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Salakaná

El Canto del Río


Juan Francisco Soulas
Salakaná
El Canto del Río
Juan Francisco Soulas

Salakaná
El Canto
del Río
Salakaná, El Canto del Río.
1a edición. Buenos Aires, 2020

Autor:
Juan Francisco Soulas
www.juanfransoulas.wixsite.com/salakana

Ilustraciones:
Mariela Bianchi
www.maryelabianchi.com

Diseño:
Margarita de Forteza
www.margaritadeforteza.com
Colores: Elina Cullen

Todos los derechos reservados.


Esta publicacion no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte.

Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-86-5641-0

Este libro fue impreso en: “La Imprenta Digital SRL”


www.laimprentadigital.com.ar
Calle Talcahuano 940 Florida, Provincia de Buenos Aires
En el mes de septiembre del año 2020
Prólogo
Hay un suspiro sencillo que desprende magia. El aire lleno de anhelos
es exhalado como vapor de infusión, preparada por manos arrugadas
de experiencia que podrían ser las del viejo Saraguana o de cualquier
poblador milenario. Las estelas de vapor se mezclan con el humo del
fogón, dibujándose la Gran Historia; aquella tantas veces narrada y de
múltiples formas, pero igual de veces desatendida y subestimada.

El cielo de nuestro mundo moderno está lleno de agujeros. Son refle-


jos del pozo ambicioso sin fin que carga la humanidad. Allí escondem-
os nuestras miserias, cada vez más pesadas, afectando negativamente
nuestros dones y nuestra intención. Aunque en esta oportunidad,
Salakaná nos trae una buena noticia. De esas que provocan el suspiro
mágico, musicalizado con el latido ancestral de los tambores que le
dan goce al misterio y activa la intuición del héroe en servicio y ben-
eficio de la comunidad.

Este es el viaje de Zolí hacia el mundo, el camino que va de dentro


hacia afuera, desde la introspección en la incertidumbre hasta el amor
en el reencuentro de la humanidad en familia. Pero por sobre todas
las cosas, nuestra bendición de tener otra vez a la naturaleza como
aliada.

Juan Chenlo
La Tormenta
Cierto día en la ribera, a orillas del Gran Río que se encuentra
con el mar, un suave viento comenzó a soplar. Los aldeanos no le
prestaron atención, pero ese vientito frío comenzó a crecer y con las
horas se transformó en una gran tempestad.

Los Saraguanas, que adoraban al río llamado Salakaná, pensaron que


había llegado su fin. El miedo se apoderó de sus cuerpos. El agua del
río creció y se desbordó inundando todo el lugar con mucha rapidez.
Arrasó las casas cercanas a la orilla mientras los Saraguanas tomaban
sus canoas y huían.

Desesperados los aldeanos en plena huida vieron algo que les llamó la
atención. En medio de la tormenta vieron salir de entre las copas de
los árboles un hilo de humo que se fundía con las nubes en lo alto. De
pronto, alguno gritó: “El viejo…!”

Unos pocos fueron hacia donde estaba el humo, pero la mayoría


siguieron su camino, aterrorizados entre el vendaval y la lluvia,
desapareciendo en la selva.

Los que fueron en busca del viejo no tardaron en llegar al misterioso


lugar, gritando desesperados. Allí encontraron al viejo sentado, muy
tranquilo, bajo un alero hecho de cañas y hojas de palmera. En el
suelo ardía un fuego que calentaba una olla de barro donde preparaba
un aromático té con hierbas del lugar.
El Regalo del Río
Sirviéndose un poco de té en su tacita, los escuchó. Los Saraguanas
estaban atónitos, desconcertados. Todo alrededor había fuertes vientos
y lluvia, pero sobre la cabeza del viejo las nubes habían formado un
hueco y en su terreno no llovía. El agua del río desbordado rodeaba
el lugar. El viejo había construido su casa en una pequeña loma dentro
del bosque y las aguas del Salakaná no la alcanzaron. Le dijeron casi
gritando que era momento de irse, que tomara alguna de sus cosas y
que rápidamente seguirían camino selva adentro.

El viejo no se inmutó, les dijo que si querían podían permanecer ahí,


que sólo huye quien ve al Salakaná como una maldición. Y les aseguró
que el río les traería, a quienes se quedaran, un regalo… dentro de tres
días.

El pequeño grupo de Saraguanas al ver que no tenían mejor opción


(porque el resto ya se había alejado) y como de alguna manera extraña
les intrigaba lo que el viejo decía, se quedaron.
El viejo les contó antiguas historias que anticipaban lo que en ese día
estaba sucediendo con la Tormenta. Les explicó que él había escucha-
do el viento que inició esa Tormenta y que había tomado los recaudos
necesarios. Los Saraguanas acamparon en lo del viejo y efectivamente
al tercer día las aguas bajaron y la tormenta se disipó.

Esa mañana vieron, sorprendidos, que una sustancia oscura, viscosa


y olorosa cubría todo el territorio. El viejo les indicó que ése era el
Regalo del río, que se trataba de una tierra especialmente fértil y que
la usaran para reconstruir sus huertos. Así lo hicieron y pronto los
Saraguanas tenían listas sus parcelas; inclusive reconstruyeron sus casas
con ese material, esta vez sobre lomadas o postes altos para prevenir
otro desastre en caso que hubiera otra inundación.
Una Cosecha Inesperada
Increíblemente, al poco tiempo, ¡de esa tierra empezaron a brotar
semillas y a crecer una vasta cantidad de plantas! Los Saraguanas no
podían creer lo que veían y en cuestión de días sus huertos se poblaron
de brotes de las más diversas plantas comestibles y árboles frutales.

Agradecieron con alegría al Salakhaná por su regalo y su entusiasmo


era enorme. Sin embargo, rápidamente, a medida que crecían los fru-
tos su alegría se fue desvaneciendo… Las plantas que crecían no eran
las que ellos pensaban. Crecieron frutos amargos, o muy pequeños,
o plantas que crecían tan rápido que no llegaban a florecer. Hierbas
venenosas invadían los huertos y los frutos que ellos querían no llega-
ban a crecer.

Fueron entonces a quejarse al viejo, diciendo que Salakaná los había


burlado otra vez y que dudaban de su “regalo”. Afirmaron que el Gran
Río aún estaba enojado con ellos y por eso les enviaba más maldi-
ciones. Nada de lo que querían crecía de la tierra nueva. El viejo con
mucha paciencia escuchó sus quejas y respondió que el problema no
estaba en Salakhaná…les preguntó si ellos le habían dicho a sus huer-
tos lo que querían que allí crezca y que para eso tendrían que conseg-
uir sus propias Semillas.
A muchos les pareció ridículo lo que el viejo decía, pero no se
animaron a contradecirlo y continuaron quejándose alegando que la
tormenta había arrasado con todo lo que tenían. El viejo respondió
con otra pregunta: si ellos habían buscado el antiguo arcón en donde
los antepasados guardaban sus semillas. A lo que le respondieron que
eso era inútil, que nunca habían visto tal Arcón y que sólo lo conocían
de los cuentos y relatos que él les contaba. Y que en todo caso, si fuera
real, la inundación seguramente lo habría destruido.

El viejo con severidad les dijo que la única posibilidad, si querían


continuar viviendo en esas tierras, era encontrar el arcón y que
Salakaná ayudaría a encontrarlo a quién así lo decidiera.

Con muy mala gana los Saraguanas se pusieron a buscar el arcón por
todo el territorio. A las pocas horas estaban convencidos de que jamás
lo encontrarían y a los pocos días, resignados, todos desistieron en la
busca, o casi todos. Había un joven aldeano, el más silencioso y soli-
tario de la aldea, que aun con el cansancio que tenía continuó buscan-
do confiando en lo que el viejo había dicho. Buscó días y noches algún
indicio que le mostrara dónde estaba el Arcón.
El Antiguo Arcón
Un día, cuando ya se estaba dando por vencido, se sentó a descansar
en un tronco y le llamó la atención un pájaro con muchos colores
que iba saltando de rama en rama, en el bosque. Era tan hermoso ese
pájaro con sus colores y sus cantos que casi sin quererlo lo siguió un
largo trecho. El pájaro de pronto se detuvo y voló rápidamente hacia
un árbol que tenía unos frutos anaranjados y jugosos. El pájaro se
regocijaba picando y comiendo esos deliciosos frutos. El Saraguana,
que se llamaba Zolí, no tardó en treparse al árbol y tomar algunos.

Una vez que estuvo bajo la sombra de ese árbol y justo antes de
terminar de comer el primer fruto naranja, se levantó súbitamente
y abriendo grandes los ojos miró nuevamente al árbol. Recordó que
hacía mucho tiempo no había visto un árbol así, que supuestamente
esos frutos ya no crecían en la zona… entonces comprendió.

A toda velocidad fue corriendo hasta el pueblo y llamó a todos los


Saraguanas que pudo para que lo ayudaran porque creía que Salakaná
le había mostrado finalmente a dónde estaba el arcón. Fueron al
lugar donde estaba el árbol y comenzaron a hacer un gran pozo justo
al lado…¡ese árbol había crecido de alguna semilla que tenían en su
antiguo reservorio!
De pronto sintieron algo duro… ¡era la tapa del arcón! Lo desenter-
raron y todas las semillas que sus antepasados habían recolectado hacía
años estaban ahí, intactas. Con inmensa alegría fueron a lo del viejo a
contarle la buena noticia.
La Siembra I
El viejo felicitó a Zolí, les ordenó a todos que cada uno tome un
puñado de las semillas y les dio algunas instrucciones especiales.
Mientras el viejo explicaba Zolí se dio cuenta de que las semillas eran
diferentes. Tenían formas normales, pero eran casi transparentes, eso
le llamó la atención.

Continuando con su explicación el viejo les dijo que el secreto era que
esta vez tendrían que decirles claramente a las semillas lo que cada
uno deseaba que crezca en su huerto. Que las semillas los escucharían
atentamente y que tengan cuidado en las palabras que utilizaran.

Así lo hicieron y fueron practicando, cada uno buscando las palabras


exactas de lo que querían cosechar y pronto sus huertos se llenaron de
flores y ¡árboles frutales que brindaban frutos enormes y deliciosos!

Tantos frutos cosecharon esa temporada que se quedaron sin lugar


para almacenar tanta cantidad. Tal es así que muchos de ellos comen-
zaron a dejar pudrir kilos y kilos de los frutos que no comían.
Casi todos se jactaban de tener plena abundancia en sus huertos y no
vieron problema en tirar lo que sobraba. Pero Zolí, consciente de lo
que le había costado encontrar el Arcón de los Antepasados realizaba
exquisitos platos, dulces y comidas que se podían almacenar por largo
tiempo y no desperdició nada de su cosecha.
La Siembra II

Una tarde el viejo, taciturno, bajó a la aldea y se indignó muchísimo


al ver la cantidad de frutos que habían sobrado y que se pudrían
al costado de cada parcela. Inmediatamente reunió al pueblo en la
playa y con mucha severidad reprendió a quienes habían desperdiciado
lo que sobraba de alimentos. Muchos intentaron desentenderse de
la situación y decían que no sabían qué hacer con tantos frutos. En
ese momento Zolí dijo con seguridad que sí había otras posibilidades;
que él, recordando lo que hacían los abuelos, transformó los frutos en
alimentos que podían estacionarse y que cuanto más tiempo pasaba,
mejores se ponían. En ese momento una fuerte brisa interrumpió lo
que estaba diciendo y pronto el cielo se oscureció… nuevamente.

Pero esta vez no eran nubes de agua sino nubes de pájaros negros que
en bandadas gigantes se aproximaron rápidamente y se asentaron
en todo el territorio. Estaban hambrientos porque venían migrando
desde muy lejos y empezaron a devorar los frutos de los árboles de los
Saraguanas. Los aldeanos corrieron aterrorizados a sus casas. Inten-
taron espantar a los grandes pájaros, pero eran demasiados. Una hora
más tarde, así como habían llegado, remontaron vuelo nuevamente y
se perdieron en lo alto, volando hacia el horizonte. Los Saraguanas no
podían creer lo que veían… No quedaban ni frutos en los árboles, ni
animales que cazar porque habían huido ante la invasión.
Buscaron vanamente al viejo en busca de una explicación, pero no lo
encontraron. Lloraron, angustiados y pasaron varios días sin comer.
Esas aves desconocidas habían arrasado con todo. Sabían que sólo
Zolí había preparado alimentos y se acercaron en grandes grupos a su
cabaña. Avergonzados tres hombres tocaron su puerta y le pidieron
algo de comer. Zolí generosamente repartió varias porciones a los
aldeanos. En ese momento apareció de pronto el viejo, muy serio.

Se congregaron en un gran círculo. El viejo les mostró con claridad


que Salakaná les había enviado un mensaje, una advertencia. Y que esa
desgracia se la habían ganado por su arrogancia al haber desperdiciado
lo que habían producido. Mencionó que Zolí estaba aprendiendo a
escuchar al Salakaná y que por eso no pasaba hambre a diferencia
de los demás, que ahora dependían de él. También le advirtió a Zolí
que darles sus alimentos a los otros sin obtener algo a cambio era una
estupidez. Entonces les propuso que intercambiaran favores entre el-
los.

Luego el viejo tomó de su morral un puñado de semillas y las repartió


nuevamente a los afligidos Saraguanas. Les advirtió que sería una
última oportunidad para ellos, porque ya no quedaban más semillas.
Finalmente les advirtió que hicieran un uso inteligente de lo que
tenían. Así lo hicieron y con mucho cuidado cada uno sembró nueva-
mente su huerto.
Los Cántaros
Zolí, recordando lo que el anciano le había enseñado pensó, mientras
llevaba unos cántaros de agua del río a su alberca, qué quería hacer
crecer en su huerto. Mientras pensaba en las plantas más hermosas
también soñaba con viajar a otras tierras llevando sus frutos y contan-
do historias de lo que Salakaná le enseñaba. Eso lo entusiasmaba, pero
en seguida sintió un vacío. Lo inundó la pena de estar sólo, de que los
años pasaran y él no tenía a su lado una Compañera. Pensó en todo lo
que podría compartir con ella, en lo que juntos podrían hacer. Imag-
inó como tantas otras veces a su compañera ideal.

Eso quería decir que estaba pensando en cosas que quería para su vida
y no solamente para su huerto. ¿Acaso de esas semillas crecería algo
más que simples frutos…?

Tuvo un vislumbre y de pronto se llenó de alegría al pensar que había


llegado por él mismo a esa conclusión. ¿Por qué no decirle a Salakaná
lo que quería que florezca también en su vida? ¿El anciano, al darle las
semillas, le había dado una pista?
Por un instante miró su choza, su jardín, el Gran Río a lo lejos. Sintió
confianza en él mismo porque se dio cuenta que estaba logrando cosas
nuevas gracias a haber encontrado el arcón, a haber escuchado al an-
ciano, gracias a Salakaná.

En esas cavilaciones estaba cuando se le ocurrió inventar, mientras iba


y venía del río hacia su choza con los cántaros, un cantito con frases
de lo que estaba pensando. Pasó a palabras todo eso que sucedía en
su mente y le dedicó el canto a Salakaná. Mientras, daba golpecitos a
los cántaros y con el sonido de sus pasos marcaba un ritmo. Durante
toda la jornada se sintió con una energía renovada. Hacia el anochecer
cuando sembró sus semillas nuevas, también les cantó en voz alta sus
deseos.
Día de Festejo
Algunos meses después, a gran velocidad crecieron árboles frutales
en toda la aldea. Fue tan exitosa la nueva cosecha ese año que los
Saraguanas pensaron en agradecerle al Salakaná tanta abundancia y
fueron a comunicarle al Anciano lo que habían pensado y a agradecerle
a él también por las semillas y los consejos.

El Anciano aceptó gustoso y al día siguiente se reunieron en la playa


con motivo de festejar y agradecer. Justo cuando iniciaban el festejo
con un gran banquete llegó flotando, mecido por el río, un tronco
hueco y corto que se depositó suavemente en la orilla. Luego llegó otro,
y otro y otro más, hasta que la costa se llenó de esos troncos ahuecados
extraños. Los Saraguanas los tomaron y repararon en que habían sido
ahuecados por termitas. Eran restos de árboles grandes y de buena
madera que venían de otras tierras, río arriba. El viejo les sugirió que
aprovecharan lo que Salakaná les había enviado.

Faltaba algo para completar el momento del festejo, ¡y ese algo era
música! Golpearon los troncos y sintieron que eran muy duros, entonces
algunos tomaron cueros de animales y los tensaron y clavaron a la
madera. ¡Crearon así sus primeros tambores! Se dieron cuenta que con
la luz y el calor del sol los tambores sonaban mejor. Tocaron y dan-
zaron toda la tarde, hasta adentrada la noche, cantando en agradec-
imiento a Salakaná. Zolí aprovechó y también hizo su canto mientras
tañía su nuevo tambor
Visitas
Días después del Festejo, llamados por el fuerte sonido de los tam-
bores que viajó reverberando varias leguas a la redonda se acercaron,
intrigadas, personas de otras tribus hasta la aldea de los Saraguanas.
Éstos los recibieron con cierta desconfianza y temor, también Zolí
temió que fueran enemigos. Los Saraguanas hicieron señas como para
echar a los intrusos, inclusive fueron a tomar sus lanzas y sus arcos y
flechas para amenazarlos. Mientras Zolí corría hacia su choza a buscar
un arma recibió un fuerte golpe en la cabeza. Se había chocado contra
una rama de un robusto árbol que, en el apuro, no había visto. Sintió
que el mismísimo árbol lo había golpeado a propósito.

Se detuvo por un momento y tomándose la cabeza pensó que quizás


no era lo más inteligente atacar a los visitantes. Imaginó qué diría en
esa circunstancia el viejo, que hacía unos días que no lo veía, y vino
a su mente una frase: “Aprovechen lo que el Río les trajo…”. En ese
momento lleno de vergüenza, pero también de emoción entendió que
Salakaná, mediante los desconocidos visitantes… ¡le estaba enviando
una nueva oportunidad!
Entones se acercó a ellos haciendo un ademán de bienvenida y como
pidiendo disculpas por el exabrupto llamó al resto de los Saraguanas
y les mostró que no había peligro, que los visitantes eran inofensivos.

Las personas que llegaban venían de la llanura y de hecho eran muy


amables. Se maravillaron con las viviendas en la altura y con los frutos
coloridos, grandes y deliciosos que producían los Saraguanas. Nunca
antes habían visto algo así.

Pero había un problema: la gente de la llanura y los Saraguanas,


naturalmente, no compartían el mismo dialecto. Se comunicaban con
señas, golpecitos en el cuerpo, gestos raros. No lograban entenderse
del todo, tanto de un bando como del otro. Eso los ponía bastante
nerviosos a todos.

El anciano, que estaba observando la escena en secreto, apareció de


pronto entre los matorrales y les propuso que usaran la creatividad,
que inventaran otra manera de comunicarse…
El Encuentro
Pensaron de qué manera podían hacerlo y como estaban haciendo
señas con el cuerpo, una joven mujer del grupo de los visitantes
les propuso que usaran eso mismo como vía de comunicación, pero
a través de la danza, un lenguaje que todos pudieran entender. Su
nombre era Tayla y de una manera sorprendente logró que todos los
presentes perdieran la vergüenza a expresarse con el cuerpo, en
cuestión de minutos.

Entre carcajadas y movimientos graciosos pasaron la tarde creando un


“diálogo corporal” que los ayudó a comunicarse y a integrarse. Vieron
que era posible divertirse también en esa situación y a las pocas horas
se percibía un ambiente muy agradable en la aldea.

Mientras sonaban los tambores, esa noche los Saraguanas hicieron


lo que llamaron “la danza de la creación”, prepararon un gran fuego
y sus mejores ropajes. Bailaron en parejas junto a la otra tribu. En
ese momento, venciendo la espesa capa de miedo que lo envolvía Zolí
danzó por primera vez con Tayla y sintió que el cielo estrellado y el río
infinito se unían en otra danza.
Mezclados los Saraguanas con la gente de la llanura danzaron y como
si representaran una obra de teatro, las parejas fueron formando gru-
pos de a 4, luego 8, 16 y así sucesivamente.

Jugaron, moviéndose al son de los tambores, a que juntos armaban


una gran estructura circular con la forma de una telaraña enorme. En
el centro dejaron un hueco, en donde ardió el fuego hasta el alba.

A la mañana siguiente muchos de los visitantes retornaron a sus tierras


a contarle a su gente lo que habían encontrado y a llevarles algunos
frutos que los Saraguanas les habían obsequiado. Pero Tayla decidió
quedarse un tiempo más. Un tiempo que desde ese día duró toda su
vida, junto a Zolí.
La Construcción
Esa semana, urgidos por la necesidad de un nuevo espacio grande en
donde almacenar sus frutos e inspirados por la danza que habían
realizado, los Saraguanas construyeron un hermoso edificio circu-
lar con fuertes y flexibles cañas, que se parecía extrañamente a una
telaraña, pero con forma de cúpula. A las pocas semanas ya habían
concluído la construcción.

La noticia de lo que hacían los Saragunas corrió como el río hacia


lugares cada vez más lejanos: selvas, montañas, desiertos. Cada vez más
gente de esos lugares deseaba conocerlos y adquirir sus frutos. Así,
muchas personas fueron llegando a su la aldea.

La noche de inauguración Zolí se dispuso a contar, traductor medi-


ante, un relato antiguo de los Saraguanas dentro del “Aty” que era
como habían nombrado a su edificio circular. Había mucha gente y
generó tanto interés en los presentes que propuso a otros que contaran
cuentos de sus tierras. Así, entre historias al fuego, pasaron varias
horas compartiendo. Un hombre contó sagas fantásticas describiendo
un paisaje de montañas y bosques que para los Saraguanas era casi
imposible de imaginar.

Desde ese momento cada semana realizaron allí los encuentros donde
compartían sus historias, música y alimentos a cambio de piezas de
plata, cacharros y tejidos hermosos que traían los pobladores de esas
otras culturas.
El Viaje
Al año siguiente, llenos de entusiasmo, Zolí y Tayla decidieron em-
prender una nueva aventura juntos: realizar el primer viaje a esas otras
tierras. Impulsados por las ganas de conocer esas montañas de las que
habían escuchado propusieron a los Saraguanas construir algunas car-
retas como las que usaban algunas de las tribus que venían de lejos.
Para eso usaron maderas y unos bueyes que intercambiaron con la
gente de la llanura.

Una vez que estuvieron construidas el anciano designó a Zolí y Tayla


como jefes de la expedición. Y un día, cuando el rocío de la mañana se
empezaba a evaporar, se pusieron en marcha hacia la llanura para
llegar a las míticas montañas. En el camino encontraron más poblados
de gente en donde descansaron compartiendo, conversando, escucha-
ndo.

En pleno viaje de pronto la pequeña caravana de carretas se detuvo.


La primera carreta había quedado atascada en una especie de pantano
hecho de arena y agua. Era un guadal. Se asustaron muchísimo porque
no sabían qué era eso ¡y porque ni siquiera lo habían visto!
Rescataron a quien conducía pero la carreta se hundió totalmente en
el guadal y no la pudieron sacar.

Luego de ese momento que los angustió bastante, aprendieron a


reconocer mejor el terreno que pisaban. Cada vez veían con mayor
anticipación cuándo aparecía entre los bajos arbustos un guadal.
Inclusive empezaron a afilar tanto su visión del campo que competían
para ver quién lo reconocía primero y decidía qué camino tomar para
sortearlo.

Así, con el correr de los días crearon un largo camino que unió por
primera vez el Río con la Montaña.

Armaron una especie de red que los conectaba con muchos otros
pueblos que fueron visitando y conociendo a lo largo de su travesía.
Zolí y Tayla recopilaron los relatos de cada lugar y fueron armando
un cuento para hacerlo llegar a cada lugar que visitaban. También
consiguieron nuevos alimentos que eran producidos en esos lugares
como semillas, aceites, miel.
Una vez que regresaron a la Aldea, contándole al anciano todo lo que
habían vivido, mandaron hacer más carretas para comerciar con todos
esos pueblos. Así inició un ciclo que nunca más frenó: viajaban,
volvían a la aldea con todo lo que habían conseguido, realizaban en-
cuentros en el Aty y volvían a viajar a otras tierras.

Su historia a cada nuevo tramo del camino sumó un nuevo capítulo


y en cada retorno a la aldea lo primero que hacían era consultarle al
anciano sobre cada decisión que tomaban.

Así, los relatos de Zolí y Tayla fueron contados de comarca en comar-


ca, expandiéndose por el mundo. Como los frutos que se renuevan en
cada generación, atravesaron el tiempo. Salakaná había escuchado su
canto.
Glosario
Arcón: Arca (caja) de gran tamaño.

Taciturno: [persona] Que es habitualmente callado o silencioso.


Cántaros: Vasija grande para contener y transportar líquidos.
Alberca: Depósito artificial con muros de obra en el que se
almacena agua, generalmente para el riego.
Tañia: Conjugación del verbo tañer. Tañer: Tocar un instru-
mento musical, en especial algunos existentes desde
antiguo.
Dialecto: Variedad de una lengua que se habla en un determinado
territorio.
Urgidos: Conjugación del verbo urgir. Urgir: Ser urgente [una
cosa].
Cúpula: Bóveda de curvatura uniforme que se erige sobre una
base circular de sección semicircular, apuntada o bulbosa
y cubre un edificio o parte de él.
Cacharros: Plural de cacharro. Cacharro: Recipiente, pieza artesanal
que puede ser de arcilla/barro que en especial se usa en la
cocina.
Guadal: Extensión de tierra arenosa que cuando llueve se convi-
erte en un barrizal.

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