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La unánime noche: una teoría sobre

Borges

En su cuento Las ruinas circulares, Jorge Luis Borges escribió una oración que
suele citarse como prueba de oro de su genio literario. Es la que abre el cuento:
“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche [...]”. El adjetivo unánime empuja
a la admiración: es una elección muy particular, impredecible, ambigua, lírica. De
entrada, unánime eleva el cuento a un campo mítico. Pero no quiero hablar de sus
efectos (parecidos a los que ya exploré en otra columna), sino especular sobre su
origen, que también ilustra la vasta perspicacia de Borges.

La primera pista sobre su origen no es especulativa: la dio en una entrevista el


escritor y profesor Luis Harss, autor de Los nuestros. Harss cuenta que el
traductor con quien Borges trabajó mano a mano para sus versiones en inglés,
Norman Thomas di Giovanni, estaba en aprietos para traducir unánime. Es posible
que su equivalente natural, unanimous, le hubiera parecido poco convincente (y es
una lástima que los traductores posteriores de ese cuento se decantaran por
unanimous sin prestar buen oído ni rescatar los aciertos de Di Giovanni). Di
Giovanni pidió entonces el auxilio del autor. ¿Cómo lo traduzco? Para Borges, la
solución era sencilla, puesto que el adjetivo se había asomado a su cabeza,
primero, en inglés. Di Giovanni debía traducir unánime como all-encompassing:
the all-encompassing night.

No es extraño que la forma primitiva del adjetivo fuera inglesa. Borges, como dijo
en una entrevista, era sobre todo un lector de literatura en inglés; De Quincey,
Stevenson, Shaw y Chesterton conformaban su nómina de veneración; en su casa
de infancia el inglés fue una de las lenguas de la rutina; él la dominaba (con un
bello ejte argentino como muletilla) con espontaneidad de perfecto gaucho de
Westminster. Sus cuentos replican el tono y el tenor del inglés; su uso burlón del
adjetivo deplorable deriva posiblemente de esa lengua, no del español. De modo
que, al traducir el cuento al inglés, no se trataba de crear una versión nueva, sino
de restablecer la original.
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Borges ejecutó, entonces, una doble traducción al escribir unánime: la primera, de
la masa informe y oscura que es una intuición a la realidad concreta y eufónica del
inglés; la segunda, de su lengua literaria de gusto, el inglés, a su lengua de
escritura, impuesta por el destino: el español.

Pero el instinto natural de ningún traductor relacionaría unánime con all-


encompassing. Quizás haya que compadecer a los traductores de Borges que
apostaron por unanimous, puesto que ésa es, por su raíz latina y su significado
primario, la palabra más cercana a unánime y la que viene sin esfuerzo a la mente.
Pero que dos palabras compartan significado y raíz no implica que compartan
intención, que en este caso parece confusa. ¿Qué quería decir Borges con la noche
unánime? ¿Cómo llegó a esa elección? El adjetivo all-encompassing echa algunas
luces.

En inglés, el verbo encompass evoca el acto de incluir algo o de rodear o encerrar


algo por todos los costados. En español, equivaldría a incluir o abarcar. En ese
sentido, the all-encompassing night se diría en español, preservando las posiciones
de las palabras, la todo incluyente noche o la todo abarcadora noche. Ese orden es
deplorable. Así debió de parecerle a Borges, que tenía un oído exigente para los
adjetivos. Es preferible alterar la jerarquía, agregar un par de palabras,
transformar el adjetivo en verbo: la noche que todo lo incluye o la noche que todo
lo abarca.

Pero ese complemento de la frase que comienza con que, que expresa una
cualidad, puede ser reemplazado, sin perjuicio y con gran beneficio, por un
adjetivo: Borges profesaba un lenguaje preciso y medido, opuesto a la verborrea.
El complemento que todo lo incluye se resume en incluyente, que carece por
completo de atractivo: la noche incluyente desencanta al oído y decepciona a la
razón. De otro lado, que todo lo abarca cabe en el adjetivo abarcadora: la noche
abarcadora. Faltaría añadir que lo abarca todo, como matiza el adjetivo inglés con
naturalidad, pero en todo caso es una opción más decente que la primera.

La ensamblaré, entonces, en la oración: “Nadie lo vio desembarcar en la


abarcadora noche”. Después de tanto trajinar, la sonoridad viene a derrumbarlo
todo: la cacofonía entre desembarcar y abarcadora es abrumadora y abusiva.
Ambas evocan un barco, una nave enorme cuyo tartamudeo la empequeñece. ¿Y si
intercambio —debió de preguntarse Borges— el verbo desembarcar por atracar u
orillarse o descender? El primero pertenece a la jerga del mar, y este no es un
relato de marineros; el segundo recuerda una barca pero no el momento
consolador en que el viajante pone pie en tierra; el tercero es genérico.
Desembarcar, en cambio, evoca a la vez la nave y la acción de asentarse en esa
nueva orilla. No: desembarcar es el verbo necesario. Además, reemplazarlo no
acabaría con cierta incomodidad que persiste en abarcadora, cierto tropiezo de la
lengua y de la intención, que no termina de cumplirse porque, de nuevo, la noche
de the all-encompassing night lo abarca todo: las bestias del mar y las de la tierra,
las planicies y las montañas, los humanos y las piedras.

Esa night está en todas partes, repartida en cada una de las cosas terrestres: la
noche es todas ellas y ellas son la noche. Son una sola y misma cosa. Tienen una
misma alma. Borges debió de pensar, entonces, que all-encompassing no era un
adjetivo que describiera la capacidad de un objeto de abarcar o encerrar otro
objeto, sino de estar dentro de ese objeto, de ser uno con ese objeto, de replicarse
en él, de desdoblarse (quizás por eso ni circundante ni envolvente, otras dos
opciones plausibles, servían: seguían sin penetrar las cosas). Era más
conveniente, por lo tanto, perseguir un adjetivo que sustentara esa cualidad: una
noche que habita en las cosas.

La dificultad que propone Borges en este estadio de la traducción es fascinante.


Pasamos de una noche que emprende un ordinario acto físico (abarcar o rodear un
objeto) a otra que emprende un fantástico acto metafísico (habitar un objeto,
internarse en él). García Márquez decía que un escritor debía comprometerse,
antes que con la realidad política y social de su país, con las realidades de este
mundo y del otro. Borges prueba aquí su posición en la vanguardia de lo invisible.

Sin embargo, es posible que, al exigir tanto del español y de la realidad tangible,
Borges no hubiera encontrado el adjetivo que satisficiera todas sus urgencias.
Tuvo, entonces, que inventarlo. Pero el armamento verbal de Borges nunca fue tan
experimental como el de Joyce, que componía palabras mutantes con un prefijo de
aquí o un sufijo de allá, ni tan osado como el de Beckett, que le rapó al latín el
verbo vagitare para componer vagitate en inglés y calmar su sed por un verbo que
evocara, sin acudir a la modulación del adverbio, el discurrir sin sentido ni guía
del pensamiento. Borges era demasiado conservador (había desdeñado las
vanguardias con fastidio, después de haberlas practicado) para una deformación
de ese estilo, más aún en la oración de apertura de un cuento. De modo que
escarbó entre las palabras de costumbre en busca de alguna que, por su naturaleza
o por sus evocaciones, pudiera decir cuanto él quería decir.

Como la noche es una con las cosas, sería apropiado un adjetivo con la partícula
un a la cabeza, puesto que indica fusión, cierta homogeneidad, cierta armonía:
uniforme, unísono, unívoco, unión. Como, además, la noche y las cosas tienen una
sola y misma alma, la palabra ánima, de donde deriva alma, debió alumbrarse de
golpe en la exploración verbal de Borges, que tanto amaba aprender lenguas (en
su vejez se consagró al anglosajón con fervor). ¿Qué palabra podía acoplar la
unidad y el alma, el ánima, y pasar casi desapercibida, como si fuera una palabra
de todos los días, mientras al mismo tiempo elevaba aquella noche a una
dimensión fantástica? En el listado de las un en el diccionario aparece casi al
inicio: unánime.

Entre los significados registrados de unánime, ninguno se acerca al acto de rodear


o incluir o abarcar. Tampoco aparece el de ser una sola alma (mucho menos un
sólo soplo, como sugiere la raíz hermana en griego, ánemos). Unánime es el
adjetivo que describe la correspondencia entre varias opiniones o pareceres. Eso
es todo. Es un límite pobre. Los diccionarios desdeñan el juego. Borges debía
saberlo, y al escribir unánime creaba con toda voluntad una tensión entre la
palabra y su significado (inexistente en cualquiera de las pálidas opciones
anteriores) que es, en últimas, la base de toda su ambigüedad, de su feliz rareza.
Entonces Borges parece haber conseguido un tercer acto de traducción, único de
los escritores geniales: de su lengua de escritura a su lengua privada.

CODA

Aquí pueden leer Las ruinas circulares, un cuento mítico y bello. De otro lado, ¿qué
autor o autora recomiendan entre los latinoamericanos? Propongo dos: Antonio Di
Benedetto e Idea Vilariño.

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