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Sobre el desplazamiento Marie-Cécile Bertau

Universidad Ludwig Maximilian de Múnich

Resumen

Asumiendo una noción performativa del lenguaje, esta contribución aborda cómo el
lenguaje funciona como medio simbólico y se pregunta por su función para el yo
dialógico. De acuerdo con una noción no individualista, los individuos se relacionan
entre sí dentro y en virtud de un entre. Este entre se denomina "espacio-tiempo del
lenguaje": una dinámica que evoluciona a través del tiempo, percibida como formas
lingüísticas con su cronotopología y los posicionamientos de los intérpretes (el yo
como-el-otro como-el-otro). Con respecto a las formas lingüísticas, la especificidad del
funcionamiento del lenguaje se describe con el término de desplazamiento de Bühler. El
efecto del desplazamiento es generar la compartición induciendo un movimiento que los
interlocutores siguen, yendo más allá de su contacto real y sensible. El desplazamiento
simbólico, ampliando la noción de Bühler, es especialmente interesante en lo que
respecta al yo dialógico: permite la construcción social de varias perspectivas sobre el
yo, el otro y la realidad -posiciones y voces que informan de las actuaciones del yo.

Palabras clave

Bühler, desplazamiento, performatividad, autoperformance, símbolo

Dentro del paradigma dialógico que actualmente se trabaja en varias disciplinas de las
ciencias sociales (Bertau, Gonçalves y Raggatt, 2012; Hermans y Gieser, 2012; Linell,
2009; Valsiner, 2007; Weigand, 2009), parece especialmente importante abordar el
lenguaje como un fenómeno intrínsecamente ligado a la socialidad y la individualidad
humanas, tanto en el aspecto comunicativo como en el cognitivo (Bertau, 2011b). Por lo
tanto, se considera que un enfoque dialógico de habla y pensamiento es adecuado para
abordar la complejidad del lenguaje como esa totalidad sociopsicológica y dinámica.
Esta contribución propone explorar particularmente el papel del lenguaje para el yo,
donde el lenguaje se entiende a lo largo de sus dimensiones performativas e interactivas.
Los "movimientos" pasan a primer plano, movimientos inducidos por la actividad del
lenguaje, por la propia actuación, pero también inherentes al funcionamiento del signo
verbal. La psicología pragmática del lenguaje de Bühler (1934/2011) ofrece aquí un
camino muy fructífero, porque se centra de forma tan precisa en la cuestión de cómo
funciona el lenguaje para "un sistema de dos" (Zweiersystem) perteneciente a una
comunidad social (Bühler, 1927). El término central "desplazamiento" (Versetzung)
retomado en esta exploración pertenece en realidad a la teoría del lenguaje de Bühler
(1934/2011), aunque yo propongo extender el término más allá de los límites que
Bühler trazó, es decir, al propio campo simbólico. Utilizando el término de
desplazamiento de esa manera extendida con respecto a una noción dialógica del
lenguaje y del yo, la contribución examina la potencialidad del término para una visión
del lenguaje que mantiene su función representacional, pero sin adjuntar la
"representación" al trabajo de una mente individual: precisamente al incrustar el término
en una psicología pragmática del lenguaje es posible ir más allá del único individuo y
de la única mente como funcionamiento cognitivo y hacia algo así como una
"representación praxológica". Esto se hace eco de la propia discusión de Bühler sobre la
función representacional del lenguaje, a su vez en estrecha relación con el debate de la
segunda mitad del siglo XX que cuestiona críticamente la idea de que el lenguaje
representa el estado de cosas, de modo que la organización y el funcionamiento del
lenguaje se explican a partir de lo que se representa en el lenguaje (Friedrich, 2009, p.
37).

En un primer paso, se explica el marco de comprensión del término central del lenguaje.
El lenguaje se ve principalmente como un proceso, desde la perspectiva de su "hacer".
Se introduce la noción de "espacio-tiempo del lenguaje" para captar la relación
dinámica entre el lenguaje y el yo, que son en sí mismos fenómenos dinámicos. En un
segundo paso, se introduce el desplazamiento, se examinan sus efectos y su condición,
centrándose en la doble vertiente de ausencia y presencia que genera el desplazamiento
del lenguaje. El significado del desplazamiento para un yo concebido como dialógico es
el tema del tercer paso.

Movimientos al hablar

Marco

El tema central "lenguaje" se entiende de acuerdo con el marco de la psicología cultural-


histórica tal y como lo plantearon Vygotsky y su círculo (Yasnitsky, 2011), un marco
que hace hincapié en la mediación de la actividad humana. 1 Según esta idea, la
actividad humana es principalmente mediada, emplea medios mediacionales como las
herramientas concretas y el lenguaje, y estos medios mediacionales dan forma a las
actividades de manera esencial (Wertsch, 1993). La proximidad de la herramienta y el
lenguaje, inducida en gran medida por el propio Vygotsky (1931/1997), afirma una
visión instrumental del lenguaje -el "lenguaje" parece ser intercambiable con la
"herramienta" y se entiende mejor en términos de ese término: un instrumento que los
individuos pueden poner en uso para alcanzar ciertos objetivos, un instrumento que está
principalmente a disposición de estos individuos. En realidad, la metáfora de la
herramienta para el lenguaje está firmemente arraigada en el pensamiento europeo
moderno, se dice que el lenguaje es "la herramienta más útil del pensamiento" (Wundt,
Bühler), o "la herramienta de las herramientas" (Hegel; Keiler, 2002, pp. 187-188). En
general, la psicología histórico-cultural y la teoría de la actividad que se desarrollaron
posteriormente en el siglo XX conceptualizan el lenguaje siguiendo esa noción básica y
lo tratan como "instrumento mediador".

A la vista de esta conceptualización, en gran medida incuestionada, es importante


observar el propio desarrollo de Vygotsky del nexo entre herramienta y lenguaje. En
efecto, sus primeras investigaciones y escritos contemplan el lenguaje desde una
perspectiva instrumental, subrayando su funcionamiento como herramienta dentro de
los procesos de mediación semiótica que tienen lugar intermentalmente e
intramentalmente. Así, su interés radica en primer lugar en la mediación en sí misma, y
aún no en sus medios, vistos simplemente como instrumento. Pero a partir de los años
30, Vygotsky abandonó la metáfora de la herramienta para el lenguaje y desarrolló un
interés creciente por los medios de mediación en sí mismos y, en particular, por el
"volumen de significado" de la palabra. Vygotsky se dio cuenta de que la herramienta
psicológica, es decir, la palabra, tiene un lado interior, el "lado lejano de la luna", lo que
le llevó al supuesto básico de la relación en desarrollo entre un signo y su significado
(1934/1987, capítulos 5, 6 y 7). Esto llevó a Vygotsky a conferir al lenguaje -
precisamente como movimiento dinámico entre el pensamiento y la palabra- un estatus
clave en la nueva teoría que preveía para la psicología.

Partiendo del marco histórico-cultural, y retomando el enfoque de Vygotsky sobre el


lenguaje que ha surgido últimamente, diferencio los "medios de mediación" en términos
de "lenguaje dialógico". El lenguaje dialógico se considera informado por la dirección y
la respuesta como la actividad en la que tiene lugar la mediación. Esto se consigue
involucrando la lingüística dialógica contemporánea de Vygotsky y la filosofía del
lenguaje tal y como se recoge en Jakubinskij, Vološinov y Bakhtin (Bertau, en prensa-
b). Los contemporáneos de Vygotsky construyen no sólo una noción dialógica del
lenguaje, sino también una noción dialógica de la conciencia, trabajando con conceptos
como "habla interior" y "audiencia interior" (Bajtín, Vološinov), donde la "voz" parece
tener una clara función psicológica para la organización psicosocial y el funcionamiento
del individuo socializado (por ejemplo, Bertau, 2008). Continuando con esta vena
dialógica ruso-soviética e involucrando el marco de la teoría del yo dialógico (por
ejemplo, Hermans & Gieser, 2012), entiendo además al sujeto como un yo dialógico. El
resultado de esta doble diferenciación es la dinamización de las entidades a los procesos
dialógicos y el claro reconocimiento de la alteridad. La alteridad describe la posición
básica del individuo como dirigido y afectado ("tocado", "alterado") por el otro. Esta
relación fundamental puede explicarse desde el punto de vista del desarrollo: en el
momento del nacimiento (incluso con la concepción) el sujeto entra en el mundo de los
otros, que es un mundo constituido en el lenguaje y constituido a través de la actividad
lingüística real de los otros, una actuación incesante de actividades de creación de
significado, manifestada en formas de hablar y escuchar, de dirigirse y responder
(Bertau, 2012a). Por lo tanto, el yo llega a ser un yo en virtud de estos otros actos
originarios, desarrollándose como individuo socializado, y esto es: como individuo
relacionado con el yo-otro. El marco resultante para el estudio del lenguaje como
fenómeno psicosocial es, por tanto, una síntesis de los enfoques cultural-histórico y
dialógico del lenguaje y del yo, fundado en la noción de alteridad (Bertau, 2011a,
2011b).

Noción de lengua

Como se ha dicho, los medios mediacionales se conciben en términos de lenguaje


dialógico y esta concepción está vinculada a una determinada tradición de la noción de
lenguaje. En efecto, la comprensión del lenguaje como actividad mediada en la línea de
la psicología soviética está histórica y conceptualmente relacionada con la definición
"energética" del lenguaje de Humboldt, según la cual el lenguaje no es un ergon, es
decir, una obra o un producto, sino que es energeia, un "hacer", una actividad. 2 Por lo
tanto, el lenguaje es la palabra hablada, es el discurso que sucede, y el aspecto del
lenguaje como producto, o sistema, pasa a ser secundario respecto al lenguaje como
proceso en sí mismo. Así que, por un lado, se privilegian los procesos que tienen lugar
entre al menos dos individuos; se privilegia la praxis del lenguaje como una praxis
siempre situada, cultural e históricamente específica, llevada a cabo de forma
cooperativa por individuos mutuamente orientados. Por otro lado, se destaca el aspecto
de la performatividad, que pone de relieve la dinámica de las formas y las formaciones
que tienen lugar en el tiempo y a través del tiempo, por lo que las formas
transtemporales existen a través de su actuación específica en cada momento. La
performatividad significa también la experiencia sensorial y corporal de las formas
interpretadas, tanto por el hablante como por el oyente: por lo tanto, la fenomenalidad
del lenguaje importa en este enfoque, su apariencia en términos de ritmos, tempo, tono
de voz, formas de redacción, estructuras de pausa y giro, tipos de dirección. Esto se
refleja en el nivel semiótico en la comprensión del signo verbal como "materialidad
viva" (Bertau, 2011a, 2011b; Vološinov, 1929/1986). Ver el lenguaje como actuación
entre individuos socioculturalmente situados, significa trasladarlo definitivamente a una
comprensión retórica y destacar su función efectiva.

Siguiendo esta línea de argumentación, queda más claro que se produce un cambio en lo
que respecta al lugar del lenguaje: de los individuos individuales a los intermedios. Este
cambio tiene dos consecuencias notables. La primera es reconocer que la actividad
lingüística realmente realizada muestra una cualidad específica, que le confiere su
propio estatus: no equivale a una adición del acto individual de cada individuo, sino que
es una gestalt autónoma más allá de la adicionalidad. De Jaegher y Di Paolo (2007)
defienden este punto de vista para la interacción en general, invitándonos a

ir más allá de una visión que define la interacción como la simple coincidencia espacio-
temporal de dos agentes que se influyen mutuamente. Debemos avanzar hacia una
comprensión de cómo su historia de coordinación delimita la interacción como un
patrón identificable con su propia estructura interna, y su propio papel a desempeñar en
el proceso de comprensión mutua y del mundo. (p. 492)

Siguiendo esta lectura, no es posible reducir la actividad lingüística a actos individuales,


ni se puede remontar a las respectivas intenciones del individuo. En efecto, hay que
renunciar a la noción de agente autónomo que se suele dar por supuesta en favor de un
agente "activo-pasivo", permeable a los actos del otro y a una historia común de
actividades lingüísticas. La especificidad del entre está condicionada por la dialogicidad
de los actos verbales: son interdependientes, lo que significa que la formación actual de
los actos retoma los enunciados pasados así como los posibles futuros. Hablar es tejerse
en esa red dinámica de voces posicionadas, que conforman la cultura verbal y la
experiencia de una comunidad de hablantes.

La segunda consecuencia del paso de lo individual a lo intermedio significa tomar en


serio la experiencia y la encarnación de la actividad lingüística antes mencionada: es
decir, tomar en serio la fenomenalidad del lenguaje en sus efectos comunicativos y
psicológicos; a la voz, por ejemplo, hay que darle un papel importante en este sentido.
En resumen, la voz es un auténtico fenómeno psicolingüístico: una densa textura
sociocultural cualitativa de materialidad viva que es de suma importancia para los seres
humanos. A mi entender, la voz desempeña un papel importante en la formación y el
desarrollo de un yo dialógico (Bertau, 2012b; Bertau et al., 2012), de la conciencia
(Bertau, 2008), y en la formación de símbolos con respecto a la adquisición del lenguaje
(Gratier & Bertau, 2012).

El "espacio-tiempo del lenguaje"

Para dar a la gestalt autónoma que surge en la actividad lingüística realizada por
individuos relacionados entre sí no sólo un estatus por derecho propio, sino también una
forma conceptual adecuada, propongo el término "espacio-tiempo del lenguaje":
reconoce el hecho de que cualquier actuación lingüística ocurre y genera un espacio
específico situado en el tiempo e informado por el flujo del tiempo. El espacio no se
entiende como un contenedor, no es el espacio tridimensional euclediano independiente
del tiempo. Más bien es un espacio construido y alterado por las actividades del
lenguaje, un movimiento y un deambular de formas que emergen interdependientemente
a través del tiempo, como las palabras y los enunciados, enredados con miradas,
posturas y posiciones, mímicas, gestos y movimientos de todo el cuerpo. Las
formaciones verbales dentro del espacio-tiempo se producen en función de los
posicionamientos espaciales y temporales de los interlocutores, que, a su vez, están
condicionados (pero no determinados) por las posiciones socioculturales de los mismos.
Cabe destacar que las posiciones se representan y se forman verbalmente y a través del
espacio físico al que pertenecen los objetos de forma importante. 3 Así pues, el espacio-
tiempo del lenguaje es exactamente ese espacio intermedio específico generado por las
formaciones verbales de los interlocutores que hablan y escuchan dentro de este
espacio-tiempo sensible, los interlocutores se tocan y se afectan mutuamente en su
Ahora común mediante sus expresiones y palabras, que a su vez están moldeadas por las
posiciones (dinámicamente cambiantes) y los tipos de dirección que los interlocutores
promulgan. De ahí que el espacio-tiempo del lenguaje que se produce en el despacho de
un profesor y en el de una estudiante en una universidad alemana sea, por ejemplo,
notablemente diferente de un espacio-tiempo similar de hace 100 años (1914): suena
diferente y se ve diferente.

Como este espacio-tiempo del lenguaje es una dinámica en evolución y desarrollo, sus
formas se experimentan bajo varios aspectos. En primer lugar, como formas
lingüísticas: palabras específicas en un determinado orden de palabras, junto con
entonaciones específicas; en segundo lugar, las formas se experimentan a través de su
"cronotopología": el lugar y la dirección de un enunciado dentro del espacio físico, así
como dentro de los espacios imaginados-performados, de acuerdo con las estructuras
dinámicas de direccionalidad, junto con el tempo y la ritmicidad (quién se dirige a quién
mediante qué tipo de acto direccional, y desde dónde hasta dónde, con una proximidad
cambiante); a esto se suma el posible entrelazamiento de varios cronotopos que
conducen a una pluralidad de voces y posiciones que forman el espacio-tiempo del
lenguaje (véase Karsten, 2014); y, en tercer lugar, las formas se experimentan de
acuerdo con los roles y posicionamientos de los intérpretes: uno mismo como quien a
otro(s) como quien, los posicionamientos cambian a lo largo de la actuación de forma
más o menos marcada. Una vez más, los objetos tienen que incluirse en estos procesos
de posicionamiento que forman el espacio-tiempo del lenguaje: se les puede deber una
voz (marionetas, artefactos como ordenadores), se les da un papel por parte de los
socios que lleva a un mayor posicionamiento, también pueden posicionar a los socios
entre sí desde el principio (un sofá y una silla). Así pues, lo que se puede observar en los
espacios lingüísticos son formas en función, formas que funcionan para los individuos y
para sus fines comunicativos y relacionales.

Desplazamiento

Bühler y una extensión

¿Cómo funciona este espacio-tiempo del lenguaje? ¿Esa gestalt autónoma que generan
los interlocutores, que surge de sus actividades verbales, y que les afecta de una manera
determinada? ¿En qué consiste exactamente el "hacer" del lenguaje, cómo el lenguaje
pone en marcha el espacio-tiempo? El enfoque pragmático general de Bühler sobre el
lenguaje es un buen punto de partida, porque subraya las actividades lingüísticas de los
interlocutores como una actividad con efectos psicológicos específicos: el
desplazamiento es aquí la noción que significa que la dinámica está en funcionamiento,
por lo que es muy útil para nuestro cuestionamiento.

"Navegación mutua" (gegenseitige Steuerung) es el término con el que Bühler (1927) va


más allá de Darwin y Wundt, subrayando las dimensiones funcionales y pragmáticas del
lenguaje y, al contrario que estos pensadores, dirigiéndose explícitamente a un
individuo dentro de una comunidad: no a un solo hablante, sino a un individuo como
"dador de signos" al que pertenece un "receptor de signos", de modo que la expresión y
la recepción son actos correlativos. El contacto y la regulación mutua pertenecen a la
idea base de la navegación mutua: pueden adoptar diferentes formas concretas y más
abstractas. Navegar por la conducta (Benehmen) y la experiencia (Erleben) del otro en
términos de un entendimiento coordinado, y regularse mutuamente a través de
diferentes tipos de contactos: ambas nociones pertenecen a la comprensión de Bühler
(1927) del lenguaje como "instrumento de campo" práctico para la orientación del otro.
Por lo tanto, el famoso modelo de organon del lenguaje de Bühler (1934/2011) incluye
dos individuos y su mundo. El signo verbal -situado en el centro del modelo de Bühler-
obtiene sus relaciones semánticas precisamente de estas tres entidades implicadas: es
síntoma del hablante (función expresiva), señal para el receptor (función atractiva) y
símbolo de las "cosas y estados de cosas" (función representativa). Así, Bühler nos
ofrece una visión del lenguaje que se dirige a dos individuos socializados, mutuamente
volcados, y para los que el signo verbal funciona de manera específica. El lenguaje está
y permanece ligado a esta situación, no es otra cosa.

El término "implemento de campo" deja claro que los símbolos verbales no se utilizan
para reflejar el mundo, sino para mediarlo: "el implemento de representación del
lenguaje... es un implemento medial en el que intervienen ciertos intermediarios"
(Bühler, 1934/2011, p. 171). Al insistir en la cualidad y el funcionamiento del lenguaje
como implemento y por la noción conexa de campo, Bühler pone de relieve la
mediación del lenguaje como un hacer comúnmente logrado: en necesidad de un campo
comúnmente, vivamente y actualmente experimentado y establecido por los
consociados (por tomar el término de Schütz de 1971). En esto, Bühler también
contraviene la comprensión de la "representación" centrada en la mente, una
comprensión que privilegia el poder de la mente para representar, subordinando el
lenguaje a ese poder: el acto de representar se localiza en este caso en la mente
individual, y no en el lenguaje -el lenguaje se convierte en un medio transparente sin su
propia "fuerza representacional". De este modo, aparecen dos nociones de
"representación". Primero, una noción que privilegia la mente y su poder de
representación; aquí, el lenguaje representa "sin presentar" (Friedrich, 2009, p. 44), es
decir, sin existir por derecho propio como medio específico, con una clara tendencia a
perder su vínculo con el mundo: el lenguaje es transparente. En segundo lugar, una
noción -la de Bühler que tratamos de retomar- que privilegia la práctica del lenguaje de
un sistema de individuos socialmente organizados; aquí, el lenguaje representa a través
de la presentación, tiene una conexión directa con el mundo, él mismo representa,
ahora, por lo que no hay duplicación de realidades (aquí y ahora, cambiable-ahí,
esencial/conceptual, inmutable; Friedrich, 2009, p. 44). 4 Con Bühler, se puede acceder
así a una noción dialógica y praxológica de la representación del lenguaje. Se trata de
una noción que permanece con los usuarios del lenguaje y su actividad lingüística. En
ella, el lenguaje parece seguir la realidad en cierto sentido; muestra una cierta
"fidelidad". Como señala Friedrich (2009), Bühler coincide con Cassirer en rechazar la
ideología del lenguaje como reflejo o imagen de la realidad, pero lo hace con mucha
más prudencia, deteniéndose en un punto que los teóricos modernos del lenguaje
transgreden:

No, el lenguaje humano no pinta, ni como pinta el pintor ni como pinta la película, ni
siquiera "pinta" como lo hace el papel-musical de los músicos.

No obstante, la fidelidad en algún sentido debe seguir siendo posible en sus


representaciones. Porque sin fidelidad no hay "representación" que merezca ese nombre.
Me parece que algunos importantes teóricos contemporáneos del lenguaje (entre ellos
Cassirer) han ido demasiado lejos en su fundada oposición a los puntos de vista
antiguos y medievales sobre la "función de la imagen" del lenguaje y corren el peligro
de tirar el bebé con el agua del baño. (Bühler, 1934/2011, p. 215)

Así, al no ir demasiado lejos en la desvinculación del lenguaje de lo que representa, es


decir, de la realidad, Bühler acepta y reconoce la paradoja de que el lenguaje no es al
mismo tiempo una imagen, sino que es fiel a la realidad (Friedrich, 2009, p. 42): es
precisamente la fidelidad la que impide que el lenguaje sea expulsado de la conexión del
pensamiento con la realidad. Y, además, es la fidelidad a la realidad la que mantiene la
relación del lenguaje con sus usuarios, que son seres humanos vivos anclados en una
realidad concreta como individuos necesariamente relacionados entre sí. Esta forma de
fidelidad es evocadora de la comprensión que Humboldt tenía del lenguaje: para
Humboldt, el lenguaje unifica el signo (Zeichen) y la imagen (Abbild), no consiste
simplemente en signos arbitrarios que surgen de un acto arbitrario; por el contrario, es
una síntesis de sensualidad (Sinnlichkeit) e intelecto (Verstand; véase Bertau, 2011a;
Liebrucks, 1965; Trabant, 1990).

El símbolo utilizado guía la comprensión de los interlocutores, y el efecto del símbolo


verbal es, por tanto, desplazar la atención momentánea de cada uno hacia un aspecto de
la realidad al que luego se hace referencia conjuntamente. La mediación es
fundamentalmente un movimiento que debe ser seguido y realizado por ambos
interlocutores -sin movimiento, no hay entendimiento, lo que debe distinguirse del
malentendido, en el que el entendimiento se produce, aunque "en el lugar equivocado
del mundo" (véase Hörmann, 1976, "falsche Weltstelle"). Así, el lenguaje es en Bühler
un "mecanismo de liberación" (Auslösung, más tarde Appell, apelación) que conduce a
los hablantes/oyentes a una percepción orientada. Por lo tanto, como concluye Friedrich
(2009), para Bühler el vínculo entre el mundo y el lenguaje no está mediado por la
mente, ni por las representaciones como concepciones mentales (Vorstellungen), sino
que está preformado por "el lenguaje como dimensión estructurante de los hechos
fenomenológicos" (Friedrich, 2009, p. 58). Mediante los mediadores del lenguaje se
pone en marcha una orientación dentro de un campo común. Es en ese sentido, en base a
la noción de orientación o navegación, que afirmaría que el desplazamiento es central en
la comprensión pragmática del funcionamiento del lenguaje de Bühler (1934/2011). 5
Destaca que en el momento del desplazamiento, los hablantes/oyentes ven y piensan
algo en el mundo que no sería visto ni pensado por ellos sin la mediación del lenguaje
(Friedrich, 2009, p. 58), aunque dentro de los límites de "una cierta fidelidad" a la
realidad. Hacer presente lo que de otro modo es inconcebible es el logro mismo del
lenguaje. Precisamente, el lenguaje no se subordina a una mente que posee el poder de
representación, el lenguaje no representa entonces la realidad en la comprensión
centrada en la mente; más bien, el lenguaje, mediante su representación a través de la
presentación explora la realidad como una realidad significativa por derecho propio -
significativa para los individuos sociales, mutuamente relacionados.

La siguiente lista recoge los tipos de desplazamiento de Bühler (1934/2011), ampliados


con otros tres tipos que propongo (Bertau, 2011a, 2011b). El desplazamiento puede
llevarse a cabo:

1. Dentro del campo perceptivo real que rodea a los interlocutores ("¿Dónde
está?", "¡Soy yo!"), lo que corresponde a una demostración visual: el
destinatario tiene que seguir con los ojos y los oídos la dirección indicada (hacia
"allí", hacia el "yo" que habla). (Demostración ocular de Bühler).
2. Cuando se extienden más allá del entorno real, los interlocutores entran en el
espacio de la imaginación que funciona sin un campo perceptivo común,
navegando mutuamente dentro de lo no presente -la función del lenguaje es
hacer presente lo ausente (Bühler, 1934/2011, pp. 93-96, capítulo 6, pp. 140-
143). La comprensión de los recuerdos relatados o de las historias inventadas
exige, por tanto, un claro desplazamiento psicológico, haciendo uso, no obstante,
de los medios lingüísticos ya utilizados en el campo perceptivo común ("Pronto
volveré a ti, dijo el príncipe"). (La deixis orientada a la imaginación de Bühler).
3. Una cualidad novedosa es la introducida por la anáfora, el tercer tipo de
desplazamiento que sale del campo perceptivo -ya sea real o imaginario- y hace
navegar al destinatario dentro del propio "orden del lenguaje": lo dicho o lo
escrito, por así decirlo, se enrolla ante los ojos y oídos internos del destinatario
que tiene que "mirar" los lugares de la actividad lingüística real indicados por la
persona que se dirige a él ("Como antes se dijo"). Así pues, la anáfora no indica
las cosas de las que se habla, sino las palabras y los enunciados (Bühler,
1934/2011, p. 443). La anáfora es para Bühler un pivote hacia el campo
simbólico cualitativamente diferente: en lugar de indicar, hay representación. En
este campo, los significados ya no dependen del contexto o del campo, por lo
que los interlocutores pueden y deben construir nociones que ya no están ligadas
a la realidad extralingüística, sino que son generadas por el propio lenguaje, de
ahí que éste construya su propio contexto (o campo). La anáfora cumple su
función fundamental al introducir el lenguaje como un campo propio.
4. Como se ha dicho, entiendo la representación simbólica como otro tipo de
desplazamiento. Donde el punto de mira del indicar define en los primeros tipos
el significado en términos de cumplirlo (Bühler, 1934/2011, p. 94), se llega a
una reversión en el desplazamiento simbólico: el objetivo de la indicación verbal
ya no es lo que define el significado, por el contrario, ahora es el significado,
puesto en primer lugar, el que define lo que se apunta: define, por así decirlo,
una realidad. Un ejemplo sería: "Creo que la cultura es un campo de estudio
interesante", donde el significado de las palabras es el punto de partida de una
realidad concreta. Por lo tanto, el símbolo emancipa a los usuarios de la lengua
de su realidad real y perceptiva y les permite construir otras realidades. 6 Esta
forma de desplazamiento necesita una praxis común y reiterada que conduzca a
un mundo conceptual y lingüístico como campo de referencia.
5. Una variación del desplazamiento simbólico es el desplazamiento metafórico: en
este caso, el desplazamiento se hace perceptible: se pide explícitamente al otro
que haga un movimiento simbólico inusual.
6. 6. Por último, en el llamado desplazamiento léctico7 ya no es el mundo el que se
presenta (se hace presente), sino que los hablantes se presentan a sí mismos o a
otros como hablantes. Esto se lleva a cabo en los "diálogos construidos" y en el
habla reportada (Holt & Clift, 2007; Tannen, 1989).

Efecto y condiciones de desplazamiento

Para Buhler, el desplazamiento está al servicio de la navegación mutua, mediante la cual


los miembros de una "verdadera comunidad" se coordinan entre sí a través de un medio
semántico; en una comunidad de este tipo, el comportamiento significativo de los
miembros está sujeto a la navegación mutua (Bühler, 1927, p. 39). Al insistir en la
mutualidad, Bühler destaca lo que denomina la "concordancia dinámica de la conducta",
una regulación mutua que se produce de forma verosímil sobre la base de diversas
formas de contacto. Siguiendo las ideas de Bühler sobre la mutualidad y el contacto,
propongo explicar el efecto del desplazamiento del lenguaje por el hecho de que genera
una compartición más allá del contacto real y sensible de, por ejemplo, una mano que se
toca. Así, mediante un desplazamiento lingüístico más abstracto, los individuos llegan a
compartir un mundo afectivo y cognitivo común -más exactamente: sobre la base de
prácticas sociales comunes, asumen que comparten significados y conceptos comunes,
sentimientos y evaluaciones comunes.

Está claro, pues, que el desplazamiento no se produce y funciona automáticamente por


la actividad lingüística, sino que puede fracasar cuando los interlocutores no son
capaces de generar y mantener el contacto afectivo y cognitivo. Esto puede representar
un gran esfuerzo, el desplazamiento puede ser "un salto", un movimiento arriesgado
hacia algún lugar desconocido hasta el momento; esto es, por ejemplo, lo que piden las
metáforas innovadoras. Por supuesto, el desplazamiento también puede ser un
movimiento completamente habitual que ya no se siente. Por lo general, el
desplazamiento requiere por parte de ambos miembros de la pareja una reorientación
activa en términos cognitivos y afectivos. Se trata de una vinculación activamente
realizada, una relación construida cognitiva e imaginativamente como impulso
específico entre el hablante, el oyente y su significado de referencia que es la "relación
mutua" de los tres elementos. 8 El movimiento que se realiza está condicionado por la
voluntad de seguir al otro, es decir, una apertura afectiva al "toque simbólico" del otro,
y por la capacidad de moverse, es decir, de cambiar de perspectiva, de mirar el mundo
desde otra postura.

Mi intención al plantear la noción de desplazamiento es subrayar el aspecto del


movimiento, que creo que pertenece genuinamente a la función de la representación, aún
más si se mira desde una perspectiva dialógica tanto del lenguaje como del sujeto. En
este sentido, utilizo "desplazamiento" más como término heurístico que como una
especie de nuevo término maestro. 9 Poner en primer plano el "desplazamiento" a través
de este término heurístico nos permite reconocer el cambio de postura psíquica, afectiva
y cognitiva que afecta a los sujetos comunicantes como un "movimiento praxológico",
es decir, realizado como un hacer común, dentro de un campo común de percepción, de
experiencia, de sentido. Así, lo que el término nos permite captar es, en primer lugar, la
dimensión praxológica de ese cambio; en segundo lugar, nos permite ver el efecto
específico de ese cambio en los sujetos y su praxis introducido por el desplazamiento
simbólico. En efecto, como desplazamiento simbólico, perteneciente al lenguaje pleno,
el movimiento revela todo su poder, aunque necesariamente basado en precursores no
simbólicos: sigue apelando, dirigiendo y guiando, pero necesitando y creando ahora un
campo que trabaja él mismo sobre el significado, creando sus propios auxiliares
(sensoriales, estructurales y contextuales) para dirigir la atención, para formar la
apelación. Esto equivale a cumplir con la guía mutua que va más allá de una instrucción
para comportarse de cierta manera, como lo hace la señal: el símbolo "dirige y guía la
postura intencional o la atención" (Sinha, 2007, p. 1282). Exactamente por este
desplazamiento del comportamiento, el símbolo necesita e invoca la
convencionalización, la elaboración estructural y la intencionalidad. Aquí se produce un
cambio en algo parecido a la autorreferencialidad del sistema de comunicación en su
uso por parte de los sujetos: ellos "lo giran o lo aplican a sí mismo", por así decirlo, y lo
elaboran de una manera específicamente diferente: como auténtico sistema simbólico,
superando el código (véase Bühler, 1934/2011, I., §5).

Siguiendo con el motivo de la praxis común, y de acuerdo con la fenomenalidad del


lenguaje por la que abogo, me gustaría subrayar aquí la materialidad de las formas de
contacto que los humanos hemos desarrollado: la interacción y la comunicación no son
el resultado de un fundamento intersubjetivo de la mente humana, sino que es a través
de una praxis material concretamente experimentada y realizada que llegamos a una
comprensión del otro, de nosotros mismos y de una realidad común como ámbito
público de sentido. Cualquier tipo de "intercambio" e "intersubjetividad" es el resultado
de la praxis.

Desplazamiento: Presencia-ausencia compartida

Así, el lenguaje espacio-temporal funciona mediante prácticas de desplazamiento, y esto


genera una forma específica de presencia-ausencia compartida. En primer lugar, genera
un ahora específico: estar juntos en el tiempo y el espacio, evolucionando a través del
tiempo de forma coordinada. En segundo lugar, estar juntos no-ahí y no-ahora, estar
juntos ausentes, lo que explica aún más el ahora específico y profundiza el sentimiento
de lo compartido: se experimenta como intersubjetividad, como "sentimiento de
comprensión" (Hörmann, 1976).

El ahora concreto es: estar juntos en un presente presentado, algo ausente está ahí para
nosotros como si se pusiera en escena y se hiciera presente, visual y acústicamente.
Además, el estar juntos ausentes es estar juntos en ese escenario que generamos
mediante nuestras actividades lingüísticas, es estar juntos ausentes de nuestro aquí y
ahora concreto y físico. Por supuesto, ambos procesos están inextricablemente
relacionados en uno solo, y esta cualidad de relación podría ser específica de la
representación simbólica. Ambos procesos se sienten como esa simultaneidad de aquí y
no-aquí, y esta experiencia profundiza el sentimiento/percepción cognitivo-afectivo de
la unión-lo que estamos acostumbrados a llamar "comprensión".

Lo más importante es que la forma específica de presencia-ausencia compartida está


profundamente informada por el medio de su creación -el lenguaje-, no en términos de
algo como un vínculo o un canal (como en el modelo de transmisión), sino en términos
de un tercer poder, un medio de estatus propio. El lenguaje es ese medio, es ese poder,
es ese Tercero. La "objetividad del lenguaje" -en el sentido humboldtiano (Bertau, en
prensa)- corresponde a ese Tercero, da a todo hablar y escuchar su carácter público,
haciendo del desplazamiento un asunto público, un proceso social y socializador. Por lo
tanto, es un no-ahora social en el que el desplazamiento se desplaza a, construido por las
prácticas sociales, públicas. El símbolo es más que convencional, es público. Un
entendimiento "compartido" no es simétrico, las mentes no se corresponden (ni tienen
por qué hacerlo) entre sí; el argumento es que hay que fijarse primero en las prácticas,
no en las mentes. Un entendimiento compartido lo es por el hecho de ser social (sensu
"verdadera comunidad" de Bühler), es decir: practicado comúnmente, a través de
formas mutuamente reconocibles en el tiempo.

Como resultado, se puede decir que el lenguaje funciona como un procedimiento que
conduce a los interlocutores "por el mal camino" desde su aquí y ahora. Al desviar a los
usuarios del lenguaje, éste muestra su poder para construir realidades como socialmente
compartidas, es decir, comprensibles. El poder socializador del lenguaje puede
considerarse que reside en el movimiento que los yoes deben realizar y seguir, que se
co-construye de forma coordinada, una y otra vez: un movimiento que les lleva a lo
público, a lo compartido, a lo social, de hecho. En esta lectura, la socialidad de los yoes
no es un efecto de la socialidad de los símbolos lingüísticos (su "convencionalidad"),
sino de sus movimientos dialógicos que los llevan juntos a lo público como Tercero.

Desplazamiento simbólico y el yo dialógico

Dinamización dialógica de la tríada de Bühler

Como se ha visto, Bühler (1934/2011) da tres procedimientos básicos de


desplazamiento, distinguiendo así el modo de indexación del modo de denominación del
lenguaje, el modo de indexación perteneciente al campo deíctico, el modo de
denominación perteneciente al campo simbólico. Así, la demostración ocular y la deixis
orientada a la imaginación se sitúan realmente en el campo deíctico, mientras que la
anáfora funciona como pivote hacia el campo simbólico y hacia el modo de nombrar, es
un paso al campo simbólico donde "las cosas y los estados de cosas" no se indican, no
se muestran, sino que se nombran (véase, por ejemplo, Bühler, 1934/2011, II, 8).

Tomando la perspectiva de una dinamización dialógica de la tríada auto-otras-cosas y


estados de cosas, es decir, de las tres dimensiones del modelo del organon, propongo
ver el desplazamiento en funcionamiento también en el campo simbólico, y ocurre
también en el nombrar. Al hacer esto, no niego el cambio crucial de cualidad
introducido por el procedimiento simbólico, pero quiero preservar el aspecto de
presentación que caracteriza a la deíctica de Bühler. A mi entender, "las cosas y los
estados de cosas" también se presentan de cierta manera en la actividad del lenguaje,
son posicionados por la actividad del lenguaje del yo y del otro y ellos, a su vez, los
posicionan: esto es lo que entiendo por la dinamización dialógica de la tríada. Por así
decirlo, arrastro las "cosas y estados de cosas" a la dialogicidad, es decir, a la dinámica
de voces y posiciones: esta "realidad dialógica", por así decirlo, se hace presente
mediante el lenguaje, se representa mediante la presentación -dentro de los límites de la
fidelidad del lenguaje a la realidad, en estrecho contacto con ella.

Al presentar al otro aspectos y modos de su realidad, los interlocutores se presentan y se


posicionan ante el otro y ante sí mismos; presentan su mundo y sus significados
coloreados por afectos relacionados con una determinada postura ante la realidad en
cuestión, ante el otro que escucha y ante sí mismo en esta situación específica de habla-
escucha. Es en esa presentación que su mundo se convierte en su mundo: un lugar
comúnmente habitado en el espacio y el tiempo, saturado de significados que son
comprensibles y públicos. Así, lo que se presenta son estos yoes que habitan ese mundo,
que son capaces de verlo así: a través de estas generalizaciones públicas, llenas de los
acentos y tonos valorativos de su comunidad. A los que toman posición cada vez que
hablan y escuchan. Es de concluir entonces, que cada vez que los yoes dialógicos
hablan, se transponen a sí mismos y a los demás en ese mundo común-personal, se
mueven y miran, se posicionan y son posicionados: de esta manera, actúan y
experimentan sus yoes.

Ravishment

El desplazamiento exige un apego activamente realizado, una relación construida y


experimentada cognitiva e imaginativamente que da lugar a un impulso específico entre
el hablante, el oyente y su referencia. Teniendo en cuenta ese impulso o movimiento
cognitivo y afectivo, así como el poderoso Tercero, y reconociendo con ello la función
efectiva y retórica del lenguaje, me gustaría proponer la noción de ravishment como
modo de desplazamiento. El ravishment radicaliza la noción de desplazamiento
abriéndola a los poderosos efectos generadores de realidad de la actuación del lenguaje.
10 El ravishment saca a la luz cómo el lenguaje simbólico funciona como un
procedimiento que desvía a los interlocutores de su aquí-ahora, de su respectiva visión
de la realidad y hacia una realidad de derecho propio. El lenguaje tiene, por tanto, el
poder de construir y presentar realidades desconocidas, y con ello el poder de relacionar
al otro con estas realidades: esto es el desvarío. En una perspectiva psicoanalítica
podemos hablar del deseo de compartir esta realidad extraviada, de estar "ahí" con el
"otro significativo" (aquel con el que el individuo se relaciona afectivamente, el objeto
psicoanalítico). En cuanto a la adquisición del lenguaje, podemos hablar del deseo de
lenguaje para estar ahí con el otro. En este contexto, Merleau Ponty habla del
"torbellino" del lenguaje, que atrapa al niño (y a nosotros mismos, hay que añadir). Así,
la adquisición del lenguaje puede describirse como "capturado por le langage, a través
de la parole del otro" (de Lemos, 2000, p. 176). El poder de la pulsión, del movimiento
inducido por el lenguaje reside en experimentar su potencia para generar una realidad
específica, y participar en esa presentación -o: en el deseo de unirse a esa realidad.

Conclusión:

Es especialmente el desplazamiento simbólico el que permite al yo dialógico la


construcción social de varias perspectivas sobre el propio yo y el de los demás, y sobre
una realidad. Estas perspectivas se corresponden con las posiciones y las voces que
informan las actuaciones del yo. El desplazamiento simbólico permite ver y oír un
mundo que no podría verse ni oírse de otro modo, un mundo que llega a existir como
común, presente por la actividad del lenguaje. Esa actividad genera una realidad
sociocultural como un mundo hecho de posiciones y voces: de yoes. Imposible de
percibir y de concebir sin el lenguaje.

Las posiciones y las voces son, por tanto, perspectivas cognitivo-afectivas articuladas en
el lenguaje, articulables a través del lenguaje, que existen en el lenguaje, nada más que
la palabra dirigida (la historia contada, la orden dada, la pregunta formulada, la
respuesta rogada, la respuesta rechazada). Aunque se originan en la interacción real
entre los seres reales, pueden transmitirse y pasarse precisamente en virtud de su
articulación en el lenguaje, como formas verbales en función. Pueden generalizarse y
abstraerse en diferentes grados, según las diferentes necesidades psicosociales, que a su
vez están vinculadas a formas de vida culturales, históricas y sociales específicas.
Mediante su articulación verbal, las posiciones y las voces cumplen sus funciones
transtemporales y transindividuales y hacen posible la complejidad psicosocial que
caracteriza a los individuos socializados. A esta complejidad pertenece una
multiplicidad psicológica cambiante y altamente flexible -según la aproximación del
modelo del yo dialógico- que permite a los individuos ser diferentes permaneciendo
únicos, para desarrollarse en absoluto. El desplazamiento se considera crucial para la
complejidad dialógica tal y como se manifiesta en las posiciones y las voces, debido a
su poder para desubicar, para desplazar desde el aquí y ahora real, y eso significa para el
yo individual unirse a su comunidad de yoes, para convertirse en un yo público,
comprensible.

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