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Departamento de Filosofía
Licenciatura en Filosofía
Dedicatorias
A mis padres y hermanas, a quienes por la entrega de su comprensión y amor les debo la
pasión y dedicación con la que me entrego a esta disciplina.
Y a todo aquel con el que haya compartido una conversación filosófica, de las cuales me he
enriquecido enormemente en este camino.
Tabla de contenido
Resumen ................................................................................................................................ 1
Introducción ......................................................................................................................... 2
Abstract
1
Introducción
2
reconocimiento del desarrollo de la libertad del sujeto práctico en el pensamiento de Hegel.
Y, para lograr corroborar nuestra hipótesis, nos hemos planteado, como objetivo general,
analizar la relación entre los conceptos de identidad y diferencia para la comprensión de la
problemática que nos supone la subjetividad y la libertad.
Así pues, del objetivo general se siguen los siguientes objetivos específicos: 1)
Examinar la relación entre los conceptos de identidad y diferencia desde la constitución del
sujeto teórico bajo la relación entre sujeto y objeto. 2) Reconocer cómo a través de la
constitución del sujeto teórico sería posible la comprensión del desarrollo de la libertad del
sujeto práctico.
3
CAPÍTULO I: Las categorías de identidad y diferencia para la constitución del sujeto
teórico
Dicha operación es definida por Hegel (2014) como una identidad de la identidad y
la no-identidad (p.35), y esto a través de una dinámica entre sujeto y objeto, que estará
permanentemente sometida a una tensión entre la unidad y la escisión. De esta cuestión ya
se nos señalaba anteriormente que la “escisión es la fuente de la necesidad de la filosofía y
en cuanto formación de la época, el aspecto no-libre, dado de la figura” (Hegel, 2014, p.21),
por lo que podemos comprender a la escisión como el producto de la contradicción provocada
por la diferencia, que a su vez, le permitirá a la conciencia reconfigurar permanentemente su
saber en nuevas figuras del conocimiento. En otras palabras, la diferencia se nos presenta, en
un sentido especulativo, como el motor que impulsa al desarrollo del conocimiento, aspecto
1
De aquí en adelante, abreviado como el texto de La Diferencia
4
que se encuentra emparentado de manera directa con el carácter de la lógica hegeliana, la
cual ya podemos anticipar en el texto de la Diferencia y que se podría definir como una lógica
ontológica (Pérez, 2010), en la cual ningún concepto se entiende si no es en relación con un
otro al que se contrapone.
Esto último tendrá como consecuencia que cualquier filosofía que anule las
contraposiciones será, bajo dicho punto de vista, una filosofía inerte, pues no será capaz de
exponer la totalidad de lo real, lo cual solo será posible a través de una superación de los
dualismos (Siep, 2010, p.27). Bajo esta comprensión de la realidad, Hegel comienza a
elaborar un sistema filosófico que se posicionará desde el desarrollo del ser mismo, no como
algo fijo ni esquemático, sino como algo bajo un permanente movimiento de autorreflexión,
2
De aquí en adelante, abreviado simplemente como la Fenomenología.
5
que sin diluirse en un devenir puramente negativo, pretende superar las contradicciones con
momentos positivos.
De ahí que Díaz conciba la idea de identidad como identidad diferenciada, que
incluiría tanto al sujeto que conoce como al objeto conocido internamente en su operación.
Vemos pues, en las ideas de Hegel, una permanente unidad y correspondencia entre el ser y
el pensamiento, en la que se conservarían (y superarían) sus momentos diferenciadores.3
Teniendo en cuenta aquello, nos resulta curioso mencionar cómo en la biografía del
pensador suabo, Jacques D’Hondt (2021) cita uno de los diarios de viaje de Hegel, en los
cuales éste se maravilla con el movimiento de la cascada de Reichenbach en Suiza, a la cual
se refiere como una “imagen de «lo que es eternamente lo mismo» sin dejar de ser
continuamente distinto” (p.93). Apreciación que se condice con la problemática señalada por
Hegel, cuando en su introducción a la Fenomenología menciona que un sistema filosófico
3
Esta es una de las razones por las que Hegel ha sido emparentado en buena medida con Spinoza, y con justa
razón, pues conocida es la doctrina del paralelismo que se puede deducir de la proposición VII del segundo
libro de la Ética que versa: “El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas”
(Spinoza, 2011, p.129). Desde aquello podríamos aventurarnos a un posible acercamiento hegeliano a la
doctrina de Spinoza, pues Hegel pretende, al modo especulativo, establecer permanentemente la unidad racional
entre el ser y el pensamiento, que devendría en lo que concibió como concepto, movimiento de autorreflexión
mediante el que la realidad se conoce a sí misma como idea.
6
no puede apresar al pensamiento en base a esquemas fijos, sino que es el sistema el que debe
desarrollarse mediante la movilidad del pensamiento mismo. De ahí que Aragüés (2021),
lejos de pensar en el sistema hegeliano como un sistema cerrado y homogeneizador, lo piensa
como un sistema abierto y en permanente revisión por el mismo Hegel.
Es por aquel sentido que Hegel (2017) entendió la labor de la Fenomenología como
el camino de autoconocimiento del sujeto, o dicho en sus propias palabras, como “la ciencia
de la experiencia de la conciencia” (p.52). Dicho en otras palabras, no podemos comprender
la búsqueda de la verdad de la subjetividad como un camino lineal y progresivo, sino como
un transitar lleno de dificultades y vaivenes. Ahora corresponde adentrarnos en el siguiente
apartado, en donde analizaremos las consideraciones generales acerca de lo que
entenderemos por subjetividad, para posteriormente examinar una por una las diversas
figuras del conocimiento alcanzadas por el sujeto en su experiencia.
8
de sus propias transformaciones el sujeto alcanza nuevos grados de autoconocimiento, y, por
lo tanto, nuevos valores de verdad.
De suerte que, una vez desarrollemos el presente apartado, nos encontraremos con
que la esencia del sujeto se desenvuelve a través de su negatividad, pues desde sus
limitaciones ésta se relaciona con su mundo en la dinámica de sujeto y objeto e inclinará su
saber hacia una de las dos partes, hasta poder reconciliar su saber de la una y la otra. De tal
forma, si seguimos detenidamente el desarrollo de la conciencia misma, expuesto en la
Fenomenología, tenemos que esta abandona su saber por nuevas figuras de conocimiento por
medio de negaciones, para luego retornar a sí misma ya realizada e incorporar sus
contradicciones como una parte positiva y necesaria del proceso. Y es aquello lo que
comprenderemos por dialéctica, al menos en el ámbito puramente subjetivo, puesto que ésta
es entendida como el devenir del sujeto mismo que se constituye a través de sus
9
contradicciones que conforman permanentemente su identidad y viceversa4. Lo cual se debe
principalmente a que es la conciencia misma el centro del desarrollo de las contradicciones
del espíritu (Taylor, 1983).
4
El hecho de que la dialéctica se aborde en este momento aplicada a la subjetividad no quiere decir que se
entienda solamente desde dicho ámbito. Podemos comprender la dialéctica aplicada a diversos ámbitos del ser,
y ésta se encuentra desarrollada de manera extensa a lo largo de todo el sistema hegeliano, pero a través de
diversos matices. De tal modo, entenderemos la dialéctica como una operación que implica una negación y un
movimiento (Valls, 1983), negación que a su vez provoca una escisión y un retorno a una unidad que mantiene
e identifica las diferencias mediante las cuales se desarrolló. En dicho sentido, Hegel ya nos anticipaba el
proceder metódico que desarrolló en su Fenomenología, oponiéndose a una lógica proposicional y deductiva e
inclinándose por una lógica dialéctica en la que “la proposición debe expresar lo que es lo verdadero, pero ello
es, esencialmente sujeto; y, en cuanto tal, es sólo el movimiento dialéctico, este proceso que se engendra a sí
mismo, que se desarrolla y retorna a sí” (Hegel, 2017, p.37). Es en aquel sentido en el que la dialéctica se
comprende como el motor del desarrollo de las distintas figuras del espíritu.
5
En el presente capítulo abordaremos netamente a la conciencia como sujeto encarnado, pues debido al campo
semántico de la filosofía hegeliana misma el concepto de Historia deberá ser tratado más adelante, pues requiere
de un desarrollo concreto de la libertad que corresponderá al segundo apartado.
10
1.1.1. La conciencia natural y la inmediatez del conocimiento: la certeza sensible
Según Gama, esta certeza no logra diferenciar entre su saber subjetivo y un saber
objetivo, sino que, desprovista de todo atisbo de negatividad, establece una unidad dogmática
entre ambos extremos. Nos encontramos pues, que la conciencia tiene como verdad la pura
sensibilidad no determinada, ya que se presenta como una pura sensibilidad que aprehende
el mundo sin darle aún una mirada racional, siendo a su vez incapaz de distinguirse de aquella
experiencia simple. De momento se aborda al sujeto como un puro éste, y al objeto como
6
A la unidad de la conciencia a la que nos referimos resulta clave para comprender su despliegue, y nos
referiremos a ella de una manera adecuada más adelante. Sin embargo, resulta útil adelantar al menos los
términos en los que nos manejaremos, siendo esta unidad la que compone principalmente al sujeto entre sus
dos extremos. Tenemos que la doble significación que compone al sujeto se realiza entre lo que en él tiende
hacia la universalidad y lo que él plasma como singularidad. Lo que en el individuo se refiere a la universalidad
será aquello que identifique la inmutabilidad del mismo, lo que no cambia. Mientras que su singularidad se
identificará como su devenir efectivo en la realidad. Será la contradicción entre ambas partes que le componen
aquello que impulsará a su desarrollo, lo que le permitirá transformarse a sí misma y ampliar su conocimiento
de sí misma y del mundo.
11
puro esto (Hegel. 2017), es decir, como universalidades abstractas e indiferenciadas que
forman parte de una unidad inmediata y desprovista de reflexión.
De lo anterior se sigue que el saber que posee la conciencia en la certeza sensible es,
según Hegel (2017), “la verdad más abstracta y más pobre [y su verdad contiene]
…solamente el ser de la cosa” (p. 54). El efecto de aquello es que nos encontramos con un
sujeto aún no constituido, pues de lo que se trata en este punto es de una experiencia no
mediada entre los extremos del sujeto y el objeto. Razón por la que Hegel se pregunta si es
posible llegar al conocimiento en su pura inmediatez, presuponiendo la manifestación del
esto como pura coseidad no determinada. Es debido a aquello que el filósofo alemán
comprende este momento como el de una conciencia puramente natural, pues al no haber
diferenciación del mundo, éste se le presenta como una extensión no mediada de sí mismo.
De momento, tenemos que en la certeza se presupone la pura inmediatez del conocimiento.
Lo cierto es que la certeza sensible como tal presenta enormes problemáticas para
objetivar su conocimiento, o vale decir, que dicha clase de conocimiento no supera sus
propias contradicciones, pues mediante esta clase de saber la conciencia llega a un mero
intuir puro, cuya fijación de identidades no resiste la fluidez del tiempo ni la concreción del
espacio. En consecuencia, Hegel comprenderá al espacio como la universalidad puesta en la
cosa y al tiempo como la universalidad puesta en el sujeto que fija el devenir de la cosa. Sin
embargo, tenemos que la certeza sensible se presenta indiferente ante el paso del tiempo, así
como a la negatividad que pueda ejercer en los objetos que se encuentra en el espacio. Bajo
la relación de diferencia e identidad, tenemos en este intuir puro una identidad pura sin la
mediación de la diferencia, esto es, una “pura inmediatez no mediatizada de su unidad”
(Másmela, 2001, p.33), por lo que no podremos hablar aún de ninguna determinación en el
saber de la conciencia. En esta identidad pura el saber reside en el objeto como una
homogeneidad abstracta carente de racionalidad.
13
certeza sensible toma forma para llegar al universal diferenciado del objeto al que llega la
percepción, que podemos entender como propiedades particulares y autosuficientes del
objeto. Bajo esta segunda figura de la dinámica entre sujeto y objeto, la diferencia se hace
presente por primera vez como entidad mediadora de la identidad pura, pasando ésta última
a ser una identidad concretizada.
En palabras de Hegel (2017) “la conciencia encuentra, pues, por medio de esta
comparación, que no sólo su captar lo verdadero tiene en sí la diversidad de la aprehensión y
del retorno a sí misma …sino, más bien, que lo verdadero mismo, la cosa, se muestra de este
15
doble modo. (p.66). Significando esto que cuando la conciencia retorna desde el
conocimiento del objeto hacia sí misma, no concibe solamente el lado del objeto, sino que
también al objeto de conocimiento, a través de una doble significación, esto es, en tanto ser-
para-sí, como ser-para-otro. Que en otras palabras nos revela que la conciencia ya no
concibe al objeto de manera puramente independiente, sino que también como objeto de su
conocimiento. Si bien la conciencia aún no se emancipa de manera total con el objeto, esta
comienza a interpretarlo y a adueñárselo, y la percepción se transforma, por lo tanto, en
entendimiento.
7
Ferreiro (2012) nos señala que en la filosofía de Aristóteles y en la filosofía escolástica de cuño aristotélico,
la abstracción marcaba el paso de la sensibilidad a la inteligibilidad, del conocimiento sensible al de la esencia;
mientras que para Hegel, la abstracción sólo ocuparía un lugar secundario en su teoría del conocimiento (p.78).
En tal sentido, la abstracción como conocimiento de la universalidad abarcaría las determinaciones esenciales
del objeto, pero que para Hegel, en el fondo, no serían el único aspecto determinante para la constitución de la
identidad. La razón de aquello estriba en que las esencialidades a las que llegaría la abstracción aislarían las
determinaciones aparentemente no esenciales, pero que formarían parte de igual forma en la constitución del
objeto conocido, y tales determinaciones son precisamente las diferencias, que como determinaciones no-
esenciales posibilitarían de igual forma la constitución de la identidad, por lo que en el fondo no serían del todo
inesenciales, y esto debido al carácter mismo de la lógica hegeliana.
16
resultado de la percepción ha modificado de tal forma el objeto del conocimiento que su
unidad se disolvía en su multiplicidad de propiedades, pues estas, al concebirse de forma
puramente exterior, no fueron capaces de superar la contradicción que se manifestaba en la
diferencia. De tal modo, la conciencia dará cuenta de que el movimiento dialéctico del
conocimiento de la cosa ya no radica en el objeto, sino en ella misma, y la objetividad de éste
se irá reconociendo como autoconciencia (Valls, 1994, p.67). Pero la complejidad del asunto
radica precisamente en el paso de la percepción al entendimiento, pues no hay un momento
en el cual la conciencia gane su autoconciencia de manera abrupta, sino que habrá distintos
momentos constituirán al entendimiento como operación, hasta llegar al sujeto
autoconsciente. Estos momentos son la fuerza, la ley y la infinitud.
En palabras de José María Ripalda “no se trata de las cosas, sino del flujo de un
entendimiento que no se atiene a lo que es, sino a la razón que la constituye reflexivamente,
que asciende hacia su origen constitutivo” (Duque et al., 2010, p.80). Bajo esta tesitura, nos
encontramos con que en el proceso de la fuerza se nos presenta un movimiento tanto del
sujeto como del objeto, cada uno como un lado autosuficiente, relación en la que la
subjetividad toma cada vez mayor protagonismo, ya no tanto como un puro intuir sino como
un constituir, y lo que en el fondo constituye es precisamente al objeto conocido, no obstante,
esto la conciencia aún lo ignora y sigue privilegiando la autosuficiencia del objeto.
El resultado del juego de fuerzas recibe el nombre de ley, siendo este el segundo
momento del entendimiento. La ley es la inteligibilidad de aquel universal inestable al que
llega el juego de fuerzas, y como tal es un nuevo intento de unificación de la pluralidad. Con
la ley se establece a su vez lo que Hegel concibe como el mundo de las leyes o mundo
suprasensible, el cual es el intento de la conciencia por recuperar las realidades individuales
por medio de universales con mayores y progresivos grados de mediación y desarrollo (Valls,
1994, p.73). Podemos identificar tal figura como un mundo de leyes quietas, que representan
fenómenos finitos y los alberga mediante un universal, como lo puede ser por ejemplo la ley
de la gravedad, que contiene las diferencias entre los distintos fenómenos que le componen,
como el estudio de los cuerpos pesados o del movimiento de los cuerpos celestes. Lo dicho
anteriormente representa un antecedente directo de la filosofía de la naturaleza de Hegel, en
la que se acentúa la crítica del filósofo suabo hacia el mecanicismo de Galileo y Newton.
El tipo de conocimiento al que llegan las leyes universales, que Hegel concibió como
mundo suprasensible, provoca un dualismo entre el saber de lo real y el fenómeno, pues la
conciencia pone su saber real en un mundo ideal, compuesto por apariencias. Por lo que tal
movimiento es concebido como una intelección del concepto, pero aún no es lograda su
realización, pues la realidad efectiva aún no es unificada con el fenómeno, o bien podríamos
8
Dicho intento de unificación se debe a la naturaleza misma de la conciencia, que tiende hacia su unidad, por
lo que luego de cada momento de escisión tenemos también un momento de retorno de la conciencia hacia sí
misma, conservando los momentos anteriores de la operación y llegando a nuevos grados de conocimiento
mediante la dialéctica. Nuevamente encontramos que la tendencia desde la conciencia hacia sí misma luego de
sus propias escisiones se deben a las dinámicas de relación entre la identidad y la diferencia, por lo cual nos
parece claro que a pesar de que la Fenomenología es un texto anterior a la Ciencia de la Lógica, Hegel ya
presupone una lógica ontológica que fundamenta los diversos movimientos de la subjetividad.
18
decir, que mediante las leyes aún no existe como tal una correspondencia entre el devenir del
mundo sensible para con la fijación de leyes universales y rígidas exigidas por el mundo
suprasensible. Lo que la comprensión mecanicista ignora es la necesidad que esconden dichas
leyes, pues no logran captar el movimiento como una totalidad diferenciadora.
20
En la culminación de la infinitud, la diferencia se convierte finalmente en una
diferencia interna (Hegel, 2017, p.83), es decir, en una identidad diferenciada, superando
parcialmente la contraposición entre lo particular y lo universal en la relación entre sujeto y
objeto. Dicho concepto se nos presenta también como diferencia universal, que es el cambio
puesto en lo interior. O, dicho de otro modo, el devenir que desde el conocimiento sensible
se nos presentó como contradicción, se supera internalizando dicha contradicción en el objeto
mismo, o en palabras del filósofo alemán “la negación es momento esencial de lo universal,
y ella o la mediación son, por tanto, en lo universal, diferencia universal” (Hegel, 2017, p.79).
Tenemos que la diferencia universal es un proceso de reflexión en el que los distintos
momentos que permiten llegar a nuevas formas de conocimiento, pues éstos son integrados
en una totalidad que, de momento, supera los dualismos y las contradicciones.
Ante esto, la conciencia logra dar cuenta que ella es en sí misma una infinitud, que
contiene en sí misma lo particular como lo universal 9, y que el contenido de la certeza
sensible, de la percepción y del entendimiento no es la objetividad de la cosa, sino que es la
objetividad puesta por la subjetividad. En palabras de Hegel:
Se alza, pues, este telón sobre lo interior y lo presente es el acto por el que lo
interior mira lo interior; la contemplación del homónimo no diferenciado que
9
Esta doble significación entre lo particular y lo individual es lo que compone al sujeto, en primera instancia
esta duplicidad se presenta como contradictoria, y es esa contradicción lo que llevó a la escisión de la
conciencia. Esto conlleva consecuencias epistemológicas, pero también problemáticas de carácter ético, que
darán cuenta de la complejidad moral del ser humano, que será abordada con mayor detenimiento en el segundo
capítulo de la presente investigación.
21
se repele a sí mismo se pone como lo interior diferenciado, pero para lo cual
es igualmente inmediata la no diferenciabilidad de ambos términos, la
autoconciencia. (2017, p.89).
Sin embargo, pareciera ser a primera vista que el conocimiento al que se llega
mediante la infinitud no nos lleva a nuevas problemáticas, pero no es así. Ya vimos como
anteriormente la conciencia intentó realizar dicha unidad otorgándole una vital importancia
a la noción de objeto, fracasando en el intento hasta llegar a concebirse como una infinitud.
Tal infinitud es concebida por Hegel como absoluta diferenciación y es a través de la
diferencia que la autoconciencia se asomará como la base para comprender el espíritu. No
obstante, tenemos que esta diferenciación aún no se encuentra mediada y es llevada a cabo
por la conciencia como un puro solipsismo, desde el cual se establecerá a sí misma como
pura universalidad, inclinándose ahora por la subjetividad que es ella misma. Será solamente
a través de la mediación de otra autoconciencia que esta diferenciación llegará a desarrollarse
a través del reconocimiento mutuo (Valls, 1994), lo que nos lleva a una conclusión que es
clave: la subjetividad no se comprende si no es desde la intersubjetividad.
Ahora bien, en este punto Hegel no entiende la vida en términos biológicos, sino que
le llamará vida al objeto de la negación de la autoconciencia, a lo exterior a ella. De modo
que esta objetividad que es representada con la figura de la vida no es más que el mundo de
los objetos, concebido ahora como un movimiento vivo, que es la naturaleza mediada por la
23
actividad del sujeto. Por lo que ahora la subjetividad se comprende dentro de la vida como
un viviente, pero concibe a la vida como dependiente de su propia operación. Es decir, el
sujeto no sólo vive, sino que se encuentra situado frente a su propio vivir: no sólo es vida,
sino que se sustrae a la corriente universal de ésta en cuanto se sabe sujeto diferenciado, como
la vida que se vive frente a sí misma (Duque et al., 2010, p.90). Tenemos que el objeto
abstracto de la certeza sensible, la cosa determinada de la percepción y la fuerza del
entendimiento han devenido en la figura de lo vivo como un proceso, cuyas diferencias y
determinaciones se encuentran ahora reunidas en la operación del conocimiento de la
autoconciencia. Esto es, dicho a la manera hegeliana, que el objeto ya no es concebido en sí,
sino que ahora es concebido como para la conciencia o para sí. Tenemos que ahora el sujeto
se comprende como una doble significación. Hegel (2017) nos señala que:
24
absoluta y llegando al solipsismo del Yo puro y abstracto. Yo puro que, tal como veremos
más adelante, buscará desprenderse de la figura de la vida para alcanzar su libertad.
Por esta razón Hegel comprende a la autoconciencia como deseo, esto es, como
negatividad pura que tiende permanentemente a su unidad. Además, mediante tal afirmación
se nos señala que la constitución de la subjetividad solo puede darse mediante un otro, que
en este preciso momento es la vida. Dicho de otro modo, lo que en el fondo busca la
negatividad del deseo es su satisfacción en el reconocimiento, que es el movimiento mediante
el que la autoconciencia busca validar el conocimiento que tiene de sí misma a través de la
otredad, en la que el deseo intenta satisfacerse y reconocerse. De suerte que el filósofo
alemán, en esta relación de doble significación, no entiende al sujeto solamente como lo en
sí o para sí, sino también como ser para otro, lo que nos adelanta el carácter inherentemente
intersubjetivo del sujeto.
10
A estas alturas de la Fenomenología, Hegel está haciendo clara alusión al movimiento fichteano del Yo=Yo.
De modo que, la filosofía fichteana, en contraposición con el idealismo de Kant, propone al sujeto como
25
reconocimiento por medio de un otro fracase, pues en la concepción de sujeto abstracto la
problemática de la satisfacción del deseo se prolonga y no se resuelve.
movimiento de lo que se pone a sí mismo, esto es, como el principio ontológico desde el que la libertad se hace
pensable, dicho en otras palabras, “el sujeto que pone la referencia como su propio ser es el Yo, de modo que
el acto de su propio ser, de referirse a sí mismo al pensar lo idéntico, consiste en ponerse como Yo: Yo=Yo [de
ahí que el contenido predicado por el Yo] presupone al Yo como sujeto que ha puesto su identidad en él”
(Montecinos, 2020, p.69). De ahí que para Hegel, Fichte prolongue el subjetivismo de Kant, pero que a su vez
lo supere, en tanto que ya no habría una separación radical entre lo conocido por el sujeto y la realidad de la
cosa en sí.
26
debe tender a superar la otra esencia autosuficiente para, de este modo,
devenir certeza de sí como esencia; y, en segundo lugar, tiende con ello a
superarse a sí misma, pues este otro es ella misma. (p.95).
En resumidas palabras, la impotencia y fracaso del deseo como la negación del mundo
natural conlleva a su vez una escisión. Para buscar reafirmarse, la autoconciencia ya no
negará solamente a la vida como lo exterior a ella misma, sino que se negará también a sí
misma.
11
Cabe recalcar que si bien la disputa entre el señor y el siervo se mueve en el plano de lo intersubjetivo este
funcionará más bien como un modelo de la intersubjetividad, en el que Hegel nos anticipa que el reconocimiento
no puede ser realizado entre dos personas en posiciones desiguales, sino que solamente se constituye entre
iguales y de manera libre. Posteriormente, una vez establecido el examen de la subjetividad en este primer
27
2.1. Señorío y servidumbre: la disputa por el reconocimiento
capítulo, analizaremos el movimiento del reconocimiento desde la realidad efectiva, es decir, desde la cultura
y establecimiento de las instituciones sociales, para lo cual la comunidad será fundamental.
12
Hegel establece a la subjetividad como una certeza de sí misma en la sección autoconciencia de la
Fenomenología, no obstante, la certeza tiene el carácter de ser una verificación inmediata del saber de la
conciencia, por lo que el concepto posee una significación menor al de verdad. La verdad de la conciencia,
como veremos más adelante, se consumará en el desarrollo efectivo e histórico de su libertad en el espíritu.
28
traducción de Gustavo Leyva, de manera más precisa como dominación y servidumbre
(Hegel, 2017, p.95).
Por el lado del señor tenemos a la figura que fue capaz de arriesgar su vida, pues
prefirió la muerte antes que ser reducido a la condición de siervo. Ante esto se nos señala que
las dos autoconciencias:
Deben entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser
para sí a la verdad en la otra y en ella misma. Solamente arriesgando la vida
se mantiene la libertad, se prueba que la esencia de la autoconciencia no es el
ser, no es el modo inmediato como la autoconciencia surge, ni es su hundirse
en la expansión de la vida, sino que en ella no se da nada que no sea para ella
un momento que tiende a desaparecer, que la autoconciencia sólo es ser-para-
sí puro. (Hegel, 2017, p.97).
13
La vida, tal y como la presentamos al comienzo del examen de la autoconciencia, es el momento inicial del
sujeto auto cognoscente, pero se presenta luego como el objeto de negación del sujeto, pues éste para llegar a
ser libre debe superar la mera vida. La vida en su sentido más concreto es la muestra de que el sujeto posee su
independencia, pues es parte del proceso orgánico de lo viviente, sin embargo, no es el despliegue de la libertad
espiritual. Lo meramente natural es condición para que surja lo cultural y espiritual, pero estamos en un punto
en el que eso aún no ha ocurrido, es por esto que la figura del señor busca trascender esa naturalidad arriesgando,
y por lo tanto rechazando su condición puramente natural.
29
su independencia y quedando a merced del señor, quien le perdona la vida, pero a la vez, le
domina.
El señor, por su lado, busca el reconocimiento del siervo, sin embargo, este
reconocimiento no satisface su deseo, pues el siervo no lo ejerce de manera libre sino en
condición de dominado, produciendo una relación asimétrica, motivo por el que el señor
fracasa rápidamente en su búsqueda de establecer su identidad. El siervo, por otra parte, se
ve subyugado y obligado a trabajar para el señor y mediante el fruto de su esfuerzo niega
nuevamente al mundo de los objetos, pero ahora lo trabaja, convirtiendo las cosas en
productos en beneficio del goce del señor.
Lo realmente importante de tal cuestión, es, por un lado, que el trabajo del siervo
convierte al señor en dependiente del siervo y por otro lado, también dota al siervo de su
propia independencia ante la resistencia que le ofrece el mundo de los objetos, pues plasma
su identidad en éste y se ve reflejado en el producto de su trabajo14. Es la importancia del
carácter formativo del trabajo la que permitirá que se funden las bases mediante la cual el
sujeto podrá establecerse como una autoconciencia capaz de transformar su independencia
en libertad. El siervo intercala de ese modo entre el señor y las cosas naturales, sometiéndose
al trato con la resistencia que le ofrece el mundo exterior, por lo que su mediación con la
naturaleza no puede ser inmediata sino mediada por su trabajo (Duque et al., 2010, p.97).
Verse reflejado en el producto de su trabajo le permite al siervo retornar a sí mismo,
14
La importancia que Hegel le otorga al trabajo en la Fenomenología nos lleva inevitablemente a preguntarnos
qué tanto influyó este texto en el desarrollo intelectual de Marx, pues ambos autores convendrían en que el ser
humano se refleja y se forma mediante su actividad productiva. Marx (1980) en sus Manuscritos de 1844 señala
que: “la producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación
del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser que se relaciona con el género
como con su propia esencia o que se relaciona consigo mismo como ser genérico” (p.112). Sin embargo, a pesar
de la posible relación que podamos establecer, creemos que hay un distanciamiento notable entre ambos
posicionamientos, pues Hegel ha visto que lo que impulsa a la autoconciencia a desarrollarse por medio del
trabajo es el temor a la muerte; mientras que para Marx, sería la condición natural misma del ser humano como
generador de sus propias condiciones bajo las cuales desarrolla su libertad de manera inherente en el trabajo,
sin la necesidad de concebir una coacción externa a la antropología misma del sujeto. Al respecto, Eduardo
Álvarez señala la relación entre Hegel y Marx sería más estrecha, en tanto que “Hegel parece adelantarse
igualmente a Marx cuando muestra que el dominio sobre sí a través del control ejercido sobre la naturaleza se
realiza al mismo tiempo como la liberación respecto de las relaciones humanas de dominio. Y ello por no hablar
ya del trabajo como categoría antropológica, y de su sentido histórico como actividad alienante y fuerza de
transformación” (Duque et al., 2010, p.99). Mientras que Carlos Pérez Soto (2019) nos señala que la relación
entre ambos autores sería mucho más difícil de dilucidar, pues se desconoce el uso sistemático que Marx le
habría dado a su lectura de Hegel, lo que nos alejaría de establecer un alcance sistemático entre las filosofías de
ambos autores (pp. 29-44).
30
recuperando aquello que ha perdido al volverse dependiente de la vida y subordinarse al goce
del señor.
A partir del fracaso de la disputa entre el señor y el siervo surgen tres nuevos modelos
en los que la subjetividad busca desarrollarse de manera libre: el estoicismo, el escepticismo
y la conciencia infeliz, siendo ésta última la que toma una importancia mayor en el desarrollo
ulterior de la Fenomenología.
31
2.2. La conciencia infeliz como nuevo modelo para la subjetividad
De lo anterior que en el trabajo del siervo se nos haya presentado la clave para la
conquista de la libertad del sujeto, sin embargo, en el repliegue del siervo hacia su
interioridad, Hegel ha llegado a la obstinación de la conciencia, esto es, a la pura
interiorización de su libertad. La obstinación del siervo da lugar a la conciencia estoica, que,
en vez de realizar la libertad en el mundo real la concibe como libertad interior o libertad
pensada.
32
Las determinaciones del mundo se convierten en una fantasmagoría, en un devenir
que tiende permanentemente a desaparecer, en pura contingencia. A través del escepticismo
se niegan las determinaciones, pero la conciencia escéptica es ella misma una determinación,
nos dice Hegel (2017), pues la conciencia escéptica:
Sostenemos que lo que está en juego no es aún el valor o desarrollo histórico de las
figuras que se nos presentan como estoicismo, escepticismo y posteriormente como
33
conciencia infeliz, sino el valor dialéctico del despliegue de estos modelos para fundamentar
la libertad humana, mostrándonos la contradicción entre la identidad y la diferencia, que en
este nivel se refleja como la contradicción entre lo universal y lo singular. La irresolución
entre ambos aspectos, que se encuentran contenidos en la doble significación de la
subjetividad, tiene como causa el fracaso del reconocimiento y de la constitución
intersubjetiva del sujeto. Es debido a que la conciencia servil no logra reconocerse en el otro
que la conciencia estoica se repliega y que posteriormente la conciencia escéptica niegue a
la otredad de manera fulminante de su experiencia.
34
hasta lograr la mediación que le otorga la dinámica intersubjetiva del reconocimiento, la cual
deberá darse en la realidad efectiva del espíritu.
35
No obstante, Hegel nos señala que se ha llegado a una inmutabilidad que no es
verdadera, pues no se ha mostrado aún como manifestación religiosa del espíritu de un
pueblo, sino sólo de manera abstracta y contradictoria. Mediante la resolución de la
desventura, el sujeto solo adquiere la experiencia inmediata de haberse reconciliado con la
universalidad, pero en el fondo ha fracasado nuevamente, pues ha situado a lo inmutable
fuera de ella misma en un más allá y la unidad con ese universal se convierte en un mero
anhelo o fantasmagoría.
Comprendemos que mediante el trágico desarrollo del sujeto podemos encontrar una
clave para lograr dicha reconciliación en el reconocimiento, el cual tendrá que darse desde el
espíritu mismo, esto es, desde una comunidad reconciliadora que identifique a los sujetos
dentro de una unidad en la que sus diferencias sean ratificadas. Para dicha tarea tendremos
que poner a prueba las figuras epistemológicas que hemos establecido en este primer
36
capítulo, haciendo la transición desde el sujeto teórico hacia el sujeto práctico, para poder
ver con mayor amplitud de miras si es posible concretar el desarrollo de la libertad del sujeto
mediante el movimiento intersubjetivo de una comunidad.
La transición hacia dicha concepción comunitaria ocurrirá una vez sea superado el
individualismo de la razón, que, según Hegel, se manifiesta en la modernidad como expresión
del idealismo subjetivo. Para Stewart (2020), la clave para comprender el drama de la
conciencia infeliz, que a su vez nos permitirá hacer la transición hacia la razón, se encuentra
en el juego de fuerzas que se llevó a cabo en la fuerza y el entendimiento. El juego dialéctico
entre un mundo suprasensible y el mundo sensible que se comprendió como juego de fuerzas,
se transforma ahora en un juego dialéctico entre Dios y la actividad humana, o vale decir,
entre universal y singular.
38
CAPÍTULO II: La transición del sujeto teórico al sujeto práctico para la comprensión
del desarrollo de la libertad
3. El surgimiento de la razón
39
conciencia infeliz, principalmente a través del ejercicio de la observación de los fenómenos
naturales y buscándose a sí misma en dicha operación, esto desde la pretensión individualista
moderna que concibe al mundo como el producto de los descubrimientos del ser humano.
40
del drama de la conciencia infeliz dio como resultado una relación inmediata de la
autoconciencia con la inmutabilidad, esto es, con su propia universalidad, por lo que su
singularidad se ve reconciliada con tal figura que se le oponía. Debido a esta oposición con
lo inmutable y su posterior reconciliación, al sujeto:
No obstante, Hegel nos adelantó que tal unidad entre lo inmutable y lo singular, y por
ello entre lo objetivo y lo subjetivo, se da aquí sólo de manera inmediata, o bien, en el
sentimiento. Esto se debe a que la conciencia infeliz adquirió solamente la certeza de haberse
reconciliado con lo universal y de reconocerse a sí misma como universalidad, pero sin haber
hecho el camino efectivo o real de la reconciliación de tal contradicción.
Dicho esto, tenemos que las consecuencias epistemológicas más directas de la figura
de la razón es la unidad inmediata entre sujeto y objeto, pues “el yo y el mundo forman toda
la realidad, y el yo sabe que el mundo es tan suyo como su propio yo” (Valls, 1994, p.153).
En otros términos, en dicha unidad se ha llegado a la totalidad de golpe, pues la totalidad a
la que llegó la razón no es más que una primera unidad entre el ser y el pensar. Sin embargo,
en su inmediatez, es solamente una totalidad abstracta que aún no ha sido mediada por la
experiencia del sujeto en su intersubjetividad, razón por la cual Hegel (2013), en sus
Lecciones de historia de la filosofía, expone esta unión entre la subjetividad y el ser como el
proyecto principal de la filosofía moderna, que emergió en el planteamiento del Yo cartesiano
hasta culminar en los idealismos subjetivos expuestos en las filosofías de Kant y Fichte
(pp.403-405).
41
Lo que está en juego con el principio de la unidad de ser y pensar es la
posibilidad de un tipo de filosofía entendida como idealismo especulativo, lo
que según Hegel debe distinguirse claramente tanto de razonamiento
puramente formales como de los procedimientos crítico-trascendentales …No
basta con aseverar el principio de la identidad de ser y pensar, sino que es
necesario demostrar que está en correspondencia con la verdad. (pp.132-133).
Dicho esto, la razón observante se inclina ahora por el lado del objeto en la relación
entre sujeto y objeto que venimos examinando en los apartados anteriores, sin embargo, lo
que busca la observación en el fondo de la cosa es la conciencia, es decir, a ella misma, pues
“la razón busca su otro (…), por cuanto sabe que no poseerá en él otra cosa que a sí misma;
busca solamente su propia infinitud” (Hegel, 2017, p.121). En otras palabras, el proyecto de
la modernidad, que pretende unificar las categorías del sujeto y el objeto, se presenta en una
primera instancia como una unidad abstracta entre el saber de la subjetividad y la objetividad,
la cual se posicionará como la figura de la razón llamada razón observante (Hegel, 2017
pp.121-170). En esta unificación vemos una correspondencia entre la certeza de la conciencia
y la verdad del mundo de las cosas. Por lo que tendremos a dicho resultado como un
individualismo inmediato, que posteriormente en la razón activa se tornará en un
individualismo mediado por la actividad misma del sujeto.
Convierte a la realidad efectiva del espíritu mismo en una cosa …o, expresado
a la inversa, da al ser muerto la significación del espíritu. Hay que considerar,
por consiguiente, de la más alta importancia el que se haya encontrado la
verdadera expresión del hecho de que se diga puramente del espíritu que es.
Cuando, por lo demás, se dice del espíritu que es, que tiene un ser, que es una
cosa, una realidad efectiva singular. (Hegel, 2017, p.168).
43
Dicho lo anterior, el carácter positivista de las ciencias a las que critica Hegel en la
Fenomenología adquiere una connotación negativa, pues a través de la observación empírica
no se logra dar cuenta de la necesidad entre las relaciones del ser humano con su objeto de
estudio, que en el fondo es la conciencia misma. Lo que el conocimiento de la observación
obtiene son relaciones puramente contingentes, como la relación anteriormente mencionada
entre la morfología del rostro y medidas del cráneo con las características del alma humana.
No obstante, el progreso que se hace a nivel epistémico es el de declarar que el espíritu se
encuentra en un ser, es decir, en el mundo real, lo cual supera la noción del universal
inalcanzable al que llegó la conciencia infeliz. Si bien esta noción de universalidad situada
en el mundo fracasa en cuanto a concebir al espíritu en su profundidad y alcances
correspondientes, se atisba por primera vez y de manera inmediata la conexión entre lo
universal y lo singular, abriendo una posibilidad de superación de la contradicción entre
ambos extremos.
De modo que, para el sujeto aquí se da “el comienzo de su experiencia ética del mundo
… [siendo en esta inmediatez] solamente el concepto de espíritu, [pues] aborda este camino
en la determinidad de ser ella misma la esencia como espíritu singular” (Hegel, 2017, p.174).
Razón por la cual no se ha llegado al espíritu entendido como la vida de un pueblo, sino
solamente como espíritu singular, una proto-sustancia ética que vale simplemente como un
conjunto de leyes en las que los sujetos no pueden reconocerse, esto es, un subjetivismo que
habrá que superar mediante el establecimiento de una sociedad. Si bien Kant jamás fundó las
bases de su ética formal en el apetito sensible, tal y como ocurre en el placer y la necesidad,
en este apartado la crítica de Hegel hacia el subjetivismo estriba en el carácter puramente
singular de la moralidad kantiana, pues el establecimiento universal de una ley proviene de
un individuo singular y aislado de la comunidad. Kant (2012) señala: “obra como si tu
45
máxima fuese a servir al mismo tiempo de ley universal (de todo ser racional)” (p.154). Dicho
esto, podemos señalar que Hegel a estas alturas esboza una crítica aún incompleta a la
moralidad kantiana, en la que profundizaremos más adelante y de manera detenida para
analizar las consecuencias filosóficas en torno a la problemática de la libertad.
Dicho de otro modo, si la necesidad de establecer una sustancia ética universal aplastó
a la singularidad de la conciencia hedonista, ahora con la ley del corazón se pretende
establecer una ley universal que valga para todos los individuos. Es debido a este carácter
que el mismo Valls (1994) identifica a la ley del corazón con la conciencia romántica de la
época. Por lo que esta ley, al presentarse como una ley para la humanidad, se establece como
una comunidad universal inmediata, bajo la cual la individualidad es sacrificada al conjunto
46
de individuos, en palabras de Hegel (2017) “en este sacrificio singular la individualidad es
aniquilada” (p.184), lo que trae como consecuencia una noción comunitaria que parte desde
la base de una identidad indiferenciada, en dónde el sujeto como singular libre se pierde y el
movimiento del reconocimiento se hace imposible.
Siguiendo dicha idea, sostenemos que la ley del corazón divide nuevamente los
extremos de la singularidad y universalidad del sujeto, y dicha escisión se traducirá en la
práctica como la contraposición entre el deber ser de la universalidad de la ley del corazón y
el ser de la realidad misma. Contraposición que será clave para el desarrollo posterior entre
las ideas morales de Hegel y Kant. El resultado más inmediato de la contradicción entre el
deber ser y el ser presente en la ley del corazón será la virtud y el curso del mundo, punto a
tratar a continuación.
No obstante, el virtuoso se da un golpe de realidad cuando ve que “el curso del mundo
no es tan malo como se veía, pues su realidad efectiva es la realidad efectiva universal”
(Hegel, 2017, p.188). De esta forma la virtud da cuenta de que ella no es sustancia ética, ya
que surge de una individualidad que reclama la universalidad de su obrar como el bien
universal. En consecuencia, ya no se hace necesario que el sujeto sacrifique su individualidad
47
para liberar al mundo de su maldad, pues ha adquirido la experiencia de ser él mismo un
resultado de la sustancia ética universal que es la comunidad.
El sujeto como razón activa es un sujeto real y concreto, pero solo en sí, esto es, de
manera inmediata. La individualidad en y para sí misma real, en cambio, es una subjetividad
real y concreta, situada en el mundo, pero teniéndose ella misma por un sujeto real. Es decir,
“la autoconciencia ha captado ahora el concepto de sí, que primeramente era sólo el que
nosotros teníamos de ella, a saber, ha captado el concepto según el cual ella es en la certeza
de sí misma toda realidad” (Hegel, 2017, p.189). Si bien desde el principio del desarrollo de
la razón el individuo, a diferencia del cómo se nos presentaba en la sección conciencia y
autoconciencia, es un individuo real y situado en el mundo. Sin embargo, el sujeto mismo no
es consciente de aquella verdad en su pura inmediatez, sino que llega a concebirse como tal
solamente haciendo la experiencia histórica de su subjetividad como racionalidad.
48
No obstante, antes de realizar dicho salto, Hegel nos presenta una nueva figura en la
que se realizará dicha transición, que analizaremos a continuación. Hegel concibe un reino
animal del espíritu, un nuevo tipo de individualismo, en el cual:
Sin embargo, no será mediante la animalidad del sujeto que se alcanzará a llevar a
cabo el espíritu, pues no se ha logrado salir de una manifestación individualista del estado de
naturaleza. Interpretamos que, en dicho análisis, Hegel no pretende llegar a una concepción
histórica del espíritu en un sentido objetivo, sino que analiza las consecuencias filosóficas de
concebir el desarrollo espiritual del ser humano desde una ficción como el estado de
naturaleza. Las contradicciones de tal individualismo conllevan a concebir la espiritualidad
ya no desde lo meramente natural, sino desde lo estrictamente formal y desapegado de la
animalidad del ser humano, el subjetivismo kantiano, del cual nos centraremos netamente en
sus ideas morales.
Cabe mencionar que podemos entender la relación que guardan las formulaciones
morales de Kant y Hegel a través de una contraposición entre libertad abstracta y libertad
situada, o vale decir, la contraposición que Hegel estableció entre la moralidad y la eticidad.
Por lo que siempre que hablemos de moralidad, estaremos refiriéndonos a la ética kantiana
fundada en principios apriorísticos de la razón. Mientras que por eticidad Hegel entenderá el
ethos de un pueblo, dando forma a una ética de contenidos situados en la objetividad de una
comunidad.
50
principalmente los principios generales de su ética del deber, sirviéndonos de su
Fundamentación para una metafísica de las costumbres. Posteriormente examinaremos el
tratamiento que Hegel elabora de la ética formal, y la crítica que esgrime en contra del
filósofo de Königsberg.
Kant elabora su filosofía moral desde la necesidad, pues una de las causas por las que
elabora una ética de la que el ser humano pueda valerse universalmente es en virtud de su
propia antropología y sus inclinaciones sensibles, de las cuales no se puede extraer
universalidad que haga posible fundar la acción moral. En los hombres encontramos lo que
Kant llamará las virtudes del espíritu, las que son, ante todo, facultades o facilidades innatas
del ser humano para llevar a cabo ciertos actos, virtudes que por sí solas estarán vacías, es
decir, carecerán de finalidad aparente. Por ende, para Kant las virtudes como tal no tienen
valor moral alguno, e incluso pueden llegar a ser corruptibles dada la naturaleza del hombre,
que es a su vez un compuesto entre la razón (que es universal, objetiva e incondicionada de
suyo); y de sus inclinaciones particulares y subjetivas propias del mundo fenoménico y
condicionado. En dicho contexto, Félix Duque (1998) señala que “en las acciones no tenemos
que ver con lo que es, con el «ser», sino con lo que «debe ser», por la razón que sea” (p.104).
Entenderemos pues que no serán los fines hacia los que se dirija la acción la medida para
determinar la moralidad de los actos, sino que serán los actos en virtud de sí mismos y en
razón de su pura universalidad.
Es así como se hace presente la necesidad de que la moral sea fundada en el deber de
ejercer la universalidad de la razón en nuestros actos, a modo de una máxima que se pueda
aplicar de manera universal, de manera que obrando sólo por y para el deber se podría ejercer
una buena voluntad que sea capaz de obrar moralmente. De modo que una buena voluntad
no opera nunca más que por sí misma, sin propósitos ulteriores ni inclinaciones que la
empujen a actuar, de lo cual Kant (2012) nos señala: “obra como si la máxima de tu acción
pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza” (p.35), teniendo
como consecuencia que sólo las acciones que se lleven a cabo por nada más que el deber,
esto es, el imperativo categórico, serán las que posean un verdadero valor moral. Hegel
(2013) señala que el ethos kantiano de la conducta “descansa sobre la intención de que la
presida la conciencia de la ley y en gracia a la ley misma, el respeto a la ley y a sí misma,
como lo único que pueda hacer al hombre feliz” (p.445). Tenemos que el respeto a la ley no
sólo se ofrece como la única posibilidad de fundar la ley moral, sino que también como la
única vía para alcanzar la felicidad, a la que Kant denominó como Bien supremo.
52
Es debido a lo anterior que cualquier acción que sea solamente conforme al deber no
será suficiente para ser aplicada como universal, pues cuando la situación así lo amerite ésta
se corromperá por la debilidad de su fundamento. La acción moral debe fundamentarse
enteramente y sólo por el deber, que se presenta en una condición de necesidad universal
para fundar la moralidad. A estos mandatos de la razón pura y objetiva y que se rigen por el
deber Kant denomina como imperativos categóricos, mientras que aquellos actos que se
dirigen únicamente en función de las inclinaciones subjetivas Kant les atribuirá el nombre de
imperativos hipotéticos (Kant, 2012, pp.114-115).
A través del concepto de la buena voluntad y del deber nos encontramos con los
principios prácticos de la ética kantiana, pero no quedan aún del todo claro sus fundamentos
a priori en la razón y en cómo encuentran su validez en la ley universal a la que quiere llegar
Kant, el prusiano seguirá de tal modo que pretende llegar, no sólo a una filosofía moral
meramente práctica y convenida, sino a una razón pura práctica, que sea capaz de influir en
la vida cotidiana de los hombres pero que a su vez no pierde su fundamento universal en una
razón pura y a priori.
Ya queda en claro que para Kant el ser humano posee una antropología corruptible y
condicionada, pero poco se ha hablado de su participación en el mundo de lo incondicionado.
Kant procede de una manera tal que se hace palpable la afinidad que en algún momento tuvo
con el racionalismo, pues nos demuestra que la razón tiene que operar de una y la misma
manera en todos los seres racionales. Esto es por lo que también se hace necesaria una ética
que sea aplicable de manera universal en el común de los hombres, en la que “cada persona
lo es, no por formar «parte de la Humanidad», sino por ser (o mejor: por deber ser) la entera
Humanidad, encarnada singularmente” (Duque, 1998, pp.108-109), y en aquel principio
descansa la noción universal de la persona humana, como sujeto universal y moral.
53
determinar el carácter universal de dicha moral (pp. 110-111), lo que trae como consecuencia
que cualquier moralidad fundada en una antropología que extraiga sus principios de la
experiencia, devenga, para Kant, en un relativismo moral, pues al ser la experiencia un
contenido relativo a sujetos concretos puede valer para situaciones particulares de individuos
determinados, más no para el común general de la humanidad, y el fundamento de las mismas
será siempre a posteriori; mientras que cuando hablemos de una correcta aplicación de una
buena voluntad hablaremos siempre de sus fundamentos como apriorismos de la razón,
válidos universalmente para todo ser moral. Es debido a ello que podemos señalar que Kant
no establece una relación de necesidad entre el mal y las inclinaciones, sino que será
necesario subordinar éstas últimas a la razón en tanto que se busque establecer los
fundamentos de la moral.
Se recalcó en el punto anterior que se hace necesario que exista una ley universal y
objetiva que fundamente todas las máximas de la voluntad del ser racional, pero la pura
necesidad de su existencia no es suficiente para fundamentar una metafísica de las
costumbres, sino que también habría que demostrar propiamente su existencia para que los
hombres le tengan un respeto tal a dicha ley, de modo que no obren nunca en contradicción
con la misma. Los hombres en su pura sensibilidad pueden dar cuenta de su entendimiento,
pues éstos reúnen la información del mundo exterior por medio de los sentidos, como se
expuso anteriormente; sin embargo, la razón pura excede el conocimiento empírico, y conoce
leyes universales y libres de cualquier atisbo de contingencia. De esto se sigue que la teoría
moral kantiana se encuentre precedida por la pregunta por el conocimiento mismo. En
particular, por la pregunta de si es posible la metafísica misma (Kant, 1984, pp. 33-40). En
virtud de aquello, sostenemos que la pregunta de si es posible una metafísica, en primera
instancia, desecha el desarrollo de una ontología, partiendo ya no desde la realidad sino desde
el sujeto mismo.
54
correspondencia entre el sujeto que conoce y el objeto conocido, es que ésta cuestión se ve
reducida a un asunto que reconocemos como pre-metafísica, mediante la que el filósofo de
Königsberg desplaza a la metafísica en su pregunta por el conocimiento, para recuperarla en
su aplicación como razón pura práctica. Esto significando que habría en nosotros
conocimiento a priori de conceptos universales de la metafísica, dicho en palabras de Pérez
(2010) “la razón, en su uso teórico [es la que] …nos permite pensar la unidad de esos objetos
y leyes en torno a las ideas trascendentales de yo, mundo y Dios” (pp. 37-38). En
consecuencia, los conceptos universales como Dios, Alma o Mundo serían incognoscibles
para la razón teórica. Sin embargo, nos haríamos partícipes de la universalidad de los mismos
a través de acciones morales universales, y en esto se funda el teísmo moral de Kant, que
recupera tales conceptos en la razón pura práctica Nos podemos encontrar en La
Fundamentación con un esbozo del teísmo moral kantiano, en dónde el concepto de Dios se
enlaza de manera directa con la buena voluntad:
En otros términos, para Kant el concepto de Dios no posee ningún valor teórico para
conocer la realidad, sino que sostiene la posibilidad de la existencia de los actos morales
como fundamento puramente a priori, teniendo como consecuencia que la libertad encuentre
su origen en la razón pura práctica y se manifieste en la ley moral y la subordinación a dicha
ley (Duque, 1998, p.110). Lo que, a nuestro juicio, trae como consecuencia obtener una
concepción formalista del conocimiento de la realidad, y desde aquello Hegel (2018)
denunciará al pensamiento kantiano como un nuevo tipo de psicologismo y de empirismo
(p.423).
Es en el mismo contexto que para Hegel (2018) la doctrina moral de Kant, así como
sus fundamentos en la razón pura, determinen en que “si bien la razón puede llegar a tener el
55
pensamiento de lo infinito, la determinación en general se halla separada de su idea, y más
concretamente, la determinación llamada ser” (p.442), crítica en la que reside la denuncia
hacia el formalismo del sujeto trascendental kantiano, pues el acceso al Yo trascendental
termina por suprimir toda diferenciación en el Yo (Montecinos, 2020), socavando así el
carácter negativo de la subjetividad. No obstante, y siendo justos con Kant, dicha acusación
de formalismo podría resultar en algún punto algo excesiva, en tanto que el prusiano
pretendió fundamentar la objetividad del acto moral de un sujeto práctico, que intentó
plasmar a su vez en el reino de los fines, concepto elaborado por Kant desde su concepción
de individuo como fin en sí mismo, que, sin embargo, termina siendo insuficiente, pues
resultó de igual manera en un “concepto vacío como guía para la acción” (Pinkard, 200,
pp.279-280). El error de Kant, desde un punto de vista hegeliano, estriba en que esta
concepción de sujeto trascendental no logra conciliar el contenido material del obrar humano
con la universalidad formal de la ley, como venimos reconociendo desde la dialéctica entre
particularidad y universalidad presente en las figuras del placer y la necesidad; el hedonismo
y el quijotismo.
Teniendo en cuenta la lectura y análisis que hemos llevado a cabo hasta el momento,
sostenemos que la noción kantiana de sujeto práctico carece de un sostén ontológico que
logre superar las contradicciones de la individualidad, pues no las pone en relación con los
contenidos desde los cuales surge el acto moral mismo. En virtud de aquello se ha llegado a
una concepción de moralidad en la que el deber ser contrasta con lo que es, proponiendo la
ley moral como una obligación impuesta y no como resultado de la vida en comunidad
(Taylor, 1983, p.163). En dicho sentido es que Hegel elaborará su noción de espíritu, a modo
de concebir un sujeto práctico que constituya de manera activa el mundo ético. Lo que incide
en que Hegel (2018) catalogue el idealismo crítico un subjetivismo, pues según el pensador
suabo:
56
lo que lleva en sí mismo la distinción, pero todavía no comprende que la
realidad consiste precisamente en esta distinción. (p.420).
3.3.2. La razón legisladora y la razón que examina leyes: una crítica hegeliana hacia la
moralidad kantiana
De tal manera, la conciencia, al haber dado cuenta de que forma parte de un entramado
social, del cual dice Hegel (2017) que “se sabe como momento del ser-para-sí de esta
sustancia, expresa en ella la existencia de la ley, de tal modo que la razón sana sabe de un
modo inmediato lo que es justo y bueno” (p.203). Dicho esto, para establecer un análisis de
la lectura hegeliana de la moralidad kantiana pondremos nuestro énfasis en el concepto de
razón sana, al que Hegel identifica en otras ocasiones como conciencia ética. Puesto que de
tal conciencia emergen las leyes éticas, que comprendimos, siguiendo a Kant, como
máximas, las cuales poseen la característica principal de ser universales y de valer de igual
manera para todos los seres racionales. De la razón sana es que emergen las leyes morales
universales, como por ejemplo: cada cual debe decir la verdad.
58
condicionado y determinado. Además, una ley universal como cada cual debe decir la
verdad, no sería del todo incondicionada, en tanto que presupone que cada uno se encuentra
en posesión de la verdad, lo cual, según Hegel, condiciona inmediatamente tal ley. Este tipo
de problemáticas que el filósofo suabo encuentra en las máximas propuestas por Kant radican
en que las leyes morales no logran sostener una transición desde la necesidad universal de la
ley hacia su aplicación a la realidad efectiva, por lo que siempre que intentemos llenar de
contenido dichas leyes éstas serán sujetas al terreno de lo contingente, perdiendo su
universalidad aparente. En palabras de Stewart (2014): “esas máximas necesitan ser
clasificadas, interpretadas y darles un contenido definido para que sean útiles. Pero una vez
que ellas han sido clasificadas, dejan de ser universales y necesarias” (p.366). Esto tiene
como consecuencia que cada vez que sometamos a las leyes morales a un análisis de
contenidos, éstas perderán su condición de universalidad incondicionada ante la arbitrariedad
de la individualidad concreta que las proclama. Razón por la cual “tales leyes se mantienen
en el terreno del deber, pero carecen de realidad efectiva y no son leyes, sino solamente
mandatos”15 (Hegel, 2017, p.204), aporía ante la cual la razón pierde su aparente facultad de
establecer leyes universales desde su pura individualidad, y, por lo tanto, ha perdido también
su condición legisladora.
El diagnóstico de Valls (1994) es que “la conclusión es, en todos casos, idéntica. Las
leyes morales, que aparecían al principio de esta figura como plenamente determinadas desde
ellas mismas, no están plenamente determinadas. Se reducen a leyes meramente formales,
que necesitan de un complemento contingente” (p.207). De esta forma, las máximas de la
razón pura práctica no soportan la inclusión del contenido, ante lo cual caen en un
formalismo, quedándose en el terreno de lo que reconocemos como identidad indiferenciada,
que Hegel (2017) identificó como la pura tautología de la conciencia consigo misma (p.205),
15
La crítica esgrimida por Hegel aquí expuesta coincide en cierto sentido con la crítica que Schiller ejerce en
contra del imperativo categórico. En las Cartas para la educación estética se nos señala que: “incluso lo más
sagrado que hay en el hombre, la ley moral, es incapaz de evitar este falseamiento al presentarse por primera
vez ante la sensibilidad …El hombre siente, pues, solo las cadenas que la última les impone, no la liberación
infinita que le procura. Sin lograr barruntar en su seno la dignidad del legislador, siente tan sólo coacción y la
repugnancia imbele del súbdito …El espíritu que lo mueve a adorar a Dios es pues el temor, que lo envilece,
no la veneración que lo enaltece en su propia estima” (Schiller, 2016, p.143). De aquello sacamos en claro lo
siguiente: Hegel identifica al imperativo categórico como un mandato arbitrario; mientras que Schiller, en la
misma línea, lo señala como una ley impuesta desde la coacción y el miedo, proponiendo a su vez que la ley
moral sea antecedida por el gusto, la sensibilidad y la belleza.
59
pues, como conciencia ética no ha logrado superar la dualidad entre universalidad y
particularidad, y por tanto, ha fracasado también en contener dentro de su identidad a la
categoría de la diferencia. La razón sana, al perder su condición legisladora pasa a ser razón
examinadora de leyes, pues al fracasar como jueza del tribunal de la razón ya no es capaz de
establecer máximas universales, ante lo cual se dedicará a examinar las condiciones bajo las
cuales las leyes ya establecidas podrían recuperar o no su universalidad.
Se afana aquí con un contenido que debiera ser de lo bueno y de lo justo y con
un examen de esta verdad firma, creyendo poseer en la razón sana y en la
intelección inteligente de la fuerza y la validez de los mandatos …lo que
significa aquí que [la ley de la razón legisladora y examinadora] es ley de una
conciencia singular con un contenido arbitrario …Ese legislar inmediato es,
por tanto, la temeridad tiránica que convierte la arbitrariedad en ley y la
eticidad en una obediencia a ésta. (p.207).
60
De modo que, en el análisis de las contradicciones que presentan las leyes morales
universales, la conciencia logra reconocer que el origen de dichas leyes no es una razón pura
práctica, sino un conjunto de individuos y su entramado social desde el cual la acción ética
se hace posible. En la culminación de la individualidad real en y para sí, el fundamento de la
acción ética encuentra un carácter intersubjetivo, lo que quiere decir, en última instancia, que
no se pueden sostener leyes universales por sí solas, sino que el criterio de lo ético surge
siempre desde las relaciones sociales. Así se hace necesaria la mediación negativa que la
contradicción le otorga a las leyes para llegar a concebirlas, ya no desde una identidad formal,
sino desde una identidad diferenciada. Dice Stewart (2014):
Tenemos pues, que la mediación que lleva a la razón a concebirse como espíritu es la
comunidad. La comunidad intersubjetiva saca a la individualidad de su condición formal y
abstracta, situando al sujeto en el tejido social, dice Hegel (2017): “la esencia espiritual es,
según esto, en primer lugar, para la autoconciencia como ley que es en sí; la universalidad
del examen, que era universalidad formal que no era en sí, se ha superado” (p.208). En
aquello radica la importancia de la sección de la razón, en tanto que la comprendemos como
una transición desde el individualismo teórico y formal del sujeto moderno hacia su
concepción ético-práctica, entendida desde la relación unitaria entre el ser y el pensamiento
desarrollada por el idealismo de Hegel. El resultado concreto de dicha operación la podemos
denominar como el paso del Yo universal al Yo espiritual, o, en términos hegelianos, como
la voluntad de todos y de uno.
La razón es espíritu en tanto que eleva a verdad la certeza de ser toda realidad
…y es consciente de sí misma como de su mundo y del mundo como de sí
misma …la esencia que es-en-y-para-sí y que, al mismo tiempo, es ella
efectivamente real como conciencia y se representa a sí misma, es el espíritu.
(p.210).
62
pensamiento hegeliano es radicalmente distinto en cuanto al desarrollo de filosofías de
algunos pensadores contractualistas o liberales. Sostenemos que en la propuesta de Hegel,
mediante su concepción situada de la libertad, se pretende superar el atomismo social, que
entiende a los individuos como partículas aisladas desde las cuales podría emerger un
consenso desde el que sería posible el establecimiento de una sociedad mediante un pacto
civil16.
Con la noción de espíritu, Hegel (2017) llega a la realidad efectiva de la ética, que
concibe la obra del ser humano, ya no como la obra de un individuo particular, sino como
obrar universal, que sería “el fundamento y punto de partida del hacer de todos …la obra
universal, que se engendra como su unidad e igualdad mediante el hacer de todos y de cada
uno” (p. 211), ante lo cual la noción de comunidad jugará un papel fundamental, pues a través
de la realización del sujeto en la objetividad de un pueblo es que éste se realiza como
subjetividad efectivamente libre.
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De ello podemos deducir una respuesta de Hegel hacia autores de talante contractualista como Hobbes. Este
último, en su Leviatán, llega a señalar que “las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la
muerte, el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por
medio del trabajo. La razón sugiere adecuadas normas de paz, a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo
consenso” (Hobbes, 2017, p.119). En aquello podemos dilucidar el iusnaturalismo de Hobbes, mediante el que
deduce las leyes de naturaleza (justicia, modestia, piedad, equidad, etc.) en la naturaleza humana. Sin embargo,
estas leyes por sí mismas no valen para salir del estado de guerra inicial del hombre, por lo que hace falta que
el Estado se haga cargo de ejercer, en virtud del temor a la muerte que impulsa las leyes naturales, un monopolio
de la violencia que permita el establecimiento de una sociedad civil. Lo realmente importante es dar cuenta de
la objeción de Hegel hacia cualquier tipo de contractualismo, pues si para autores como Hobbes el individuo
conforma la sociedad civil para asegurar su supervivencia, para el filósofo alemán será la comunidad la que
anteceda a los individuos, y desde la cual será posible comprender al sujeto. Para Hegel el individuo no es
constitutivo, sino el resultado de un movimiento del espíritu, que sin embargo no socava su individualidad sino
que la mancomuna en una totalidad diferenciada. De modo que la totalidad hegeliana que precede al individuo
no sería homogeneizadora sino diferenciadora.
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Es a través de aquella transición, que con la noción de espíritu se posibilita la
constitución del espíritu objetivo, ante el cual la subjetividad se desarrolla de manera efectiva,
lo que posteriormente dará pie a las instituciones humanas. Con la consumación del espíritu
subjetivo aparece en el horizonte la posibilidad de pensar “la historia del mundo como obra
de la libertad, [y de] la historia universal como progreso en la conciencia de la libertad”
(Duque et al., p.164), esto es precisamente el espíritu objetivo, que se ve plasmado en las
instituciones humanas que nacen desde la comunidad misma, tema que Hegel desarrollará
con mayor amplitud en su Filosofía del derecho de 1820, pero que nos adelanta desde ya en
su Fenomenología.
Pareciera ser, desde la noción de espíritu que nos ha presentado Hegel, que la
problemática de la subjetividad ha quedado completamente exenta de contradicción y que se
ha superado todo atisbo de individualismo o dualismo. Sin embargo, nada más alejado al
desarrollo del texto, pues la noción de comunidad que se nos presenta en esta primera
instancia dista mucho de ser una comunidad que se haya consumado como sustancia ética
reconciliada.
Dicho esto, Hegel parte desde una noción inmediata de comunidad, que encarna de
manera indiferenciada todos sus momentos, lo que la llevará posteriormente a una nueva
escisión. Primeramente, esta noción de comunidad “es el espíritu que es para sí, en cuanto
se mantiene la contraapariencia de los individuos …y que es en sí o sustancia en cuanto los
mantiene a ellos dentro de sí” (Hegel, 2017, p.213), estableciéndose así el Volk o espíritu de
un pueblo. Mediante esta noción de espíritu se nos presenta la categoría del ciudadano, que
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encarnará como reflejo individual a la totalidad del pueblo que surge como “la forma de la
existencia puesta en libertad” (Hegel, 2017, p.214). A esta primera forma de manifestación
inmediata de las leyes objetivas de un pueblo Hegel le atribuye el nombre de ley humana,
que se contrapondrá posteriormente a la ley divina.
Mediante esta nueva contraposición entre ley humana y ley divina nos encontramos
nuevamente con la dialéctica entre lo universal y lo singular que abordamos anteriormente,
pero aplicada ahora en un nivel comunitario y ya no puramente individual. Dicha dialéctica,
traspasada al nivel de la comunidad, se encarna a través de las figuras de la familia y el
Estado, pues “la singularidad en la que se encarna la ley divina más universal es la comunidad
ética universal, la familia. El conflicto, por tanto, entre esas dos leyes será un conflicto entre
familia y Estado” (Valls, 1994, p.221). Por lo que en esta nueva contraposición nos
encontramos con una nueva escisión, esta vez, en la forma de la comunidad misma, que es
tipificada en su forma de eticidad griega, en la que se juega la configuración de la posibilidad
de la ética a través del drama de Antígona.
En esta comunidad escindida la ley divina jugará un papel fundamental, en tanto que
se encuentra compuesta por las relaciones que componen a la familia, que daría origen a la
acción ética, la cual requiere de la realización del reconocimiento mutuo, movimiento que
hemos examinado en el primer capítulo del presente trabajo. Así, los momentos de la familia
son divididos en tres tipos de relaciones: marido y esposa; padres e hijos y hermano y
hermana.
Tenemos, en primer lugar, a la relación entre marido y esposa, la cual reconoce Hegel
como una relación natural marcada por el deseo, motivo por el cual ésta “tiene su realidad
efectiva, no en ella misma sino en el hijo, en otro cuyo devenir es la relación dicha y donde
ella misma desaparece” (Hegel, 2017, p.218), ante lo cual el reconocimiento se hace
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imposible, pues dicha relación, al fundamentarse en el deseo de procreación y encontrar
posteriormente su esencia en un otro (el hijo) se sostiene únicamente en el amor, que para
Hegel será importante pero insuficiente para llegar al núcleo de la eticidad, que será la
reconciliación entre la ley divina y la ley humana, o vale decir entre la familia y el Estado17
o comunidad.
En segundo lugar, tenemos la relación entre padres e hijos, la cual será igual de
asimétrica que la anterior, en tanto que encuentra su fundamento en el traspaso de la realidad
efectiva de los padres a una generación porvenir: la de los hijos. Por lo que tal relación se ve
marcada ante la muerte de los padres y sucesión de los hijos, por aquello que Hegel denomina
como piedad recíproca, motivo por el cual esta relación ética sigue encontrando su razón de
ser en el amor, haciendo imposible la conquista de la verdadera acción ética.
En tercer y último lugar nos encontramos con una mezcla entre los momentos
anteriores, la relación entre el hermano y la hermana, que será para Hegel la relación ética
perfecta. Esto se debe a que tanto en el hermano como en la hermana nos encontramos con
dos individuos en condiciones de igualdad y de libertad. La hermana es concebida como la
parte de la relación que se encuentra arraigada hacia la realización de la ley divina, esto es,
como la “guardiana de la familia y las tradiciones” (Rózsa, 2022, p.14); mientras que el
hermano, como ciudadano, posee en sí la realización de la ley humana y la lleva a cabo en
tanto que sale del núcleo familiar hacia la sociedad civil.
En palabras de Hegel (2017): “el hermano transita desde la ley divina, en cuya esfera
vivía, hacia la ley humana. Sin embargo, la hermana se convierte, o la esposa sigue siéndolo,
en la directora de la casa y en quien mantiene la ley divina” (p. 219), motivo por el cual dicha
relación supera la relación de amor entre marido y esposa o entre padres e hijos, pues si bien
parten, tanto el hermano como la hermana, desde el amor filial, superan aquella dinámica
mediante el deber de reconciliar la contradicción habida entre ley humana y ley divina.
Contradicción que Hegel ve encarnada en la tragedia de Antígona, cuando en su deber de
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Cabe mencionar que en este apartado Hegel no se refiere con Estado a la configuración de Estado moderno,
sino a la concepción griega del Estado como la identificación inmediata del ciudadano con la polis.
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mantener la ley divina de la familia, desobedece a Creonte y con ello a la ley humana del
Estado, dándole entierro a su hermano Polinices.
Sin embargo, resulta conveniente ser críticos con las nociones que Hegel atribuye
tanto a lo masculino como a lo femenino, encarnadas por el hermano y la hermana, las cuales
resultan evidentemente extemporáneas. Vale decir, siendo justos con Hegel, que elaboró un
análisis filosófico de la constitución de la familia griega, de la cual se serviría a su vez para
analizar la constitución de la familia presente en la sociedad burguesa en la que se encontraba
inserto, en dónde predominaban los roles de géneros que tenían al hombre como proveedor
y representante de la familia y a la mujer como la parte dedicada a las labores del hogar y de
la crianza, además de haberse tergiversado la figura de Antígona en tanto se mezcló con la
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noción del rol de la mujer en la sociedad burguesa. En torno a esto, Rózsa (2022) acentúa su
crítica en tanto que Hegel ha explicado el papel de la mujer desde tres aspectos: 1) desde la
relación entre Antígona y su hermano, 2) desde la relación de Hegel y su hermana, y 3) desde
los fenómenos típicos de la sociedad modernizante y la familia burguesa. Desde aquella
crítica no nos puede sino resultar insuficiente el papel que el filósofo alemán le otorga a la
mujer en la eticidad.
No obstante, si bien el análisis mediante el que Hegel deduce la familia nos resulta a
día de hoy reduccionista, nos serviremos de las consecuencias filosóficas del desarrollo que
ha llevado a cabo de la libertad concreta del sujeto, así como de la categoría del espíritu
entendido como comunidad, desde el cual nos podemos servir para comprender la
intersubjetividad como un marco diferenciador, desde el cual sería posible reconciliar
nuestras diferencias bajo la categoría de identidad diferenciada.
Para finalizar, vale mencionar que con el desarrollo de la dialéctica entre ley divina y
ley humana, Hegel ha pretendido llevar a cabo de manera práctica la dialéctica entre
universalidad y singularidad que analizamos en el apartado de la razón, dice Hegel (2017):
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de un Estado de derecho que identifica con el Imperio romano. No obstante, detenernos en
tales apartados nos llevaría muy lejos de la presente investigación, por lo que nos resta
analizar los resultados obtenidos de los objetivos que nos hemos propuesto al principio del
trabajo, a modo de conclusiones.
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Conclusiones
En vistas a los objetivos que nos hemos trazado para corroborar nuestra hipótesis, nos
resta analizar los resultados obtenidos en el cuerpo de la presente investigación, que
separaremos en tres puntos, enfocando el primer objetivo específico en el primer punto, y el
segundo objetivo en el segundo y tercer punto.
Por lo tanto, en segundo lugar, hemos examinado la figura de la razón, en la que Hegel
desglosa los diversos tipos de individualismos que surgen en la modernidad. La dialéctica
entre universalidad y particularidad ha determinado en figuras tales como las del placer y la
necesidad; la ley del corazón y la virtud, que llevaron a la conciencia a una concepción formal
del individuo como autodeterminación en la moralidad, dando cuenta de las máximas
universales de la razón. En dicho análisis nos hemos servido de la crítica que el pensador
suabo esgrimió en contra de Kant, lo que nos ha permitido llegar a la concepción de espíritu,
noción desde la cual el sujeto ha sido situado en el mundo social de la comunidad, ya no
como sujeto trascendental sino como sujeto concreto que forma parte de manera activa en el
tejido social.
En tercer y último lugar, con la transición del sujeto teórico hacia el sujeto práctico
consumada, hemos buscado reconocer el desarrollo de la libertad de la subjetividad en la
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actividad social de la subjetividad en comunidad, que se manifestó de forma puramente
inmediata en la deducción de la familia, y, ante aquello, nuestro segundo objetivo específico
ha quedado abierto o, más bien, se ha cumplido pero solo de manera parcial. Esto debido a
que la comunidad que Hegel concibe como espíritu inmediato ha resultado ser solamente una
proto-comunidad en la que el movimiento del reconocimiento, que adelantamos desde el
señorío y la servidumbre, no se ha completado, pues lo que hemos logrado es dilucidar solo
de manera muy general la posibilidad del surgimiento del espíritu objetivo en las instituciones
sociales.
En virtud del espacio y del tiempo de los que dispusimos para la presente
investigación, hemos logrado reconocer las nociones de espíritu subjetivo (en el sujeto
teórico) y de espíritu objetivo (en la actividad del sujeto práctico); pero nos ha faltado
adentrarnos en el saber absoluto, mediante el que Hegel pretende reconciliar las
contradicciones presentes en cada una de las figuras particulares del espíritu desde la
totalidad de la exposición del Espíritu Absoluto. Sólo mediante esta última figura del saber,
se podría, según Cuartango (2015), “dejar atrás las limitaciones -y las patologías- de una
subjetividad absolutizada como lo que [Hegel] percibe en el mundo moderno” (p.110), por
lo que la pregunta sobre la comprensión del desarrollo de la libertad, al menos en un sentido
referido a la totalidad, queda abierta para futuras investigaciones, en tanto que en la presente
hemos llegado a la mera posibilidad de llegar a concebir una libertad situada, pero a falta de
dar un último paso hacia el absoluto.
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Referencias bibliográficas
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En G.W.F. Hegel (2014). Grandes pensadores. Hegel (Vol. 2). Gredos.
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Hegel | DSpace-CRIS @ UCA
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______. (1994) Del yo al nosotros: lectura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel. PPU.
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