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Salakaná
El Canto
del Río
Salakaná, El Canto del Río.
1a edición. Buenos Aires, 2020
Autor:
Juan Francisco Soulas
www.juanfransoulas.wixsite.com/salakana
Ilustraciones:
Mariela Bianchi
www.maryelabianchi.com
Diseño:
Margarita de Forteza
www.margaritadeforteza.com
Colores: Elina Cullen
Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-86-5641-0
Juan Chenlo
La Tormenta
Cierto día en la ribera, a orillas del Gran Río que se encuentra
con el mar, un suave viento comenzó a soplar. Los aldeanos no le
prestaron atención, pero ese vientito frío comenzó a crecer y con las
horas se transformó en una gran tempestad.
Desesperados los aldeanos en plena huida vieron algo que les llamó la
atención. En medio de la tormenta vieron salir de entre las copas de
los árboles un hilo de humo que se fundía con las nubes en lo alto. De
pronto, alguno gritó: “El viejo…!”
Con muy mala gana los Saraguanas se pusieron a buscar el arcón por
todo el territorio. A las pocas horas estaban convencidos de que jamás
lo encontrarían y a los pocos días, resignados, todos desistieron en la
busca, o casi todos. Había un joven aldeano, el más silencioso y soli-
tario de la aldea, que aun con el cansancio que tenía continuó buscan-
do confiando en lo que el viejo había dicho. Buscó días y noches algún
indicio que le mostrara dónde estaba el Arcón.
El Antiguo Arcón
Un día, cuando ya se estaba dando por vencido, se sentó a descansar
en un tronco y le llamó la atención un pájaro con muchos colores
que iba saltando de rama en rama, en el bosque. Era tan hermoso ese
pájaro con sus colores y sus cantos que casi sin quererlo lo siguió un
largo trecho. El pájaro de pronto se detuvo y voló rápidamente hacia
un árbol que tenía unos frutos anaranjados y jugosos. El pájaro se
regocijaba picando y comiendo esos deliciosos frutos. El Saraguana,
que se llamaba Zolí, no tardó en treparse al árbol y tomar algunos.
Una vez que estuvo bajo la sombra de ese árbol y justo antes de
terminar de comer el primer fruto naranja, se levantó súbitamente
y abriendo grandes los ojos miró nuevamente al árbol. Recordó que
hacía mucho tiempo no había visto un árbol así, que supuestamente
esos frutos ya no crecían en la zona… entonces comprendió.
Continuando con su explicación el viejo les dijo que el secreto era que
esta vez tendrían que decirles claramente a las semillas lo que cada
uno deseaba que crezca en su huerto. Que las semillas los escucharían
atentamente y que tengan cuidado en las palabras que utilizaran.
Pero esta vez no eran nubes de agua sino nubes de pájaros negros que
en bandadas gigantes se aproximaron rápidamente y se asentaron
en todo el territorio. Estaban hambrientos porque venían migrando
desde muy lejos y empezaron a devorar los frutos de los árboles de los
Saraguanas. Los aldeanos corrieron aterrorizados a sus casas. Inten-
taron espantar a los grandes pájaros, pero eran demasiados. Una hora
más tarde, así como habían llegado, remontaron vuelo nuevamente y
se perdieron en lo alto, volando hacia el horizonte. Los Saraguanas no
podían creer lo que veían… No quedaban ni frutos en los árboles, ni
animales que cazar porque habían huido ante la invasión.
Buscaron vanamente al viejo en busca de una explicación, pero no lo
encontraron. Lloraron, angustiados y pasaron varios días sin comer.
Esas aves desconocidas habían arrasado con todo. Sabían que sólo
Zolí había preparado alimentos y se acercaron en grandes grupos a su
cabaña. Avergonzados tres hombres tocaron su puerta y le pidieron
algo de comer. Zolí generosamente repartió varias porciones a los
aldeanos. En ese momento apareció de pronto el viejo, muy serio.
Eso quería decir que estaba pensando en cosas que quería para su vida
y no solamente para su huerto. ¿Acaso de esas semillas crecería algo
más que simples frutos…?
Faltaba algo para completar el momento del festejo, ¡y ese algo era
música! Golpearon los troncos y sintieron que eran muy duros, entonces
algunos tomaron cueros de animales y los tensaron y clavaron a la
madera. ¡Crearon así sus primeros tambores! Se dieron cuenta que con
la luz y el calor del sol los tambores sonaban mejor. Tocaron y dan-
zaron toda la tarde, hasta adentrada la noche, cantando en agradec-
imiento a Salakaná. Zolí aprovechó y también hizo su canto mientras
tañía su nuevo tambor
Visitas
Días después del Festejo, llamados por el fuerte sonido de los tam-
bores que viajó reverberando varias leguas a la redonda se acercaron,
intrigadas, personas de otras tribus hasta la aldea de los Saraguanas.
Éstos los recibieron con cierta desconfianza y temor, también Zolí
temió que fueran enemigos. Los Saraguanas hicieron señas como para
echar a los intrusos, inclusive fueron a tomar sus lanzas y sus arcos y
flechas para amenazarlos. Mientras Zolí corría hacia su choza a buscar
un arma recibió un fuerte golpe en la cabeza. Se había chocado contra
una rama de un robusto árbol que, en el apuro, no había visto. Sintió
que el mismísimo árbol lo había golpeado a propósito.
Desde ese momento cada semana realizaron allí los encuentros donde
compartían sus historias, música y alimentos a cambio de piezas de
plata, cacharros y tejidos hermosos que traían los pobladores de esas
otras culturas.
El Viaje
Al año siguiente, llenos de entusiasmo, Zolí y Tayla decidieron em-
prender una nueva aventura juntos: realizar el primer viaje a esas otras
tierras. Impulsados por las ganas de conocer esas montañas de las que
habían escuchado propusieron a los Saraguanas construir algunas car-
retas como las que usaban algunas de las tribus que venían de lejos.
Para eso usaron maderas y unos bueyes que intercambiaron con la
gente de la llanura.
Así, con el correr de los días crearon un largo camino que unió por
primera vez el Río con la Montaña.
Armaron una especie de red que los conectaba con muchos otros
pueblos que fueron visitando y conociendo a lo largo de su travesía.
Zolí y Tayla recopilaron los relatos de cada lugar y fueron armando
un cuento para hacerlo llegar a cada lugar que visitaban. También
consiguieron nuevos alimentos que eran producidos en esos lugares
como semillas, aceites, miel.
Una vez que regresaron a la Aldea, contándole al anciano todo lo que
habían vivido, mandaron hacer más carretas para comerciar con todos
esos pueblos. Así inició un ciclo que nunca más frenó: viajaban,
volvían a la aldea con todo lo que habían conseguido, realizaban en-
cuentros en el Aty y volvían a viajar a otras tierras.