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Homicidio 0

Silencios mortales

Podríamos decir que vivir en la Ciudad de México implica tener una relación íntima
con la muerte. Está dentro del aire que respiramos, como una capa densa que se
encuentra en los momentos más impredecibles y cotidianos. Es una imagen abrupta
que llega a nosotros de manera intrusiva. Una sábana blanca, una llamada telefónica,
las luces blancas del hospital. Porque vivir en una ciudad como lo es la Ciudad de
México, exige una confrontación constante y violenta con la muerte, es parte de
nosotros. Y si esto no está presente en tu día, basta encontrarte con un puesto de
periódicos, con prender la televisión, con caminar tres cuadras por la calle y escuchar
la sirena de la ambulancia llendo a toda velocidad por las calles.
Esa velocidad con la que viaja el vehículo en realidad significa que estamos
presenciando un momento crucial. El momento en que la vida de alguien se encuentra
en la cuerda floja.
En ese preciso instante la gente que camina por las calles alza un poco su cabeza,
como si la desenchufara de su dosis diaria de neurosis, y se tratase de gacelas en
sabana, cuando presienten que el peligro está cerca. Su mirada se dirige
instintivamente al movimiento estrepitoso. Es en ese momento donde pareciera que se
suspende el tiempo con la pregunta: ¿Quién se está muriendo?
Qué más característico de esta ciudad si no es el constante recordatorio que en
cualquier momento podrías ser el siguiente. Pero en realidad muchos pensamos que
por alguna razón__ llámese Dios, suerte o privilegio__ no nos ha tocado, o aún, no
nos ha tocado. Porque más allá de la relación de amor/odio que tenemos con el ruido,
la prisa y el trabajo, es nuestra íntima y longeva relación con la muerte.

Y ésta, llegó una madrugada de diciembre del año 1994 en la Colonia Nápoles. Nadie
alzó la cara por los escandalosos gritos provenientes del departamento 4 del edificio
naranja. Nadie, más que los muros de concreto pudieron presenciar aquella atrocidad.

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Audio COMO ERA EL DEPARTAMENTO 2:
Ps era un departamento de clase media alta, que es atrás de la, es en la colonia
nápoles, que es atrás de la Plaza de Toros, es una colonia bien, exactamente atrás de la
plaza de toros, entonces está insurgentes, está la plaza de toros, atrás. Y pues son
edificios donde la verdad es gente bien, entonces no es un lugar bajo, son lugares muy
selectos.

Una colonia en apariencia tranquila, se podría decir un tanto burguesa, en ella se


encuentra el emblemático rascacielos, World Trade Center, donde convergen miles de
personas y eventos de todo tipo, una colonia llena de edificios y mansiones coloniales.
Relativo sería decir que es una colonia de gente “bien” porque a veces, donde hay
dinero y poder, hay todo menos algo bueno. Y la combinación de estos dos
elementos, puede ser una trampa mortal, envenenado las mentes de aquellos que se
regocijan en su dinero, y corrompiendo a aquellos que tienen hambre de poder. La
decadencia en estado puro.
El edificio color naranja ubicado atrás de la Plaza de Toros, era un edificio como
muchos otros, que a pesar de ser familiar, no falta uno que otro inquilino que,
digamos, le hace falta un tornillo, o aquel otro que simplemente, muy a pesar del
ruido, prefiere pasársela a toda madre. Y este edificio no era la excepción..
Era una noche de principios de diciembre, los vecinos ya estaban más animados que
en otras temporadas porque ya comenzaban las posadas y las fiestas decembrinas. La
música y el ruido se escuchaban por todas partes. Sin embargo, alrededor de las 3 de
la mañana, los gritos provenientes del departamento 4 no parecían muy festivos.

Y como en todo edificio de gente bien, trabajaba un guardia de seguridad amante de


las garnachas y de las telenovelas nocturnas. Este, se despertó de un salto al escuchar
los gritos,__ el miedo le empezó a subir por los pies y le generó una sensación
extraña en los dedos, dejándolo paralizado y sin poder mover un dedo. Él podía ser un
guardia de seguridad, pero no era ni valiente ni pendejo como para subir a averiguar.
Pasó un cuarto de hora hasta que una ráfaga de consciencia lo alertó y en ese momento
llamó a la policía, no pudo decir mucho más que la dirección y su nombre. Colgó el

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teléfono empapado de un sudor frío_ y fijó su mirada en la calle, esperando la mínima
señal de vida. Pasó media hora, una hora y nada. Pinches policías, nunca llegaron. En
este punto de la madrugada, ya reinaba de nuevo el silencio de la noche, su
nerviosismo fue aterrizando y poco a poco se fue convenciendo de que aquello que
había escuchado no había sido nada.
Decidió dejar pasar lo que fuese que estuviera pasando, total, seguramente era una
relación tóxica y degenerada más. Así que como buen velador precarizado y de salario
mínimo, se durmió viendo anuncios para bajar de peso en la televisión.

Al día siguiente todo se sentía distinto, como si la luz del sol brindase una calma que
dota al día de vida y bondad.
Por casi un momento, los gritos tan extraños del día anterior iban a pasar a la memoria
del guardia como un recuerdo difuso. Pero decidió cerciorarse que todo aquello había
sido una telenovela más.
Subió las escaleras y pasó a tocar en varios departamentos, al parecer no había sido
sólo él quien se había quedado con los brazos cruzados. La vecina del 2 señaló el
departamento 4, con miedo y curiosidad. El guardia se extrañó al saberlo, ya que ahí
es donde habitaba Miguel.
Miguel era un muchacho alegre y en apariencia tranquilo. Él era ese tipo de personas
que a pesar de haber tenido un pésimo día, siempre saludaba con una sonrisa, incluso
muy de vez en cuando le invitaba un chesco a la hora de la comida.
Pasó a la puerta con el número 4, y tocó con golpes fuertes. Nadie contestó y
prosiguió a gritar el nombre de Miguel,__ el guardia conocía su rutina y a pesar de ser
las 11 del día sabía que por esas horas estaría apenas despertando. Pero Miguel no era
alguien que no contestara, siempre respondía atento a la puerta por si algún paquete
misterioso le hubiese llegado. Miguel siempre recibía paquetes misteriosos.
El guardia siguió tocando su puerta, ahora el ruido no era lo que incomodaba, sino un
silencio que le comenzó a parecer extraño, mortuorio, sin presencia de vida alguna. El
remordimiento comenzó a generar voces en su cabeza, ¿qué tal si aquello no había

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sido una simple pelea? ¿Pude haber hecho algo? se preguntó a sí mismo, ¿Debí haber
hecho algo?
En ese instante fue como si alguien le hubiese dado una cachetada en la cara, bajó
apresuradamente las escaleras y llamó nuevamente a la policía.
Y como una plegaria mística, parece que el guardia ahora sí quería que llegaran los
policías, y esta vez,_ llegaron.

Audio QUIEN SE DIO CUENTA DEL CUERPO:


El portero porque como escuchó ruidos, pelea y todo y pues al otro día fueron a
tocar y a tocar y pues no, no salió nadie. Entonces cuando no salió nadie ni
respondía ni nada entonces le avisó a la policía, la policía preventiva, pues llegó y
ya se vieron, entonces avisaron a la procuraduría y fue cuando nosotros llegamos,
llevaron una persona para que abriera la puerta, entramos y fue cuando nos
percatamos de las cosas que estaban ahí.

Dos camionetas ruidosas llegaron al departamento ubicado atrás de la plaza de Toros


alrededor de la una de la tarde. Cuatro policías uniformados bajaron del vehículo con
un extraño toque de pereza. El guardia les indicó el camino y los siguió hasta el
departamento. Un policía pegó su oreja a la puerta como si pudiera ver a través de
ella, después tocaron y nada. A diferencia de lo que muchos imaginan, no patearon la
puerta haciendo que ésta se abriera de un solo golpe, llevaron a un cerrajero para abrir
la puerta sigilosamente. Porque al parecer, nadie había forzado la cerradura el día
anterior.

Cuando lograron abrir la puerta fueron recibidos con una de las escenas más sádicas
que iba a perdurar en sus memorias por el resto de su vida. Un charco de sangre que
guiaba a lo que parecía ser un cadáver con un palo de escoba introducido por el ano.
En ese momento los policías se percataron que este caso ya no les correspondía, por lo
que llamaron al área de homicidios de la procuraduría de la Ciudad de México. La voz
que escuchamos a continuación es del investigador Román, encargado del caso.

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Audio INTRODUCCIÓN 2:
Ese día me encontraba yo de guardia en el área de homicidios cuando entró un
llamado diciéndonos que había una persona muerta en un departamento atrás de la
plaza de toros, nosotros nos trasladamos al lugar donde al ingresar al inmueble nos
percatamos que había una persona desnuda, y esa persona había sido golpeada
brutalmente y tenía un palo por el ano, entonces ya de ahí había mucha sangre,
había mucha sangre en el departamento, se veía como que había igual como
esculcado habían revisado cajones, este tipo de cosas, (...)

Audio DISTRIBUCIÓN:
Entrando estaba la sala, posteriormente del lado derecho era una cocina pequeña, una
recámara, porque no son muy grandes igual, son departamentos selectos pero chicos
no son departamentos muy grandes, entonces estaba la sala, el comedor, la cocina y
creo que era una recámara, no recuerdo bien si eran dos o una, pero eso eran
masomenos la distribución del departamento.

Un gran charco de sangre sobre una alfombra blanca hacía tal contraste en el piso que
parecía como si alguien hubiese marcado un sendero hacia el cadáver. El cuerpo de la
víctima completamente desnudo se encontraba entre la sala y el comedor. Y a
diferencia de otros casos, en esta escena parecía que había habido una fiesta. Vasos de
alcohol en el piso con algunos ceniceros atiborrados. Parecía que se trataba de alguien
conocido.

Audio QUE BUSCABA EN LA ESCENA DEL CRIMEN-01: (...)


Vimos que había igual pues unos vasos con residuos de alcohol, que estuvieron
tomando, que había colillas de cigarro, que este, qué quiere decir? que era una
persona conocida, que era alguien que él le abrió la puerta para que entrara, que
estuviera en su casa, para eso es, porque nosotros nos fijamos que no vaya a haber
una forzadura de chapas, además había un portero, el portero yo creo que
calcularon la hora que él no estaba para que el otro le abriera por el interfon. (...)

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El asesino había entrado como Juan por su casa la noche anterior, el guardia no había
notado gente nueva o fuera de las visitas rutinarias de los inquilinos, o al menos eso
fue lo que le dijo al investigador.

Después de organizar al equipo de forenses, Román notó que a pesar de encontrar


algunos cajones abiertos, todas las pertenencias y objetos de valor se encontraban
dentro del departamento. Cartera, llaves, alhajeros…Pero si el asesino no quería
poseer nada material de la víctima, entonces ¿qué quería?
El investigador Román sabía que tendría que tener extrema cautela en este caso, el
asesino podría tratarse de alguien muy cercano, cualquier información que saliera de
ese mismo cuarto podía llegar a las manos equivocadas.
La manera en la que aquella persona había sufrido sus últimos momentos de vida, de
una forma tan violenta y sádica, ocasionó a Roman una dificultad para respirar. Y sin
notarlo, dejó de percibir lo que pasaba a su alrededor. Poco a poco el sonido se
convertía en silencio y sin darse cuenta, Román se encontraba en el cuarto de la
víctima, sentado en la cama, pasmado y con una mirada sin destino alguno.
Pasaron diez largos minutos hasta que el sonido de una puerta lo trajo de vuelta, todo
el equipo ya había evacuado la escena del crimen. La mente de Román se incorporó de
nuevo al cuarto y en ese momento se percató que se encontraba en un espacio donde
había un cadáver en la sala. Se levantó rápidamente de la cama y al hacerlo su pie
tocó un objeto que se encontraba debajo de ella. Era un libro cuya portada colorida le
llamó la atención, “El vampiro de la colonia Roma” leyó en voz alta. Lo ojeó por mera
curiosidad y al hacerlo cayeron dos fotografías.

Audio INTRODUCCIÓN 2:
(...) posteriormente, yo al revisar y todo encontré unas fotografías y esas
fotografías igual me las lleve y las metí en mi saco, me las lleve, entonces las
estuve revisando y en una de las fotografías aparecían varios jóvenes, sentados en
el cofre de un coche, pero se veían las placas y eran varios jóvenes, entonces ya
por decirlo yo a los dos o tres días regresé y empecé a entrevistar al portero (...)

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Román interrogó exhaustivamente al guardia de seguridad. Aunque ese individuo no
tuviera un gramo ni de guardia ni de seguridad, lo que sí sabía era la rutina de cada
uno de los inquilinos del edificio naranja.
El guardia le comentó que hasta la fecha no sabía muy bien a qué se dedicaba Miguel,
a veces parecía permanecer todo el día en casa y otros días llegaba hasta la noche.

Después se tomó un momento y pensó más a profundidad, notó que había días que
Miguel no lo saludaba tan alegremente. A veces entraba de manera apresurada con un
paquete bajo el brazo. Y eso lo hizo recordar que a menudo una caja del mismo
tamaño era traída por otros jóvenes que entraban siempre en un carro gris. El
investigador le mostró las fotos en consecuencia, y resultó ser el mismo carro que
aparecía en ellas. Por suerte en una de las fotografías se alcanzaba a ver el número de
placas y estas también coincidían con el carro que recordaba el guardia. También
reconoció a uno de los jóvenes, el copiloto, aquel que siempre llevaba el paquete en
sus manos, sin embargo no pudo recordar el rostro del conductor ya que su cabina se
encontraba del otro lado y su salario sólo lo inspiraba a subir y bajar la pluma de la
caseta.
Román supo que no iba a perder más tiempo con aquel guardia, y se dirigió al día
siguiente a la base de datos de la Secretaría de Movilidad. Logró rastrear el número de
placas, que coincidentemente apuntaba un nuevo dueño. Nada pendejos, pensó.
El investigador juntó a su equipo, y se dirigieron a la dirección que arrojaba el
sistema. Román sabía que probablemente se trataría de algún pobre diablo que intentó
comprar un carro a un menor precio o hacer algún chanchullo del estilo, pero bajo la
amenaza de haber cometido un delito, este no tendría otra opción más que soltar la
sopa.
Para sorpresa del investigador, esto no fue lo que pasó. Al dar con el domicilio donde
se encontraban registradas las placas, encontraron a la persona dueña del vehículo, sin
embargo esta afirmó que había sufrido un accidente un año atrás y que su carro había
sido calificado por el seguro como pérdida total. Al no ver otra opción más

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convincente, esta persona vendió a una chatarrerría lo que restaba de su carro. Por lo
que Román no había dado con el nuevo dueño del carro, si no con el antiguo.

Puta madre, pensó Román. Este caso iba a traerle más migraña que sus peores crudas.
Las fotografías que había encontrado podrían no significar nada, pero tampoco
contaba con más pistas. Miguel a pesar de ser un joven tan alegre, no tenía familia o al
parecer no deseaba tenerla y las únicas personas parecidas a eso eran estas dos
personas que aparecían en las fotografías.

Por suerte el dueño del carro recordaba dónde se encontraba el lote de chatarra.
Parecía que este caso iba a destapar a más de un culpable. Esta vez, Román iba con la
mente decidida en encontrar información valiosa, por lo que no escatimó en hacer uso
de sus artimañas y amenazar a cualquier cabrón que se interpusiera con la verdad. Si
lograba resolver este caso, muy probablemente le darían una promoción a jefe de piso.
Así que no podía darse el lujo de tirar la toalla, no si quería obsequiarle ese fiestón de
quinceañera que su hija tanto anhelaba.

Roman llegó al lote de chatarra vestido como cualquier otro civil, sin embargo se
aseguró de colocar refuerzos en todo el perímetro en caso de que las cosas se salieran
de control. Se aproximó a la caseta, el único lugar donde los rayos del sol no
penetraban.
Tocó la puerta de metal para despertar al hombre que se encontraba acostado en su
silla. Tuvieron una plática amable por dos minutos hasta que Román sacó la fotografía
donde se encontraban los muchachos. ¿Reconoces a estas personas? preguntó.
En ese momento parecía como si la cara del sujeto se hubiera hecho de piedra. Se paró
sigilosamente de su silla y sin alzar la mirada titubeó un pequeño “no”. Cuando
Román estaba por enunciar la segunda pregunta, el sujeto corrió a toda velocidad
hacia la esquina del lote. Para su mala suerte, bastó con un chiflido de buen pulmón
para que salieran sus refuerzos y lo sometieran contra el piso. Finalmente amarrado de
las manos, encañonado y un jalón de greñas después comenzó hablar, más fácil no se
podía.

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“Uno creo que se llama Alfredo, y el otro Andrés, ellos solamente vienen a recoger las
placas. Pero les juro que no se nada más yo solo entrego las placas que me piden,
además, yo no puedo estar en la misma cárcel que Alfredo, se los ruego, porfavor, es
todo lo que sé…”

El investigador Román todavía con sus manos agarrando el cabello de aquel


individuo, se tomó un tiempo para reflexionar.
Uno de los sospechosos ya se encontraba en la cárcel, si este asesinato había sido para
tapar el cochinero, ¿porqué no mataron también al otro? ¿Por qué había sido tan
sádica su muerte? Y más importante, ¿para quién trabajan estos tipos?
Román decidió dejar aquel sujeto bajo vigilancia con la intención de utilizarlo en caso
de que los sospechosos regresaran al lugar.
Para suerte de Román, sabía exactamente lo que tenía que hacer, buscar en los
diferentes reclusorios al sospechoso de nombre “Alfredo”.
No fue una tarea fácil de hacer, para lidiar con la administración de los reclusorios a
veces se necesita, digamos, algo más que carisma, sin embargo al cabo de dos días
lograron encontrar al sospechoso dentro del Reclusorio Preventivo Varonil Sur de la
Ciudad de México.
Román llevó al sospechoso al cuarto de interrogaciones, un cuarto donde apenas
alguien podría estirar sus pies y donde la luz es tan blanca que ni el consultorio de un
dentista.
Alfredo se mostraba tranquilo y un poco confundido,
-¿por qué estoy aquí? preguntó.
-El que hace las preguntas aquí soy yo, chamaco pendejo. Contestó Román.
El investigador estaba perdiendo la paciencia con el caso, ya había dado demasiadas
vueltas y él quería acabar con esto como sea que fuese. Comenzó a interrogar al
sospechoso sobre su paradero el día de los hechos, Alfredo contestó todas las
preguntas sin titubear, aunque cada vez parecía más confundido.
El investigador al pensar que estaba enfrente de un total sínico, procedió a mostrar las
fotos del cadáver.

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El sospechoso hundió su cabeza en ellas como si las fotos pudiesen hablar, su cara se
puso completamente roja, dando un fuerte grito de rabia y comenzó a llorar.

-“Nos quiso chingar a los dos, ese hijo de puta, cuando nosotros llevamos años en
esto.. no sé por qué lo hizo, Miguel era su pinche amigo”

El investigador sintió en ese momento cómo su promoción a jefe de piso se le


escapaba de las manos. Salió del cuarto de interrogación con un nudo en el estómago.
Por unos momentos pensó en no sólo abandonar el caso, sino renunciar
completamente a su trabajo en la procuraduría. ¿Y si se dedicaba a la carpintería como
su hermano?... Le tomó dos segundos para recordar el día que se fue a emergencias
por clavarse un dedo al poner el closet de su hija.
A la verga, pensó. Ya estoy en esto.
Se compró un café americano y regresó al cuarto de interrogación.
-Ahora si me vas a contar todo, porque sí no, yo me aseguro que de aquí no sales
cabrón.
Alfredo sin pensarlo dos veces lo contó todo. Miguel, Andrés y él trabajaban clonando
carros para clientes selectos, su jefe, era el papá de Andrés, el cual era un policía
corrupto de la Benito Juárez. Los paquetes que llevaban eran placas de carros
destruídos, que más tarde se encargarían de colocar en los carros recién robados del
mismo modelo.
Todo iba bien hasta que Andrés comenzó a actuar extraño a lado de Miguel. Pasaron
dos semanas, hasta que Andrés cortó comunicación con él. Alfredo no entendía por
qué su amigo lo había delatado, pero sabía perfectamente que había sido él porque
reconoció a uno de los policías que lo detuvieron como un amigo de su jefe.

El último día que había visto a Andrés, éste le pidió que lo dejara afuera del
departamento de Miguel esa noche, diciéndole que tenía que ver unos asuntos
pendientes que su papá le había encargado. Y después de esa noche, Andrés dejó de
contestarle sus llamadas.

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El rostro de Alfredo poco a poco regresó a su color normal, y como palabras caídas
del cielo directamente a su boca, enunció: Yo sé dónde está.

El estómago del investigador pronto regresó a su lugar original. Ahora sólo había una
cosa que hacer, ir tras el principal sospechoso. Y si no confesaba su asesinato, bastaba
con acusarlo del delito por robo de vehículos para meterlo al tambo.

Audio CÓMO DAN CON EL CULPABLE:

Pues al dar con su domicilio saber donde vivía, se le puso una vigilancia, ps a la
hora que salió de su casa se le preguntó a ver tu nombre quién eres, una
identificación, pues vimos que era el que buscábamos no?

Andrés Delgadillo, alias el Chepe, era un hombre de 27 años, complexión delgada,


uno sesenta, tez blanca. El investigador no se explicaba cómo un hombre tan
diminuto pudo haber hecho lo que él hizo esa noche. Salió ese día del carro gris con
las placas idénticas a las que ya habían encontrado. Del otro lado de la calle, el
investigador lo vió salir y murmuró para sí: Ya valiste.
En ese momento dos policías federales salieron apresuradamente a la calle, y lo
bajaron del carro.

Audio INTRODUCCIÓN 2: (...)

el carro pertenecía al papá de este tipo. Él era policía, entonces por decirlo, ya
después cuando ya lo detuvimos pues ya dijo que pues que había tenido un
problema con esta persona, habían tenido igual pues cosas que ver entre ellos (...)

Para sorpresa del investigador, parecía que Andrés estaba esperando su detención. No
opuso resistencia alguna ni se mostró sorprendido cuando los policías lo detuvieron.

Audio NO OPUSO RESISTENCIA:

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Ora si que hay que gente que se pone agresiva, pero hay gente que dice, no pues ya
nimodo no? pues ya estoy aquí tendré que pagar por lo que hice.

En todo el trayecto que hicieron hacia el ministerio, Andrés lloraba silenciosamente en


su lugar. Su mirada fija en el horizonte de la ventana reflejaba una profunda tristeza,
que hasta hizo que por un segundo, el investigador se sintiera mal por el tipo.
Llegando al cuarto de interrogación, Román sacó las fotografías del asesinato. El
acusado inmediatamente dirigió su mirada hacia otro lado, y dijo: No las quiero ver.
En ese momento el investigador respiró profundamente y se arremangó, ya estaba por
enunciar su primera amenaza cuando Andrés lo interrumpió.
- Si lo hice, yo lo hice.
En los próximos minutos Román escuchó detenidamente una historia que nunca se
imaginó. Andres y Miguel eran en realidad pareja, llevaban años siéndolo, pero nunca
lo dijeron. Ni siquiera a su mejor amigo Alfredo. Llevaban meses peleando porque
Miguel estaba cansado de ocultar la verdad de su relación, hasta que un día Miguel le
dijo que lo haría aunque él no estuviera de acuerdo. Ese día Andrés perdió la cabeza,
no podía imaginar la cara que su padre pondría al saber que su hijo era un
homosexual. No solo lo correría de la casa, le quitaría el trabajo que todos esos años
habían significado su independencia. ¿qué dirían sus amigos? le harían burla al saber
que su compadre, amigo y compañero de trabajo era en realidad su novio. Andrés
sentía rabia por su situación, sentía vergüenza por sus propios deseos. Miguel no
entendía todo lo que él podía perder, él no tenía familia. Y si no fuera por él, tampoco
tendría trabajo. El día que Alfredo lo llevó a casa de Miguel, estaba decidido a
amenazarlo. Si se atrevía a decir algo lo entregaría a la policía. Pero cuando llegó a
casa de Miguel, la discusión se fue suavizando y dos botellas de tequila después, se
encontraban desnudos en la cama. Mientras eso sucedía Miguel trató de convencer a
Andrés de que abandonaran la vida que llevaban y dijeran la verdad sobre su amor.
Fue ahí que la ira de Andrés no tuvo reparo. Y lo último que recuerda fue la escoba
que se encontraba en la esquina de la sala, en su mano.

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