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Aunque el psicodiagnóstico, definido por Casullo (1996), hace referencia a “el estudio
descriptivo, comprensivo y explicativo de los comportamientos de los sujetos y grupos
humanos en relación con los contextos socioculturales específicos en los que concretan sus
existencias cotidianas y con sus particulares historias de vida, fruto de circunstancias
personales y sociohistóricas concretas”, Sinatra nos hace ver que más allá de un informe final,
la evaluación clínica del sujeto tiene importantes y particulares incumbencias en la
planificación del tratamiento, ya que el mismo, debe tener en cuenta la personalidad del
sujeto, es decir, nos remite a su estructura. García Arzeno nos dice con respecto a esto que la
utilidad de la evaluación en la discriminación estructural, o sea, el predominio en la
personalidad de la parte neurótica o psicótica, “radica no solo en lograr una mayor precisión
diagnóstica sino también en prever las vicisitudes del proceso terapéutico, dentro de lo que
esto es posible” (1999, pp. 365). Bion (1977) señala con respecto a esto último que podemos
encontrar en todo individuo psicótico una parte neurótica y viceversa.
Weiner (2001) señala que el psicodiagnóstico tiene un valor importante en la clínica, este valor
radica en la capacidad de inferir. Según los datos y o información obtenidos, la decisión de
indicar o no tratamiento y si el paciente se beneficiará del mismo. Esto basado en dos
aspectos, la motivación y la accesibilidad. la planificación del tratamiento estaría definida por
tres puntos importantes: la definición del marco de tratamiento, la duración y el tipo
específico del mismo que favorece mejor al paciente. La conducción en terapia, basada en el
psicodiagnóstico, hace referencia a dos importantes decisiones a tomar, en un primer término
“los datos psicodiagnósticos ayudan a identificar de antemano los objetivos del tratamiento en
los que debe enfocarse la terapia y la prioridad que debería asignárseles” (ídem, pp. 11) y, en
segundo término, los posibles obstáculos frente a las metas, para poder prever como evitarlos
o superarlos.
Otro problema es que instrumentos son los mejores para el psicodiagnóstico. Fiorini (1993)
señala la importancia de realizar un diagnóstico multifacético, es decir. de realizar una
evaluación en diferentes niveles, niveles que reflejan los diferentes planos en los que está
inserto un sujeto, planos con reglas específicas, y a los que obedece el dinamismo del
psiquismo. Veccio (2002) señala que, al diagnóstico clínico, imprescindible para formular
opciones estratégicas, deben sumarse el diagnóstico psicopatologico psicodinámico, evolutivo,
adaptativo y prospectivo., grupal. psicosocial, comunicacional, de potenciales de salud, de la
problemática del cuerpo y del vínculo terapéutico.
Las técnicas a usar deben ser lo más completas posibles en el sentido de la variedad de
dimensiones a investigar, es decir, “una combinación de técnicas auxiliares que complementen
la entrevista inicial” (Veccio, 2002, pp. 15)
El psicodiagnóstico facilita el comprender como es una persona que consulta, qué factores
determinan la problemática vivida, surgimiento de las psicopatologías y cuáles son sus
dinamismos particulares y su modo único de sostener determinada patología.