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EXAMEN FINAL: LITERATURA ARGENTINA I

El presente trabajo tiene como objeto el análisis de dos obras: el Martín Fierro
de Hernández y el Don Segundo Sombra de Güiraldes, las cuales señalan,
respectivamente, el momento central y el final de la literatura gauchesca en
Argentina, con la aparición de un nuevo género: el criollismo.

La literatura gauchesca es ante todo un género poético, puntualmente en sus


inicios, con las obras de Hidalgo, Ascasubi y Estanislao del Campo, hasta fines
del siglo XIX, cuando alcanza una de sus cumbres estilísticas con la
publicación del Martín Fierro de Hernández. Pagliai, L. (2005) expresa que, al
tratarse de una proyección de la tradición oral de la payada, esta literatura, que
sitúa al gaucho como enunciador, ha de representar, a través del canto, sus
vidas y sus modos de expresión, evocando temáticas como la libertad, la
violencia y la marginación social. La del gaucho es una clase social perseguida,
sin posesiones y utilizada para las necesidades inmediatas de los gobiernos.

Según Rama, A. (1976) es a comienzos del nuevo siglo, en la década del ‘20,
que la primera generación de críticos nacionalistas, entre quienes destaca
Ricardo Rojas, va a establecer el lugar central para la gauchesca y a organizar
alrededor de ese género la literatura argentina. Su trabajo ha de ser el de
revisar el pasado y darle forma, integrando la cultura popular a la cultura
letrada de herencia española. 

El género gauchesco es, al mismo tiempo, jerarquizado, distanciado, dividido y


señalado como el eje central de la cultura nacional. Esta es la principal
diferencia con el criollismo, género originado a fines del S. XIX, cuya
terminología va a estar ligada al cambio de función. Abarca textos que se
estructuran alrededor de la figura del gaucho, pero que ya no pretenden llegar
al lector rural, sino a los hijos de los inmigrantes europeos, ya que, hacia 1920,
Buenos Aires pasa a ser un escenario predominantemente moderno. La ciudad
se vuelve cosmopolita tras una fuerte oleada inmigratoria, consecuencia de la
Primera Guerra Mundial.

Hacia 1926, cuando la sociedad rural argentina ya formaba parte de la


economía industrial capitalista, Güiraldes, a través de su Don Segundo
Sombra, le dice adiós al gaucho, y cierra una etapa literaria del país: el ciclo
gauchesco.
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Con sólo detenernos en el título de la obra, estaríamos aproximándonos a una
certeza: “Sombra”, en un tono de lamentación, pues, se trata de un canto de
despedida a la legendaria figura del gaucho nómada y libre. Es posible inferir
un sentimiento de malestar e incertidumbre producido por las transformaciones
aceleradas que impone la Modernidad en todos los niveles de las relaciones
sociales.

Por otra parte, Don Segundo Sombra ya no está escrita en verso, no es un


canto. El cantor ha de ser reemplazado por el narrador de cuentos, sin guitarra.
A diferencia de la literatura gauchesca, el gaucho nunca se presenta como un
personaje perseguido. La dimensión sagrada y legendaria que adquiere en la
novela de Güiraldes puede observarse desde la dedicatoria: “Al gaucho que
llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia” (P.7)

Profundicemos, ahora, en los aspectos de esa figura alrededor de la cual van a


estar estructurados tanto el género gauchesco como el criollismo: La figura del
gaucho.

En la obra de Hernández, el papel protagónico es asumido por la voz que


enuncia, la del gaucho cantor: “Martín Fierro”. Es quien le da nombre y se
dispone, desde el comienzo, a representar a través del canto, su historia. En
La Ida, el tono es de protesta, dado que, las tierras de las pampas, ganadas al
indio, tienen por dueños a unos pocos terratenientes. Esto se agrava por la Ley
de levas, un sistema de reclutamiento forzoso de aquellos gauchos
desocupados para servir en la frontera, donde el sólo hecho de ser pobre,
desocupado, o no poder trabajar en tierra propia es considerado un delito. Al
gaucho se le presentan dos caminos: vivir dentro de la ley, sufriendo los
excesivos abusos de poder por parte de las autoridades, o vivir por fuera y con
riesgo de morir en la pelea con el indio. 

Martín Fierro es una víctima de esta condición social. Al ser enviado a la


frontera, debe abandonar a sus hijos, su hacienda y su mujer, de allí que
muestre una actitud combativa frente a los hechos que atraviesa, una actitud
de gaucho matrero. Ejemplo de esto es el Canto VII, que corresponde a la
escena del baile. Fierro comienza agrediendo verbalmente a una morena que
acaba de llegar. Tras una nueva ofensa, su acompañante se abalanza sobre
Fierro, lo que lleva al gaucho a pegarle con un porrón de ginebra. Acto seguido,

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el negro lo atropella y dirige hacia él dos cuchillazos que éste logra esquivar, le
devuelve el ataque y lo hiere. Vuelve a abalanzarse el moreno sobre Fierro,
quien lo hiere nuevamente, matándolo.

El gaucho está siempre atento a que la policía no lo atrape, lo que acaba


sucediendo en el Canto IX. Fierro no quiere entregarse, entonces tienen que
luchar. En pleno enfrentamiento, Cruz, uno de los policías, señala el ataque
como injusto y se posiciona del lado del gaucho. Tras la muerte de dos
oficiales, el resto escapa. Ambos se dirigen hacia un rancho a beber, ocasión
en que Cruz ha de contar su historia, también repleta de abusos de poder e
injusticias. 

Hacia el final de esta primera parte, Fierro y Cruz deciden ir a tierras indígenas,
al lugar donde se encuentran los caciques; allí han de tener más seguridad y
pasar menos males. Tras el cruce de la frontera, Cruz le dice a su compañero
que mire su pueblo, lo que hace que se le caigan unas lágrimas. Continúan su
rumbo y entran al desierto. El relator concluye diciendo que no sabe si se
habrán muerto y que él ha relatado a su modo: "Males que conocen todos, pero
que naides cantó" (P.53)

La Vuelta es más proclive a un apaciguamiento, a una posición de


conformidad. La situación social del gaucho, que se denuncia a lo largo de la
primera parte, acaba por revertirse. Al no ser más perseguido por la justicia,
comienza a adaptarse a la civilización que antes había despreciado. 

Martín Fierro ha pasado de la guerra y el desafío, a la reflexión y a los consejos


de unión. Por tal motivo, su figura puede pensarse como la de un maestro, que
ha ganado en saberes a través de la experiencia. Esto ha de reflejarse,
principalmente, hacia el Canto XXXII cuando aconseja a sus hijos y al de Cruz,
posicionándose como su amigo. Los alienta a vivir con precaución, a apreciar
saberes por su calidad, a confiar en Dios y en sí mismos, a ser amables, a
valorar la familia y el trabajo, a no robar ni matar, a cantar con sentimiento,
entre otras cuestiones que él ha de tener claras pues: “...Es de la boca del viejo
de ande salen las verdades” (P.141)

Con respecto a la obra de Güiraldes, en un primer acercamiento, podríamos


sospechar que el protagonista coincide con la voz que narra la historia, Fabio

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Cáceres, ya que, es en él que se centra el argumento principal. Lo deja todo
para perseguir ese “ideal” de gaucho encarnado por Segundo Sombra 

No obstante, y esta es una cuestión a resaltar, su nombre no es mencionado.


El relato avanza y no sabemos quién cuenta la historia, lo cual no es un hecho
arbitrario, sino una muy buena estrategia por parte del autor. Güiraldes lo
despersonaliza, encubre su identidad. El protagonista ha de adquirirla tras
enfrentar ese rito de iniciación para convertirse en gaucho. Al mismo tiempo, es
una estrategia para poner el foco en otro lugar, representado por Don Segundo
Sombra, padrino de Fabio. Es Don Segundo quien, en el término de cinco
años, viene a hacer de éste un hombre, guiándolo en el conocimiento de las
tareas rurales, como resero, baquiano y domador, al mismo tiempo que en la
formación de un carácter y de una conducta limpia hacia la vida.

Teniendo en cuenta su importancia en el relato, quizás debemos hablar, no de


un personaje, sino de una pareja protagónica. A través del nombre de la obra
se produce un cambio en la tradición del género, que origina un doble efecto.
Por un lado, jerarquiza al guía en su papel y, por otro, desjerarquiza al
protagonista: éste no es sujeto sino objeto de la enseñanza. De allí que la
característica de este personaje sea su pasividad. Incluso el paso de esa
pasividad a la acción se procura con dolor. 

Al tratarse de una novela de aprendizaje, las pruebas irán aumentando en


complejidad y Fabio ha de enfrentarse al peligro y al fracaso. Sus primeros
intentos de domesticar a un caballo y de coquetear con las mujeres del baile,
son ejemplos de esto. 

No obstante, el peligro mayor está representado por los cangrejales. El avance


de uno de estos, amenaza a Fabio y a sus caballos, que se arrastran por el
barro, en un intento de escapar de la situación. Él Arría la tropilla en su
dirección, recordando el camino seguido por la yegua, al mismo tiempo que se
encomienda a Dios. Así es que sale al lado del campo firme, aún con cierto
temor atravesándolo.

No hemos de soslayar el enfrentamiento con el toro. Se trata de una lucha en el


sentido más profundo de la palabra: Fabio quiere vengar las heridas causadas
a su caballo: “…Me había propuesto quebrarlo al toro y lo quebraría” (P.110).
Podría entenderse como un ritual de iniciación al mundo masculino que, sin
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embargo, no ha de afrontar solo, sino en compañía de Patrocinio, quien “sabía
lo que había que hacer” (P.111). Es el toro quien muere, pero Fabio contempla
de cerca su propia muerte, convirtiéndose en hombre. 

Hasta aquí, hemos señalado los aspectos que caracterizan las relaciones de
hombre a hombre visibles en ambas obras. Ahora bien, ¿qué ocurre con las
mujeres?

Ocurre que la literatura gauchesca desde Martín Fierro está plagada de un


desprecio dual. El gaucho desprecia tanto el amar y establecerse en
matrimonio como cabalgar en yegua. 

La primera mujer que nos presenta este poema es la esposa de Fierro, cuyas
menciones son episódicas y en ellas no se explicita su nombre ni sus
características. Desde su inserción en la historia, podemos deducir que la
mujer es valorada en su rol de acompañar al hombre. Representa un lugar
donde encontrar apoyo y compasión. Al respecto de su esposa, Fierro expresa:

“¡Y la pobre mi mujer/ Dios sabe cuánto sufrió!/ Me dicen que se voló/ con no
sé qué gavilán:/ sin duda a buscar el pan/ que no podía darle yo.”

“No es raro que a uno le falte/ lo que a algún otro le sobre./ Si no le quedó ni un
cobre/ sino de hijos un enjambre,/ ¿Qué más iba a hacer la pobre/ para no
morirse de hambre?”

“¡Tal vez no te vuelva a ver/ prenda de mi corazón!” (P.33)

Más adelante, cuando Cruz acaba de unir su vida a la del gaucho aventurero,
aparece de nuevo la mujer como pilcha o prenda. Esta mujer acaba, como la
de Fierro, abandonándolo por otro. Es entonces cuando pierde todo valor, ya
que deja de estar a su servicio: “Ya no he de probar fortuna / con carta tan
conocida: / mujer y perra parida / no se me acerca ninguna” (P.46).

Ya en la Vuelta, las primeras mujeres que se nos presentan son las indias;
también mujeres sin rostro, que: “Echan la alma trabajando/ bajo el más duro
rigor;/ el marido es su señor;/ como tirano la manda,/ porque el indio no se
ablanda/ ni siquiera en el amor”. (P.74) El episodio de la mujer cautiva produce
el retrato más tierno de la mujer en el Martín Fierro, así como las trágicas
escenas de las que es protagonista. Luego de haber perdido a su hijo

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degollado, la cautiva, mediante una “juerza que en un varón / tal vez no pudiera
haber” (P.82) ayuda a Fierro en su combate con el indio.
Como estos, existen otros ejemplos que contribuyen a la misma idea de mujer:
sin nombre, con una única función que es la de acompañar al hombre.
Escenario que, en Don Segundo Sombra, no ha de presentarse muy distinto. 
Las primeras mujeres que nos muestra este relato son las tías de Fabio
Cáceres, de quienes recibe el cariño y la instrucción que sus padres ausentes
no le han brindado. Situación que al poco tiempo ha de revertirse para Fabio.
Hacia el capítulo XI, que retrata la escena del baile, hemos de señalar el
comentario de Fabio con respecto a las mujeres, quienes: “…Modestamente
recogidas en actitud de pudor, eran tentadoras como las frutas maduras que
esperan en traje llamativo quien las tome para gozarlas”. (P.62). Esta actitud de
pudor no ha de mantenerse invariable, lo cual evidencia una nueva manera de
entender su figura. En la misma escena, se ve reflejado el esfuerzo que le
requería al hombre acercarse a una de ellas. Nos encontramos con la “mocita
de verde”, quien, frente a la intención del mozo de acercarse, ha de darle la
espalda; los intentos fallidos de Fabio y también los de Don Segundo. Fabio
ante su morochita: “Para venir a este baile/ puse un lucero de guía,/ porque
supe que aquí estaba/ la prenda que yo quería”. La mujer responde: “De
amores me estás hablando,/ yo de amores nada sé;/ pero si en amor sos
sabio,/ se me hace que aprenderé”. (P. 67).
Otra de las mujeres en la historia es Paula, la hermana de Patrocinio, con quien
Fabio inicia “...un juego de tira y afloje” (P. 115) que acaba tras la pregunta de
Fabio sobre si debía irse con su hermano, pues Paula responde que no tiene
dueño que la ande mandando. Días después, Fabio conoce a las mujeres de
las que Paula había dicho: “...Si las viera, no andaría gastando saliva en una
pobrecita…” (P. 116) Para él, que Paula y las otras se llamaran igualmente
mujeres, era una verdad que no entraba en sus libros. Sin embargo, ha de
guardarle rencor por inspirar amor en otro hombre.
Es importante identificar que, con el cambio de siglo, la figura de la mujer no
deja de estar vinculada con la de un objeto, un divertimento para el hombre.
Aun hacia el final, estas obras dejan entrever similitudes. En principios, ambas
describen una despedida. 

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En Martín Fierro, hay una disolución familiar: “A los cuatro vientos, los cuatro se
dirigieron…” (P.141) Los personajes se separan, no sin antes hacerse una
promesa que el gaucho no puede contar, al tratarse de un secreto.

También la cuestión identitaria es un aspecto a señalar. Los personajes se ven


en la necesidad de cambiar de nombre. El gaucho expresa: “Les advierto
solamente,/ y esto a ninguno le asombre,/ pues muchas veces el hombre/ tiene
que hacer de ese modo:/ convinieron entre todos/ en mudar allí de nombre”.

“Sin ninguna intención mala/ lo hicieron, no tengo duda;/ pero es la verdá


desnuda,/ siempre suele suceder:/ aquél que su nombre muda/ tiene culpas
que esconder” (P.141)

El gaucho se despide, sin saber hasta cuándo, de su guitarra y de quienes han


seguido su historia hasta el final. Recuerda sus primeras andanzas, echado a
la suerte, sin embargo, prefiere olvidar lo malo y confiar en que Dios ha de
interceder para que el gaucho pueda tener casa, escuela, iglesia y derechos.
Su trabajo ha terminado y quedará, desde entonces, alojado en la memoria y el
corazón de todos sus paisanos. Espera que ninguno se sienta ofendido, pues,
si canta de ese modo es por creerlo oportuno “…No es para mal de ninguno,
sino para bien de todos” (P.143).

En cuanto a Don Segundo Sombra, Fabio recibe una carta firmada por don
Leandro Galván, a través de la cual le comunica que su padre ha muerto y él
ha pasado a ser su tutor, hasta que alcance la mayoría de edad.

Al joven le cuesta aferrarse a la idea de que ya contaba con una familia y una
identidad. No sabe de qué manera actuar: “Me imaginaba disparando de mi
nueva situación, como Martín Fierro ante la partida” (P.163).

En el fondo de su tristeza, se esboza una idea: él siente que ha dejado de ser


un gaucho. Es el propio Don Segundo quien le asegura que no está en lo
cierto. Es entonces que comienza a hallarse en esta, su nueva existencia, pero
todavía le espera algo peor, y él ha de advertirlo: “Está visto que en mi vida el
agua es como un espejo en que desfilan las imágenes del pasado. A orillas de
un arroyo resumí antaño mi niñez. Dando de beber a mi caballo en la picada de
un río, revisé cinco años de andanzas gauchas. Por último, sentado sobre la

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pequeña barranca de una laguna, en mis posesiones, consultaba mentalmente
mi diario de patrón” (P. 171)

En primer lugar, Fabio se refiere a sus recuerdos como huérfano a los catorce
años, que abarcan los capítulos del I al IX. Es cuando huye de su casa y
conoce a Don Segundo Sombra, con quien luego va arreando ganado por las
pampas. Ese encuentro le deja esta idea de la vida pampeana: "Entreveía una
vida nueva hecha de movimiento y espacio" (P.18). Apenas sale de la casa, ya
siente "una satisfacción desconocida, la satisfacción de estar libre" (P.25). 

Luego, evoca sus días de aprendizaje de las tareas de arreo y doma a los
diecinueve años. Han transcurrido cinco años desde su huida del pueblo para
unirse a Don Segundo. Esta segunda parte, que empieza en el capítulo X, ya
parece representar ese viaje iniciático donde Fabio, a través de distintas
pruebas, ha de ganar en aprendizaje y convertirse en un gaucho, en un
"resero" casi a la altura de su maestro.

Por último, Fabio relata el lamentable desenlace atravesado a sus veintidós


años. Han pasado tres años desde que se convirtió en estanciero tras recibir la
herencia. En esta tercera parte, que inicia en el capítulo XXVIII, nos
encontramos con Fabio ya en la hacienda, iniciando sus estudios y contactos
con la cultura. El proceso de aprendizaje llega a su fin y se despide de su
maestro: “…Don Segundo Sombra desaparece en el horizonte: desaparecer
era el destino del gaucho” (P.173). Su personaje viene a representar una
Argentina que se va, a causa de la civilización, y por eso la novela tiene la
forma de un adiós. En ella, el presente dialoga todo el tiempo con el pasado y
como lectores nos vemos sumidos en la nostalgia rememorativa del
protagonista. De esta manera, se acentúa en la obra el tono de lamentación
mencionado en un principio, el cual convive allí mismo con los momentos de
felicidad y despreocupación.

A modo de conclusión, hemos podido dar cuenta, mediante este trabajo, de las
continuidades y rupturas existentes entre dos géneros que tienen a la figura del
gaucho como protagonista: la literatura gauchesca y el criollismo. Para ello,
hemos comparado dos textos: el Martín Fierro de Hernández y el Don Segundo
Sombra de Güiraldes, abordando ejes como: el tipo de texto, el personaje

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principal, el vínculo y la imagen del gaucho que se propone, los peligros, los
roles femeninos y la finalización de la obra.

BIBLIOGRAFÍA:

 Güiraldes, R. (1926) Don Segundo Sombra. Buenos Aires: Agebe, 2012.


 Hernández, J. (1872-1879) Martín Fierro. Buenos Aires: Gradifco, 2007.
 Pagliai, L. (2005) Manual de literatura argentina (1830-1930). Literatura
y Nación: De la construcción de la Patria al fracaso del proyecto. Buenos
Aires: Universidad Nacional de Quilmes.
 Rama, A. (1976) Los gauchipolíticos rioplatenses. Literatura y sociedad.
Buenos Aires: Calicanto.

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