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Volumen III
El racionalismo. Descartes y Espinosa
Edición de
María Luisa de la Cámara
E D I T O R I A L T R O T T A
C E U U N I V E R S I D A D S A N P A B L O
© Editorial Trotto, S A , 2006
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CO NTENIDO
ap. apéndice
ax. axioma
cap. capítulo
cor. corolario
def. definición
cxp. explicación
Icm. lema
praef. prefacio
pr. proposición
sch. escolio
M ÉTODO Y PENSAMIENTO EN LA M ODERNIDAD*
NOTA PRELIMINAR
Las obras fuentes de los autores que constituyen la base del presente estudio se
citan de acuerdo con las ediciones que figuran a continuación^
Las más grandes almas son capaces de los más grandes vicios, como tam
bién lo son de las más grandes virtudes; y los que no caminan más que muy
lentamente, pueden avanzar con mucha mayor ventaja, si siguen el camino
recto, de lo que lo hacen los que corren alejándose de él7.
Se ven cautivos los mortales (hombres) de una necesidad tan ciega, que con
frecuencia dirigen sus ingenios por caminos desconocidos, sin ningún motivo
de esperanza, sino simplemente para probar a ver si está allí lo que buscan:
lo mismo que si alguien se sintiera entusiasmado con un deseo tan estúpido
de encontrar un tesoro, que se pusiera a dar vueltas por las plazas, buscando
a ver si por casualidad encuentra alguno perdido por un viandante. Este es
el modo de estudiar de casi todos los químicos, de muchísimos geómetras y
de no pocos filósofos; y no niego, por cierto, que a veces sus tentativas son
tan afortunadas que encuentran algo de verdad; sin embargo no por ello
concedo que sean más hábiles, sino únicamente que han tenido más suerte.
Más explícito, si cabe, es el texto del DIE, donde, tras hacer una su
maria clasificación de las ciencias y de su utilidad, afirma lo siguiente:
8. A.T, X, p. 371.
9. /.../ quod necessario debeat dan Methodus, qua nostras claras et distinctas percep-
tiones dirigere et concatenare possimus, et quod intellectus non sit veluti corpus, casibus
obnoxias (Opera. Ed. de J. van Vloten y J. P. N. Land, vol. III, pp. 134-135).
10. Sed ante omnia excogitandus est modus medendi intellectus, ipsumque, quantum
initio licet, expurgando ut feliciter resabsque erróte, et quam optime inteüigat (Opera, vol.
I, P- 6).
purgar, limpiar el entendimiento. Quede simplemente apuntada esta
idea, sobre la que habremos de volver posteriormente11.
Como último ejemplo vamos a referirnos a la Logique de Port-Ro-
yal. Pocas obras tienen valor testimonial más rico y curioso sobre las
preocupaciones metodológicas y epistemológicas del siglo xvn. Muy al
principio de la obra, con cierto barroquismo, que no es ajeno a muchas
páginas de la misma, se nos habla de la necesidad de reglas metodológi
cas con estas palabras:
Mas puesto que el espíritu humano es algunas veces víctima de abuso por
falsos resplandores, cuando no presta la atención necesaria, y dado que hay
muchas cosas que uno no conoce más que mediante un largo y difícil exa
men; es indudable que sería útil contar con reglas para conducirse en tales
circunstancias de tal manera que la investigación de la verdad resultase más
fácil y más segura; y estas reglas no son sin duda imposibles12.
11. Tampoco Hobbes dejó de expresar esta necesidad del método, a pesar de que
en él no son tan ricas como en otros autores las reflexiones sobre el método: Versari tnihi
ínter homines videtur hodie Philosophia, quemadmodutn frumentum et vinum fuisse in
rerum natura narratur priscis temporibus. Erant enim ab initio rerum vites et spicae spar-
sim per agros, sed satio nulla. Itaque glande vivebatur; aut si quis ignotas dubiasve baccas
tentare ausus esset, cum detrimento id fecit sanitatis suae. Similiter; philosophia, id est
ratio naturalis, in omni homine innata est, unusquisque enim aliquo usqtie raciocinatur, et
in rebus aliquibus, verum ubi longa rationum serie opus est, propter rectae methodi, quasi
sationis defectum deviant plerique et úvagantnr. J& quo contingit sanioris judien vulgo
haberi et esse eos, qui quotidiana cxpericntia tanquam glande CQiit&nti philosophtam aut
abjiciunt, aut non expetunt, quam ti qui op'mionibus mminte uulgaribust sed djtbiis tcuiter-
que arreptis imbuti, tanquam parum sani perpetuo disputant, et rixantur. Fateor quidem
partem philosophiae eam, in qua magnitudinum, figurarumque rationes supputayitur, egre-
gie cultam ese. Caeterum quia in reliquis partibus similem operam positam nondum vidi,
consilium ineo, quoad potero, philosophiae universae pauca et prima elementa, tanquam
semina quaedam ex quibus pura et vera philosophia paulatim enasci posse videtur expli
care {De Corpore, cap. I. Th. Hobbes Opera Philosophica. Ed. de G. M olesworth, vol. I,
pp. 1-2).
12. La Logique ou l’art de penser. Ed. de R Clair y F. Girbal, PUF, Paris, 1965, p. 20.
13. Ibid.
autobiografía. Si se repara bien, esto no es algo baladí, sino que significa
una auténtica actitud de compromiso vital con el método, con un deter
minado método. De Bacon incluso cabe decir que murió víctima de las
experiencias exigidas por su nueva metodología científica. El filósofo
inglés tuvo plena conciencia —no sé si exagerada— del valor ejemplar
de su vida en las tareas científicas sujetas al rigor del método. Así nos
lo expone en este pasaje aquejado de la farragosidad no infrecuente de
casi todas sus obras:
Por el contrario, al no proponer este escrito más que como una historia o,
si lo preferís, como una fábula, en la cual, entre algunos ejemplos que se
pueden imitar, se encontrarán posiblemente también otros muchos a los
que habrá razón de no seguir, espero que será útil para algunos, sin ser
perjudicial para nadie, y (espero) que todos me quedarán agradecidos por
mi franqueza19.
Después de haberme enseñado la experiencia que todas las cosas que ocu
rren frecuentemente en la vida son vanas y fútiles... determiné finalmente
investigar si hay algo que sea el bien verdadero y que sea comunicable20.
La meta a la que apunta el camino es aquí distinta: estamos en una
filosofía eudemónica, en una búsqueda de la felicidad, aunque se trate
de una felicidad racional en el sentido más riguroso de la palabra. Pero,
precisamente porque se busca una «felicidad racional», ante omnia
excogitandus est modus medendi intellectus (ante todo hay que arbitrar
un modo de medicar el entendimiento)21. Hay que someter a terapéu
tica el entendimiento, porque, si nuestro camino no comienza por esta
etapa, no hay modo de evitar los errores y equivocaciones.
Este carácter autobiográfico del método nos obliga a apuntar ahora
una observación sobre la que, sin duda, tendremos que volver en más
de una ocasión: la no neutralidad del método. Nada más lejos de los
pensadores de esta época, sobre todo de los grandes pioneros, que una
concepción del método en la que éste sea como una especie de mode
lo de quehacer científico que se comporte con absoluta indiferencia o
independencia del sujeto que hace la ciencia o la filosofía, o del tipo de
ciencia y de filosofía que se hace. El método, por imperfecto que esto
pueda parecer a algunas epistemologías actuales, lleva siempre el cuño
de la vida de quien lo realiza. Es importante tener esto en cuenta, ya
que nos puede hacer comprender por qué, por ejemplo, el método de
Descartes, al convertirse en el método de los «cartesianos», pierde mu
cho de su vitalidad y fuerza creadora, degenerando en un escolasticismo
tan formulario como cualquier otro escolasticismo. Y algo semejante se
podrá decir más tarde en el ejemplo paralelo de los newtonianos, por
más que los temas estrictamente científicos propicien una neutralidad
metodológica que en el terreno de la filosofía es una utopía.
Pero no acaba aquí la no neutralidad de los métodos, porque cada
método no sólo viene condicionado por la vida del que lo practica e
incluso, dentro de ciertos límites, lo teoriza, sino que cada método de
termina y, a su vez, es determinado por el tipo de saber que con él, como
instrumento, se realiza. Creemos necesario insistir en este punto que
nos sitúa casi en los antípodas de muchos planteamientos epistemoló
gicos actuales.
La filosofía de Bacon, hasta el grado en que quepa hablar de una
genuina filosofía en el pensador inglés, es inconcebible sin su método,
como resulta patente de la más superficial lectura de sus obras. Y en el
caso de Descartes esto es todavía mucho más claro. Gouhier, avalado
por la profunda familiaridad que ha adquirido con los más finos perfiles
de la filosofía cartesiana, expresa la indisociable conexión entre método
y filosofía con esta bella alegoría:
El método, pues, no existe separado de la realidad a la que se aplica. Sus
preceptos son, respecto al espíritu, como los de la higiene en relación al
cuerpo. Entre la higiene y el cuerpo, está la salud del cuerpo, que es el fin
de la higiene y lo que la subordina al conocimiento del cuerpo; entre el
método y el espíritu, está la salud del espíritu, que es el fin del método y lo
que lo subordina al conocimiento del espíritu; de este modo el método no
tiene sentido más que en el interior de una totalidad concreta, el espíritu
en buena salud.
Todas las cuestiones referentes al método deben ser planteadas a partir
de este hecho22.
26. Ibid.
27. De augm. scient., Lib. I, Vol. I, p. 460.
agilizar la mente y abrirle caminos, no atarla a la barra de una noria para
trillar la misma senda sobre sus propias huellas.
Con texto histórico de los nuevos p lan team ien tos m etod ológico s
La conciencia de «ruptura»
Mas la medicina es peor que el mal, sin que ella misma esté libre de mal.
En efecto, la dialéctica que ha sido aceptada, por más que se emplee con
toda justeza para los asuntos civiles y para las artes que tienen su lugar en
el lenguaje y en la opinión, sin embargo se queda muy lejos de alcanzar la
sutilidad de la naturaleza; y al tratar de captar lo que no comprende, sirvió
más para establecer y, por así decirlo, consolidar errores, que para abrir el
camino a la verdad44.
Del mismo modo que las ciencias con que ahora se cuenta son inútiles para
el descubrimiento de operaciones (prácticas), así también la lógica que aho
42. Cf. Op. cit., pp. 221-222. 43. Works, vol. I, p. 152.
44. Loe. cit., p. 129.
ra se tiene es inútil para la invención de las ciencias [...] El silogismo no se
emplea para los principios de las ciencias, y se emplea inútilmente para los
axiomas medios, al estar en gran desproporción con la sutilidad de la na
turaleza». «El silogismo consta de proposiciones, las proposiciones constan
de palabras y las palabras son la contraseña de las nociones. Así, pues, si las
nociones mismas (lo cual es la base del tema) son confusas y han sido abstraí
das temerariamente de las cosas, no hay nada sólido en lo que sobre ellas se
construye. Por tanto la única esperanza está en la inducción verdadera'15.
Siendo más joven, entre las partes de la filosofía, había estudiado algún
tanto la lógica, y, entre las matemáticas, el análisis de los geómetras y el
álgebra, tres artes o ciencias que parecían deber contribuir en cierta medida
a mi designio. Ahora bien, al examinarlas, caí en la cuenta, por lo que a la
lógica se refiere, que sus silogismos y la mayor parte de sus otras instruccio
nes, sirven más bien para explicar a otro las cosas que uno sabe, o incluso,
como en el caso del arte de Lulio, para hablar, sin juicio, de las que uno
ignora, que para aprenderlas47.
Planteamiento coherente con todo lo que venimos exponiendo: si
lo que hay que hacer es crear una nueva ciencia, no nos valen métodos
que sólo sirven para enseñar lo que ya sabemos, sino que los métodos
que se requieren son aquellos que sirven de instrumento para aprender,
para crear ciencia. Más adelante, en la VI parte, se repite el ataque con
nuevas matizaciones:
Y para que aparezca todavía con más evidencia que tal arte de disertar no
contribuye absolutamente en nada al conocimiento de la verdad, debe te
nerse en cuenta que los dialécticos no pueden formar con su arte silogismo
alguno que concluya algo verdadero, si antes no hubieran poseído la mate
ria del mismo, esto es, si no hubieran conocido ya de antemano la misma
verdad que en él se deduce. De donde resulta manifiesto que ellos mismos
no perciben nada nuevo por virtud de dicha forma y que, por tanto, la
dialéctica vulgar es completamente inútil para los que desean investigar la
verdad de las cosas, y que sólo algunas veces puede ser provechosa para
exponer a otros las razones ya conocidas, debiendo, en consecuencia, ser
transferida desde la filosofía a la retórica51.
52. Así, en la VI parte del Discurso, refiriéndose a las conquistas que su modo perso
nal de proceder le ha procurado concretamente en las cuestiones de física, confiesa que,
si las mantuviese ocultas cometería un pecado contre la loy qui nous oblige á procurer,
autant qu’il est en nous, te bien general de tous tes hommcs. Car eiles m’ont fait voir qu‘il
est possible de parvean t) des connoissances qui soiení fort útiles A la vie, et qu 'au lien
de cette Pbilosophie spéculative, qu 'on ensetgne dans les escbolest on peut trouver une
pralique, par laquelle connoissant la forcé et les actions du feut de l'eau, de l'air, des astrts,
des cieuX) et de tous les autres corps qui nous environnentt aussy distinctcnietU que nous
connoissons les divers mestiers de nos artisans, fious les pourrions employer en mesnie
faqon, a toas les usages auxquels ils sont propres, et ainsi fions rendre comme maistres et
possesseurs de la nature (AT, VI, pp. 61-62). La mejor confirmación de este ideal «posi
tivista» en Descartas sería SU propósito no alcanzado de elaborar una ciencia médica de
eficacia curativa casi ilimitada.
53. Meta autem scientiarum vera et legitima non alia est, quam ut dotetur vita hu
mana novis inventis et copiis (Nov. Org.y lib. 1, aph. LX X X I).
54. Hominis autem itnperium sola scientia constare: tantum enim potest quantum
scit (Cogitata et visa, vol. III, p. 611). Cf. nuestro artículo «M étodo y filosofía en el empi
rismo inglés: Bacon y Hobbes»: Anales del Seminario de Metafísica VII (1972), pp. 14-16;
publicado asimismo en S. Rábade, Obras II, Trotta, Madrid, 2004, pp. 25-55.
cándose sobre los datos de la experiencia (empirismo). El método, que
no debemos olvidar que ha de ser de contenidos, tiene que servir para
analizar esas realidades y dar razón de ellas.
Pero, además, lo que hasta ese momento se había llamado ciencia,
aparecía lleno de errores y, cuando menos, limitado a verosimilitudes
y probabilidades. Pues bien, la nueva ciencia en la que ya se está y a la
que se aspira a perfeccionar y a desarrollar, tiene que ser una ciencia de
certezas, como dice contundentemente Descartes: Orrmis enim scientia
est cognitio certa et evidens5S. En consecuencia hay que lograr méto
dos capaces de generar esta certeza evidente, tarea no tan difícil para
un filósofo de los contenidos noemáticos de la conciencia, como es el
francés, pero de enorme dificultad para un filósofo que parte de la ex
periencia, como sucede con Bacon y los empiristas. Por eso los métodos,
apuntando a metas compartidas, van a ser tan divergentes. Y por eso
también van a ser mucho más claras las líneas metodológicas del racio
nalismo que las del empirismo, no encontrando éste una codificación y
praxis convincente hasta Newton.
De esta concepción de la ciencia, troquelada en la certeza de evi
dencia, surgirá la atribución de carácter modélico a las matemáticas,
ya que, como se nos dice al final de la misma regla, «de todo esto debe
concluirse que no hay que aprender sólo aritmética y geometría, sino
que, buscando exclusivamente el camino recto de la verdad, no debe
uno ocuparse de objeto alguno, respecto del cual no quepa obtener una
certeza igual a las demostraciones aritméticas y geométricas»56.
Método y sistema
Contexto problemático
58. AT, VI, p. 10. 59. Op. cit., III parte, p. 27.
60. Reg. II. AT, X, p. 362. 61. Reg. IV, p. 371.
al que aspiramos para nuestra plenificación, porque es muy superior a
la salud, a los honores ya las riquezas. «Mas este soberano bien, consi
derado por la razón al margen de la luz de la fe, no es otra cosa que el
conocimiento de la verdad por las primeras causas, o sea la sabiduría
(sagesse), cuyo estudio es la filosofía. Y, puesto que todas estas cosas son
enteramente verdaderas, no hay dificultad en persuadirse de ellas, si son
bien deducidas»62, es decir, si se ajustan a un método correcto, método
cuya pieza clave, según nos dice páginas después, sorr los principios
en que se apoya, ya que todas las conclusiones que se deduzcan de un
principio no evidente, tampoco pueden ser evidentes, por más que es
tén evidentemente deducidas. Por eso, con razonamientos de este tipo,
no se puede llegar al conocimiento cierto de cosa alguna «ni, por consi
guiente, avanzar un paso en la investigación de la sabiduría»63.
Si esta conexión método-verdad está recalcada casi machaconamen
te en Descartes, ello no significa que sea el único en afirmarla. Espinosa
lo dirá también con toda claridad: «El verdadero método es el camino
para que sean investigadas con el orden debido la verdad misma, o las
esencias objetivas, o las ideas (todas estas cosas significan lo mismo»*'1.
El método apunta a la verdad y a la verdad se llega siguiendo el
orden debido que el método nos señala. Y en la necesidad de este orden
radica la necesidad del método. Y no vale, para soslayar la necesidad
del método, escudarse en la afirmación de la aptitud natural de nuestra
mente para la verdad. Porque, aparte de que la historia nos enseña que
con tal aptitud no basta, cabe decir, parafraseando la primera afirma
ción del Discurso que, aunque el bon sens es la cosa mejor repartida,
es muy posible que, en ei reparto, muchos nos hayamos quedado sin la
parte suficiente para estar seguros de que, sin otras cautelas, se nos van
a abrir las puertas de la verdad. Muy pertinente, a este propósito, es el
comentario de la Lógica de Port-Royal:
El sentido común no es una cualidad tan común como se piensa. Hay una
infinidad de espíritus bastos y estúpidos a los que no se puede reformar
dándoles la inteligencia de la verdad, sino manteniéndolos en las cosas que
están a su alcance, e impidiéndoles juzgar sobre aquello que no son capaces
de conocer. Sin embargo, es indudable que una gran parte de los falsos jui
cios de los hombres no se deben más que a este origen, no estando causada
más que por la precipitación del espíritu y por la falta de atención, que
hace que se juzgue temerariamente de aquello que sólo se conoce confusa y
oscuramente. El poco amor que los hombres tienen por la verdad hace que
Por eso hay que dejarse de recursos al sentido común y hay que acu
dir a la auténtica razón, ya que «la verdadera razón sitúa todas las cosas
en el rango que les conviene; hace dudar de las que son dudosas, recha
zar las que son falsas, y reconocer de buena fe las que. son evidentes»66.
En una palabra, la verdad como aspiración, como preocupación
y como exigencia, es, posiblemente, la respuesta más profunda a las
preguntas sobre el por qué y el para qué del método en los siglos XVII
y XVIII, aun reconociendo que el x v m , paralelamente a una progresi
va imposición del fenomenismo, va a significar también un progresivo
vaciamiento del contenido «realista» de la verdad en el siglo anterior,
en cuanto aspiración a la correspondencia entre el conocimiento y las
cosas conocidas. Porque, efectivamente, esta aspiración realista latía en
la concepción de la verdad que se profesaba, aunque, curiosamente, se
evitasen las formas estereotipadas de su definición.
Testimonio ilustre de este obviar enfrentarse con una definición de
la verdad que acaso implicase compromisos difíciles de cumplir, es el de
Descartes, quien en una carta a Mersenne, le dice que jamás ha tenido
dudas acerca de lo que sea verdad:
Para nuestro autor se trata de una noción que, como pasa con otras
muchas, cuando se intenta definirla, se acaba oscureciéndola y embrollán
dola. De todas formas resulta interesante hacer notar que la definición
«nominal» a que se recurre es la clásica definición de la adaequatio, de
indiscutible vocación realista, si bien en el pasaje se ve corregida por una
clara atribución de primacía al pensamiento respecto de las cosas u obje
tos, posición en este punto antagónica de la del empirismo de Bacon, que
postula, más bien, la humiliatio spiritus ante la naturaleza. Acaso, contra
lo que pudiera parecer, este antagonismo en la valoración alternativa de
los dos polos de la relación veritativa, no tenga toda la relevancia que
pudiera parecer, debido a que todos los autores de esta época profe
san, más o menos explícitamente, la tesis del armonismo pensamiento-
cosas. Entonces, quien descubre la verdad en el pensamiento sabe que
esa misma es la verdad de las cosas, sucediendo lo mismo, a la inversa,
cuando la investigación se centra en las cosas68. Lo importante es que el
método debe desarrollar esta capacidad de la razón humana de distin
guir entre lo verdadero y lo falso y debe dotar a esa razón de los medios
para lograr esa distinción, incluso en los casos en que se presente difícil.
Para el hombre, sobre todo para el hombre de ciencia del xvii, el «mun
do» había perdido una legalidad y estaba en proceso de ser dotado de
una nueva. Había perdido la legalidad trascendente y debía ser dotado
de una legalidad inmanente. Y decimos «ser dotado», porque las leyes
racionales del mundo deben serle formuladas por alguien que, sin ser
trascendente al mundo, tenga una situación «especial» en el mundo. Se
nos antoja que volvemos a una situación de fondo no muy distante de
lo que cabría llamar el «panlogismo» griego, en el sentido de que todas
las cosas del mundo tienen su ley, su razón, sus «lógos» propio. Pero son
«lógos» que hay que revelar y ello reclama la exigencia de un «lógos»
revelador, que es el «lógos» del hombre. Pero este «lógos», para consti
tuirse en revelador de los demás «lógos», tiene que empezar por hacerse
transparente a sí mismo y descubrir su propia legalidad. Esta autoacla-
ración, de la que debe partirse, es fundamental, ya que, dada la armonía
entre el lógos-razón del hombre y el lógos de las otras cosas, su legalidad
prefigura y precontiene la legalidad de esas otras cosas.
Entonces, si queremos aclarar racionalmente el mundo, hay que
volverse al yo. El yo va a asumir, en cierta medida, el lugar de Dios
legislador. Sin duda que sólo «en cierta medida», porque el Dios-legisla
dor imponía leyes, mientras que el yo-legislador sólo las descubre, y las
descubre, forzando un poco una frase de Bacon, ex analogía hominis,
non ex analogía universi69.
68. Cf. Bacon, Nov. O r g lib. I, aph. III, p. 157; lib. II, aph. I, p. T i l . Esta teoría
tiene una de sus mejores explicitaciones en el paralelismo de Espinosa y, por supuesto, en
la armonía preestablecida de Leibniz.
69. Op. cit., lib. I, aph. XLI, vol. I, pp. 163-164
La instauración del pensamiento filosófico, y muy especialmente
de los planteamientos metodológicos, en el yo, no es una veleidad o
una moda. Es una necesidad: aunque los filósofos sigan haciendo profe
siones de fe y acudiendo a Dios como recurso explicativo, se tiende, por
una parte, a dejar la fe cuidadosamente al margen de las revisiones crí
ticas de la filosofía (hay excepciones, como la de Espinosa); y, por otra,
el recurso a Dios como fuente de explicación suena a forzado — caso
ejemplar va a ser el de Newton— no ciertamente en ^1 sentido de que
el filósofo o científico se tenga que hacer violencia personal a la hora de
hacer uso de tal recurso, sino en el sentido mucho más profundo de ser
una interferencia de la vivencia individual de la fe en el proceso de un
discurso racional.
Aparte de esta retracción al yo que impone la nueva cosmovisión,
en una perspectiva que cabe calificar de secularizada frente al teocen-
trismo ejemplarista medieval, tal retracción se impone también desde
otras consideraciones histórico-epistemológicas. En primer lugar, si,
como hemos visto, se deja de lado el saber «de memoria» de la época
humanista, y si, por tanto, se pierde interés en saber lo que han dicho
otros, se hace preciso que cada filósofo o científico asuma su propio
protagonismo, ya que tampoco vale como solución, renunciando a la
iniciativa propia, atenerse al saber que los contemporáneos nos puedan
suministrar, puesto que seguiríamos en un saber «de memoria», pues,
como muy bien dice Descartes, aunque convivir con otros hombres de
estudio sea útil, «es incomparablemente mejor aplicarse a ello uno mis
mo», igual que es mejor ser guiados por los ojos propios que seguir la
orientación de otro70.
Ahora bien, no se trata sólo ni principalmente de que cada yo asuma
responsablemente la iniciativa y el protagonismo en el quehacer cientí
fico y filosófico; sino que se trata, según hemos apuntado antes, de que
hay que hacer del yo el primer objeto de estudio y de ciencia, ya que en
él y desde él se ha de fundamentar todo otro saber. Repárese que esto
es válido incluso para la filosofía del ámbito inglés, donde el pensar mo
derno nace con clara vocación de experiencia. La ciencia, toda ciencia
pasa por la «mediación» de la ciencia del hombre, del yo. Así aparece en
el iniciador Bacon y en el consumador del movimiento, Hume:
72. It is evident, that al¡ the sciences have a relation, greater or less, to human nature;
and that however wide any ofthem may seetn to run from it, they still retnrn back by one
passage or another [...] It’s impossible to tell what changes and improvements we might
make in these sciences were we thoroughly acquainted with the extent and forcé o f human
understanding, and cou’d explain the nature o f the ideas we eniploy, and o f the operatio)¡s
we perform in our reasonings. Treatise o f human nature (Introduction, en The Philosophi-
cal Works. Ed. de Th. H. Green y Th. H. Grose, Scientia Verlag, Aalen, 1964, vol. I, pp.
306-307).
73. AT, VI, p. 9.
74. Loe. cit., p. 10.
75. Reg. VIII. AT. X ,p . 395.
perar de un genuino método, porque sólo así llegaremos a la seguridad
de estar haciendo el debido uso de la razón76.
Ahora bien, sería erróneo entender este imperativo de retracción al
yo y de exigencia de su estudio en el sentido de que se trata de hacer una
antropología filosófica o metafísica que nos explique la naturaleza y la
constitución del yo. Es evidente que también se va a hacer esto, pero no
es a esto a lo que de inmediato se apunta. Se apunta, co,mo tarea prima
ria, a un estudio de la razón y, más concretamente, del pensar como ac
tividad y función de esa razón. La que podríamos llamar «antropología
metafísica» de la modernidad, sobre todo en el mundo continental, aun
aportando novedades revolucionarias frente a la tradición, se construi
rá con elementos heredados de esa tradición: sustancia, alma-espíritu,
cuerpo, unidad de los elementos constituyentes, etc. Pero la atención al
pensamiento, a la cogitatio, es algo que poco o nada tiene que ver con
la tradición, porque no se trata simplemente de centrar la atención en
el conocimiento, ya que en esto no habría más que una novedad relati
va; se trata del pensamiento como noción omnicomprensiva de toda la
actividad del espíritu, de la que el conocimiento es una parte, aunque
ciertamente sea la parte más mimada, si cabe hablar así.
Dejando a un lado a Descartes, autor donde la primacía del pen
sar constituye posiblemente la característica fundamental de su filoso
fía, nos parece sugerente referirnos a la defensa de esa misma prima
cía en Pascal, autor donde el pensar puede asumir, en la misma ftnesse
d'esprit, a la cabeza y al corazón. Para Pascal la pensée fait la grandeur de
rhomme77, porque Vhomme est né pour penser78. Nada hay, para Pascal,
que exprese mejor esa especie de transfinitud del hombre, esa tensión
entre la finitud y la infinitud, entre la miseria y la grandeza79. Por ello, si
el hombre ha nacido y está hecho para pensar, entonces el deber funda
mental del hombre es llegar a pensar bien80. En definitiva, dedicarnos al
estudio de nuestro pensamiento es actuar de honestos administradores
de la riqueza de nuestro espíritu. Nos parece que tal es el sentido de la
afirmación cartesiana cuando, en La Recherche de la Vérité, nos dice
que el fin de lo que va a enseñar consiste en sacar a la luz las verdaderas
riquezas de nuestras almas, indicándole a cada uno el camino de en
contrar en sí mismo y por sí mismo todo el saber que le sea necesario81.
Quisiéramos en este punto recurrir a Kant, recurso, por otra parte, obli
gado por tomar prestada de él la expresión «arquitectónica de la razón».
¿Qué queremos decir con ella?:
Esta larga y densa cita nos hace ver, desde Kant, el ideal científico
que preside la época abierta por Bacon y por Descartes y cerrada por la
filosofía trascendental. No hay ciencia sin sistema, y el sistema se logra
desde la arquitectónica de la razón. Sólo por virtud de esta arquitectó
nica sistemática se llega a alcanzar la ciencia como un todo orgánico que
crece desde dentro.
Si bien en éste, como en otros muchos temas, los problemas no en
cuentran su fórmula definitiva hasta Kant, el problema mismo y el ideal
en la búsqueda de solución están apuntados desde muy atrás. Racionalis
tas y empiristas son filósofos de sistema, y unos y otros creen que el
La desnuda mano del hombre, aunque robusta y resistente, para pocas co
sas se basta y que sean fáciles de desarrollar: con ayuda de instrumentos ella
misma triunfa en cosas numerosas y que le ofrecen resistencia. Otro tanto
sucede con la disposición de la razón91.
89. Disc. Méth., VI. AT, VI, p. 57. 90. Op. cit., II, p. 21.
91. Aph. et consilia de auxiliis mentís, et accensione luminis naturaíis. Works, Vol.
III, p. 793.
92. KrV, A 834, B 862. 93. Metaphysica, 1.
la «Carta-prefacio» a los Principia, donde encontramos ya la expresión
de que la metafísica contiene los principios del conocimiento94. Y unos
principios, de nuevo con idea de Kant, no son operativos si forman
un simple montón: necesitan un orden y una jerarquización, en una
palabra, una arquitectónica, una estructuración de la razón, tarea en la
que metafísica y metodología han de marchar codo a codo. El camino
del saber es un camino señalado por la razón, en el que, si no queremos
perdernos, hay que seguir las normas de la razón. Pero*, para seguir esas
normas, debemos empezar por conocerlas. Una vez conocidas, no cabe
otra opción más que seguirlas. De no hacerlo así, incurriríamos en la
situación lapidariamente descrita por Pascal: La raison nous commande
bien plus impérieusement qu’un maitre: car en désobéissant á Vun on est
malbereux et en désobéissant á Vautre on est un sot95.
Los que se ocuparon de las ciencias han sido empíricos o dogmáticos. Los
empíricos, al modo de la hormiga, sólo acumulan y aprovechan (lo acu
mulado); los racionales, al modo de las arañas, fabrican las telas desde sí
mismos: mas el procedimiento intermedio es la abeja, la cual extrae la ma
teria de las flores del jardín y del campo, pero, no obstante, la elabora y
digiere con su propia capacidad. Y no es distinto el verdadero quehacer de
la filosofía; en efecto, ni se apoya sólo o principalmente en las fuerzas de la
mente, ni deposita en la memoria la materia íntegra obtenida de la historia
natural y de los experimentos mecánicos, sino que la deposita en el intelec
to transformada y reelaborada. Por tanto, deben concebirse buenas espe
ranzas de una alianza más estrecha y más fiel de estas facultades (es decir, de
la experimental y de la racional), cosa que hasta ahora no se ha realizado98.
98. Nov. Org., lib. I, aph. XCV, vol. I, p. 201. Cf. también Redarg. Phil, vol. III, p.
583; Cogit. et visa, vol. III, p. 616.
sistir en labor de extracción de los conocimientos desde los entresijos
del alma. Hay que hacer ciencia como la abeja hace miel: recoger el
material para elaborarlo y digerirlo mentalmente, para someterlo a la
operación del entendimiento. El método científico debe basarse en una
estrecha alianza entre la razón y la experiencia.
Ahora bien, esto no pasa de ser la proclamación de un ideal que
Bacon trató de convertir en realidad exponiendo profusamente el pro
cedimiento que nos diese acceso a este ideal. Precisamente esta profu
sión expositiva hace francamente difícil determinar nocionalmente lo
que es el método para el pensador inglés. Ante la dificultad de definirlo,
podemos describirlo. Para ello vamos a valernos de un pasaje de una de
sus obras más concisas, en la que él mismo resume así la labor que ha
llevado a cabo:
100. Per methodum intelligo regulas certas et fáciles, quas quicumque exacte servave-
rit, nihil unquam falsum pro vero supponet, et nullo mentis conatu inutiliter consumpto,
sed gradatim semper augendo scientiam, perveniet ad veram cognitionem eorum omnium
quorum erit capax (Reg. IV. AT, X, pp. 371-372).
realidad, es esto lo que constituye el núcleo de la definición. Y si, en
busca de una mayor clarificación, acudimos al Discurso del Método,
podemos seguir en la decepción. Primero, porque no hay en la obra una
estricta definición del método. Segundo, porque, en la II parte, antes de
la formulación de las cuatro reglas, nos encontramos, en definitiva, la
misma posición expresada en la definición que comentamos. En efecto,
tras mostrar el poco fruto de su estudio de los métodos de la lógica e
incluso del análisis de la geometría y del álgebra, tal como eran practi
cados, continúa:
[...] esto fue el motivo de que pensase que era preciso buscar algún otro
método que, abarcando las ventajas de estos tres, estuviese exento de sus
defectos. Y del mismo modo que la multitud de leyes ofrece frecuentemen
te pretexto para los vicios, hasta tal punto que un estado está mucho mejor
reglado cuando, contando con pocas, éstas son estrechamente observadas;
igualmente, en lugar de este gran número de preceptos de que se compone
la lógica, yo creí que tendría bastante con los cuatro siguientes, con tal de
adoptar una resolución firme y constante de no apartarme ni una sola vez
de su observancia101.
Este arte al que llamo arte de persuadir, y que propiamente 110 es otra
cosa que guiarse por pruebas metodológicas perfectas, consta de tres par
tes esenciales: definir los términos de los que uno debe servirse mediante
definiciones claras; proponer principios o axiomas evidentes para probar
la cosa de que se trata; y sustituir siempre mentalmente en la demostración
las definiciones en el lugar de los objetos definidos104.
Sin que sea excesivamente explícito, cabe decir que Espinosa trató, den
tro de su concisión habitual, de dejarnos claro lo que por método debe
de entenderse. Podemos empezar con su afirmación central:
106. Quod vera non est methodus signum veritatis quaerere post acquisitionem ide-
arum, sed quod vera methodus est via, ut ipsa veritas, aut essentiae objectivae rerum, aut
ideae (omnia illa idem significant) debito ordine quaerantur (DIE, p. 12).
107. Ibid.
correspondiente definición, la radicación del método en el pensamiento
mismo. Sin embargo, Espinosa lo expresa con meridiana claridad. Más
aún, al declarar que el método no es más que el conocimiento reflexivo,
está poniendo de relieve algo consustancial a la metodología del pensa
miento de tradición cartesiana, algo que cabría formular diciendo que
el método es «el pensamiento del pensamiento». Por eso, frente a Pascal
o a los portroyalistas, el fin del método no son tanto los objetos estudia
dos cuanto la mente que los estudia (ut nostram intelligendi potentiam
noscamus). En una palabra, pensamos que Espinosa es una de las voces
más claras a la hora de exponer lo qué entiende por método108.
108. Nos parece superíluo acumular otras nociones poco interesantes. Valga como
ejemplo In de Hobbes: Est ergo mathodus philosophandi, effsctuum per causas coguitas,
vel causarum per cognitos effectus breuissima mvestigatio. Scire autem altquetn effectum
ttmt dicitmtr, cum et causas ejtts, quod sunt; et m quo subjecto tnswtU et in quod subjec-
tum effectum introducunt, et quomodo id faciunt cognoscimus (De Corpore> cap. I, Opera
Philosopbica. Ed. de G. Molesworth, vot. 1, pp. 58-59).
109. H. J. de Vleeschauwer, «Le sens de la Méthode dans le Discours de Descartes et
la Critique de Kant», en Studien zu Kants philosophischer Entwicklung, G. Olms, Hildes-
heim, 1967, p. 183.
Con idea de Vleeschauwer, es más fácil servirse del método que
hablar de él. A los autores de esta época les sucedió de verdad esto:
fueron capaces de llevar a ejecución métodos de alto nivel epistemoló
gico, pero las teorizaciones que de tales métodos nos dejaron son muy
inferiores a los métodos mismos. Acaso la memoria de los siglos inme
diatamente anteriores les valió de escarmiento: los humanistas hablaron
demasiado de los métodos, pero apenas hicieron más que hablar. Hay
que invertir las tornas: llevar a cabo un saber en perfecto ajuste a un
proceder metodológico, de tal manera que los resultados sean la mejor
exposición del método, haciendo innecesaria la teoría, o, al menos, el
excesivo recurso a ella.
Si, por otra parte, recordamos algunas ideas expuestas en páginas
anteriores referentes a que los métodos de esta época, con la excep
ción relativa de Leibniz, no sienten tentaciones formalistas, sino que se
centran en el estudio del dinamismo de la razón y en el estudio de las
relaciones que ese dinamismo guarda con los contenidos (objetos) de la
razón, acaso comprendamos el puesto secundario que les debe corres
ponder a la definición y a las reglas del método, porque lo fundamental
y originariamente importante es la salud de la mente o razón. Supuesta
esta salud, son precisas reglas, pero a una mente sana no le hacen falta
muchas reglas. Creemos que éste es el contexto de comprensión del si
guiente texto cartesiano:
112. Reg. VIII. AT, X, p. 398; a este respecto se pueden recordar otras formulaciones
que nos hacen ver cómo Descartes tenía conciencia de la doble perspectiva con que cabía
enfocar el problema del conocimiento y, por lo tanto, del método, por ejemplo: Ad rerum
cognitionem dúo tantum spectanda sutit> nos scilicet qui cognoscimus, et res ipsae cognos-
cendae (Keg. XII, p. 411). Entre estas dos posibilidades, la opción racionalista es por el
yo, por la razón que conoce, debiendo mirar las cosas conocidas desde ese yo o esa razón:
Quamobrem hic de rebus non agentes, nisi quantum ab intellectu percipiuntur... (Loe. cit.,
P- 418).
que puede ser más grave, queda, en buena medida, imposibilitado para
entender y valorar las «interferencias» que las percepciones sensoriales
puedan tener en el propio dinamismo de la razón. Pero nuestro intento
no es ahora tanto criticar cuanto poner de manifiesto las posiciones
polares en el tema del método.
El motivo de esta preferencia del racionalismo cartesiano por la
centralidad, casi excluyente, del pensamiento está en que «la certeza
no está en los sentidos, sino en el solo entendimiento* cuando tiene
percepciones evidentes»113. Por eso, el método ha de tener como fin ayu
dar a la realización de las dos operaciones intelectuales que nos llevan
al conocimiento de las cosas sin peligro de error, que son la intuición y
la deducción. Frente a ellas, el método ha de enseñarnos precisamente
experientias rerum saepe esse fallaces114 o, como dirá poco después, que
el error adviene básicamente de no entender suficientemente algunos
experimentos115. Por eso el método ha de centrarse en el pensamiento
como tarea de la razón. Que, como es obvio, Descartes no puede igno
rar el mundo sensorial, es evidente. Y no lo olvida, sino que se preocupa
de su valor cognoscitivo —tal es el caso de la Med. VI— y se preocupa
también de integrarlo de alguna manera en su método, aunque tal inte
gración sea en calidad de auxilia, de ayudas que la razón pensante pue
de recibir e incluso tiene que recabar de las facultades inferiores cuando
el objeto de estudio es algo corpóreo116.
Frente a los métodos de la razón pensante en la filosofía continental,
el mundo inglés va, desde el primer momento, a inclinarse a favor de la
experiencia, aunque, según apuntamos, no excluya ni quiera excluir la
razón. No vamos a entrar aquí en consideración de Hobbes, autor que,
dentro de las exiguas páginas que dedicó al método, puede merecer por
igual el calificativo de racionalista y antecesor del cálculo leibniziano, y
el de empirista que supervalora lo sensorial. Así, por ejemplo, encontra
mos en él un geometrismo bastante ajeno a los otros empiristas:
De Homine, cap. V, vol. III, p. 35. Y, naturalmente, en la misma línea están los pasajes en
que el razonamiento es entendido como calculatio.
118. De Corpore, cap. VI, 1, vol. I, pp. 616-617.
119. De Augm. scient., lib. III, cap. III,vol. I, p. 566.
120. Nov. Org., Praef., vol. I, p. 129.
121. Op. cit. P raef, p. 151.
122. Op. cit., aph. CXII, p. 209.
Queremos decir lo siguiente: mientras en el continente el método
matemático, como ejercicio de la razón pensante, encontró preceden
tes, apoyos o confirmaciones en la ciencia de Copérnico, de Kepler, de
Galileo y hasta del propio Descartes, por el contrario, la implantación
de la primacía de la observación y de la experiencia no es, en modo
alguno, ajena a la ciencia de Gilbert, de Harvey, de Boyle. La ciencia
continental, por ser más racionalista, centraba su método en el estu
dio, análisis y reglamentación de la actividad pensante,«mientras que el
mundo inglés, por su vocación experimental, orientaba más el método
o bien hacia los objetos sabidos, o bien a la actividad pensante, pero en
cuanto tal actividad se dirigía hacia las cosas.
Considerando, sin embargo, como una sola época el lapso de tiem
po que va desde Bacon al siglo XVIII, cabría decir que el destino de am
bos planteamientos metodológicos era fundirse en uno solo, llevando a
cabo la síntesis entre razón y experiencia, síntesis que, por otra parte,
venía posibilitada por el hecho varias veces aludido de que tales plan
teamientos no eran, en realidad, excluyentes. Esto es lo que va a llevar
a cabo Kant con su método trascendental. Pero, desde perspectivas dis
tintas, el intento no es nuevo. Que el propio Bacon vea el modelo del
método en la abeja que recoge «datos» y los elabora, es una prueba de
esto. Pero, posiblemente, es Leibniz, como autor situado en fechas muy
avanzadas de esta época, quien lo vio con toda claridad. Este es uno de
sus testimonios explícitos:
III. LO S G R A N D E S T Ó P IC O S M E T O D O L Ó G IC O S
La razón
128. Op. cit., III parte, p. 29. 129. AT, IX-2, p. 12.
130. [...J antequam vero ad remotiora et occultiora naturae liceat appellere, necesario
requiritur ut melior et perfectior mentís et intellectus humani usus et adoperatio introdu-
catur (Nov. O rgP raef,i, vol. I. pp. 129-130).
131. Manus bominis nuda, quantumvis robusta et constans, ad opera pauca et facile
Tampoco en el racionalista Descartes está ausente este instrumen-
talismo de la razón, aunque, frente a Bacon, no tenga inmediatamente
t&n presente la operatividad práctica del saber. Aquí la razón es el instru
mento del pensar. Y, por más que el pensar le sea natural a la razón
misma, hay que «adiestrarla», si cabe hablar así. Desde esta perspectiva
puede decir el filósofo francés:
Lo que más me contentaba de este método era que, mediante él, me sentía
seguro de usar en todo mí razón, si no de un modo perfecto, sí al menos del
mejor modo que estaba en mi poder; además de que sentía al practicarlo
que mi espíritu se acostumbraba poco a poco a concebir más clara y más
distintamente sus objetos132.
sequentia sufficit: eadem ope instrumentorum, multa et reluctantia vincit. Similis est et
mentís ratio (Aphor. et consilia de auxiliis mentís, et accertsione luminis naturalis, vol. III,
p. 793).
132. Disc. Méth.y II parte. AT, VI, p. 21.
133. Op. cit., V parte, p. 57. 134. DIE, p. 10.
cias», sirviendo, a su vez, las ciencias de instrumento para perfeccionar
la razón135.
Ahora bien, la razón-instrumento es un instrumento muy especial.
Decía Descartes que la mente humana tiene un no sé qué de divino
(nescio quid divini)U6. Y esto reclama graves exigencias: la primera y
fundamental es que si, para servirse de cualquier instrumento, es nece
sario empezar por conocerlo, esto se hace apremiante en el caso de la
razón, admitiendo, de entrada, la dificultad de su conocimiento, que es
autoconocimiento. Si no se empieza por esta labor de autoconocimien-
to, se hace imposible cualquier garantía de seguridad en la adquisición
del saber y en el método que a ello se ordena. Por eso resulta obvio que
Malebranche se lamente de «que la mayor parte de los hombres apenas
han reflexionado sobre la naturaleza del espíritu cuando han querido
emplearlo en la investigación de la verdad; que jamás han estado sufi
cientemente convencidos de su poco alcance y de la necesidad que hay
de manejarlo bien e incluso de aumentarlo, siendo esto una de las causas
más considerables de sus errores y de que hayan tenido tan poco éxito
en sus estudios»137.
Hasta tal grado tuvieron conciencia de esta necesidad de estudio de
la razón los autores de esta época, sobre todo los racionalistas, que Des
cartes llega a decir en la Reg. I que las ciencias en su totalidad consisten
en el conocimiento del espíritu. Y el por qué metodológico es claro: si
no conocemos el espíritu, seremos incapaces de orientar su actividad,
incapaces de valorar sus funciones y, por lo mismo, incapaces de saber
si lo que el espíritu lleva a cabo es un saber adjetivable como científico
o, por el contrario, una serie de simples errores con apariencia de ve
rosimilitud.
Hasta tal punto es esto así que quien se proponga examinar to
das las verdades a donde puede llegar el conocimiento humano, descu
brirá, según el propio Descartes, de acuerdo con las adecuadas reglas
metodológicas, que «nada puede conocerse antes que el entendimiento,
puesto que de esto depende el conocimiento de todas las demás cosas, y
no al contrario; después, consideradas todas las demás cosas que vienen
inmediatamente tras el conocimiento del entendimiento puro, enume
rará entre las demás todos los otros instrumentos de conocimiento que
tenemos además del entendimiento, los cuales son sólo dos, a saber, la
fantasía y el sentido»138.
instrumenta cognoscendi praeter intellectum, quae sunt tantum dúo, nempe phantasia et
sensus (Reg. VIII. AT, X, d P. 385-386).
139. DIE, pp. 1 2 ,2 2 .
140. Id quod formam ve rae cogitationis constituit, in ipsa eadem cogitatione est quae-
rendum} et ab intellectus natura deducendum (Loe. cit., p. 22).
141. Op. cit.y p. 32.
una de las concepciones del método más difundidas ambientalmente:
el método como medicina mentís. Ninguno de los teóricos del método
pone en duda esta necesidad de una cierta medicación de la razón, del
espíritu, de la mente, del entendimiento, términos todos a los que cabe
en este caso considerar como sinónimos. ¿Por qué es necesaria esta te
rapéutica medicinal? Por supuesto que no resultaría acertado responder
suponiendo que el motivo es una radical desconfianza en el valor natural
de la razón misma, ya que esto estaría, en principio, erf flagrante oposi
ción con el voto de confianza en la razón que profesa, de modo general,
el pensamiento de estos siglos. Tampoco cabe responder acudiendo al
argumento de la razón dañada por el pecado original. Esto podría valer,
por ejemplo, para el portroyalismo (?), pero no es razón operativa para
una filosofía que, de modo casi generalizado, quiere elaborar un pensa
miento que, siendo conciliable con la religión, mantenga, sin embargo,
unas fronteras de distinción respecto de ella.
Nos parece que la respuesta se monta sobre supuestos menos ambi
ciosos e incluso calificables como experienciales: la razón es idónea por
su naturaleza para el conocimiento verdadero y cuenta con la aptitud y
la fuerza necesaria. Pero esa razón sufre las consecuencias (las enferme
dades) de un uso no reglado, de la contaminación y confusión con otras
formas erróneas del conocimiento (los sentidos) y de la violencia de los
prejuicios que se deben al contexto sociocultural y a unos saberes llenos
de errores. Es decir, nadie inicia la carrera del saber con una razón pura,
sino con una razón llena de impurezas que ha ido acumulando desde
la infancia, según nos dice Descartes142. Hay que volver la razón a su
estado prístino, hay que recuperar el brillo y luz que, por naturaleza, le
corresponde al lumen naturale, una de las denominaciones favoritas de
la razón, al menos en el mundo racionalista. Si esa «recuperación» de la
razón se lleva a cabo adecuadamente, entonces cabría compartir el ideal
de Espinosa: que el alma fuese quasi aliquod automa spirituale (como
un autómata espiritual), que opera según reglas ciertas143.
Coincidiendo todos en la necesidad de esta medicina mentís, el
modo de llevarla a cabo varía en los diversos autores. Veamos algunos
ejemplos.
Comenzando por Bacon, no deja de sorprender que, a pesar de ser
un defensor de la observación y de la atención a los datos, sin embargo
da gran importancia, como primer momento, a esta terapéutica de la
mente. Aun dejando a un lado los famosos idola, a sabiendas de que los
idola specus y los idola tribus pueden tener bastante que ver con nuestro
tema, contamos con otros textos esclarecedores de su posición. Para el
inglés, antes de una elaboración positiva del método, debe realizarse la
pars destruens como previa. De ella sólo nos interesa lo que tiene que
ver con esta limpieza preparatoria del espíritu mismo. Por ella hay que
empezar:
Hay que iniciar la andadura del saber por el análisis de los movi
mientos del espíritu, para descubrir el curso de la ciencia y la sede de los
errores. Y se trata de una tarea que hay que ejecutar con todo cuidado
(<accuratissime). De no hacerlo así, nos imposibilitaremos el genuino
conocimiento de las cosas y una auténtica labor de interpretación de la
naturaleza, que es la meta a la que el saber apunta, según Bacon.
Al Bacon imaginativo le gusta comparar a la mente humana con un
espejo. Pero ese espejo en cualquier hombre adulto se encuentra defor
mado y, si ponemos las cosas ante un espejo deformado, deformada va
a ser la imagen que de ellas obtengamos:
De esto, pues, resulta claramente manifiesto de qué tipo debe ser el método
verdadero y en qué consiste primordialmente, a saber, en el solo conoci
miento del entendimiento puro y de su naturaleza y leyes159.
El orden
159. Ex his igitur clare apparet, qualis esse debeat vera Methodus, et in quo potissi-
mum consistat, nempe in sola puri intellectus coenitione, ejusque naturae et leeum (Carta
37, vol. III-IV, p. 135).
exige, de certeza (seguridad) y de evidencia160. Y el orden ha de ser un
orden natural161 en el doble sentido siguiente: primero, de no ser un
orden arbitrario o carente de fundamento, ya que no se excluye que
el orden lo «pongamos» nosotros contando con el debido fundamento
para «ponerlo»; segundo, de ser un orden nacido y promovido desde la
naturaleza misma de la razón, bien en su autónomo despliegue, bien en
su «comercio» natural con las cosas.
Precisamente este carácter natural del orden como’ ejercicio y pro
ducto de la razón convierte en obvia la afirmación de que el orden como
tópico metodológico —y otro tanto habrá que decir del matematicismo
y de la simplicidad— juega un papel más destacado en el racionalismo
que en el empirismo. Y, dentro del racionalismo, el metodólogo del
orden es, sin duda, Descartes. El pudo decir tota methodus consistit in
ordine et dispositione...162. El método en su integridad es orden y dispo
sición. Sin embargo, el orden como tópico, aunque menos tematizado
por menos importante, lo encontramos también en el mundo inglés,
por ejemplo, en Bacon.
Efectivamente, cuando Bacon reclama el nuevo método empírico,
no está simplemente exigiendo un mayor número de experimentos y
un nuevo tipo de experimentos, sino que también, y principalmente,
está exigiendo un método radicalmente nuevo en el tratamiento de los
mismos (methodus plañe alia) y, con el nuevo método, un nuevo orden
y procedimiento (ordo et processus) en el desarrollo y promoción de la
experiencia163. De no contar con este orden, nos quedaríamos, según
su terminología, en la vaga experiencia abandonada a sí misma y con
vertida en un tanteo que avanza a ciegas (palpatio), siendo así que la
experiencia sólo conduce a la ciencia cuando se desarrolla según leyes
ciertas (lege certa)164. Desde esta perspectiva, insistirá poco después en
la necesidad de seguir un orden, por sus pasos rigurosos, desde los datos
particulares hasta las leyes generales, como si estuviésemos subiendo
una escalera peldaño a peldaño (per scalam veram, et per gradus con
tinuas et non intermissos aut hiulcos). Por eso, más que darle alas al
entendimiento, debemos ponerle plomo y pesos (intellectui non plumae
addendae, sed plumbum potius et pondera) ya que sólo así se evitan los
saltos y los vuelos en el vacío165.
En consecuencia, frente a la experiencia fortuita, que es como un
caminar en las tinieblas sin saber bien con qué tropezamos o qué esta
No cabe aquí nada más útil que preguntarse qué es el conocimiento huma
no y hasta dónde se extiende. Por eso incluimos ahora esto mismo en una
pregunta única, la cual, mediante las reglas ya antes expuestas, considera
mos que debe ser examinada como la primera de todas; y esto es preciso
que lo hagan, al menos una vez en la vida, todos los que aman la verdad
por poco que sea, ya que en la investigación de dicha pregunta se contienen
los instrumentos del saber y el método en su totalidad. Nada me parece
más estúpido que disputar osadamente, como hacen muchos, acerca de los
secretos de la naturaleza, acerca de la influencia de los cielos sobre estas
cosas inferiores, y no haberse preguntado, sin embargo, nunca si la razón
humana tiene capacidad de descubrir tales cosas190.
El matematicismo
Es decir, ante las nuevas exigencias del saber científico y de los méto
dos exigidos para ello, epocalmente sólo el saber matemático parecía
cumplir con las exigencias requeridas.
Y no es extraño. Recordemos la aversión a cualquier saber que pu
diera ser llamado «histórico», de memoria o acumulativo. Ahora hay
que buscar y realizar un saber de la razón y desde la razón, incluso en
autores que, como Bacon, requieren dotar de datos a esa razón. Pues
bien, ninguna ciencia se presentaba a sí misma como saber más pura
mente racional que las matemáticas: no necesitan contar con la memo
ria, ni con la autoridad, ni, según los racionalistas, con la experiencia.
Nadie se hizo eco con más claridad de este aspecto que Descartes.
Ya en el Discurso dejaba claro que la satisfacción de las matemáticas se
debía a que, por medio de ellas, estaba seguro «de usar de su (mi) ra
zón», si no de un modo absolutamente perfecto, sí al menos del mejor
modo posible209. Y en la Reg. IV, tras afirmarnos que la mente humana
tiene un no sé qué de divino que, por más que se lo sofoque, acaba
produciendo frutos, ejemplifica estos frutos en la aritmética y el álge
Piensan otros que Dios es causa libre debido a que puede hacer que las
cosas que hemos afirmado que se siguen de su naturaleza, esto es, que de
penden de su poder, no sean hechas, o que no sean producidas por él. Pero
esto es lo mismo que si dijeran que Dios puede hacer que no se siga de la
naturaleza del triángulo que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos; o
que no se siga un efecto de una causa dada, lo cual es absurdo [...] Mas
pienso que he mostrado con claridad suficiente (pr. 16) que de la potencia
suprema de Dios, o de la naturaleza infinita han procedido necesariamente
infinitas cosas de infinitos modos, esto es, todas las cosas, o que se siguen
siempre con la misma necesidad, de igual manera que de la naturaleza del
triángulo se sigue desde la eternidad y hasta la eternidad que sus tres ángu
los son iguales a dos rectos218.
Una concepción no determinista de la realidad se debe a los prejui
cios; prejuicios que, en buena medida, radican en el teleologismo, que
no es más que una capa de nuestra ignorancia. Y de esta ignorancia no
hubiéramos salido «si la matemática, que no se ocupa de los fines sino
de las esencias y propiedades de las figuras, no hubiese mostrado a los
hombres otra norma de verdad»219.
En consecuencia, resulta totalmente obvio que la matemática o las
matemáticas adquieren una función modélica en el saber de la moderni
dad. Y, dado que la preocupación por el saber comenzaba en una preocu
pación por el método del saber, es lógico que tal función modélica se
ejerza básica y fundamentalmente en el campo del método. Si, como
dejamos dicho páginas atrás, se actuaba con conciencia innovadora y
hasta de ruptura en el ámbito del saber, esto suponía contar con una
cierta concepción del saber e incluso con un cierto conocimiento de
los caminos que conducen a ese saber. Pues bien, cabría decir que la
concepción del saber está troquelada sobre el saber matemático, y los
caminos del saber son caminos que se han de trazar con ingeniería mate
mática. N o hace falta ser un asiduo tomador del pulso de la época para
tener constancia de esto que estamos diciendo. Cabe encontrar testimo
nios en cualquier autor, sobre todo del mundo continental. He aquí dos
a título de mero ejemplo. El uno debe ser de Descartes, ya que en pocos
autores han encontrado una resonancia más fuerte y más eficaz todos
los temas que venimos aduciendo:
[...] de todo esto hay que concluir que ciertamente no deben aprenderse
sólo la aritmética y la geometría, sino que, buscando únicamente el camino
recto de la verdad, no hay que ocuparse de objeto alguno respecto del cual
no sea posible tener una certeza igual a las demostraciones aritméticas y
geométricas220.
Es parecer unánime de todos los que aspiran a un saber superior al del vul
go que el método de los matemáticos en la investigación^ enseñanza de las
ciencias, a saber, el método en el cual, a partir de definicignes, postulados y
axiomas, se demuestran conclusiones, es el camino mejor y más seguro para
indagar y enseñar la verdad221.
La absurdidad es privilegio nada más que del hombre, sin que ninguna otra
criatura se vea implicada en ella. Y de los hombres se ven implicados sobre
todo los que suelen ser llamados filósofos. En efecto, se ha dicho por Cice
rón con toda verdad que no puede haber nada tan absurdo que no pueda
ser encontrado en los libros de los filósofos. La razón de esto es manifiesta.
En efecto, no hay ninguno de ellos que haga empezar sus razonamientos
desde las definiciones o explicaciones de los términos de que va a valerse.
Este método es, pues, peculiar de los geómetras228.
232. Ensayo sobre el entendimiento humano, III, cap. 11, § 16. Trad. de E. O ’Gorman,
FCE, M éxico, 1956, pp. 511-512.
233. Op. cit.y IV, cap. 3, § 18. Ed. cit., p. 548. Cf. también IV, cap. 17, § 3, p. 674.
la ridicula vanidad que se saca frecuentemente de estos conocimientos es
tériles e infructuosos234.
¿No parece incompatible este texto con todo lo que hemos venido
diciendo sobre las matemáticas y sus excelencias?
La respuesta a la pregunta planteada por la lectura del texto exige
distinguir entre la matemática que cabe llamar vulgar y la matemática
en sentido «noble», si puede hablarse así, es decir, entre mathesis vulga-
ris y mathesis universalis. Dicho de otra manera, debe distinguirse entre
«la matemática» sin más, como la más excelente expresión y ejercicio
de la razón, y «las matemáticas», como una de tantas aplicaciones de «la
matemática». Centrándonos en Descartes, para él lo verdaderamente
fundamental es «la matemática» que desarrolla esos gérmenes primarios
con que cuenta la inteligencia y que es, por lo mismo, fruto espontáneo
de la razón235. La aritmética y la geometría serían unos buenos ejemplos
de las consecuencias que cabe obtener si la razón pone a fructificar esos
gérmenes (prima semina) que han sido puestos en ella. Pero es en esa
tarea profunda en lo que debe consistir la genuina matemática, no en
resolver problemas inútiles (inania problemata resolvenda), porque, de
reducirse a esto, no hay razón de estimar en mucho las reglas matemá
ticas (non magni facerem has regulas), ya que sólo servirían para juego
de ociosos236.
Y aunque vaya a decir aquí muchas cosas sobre las figuras y los números,
debido a que de ningunas otras disciplinas se pueden tomar ejemplos tan
evidentes ni tan ciertos, sin embargo, quienquiera que haya considerado
atentamente mi parecer, percibirá fácilmente que en nada pensaba yo me
nos aquí que en la matemática vulgar, sino que exponía otra cierta discipli
na, respecto de la cual (las matemáticas vulgares) son más bien un disfraz
que sus partes. En efecto, ésta debe contener los primeros rudimentos de
la razón humana y extenderse a las verdades que han de obtenerse a partir
de cualquier objeto, y, por expresarme libremente, estoy persuadido que es
mejor que cualquier otro conocimiento que nos haya sido dado humana
mente, por cuanto es la fuente de los otros237.
Al considerar esto con más atención, se hizo, finalmente, claro que sólo
tienen que ver con la matemática todas aquellas cosas en las que se somete
a examen el orden o la medida, sin que tenga importancia si tal medida
ha de buscarse en los números, o en las figuras, o en los astros, o en los
sonidos, o en cualquier otro objeto; por tanto debe haber una ciencia que
explique todo esto que puede investigarse sobre el orden y la medida sin
adscripción a ninguna materia especial, y que dicha ciencia debe denomi
narse, no con un término inventado, sino con uno tradicional y aceptado
por el uso, matemática universal (mathesis universalis), ya que en ella se
contiene todo aquello por lo que otras ciencias se llaman partes de la
matemática239.
Mas no por ello entró en mis designios intentar aprender todas estas cien
cias particulares, a las que comúnmente se llama matemáticas; y viendo
que, a pesar de que sus objetos son diferentes, no dejan de estar de acuerdo
todas en que no consideran ninguna otra cosa que las diversas relaciones o
proporciones que se encuentran en ellos (los objetos), pensé que era mejor
que examinase solamente estas proporciones en general241.
240. AT, VI, pp. 17-18. 241. Loe. eit.y pp. 19-20.
242. AT, X , p. 451. 243. Loe. cit., pp. 451-452.
244. Reg. V, p. 379.
245. AT, VI, p. 18; cf. L. J. Beck, The Method o f Descartes. OUP, Oxford, 1970, p.
199.
ser una ciencia, que, a partir del yo pienso, avanza continuamente de
evidencias en evidencias»246.
En conclusión la Mathesis universalis no es el conjunto de los sa
beres matemáticos, sino un modo y forma de saber que posibilita tanto
a estos saberes matemáticos como a cualquier otro saber científico. Un
saber que remite a la razón como su fundamento, que tiene el orden
como carácter de su proceder y que, por exigencias de ese orden, debe
apoyarse sobre lo simple247.
Parecería ahora necesario perseguir el tema de la Mathesis univer
salis en Leibniz. N o vamos, sin embargo, a hacerlo, y ello no por razón
de los muchos estudios que sobre ella, en coimplicación con otros temas
leibnizianos, se han hecho248, sino porque la Mathesis leibniziana va a
adquirir de hecho una impostación por virtud de la cual, reteniendo,
sin duda, un efectivo papel metodológico, lo rebasará para integrarse
en una concepción del saber y de la realidad que el propio Leibniz se
esforzó en distinguir de la concepción cartesiana249.
Por ello dejamos aquí nuestras reflexiones, advirtiendo que deben
recibir compleción en las páginas siguientes, cuando, al referirnos a la
«simplicidad», se manifieste la interconexión orden-matematicismo-
simplicidad; otro tanto sucederá al estudiar el ideal de la ciencia única
y de la única sabiduría humana, tema inseparable también del matema
ticismo como única forma genuina de un saber racional. Es decir, todos
estos «tópicos metodológicos» que, por necesidades expositivas, esta
mos separando constituyen, en su facticidad histórica y en su dinámica
interna, un todo vertebrado y, en cierto grado, indisoluble, al menos en
algunos casos, por ejemplo, el de Descartes.
La primacía de lo simple
Algunas de estas cosas son tan claras y, al mismo tiempo, tan simples, que
nunca podemos pensar en ellas, sin aceptar que son verdaderas: como que
yo existo mientras pienso; que las cosas que una vez han sido producidas,
no pueden ser improducidas; y otras semejantes, respecto de las cuales es
manifiesto que se posee esta certeza. Pues no podemos dudar de ellas, si no
pensamos en ellas; pero no podemos pensar en ellas sin que al mismo tiem
po creamos que son verdaderas..., por consiguiente, no podemos dudar de
ellas sin creer al mismo tiempo que son verdaderas, es decir, no podemos
dudar nunca257.
259. Qua ratione evidens est nos falli, si quando aliquam ex naturis istis simplicibus a
nobis totam non cognosci judicemus; nam si de illa vel mínimum quid mente attingamus,
quod profecto necessarium est, cum de eadem nos aliquid judicare supponatur; ex hoc ipso
concludendum est, nos totam illam cognoscere; ñeque aliter simplex dici potest, sed com-
posita ex hoc quod in illa percipimus, et ex eo quod judicamus nos ignorare (Reg. XII, pp.
420-421).
260. DIE, p. 20. 261. Ibid.
262. Reg. XII, p. 418. 263. Loe. cit. p. 425.
264. Loe. cit., p. 428.
ductivo, pudiendo comprenderse ya perfectamente por qué Descartes
opone y vertebra la intuición y la deducción.
Estas intuiciones de lo simple tienen tal valor por sí mismas, que
no cabe ni siquiera el intento de definirlas, ya que esto supondría la
posibilidad de romper la simplicidad, descubriendo o poniendo en ella
la composición265. Pascal explica esto con toda claridad acerca de las
nociones simples y fundamentales de la geometría:
Que una idea absolutamente simple no pueda ser falsa, lo podrá compren
der cualquiera, con tal que sepa qué es la verdad, o el intelecto, y, al mismo
tiempo, sepa qué es lo falso268.
Esta misma tesis, que es una tesis sobre la función de lo simple, está
muy clara en el Discurso, cuando en la II parte, tras la exposición de
las reglas se plantea por dónde comenzar: por las cosas más simples y
más fáciles de conocer277. Sólo con este comienzo se puede pensar en
construir un sólido edificio científico, según piensa y seguirá pensando
a lo largo de su vida: «Todas las verdades están conectadas entre sí y es
tán vinculadas recíprocamente, todo el secreto consiste únicamente en
comenzar desde lo primero y más simple, y avanzar luego paso a paso y
como por grados hasta las verdades más remotas y máximamente com
puestas»278, y en esto contó Descartes con fieles seguidores. Así, para
Malebranche, habida cuenta de que la regla primera es que debemos
operar con ideas claras, de ahí «se debe sacar la consecuencia de que,
para estudiar por orden, es preciso comenzar por las cosas más simples
y de más fácil comprensión, deteniéndose ahí incluso largo tiempo antes
de acometer la investigación de las más compuestas y más difíciles»279.
Y en la misma tesis había insistido ya páginas antes y volverá sobre ella
Desde lo simple como aquello que, por ser simple, se conoce autó
nomamente y que, por lo tanto, puede constituirse en punto de partida
y fundamento de todo conocimiento, se puede proceder a conocer lo
demás, lo que no cuenta con esa autonomía cognoscitiva. Como dice
Descartes, «las demás cosas no pueden conocerse de otra manera más
que por deducción a partir de éstas (las simples)»282. Y ello tanto por la
razón de que los caracteres de conocimiento de lo simple lo convierten
en apoyo de innegable firmeza, como porque los «objetos no-simples»
están compuestos con «elementos-nociones simples»283. Hasta tal punto
es así que se podrá afirmar que «jamás podemos entender nada que no
sea esas naturalezas simples, y una cierta mezcla o composición de ellas
entre sí»284.
N os parece que, llegados aquí, salta a la vista la función metodoló
gica y epistemológica que, sobre todo en el xvii racionalista, se atribuye
a las «naturalezas simples» como elementos cognoscitivos que, con ex
presión platónica, son anupozeta, es decir, que no necesitan de apoyo
alguno que las justifique porque la inmediatez intuitiva certifica de la
validez de su conocimiento. Nada, pues, tiene de extraño que un hom
bre tan exigente en la firmeza certitudinal del conocimiento científico
como Descartes, pueda decir «que toda ciencia humana consiste única
mente en ver distintamente cómo tales naturalezas simples concurren
simultáneamente a la composición de las demás cosas»285. Y consiste en
ello la ciencia, porque, frente a cualquier problema complicado, como
280. Op. cit., lib. VI, II, cap, IV Ed. cit., II, p. 343.
281. Principia Phil. Cart., pars III, p. 181.
282. Reg. VI, p. 383.
283. [...] ut possimus deinceps docere reliqua omnia quae cognoscemus, ex istis natu-
ris simplicibus composita esse: ut si judicem aliquam figuram non moveri} dicam meam
cogitationem esse aliquo modo compositam ex figura et quiete; et sic de caeteris (Reg. XII,
420).
284. [...] nihil nos unquam intelligere posse, praeter istas naturas simplices, et quan-
dam illarum inter se mixturam sive compositionem (loe. cit., p. 422).
285. [...] omnem humanam scientiam in hoc uno consistere, ut distincte videamus,
quomodo naturae istae simplices ad compositionem aliarum rerum simul concurrant (loe.
cit., p. 427).
puede ser, con ejemplo del propio Descartes, la naturaleza del imán, lo
que hace falta es encontrar los elementos simples de esa complejidad.
Ganados tales elementos, ya no hay razón para pensar que unos conoci
mientos son más oscuros que otros, «puesto que todos son de la misma
naturaleza y no consisten en otra cosa que en la composición de datos
(cosas) evidentes por sí mismos»286.
Por eso, hablando con la terminología metodológica de la fórmula
de la Reg. V, si todo el método consiste en el orden y disposición de las
cosas a las que debemos dirigir nuestra atención a fin de descubrir la
verdad, es evidente que sólo observaremos con justeza ese orden «si re
ducimos gradualmente las proposiciones embrolladas y oscuras a otras
más simples, y luego, partiendo de la intuición de todas las más simples,
intentamos ascender por los mismos grados al conocimiento de todas
las demás cosas»287.
Por eso, el tema de lo simple es un tema vertebrador y anucleante
del tema del orden, del matematicismo como puesta en ejercicio del or
den analítico correcto y, dentro de Descartes, de la enumeración como
elemento auxiliar en el proceso resolutivo desde lo complejo hasta lo
simple, según reza la fórmula de la Reg. XIII: «Si entendemos perfecta
mente una cuestión, ésta debe ser separada de todo concepto superfluo,
reducida a lo más simple, y dividida en las partes más pequeñas posibles
mediante la enumeración»288.
En consecuencia, la simplicidad no es sólo un tópico importante de
los planteamientos metodológicos, sino el hilo conductor para encon
trar el genuino sentido de otros tópicos, concretamente, según dejamos
apuntado en páginas anteriores, del orden y del matematicismo, ya que
ordenar es «simplificar» y la genuina matemática es la que opera con
elementos que, o bien son simples o bien son reductibles a las unidades
simples. Para terminar, insistimos una vez más en que la simplicidad,
aunque aparezca bajo la terminología ambigua de naturae simplices,
no es, al menos principalmente, simplicidad de la cosa conocida, sino
simplicidad de mi modo de conocer las cosas. Por ello lo simple se debe
conocer por intuición, pero, como resulta que la intuición es el conoci
miento más cierto, resulta que el conocimiento de lo simple es también
el conocimiento más cierto. Por tanto, el método que busca una ciencia
cierta ha de ser un método que parta de lo simple y persiga lo simple
incluso en lo que se presenta como complejo.
Ahora bien, dado que las divisiones de las ciencias no son semejantes a lí
neas distintas que confluyen en un solo ángulo, sino que son más bien seme
jantes a las ramas de los árboles que se unen en un solo tronco (tronco que
también por un cierto espacio cuenta con integridad y continuidad, antes
de dividirse en las diversas ramas); por ello mismo el tema exige que, antes
de analizar los miembros de la anterior división, se constituya una ciencia
universal, que sea la madre de las demás, y sea considerada en el progreso
de las doctrinas como el trecho común de camino antes que los caminos se
separen y se distancien292.
293. Nos uero misso fastu id tantum volumus, ut designetur aliqua scientia, quae sit
receptaculum axiomatum quae parttcularium scientiarum non sint propia, sed pluribt4s
earum in commutie competant (ibid.).
294. L. J. Beck, The Method o f Descartes, p. 211.
De Descartes cabe decir que tuvo vocación de cultivador de la cien
cia o sabiduría universal, en primer lugar, porque la «ciencia universal»
fue un proyecto abrigado por él; y, en segundo lugar, porque de tal
manera concebía el saber científico, que se hacía obligada la universali
zación de ese saber. De que Descartes abrigó el proyecto de una «ciencia
universal», tenemos expreso testimonio en su correspondencia. Conoci
da es la famosa Carta a Mersena referente a la publicación del Discurso
y de los Ensayos que habían de ver la luz con él. Efectivamente, tras
decir que el volumen abarcará cuatro ensayos, continúa:
297. Nam cum scientiae omttes nihil alittd sint quam humana sapientia, quae semper
una et eadem manet, quantumvis differentibus subjectis applicata, nec majorem ab illis
distinctionem mutuatur, quam Solis lumen a rerum, quas illustrat, varietate, non opus est
ingenia limitibus ullis cohibere (loe. cit., p. 360).
298. Ibid.
299. [...] cum tamen alia omnia non tam propter se, quam quia ad hanc aliquid con-
ferunt sint aestimanda (Ibid.).
pectiva, la división de las ciencias, que no se niega como hecho real, no
deja de ser algo accidental y hasta una especie de mal menor, exigido
por la limitación de nuestra capacidad. Porque, de derecho, todas las
ciencias son un único saber, tanto por su origen como por su fin, lo que
exige su interconexión y mutua dependencia:
Es necesario admitir que están todas hasta tal punto conexionadas entre
sí, que es mucho más fácil aprenderlas simultáneamente ¿odas, que separar
una sola de las demás. Si alguien quiere, pues, investigar con seriedad la ver
dad de las cosas, no debe optar por una ciencia particular: todas, en efecto,
están unidas entre sí y son mutuamente dependientes; por el contrario, que
se ocupe únicamente de aumentar la luz natural de la razón...300.
304. De la Recherche de la Vérité, lib. VI, I, cap. I. Ed. cit., II, p. 245.
305. De natura et usu scientiaegeneralis. Gerhardt, VII, p. 63.
306. Loe. cit., p. 60.
307. Initia scientiae generalis. Erdmann, p. 85.
308. Opuscules et fragments inédits de Leibniz. Ed. de L. Couturat, Hildesheim, 1966,
pp. 229-230.
servir para llevar a cabo la organización científica de lo que se sabe y ha
de servir también para ponernos en camino de llegar a saber lo que aún
no se sabe. Si esto es así, la ciencia general o universal de Leibniz tiene
un sentido menos originario que la ciencia universal de Descartes, ya
que ésta es el saber mismo en su producirse unitario (ciencia) y en su se
dimentarse en la mente (sabiduría). Baste como referencia, según hemos
dicho, a sabiendas de que el tema en Leibniz excede nuestros propósitos
y también nuestros conocimientos del tema mismo.
Ambigüedad conceptual
Plantear análisis y síntesis como las dos grandes modalidades del pro
ceder metodológico y, además, como modalidades, en cierta medida,
antinómicas, no constituye ninguna novedad atribuible a la época que
estamos estudiando. Se cuenta con precedentes más o menos inme
diatos tanto desde el campo de la ciencia como desde el campo de la
filosofía310. Pero el tema no llega conceptualmente claro ni desde los
309. Este capítulo tiene muy modestas aspiraciones: traer a presencia los significados
fundamentales de análisis y síntesis en la época histórica que estudiamos, apuntando al
gunas relaciones entre ambas formas metodológicas. Un tratamiento con aspiraciones de
completo daría lugar a otro libro.
310. E. Gilson, Discours de la Méthode. Texte et commentaire, J. Vrin, París, 31962,
pp. 187-188; L. J. Beck, The Method o f Descartes. A Study o f the «Regulae», Clarendon
Press, Oxford, 1970, p. 157.
tratados humanistas, ni desde los neoescolásticos postrenacentistas, iSe
va a aclarar en la época que nos ocupa? Nos parece que no. Hay una
enorme variedad, por no decir oposición, en la terminología, en los
planteamientos y en el modo de entender las funciones metodológicas
del análisis y de la síntesis.
Frente a esta situación, sin pretensiones demasiado ambiciosas, no
queremos renunciar a ayudar a poner un poco de orden en las di
vergencias textuales. N os parece que no cabe soslayar ’ el problema,
porque, con matices diversos, análisis y síntesis siguen configurando
las dos grandes formas del proceder metodológico. En esto coinciden
prácticamente todos los autores. Pero casi nos atreveríamos a decir que
aquí acaban las coincidencias, a no ser que consideremos también como
coincidencia la aceptación de toda la tradición anterior que convenía
en considerar al análisis, en fidelidad a la etimología, como el método
de resolución o de descomposición, y a la síntesis como el método de
la integración o composición. Todavía Kant llamará al análisis método
«regresivo» y a la síntesis, «progresivo»311. Que el análisis sea una des
composición o regresión, mientras que la síntesis es una composición o
progresión, hace que se conciba a ambas formas metodológicas como
dos caminos inversos que recorren en direcciones opuestas un mismo
trayecto o, como dice gráficamente la Lógica de Port-Royal, como el
camino que sube del valle a la montaña, o el que desciende de la mon
taña hasta el valle312.
En general, dada la terminología nada infrecuente en la época, se
gún la cual en el quehacer científico se necesitaba contar con un ars
inveniendi, que, en conformidad con el significado de la expresión, de
bía servirnos para descubrir, encontrar o «inventar» los conocimientos,
y un ars demonstrandi, que debería servir para demostrar, consolidar
e incluso explicar y exponer los conocimientos, parecería que el aná
lisis debería asimilarse, básicamente, al ars inveniendi, mientras que la
síntesis sería el ars demonstrandi. Sin embargo, no es así. Por ejemplo,
para Hobbes, tanto el análisis como la síntesis pertenecen al método
inveniendi, siendo distinto de ambos el método docendi, es decir, la
demostración313. Por el contrario, Descartes engloba a ambos en la ratio
demonstrandi114.
Desde otra perspectiva, mientras que en Descartes el método geomé
trico, del que tantas inspiraciones recibe, es analítico, por el contrario,
Pascal, sin negar la función del análisis en la geometría, considerará más
321. Reg. VI, p. 381. 322. Disc. Méth. II. AT, VI, p. 18.
323. Resp. II. AT, VII, p. 155. 324. Loe. eit., p. 156.
325. L a logique..., IV, cap. II, p. 299.
326. De l ’esprit géométrique..., p. 348; acaso el privilegio del análisis es que me lleva
al origen y fundamento del problema, al menos al fundamento epistemológico. Leibniz
lo expresa así: Nihil enim aliud est analysis quam substituere Simplicia in locum composi-
tionum, sive principia in locum derivatorum, id est theoremata resolvere in definitiones et
axiom ata, et si opus esset, axiom ata ipsa denique in definitiones (Gerhardt, I, p. 205).
quiere ajustarse en el Ensayo es de cuño analítico, resulta difícilmente
discutible. El caso sería todavía más claro en Hume, para el que «los ra
zonamientos abstractos o demostrativos jamás ejercen influencia en nin
guna de nuestras acciones»327. Y como a él le interesa casi exclusivamen
te filosofar sobre la vida y las acciones humanas, debe acogerse a otro
método. Será la observación y el análisis, cabiendo decir que una buena
parte de las páginas de sus obras filosóficas son un espléndido ejemplo
de praxis analítica, con plena conciencia de lo que está'haciendo328.
Ahora bien, ni Locke ni Hume han teorizado sobre el método, ha
ciendo simples referencias metodológicas, y no en gran número. Por
tanto puede ser más relevante referirse a los autores en los que, en ma
yor o menor grado, se da la presencia de teorizaciones metodológicas.
La verdad es que tampoco en ellos se va a dedicar una gran atención a
desarrollar lo que entienden por análisis. Pero o se reconoce el valor del
procedimiento, como es el caso de Bacon329, o como sucede en Hobbes,
se declara que el análisis y la síntesis constituyen las dos grandes formas
del método330, o también las dos partes de un mismo método331. Sin em
bargo, hay algo más, concretamente en Newton. He aquí sus palabras:
327. Treatise o f human nature, Lib. II, parte III, sec. III. Ed. de T. H. Green y T. H.
Grose. Scientia Verlag, Aalen, 1964. Vol., II, p. 193. Cf. S. Rábade, «Hume: actitud crítica
y planteamiento metodológico»: Pensamiento 33 (1977) pp. 155-175; también en S. Rá
bade, Obras II, Trotta, Madrid, 2004, pp. 111-133.
328. Cf., por ejemplo, Enquiry on human understanding, sec. I, vol. IV, p. 9; Trea
tise, lib. I, parte I, sec. 1, 2, etc.; lib. III, parte III, sec. 6. Los pasajes modélicos son inago
tables.
329. Nov. O r g lib. II, aph. XVI.
330. De Corpore, cap. VI. Opera Philosophica. Ed. de Molesworth, vol. I, p. 59.
331. Loe. eit., p. 66.
332. Opties, lib. III. Opera omnia. Ed. de S. Horsley. Reed. facsímil, F. Frommann,
Stuttgart, 1964, vol. IV, pp. 263-264.
defensas históricas que se pueden haber hecho del análisis, no tanto
porque la defensa la haga Newton, sino porque Newton identifica el
análisis con su modo de proceder en el estudio de la naturaleza, pro
duciéndose una asimilación entre inducción y análisis. Del análisis car
tesiano de las ideas hemos pasado al análisis newtoniano de los fenó
menos o realidades naturales, pero, en uno y otro caso, el análisis ha
mantenido la primacía metodológica.
En conclusión, el análisis fue el método por excelencia de la época,
con las excepciones normales de los matematicismos sintéticos. Y fue
un método que apenas se podía enseñar con reglas, sino que exigía
adiestrarse en él con la práctica, como vimos que Descartes decía que
hacía él con los problemas de las matemáticas. Expresa muy bien esta
situación la Lógica de Port-Royal, al afirmar que se trata de un método
«que consiste más en el juicio y en la destreza del espíritu, que en reglas
particulares»333.
La síntesis
333. L a Logique... IV, cap. II, p. 305. Prescindimos aquí conscientemente de Kant, ya
que los conceptos de análisis y síntesis van a ser objeto por parte de él, en el período crí
tico, de una total remodelación. Sin embargo, cabría descubrir la presencia de la tradición
de estas dos formas metodológicas en el período precrítico. Por ejemplo, en la Dissertatio
del 70 § I, nota. AK, II, pp. 387-388.
formalista, dado que génesis de ideas y generación de realidades están
en correspondencia.
Que el proceder sintético era considerado como un cierto formalis
mo, se puede ver por el siguiente texto cartesiano:
336. Cf. L a Logique... IV, cap. II, pp. 299-300; cap. III, p. 306, etc.
337. Op. cit.y p. 306.
338. Optics, lib. III. Ed. cit., vol. IV, p. 264.
P re s e n ta c ió n : María Luisa de la Cámara .................................................................. 9
M É T O D O Y P E N SA M IE N T O E N LA M O D E R N ID A D 35
N o t a p r e l i m i n a r ...................................................................................................................... 35
O b s e r v a c ió n b i b l i o g r á f i c a .......................................................................... ...................... 36
I. N u e v o c o n t e x t o h i s t ó r i c o y p r o b l e m á t i c o .............................................. 37
D IO S Y E L P R O B L E M A D E L C R IT E R IO E N D E S C A R T E S 157
D E SC A R T E S Y LA G N O S E O L O G ÍA M O D E R N A 177
P r e n o ta n d o s b i o g r á f i c o s ............................................................................................ 177
L a p r e o c u p a c ió n m e t o d o ló g ic a : la s Reglas y el D iscurso ....................... 180
Las Meditationes de prima philosophia: p la n , c o n te n id o y sig n ific a d o 187
I m p o r ta n c ia , f u n c io n e s y c a r a c t e r e s d e la d u d a ........................................... 190
P r o c e s o d e d u d a ............................................................................................................. 193
R e fle x io n e s s o b r e el p r o c e s o d e d u d a y lo s e le m e n to s d e l m ism o . . 197
C a p ít u lo III: S e g u n d a m e d i t a c i ó n : e l cogito y l a n a t u r a l e z a d e l s u je
t o PENSANTE...................................................................................................................... 204
D e la d u d a a la p r im e r a c e r t e z a .............................................................................. 204
S e n tid o d e la p r im e r a v e r d a d c a r t e s i a n a .......................................................... 207
Cogito y cogitatio ........................................................................................................... 210
Cogito e i n t u i c i ó n ........................................................................................................... 216
El ego im p lic a d o en el cogito: su c o n o c im ie n t o y n a t u r a l e z a ............... 219
C a p ít u lo IV : T e r c e r a m e d it a c ió n : c r it e r io d e c e r t e z a y f u n c i ó n g n o -
SEOLÓGICA DE DIOS.......................................................................................................... 225
C a r á c t e r y c o n te n id o d e e s ta te r c e r a M e d it a c i ó n ......................................... 225
E l c r ite r io d e la c la r id a d y d istin c ió n . S u l i m i t a c i ó n ................................ 226
D io s y la e v i d e n c i a ........................................................................................................ 230
C o n o c im ie n t o e id e a s. L a id e a d e D i o s ............................................................. 237
V e r a c id a d d iv in a . F u n c ió n g n o s e o ló g ic a d e D i o s ......................................... 254
C a p ít u lo V : CUARTA MEDITACIÓN: EL PROBLEMA DEL ERROR Y LOS LÍMITES
DEL C O N O C E R ................................................................................................................... 265
L a c u a r ta M e d it a c ió n y el lu g a r m e t o d o l ó g ic o d e l tr a ta m ie n t o d e l
e r r o r ....................................................................................................................................... 265
J u i c i o , v e r d a d y v o l u n t a d ......................................................................................... 267
F u n d a m e n ta c ió n o n t o ló g ic a d e l e r r o r ................................................................ 268
E x p lic a c ió n a n t r o p o ló g ic a y g n o s e o ló g ic a d e l e r r o r ................................ 269
D io s y el e r r o r ......................................................................................... • ..................... 275
R e g la s p a r a e v ita r el e r r o r ......................................................................................... 276
S e n tid o d e la lim ita c ió n d el c o n o c e r h u m a n o en D e s c a r t e s ................. 277
C a p ít u lo V I: Q u in t a y s e x t a M e d it a c ió n : v a l o r d e l c o n o c i m i e n t o
SENSIBLE Y EXISTENCIA DE LAS REALIDADES MATERIALES................................ 279
P r in c ip a le s a p o r t a c io n e s d e la filo s o fía c a r te s ia n a en te o r ía d e l c o
n o c im ie n to ......................................................................................................................... 305
L o s p u n to s d é b ile s d e la g n o s e o lo g ía c a r t e s ia n a ........................................... 309
C a p ít u lo V III: E l d e s a r r o l l o d e l a g n o s e o l o g ía c a r t e s ia n a d e n t r o
DEL RACIONALISMO: ESPINOSA Y LEIBNIZ............................................................... 313
E s p in o s a y la su b o r d in a c ió n d e la g n o s e o lo g í a a la m e ta fís ic a o n to -
t e o l ó g i c a ............................................................................................................................... 313
D e s a r r o llo y m o d ific a c ió n d e lo s p la n t e a m ie n t o s c a r t e s ia n o s en
L e i b n i z ................................................................................................................................. 317
Bibliografía................................................................................................................................. 327
N o t a p r e l i m i n a r ...................................................................................................................... 329
1. E s p in o s a : b io g r a fía y p e rfil i n t e le c t u a l...................................................... 331
1 .1 . C o n t e x t o s o c ia l, p o lític o y r e l i g i o s o ............................................. 331
1 .2 . C o n t e x t o f il o s ó f i c o .................................................................................. 332
1 .3 . D a t o s b io g r á fic o s . O b r a s ....................................................................... 334
1 .4 . P e r s o n a lid a d in te le c tu a l y f ilo s ó f ic a .......................... * . ................... 336
2. L o s g r a d o s d e c o n o c i m i e n t o .......................................................................... 342
2 .1 . E l n ú m e r o d e g r a d o s o g é n e r o s d e c o n o c i m i e n t o ................ 342
2 .2 . El p r im e r g é n e r o d e c o n o c i m i e n t o ................................................ 346
2 .3 . E l s e g u n d o g é n e r o d e c o n o c i m i e n t o ............................................. 350
2 .4 . E l te r c e r g é n e r o d e c o n o c i m i e n t o ................................................... 355
3. E l m é to d o en E s p in o s a : E l m é t o d o en La reforma del entendi
miento ......................................................................................................................... 359
3 .1 . N e c e s id a d y se n tid o d el m é t o d o ..................................................... 359
3 .2 . E l m é t o d o en el D I E ............................................................................... 364
3 .3 . S e n tid o y c a r á c t e r d el m é t o d o en D I E .......................................... 378
4. E l g e o m e tr is m o c o m o m é t o d o y c o m o e s tilo d e p e n s a r en E s p i
n o s a : el m é to d o d e la Etica .............................................................................. 382
4 .1 . A s p e c t o s d el p r o b l e m a .......................................................................... 382
4 .2 . C o h e r e n c ia e n tre m é t o d o g e o m é t r ic o y s i s t e m a ................... 385
4 .3 . E l c a r á c t e r m o d é lic o d el s a b e r g e o m é t r i c o ............................... 389
4 .4 . C a r a c te r e s y e s tr u c t u r a d e l m é t o d o ................................................ 391
4 .5 . U n sist e m a g e o m é t r i c o .......................................................................... 397
4 .6 . G e o m e tr is m o y c o n o c im ie n t o d e r a z ó n ....................................... 402
4 .7 . L o s lím ite s d e l g e o m e t r i s m o .............................................................. 406
5. T e o ría d e la s id e a s e n E s p i n o s a .................................................................... 409
5 .1 . N o c ió n d e i d e a ........................................ .................* ............................... 410
5 .2 . Id e a s v e r d a d e r a s e id e a s a d e c u a d a s ................................................ 413
5 .3 . Id e a s i n a d e c u a d a s ..................................................................................... 422
5 .4 . Im a g in a c ió n e id e a s in a d e c u a d a s ...................................................... 425
5 .5 . L a id e a - e s e n c ia d e la m e n t e ................................................................. 427
6. L a s c a t e g o r ía s d e l p e n s a r e s p in o s is ta : c a t e g o r ía s f u n d a m e n ta le s . 431
6 .1 . C a r a c te r iz a c ió n g e n e r a l d el p e n s a r m e ta fís ic o e s p in o s is t a . 431
6 .2 . C a t e g o r ía s fu n d a m e n ta le s . P r o c e s o d e s c e n d e n t e ................... 434
6 .2 .1 . T o ta lid a d , in fin ito , D io s , s u s t a n c i a ................................... 435
6 .2 .2 . S u s t a n c ia , a tr ib u to s , m o d o s ................................................. 440
7. C a t e g o r í a s f u n c i o n a l e s ...................................................................................... 463
7 .1 . E l p r o c e s o ....................................................................................................... 463
7 .2 . El d e t e r n i n i s m o ........................................................................................ 467
7 .3 . E l p a r a le lis m o .............................................................................................. 474
7 .4 . Conatus ( c o n a t o ) ..................................................................................... 480
7.4.1. Conatus y e se n c ia .......................................................... 482
7.4.2. Conatus y virtus (virtu d ).............................................. 483
7.4.3. Aplicación del conatus al hombre............................... 484
III. Parte. Ética Y p o lít ic a ............................................................................... 489
8. Ética y felicidad...................................................................................... 489
8.1. Planteamiento general de la é tic a ........................................... 489
8.2. La virtud en la ética de Espinosa............................................. 491
8.3. El bien y el m al............................................................................ 494
8.4. L ib ertad ........................................................................................ 496
8.5. La felicidad................................................................................... 498
9. La política de E sp in osa........................................................................ 501
9.1. La política desde la filosofía de Espinosa. Presupuestos bá
sicos ................................................................................................ 501
9.2. La situación de «derecho natural» y la necesidad del estado
p olítico........................................................................................... 505
9.3. Del estado natural al estado civil: el pacto............................ 506
9.4. El estado civil (Imperium)......................................................... 507
9.5. Democracia................................................................................... 508
9.6. Límites del absolutismo: libertades inalienables.................. 509
Bibliografía......................................... ....................................................... 511