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Gran número de personas sufren agobio por la violencia, apatía y rutinas que
enfrentan a diario, lo que les hace creer que su vida no tiene sentido; en sus propias
palabras, experimentan un “vacío” que se agudiza y les resta vitalidad. ¿Es éste su
caso y desea hacer algo para cambiar su situación? Descubra cómo conseguirlo.
Es difícil ignorar que los índices delictivos en México y el mundo presentan cifras
ascendentes, que la depresión va ganando terreno en personas de todas las edades
y que distintos tipos de adicciones se vuelven más comunes en nuestro espacio
vital. Las ciudades parecen más peligrosas y asfixiantes que nunca, despertando
en muchos de sus habitantes un sentimiento trágico que por momentos parece
incontrolable.
Más aun, el Dr. Murueta Reyes comenta que “es notable que en fechas recientes
se haya elevado la sensación de agobio en personas con 25 años o menos y que
las tasas de problemas psicológicos y suicidio en este sector poblacional se hayan
incrementando en todos los países, al parecer porque la globalización genera la
sensación de encontrarse ante una maquinaria social de la cual ni siquiera se siente
parte, la cual ha sido impuesta. A diferencia de sus similares de los años 1950 a
1970, que eran emocionalmente más fuertes y creían que podían cambiar al mundo,
los jóvenes de 1980 a la fecha dan la impresión de experimentar una sensación de
depresión generalizada y de impotencia que se acentúa poco a poco”.
Existen varias razones que explican la agudización del desencanto hacia la vida,
siendo sobresaliente “el fenómeno de despersonalización que genera la sociedad
industrial. La técnica ha arrollado a las manifestaciones culturales, que son
referentes importantes de identidad y pertenencia a un grupo, en tanto que las
calles, los centros de trabajo y medios de transporte como el Metro ofrecen un
ambiente en el que las personas viven rodeadas de gente, aparentemente
acompañadas, pero solitarias en la parte emocional”.
En opinión del especialista, este fenómeno fue observado desde sus orígenes (siglo
XIX) por el filósofo danés Sören Kirkegaard y ha sido descrito por numerosos
escritores, como el ruso León Tolstoi, el francés Jean Paul Sartre, el colombiano
Gabriel García Márquez o el mexicano Octavio Paz. Empero, la pérdida de
esperanza se ha acelerado en las ultimas décadas por hechos como la caída del
bloque socialista, que para muchos representaba una alternativa de cambio que ha
desaparecido.
Otro tanto hay que decir de las relaciones familiares, en las que es común observar
abandono afectivo y falta de comunicación. Describe el psicólogo que aunque en
los hogares exista la presencia física de uno o ambos padres, éstos se encuentren
emocionalmente ausentes “como sucede en la película El muro (The wall), de Pink
Floyd, donde el personaje requiere a su madre y ella parece no responder”, o bien,
las necesidades orillan a los tutores a pasar mucho tiempo fuera de casa y “a vivir
ensimismados tratando de solventar su problemática económica, mientras los niños
se encuentran en otra realidad, como ejemplifica la cinta Vidas perdidas (Kids)”.
Notables consecuencias
En medio de avenidas y del ir y venir de automóviles resulta difícil establecer cuándo
una persona experimenta falta de interés por la vida, sobre todo porque así es
imposible conocer los sentimientos de la gente y el estado de sus relaciones
afectivas y familiares. Sin embargo, basta con analizar un poco las escenas que se
presentan a diario para entender que la sensación de agobio es mucho más notable
y común de lo que parece a simple vista.
En primer lugar, describe el Dr. Marco Eduardo Murueta, es evidente que una de
las principales consecuencias directas de este problema es la depresión, pero se
debe considerar que “las personas con este padecimiento tienden a ser bipolares o
maniacodepresivos, es decir, luego de pasar por un período de crisis entran en una
fase eufórica o maniaca en la que intentarán experimentar sensaciones que les
hagan olvidar el vacío existencial, por lo menos durante un momento”.
Sobre este último punto, el Dr. Murueta explica que “los secuestradores y asesinos
pasan necesariamente por una serie de crisis emocionales, y entre más violentos
sean sus actos demuestran que son más insensibles hacia los demás y hacia ellos
mismos. Basta recordar el caso del secuestrador Daniel Arizmendi: cuando lo
capturaron y le preguntaron qué castigo le daría a quien hiciera lo mismo que él,
contestó con la mayor frialdad que merecería la pena de muerte. Estaba consciente,
pero no le importaba nada, ni él mismo; a través del crimen trataba de llenar su
vacío existencial y sentir que pasaba algo en su vida, como lo hace mucha gente a
través del dinero, agresividad, exceso de trabajo y consumo de estimulantes”.
Así, queda claro que el desencanto por la vida está presente en muchas personas,
aunque no lo muestren directamente, pero a pesar de ello muchas campañas
publicitarias tratan de aprovechar su existencia. “La sociedad de consumo se vale
de este problema comercialmente, y si la gente siente vacío tratará de llenarlo, o al
menos intentará dar la impresión de hacerlo. De ahí la moda o la creación de
slogans como el que dice: 'un psicólogo nunca entenderá el valor de un vestido
nuevo'; la verdad es que sí lo entendemos, pero sabemos que la felicidad que
genera sólo dura 2 o 3 días”.
A pesar de los buenos resultados obtenidos, el Dr. Marco Eduardo Murueta opina
que un cambio duradero necesita de la realización de otras medidas que involucren
a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, habla de crear una nueva cultura laboral
en la que se contemple al trabajador como un ser humano con emociones que
necesita convivir más con su familia, sin olvidar el valor que tendría ayudar a que
las personas aprendan a establecer relaciones enriquecedoras y respetuosas, así
como a hacer uso inteligente de sus emociones.
Por último, el filósofo y psicólogo concluye que sería de gran utilidad para toda la
sociedad crear “alternativas viables y edificantes que alcancen también a la esfera
política, en donde los debates se reducen a buscar ‘quién es el peor’. Considero
que en vez de esto es posible empezar a generar propuestas como la creación de
‘escuelas para padres’, en donde se enseñe a los progenitores cómo enfrentar sus
problemas, así como desarrollar nuevos modelos educativos que hagan que los
chicos sean más participativos en su comunidad, o gracias a los cuales aprendamos
a ser mejor pareja y a trabajar en equipo en nuestros centros laborales. Sí hay
posibilidad de lograr un cambio, y aunque no es fácil, al menos podemos intentarlo”.