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Derecho Laboral.

Ficha de cursada:
Evolución histórica del Derecho Laboral

Carrera
Licenciatura en Gerencia de Empresas

Docente
Patricia Fernández
Derecho Laboral

Ficha de cursada: Evolución Histórica.

El trabajo a lo largo de la historia.

En la evolución histórica del trabajo humano cabe distinguir dos épocas que resultan
claramente diferenciables. El punto de inflexión lo marcó el movimiento social-
económico de carácter mundial denominado “revolución industrial”, con el que
comienzan a aparecer las prestaciones laborales en relación de dependencia y por
cuenta ajena. Como consecuencia de ello, a la primera etapa evolutiva se la denomina
“pre industrial”, entendiendo por tal al período que corre desde las prestaciones
rudimentarias de la Roma clásica hasta la aparición de los primeros emprendimientos
industriales del siglo XVIII. En este período no existen relaciones laborales como las
conocidas actualmente, sino meras prestaciones rudimentarias.
A la segunda etapa se la designa “industrial” propiamente dicha, por cuanto en ella
hay que incluir todas las formas de prestación laboral que se han ido verificando desde
la revolución industrial hasta hace algunos años.
Finalmente, en la actualidad ha surgido una tercera etapa que se puede llamar “pos
industrial” y que presenta características propias.

Las prestaciones laborales “pre industriales”.

El primer antecedente de prestación en esta época es la que realizaban los primitivos


romanos cuando llevaban a cabo una locación de servicios o locatio conductio
operarum, que solo podían realizar los hombres libres, dado que las prestaciones de
los esclavos no pueden ser entendidas como laborales, ya que no eran considerados
por el derecho romano personas sino cosas u objetos, y como tal carecían de libertad;
la relación entre dador de trabajo y beneficiario era de dominio. Con el tiempo se fue
restringiendo el poder absoluto del señor, mejorando la condición del esclavo, quien
podía llegar a comprar su libertad, o a adquirirla por voluntad del señor o por
disposición de la ley.
Con la caída del Imperio Romano y la estructura de la nueva sociedad medieval, las
prestaciones que antes efectuaban los esclavos fueron trasladadas a los siervos de la
gleba, mientras que las que hasta entonces venían desarrollando los romanos libres
fueron asumidas por los artesanos. Los nuevos siervos continuaron desarrollando las
tareas encomendadas por sus amos de manera infrahumana, ya que seguían siendo
considerados como cosas, y no como personas o sujetos de derecho. Estos siervos,
que en su mayoría realizaban tareas de siembra y cosecha, eran parte inescindible de
los fundos de los señores feudales para los cuales trabajaban. Sólo a manera de
rudimentaria contraprestación era permitido a los siervos conservar una pequeña
porción de lo obtenido del suelo para su subsistencia y la de su familia.
El sistema de las prestaciones, tal como se venía pactando desde la antigüedad
clásica en su doble dimensión esclavo-hombre libre, no varió demasiado durante la
edad media y los comienzos de la modernidad. En efecto, pese a los avances
científicos y al desarrollo intelectual y artístico de la humanidad, que se verificaron
entre los siglos X y XVIII, no se produjo un cambio trascendente en el ámbito del
trabajo humano, donde seguían laborando los hombres libres y los esclavos con la

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misma división de tareas y la misma construcción retributiva heredada de la Roma
antigua.
En cuanto a la duración de la jornada de trabajo, las leyes de Manú (año 1280 a.C.),
establecían el trabajo de sol a sol: se trabajaba mientras duraba la luz, y estaba
limitado el trabajo nocturno, que era considerado perjudicial. En esta época cabe
observar tres etapas bien diferenciadas:
a) La Antigua (hasta el siglo X): caracterizada por el trabajo esclavista, por las
industrias familiares y por el agrupamiento de los artesanos en colegios.
b) La Medieval (siglos X a XV): las comunas se liberan de la tiranía feudal y comienzan
a aparecer y luego a afianzarse los gremios de practicantes de oficios y las
corporaciones.
c) La Monárquica (siglos XVI a XVIII): los monarcas, reforzados en su poder tras la
decadencia y disolución del sistema feudal, trataron de desarrollar algún tipo de
industria rudimentaria y emitieron reglamentaciones para los gremios.

Las prestaciones laborales de la etapa industrial.

Hacia fines del siglo XVIII, tanto la Revolución Francesa como la Revolución Industrial
trasformaron de manera definitiva las estructuras sociales y las formas tradicionales de
prestación laboral. Con la aparición de las primeras máquinas, de la consecuente
producción en serie y de la iluminación de gas de carbón que permitía el trabajo
nocturno, comienza una etapa de “industrialización”, en la que se verificó una
mutación de los típicos papeles de artesano-vasallo-propietario hasta lo que hoy se
conoce como obrero-empleador.
A diferencia de lo que ocurría en las etapas anteriores, en las cuales el fundo o el
pequeño taller eran el eje absoluto de la vida del trabajador, en la etapa industrial los
obreros comenzaron a desplazarse en movimientos migratorios internos para
asentarse en las típicas aglomeraciones suburbanas que fueron naciendo alrededor de
las fábricas que se iban instalando. En cuanto a la jornada, el trabajo era realizado
esencialmente de día y se descansaba el sábado o el domingo por razones religiosas.
Las jornadas de trabajo eran extenuantes, ya que se extendían hasta 16 horas diarias;
sólo a fines del siglo XVIII, en Inglaterra, se redujo a 12 horas y a fines del siglo XIX,
se intentaba reducirlas a 10 horas. Las primeras leyes sobre la jornada datan de la
mitad del siglo XIX en Inglaterra, Francia y Australia. Sin embargo, la jornada de 8
horas diarias y 48 semanales, a nivel internacional, fue establecida luego de la
finalización de la Primera Guerra Mundial en el tratado de Versalles, que creó la
Organización Internacional del Trabajo (1919).
El trabajo, en la primera mitad del siglo XIX, se caracterizó por jornadas extenuantes
en lugares carentes de seguridad e higiene, el trabajo de niños de corta edad y
mujeres en cualquier actividad, la exigua retribución salarial y la inexistencia de los
descansos hebdomadarios.
Esta nueva concepción del trabajo, en un marco de maquinismo y de liberalismo
político y económico, trajo como consecuencia la conformación de una construcción
que presentaba las siguientes características:
- la aplicación al trabajo de una energía distinta de la del hombre;
- la propiedad de los medios de producción y la apropiación del producto del
trabajo por los patrones;
- el trabajo por cuenta ajena y asalariado, aunque de manera insuficiente;
- la producción en gran escala y estandarizada;
- la concentración industrial;
- la división del trabajo;
- la formación de monopolios y sindicatos;
- la disociación entre los factores de la producción.

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Como corolario de lo expuesto, se puede afirmar que hacia fines del siglo XVIII, y
comienzos del XIX la situación de los trabajadores fue peor que en cualquiera de las
épocas anteriores, ya que prácticamente se habían trasformado en una nueva
expresión social de la esclavitud de los siglos pasados. En tanto, con el advenimiento
de la Revolución Industrial y el uso de las máquinas, los accidentes y riesgos en el
trabajo se multiplicaron. Comenzaron a producirse muertes, mutilaciones y
enfermedades originadas por el trabajo realizado en los centros donde la Revolución
Industrial se había asentado. Éste es el panorama que presentaba Europa a mediados
del siglo pasado; era la época de la consagración a ultranza del liberalismo económico
y jurídico siendo su máxima expresión el “Código Napoleón” (Código Civil francés de
1804) que consagraba el principio de la autonomía contractual. La necesidad de
terminar con las altas tasas de mortalidad entre las mujeres, niños y obreros en
general, por un lado, y los socialistas utópicos y científicos, el levantamiento de la
Comuna de París (1848 y 1870) y los pensadores católicos franceses de mediados del
siglo pasado, por otro, conformaron un hecho social de suficiente magnitud como para
exigir una legislación que contemplara la siniestralidad del trabajo.
Con la aparición de la doctrina de Josserand que impuso la responsabilidad objetiva,
se logró dictar las primeras leyes sobre accidentes de trabajo. La legislación inglesa
toma en cuenta el riesgo que produce la industria, dejando a un lado la culpa, y
aparece la “teoría del riesgo”. Este criterio es adoptado por la legislación francesa,
luego por la belga, y posteriormente se traslada a América.
La teoría de Josserand responsabiliza al dueño de un establecimiento por haber
generado el riesgo y repara el daño hasta determinado monto: la indemnización no era
integral, sino tarifada, lo que fue aplicado a la mayoría de los países de Europa. Pero
la posición de Alemania entre los años 1889 y 1890, fue consagrar los seguros
obligatorios para supuestos de accidente, enfermedad, muerte y otras consecuencias
emergentes de los siniestros laborales.

Doctrinas

Liberalismo: Esta doctrina, nacida de la conceptualización teórica de Adam Smith y


propuesta en su obra Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza
de las naciones, propone la regulación natural de las relaciones sociales nacidas del
nuevo industrialismo. Es decir, que propugna la normalización paulatina, sin
intervención de ente alguno, de las relaciones obrero-patrono. El liberalismo es anti-
intervencionista por definición, ya que Smith postula que cualquier regulación conspira
contra las leyes naturales de la división del trabajo, de la moneda y de la oferta y la
demanda. Para esta doctrina, el Estado sólo debe limitarse a preservar el discurrir
normal de dichas leyes naturales, removiendo, aun de manera coercitiva, si fuera
necesario, los obstáculos que puedan presentarse. De allí que a la concepción liberal
del Estado se la caracteriza como “estado-gendarme”.

Socialismo: El primero de los teóricos socialistas que expuso sus ideas acerca de la
imposibilidad de la existencia de la armonía espontánea y natural de las relaciones
social-laboral, de las que hablaba Smith, fue Sismondi. Considera que la abstención
gubernamental no tiene razón de ser, por cuanto el Estado tiene la obligación de
intervenir para evitar los abusos, poner límites a las iniciativas individuales y mantener
el equilibrio de los distintos factores de producción. Por ello, Sismondi es considerado
como el primero de los “intervencionistas”.

Comunismo: El comunismo o “socialismo científico” fue conceptualizado por Carlos


Marx y Federico Engels y expuesto en el llamado Manifiesto Comunista de 1848. En el
Manifiesto, sus autores proclaman que los instrumentos de producción deben ser
puestos en manos de los obreros (“proletariado”) mediante la lucha de clases,

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propuesta como solución para la eliminación de la burguesía. Sostienen que tal fin no
puede ser alcanzado sin la supresión violenta de todo el orden social tal como está
organizado en ese momento. Para el pensamiento de Marx y Engels, las clases son
irreconciliables y la lucha no termina hasta que sea instalada una verdadera “dictadura
del proletariado”. Los comunistas también teorizaron acerca del concepto de
“plusvalía”. Sostienen que la sociedad capitalista se funda en la producción de
mercancías, que son producto del trabajo humano, al que consideraban como creador
de valor. Para ellos, el poseedor del dinero compra “fuerza de trabajo” como si
comprase cualquier otra mercancía por el valor equivalente al tiempo de trabajo,
socialmente necesario para su producción; por lo que al obrero le cuesta subsistir y
mantener a su familia. Después de la compra de dicha fuerza laboral, el propietario del
dinero es también detentatario del derecho de consumirla: obligarla a trabajar durante
toda la jornada. Pero, quizá en la mitad de tiempo de la jornada, el obrero produce una
mercancía que cubre los gastos de su manutención, y en la segunda mitad crea un
producto suplementario que el sistema capitalista no retribuye al obrero y cuyo
beneficio el patrono se guarda para sí. A esa producción suplementaria, no retribuída
al obrero, y con cuyo valor se queda el propietario de la fábrica, es lo que los
comunistas denominan “plusvalía”.

Doctrina social de la Iglesia: Esta solución teórico-filosófica reconoce sus orígenes


en las enseñanzas de Jesucristo, en las de los padres de la Iglesia (entre otros, Santo
Tomás de Aquino) y en las encíclicas papales. La Doctrina Social condena tanto las
soluciones capitalistas como las socialistas y las comunistas:
 condena al capitalismo porque, en un pretendido sistema idílico de libertad y de
libre competencia, se produce el triunfo del más fuerte y una explotación del
trabajador tan dura que lo reduce al pauperismo.
 condena al comunismo porque, además de profundamente materialista y
anticristiano, propicia la lucha de clases y la instalación de una dictadura
estatal férrea en manos del proletariado. Los teóricos de la Doctrina Social
sostienen que la sociedad tienen como finalidad primordial conservar,
desarrollar y perfeccionar a la persona como una integralidad, que no puede
ser dividida en “hombre-político” y en “hombre-social” como lo hacen las
restantes posiciones filosóficas analizadas.
Para esta posición, el hombre es un ser único e indivisible, que debe dedicarse a la
búsqueda de su propio bien pero sin desatender el bien común social. Las más
modernas construcciones de la Doctrina Social surgen, principalmente, de siete
documentos, encíclicas papales, emanados de los últimos papas, desde León XIII
hasta Francisco I, que han realizado un aporte trascendente para la solución de la
cuestión social.
La encíclica Rerum Novarum: Fue emitida por el Papa León XIII el 15 de mayo de
1891. En ella se plantea, por vez primera, lo que conocemos como “cuestión social” y
el rechazo explícito a la concepción liberal de la sociedad y del trabajo humano. El
Papa León XIII condena severamente la acción socialmente nociva del capitalismo
deshumanizado, a la vez que afirma la necesidad de la existencia de la propiedad y la
iniciativa privada, del beneficio común de los bienes y de la intervención estatal como
fuerza necesaria para balancear la fuerza de los distintos sectores que actúan en la
comunidad. También en esta encíclica se dejan sentados por primera vez algunos
derechos inalienables de los trabajadores, los cuales tomaron algunas construcciones
normativas del constitucionalismo social moderno. Entre ellos, cabe destacar: el
derecho a la libre agremiación, al salario mínimo y vital, a la limitación de la jornada
laboral y a la protección de las mujeres y los niños en el trabajo.
La encíclica Quadragesimo Anno: Fue emitida por el Papa Pío XI, el 15 de mayo de
1931, para conmemorar el 40º aniversario de la encíclica Rerum Novarum de León
XIII. Este documento ataca, abierta y definitivamente, tanto al capitalismo como al

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socialismo, dejando sentado que tanto una doctrina como la otra son aberrantes,
antinaturales y profundamente nocivas para los individuos, en particular, y para la
sociedad, en general. Se anuncia, también por primera vez, el principio de
“subsidiariedad” por el cual el Estado debe intervenir, en forma directa o por medio de
instituciones o grupos intermedios, en la vida social-económica de la comunidad y en
las relaciones laborales.
La encíclica Mater et Magistra: Fue emitida por el Papa Juan XXIII el 15 de mayo de
1961. Este documento reitera y reafirma varios conceptos tratados en los anteriores: el
de salario justo, la cogestión, la socialización de los bienes de producción, la justicia
social, el derecho de propiedad, el de subsidiariedad y el de equidad.
La encíclica Pacem in Terris: También fue emitida por el Papa Juan XXIII el 11 de
mayo de 1963. Constituye el primer llamado institucional de la Iglesia católica a los
políticos de las naciones, instándolos a defender la libertad y los derechos
fundamentales de los hombres en comunidad. Condena por igual al estatismo
colectivista del marxismo y al liberalismo individualista del capitalismo.
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes: Éste es unos de los documentos modernos
más importantes de la Iglesia católica, emitido por el Concilio Vaticano II el 7 de
diciembre de 1965. En su capítulo III, se dedica a destacar la responsabilidad social de
los titulares del capital en la sociedad y su obligación de mejorar el salario y las
condiciones de la prestación laboral de los trabajadores. Insta a suprimir las grandes
diferencias sociales surgidas entre clases con el avance y la afirmación del
industrialismo, pero por medio de la agremiación y de la utilización de los medios
pacíficos de resolución de conflictos. Conceptualiza el derecho a la huelga para los
trabajadores, pero aclarando que ella es el último de los recursos que deben emplear
para solucionar sus controversias salariales.
La encíclica Populorum Progressio: Fue emitida por el Papa Pablo VI el 26 de marzo
de 1967. Proclama la injusticia de la existencia de países extremadamente pobres
frente a las naciones más desarrolladas, con sobreabundancia de bienes no
destinados a la redistribución entre los más necesitados. Sostiene que las relaciones
entre capital y trabajo deben ser fundamentalmente armónicas y propone soluciones
basadas en la solidaridad y en la justicia social.
La encíclica Laborem Exercens: Fue emitida por el Papa Juan Pablo II el 14 de
setiembre de 1981. Establece un principio teórico-filosófico que su autor denominó
como de “socialización de los bienes de producción”; entiende que el derecho de
propiedad de los medios de producción no es absoluto ni concentrable en pocas
manos, sino que debe hallarse subordinado y al servicio del trabajo. Esta encíclica
establece, por primera vez, la diferencia existente entre empleador directo y empleador
indirecto, considerando al primero como el sujeto con quien el trabajador acuerda su
trabajo, y al segundo como aquél conformado por los entes, factores y circunstancias
que inciden sobre el empleador directo; por ejemplo, la política económica y laboral del
Estado, los convenios colectivos, el sistema económico, la normativa laboral, etc. Para
Juan Pablo II, trabajo y salario son dos factores fundamentales de la dignidad humana,
por los cuales se debe asegurar no sólo la subsistencia del trabajador, sino, además,
la de su familia.

La etapa “pos industrial”.

A partir de la década de 1970, se va conformando un nuevo orden económico y


político que puede ser denominado “pos industrial”. Esta etapa se caracteriza por los
siguientes factores: la informatización, la robotización, la electrónica aplicada, la
automatización de los procesos de producción y la búsqueda de la eficiencia y el bajo
costo. Se materializa en los procesos de globalización, flexibilización laboral y
precarización del empleo.

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La “globalización”: Los Estados y los grupos económicos se reúnen en
organizaciones trasnacionales (Mercosur, Unión Europea, etc.), se neutralizan las
barreras aduaneras y se trata de optimizar los procesos de intercambio para aumentar
las ventajas competitivas. En esta nueva división internacional del trabajo y de la
producción y del consumo, algunos países se han convertido en líderes en materia de
provisión internacional de mano de obra sumamente barata. Se trata de una época de
comunicaciones globales, en la cual se amplían cada vez más los mercados de
trabajo, de producción y de consumo mediante la acción de nuevas herramientas de
comercialización (por ejemplo, la mercadotecnia). La globalización de la economía, la
competencia y la cultura de la producción y el consumo impone a las empresas tratar
de reducir el llamado “costo laboral”.
La “flexibilidad laboral”: Esta corriente es una de las características primordiales de
la etapa “pos industrial” y, básicamente, consiste en la reformulación de los
mecanismos legales necesarios para obtener una mayor producción y mejores
utilidades por medio de la reducción de los costos laborales. Sin embargo, hay
detractores de este sistema, ya que algunos sectores sociales consideran que sólo se
tiende a eliminar los derechos de los trabajadores y a restringir el poder de los
sindicatos.
Dentro de este sistema predominan las condiciones de trabajo elásticas y presenta las
siguientes características:
 el trabajador se trasforma en multiprofesional, es decir, que está capacitado
para trabajar en distintas tareas;
 aparece el concepto de polivalencia funcional, en el cual las tareas que
desarrolla el trabajador se adaptan a las necesidades de la empresa (cambio
de una máquina a otra o a categorías de distinto nivel);
 la jornada de trabajo es variable según la intensidad del trabajo (hora flexible,
jornada intensiva);
 los descansos y vacaciones se adaptan a las características del trabajo y se los
puede fraccionar.

La “precarización del empleo”: El llamado trabajo precario es aquel que no reúne las
condiciones legales fijadas, tanto porque la prestación es temporaria o inestable o por
tratarse de un trabajo no registrado (trabajo en negro). Asimismo, se presenta cuando
los ingresos son sensiblemente inferiores a los niveles mínimos de subsistencia
(subempleo).
En esta etapa “pos industrial”, la informatización y automatización de los procesos de
producción, en el marco de la globalización de la economía dentro de una nueva
concepción de producción y consumo de competencia internacional, produce un
descenso notorio en la necesidad de mano de obra, lo cual ha llevado a las empresas
a invertir en tecnología de avanzada que para su funcionamiento requiere pocos
trabajadores y un alto nivel de capacitación. Como lógico corolario, esto produce la
necesidad de propender a lograr una capacitación adecuada de los trabajadores para
adaptar sus aptitudes al cambio tecnológico existente.

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