Está en la página 1de 24

La Capilla de

mi Abuelo
Autora/Editora
Dra. Dionicia Mercedes Vallejos Olivos
7 de enero Nº 975
Chiclayo - Lambayeque

1ra. Edición
Setiembre 2016

Ilustraciones:
Luis Angel Ulloa Sánchez.

Hecho el Depósto Legal en la Biblioteca Nacional del Perú


Nº 2016-12230

Se terminó de imprimir en
setiembre 2016 en:
B&M Imprenta
Av. Bolivia Nº 148. Dpto. 2092
C.C. Centro Lima.
Lima

Tiraje:
200 ejemplares
El presente relato es una historia contada de padre
a hijo, de generación a generación... hasta que lle-
gó a mis oídos.

Cuenta las anecdotas de Mariano nacido chileno


en los tiempos cuando Tacna territorio peruano,
era de Chile después de la Guerra del Pacífico.

Un pequeño homenaje aun chileno que amó mu-


cho al Perú.
La Capilla de mi abue-
lo

1
Su bisabuelo se llamó Mariano
Antonio, su abuelo Mariano Domin-
go y su padre Mariano Esteban, pero
el Obispo de Huancané le puso Ma-
riano solamente.
El haber nacido en los rezagos de
la guerra con Chile, lo llevarían a la
quebrada Camarones que antes perte-
neció al Perú, y a la quebrada
delHornillo donde aprendió el corte
de caña y a preparar licor del anís.
Se apellidó Chalco, en homenaje al
Cacique de Huancané llamado
Chalcotupac, que al igual que al
hermano de Mama Ocllo, el dios Sol
le encargó fundar un imperio.
Fue educado por los apus de su co-
munidad y aprendió a distinguir las
propiedades de cada planta, de cada
piedra y con los años se volvió tam-
bien diestro en la matanza de cuches
gracias a los verduguillos que le dejó
su abuelo el que a su vez le regaló
Agustín Gamarra cuando intentaron
invadir el alto Perú.
Degollar cuches no era tarea fácil
para Mariano, y cobraba según la
raza, peso y claro está si era macho o
era hembra. Muchas veces cobraba
solo con las vísceras del animal y
con una lata de vino que
venía de Tacna. Les amarraba las pa-
tas traseras y delanteras con una so-
guilla de vaca y echados de costado
el animal chillaba sabiendo que eran
sus últimos momentos y moriría.
Tenía mi abuelo un verduguillo de
30 centímetros que ingresaba según
él, directo al corazón. El animal col-
gado respiraba lentamente hasta mo-
rir, botando cuajos de sangre del ho-
cico.
En una tina grande de lata y con
abundante leña, se hervían litros de
agua que brotaban del mogote de la
quebrada alta —que aún hoy existe
en la entrada de Huancané—; al pri-
mer hervor se introducía por unos se-
gundos el cuerpo del difunto animal
e inmediatamente pelaba la piel y se
le volvía a colgar.
Para entonces el cuche se empeza-
ba a hinchar y ya era el momento
para eviscerarlo: con mucho cuidado
para no ensuciar su sabrosa carne,
salían cada uno de sus órganos que
luego se lavaban con abundante sal
de maras y entraba a una paila hir-
viendo con la manteca de otro ani-
mal.
Ahí terminaba el trabajo de don
Mariano, él entregaba el animal evis-
cerado y limpio y comenzaban a bai-
lar alrededor de la paila de las vísce-
ras que se iban cocinando, y el buen
vino comenzaba a correr de mano en
mano.
****

2
A los 17 años fue capturado como
cimarrón cuando intentó cruzar la
frontera de Perú y Chile o mejor di-
cho entre Tacna y Moquegua. Fue
llevado a los calabozos de la prisión
recién inaugurada en Arequipa, que
se llama Siglo XX y donde le propu-
sieron enrolarse al ejército para no
cumplir condena.
Sus instructores fueron franceses
llegados luego de la guerra para for-
jar el nuevo ejército tras la derrota y
a los pocos meses fue llevado en tren
al «Cosco» para sofocar la rebelión
indígena contra los hacendados de
origen inca.
Contaría años más tarde, que llegó
a matar con su sable y su caballo a
18 cosqueños. Hasta su muerte don
Mariano contó este episodio de su
vida; a doña Josefina Puma de Aya-
viri siempre le molestó que su esposo
contara esta parte de su vida.
Cuando regresó del Cosco, fue
condecorado e invitado a formar par-
te de los loros del ejército peruano
una especie de guardia que se encar-
gaba de cuidar las calles de Arequi-
pa, especialmente a los alrededores
de los mercados del Puente Bologne-
si para ir a Yanahuara, pero a él
siempre le gustó ir a la Iglesia San
Francisco y no precisamente a rezar
sino a visitar a las mujeres alegres
del pueblo que vivían alrededor.
Un escándalo con una de ellas que
resultó ser la esposa del Sargento
Quequesana, lo llevó de frente al ca-
labozo y terminó un primero de ene-
ro del año 1905 en las puertas del
cuartel de Socabaya, sin un sol en el
bolsillo, y sin sombrero que cubriera
la frente del sol del Misti.
Preocupado, caminó tres leguas a
la casa de su abuelo Mariano Domin-
go y al no encontrarlo se dirigió en
su búsqueda al Valle de Tambo a
cincuenta leguas del lugar, donde sa-
bía que lo encontraría.
Demoró ocho días en llegar, ali-
mentándose de las moras, lacayotes,
pacaes, guayabas y otros granos que
encontraba en el camino; llegó débil
y enfermo a los brazos de su abuelo
quien asombrado y con sus 92 años
era aún fuerte, lo acogió.

***

3
En la hacienda de la familia Iquira,
aprendió nuevas técnicas sobre el
corte de las cañas, el destilado del
ron y alcohol, desde Cotahuasi, ve-
nían unos granos de anís enormes
como el maíz con el cual se prepara-
ban los famosos anisados y aguar-
dientes Iquira.
Unas pailas gigantes servían para
el preparado y alguna vez cayeron ra-
tas, cuyes, gatos y hasta un peón de
Chile. Cuentan que el sabor que tuvo
el anís desde que se le agregaron de
forma casual cuyes y ratas, fue ex-
quisitísimo, y desde esa fecha no han
dejado de agregarle los conejos de
indias de colas cortas y largas, —al
menos, eso cuentan—.
En la primavera del año 1908, lle-
garon a la hacienda doña Beatriz
Cano Zegarra y su hija Martha de
diecisiete años. Niña de piel blanca,
cabellos castaños y ojos claros, más
parecía española que peruana.
Para el cumpleaños del señor de la
hacienda y dado que doña Beatriz era
pariente lejana del hacendado, se or-
ganizó una gran fiesta y como podre-
mos imaginar se conocieron Domin-
go y Martha.
No hay muchos detalles sobre las
circunstancias del encuentro, lo cier-
to es que esa misma noche se fueron
a vivir juntos, huyeron como viejos
cimarrones con dirección a Puquina
en la búsqueda de un pueblo llamado
La Capilla.
Al día siguiente y cuando todavía
no había cantado el gallo, ni gruñido
el cuche de hambre, se organizaron
cuadrillas de hombres para buscar al
chileno que había raptado a la sobri-
na del Hacendado. Perros, escopetas,
perdigones y algo de pólvora se colo-
caron en los morrales sin que se pu-
dieran utilizar y luego de una semana
de búsqueda una resignada doña
Beatriz dejó de llorar con la llegada
de sus otros hijos Víctor y Claudio
que venían de Arequipa para ayudar
con la administracion de la hacienda
del tío.
Se calcula que río arriba, entre El
tambo y La Capilla, hay cinco leguas
y muchos camarones, los mismos
que fueron el alimento natural de tan
osados amantes.
Alguna vez, doña Martha contó
que fueron sorprendidos por gitanos
que les intentaron robar y con una
sola mano el chileno Mariano pudo
ahorcar a uno de ellos, el resto huyó
cuesta abajo y el fornido amante para
desaparecer el cuerpo lo amarró con
piedras y lo colocó en una poza del
río para que sirviera de alimento a
los camarones de El Tambo.
La única razón que tenían para ir a
La Capilla era la de sus orígenes;
este pueblo de tres pequeñas esteras
y una gran iglesia barroca en el me-
dio, guardaba el sepulcro del cuerpo
del Señor de la Amargura, que fue
traído por el cura Hernando de Luque
desde Arangüez a Panamá en 1519 y
que llegó a las tierras de los Pukinas
al término de la guerra con los con-
quistadores.
Según relatan cronistas garcilasi-
nos, en este pueblo se esconde uno
de los tesoros más grandes de los úl-
timos incas del Cosco.
Los abuelos de su bisabuelo habían
sido hombres pukinas que participa-
ron en la rebelión de Tupac Amaru y
al no poder ser capturados se escon-
dieron en Ayaviri.

Esta historia le fue contada a don


Mariano desde muy niño por su pa-
dre y antes de morir a causa de la
peste le prometió que llevaría sus ce-
nizas a la tierra de sus ancestros. Y
es que don Mariano siempre llevaba
pegado al cuerpo una bolsa pequeña
de lana de vicuña conteniendo las
cenizas de su padre que murió que-
mado en la fiesta de La Candelaria.

***

Cruzó Talahuayo, Chayahuayo,


Vinomore, Hembruna e Isuña. La
Capilla es un valle pequeño de clima
templado donde uno encuentra hi-
guerales en todo el camino, paltos
que sus frutos chocan con la cabeza
del caballo, un riachuelo cristalino de
la Laguna de Mayo, con un aire tibio
que obliga a bajar y dormir sobre la
alfalfa y el pasto de los animales.

***

4
Mariano y Martha tuvieron doce
hijos, sin contar los tres que murie-
ron antes de nacer; de los doce seis
murieron de la peste, de la pobreza
que es la meningitis, solo le sobrevi-
vieron seis mujeres que los acompa-
ñaron hasta su muerte.
Mariano vivió como agricultor, ca-
maronero, músico, zapatero, pero so-
bre todo, como degollador de cuches,
gran conversador y devorador de li-
bros esotéricos, de preferencia de
aquellos que tenían la figura del dia-
blo en su portada.
Era un alquimista, buscó el oro
donde solo había piedras y pensó
que algún día hallaría el gran tesoro
de los incas de Vilcabamba.
Le sobrevivió doña Martha quien
vivió hasta los 98 años y pudo ente-
rrarlo con los honores de quien se
sabe fue quizás, el último chileno
que amó al Perú en La Capilla.

También podría gustarte