gabinete Vucetich, donde seguramente iban a encontrar que el plomo de la
biblioteca correspondía al 32, y que el ángulo de tiro estaba bien, y todo estaba bien, y se lo iban a
ilustrar con dibujitos y rayas coloradas, verdes y amarillas para probar no más que el doctor había
matado en defensa propia.
“Puse el 32 junto al otro, sobre el escritorio, y fue entonces cuando él me oyó decir ‘Qué
raro’, y me miró sin moverse.
"-Qué raro, doctor -le dije caminando otra vez hacia la biblioteca-, que usted que solía tener
tan buena memoria, se haya olvidado de este pájaro cantor. Porque si a mí no me falla, hace cuatro
años usted sentenció en una causa Vallejo contra Luzati, por tentativa de extorsión.
"El se echó a reír.
"¿Y eso? -dijo-. Como si yo fuera a acordarme de todas las sentencias que dicto. "-
Entonces tampoco recordará que en el treinta lo condenó por tráfico de drogas. "Me pareció que
daba un brinco, que iba a pararse, pero se contuvo, porque era un viejo duro, y apenas se pasó una
mano por la frente.
"En el treinta -murmuró-. Puede ser. Son muchos años. Pero usted quiere decir que no vino
a robar, sino a vengarse.
"-Todavía no sé lo que quiero decir. Pero qué raro doctor. Qué raro que este infeliz, que
nunca asaltó a nadie, porque era una rata, un pobre diablo que hoy se puso la mejor ropa para venir
a verlo a usted -alguien que vivía de la pequeña delación, del pequeño chantaje, del pequeño
contrabando de drogas; alguien que si llevaba un arma encima era para darse coraje-, que este tipo,
de golpe, se convierta en asaltante y venga a asaltarlo a usted...
"Entonces él cambió de postura por primera vez, giró el sillón y me vio con el retrato entre
las manos, ese retrato de una muchacha lejana, inocente y dulce, si no fuera por los ojos que eran
los ojos oscuros y un poco fanáticos del juez, esa cara que sonreía desde lejos aunque estaba
destrozada de un tiro certero, porque el vencido amor y la sombra del odio que le sigue tienen una
infalible puntería.
"Le devolví el retrato, le dije 'Guardeló. Esto no tiene por qué figurar aquí', y me senté en
cualquier parte sin pedirle permiso, pero no porque le hubiera perdido el respeto, sino porque
necesitaba pensar y hacerme cargo y estar solo. Pensar por ejemplo en esa cara que yo había visto
dos años antes en una comisaría de Mar del Plata, esa cara devastada, ya no inocente, repetida en
la foto de un prontuario donde decía simplemente 'Alicia Reynal, toxicómana, etc.'. Pero cuando
pasó un rato muy largo, lo único que se me ocurrió decirle fue:
"-Hace mucho que no la ve.
"-Mucho -dijo, y ya no habló más, y se quedó mirando algo que no estaba. "Entonces volví a
pensar, y ahí debió ser cuando descubrí que ya no servía para comisario. Porque estaba viendo
todo, y no quería verlo. Estaba viendo cómo el 'Alcahuete' había conocido a aquella mujer, y hasta le
había vendido marihuana o lo que sea, y de golpe, figúrese usted, había averiguado quién era.
Estaba viendo con qué facilidad se le ocurrió extorsionar al padre, que era un hombre inmaculado,
un pilar de la sociedad, y de paso cobrarse las dos temporadas que estuvo en Olmos. Estaba viendo
cómo el viejo lo esperó con el escenario listo, el tiro que el mismo disparó -un petardo más en esa
noche de petardos contra la biblioteca y contra aquel fantasma del retrato. Estaba viendo el 32
descargado sobre el escritorio, para que Luzati lo manoteara a último momento y hasta apretara el
gatillo cuando el viejo le apuntó. Y lo fácil que fue después abrir el tambor y volver a cargarlo, sin
sacarlo de la mano del muerto, que era donde debía estar.
"Estaba viendo todo, pero si pasaba un rato más, ya no iba a ver nada, porque no quería
ver nada. Así que al fin me paré y le dije:
"-No sé lo que va a hacer usted, doctor, pero he estado pensando en lo difícil que es ser un
comisario y lo difícil que es ser un juez. Usted dice que este hombre quiso asaltarlo, y que usted lo
madrugó. Todo el mundo lo va a creer, y yo mismo, si mañana lo leo en el diario, es capaz que lo
creo. Al fin y al cabo, es mejor que ande suelto un asesino y no una ruedita de la compasión.
"Era inútil. Ya no me escuchaba. Al salir me agaché por segunda vez junto al 'Alcahuete', y
de un bolsillo del impermeable saqué la pistola de pequeño calibre que sabía que iba a encontrar
allí, y me la guardé. Todavía la tengo. Habría parecido raro, un muerto con dos armas encima."
El comisario bostezó y miró su reloj. Lo esperaban a almorzar.

Servicio de Educación a Distancia 33


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-¿Y el juez? -pregunté.
-Lo absolvieron. Quince días después renunció y al año se murió de una de esas
enfermedades que tienen los viejos.

Rodolfo Walsh, Cuentos para tahúres y otros relatos policiales


Ediciones de la Flor- S.R.L. Gorriti 3695. Buenos Aires. Argentina.
C1172 ACE. ISBN 950- 515- 154 - 3

B. ¿Es un cuento policial? ¿Por qué?

C. ¿Qué elementos del policial clásico y qué elementos del policial negro
aparecen?

D. ¿Quién es el asesino, quién el investigador, quién la víctima?

E. ¿Cómo se resuelve el enigma? ¿Cómo descubre el comisario los hechos


verdaderos?

F. Con relación a las pautas que establece Raymond Chandler respecto al relato
policial, ¿Podrías hacerle alguna crítica al cuento? ¿Cuál?

G. ¿Dónde y cuándo transcurren los hechos?

H. ¿Qué críticas hace Laurenzi a la justicia?


I. ¿Por qué Laurenzi deja de ser comisario?

J. ¿Qué quiere decir el juez, con estas palabras: “Es mejor que ande suelto un
asesino y no las rueditas de la justicia”?

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C L AV E D E C O R R E C C I Ó N D E L A
A U T O E V AL U A C I Ó N

1. B. En el primer caso, aparecen dificultades, que tienen que ver con el


cronolecto, ya que los participantes pertenecen a grupos de edades diversas.

En el segundo caso, el problema es la diferencia de sociolecto, o sea de


pertenencia a grupos sociales diversos, en este caso concreto, entre los hombres y
las mujeres.

C. inspiración, apnea, espiración, fisiológica, neuróticos, dementes, encefalitis


letárgica, lóbulo frontal, hipoglucemia.

D. Porque la utilización de una jerga depende de la situación en que se encuentra


la persona en el momento en que hace uso de la lengua y no de sus
condicionamientos sociales, geográficos o de edad.

E. Las variaciones de cronolecto, de sociolecto y las dialectales.

2. B. Sí, porque aparecen la historia del crimen y la de la investigación, y, además,


aparecen los personajes típicos de un cuento policial: el criminal, el investigador y
la víctima.

C. No te damos una respuesta pues podés pensar en diversos elementos. Lo


importante es que lo justifiques.

D. Asesino: Juez Reinal.


Investigador: el Comisario Laurenzi.
Víctima: Justo Luzati.

E. A partir de las siguientes pistas: primero, Laurenzi, descubre que el Juez le


miente cuando dice que no conoce a Luzati. Luego, deduce que Luzati había
conocido a la hija del Juez y le había vendido drogas; y, ahora, lo extorsionaba.
Finalmente, encuentra el arma de Luzati en su bolsillo, lo que prueba que la que
tenía en la mano, la había colocado el juez.
F. No te enviamos la respuesta, ya que la crítica puede ser sobre cualquier
aspecto. Lo importante es que justifiques tus argumentos.

G. “Allá por el cuarenta y en La Plata”.

H. Critica el hecho de que la justicia permita que un delincuente que ha sido


detenido por la policía, al poco tiempo pueda estar nuevamente en la calle. “Uno
sabe como entran, lo que no sabe es cómo salen”, dice Laurenzi.

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I. Laurenzi deja de ser comisario porque se da cuenta de que ya no servía, que se
iba poniendo “flojo” y hacía macanas, como, por ejemplo, no denunciar al juez, aún
sabiendo que había matado a la víctima a sangre fría y no en defensa propia.

J. Que si no hay suficientes pruebas para condenar a un delincuente, no se lo


puede dejar detenido.
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