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El Negocio Jurídico Laboral. Enrique Arias Gibert.

El nacimiento del derecho.

El hombre se constituye en la praxis social, en las costumbres.


Las relaciones entre hombres necesitaron siempre una coordinación, un
compartir, sin el cual la supervivencia hubiera sido imposible.
Existieron siempre conductas esperables de los demás miembros de la
comunidad, fuera de las cuales el lazo de la solidaridad se rompía.

Esta expectativa de cooperación se reforzó en mitos y tabúes que


ni aún el líder de la horda podía violentar. Pero en esta sociedad
primitiva, en la medida que las normas de conducta estaban
directamente vinculadas a la supervivencia del grupo, tampoco existía
razón alguna para su violación.

En esta primera etapa el pensamiento necesita encontrar


explicaciones mágicas a través de los mitos que justifican los tabúes.
Era necesario dominar una naturaleza demasiado indómita y la
explicación fue otorgarle un ánima. De este proceso tampoco estuvo
exenta la explicación de las propias prácticas sociales.

En este sentido, la mistificación encuentra su origen en la


necesidad de dar una explicación satisfactoria. El conocimiento es
también un proceso histórico que se reproduce a partir de su negación.
Lo que es inadmisible es el residuo del pensamiento mágico más allá de
las condiciones históricas que le dan justificación.

La evolución del derecho es consecuencia de la negación de las


condiciones de producción del comunismo primitivo y su trance a la
división social del trabajo. Toda la teoría y todas las prácticas sociales
tienen por objeto definir y justificar las desigualdades existentes en una
sociedad dada. El derecho como práctica social y como teoría no es una
excepción a ello.

Pero el derecho no se reduce a la mera coerción. El derecho tras


la división social del trabajo es la resultante de la lucha de clases. El
derecho es un compromiso que opera en el marco de la hegemonía, es la
síntesis histórica de una lucha de clases.

En este sentido el derecho, entendido como conductas esperadas


coercibles, es un instrumento ideológico de dominación. Como tal, no es
la instancia fundante de la legitimación sino que a su vez él mismo
necesita ser legitimado. El derecho no se encuentra localizado en el
Estado sino que es el punto de intersección entre la Sociedad Civil y el
Estado.

El paso del derecho de mera práctica social a sistema no se


produce en el momento (si se quiere ideal) en el que todo el poder se
encuentra concentrado en una persona o grupo sino en el momento en
que entra en acción la lucha entre clases o estamentos.

El derecho como sistema actúa siempre como contrapoder. La


sistematización del derecho en normas jurídicas implica la existencia de
contrapoderes en la sociedad que constriñen al dominante a limitar su
arbitrio para sostener el poder. No era Juan sin Tierra quien necesitaba
la Carta Magna sino los barones. Quienes detentan el poder no
necesitan de la codificación, les basta con la fuerza, sea la espada del
señor feudal, sea el poder sobre la subsistencia de los sujetos de la
clase trabajadora que detenta el empresario capitalista.

El poder de un hombre sobre otro puede basarse en la mera


coacción, en el ejercicio directo de la fuerza, pero en la medida que el
poder sin legitimación, reducido a la nuda fuerza, no puede sostenerse,
resulta menester asegurar un “consensus”.

El poder de un hombre sobre otro nace de necesidades históricas


(v.gr. las necesidades de coordinación en actividades colectivas como la
caza) en las que era conveniente seguir, para la supervivencia del grupo,
las directivas del individuo con mayor liderazgo o experiencia.

El hombre primitivo sancionó estas conductas históricamente


necesarias bajo la forma del mito. La forma mítica de pensamiento se
caracteriza por la sacralización de las relaciones a las que se refiere y
por su ahistoricidad, por la negación de las condiciones históricas de
necesidad que hicieron adoptar una determinada formación social.

El poder se genera en primer término dentro del mismo grupo


social. La idea de que el poder es consecuencia de las guerras y la
reducción a la esclavitud parece no hacerse cargo de que estos hechos
son consecuencia del paso a un modo de producción agrícola. Con
anterioridad al descubrimiento de la agricultura no tenía sentido la
reducción a la esclavitud.

Desde la afincación de una sociedad como consecuencia del paso


al modo de producción agrícola pueden ser advertidos dos impulsos
centrales que van a constituir la historia de la civilización: a) la
apropiación del excedente social por personas determinadas o grupo de
ellas; b) la necesidad del grupo por defender el espacio territorial y
expandirlo (funciones militares) y la del grupo dominante para asegurar
la perpetuidad de las relaciones de subordinación (funciones policiales).
Estos dos impulsos han actuado a lo largo de la historia como lógicas
distintas y en perpetua contradicción pero, precisamente por ello, uno
ha sido la condición de la supervivencia del otro.1

La posibilidad de la apropiación del excedente encuentra su


justificación histórica en la lógica territorial. Es condición de
subsistencia de una sociedad agrícola la segregación de un estamento
militar especializado con saberes técnicos adecuados para enfrentar la
invasión de hordas predadoras. A su vez, un estamento militar no
puede ser segregado sin que exista la posibilidad de apropiación por
parte de éste de los excedentes sociales generados por los productores
directos.

Las condiciones de desigualdad en el aprovechamiento del


producto social generan, de por sí, conflictos en el interior de la
sociedad que son mediados a partir de los mitos jurídicos. Cualquier

1
ARRIGHI, Giovanni, El largo siglo XX, editorial Akal, 2000, da cuenta de la importancia de la
existencia de Estados que funcionen en base a la lógica territorial como condición de la forma capitalista
de producción.
tipo de conocimiento social parte, precisamente, de la determinación de
las condiciones de desigualdad consiguientes a la división social del
trabajo y a su justificación. La división social del trabajo presupone la
división de la sociedad en clases y con ella la aparición del conflicto
entre ellas. Aquí se constituye el derecho.

Se deben precisar dos cosas: a) la necesidad misma de la


mistificación de las relaciones de poder es una concesión y un
reconocimiento de la fuerza de los subordinados, es en consecuencia un
aparato ideológico del Estado y no un aparato coercitivo del Estado, es
tarea de los sacerdotes y no de la casta militar, a la cual corresponden
las funciones militares y policiales; b) el mito no es producto del
cinismo de los sacerdotes y militares y de la estupidez de los
productores directos sino expresión de una concreta necesidad
histórica.

El derecho aparece entonces en un primer momento como


mistificación del poder que a su vez lo atribuye al detentador y lo
legitima. La necesidad de legitimación es consecuencia de la división
social de trabajo y la existencia de clases. Las clases, por otra parte,
desde su aparición, se manifiestan en la lucha de clases, que es
consustancial a la aparición de ellas.

El segundo momento del derecho es el de la regulación del poder.


La regulación del poder es consecuencia directa de la lucha de clases
(explícita o no). En tal sentido, el derecho es también contrapoder. El
derecho como regulación del poder es resultado de la conciencia de sí
de las clases o grupos dominados pues quien tiene el poder no necesita
el derecho. En general, podemos decir que existe el derecho en el tiempo
en que la clase desarrolla una conciencia para sí (y en ese momento
pasa a ser hegemónica) en la que la lucha ya no es por la regulación de
las relaciones de dominación sino directamente por su supresión.

El derecho es una técnica de dominación, es cierto, en la medida


que es la resultante de las relaciones de poder existentes en una
sociedad dada, pero es al mismo tiempo una técnica de regulación del
poder. Existe regulación del derecho cuando el subalterno tiene fuerza
suficiente como para limitar el poder, pero aún no es capaz de romper
las relaciones de dominación. El derecho sólo puede existir en el espacio
entre la aparición del agente con conciencia de sí (y entonces es capaz
de luchar por el derecho que se prefigura) y el momento en que es capaz
de generar la conciencia para sí (afianza la libertad eliminando la
relación misma de dominación).

Vuelvo a Gramsci: “… en las revoluciones contra los estados


absolutos existía ya como costumbre (y como aspiración) una gran parte
de aquello que después llegó a ser derecho obligatorio; fue con el
nacimiento y desarrollo de las desigualdades que el carácter obligatorio
del derecho fue aumentando, así como fue aumentando la zona de
intervención estatal y de la obligatoriedad jurídica. Pero en esta segunda
fase, aún afirmando que el conformismo debe ser libre y espontáneo, se
trata de algo muy diferente: se trata de reprimir y sofocar un derecho
naciente y no de conformar”.2

Una de las características de la historia del derecho moderno es la


permanente lucha de las clases dominadas por alterar la regulación
jurídica en su beneficio. La segunda característica es que las clases que
pretenden convertirse en hegemónicas han necesitado prefigurar el
modo de producción característico en las formas jurídicas antes de que
efectivamente pudieran constituirse en verdaderamente hegemónicas.
Un modo de producción no puede desarrollarse completamente si antes
no crea las formas jurídicas que hagan posible su extensión hasta
convertirse en modo de producción de la sociedad toda.

El modo de producción determina el modo de distribución, pero a


su vez éste también determina la producción. Y la distribución e
intercambio dependen de las relaciones jurídicas, de la determinación
de una ley que le es impuesta también al régimen de producción. Un
modo de producción no puede afianzarse si no genera (y es generado a

2
GRAMSCI, Antonio, op. Cit., cuaderno 5, página 44 bis, id. versión castellana, páginas 83 y 84.
su vez por) un régimen de distribución e intercambio adecuado al
modelo.

Así, los burgueses, no pudieron afianzar el modo capitalista hasta


no generar un nuevo derecho (para lo que les sirvió la invención del
derecho romano)3.

Las clases o estratos inferiores, al menos desde la edad media


europea, han luchado por formas de regulación jurídica en la que la
igualdad (económica y jurídica) sea reconocida a todos los seres
humanos. Ello es el origen del pensamiento utópico. Pero su utopía no
reside en el objetivo a alcanzar, sino en la falta de indicación de los
medios para alcanzar el objetivo4.

Las revoluciones socialistas históricas del siglo XX, por el


contrario, no fueron la consecuencia de un desarrollo final del
capitalismo, sino que ocurrieron en países relativamente atrasados y, si
bien el componente obrero fue de radical importancia, el triunfo sólo
pudo ser obtenido mediante una alianza de clases de los sectores
desposeídos. La revolución rusa de 1917 ocurre en un país claramente
semifeudal (si bien la revuelta de Petrogrado fue la causa eficiente) en la
que las revueltas campesinas fueron condición necesaria del triunfo.
Otro tanto ocurrió en China, Vietnam y Cuba. Los desposeídos
adquieren la conciencia de sí en la práctica y la conciencia de su poder
(también de sus límites) se forja en la lucha.

3
Hablo de reinvención y no de redescubrimiento pues el derecho romano de fines de la edad media y
comienzos de la edad moderna simplemente toma los nombres fundamentales del derecho romano con un
contenido totalmente diverso. Basta remitirse a los conceptos de contrato, obligación, acción, e incluso
los derechos reales para advertir que este “redescubrimiento“ tenía una función de clase militante y
deconstructiva del modo de producción feudal. Tampoco puede hablarse de evolución ya que el derecho
de la edad media era un derecho de costumbres. Precisamente, en la medida que una costumbre era
prevalente en razón de su antigüedad se necesitó presentar el nuevo derecho de la burguesía como un
derecho aún más antiguo.
4
Gran parte de la historiografía marxista ha sobreestimado el papel de la estructura o de las “condiciones
objetivas” del cambio social. En tal sentido, se han analizado las luchas de clases de etapas pretéritas
como expectativas condenadas históricamente al fracaso desde las mismas condiciones objetivas pues una
sociedad sin clases sólo podría provenir como superación del modo de producción capitalista. Esta
condena histórica casi determinista (que si bien puede estar larvada en Marx sólo se expresa en los
historiadores del llamado materialismo soviético y en los estructuralistas) tenía como correlato un
optimismo también casi determinista respecto del papel de la clase obrera como sepulturera del
capitalismo.
La lucha de clases en el esclavismo se expresa, luego de las
grandes revueltas de esclavos durante finales de la república, mediante
las fugas y las revueltas que lograron en primer término la regulación
de las condiciones de la esclavitud en el mismo derecho romano
imperial y, en segundo término situaciones de revuelta que provocaban
el horror de San Agustín y, en definitiva, propulsaron la caída del
imperio romano, pues era la misma clase dominante romana quien
llamaba a los bárbaros para establecer una nueva alianza de clase
contra el nuevo contendor social formado por los hombres libres
pauperizados (colonii) y los esclavos colocados.

En el más temprano capitalismo, en Florencia en 1378, una


rebelión proletaria se hace con el poder en la ciudad. La cooptación de
los dirigentes del movimiento determinó su aplastamiento y la
consolidación de la dinastía de los Médicis 5. En todos estos movimientos
las condiciones objetivas del triunfo existían (de hecho, se obtuvo la
victoria) pero el fracaso debe atribuirse a la falta de prefiguración de un
nuevo modo de ser de la sociedad en la que los subordinados obtienen
el triunfo.

5
Se podría argüir que esta producción en talleres con una maquinaria artesanal (no
obstante que emplearan a cientos de telares y obreros) no corresponde aún al modo de
producción capitalista. Es cierto que en este período el capitalismo aún no había
producido la sociedad en general (la mercancía como relación social predominante),
pero en este proceso de producción (como en el actual trabajo de los “talleristas” de la
industria de la confección) ya existe la subsunción formal del trabajo en el capital. Al
respecto, Carlos Marx, El Capital, Libro I Capítulo VI (inédito), editorial siglo XXI,
México, 1997, páginas 54/72: “El proceso de trabajo se subsume en el capital (es su
propio proceso) y el capitalista se ubica en él como dirigente, conductor; para éste es
al mismo tiempo, de manera directa, un proceso de explotación de un trabajo ajeno.
Es esto a lo que denomino subsunción formal del trabajo en el capital. Es la forma
general de todo proceso capitalista de producción, pero es a la vez una forma
particular respecto al modo de producción específicamente capitalista, desarrollado,
ya que la última incluye a la primera, pero la primera no incluye necesariamente a la
segunda”. “Con anterioridad al proceso de producción todos ellos se enfrentaban como
poseedores de mercancías y mantenían entre sí únicamente una relación monetaria;
dentro del proceso de producción se hacen frente como agentes personificados de los
factores que intervienen en este proceso: el capitalista como ‘capital’, el productor
directo como ‘trabajo’, y su relación está determinada por el trabajo como simple
factor del capital que se autovaloriza”. “El carácter distintivo de la subsunción formal
del trabajo en el capital se destaca, con la mayor claridad, mediante el cotejo con
situaciones en las cuales el capital ya existe desempeñando determinadas funciones
subordinadas, pero no aún en su función dominante, determinante de la forma social
general, en su condición de comprador directo de trabajo y apropiador directo del
proceso de producción”.
El capitalismo engendra su negación que es precisamente la clase
trabajadora. Sin embargo, es posible la producción de un nuevo ciclo en
el que la síntesis sea una forma nueva de capitalismo. Tal pareciera ser
lo sucedido en el traspaso de la hegemonía del capitalismo mundial del
Reino Unido a los Estados Unidos.

Por supuesto, en la medida que el sistema capitalista adopte una


nueva forma se producirán nuevas formas de lucha de clase pues la
contradicción se mantiene en otra escala y nivel superior, pero la
historia humana es también la consecuencia de actos voluntarios y no
sólo de la actuación de las fuerzas ciegas de la lógica interna de las
formaciones sociales.

Cada ciclo de capital se inicia con una inversión de capital en


función de la actividad productiva, cuando las utilidades se reducen por
efecto de la competencia el capital busca aplicarse en otras regiones
actuando como capital financiero, alcanzando así las dimensiones de
capitalismo global.

La acumulación del capital y el efecto de la competencia


redundaron en una disminución de la tasa de beneficios del capital
productivo que indujo a la migración del capital financiero tanto hacia
Nueva York como hacia la paz armada. La primera guerra mundial y,
con posterioridad, la crisis del ’29 cierran un ciclo en el cual el
capitalismo para sobrevivir adoptó la estrategia fordista taylorista y una
nueva ampliación del mercado en el interior de las sociedades
capitalistas mediante la adopción del New Deal y de políticas
Keynesianas.

Este cambio en el modo de producción torna predominante la


respuesta obrera hacia la construcción de las democracias sociales.
Bernstein y el economicismo parecieron hallar su confirmación en el
Estado de Bienestar.

Sin embargo, el ciclo americano revive el dilema de la disminución


de las tasas de ganancia en la actividad productiva aunado a un
conflicto social fundamentalmente encadenado a un reparto más
equitativo de los bienes y servicios que la sociedad podía producir. Ello,
unido al desplazamiento del mercado de capitales hacia el eurodolar
obligó a la decisión estratégica de la Reserva Federal en 1975 de
aumentar las tasas de interés más allá de su precio normal de mercado
iniciando una espiral de endeudamiento del Estado norteamericano. A
ello se aúnan los requerimientos monetarios para fines improductivos o
de fomento de la especulación efectuado por las dictaduras impuestas a
los pueblos de América Latina desde la Casa Blanca.

Mediante esta decisión estratégica se obtuvo: a) la migración del


capital productivo al capital financiero creando nuevamente la función
disciplinaria del desempleo; b) una contracción personal de los
mercados que ahora se centran en consumidores de alto nivel
adquisitivo; c) la realización de obras improductivas como la guerra de
las galaxias que altera el equilibrio bipolar llevando a la quiebra al
bloque soviético; d) combatir la migración del flujo de dinero hacia el
eurodolar.

En definitiva, el giro a la economía neoclásica de Tatcher y


Reagan fue el resultado de una decisión estratégica ya tomada por
Volker en 1975. La crisis del petróleo actuó como una cobertura
sobredramatizada del capitalismo mundial. Mediante esta decisión se
logró a un tiempo desarmar al contendor geopolítico y al contendor
social.

El fantasma del desempleo que asoló tanto las naciones


desarrolladas como las subdesarrolladas actuó como multiplicador y
acelerador de la nueva ideología. La base material sobre la que se
construye la nueva ideología burguesa que se exporta a las clases
dominadas puede sintetizarse del siguiente modo: a) Se introduce una
tasa de interés en los mercados internacionales superior a los
rendimientos generales de la actividad productiva; b) se inicia un
enorme endeudamiento por parte de los Estados Unidos y los países
sometidos a su hegemonía (en el cono sur fundamentalmente a través
de las dictaduras impuestas a los pueblos); c) la huida de los capitales
hacia la actividad financiera descomprime la situación social al
introducir el factor disciplinario del desempleo; d) al reducir el ámbito
personal de los mercados la actividad productiva se concentra en
productos altamente diferenciados que priorizan las modas y los
consumos suntuarios o de alta complejidad; e) se desactivan las
posibilidades de regulación de los estados al transferirse a éstos
actividades estratégicas de la economía;

Esta base material genera la ideología necesaria que sostiene al


sistema así implementado: el fantasma de la exclusión crea en las
clases sometidas la ideología de la salvación individual.

Toda esta ideología que fomenta la creencia en que los canales de


expresión política popular de nada sirven (fundamentalmente partidos
políticos y sindicatos) no hubieran tenido el éxito que obtuvieron
durante la década de los ’90 de no ser por la preexistencia de
estructuras burocráticas en éstos organismos que redujeron la
participación popular en el hacer colectivo, a la mera opción entre
candidatos propuestos por las propias estructuras burocráticas.

Y fue precisamente la opción de Bernstein la que hace esto


posible. Si el movimiento es todo y los fines son nada, si los dirigentes
sindicales son gestores de beneficios para sus afiliados (requiriendo, por
supuesto, la parte del gestor) y no órgano de clase, se produce la
cooptación. La historia tomó revancha de Bernstein e hizo realidad las
peores expectativas de Lenin.

En el cono sur de América Latina, las dictaduras genocidas se


dirigieron precisamente a eliminar físicamente a los agentes de los
movimientos antiburocráticos en el seno de las organizaciones
sindicales, políticas y estudiantiles. La generación de nuevos cuadros
fue lenta ante la imposibilidad de transmisión de las experiencias de
lucha de clases.

Para poder abordar adecuadamente las categorías de la


juridicidad resulta necesario ubicar adecuadamente el ámbito de la
juridicidad en el ámbito de la hegemonía ideológica, no en el de los
aparatos de coerción. El derecho es la piedra angular del imaginario
social que la burguesía crea para sí y para las clases dominadas. El
derecho es una promesa que no se cumple porque ello sólo será posible
en una sociedad distinta.

Como señalaba Thompson, más allá de las resoluciones


amañadas, mas allá del absoluto cinismo de los poderosos, el concepto
de imperio de la ley tiene en el imaginario social una fuerza
contrahegemónica que corresponde a los intelectuales orgánicos
desarrollar. El imperio de la ley es absolutamente contradictorio con
una sociedad que excluye y la exclusión es una necesidad orgánica del
capitalismo en cualquiera de sus formas o ciclos y, a su vez, el
capitalismo no puede dejar de formularla. Todos sus mejores esfuerzos
solo pueden tender a esterilizarla. La tarea de los juristas es fertilizarla.

Se podrá afirmar, y con razón, que sólo estamos hablando de


ideas, que pretendemos hacer cosas con palabras. Pero precisamente de
hacer cosas con palabras se trata cuando estamos en el ámbito de la
práctica ideológica. Es claro que el cambio social no se realiza con la
crítica jurídica, pero sin ésta, el cambio social es también mucho más
difícil.

El verdadero motor de la historia es la lucha de clases, el conflicto


entre quienes poseen el trabajo viviente y quienes se apropian de él. El
derecho es el instrumento ideológico de mediación en el conflicto de
clases6 que, al tiempo que esconde las contradicciones básicas
inherentes a todo sistema de dominación de un hombre sobre otro,
representa también la adquisición histórica de la conciencia de sí de las
clases dominadas.

Es en tal sentido que ningún derecho (subjetivo) se concede, se


conquista. Es que el derecho es una técnica de regulación del poder,
por eso los poderosos no necesitan derecho. En tal sentido, el derecho,
no obstante, su creación Estatal, al ser un instrumento ideológico actúa
dialécticamente como contrapoder.

6
En este sentido el derecho del trabajo es tan transaccional como los derechos reales.
La función científica del Derecho consiste precisamente en
develar las contradicciones y ocultamientos que se esconden en los
pliegues del sistema jurídico pues el fin del derecho es la regulación de
los poderes que pesan sobre el hombre, afianzar sus espacios de
libertad.

En la ciencia del derecho, precisamente por su función reguladora


se ha pretendido imponer una lectura meramente normativa y
ahistórica, olvidando que los hechos que nos entregan nuestros
sentidos, están preformados socialmente por el carácter histórico del
objeto percibido y por el carácter histórico del órgano que percibe.

Si el derecho tiene alguna razón de ser como estructura ideológica


es precisamente por esa necesidad de justicia que se genera
históricamente en cada sociedad. Si la desigualdad social es un
fenómeno universal que acompaña el desarrollo de las sociedades,
resulta necesario justificar la estructura jerárquica de la desigualdad.

Por ello, la función científica del derecho es necesariamente una


praxis revolucionaria que tiene las siguientes premisas:

1º El reconocimiento de la historicidad del derecho. Las


regulaciones son creación y recreación de sociedades históricas
determinadas.

2º La ciencia del derecho es necesariamente una reflexión sobre la


función ideológica del derecho y, como tal, debe producir el
develamiento de las relaciones de poder ocultas como naturales;

3º No es posible la aplicación del Derecho si no es mediante el


análisis de lo que significa dar a cada uno lo suyo. Si los beneficios
sociales no son asignables de modo natural, es necesario precisar bajo
qué condiciones es justa (históricamente justificada) una sociedad o
una norma. En definitiva, el problema de la justicia es el del reparto de
bienes y potestades sociales.
4º Las relaciones jurídicas no son más que abstracciones de
relaciones sociales. El análisis del derecho debe centrarse entonces
sobre las relaciones sociales mismas.

Por el contrario, la teoría tradicional, ha actuado reforzando la


función ideológica del derecho presentando a las normas fuera de su
historicidad. Es entonces cuando el análisis de normas, conductas e
instituciones jurídicas se presenta descarnado, encadenado lógicamente
a un precedente que se ancla en el vacío o, en el peor de los casos,
como la repetición ritual de precedentes históricamente determinados y
ahistóricamente repetidos. Si queremos hacer ciencia del derecho, debe
escucharse el derecho por el que los desposeídos luchan, no imponerlo
desde el afuera. Son los desocupados hoy los que nos señalan que son
trabajadores desocupados y no una clase distinta. Son ellos los que
denuncian, más claramente que cualquier manual, que el trabajador es
un trabajador colectivo, que la exclusión es un método de
disciplinamiento social.

Existe sociedad cuando hay producción y, correlativamente, no


existe producción que no sea social.

La producción en general, en tanto abstracción, posee notas o


determinaciones reales de la cosa: a) el sujeto que produce; b) el objeto
a ser trabajado (la naturaleza); c) el instrumento con el que se trabaja y;
d) la acumulación (el trabajo pasado u objetivado).

En la medida que “Toda producción es apropiación de la


naturaleza por parte del individuo en el seno y por intermedio de una
forma de sociedad determinada... es una tautología decir que la
propiedad (la apropiación) es una condición de la producción... una
apropiación que no se apropia de nada es una contradictio in subjecto ”.7

Desde que existe producción social ésta presupone y es


presupuesta por: a) la distribución; b) el intercambio y; c) el consumo.
Estos elementos se encuentran interrelacionados de tal modo que existe

7
MARX, Carlos, Introducción General a la Crítica de la Economía Política, en Contribución a la Crítica
de la Economía Política, Siglo XXI editores, México 1997, página 287.
una permenente influencia y determinación entre ellos y la producción
de tal manera que el modo de producción está intimamente ligado al
modo de distribución de los bienes producidos, al modo de intercambio
de los productos obtenidos por cada sujeto (sea este individual, la
familia o el clan) y al modo mismo de consumo de los bienes
producidos.

Sin embargo, sólo en los supuestos de autoconsumo la relación


entre consumo y producción se hace directa. La relación productor-
producto se halla, en general, mediada por la distribución y el
intercambio. En palabras de Marx, en la sociedad el retorno del objeto
(producto) al sujeto (productor-consumidor) depende de las relaciones
de éste con los otros individuos.

Entonces, el modo de distribución (momento político-jurídico)


determina el modo de producción (división social del trabajo y
organización del trabajo) que a su vez determina la distribución de los
productos entre los agentes. El concepto de ganancia sólo tiene sentido
en un modo de distribución determinado.

La producción es consecuencia de la necesidad del sujeto y se


produce para el consumo del sujeto. El sujeto que produce lo hace
sobre un sustrato que necesariamente viene dado (la naturaleza o el
estado de la ciencia) y que configura el objeto del trabajo. Para hacerlo
utiliza un instrumento (una azada, un saber hacer o una teoría). El
resultado es el producto (harina o una tesis).

De esta manera podemos graficar la situación de este modo:

Necesidad/consumo

Producto

Sujeto Instrumento

Objeto
Es el sujeto social quien necesita consumir e inicia el circuito
productivo. En las sociedades primitivas el sujeto necesitado es el
sujeto que produce y sacia su necesidad mediante el consumo del
producto. La división social del trabajo presupone la existencia de
excedentes del producto social que permitan segregar un estamento que
no sea productor directo.

En la base misma del sistema de producción se encuentra la


opción político-jurídica: La imposición de un sistema de distribución en
el seno de una sociedad. Esta distribución va a determinar la
organización social del trabajo e incluso los contenidos materiales y
tecnológicos de la producción. Los romanos conocieron y desarrollaron
modelos de molino de agua, tal como lo señalan los escritores
agraristas, pero su desarrollo no era esencial para el modelo de
distribución y producción del imperio romano.

Toda forma de apropiación del trabajo humano requiere violencia


sobre quien posee la capacidad de trabajo. Es necesario separar al
trabajo de su forma natural (trabajo para sí, productor de valor de uso),
para apropiar el excedente. Esta apropiación tiene como presupuesto la
propiedad privada (expresada en privación de propiedad) de los valores
de uso.

La forma jurídica de la hegemonía se encuentra condensada en la


personalidad jurídica. Los sistemas jurídicos emanados del modo
histórico de producción y el modo de producción mismo
(unilateralmente considerado) se han construido teniendo en cuenta esa
primera distribución político-jurídica que se expresa en la personalidad
jurídica.

En el derecho antiguo, hasta Hobbes, los seres humanos no eran


personas, tenían una persona. Una persona que era acordada conforme
el status. La persona es lo que suena a través de, la máscara del
antiguo teatro que permitía ser un personaje de la obra. El paso al
derecho moderno se constituye en el paso del “habere personam” al
“essere persona”.
Esta persona que era acordada a quienes, de un modo u otro, son
los sujetos dominantes de la sociedad, consagra la división esencial
entre el sujeto del consumo y el sujeto productor de bienes. El bloque
dominante es quien tiene la persona. A su vez, en el ámbito productivo
se segrega al productor de la naturaleza (u objeto) y del instrumento
(trabajo social objetivado) de modo parcial o total.

En tal sentido el sistema productivo está determinado por el


beneficio e intereses de los sectores dominantes (quienes son personas),
pero a su vez las relaciones de dominación son engendradas por las
relaciones de dominio que emergen del sistema productivo. En una
sociedad de castas la especialización de los guerreros hace que pongan
en el mercado la seguridad de los agricultores como producto específico
de la casta. Claro que en las sociedades históricas reales la opción entre
cañones y mantequilla puesta en el mercado determina siempre que
quien tiene los cañones se quede con la mantequilla.

En la Carta Magna, de 1215, no se reclama la libertad


ambulatoria o de comercio sino los límites al poder real en materia de
tributación. Los barones no necesitaban reivindicar un mercado pues
su “libertad de mercado” hacía al modo de producción feudal. Ellos
producían seguridad y la vendían al precio de corveas, tributos directos,
peajes. La libertad que buscan es la que logra evitar que la intromisión
del Estado (rey) participe en su mercado mediante la apropiación de
excedentes sin su consentimiento.

La persona jurídica era la cualidad o capacidad conferida al


individuo por su participación en un status. Incluso, de participar de
varias cualidades podía ostentar varias personas diferentes.

Quienes gozaban del status adecuado, los barones del reino, si


impulsaron la tecnología y la producción, no lo hicieron por una ley
social que eleve la producción social a niveles superiores (de hecho, el
progreso técnico y productivo acelerado es casi una peculiariedad de
Europa Occidental), lo hicieron para aumentar sus ganancias como
clase. El ejemplo del molino de agua es un caso sintomático. Ya hemos
dicho que éste fue descubierto por los romanos, pero no lo consideraron
necesario para el desarrollo de sus relaciones sociales. El molino de
agua en la media Edad Media tampoco era un instrumento que
acreciera la productividad. Para que éste rindiera sus frutos era
necesaria una economía de escala que en ese entonces en Europa no
existía. A su vez, para los productores directos alejados, los riesgos de
la travesía y el tiempo de la expedición tornaba más económico la
utilización del molino de mano y, en el caso de campesinos ricos, el
molino de sangre.

Precisamente gran parte de las revueltas campesinas en Alemania


están relacionadas con la imposición de la molienda en el molino del
agua del señorío y la existencia de verdaderas expediciones punitivas
destinadas a destruir los molinos de mano y de sangre. La posesión de
estos instrumentos fue incluso considerada delito grave. Es que el
molino de agua, tras el retroceso de la esclavitud era el medio de
obtener recursos para el señorío. Lo mismo puede decirse de la
restauración del comercio. Claro que al favorecer la existencia de
núcleos urbanos y del comercio los nobles estaban preparando el
advenimiento de su contendor social: La burguesía.

Y la burguesía es quien puja por ese cambio del tener una


persona jurídica emanada del status a la persona jurídica
correspondiente al ser humano como tal. El cambio fundamental en el
sistema de distribución está dado en el sujeto: En quien ostenta la
personalidad jurídica. Pero el cambio en el sujeto no es un simple
cambio de capacidades para estar a derecho. El cambio del sujeto
trastorna totalmente el modo de producción pues altera el modo de
distribución.

Cuando el sujeto cambia, cambia también el modo de apropiación


de los excedentes admitidos en una sociedad, cambia la producción
intelectual y artística, cambia el sentido mismo de la producción y,
consecuentemente, la organización del trabajo social.
Pero desde el nacimiento de la burguesía hasta el momento en
que se convierte en la clase dominante, pasaron tiempos de lucha
ideológica permanente que se cristaliza en las revoluciones de 1640,
1688 y 1789.

No son los contenidos del derecho los que determinan el sujeto


sino el sujeto que determina los contenidos. El nuevo derecho de clase
presupone otras condiciones de mercado (la exclusión de la seguridad
como producto), la habilitación de la personalidad con independencia
del status, el cambio de los contenidos de la obligación, la creación de
una ley única formalmente aplicable a todos, etc.

Sin embargo, el derecho burgués es también un derecho de clase


y, como tal, requiere la exclusión de la ciudadanía, de la personalidad
jurídica a la mayor parte de la población. Del mismo modo que la
libertad era considerada por el derecho feudal una prerrogativa del
señorío, el burgués necesita esa libertad como prerrogativa y la
encuentra en el ámbito de lo doméstico.

El derecho y la libertad rigen lo público, pero no el ámbito del


hogar, que para el inglés (burgués) es su castillo. Locke, en el segundo
tratado del gobierno civil ilustra bien el contenido de lo doméstico:
“Permítasenos considerar ahora al amo de una familia con todas sus
relaciones subordinadas de esposa, hijos, sirvientes y esclavos unidos
bajo la regla doméstica de una familia; con todo el parecido que pudiera
tener en su orden, oficios e incluso en su número con una pequeña
comunidad, se encuentra muy lejos de ella tanto en su Constitución,
Poderes y Fines; o, si puede ser pensado como una monarquía y al
Paterfamilia como un monarca absoluto en ella, un monarca absoluto con
un poder disminuido y corto”8.

Es en ese ámbito de lo doméstico donde la constitución halla su


límite, donde la personalidad halla su límite y se inviste del hipócrita
manto de la protección. Blackstone nos habla de la generosidad de las
leyes inglesas que, entendiendo que una familia no puede tener dos

8
Locke, John, Two Treatises of Government, ed. P. Laslett, página 323.
personas distintas pues en ella no hay intereses contrapuestos sino
uno, entiende natural dar la persona a quien por naturaleza es más
fuerte y hábil, el varón frente a la mujer. El varón cubre con su persona
jurídica a la mujer. Con más razón aún esta “protección” se extiende a
los menores e incluso a los mayores varones que, por falta de
habilidades deben requerir del Master el medio de subsistencia.

Toda clase social dominante hace pesar sus propios intereses


como los intereses generales de la sociedad. Pero es con el advenimiento
de la sociedad burguesa cuando se hace más necesario enmascarar el
carácter interesado de las “opciones neutras”.

En tal sentido debe destacarse que la burguesía no siempre fue


librecambista ni consideró al mercado como el instrumento ideal de
clase. La única característica constante fue la defensa y
acrecentamiento de la propiedad. La burguesía cuando necesito crear
los capitales fue corporativista y mercantilista (las grandes compañías
de indias con el apoyo del estado holandés, inglés o portugúes). Una vez
establecidas las diferencias abismales admitió la libre competencia.
Pero fue necesario esperar a 1776.

Para defender y acrecentar la propiedad fue necesario redefinir los


derechos reales, ahogando y destruyendo todas las formas de propiedad
comunal heredadas de las costumbres. “La órbita de la circulación o del
cambio de mercancías, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la compra
y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso
de los derechos del hombre. Dentro de estos linderos, sólo reinan la
libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. La libertad pues el
comprador y el vendedor de una mercancía, v.gr., la fuerza de trabajo, no
obedecen a más ley que su propia voluntad. Contratan como hombres
libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado final en que sus
voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues
compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de
mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues
cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y
Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su
interés. La única fuerza que los une y los pone en relación es la fuerza
del egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado.
Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de sí y ninguno
de los demás, contribuyen todos ellos, gracias a una armonía
preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia
omniastuta, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia
colectiva, de su interés social”9.

Frente a esta aparente libertad para entrar en el contrato, “La


segunda condición esencial que ha de darse para que el poseedor de
dinero encuentre en el mercado la fuerza de trabajo como una mercancía,
es que su poseedor, no pudiendo vender mercancías en que su trabajo se
materialice, se vea obligado a vender como una mercancía su propia
fuerza de trabajo ... Para convertir el dinero en capital, el poseedor del
dinero tiene, pues, que encontrarse en el mercado con el obrero libre; libre
en un doble sentido, pues de una parte ha de poder disponer libremente
de su fuerza de trabajo como de su propia mercancía, y de otra parte, no
ha de tener otras mercancías que poner en venta; ha de hallarse, pues,
suelto, escotero y libre de todos los objetos necesarios para realizar por
cuenta propia su fuerza de trabajo”10.

La exclusión de los bienes necesarios de una parte de la sociedad,


no constituye un error de funcionamiento del sistema sino la condición
misma de existencia del sistema capitalista. La acumulación sólo es
posible en la medida que exista apropiación del producto de la fuerza de
trabajo. La particularidad del sistema capitalista de acumulación
requiere que exista la menor cantidad posible de restricciones para la
captación de la mano de obra.

En tal sentido, si le interesa la libertad, es en la medida que no


existan limitaciones para la captación de la mano de obra. La esclavitud
o las formas feudales de producción mantienen cautiva la mano de obra
impidiendo la captación de las masas necesarias para la producción.
9
Carlos MARX, El Capital, páginas 128 y 129.
10
Op.cit., página 122.
Cuando se habla de libertad desde el horizonte capitalista, no se
pretende proteger la libertad del hombre (en tanto posibilidad de
hacerse a si mismo), sino que se encuentre libre para ser captado, no
vinculado a otro empresario capitalista.

El derecho emergente de la Revolución Francesa fue, en este


sentido, paradigmático. Operando en el marco de la declaración de los
derechos del hombre, el trabajador es considerado persona, pero su
modo de existencia, regulado en el contrato de locación de servicios
vinculada a la locatio servis del derecho romano carga con el
presupuesto ideológico de la falta de personalidad de quien entrega el
servicio (en la locatio servis uno de los contratantes se comprometía a
arrendar un esclavo por un tiempo u obra determinado).

Consecuentemente, la locación de servicios no puede ser


constituida sino a tiempo para una empresa específica. En esta
temporalidad de la vinculación la conciencia burguesa pretende
restaurar el universal ciudadano, pretende diferenciarse así de la
esclavitud y de la servidumbre. El derecho burgués no puede
constituirse sino a través de la negación de la personalidad del sujeto
que trabaja y la expresión de la personalidad bajo la forma abstracta del
ente capaz de adquirir derechos o contraer obligaciones.

El artículo 1781 del Código Napoleón, por su parte, establecía que


en caso de discusión respecto del monto del salario el empleador debe
ser creído sobre su sola afirmación. Para complementar, la ley del 22
Germinal del año XI crea la libreta obrera, sin la cual la policía podía
considerar vagabundo a quien careciera de medios de producción.

De modo similar Vélez Sarsfield establece en el artículo 1624: “El


servicio de las personas de uno y otro sexo que se conchavaren para
servicio doméstico será juzgado por las ordenanzas municipales o
policiales de cada pueblo. Serán también juzgadas por las disposiciones
especiales, las relaciones entre artesanos y aprendices, y entre los
maestros y discípulos…”.
La exclusión de los trabajadores como sujetos de derecho es lo
que permite comprender el artículo 910 cuyo contenido, de aplicarse
también a éstos, determina por sí la ruina del modo capitalista de
producción: “Nadie puede obligar a otro a hacer alguna cosa, o restringir
su libertad, sin haberse constituido un derecho especial al efecto”. En
términos concretos, este artículo se da de bruces con los poderes de
organización y dirección que el legislador constituye en cabeza del
empleador.

El momento ideológico fundamental del derecho burgués, sin


embargo, es la consideración del derecho real como una relación entre
las personas y las cosas, no como una relación social de exclusión. A su
vez, la misma relación de producción es cosificada, al punto que se
hacen emanar los poderes exorbitantes del empleador (dirección,
organización y disciplina) del derecho de propiedad sobre las cosas.

La apropiación de la fuerza de trabajo se manifiesta en la


diferencia entre el producto del trabajo y el precio pagado para la
adquisición de la fuerza de trabajo necesaria para la producción de la
mercancía. “El valor de la fuerza de trabajo, como el de toda otra
mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario para la
producción incluyendo, por tanto, la reproducción de este artículo
específico. Considerada como valor, la fuerza de trabajo no representa
más que una determinada cantidad de trabajo social medio
materializado en ella. La fuerza de trabajo sólo existe como actitud del
ser viviente. Su producción presupone, por tanto, la existencia de éste. Y,
partiendo del supuesto de la existencia del individuo, la producción de la
fuerza de trabajo consiste en la reproducción o conservación de aquél”11.

Ahora bien, “... el volumen de las necesidades naturales, así como


el modo de satisfacerlas, son de suyo un producto histórico que depende,
por tanto, en gran parte, del nivel de cultura de un país y, sobre todo,
entre otras cosas de las condiciones, los hábitos y las exigencias con que
se haya formado la clase de los obreros libres. A diferencia de las otras

11
Op. cit., página 124.
mercancías, la valoración de la fuerza de trabajo encierra, pues, un
elemento histórico moral. Sin embargo, en un país y en una época
determinados, la suma media de los medios de vida necesarios
constituye un factor fijo”12.

Este elemento histórico moral es precisamente la resultante de la


lucha de clases. Y fue contra este elemento histórico moral que se
desató sobre nuestro pueblo la más feroz dictadura genocida y la
coacción también genocida del desempleo y la precariedad.

El antagonista social de la burguesía, el proletariado, se


constituye inicialmente en la procura de un derecho nuevo, de un
capitalismo humanizado. Un sujeto de derecho universal presupone
una normativa de liberación. Por esa razón los derechos humanos no
son un catálogo, sino la expresión concreta del repudio a las relaciones
sociales de dominación sin justificación histórica.

Para alcanzar la cabal comprensión de los derechos humanos se


debe adoptar un conocimiento perspectivo, se debe realizar una
inversión en un doble sentido. En primer lugar, las relaciones sociales
deben ser miradas desde el lugar del excluido, del segregado. En
segundo lugar, un derecho humano solo puede ser reconocido desde su
ausencia en las relaciones sociales.

La libertad o el derecho solo pueden ser apreciados desde su


ausencia. Es la falta lo que denota la necesidad. Un derecho sin clases
prefigura siempre una sociedad sin clases. El derecho de todo hombre
es hacerse a sí mismo en el marco de una sociedad genuinamente
democrática.

12
Loc.cit.

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