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LA EDAD MEDIA
BIZANCIO
CONTEXTO HISTORICO:
Entre los siglos V y XV, el Imperio Bizantino, con
capital en Constantinopla, era el centro mundial de
comercio, la cultura y la moda. Bizancio fue en sus
orígenes una colonia de chozas de junco fundada
hacia el 660 a.C. por una comunidad de emigrantes
griegos procedentes de Megara; más adelante en el
330 d.C., paso a denominarse Constantinopla, cuando
el emperador romano Constantino el Grande (que
gobernó entre el 324 y el 337) volvió a fundar la
ciudad y le puso su nombre.
El nombre oficial de la ciudad era Constatinópolis
nea Roma- “la ciudad de Constantino que es la nueva
Roma”-, y vivió un desarrollo extraordinario que la
convirtió en la ciudad más opulenta del mundo.
Situada en la orilla europea del Bósforo, el estrecho
que separa Asia de Europa, la nueva capital tenía una
ubicación estratégica para afianzar el Imperio
Romano. Constantino se dio cuenta de que esta
posición, con su espectacular puerto, la convertiría
con el tiempo en un nexo esencial, tanto por tierra
como por mar, entre la civilización oriental y
occidental.
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Teodosio fue el último emperador que gobernó sobre las dos mitades del Imperio Romano, el de
oriente y el de occidente. Durante su mandato (379-395) realizo un cambio fundamental para la
sociedad bizantina: convirtió la forma católica romana de cristianismo en la religión oficial. Con ello
se culminó el ascenso del catolicismo, que dejo de ser una religión clandestina que practicaban las
clases populares y se transformó en el culto de la elite, proceso que había iniciado Constantino.
A la muerte de Teodosio, el imperio se dividió entre sus dos hijos: Honorio se quedó con el de
Occidente, y Arcadio, con el de Oriente. Al caer Roma en mano de los invasores germanos en el año
476, Constantinopla se convirtió en la capital de lo que quedaba del imperio. Más adelante, el
papado se establecería nuevamente en Roma.
Tras la caída de Roma, la situación de Constantinopla como punto de unión entre Europa y Oriente
fue adquiriendo mayor importancia. Las mercancías más lujosas, sobre todo la seda, llegaban
procedentes de Asia, inicialmente por mar. Más adelante, la seda, los perfumes y las especies
llegaban por tierra a través de Persia, aunque, a partir del momento en que el secreto de la
producción de la seda llego a Constantinopla –cosa que ocurrió en el año 552-, el comercio de este
articulo con Persia disminuyo. A su vez, Constantinopla exportaba a las iglesias, los monasterios y
las cortes de Europa occidental un sinfín de productos bizantinos: obras de arte, vestiduras
sacerdotales de seda, papiros, porcelana, artículos de cristal, incienso y perfumes. Todavía hoy
podemos encontrar en las iglesias rusas togas de ceremonia y mobiliario bizantinos.
Los prósperos bazares de la ciudad eran el lugar de encuentro de la población multirracial de
Constantinopla. Allí se producía un vertiginoso intercambio de todo tipo de productos exóticos: seda
de China, sándalo de Indochina, pimienta de Malabar, almizcle del valle del Indo, así como piedras
preciosas y semipreciosas.
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El magnífico palacio en el que Vivian, construido en el siglo V, era
otro de los focos de atención de la ciudad. Bajo la dirección de
Teodora, el palacio se llenó de todo tipo de objetos de lujo
elaborados por los mejores artesanos bizantinos, así como de otros
importados de Oriente. Las puertas eran de plata maciza y las
paredes estaban cubiertas de mosaicos, estilo que se ha descrito
como decadente y majestuoso a la vez. En el interior del palacio
había columnas de plata maciza, tableros de plata con
incrustaciones de nácar, muebles de oro, suntuosas cortinas
imperiales de color púrpura y suelos de mármol. Los invitados
entraban en el palacio pisando una fragante alfombra de pétalos de
rosa, romero y mirlo. El jardín imperial tenía un sendero de mármol
por el que paseaban ibis, pavos reales y faisanes entre fuentes con
surtidores de agua perfumada.
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BASILICA DE SANTA SOFIA ESTAMBUL (CONSTANTINOPLA)
LA MUJER:
Fuera de la corte, en todos los demás niveles de la sociedad bizantina, la mujer estaba apartada y
su vida era muy limitada. Lo primero era la familia, de modo que su vida cotidiana se centraba en los
asuntos del hogar.
Teodora constituía una excepción; la emperatriz infundía respeto y ejercía un enorme poder. Gran
parte de lo que se sabe acerca de Teodora procede de la obra histórica secreta de Procopio, las
memorias del historiador de la corte Procopio, que, al parecer, detestaba a los emperadores, por lo
cual no puede considerarse una referencia absolutamente fiable.
Hecebolo, el gobernador de Pentápolis, ciudad del norte de África, fue el primero en descubrir los
encantos de Teodora; la sacó de su humilde existencia y la convirtió en su amante. Vivieron juntos
durante un tiempo en el norte de África, pero, después de una riña, se separaron y Teodora regreso
a Constantinopla, donde trabajo como hilandera de lana. Entonces Justiniano se fijó en ella.
En el momento en que Justiniano pidió la mano de Teodora, la ley prohibía el matrimonio entre un
patricio y una cortesana, Teodora persuadió a su amante para que aboliera dicha ley. En el 525 se
casaron y, dos años más tarde, Teodora se convirtió en emperatriz del Imperio Bizantino.
Teodora solía desplazarse en un coche tirado por cuatro caballos blancos, y gobernaba sentada en
un trono de oro macizo y piedras preciosas. Los almohadones púrpura hacían juego con sus
zapatillas. Era una mujer compleja y, a pesar de que fue cruel e insensible en su mandato (asesinó a
sus enemigos envenenándolos, ahogándolos o torturándolos), era hábil en la política. Durante los
disturbios de Nika en el año 532, cuando los sublevados atacaron el palacio, Teodora se negó a
abandonar las estancias imperiales y dijo a su esposo que prefería morir entre la púrpura imperial
que huir. Los historiadores creen que su valentía permitió a su marido conservar el poder. Como
cualquier emperatriz, tenía una clara influencia política en incluso ejercía cierta autoridad sobre la
visión del imperio de su esposo: colaboro con él en el trazado de las grandes líneas de la
administración y en las reformas legales. Su función pública era más destacada que la tradicional
entre las esposas de los emperadores. Tomaba parte activa en los consejos del estado, y recibía a
embajadores y enviados.
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LA INDUMENTARIA BIZANTINA:
El estilo bizantino era una mezcla de los estilos griego y romano con la suntuosidad asiática y
oriental. Con el tiempo, esta mezcla influiría notablemente en la indumentaria medieval y
renacentista. La forma de vestir bizantina es única en la tradición occidental por haber evolucionado
al margen del atractivo sexual o la utilidad. Los trajes de corte se confeccionaban según las pautas
del libro de ceremonias imperial, y todos, desde el emperador hasta al funcionario de rango más
bajo, vestían de acuerdo a este reglamento.
Al igual que en Grecia y Roma, las prendas de vestir bizantinas eran de corte sencillo. La prenda
más habitual de la época era la túnica en forma de T. Asimismo, los cónsules bizantinos vistieron la
toga hasta mediados del siglo VI. Sin embargo, la incorporación de tejidos de colores vivos, flecos
borlas y bordados con adornos de joyería, todo ello de procedencia oriental, represento una
espectacular innovación en la indumentaria bizantina. Los motivos bordados podían ser tanto
religiosos –con figuras de los reyes magos, por ejemplo- como florales o con formas geométricas de
estilo oriental.
Aparte de la opulencia y el esplendor, el cristianismo tuvo una gran influencia en la forma de vestir
de Bizancio. Tanto en las ropas de hombre como en las de mujer, se imponía la modestia inspirada
por el cristianismo, de modo que había que ocultar el cuerpo. Las mujeres se cubrían la cara y las
manos, y los hombres llevaban pantalón debajo de la toga. Con tantas capas superpuestas y las
holgadas túnicas que vestían hombres y mujeres, se hacía prácticamente imposible distinguir la
silueta de un sexo de la del otro.
En las prendas se bordaban escenas religiosas procedentes de la tradición cristiana como motivos
simbólicos. Los mosaicos de la Iglesia de San Vital, en Ravena, revelan que el emperador vestía de
un modo que nos parecería eclesiástico. Al principio no había distinción entre la indumentaria de los
clérigos y la del resto de la población, pero más adelante los funcionarios gubernamentales
promovieron disposiciones en las que se prohibía al clero seguir las tendencias de la moda.
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Todas las tipologías de prendas desarrolladas en Bizancio (mitra, casulla, tablión) se transformarán
poco a poco en prendas totalmente litúrgicas y desaparecerán de la indumentaria civil bien entrada la
Edad Media, en la actualidad varias de ellas se encuentran tanto en la vestimenta de la Iglesia
Católica como en el traje de los sacerdotes ortodoxos.
Las tipologías, iguales tanto para hombres como para mujeres, se basan en el uso de una doble
túnica (la primera de mangas estrechas y la segunda, de mangas anchas que cubren las muñecas,
incrustada con piedras preciosas y denominada dalmática), que pueden diferenciarse en cada sexo
solo por la posición del cinturón. Completaba el cuadro un manto semicircular que se sujetaba al
hombro con una gran hebilla o broche enjoyado denominado clavus.
PRENDAS FEMENINAS:
La ropa de las mujeres compartía sus principales características con la ropa
masculina: ambas ocultaban la silueta y tenían varias capas. La primera era
una prenda interior que llegaba hasta los tobillos y ajustada. Luego venia un
vestido tipo túnica, más corto, que dejaba ver la primera prenda. Este vestido
podía ir ajustado o ceñido a la altura de la cintura o por encima de ella. Las
mujeres bizantinas solían llevar una estola romana; en ocasiones, incluso dos
a la vez. A menudo encima de la estola se ponían una palla (manto). Algunas
mujeres utilizaban velo, que -se confeccionaba con una pieza larga de tejido
que unas veces se dejaba caer por detrás de la cabeza y otras se doblaban
por delante de forma que cubriera el brazo.
La emperatriz Teodora con sus damas de compañía. Las prendas son de seda
estampada con ribetes de color bordados. Las mujeres visten largas túnicas con capa
y tablion.
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Este grupo de mujeres bizantinas, que aparecen en un mosaico de principios del siglo
XIV, lucen la vestimenta característica de la época. Las prendas presentan una
decoración recargada y lujosa; están cubiertas de perlas y piedras preciosas, y
adornadas con ribetes de oro.
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PRENDAS MASCULINAS:
En los primeros tiempos de Bizancio, los hombres de clase alta vestían a
la manera de Roma. Las diferentes capas de ropa estaban dispuestas de
modo que ocultaban la forma del cuerpo. Primero iba la ropa interior,
normalmente una túnica blanca de manga larga, ajustada y llegaba hasta
las rodillas o hasta los tobillos. Encima, la dalmática, una túnica con
mangas largas y anchas que a veces podía sustituir a la primera túnica. La
dalmática, que debía su nombre a su lugar de origen, Dalmacia, era de
color rojo y dorado.
Hasta el siglo VI d.C., la mayoría de los ciudadanos bizantinos vestían
toga, pero más adelante su uso quedo restringido a los cónsules y fue
sustituida por una capa. Existían tres tipos de capas, todas de origen
romano. En el mosaico de la Iglesia de san Vital, en Ravena, se representa
a Justiniano con el primer tipo, un simple rectángulo de tejido que cubría la
espalda y llegaba hasta los pies. El segundo tipo consistía en una pieza de
ropa semicircular sujeta a los hombros. El tercero era una capa circular,
muy parecida a la paenula romana (actual casulla), cosida por delante
con una abertura para la cabeza, a veces, con una capucha que se podía
quitar y poner. Existía otra alternativa a la toga: la clámide griega
abrochada del hombro derecho, que a menudo se combinaba con una pieza cuadrada de tejido
bordado denominado tablion. También usaban el xiadión, especie de delantalillo circular, cogiendo
sobre el busto casi un tercio de la clámide, muy ornamentado, decoración autoritaria, propia sólo de
los emperadores y magnates de Bizancio.
Hacia los siglos V y VI, los hombres de clase media llevaban la túnica. Tenía el escote adornado y
era más larga que la túnica de los cortesanos. Los sacerdotes y la nobleza también llevaban un
pallium (actualmente llamada estola), que, a pesar de tener el mismo nombre que la capa romana,
era completamente distinto: consistía en una tira de tejido de unos 20 centímetros de ancho,
exquisitamente decorada, que iba enrollada alrededor del cuello. Debajo de la túnica, los hombres
llevaban un hosa (unas mallas de lana o de otro tejido) o un braco (pantalón bombacho). A partir del
siglo VI, empezaron a utilizar calzones o pantalones. Los obreros usaban bombachos, que se metían
por dentro de las botas de caña alta; encima llevaban una túnica hasta el muslo y una capa hasta los
tobillos, ambas confeccionadas en lana. También, podían llevar el calobe – túnica corta sin mangas-.
A partir del siglo VII los hombres (y posiblemente las mujeres) llevaban varios tipos de prendas
para cubrir las piernas, similares a los pantalones modernos. Las bracae (actuales bragas) eran
pequeñas, y sólo cubrían las partes íntimas, mientras que las femoralia eran más largas y también
cubrían los muslos. Los tubrucos, un nombre que hoy se usa para pantalones, se llevaban bien
ajustados o sueltos alrededor de los tobillos. Estos pueden verse en los relieves romanos como parte
del atuendo bárbaro, y guardan un fuerte parecido a los pantalones usados por los partos en Persia.
Los pies se cubrían con calcetines –udones-, y zapatos cerrados.
El Emperador Justiniano y su
entorno en un mosaico de la
primera mitad del siglo VI, el
emperador lleva toga púrpura con
bordados de oro. El arzobispo
Maximiano (tercero a la derecha)
viste pallium y estola, y sus dos
diáconos (a la derecha) llevan la
túnica lacticlavia.
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LA INDUMENTARIA MILITAR:
El Imperio Bizantino duro poco más de diez siglos y,
naturalmente, en tan largo periodo debió defender, muchas
veces sus fronteras, amenazadas por otros pueblos. En el
orden interno eran frecuentes las intrigas palaciegas y
rebeliones. De allí la necesidad de contar con un fuerte
ejército, y para formarlo se recurrió casi siempre a tropas
mercenarias.
Los soldados usaban una coraza de metal hasta la cintura
con caídas de cuero. Los jefes principales llevaban una rica
capa semicircular, sostenida por el clavus o insignia de
dignatarios. El calzado era de cuero suave, y las calzas de
seda labrada. La espada fue alargándose y los escudos
adoptaron una forma ojival muy característica. Los soldados
usaban una túnica corta y protegían su cabeza con cascos
lisos de metal, escudo y espada. Algunos cuerpos eran muy
hábiles en el manejo de las lanzas. Cada escudaron tenía
su estandarte con diversas insignias, pero en la mayoría
aparecían símbolos cristianos.
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TEJIDOS:
Seda, tafetán, damasco, terciopelo, brocados, hilo, lana, algodón… Los bizantinos elaboraron
los vestidos imperiales con una gran variedad de tejidos. El uso de telas suntuosas distinguió su
indumentaria de las otras civilizaciones.
La introducción de la seda en Europa constituye uno de sus mayores aportes a la historia de la
moda. Al principio, la seda llegaba a Constantinopla a
través de la interminable ruta comercial procedente de
China, que pasaba por Oriente Próximo. El proceso de
elaboración de la seda fue un misterio durante tanto
tiempo porque para muchos era inconcebible que el
tejido más lujoso que existía estuviera producido por
gusanos. Finalmente, en el 552 se resolvió el enigma, y
todos los incrédulos quedaron convencidos cuando dos
monjes persas transportaron clandestinamente una rama
hueca de bambú, en las que escondieron centenares de
huevos de gusanos de seda (Bombyx Mori), y las
semillas de morera necesarias para plantar los árboles
de cuyas hojas se alimentan estos animales. Una vez se
consiguió fabricar regularmente seda en el imperio, se
acabó el monopolio de Oriente. Los bizantinos
empezaron a fabricar una variedad de seda que se
conoce con el nombre de Samite: presentaba una textura
densa y fuerte, parecida a lo que hoy conocemos por
brocado, y su tacto, más basto, encajaba a la perfección
con el estilo imperial bizantino, imponente y efectista.
A veces se bordaba la seda con hilo de oro o se
combinaba con piezas de tela tejidas en hilos de oro. No
obstante, el imperio siguió importando ocasionalmente
seda de China en forma de togas con dragones
bordados. La demanda de este material jamás
disminuyo, puesto que denotaba una posición social
elevada.
Fragmentos de una túnica de lino,
Época bizantina, siglos VI-VII.
CALZADO:
El calzado de hombres y mujeres estaba fuertemente influenciado por los materiales y colores
utilizados en Oriente. A menudo era de seda bordada, y estaban decorados con oro y pedrería en
tonos que iban desde negro, gris y marrón hasta verde, azul, rojo ciruela y violeta intensos. Eran
comunes las botas de media caña, así como las zapatillas con pedrería. Teodora llegó incluso a
calzar zapatos de oro. Los obreros solían llevar botas de caña alta.
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ACCESORIOS:
Al principio del periodo bizantino, las joyas influidas por los estilos griego y romano,
pero con el tiempo acabaría imponiéndose la influencia de Oriente Próximo. Tanto
los hombres como las mujeres de alto rango utilizaban collares muy recargados. Los
pendientes, los anillos y los broches se fabricaban con oro, perlas y piedras
preciosas, como rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes. Para sujetar sus capas o
mantos utilizaron el clavus, broche o prendedor ricamente ornamentado según la
jerarquía de quien lo usara. En el Victoria and Albert Museum de Londres se
conserva un par de pendientes bizantinos del siglo VI. Se trata de un tipo de
pendientes de inspiración egipcia, que consiste en un aro con el borde inferior
curvado, más ancho y en forma de barca.
Medallón cloisonné
Bizancio, siglo VI-VII d.C.
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BELLEZA Y COSMETICA:
Los bizantinos disponían de termas. Un siglo después de su fundación,
Constantinopla tenía 53 baños particulares, ocho de los cuales estaban abiertos al
público. Al parecer, los bizantinos consideraban que el aseo tenía una importante
influencia en la salud y el bienestar.
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SOMBREROS Y TOCADOS:
Con la excepción de los petasos de paja de los campesinos y del zucchetto –un gorro de origen
griego (el pilos)-, no era habitual entre los ciudadanos de Bizancio usar sombreros y, hasta el siglo
XII, los sacerdotes y obispos oficiaban las ceremonias religiosas con la cabeza descubierta. Pero,
posteriormente, los tocados se convirtieron en una parte importante de la vestimenta de la corte y la
iglesia.
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