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Resumen: En este trabajo se analiza, con humor incluido, la función lúdica del
lenguaje, la cual se hace entrar en dialéctica con la función referencial, en igualdad de
importancia con ella, aunque cognitivamente esta sea previa (Calvo 1994), de modo que
no se hace discriminación teórica entre lo que es puramente juego y solaz lingüístico del
chiste u otros estilos de humor y lo que es la literatura y la creación de mundos y
personajes a través de ella, tomando como ejemplo la obra humorística por
antonomasia: El Quijote. Y asumiendo que todo es materia de humor en cuanto estén
dispuestos a ello Emisor y Receptor y el Contexto les sea propicio.
El ventero, que como está dicho, era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de
la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes
razones, y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor (Cap. 3, 1ª
parte).
Nadie pone en duda que el lenguaje tiene mucho de serio y documental, pero
también mucho de cambiante y festivo. Por el lado serio, nos encontramos la lengua
referencial, esa con la que llamamos al pan, pan y al vino, vino (por ir ya rompiendo sus
esquemas). Es el uso sin extralimitación, sin metáforas ni metonimias, sin juegos de
aproximación y sin mezcla de otras voces o recuerdos (Ducrot 1972); en una palabra, el
uso utópico sin otro adobo que lo nutra de sangre nueva. La función principal del
lenguaje es la referencial; sin duda lo es, pero lo que decimos no puede ser puramente
referencial. Si a esa función se añaden otros despliegues (Bühler 1934) que lleven a una
segunda función, la expresiva, o a una doble apertura, expresiva centrada en el Emisor y
apelativa centrada en el Receptor (Jakobson 1960), sucederá lo mismo: será imposible
encontrarlas en su absoluta pureza. Lo mismo cabe decir en el recorrido inverso: no
todo puede ser construcción humorística en el lenguaje o encerrar juego de palabras
estricto, ya que sin el anclaje en la realidad desprovista de lo lúdico el lenguaje sería
pura entelequia, algo que ni siquiera alcanzaron, aunque lo persiguieran, los escritores
surrealistas y los partidarios de la escritura automática. Cuando el tristemente perdido
Federico García Lorca escribió su obra magna Poeta en Nueva York pretendió eludir
una realidad atroz que no deseaba, pero cayó en ella de bruces, y los tintes sombríos de
su pensamiento impregnaron sus versos por doquier:
Existen las montañas, lo sé. / Y los anteojos para la sabiduría, / lo sé. Pero yo no he
venido a ver el cielo. / He venido para ver la turbia sangre, / la sangre que lleva las
máquinas a las cataratas / y el espíritu a la lengua de la cobra.
1
Para comentarios pueden dirigirse a julio.calvo@academiaperuanadelalengua.org.
Todos los días se matan en New York / cuatro millones de patos, / cinco millones
de cerdos, / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, / un millón de vacas, / un
millón de corderos / y dos millones de gallos / que dejan los cielos hechos añicos.
Nadie podría evadirse sensatamente ante estas fuertes imágenes y, aunque algún
verso suene a otra dimensión, la función referencial queda expedita, a merced del lector.
Lo mismo sucede, ¿por qué no? en los versos imperecederos de César Vallejo:
Verano, ya me voy. Allá, en setiembre / tengo una rosa que te encargo mucho; / la
regarás de agua bendita todos / los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el mausoleo, / con luz de fe su mármol aletea, / levanta en
alto tu responso, y pide / a Dios que siga para siempre muerta. / Todo ha de ser ya tarde;
/ y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Igualmente se expanden merced del lector. El día que leí el poema del que estas
estrofas forman parte, yo estaba alegre y seguramente continué estándolo rato después,
pero sentí la angustia de la nada, la premonición del futuro inacabable y la nostalgia de
haber vivido un sueño efímero. En eso consistió la función poética para mí (entre otros
aspectos), en estrecha concomitancia con quien tuvo la decencia de hablarme de ese
modo en un momento justamente inadecuado. Y es que el humor suaviza y dulcifica los
mensajes, pero también reaviva o exalta al Receptor, una realidad de doble cara en que
se involucra a fondo la Retórica.
Las evocaciones personales ya quedan a la interpretación de cada uno, al lector
que completa la función estética o poética: la cuarta función del lenguaje según los
praguenses. Estos, con Mukařovský a la cabeza, dieron tanta importancia a la función
poética jakobsoniana, que desgajaron de la lingüística la función estilística y la
constituyeron como parte integrante de la Semiología. De ese modo, en el transcurso de
unos pocos años, la Semiótica, otro de los nombres de esta disciplina, se impondría en
la Europa occidental como una ciencia global de los signos, dentro de la cual tendrían
cabida no solo y principalmente los estudios literarios, sino los demás procesos de
significación del lenguaje.
Dejando esa lucha por la imposición de unas funciones sobre otras, Calvo (1994)
propuso establecer una dialéctica entre ellas, como si tal dialéctica, en parte hegeliana,
pero en parte internamente operativa, pudiera explicar y dinamizar a fondo qué es y
cómo actúa el lenguaje humano en los procesos funcionales para los que este se diseña
como herramienta o arma social. A esa función operativa, llamada función lúdica por el
autor, cabe el honor de hacer participar a la cúpula del lenguaje de una nueva faceta
vital: no se trata de que el lenguaje sea tenido como algo exclusivo, aunque no
excluyente, para la comunicación, sino que sea considerado, además, como elemento
lúdico en primera instancia (Ciaro 1992). Esto es así sin que se advierta pérdida de
relevancia en ese aspecto de seriedad del inicio, ahí donde se instala la función
negociadora del lenguaje.
¿Qué quiere decir todo lo anterior? Que el lenguaje es un instrumento para el
amor y para el humor, tanto como lo es para el trasvase económico o la ciencia. En esos
procesos, la función lúdica del lenguaje es marcadamente instrumental para el juego
fónico en todas las lenguas y culturas, para las transformaciones internas de las propias
palabras y también para poder generar desde él la poesía y la narrativa, el arte dramático
y, por supuesto, la parte del teatro que constituye per se la comedia. Incluso la tragedia
tiene cabida en esta ludoteca, pues si la tragedia es catarsis, como lo era para los
griegos, es porque en el fondo es un juego que parte de la asunción de que tras las
lágrimas vertidas por las víctimas, acompañando en su dolor a Antígona o Edipo, viene
la liberación posterior para poder vivir la vida cotidiana sin esas tensiones extremas. Si
nos adentramos por poco que sea en la historia de la literatura, la obra cumbre de la
ficción, El Quijote, no es sino una lucha de poderes entre dos fisonomías del humor: el
altruista de Don Quijote y el realista de Sancho, el de los grandes sermones y el de los
grandes refranes, dos tensiones que se abren alternativamente camino en todos y cada
uno de nosotros. La dualidad del mundo entre lo real y lo irreal, entre el pecado y la
virtud y, antes, entre el hombre y la mujer, no es sino la de estar encerrados en un solo
juguete, en que lo literario y lúdico y lo referencial y negociado no son sino dos caras de
una misma moneda. Lo mismo sucede con el Yo y el Tú, puesto que uno no existe sin el
otro, y con el chiste o el informe noticioso que han de ser sancionados por ambos –
Emisor y Receptor – en una misma isotopía para que cumplan su efecto. Aquí entra de
lleno, sin más, el componente pragmático que instituye el humor.
Obsérvese, por lo dicho, que nuestra función lúdica va mucho más allá del mero
divertimento fónico sin significado que llevó a Ynduráin a proponer esta misma función
hace años (1974). En realidad abarca todo cuanto tenga que ver con el lenguaje
comunicativo afectivo o expresivo, más allá de los contenidos referenciales de las
palabras que la involucran. Otra cosa es que haya que hacer distinciones pragmáticas
importantes, que aquí no abordaremos, como la distinción del chiste del chascarrillo y
de otras “comicidades” con sus notas de brevedad brevedad, antonomasia, etc. (Vigara
1998) o lo cómico literario de otros géneros de la literatura, lúdica per se, en cuanto
poética, pero no exclusivamente humorística. De modo que evitaremos entrar en la
comicidad muda (la del que hace reír porque estornuda y le cuelga el moco) o en otras
posibles formas de hilaridad, siempre que no sean como consecuencia de las relaciones
intrínsecas entre Hablante y Oyente (inmediatas, como en el chiste, o mediatas, como en
un epigrama) en un Contexto dado y con afán o voluntad comunicativa en cuanto a
crear (un poema) o recrear (un chiste que se cuenta muchas veces) con palabras. Se trata
de un conjunto de propiedades del Contexto general, que es el cuerpo en el que se
desarrollan los acontecimientos lúdicos y sin el cual estos no existirían, como no existe
el espacio sin los cuerpos que lo llenan o los protones sin el recién patentado bosón de
Higgs. Por eso, algunos autores insisten con razón en estudiar el humor en la pragmática
de los acontecimientos que se dan en el ámbito conversacional, asumiendo como marco
el conjunto de estos comnponentes y su dinámica a la hora de producir lo lúdico (Vega
2002). Nosotros pensamos (Calvo 2001) que ahí radica el humor en origen, en el
encuentro cartesiano hic et nunc, pero que a partir de ese núcleo vital hay alejamientos
de lugar y tiempo (como el lector respecto al autor de la obra) y caminos que llevan
incluso a la más extrema abstracción o alejamiento de lo real (la caricatura, la visión
humorística de la ciencia, la conjetura en la filosofía como núcleo extremo) en que la
vena y veta del humor persisten, se recrean y funden como algo inextricable en las
demás funciones del lenguaje vehiculadas a través de la función negociadora.
¿Pero donde está “de verdad” la función lúdica del lenguaje y cómo es posible
hallarla? Esa función es perenne y ubicua, puede evocarse siempre y está en todos lados.
Nadie encontrará un texto escrito en lenguaje ortodoxo puro; incluso los matemáticos y
los físicos se valen del humor para explicar sus teorías. Unas veces será el juego de
palabras (Pusará pasará, pisará, posará y pesará), que nos lleva a los meros
significantes o a la jitanjáfora2 (Eguren 1987); otras, la dualidad de acepciones y la
2
Las jitanjáforas son ‘juegos de palabras sin significado real, inventadas’, o como dice Alfonso
Reyes, que les dio nombre a partir de las del poeta cubano Mariano Brull: “Creaciones que no se dirigen a
la razón, sino más bien a la sensación y a la fantasía”. Véase en Huidobro: “Viene gondoleando la
homonimia (–¿Tú sabes contar? –Sí. –Pues no cuentes conmigo), que nos llevan al
significado, que por sí obran tantas veces ese milagro lúdico sin que sepamos a veces
por qué, sin que le busquemos explicación o pase desapercibido: hablar de la falda de
una montaña, como si esta fuera una mujer o un fornido escocés con su traje típico, no
es algo a lo que habitualmente busquemos explicación, pero ahí está. El tropo es
diversión, un diablillo rojo que merodea a nuestro lado, que cabrillea de repente, se
enjirafa a nuestro tímpano y lo equiparamos a una profunda visión.
Dice el médico del pueblo al sacerdote: –Usted es cura, pero ¿se ha dado usted cuenta de
que el médico es el único de los dos que “cura” a los enfermos? Responde el sacerdote: –Sí, eso
es verdad, pero el médico no perdona.
Y un chiste muy querido para el llorado lingüista al que dedicamos este ensayo, el
maestro Luis Jaime Cisneros, tomado de los anuncios parroquiales:
-Tema de la catequesis de hoy: “Jesús camina sobre las aguas”. Catequesis de mañana: “En
búsqueda de Jesús”.
-¡Hijos míos, no seáis optimistas. El hombre no vive eternamente. –No, papá; no pienses aún en
hacernos saber tu última voluntad.
El choque se produce entre un artículo genérico el, que valdría para todo el ser
humano y el mismo artículo entendido en este contexto, voluntariamente por los hijos,
como un artículo específico o particular: el referido únicamente a “el hombre” = “el
padre”.
Como nos podemos imaginar, el artículo (como la interjección) es una pieza
gramatical marginal, apenas un apoyo al nombre, aparentemente sin significado, pero a
los muchos debates sobre la categoría cabe añadir otro: el artículo es una pieza
importante en la maquinaria pragmática, en donde obra a modo de una apertura y cierre
que nos recuerda la teoría psicomecánica de Gustave Guillaume (1919). Tanto el
artículo el como el artículo un pueden aludir a lo individual y a lo general: Un peruano
es una persona que nació en el Perú / <En un chiste> Iba un chileno un argentino y un
peruano… / El peruano no jura, te dice: “a la firme” “por mi madre cuñao”, por la
Sarita / El peruano le dijo al viejo que, para él, escribir era una disciplina de todos los
días. Esa sola diferencia en la referencia de las entidades del mundo, ese proceso de
designación aparentemente unitario, que sin embargo nos sitúa ante los dos polos
opuestos del significado, es la madre del chiste que antecede.
Ante esta situación, la función lúdica juega un papel importante, puesto que tiene
una segunda voz que le sirve de fondo en que apoyarse. Otras veces lo que se produce
es un choque frontal entre lo dicho y lo presupuesto de modo que lo explícito se utiliza
como una herramienta para involucrar a otro o bien como una exigencia de respuesta de
fuerza desmedida:
-Oye, ¿sabes que los hijos de Cecilia viven con el padre? -¿Los hijos de Cecilia, pero si Cecilia es
monja y no tiene hijos? -Por eso mismo, no se van a quedar a vivir con el papá.
“Si uno quiere tener amigos y gilas hay que ser valiente, pendejo. Hay que saber fumar, chupar,
jugar, robar, faltar al colegio, sacar plata a maricones y acostarse con putas” (Los inocentes. Lima, Peisa,
1997, p. 22).
El autor de estas líneas hizo una vez la prueba para determinar la fuerza del
lenguaje cotidiano en el discurso repetido. Ante la pregunta –¿Qué más podemos pedir?
todo apelaban a que había habido una enumeración previa; por ej.: <tengo dos hijas muy
guapas, un buen departamento mirando al campo de Golf y gano más de 6000 soles
mensuales…> Nadie, en cambio, acertó con un contexto realista, que no fuese una
pregunta retórica, sino clásica, aquella que exige una enumeración posterior: –Pues pide
dos pizzas, unas bebidas isotónicas y dulce de leche. Había sucedido algo maravilloso:
la función lúdica había podido con la función negociadora y el lenguaje repetido
desdeñaba la literalidad por encima de los locutores. Cuando alguien dice: –Fulano
come más que un regimiento, la frase cumple su función en el Mensaje (humorístico)
precisamente porque nadie come tanto como eso: la “mentira” pesa más que la “verdad”
en lo que hablamos en el terreno de lo humorístico, sea o no sea hilarante, sea poético
literario o no. Y cuando una madre ante el médico enuncia: –Doctor, mi hijito no come
nada. El médico puede responder –No es para tanto, señora, pero dirá más bien: –No
se preocupe, mamita, le daremos para que tome vitaminas. Y todos tan contentos. Y
aquí viene como anillo al dedo (o si ustedes quieren “como pedrada en ojo de
boticario”, que es más gráfico) aludir a la ironía política -o no política- y todo eso que se
conoce como función prevaricadora del lenguaje. El lenguaje sirve para mentir y la
mentira es defensa del débil ante el fuerte, engaño del fuerte hacia el débil, pero también
juego: se miente por diversión o entretenimiento, para distraer al pueblo de los trabajos
y los días y como pasatiempo fugaz ante tantos sinsabores. Se miente para descansar de
tantas verdades amargas: nuestro club de la comedia es el pasatiempo, nos solazamos
con la diversión y nos distraemos con la duplicidad de ser efectivamente irónicos o
sarcásticos. Así leemos en el frontis de El Otorongo:
Solo tengo una regla (de tres): comer bien, dormir harto e hincar como ninguno. Así, en la selva
de la política criolla muerdo búfalo, cazo palomas y le salto encima a cuanto burro, lagartija o perro -
sea de chacra o del hortelano- se me cruce en el camino.
O bien vemos en un grafito de los muros de la ciudad un triple mensaje como este:
No te drogues y luego Somos muchos y más tarde algo que alguien escribió al debajo de
eso Hay poca. El juego se había consumado y se había virado del negro al gris y luego
al blanco en cabriola de sal e ingenio. La mentira directa o indirecta, manipuladora por
interés, es otra cosa: Cuando alguien dice: –El bono a diez años supera apenas en 7%,
habla como minimizando con la palabra “apenas” el gran drama que los españoles
vivimos estos días, aunque el mensaje sea verdadero en sí mismo (estaba a 7’03%);
hubiera sido más sincero decir –El bono a diez años supera hoy la barrera, hace unos
pocos meses inimaginable, del 7%, siendo así más cooperativo o ciñéndose más
estrictamente a las máximas de Grice, ya que estás quedan abiertamente conculcadas a
través del humor (Calvo 2004, Morant en pr.). Es evidente que esto solo podrá oírse a la
oposición al gobierno, dado que todos conocen la realidad del país, pero cada uno juega
su rol en ella, en ese teatro inmisericorde en que se ha convertido el juego político más
allá de las inquietudes de los ciudadanos. Y es que el humor, como el mensaje
supuestamente más severo, se mueve en el terreno de los estereotipos, aunque incida
sobre algo tan dramático como lo recién nombrado.
Para lo que se ha dicho, es preciso que se comparta entre Emisor de lo lúdico y
Receptor de lo lúdico un contexto sociocultural y se asuman las mismas intenciones en
el instante mismo en que se enuncia el mensaje. También que el Receptor esté dispuesto
a recibir lo que oye como lúdico, porque en su libertad está entenderlo como algo serio
que le impide reír o bien como algo rechazable que le impide apelar al mismo hecho
lingüístico. Es decir, que se trata de un triple soporte par que haya éxito en el humor: el
cultural, el lingüístico y el interaccional (Nash 1985). Son los mismos procesos que para
aceptar la poesía que se lee en un autor dado o la verosimilitud que impone el novelista
a la trama de sus novelas. De ahí que Hockett (1977) hablara de dos tipos de unidades
lúdicas o chistes: el prosaico y el poético. Con esa salvedad hay que entender a Ciaro
(1992: 13):
We can thus say that three systems interact with each other in order to make up the sort of
competence required in order to get a joke: linguistic, sociocultural and poetic” (la cursiva es de la
autora)
El hecho es que para que haya función poética no tiene por qué haber solo poesía
o drama (Jakobson, op. cit.), sino que en lo más prosaico del decir de cada día dicha
función se despliega con fuerza también (Hockett, op. cit.). Y ampliando el esquema: no
solo hay función lúdica en el chiste, aunque los chistes se pongan como ejemplo de lo
lúdico. como en todas las funciones principales del lenguaje, lo lúdico se halla por
doquier: los bebés no hacen chistes por lo general, pero son graciosos en particular y
para tenerte positivamente a su lado son capaces de evocar cualquier cosa graciosa: mi
nieto de dos años decía hace unos días –Mira, yayo, una [m]osca [p]uñetera. –Pero si
aquí no hay moscas-, le decía yo; claro que él evocaba un momento gracioso anterior
dispuesto una vez más a repetirlo, ya que el juego se controla como se controla un
experimento científico o la sucesión monódica de una lección o una oración.
En el caso de lo transgresor, aspecto que invocamos sobre todo en este pequeño
ensayo, es el lenguaje fundamentalmente el que permite, a modo de espejo o detrás del
espejo, que se pueda producir lo lúdico. Carroll en Alicia en el país de las maravillas lo
sublimó como si se tratara de algo perfectamente serio. Y así, desde el acento que se
imita a la entonación irónica, desde el verso que forma ritmo y rima con otro verso al
acróstico que descubre quién fue el autor de La Celestina, una obra en que el humor se
hace de nuevo universal e imperecedero (con el sexo) como se hizo poco después con El
Lazarillo (con el hambre y las privaciones, con el buldero, con la hidalguía venida a
menos) sucede que el humor no conoce fronteras o delimitación obligada de tópicos.
Luego, está el humor de las situaciones muy en consonancia con la idiosincrasia de los
pueblos, como el del político engreído o el alguacil alguacilado, como el del Licenciado
Vidriera o bien el de los individuos, como la vida misma, ridícula a petición de su autor
en el caso de la de Jaime Bayly en sus novelas; tanto da. Solo el stream of
consciousness del Ulises de Joyce puede dejarnos imperturbables y es porque no
sintonizamos seguramente con la cultura lúdica que le vio nacer. Pero este es otro tema
en el que no desearíamos introducirnos, salvo en lo que concierne a lo dicho en otros
lugares del texto: la necesidad de unificar isotopías, lo que por cierto vale exactamente
igual para los juegos puros de palabras, que han de ser también calculables por los
Hablantes. Y la isotopía nace con la voluntad, como el chiste, creando la atmósfera
correspondiente: Se saben aquel que dice… o Esto era una vez un argentino, un chileno
y un peruano… y luego se cierra bruscamente, dando un giro inesperado a la situación:
Había una vez un perro llamado Chiste. Se murió el perro y… ¡se acabó el chiste!
In short, as wise men often remind us -with a wink of paradox- humour is a serious business, a
land for which the explorer must equip himself thoughtfully.
“Together with the power of speech, the mathematical gift, the gripping thumb, the ability to make
tools, humour is a specifying characteristic of humanity. For many of us, it is more than an amiable
decoration on life; it is a complex piece of equipment for living, a mode of attack and a line of defence, a
method of raising questions and criticizing arguments, a protest against the inequality of the struggle
tolive, a way of atonement and reconciliation, a treaty with all that is wilful, impaired, beyond our power
to control”.
Y ahí es donde radica nuestra postura, una postura radical (palabra utilizada con
intención cacofónica, que en eso consiste también el duende lo placentero) en la que la
comicidad se halla involucrada hasta la médula, puesto que todo juego metafórico o
metonímico implica esa bipolaridad que algunos conocen como biserialidad de lo
cómico (Sastre 2002), y, en nuestro caso, de lo lúdico, una dualidad o bilateralidad
(Freud 1905) en que se juntan dos polos habitualmente separados, como cerrando en un
círculo el mundo y buscándole al mismo tiempo una explicación que de otro modo se
nos antojaría absurda; de hecho, es la explicación que busca resolver Freud en la
relación entre el consciente y el subconsciente, en que el sueño también representa una
dualidad que es preciso interpretar más allá de lo literal. Vuelto el ser humano a la
reflexión de lo dicho, este coteja lo real con lo irreal o un plano real o irreal con otro y
crea lo lúdico a cualquier nivel. Lo expresado se convierte entonces en un juego
fundamental (y fundacional), del que el ser humano precisa sin serle necesario, da igual
que sea la literatura surrealista de Vallejo que la del escritor realista o fotográfico más
evidente, como el Rafael Sánchez Ferlosio de El Jarama (1956). Y dentro de un
mismo nivel expresivo tan lúdico es el amor humano como el divino en el Libro de
Buen Amor, del Arcipreste de Hita (1330 / 1343). Es verdad que la intencionalidad
puede ser mediata (cualquier obra literaria) o inmediata (la broma, el chiste, la
chocarrería, el trabalenguas), pero el desarrollo cognitivo es el mismo y ambas
realidades se funden frente a la actitud negociadora del ser humano, la otra cara del
lenguaje en dialéctica con esta. Eso no quita para que haya una memorización de
historias ritualizadas que pueden producir mayores o menores automatismos lúdicos en
los seres humanos, como se avanzó más arriba.
Diremos para terminar dos cosas: una que si bien el lenguaje se concibe como
función negociadora primaria, en su desarrollo actual y quizá también en sus orígenes,
la función lúdica se asocia a ella, como la cruz (en España, que en el Perú se dice “como
el sello”) a la cara de la misma moneda, de modo que la hace su contrarréplica, o su
contraparte, sin la cual la primera tampoco existiría. De hecho, de la dialéctica nace la
frontera; por eso, Ciaro (1992) señala que:
“if we examine matters more closely, we find that on the interface between serious and humorous
discourse there lies a whole shady area of discourse which can be defined either by both or by neither of
the two terms” (p. 118)
Dicho esto, aflora al pronto la segunda razón: el humor para que exista debe ser
voluntario ya por el Hablante, ya por el Oyente, ya por ambos y ya porque el Contexto
consienta en que lo sea. Y para eso da igual un entierro que una boda, un teorema sobre
los números transfinitos que la interpretación de un emoticón (o emoticono) que se
remite en un SMS. Hay autores, entre los que siempre se cita a Bergson (1900), que
opinan justamente lo contrario, que en la repetición absoluta y fosilizada está la clave
del humor: no lo creemos así. Las metáforas de la poesía se crean y se repiten y al lado
de la sorpresa que puedan producir no siempre generan el mismo efecto, el cual depende
de una voluntad interpretativa lúdica. Lo que sucede más bien es lo contrario: la
excesiva repetición, la búsqueda conductista del humor, hastía. Por eso se busca muchas
veces, incluso demasiadas, la complicidad del Receptor mediante la función fática
aplicada en clave humorística (Ciaro 1992: 114): contar chistes en grupo y por orden,
aunque sean repetidos, induce a un placer antropológico especial, como las
conversaciones jocosas que comentaba Malinowski sobre los indígenas australianos
cuando narraban episodios de la caza, pero siempre han de ser renovados en la memoria
del narrador.
El ser humano es de índole lúdica por naturaleza, un Homo ludens (Huizinga
1938), razón por la cual el trabajo se concibe, y sobre todo concebía, como un castigo
de Dios. Sí, el hombre es lúdico, pero hay que reconocer que Cuando dos se pegan, los
dos se divierten; sobre todo el que da.
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