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¿Cuál es tu nombre?

 
Era día de cosecha. Cansado, Miya se levantó de su cama para cumplir sus deberes como
parte de los cantos suaves, conocidos —como bien dice su nombre—por sus dulces voces
que hacían crecer sus cultivos. Al llegar al campo vio a varios de sus compañeros ya
trabajando, así que él comenzó a hacer lo mismo. 
Cerca del mediodía, Miya escuchó como algo caía cerca de donde él estaba; extrañado, fue
hacía el lugar donde se originó el ruido, encontrando así, algo que lo desconcertó por
completo. Allí, tirado sobre la tierra, se encontraba un joven de tez pálida y pelo negro
como el azabache: tenía una herida profunda en su brazo izquierdo. Iba vestido con ropa
típica del oriente y portaba una gran espada envainada en su cadera. En la mente de Miya
surgían miles de preguntas: «¿Qué hace este extranjero por estos lados?», «¿Por qué está
herido?», «¿Cómo es que llegó hasta este lugar con una herida como esa?». Intentando
calmarse, se acercó al extranjero, y se percató de que tenía fiebre bastante alta debido a la
herida de su brazo. Al final, decidió llevarlo a su casa para poder tratar su herida y fiebre,
ya que él tenía conocimientos de medicina. 
Al cabo de unas horas, el extranjero despertó confundido sin saber dónde estaba ni cómo
había llegado hasta allí. Por el rabillo del ojo, divisó a una figura moviéndose en la cocina,
para después dirigirse a donde él estaba.
—Veo que ya despertaste —le dijo una voz melodiosa.
—Así es, ¿quién eres?
Miya se presentó ante el extranjero, le explicó dónde estaba y en qué estado había llegado
hasta aquella aldea. Igualmente, le hizo incontables preguntas, a lo que el extranjero
respondió lo mejor que pudo.
—¿Por qué motivo has llegado a esta pequeña aldea?
El misterioso extranjero permaneció callado por unos minutos, meditando. 
—La aldea en donde nací y crecí está en crisis, el miedo gobierna a los aldeanos y todo es
gracias a una criatura que llegó hace unos meses; los guerreros hemos intentado derrotarlo
sin ningún éxito, todo ha sido en vano. Hasta hace unos días, los ancianos de la aldea
crearon una profecía para poder acabar con el terror: el elegido por la madre luna debería ir
a buscar al Salvador, el miembro con la voz más suave y dulce de la aldea de los cantos
suaves, este sería la persona que nos salvaría —explicó el extranjero—. El elegido por la
madre luna soy yo, y nuestro Salvador eres tú, Miya, antes de desmayarme en el campo,
escuché como cantabas, tu voz es hermosamente hipnotizadora, por favor, te lo ruego,
ayuda a mi aldea. 
Miya estaba completamente anonadado, definitivamente no se esperaba esa petición y
mucho menos sabía qué contestar. El extranjero se veía realmente desesperado, y si
rechazaba su petición, su aldea no tendría salvación; seguramente él se sentiría culpable por
el resto de su vida. Pero, por otro lado… ¿y si le pasaba algo? Sonaba algo peligroso, y
Miya no tenía ningún conocimiento sobre combate. 
Pero, el que no arriesga no gana, ¿no es así?
Al final, decidió ayudarlo a él y a su aldea, con la condición de partir cuando la herida del
extranjero esté mejorando, a lo que él accedió agradecido. 
Al cabo de una semana y media, la herida estaba mejorando y su brazo tenía mucha más
movilidad; así que partieron rumbo a la aldea del extranjero, probablemente llegarían en
unos tres días si mantenían su ritmo constante. 
Después de tres días de caminata, en la que sólo se detenían para comer y dormir, lograron
llegar a la aldea. Estaba sumida en una completa oscuridad y no veía ni un solo aldeano.
—Vamos, es por aquí —dijo el extranjero señalando hacia una montaña. 
Caminaron hacia la montaña, rumbo a la cima, en donde se encontraba aquella criatura del
mal. El extranjero iba adelante, mostrándole el camino a Miya, quien estaba un poco
asustado, pero no lo demostraba por no querer parecer un cobarde. 
Sin darse cuenta, llegaron a la cima de la montaña, en donde había una cueva.
—Allí está la criatura. ¡Vamos! 
Antes de poder entrar en la cueva, escucharon una especie de rugido lastimero que venía
desde la cueva, seguido de unos pasos que hacían retumbar el suelo. La criatura estaba
saliendo. El extranjero llevó su brazo a la espada en su cadera, adoptando una pose de
pelea, dispuesto a proteger con su vida al Salvador. 
Sin pensarlo, la criatura empezó a atacar sin piedad al extranjero, iniciando una pelea. Miya
no sabía cómo reaccionar, ellos se movían realmente rápido. «¿Qué hago?, ¿Lo ayudo?», se
preguntó. Y antes de que pudiera decidir, vio como el extranjero era vencido por aquella
criatura, dándole un golpe final que terminó por dejarlo en el piso. Miya se quedó
congelado, sin saber cómo reaccionar.
—Cántale —escuchó que le decía la voz carrasposa del extranjero.
¿Cantarle? ¿Por eso lo había llevado hasta allí? ¿Para cantarle a esa criatura? 
Bien, eso podía hacerlo. 
Antes de que el miedo lo consumiera y saliera corriendo despavorido debido al temible ser
que estaba frente suyo, comenzó a cantar una suave nana que le cantaba su madre cuando él
era pequeño; la criatura, al escucharlo se fue calmando paulatinamente hasta quedarse
sentado escuchando la melodiosa voz de aquel chico, y el extranjero, sintió como sus
heridas se sanaban mágicamente debido a su voz; ese era uno de los encantos ocultos de los
cantos suaves.
A través del canto, Miya logró que aquel ser abandonara aquella aldea, había sido un
Salvador. 
La aldea celebró su liberación durante cinco días seguidos, alabando a su Salvador Miya y
al extranjero por haberlo llevado hasta allí. 
—Por cierto, extranjero, se me olvidó preguntarte… ¿cuál es tu nombre?
El extranjero esbozó una sonrisa de medio lado, y contestó:
—¿Mi nombre? Te lo diré, en nuestra próxima aventura.

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