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Un regalo de NAVIDAD para ti. Novela corta.
©Vega Manhattan.
ÍNDICE
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
NOVELAS
“Confía, siempre, en la magia de la Navidad...”
Introducción
¡Feliz Navidad!
Vega Manhattan.
Capítulo 1
LEAN
Intenté abrir los ojos, pero no podía.
Joder, dolía.
¿Andy?
―Me imagino.
Otra vez.
―Necesito a mi mujer.
Me reí irónicamente.
Iria no estaba.
¿Lo estaba?
―Que fuera feliz ―dije con rabia―. ¿Sin ella? ¿Me abandona
y espera que sea feliz? Maldita sea ―cuánta rabia tenía
dentro en ese momento.
Ya…
―Las cosas no estaban del todo bien ―comencé a
explicarme―. Habíamos tenido algunas discusiones, pero yo
jamás pensé… ¿Crees que es por lo de los bebés?
Lo necesitaba.
Porque me estaba comportando como un imbécil de
campeonato.
Era un subnormal.
Siendo sincero.
Sin paños calientes.
De mi lado.
De mi vida.
―Qué alivio.
―Soy Lean.
―La quiero ―le dije. Y era lo único que tenía que decirle.
―¿Sí? Pues ella no parece saberlo.
Gruñí.
―No sé…
―Estaré pendiente. Joder, soy el jefe, ¿no? Tú solo dedícate
a intentar recuperar a tu mujer.
―¿Y a qué te dedicarás tú?
―¿A esto te referías cuando dijiste “tranquilo, ya me
encargué de todo”?
Solo se me ocurría a mí fiarme de él.
―Oh, claro que sí. Pero las posibilidades de que todo se nos
haya jodido para acabar montados en… ¡Esto! ―no sabía ni
cómo llamar a esa cosa. Cómo andaba esa chatarra andante
era algo que no podía entender ― Joder, Andy.
―¡Pues sí!
―Casi.
―Lo peor, te juro que fue lo peor. Tres malditos días para
llegar aquí. Sin dormir, sin ducharnos…
Pero Connor fue más rápido. También era más fuerte, así
que me cogió por el cuello de la camisa y evitó que pudiera
moverme.
―Qué susceptible…
―¿Hecho un piltrafa?
La había desatendido.
―Sanders, espera…
―¿Cómo está?
―¿Kim? Pues ya la viste. Con ganas de verle la cara al bebé,
como yo ―la ilusión en su rostro.
―Gracias.
―Pero me refería a Iria ―miré al techo. Si es que...
Lo sabía y dolía.
―Todo es mi culpa.
―Ni yo…
―Lo sé.
―Sí.
―A la de una…
Por subnormal.
Bufé.
―No lo hice.
―¿Dónde está?
Ah…
―Pues sí que está oscuro aquí… ―la escuché decir mientras
entraba en la casa.
Y no pude contenerme.
―No tienes ni idea de cuánto te echo de menos…
Lean.
Me reí.
¿Fue real?
¿Fueron reales?
Me harté.
Y me fui.
Había analizado mucho la situación y sabía, con certeza,
que ella se sentiría así.
Sola.
Poco valorada.
No querida.
Había que ser muy gilipollas para lograrlo y estaba claro que
yo era un gilipollas de primera.
No me creía.
―En ningún momento te he culpado, Iria ―la noté tensarse
al escucharme hablar y suspiré pesadamente―. Nunca ha
sido mi intención venir a recriminarte nada.
Ese precioso par de ojos color miel con los que tantas veces
había soñado no me miraban como me gustaría. Y daba
miedo pensar que nunca volverían a hacerlo.
―No sé si funcionará.
―Déjame intentarlo.
Me encogí de hombros.
―El que necesitemos, no me importa.
―Después también.
―No lo haremos.
―Exagerado…
Y la besé.
A la mierda el beso.
Gemí y no, precisamente, de placer, sino porque me veía
venir lo que iba a pasar. Otra vez.
―¡A la de dos!
―¡Y a la de…!
Me senté en el porche, al lado de Andy. Hacía un rato que
habíamos terminado de cenar y Andy, quien se suponía que
iba al baño, seguía sin aparecer.
―¿El qué?
―Os buscaba.
―Bien…
―¿Quién miente? ―insistió Connor.
―Totalmente ―afirmé.
Connor y yo no lo dudamos.
―No.
Yo sí lo entendí pronto.
―Tú me entiendes…
―Hola ―sonrió.
Noté cómo Lean me abrazaba con fuerza y me acurruqué un
poco más. Hacía tanto que no sentía a mi marido así… Tan
cercano a mí, en todos los aspectos.
Solo habían pasado horas desde que había decidido darle
una oportunidad, pero ya notaba su cambio.
Volvía a ser el hombre de quien me enamoré y no ese ser
frío y ausente en el que se había convertido.
Lo había hecho mal, y él lo sabía. Pero no podía negarle la
oportunidad que me estaba pidiendo porque, en el fondo,
también era algo que yo quería.
Tomar la decisión de dejarlo no fue fácil e iba a hacerlo, no
había nada de estrategia en ello, no buscaba asustarlo o
darle una lección. Me quería a mí misma, me respetaba y
me valoraba y sabía que ya lo había intentado demasiado.
Pensé que ya no había nada que salvar. Y, sin drama
ninguno, me fui.
Pero era cierto que pensé, solo una vez y por poco tiempo,
que existía la posibilidad de que no todo estuviese roto y
que mi marido podía reaccionar. Y buscarme.
Siempre quedaba esa esperanza, ¿no? Aunque la ocultase
bien dentro de mí.
Fueron pocos segundos los que pensé en algo así, y menos
mal que sucedió. Porque no quería creer que la persona que
más amaba en el mundo de verdad me hubiese dejado de
querer.
―Duerme un poco más ―me acariciaba la espalda y la
cabeza.
―¿Qué hora es?
Era de día. Llegamos a casa casi a la hora del desayuno. Mi
madre se había ido a dormir, Andy volvió a casa de Connor
y Lean… No quería dejarme.
Allí estaba, en la cama, conmigo. Simplemente
abrazándome, como había hecho desde el momento en que
nos tumbamos, agotados.
―¿Qué importa eso? Estás cansada, estás de vacaciones,
así que descansa.
Me tensé y noté cómo él también lo hizo al notarlo.
―Lean…
―Miedo me da ―suspiró él.
―Lo siento…
―Puedo aguantar lo que sea, Iria, menos perderte. Así que
no me ocultes las cosas. Nunca.
―Dejé el trabajo ―sus manos pararon de acariciarme una
milésima de segundo. Lo suficiente para que lo notara.
―Bien ―volvía a acariciarme.
Levanté la cabeza, apoyé la barbilla en su pecho y lo miré a
los ojos.
―¿Eso es todo lo que vas a decirme?
―¿Quieres que te diga algo en especial?
―Lo que piensas.
Se encogió de hombros.
―Siempre he respetado tus decisiones. Esta no va a ser
menos. Me hubiese gustado que lo hablásemos antes, solo
por saberlo, por acompañarte en la decisión desde el
principio. Pero no estábamos en lo mejor de la relación, así
que… Te acompaño ahora. No sé las razones y tampoco me
importa. Si crees que es lo mejor o es lo que quieres hacer,
yo estoy bien con ello.
Ese era el Lean del que me enamoré, al que amaba desde
que era una niña. Ese era el hombre que había escogido
como compañero de vida.
―¿Y si te digo que quiero que me mantengas?
Lean rio.
―No creo que vaya a escuchar eso de ti nunca.
―Pero ahora tendrás que mantenerme.
―Bien. Puede que algún día seas tú quien lo haga. Para algo
somos un matrimonio, ¿no?
Bufé.
―Siendo así solo me harás quedar mal por haberte pedido
el divorcio.
Él resopló.
―No me hables de eso, por favor ―acarició mi mejilla y me
miró con ternura―. No quiero recordarlo, duele mucho.
―Lo siento.
―No es tu culpa, Iria. Y si vuelves a pedirme que me vaya,
quiero que sepas que no tienes la culpa de nada. Yo fui el
que falló.
―Yo también lo hice. No debí haberme ido así.
―Eso sí que no te lo voy a discutir, al menos una
explicación o hacerlo frente a frente. Pero dejemos eso atrás
si es posible. ¿Quieres hablar de ello? ―se refería al trabajo.
―No estudié medicina para acabar así. No lo hice por
negocio, lo hice por vocación. Quiero volver a sentirme así,
no una mercenaria de la salud.
―¿Y qué harás?
―No lo sé. Estudiaré todas las ofertas que tengo. También
tengo una del hospital de aquí.
―¿Quieres volver a casa?
―No lo sé… ¿Y tú? ¿De verdad volverías a casa conmigo si
eso es lo que yo eligiera? ¿Sin reproches?
―Mi casa eres tú, Iria ―dijo con solemnidad―. Sé que no es
lo que te he demostrado últimamente, pero sigue siendo
así. Sería feliz allí o aquí o en China, pero contigo.
―¿Decidiremos juntos?
―Si me dejas ―asentí con la cabeza y una hermosa sonrisa
se dibujó en sus labios. Me cogió y me puso sobre su
cuerpo―. Gracias ―dijo antes de darme un dulce beso y
gimió―. Iria… Esa postura no ―dijo cuando abrí un poco las
piernas y me acomodé mejor encima de él.
Su erección rozando mi sexo, un suave movimiento y mi
clítoris estallaba de placer. Tanto que la que gimió, en ese
momento, fui yo.
Las manos de Lean bajaron hasta mi trasero y lo apretó,
pegándome más a él para que lo sintiera mejor.
―Nena… Me conoces. Sabes lo que pasará si sigues
moviéndote así, ¿verdad?
Me agaché un poco y le dije al oído:
―Estoy muy mojada.
No sé si gimió, si gruñó o si hizo las dos cosas a la vez. Solo
sé que me reí mientras nos giraba a ambos, poniéndose él
encima de mi cuerpo. Abrí las piernas y lo dejé colocarse
entre ellas.
―A ver ―metió una mano entre los dos, por debajo del
pantalón y me acarició con la ropa interior como barrera―.
Dios, nena, podría correrme solo con tocarte así.
Y yo, pensé.
Subió un poco la mano para meterla por debajo de las
braguitas y entonces tocó mi sexo desnudo, provocando que
gritara de placer por el contacto.
Lean agachó la cabeza y me dio un beso en los labios.
―¿Qué quieres, nena?
―Tu polla.
Me salió del alma.
Por su gemido ronco supe que le había agradado mi
respuesta.
―Mi polla también te echa de menos ―me besó y acercó los
labios hasta mi oreja―. Echa de menos rozarte el clítoris
mientras te refriegas con él para correrte ―cogió mi clítoris
entre los dedos y lo apretó lo suficiente para hacerme
gemir.
―Lean…
―Mi polla echa de menos ―sus dedos rozando, entonces, la
abertura de mi sexo― penetrarte ―dos dedos dentro de mí,
hasta el fondo.
―Dios ―iba a morir de placer y acababa de empezar.
―¿Sabes qué más echa de menos mi polla?
―No ―dije como pude mientras sus dedos salían de mí para
volver a entrar. Lentamente saliendo, entrando con fuerza y
hasta el fondo.
―Echa de menos correrse aquí ―los dedos dentro. Dios, iba
a correrme si seguía así―. Echa de menos correrse aquí
―lamió mis labios, lamió mi lengua cuando,
instintivamente, salió en búsqueda de la suya―. Echa de
menos correrse en tus preciosas tetas ―movió los dedos de
tal manera que uno quedó cerca de mi trasero―. Y nena, no
sabes cómo me salta la polla cuando pienso en follarte por
aquí ―un dedo entró en mi ano y empecé a caer por el
precipicio.
―Lean, más.
Quería escucharlo. Siempre me llevaba al límite cuando me
hablaba así. Me encantaba oírlo.
―Mírame ―me ordenó y lo hice―. Te vas a correr, nena y,
cuando termines, voy a meterte la polla hasta el fondo y te
voy a follar mientras me pones las tetas en la boca.
―Oh, Dios.
―Y cuando te corras así ―volvió a hablarme al oído―. Vas a
correrte otra vez en mi boca.
―Mierda, Lean ―mi vagina comenzaba a contraerse.
―Mírame ―volvió a decir. Abrí los ojos, ni cuenta me di de
que los había cerrado. Y lo miré―. No tienes ni idea de
cuánto te deseo, Iria ―dijo mirándome con intensidad.
Volvió a hablarme al oído―. Y no tienes ni idea de las ganas
que tengo de comerte el coño.
Exploté, no pude soportarlo más.
―Oh, mierda…
―Mírame, Iria ―lo hice―. Mírame mientras te corres.
Eso hice. Me mordí el labio y dejé que mi cuerpo se liberara
y no aparté la mirada de esos preciosos ojos verdes de los
que me enamoré diecisiete años atrás.
―Lean…
―Te quiero, nena ―bajó y me besó cuando mi cuerpo quedó
completamente laxo, tras sacar los dedos de dentro de mi
cuerpo.
―Yo también te quiero ―sabía que necesitaba escucharlo. Y
yo también necesitaba decírselo.
Me miró emocionado y sonrió. Esa media sonrisa canalla
que hacía mucho tiempo que no veía en él.
―Lo sé.
Puse los ojos en blanco.
―Sanders ―dije imitando a mi hermano―, deja la
petulancia.
Lean rio.
―Mejor follemos.
Entonces, la que me reí fui yo.
―Serás bruto.
―¿Bruto? ¿Me llamas bruto por eso? ¿Te corres cuando digo
que quiero comerte el coño y soy bruto por decir que quiero
follarte?
―Lean ―me quejé―. Esas cosas en el calor de la pasión.
―¿No estamos en eso ahora? ¿Se te fue el calor ya?
―No sé…
―Hmmm… ―se levantó de la cama, desabrochó su
pantalón y, lentamente, lo bajó, junto con sus calzoncillos,
dejando a la vista su erección.
―Dios…
Otra vez sentía palpitaciones entre mis piernas. Cómo no
hacerlo mirando ese cuerpo. Por Dios, era perfecto. Al
menos para mí.
Sin dejar de mirarme, Lean cogió su miembro con una de
sus manos y lo acarició desde la base hasta la punta,
gimiendo por el contacto.
Sin dejar, tampoco, de mirarlo, bajé mis manos y me
deshice de mis pantalones y de mi ropa interior. Me moví un
poco en la cama, colocándome atravesada.
Sus ojos, entornados, mirándome fijamente. Sin perder ni un
solo detalle de mis movimientos mientras, con su mano,
acariciaba su erección.
Erección que yo quería dentro de mí.
Abrí las piernas y me expuse por completo a él.
―Fóllame.
No iba a esperar más, no quería hacerlo. Me moría de ganas
por tenerlo dentro de mí. Lo necesitaba tanto o más que
respirar.
Y él parecía necesitar lo mismo.
Capítulo 8
LEAN
La necesitaba. Y la amaba. En ese momento y siempre. En
todos los sentidos y de todas las maneras posibles. Y
necesitaba que ella entendiera eso.
Y que lo creyera.
Tenía la polla como una piedra, me sentía a punto de
explotar. Ella era capaz de llevarme a ese estado con un
simple beso.
¿Qué digo beso?
Con una mirada. ¡Con una simple palabra!
Un roce de Iria y mi polla saltaba, dispuesta para la batalla.
Siempre había sido así, no hubo ningún momento en mi vida
en el que no deseara a mi mujer.
Pero hasta en eso la había hecho dudar.
Maldito imbécil.
Miré cómo la dueña de ese precioso cuerpo, ese que me
volvía loco, comenzaba a quitarse la ropa. Lentamente.
Tranquilamente. Hasta que su pantalón y sus braguitas
desaparecieron. Dejando su sexo rasurado a la vista.
Gemí, pensando en el festín que iba a darme después
cuando lo tuviera en mi boca, abriendo esos pliegues con la
lengua y bebiéndome de ella hasta la última gota.
Vi a Iria moverse y quedar frente a mí. Lentamente, abrió
las piernas y me enseñó su sexo.
―Fóllame ―dijo sin ningún ápice de vergüenza, totalmente
expuesta a mí.
Dios, cómo deseaba a esa mujer.
No pude evitar sonreír con satisfacción, porque me
encantaba lo que veía.
Me desnudé por completo y, tras hacer lo mismo con ella,
me tumbé sobre su cuerpo.
Y la besé.
Con todo el amor que sentía.
Con todo el deseo que me provocaba.
―Te amo, nena ―volví a besarla otra vez, devorando esos
suaves labios, magullándolos por no poder controlar el
deseo que sentía―. Lo siento, pero no puedo parar ―cogí su
cara entre mis manos y seguí besándola. Desesperado.
Pidiéndole todo. Dándole todo y más. Totalmente fuera de
control.
La estaba devorando y sentía que no era suficiente.
Me separé de ella para poder coger aire, mi frente sobre la
suya, nuestras respiraciones agitadas.
―No puedo, Iria. Te deseo tanto que me da miedo hacerte
daño.
Me dio un beso y la miré a los ojos.
―Eso nunca me haría daño ―susurró.
Pero el no saberlo sí.
El no sentirlo sí.
No lo había pronunciado, pero ni falta que hacía. Había
aprendido la lección.
―Te deseo, nena ―mi miembro rozando su vagina―. No ha
pasado ni un maldito día en el que no lo hiciera.
Necesitaba decírselo otra vez. A lo mejor necesitaría
decírselo siempre.
―Yo también te deseo ―gimió.
Y la hice gritar entrando en ella.
―Joder, qué rico ―era la mejor sensación del mundo. Estar
dentro de ella. Me mantuve quieto un momento antes de
empezar a moverme lentamente, saliendo y entrando de su
cuerpo.
Cogí uno de sus pechos y lo lamí mientras me movía
tortuosamente.
―Me duelen ―susurró ella.
―¿De placer? ―mordisqueé su pezón para lamerlo después.
―Sí ―gimió ella.
―Eso te gusta, nena ―apreté el otro pecho y succioné su
pezón―. Tengo que correrme en tus tetas ―y casi me corrí
al pensarlo―. Dios ―tuve que parar un momento para no
hacerlo.
―No ―se quejó ella, moviéndose a su antojo.
Escondí la cabeza en el hueco entre su cuello y el hombro y
me reí por la misma excitación.
―Si te mueves así, sabes que acabaremos rápido.
―Es lo que quiero, no lo soporto más.
―¿El qué, nena? ―me miró entonces.
―La necesidad de ti.
Lo dijo con tanta sinceridad que si hubiese estado de pie,
me habrían flaqueado las piernas.
―Iria… ―me quedé completamente quieto,
―No eres el único que no puede controlarlo. Yo, a veces,
tampoco sé cómo gestionar todo esto que siento.
No podía ni respirar.
Me había dejado sin palabras.
―Te quiero, Lean ―dijo entonces, sus ojos llenándose de
lágrimas―. Y lo siento.
―Nena, no.
Pero ella negó con la cabeza, parecía tener la necesidad de
hablar.
―Yo tampoco lo hice bien y lo siento. Pero soy egoísta
cuando se trata de ti ―repitió las mismas palabras que yo le
había dicho―. Y nunca será suficiente, siempre querré más.
―Iria…
―Pero ojalá decidas quedarte a mi lado siempre.
―¿Lo dudas? ―pregunté con un nudo en la garganta.
Ella asintió con la cabeza y yo bufé.
―Tonta… Eres tan tonta ―y la besé―. Te demostraré cada
día lo equivocada que estás.
Sellé mi promesa con un beso y con un orgasmo para cada
uno.
―Sabes que no puedo darte hijos.
Iria se giró entre mis brazos y me miró a los ojos. Estábamos
tumbados en la cama, desnudos, abrazados después de
haber hecho el amor por segunda vez esa noche.
Pasamos el día descansando y, a media tarde, fuimos al
hospital a ver a Jamie. El nuevo miembro de la familia era
precioso y ver a Iria sonreír con el bebé en brazos despertó
temores que creía dormidos.
―Y eso te preocupa.
No lo preguntaba, lo afirmaba.
―Sí ―esa era la verdad―. No es fácil aceptar para mí que
soy estéril.
Iria y yo lo habíamos intentado durante un tiempo y al ver
que no se quedaba embarazada, nos hicimos unas pruebas.
Ahí supe que yo era quien tenía el problema.
Intentamos varias veces la inseminación con mi esperma,
pero nunca funcionó. Justo antes de que ella me
abandonase, había sido una de esas veces. Iria me había
llamado diciéndome que iría a la clínica para una revisión y
yo ni le pregunté después sobre ello.
Di por hecho que no había funcionado. Y como dolía, dejé a
mi mujer sola con su dolor, pensando que ella no necesitaría
apoyo de mi parte. Así de gilipollas me había vuelto.
―No te mentí cuando te dije que para mí no es un
problema.
―Querías una familia ―le recordé―. Y en momentos como
este, cuando te veo con Jamie en los brazos, me planteo si
hago bien en luchar porque sigas conmigo. Si no sería mejor
que estuvieses con otro.
―¿Por qué piensas por mí?
―No es eso, Iria.
―Sí lo es. ¿Me dejarías si yo fuera quien no puede tener
hijos?
―No ―dije rápidamente.
―¿Entonces por qué tendría que hacerlo yo?
―No es lo mismo.
―Comentarios machistas no, Lean, así que cállate la boca
antes de meter la pata, que te veo venir ―resopló.
―Solo quiero que seas feliz.
―Y eso hago. ¿Me crees tan idiota como para quedarme al
lado de alguien si sé que seré infeliz? Por Dios, Lean
―suspiró―. Salí llorando de la clínica la última vez.
―Nena, lo siento ―no lo sabía y me sentí muy mal al
enterarme.
―No me dolió que no estuviera embarazada, Lean. Me dolió
que me enteré estando sola. No estabas allí. Ni preguntaste
por ello ―se le escaparon algunas lágrimas y maldije por
haberle hecho eso.
―Lo siento.
―Por suerte estaba Andy ―sonrió con tristeza.
―Nena, lo siento.
―Y yo. Pero porque no te entiendo. Yo he elegido mi
felicidad. Yo soy libre de elegir y lo hice. Para mí no es un
problema no tener hijos propios. Lo intentamos varias
veces, no funcionó. Pues muy bien, lo aceptamos. Y si
elegimos seguir juntos con eso, debemos de hacerlo sin
seguir cuestionándonos nada.
―Tenía miedo a que eso nos afectara.
―Lo hizo, pero por la razón contraria ―tenía razón―. Quiero
ser madre, Lean. Y quiero formar una familia con la persona
que quiero. Que no para a ese hijo no significa que me vaya
a sentir menos madre. Ni que lo vaya a querer menos. Lo
adoraré.
Eso por descontado, no lo dudaba. Iria tenía amor para dar y
regalar.
―Nena…
―Dejemos de intentarlo y adoptemos. Formemos la familia
que siempre hemos querido. Sé el padre de mis hijos, Lean.
Porque no tendría hijos con otro.
Con dulzura me limpió las lágrimas que derramé.
―Te quiero, nena.
―Nene… No más lágrimas, ¿no? ―bromeó.
Me reí.
Yo tampoco las quería. Pero eran necesarias para nuestro
nuevo comienzo.
―¿Entonces qué quieres?
―Hmmm… Más orgasmos.
―Más no, nena. Que la edad no pasa en balde.
―Oh ―hizo un mohín con sus labios―. ¿Ya no se te levanta?
Enarqué las cejas, cogí su mano y la puse sobre mi polla ya
semierecta. La tocó un poco y esta empezó a endurecerse.
―El problema no es mi polla, nena. Es mi espalda. Que al
final mañana no voy a poder moverme ―resoplé―. Mierda
de ciática.
Iria rio.
―Qué malos son los cuarenta.
―Aún no llegué ―resoplé.
―A mí me queda más para llegar. ¿Qué tal si hago todo el
trabajo? ―preguntó poniéndose en posición, sobre mis
caderas.
―Nena… Soy todo tuyo. Haz conmigo lo que quieras.
Y lo hizo. Joder si lo hizo…
Capítulo 9
IRIA
―¿Pero qué es esta mierda, Turner? ―resopló Lean.
―No empieces ―gruñó mi hermano.
―¿Que no empiece? ¡Pues no la líes y no tendré que
empezar nada! ¡¿Pero tú has visto esto?! ―con las pinzas,
Lean cogió el trozo de carne.
―Es comestible.
―Comestible mis cojones.
―Connor es un experto en sacarlo de sus casillas ―reí yo
mientras los miraba desde una distancia prudencial, no
fuera a ser que la barbacoa explotase o algo y no, no tenía
ganas de morir, aún era muy joven y tenía muchas cosas
que hacer.
―Paciencia no es la palabra que definiría a Lean ―mi
cuñada, obviamente, defendiendo a su marido.
Yo miré a Lean y sonreí.
No, no tenía paciencia. Ninguna. Y, en algunas cosas, eso
podía ser un defecto. Pero, en otras, lo consideraba una
virtud.
―¡Si es un trozo de carbón, por el amor de Dios! ―exclamó
Lean― ¿Quién demonios se va a comer esto? ―acercó el
trozo de carne quemada a la cara de Connor y este se echó
para atrás.
―Yo ―dijo Andy.
Sentado a mi lado, con el ordenador portátil sobre la mesa,
trabajando. Muy a su pesar.
―Tú disfruta, ya me encargo yo ―escuché que le había
dicho a Lean varias veces, cuando el tema del trabajo salía
a la luz.
Le agradecía mucho lo que estaba haciendo por nosotros,
pero sabía que sería un parche. Algo temporal. Al final, Lean
y yo teníamos que arreglar ese tema y llegar a un acuerdo
entre vida y trabajo. Incluyendo el mío.
―¿Que tú qué?
Intenté no reírme, pero sabía que esa pregunta era el inicio
de que mi marido perdiese, por completo, la paciencia.
―Que yo me lo como.
―Que tú te lo comes… Pero si ni lo has mirado, ¡pedazo de
idiota!
Levantando la mirada, mirando por encima de sus gafas,
Andy miró el trozo de carne negra que Lean movía.
―Oh, joder, Connor. Es que no me lo pones fácil, ¿eh?
―No es para tanto ―bufó este.
―Pues ahora te lo comes, por bocazas ―gruñó Lean.
Me reí, no pude evitarlo.
―Echaba de menos estos momentos ―dijo mi madre,
sentada a mi lado.
La miré con una sonrisa en la cara.
―Yo también ―esa era la verdad.
―¿Va todo bien?
Asentí con la cabeza.
―Parece que el Lean de siempre volvió.
―Será un trabajo diario, pero merecerá la pena.
―Lo sé ―dije con seguridad.
―¿Vais a volver a casa?
―Lean, mueve el culo para acá ―la preocupación en la voz
de Andy, Lean frunció el ceño, dejó la barbacoa a un lado y
casi corrió hasta su amigo.
Le gustaba su trabajo, eso no podía negarlo. Y era un
trabajo muy exigente.
―Me gustaría ―era la primera vez que lo reconocía―. Pero
no sé si él podrá con ello ―con un puño sobre la mesa,
aguantando su peso, un poco agachado y mirando la
pantalla del ordenador, con el ceño fruncido, Lean ya se
había convertido en el hombre de negocios que era.
Se olvidó de todo, se olvidó de nuestro mundo y se metió en
el suyo.
Hay cosas que nunca cambiarán, pensé cuando, un buen
rato después, tras comerme el cuarto o quinto trozo de
carne, miraba el anochecer.
Acepté de buena gana la manta que Lean puso sobre mis
hombros. Se había quedado tras de mí, abrazándome por la
espalda, sus manos alrededor de mi cintura. Como siempre,
su cabeza sobre mi hombro.
―No quiero que enfermes.
―Gracias.
Noté una leve tensión en su cuerpo, sabía que algo me
pasaba.
―¿Estás bien? ―preguntó con cautela.
―¿Y tú? ¿Estás bien? ―lo había visto un par de veces con la
mano sobre el corazón, como si intentara masajearlo y eso
me había asustado― ¿No te duele nada?
―Estoy bien ―dijo, tranquilizándome.
―¿Desde cuándo no te haces un chequeo?
―De verdad, no te preocupes. Estoy bien ―suspiró―.
Nena… Tengo que volver a Nueva York.
Cerré los ojos con fuerza. Lo sabía, sabía que todo aquello
no iba a durar mucho.
―Lean…
―Solo serán unos días, volveré a tiempo para que pasemos
las Navidades juntos. Te lo prometo, será la última vez.
Me mantuve unos segundos en silencio, meditando mis
palabras.
―No hace falta que vuelvas.
Su cuerpo estaba completamente en tensión.
―Nena ―el miedo en su voz.
Odiaba eso, odiaba notarlo agobiado, mal, triste, inseguro o
de cualquier manera en la que lo pasase mal.
Pero yo no iba a poder con eso otra vez.
―Lo siento, Lean, pero… No creo que esto vaya a funcionar.
Capítulo 10
LEAN
Me había quedado sin respirar, casi no podía pensar, mucho
menos moverme.
―No creo que esto vaya a funcionar ―había dicho ella.
―¿Con esto te refieres a…?
―A nosotros ―dijo rápidamente.
Esa era la respuesta que no quería escuchar.
Me coloqué delante de ella, las manos en sus caderas y la
miré a los ojos.
―No digas eso, por favor. Solo serán unos días, lo prometo.
Entonces dejaré todo arreglado y no tendré que
preocuparme por nada más. Confía en mí.
―¿Hasta cuándo, Lean? ¿Hasta la próxima vez que tengas
que dejarme sola en una comida familiar?
―Iria.
―No, Lean, no. No me hagas quedar como la mala en esto,
porque no lo soy y lo sabes. No soy exagerada, no soy
exigente y no tengo ningún problema con tu trabajo. Lo
tengo con tu maldita adicción a él. No puedes dejar de lado
tu vida y anteponerlo siempre a todo.
―Iria, no es así. Cariño, escúchame.
Pero ella no escuchaba nada.
―¿Entonces cómo es? Comí sola, todos comimos sin ti
porque estabas ocupado, trabajando, un sábado por la
noche. Y ahora me dices que te vas unos días y que te
espere ―rio con ironía―. Lo peor es que aún sabiendo que
esto iba a pasar, te creí cuando me dijiste que todo iba a
cambiar y que esta sería una segunda luna de miel para
nosotros.
―Nena… He cambiado. He vuelto a ser yo. De verdad,
confía en mí, por favor. Solo una vez más. Es lo único que te
pido.
Ella negó con la cabeza.
―No, Lean. En el fondo no lo hiciste.
―Nena, por favor. No te vayas. Escúchame ―la cogí de la
mano.
―Estoy cansada, quiero dormir.
―Vamos entonces.
Se soltó lentamente de mi agarre y sentí que se me partía el
corazón otra vez.
―Me gustaría estar sola.
―Iria, no. Nena…
―Lo siento, Lean. Créeme que lo siento, pero yo… ―las
lágrimas en sus ojos cuando volvió a mirarme― No voy a
poder con esto otra vez.
Y se marchó, dejándome allí, solo.
―Maldita sea ―le di una patada al aire.
Me sentí frustrado, enfadado. Cabreado.
Me pasé las manos por el pelo y tiré fuertemente de él.
―Lean… ¿Todo bien? ―preguntó Andy, llegando hasta mí.
―Haz las maletas, nos vamos a primera hora.
Y, esa vez, fui yo el que se marchó.
―¿Estás bien?
No, no lo estoy, pensé.
Cerré los ojos con fuerza y apreté un poco en el pecho, por
encima del corazón, hasta que se me pasó esa horrible
sensación.
Estaba así desde que había vuelto de Telluride. Me dolía el
pecho y no se me quitaba. Al final tendría que darle la razón
a mi mujer y hacerme un chequeo médico.
―Vete a casa, Lean.
―Estoy bien ―dije cuando pude hablar.
―Bien blanco estás. Vamos, no tengo ganas de
preocuparme horas extras. Vete a descansar. ¿O quieres que
te lleve al hospital?
―Cuando terminemos esto.
―Lo terminaremos mañana.
―Que no.
Andy resopló pesadamente.
―¿Crees que un día más va a cambiar algo?
―Para mí sí. Un día más solo en esta ciudad. Un día más
lejos de mi mujer. Un día más sin poderle explicar las cosas
y sin que me responda un maldito mensaje o conteste mis
llamadas.
―Pues no haber sido tan cenutrio, cabezota y orgulloso y
habérselo explicado antes.
Me dejé caer en la silla de la oficina y suspiré.
―No fue por orgullo.
―Ah, ¿no? ¿Entonces por qué no le explicaste antes de que
ella sacase sus propias conclusiones?
―Me dolió que no confiara en mí.
―Entendible que no lo haga.
―Gracias ―la ironía en mi voz.
―Tú te encargaste de ello cuando de trabajo y de
prioridades se trata. Ahora lidia con ello y ten paciencia,
porque las cosas no se demuestran de un día para otro. Se
necesita tiempo.
―¿No te equivocaste de profesión?
―¿Verdad? Yo creo que coach espiritual va más conmigo,
soy muy bueno en eso.
―Yo iba a decir que ibas para loquero, pero bueno. Para el
caso es lo mismo, supongo.
―Pues tampoco estaría mal. Sobre todo si me ayudara
cuando de mis problemas sentimentales se trata.
―¿Sabes algo de Kevin? ―con esa pregunta dejábamos a un
lado las bromas.
―No. Decidí mantenerme lejos. No voy a insistir. Como bien
dijiste, si me quiere, me buscará. Y si no lo hace y vuelve a
poner al mundo antes que a nosotros, pues será que no me
quería tanto.
―Es así.
―Ya… Es más fácil decirlo de palabra que comprenderlo.
Cuando uno llega a casa por la noche y la soledad hace acto
de presencia… Toda esa palabrería parece solo eso,
palabras vacías.
Lo sabía muy bien…
―Así es.
―Qué bien hablo, coño. Si es que tengo un don.
―El don de tocarme las pelotas, sí.
―Afortunado eres. ¿Qué harías tú sin mí?
―Ser feliz.
―Aja… ¿Y quién te contaría que tu mujer salió con sus
amigas y se emborrachó?
―Que ¡¿qué?!
―Un tocapelotas soy, ¿eh?
―No, Andy, quédate ahí ―me levanté de un salto para
seguirlo―. ¡Y cuéntamelo todo!
Llegué a casa más tarde de la cuenta y sentí lo mismo que
las últimas noches cuando puse un pie en ese vacío lugar.
Soledad.
Tristeza.
Ansiedad.
Me faltaba el aire. Así que me aflojé la corbata y me la
quité. Y empecé a preocuparme, empecé a sentir miedo al
ser consciente de que algo no iba bien.
Saqué rápidamente el móvil del bolsillo y llamé a Andy.
―No se te olvidó en el coche nada, así que será en otro lado
―dijo nada más responder.
―No puedo… ―joder, no podía respirar. Desabroché
algunos botones de la camisa.
―¿Lean? ―lo escuché preocupado.
―No puedo respirar…
―¿Estás bien?
―Y me duele ―intenté llenar de aire mis pulmones, pero
acabé dejándome caer en el suelo―. Andy, duele ―dije
desesperado, medio ahogado.
Sintiéndome morir.
―Mierda ―fue lo último que le escuché decir.
Capítulo 11
IRIA
Abracé por la cintura a Andy cuando colocó su brazo sobre
mis hombros.
―Está bien ―me dijo.
―Lo sé. Pero vaya susto.
―Sí, aún tengo la imagen de él tirado en el suelo cuando
entré en tu casa.
Cerré los ojos, intentando no imaginarme algo así.
―Sabía que algo estaba mal y se lo dije. Pero es muy
cabezota. Le dije que fuera al médico, pero me ignoró.
Maldito trabajo, ha estado a punto de acabar con él.
―Quería dejarlo todo listo para pasar las navidades contigo.
―¿A costa de su salud? ―negué con la cabeza― Le dije que
no volviera, Andy. Y mira…
―Oh, vamos ―me apretó más contra su cuerpo―. No es tu
culpa.
―Lo sé, pero se siente así.
―No pasó nada, solo fue un susto. Este es el aviso que
necesitaba para empezar a tomarse la vida con más calma.
Me ha servido hasta a mí, créeme.
―Espero ―suspiré.
―No digas que te dije nada, pero vino y trabajó tan duro
porque estaba preparando un regalo para ti.
―¿El qué?
―Eres un bocazas, Cooper ―la voz rasgada de Lean nos
sobresaltó.
Me separé de Andy a la vez que me daba la vuelta y me
acerqué rápidamente a Lean.
―Estate quieto, no empieces a desquiciarme ―le reñí
cuando vi que intentaba moverse.
―Estoy bien ―se quejó.
―Sí, lo mismo me dijiste y mira, con un amago de infarto.
No se puede ser más idiota que tú.
Estaba enfadada y mucho.
Lean sonrió.
―Me quieres ―dijo orgulloso.
Puse los ojos en blanco.
―¿Es momento para bromear?
―Lo peor de todo es que no lo hace ―rio Andy―. ¿Cómo
estás?
―Bien. Gracias por llegar a tiempo.
―Me debes la vida.
―Tampoco te pases ―gruñó Lean. Me miró―. ¿Por qué luces
tan cansada? ¿Desde cuándo no duermes?
―Desde que llegó.
―¿Por qué no te callas? ―miré malamente a Andy.
―Está preguntando, habrá que responderle.
―Soy su mujer y, además, soy médico. Ya decido yo a qué
respondo y a qué no ―refunfuñé.
―¿Eso significa que seguimos casados? No al divorcio, ¿no?
―Estuviste a punto de no contarla y ¿eso es lo que te
preocupa? ―no salía de mi asombro.
―Sí.
―Me casé con un loco.
―Loco por ti estoy.
―Loco te quedaste con la hostia que te metiste al caerte. Te
golpeaste la cabeza, seguro. Joder, Sanders, ¿pero se puede
ser más cursi?
―Habrá que verte a ti con Kevin ―resopló mi marido.
―Te supero, seguro ―rio Andy. Miró a Lean con cariño―.
¿De verdad estás bien? Porque vaya susto me diste.
―Estoy bien ―prometió este―. Y estaré mejor a partir de
ahora.
―Me alegro.
―Porque no puedo llevarme sustos, ¿verdad? Ni cosas que
puedan joder mi frágil corazón ―me miró―. Como vuelvas a
hablar de divorcio, podría morir. Así que ya sabes, ese tema
no puede tocarse nunca.
Sabía que intentaba bromear, pero a mí no me hizo ninguna
gracia. Sin poderlo evitar, viéndolo en esa cama de hospital,
rompí a llorar.
―Joder, Sanders ―dijo mi hermano entrando―. Ya la hiciste
llorar. Todavía voy y te mato yo.
Mirándome fijamente, Lean alargó la mano. Puse la mía
sobre la suya y entonces tiró de mí hasta hacerme caer a su
lado para poder abrazarme.
―Cuidado con la vía ―dije rápidamente.
―Está bien ―me abrazó con fuerza―. Iros de aquí ―gruñó a
Connor y Andy, quienes, entre risas, salieron de la
habitación, dejándonos solos.
―Eres un idiota ―dije entre lágrimas.
―Lo soy. Pero me quieres.
―Imbécil. ¿Cómo puedes darme esos sustos?
―Tranquila, nena ―intentó calmarme―. No pasó nada.
Estoy bien, de verdad.
―No te creo.
Él suspiró.
―Eso es lo que más me duele escuchar de ti.
―Lo siento ―lloré.
―Nena, por Dios. Tranquilízate.
Lo intentaba, de verdad que lo hacía. Pero tenía tanta
tensión que soltar…
Había pasado mucho miedo al saber que podía haberlo
perdido.
―Estaba dolida, pero no pensaba eso ―dije cuando me
calmé. Lo abracé con más fuerza―. Quería que volvieras.
Pero estaba muy enfadada y yo…
―Demasiadas emociones para gestionar, ¿eh? ―dijo
recordando lo que le había dicho aquel día.
Así era, a veces me sobrepasaban.
―Pensé que te pasaría como a mi padre.
No quería revivir aquello, dolió demasiado.
―Dios, nena, no. Siento mucho haberte asustado. Prometo
cuidarme mucho.
―No quiero perderte, Lean.
Me apretó entre sus brazos.
―No lo harás, nena ―prometió―. Nunca.
Sabía que no quería volver a lo de antes, pero también
sabía que tenía que darle un poco de tiempo a las cosas
para que fueran colocándose donde debían.
Todo conllevaba un proceso, cada cosa iba a su ritmo. Y
había que tener paciencia.
Yendo paso a paso.
Mejorando poco a poco.
No podía pedir que las cosas cambiaran de un día para otro.
Había fallado en eso.
―Bien ―suspiré, aliviada al verlo mejor―. ¿De qué va ese
regalo? ―pregunté entonces, intentando amenizar el
ambiente.
―¿Qué regalo?
―Andy me dijo que tenías un regalo de Navidad para mí y
que por eso tenías prisa por llegar a tiempo a casa de mi
madre.
―Andy es un bocazas ―resopló.
Levanté la cabeza y lo miré a los ojos. Él colocó una mano
en mi rostro y me acarició cariñosamente.
―¿Qué regalo? ―insistí.
―Cuando sonríes así, me pierdo ―dijo tras resoplar―. Y no
puedo negarte nada.
Sonreí aún más.
―¿No me vas a decir?
―No.
―Oh, vamos, Lean. Me muero de curiosidad.
―Paciencia.
―¿Eso me lo dices tú? ―no me lo podía creer, él no tenía
ninguna.
―No me vas a chafar la sorpresa.
―Me puedo hacer la sorprendida igual, sabes que soy
buena actriz. Mira. ¡Ah! ―exclamé, sorprendida.
Lean rio.
―Sí, actriz fue tu profesión frustrada.
―Lo sé, quizás vuelva a intentarlo.
Lean gimió.
―Nena, quédate curando a la gente. Créeme, el mundo te
lo agradecerá más.
Me reí, feliz de verlo bien. Me acerqué a él y le di un dulce
beso en los labios.
―Me sabe a poco ―se quejó cuando me separé de él.
―Cuando te recuperes te daré más.
―Puf, odio esperar. Te quiero, nena.
―Y yo a ti.
Él no podía imaginarse cuánto.
Capítulo 12
LEAN
―Nena… Esto no ayuda ―bufé cuando vi cómo el séquito
hacía y deshacía en mi casa a su antojo.
―¿Te sientes mal? ―preguntó, preocupada.
Negué rápidamente, no era eso. Y no quería preocuparla
más de la cuenta.
Desde el susto que nos dio mi corazón, sentía a Iria
demasiado tensa. Un sonido saliendo de mi garganta y se
asustaba.
Cogí su mano y la hice sentarse a mi lado.
―Nena, estoy bien. Te lo prometo.
―¿En serio?
―Sí. ¿Cuánto tengo que estar en reposo?
―Un poco más.
―Joder…
―Hazlo por mí, ¿vale? ¿O quieres verme preocupada?
―negué con la cabeza― Gracias ―me dio un beso en la
mejilla y fue a levantarse, pero yo lo evité.
Me miró con las cejas enarcadas. Curiosa.
―Me están desquiciando ―señalé alrededor.
―Pues te jodes, Sanders ―dijo mi cuñado al escucharme―.
Auch, ¿pero por qué?
―Está convaleciente ―dijo mi suegra―. Respeta.
Me inflé como un pavo real.
―Pues anda que no va a durar nada la convalecencia. La
leche ―gimió Connor, matándome con la mirada,
haciéndome reír.
Yo pensaba lo mismo, estaba hasta las pelotas, la verdad.
Pero por Iria, lo que fuera.
―Iria, amor, estás exagerando ―dijo Andy―. Lo sabes, ¿no?
―¿Y cual es el problema? ―mi mujer a la defensiva.
―Ninguno ―Andy se encogió de hombros.
―¡Ahí no! ―exclamé y, entonces, la torta de mi suegra me
la llevé yo― Auch.
―No grites, estás convaleciente.
―Eso no ayuda ―me quejé.
―Pues no me busques. Y ahí sí, ese cuadro es horrible,
Lean. No importa que se tape. Para eso están los adornos
navideños.
―Pero ese cuadro es mi obra de arte favorita.
Mi suegra se encogió de hombros.
―Pero es fea.
Y ya no había nada más que hablar.
―Se despertó ―Kim dejó lo que estaba haciendo y corrió a
buscar a Jamie, que acababa de despertarse llorando.
Me iba a volver loco.
―Esto no ayuda, que te lo digo yo.
―¿Prefieres estar solo? ―preguntó Iria.
―No ―dije rápidamente.
La sensación de soledad obligada era asfixiante. Los
momentos de soledad por gusto sí, pero lo demás no lo
quería.
―Entonces no te quejes. Y disfruta de la Navidad.
Me dio un beso y me quejé cuando se separó de mí. Tenía
ganas de ella. Con el susto, no había vuelto a tocarla
íntimamente y mi cuerpo la necesitaba.
―Nena, échalos a todos y vámonos a la cama ―le dije en el
oído, haciéndola reír.
―Ya, bueno, eso va a ser un poco complicado.
El terror en mi mirada cuando la posé sobre ella.
―Iria… No me jodas.
―Lean, ¡esa boca! ―exclamó mi suegra.
―Lo siento ―dije, contrito y miré a mi mujer otra vez―. Me
lo estoy imaginando y espero que no sea eso ―susurré.
―Verás… –también hablando en un susurro.
Iria mordió su labio inferior.
―Iria, no. Ni de coña, que te veo venir.
―¿Les dices tú que no?
―No, nena. Se lo dices tú que para algo son tu familia.
―También son la tuya.
―Me niego a ello. A lo que sea que no me estés contando y
a que sean mi familia también.
―Pues te jodes, Sanders. O te divorcias, tú verás. ¿Quieres
que le diga a Kim que vuelva a imprimir los papeles del
divorcio?
Mira que estaba hablando bajito, pero nada.
―¿No es denunciable que hagas trabajar a tu secretaria en
horario laboral?
Connor sonrió.
―Denúnciame ―lo retó.
―Todavía y lo hago ―le advertí.
―Lean, no la líes que no tengo ganas de arruinarme ―dijo
Andy.
―¿Qué tienes que ver tú? Ni que estuviéramos casados.
―Por suerte no. No tengo que ver nada, era por no sentirme
excluido.
―¿Por qué tengo que soportar esto? ¿No se supone que
debo de estar tranquilo para poder recuperarme? ―miré a
mi mujer con cara de pena.
―Pues no los piques y verás como esto no pasa ―dijo ella.
La miré ofendido.
―¿Los defiendes? ―no me lo podía creer.
―Si no duermen aquí, yo tampoco.
―Joder ―me removí en el sofá―. Lo que tengo que
aguantar.
―A joderse, Sanders ―rio Connor.
Sonreí, porque todo aquello no eran más que bromas entre
nosotros. Estaba feliz por tenerlos a todos allí, me
encantaba verlos pululando por la casa. Por un tiempo
corto, eso sí. Mucho, cansaba.
Como yo no podía viajar, lo habían hecho ellos para
acompañarnos en las fiestas. Y era de agradecer.
―Bueno, pues yo creo que ya está ―dijo mi suegra.
Las manos en las caderas, mirando su obra de arte.
―Sí, quedó precioso ―mi mujer, como siempre, enamorada
de la decoración de Navidad.
Se levantó y se abrazó a esa mujer de pelo grisáceo tan
parecida a ella. Sonreí al verlas. Qué feliz me hacía verla
feliz.
―Bueno, pues llegó el momento. ¿Preparados? ―preguntó
Andy.
―¡Sí! ―todas las voces al unísono.
Iría se sentó a mi lado, cogió mi mano y entrelazamos
nuestros dedos.
―A la de una… ―dijo entonces Connor, cuando Kim y el
bebé se pusieron a su lado.
Y gemí, temiéndome lo peor.
―Ah, no, me niego ―me levanté de un salto.
―Lean, ¿adónde crees que vas?
―¡A evitar un desastre en nuestra casa! ―exclamé.
Por ahí sí que no iba a pasar.
―A la de dos…
Encima con recochineo, pensé.
―Turner, no me toques los cojones ―le advertí.
―Yyyyyy…
―¡Yo pulso el maldito botón!
―¡Tres! ―gritó entonces mi amigo y me quedé paralizado.
Esperando el desastre, pero este no llegó.
―Me encargué de todo, no te alteres ―rio Andy, supongo
que al ver mi cara descompuesta.
―Tira para el sofá, anda ―resopló Iria, llegando hasta mí.
―Es que yo pensé…
―Pues no pienses tanto, que al final tengo que representar
a mi hermana ―rio Connor.
―Que os den a los dos ―gruñí―. Lo siento, madre ―me
disculpé cuando mi suegra me miró de mala manera.
―Lo que tengo que aguantar ―suspiró la mujer.
―Pues imagina lo que aguanto yo ―suspiró mi mujer,
sentándose a mi lado.
Cogí su mano y volví a entrelazar nuestros dedos.
Diciéndole, sin palabras, que le tocaría seguir
aguantándome.
―Bueno… Pues sí que está bonito ―carraspeé cuando sentí
todas las miradas sobre mí―. Feliz Navidad a todos.
Tardaron en responder, pero lo hicieron.
―¡Feliz Navidad! ―exclamaron con una sonrisa en sus
rostros.
Por fin a solas con mi mujer.
Qué larga se me había hecho la espera.
―No veía la hora de tenerte solo para mí ―la pegué a mi
cuerpo y le di un beso en los labios. Y otro más.
―Lean ―me advirtió.
―Estoy bien, Iria. De verdad. Así que no me rechaces. A no
ser que no quieras que te toque, claro. Pero si es por mi
corazón… Te prometo que estoy bien.
―¿Alguna vez te rechacé? ―me echó las manos al cuello.
―No quisiste dormir conmigo ―le recordé esa noche
cuando me dijo que no volviera.
―Pero si me hubieses enseñado tu polla, no la habría
rechazado.
Me reí, cómo no iba a hacerlo con ese tipo de comentarios.
―¿Estás enamorada de mí o de mi polla?
Iria resopló y se soltó de mi agarre.
―Puf… ¿Por qué tienes que darme a elegir?
Soltó una carcajada cuando la dejé caer sobre la cama. Me
puse encima de ella y la besé.
―Estoy deseando follarte.
―Hmmm… ―movió sus caderas hacia arriba cuando me
coloqué entre sus piernas abiertas―. Pues tendrás que
esperar ―me hizo quitarme de encima de su cuerpo, me
hizo tumbarme sobre mi espalda y se sentó sobre mis
caderas, encima de mi erección―. Esta vez voy a follarte yo
―dijo en mi oído, provocándome escalofríos―. ¿Me dejas?
―Todo tuyo, nena.
La dejé hacerlo todo. Que me desvistiera, que se quitase la
ropa sin que yo la tocase. No era fácil para mí no cogerla y
metérsela hasta el fondo sin esperar más.
Pero era su momento, y quería que lo disfrutara a su
manera.
La tenía desnuda sobre mi cuerpo, también desnudo. Sus
pechos apretados contra mi pecho, la lengua de Iria
lamiendo mi cuello. Y bajando…
Lamió mis pezones.
Lamió mis abdominales.
Su aliento tan cerca de mi polla.
―Nena…
―Shhh…
Cogió mi erección con la mano y lamió la punta para luego
metérsela en la boca.
Dios, cómo se sentía eso.
Bajé las manos y las enrollé en su pelo.
―Quiero verte, nena ―gemí.
Levantó la mirada y pude ver cómo mi polla entraba y salía
de su boca. Sabía cómo hacerlo, sabía cómo me gustaba y
también sabía torturarme.
Y lo estaba haciendo. En ese momento, su estudiada
lentitud era insoportable.
―Nena, por favor ―hice que se la tragara más, ella apretó
los labios con fuerza mientras subía―. Iria, me va a dar un
jodido infarto si no me corro ya.
Y mi mujer, conociéndome, me dejó a punto de caer por el
precipicio.
Dejó su boca libre y se sentó sobre mí.
―Hoy quiero que te corras aquí.
Me metió dentro de ella y comenzó a botar. Haciéndome
gritar de placer cuando el orgasmo llegó, arrastrándola a
ella a caer por el mismo precipicio por el que estaba
cayendo yo.
―Joder, nena ―la abracé con fuerza cuando cayó sobre mí,
su cuerpo completamente laxo―. Fue increíble.
―Hmmm…
Me reí, era tan dulce.
―Ven aquí ―la coloqué mejor y me quedé tumbado a su
lado, frente a frente los dos. Le di un beso y acaricié su
rostro.
Ella con los ojos cerrados, aún extasiada por el orgasmo.
―Tengo un regalo para ti, pero no podré dártelo como
quería.
Somnolienta, abrió los ojos. Y sonrió.
―Joder, nena. Cómo te quiero ―dije al verla sonreír de esa
manera. Totalmente enamorado de esa mujer.
―¿Qué es?
―¿No me quieres?
―Sí. Pero ¿qué es?
―Mañana lo verás ―ya sería Navidad.
―Entonces ¿para qué me dices nada? ―se quejó.
Me reí al verle la cara de pena y la abracé.
―Espero que te guste.
―Yo también ―dijo ella, haciéndome reír otra vez.
Estaba súper nervioso esa mañana. Deseando que Iria
abriese sus regalos.
Todos los demás estaban en ello, yo aún no había abierto los
míos. Yo solo esperaba, histérico, a que Iria abriese uno de
los que le hice.
―Iria, ábrelo ya, nena, que me estás poniendo nervioso.
―¿Qué es? ¿Un anillo? ―miraba y miraba la caja y no la
abría.
Bueno, eso estaba, pero no precisamente allí.
―Está bien ―le costó, porque le gustaba desquiciarme y
quise reír cuando vi que no entendía nada―. Es una llave.
―Aja…
―Oh… Muy mona, sí. Muy grande para colgármela, ¿no?
―señaló su cuello.
Me reí, Iria y sus cosas.
Solo entonces me puse de rodillas, sabiendo que todos
estaban esperando ese momento. Iria era la única que no
sabía nada.
Saqué una cajita, la abrí y le enseñé el anillo que había
dentro.
―Pronto haremos diez años de casados…
―Si no os divorciáis, claro. Auch, mamá ―se quejó Connor.
―¿No puedes quedarte callado? ―refunfuñó mi suegra―
Sigue, hijo ―dijo al ver mi mirada glacial para con su hijo.
―Gracias, madre… ―suspiré. A ver si me dejaban hacerlo
bien― Pronto haremos diez años de casados ―me callé y
esperé a que alguien dijera alguna tontería, pero no lo
hicieron, estaban todos en silencio―. Quiero casarme
contigo otra vez ―Iria ya estaba llorando―. Esa es la llave
de nuestro futuro, será nuestro nuevo hogar si aceptas.
―¿Qué? ―abrió los ojos de par en par. No se lo podía creer.
―Volvamos a casa, Iria. Allí es donde somos felices los dos.
Formemos nuestra familia allí.
―¿Estás seguro? ―asentí― ¿No te vas a arrepentir? ―me
levanté.
―Joder, Lean, esas rodillas cómo crujen. Míratelo ―suspiró
Andy―. La artrosis es muy mala, lo sé por experiencia.
―Señor, lo que tengo que aguantar ―resoplé. Miré a mi
mujer, ya frente a ella y sonreí―. Volvía a la ciudad por
trabajo, para prepararlo todo y pedirte que nos quedáramos
allí juntos, pero no me dejaste explicarme.
―Oh, cariño…
―Soy feliz contigo, nena. Y soy feliz allí, como lo eres tú. El
trabajo tendrá que adaptarse a nosotros, no al revés. Eso es
lo que soy y lo que sé hacer. Seguiré con ello, pero desde
allí. A tu lado y al de nuestros hijos. Si quieres, claro ―súper
nervioso estaba.
―Oh, ¡sí! ―exclamó Iria, ofreciéndome su mano.
Le puse el anillo y la besé delante de todos.
Me sentía feliz, la vida me sonreía.
Después del susto de casi perder a mi mujer y mi salud, no
iba a jugármela de nuevo. Iba a ser feliz y haría lo que
estuviera en mi mano, y más, porque ella lo fuera.
―Te quiero, nena. Prometo que no te volveré a fallar.
Dije antes de volver a besarla y sellar la promesa de un
nuevo comienzo para los dos.
La vida no es fácil, el amor tampoco.
Pero siempre hay que luchar por ello.
Epílogo
ANDY
―¿Cómo está mi ahijada?
Shana, la hija de Lean e Iria llegó a nuestras vidas hacía un
par de meses. Hacía dos años que mis amigos vivían en
Telluride y yo… Yo también me había cansado de todo
aquello.
Volvía a casa. Con ellos.
Volvía a la familia y a la ciudad que me había acogido hacía
ya casi dos décadas, donde no me sentía solo.
―Riendo con Iria ―Lean sonaba tan enamorado como
siempre―. Nenas, ¡os quiero! ―exclamó.
Sonreí, volvía a ser el de siempre. Era aún mejor de lo que
había sido nunca, porque ya no se guardaba nada. Estaba
muy feliz sabiendo que eran felices.
Se lo merecían.
―Turner, ¡los columpios son para los niños! ―gritó entonces
Lean. Connor como siempre, haciendo de las suyas―. Lo
mataré un día de estos ―resopló mi amigo―. ¿Cuándo
sales?
―Por la mañana ―la mudanza ya estaba casi hecha―.
Tendremos que ponernos al día con el trabajo.
―Sin problema ―lo llevaba bien e Iria también.
Por primera vez en su vida, Lean tenía horario. La empresa
siguió adelante, él trabajando desde allí, yo en la ciudad. Y
todo había ido sobre ruedas.
Iria había aceptado un trabajo en el hospital local y lo
compaginaba con la crianza de su hija, igual que hacía Lean.
Shana tenía dos añitos y en los dos meses que llevaba en la
familia, nos había robado a todos el corazón.
Connor y Kim eran felices junto a Jamie. Estaba deseando
llegar y unirme a ellos.
Llamaron al timbre y enarqué las cejas.
―Te dejo ―le dije a mi amigo―. Nos vemos en unas horas.
―Ten cuidado.
Colgué la llamada, fui a abrir la puerta. Y me quedé
completamente paralizado.
―¿Kevin?
Entre Kevin y yo las cosas habían seguido igual. Estaba
enamorado de él y volvía a verlo. Pero él seguía sin dar un
paso adelante y yo volvía a alejarme.
Así seguíamos y todo aquello se había alargado demasiado
en el tiempo.
Decidí marcharme y dejarlo todo atrás. No podía seguir
luchando contra sus miedos. Eso era cosa de él.
―Andy…
Estaba guapísimo. Su pelo ondulado bien peinado, esos ojos
que me miraban con temor.
Y con deseo.
―¿Todavía estoy a tiempo?
Joder, me iba a dar algo.
―Kevin…
―Te quiero y estoy dispuesto a luchar por ti.
Me dio un vuelco el corazón. Era lo que tanto había querido
escuchar.
Pero… ¿Llegaba tarde?
―¿Me aceptarías en tu vida? ¿Puedo irme contigo? ¿No llego
tarde?
Lo besé mientras las lágrimas caían por mis mejillas.
―Te quiero ―dije contra sus labios.
―Y yo a ti ―dijo sin dudar.
Esa vez fue él quien me besó.
Al parecer, la familia volvía a aumentar.
NOVELAS
Vega Manhattan
01 ― Emmanuel
17 ― Cambiaste mi vida
18 ― Sin mirar atrás
23 ― Lo que provocas en mí
25 ― Tengo ganas de ti
Recopilaciones
Serie Propuesta
Serie FBI