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Un regalo de NAVIDAD para ti. Novela corta.

©Vega Manhattan.

1º Edición: Diciembre, 2022

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la


reproducción total o parcial de este libro sin el previo
permiso del autor de esta obra. Los derechos son
exclusivamente del autor, revenderlo, compartirlo o
mostrarlo parcialmente o en su totalidad sin previa
aceptación por parte de él es una infracción al código penal,
piratería y siendo causa de un delito grave contra la
propiedad intelectual.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes y


sucesos son producto de la imaginación del autor.

Como cualquier obra de ficción, cualquier parecido con la


realidad es mera coincidencia y el uso de marcas/productos
o nombres comercializados, no es para beneficio de estos ni
del autor de la obra de ficción.
SINOPSIS
 
Un sobre y una nota que no explicaba nada. Eso fue lo que
se encontró Lean cuando llegó a casa.

Iria se había ido y quería el divorcio.

Pero él no estaba dispuesto a ponérselo tan fácil.

 
ÍNDICE
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
NOVELAS
 

 
 

 
“Confía, siempre, en la magia de la Navidad...”

 
Introducción

Otra Navidad más que llega.


¿No tienes ganas?

Yo un montón. Estoy deseando que llegue ese momento en


el que se me llene el móvil de mensajes navideños sobre
amor, paz y felicidad que me enviará esa gente que no me
ha hablado desde el anterior fin de año y que no tiene ni
idea de si sigo viva o no.

Me hace especial ilusión...

Otra Navidad y otro año más que termina.

Y al primero que yo vea llorando el 31 de diciembre porque


este año se acaba, le “acariciaré” la cabeza con una botella
de champán.
¡Por Dios! ¡Si es que no le veo el fin a semejante tortura!
Vaya años de mierda llevamos últimamente, ¿eh?

Y la cosa no mejora. Así que hazme un favor y el 31 de


Diciembre, justo cuando terminen las campanadas (si es
que no te has atragantado con las uvas, como suele pasar),
grita ¡Jumanji! ¡A ver si así termina la partida de una vez!
Dejando la ironía a un lado, estas fiestas no son tan malas,
¿no crees?

A mí, en el fondo y si me olvido de la cantidad de dinero que


se me va, de los kilos que suelo agregarle a mis caderas, de
las discusiones familiares a la hora de organizar las dichosas
comidas y de toda la mierda varia que conllevan estas
fechas…

Me encantan, ¡las Navidades me encantan! Esa es la


verdad.
Y me encanta compartir estas fechas contigo.

Gracias por leerme, te deseo unas maravillosas fiestas y un


nuevo año lleno no solo de salud, dinero y amor. También te
deseo un año lleno de risas, de momentos inolvidables y de
incontables orgasmos (porque de esto no se habla, pero hay
quienes los necesitamos…)

Sé feliz, al fin y al cabo, para eso estamos aquí.

Y antes de que me convierta en una ñoña…

¡Feliz Navidad!

¡Feliz Año Nuevo!


Espero que disfrutes de esta historia. Nos vemos en 2023.
¡Besos!

Vega Manhattan.
Capítulo 1
LEAN

 
Intenté abrir los ojos, pero no podía.

Joder, dolía.

Con la palma de mi mano, ejercí un poco de presión en la


sien derecha y cerré los ojos con fuerza.
―¡Lean! Maldita sea, ¡abre la puerta! ¡Sé que estás ahí!

¿Andy?

¿Estaba golpeando la puerta?

¿Por qué? ¿Qué estaba pasando?


―¡Lean! ―lo escuché gritar de nuevo.

Conseguí abrir los ojos y, como pude, me levanté. No, sin


antes, casi caerme de bruces porque mis piernas también
dolían y parecían no sujetarme. Me dolía todo, esa era la
verdad. Casi no podía ponerme recto.

¿Qué demonios hacía en el suelo?

―Voy ―intenté gritar. Pero lo único que salió de mi garganta


fue un gallo horrible.
―Lean, ¡joder, tío! ―Andy llegó junto a mí y me agarró,
ayudándome a incorporarme del todo― Apestas ―gruñó.

Fruncí el ceño y levanté un poco el brazo. Inspiré y…

―Oh… Pues sí ―resoplé.

Olía… Yo no sé a qué, pero olía muy mal.

Andy me ayudó a llegar hasta el sofá y me dejó caer en él.

―Joder, me duele todo.

―Me imagino.

Lo vi mirar alrededor y yo hice lo mismo. Había varias


botellas en el suelo. ¿Y eso era una tarta?

―No es mi cumple… ―la palabra se me atascó en la


garganta y, de pronto, la neblina que enturbiaba mi mente,
desapareció― Oh, joder. ¿Dónde está Iria? ―intenté
levantarme, pero mi pierna falló y volví a caer.
―No está ―suspiró Andy.

―Que no está ya lo sé, idiota ―lo miré de mala manera―.


Me dejó, ¿te puedes creer eso? Se fue dejándome una
maldita nota y los papeles del divorcio ―cerré los ojos, eché
la cabeza hacia atrás y apreté las sienes con las manos―.
Mi mujer me ha abandonado. Se ha ido para siempre y yo…
―tragué saliva cuando sentí que iba a llorar.

Otra vez.

No podría decir la cantidad de veces que lo había hecho esa


noche, pensando en ella, releyendo esa maldita nota una y
otra vez.

―Tú necesitas una ducha y un café ―lo miré con cara de


odio―. O tres.

―Necesito a mi mujer.

―No creo que en estas condiciones estés para recuperar a


nadie ―intentó levantarme, pero lo evité―. Joder, levanta
―gruñó de mala manera y lo hice con su ayuda―. ¿Crees
que así podrás arreglar algo?

Me reí irónicamente.

―Como si esto tuviera arreglo. Me ha pedido el divorcio, ¿te


lo puedes creer?

―Si te veo así, hasta yo te lo pido ―yo quería mi cama―.


No, por allí no, vas a la ducha.

―Qué por culo das ―resoplé.

―Ya… De nada ―llegamos al cuarto de baño.

―Iria no quiere estar conmigo ―y cómo me dolía decir eso.

―Adentro ―abrió el grifo de la ducha y, aunque intenté


resistirme, terminé debajo del agua helada.

―Oh, ¡joder! ―exclamé.

―A ver si así espabilas.

―Maldita sea ―apoyé la cabeza en los azulejos y no pude


evitar llorar―. La echo de menos ―susurré.
No había pasado ni un día, pero ya no soportaba la ausencia
de mi mujer.

La quería allí, conmigo. Así era como debía ser.

―Prepararé café ―dijo Andy y suspiró pesadamente―.


Tómate el tiempo que necesites.

Lo hice. Terminé sentado en el suelo del plato de ducha, con


las rodillas encogidas y la cabeza escondida entre mis
brazos, dejando salir todo lo que me estaba quemando por
dentro.

Iria no estaba.

Iria se había ido.

Y yo… Sencillamente no podía con ello.

―¿Mejor? ―preguntó Andy.

¿Lo estaba?

Asentí con la cabeza. Si se refería a mi estado físico, sí, la


ducha de agua fría había ayudado a mis músculos.

―Supongo que la edad no pasa en balde.

―No, doy fe. La maldita rodilla me está matando. Parezco


un viejo ya, ¿sabes que cuando me duele es porque el
tiempo va a cambiar?
A mi pesar, porque no tenía muchas ganas, me reí. Andy y
sus cosas.

―No tienes ni los cuarenta y ya hablas como un señor de


sesenta.

―Pero los cuarenta los tenemos cerca. Ya asoma la cabeza,


no lo olvides. No creo que estemos ya para cogernos estas
borracheras.

Lo sabía, pero de alguna manera tenía que intentar calmar,


aunque fuera por un momento, el dolor que sentía en mi
cuerpo y la locura que se había desatado en mi mente
después de lo que había ocurrido.

―Lo tendré en cuenta ―miré alrededor, Andy había


recogido el desastre―. Gracias ―le dije.

―No son necesarias. ¿Café?

―Sí ―llenó mi taza y suspiré después de beber un sorbo―.


Y gracias por venir.

Andy tenía una copia de las llaves de mi apartamento, esta


era la primera vez que tenía que usarlas.

―¿Qué pasó? ―preguntó sin más preámbulo.

Bebí otro sorbo y dejé la taza de café sobre la mesa baja


que tenía enfrente. Andy estaba sentado frente a mí, en uno
de los dos butacones que teníamos. En el que siempre se
sentaba Iria estaba vacío.

―Me olvidé de su cumpleaños.


―Oh, vamos, Lean.

―Sí, lo sé, soy un capullo. No sé qué me pasó, nunca olvido


una fecha, lo sabes. Pero no me acordé.

―Que reconozcas que eres un capullo integral está bien.


¿Pero me estás diciendo que Iria se ha ido y te ha pedido el
divorcio porque te olvidaste de su cumpleaños una vez?
―sonaba incrédulo.

―¿Por qué si no?

―No lo sé, por algo te lo estoy preguntando. ¿Habéis


peleado? ¿Ha pasado algo que no sé?

―No ―dije rápidamente.

Iria y yo no teníamos peleas graves y que Andy no supiera…

Conocía a Andy desde la Universidad. Desde entonces, nos


hicimos buenos amigos. Junto con el hermano de Iria y la
propia Iria, era de las únicas personas en las que confiaba.

Andy era casi mi hermano.

Además, era mi socio. Teníamos un negocio juntos y nos iba


bien. Ser auditores no era fácil, necesitaba mucho esfuerzo
y muchas horas, pero trabajamos duro desde el principio y
lo conseguimos.
Aún trabajábamos más de lo que deberíamos.

―¿La nota que te dejó? ¿En ella no decía nada?

Negué con la cabeza.


La había leído como mil veces, me la sabía de memoria. Y
no, no decía nada.

“Lo siento, Lean, por hacerlo así. Pero es la única forma en


la que podré seguir adelante con esto. Lo nuestro ya no
tiene razón de ser.
No te pediré que me perdones y entenderé si me odias.
Pero hazme un favor: sé feliz.”
 

―Que fuera feliz ―dije con rabia―. ¿Sin ella? ¿Me abandona
y espera que sea feliz? Maldita sea ―cuánta rabia tenía
dentro en ese momento.

―Iria no haría algo así porque olvidases su cumpleaños,


Lean ―dijo Andy, ignorando mis palabras y volviendo al
asunto.

Lo sabía, en el fondo lo sabía. Pero también sabía que debía


de estar muy dolida por ello.
Dos noches atrás, cuando llegué a casa, ya ella estaba
dormida. Sin darle un beso, me acosté a su lado. Sin decirle
nada, sin acordarme de que ese día ella estaba cumpliendo
treinta y cinco años.
Me di cuenta la noche anterior, cuando abrí el frigorífico y vi
el pastel dentro.

Me maldije como nunca antes lo había hecho.


Pero Andy tenía razón, Iria no me habría abandonado por
algo así. No. Me habría cantado las cuarenta, me habría
mandado a la mierda, pero no habría llegado a ese extremo.

Era Iria, por Dios. Iria no haría algo como eso.

―¿Qué sabes? ―intenté indagar.

―Nada ―dijo él rápidamente.

Ya…
―Las cosas no estaban del todo bien ―comencé a
explicarme―. Habíamos tenido algunas discusiones, pero yo
jamás pensé… ¿Crees que es por lo de los bebés?

Andy enarcó las cejas.

―¿Lo crees tú?

―¡No lo sé, joder! Maldita sea, me estoy volviendo loco.


Solo sé que soy un mierda. Y yo… No pude darle lo que
quería.

―Joder, Lean, realmente eres un gilipollas. Primero que si el


cumpleaños, ahora que si tu esterilidad. ¿De verdad me
estás diciendo que crees que Iria dejaría de quererte por
eso? ¿Me estás diciendo que tu mujer te abandonaría por
algo como eso? ¿A la mínima estaría huyendo? ¡¿Quieres
tocarme los cojones o cuál es tu problema?! ―no me comí
su puño de milagro.
Y lo merecía.

Lo necesitaba.
Porque me estaba comportando como un imbécil de
campeonato.

Claro que no creía nada de eso. Joder, conocía a mi mujer.


No había nadie más leal en el mundo que ella. Y siempre me
demostró su amor.

Y yo, lo único que estaba haciendo era excusar mis mierdas


y culparla a ella.

Gilipollas no, lo siguiente.

―Lo siento ―dije con sinceridad. Me pasé las manos por la


cara―. Todo esto me está volviendo loco y no soy capaz de
pensar con claridad.

―Pues empieza a hacerlo, Lean. Porque la persona de la


que hablas también me importa.

Él no era solo mi amigo, también lo era de Iria. Su mejor


amigo, en realidad. La única persona con la que ella, allí,
tan lejos de su familia, se sentía cómoda para hablar.
Y Andy, seguramente, sabía muchas más cosas de las que
yo podía saber en ese momento. Porque, últimamente, Iria y
yo no hablábamos mucho. Y estaba seguro de que se
desahogaba con él.

Y yo… Yo era un gilipollas.


―Lo siento. De verdad que lo siento ―estaba arrepentido.
De repente, mi mente parecía volver a funcionar―.
Últimamente apenas nos veíamos. Cuando llegaba, estaba
dormida. Apenas hablábamos ―maldije―. La última vez
incluso fue a la clínica sola―mierda, cómo había sido tan
idiota―. Joder, tío, ¿cómo no me di cuenta? ¿Por qué no le di
la importancia que tenía? Se habrá sentido tan sola…
―Hasta que lo entiendes ―resopló mi amigo.

―¿Ella cree que no me importa como antes? ¿Es eso? Joder,


eso es lo que le he demostrado, ¿no?
―Te lo estuvo diciendo a gritos.

Sí, era verdad. Pero hasta ese momento no lo entendí.


―La dejé sola.

Andy asintió con la cabeza.

Era un subnormal.

―Estuvo sola mucho tiempo ―dije.

―Más de lo que pudo soportar. Y te lo advertí, Lean.


Lo hizo. Más de una vez intentó hacerme ver que lo estaba
haciendo mal, pero no lo escuché.

―Pero tenía que trabajar y… ―Andy enarcó las cejas y yo


resoplé. Dejé las excusas a un lado. Limpié las lágrimas que
caían de mis ojos― Jodí mi matrimonio, ¿verdad?

―Sí ―no dudó en responder.

Y no intentaba poner el dedo en la llaga ni joderme de


alguna manera al no suavizar las cosas. Solo estaba siendo
mi amigo.

Siendo sincero.
Sin paños calientes.

Yo solito había echado a mi mujer de nuestra casa.

De mi lado.

De mi vida.

―¿Has hablado con ella? ―le pregunté a Andy.

―No. La llamé y le escribí, pero ni respondió ni contestó.

Yo también lo hice la noche anterior, pero tenía el móvil


apagado y los mensajes no le llegaban.
―¿Cómo supiste…?

―Me llamó Connor. Está con su familia. Llegó bien, puedes


estar tranquilo.
―Gracias ―era un alivio saberlo―. ¿Connor dijo algo?

―¿Aparte de que te matará cuándo te vea? ―quiso


bromear, pero no le salió bien. Además, conociendo a
Connor, estaba seguro de que había dicho algo así― ¿Qué
piensas hacer, Lean?

―¿Qué crees que voy a hacer?


―No lo sé, por algo te pregunto.

―No me jodas, Andy ―me dolía que mi propio amigo


pensara así de mí―. ¿Tan poco me conoces?
―Últimamente parece que nadie lo hace.

Se sintió como si me hubiera dado una patada en el


estómago.
―Sigo siendo el mismo ―me defendí―. Quiero a mi mujer.

―A mí no me lo digas, tío. Aunque te hayas estado


comportando como un gilipollas, yo eso lo sé.

―Qué alivio.

―Deja la ironía, tú solito has hecho esto.

―Ya lo sé, joder ―gruñí―. Pero me jode que ni siquiera mi


mejor amigo tenga claro que lucharé por salvar mi
matrimonio.

―No te lo va a poner fácil. Está muy dolida.

―¿Crees que dejó de quererme?

Tenía miedo a que la respuesta fuera un sí. Pero Andy se


encogió de hombros.

―Eso tendrá que respondértelo ella. ¿Qué crees tú?


La imagen de Iria sonriéndome vino a mi mente. Cuando me
miraba enamorada. Cuando le brillaban los ojos al verme.
Pero esas imágenes fueron reemplazadas por otras,
rápidamente. Por las últimas que tenía de ella.

¿Cómo no me había dado cuenta de que, ya, ese brillo no


estaba?
¿Cómo no había visto que esa sonrisa apenas aparecía? Sus
sonrisas eran, más bien, tristes.

¿Y si de verdad yo mismo había terminado con su amor?


La respuesta que di fue la que más miedo me daba decir.
―No lo sé ―miré a Andy sin guardarme nada. Y me daba
igual si me veía llorar otra vez―. Yo sigo enamorado de mi
mujer ―era de lo único que estaba seguro en aquel
momento―. Y no quiero estar sin ella ―juré.

La echaba terriblemente de menos.

Afortunadamente, el móvil de Andy sonó y pude controlar,


un poco, mis emociones. Andy leyó el mensaje que le llegó
y escribió algo.
No tardó en que volviera a sonar, esa vez con una llamada.
Él me lo entregó, sin ni siquiera mirar el número.

En un primer momento, el corazón me dio un vuelco,


pensando que podía ser Iria. Pero duró poco porque leí el
nombre de Connor en la pantalla del teléfono. Dudé en
cogerlo.
―Vamos, no seas cobarde.

Suspiré pesadamente y acepté la llamada.

―Soy Lean.

―Tú, maldito imbécil. ¿Recuerdas lo que te dije hace años?


―cómo olvidarlo, pensé. Si me lo recordaba cada vez que
quería― Que te mataría si la hacías llorar. Y maldito idiota,
la he visto llorar más en una noche que en toda mi vida.
Se me encogió el corazón al escucharle decir eso.
―¿Cómo está?
―Si esperas que te diga que hecha una mierda por ti,
déjame decirte que no. Ya lloró lo que necesitaba y no
dejaré que lo haga más.
No era capaz de decir nada.

―Lo siento ―eso era lo único que podía decir―. Soy un


gilipollas.
―Oh, de eso no tengo dudas ―gruñó y lo escuché respirar
profundamente. Tardó un par de segundos en volver a
hablar―. ¿De qué va esto, Sanders? ―aquí ya no me
trataba como el cuñado al que quería degollar, aquí me
hablaba como el amigo que era. El que siempre había sido.

―La quiero ―le dije. Y era lo único que tenía que decirle.
―¿Sí? Pues ella no parece saberlo.

―Yo me encargaré de mis problemas con mi mujer.


Solo yo, nadie más tenía que meterse en eso.

Connor estuvo otros segundos más callado antes de hablar.

―¿Tu mujer? ¿Eso significa que no firmaste la solicitud de


divorcio?

Gruñí.

―Turner… ―lo llamé por su apellido, como él lo hacía por el


mío.
―Sanders…

―Pon un plato más para Acción de Gracias.


―¿Eso significa que…?

―Intentaré recuperar a mi mujer ―y por Dios, esperaba ser


capaz de hacerlo, porque no las tenía todas conmigo.

Joder, ni siquiera sabía si ella seguía queriéndome como yo


a ella.
Sin ni siquiera colgar, dejé el móvil de Andy sobre la mesa y
este lo cogió rápidamente.

―Espera, ¿Connor? ―se lo puso en la oreja― Sí


―escuchaba―. Ajá… ―me levanté, tenía que hacer la
maleta―. Pero prepara dos ―dijo Andy. ¿Dos qué?, pensé. Y
como si me hubiese leído la mente, respondió―. Dos platos
para Acción de Gracias, ¿qué iba a ser si no, Turner?
Me quedé parado a medio camino y lo miré. Mis cejas
enarcadas, casi en el nacimiento de mi pelo.

―¿Pero qué dices?


Me ignoró.

―Sí, claro que voy. Si te parece, me quedo aquí. Nos vemos


en unas horas ―colgó la llamada y me miró―. ¿Qué haces
parado ahí? ―se levantó― Vamos, tenemos que irnos.
―¿Tenemos? ―no salía de mi asombro.

―Obvio. Los dos.

―Obvio… Que no ―dije rápidamente.


―Y un cuerno que no. Yo no me quedo aquí ni de coña.

―Pero vamos a ver, Andy. Céntrate. ¿Y la empresa?


―¿Qué le pasa?
Puse los ojos en blanco.

―Que yo me voy y tú te quedas ―y me giré para ir a mi


dormitorio. Ya no había nada más que hablar.
―Tú te vas y yo también me voy.

Puse los ojos en blanco. Otra vez.


―Andy.

―Oh, vamos, no me jodas, Lean. Podemos desaparecer


unos días. La empresa puede seguir sin nosotros allí,
podemos trabajar en línea. Bueno ―se sentó en mi cama y
miró cómo ponía la maleta a su lado―, tú no trabajes que la
lías. Ya me encargo yo de todo.
―Andy…

―Cualquier cosa me vuelvo, de verdad. Pero joder, también


merezco unas vacaciones.
―Claro, ¿pero irnos a la vez? Además, ¿no dices que
trabajarás desde allí? ¿Qué vacaciones son esas?
Andy se encogió de hombros.

―Deja de preocuparte. El mundo seguirá girando, Lean. ¿No


crees?

Supongo que tenía razón. Pero no quería pasar de ser un


adicto al trabajo a dejar todo a su suerte.

―No sé…
―Estaré pendiente. Joder, soy el jefe, ¿no? Tú solo dedícate
a intentar recuperar a tu mujer.
―¿Y a qué te dedicarás tú?

―A ayudarte, por supuesto.


Ay, señor… Gemí, y lo hice por no gritar de frustración.
―No necesito ayuda para recuperar a Iria.
―Ujum… ¿Estás seguro de que no?

Dejé el par de camisas que tenía en las manos en la maleta


y dejé caer mis hombros.

No, no estaba seguro de nada en ese momento.

Lo único que sabía, a ciencia cierta, era que no quería estar


sin ella. Porque Iria lo era todo para mí.
―A la mierda la empresa ―dije entonces, sintiéndolo de
verdad―. ¿Y los billetes de avión? ―miré a Andy.
Él sonrió.

―Tranquilo, ya me encargué de todo.


Enarqué las cejas. Cuándo y cómo no lo sabía. Yo no lo
había visto hacerlo desde que estaba en mi casa.

¿Lo tenía planeado de antes?


Miré a mi amigo, agradecido, tenía mucha suerte de tenerlo
en mi vida y esperaba no fallarle nunca.

Como no volvería a fallarle a mi mujer. Si es que me daba


otra oportunidad...
Capítulo 2
LEAN

 
―¿A esto te referías cuando dijiste “tranquilo, ya me
encargué de todo”?
Solo se me ocurría a mí fiarme de él.

―Estamos a punto de llegar, ¿me encargué o no?


―¿Y la de veces que hemos estado a punto de que nuestras
cenizas terminen esparcidas en el mar no cuenta?

―¿Quieres que te quemen? Yo también. Pero a mí en el


agua no me tires que soy muy malo nadando, no me
apetece pasarme la eternidad sintiendo que me ahogo.

―Pues ve practicando, porque te aseguro que cuando


lleguemos, lo primero que voy a hacer ¡será retorcerte el
pescuezo! ―exclamé.

Es que me sacaba de quicio.

Dio un volantazo y maldije a todos los dioses habidos y por


haber.

―¡Pero no grites, hombre! ―exclamó él al volver a controlar


el coche― A ver si nos la vamos a meter ahora que estamos
a punto de llegar.

―Si no nos la hemos metido ya… Que él se encargaba de


todo, decía. Pues como te encargues igual del negocio, a la
quiebra nos vamos y en la puta calle nos vemos.

―De verdad… Con lejía te voy a lavar la boca. Qué carácter,


por Dios… Desde luego, ¿no entiendes que en la vida hay
inconvenientes?

―Oh, claro que sí. Pero las posibilidades de que todo se nos
haya jodido para acabar montados en… ¡Esto! ―no sabía ni
cómo llamar a esa cosa. Cómo andaba esa chatarra andante
era algo que no podía entender ― Joder, Andy.

―No había otra cosa, ¿preferías esperar?

―¡Pues sí!

―¿No eras tú el de la prisa por recuperar al amor de tu


vida? ¡No puedo vivir sin ella! ¡¡¡La necesito en mi vida ya!!!
¡¡¡No puedo esperar más!!! Pues a joderse, o esto o te
esperabas a que hubiera algo mejor. ¡Ni que fuera mi culpa!

―Y tanto que tengo prisa. Y hubiera llegado el mismo día si


hubiera cogido un vuelo. ¡No que llevamos tres días en el
camino!

―Casi.

―No me jodas, Andy, que, a este paso, cuando llegue, ¡mi


mujer ya se enamoró de otro!

―Lo mismo fue por eso por lo que te dejó.


―No juegues con eso ―le advertí―. Que todavía te dejo sin
dientes.

―Qué poco humor…

―Y empeorará si no llegamos a tiempo para la cena de


mañana.
―Exagerado… Que sí, hombre de poca fe. Mira, “Bienvenido
a Telluride”. Hala, ya estamos aquí. Vivitos y coleando, no
fue tan malo, ¿no?

―Lo peor, te juro que fue lo peor. Tres malditos días para
llegar aquí. Sin dormir, sin ducharnos…

―No hace falta que lo jures ―resopló Connor.

―Y con un hambre… ―continué―. ¿Dónde está mi mujer?


―pregunté, repentinamente desesperado.

―Bienvenido, Cooper ―Connor saludó a Andy con un


abrazo―. Quita, apestas ―me miró cuando ya había
terminado de despotricar―. Sanders… Qué ganas tengo de
partirte la cara ―pero justo después de decir eso, se acercó
a mí y me dio un abrazo―. Bienvenido.

―Gracias. ¿Dónde está Iria?

―No pretenderás presentarte ante ella… ―Andy me señaló


de arriba abajo― Así, ¿no?
―Me importa una mierda. Solo quiero ver a mi mujer ―me
giré, dispuesto a ir a casa de la madre de Iria para ver si
estaba allí.

Pero Connor fue más rápido. También era más fuerte, así
que me cogió por el cuello de la camisa y evitó que pudiera
moverme.

―¿Y qué vas a hacer, campeón? ¿Presentarte ante ella de


esa guisa? ¿Esto es lo que merece mi hermana?

―Oh, vamos ―me deshice del agarre y me giré para mirar a


mi cuñado―. No, y sé, de más, que merece a alguien mejor
que yo.

―Mira, en eso estamos de acuerdo ―dijo Connor.

Lo ignoré, porque ese comentario de parte de mi amigo me


dolía.

―Pero joder, me estoy muriendo, ¿vale? Solo quiero verla y


saber que está bien.
Connor enarcó las cejas. Miró a Andy.

―¿Desde cuándo es tan abierto con sus emociones?

Andy se encogió de hombros.

―Desde que tu hermana se fue. No se guarda una. Y


cuando digo nada, me refiero a nada.

―Y una mierda, Sanders. Hay cosas que prefiero no saber


―me advirtió Connor―. Ahora tira, ―me hizo caminar en
dirección a su casa―. Y quítate ese pestazo a mierda. Por
cierto, ¿por qué oléis a caballo?

―No quiero ni saberlo ―resoplé.

¿Por qué ese coche alquilado, si es que se le podía llamar


así, hedía tanto? Había preguntas que era mejor no
responder.

―Vaya pintas, Sanders. Y esos pelos… ―Connor resopló―


Normal que mi hermana quiera divorciarse de ti.

―No juegues con eso, joder ―me quejé.

―Qué susceptible…

―Está así desde que se fue Iria ―Andy ayudando.

―¿Hecho un piltrafa?

―Entre otras cosas.

Puse los ojos en blanco, tener amigos para eso.

―¿Es así como pensáis ayudarme a recuperar a mi mujer?

―¿En qué momento dije que te ayudaría a recuperar a


nadie? Que estamos hablando de mi hermana, pedazo de
capullo. Que debería estar degollándote, sacándote las
tripas y dándotelas de comer por haberle hecho daño.

―¡Pues hazlo de una vez! ―exploté, elevando las manos al


cielo.

―Sí que está susceptible ―dijo entonces Connor.


―Esto no es nada, prepárate para conocer al rey del drama.
―Que os estoy escuchando ―refunfuñé.

―¿Tan mal está?

―Ya lo comprobarás tú mismo. Kim ―Andy saludó a la


mujer de Connor con las manos, que nos esperaba en el
porche de la casa―. La que te queda ―dijo señalándome.

La guapísima rubia con cara angelical me sonrió con


dulzura. Yo negué con la cabeza y solté un enorme suspiro.
Esos dos eran mis mejores amigos, unos tocapelotas de
primera. Que me ayudarían, sí, pero aguantarlos no iba a
ser fácil.

Esos dos que, para colmo, eran el hermano y el mejor amigo


de mi mujer, era con las dos únicas personas con las que
contaba en este mundo.

Ellos e Iria. Pero ella no estaba y parecía no querer estar


más en mi vida.

No quería perderla porque era la persona más importante


para mí. La persona a la que más quería era ella y había
sido así por los últimos diecisiete años. Ocho años de novios
y nueve años de casados que no cambiaría por nada.

Y, como un gilipollas, lo había echado todo a perder.

La había desatendido.

La había dejado sola.

Seguramente le había dado a entender que ya no me


importaba tanto.
Y ella había intentado evitar este desastre, pero fui tan
subnormal que no quise verlo. Y la perdí. Por idiota. Y no
podía culpar a nadie más, solo a mí mismo.

―Sanders, espera…

Ya instalados en la casa de Connor, después de tomar una


ducha y cenar, sintiéndome, ya, un poco mejor, tomé
asiento en una de las banquetas altas que había alrededor
de la isla central de la cocina y acepté la taza de té que mi
amigo me ofrecía.
Era casi medianoche. Andy ya se había despedido de todos,
estaba agotado.

La mujer de Connor también se había acostado ya. Estaba


embarazadísima, pronto tendrían a su primer bebé. Me
alegraba tanto por ellos.

Así que Connor y yo aprovechamos para tener esa


conversación pendiente.

―Jamás pensé verte tan hecho mierda.

―¿Pensaste que, si alguna vez, tu hermana me dejaba, lo


pasaría bien?

Negó con la cabeza.


―No ―dijo rápidamente―. Pero me impactó verte tan
derrotado.

Suspiré. Era cierto lo que decían, me costaba un poco hablar


de mis emociones. Pero con lo que estaba viviendo, más
bien lo necesitaba. Porque dolía demasiado como para
guardármelo todo para mí mismo.

Con Iria siempre me había resultado sencillo expresarlo


todo, con ella era natural. Y, sin embargo, fue con ella con
quien me había cerrado últimamente. Jodiéndolo todo.
Y ni cuenta me había dado.

―Es como me siento. No tienes ni idea de lo que Iria


significa para mí.
―Tengo a Kim, supongo que puedo entenderte.

―¿Cómo está?
―¿Kim? Pues ya la viste. Con ganas de verle la cara al bebé,
como yo ―la ilusión en su rostro.

―Me alegro mucho por los dos.

―Gracias.
―Pero me refería a Iria ―miré al techo. Si es que...

―Ya ―Connor rio―. Pero me gusta tocarte un poco las


pelotas. Siempre fue divertido.
―Supongo que esta vez te estoy dando bastantes motivos
para divertirte.
Connor dejó las bromas a un lado. Podía verse en su cara
que iba a hablar seriamente.

―Si me hubieran dicho que Iria y tú llegaríais a este punto,


no lo habría creído. Pero viendo a mi hermana, sé que no es
un berrinche ni nada que se pueda solucionar con un lo
siento.

Lo sabía y dolía.

―Todo es mi culpa.

―No sé qué es lo que pasó exactamente entre vosotros. Sé


que habéis tenido vuestros problemas, como los tenemos
todos, pero jamás me imaginé que llegaríais a esto.

―Ni yo…

―Mi hermana llegó llorando, Lean ―estaba hablando muy


serio si me llamaba por mi nombre―. Mi hermana llegó
culpándose de no sé cuántas cosas y pidiéndonos que no te
culpásemos de nada.
Pero lo era, era mi culpa.

―Ella no hizo nada. Todo es mi maldita culpa.

―Te digo que no lo sé porque no ha querido entrar en


detalles. Pero sí sé cómo llegó. Y venía rota.

Sentí como si me clavasen un puñal en el pecho al escuchar


algo así.

No quería verla así. Nunca.


―Es una mujer fuerte y aunque caiga, se levantará pronto.
Lo sé y lo sabes. Iria no va a llorar por las esquinas y a
esconderse debajo del nórdico de su cama. Ella siempre
enfrentará los problemas. Por algo está aquí.

―Lo sé.

―Pero me dolió verla así. Mal. Llorando. Joder, Sanders, ni


siquiera sonrió al verme. ¿Entiendes lo que digo?

Lo entendía bien. Iria era la alegría de la familia, siempre


con una sonrisa. Por más problemas que hubiera, ella
sonreía mientras los enfrentaba.

―Te quiero, Lean, lo sabes. Pero si mi hermana decide que


es más feliz sin ti, yo mismo te echaré de una patada. ¿Me
estás entendiendo? Antes que nada, elegiré su felicidad.

―Sí.

Y no podía reprocharle el que actuase así.

―Hasta entonces, cuenta conmigo. Te ayudaré en lo que


pueda.

―La quiero ―no sabía la cantidad de veces que le había


dicho esa frase desde que había llegado. Y no me importaba
tener que repetirlo una y otra vez―. Le he hecho daño y ni
siquiera he sido capaz de verlo. Entendería que no quisiese
verme más. Pero me niego a creerlo. No quiero pensar que
de verdad maté todo el amor que sentía por mí ―no quería
llorar, pero iba a hacerlo otra vez―. Merecería que me diera
una patada en el culo, Connor. Esa es la verdad. Pero soy un
mierda y un egoísta y espero que no lo haga. No quiero una
vida sin ella. Sé que yo mismo me he encargado de echarla,
pero joder, espero que me dé otra oportunidad. Y haré lo
que sea por volver a tenerla junto a mí.
―¿Lo que sea?

―Lo que sea ―juré―. Como si tengo que vender la maldita


empresa ―y nunca había hablado tan en serio―. Nada es
más importante que Iria.
Connor se levantó, llegó hasta mí, se paró a mi lado y puso
una mano en mi hombro.

―Es ella quien no tiene que tener dudas de lo importante


que es para ti ―me dio un apretón y un par de palmaditas
después―. Las cosas serían más fáciles así, ¿no crees? Si
ella no dudase, no estarías ahora aquí. Pero si se le
demuestra lo contrario… Hechos, campeón, no palabras.

Sí, ese era el quid de la cuestión.

Todas esas palabras que le había dicho siempre, había


dejado de cumplirlas. Y lo que le había demostrado con mi
ausencia y nuestra poca vida de pareja había sido
justamente lo contrario.
Y eso tenía que cambiarlo si quería recuperar a mi mujer.
Capítulo 3
LEAN

 
―A la de una…

―Ay, no ―gimió Andy al escuchar a Connor. Miró a su


derecha, a mí―. La va a liar, ¿verdad?

―Sí ―sin lugar a dudas.


Claro que lo haría. Era Connor, por el amor de Dios. Connor
no sabía hacer otra cosa que romper cosas. Cosa que
tocaba, cosa que se jodía.

Y, aún con sus antecedentes, ¿le habían dejado encargado


de las luces de Navidad?

Ese día era la cena de Acción de Gracias y, como era


tradición en la familia Turner, antes de cenar, encendían la
decoración navideña. Y ese año Connor no solo se haría
cargo de la de su casa, sino también de la iluminación de la
casa de su madre.

A Iria le encantaba ese momento, intentaba pasarlo siempre


con su familia.

A mí me daba miedo si era Connor de quien dependía.


―A la de dos… ―siguió Connor.

―¿Se cree que así le añade emoción?

―Sí ―volví a decir.


―¿No se da cuenta de que lo único que está haciendo es
¡poner nerviosa a la gente?! Auch.

―Pero no grites, joder ―le di un cate en la cabeza―. Que


nos van a ver.

―En todo caso nos escucharían.

―Cooper, no me toques los cojones.


―De verdad, qué susceptible.

―Yyyyy…. ―Connor a lo suyo.

―¿Y qué esperas? Estoy detrás de un arbusto viendo cómo


el imbécil de mi cuñado ¡deja sin luz a todo el barrio!
―porque lo haría, estaba seguro de ello― ¿Y todo para qué?
Para poder mirar a mi mujer a la que ¡aún no me he podido
acercar por vuestra maldita culpa! ―exploté.

Iria miró para atrás y Andy y yo nos escondimos


rápidamente.

―A ver quién es el ordinario. Por nuestra culpa, ¡¿por


nuestra culpa?! Gracias a nosotros estás viendo a tu mujer
―hablaba susurrando.

―Vamos, no me jodas ―gruñí, también en un susurro―.


¿Esto es verla?
Escondido tras un arbusto, mirándola. ¿Y eso, según ellos,
tenía que valerme?

Los primeros tres segundos me habían valido. Cuando me


había dado un vuelco el corazón al verla aparecer. Salió de
la casa de su madre con una sonrisa en la cara y sentí que
se me encogía el corazón.

Estaba preciosa. Su pelo castaño recogido en una coleta


alta, con unos vaqueros rotos que le encantaban, con un
chaquetón que le quedaba grande, pero que siempre usaba
cuando íbamos allí porque decía que era el más calentito y
cómodo que tenía.

Su madre salió tras ella y la paró. Le colocó una bufanda


alrededor del cuello y me hizo sonreír. Pero de tristeza.
Porque ese gesto debería de ser mío. Siempre había sido
mío. Era yo quien se encargaba de que no se olvidara las
cosas.

Porque Iria era un poco despistada y como siempre


terminábamos saliendo con prisas, se dejaba el bolso, la
bufanda o lo que fuera, atrás.

Como estaba acostumbrado, siempre salía tras ella,


cogiendo lo que fuera que olvidase.

Que no se olvidaba la cabeza porque la tenía pegada al


cuerpo, que si no…

Dios, lo que daría por ser yo quien te estuviera abrazando


en este momento, pensé, al ver cómo su madre y ella se
fundían en un cariñoso abrazo.
Solo entonces me di cuenta de que hacía mucho tiempo que
no tenía un gesto así con ella. ¿Desde cuándo había dejado
de demostrarle cuánto la quería?

Maldito imbécil. Merecía lo que me estaba pasando.

Por subnormal.

―Yo acabo pronto con esto ―dije, desesperado. Fui a


levantarme para dejar ya toda esa tontería de mantenerme
todavía alejado de mi mujer porque, según Connor, estaba
muy ilusionada con el alumbrado de la casa y no iba a
permitir que yo se lo jodiese y ahí estaba, mirándola desde
lejos, como si fuera un acosador.

Si es que no se podía ser más patético.

―¡Tres! ―exclamó Connor.

Y, como bien había predicho, se hizo la oscuridad.

―La madre que lo parió ―gemí.

Andy soltó una carcajada.


―¿En serio?

Otro gemido fue mi contestación a esa pregunta. Si es que…


Se veía venir.

―¡¿Pero para qué lo dejas?! ―exclamó Iria.

Volví a colocarme en posición acosadora, mirándola entre


las sombras y sonreí al verla.

Por fortuna, Connor no había dejado a oscuras a todo el


barrio, solo había dejado sin luz la casa de su madre.
Con las palmas de las manos hacia el cielo, Iria negaba con
la cabeza.

Iria miró a su cuñada, que estaba a su lado y le dijo algo.


Kim negó con la cabeza y, entonces, Iria volvió a hablar y se
ganó un cate de su madre.

―¿Y eso a qué vino?

―Porque Iria dijo: “Kim, ¿qué le viste?” Entonces Kim negó


con la cabeza y dijo: “No lo sé”. Entonces tu mujer soltó: “Si
te lo quieres pensar… Mi abogado es especialista en
divorcios exprés, si quieres te doy su número”. Está de
coña, claro, porque su abogado es la misma persona de la
que se divorciaría.

Bufé.

―Lo sé, Cooper, no tienes que explicármelo. Sigue.

―De verdad, qué humor… Pues entonces Emily le ha dado


una torta a su hija y le ha dicho: “Claro, por eso tú estás
divorciada ya, ¿eh? De lo buen abogado que es”. Iria
entonces se ha quejado y está diciendo: “¿Y por qué me
pegas a mí? Dale a él que ni su trabajo es capaz de hacer? Y
se trata de su hermana” ―se señala a ella misma―. “Si no
lo logra conmigo, imagínate con la gente” ―Andy la imitó a
la perfección.

―Auch ―gemí al ver cómo su madre le daba otra vez.

Mi suegra era especialista en collejas. Lo sabía porque yo


había probado unas cuantas a lo largo de mi vida.
Era una bellísima persona, una gran mujer.

Se había quedado sola muy joven, el padre de Iria y Connor


había muerto de un paro cardíaco y ella tuvo que sacar
adelante a su familia.

Y lo hizo muy bien.

La quería mucho, para mí era la madre y el padre que ese


fatídico accidente de coche me robaron hacía ya quince
años. Iria, Emily, Connor y Andy fueron mi mayor apoyo. Y
eso no lo olvidaría nunca.

Connor siempre estuvo ahí, éramos íntimos amigos desde la


guardería, tan íntimos como lo fueron nuestros padres. Y
siempre estuve enamorado de su hermana, pero lo mantuve
en secreto hasta que ella fue mayor de edad y un día,
cuando volvía a casa, la vi en una cafetería con otro… No
pude más.

Desde entonces, hice que el mundo entero lo supiera.

Volviendo a la realidad… Pestañeé varias veces y miré a


Andy.

―Te acabas de inventar todo eso.

―No lo hice.

―¿Cómo que no? Si no se les escuchas. Y no me jodas y me


digas que es porque puedes leer los labios.

―Hombre, pues sí que puedo, ¿te recuerdo que hice un


curso de lengua de signos? Y me ayudó con eso.
―¿Pero qué vas a leer, pedazo de cenutrio, si no se ve a
esta distancia?

―Ya… Eso sí, ahí sí que me fallan mis capacidades. Cuando


vuelva a Nueva York iré al oftalmólogo, porque mientras
conducía hacia este pueblo perdido de la mano de Dios, he
notado que veo menos.

¿Pueblo perdido de la mano de Dios? En fin… ¡Si era un


pueblo de lo más turístico y conocido por sus pistas de
esquí!

―¿Y esperas que me crea que escuchaste…? ―no pude


terminar la pregunta cuando ya Andy me estaba poniendo
un auricular en la oreja.

―Estamos preparados, chaval.

Cierto, se escuchaba todo.

Se llevó otro cate. Y con razón.


―¿Y por qué no me lo diste antes, imbécil?

―Recién acabo de conseguir que te quedes quieto, ¿en qué


momento te iba a dar nada? ―resopló.
―Eso es un golpe bajo, mamá ―estaba diciendo Iria.

Mi corazón empezó a ir a mil por hora al escuchar su voz.

Iria, cómo te echo de menos.


―Pues no me busques la lengua ―decía mi suegra―. Anda,
ve a ayudar a tu hermano, no vaya a ser que el desastre sea
mayor ―resopló su madre.
Iria resopló.

―¿Dónde está?

―En el desván, supongo ―dijo entonces Kim, tras hacer un


rápido contacto visual conmigo. O eso quise creer porque
miró en mi dirección. De vista… Yo andaba peor que Andy,
que ya era decir. Estaba hecho una mierda, básicamente―.
¿No están allí los plomillos?
―Supongo ―suspiró Iria―. Es que si lo sabes, mamá…
¡¿Para qué lo dejas?! La palabra torpe se inventó por él
―iba refunfuñando mientras se alejaba.

―Mierda, ¿por qué no se escucha?


―Porque es con Kim con quien está conectado.

Ah…

Miré de nuevo a Kim y ¿me estaba haciendo un gesto con la


cabeza?

Sin pensármelo, y con unas cuantas dificultades porque,


joder, me había quedado un poco cogido de estar en esa
mala postura (cosas de la edad, ya sabes), me levanté y…
―¿Pero se puede saber adónde vas? ¡¿Tan difícil es que
sigas el plan?! ―escuché exclamar a Andy.

Sí, muy difícil cuando de mantenerme separado de Iria se


trataba.

 
 
―Pues sí que está oscuro aquí… ―la escuché decir mientras
entraba en la casa.

Normal, todo el lugar se había quedado sin luz. Y aunque


entraba algo desde la calle, no era suficiente para iluminar
la casa.

Iria entró por la puerta delantera, yo lo hice usando la


puerta trasera que daba a la cocina. Medio escondido detrás
de la puerta interior de la cocina, la vi acercarse.

Pasaría por mi lado para seguir cruzando el pasillo y llegar


hasta el desván. Cada vez estaba más cerca.

Y no pude contenerme.

Alargué la mano y llegué hasta Iria. La cogí de la muñeca y


tiré de ella. Un grito ahogado salió de su garganta, la había
asustado.

Todo sucedió muy rápido.

Tiré de ella hasta un hueco oscuro. La coloqué delante de


mí, con su espalda pegada a mi pecho y la abracé con
fuerza por la cintura. Noté cómo su cuerpo se tensaba más
de lo que ya lo estaba.
―Tranquila, soy yo ―susurré.

Su cuerpo se tensó más todavía y, de repente, imagino que


cuando me reconoció, esa tensión la abandonó por
completo. Sentí un nudo en el pecho, ella aún confiaba en
mí. Significaba eso, ¿verdad?
Eso me daba esperanzas. Eso me hacía creer que no todo
estaba perdido. Que nosotros todavía teníamos una
oportunidad.
―¿Lean? ―preguntó en un susurro.

La abracé con más fuerza, deseando meterla dentro de mí.


Apoyé la cabeza en su hombro y respiré su aroma.
―Dios, nena…

¿Cuánto hacía que no la llamaba así? ¿Cuánto hacía que no


la tenía entre mis brazos? ¿Cuándo me había convertido en
un gilipollas?
La sensación de tenerla cerca era la mejor del mundo.

Me moría por besarla. No quería dejar de abrazarla nunca.


Pero lo hiciste, idiota. Y la perdiste, dijo la voz de mi cabeza.
No, pensé, no todo está perdido. ¿Verdad?
Le di un beso en el cuello y noté el escalofrío que recorrió su
cuerpo. El mismo que recorrió el mío.

No, no todo estaba perdido. Podía sentirlo. Entre Iria y yo


seguía habiendo algo.

La hice girar entre mis brazos y sin darle tiempo a pensar, la


besé.

Gemí, ante el primer contacto de sus labios con los míos, no


pude evitar gemir profundamente. Un gemido tímido fue lo
que salió de sus labios, esos que temblaban por el roce de
los míos.
Tenía que haberle dado un simple beso e irme de ahí. Joder,
la verdad era que ni siquiera debía de estar ahí. Pero lo
estaba.
Y la estaba besando.

Y ese simple beso se convirtió en mucho más.


Capítulo 4
IRIA

 
―No tienes ni idea de cuánto te echo de menos…

Me quedé un rato así, con los ojos cerrados cuando sentí


que él había desaparecido.

―Estoy volviéndome loca, ¿es eso? ―gemí cuando abrí los


ojos y miré alrededor. Ya había luz en la casa y en aquel
lugar no había nadie.

Solo yo, sintiéndome idiota.

Levanté una de mis manos que, evidentemente, me


temblaba y la puse sobre mis labios. Estaban húmedos.
Calientes. Hinchados como si ese beso hubiera sido de
verdad.

Y el lugar olía a él.

Suspiré pesadamente. Lo había imaginado todo y mi cuerpo


estaba reaccionando como si Lean, realmente, me hubiese
besado.

―No se puede ser más patética ―refunfuñé.

―¿Qué haces ahí sola?


Grité, pegué un salto y terminé en el otro lado de la cocina.

―Joder, Connor. ¿Podrías avisar que llegas?

Mi hermano enarcó las cejas. Yo me puse la mano en el


corazón, sintiendo que se me iba a salir. Menudo susto me
había llevado.

Y con el susto de antes ya tenía suficiente para una


temporada.

No sé ni lo que se me pasó por la mente cuando sentí que


alguien me agarraba en plena oscuridad. Fue pánico. Una
sensación horrible que se esfumó cuando lo escuché hablar.

Lean.

Mi cuerpo entero aliviado. Mi cuerpo, al completo, rendido


ante sus labios.

―Estoy como una maldita cabra ―refunfuñé.

Me lo había imaginado todo y, aun así… Cerré las piernas en


un gesto instintivo. Joder, me había excitado al sentirlo
aunque fuese en una alucinación.

―No hace falta que lo jures.


Puse los ojos en blanco.

―No me digas que fuiste tú quien consiguió que volviera la


luz.

―En realidad lo hice yo ―Andy, para mi sorpresa, entró en


la cocina.
Guapísimo, como siempre. Ese par de ojos azules que me
miraban divertidos y con cariño. Como yo lo miraba a él.
Generalmente, claro, porque en ese momento mis ojos
estuvieron a punto de salirse de las órbitas y solo podía
mirarlo con sorpresa.
El dueño de esa voz profunda me guiñó un ojo y se acercó a
mí con los brazos abiertos. Me hizo una señal con la cabeza
para que fuera hasta él.

Riendo, aunque nerviosa porque si Andy estaba allí, ¿eso


significaba que no me estaba volviendo loca?

Sentí mis piernas flaquear.

Como pude, fui hasta él y nos fundimos en un fuerte abrazo.


―No vuelvas a desaparecer así, Iria. De mí no tienes que
esconderte ―me dijo al oído.

―Lo siento ―no pude evitar derramar alguna que otra


lágrima.

No podía explicarle que necesitaba hacerlo. Que,


equivocada o no, sentí que era lo único que podía hacer.
Tenía que alejarme de Lean y o lo hacía así o no hubiese
sido capaz de marcharme.

―Siempre podrás contar conmigo.

Lo sabía. Pero también era amigo de Lean y no quise


ponerlo en una situación incómoda. No quería presionarlo ni
que sintiese que tenía que elegir entre su mejor amigo y yo.
Jamás le haría eso. Ni a Andy. Ni siquiera a Connor. Tampoco
a Lean.

Respetaba la amistad de los tres y lo que ocurriese entre mi


marido y yo, no tenía que afectarles a ellos. Sabía que era
difícil porque Andy también era mi amigo y Connor, mi
hermano, pero éramos lo suficientemente adultos para
separar las cosas.

―Gracias ―dije emocionada, separándome de él y


mirándolo a los ojos.

Andy me dio un beso en la frente, me puso la mano


alrededor del hombro, colocándose a mi lado, y me abrazó
con fuerza.

―¿Por evitar que Connor deje sin luz al pueblo? ―bromeó.

Me reí.

―¿Qué haces aquí?

Andy señaló hacia la puerta de la cocina, miré hacia allí y


agradecí que él me agarrase disimuladamente por la
cintura, porque sentí que mis piernas no iban a sostenerme.

―Me lo llevaré de aquí si no quieres verlo ―me dijo Andy al


oído.

Me quedé mirando a Lean, el corazón me dio un vuelco.

Él sí era guapísimo. Siempre lo había sido. Para mí el que


más. Y los años no le habían perjudicado. Al contrario, la
edad le hacía lucir más atractivo.
Con su pelo negro hecho un desastre, como siempre, no
dejaba de mirarme mientras se acercaba a mí.

Esos ojos verdes que tantas veces había observado, me


miraban con cautela.

―¿Iria? ―insistió Andy.

Carraspeé y negué con la cabeza. No necesitaba que Andy


me protegiese de nada. Ni de nadie. Mucho menos de Lean.

Me separé un poco de mi amigo y miré al que todavía era mi


marido, porque el divorcio todavía no era efectivo. Al menos
eso era lo que yo sabía, mi abogado no había recibido
ningún documento firmado.

―Iria… ―Lean tragó saliva, lucía nervioso. Con las manos


en los bolsillos, se paró frente a mí.

Lo miré y sentí que se me iba a salir el corazón.

Entonces los recuerdos del beso volvieron a mi mente. Su


perfume, como durante ese beso, envolviéndome.

¿Fue real?

¿Él estaba allí y me besó o fue un momento de locura de mi


mente?

―¿Qué haces aquí? ―no soné enfadada, porque no lo


estaba. Quizás decepcionada y cansada eran las palabras
que mejor podían definir mi estado de ánimo.

Y sorprendida, por supuesto. Porque en ningún momento


pensé que él fuese hasta allí después de lo que yo había
hecho. No sabía cómo iba a reaccionar, pero la verdad era
que no pensé que fuera así.
¿A qué había venido?

Esa era la pregunta que se repetía en mi mente una y otra


vez. ¿Venía a darme, personalmente, los papeles del
divorcio firmados? ¿Era eso?

―¿No imaginaste que vendrías?

Negué con la cabeza y vi una ráfaga de dolor en sus ojos.


Sentía hacerle daño, nunca había querido eso, pero esa era
la verdad.

―No ―dije, poniéndole voz a mis gestos.

―¿Tan rota está nuestra relación que ni siquiera podías


imaginarte que te buscaría?

Me puse tensa y Andy lo notó.

―Lean ―le advirtió nuestro amigo.

―Ese tonito, Sanders ―la advertencia, también, de mi


hermano.

―Está bien ―les dije. No había dicho nada malo, solo


preguntaba lo que parecía no saber. Para mí era evidente
que la respuesta a esa pregunta era sí, pero, para él,
parecía ser que no―. Estoy bien ―miré a Andy y a Connor.
A mi madre y a Kim, quienes aparecieron tras Lean―. Podéis
dejarnos solos.
Noté la mirada que Lean le echó a Andy, exactamente cómo
miró adonde seguía agarrándome. Sabía que no estaba
celoso, no de Andy, pero también conocía a mi marido y
sabía que esa mirada era una sutil advertencia.

Le estaba pidiendo que me soltara.

Andy lo hizo, se marchó, no sin antes mirarme a mí y


esperar mi consentimiento para hacerlo. Me dio otro beso
en la cabeza, haciendo gruñir a Lean y salió el último de la
cocina.

―Un día de estos lo mataré ―gruñó mi marido.

En otro momento me habría hecho gracia su


comportamiento gruñón, pero ya no vivíamos en esa época.
Las cosas entre nosotros hacía mucho que no eran de esa
manera.

―¿A qué viniste?

Lean volvió a mirarme a los ojos.

―¿A qué crees que vine?

Me encogí de hombros, tratando de lucir tranquila. Cuando


lo que menos estaba era eso.
―No lo sé, Lean. Si es a traerme los papeles firmados, es a
mi abogado a quien tienes que dárselos. Y dudo que hayas
venido aquí para ver a Connor.
Sí, Connor era mi abogado, lo cual debía facilitarme mucho
las cosas. Pero no era así, solo me las complicaba en ese
momento.
―Tanta frialdad no te pega, Iria.

―Querrás decir que no me pega contigo.

Lean asintió con la cabeza y yo aparté la mirada. No me


gustaba sonar tan dolida, pero era como me sentía.

―Lo que menos quiero es pelear contigo. Te he echado de


menos ―se me formó un nudo en la garganta al escucharlo
decir eso.

“No tienes ni idea de cuánto te echo de menos…”


Las palabras que había escuchado tras ese beso volvieron a
mi mente.

¿Había sido él?

¿Fueron reales?

¿O fue una alucinación?


Quería saberlo, pero no iba a preguntárselo.

Aparté rápidamente la mirada, no quería observar esos ojos


que me miraban con anhelo. No quería mirar los ojos del
Lean del que yo estaba y estuve, siempre, enamorada. Ese
que había desaparecido en los últimos tiempos.

Porque, entonces, todo sería mucho más difícil y doloroso


para mí.
Carraspeé y fui hasta la cafetera, necesitando tener mis
manos ocupadas con algo y mi mente enfocada en otra
cosa que no fuera el hombre que sentía que estaba detrás
de mí, con su mirada fija en mí.
Poniéndome nerviosa.
―Dudo que sea por eso por lo que viniste hasta aquí. ¿Un
café? ―pregunté aparentando normalidad.

Normalidad que no sentía en absoluto.


―Iria…

―Yo me tomaré uno, de repente me hace falta ―cogí una


de las cápsulas de café, pero, rápidamente, desapareció de
mi mano.
―El café a esta hora te sienta mal.

―Como si te importara ―dije de mala manera, sin poder


esconder la amargura que sentía.
―Joder, Iria ―Lean me cogió de la mano y me hizo girarme
para enfrentarlo―. Mírame, por favor ―me pidió―. Por favor
―casi me rogó cuando mantuve la mirada en el suelo.

Poco a poco, levanté la mirada a la altura de los ojos de ese


hombre de casi metro noventa. Mi metro sesenta y ocho se
quedaba corto en ese momento.

Mis ojos se encontraron con los suyos.


Los de Lean brillaban por las lágrimas no derramadas.

―¿Crees que no me importas? ―preguntó― ¿De verdad es


eso lo que crees? ―giré la cabeza, pero él puso los dedos en
mi barbilla e hizo que lo mirase otra vez― ¿Es eso lo que
crees, nena? ¿Es eso lo que te he hecho sentir?
Eso y más.
Me he sentido sola. Me he sentido no deseada. Me he
sentido un incordio en tu vida. He sentido que sobraba, que
molestaba, que ya no era lo que deseabas. Me he sentido
como un cero a la izquierda. Como si estuvieses conmigo
por costumbre o por obligación.
Quizás no sabías cómo terminar con todo y por eso te
mantuviste casado conmigo.
Eso era lo que pensaba, pero no iba a decírselo.

Lo había intentado muchas veces. Me había sentado a


hablar con él, le había explicado cómo me estaba sintiendo
y que no me gustaba sentirme así.

Pero nada cambió.

Me harté.

Y me fui.

―Iria, por Dios ―intenté irme de su lado, pero él cogió mi


cara entre sus manos―. Respóndeme. ¿Es eso lo que crees?
¿Que dejé de quererte? ―preguntó con la voz tomada.
Como si le doliera preguntarlo.

―Eso es lo que me has demostrado.


Capítulo 5
LEAN

 
Había analizado mucho la situación y sabía, con certeza,
que ella se sentiría así.
Sola.

Poco valorada.
No querida.

Y a saber cuántas cosas más. Y me odiaba por ello.

Pero sabía que no sería fácil para mí escuchárselo decir. Aún


así, tenía que preguntárselo, quería que ella me confirmase
todo lo que había hecho mal. Porque solo así podría
arreglarlo, si es que me daba la oportunidad.

Cuando respondió, sentí que se me rompía el corazón.

―Eso es lo que me has demostrado.

No era lo mismo saberlo que escucharlo de sus propios


labios. Dolía como el infierno pensar que eso era lo que ella
había sentido. ¿Cuán sola y mierda tendría que haberla
hecho sentir para que ella llegase hasta ese punto, en el
que pensase que no me importaba? ¿Qué tan mal tuve que
hacerlo para que mi mujer, la persona a la que más quería
en el mundo, sintiese que ya no la quería?

Había que ser muy gilipollas para lograrlo y estaba claro que
yo era un gilipollas de primera.

―Nena, por Dios…

―No quiero ―me pidió entonces y negó repetidamente con


la cabeza―. No quiero escucharte, Lean. Nada de lo que
tengas que decir.

Noté el miedo en su voz. Tenía miedo a que le confirmase


todo aquello, ¿no era así?

―¿Que te quiero tampoco?

Una sonrisa irónica salió de la garganta de mi mujer. Se


separó de mí, alejándose todo lo que podía entre aquellas
cuatro paredes.
―A buenas horas ―noté que estaba llorando, lo confirmé
cuando volvió a mirarme y vi las lágrimas que caían de sus
ojos. No las ocultaba, ella nunca se guardaba nada
conmigo―. ¿Me quieres, Lean? ¿Has venido aquí para
decirme eso? ―asentí con la cabeza, ella hizo el gesto
contrario. Me miró y puedo jurar que jamás olvidaré ni esa
mirada ni las siguientes palabras― No te creo.

Más cruel, más doloroso que el que me hubiese pedido el


divorcio… Peor que el descubrir que le había hecho daño,
que se había sentido despreciada y abandonada fue
escuchar esas tres palabras.
“No te creo”.
Y ella lo sabía. Sabía que eso sí podía hacerme mucho daño.

―Supongo que me lo tengo merecido.

―No intento hacerte daño, Lean ―suspiró ella.

Pero lo había hecho, con esas palabras lo había hecho. Y


reaccioné a ello.

―¿Por eso te fuiste así? ¿Por eso me abandonaste? ―la


rabia apoderándose de mí por culpa del dolor que sentía.
Era la única manera en la que podía lidiar con mis
emociones en ese momento― Para no querer hacerme
daño, diste en el clavo pidiéndome el maldito divorcio ―la
mordacidad en mi voz―. Te he odiado tanto desde
entonces, Iria. Y lo entenderías, ¿no? Eso me dijiste
―necesitaba sacar toda la rabia y el dolor que llevaba
dentro, la impotencia me llevaba a ello―. Que sea feliz me
deseaste. ¿Cómo demonios voy a ser feliz sin ti? ¡Maldita
sea!

―Para eso viniste…¿Para culparme en persona? ―negué


con la cabeza, pero ella continuó― Si así te sientes mejor,
hazlo, Lean. No te recriminé nada, no te pedí nada. Ni
siquiera te armé una escenita. Porque todo eso lo hice
antes, mientras intentaba pedirte que me ayudaras a salvar
lo nuestro, porque yo sola ya no podía.

No, no era eso. Joder, no lo era. No había ido a recriminar


nada, pero necesitaba decirle el daño que me había hecho
con su forma de actuar.
―Iria, no es así. No confundas las cosas.

―No confundo nada, Lean. Te lo dije en la nota, entenderé si


me odias. Y sí, entiendo que lo hayas hecho. Dímelo si es lo
que necesitas, desahógate, cúlpame de todo. Pero hazlo y
vete, por favor. Desaparece de una vez de mi vida y no nos
hagamos más daño. Dejemos a un lado una historia muerta,
reconozcamos que fracasamos, que lo que había entre
nosotros ¡ya no existe! ―explotó ella, a viva voz.

No podía creérmelo… Ella de verdad creía que nuestra


relación ya no tenía arreglo. Y joder, cómo dolía saber eso.

Cómo me dolía verla tan dolida, tan resentida, tan triste.


Porque lo estaba, se le veía en los ojos. A mí no podía
ocultármelo.

Iria se giró y yo me mantuve inmóvil. Así durante unos


segundos, simplemente mirando su espalda. Dándole
vueltas a la cabeza. Pensando en cómo, llegados a ese
punto, podía demostrarle a ella que estaba equivocada.

No estaba allí por ninguna de esas razones. No estaba allí


por mi maldito ego. Estaba allí porque quería recuperar a mi
mujer.

Porque de verdad la amaba. Más que a nadie en el mundo,


amaba a Iria.

Ella era mi única familia. No tenía a nadie más. Ella siempre


lo había sido todo para mí y…

No me creía.
―En ningún momento te he culpado, Iria ―la noté tensarse
al escucharme hablar y suspiré pesadamente―. Nunca ha
sido mi intención venir a recriminarte nada.

―¿Entonces a qué viniste?

―Sí es cierto que me dolió e incluso, por un corto espacio


de tiempo, sentí que te odiaba porque me hubieses
abandonado. Pero fue un sentimiento pasajero. Jamás lo he
pasado tan mal como en ese momento, Iria. Cuando entré
en casa y sentí que ya no estabas allí ―ella no me miraba,
pero yo tenía que seguir hablándole, sincerándome―. Ni
siquiera había visto el sobre y ya lo sabía. Sentía la soledad
de nuestra casa. Te maldije, a ti y al mundo. Y a mí. No
entendía nada. ¿Se marchó porque se me olvidó su
cumpleaños? ¿Qué hice para que llegara a eso? Me
emborraché, intentando nublar mi mente porque no tenía
las respuestas y dolía tanto… ―solo entonces ella se giró y
me miró a los ojos.

Ese precioso par de ojos color miel con los que tantas veces
había soñado no me miraban como me gustaría. Y daba
miedo pensar que nunca volverían a hacerlo.

―Para mí tampoco fue fácil marcharme.

―Lo sé. Y sé que es por mi culpa, Iria. Créeme, lo sé muy


bien. También sé que habrá cosas que haya hecho mal y de
las que ni siquiera soy consciente aún. Pero me gustaría que
me las dijeras. Me gustaría que me dieras la oportunidad de
volver a ser el hombre que siempre fui contigo.
Ella negó con la cabeza.

―¿Para qué? ―preguntó en un susurro.

―Porque te quiero ―esa era la verdad―. Sé que no te lo he


demostrado, pero te juro que lo hago ―una lágrima cayó,
ella la miró detenidamente, como embobada. Volviendo la
vista a mis ojos cuando la lágrima rozó mi labio―. No quiero
perderte, nena. No quiero perder lo que somos.

―Ya no somos nada.

―Y un cuerno que no ―fui hasta ella, cogí su cara entre mis


manos y la miré a los ojos―. Me costó la vida separarme
antes de ti, no quería dejar de besarte ―vi la sorpresa en
sus ojos y sonreí. Acaricié su labio y lo miré antes de volver
a mirar sus preciosos ojos―. Nunca he dejado de desearte,
Iria. Tampoco he dejado de quererte. Sé que no me crees
―lo veía en sus ojos―. Pero ¿podrías darme una
oportunidad para demostrarte que es verdad?

―Lean… ―se deshizo de mi toque.

―Solo una, nena ―puse las manos en su cintura y la miré


con intensidad―. Déjame quedarme aquí contigo y déjame
demostrarte que sigo siendo el de siempre y que lo nuestro
está muy lejos de terminar.

―No sé si funcionará.

―Déjame intentarlo.

―¿Durante cuánto tiempo?

Me encogí de hombros.
―El que necesitemos, no me importa.

―La vida no es esta, Lean. Las cosas podrían funcionar


aquí, ¿pero y después?

―Después también.

Ella negó con la cabeza.

―Después volveremos a lo mismo.

―No lo haremos.

―Nueva York, el trabajo, el estrés… ―no dejaba de negar


con la cabeza― No quiero volver a eso. Cambié de trabajo
por lo mismo, dejé la cirugía por la medicina interna por no
llevar esa vida y lo sabes. No es la vida que quiero. Pero es
la que tú quieres.

―Te quiero a ti.

―¿Y tú trabajo, Lean? Lo es todo para ti. No puedes dejar


eso.

―No, nena ―negué rápidamente―. Tú eres todo para mí.


¿Es que no lo entiendes? Nada de eso me importa una
mierda. Le pueden dar al trabajo. ¿Crees que no sería capaz
de ello? Sería capaz de todo por ti. Joder, déjame
demostrártelo. Déjame mostrarte que nada me importa más
que tú. ¿Quieres vivir aquí? ¿Es eso?
―Lean ―suspiró.

―Vivamos aquí entonces. Donde sea, como sea, pero


contigo.
―Lean, las cosas no son tan fáciles y lo sabes. No somos
críos de esos que piensan que el amor lo puede todo. Joder,
mira cómo estamos.

―Lo superaremos, nena.

―O no. No lo sabemos. Porque llegará la rutina, pasarán los


días y llegarán los resquemores, las cosas que echar en
cara… Jamás te pediría un sacrificio así, no quiero que
cambies tu vida. Nunca quise eso. Nunca te pedí que
dejases tu trabajo ni lo haré ahora. No tenía ni tengo ningún
derecho a hacerlo. Y por eso me fui, ¿no lo entiendes?
―Lo único que entiendo es que no quiero perderte. Lo
demás me importa una mierda.

―Ay, Lean… ― suspiró.


―Mi vida está donde estés.

―Tu vida está allí, tu negocio y lo que te gusta está allí. Y


quizás la mía ya no.
―Entonces la mía tampoco.

―No seas crío, Lean.


―¿Me quieres, Iria?

―¿A qué viene eso?

Enarqué las cejas.


―¿Por qué no respondes y ya está?

―Porque es una pregunta trampa, lo veo ―resopló.


Y, por primera vez en mucho tiempo, reí.
―Esperaré a que me lo digas entonces. Y que conste que
estoy deseando escucharlo.

―Pues espera sentado ―resopló otra vez.


Me reí de nuevo.

―Nena, por favor. Sé que no tengo derecho a pedirte nada y


que me merezco que me des una patada y me mandes lejos
para siempre. Pero soy un maldito egoísta cuando de ti se
trata y no soporto que estemos lejos el uno del otro. Joder,
nena, ni horas sin ti y ya me sentí morir ―no me quería ni
acordar de lo mal que lo pasé.

―Exagerado…

―Pregúntale a Andy y me dices ―bufé.

―Pues al más indicado iba a preguntarle…

Sonreí. Ella desvió la mirada al ver que la observaba con


una sonrisa en la cara.

―Hacía mucho que no estábamos así ―susurré―. No quiero


perder esto, nena.
Esa era la única verdad.

Noté cómo llenó sus pulmones de aire y cuando me miró, la


esperanza se apoderó de mí.
―No sé si podremos lograrlo ―la duda en su voz.

―Lo haremos ―juré.


―¿Y si no?
―Respetaré tu decisión. Te prometo que lo haré ―no era
fácil hacer esa promesa, pero tenía que hacerla―. Si no
somos capaces de hacer funcionar las cosas ―tampoco era
fácil terminar esa frase, pero…―, yo mismo firmaré los
papeles, sin necesidad de que digas nada, y me iré.

Esos segundos en los que ella miraba a la nada mientras


elucubraba, se me hicieron eternos. Cuando posó los ojos en
mí, sentí que se me salía el corazón por la boca.

Se mordió el labio y yo resistí el impulso de tocarlo.

Iria dudó, pero al final habló.

―¿Cómo lo hacemos? ―preguntó en un susurro.

El alivio que sentí fue inmediato.


Quería gritar de alegría. Quería saltar de la emoción.
Quería…

Lo único que de verdad quería en ese momento era besarla.


―Solo déjate querer ―gemí.

Y la besé.

La besé como quería haberlo hecho un rato antes,


devorándola. Saboreándola. Sintiéndola conmigo como
hacía tanto tiempo que no la sentía.

Amándola como se merecía.

Todo el miedo que estaba sintiendo durante los últimos días


convertidos en un deseo voraz. La necesidad de
demostrarle cuánto me importaba, cuánto la deseaba y
cuánto la amaba, convertida en beso.
La había echado tanto de menos…

Había estado a punto de perder a esa mujer y de perderme


a mí mismo en el camino.
Todavía no había ganado.

¿Lo haría alguna vez? No, porque no se trataba de eso.


Había entendido que no había que dar por hecho las cosas y
que el amor había que demostrarlo día a día.
No solo con palabras, también con hechos.

Más aún cuando la rutina se instalaba en la pareja. Cuando


el estrés y los problemas comenzaban a asfixiar, ahí era
cuando más había que abrirse con la otra persona y no
guardarse nada.
Al fin y al cabo, ¿para qué, si no, existen las parejas si no es
para ayudar a que el otro se levante cuando cae?

El amor, en las malas, no es tan fácil y es ahí cuando hay


que demostrarlo.
Yo fallé y casi perdí a Iria por ello. Por fortuna, ella me había
dado una oportunidad y por Dios que no iba a
desaprovecharla.
―¡A la de una…!

A la mierda el beso.
Gemí y no, precisamente, de placer, sino porque me veía
venir lo que iba a pasar. Otra vez.

―Ay, no ―ni palabras tenía.

Iria salió corriendo de la casa, yo hice lo mismo al


escucharlo.

―Pero no lo dejéis, por el amor de Dios. ¡Que va a dejar a


oscuras a todo el barrio! ―exclamó mi mujer saliendo al
patio delantero.

―¡A la de dos!

―Joder, Andy, ¡pero no lo apoyes! ―exclamó Iria.

―¡Y a la de…!

―Se viene el desastre ―gemí de nuevo.

―De esta me divorcio, lo prometo ―dijo Kim.


―Tener hijos para esto ―mi suegra ya no sabía ni dónde
meterse.
―¡Tres! ―gritó Connor a todo pulmón.

Cerré los ojos, por pura inercia. Poco a poco, al no escuchar


nada, los abrí. Al parecer, todos habíamos actuado igual y
todos nos quedamos con la boca abierta cuando vimos la
maravilla que teníamos delante.
Nunca había visto nada similar.

En el porche, encima de los escalones de entrada, Connor


lucía una sonrisa de oreja a oreja. Tenía el pecho inflado, era
evidente que estaba orgulloso de lo que había hecho.
A su lado, Andy luciendo tan pomposo como el otro.
―Dios, cariño. ¡Es precioso! ―Kim con ojos de enamorada.

―Ay, ¡el pavo! ―gritó mi suegra, corriendo para dentro de


la casa.
Cada uno a lo suyo, pensé, divertido.
Iria estaba a mi lado. Completamente embobada. Sonreí. Me
puse tras ella y la abracé, apoyando la cabeza en su
hombro.
―Es precioso ―la emoción en su voz.

―Sí ―dije, pero pensando en ella. En ese momento especial


que estábamos compartiendo los dos.
Y que podía no haber compartido más.

Se me retorcía el estómago cuando pensaba en lo cerca que


había estado de perderlo todo. No volvería a eso, nunca. No
si de mí dependía.
Porque, solo junto ella, yo me sentía en casa.
 
 
 
 
 
Capítulo 6
LEAN

 
Me senté en el porche, al lado de Andy. Hacía un rato que
habíamos terminado de cenar y Andy, quien se suponía que
iba al baño, seguía sin aparecer.

Así que fui a buscarlo.

Estaba sentado en los escalones, con la mirada perdida, los


codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas y la cabeza
sobre ellas.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté.

Andy suspiró, me miró y sonrió como si nada ocurriese.

―Solo tomaba un poco de aire.

―Ya… ―no lo creía. Lo conocía bien y mentirme era algo


complicado.
―¿Feliz?

Asentí con la cabeza.

―Tengo mucho que demostrarle y tengo mucho por lo que


compensarla, pero sí. Feliz de que me haya dado la
oportunidad de hacerlo.
―Ella te quiere.

―¿Me lo dices como mi amigo o como su amigo?

―Como el de los dos.


―Siempre creo que no la merezco.

―No seas idiota. Y no dejes que vuelva a perder nunca más


la sonrisa. Esa sonrisa tonta, por alguna razón que
desconozco, solo la tiene contigo ―bufó, intentando
bromear.

Sonreí tontamente, a mí me pasaba lo mismo. Nada de eso


había cambiado en esos diecisiete años.

―¿Y tú por qué la perdiste?

―¿El qué?

―La sonrisa ―mi amigo miró de nuevo al frente, evitando


mi mirada. Iba a mentirme otra vez.
―Solo estoy cansado. Ha sido un día intenso, ¿eh?

―¿No te cansas de mentirme?

―¿Quién miente a quién? ―preguntó Connor, estaba detrás


de nosotros.
Pasó por mi lado, bajó los escalones y se sentó en el último
de ellos, de lado, para mirarnos a los dos.

―¿Qué haces aquí? ―le pregunté.

―Os buscaba.

―Bien…
―¿Quién miente? ―insistió Connor.

―Este ―señalé a Andy―. Me la quiere meter doblada.

―Joder, Cooper. ¿Aún no entiendes que es difícil? Guiñas el


ojo cuando lo haces.

―Yo no guiño nada. ¡Y no estoy mintiendo! ―indignadísimo.

―¿Ves, Sanders? ¿A que lo acaba de guiñar?

―Totalmente ―afirmé.

―No lo he guiñado ―Andy entornó los ojos―. No empecéis


a tocarme las pelotas.

―Entonces deja de mentirme y dime qué es lo que te pasa


―insistí.

―Joder, ¿no podéis dejar a la gente con sus problemas sin


tener que meter las narices en ellos?

Connor y yo no lo dudamos.

―No ―dijimos a la vez.

―¿A mí me vas a decir eso? ¿Precisamente a mí? Mira,


Andy, no me toques las narices que ¿te recuerdo que me
tuve que comer días de viaje para llegar aquí en esa
chatarra inmunda solo porque tú tenías que, por cojones,
acompañarme? Necesitaba ayuda para recuperar a mi
mujer, dijiste.

―Y la necesitabas ―Connor estaba de acuerdo.

―Claro que sí ―la ironía en mi voz―. Necesité esconderme


detrás de un arbusto, ¿no?
―Pero funcionó ―Andy súper satisfecho.

―Porque me escapé, pedazo de idiota ―resoplé.

―Ese era el plan ―miré a Connor de mala manera cuando


dijo eso.

―¿Te quedas conmigo?

―No.

―Cuestión ―volviendo al tema―, ¿qué te pasa? ―volví a


mirar a Andy.

―Joder, tíos. ¿No lo vais a dejar pasar?

―No ―al unísono.

Andy maldijo a todos los dioses. Una y otra vez.

―Os envidio ―dijo, para mi sorpresa―. No me


malinterpretéis, quiero que seáis felices y quiero verlo. No
quiero veros sufrir y lo pasé mal viendo cómo estabas
cuando Iria se fue. Pero os envidio, a los dos.

―¿Por qué? ―preguntó Connor, sin entenderlo.

Yo sí lo entendí pronto.

Andy se encogió de hombros.

―Porque yo no tengo a nadie con quien compartir estos


momentos.

Abracé a Andy, mi brazo alrededor de él, sobre sus


hombros.

También estaba solo en el mundo, como yo.


―¿Nosotros no somos nadie? ―intenté bromear.

―Tú me entiendes…

Sí, lo entendía muy bien.

―Lo siento, tío. He estado tan metido en mis cosas que no


te he preguntado ni cómo te sientes tú. De verdad, soy un
puto egoísta ―así me sentía.

―¿Pasó algo? ―Connor perdido, como siempre.

―Nada que perdonar ―sonrió Andy y miró a Connor―. Lo


de siempre. Otro año más guardando lo que siento, sin
poder demostrarlo. Las segundas Navidades en las que
quedaré relegado a un segundo plano.

―¿Seguís igual? Joder, pensé que las cosas habían


avanzado un poco desde la última discusión.

―No hablamos desde entonces ―y de eso, si mal no


recordaba, hacía un mes―. Me niego a amar en secreto. No
creo que sea justo para ninguno de los dos.

―¿Tan difícil se lo pone su familia? ―preguntó Connor.

―El mundo, por desgracia, nos lo pondrá difícil muchas


veces. Pero hay que elegir. Y Kevin volvió a elegir al mundo
antes que a mí.

Esa era la historia amorosa de Andy. No todo eran risas en


su vida, también había muchas lágrimas.

También sufría por amor.

Y no era justo para él.


Tenía todo el derecho de amar en libertad. Amase a quien
amase. Tenía todo el derecho a que lo amasen. Nadie tenía
que esconderse por sentir algo tan bonito como era el amor.

Pero el mundo era y sigue siendo una mierda y no lo ponía


fácil.

Y eso tenía que cambiar.

―Si te quiere, te buscará. Y si no… ―suspiré― No es la


persona indicada para ti.

Andy lo sabía, pero no por eso dolía menos.


―Gracias ―nos dijo con sinceridad―. De verdad que os lo
agradezco. ¿Pero os importaría dejarme un rato solo?

―Bueno… Eso va a ser un poco complicado.

Miré hacia atrás, a Iria, que era quien había hablado.

―Hola, nena ―sonreí.

―Hola ―sonrió.

―Joder, así no ayudan ―bufó Andy.

―Ayudar, sí, de eso se trata ―Iria sacudió la cabeza, como


saliendo de un trance.

―¿Se trata el qué? ―pregunté.

―A ver ―miró a Connor―. Lo primero es que te relajes. No


hace falta que te estreses, ¿me entiendes?

Connor frunció el ceño.

―Me estás estresando con solo decirme eso ―bufó.


―Ya, bueno… ―Iria gimió― Verás, Connor. Respira, ¿sí?

―¡¿Pero se puede saber qué pasa?! ―exclamó,


levantándose de un salto.

―Sí, la tranquilidad en persona ―se mofó Andy.

―Iria, nena, pero di algo. Así solo lo vas a poner más


nervioso. ¿Le pasó algo a Kim?

―¿Kim? ―Connor se quedó blanco cuando se dio cuenta de


que existía esa posibilidad― Dios, ¡Kim!

―No, no ―negó rápidamente Iria, antes de que a su


hermano le diese algo―. Es solo que…

―¡La leche que tragaste, Connor! ¡Quiero el divorcio! ―gritó


Kim a todo pulmón.

―¿Pero qué? ―descompuesto, sin entender nada, Connor


corrió hacia dentro de la casa.

―Kim está de parto ―terminó de decir Iria cuando ya su


hermano no estaba.
―Que ¡¿qué?! ―tanto Andy como yo nos levantamos de un
salto.

―Bueno, en algún momento tenía que pasar, ¿no? ―suspiró


Iria― Andy, en la mesita de la entrada deben estar las llaves
del coche de Connor, como siempre. Encárgate de tenerlo
preparado para llevarlos, mi madre irá con vosotros.

―Está bien ―corriendo, Andy entró en la casa.


―Y tú… ―Iria me miró y noté que estaba a punto de llorar.
Se había puesto nerviosa y entre eso y los nervios, solía
reaccionar así― ¿Podrías…?

No la dejé terminar, no era necesario. No tenía ni que


pedírmelo.

La abracé con fuerza y disfruté mientras ella hacía lo


mismo. Le di un beso en la cabeza antes de que se separase
de mí.
―Gracias ―susurró.

―¿Mejor? ―ella asintió― Entonces vamos a verle la cara al


bebé.
Fue un caos, ni qué decir que Connor estuvo a punto de
volverse loco. Andy estuvo a punto de volverme loco a mí
porque no callaba y yo, además, casi me vuelvo loco porque
apenas veía a Iria, que estuvo presente en todo el parto.
Desde luego, una noche para recordar. No la olvidaríamos
nunca.
Un año de Acción de Gracias que había terminado de la
manera más inesperada. Pero también feliz.
Parecía ser que la vida, ese año, nos tenía preparadas
algunas sorpresas.
¿Habría alguna en Navidad?
Capítulo 7
IRIA

 
Noté cómo Lean me abrazaba con fuerza y me acurruqué un
poco más. Hacía tanto que no sentía a mi marido así… Tan
cercano a mí, en todos los aspectos.
Solo habían pasado horas desde que había decidido darle
una oportunidad, pero ya notaba su cambio.
Volvía a ser el hombre de quien me enamoré y no ese ser
frío y ausente en el que se había convertido.
Lo había hecho mal, y él lo sabía. Pero no podía negarle la
oportunidad que me estaba pidiendo porque, en el fondo,
también era algo que yo quería.
Tomar la decisión de dejarlo no fue fácil e iba a hacerlo, no
había nada de estrategia en ello, no buscaba asustarlo o
darle una lección. Me quería a mí misma, me respetaba y
me valoraba y sabía que ya lo había intentado demasiado.
Pensé que ya no había nada que salvar. Y, sin drama
ninguno, me fui.
Pero era cierto que pensé, solo una vez y por poco tiempo,
que existía la posibilidad de que no todo estuviese roto y
que mi marido podía reaccionar. Y buscarme.
Siempre quedaba esa esperanza, ¿no? Aunque la ocultase
bien dentro de mí.
Fueron pocos segundos los que pensé en algo así, y menos
mal que sucedió. Porque no quería creer que la persona que
más amaba en el mundo de verdad me hubiese dejado de
querer.
―Duerme un poco más ―me acariciaba la espalda y la
cabeza.
―¿Qué hora es?
Era de día. Llegamos a casa casi a la hora del desayuno. Mi
madre se había ido a dormir, Andy volvió a casa de Connor
y Lean… No quería dejarme.
Allí estaba, en la cama, conmigo. Simplemente
abrazándome, como había hecho desde el momento en que
nos tumbamos, agotados.
―¿Qué importa eso? Estás cansada, estás de vacaciones,
así que descansa.
Me tensé y noté cómo él también lo hizo al notarlo.
―Lean…
―Miedo me da ―suspiró él.
―Lo siento…
―Puedo aguantar lo que sea, Iria, menos perderte. Así que
no me ocultes las cosas. Nunca.
―Dejé el trabajo ―sus manos pararon de acariciarme una
milésima de segundo. Lo suficiente para que lo notara.
―Bien ―volvía a acariciarme.
Levanté la cabeza, apoyé la barbilla en su pecho y lo miré a
los ojos.
―¿Eso es todo lo que vas a decirme?
―¿Quieres que te diga algo en especial?
―Lo que piensas.
Se encogió de hombros.
―Siempre he respetado tus decisiones. Esta no va a ser
menos. Me hubiese gustado que lo hablásemos antes, solo
por saberlo, por acompañarte en la decisión desde el
principio. Pero no estábamos en lo mejor de la relación, así
que… Te acompaño ahora. No sé las razones y tampoco me
importa. Si crees que es lo mejor o es lo que quieres hacer,
yo estoy bien con ello.
Ese era el Lean del que me enamoré, al que amaba desde
que era una niña. Ese era el hombre que había escogido
como compañero de vida.
―¿Y si te digo que quiero que me mantengas?
Lean rio.
―No creo que vaya a escuchar eso de ti nunca.
―Pero ahora tendrás que mantenerme.
―Bien. Puede que algún día seas tú quien lo haga. Para algo
somos un matrimonio, ¿no?
Bufé.
―Siendo así solo me harás quedar mal por haberte pedido
el divorcio.
Él resopló.
―No me hables de eso, por favor ―acarició mi mejilla y me
miró con ternura―. No quiero recordarlo, duele mucho.
―Lo siento.
―No es tu culpa, Iria. Y si vuelves a pedirme que me vaya,
quiero que sepas que no tienes la culpa de nada. Yo fui el
que falló.
―Yo también lo hice. No debí haberme ido así.
―Eso sí que no te lo voy a discutir, al menos una
explicación o hacerlo frente a frente. Pero dejemos eso atrás
si es posible. ¿Quieres hablar de ello? ―se refería al trabajo.
―No estudié medicina para acabar así. No lo hice por
negocio, lo hice por vocación. Quiero volver a sentirme así,
no una mercenaria de la salud.
―¿Y qué harás?
―No lo sé. Estudiaré todas las ofertas que tengo. También
tengo una del hospital de aquí.
―¿Quieres volver a casa?
―No lo sé… ¿Y tú? ¿De verdad volverías a casa conmigo si
eso es lo que yo eligiera? ¿Sin reproches?
―Mi casa eres tú, Iria ―dijo con solemnidad―. Sé que no es
lo que te he demostrado últimamente, pero sigue siendo
así. Sería feliz allí o aquí o en China, pero contigo.
―¿Decidiremos juntos?
―Si me dejas ―asentí con la cabeza y una hermosa sonrisa
se dibujó en sus labios. Me cogió y me puso sobre su
cuerpo―. Gracias ―dijo antes de darme un dulce beso y
gimió―. Iria… Esa postura no ―dijo cuando abrí un poco las
piernas y me acomodé mejor encima de él.
Su erección rozando mi sexo, un suave movimiento y mi
clítoris estallaba de placer. Tanto que la que gimió, en ese
momento, fui yo.
Las manos de Lean bajaron hasta mi trasero y lo apretó,
pegándome más a él para que lo sintiera mejor.
―Nena… Me conoces. Sabes lo que pasará si sigues
moviéndote así, ¿verdad?
Me agaché un poco y le dije al oído:
―Estoy muy mojada.
No sé si gimió, si gruñó o si hizo las dos cosas a la vez. Solo
sé que me reí mientras nos giraba a ambos, poniéndose él
encima de mi cuerpo. Abrí las piernas y lo dejé colocarse
entre ellas.
―A ver ―metió una mano entre los dos, por debajo del
pantalón y me acarició con la ropa interior como barrera―.
Dios, nena, podría correrme solo con tocarte así.
Y yo, pensé.
Subió un poco la mano para meterla por debajo de las
braguitas y entonces tocó mi sexo desnudo, provocando que
gritara de placer por el contacto.
Lean agachó la cabeza y me dio un beso en los labios.
―¿Qué quieres, nena?
―Tu polla.
Me salió del alma.
Por su gemido ronco supe que le había agradado mi
respuesta.
―Mi polla también te echa de menos ―me besó y acercó los
labios hasta mi oreja―. Echa de menos rozarte el clítoris
mientras te refriegas con él para correrte ―cogió mi clítoris
entre los dedos y lo apretó lo suficiente para hacerme
gemir.
―Lean…
―Mi polla echa de menos ―sus dedos rozando, entonces, la
abertura de mi sexo― penetrarte ―dos dedos dentro de mí,
hasta el fondo.
―Dios ―iba a morir de placer y acababa de empezar.
―¿Sabes qué más echa de menos mi polla?
―No ―dije como pude mientras sus dedos salían de mí para
volver a entrar. Lentamente saliendo, entrando con fuerza y
hasta el fondo.
―Echa de menos correrse aquí ―los dedos dentro. Dios, iba
a correrme si seguía así―. Echa de menos correrse aquí
―lamió mis labios, lamió mi lengua cuando,
instintivamente, salió en búsqueda de la suya―. Echa de
menos correrse en tus preciosas tetas ―movió los dedos de
tal manera que uno quedó cerca de mi trasero―. Y nena, no
sabes cómo me salta la polla cuando pienso en follarte por
aquí ―un dedo entró en mi ano y empecé a caer por el
precipicio.
―Lean, más.
Quería escucharlo. Siempre me llevaba al límite cuando me
hablaba así. Me encantaba oírlo.
―Mírame ―me ordenó y lo hice―. Te vas a correr, nena y,
cuando termines, voy a meterte la polla hasta el fondo y te
voy a follar mientras me pones las tetas en la boca.
―Oh, Dios.
―Y cuando te corras así ―volvió a hablarme al oído―. Vas a
correrte otra vez en mi boca.
―Mierda, Lean ―mi vagina comenzaba a contraerse.
―Mírame ―volvió a decir. Abrí los ojos, ni cuenta me di de
que los había cerrado. Y lo miré―. No tienes ni idea de
cuánto te deseo, Iria ―dijo mirándome con intensidad.
Volvió a hablarme al oído―. Y no tienes ni idea de las ganas
que tengo de comerte el coño.
Exploté, no pude soportarlo más.
―Oh, mierda…
―Mírame, Iria ―lo hice―. Mírame mientras te corres.
Eso hice. Me mordí el labio y dejé que mi cuerpo se liberara
y no aparté la mirada de esos preciosos ojos verdes de los
que me enamoré diecisiete años atrás.
―Lean…
―Te quiero, nena ―bajó y me besó cuando mi cuerpo quedó
completamente laxo, tras sacar los dedos de dentro de mi
cuerpo.
―Yo también te quiero ―sabía que necesitaba escucharlo. Y
yo también necesitaba decírselo.
Me miró emocionado y sonrió. Esa media sonrisa canalla
que hacía mucho tiempo que no veía en él.
―Lo sé.
Puse los ojos en blanco.
―Sanders ―dije imitando a mi hermano―, deja la
petulancia.
Lean rio.
―Mejor follemos.
Entonces, la que me reí fui yo.
―Serás bruto.
―¿Bruto? ¿Me llamas bruto por eso? ¿Te corres cuando digo
que quiero comerte el coño y soy bruto por decir que quiero
follarte?
―Lean ―me quejé―. Esas cosas en el calor de la pasión.
―¿No estamos en eso ahora? ¿Se te fue el calor ya?
―No sé…
―Hmmm… ―se levantó de la cama, desabrochó su
pantalón y, lentamente, lo bajó, junto con sus calzoncillos,
dejando a la vista su erección.
―Dios…
Otra vez sentía palpitaciones entre mis piernas. Cómo no
hacerlo mirando ese cuerpo. Por Dios, era perfecto. Al
menos para mí.
Sin dejar de mirarme, Lean cogió su miembro con una de
sus manos y lo acarició desde la base hasta la punta,
gimiendo por el contacto.
Sin dejar, tampoco, de mirarlo, bajé mis manos y me
deshice de mis pantalones y de mi ropa interior. Me moví un
poco en la cama, colocándome atravesada.
Sus ojos, entornados, mirándome fijamente. Sin perder ni un
solo detalle de mis movimientos mientras, con su mano,
acariciaba su erección.
Erección que yo quería dentro de mí.
Abrí las piernas y me expuse por completo a él.
―Fóllame.
No iba a esperar más, no quería hacerlo. Me moría de ganas
por tenerlo dentro de mí. Lo necesitaba tanto o más que
respirar.
Y él parecía necesitar lo mismo.
 
Capítulo 8
LEAN

 
La necesitaba. Y la amaba. En ese momento y siempre. En
todos los sentidos y de todas las maneras posibles. Y
necesitaba que ella entendiera eso.
Y que lo creyera.
Tenía la polla como una piedra, me sentía a punto de
explotar. Ella era capaz de llevarme a ese estado con un
simple beso.
¿Qué digo beso?
Con una mirada. ¡Con una simple palabra!
Un roce de Iria y mi polla saltaba, dispuesta para la batalla.
Siempre había sido así, no hubo ningún momento en mi vida
en el que no deseara a mi mujer.
Pero hasta en eso la había hecho dudar.
Maldito imbécil.
Miré cómo la dueña de ese precioso cuerpo, ese que me
volvía loco, comenzaba a quitarse la ropa. Lentamente.
Tranquilamente. Hasta que su pantalón y sus braguitas
desaparecieron. Dejando su sexo rasurado a la vista.
Gemí, pensando en el festín que iba a darme después
cuando lo tuviera en mi boca, abriendo esos pliegues con la
lengua y bebiéndome de ella hasta la última gota.
Vi a Iria moverse y quedar frente a mí. Lentamente, abrió
las piernas y me enseñó su sexo.
―Fóllame ―dijo sin ningún ápice de vergüenza, totalmente
expuesta a mí.
Dios, cómo deseaba a esa mujer.
No pude evitar sonreír con satisfacción, porque me
encantaba lo que veía.
Me desnudé por completo y, tras hacer lo mismo con ella,
me tumbé sobre su cuerpo.
Y la besé.
Con todo el amor que sentía.
Con todo el deseo que me provocaba.
―Te amo, nena ―volví a besarla otra vez, devorando esos
suaves labios, magullándolos por no poder controlar el
deseo que sentía―. Lo siento, pero no puedo parar ―cogí su
cara entre mis manos y seguí besándola. Desesperado.
Pidiéndole todo. Dándole todo y más. Totalmente fuera de
control.
La estaba devorando y sentía que no era suficiente.
Me separé de ella para poder coger aire, mi frente sobre la
suya, nuestras respiraciones agitadas.
―No puedo, Iria. Te deseo tanto que me da miedo hacerte
daño.
Me dio un beso y la miré a los ojos.
―Eso nunca me haría daño ―susurró.
Pero el no saberlo sí.
El no sentirlo sí.
No lo había pronunciado, pero ni falta que hacía. Había
aprendido la lección.
―Te deseo, nena ―mi miembro rozando su vagina―. No ha
pasado ni un maldito día en el que no lo hiciera.
Necesitaba decírselo otra vez. A lo mejor necesitaría
decírselo siempre.
―Yo también te deseo ―gimió.
Y la hice gritar entrando en ella.
―Joder, qué rico ―era la mejor sensación del mundo. Estar
dentro de ella. Me mantuve quieto un momento antes de
empezar a moverme lentamente, saliendo y entrando de su
cuerpo.
Cogí uno de sus pechos y lo lamí mientras me movía
tortuosamente.
―Me duelen ―susurró ella.
―¿De placer? ―mordisqueé su pezón para lamerlo después.
―Sí ―gimió ella.
―Eso te gusta, nena ―apreté el otro pecho y succioné su
pezón―. Tengo que correrme en tus tetas ―y casi me corrí
al pensarlo―. Dios ―tuve que parar un momento para no
hacerlo.
―No ―se quejó ella, moviéndose a su antojo.
Escondí la cabeza en el hueco entre su cuello y el hombro y
me reí por la misma excitación.
―Si te mueves así, sabes que acabaremos rápido.
―Es lo que quiero, no lo soporto más.
―¿El qué, nena? ―me miró entonces.
―La necesidad de ti.
Lo dijo con tanta sinceridad que si hubiese estado de pie,
me habrían flaqueado las piernas.
―Iria… ―me quedé completamente quieto,
―No eres el único que no puede controlarlo. Yo, a veces,
tampoco sé cómo gestionar todo esto que siento.
No podía ni respirar.
Me había dejado sin palabras.
―Te quiero, Lean ―dijo entonces, sus ojos llenándose de
lágrimas―. Y lo siento.
―Nena, no.
Pero ella negó con la cabeza, parecía tener la necesidad de
hablar.
―Yo tampoco lo hice bien y lo siento. Pero soy egoísta
cuando se trata de ti ―repitió las mismas palabras que yo le
había dicho―. Y nunca será suficiente, siempre querré más.
―Iria…
―Pero ojalá decidas quedarte a mi lado siempre.
―¿Lo dudas? ―pregunté con un nudo en la garganta.
Ella asintió con la cabeza y yo bufé.
―Tonta… Eres tan tonta ―y la besé―. Te demostraré cada
día lo equivocada que estás.
Sellé mi promesa con un beso y con un orgasmo para cada
uno.
 

 
―Sabes que no puedo darte hijos.
Iria se giró entre mis brazos y me miró a los ojos. Estábamos
tumbados en la cama, desnudos, abrazados después de
haber hecho el amor por segunda vez esa noche.
Pasamos el día descansando y, a media tarde, fuimos al
hospital a ver a Jamie. El nuevo miembro de la familia era
precioso y ver a Iria sonreír con el bebé en brazos despertó
temores que creía dormidos.
―Y eso te preocupa.
No lo preguntaba, lo afirmaba.
―Sí ―esa era la verdad―. No es fácil aceptar para mí que
soy estéril.
Iria y yo lo habíamos intentado durante un tiempo y al ver
que no se quedaba embarazada, nos hicimos unas pruebas.
Ahí supe que yo era quien tenía el problema.
Intentamos varias veces la inseminación con mi esperma,
pero nunca funcionó. Justo antes de que ella me
abandonase, había sido una de esas veces. Iria me había
llamado diciéndome que iría a la clínica para una revisión y
yo ni le pregunté después sobre ello.
Di por hecho que no había funcionado. Y como dolía, dejé a
mi mujer sola con su dolor, pensando que ella no necesitaría
apoyo de mi parte. Así de gilipollas me había vuelto.
―No te mentí cuando te dije que para mí no es un
problema.
―Querías una familia ―le recordé―. Y en momentos como
este, cuando te veo con Jamie en los brazos, me planteo si
hago bien en luchar porque sigas conmigo. Si no sería mejor
que estuvieses con otro.
―¿Por qué piensas por mí?
―No es eso, Iria.
―Sí lo es. ¿Me dejarías si yo fuera quien no puede tener
hijos?
―No ―dije rápidamente.
―¿Entonces por qué tendría que hacerlo yo?
―No es lo mismo.
―Comentarios machistas no, Lean, así que cállate la boca
antes de meter la pata, que te veo venir ―resopló.
―Solo quiero que seas feliz.
―Y eso hago. ¿Me crees tan idiota como para quedarme al
lado de alguien si sé que seré infeliz? Por Dios, Lean
―suspiró―. Salí llorando de la clínica la última vez.
―Nena, lo siento ―no lo sabía y me sentí muy mal al
enterarme.
―No me dolió que no estuviera embarazada, Lean. Me dolió
que me enteré estando sola. No estabas allí. Ni preguntaste
por ello ―se le escaparon algunas lágrimas y maldije por
haberle hecho eso.
―Lo siento.
―Por suerte estaba Andy ―sonrió con tristeza.
―Nena, lo siento.
―Y yo. Pero porque no te entiendo. Yo he elegido mi
felicidad. Yo soy libre de elegir y lo hice. Para mí no es un
problema no tener hijos propios. Lo intentamos varias
veces, no funcionó. Pues muy bien, lo aceptamos. Y si
elegimos seguir juntos con eso, debemos de hacerlo sin
seguir cuestionándonos nada.
―Tenía miedo a que eso nos afectara.
―Lo hizo, pero por la razón contraria ―tenía razón―. Quiero
ser madre, Lean. Y quiero formar una familia con la persona
que quiero. Que no para a ese hijo no significa que me vaya
a sentir menos madre. Ni que lo vaya a querer menos. Lo
adoraré.
Eso por descontado, no lo dudaba. Iria tenía amor para dar y
regalar.
―Nena…
―Dejemos de intentarlo y adoptemos. Formemos la familia
que siempre hemos querido. Sé el padre de mis hijos, Lean.
Porque no tendría hijos con otro.
Con dulzura me limpió las lágrimas que derramé.
―Te quiero, nena.
―Nene… No más lágrimas, ¿no? ―bromeó.
Me reí.
Yo tampoco las quería. Pero eran necesarias para nuestro
nuevo comienzo.
―¿Entonces qué quieres?
―Hmmm… Más orgasmos.
―Más no, nena. Que la edad no pasa en balde.
―Oh ―hizo un mohín con sus labios―. ¿Ya no se te levanta?
Enarqué las cejas, cogí su mano y la puse sobre mi polla ya
semierecta. La tocó un poco y esta empezó a endurecerse.
―El problema no es mi polla, nena. Es mi espalda. Que al
final mañana no voy a poder moverme ―resoplé―. Mierda
de ciática.
Iria rio.
―Qué malos son los cuarenta.
―Aún no llegué ―resoplé.
―A mí me queda más para llegar. ¿Qué tal si hago todo el
trabajo? ―preguntó poniéndose en posición, sobre mis
caderas.
―Nena… Soy todo tuyo. Haz conmigo lo que quieras.
Y lo hizo. Joder si lo hizo…
Capítulo 9
IRIA

 
―¿Pero qué es esta mierda, Turner? ―resopló Lean.
―No empieces ―gruñó mi hermano.
―¿Que no empiece? ¡Pues no la líes y no tendré que
empezar nada! ¡¿Pero tú has visto esto?! ―con las pinzas,
Lean cogió el trozo de carne.
―Es comestible.
―Comestible mis cojones.
―Connor es un experto en sacarlo de sus casillas ―reí yo
mientras los miraba desde una distancia prudencial, no
fuera a ser que la barbacoa explotase o algo y no, no tenía
ganas de morir, aún era muy joven y tenía muchas cosas
que hacer.
―Paciencia no es la palabra que definiría a Lean ―mi
cuñada, obviamente, defendiendo a su marido.
Yo miré a Lean y sonreí.
No, no tenía paciencia. Ninguna. Y, en algunas cosas, eso
podía ser un defecto. Pero, en otras, lo consideraba una
virtud.
―¡Si es un trozo de carbón, por el amor de Dios! ―exclamó
Lean― ¿Quién demonios se va a comer esto? ―acercó el
trozo de carne quemada a la cara de Connor y este se echó
para atrás.
―Yo ―dijo Andy.
Sentado a mi lado, con el ordenador portátil sobre la mesa,
trabajando. Muy a su pesar.
―Tú disfruta, ya me encargo yo ―escuché que le había
dicho a Lean varias veces, cuando el tema del trabajo salía
a la luz.
Le agradecía mucho lo que estaba haciendo por nosotros,
pero sabía que sería un parche. Algo temporal. Al final, Lean
y yo teníamos que arreglar ese tema y llegar a un acuerdo
entre vida y trabajo. Incluyendo el mío.
―¿Que tú qué?
Intenté no reírme, pero sabía que esa pregunta era el inicio
de que mi marido perdiese, por completo, la paciencia.
―Que yo me lo como.
―Que tú te lo comes… Pero si ni lo has mirado, ¡pedazo de
idiota!
Levantando la mirada, mirando por encima de sus gafas,
Andy miró el trozo de carne negra que Lean movía.
―Oh, joder, Connor. Es que no me lo pones fácil, ¿eh?
―No es para tanto ―bufó este.
―Pues ahora te lo comes, por bocazas ―gruñó Lean.
Me reí, no pude evitarlo.
―Echaba de menos estos momentos ―dijo mi madre,
sentada a mi lado.
La miré con una sonrisa en la cara.
―Yo también ―esa era la verdad.
―¿Va todo bien?
Asentí con la cabeza.
―Parece que el Lean de siempre volvió.
―Será un trabajo diario, pero merecerá la pena.
―Lo sé ―dije con seguridad.
―¿Vais a volver a casa?
―Lean, mueve el culo para acá ―la preocupación en la voz
de Andy, Lean frunció el ceño, dejó la barbacoa a un lado y
casi corrió hasta su amigo.
Le gustaba su trabajo, eso no podía negarlo. Y era un
trabajo muy exigente.
―Me gustaría ―era la primera vez que lo reconocía―. Pero
no sé si él podrá con ello ―con un puño sobre la mesa,
aguantando su peso, un poco agachado y mirando la
pantalla del ordenador, con el ceño fruncido, Lean ya se
había convertido en el hombre de negocios que era.
Se olvidó de todo, se olvidó de nuestro mundo y se metió en
el suyo.
Hay cosas que nunca cambiarán, pensé cuando, un buen
rato después, tras comerme el cuarto o quinto trozo de
carne, miraba el anochecer.
Acepté de buena gana la manta que Lean puso sobre mis
hombros. Se había quedado tras de mí, abrazándome por la
espalda, sus manos alrededor de mi cintura. Como siempre,
su cabeza sobre mi hombro.
―No quiero que enfermes.
―Gracias.
Noté una leve tensión en su cuerpo, sabía que algo me
pasaba.
―¿Estás bien? ―preguntó con cautela.
―¿Y tú? ¿Estás bien? ―lo había visto un par de veces con la
mano sobre el corazón, como si intentara masajearlo y eso
me había asustado― ¿No te duele nada?
―Estoy bien ―dijo, tranquilizándome.
―¿Desde cuándo no te haces un chequeo?
―De verdad, no te preocupes. Estoy bien ―suspiró―.
Nena… Tengo que volver a Nueva York.
Cerré los ojos con fuerza. Lo sabía, sabía que todo aquello
no iba a durar mucho.
―Lean…
―Solo serán unos días, volveré a tiempo para que pasemos
las Navidades juntos. Te lo prometo, será la última vez.
Me mantuve unos segundos en silencio, meditando mis
palabras.
―No hace falta que vuelvas.
Su cuerpo estaba completamente en tensión.
―Nena ―el miedo en su voz.
Odiaba eso, odiaba notarlo agobiado, mal, triste, inseguro o
de cualquier manera en la que lo pasase mal.
Pero yo no iba a poder con eso otra vez.
―Lo siento, Lean, pero… No creo que esto vaya a funcionar.
 
Capítulo 10
LEAN

 
Me había quedado sin respirar, casi no podía pensar, mucho
menos moverme.
―No creo que esto vaya a funcionar ―había dicho ella.
―¿Con esto te refieres a…?
―A nosotros ―dijo rápidamente.
Esa era la respuesta que no quería escuchar.
Me coloqué delante de ella, las manos en sus caderas y la
miré a los ojos.
―No digas eso, por favor. Solo serán unos días, lo prometo.
Entonces dejaré todo arreglado y no tendré que
preocuparme por nada más. Confía en mí.
―¿Hasta cuándo, Lean? ¿Hasta la próxima vez que tengas
que dejarme sola en una comida familiar?
―Iria.
―No, Lean, no. No me hagas quedar como la mala en esto,
porque no lo soy y lo sabes. No soy exagerada, no soy
exigente y no tengo ningún problema con tu trabajo. Lo
tengo con tu maldita adicción a él. No puedes dejar de lado
tu vida y anteponerlo siempre a todo.
―Iria, no es así. Cariño, escúchame.
Pero ella no escuchaba nada.
―¿Entonces cómo es? Comí sola, todos comimos sin ti
porque estabas ocupado, trabajando, un sábado por la
noche. Y ahora me dices que te vas unos días y que te
espere ―rio con ironía―. Lo peor es que aún sabiendo que
esto iba a pasar, te creí cuando me dijiste que todo iba a
cambiar y que esta sería una segunda luna de miel para
nosotros.
―Nena… He cambiado. He vuelto a ser yo. De verdad,
confía en mí, por favor. Solo una vez más. Es lo único que te
pido.
Ella negó con la cabeza.
―No, Lean. En el fondo no lo hiciste.
―Nena, por favor. No te vayas. Escúchame ―la cogí de la
mano.
―Estoy cansada, quiero dormir.
―Vamos entonces.
Se soltó lentamente de mi agarre y sentí que se me partía el
corazón otra vez.
―Me gustaría estar sola.
―Iria, no. Nena…
―Lo siento, Lean. Créeme que lo siento, pero yo… ―las
lágrimas en sus ojos cuando volvió a mirarme― No voy a
poder con esto otra vez.
Y se marchó, dejándome allí, solo.
―Maldita sea ―le di una patada al aire.
Me sentí frustrado, enfadado. Cabreado.
Me pasé las manos por el pelo y tiré fuertemente de él.
―Lean… ¿Todo bien? ―preguntó Andy, llegando hasta mí.
―Haz las maletas, nos vamos a primera hora.
Y, esa vez, fui yo el que se marchó.
 

 
―¿Estás bien?
No, no lo estoy, pensé.
Cerré los ojos con fuerza y apreté un poco en el pecho, por
encima del corazón, hasta que se me pasó esa horrible
sensación.
Estaba así desde que había vuelto de Telluride. Me dolía el
pecho y no se me quitaba. Al final tendría que darle la razón
a mi mujer y hacerme un chequeo médico.
―Vete a casa, Lean.
―Estoy bien ―dije cuando pude hablar.
―Bien blanco estás. Vamos, no tengo ganas de
preocuparme horas extras. Vete a descansar. ¿O quieres que
te lleve al hospital?
―Cuando terminemos esto.
―Lo terminaremos mañana.
―Que no.
Andy resopló pesadamente.
―¿Crees que un día más va a cambiar algo?
―Para mí sí. Un día más solo en esta ciudad. Un día más
lejos de mi mujer. Un día más sin poderle explicar las cosas
y sin que me responda un maldito mensaje o conteste mis
llamadas.
―Pues no haber sido tan cenutrio, cabezota y orgulloso y
habérselo explicado antes.
Me dejé caer en la silla de la oficina y suspiré.
―No fue por orgullo.
―Ah, ¿no? ¿Entonces por qué no le explicaste antes de que
ella sacase sus propias conclusiones?
―Me dolió que no confiara en mí.
―Entendible que no lo haga.
―Gracias ―la ironía en mi voz.
―Tú te encargaste de ello cuando de trabajo y de
prioridades se trata. Ahora lidia con ello y ten paciencia,
porque las cosas no se demuestran de un día para otro. Se
necesita tiempo.
―¿No te equivocaste de profesión?
―¿Verdad? Yo creo que coach espiritual va más conmigo,
soy muy bueno en eso.
―Yo iba a decir que ibas para loquero, pero bueno. Para el
caso es lo mismo, supongo.
―Pues tampoco estaría mal. Sobre todo si me ayudara
cuando de mis problemas sentimentales se trata.
―¿Sabes algo de Kevin? ―con esa pregunta dejábamos a un
lado las bromas.
―No. Decidí mantenerme lejos. No voy a insistir. Como bien
dijiste, si me quiere, me buscará. Y si no lo hace y vuelve a
poner al mundo antes que a nosotros, pues será que no me
quería tanto.
―Es así.
―Ya… Es más fácil decirlo de palabra que comprenderlo.
Cuando uno llega a casa por la noche y la soledad hace acto
de presencia… Toda esa palabrería parece solo eso,
palabras vacías.
Lo sabía muy bien…
―Así es.
―Qué bien hablo, coño. Si es que tengo un don.
―El don de tocarme las pelotas, sí.
―Afortunado eres. ¿Qué harías tú sin mí?
―Ser feliz.
―Aja… ¿Y quién te contaría que tu mujer salió con sus
amigas y se emborrachó?
―Que ¡¿qué?!
―Un tocapelotas soy, ¿eh?
―No, Andy, quédate ahí ―me levanté de un salto para
seguirlo―. ¡Y cuéntamelo todo!
 

 
Llegué a casa más tarde de la cuenta y sentí lo mismo que
las últimas noches cuando puse un pie en ese vacío lugar.
Soledad.
Tristeza.
Ansiedad.
Me faltaba el aire. Así que me aflojé la corbata y me la
quité. Y empecé a preocuparme, empecé a sentir miedo al
ser consciente de que algo no iba bien.
Saqué rápidamente el móvil del bolsillo y llamé a Andy.
―No se te olvidó en el coche nada, así que será en otro lado
―dijo nada más responder.
―No puedo… ―joder, no podía respirar. Desabroché
algunos botones de la camisa.
―¿Lean? ―lo escuché preocupado.
―No puedo respirar…
―¿Estás bien?
 ―Y me duele ―intenté llenar de aire mis pulmones, pero
acabé dejándome caer en el suelo―. Andy, duele ―dije
desesperado, medio ahogado.
Sintiéndome morir.
―Mierda ―fue lo último que le escuché decir.
 
Capítulo 11
IRIA
 
Abracé por la cintura a Andy cuando colocó su brazo sobre
mis hombros.
―Está bien ―me dijo.
―Lo sé. Pero vaya susto.
―Sí, aún tengo la imagen de él tirado en el suelo cuando
entré en tu casa.
Cerré los ojos, intentando no imaginarme algo así.
―Sabía que algo estaba mal y se lo dije. Pero es muy
cabezota. Le dije que fuera al médico, pero me ignoró.
Maldito trabajo, ha estado a punto de acabar con él.
―Quería dejarlo todo listo para pasar las navidades contigo.
―¿A costa de su salud? ―negué con la cabeza― Le dije que
no volviera, Andy. Y mira…
―Oh, vamos ―me apretó más contra su cuerpo―. No es tu
culpa.
―Lo sé, pero se siente así.
―No pasó nada, solo fue un susto. Este es el aviso que
necesitaba para empezar a tomarse la vida con más calma.
Me ha servido hasta a mí, créeme.
―Espero ―suspiré.
―No digas que te dije nada, pero vino y trabajó tan duro
porque estaba preparando un regalo para ti.
―¿El qué?
―Eres un bocazas, Cooper ―la voz rasgada de Lean nos
sobresaltó.
Me separé de Andy a la vez que me daba la vuelta y me
acerqué rápidamente a Lean.
―Estate quieto, no empieces a desquiciarme ―le reñí
cuando vi que intentaba moverse.
―Estoy bien ―se quejó.
―Sí, lo mismo me dijiste y mira, con un amago de infarto.
No se puede ser más idiota que tú.
Estaba enfadada y mucho.
Lean sonrió.
―Me quieres ―dijo orgulloso.
Puse los ojos en blanco.
―¿Es momento para bromear?
―Lo peor de todo es que no lo hace ―rio Andy―. ¿Cómo
estás?
―Bien. Gracias por llegar a tiempo.
―Me debes la vida.
―Tampoco te pases ―gruñó Lean. Me miró―. ¿Por qué luces
tan cansada? ¿Desde cuándo no duermes?
―Desde que llegó.
―¿Por qué no te callas? ―miré malamente a Andy.
―Está preguntando, habrá que responderle.
―Soy su mujer y, además, soy médico. Ya decido yo a qué
respondo y a qué no ―refunfuñé.
―¿Eso significa que seguimos casados? No al divorcio, ¿no?
―Estuviste a punto de no contarla y ¿eso es lo que te
preocupa? ―no salía de mi asombro.
―Sí.
―Me casé con un loco.
―Loco por ti estoy.
―Loco te quedaste con la hostia que te metiste al caerte. Te
golpeaste la cabeza, seguro. Joder, Sanders, ¿pero se puede
ser más cursi?
―Habrá que verte a ti con Kevin ―resopló mi marido.
―Te supero, seguro ―rio Andy. Miró a Lean con cariño―.
¿De verdad estás bien? Porque vaya susto me diste.
―Estoy bien ―prometió este―. Y estaré mejor a partir de
ahora.
―Me alegro.
―Porque no puedo llevarme sustos, ¿verdad? Ni cosas que
puedan joder mi frágil corazón ―me miró―. Como vuelvas a
hablar de divorcio, podría morir. Así que ya sabes, ese tema
no puede tocarse nunca.
Sabía que intentaba bromear, pero a mí no me hizo ninguna
gracia. Sin poderlo evitar, viéndolo en esa cama de hospital,
rompí a llorar.
―Joder, Sanders ―dijo mi hermano entrando―. Ya la hiciste
llorar. Todavía voy y te mato yo.
Mirándome fijamente, Lean alargó la mano. Puse la mía
sobre la suya y entonces tiró de mí hasta hacerme caer a su
lado para poder abrazarme.
―Cuidado con la vía ―dije rápidamente.
―Está bien ―me abrazó con fuerza―. Iros de aquí ―gruñó a
Connor y Andy, quienes, entre risas, salieron de la
habitación, dejándonos solos.
―Eres un idiota ―dije entre lágrimas.
―Lo soy. Pero me quieres.
―Imbécil. ¿Cómo puedes darme esos sustos?
―Tranquila, nena ―intentó calmarme―. No pasó nada.
Estoy bien, de verdad.
―No te creo.
Él suspiró.
―Eso es lo que más me duele escuchar de ti.
―Lo siento ―lloré.
―Nena, por Dios. Tranquilízate.
Lo intentaba, de verdad que lo hacía. Pero tenía tanta
tensión que soltar…
Había pasado mucho miedo al saber que podía haberlo
perdido.
―Estaba dolida, pero no pensaba eso ―dije cuando me
calmé. Lo abracé con más fuerza―. Quería que volvieras.
Pero estaba muy enfadada y yo…
―Demasiadas emociones para gestionar, ¿eh? ―dijo
recordando lo que le había dicho aquel día.
Así era, a veces me sobrepasaban.
―Pensé que te pasaría como a mi padre.
No quería revivir aquello, dolió demasiado.
―Dios, nena, no. Siento mucho haberte asustado. Prometo
cuidarme mucho.
―No quiero perderte, Lean.
Me apretó entre sus brazos.
―No lo harás, nena ―prometió―. Nunca.
Sabía que no quería volver a lo de antes, pero también
sabía que tenía que darle un poco de tiempo a las cosas
para que fueran colocándose donde debían.
Todo conllevaba un proceso, cada cosa iba a su ritmo. Y
había que tener paciencia.
Yendo paso a paso.
Mejorando poco a poco.
No podía pedir que las cosas cambiaran de un día para otro.
Había fallado en eso.
―Bien ―suspiré, aliviada al verlo mejor―. ¿De qué va ese
regalo? ―pregunté entonces, intentando amenizar el
ambiente.
―¿Qué regalo?
―Andy me dijo que tenías un regalo de Navidad para mí y
que por eso tenías prisa por llegar a tiempo a casa de mi
madre.
―Andy es un bocazas ―resopló.
Levanté la cabeza y lo miré a los ojos. Él colocó una mano
en mi rostro y me acarició cariñosamente.
―¿Qué regalo? ―insistí.
―Cuando sonríes así, me pierdo ―dijo tras resoplar―. Y no
puedo negarte nada.
Sonreí aún más.
―¿No me vas a decir?
―No.
―Oh, vamos, Lean. Me muero de curiosidad.
―Paciencia.
―¿Eso me lo dices tú? ―no me lo podía creer, él no tenía
ninguna.
―No me vas a chafar la sorpresa.
―Me puedo hacer la sorprendida igual, sabes que soy
buena actriz. Mira. ¡Ah! ―exclamé, sorprendida.
Lean rio.
―Sí, actriz fue tu profesión frustrada.
―Lo sé, quizás vuelva a intentarlo.
Lean gimió.
―Nena, quédate curando a la gente. Créeme, el mundo te
lo agradecerá más.
Me reí, feliz de verlo bien. Me acerqué a él y le di un dulce
beso en los labios.
―Me sabe a poco ―se quejó cuando me separé de él.
―Cuando te recuperes te daré más.
―Puf, odio esperar. Te quiero, nena.
―Y yo a ti.
Él no podía imaginarse cuánto.
Capítulo 12
LEAN
 
―Nena… Esto no ayuda ―bufé cuando vi cómo el séquito
hacía y deshacía en mi casa a su antojo.
―¿Te sientes mal? ―preguntó, preocupada.
Negué rápidamente, no era eso. Y no quería preocuparla
más de la cuenta.
Desde el susto que nos dio mi corazón, sentía a Iria
demasiado tensa. Un sonido saliendo de mi garganta y se
asustaba.
Cogí su mano y la hice sentarse a mi lado.
―Nena, estoy bien. Te lo prometo.
―¿En serio?
―Sí. ¿Cuánto tengo que estar en reposo?
―Un poco más.
―Joder…
―Hazlo por mí, ¿vale? ¿O quieres verme preocupada?
―negué con la cabeza― Gracias ―me dio un beso en la
mejilla y fue a levantarse, pero yo lo evité.
Me miró con las cejas enarcadas. Curiosa.
―Me están desquiciando ―señalé alrededor.
―Pues te jodes, Sanders ―dijo mi cuñado al escucharme―.
Auch, ¿pero por qué?
―Está convaleciente ―dijo mi suegra―. Respeta.
Me inflé como un pavo real.
―Pues anda que no va a durar nada la convalecencia. La
leche ―gimió Connor, matándome con la mirada,
haciéndome reír.
Yo pensaba lo mismo, estaba hasta las pelotas, la verdad.
Pero por Iria, lo que fuera.
―Iria, amor, estás exagerando ―dijo Andy―. Lo sabes, ¿no?
―¿Y cual es el problema? ―mi mujer a la defensiva.
―Ninguno ―Andy se encogió de hombros.
―¡Ahí no! ―exclamé y, entonces, la torta de mi suegra me
la llevé yo― Auch.
―No grites, estás convaleciente.
―Eso no ayuda ―me quejé.
―Pues no me busques. Y ahí sí, ese cuadro es horrible,
Lean. No importa que se tape. Para eso están los adornos
navideños.
―Pero ese cuadro es mi obra de arte favorita.
Mi suegra se encogió de hombros.
―Pero es fea.
Y ya no había nada más que hablar.
―Se despertó ―Kim dejó lo que estaba haciendo y corrió a
buscar a Jamie, que acababa de despertarse llorando.
Me iba a volver loco.
―Esto no ayuda, que te lo digo yo.
―¿Prefieres estar solo? ―preguntó Iria.
―No ―dije rápidamente.
La sensación de soledad obligada era asfixiante. Los
momentos de soledad por gusto sí, pero lo demás no lo
quería.
―Entonces no te quejes. Y disfruta de la Navidad.
Me dio un beso y me quejé cuando se separó de mí. Tenía
ganas de ella. Con el susto, no había vuelto a tocarla
íntimamente y mi cuerpo la necesitaba.
―Nena, échalos a todos y vámonos a la cama ―le dije en el
oído, haciéndola reír.
―Ya, bueno, eso va a ser un poco complicado.
El terror en mi mirada cuando la posé sobre ella.
―Iria… No me jodas.
―Lean, ¡esa boca! ―exclamó mi suegra.
―Lo siento ―dije, contrito y miré a mi mujer otra vez―. Me
lo estoy imaginando y espero que no sea eso ―susurré.
―Verás… –también hablando en un susurro.
Iria mordió su labio inferior.
―Iria, no. Ni de coña, que te veo venir.
―¿Les dices tú que no?
―No, nena. Se lo dices tú que para algo son tu familia.
―También son la tuya.
―Me niego a ello. A lo que sea que no me estés contando y
a que sean mi familia también.
―Pues te jodes, Sanders. O te divorcias, tú verás. ¿Quieres
que le diga a Kim que vuelva a imprimir los papeles del
divorcio?
Mira que estaba hablando bajito, pero nada.
―¿No es denunciable que hagas trabajar a tu secretaria en
horario laboral?
Connor sonrió.
―Denúnciame ―lo retó.
―Todavía y lo hago ―le advertí.
―Lean, no la líes que no tengo ganas de arruinarme ―dijo
Andy.
―¿Qué tienes que ver tú? Ni que estuviéramos casados.
―Por suerte no. No tengo que ver nada, era por no sentirme
excluido.
―¿Por qué tengo que soportar esto? ¿No se supone que
debo de estar tranquilo para poder recuperarme? ―miré a
mi mujer con cara de pena.
―Pues no los piques y verás como esto no pasa ―dijo ella.
La miré ofendido.
―¿Los defiendes? ―no me lo podía creer.
―Si no duermen aquí, yo tampoco.
―Joder ―me removí en el sofá―. Lo que tengo que
aguantar.
―A joderse, Sanders ―rio Connor.
Sonreí, porque todo aquello no eran más que bromas entre
nosotros. Estaba feliz por tenerlos a todos allí, me
encantaba verlos pululando por la casa. Por un tiempo
corto, eso sí. Mucho, cansaba.
Como yo no podía viajar, lo habían hecho ellos para
acompañarnos en las fiestas. Y era de agradecer.
―Bueno, pues yo creo que ya está ―dijo mi suegra.
Las manos en las caderas, mirando su obra de arte.
―Sí, quedó precioso ―mi mujer, como siempre, enamorada
de la decoración de Navidad.
Se levantó y se abrazó a esa mujer de pelo grisáceo tan
parecida a ella. Sonreí al verlas. Qué feliz me hacía verla
feliz.
―Bueno, pues llegó el momento. ¿Preparados? ―preguntó
Andy.
―¡Sí! ―todas las voces al unísono.
Iría se sentó a mi lado, cogió mi mano y entrelazamos
nuestros dedos.
―A la de una… ―dijo entonces Connor, cuando Kim y el
bebé se pusieron a su lado.
Y gemí, temiéndome lo peor.
―Ah, no, me niego ―me levanté de un salto.
―Lean, ¿adónde crees que vas?
―¡A evitar un desastre en nuestra casa! ―exclamé.
Por ahí sí que no iba a pasar.
―A la de dos…
Encima con recochineo, pensé.
―Turner, no me toques los cojones ―le advertí.
―Yyyyyy…
―¡Yo pulso el maldito botón!
―¡Tres! ―gritó entonces mi amigo y me quedé paralizado.
Esperando el desastre, pero este no llegó.
―Me encargué de todo, no te alteres ―rio Andy, supongo
que al ver mi cara descompuesta.
―Tira para el sofá, anda ―resopló Iria, llegando hasta mí.
―Es que yo pensé…
―Pues no pienses tanto, que al final tengo que representar
a mi hermana ―rio Connor.
―Que os den a los dos ―gruñí―. Lo siento, madre ―me
disculpé cuando mi suegra me miró de mala manera.
―Lo que tengo que aguantar ―suspiró la mujer.
―Pues imagina lo que aguanto yo ―suspiró mi mujer,
sentándose a mi lado.
Cogí su mano y volví a entrelazar nuestros dedos.
Diciéndole, sin palabras, que le tocaría seguir
aguantándome.
―Bueno… Pues sí que está bonito ―carraspeé cuando sentí
todas las miradas sobre mí―. Feliz Navidad a todos.
Tardaron en responder, pero lo hicieron.
―¡Feliz Navidad! ―exclamaron con una sonrisa en sus
rostros.
 
 
Por fin a solas con mi mujer.
Qué larga se me había hecho la espera.
―No veía la hora de tenerte solo para mí ―la pegué a mi
cuerpo y le di un beso en los labios. Y otro más.
―Lean ―me advirtió.
―Estoy bien, Iria. De verdad. Así que no me rechaces. A no
ser que no quieras que te toque, claro. Pero si es por mi
corazón… Te prometo que estoy bien.
―¿Alguna vez te rechacé? ―me echó las manos al cuello.
―No quisiste dormir conmigo ―le recordé esa noche
cuando me dijo que no volviera.
―Pero si me hubieses enseñado tu polla, no la habría
rechazado.
Me reí, cómo no iba a hacerlo con ese tipo de comentarios.
―¿Estás enamorada de mí o de mi polla?
Iria resopló y se soltó de mi agarre.
―Puf… ¿Por qué tienes que darme a elegir?
Soltó una carcajada cuando la dejé caer sobre la cama. Me
puse encima de ella y la besé.
―Estoy deseando follarte.
―Hmmm… ―movió sus caderas hacia arriba cuando me
coloqué entre sus piernas abiertas―. Pues tendrás que
esperar ―me hizo quitarme de encima de su cuerpo, me
hizo tumbarme sobre mi espalda y se sentó sobre mis
caderas, encima de mi erección―. Esta vez voy a follarte yo
―dijo en mi oído, provocándome escalofríos―. ¿Me dejas?
―Todo tuyo, nena.
La dejé hacerlo todo. Que me desvistiera, que se quitase la
ropa sin que yo la tocase. No era fácil para mí no cogerla y
metérsela hasta el fondo sin esperar más.
Pero era su momento, y quería que lo disfrutara a su
manera.
La tenía desnuda sobre mi cuerpo, también desnudo. Sus
pechos apretados contra mi pecho, la lengua de Iria
lamiendo mi cuello. Y bajando…
Lamió mis pezones.
Lamió mis abdominales.
Su aliento tan cerca de mi polla.
―Nena…
―Shhh…
Cogió mi erección con la mano y lamió la punta para luego
metérsela en la boca.
Dios, cómo se sentía eso.
Bajé las manos y las enrollé en su pelo.
―Quiero verte, nena ―gemí.
Levantó la mirada y pude ver cómo mi polla entraba y salía
de su boca. Sabía cómo hacerlo, sabía cómo me gustaba y
también sabía torturarme.
Y lo estaba haciendo. En ese momento, su estudiada
lentitud era insoportable.
―Nena, por favor ―hice que se la tragara más, ella apretó
los labios con fuerza mientras subía―. Iria, me va a dar un
jodido infarto si no me corro ya.
Y mi mujer, conociéndome, me dejó a punto de caer por el
precipicio.
Dejó su boca libre y se sentó sobre mí.
―Hoy quiero que te corras aquí.
Me metió dentro de ella y comenzó a botar. Haciéndome
gritar de placer cuando el orgasmo llegó, arrastrándola a
ella a caer por el mismo precipicio por el que estaba
cayendo yo.
―Joder, nena ―la abracé con fuerza cuando cayó sobre mí,
su cuerpo completamente laxo―. Fue increíble.
―Hmmm…
Me reí, era tan dulce.
―Ven aquí ―la coloqué mejor y me quedé tumbado a su
lado, frente a frente los dos. Le di un beso y acaricié su
rostro.
Ella con los ojos cerrados, aún extasiada por el orgasmo.
―Tengo un regalo para ti, pero no podré dártelo como
quería.
Somnolienta, abrió los ojos. Y sonrió.
―Joder, nena. Cómo te quiero ―dije al verla sonreír de esa
manera. Totalmente enamorado de esa mujer.
―¿Qué es?
―¿No me quieres?
―Sí. Pero ¿qué es?
―Mañana lo verás ―ya sería Navidad.
―Entonces ¿para qué me dices nada? ―se quejó.
Me reí al verle la cara de pena y la abracé.
―Espero que te guste.
―Yo también ―dijo ella, haciéndome reír otra vez.
 

 
Estaba súper nervioso esa mañana. Deseando que Iria
abriese sus regalos.
Todos los demás estaban en ello, yo aún no había abierto los
míos. Yo solo esperaba, histérico, a que Iria abriese uno de
los que le hice.
―Iria, ábrelo ya, nena, que me estás poniendo nervioso.
―¿Qué es? ¿Un anillo? ―miraba y miraba la caja y no la
abría.
Bueno, eso estaba, pero no precisamente allí.
―Está bien ―le costó, porque le gustaba desquiciarme y
quise reír cuando vi que no entendía nada―. Es una llave.
―Aja…
―Oh… Muy mona, sí. Muy grande para colgármela, ¿no?
―señaló su cuello.
Me reí, Iria y sus cosas.
Solo entonces me puse de rodillas, sabiendo que todos
estaban esperando ese momento. Iria era la única que no
sabía nada.
Saqué una cajita, la abrí y le enseñé el anillo que había
dentro.
―Pronto haremos diez años de casados…
―Si no os divorciáis, claro. Auch, mamá ―se quejó Connor.
―¿No puedes quedarte callado? ―refunfuñó mi suegra―
Sigue, hijo ―dijo al ver mi mirada glacial para con su hijo.
―Gracias, madre… ―suspiré. A ver si me dejaban hacerlo
bien― Pronto haremos diez años de casados ―me callé y
esperé a que alguien dijera alguna tontería, pero no lo
hicieron, estaban todos en silencio―. Quiero casarme
contigo otra vez ―Iria ya estaba llorando―. Esa es la llave
de nuestro futuro, será nuestro nuevo hogar si aceptas.
―¿Qué? ―abrió los ojos de par en par. No se lo podía creer.
―Volvamos a casa, Iria. Allí es donde somos felices los dos.
Formemos nuestra familia allí.
―¿Estás seguro? ―asentí― ¿No te vas a arrepentir? ―me
levanté.
―Joder, Lean, esas rodillas cómo crujen. Míratelo ―suspiró
Andy―. La artrosis es muy mala, lo sé por experiencia.
―Señor, lo que tengo que aguantar ―resoplé. Miré a mi
mujer, ya frente a ella y sonreí―. Volvía a la ciudad por
trabajo, para prepararlo todo y pedirte que nos quedáramos
allí juntos, pero no me dejaste explicarme.
―Oh, cariño…
―Soy feliz contigo, nena. Y soy feliz allí, como lo eres tú. El
trabajo tendrá que adaptarse a nosotros, no al revés. Eso es
lo que soy y lo que sé hacer. Seguiré con ello, pero desde
allí. A tu lado y al de nuestros hijos. Si quieres, claro ―súper
nervioso estaba.
―Oh, ¡sí! ―exclamó Iria, ofreciéndome su mano.
Le puse el anillo y la besé delante de todos.
Me sentía feliz, la vida me sonreía.
Después del susto de casi perder a mi mujer y mi salud, no
iba a jugármela de nuevo. Iba a ser feliz y haría lo que
estuviera en mi mano, y más, porque ella lo fuera.
―Te quiero, nena. Prometo que no te volveré a fallar.
Dije antes de volver a besarla y sellar la promesa de un
nuevo comienzo para los dos.
La vida no es fácil, el amor tampoco.
Pero siempre hay que luchar por ello.
Epílogo
ANDY

 
―¿Cómo está mi ahijada?
Shana, la hija de Lean e Iria llegó a nuestras vidas hacía un
par de meses. Hacía dos años que mis amigos vivían en
Telluride y yo… Yo también me había cansado de todo
aquello.
Volvía a casa. Con ellos.
Volvía a la familia y a la ciudad que me había acogido hacía
ya casi dos décadas, donde no me sentía solo.
―Riendo con Iria ―Lean sonaba tan enamorado como
siempre―. Nenas, ¡os quiero! ―exclamó.
Sonreí, volvía a ser el de siempre. Era aún mejor de lo que
había sido nunca, porque ya no se guardaba nada. Estaba
muy feliz sabiendo que eran felices.
Se lo merecían.
―Turner, ¡los columpios son para los niños! ―gritó entonces
Lean. Connor como siempre, haciendo de las suyas―. Lo
mataré un día de estos ―resopló mi amigo―. ¿Cuándo
sales?
―Por la mañana ―la mudanza ya estaba casi hecha―.
Tendremos que ponernos al día con el trabajo.
―Sin problema ―lo llevaba bien e Iria también.
Por primera vez en su vida, Lean tenía horario. La empresa
siguió adelante, él trabajando desde allí, yo en la ciudad. Y
todo había ido sobre ruedas.
Iria había aceptado un trabajo en el hospital local y lo
compaginaba con la crianza de su hija, igual que hacía Lean.
Shana tenía dos añitos y en los dos meses que llevaba en la
familia, nos había robado a todos el corazón.
Connor y Kim eran felices junto a Jamie. Estaba deseando
llegar y unirme a ellos.
Llamaron al timbre y enarqué las cejas.
―Te dejo ―le dije a mi amigo―. Nos vemos en unas horas.
―Ten cuidado.
Colgué la llamada, fui a abrir la puerta. Y me quedé
completamente paralizado.
―¿Kevin?
Entre Kevin y yo las cosas habían seguido igual. Estaba
enamorado de él y volvía a verlo. Pero él seguía sin dar un
paso adelante y yo volvía a alejarme.
Así seguíamos y todo aquello se había alargado demasiado
en el tiempo.
Decidí marcharme y dejarlo todo atrás. No podía seguir
luchando contra sus miedos. Eso era cosa de él.
―Andy…
Estaba guapísimo. Su pelo ondulado bien peinado, esos ojos
que me miraban con temor.
Y con deseo.
―¿Todavía estoy a tiempo?
Joder, me iba a dar algo.
―Kevin…
―Te quiero y estoy dispuesto a luchar por ti.
Me dio un vuelco el corazón. Era lo que tanto había querido
escuchar.
Pero… ¿Llegaba tarde?
―¿Me aceptarías en tu vida? ¿Puedo irme contigo? ¿No llego
tarde?
Lo besé mientras las lágrimas caían por mis mejillas.
―Te quiero ―dije contra sus labios.
―Y yo a ti ―dijo sin dudar.
Esa vez fue él quien me besó.
Al parecer, la familia volvía a aumentar.
 
 
NOVELAS
Vega Manhattan

 
01 ― Emmanuel

02 ― Huyendo del príncipe azul

03 ― Ódiame... Pero quédate conmigo

04 ― Una propuesta arriesgada (Propuesta 1)

05 ― Una propuesta peligrosa. La historia de David


(Propuesta 2)

06 ― En las manos del Duque

07 ― Siempre fuiste tú (FBI 1)


08 ― Nunca imaginé que fueras tú. La historia de Noah (FBI
2)

09 ― Siempre serás tú. La historia de Alan (FBI 3)


10 ― La seducción del Highlander

11 ― ¡No lo hagas! La organizadora de bodas

12 ― Para mi desgracia, mi jefe

13 ― Todo por sentir

14 ― Toda una vida

15 ― Un lugar para refugiarse

16 ― No callaré para siempre

17 ― Cambiaste mi vida
18 ― Sin mirar atrás

19 ― Te protegeré siempre (FBI 4)

20 ― Mi lugar eres tú (Relato Navideño)


21 ― Prometo no amarte hasta que el pacto nos separe

22 ― Cupido. ¡La madre que te parió!

23 ― Lo que provocas en mí

24 ― Un hermanastro por Navidad

25 ― Tengo ganas de ti

26 ― Jefe, ¡que te den!


27 ― Un regalo de NAVIDAD para ti (Novela corta)

Recopilaciones

Serie Propuesta

Serie FBI

Recopilación Relatos navideños

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