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Mañana está prevista en Casillas de Flores la colocación de una placa con los
nombres de las víctimas mortales de esta localidad en la represión franquista, que
hasta ahora no han tenido ninguna forma de reconocimiento por parte de las
autoridades locales ni de ninguna otra de la provincia de Salamanca y la Comunidad
de Castilla y León. El homenaje, en el que sería deseable la presencia de la
corporación municipal, se debe a la iniciativa responsable y generosa de las familias
Gómez Álvarez y González Moreiro, descendientes respectivos de Antonio Álvarez
Martínez y de José María Moreiro Ríos.
Como anticipo de las croniquillas del verano y otoño sangriento de 1936 en el
SO de Salamanca, a partir del próximo día 18, se propone aquí el necrologio de
Casillas de Flores, con las víctimas mortales hasta ahora identificadas.
José María MOREIRO Ríos, de 37 años, hijo de Ángel y Cándida, dueño de un
establecimiento de bebidas, alcalde republicano, casado con Isabel Gómez Martín,
con quien tenía tres hijos menores. Murió “víctima de la guerra” el día 8 de agosto
de 1936, según la dedicatoria de su esposa e hijos en la lápida del cementerio de
Casillas de Flores, donde está enterrado (Iglesias 2009a). Un expediente de 1979, a
instancia de su viuda, con información testifical, corrige la fecha de su muerte y la
causa (detención sangrienta en las afueras del pueblo): “el día 13 de agosto de 1936
fue sacado de su domicilio de Casillas de Flores (...) y muerto violentamente [por
mano] del hombre” (AMCR, Viudas; RCCdF., act. def. 03/03/80). La fecha del día
8 quizá corresponda a la de un primer intento de detención del que conseguiría
librarse provisionalmente, gracias a la ayuda de Ángel Montero Estévez, que a su
vez tendría que esconderse en Portugal y sería multado con 50.000 pesetas, de
nuevo denunciado en 1941 (C.171/41).
Felipe RASTRERO ANTÚNEZ, de 59 años, hijo de Manuel y Rosaura, sin indicación de
profesión, casado con Rosalía González Alfonso, con quien tenía cinco hijos.
Falleció “en Casillas de Flores” el día 13 de agosto de 1936, “por motivos de la
guerra civil española”, sin indicación del lugar donde fue enterrado, según su tardía
acta de defunción (RCCdF., 29/10/1981, “expediente instado por Dª Celia Rastrero
González”). Según testimonios de familiares (CdF 2006), fue víctima de una
detención sangrienta en su propio domicilio. Después de un registro, los victimarios
le dispararon a las piernas y, cuando se desangraba sin asistencia médica, lo
remataron en presencia de su familia (Iglesias 2009a).
Antonio Francisco ÁLVAREZ MARTÍNEZ (a) “PORTONES”, de 36 años, hijo de Manuel e
Isabel, , tiene instrucción, jornalero, teniente de alcalde republicano, casado con
Julia Moreiro Antúnez, con quien tenía tres hijos menores. Había estado en Francia.
Fue detenido por carabineros en presencia de su esposa e hijos. Después de un
fugaz paso por la cárcel local (CdF 2009), ingresó en la prisión del partido judicial
como “detenido [militar]” a las 20.15 horas del día 30 de julio de 1936. En teoría
fue puesto “en libertad” el 8 de octubre; pero de hecho fue objeto de una saca
carcelaria (AMCR, Desaparecidos 1936). En un informe policial de 1979 se añade
que esta salida en libertad se produjo “en unión de otros que figuran en distinto
expediente, sin que conste nada más” (AMCR, Viudas), sin duda en referencia a los
vecinos de Fuenteguinaldo también sacados aquel día. Sobre su destino y
enterramiento caben diversas conjeturas; el más probable parece la finca de
Aldeanueva de Portanobis, término de Castillejo de Martín Viejo. Allí se practicó
una exhumación (2010) en la que se hallaron restos de tres víctimas.
Antonio CÁNOVAS (o CANOVAS) MESA (nat. de Mazarrón, Murcia), de 38 años, hijo
de Juan y María de las Mercedes, tiene instrucción, albañil, presidente de la
Sociedad Obrera (STT), casado con Basilisa González Zamarreño, sin constancia
exacta de descendencia. Según el acta de defunción tardía, falleció “de muerte
violenta” el día 15 de octubre de 1936 en las afueras de Ciudad Rodrigo, sin
indicación del lugar de sepultura (RCCR, act. def. 31/01/1981). La documentación
de archivo revela que fue detenido el mismo día que Antonio F. ÁLVAREZ y,
aunque se benefició de una fugaz salida de la cárcel, ambos debieron de compartir
los mismos avatares finales de la saca carcelaria y lugar de enterramiento.
Timoteo Feliciano MATEOS RÍOS, de 29 años, hijo de José y Adela, jornalero. Fue
detenido el 7 de octubre con los vecinos de Fuenteguinaldo, con quienes ingresó en
la prisión del partido judicial y como ellos fue sacado a las 4 horas de la mañana del
día siguiente (AMCR, Desaparecidos 1936), siendo asesinado en el camino de
Gazapos, cerca del antiguo monasterio de La Caridad. Había estado en Francia,
donde tenía un hermano, Manuel “Penche”, que regresó a España para defender la
República (CdF 2007).
Manuel BERMEJO HERNÁNDEZ (a) “DE TIO CLICO”, de 33 años, hijo de Quirico y Julia,
jornalero. Estuvo casado dos veces, primero con María Antonia Palos González
(15/11/1926) y después con Manuela Álvarez Lanchas (21/11/1931), prima
hermana de Antonio ÁLVAREZ, sin que haya constancia de su descendencia (CdF
2008). Sería asesinado en lugar desconocido con posterioridad al 29 de septiembre
de 1936, pues en esa fecha el informante Vicente Carballo, que debía haberse
incorporado antes al servicio militar y no pudo hacerlo por enfermedad, estuvo
cinco días en el hospital de Ciudad Rodrigo y allí coincidió con Manuel “DE TIO
CLICO”, que también estaba enfermo. Precisamente allí, los enemigos de Manuel
solicitaban apoyos al mencionado informante para su eliminación, a lo que Vicente
se negó (CdF 2008).
Quirico BERMEJO ESCAMOCHERO (a) “TIO CLICO” (nat. Villamiel, Cáceres), hijo de
Ramón y Ladislaa, jornalero, aunque sembraba una huerta, con la cual habría
alimentado a varios hijos que tenía con su esposa Julia Hernández, tres al menos
registrados en el libro de bautismos (Archivo diocesano CR). Fue asesinado como
su hijo Manuel, pero quizá después de éste y en una detención sangrienta en fecha
indeterminada (CdF 2008 y 2009). La detención se habría producido con el engaño
habitual en estos casos, solicitando su entrega “porque no le pasaría nada”.
Los testimonios orales y escritos hablan de una decena larga de casillanos
ejecutados extrajudiciales, con total impunidad de los victimarios, pero de momento
solamente se han obtenido datos incompletos sobre algunas de estas presumibles
víctimas. En su eliminación habrían participado falangistas de Casillas de Flores, que
también actuaron en los asesinatos cometidos en Fuenteguinaldo y en los conatos de
Navasfrías. Según rumores, había una copiosa “lista” de elegidos para el sacrificio,
que habría aligerado un sargento de la Guardia Civil, por estar casado con una mujer
de Casillas y ver en el listado el nombre de un cuñado. Otros se librarían en el viaje
macabro porque “las fuerzas” los habrían dejado escapar o, con más probabilidad, los
detenidos saldrían con vida del juego de la muerte (“caza del conejo”), que, desde el
mes de agosto de 1936, los noveles “falangistas” practicaban en la aplicación criminal
de la “Ley de fugas”. Y finalmente, algunos afortunados se salvaron de milagro o por
influjo de derechistas pudientes.
Entre los de la “lista” figuraba el padre del informante Emilio Hernández (de
ocho años entonces), Francisco HERNÁNDEZ, a quien un tal “Gallina” (que se
menciona en otras detenciones) “le metió la escopeta en la boca”. Después tuvo que
esconderse cerca de la frontera portuguesa con un hermano suyo, llamado Ángel, y
dos primos. Emilio les llevaba la comida. Esto sucedió después de que gente amiga
condujera en un carro de vacas a la madre y otros tres hijos (el mayor enfermo de
meningitis) a las Cuestas de Alberguería de Argañán, adonde todavía fueron a buscar
al padre, “cuando estaban trillando”, pero el dueño de la finca se interpuso. Esta
persona perseguida acabó de pastor del conde de Montarco (CdF 2006).
Muchas dudas han generado los nombres de José BERNAL y José MARTÍN. Según
unos informantes, José BERNAL desapareció y su madre preguntaba por él, hasta que
un vecino (G.) le dijo: “No lo busques más, porque lo maté yo” (CdF 2006). Otro
informante pone en duda que muriera e incluso llega a afirmar que “era político, pero
no lo mataron” y se casó dos veces (CdF 2007-2008, Iglesias 2009a). No puede
excluirse la homonimia parcial o alguna otra circunstancia que lleve a confundir
personas. En efecto, otros informantes mencionan a José MARTÍN entre las víctimas
mortales del pueblo: “(…) el hijo de una tal María “la Casquella”, la cual insultaba a
todos [los represores] porque le habían llevado un hijo” (CdF 2009). Cabe la
posibilidad de que los dos apellidos divergentes se refieran a la misma persona: José
BERNAL MARTÍN, hijo de Valentín y Adelaida, nacido en Casillas de Flores el de 22 de
febrero de 1896 y bautizado el 26 siguiente (ADCR).
[En el homenaje del 17 de julio, una sobrina de José MARTÍN reveló la clara
condición de víctima de este casillano:
José MARTÍN LANCHAS, de unos 22 años, hijo de Francisco Martín Rivero y
María Lanchas Palos, jornalero y soltero. En la tradición familiar no se han
transmitido detalles concretos sobre la motivación de la detención y sus
circunstancias, ni de la fecha y lugar de la ejecución extrajudicial, así como del
lugar del enterramiento del cadáver]
Dudas parecidas envuelven el destino de dos hijos de Felipe RASTRERO y
Rosalía González: Manuel y José RASTRERO GONZÁLEZ. Según el informante Vicente
Carballo, estos hermanos fueron víctimas de una ejecución fallida por falangistas
casillanos:
“Los sacaron los falangistas (…) y los quedaron como si los hubieran
matado. [Manuel y José] consiguieron escapar al monte, donde otro hermano,
Jesús, iba con las cabras. José tenía que incorporarse al ejército, y el abuelo, que,
a diferencia del padre, era de derechas, medió y se pudo incorporar en
Salamanca, no sin encontrarse con un guardia de Casillas (…), que era un
cabrón. Estuvo en la guerra y después se apuntó en la División Azul, por miedo
de que lo mataran los falangistas, pero hubo otros 18 ó 20 de Casillas que
estuvieron en esa División, algunos buscando la vida, e hicieron carrera militar.
José Rastrero estuvo después en Francia, pero no tuvo suerte, murió allí, sin que
se sepa la causa. Manuel Rastrero, al parecer, estaba en Francia antes del
Movimiento” (CdF 2008).
Algunas de estas y otras dudas similares se habrían resuelto con una simple
consulta del archivo municipal de Casillas de Flores, lo que en su momento no se pudo
efectuar a satisfacción, porque era de los que “no estaban catalogados”. Los herederos
de la tradición local todavía están a tiempo de procurar otras informaciones, incluidas
las referidas a las “víctimas indirectas” de la represión, entre las que se han
identificado tres fallecidos:
Tomasa MATEOS HERNÁNDEZ, muerta en desamparo y por depresión (22/11/38), al
estar su marido en el frente de guerra franquista y su madre en la cárcel (C.
1309/38)
Manuel GARCÍA PEÑA, muerto en el campo de concentración de Mauthausen
(12/02/41) (MCU)
Manuel ÁLVAREZ MOREIRO, de 17 años, hijo de Antonio F. ÁLVAREZ, jornalero.
Falleció en extrañas circunstancias relacionadas con la tenencia de armas
(29/03/48). Su cadáver apareció en el campo y presentaba herida de arma de fuego.
Oficialmente el hecho fue calificado de “suicidio”, pero a sus familiares no les
convenció esta versión, por considerarla inverosímil (CdF 2009).
Además de la represión sangrienta, en Casillas de Flores hubo afectados por
otras modalidades represivas:
-11 presos o detenidos
- 4 depurados (2 maestras y 2 militares, uno de estos también preso)
- 9 sancionados con multas (5 de ellos también presos).
Croniquillas y necrologios del verano y otoño sangriento de 1936 en el SO de
Salamanca en su octogésimo aniversario (18/07/2016)
Hoy se cumplen 80 años del inicio de la represión franquista, que duró en este
territorio desde el bando de guerra (19 de julio de 1936) hasta el fin de la Dictadura,
pero sus efectos se han hecho sentir hasta hoy. Por ello, como prometíamos el 14 de
abril pasado, es buen momento para tratar de dar un paso más en el reconocimiento de
sus víctimas, ya iniciado con el homenaje a las víctimas de Casillas de Flores el día de
ayer. Con ello no se trata de fomentar el odio (¿contra quién, contra los represores
muertos impunes?), como los tardo-franquistas quieren hacer creer a los incautos, al
tiempo que aprovechan la ocasión para dárselas de mansos corderos y de enviar
“generosos” perdones (que no les cuestan nada, porque regalan lo que no es suyo,
después de haberse cobrado con creces, durante cuarenta años, las deudas a que fueran
acreedores en otras partes, si es que realmente las tuvieron) y pavonearse de la buena
educación que han recibido y lo buenos que son. Las víctimas republicanas de esta
zona nunca fueron perdonadas, ni vivas ni muertas, sino injuriadas, negadas y
olvidadas oficialmente. Ellas y sus familiares tienen derecho a una dignificación de su
memoria, que es un deber que incumbe a todos los demócratas. Y para cumplirlo es
necesario que éstos sepan lo que pasó, sin tapujos, hasta donde sea posible. Los
negacionistas y olvidadizos pueden seguir por su camino, derramando lágrimas de
cocodrilo si lo desean (en realidad ni olvidan ni perdonan, como lo prueban las cruces
de los “caídos por Dios y por España”, que no fueron otra cosa que carne de cañón en
una guerra promovida por Franco y los suyos, cuyas nóminas encabezan a veces el
yugo y las flechas, así como el nombre de José Antonio Primo de Rivera, todos ellos
todavía “presentes” en numerosos pueblos, a pesar de su ilegalidad). Nosotros
seguiremos exactamente el sentido contrario: contra la negación y el olvido, sin odio,
porque no tenemos adversarios ni energía para ello, y sin perdones históricos, porque
no tenemos delegación de nadie para impartirlos.
A grandes rasgos los avatares de la guerra y la represión en la provincia de
Salamanca han sido analizados por Santiago López y Severiano Delgado. Sobre la
primera hay poco que contar. No era posible la resistencia, sin armas, contra los
enemigos de la República, los rebeldes del Ejército, la Policía, los Institutos armados y
las Milicias fascistas, también armadas enseguida, si es que sus miembros no lo
estaban ya antes del Alzamiento, como sucedía con los falangistas y japosos
(Juventudes de Acción Popular) de Ciudad Rodrigo en la primavera de 1936. El terror
fue el germen del Nuevo Estado, que ya se cobró las primera víctimas el día mismo de
la proclamación del estado de guerra en Salamanca (19/07/1936). Pero el
conocimiento de los hechos y de sus agentes y pacientes durante mucho tiempo fue
obstaculizado por el miedo y las políticas de la memoria hasta finales del siglo XX (F.
Espinosa 2006): la “negación” durante toda la Dictadura, el “olvido” en la Transición
(1977-1981) y la “suspensión” de actividades de reconocimiento después (1982-1996).
Con la apertura de los archivos militares se pudo analizar la “represión legalizada”,
pero no la “extrajudicial”, que fue la más extendida en los pueblos de la comarca
mirobrigense en 1936. Este fue el motivo básico de nuestro trabajo sobre La represión
franquista en el sudoeste de Salamanca (recientemente editado por el Centro de
Estudio Mirobrigenses y cuya presentación está prevista para el próximo día 23), que,
además de los obstáculos previstos, se encontró con la cantinela de que la memoria
histórica, apenas “resurgida”, ya se daba por superada y obsoleta (“¿qué queremos
eso?, ya hace mucho tiempo que pasó”).
En gran medida este trabajo se basa en información oral y escrita relativa a unas
sesenta localidades del SO de Salamanca afectadas por la violencia de Estado entre
1936 y 1948, período en que estuvo vigente el estado de guerra. Así se comprueba que
las represalias se centraron en una veintena de pueblos, donde los represores habían
detectado una fuerte implantación sindical y arraigo republicano, manifiesto en los
intentos de aplicación de las reformas (sobre todo la reforma agraria) antes del
Movimiento, los conatos de oposición al producirse el mismo o de desafección
después. Por esta razón los ayuntamientos de las aludidas localidades fueron invitadas
a colaborar en la edición del libro, cosa que hicieron las corporaciones de Aldea del
Obispo, El Bodón, Ciudad Rodrigo, Fuenteguinaldo, Mogarraz y Robleda. En los otros
municipios dieron la callada por respuesta (porque, al parecer, la mezquindad y el
olvido son compatibles con la falta de cortesía). Tampoco quiso colaborar la
Diputación de Salamanca, confirmando así que esta provincia es la más negada para el
reconocimiento de la memoria de la represión en la Comunidad de Castilla y León,
que tampoco ha sido pionera en ese sentido. Sin embargo, no sería justo privar a los
vecinos de dichos pueblos (ni a otros posibles interesados) del conocimiento de lo que
pasó en ellos a partir del 19 de julio de 1936. En consecuencia, aquí nos proponemos
recordar brevemente las principales efemérides (o lo que deberían ser efemérides
recordadas), a modo de crónica fragmentaria sobre la violencia ejercida contra
ciudadanos indefensos, principalmente en el primer año de la guerra civil.
Las principales referencias bibliográficas son las ya mencionadas: Santiago
LÓPEZ GARCÍA y Severiano DELGADO CRUZ (2001): “Víctimas y Nuevo Estado (1936-
1940)”. En: Ricardo ROBLEDO HERNÁNDEZ, coordinador, J-L. MARTÍN, director:
Historia de Salamanca. Siglo XIX. Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 219-
324; (2004): “La guerra civil en la comarca de Ciudad Rodrigo”. En: La raya luso-
española: relaciones hispano-portuguesas del Duero al Tajo. Salamanca, punto de
encuentro. Coed. Diputación de Salamanca, Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo y
Centro de Estudios Mirobrigenses, 158-161; (2007): “Que no se olvide el castigo: la
represión en Salamanca durante la guerra civil”. En: Ricardo ROBLEDO: Esta salvaje
pesadilla: Salamanca en la guerra civil española. Barcelona, Crítica, 99-187. Ángel
IGLESIAS OVEJERO: La represión franquista en el sudoeste de Salamanca (1936-1948),
Centro de Estudios Mirobrigenses (2016), donde pueden verse otras fuentes y
bibliografía (p. 637-663). Para detalles sobre personas represaliadas en la provincia de
Salamanca se remite también a la base de datos de la Asociación de Salamanca por la
Memoria y la Justicia (ASMJ): salamancamemoriayjusticia.org.
Los necrologios responden al objetivo de que los lectores corrijan eventuales
errores y señalen detalles y otros nombres de víctimas. La operación ya ha empezado a
dar sus frutos en el homenaje de las víctimas de Casillas de Flores, donde Pilar Martín
ha confirmado que su tío José MARTÍN fue una de las víctimas mortales, hasta ahora
consideradas dudosas.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936: el bando de guerra y las
primeras detenciones en Ciudad Rodrigo y Saelices (19/07/2016)
Una vez declarado el bando de guerra en Ciudad Rodrigo, las fuerzas rebeldes
usurparon el poder municipal en los pueblos de la comarca. Depusieron a los gestores
republicanos y nombraron para los cargos a vecinos adictos a los golpistas en las
localidades donde habían detectado conatos de “resistencia” a la Sublevación o, con
anterioridad, una marcada exigencia de reformas republicanas por parte de los socios
de la Casa del Pueblo. Esta operación violenta, realizada con intervención de oficiales
militares y jefes de puestos de la Guardia Civil y de Carabineros, apoyados por gente
armada a sus órdenes, llevaría una semana aproximada. La deposición se efectuaría al
proclamar el estado de guerra en alguna localidad (desde el día 20 de julio) y la
imposición de la comisión militarista se formalizaría al día siguiente, a partir del 21 de
julio, como en la Ciudad y en Aldea del Obispo.
De este relevo forzado en Ciudad Rodrigo se encargó Juan Sáez Chorot, capitán
de la Guardia Civil y comandante militar provisional de la plaza. El día 21 de julio, de
una tacada confirmó la destitución de la corporación legítima (“por haber abandonado
la Gestora municipal sus funciones”, lo cual era una mentira manifiesta, pues los
gestores legítimos habían sido detenidos por el ejército y los agentes rebeldes) e
impuso otra de corte militarista, presidida por Magín Vieyros de Anta, sargento de
Infantería retirado. En otras localidades del partido judicial mirobrigense los
comandantes de los puestos de la Guardia Civil o de Carabineros efectuaron el
nombramiento por delegación de la autoridad militar de la 7ª Región Militar
(Valladolid). En teoría el nombramiento de nuevas gestoras incumbía al gobernador
civil golpista (primero Rafael Santa-Pau y después Ramón Cibrán, jefes militares
ambos), pero a veces actuaban como delegados otros oficiales o personas civiles hasta
que fueron cesados el 5 de agosto. En el partido de Sequeros actuaron como delegados
para esta misión, además de Ventura Sánchez-Tabernero, marqués de Llén, Antonio
Maíllo, jefe de Acción Popular, y Manuel Fuentes, jefe de Falange en dicha localidad.
En la indicada sesión de plenos del 21 de julio, el Cap. Sáez, siguiendo un bando
del general Mola fechado en Burgos el día anterior, autorizaba y alentaba a la nueva
Corporación para la creación de “una milicia fascista” a base de las Juventudes de las
formaciones derechistas, “constituyendo un Cuerpo de Agentes para el mantenimiento
del orden” (AMCR, ses., 21/07/36). Con este objetivo serían equipados como los
militares, llevando correaje, armamento, distintivos. Los “servicios” que, hasta su
disolución en 1939, prestaron estos milicianos fascistas son de sobra conocidos en
general; los detalles se expondrán llegado el caso. Las diversas facciones ya tenían
jefes o los tuvieron pronto, aunque solamente Falange y Acción Popular parecían tener
una organización bien establecida en Ciudad Rodrigo, con Juan Agustín Calzada
Hernández y Lorenzo Muñoz Báez al frente, respectivamente. El alcalde Vieyros en la
susodicha sesión nombró jefe de las milicias de la Ciudad a Eusebio Arévalo Vicente,
que, por suerte para él y sobre todo para los mirobrigenses, no dejó huellas conocidas
de sus “hazañas”, pues enseguida sería eclipsado por Ernesto Bravo Rivero, alférez de
complemento del Rgto. de Infantería de la Victoria (Salamanca), que se hallaba de
permiso en Ciudad Rodrigo al iniciarse el Alzamiento. De su eficacia represiva él
mismo se hizo pregonero cuando fue procesado y de sus amenazas con la pistola en la
mano testificaron las víctimas de sus extorsiones (C.2133/37).
Los milicianos fascistas en seguida fueron inseparables acompañantes de los
comandos de la Guardia Civil que la jerarquía militar de Salamanca enviaba a
determinados pueblos o zonas para los registros domiciliarios, detenciones de
republicanos señalados y recogida de “donativos” para el Ejército, que eran multas y
verdaderas extorsiones. Las primeras redadas de este tipo se comprueban en torno al
25 de julio en Retortillo y los pueblos de la Sierra. Una vez instalado el terror en regla,
en la segunda semana de agosto, los milicianos fascistas practicaban las correrías con
más autonomía, sobre todo allí donde no había puestos de la Guardia Civil o de los
Carabineros, pero no actuaban por su cuenta. Ellos mismos dejaron claro que, para las
ejecuciones extrajudiciales, tenían delegación e incluso órdenes verbales de las
autoridades militares y, llegado el caso de ser acusados de “gravísimos cargos”, los
consejos de guerra los absolvieron (C.2133/37), a no ser que los jueces instructores
hicieran pasar a los victimarios por antiguos izquierdistas (C.728/37).
Croniquilla y necrologios del verano y otoño sangrientos de 1936: la segunda
serie de registros y detenciones (25 de julio a 1º de agosto). La redada del día de
Santiago en Retortillo y sus futuras víctimas mortales (25/07/16)
Boadilla
Bocacara
Bodón (El)
Carpio de Azaba
Coria (Cáceres)
Fecha imprecisa del verano/otoño de 1936. Un tal MARCELINO, vecino de El Payo, fue
asesinado cerca de esta población extremeña (EP 2007).
Ciudad Rodrigo
Fuenteguinaldo
Gallegos de Argañán
Maíllo (El)
17 de agosto. Hallazgo en “Las Datas” de los cadáveres de TRES DESCONOCIDOS, al
parecer vecinos de Mogarraz (croniquilla del día 5 de agosto, necrologio del
próximo día 17)
Martín de Yeltes
Navasfrías
Peñaparda
Saelices el Chico
Sancti-Spíritus
Torrejoncillo (Cáceres)
Villar de Ciervo
Zamarra
Los registros domiciliarios y las detenciones que los testimonios orales señalan
por estas fechas en varios pueblos, cuando las víctimas elegidas no pudieron
esconderse o fugarse a Portugal, más tarde o más temprano terminaron en ejecuciones
extrajudiciales, que se intensifican por estas fechas. El día 9 de agosto aparecieron dos
cadáveres entre los kilómetros 62 y 63 de la carretera de Salamanca (dehesa de
Castillejos, término de Martín de Yeltes), que debían de ser los de los bodoneses
Ángel ACOSTA y Agustín PINO, aunque no se puede excluir que en lugar de éste se
tratara de Feliciano GALÁN, según el acta de defunción eliminado en el término de La
Fuente de San Esteban (ver necrologio del 11 de septiembre).
Debido a la escaramuza del día 19 de julio y a los intentos de aplicación de la
reforma agraria en la primavera anterior, la represión cruenta e incruenta de El Bodón
fue extensa e intensa. Se inició con la proclamación del estado de guerra, se prosiguió
con las detenciones del mes de julio (croniquilla del 27 julio) y las muertes que aquí se
describen y alcanzó hasta después de la guerra con procesamientos, prisiones,
depuraciones y sanciones por “responsabilidad civil”. En total se han identificado
varias decenas de bodoneses represaliados:
Todo parece indicar que los “señores militares” tenían programadas estas sacas
dentro de un plan que alcanzó a varios pueblos del ámbito comarcano, con matanzas
masivas en La Alberca (12/08/36) y Robleda (13/08/36) o con eliminaciones
individuales, como en Martiago (12/08/36). Se avanza aquí el necrologio de este
último pueblo, que incluye el asesinato de una víctima directa de la represión y la
muerte de dos “indirectas”:
La falta de control de las armas de que, en este caso, era portador un ex soldado,
causó dos víctimas mortales: su antigua novia y él mismo.
Juan Francisco VICENTE MANCHADO, de 25 años, hijo de Aureliano y Julieta, ex
soldado inútil para el servicio, soltero. Falleció en el Hospital Provincial
(12/07/38), sin especificación de la causa (extracto act. def., C 2185/1937: f.36).
Fue procesado, a consecuencia del asesinato pasional cometido (15/08/37) en la
persona de su ex novia y a la que pretendía cortejar, María CALVO SÁNCHEZ, sobre
la que hizo varios disparos con una pistola que había sustraído en el frente, a
consecuencia de los cuales falleció. Después disparó contra sí mismo, sin conseguir
quitarse la vida, pero quedó ciego. Por estos hechos se le siguió causa por la
jurisdicción ordinaria, de la que se desglosó lo referente a la pistola para el
procedimiento sumarísimo, cuyo consejo de guerra (22/01/38) lo condenó a las
penas de tres años de prisión menor por el delito de tenencia ilícita de armas y a tres
meses de arresto y 250 pts de multa por desobediencia grave, sin que se tuvieran en
cuenta los argumentos del defensor, según el cual el procesado tenía “muy buenos
antecedentes” (C.2185/37).
Hubo varios martiagueses que fueron víctimas de las otras formas de represión:
- 7 detenidos o presos (dos de ellos también multados)
- un maestro depurado
Paulino BECERRO GARCÍA, de 42 años, hijo de Luis y Paula, jornalero, casado con
Juana González Barrado.
Manuel GUINALDO MANCEBO (a) “POTRICO”, de 39 años, hijo de Laureano y Teresa,
casado con Florentina Martínez Luis, jornalero, casado con Florentina Martínez
Luis, padre de dos hijos menores.
Jesús HERNÁNDEZ CILLEROS, de 52 años, hijo de Martín y Josefa, jornalero, casado
con Victoria Salgado Angulo, padre de dos hijas.
Víctor MARTÍN LÓPEZ (a) “EL NIÑETE”, de 31 años, hijo de Pedro y Bonifacia,
jornalero, STT, casado con Eustaquia Sánchez Sánchez, padre de dos hijos
menores.
Santiago MUÑOZ BARÉS, de 39 años jornalero, casado con Julia Becerro Martín (y por
tanto cuñado de Ángel BECERRO), padre de tres hijos menores.
Leoncio RODRÍGUEZ MARTÍN, de 38 años, jornalero, casado con Nieves Pies García,
padre de dos hijos menores.
José Manuel SÁNCHEZ GARCÍA (a) “HIJO DEL CAPI”, de 20 años, soltero, jornalero.
Nicolás SIMÓN HERNÁNDEZ, de 51 años, hijo de Antonio y Matea, jornalero, casado
con Juana Hernández Maíllo (y por tanto cuñado de Faustino HERNÁNDEZ), padre
de dos hijas menores. Era el alcalde republicano. Sin identificarlo nominalmente, el
P. Hoyos (1946: 355) señala que fue víctima de la perversa aplicación de la “ley de
fugas”: “(…) al Alcalde le dieron el paseo, ejecutándolo, según rumor, en el mismo
trayecto, al tratar de sublevarse”.
Otros albercanos fueron sacados también el día 12, pero consiguieron salir con
vida de la prueba. Fueron eliminados en otra ejecución el día 20 de agosto (cf.
Necrologio de La Alberca para este día).
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936: la caza humana y las
primeras sacas domiciliarias de Robleda (necrologio) (13/08/2016)
La fecha del 13 de agosto fue una de las más mortíferas en la zona, debido a la
redada que hubo en Robleda, quizá provocada o acelerada por un “tumulto” que se
produjo con motivo de la llamada de quintos de los reemplazos de 1933, 1934 y 1935
para el ejército rebelde. Del informe del brigada Bernardo García (25/08/36) se deduce
que para los militares sublevados contra la República este hecho era un rebeldía en
toda regla contra ellos, en fecha muy próxima al 10 de agosto, pues hay constancia de
la movilización de mozos de Robleda dicho día y al siguiente (25/08/36, Inf.R/36,
C.728/37, C.1233/37, Zato 1997, Iglesias 2008a). Como primera medida el brigada
Bernardo García intervino rápidamente, estimulado por los responsables
mirobrigenses, deteniendo el día 11 a “los seis vecinos que consideró causantes de la
referida protesta, y en los dos días se apresuró a efectuar la captura de dos individuos
que le fue recomendado hacerlo por fuerzas de Ciudad Rodrigo, logrando la detención
de uno de dichos individuos”; el otro se fugaría, sin duda Julián OVEJERO (croniquilla
del día 6 de septiembre). Más tarde, en una declaración procesal de 1938, Laureano
Enrique (“Roque”) es mucho más explícito, revelando la identidad de los vecinos
detenidos, no seis, sino nueve: Benito MONTERO SÁNCHEZ, Tiburcio MATEOS
MATEOS, Esteban MATEOS MATEOS, Sebastián MOLINA RONCERO (Sebastián
BONILLA), Julio CALZADA, Emilio GUTIÉRREZ PASCUAL y Juan GARCÍA MILÁN, todos
ejecutados vilmente, además de Pablo Prieto Mateos y Francisco Pascual Ovejero, que
habrían estado presos dos días. Varios testimonios familiares señalan las eras como
lugar socorrido de la detención, en plena faena de la trilla.
Según la versión del Brigada, dos días o tres después de la “protesta”, es decir el
día 13 de agosto, se presentó en Robleda un capitán de Carabineros de Ciudad
Rodrigo, sin duda Marcelino Ibero, con fuerzas de su Cuerpo y Falangistas (al frente
de los cuales ahora se sabe que iba Ernesto Bravo Rivero, Jefe de Milicias, y
seguramente también Agustín Calzada, jefe comarcal de Falange), y se llevó a cuatro
de los seis detenidos, soltando a los otros dos, pero apresando las mencionadas fuerzas
a otros tres “por ser de la directiva socialista”. Entre los captores, los testimonios
orales también señalan la presencia de falangistas locales y de La Encina. Laureano
Enrique sitúa en tal día la intervención de falangistas de Ciudad Rodrigo y dos jóvenes
de Villasrubias (“hijos de Agustín de la Ceferina y de Quico el Huevero”), los cuales
de acuerdo con las autoridades locales soltaron a los dos últimos presos del día 11,
Pablo Prieto y Francisco Pascual, que tenían relación de amistad con el Alcalde y el
Médico, llevándose al matadero a los otros siete por él mencionados.
Estos vecinos robledanos formaron parte de la primera tanda de asesinados.
Fueron sacados en dos vehículos y su destino quizá sería para todos ellos la finca de
Castillejo de Huebra, a unos 50 cincuenta kilómetros de Robleda, pero los
“conductores” de uno de ellos no acertarían con el paraje (Isabel Mateos 2007). De
modo que cuatro cautivos fueron asesinados la noche del 13 de agosto en el término de
Boadilla, en cuyo cementerio fueron enterrados (Iglesias 2008a: 166, 177). Las actas
de defunción sitúan el hallazgo de cadáveres el día 13, a consecuencia de “disparos o
heridas de armas de fuego”:
Según Ramón Hernández, Alfonso HERRERO fue asesinado en Asturias, sin mención
de otros datos (https://issuu.com./antoniomaillo/docs/revista_mogarraz_2014_1).
Natural de Mogarraz era Desiderio CRIADO BARÉS, víctima de una saca carcelaria de
la prisión de Ciudad Rodrigo el día 15 de septiembre (croniquilla de este día).
Otros represaliados mogarreños:
- 16 presos o detenidos, procesados o no
- 2 depurados (también presos)
- 2 multados (uno de ellos también preso).
Eufemio Puerto Cascón identifica algunas mujeres mogarreñas a las que los
represores vejaron, cortándoles el pelo, dándoles a beber aceite de ricino y sacándolas
a la vergüenza pública:
“Poco después, otro día en que me encontraba charlando en la Fuente de la Pila
con mi tío Tomás Martín Cascón, alias Macaco, y algunos otros mogarreños, de pronto
vimos aparecer un tumulto por el Banco. Rápidamente nos hicieron señas de que nos
metiéramos en casa y cerramos las puertas. Enseguida supe lo que había ocurrido. Les
habían cortado el pelo a tres señoras: A Josefa la Canaria, a María Maíllo, alias la Paína,
y a María Lucas, y las habían sacado a pasear por el pueblo” (Hernández 2004: 291-
292).
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936: la primera saca
carcelaria de la prisión del partido judicial (Ciudad Rodrigo) (19/08/2016)
Ángel Iglesias Ovejero
Juan VICENTE SÁNCHEZ (a) “GAONA”, uno de los hermanos portadores de este apodo,
de 26 años, soltero, que el día 3 de agosto había ingresado en la cárcel. Falleció a
las 18h 30 del día 19 de agosto de 1936 (la inscripción de defunción se efectúa por
oficio “del Sr. Capitán Juez Instructor de Carabineros Marcelino Ibero”).I
Isidro SÁNCHEZ MATEOS (a) “El Calaínos”, de 27 años, casado con Julia García
Blanco, padre de un niño al menos. Estuvo preso el mismo tiempo que Juan
VICENTE.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936: La segunda matanza de La
Alberca (20/08/2016)
Ángel Iglesias Ovejero
Rufino ANAYA EXPÓSITO (quizá no fuera apellido), nat. Ciudad Rodrigo, domiciliado
en La Alberca, de 39 años, hijo de padres desconocidos, maestro y jornalero,
concejal, casado con Ángela Martín García, padre de cuatro hijos, además de una
niña adoptada (ASMJ). Falleció en La Alberca el 19 de diciembre de 1936,
“ejecutado a consecuencia de la guerra civil española de 1936 a 1939” (act. def.
22/12/79, según “auto del Juez de 1ª Inst. e Instr. de Béjar recaída en el exped. nº
45-79”, RCLA). Según la ficha carcelaria de Salamanca, al ponerlo en libertad
quedó a disposición del Gobernador Militar. Sería víctima una saca.
Mauricio GÓMEZ GIL, de 37 años, hijo de Manuel y Nicasia, albañil, casado con
Teresa Torres Sánchez, padre de seis hijos (uno de ellos quizá habido en alguno de sus
dos matrimonios anteriores). Acusado, casi con seguridad falsamente, de haber
amenazado con una pistola al ex alcalde militarista J. Mª Hoyos, fue detenido en La
Alberca (05/03/38), ingresado en la prisión de Salamanca (10/03/38) y, con presuntos
síntomas de esquizofrenia (afirmaba que el ex alcalde lo había amenazado a él, como
era muy probable, porque J. Mª Hoyos se había quedado con un arma al principio del
Movimiento), fue traslado al manicomio provincial, donde falleció (22/12/38), sin
constancia del tratamiento que recibiera ni del lugar de enterramiento de su cadáver
(Dil.LA/ ma.38, ASMJ).
Los republicanos de la zona fronteriza que, por sus cargos o sus reivindicaciones
obreristas, se sentían en el punto de mira de los represores creyeron al principio que
sus opciones de salvación estaban al otro lado de la Raya. Así sucedió con quienes
tenían amigos personales en las localidades portuguesas, mediante fugas afortunadas,
como las del policía Alfonso Navalón en Fuentes de Oñoro, el alcalde León Almaraz y
el concejal Ángel Ramos en Navasfrías, así como otras personas de Alberguería de
Argañán y Aldea del Obispo, que no regresaron hasta más tarde o no lo hicieron
nunca. Sin embargo, en general, los perseguidos pronto comprobaron que, lejos de ser
tierra de acogida, Portugal era una ratonera en toda regla, en la que varios vecinos de
los pueblos salmantinos y cacereños dejaron la vida, unas veces al ser devueltos por
las autoridades portuguesas, a sabiendas de que serían eliminados a su regreso a
España, y otras veces eliminadas por los mismos agentes del orden lusos.
En efecto, como es sabido, la “nación hermana” tomó partido por los sublevados
contra la República de España y les prestó ayuda mediante la propaganda, el tráfico de
armas y la actuación de los miembros de sus fuerzas armadas, que más o menos de
forma descarada participaban en la represión franquista y con los mismos métodos,
incluidos señuelos análogos a los “falsos bandos de perdón” para que se entregaran los
fugitivos emboscados. Por ello la corporación municipal militarista de Aldea del
Obispo envió felicitaciones a Radio Club Portugués en octubre y respondió
positivamente en diciembre a la propuesta de homenaje a dicha Nación (Iglesias 2016:
V, 1.2).
Es precisamente en el necrologio de esta localidad donde mejor se comprueba
la falta de hospitalidad oficial de Portugal con respecto a los fugitivos, cuyos avatares
se conocen por testimonios orales, por lo cual resulta incierta la cronología de los tres
afectados por la represión directa: José HERNÁNDEZ, Jacobo ANDRÉS y Jacinto
VICENTE. Guiados por los fascistas locales, falangistas de Ciudad Rodrigo, entre ellos
alguno de los “Cencerreros”, sacaron a los dos primeros a las inmediaciones del
pueblo y dispararon sobre ellos, aunque al parecer no pudieron rematarlos, mientras
que el tercero huyó inicialmente a Portugal.
José HERNÁNDEZ LAMAS, de 38 años, hijo de Juan y Bernardina, jornalero, casado con
Dominica Sánchez Blanco, encinta de una niña que nació el 28 de octubre de 1936.
Falleció en una saca el 21/08/36, efectuada en el término de Bocacara (act. def.
22/08/36 y 21/07/80, ASMJ). Había estado en Francia. Según testimonios,
falangistas conocidos lo sorprendieron cuando estaba metiendo paja y lo llevaron a
la cárcel. En el alto de San Pedro, los milicianos fascistas le dieron un tiro en el
vientre, sin matarlo. Quizá otras personas lo llevaron herido a la cárcel de Fuentes
de Oñoro. De allí fue sacado otra vez y rematado en una cuneta del mencionado
pueblo, en cuyo cementerio está enterrado con otra víctima (AdO 2009). Su familia,
como la de Jacobo ANDRÉS, sobrevivió haciendo toda clase de trabajos,
principalmente costura, y recurriendo al mísero contrabando.
Jacobo ANDRÉS LORENZO, de 34 años, ebanista, teniente de alcalde, secretario de la
Sociedad Obrera (STT), casado con Consuelo Ferreira Fuerte, padre de una niña.
Falleció en lugar y fecha desconocida por octubre de 1936 en una presumible saca
carcelaria. Según los testimonios familiares, en la dehesa de El Gardón Jacobo fue
tiroteado por los falangistas, pero no muerto, solo herido en una muñeca, lo que no
le impidió pasar la frontera. Familiares y amigos de Vale da Mula lo auxiliaron,
mientras lo buscaba un sargento de los guardiñas. Disfrazado de mujer, fue a
curarse en Guarda, donde, confiado en un presunto decreto, se entregó a las
autoridades portuguesas, que lo devolvieron a España. En Ciudad Rodrigo estuvo
preso en algún local carcelario hasta octubre. Su esposa, convencida de su
eliminación, se consideró viuda hasta su propia muerte. Dejaba una hija, Ascensión
Andrés Ferreira, quien a su vez asumió en fecha temprana la condición de huérfana
de una víctima asesinada, sin esperanza de confirmación de rumores sobre el
posible hallazgo de su padre en Portugal (con engaño interesado por parte de un
portugués), depositaria de los pormenores de aquella paliza que los falangistas le
propinaron en el cementerio para que revelara la falsa existencia de armas
escondidas en el fuerte de la Concepción, antes de su huida a Portugal en busca de
un asilo fallido, que incluso aconsejó a los familiares vestirse de luto, para dar por
hecho que Jacobo había muerto en la saca de El Gardón. Luego la familia fue a
llevarle un brasero y una manta cuando estaba preso en Ciudad Rodrigo, hasta que
allí se le perdió el rastro. Ascensión también quedó huérfana de madre a los nueve
años, pues Consuelo Ferreira solamente sobrevivió al asesinato de su marido seis
años escasos, en parte gracias a la miserable práctica del contrabando, de lo que hay
constancia escrita (cf. Dil.830/39). Entonces Ascensión quedó encomendada a la
guarda principal de su tía materna Gloria, sobreviviendo ocasionalmente también
con el expediente de la costura y del contrabando de hilo, café y bacalao, hasta de
huevos, que a veces se rompían por el camino (AdO 2009).
Jacinto VICENTE DUQUE, concejal, casado con Asunción “Chavalina” (ASMJ), sin
constancia de otros datos. Falleció en lugar y fecha desconocida de 1936.
Temiendo por su vida, huyó a Portugal cuando empezaron los asesinatos. Después
de un tiempo refugiado en el país vecino, se entregó a las autoridades portuguesas,
que decidieron su conducción a la frontera por Fuentes de Oñoro. Al llegar cerca de
esta localidad fronteriza, adivinando el destino que le esperaba, trató de escapar
todavía en territorio portugués, y los guardiñas, aplicándole criminalmente la “ley
de fugas”, dispararon contra él y lo mataron. Se ignora la localidad portuguesa en
que fuera enterrado (AdO 2009).
Es posible que haya alguna otra víctima mortal directa. Entre las víctimas
indirectas se cuentan:
Víctor CALVO MARTÍN, vecino de Cercedilla (Madrid), hijo de Cándido y María,
casado, de enfermedad en la prisión de Salamanca (05/01/40)
Consuelo FERREIRA FUERTE, de agotamiento y enfermedad, tras la eliminación de su
marido (supra)
Juan ÁLVAREZ PINEDA, muerto en el campo de concentración de Mauthausen
(20/04/43, MCU).
(Esta croniquilla está dedicada, en primer lugar, a Victoria Viñuela Valiente, que,
haciendo honor a su segundo apellido, fue una informante leal y generosa, sin que fueran
obstáculo para ello los antecedentes derechistas de su familia y sus profundas convicciones
religiosas. Gracias a Victoria estas investigaciones dieron con el hilo que conducía a la
implicación de los jefes y oficiales militares en la represión de Robleda y, en general, de la
cabecera y de toda la comarca de Ciudad Rodrigo.
En segundo lugar, renovamos nuestro agradecimiento a la prensa digital y la web del
CEM y de Farinatos por la Memoria, que publican nuestras croniquillas y necrologios. Al
parecer, esto no es del agrado de algunos lectores del “periódico más leído de la provincia”,
aunque no el más enterado, pues, al cabo de un mes de su presentación, todavía no ha
informado de la publicación de La represión franquista en el sudoeste de Salamanca (1936-
1948), aunque algún corresponsal suyo estaba en Ciudad Rodrigo el pasado día 23 de julio.
Paradójicamente, este silencio o aparente ninguneo casi se podría tomar por un elogio
implícito del estudio, dado que tal periódico, a juzgar por el dicho heredado de un titular
homónimo (“miente más que…”) sólo publicaría mentiras, lo cual obviamente es imposible.
Una prueba suplementaria de esto último estaría precisamente en la publicación de nuestros
relatos. Además, así esos lectores o redactores que son adversarios recalcitrantes de la memoria
histórica, sin salir de su espacio natural, podrían tratar de desacreditar o dificultar el
reconocimiento debido a las víctimas franquistas de la zona mirobrigense con el peregrino y
manoseado “argumento” de que en la zona republicana (de la que nunca formó la provincia de
Salamanca) también hubo víctimas, cosa que, por otro lado, ningún historiador ha negado y la
propaganda nacional-católica no ha hecho más que airear desde hace ochenta años).
José MATEOS (BENITO) GARCÍA, de 34 años, hijo de Faustino Benito (Mateos), casado
con Mª Antonia, hermana de Ángel, Juan y Julián OVEJERO GARCÍA; dejó tres hijos
menores, a los que se añadió una hija póstuma en 1937. Fue detenido en el paraje
de El Batán en presencia de su esposa y dos hijos pequeños, custodiado en el
cuartel de los falangistas locales, dos de los cuales recibieron y cumplieron la orden
del jefe Julio del Corral para ejecutarlo, así como a Juan MATEOS (C.728/37). Su
defunción (“con motivo de la Guerra Civil Española”) se inscribió 44 años más
tarde (07/02/1980). Sin este requisito, su esposa había contraído segundas nupcias
en 1941 con Juan Iglesias Muñoz (ver detalles en Iglesias 2016: cap. I).
Juan MATEOS CARBALLO, de 43 años, hijo de Francisco y María, labrador, casado con
María Mateos Mateos, de cuyo matrimonio le quedaban cuatro hijos; hermano de
otros dos asesinados, llamados José (infra) y Fermín, alcalde (necrologio de la 3ª
tanda). Los tres a su vez eran primos carnales de los hermanos Esteban, Tiburcio y
Sebastián MATEOS MATEOS, ya eliminados los dos primeros y poco después el
tercero (Iglesias 2008a: 167-170). Según el acta de defunción (20/04/41), falleció
en “el término municipal de Gata (Cáceres) el 24 de agosto de 1936”, “según
noticias”, a consecuencia de “heridas por arma de fuego”, y fue enterrado en el
cementerio de dicho pueblo. Según la tradición familiar y local, estuvo escondido
en las afueras del pueblo, pero, después de que los captores presionaran a su
familia, amedrentando a sus hijos, torturando a uno de ellos y prendiendo fuego a
enseres de la casa, fue detenido en ésta, después de renunciar a una posible fuga a
instancias de su esposa, que fue engañada con el señuelo habitual de que no le
“pasaría nada”. Antes de ser fusilado, los ejecutores practicaron actos de barbarie
con su víctima, por haberse lanzado contra ellos con los dientes.
Hay una idea muy extendida, incluso en el entorno de las víctimas, sobre el
interés económico, la envidia y la frustración pasional como motivos básicos de la
represión a nivel local, sin que falte quien ponga todo ello en la cuenta de la mala
calaña de las personas (al parecer, nadie ha dado como motivo el “pecado original”).
Es indudable que esta motivación existe, pero no es menos cierto que los responsables
militares y sus valedores han favorecido esta explicación, porque en el fondo parece
exculparlos, al dejar de lado que fueron ellos mismos quienes se sirvieron de esas
bajezas humanas para el objetivo que perseguían al declarar el estado guerra. Fueron
los mandos quienes instrumentalizaron el terror, ofrecieron armas y alentaron a los
jóvenes victimarios para que se ocuparan de los bajos “servicios de represión” (ver
croniquilla del 21 julio, sobre la creación de las milicias fascistas en Ciudad Rodrigo).
La localidad donde mejores resultados ha dado esta explicación, implícitamente
exculpatoria de los responsables y los ejecutores militares sublevados, ha sido
Peñaparda. Esto fue posible porque el izquierdismo inicial de Julián Collado, socio de
la Casa del Pueblo, mal avenido después con la gestora socialista local y reconciliado
con su familia política, caciquil y ganada por la ventolera de las milicias fascistas,
permitía asentar la falacia de que los victimarios tenían antecedentes izquierdistas (ver
croniquilla del día 8 de septiembre). De la complicada operación se encargó el cap.
Antonio Cejudo (Guardia Civil), que instruyó el atestado que sentaría las bases de la
Causa 728/37. Gracias a esta, por otro lado, se conoce casi al detalle la represión
cruenta de Peñaparda (Iglesias 2016: VII, 1.5.1.2.1). Sin embargo, esta evidencia
documental de la implicación de los represores locales en las matanzas y la vigencia
de los recuerdos en la memoria colectiva, las autoridades municipales peñapardinas no
han dado la menor señal de reconocimiento de la docena larga de víctimas mortales.
Quizá aquella sea precisamente la causa de esa especie de negacionismo, porque el
caciquismo y el nepotismo que favorecieron las actuaciones macabras no
desaparecieron con la llegada de la Democracia monárquica, durante la cual han
seguido gobernando el pueblo los mismos clanes, a lo que sin duda ha contribuido
indirectamente la emigración de las familias más desfavorecidas, entre ellas las de los
descendientes de las víctimas.
La cronología de la represión cruenta de Peñaparda se imbrica en la de Robleda,
porque en parte tuvo los mismos agentes victimarios. Pueden distinguirse dos series de
asesinatos, la primera entre el día 31 de agosto y los primeros días de septiembre; la
otra ya en la segunda semana de este último mes. A pesar de la evidencia apuntada, el
conocimiento del desarrollo de los hechos macabros y sus circunstancias está
condicionado por el ocultismo habitual en las ejecuciones extrajudiciales, en abierto
contraste con algunas aparatosas detenciones y los actos de barbarie practicados casi a
la vista del pueblo. La misma cronología resulta un tanto errática en los documentos o
se ignora, como es el caso del asesinato de José CHANCA, que por el modus operandi
debió de llevarse a cabo en la segunda tanda. Es llamativo el casi exterminio
practicado en la familia del alcalde Vicente TORRES y su hermana Juana, que incluye a
la compañera de aquél, Francisca RAMOS, y dos hijos de ésta, Hermenegildo y
Francisco SÁNCHEZ TORRES. Se inicia con la aparatosa detención de Juana y sus hijos,
con escenas esperpénticas en la Plaza y la saca para el matadero. En este viaje también
fueron embarcados Luis DOMÍNGUEZ MANSO y Santiago DOMÍNGUEZ PASCUAl, padre
e hijo, que, sin embargo, se dan por muertos el día 9 de septiembre, fecha harto
improbable.
Así que, con las salvedades que el caso requiere, estas víctimas constituirían la
primera parte del necrologio de Peñaparda:
Juana TORRES GONZÁLEZ. Por numerosos testimonios concordantes de Peñaparda, se
conoce el destino de la familia de esta mujer, trágico hasta nutrir una extendida
leyenda (Iglesias 2008a y 2014b). Era hermana de Vicente TORRES, el alcalde
republicano, y, además de una hija (Nicolasa), era madre de Hermenegildo y
Francisco SÁNCHEZ TORRES, también asesinados, con los que, conforme se ha
apuntado, iba en el camión macabro, junto con dos miembros de la familia de los
“Morodes” (P 2006), Luis y Santiago DOMÍNGUEZ. Según el testimonio del cura
Eduardo Sánchez en 1937, estas cinco personas y otras dos sin nombrar eran los
“siete vecinos” del pueblo que sacaron “la primera noche” (C.728/37). En su
desgracia confluyen motivaciones pasionales y crapulosas, sin excluir las
ideológicas. Oriunda de Gata (Cáceres), como su marido (Ceferino Sánchez), Juana
TORRES poseía un establecimiento (donde hoy se ubica el bar de “El Rincón”), con
salón de baile incluido, que sería requisado para cuartel de los falangistas. Su
prosperidad relativa había provocado la envidia de algún vecino que también tenía
bar, a lo cual se añadió la circunstancia de que, al quedarse viuda, el secretario del
ayuntamiento, Emilio Rodríguez, le pedía unas relaciones sentimentales que ella se
negaba a mantener. Este individuo se vengó, utilizando el poder de su hijo Félix
como jefe local de la Falange.
Los verdugos de Juana habrían practicado actos de barbarie con ella en su propia
casa (V 2012), aunque esta ubicación casa mal con otras secuencias del relato.
Presenta analogías con las sevicias de las vírgenes y mártires de la leyenda dorada,
de que suele considerarse víctima a “la maestra de Acebo” y que, obviamente, no
hay que tomar al pie de la letra: violación, corte de orejas y de pechos, robo de
alhajas (EP 1973). Ya detenida, en la plaza, Juana le suplicó de rodillas al secretario
y cacique Emilio Rodríguez que, si la mataba a ella, perdonara la vida a sus hijos,
sin resultado (P 2007). En el camión que llevaba a los detenidos, “tia Juana”
consiguió desatar a su hijo Francisco SÁNCHEZ con los dientes, a la salida del
pueblo, a la altura del Puente. Este hijo, muy provisionalmente, se salvó. En
cambio, a Juana y a los demás compañeros de viaje los mataron entre los pueblos
cacereños de Santibáñez y Torre de Don Miguel (en posible alusión al término de
Villasbuenas de Gata), junto a la carretera, según unos testimonios (R 2008), o,
según otros, en Los Carvajales (El Payo). De acuerdo con esto, a Juana TORRES la
mataron el 31 de agosto amaneciente para el 1º de septiembre de 1936, como al
mencionado hijo Hermenegildo. La declaración de su hija Nicolasa (27/01/37)
confirma alguno de los detalles apuntados, pero la autoría de los hechos por parte
de Félix Martín, quizá no haya que entenderla en el sentido literal, sino en el de una
responsabilidad jerárquica:
[Que Juana Torres y dos de sus hijos fueron] vilmente asesinados por el Jefe local de
Peñaparda Félix Rodríguez. Añade Nicolasa que su madre: (...) intercedió cerca del
padre de Félix para que no hiciera daño a sus hermanos diciéndole que si en algo la
estimaba culpable se lo hiciera a ella, cosa que la madre de la declarante le pedía de
rodillas en la calle, y el citado Emilio [Rodríguez] por toda contestación le dio un
empujón violento diciéndole al mismo tiempo: ya es tarde, ahora tenemos nosotros la
sartén por el mango (C.728/37: f. 56).
Hermenegildo SÁNCHEZ TORRES, de 28 años, hijo de Ceferino y Juana, sin indicación
de profesión, “soltero”. Falleció en el “paraje de Carvajales” el día 31 de agosto de
1936, a consecuencia de “disparos de escopeta”, y fue enterrado en dicho sitio
(RCP, act. def. 12/08/1988). Es erróneo en el acta el dato de “soltero”, pues según
la copia del auto, estaba casado con Polonia Toribio Collado (act. matr.
31/08/1931):
(...) a las dos de la madrugada del día 31 de agosto de 1936 fue sacado por la
fuerza de su domicilio en Peñaparda y en un vehículo que esperaba en la plaza fue
trasladado al paraje de Carvajales y en la carretera de Cáceres fue muerto a tiros de
escopeta y enterrado en una fosa común abierta en la margen izquierda de la carretera
[en dirección norte], así como que todos extremos fueron públicos y notorios y fue visto
muerto en la margen izquierda de la carretera C-526 y posteriormente enterrado en
indicado paraje.
Según el testimonio del citado párroco Eduardo Sánchez es uno de los “siete
vecinos” que sacaron “la primera noche” (C. 728/37), con su madre Juana TORRES.
Su afiliación política no estaba muy marcada, según otros declarantes, aunque fue
socio de la Casa del Pueblo, a su vuelta de Francia, dos años antes del Movimiento
(ibídem). La informante Petra Lozano le atribuye el presentimiento de su muerte
inminente, al solicitarlos servicios del barbero (“tio Silveriu”): Meregildu mandó a
mi padri para afeitali y cortali el pelu: -“Es la última vez que me afeitas”. Lo
sacarun aquella nochi.
Francisco SÁNCHEZ TORRES, de 24 años, hijo de Ceferino y Juana. Estaba casado con
Catalina Acera Fuentes y a su muerte dejaba una hija (Julia). De una declaración de
su viuda se desprende que era “tratante de ganado”. Las circunstancias de su
asesinato constituyen el soporte de una leyenda muy conocida en la zona, de la que
se tienen testimonios desde hace tiempo (EP 1973), hasta rumores recientes y
confusos en Acebo (Ac 2008) y El Payo (EP 2011). Según alguna versión, después
de la matanza de su familia, se incorporaría a las filas franquistas, donde sería
ordenanza de un capitán en Valladolid, y al volver de permiso al pueblo le echaron
mano (EP 1973). Pero la información oral y la procesal de Peñaparda dejan claro
que fue detenido inicialmente al mismo tiempo que su madre y su hermano
Hermenegildo.
Estos últimos testimonios identifican a medias por sus motes o sobrenombres a
los falangistas que detuvieron a Francisco: “el del Bar”, “el Estanquero”, “el
Julianón”, “el Tuerto”, “uno de Villasbuenas” y algún otro (P 2007). Y confirman
su mala catadura moral, especificando que uno ellos se jactaba de que había matado
a 19 personas con cuchillo y decía que “pa cien muertus le faltaba unu” (P 2008).
Este tipo de fanfarronadas es detalle recurrente en la cuenta de la hybris asesina,
también atribuido a un victimario de Acebo, castigado por su propia soberbia: (…)
uno de estos asesinos alardeando en un baile de las personas que había matado se
apuntó con su pistola en la sien y dijo «he asesinado a 99 y conmigo 100». Creía
que el arma no se encontraba cargada, pero no fue así, muriendo al momento (Ac
2008).
La detención se produjo en casa del párroco, donde también se escondía su
hermana Nicolasa. Según unos, lo sacaron a pesar de que el sacerdote se puso
delante de Francisco para que no lo detuvieran (P 2006); según otros, mientras el
cura se reunía con los maestros de Peñaparda y de Villasrubias, lo llevaron con
engaño y estando él convencido de que, por su condición de soldado, no le pasaría
nada (P 2007). Como ya se indicó, su madre consiguió desatarle las ligaduras con
los dientes, cuando los sacaban en el camión a la salida del pueblo. Francisco se
escapó, y, desechando la posibilidad de huir a Portugal, para no ser considerado
desertor del Ejército, prefirió refugiarse en Fuenteguinaldo, donde un vecino lo
delató, siendo detenido de nuevo (P 2007), detalles estos concordantes con los
testimonios de la Causa 728/37. Entre tanto su esposa había ido a Ciudad Rodrigo
para poner los hechos en conocimiento de los militares, pero, cuando volvió con
ellos, ya los falangistas lo habían llevado por un atajo de la carretera, entre
Aldeanueva (Fuenteguinaldo) y El Collado (Bodón), para Extremadura. Una vez
allí, los falangistas, después de negociar con el jefe local de Acebo, lo mataron en
San Martín de Trevejo, dos o tres días después que a su madre y a su hermano (EP
1973, P 2007), probablemente el 3 de septiembre.
Félix Sánchez, niño entonces de 13 ó 14 años, que guardaba cabras, fue testigo
presencial, oculto entre unos castaños, desde La Erina, en la propiedad familiar del
sitio de La Rufinega, a menos de cien metros del lugar del crimen. Hacia media
tarde los victimarios llegaron de arriba (de El Payo, quizá después de volver de
Acebo) hasta “El Empalme” de Villamiel, a unos tres kilómetros de San Martín de
Trevejo, y siguieron en dirección de aquel pueblo. Se detuvieron pasado el puente
de Los Arravises, en el ángulo del camino de Acebo a San Martín y la carretera
(entonces camino vecinal) del mencionado Empalme a Villamiel, entre las
montañas de la Mala Sombra y El Moncarbo (quizá Moncalvo). Allí lo mataron
junto a una piedra gruesa, visible todavía a la izquierda de una cantera. Los
ejecutores se volvieron para bajar a San Martín, quizá a informar a Marcelino
León, jefe de local de Falange, de quien se dice que “mató a muchos”, entre ellos a
dos cuñados del informante. El cadáver lo dejaron tirado allí, hasta la mañana
siguiente, en que lo descubrió “tio Gaspal”, que se lamentó del hecho (Ay, filhu,
¿andi vamus a paral?), y “tio Juan Paino” lo llevó atravesado en una yegua, para
que lo enterraran en el pueblo (EP 2011).
Luis DOMÍNGUEZ MANSO (a) “MORODES”, de 65 años, hijo de José y María, sin
indicación de profesión (quizá labrador), estado civil (casado o viudo), padre de
Santiago DOMÍNGUEZ PASCUAL, también asesinado. Fue sacado con éste, “tia
Juana” y sus hijos en un camión, para un viaje del que no volvieron (P 2006), sin
duda asesinados todos la misma noche del día 31 de agosto, y no el día 9 de
septiembre, como indican las actas tardías de defunción de Luis y Santiago
(06/07/81), y seguramente en el mismo lugar, que pudo ser en Los Carvajales o
cerca de Villasbuenas de Gata. A su familia la conocían por el mote de “los
Morodes”, bastante divulgado en la zona a través de una copla de ciego en la que se
contaba un crimen pasional, cometido por un miembro de la familia, José
“Morodes”, en la persona de su novia, Isabel, que era pariente de algún falangista
que intervino en el destino de Luis y Santiago. Algunos informantes interpretan que
estas rivalidades familiares pudieron motivar sus muertes (P 2007). Sin embargo,
no puede excluirse la motivación política, a juzgar por la declaración de Daniel
Sevillano en 1937, quien, además de afirmar que Luis y Santiago DOMÍNGUEZ,
como José CHANCA, fueron muertos por “los mismos del pueblo” que detuvieron a
Francisco SÁNCHEZ y asesinaron a la madre de éste, Juana TORRES, con otros de su
familia (en referencia a Vicente TORRES y su compañera), pero no la misma noche,
dice de aquéllos que eran “izquierdistas” (C.728/37: f. 55vº).
Santiago DOMÍNGUEZ PASCUAL (a) “MORODES”, de 22 años, hijo de Luis y Dionisia,
sin indicación de profesión (labrador o jornalero), casado, sin indicación del
nombre de su esposa y eventual descendencia. Fue detenido en la misma saca que
su padre, Luis DOMÍNGUEZ, y debió de fallecer en las mismas circunstancias que
éste, a consecuencia de “disparos de arma de fuego, sucesos guerra civil”, sin
indicación del lugar donde fue enterrado (act. def. 06/07/1981, “en virtud del auto
dictado por el Ilsmo. Señor Juez de 1ª Instancia de este partido”).
La ejecución extrajudicial, en detención sangrienta, de Vicente TORRES y su
compañera Francisca RAMOS, reviste el mismo carácter bárbaro. Tuvo lugar el día 1º
de septiembre de 1936.
Vicente TORRES GONZÁLEZ, natural de Gata (Cáceres), de “unos 44 años a 46”, sin
indicación de ascendencia, aunque podría tratarse de Gil Torres y Nicolasa
González, que tuvieron un hijo el 14 de agosto de 1892, llamado Eusebio Torres
González (RCP, act. nac. 15/08/1892), sin indicación de profesión (labrador),
soltero. Falleció en Peñaparda el día 1º de septiembre de 1936, a consecuencia de
“herida de arma de fuego”, y fue enterrado en el cementerio de local (RCP, act. def.
01/09/1936). Era el alcalde republicano (AMP, act. ses. 15/03/1936). Según
testimonios, estuvo escondido, pero fue descubierto por medio de su compañera,
Francisca RAMOS, a quien los ejecutores siguieron cuando le llevaba de comer, en
el Baldío de Peñaparda, saliendo del escondite: engañáus, cerca de la caseta de tio
Goru Muleta, pegandu a la Sierra (P 2008). Del asesinato de ambos habría sido
testigo involuntario y oculto Agustín García, de 16 años entonces (P 2006). Los
cadáveres de ambos fueron llevados al pueblo en un carro (P 2007). La
documentación procesal detalla el estado y vestimenta de ambos cadáveres,
hallados en el “Rincón de la Sierra”, dejando caer sobre las víctimas la burda
sospecha de que se enfrentaron a las fuerzas armadas:
(...) se encontraba Vicente Torres ya cadáver y Francisca Ramos Rodríguez
también cadáver (...); el Vicente presentaba una herida producida al parecer por arma
de fuego en la parte izquierda de la cara y el cuello; y la Francisca otra también al
parecer producida por arma de fuego en la boca; se supone que las muertes han sido
causadas por las fuerzas al tener choque combativo (C.229/37: f. 1. Firman el juez de
paz Simón García y el secretario habilitado Bernardino Mateos).
De esta descripción se deduce que fueron muertos a bocajarro. Ya un declarante en
1937 afirmaba que estaban trabajando, y no equipados con armas: Vicente Torres y
su mujer fueron también fusilados en el término de Peñaparda, estando trabajando
en una finca suya” (C.728/37: f. 55vº).
Francisca RAMOS RODRÍGUEZ, de 46 años, sin indicación de ascendencia (quizá se
trate de una hija de Cipriano Ramos y María Rodríguez, padres de una niña inscrita
sin nombre el 26 de julio de 1881 en el Registro Civil de Peñaparda), de profesión
sus labores (“de profesión su sexo”, en el acta), casada con Eusebio Collado
Morales, de cuyo matrimonio no le quedaban hijos. Falleció en Peñaparda el día 1º
de septiembre de 1936, a consecuencia de “heridas de arma de fuego”, y fue
enterrada en el cementerio de Peñaparda (act. def. 01/09/1936). Por los testimonios,
se sabe que era la compañera sentimental del alcalde Vicente Torres. A Francisca la
llevaron engañada los victimarios, uno de los cuales (“Julianón”) estaba casado con
una prima de aquélla. La reacción inicial de Vicente, al creerse traicionado, fue
violenta: Ella iba llamandu: -Vicente, Vicente. El hombri salió: – ¿Vienis sola? –
Tirotearun (…)Y a ella la matarun también. Y los trajun a los dos en un carru, la
Casilda, hermana de Cisca” (P 2008). Debió de ser esta hermana de la mujer,
Casilda Ramos Rodríguez, quien reconoció los cadáveres de la pareja en el “Rincón
de la Sierra”, a unos 7 km. del pueblo.
El tratamiento de estos “siete vecinos” de Peñaparda sacados “la primera noche”
es muy representativo del modus operandi de los victimarios del sudoeste de
Salamanca, con el doble objetivo de eliminar adversarios y asegurarse la impunidad: la
elección de familias para el castigo (dos en este caso) y el intercambio de servicios
macabros con los ejecutores de la Transierra cacereña.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936. La tercera tanda de
asesinados de Robleda (06/09/2016)
Ángel Iglesias Ovejero
Los historiadores y sobre todo los responsables de los estragos causados por los
conflictos bélicos, que en principio no son deseados pero tampoco evitados, han
acuñado y abusado de una expresión eufemística: daños colaterales. Este tímido
reconocimiento, que es también una cómoda manera de no considerar la guerra en sí
como la causa de una cadena interminable de males, sino como un mal regido por un
misterioso hado, alcanza a los daños inmediatos (muertes y destrozos materiales), que
no van seguidos de una reparación por parte de quienes los producen. De todo lo
demás se hace caso omiso: la orfandad, la viudedad, la pérdida de los hijos, la
enfermedad, el desamparo, el desarraigo obligado no suelen entrar en estadística
alguna. Es un hecho general que en la actualidad ofrece un ejemplo palpable con las
ruinas y estragos de los conflictos de Oriente Medio. Nadie asume la responsabilidad,
pero es evidente que incumbe en primer lugar a los señores de la guerra y a quienes la
fomentan. De igual modo en el caso de la represión franquista la responsabilidad de
las pérdidas de vidas y otras calamidades humanas recae sobre todo en quienes
proclamaron e iniciaron la guerra civil, los generales sublevados, Franco y sus
secuaces.
Así lo entiende Preston (2011: 17) cuando habla del holocausto español:
200.000 hombres y mujeres asesinados lejos del frente, 300.000 muertos en los frentes
de batalla, un número desconocido de hombres, mujeres y niños víctimas de
bombardeos y éxodos, unos 20.000 ejecutados republicanos después de 1939 y otros
muchos más que murieron de hambre y enfermedades en cárceles, campos de
concentración y batallones de trabajo, medio millón de exiliados, entre los cuales
varios miles sucumbieron en los campos de internamiento franceses y en los campos
de exterminio nazis. Pero hay otras muchas víctimas ignoradas (por no ser reconocidas
como tales) o desconocidas (por falta de datos y de interés por conocerlos).
Los daños “indirectos” de la represión en Robleda, donde ha sido posible una
verificación cercana, sirven de referencia. Los asesinatos de vecinos de Robleda
dejaron 40 huérfanos, entre ellos 5 hijos póstumos, 14 viudas (dos eliminados eran
viudos) y varias personas enfermas. En un contexto de desamparo algunas de ellas
fallecieron entre 1936 y 1948, como sucedió con otras igualmente afectadas por la
represión en este territorio (Iglesias 2008a).
16 de diciembre de 1936. Amable Cecilio GONZÁLEZ VILLORIA, de ocho días, hijo
póstumo de Amable GONZÁLEZ, de enfermedad (RCR).
22 de julio de 1937. Ángela MATEOS OVEJERO, de 4 meses, hija póstuma de José
MATEOS GARCÍA. Murió de enfermedad y malnutrición, después de ser devuelta por
la familia encargada de su lactancia (la esposa de un hermano de Aristóteles
González, que tenía tres hijos), en la Casa Cuna de Ciudad Rodrigo.
Fecha sin comprobar de 1937. Un HIJO de José MATEOS CARBALLO, “de enfermedad
de los bronquios”, en Valladolid, durante la guerra, sin otros datos (R 2011).
Fecha sin comprobar de 1937. Juan Arturo GARCÍA SÁNCHEZ, labrador, de trastornos
psicológicos, en el manicomio de Salamanca. Al parecer, esta persona se vio
afectada por las ejecuciones extrajudiciales de que eran responsables sus propios
familiares, hasta el punto de pensar que él mismo podía ser una víctima elegida (R
2014).
2 de febrero de 1938. Rafaela MATEOS HERNÁNDEZ, de 18 años, hija de Fermín
MATEOS, soltera. La tradición familiar (R 2016) recuerda que era una de las
personas encargadas de dejar escondida la comida y la ropa a su padre fugitivo.
Después se sintió responsable de su hallazgo por los asesinos, un trauma psíquico
que le impediría luchar contra la septicemia de la que oficialmente murió.
21 de junio de 1938. Rafael SAMANIEGO TORIBIO, de 50 años, casado, tejedor, cuñado
de Ángel, Juan y Julián OVEJERO y José MATEOS GARCÍA. Murió de edema
pulmonar (RCR), pero de hecho, habiendo sufrido detención carcelaria en 1936
durante la persecución de sus cuñados, fue incapaz de superar el mismo trauma
psíquico que su esposa, a cuyo fallecimiento se adelantó en una docena de días.
3 de julio de 1938. Juliana OVEJERO GARCÍA, de 43 años, casada, hermana de Ángel,
Juan y Julián OVEJERO y cuñada de José MATEOS GARCÍA. Murió de
bronconeumonía (RCR). Según su hermana Mª Antonia, fue incapaz de superar el
miedo y el trauma psíquico provocado por la tragedia familiar.
25 de marzo de 1939. Pablo SAMANIEGO OVEJERO, de 13 años, sobrino de los cuatro
mencionados ejecutados extrajudiciales. Falleció a consecuencia del mismo trauma
psíquico que sus padres, aunque la causa oficial fuera una nefritis (RCR).
27 de abril de 1939. Pablo MARCOS MATEOS, de 24 años, hijo de Felipe y María,
labrador, soltero. Anduvo huido en el verano de 1936, cerca del Plantío, quizá a
causa de una escopeta que le hallaron escondida entre la paja. Después tuvo que
incorporarse al ejército franquista y, al volver de permiso cuando ya se habían
producido los asesinatos, tuvo discusiones con los falangistas, tachándolos de
cobardes porque mataban a mansalva en la retaguardia. Al término de la guerra no
volvió al pueblo, probablemente por temor, enfermedad y desamparo. Oficialmente
murió de “miocarditis postgripal” en Palencia (Registro Civil).
27 de marzo de 1940. Cirilo GUTIÉRREZ MATEOS, de 31 años, hijo de Eulo[gio] y
Joaquina, jornalero, casado con María González García, padre de tres hijos.
Falleció por disparos de Carabineros cuando practicaba un contrabando de
subsistencia, en Casillas de Flores (RCCdF, 01/06/40).
24 de marzo de 1943. Juliana MATEOS PRIETO, de 35 años, casada. Murió de
tuberculosis (RCR), pero en la enfermedad incidieron las secuelas de la bárbara
agresión de que fue objeto en su propia casa y estando su marido presente (siendo
buscado) en 1936, por parte del jefe lo local, que, además, era primo suyo. Así lo
señalan testimonios concordantes registrados desde 1973 (por personas adultas en
1936) hasta hoy (por personas menores entonces), aunque, obviamente, solamente
los presuntos victimarios y las víctimas asistieron a los hechos.
14 de agosto de 1945. Agapito CABEZAS CALVO, jornalero, represor, por disparos de la
Guardia Civil en el carbonar de “La Huerta de Morán”, Descargamaría
(Dil.DM/45; Iglesias 2008a). Fue víctima de un mal entendido cuando dos
guardias civiles del puesto y dos guardas municipales practicaban el “servicio de
correrías” en el paraje de “Pasadera de las Cascajeras”, en el límite de la provincia
de Salamanca, tenido por muy sospechoso, cuando observaron la presencia de
ocho hombres (carboneros) que tomarían por maquis. En la tradición local se
interpretó el hecho en clave de castigo divino, por la delación en 1936 contra el
alcalde Fermín MATEOS en un paraje cercano.
En lo tocante a la represión directa, estaba tan bien rodada entre agosto y
septiembre de1936, que las efemérides del ochenta aniversario se acumulan por estas
fechas. Por ello los necrologios de El Payo y de Fuentes de Oñoro, que no son de los
más extensos y debían publicarse el día de hoy (7 de septiembre), se publicarán los
próximos días 9 y 10. También se desplazan las croniquillas de Puerto Seguro y La
Alberguería de Argañán (próximos días 12 y 13).
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936. Las víctimas de la 2ª
tanda de Peñaparda (08/09/ 2016)
Ángel Iglesias Ovejero
La represión en El Bodón fue de las más cruentas por la vía extrajudicial, aunque
después se remató por la vía militar “legalizada”. A ello contribuirían varias
circunstancias, antes y durante el Alzamiento. La aplicación de la Reforma Agraria,
que afectaba a algunas dehesas del término (Melimbrazo y Pascualarina) y
principalmente la del Collado de Malvarín, cuyos propietarios debieron de considerar
crimen de lesa majestad que los vecinos impacientes se metieran a roturarla. Luego los
conatos de resistencia en los primeros compases del Alzamiento, con presumibles
amenazas verbales a las familias de la casa cuartel de la Guardia Civil, cuando ésta se
fue concentrada a Ciudad Rodrigo y, al volver para llevarse a dichas familias el día 19
de julio por la tarde, se halló la carretera cortada con carros y recibió algunos tiros de
escopeta. Entre estos guardias no hubo muertos ni heridos, pero su rencor, que ya
venía de atrás, sería duradero. Las detenciones se iniciaron el 26 de julio y las
primeras ejecuciones extrajudiciales, entre ellas la del guardia civil retirado Ángel
Acosta y de Agustín Pino, presidente de la Sociedad Obrera (croniquilla del día 9 de
agosto), hasta que se produjo la saca masiva de la cárcel de Ciudad Rodrigo el 11 de
septiembre (Iglesias 2008a o 2010 b, Represión franquista: 298-300).
Esta fue la saca carcelaria perfecta que serviría de modelo a las que se
practicaron después en la prisión del partido judicial. Era eficaz, masiva, no dejaba
huellas de las víctimas ni de sus cadáveres, enterrados en fosas de fincas privadas (y
no en los cementerios), sin acceso para extraños, sin diligencia alguna de
identificación cuando aparecían huesos en los barbechos. En el caso de las víctimas de
El Bodón esto quedó así hasta 1979, en que sus restos fueron exhumados en la finca de
Medinilla (Bañobárez), sin que la familia de los Sánchez-Arjona, que eran los dueños
(así como de la finca expropiable de El Collado), supieran nada, aunque resulta
extraño que los “conductores” (entre los cuales a veces los mismos falangistas
mirobrigenses mencionan a Fernando Velasco Sánchez-Arjona en la C,2133/37)
dieran con el sitio, a más de 50 kilómetros del lugar de origen de los muertos. Cabe la
posibilidad de que las ejecuciones extrajudiciales se efectuaran en el término de
Saelices, junto a la “Encina de los muertos”, cerca de la entrada a las minas de Enusa
(CR 2016). Sus nombres figuran en una lápida del cementerio municipal, sin el
segundo apellido. En las sacas de otras localidades, los restos mortales secuestrados
han sido recuperados hace poco tiempo o siguen in situ hasta el día de hoy, si es que
no han sido trasegados a cencerros tapados.
La gran saca de los elegidos para la muerte en El Bodón fue precedida de dos
series de detenciones, una en julio y esta otra en septiembre. Se comprueba por la
“Relación” de entradas y salidas en la cárcel del partido judicial. El 26 de julio fueron
detenidos nueve vecinos bodoneses, seis de los cuales fueron sacados la noche del día
11 de septiembre, conforme al protocolo previsto: puesta “en libertad” de los presos
(con presunto interrogatorio y declaración de inocencia previos) y a la salida entrega
alevosa a las fuerzas armadas (Milicias Facistas) para su ejecución. Un informe
policial (09/03/1979), incluido en el expediente tramitado a instancia de la viuda de
José BARAHONA MEDINA, confirma que estos bodoneses fueron detenidos “el 26 de
julio de 1936, por fuerzas de la Guardia Civil en Bodón”, a las dos de la tarde de dicho
día ingresaron en la cárcel del partido judicial, el mismo día fueron “puestos en
libertad” y, con “otros más”, fueron trasladados, ejecutados y enterrados en la finca de
Medinilla del “término municipal de San Felices de los Gallegos” (AMCR, Viudas),
detalle erróneo este último (la fosa en cuestión pertenece al término de Bañobarez).
Alberto GUTIÉRREZ PINO, de 25 años, hijo de Félix y Agustina, tiene instrucción,
jornalero (Exp. Desaparecidos 1936). Aparece en la lista de detenidos de El Bodón
por la Guardia Civil que ingresa en la cárcel de Ciudad Rodrigo el 26/07/1936 a las
2 horas de la tarde y es puesto” en libertad” el 11/09/1936, eliminado
clandestinamente en la saca nocturna. Entre los detenidos del día 11/09/36 iba
Celestino Gutiérrez Pino, hermano suyo, sin duda.
José BARAHONA MEDINA, de 40 años, hijo de Ricardo e Isabel, tiene instrucción,
jornalero, casado con Aquilina Barragués Diego, de cuyo matrimonio quedaban
cinco hijos. Su acta de defunción, tardía, situaba su fallecimiento en “San Felices de
los Gallegos el día 12 de septiembre de 1936”, a consecuencia de “herida de arma
de fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado (RCEB, act. def.
15/09/1941, “a instancia de la viuda”).
Rafael RAMAJO MARTÍN, de 26 años, hijo de Gonzalo y Concepción, tiene
instrucción, jornalero, concejal republicano, soltero (Exp. Desaparecidos 1936)..
Tenía una hermana casada con Amador “Milhombres”, líder local que promovía el
reparto de tierras (EB 2007). Tuvo algún protagonismo el 19 de julio, pues fue
comisionado, junto con Bernardo García Silva (sin duda hermano de Juana GARCÍA
SILVA [infra], represaliado más tarde [C.574/40]), para informarse en Ciudad
Rodrigo de las consignas a seguir contra el Alzamiento militar, lo cual se traduciría
en el intento de resistencia a la Guardia Civil, según se desprende de la causa
seguida contra Primitivo Román (C.788/37). Por ello, sintiéndose en el punto de
mira, trató de ocultarse en La Herguijuela de Ciudad Rodrigo, donde tenía un
hermano casado. Un cuñado de este hermano, David Baz Jorge, padre de la
informante Mª Rosa Baz González, lo escondió al principio (HCR 2008B). En el
testimonio de Ramón Barragués, en la causa seguida contra éste, se da por
“desaparecido” a Rafael Ramajo (C.1861/37).
Serapio MONTERO GARCÍA, de 27 años, hijo de Leonardo y Asunción, jornalero,
casado con Antonia Acosta Galán, de cuyo matrimonio no quedaban hijos. En el
registro civil existen dos actas de defunción. Según la primera, Serapio, de 38 años,
falleció en “despoblado en el término de San Felices de los Gallegos en donde
apareció muerto el día 7 de agosto de 1936, a consecuencia de “heridas de arma de
fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado (RCEB, act. def. 22/10/1947,
“a instancia de Faustino Montero”). En la otra acta de defunción se comprueban
analogías y diferencias con la anterior (en lo que atañe al nombre, edad, fecha y
lugar donde falleció, que se indican en bastardilla): Serapio Agustín MONTERO
GARCÍA, nacido el 28 de agosto de 1909 (RCEB, act. nac. 28/08/1909), casado con
María Antonia Acosta Galán; falleció en “esta villa [de El Bodón]” el día 11 de
septiembre de 1936, a consecuencia de “herida de arma de fuego”, y fue enterrado
en el cementerio de esta villa (RCEB, act. def. 07/01/1958).
Los testimonios posteriores dejan claro que solamente había una persona de ese
nombre y edad por entonces en el pueblo, el cual encabeza la nómina de los cuatro
primeros asesinados bodoneses, según algunos testimonios: “Serapio nada más
[había] ése. Los primeros que llevaron a matar (...). Serapio fue el primero, y tio
Ángel el Guardia, tio Agustín el de la Gorda y tio Feliciano” (EB 2006). La
documentación escrita evidencia que no fue Serapio la protovíctima bodonesa, sino
alguno de los otros tres citados: ACOSTA BARRAGUÉS, de quien Serapio era yerno,
Agustín PINO SÁNCHEZ o Feliciano GALÁN RODRÍGUEZ, que fueron asesinados un
mes antes en la carretera de Salamanca (croniquilla del 9 de agosto). Pero éste no
fue el caso de Serapio, que en la mencionada “Relación” figura entre los detenidos
en la fecha indicada de julio y sacado de la cárcel del partido con los bodoneses
enterrados en Medinilla (11/09/36).
FELIPE SANTOS GUTIÉRREZ, de 22 años, hijo de Laurentino y María Manuela, tiene
instrucción, jornalero, soltero (Exp. Desaparecidos 1936). Su padre era primer
teniente de alcalde republicano (RCEB, act. ses. 12/03/136).
Luis NICOLÁS SÁNCHEZ, de 50 años, no tiene instrucción, jornalero, casado, sin hijos
(Exp. Desaparecidos 1936).
Los otros tres detenidos en aquella fecha, José Agudo Gutiérrez, Germán Pino
Galán y Primitivo Hernández Juan, no fueron ejecutados en la gran saca. No se
mencionan como tales sacados en las actas de defunción (RCEB) ni en los testimonios
orales:
“[El informante dice que] ninguno de estos tres [Germán Pino Galán,
Primitivo Hernández Juan y José Agudo Gutiérrez] (de éste último dice que
si el segundo apellido podría estar mal) fue fusilado, que todos emigraron en
torno a los años cincuenta hacia el Norte y que no han vuelto a venir casi
nada por el pueblo, recuerda que el año pasado estuvo de visita la hija de
uno de ellos y cree poder afirmar que los tres ya han fallecido” (EB 2008).
Un hijo de José Agudo recuerda algunos avatares represivos sufridos por su
padre:
“(…) estuvo un mes en la cárcel de Ciudad Rodrigo, hoy ocupada por la
Diputación [donde se ubicaba el cuartel de la Falange, antiguo “cuartel de
la Bomba” y después Instituto]. Gracias a un pariente que habló con el
capitán de la Guardia Civil se libró de la muerte. Una noche lo sacaron y le
hicieron beberse una botella de aceite de ricino y tragarse unas hojas de
periódico y lo dejaron en libertad. Una vez recuperado, lo reclamaron
forzoso y lo llevaron al frente. Hizo toda la guerra y decidió quedarse en el
Ejército para no tener que volver a El Bodón, que no volvió a pisar, solo
para cumplir una promesa de ser mayordomo cuando estaba en el frente. Fue
militar, pero nunca franquista y nunca olvidó la muerte de su cuñado Ramón
Gómez y del resto de sus vecinos asesinados” (CR 2016).
La redada del día 11 de septiembre fue más numerosa que la de julio. Los detenidos
ingresaron en la prisión del partido judicial a las 13 horas, “entregados por fuerzas de
Carabineros”, y por la noche, a excepción de uno fueron, “fueron puestos en libertad”
en teoría, pero de hecho, sin indicación de la hora, “entregados a la fuerza de Falange
Española por orden del Juzgado Instructor”. El informe policial (21/01/1979) del
expediente de Ramón GÓMEZ indica que: “Aparece una orden de entrega a fuerzas de
Falange Española (...) fechada el mismo día de ingreso y posteriormente otra de
libertad (...)” (AMCR, Viudas). En el listado de los 18 detenidos bodoneses, que
precede a los expedientes personales elaborados en 1979 (AMCR, Desaparecidos
1936), al margen y con otro caligrafía, aparecen unas indicaciones para distinguir a los
nueve vecinos que fueron sacados en la noche de aquel día para ser efectivamente
asesinados en Medinilla, uno de los cuales escapó inicialmente, pero solo por algún
tiempo, y otro que consiguió fugarse definitivamente, así como a los seis que no
fueron sacados para ser asesinados, tres de los cuales al menos estaban en vida cuando
se añadió la información marginal (Iglesias 2016: 299).
Isidoro CEPA PRIETO, de 39 años, hijo de Juan Antonio y Mercedes, jornalero, casado
con Agustina Paniagua Prieto, sin hijos. Según el acta, tardía, falleció en “San
Felices de los Gallegos (…), en donde apareció muerto”, sin constancia de la causa
ni del lugar de enterramiento (RCEB, act. def. 20/02/1945, “a instancia de su
esposa”). Fue detenido en la finca de la Edesa, donde fue esposado, antes de ser
llevado para Ciudad Rodrigo, a pesar de que uno de los falangistas responsables era
novio de una hermana, con la que se casaría (EB 2007).
Ramón GÓMEZ RAMAJO, de 34 años, hijo de Saturnino y Asunción, jornalero, teniente
de alcalde, casado con María Teresa Gómez Barragués, de cuyo matrimonio
quedaban cuatro hijos. Su acta de defunción, tardía, señala que falleció “en San
Felices de los Gallegos” el día indicado, a consecuencia de “herida de arma de
fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado (RCEB, act. def. 25/03/1941,
“a instancia de la viuda”). Su hermano Ángel (de 13 años en 1936, vejado)
recordaba que fue utilizado por las autoridades militaristas para avisar a Ramón,
que estaba trabajando en una hondonada a la vista del pueblo, para que fuera al
ayuntamiento. Ramón adivinó que era para detenerlo y matarlo, pero no había
escapatoria, porque los falangistas copaban el pueblo por arriba y por abajo (EB
2004).
Cipriano SÁNCHEZ HERNÁNDEZ, de 23 años, hijo de Justo y Ángela (RCEB, act. nac.
1170671913), jornalero, soltero (Desaparecidos 1936), sin constancia de otros
datos.
Nemesio LORENZO FERREIRA, de 33 años, natural de Villar de Ciervo, hijo de Ángel y
Francisca, jornalero, casado con Irene Acosta Castaño, de cuyo matrimonio
quedaba una hija. Según el acta de defunción, tardía, falleció en “despoblado” el día
11 de septiembre de 1936, a consecuencia de “heridas de arma de fuego”, sin
indicación del lugar donde fue enterrado (RCEB, act. def. 13/03/1942, “a instancia
de la viuda”).
Vicente GUTIÉRREZ CARRASCO, de 45 años, hijo de Fermín y Vicenta, jornalero,
casado con Pía Carballo Valencia, de cuyo matrimonio quedaban ocho hijos. Según
el acta de defunción, tardía, falleció en “la Dehesa de Merinillas, término de
Bañobarez, el día 11 de septiembre de 1936”, a consecuencia de “heridas de arma
de fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado (RCEB, act. def.
20/10/1941, “a instancia de la viuda”).
Juana GARCÍA SILVA, de 37 años, hija de Jesús (jornalero) y Bernarda, costurera,
casada con José Manuel Ramos, pero no tenía hijos. Era consideraba “la madrina de
la bandera”, por haberla bordado, pues era modista, por lo cual también habría
hecho camisas rojas por encargo. Éstos fueron los presuntos motivos para matarla,
de acuerdo con los testimonios, aunque también fue causa de su muerte el desaire
amoroso que un falangista sufrió de su parte (EB 2004A, EB 2004B, EB 2007).
José HERNÁNDEZ NICOLÁS (a) “EL TUERTO”, de 33 años, hijo de Isidoro y Abilia,
jornalero, casado con Raimunda Herrero Blanco, de cuyo matrimonio quedaban
cuatro hijos. El acta de defunción, tardía, señala que falleció, “según se supone”, el
día 11 de septiembre de 1936, sin indicación de causa ni del lugar donde fue
enterrado (RCEB, act. def. 13/03/1942, “a instancia de la viuda”). Lo habían dejado
tuerto de un tiro, cuando cogía bellota, y por este detalle una vecina pretendía
haberlo reconocido cerca de la frontera portuguesa, lo que suponía que habría
conseguido escapar en 1936 (EB 2007).
Eloy ACOSTA CASTAÑO, de 35 años, hijo de Claudio (sirviente) y Rufina, jornalero,
concejal republicano, casado con Matilde Montero, pero no tenían hijos. Debía de
ser sobrino de Ángel ACOSTA BARRAGUÉS, pues su padre tiene los mismos
apellidos que éste.
Manuel GONZÁLEZ BENITO, de 37 años, hijo de Vicente y Teodora, jornalero, casado
con Ángela Pereira Andrés, de cuyo matrimonio quedaban tres hijos. Falleció “en
despoblado en Ciudad Rodrigo el día 16 de septiembre de 1936”, a consecuencia de
“heridas de arma de fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado (RCEB,
act. def. 11/01/1950, “a instancia de su esposa”). De ello se sigue que, en lo tocante
a fecha y lugar del asesinato, hay datos contradictorios entre el acta y la lápida. En
el listado que precede a los expedientes personales (1979) lleva la indicación,
marginal y posterior sin duda, ojo, aludiendo a que se habría librado de la muerte
(AMCR, Desaparecidos 1936), pero no parece ser el caso.
Plácido RAMOS NICOLÁS, de 38 años, hijo de Joaquín y Magdalena, labrador, casado
con Remedios Barragués, de cuyo matrimonio quedaban seis hijos. Falleció “en
despoblado en Ciudad Rodrigo el día 16 de septiembre de 1936”, a consecuencia de
“heridas de arma de fuego”, sin constancia del lugar donde fue enterrado, según el
acta de defunción, tardía (RCEB, act. def. 11/01/1950, “a instancia de su esposa”).
La tradición familiar y local ha retenido que Plácido RAMOS fue detenido con
otra veintena de hombres y una mujer el 11 de septiembre de 1936. Según su hija
Magdalena, Plácido era hombre de derechas y defendió contra los jornaleros a un
“señor pudiente al que había visitado Gil Robles”. El cura, José María Corral, le
tomó ojeriza por un malentendido con la esposa de Plácido acerca de una procesión
en que era madrina, para la cual ella no quería que se sacara una imagen a la calle y
el Cura pretendía lo contrario a toda costa (EB 2004B). Cuando llevaban a los
detenidos en el camión, alguien, al parecer de El Sahugo, lo desató (EB 2004A).
Estuvo escondido en el monte, por Monsagro, y después en un cuchitril del corral,
en su propia casa. Los niños, incluida la informante Magdalena Ramos, lo
ignoraban, pero él los veía e iba a darles un beso cuando estaban dormidos. Los
vecinos lo denunciaron (EB 2007) y fue llevado al ayuntamiento. Su hija
Magdalena fue a verlo, pero alguien la amenazó con la culata del fusil para
impedírselo. Su esposa quedó embarazada del sexto hijo. No debió de morir cinco
días después de su huida (el 16/09/1936, como señala el act. def. del 11/01/1950),
sino probablemente semanas o meses después, como dice su mencionada hija.
Según el testimonio de un vecino de La Encina, que compró las vacas de Plácido
RAMOS, estaría enterrado en la cercana finca de Campanilla (término de Ciudad
Rodrigo), donde habría más de una fosa (EB 2004B).
Además de Plácido RAMOS, la tradición local e incluso comarcal recuerda que
también consiguió fugarse otro bodonés destinado al sacrificio aquella noche,
Emeterio Pino Moreno (a) “Minguín” (del nombre de su padre, Domingo), sobre el
que corre una extendida leyenda (Iglesias 2008a). Se tiró del camión macabro,
operación en la que perdió dos falanges, y durante la guerra estuvo emboscado, como
un maqui, aunque visitaba a los padres, que eran pastores en fincas, en un hoyo de las
cuales se escondía.
En suma, los 18 vecinos de El Bodón, según la relación de entradas y salidas de
la cárcel del partido de Ciudad Rodrigo, ingresaron en ella, como “detenidos
[militares]”, el día 11 de septiembre y salieron de ella ese mismo día, a excepción de
uno, Ramón Barragués Orensanz, que salió el siguiente día 14. Sin embargo no parece
que todos los excarcelados corrieran el mismo destino que quienes fueron víctimas de
la saca y cuyos cadáveres quedaron en la finca de Medinilla. El listado mismo lleva la
indicación de que algunos no murieron entonces, como señalan los testimonios:
Celestino Gutiérrez Pino, Ramiro Nieto Hernández, Juan Hernández Barragués,
Protasio Ramajo Sánchez (“tio Protasio”), Eugenio Acosta Castaño (“tio Eugenio”) y
Jesús García Gómez (“tio Jesús”), además de los fugados, Emeterio Pino y Plácido
Ramos, y del no excarcelado entonces, Ramón Barragués. La información oral señala
que hubo otros agraciados, devueltos a su casa, como “tio Millán”, hermano de Eloy
ACOSTA y cuñado de Nemesio LORENZO, porque los detenidos habrían sido más
numerosos, aunque no aparezcan en la relación carcelaria del partido judicial. La
informante Hermelinda Prieto Román (de 16 años entonces y testigo de la detención
de los bodoneses en el cuartel de Falange, oculta en el balcón de un piso aledaño),
coincidiendo con otros testigos, recuerda que en el camión de la redada principal se
llevaron a más de veinte personas, incluida Juana GARCÍA.
Algunos de estos que, por diversas razones, se libraron de la saca mortífera,
fueron después procesados por “responsabilidad militar”, como el alcalde republicano
Ramón Barragués (C.1867/37), que cumplió pena de prisión en la isla de San Simón
de Redondela (Pontevedra). Otros, como Ramiro Nieto y Protasio Ramajo, fueron
multados y embargados por “responsabilidad civil” (1937) o “responsabilidad
política” (1939), con unas cantidades tan desorbitadas que no las pudieron pagar, hasta
que fueron indultados en 20 años más tarde. Entre los procesados, además de
Primitivo Prieto Román (hermano de la citada informante Hermelinda), entre otros, se
cuenta al secretario de José Andrés Manso, Amador Hernández Ramos (a)
“Milhombres”, gran orador, casi tan famoso por estos pagos como el líder socialista.
Era natural y casado en El Bodón, donde residía a menudo, pero era vecino de
Salamanca, donde fue juzgado y condenado a muerte, aunque conmutado (C.486/36).
Por último, más tarde fue víctima también de una saca carcelaria (16/12/36)
Evaristo PINO CASTAÑO, natural El Bodón, contabilizado con los vecinos de Ciudad
Rodrigo.
En cuanto a las víctimas indirectas, sin duda el desamparo de los numerosos
huérfanos y viudas de asesinados causó estragos (la hambruna existía de antes y se
agravó con la guerra y las postguerra), pero la escasa información solo ha permitido la
identificación de dos personas afectadas. De enfermedad carcelaria, sin que se pueda
excluir la saca, murió un vecino bodonés de edad avanzada (Iglesias 2008a).
Asunción ACOSTA, viuda de Serapio Montero, “murió de pena” (EB 2007)
Matilde MONTERO, viuda de Eloy ACOSTA, murió de un ataque cuando estaba segando
sola (EB 2007)
Tomás PESCADOR CRIADO, de 70 años, natural de Aldeaseca de la Frontera, peón
caminero, viudo, padre, entre otros hijos, de Gerardo Pescado Pescador, alcalde de
Matilla de los Caños, ejecutado extrajudicial (01/10/36). Falleció o desapareció en
la prisión de La Caridad (1940-41) (C.204/39, Iglesias 2012a).
Para los totales de las diversas modalidades represivas se remite a la croniquilla
de la primera tanda de asesinados bodoneses (día 9 de agosto).
Una vez bien probado el protocolo de las sacas colectivas carcelarias con la
redada de El Bodón (crónica del 11 de septiembre), aquéllas se convirtieron casi en
una rutina en Ciudad Rodrigo, pues al menos hubo media docena hasta Navidad. Pero
esto no significa que los represores renunciaran a las operaciones macabras habituales
(lo que el jefe de las Juventudes de Acción Popular denominaba “el clásico paseo”). A
lo largo de todo el mes de septiembre, antes y después del día 11, aparecían los
cadáveres individuales o por parejas de “desconocidos” junto a las carreteras y
caminos aledaños en los términos de El Bodón, Carpio de Azaba, Fuenteguinaldo,
Muñoz, El Payo, Peñaparda, Robleda y Zamarra (croniquilla del 6 de agosto).
Septiembre fue realmente un mes sangriento.
La siguiente saca carcelaria de la cabecera del partido no se hizo esperar mucho.
El 15 de septiembre fueron excarcelados 13 presos, siete de los cuales, según el
informe del jefe de la Policía Municipal en 1979 fueron ejecutados y enterrados en la
fosa de Las Aceñuelas (Iglesias, Represión franquista: 300). Al ser efectuada la
matanza a las puertas de la Ciudad, las víctimas, elegidas por sus cargos municipales,
sus responsabilidades políticas o sus presuntas actividades izquierdistas, pudieron ser
identificadas desde el principio. De ese modo, si la operación perdió en opacidad,
como pretendían los represores, la pedagogía del terror resultó más explícita. Ángel
GRIMALDOS y Victoriano GÓMEZ habían sido gestores municipales. Desiderio CRIADO
y Santiago GONZÁLEZ eran de los representantes políticos presentes en las reuniones
del Ayuntamiento los días 18 y 19 de julio de 1936 (J.sum.265/36).
Habían ingresado en la cárcel del partido el día 1º de agosto a las 13.15 horas
(Viudas/ Desparecidos 1936). Fueron sacados con el habitual pretexto del traslado
carcelario (“salieron para ()Salamanca el día 15 de setiembre”), para lo cual fueron
entregados a la Guardia Civil (Viudas, expediente de Eladio PULIDO), pero no llegaron
a su destino, pues fueron asesinados apenas salidos de Ciudad Rodrigo. Aparecieron
cadáveres aquel día en la dehesa de Las Aceñuelas (CR), a excepción de Santiago
GONZÁLEZ, a quien no se le señala esta circunstancia. En la respectiva acta de
defunción de cada uno se consigna el fallecimiento en dicha finca, la fecha y la hora
(5 h 30 de la mañana), la causa (heridas por arma de fuego) y el entierro de su
cadáver en el cementerio municipal (RCCR, def. 15/09/1936, “en virtud de oficio
dirigido a este R.C. de fecha de hoy por el Capitán Instructor Marcelino Ibero”). A
veces faltan datos sobre la filiación, profesión, nombre de la esposa y eventual
descendencia de los hombres casados.
Desiderio CRIADO BARÉS, de 24 años, natural de Mogarraz, hijo de Esteban y
Ángela, tiene instrucción, jornalero, presidente de las Juventudes Socialistas, soltero,
Como representante de las JS asistió a las reuniones del Ayuntamiento los días 18 y
19 de julio de 1936. Por ello lo citó a declarar el juez de instrucción Fausto Sánchez
(J.sum.265/36).
Constantino DOMÍNGUEZ GUERRA, de 24 años, nat. / vec. Ciudad Rodrigo, hijo de
Valentín y Aunción, tiene instrucción, albañil, soltero.
Santiago GONZÁLEZ DE LA IGLESIA, de 34 años, natural de Pereña de la Ribera, hijo de
Nicolás y Dominica, tiene instrucción, curtidor, presidente de la agrupación
socialista, viudo, sin constancia de filiación, nombre de la esposa y eventual
descendencia (ver croniquilla del 30 de agosto).
Ángel GRIMALDOS MÚGICA, de 29 años, natural de Madrid, ferroviario, concejal, de
Izquierda Republicana, soltero, sin constancia de filiación (ver croniquilla del 30 de
agosto).
Segundo LOBATO PLAZA, de 55 años, natural de Pastores, hijo de Pedro y Gregoria,
tiene instrucción, hortelano, casado, sin indicación de nombre de la esposa y
eventual descendencia.
Marcelino MARCOS MARTÍN, de 30 años, natural de Salamanca, vecino de Ciudad
Rodrigo, hijo de Juan (¿) y Carmen, carpintero, tiene instrucción, casado, sin
indicación de nombre de la esposa y eventual descendencia.
Félix MARTÍN MORO, de 50 años, hijo de Agustín y Petra, tiene instrucción,
hortelano, casado, sin indicación de nombre de la esposa y eventual descendencia.
Eladio PULIDO GONZÁLEZ (a) “EL RATÓN”, de 31 años, hijo de Ángel e Isidora, tiene
instrucción, jornalero, revisor de cuentas del PS, casado, sin indicación de nombre
de la esposa y eventual descendencia. En el expediente de Germán Repila Tetilla se
le da por “desaparecido”, muerto, sin explicar la motivación y circunstancias.
Según las declaraciones de algunos testigos en abril de 1936, incluidas en dicho
expediente, se habría visto implicado en la agresión al derechista Modesto
Hernández Villarroel el 5 de marzo anterior, en la calle del Sol, por alguien de un
grupo de borrachos que eran conducidos por guardias de Seguridad a la Inspección.
Entre ellos iban Germán Repila, Eladio PULIDO GONZÁLEZ (a) “RATÓN” y José
LÓPEZ (a) “GARABAYO”, que negarían ser los autores del palo que el derechista
recibió en la cabeza (P.sum.139/37). Es un indicio de la procedencia de la presunta
denuncia contra estos vecinos mirobrigenses.
Algunos de estos jóvenes son de aquellos a quienes, sin pruebas, los
depositarios de rumores derechistas señalan como activistas y autores de daños
materiales contra instalaciones pública, que principalmente serían fruto de su
imaginación, pues, de haber sido reales, la copiosa literatura procesal y de archivos
locales no habría dejado de ponerlas de relieve, corregidas y aumentadas, lo que hasta
ahora no se ha comprobado.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936. La pertinacia delatora.
Necrologio de Villar de Ciervo (16/09/ 2016)
Ángel Iglesias Ovejero
No hay constancia de que las autoridades locales hayan efectuado diligencia alguna para
averiguar la existencia de otras víctimas ni el menor gesto de reconocimiento de las ya
identificadas.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936. La opacidad de los registros
civiles. La posible saca colectiva de la cárcel de Ciudad Rodrigo el 23 de
septiembre de 1936 (23/09/2016)
Ángel Iglesias Ovejero
La orden del general Mola del 6 de agosto de 1936 (ver croniquilla) sentaba las
bases de una feroz represión extrajudicial mediante la opacidad sobre agentes y
pacientes, lo que de hecho se traducía en la impunidad de los victimarios y la falta de
reconocimiento de las víctimas. El mecanismo ha dado resultados que perduran hasta
hoy, debido a la política de la memoria y la actitud pasiva de la justicia española, que
se manifiesta en la falta de colaboración para la investigación por parte de algunos
juzgados, empezando por la cabecera del partido judicial. En Ciudad Rodrigo la ASMJ
pudo fotocopiar las actas defunción. Con ello se resolvía una parte del problema, en
sentido positivo, con la identificación de los afectados por las sacas domiciliarias o
carcelarias (el señalamiento de “desconocidos” al menos dejaba constancia del
crimen). Pero las sacas perfeccionadas estaban previstas para que no hubiera
identificación posible: ni nombres, ni cadáveres enterrados en lugar conocido, ni
siquiera crímenes reconocidos oficialmente (los padres, las viudas y los huérfanos
experimentaban la falta del familiar, cuyo recuerdo era tributario de eventuales
testimonios y rumores).
La consulta exhaustiva de las actas de defunción en los registros civiles (desde
1936 hasta finales del siglo XX) habría posibilitado un reconocimiento negativo. Si el
nombre de los hipotéticos afectados confirma que fallecieron de muerte natural, los
referentes no deben ser reconocidos como víctimas. Si el nombre de las personas en
cuestión no figura entre los muertos “naturales”, no por ello los referentes deben, sin
más, ser incluidos ni excluidos de tal reconocimiento. Los indicios de la información
oral cobrarían más peso, con toda la labor de cotejo que ello implica. La consulta sería
laboriosa, cierto, pero no tendrían que asumirla los encargados del registro civil.
Bastaría con que se dejara hacer su trabajo a los investigadores, lo que no sería mucho
pedir en países que pretenden ser estados de derecho, como España, donde se supone
que existe la libertad de consulta de los archivos, dentro de una normativa, por
supuesto. Hasta ahora no siempre ha sido así.
Mientras no se lleve a cabo dicha consulta, persistirán las dudas sobre aquellos
excarcelados de quienes, por las fechas de salida y el modus operandi de los
represores, se puede presumir que fueron asesinados, aunque no se tengan otros datos
que claramente lo confirmen. Es el caso de algunos de los nueve presos que, habiendo
ingresado en la cárcel de Ciudad Rodrigo entre los días 24 y 31 de julio, salieron de
ella el día 23 de septiembre de 1936. Cinco de ellos reingresaron y fueron sacados los
días 8 o 16 de octubre. Los otros cuatro no volvieron a la cárcel y su destino posterior
es incierto (Iglesias, Represión franquista: 301). Por la relación de la cárcel se conoce
su naturaleza y su condición de detenidos por orden militar, pero se ignora todo lo
demás. Uno era natural de Gallegos de Argañán:
Isidoro HERNÁNDEZ FONSECA. Había ingresado en prisión el día 24 de julio de 1936.
Los otros tres eran naturales de Ciudad Rodrigo:
Justino ROMÁN HERNÁNDEZ. Había ingresado en prisión el día 25 de julio de 1936.
Francisco HERNÁNDEZ MARTÍN. Había ingresado en prisión el día 26 de julio de 1936.
José Manuel SANGALO MARTÍN. Había ingresado en prisión el día 26 de julio de 1936.
Su temprana detención, en la segunda semana del Alzamiento, prueba que eran
señalados de antemano como “elementos peligrosos” por los denunciantes afines a los
sublevados en el ámbito de la Ciudad, pero quizá ello no sea motivo suficiente para
darlos por asesinados en esta presunta saca colectiva, como sucedió poco después con
sus compañeros de prisión y provisional excarcelación. De modo que, como se viene
exponiendo, estos hombres siguen en el limbo de los “dudosos”, que no se pueden
incluir entre las víctimas mortales (mientras no existan documentos o evidencias
materiales que lo prueben) ni excluir del todo (mientras tampoco existan pruebas en
sentido contrario). A efectos de estadística no se cuentan en los totales de afectados
por la represión.
Así pues, en general, bastantes errores que, por inclusión o exclusión, se cometen
en los listados de ejecutados extrajudiciales hay que ponerlos en la cuenta de la gestión
de los archivos locales (a veces perdidos y otras impedido el acceso), tanto a nivel
municipal como de los juzgados de 1ª instrucción, y no solo en la del perverso modus
operandi de los represores.
Croniquilla del verano y otoño sangriento de 1936. La memoria fragmentaria o
perdida. Necrologio de Puebla de Azaba (24/09/2016)
- Víctimas mortales: 2 ó 3
- Presos o detenidos: 2
- Depurados: 2 (también presos)
- Sancionados o embargados: 10 (2 por partida doble).
El “día del Caudillo”: la simbiosis de los señores de la guerra y los señores de la
tierra (01/10/ 2016)
Después de casi dos semanas sin sacas carcelarias comprobadas, las operaciones
macabras colectivas se reanudaron en octubre, con vecinos de Fuenteguinaldo, pueblo
importante en el contorno, situado entre El Rebollar y el Valle de Azaba. Los
presuntos motivos para el inmerecido castigo eran los mismos que en otras localidades
vecinas. En el pasado más reciente, los intentos de oponerse a la sublevación mediante
procedimientos rudimentarios: corte de la carretera a la entrada del pueblo, guardia
nocturna encargada de mantener el orden. Sin remontar mucho en el tiempo, también
tenían que ver con los proyectos reformistas de la última corporación republicana, que
no solo atañían a varios latifundios enclavados en el término del pueblo, sino a las
gestiones para la roturación de los terrenos comunales, sobre todo la dehesa boyal,
cuya ocupación fue denunciada por los labradores riquillos guinaldeses.
Como ya hace algún tiempo se expuso (Iglesias 2010b), una operación en todo
análoga a la de El Bodón (croniquilla del día 11 de septiembre) se produjo con los
detenidos en Fuenteguinaldo el 7 de octubre, oficialmente puestos en libertad en la
madrugada del día 8, pero de hecho entregados a las fuerzas de Falange para su
ejecución a la vera del camino de Gazapos, cerca del antiguo monasterio de La
Caridad, de donde fueron exhumados sus restos mortales en 2006 (Iglesias 2008a). En
ambos casos, de la detención mediante llamadas al ayuntamiento de las futuras
víctimas, y no cazas al hombre como en Robleda, se encargaron los Institutos armados
y no las Milicias Fascistas, aunque éstas participaran en las actuaciones de las sacas.
Según la información oral, los detenidos el 7 de octubre de 1936 fueron más
numerosos todavía que en El Bodón, entre 18 y 22 personas, principalmente miembros
de la Casa del Pueblo y cargos del Ayuntamiento, que fueron puestos en un camión
para su conducción a Ciudad Rodrigo bajo la custodia de los Carabineros y la Guardia
Civil de Ciudad Rodrigo (FG 2007a), aunque el protagonismo atribuido a esta última
no parece corroborado por la información documental. Los había convocado el
alguacil o detenido la Guardia Civil y los Falangistas. En Ciudad Rodrigo, gracias al
valimiento de personas influyentes y del llamado “Monsagreño”, que tenía fábrica de
harinas en Fuenteguinaldo, tres de ellos se librarían de la subida al camión de la
muerte: Adrián Vicente Herrero, Alfonso Salicio Sánchez, ambos socios de la Casa del
Pueblo y concejales, y Bonifacio Sánchez Méndez, fundador de la Casa del Pueblo,
primer alcalde republicano y padre del alcalde en funciones antes del golpe militar,
Francisco Sánchez Álvarez. Este último estaba huido en la dehesa del Potril y, antes o
después, fue sorprendido y amenazado de muerte en su casa, pero en última instancia
fuesalvado por el secretario del ayuntamiento, Cipriano Ferreira (FG 2005, FG 2007b),
circunstancia que no se recoge en la causa que se les instruyó a ambos en 1938
(C.84/38). En ausencia del alcalde, murió en detención sangrienta el teniente de
alcalde, Esteban Carreño Tendero (croniquilla del 14 de agosto).
Los testimonios familiares añaden que, al día siguiente de la detención, a
excepción de los tres vecinos mencionados, los detenidos de Fuenteguinaldo fueron
conducidos por carabineros a La Caridad, que los facciosos utilizaban como cárcel
(aunque no hay constancia oficial de que fuera así por entonces), y no muy lejos de allí
serían fusilados. El lugar más o menos exacto se supo por el testimonio de una persona
a quien conocía Alejandro Zato Salicio, natural de Ciudad Rodrigo, y con la que éste
conseguiría hablar desde el camión macabro. Así quedaría constancia del paradero de
aquellos guinaldeses, viajeros ya por un camino sin vuelta. Las viudas y otros
familiares, sin embargo, no pudieron ver los despojos de estas personas asesinadas,
después de haber hecho el camino a pie, pues no los dejaron acercarse (FG 2007a).
Otro testigo, desde un teso, observó la ejecución y contó entre 20 y 22 disparos (FG
2005). Si esto último es cierto y el número de disparos correspondiera al número de
víctimas, ello supondría que en aquella ocasión hubo fusilados procedentes de otras
detenciones, pues la mencionada relación contaba 17 detenidos y tres de ellos se
habían librado de los disparos a quemarropa. Ahora bien, por la relación de entradas y
salidas de la cárcel de Ciudad Rodrigo, hoy sabemos que el día 8 de octubre de 1936
salieron otros tres detenidos que nunca volvieron a sus hogares, uno de
Fuenteguinaldo y dos de Casillas de Flores, respectivamente: Nicolás Marcos Morán,
Antonio Álvarez Martín y Antonio Cánovas Mesa. Pero la conjetura más probable es
que éstos fueran ejecutados o, al menos, enterrados en una fosa de Aldeanueva de
Portanobis (croniquilla del pasado 16 de julio pasado).
Por la documentación del archivo municipal de Ciudad Rodrigo (AMRC,
Desaparecidos 1936) hay constancia de que los detenidos ingresados en la cárcel de
Ciudad Rodrigo eran 17 personas. Sus nombres coinciden en las listas
correspondientes a las órdenes de entrada y de salida de la cárcel, emitidas por la
Autoridad Militar:
Como era ya sabido por los testimonios, la mayor parte de estos detenidos no
fueron puestos en libertad sino muertos “por arma de fuego”, conforme al protocolo
macabro de las sacas (Iglesias, Represión franquista: 116). A ello se alude en otros
documentos de expedientes incoados a instancia de determinados familiares en 1978-
1979. Así sucede con el Informe del Jefe de Policía Municipal (21/05/1979), a
instancia de Visitación Medina Vicente, viuda de Simón MOREIRO HERRERO (infra):
“Según resulta de datos obrantes en el Archivo del Depósito Municipal
procedentes de la extinguida Prisión del Partido, Simón Moreiro Herrero
ingresó en referida Prisión a las 21 del día 7 de octubre de 1936, siendo puesto
en libertad a las 4 de la mañana del día 8 del mismo mes y año, en unión de los
diez y seis restantes que ingresaron. Al ser puestos en libertad a la puerta les
esperaba una furgoneta [en] que fueron trasladados al paraje de La Caridad
según es público y notorio y al igual que otros fueron ejecutados y enterrados
en fosa común, donde en la actualidad yacen” (AMCR, Viudas, en
Desaparecidos 1936).
El paraje aludido sería el camino de Gazapos, donde fueron exhumados los
restos de las víctimas allí enterradas y trasladados al cementerio de Fuenteguinaldo.
Entonces se les dedicó una placa conmemorativa en un acto de homenaje organizado
por el ayuntamiento (presidido por el alcalde Jesús Vicente) y algunos familiares de
aquellos muertos, con participación masiva de los vecinos del pueblo. Un ejemplo casi
único, que no ha tenido mayores ecos ni imitadores después por parte de las
autoridades, ni siquiera en esta localidad.
El necrologio de Fuenteguinaldo es de los más amplios de la comarca
mirobrigense. Incluye vecinos que ya han sido mencionados en estas croniquillas:
Esteban CARREÑO TENDERO, de 28 años, hijo de Juan y Cándida, jornalero, casado con
Juana Santos Castaño, padre de tres hijos. Falleció en detención sangrienta en el
mismo ayuntamiento (croniquilla del pasado 14 de agosto).
Nicolás MARCOS MORÁN (a) “CALDERERO”, de 37 años, hijo de Tiburcio y Mónica,
jornalero, casado con Trinidad Palos Hernández, de cuyo matrimonio quedaban dos
hijos. Según el acta de defunción, tardía, falleció en el término de Ciudad Rodrigo
el día 7 de octubre de 1936, a consecuencia de “heridas de arma de fuego”, sin
indicación del lugar donde fue enterrado (RCFG, act def. 15/03/1944), pero algunos
de estos datos pueden ser erróneos, a juzgar por la documentación del archivo
municipal de Ciudad Rodrigo (Desaparecidos 1936). Ingresó en la prisión de
Ciudad Rodrigo, como “detenido militar”, el 24 agosto de 1936 y salió el 8 de
octubre de 1936 en una presumible saca, con dos vecinos de Casillas de Flores,
cuyos restos estaban en una fosa de Aldeanueva de Portanobis (Castillejo de Martín
Viejo). Allí se practicó una exhumación en 2010, sin que fuera posible la
identificación de los restos de tres personas (croniquilla del pasado 16 de julio).
Hay una categoría de víctimas mortales que han pasado por la vida sin dejar
apenas huellas. En cierto modo, son los “desaparecidos” perfectamente “olvidados” o
ignorados, como en general pretendían los responsables y ejecutores de las sacas. Casi
con seguridad se puede afirmar que eran solteros y pobres, cuyos cadáveres quedaban
secuestrados en lugares apartados y su recuerdo borrado con el tiempo. Sin hijos y sin
bienes, nadie echaba de menos el testamento y nadie reclamaba sus actas de
defunción. Sus padres quizá hubieran asistido a la detención con angustia y llorado su
ausencia en vano, pero en 1979 ya habrían muerto probablemente y no ejercerían los
derechos que les concedían las leyes (decreto-ley 35/1978). Los hermanos y sobrinos
tampoco parecen haberse interesado por ellos (aunque parezca irreverente y cruel
asociación, no estará demás recordar el refrán que corre por estos pagos: “Parientes
pobres y burros viejos, lejos”).
Los responsables directos del secuestro de los cadáveres y la desmemoria de
estas víctimas, como la de todas las otras en este territorio, son ya de sobra conocidos.
Eran mandos militares y paramilitares. En concreto, manejaban la tramoya dos
oficiales de los Institutos armados (los capitanes de la Guardia Civil y de Carabineros,
respectivamente, Juan Sáez Chorot y Marcelino Ibero Barceló), mientras que la
organización de las faenas mecánicas de las ejecuciones extrajudiciales principalmente
corría a cargo del jefe de las Milicias Fascistas, un alférez del Ejército (Ernesto Bravo
Rivero), y el jefe de Falange de la zona (J. Agustín Calzada Hernández). Por
delegación actuaban otros (alguna vez Fausto San Dámaso, teniente de la Guardia
Civil, sustituye “P[or] O[rden” al cap. Sáez). Hasta el 8 de octubre, Juan Sáez y
Marcelino Ibero se repartían el protagonismo de aquella pantomima en cuya
representación intervenían personajes reales (agentes y pacientes). J. Sáez, como
“Comandante Militar de la plaza de Ciudad Rodrigo”, firmaba las órdenes de ingreso
en la prisión del partido judicial (las cuales suelen llevar en la parte superior un sello:
“Guardia Civil – 2ª Compañía – 19º Tercio”). M. Ibero, como “Capitán Juez del
Juzgado Militar de Ciudad Rodrigo”, daba la orden de “poner en libertad” a los
detenidos, que también lleva en la parte superior la indicación del Instituto a que
pertenece (“Comandancia de Carabineros. Juzgado de Instrucción”). Hasta la saca del
8 de octubre, uno u otro capitán alternan a veces en la emisión de las órdenes y
Marcelino Ibero ejerce de “Comandante Militar” (quizá en ausencia de Sáez), pero es
siempre “el Capitán Juez Instructor”. A partir de esta saca inclusive “el Capitán Juez,
Marcelino Ibero” ordena el ingreso en prisión y también ejercía de “Comandante
Militar”.
Estas alambicadas triquiñuelas se comprueban en la saca de los vecinos de
Bodón (11 de septiembre), donde también queda al descubierto el trampantojo (“El
burro tapado y las orejas fuera”). En efecto, contrariamente a lo que los responsables
pretendían hacer creer, la orden de la falsa puesta en libertad antes de ser entregados
los detenidos a las fuerzas de Falange (con lo que los mandos pensaban quedar
exculpados e impunes), de hecho se firma después de la “orden de entrega” a dichas
fuerzas. De modo que los detenidos del día 11 de septiembre fueron recogidos, uno
individualmente y los otros en grupos, entregados por el Jefe de la Prisión (y sin duda
llevados al cuartel de Falange) por dos “jefes de la fuerza”, que firman la entrega:
Jesús Rodríguez, cuatro detenidos a las 16.45 horas, un detenido a las 18.45 horas y
otros diez a las 19.30, e Isidro Santiago [citado entre los victimarios de Peñaparda],
tres detenidos a las 18 horas. El traslado duró casi tres horas y la orden de “poner en
libertad a todos los presos, menos Ramón Barragués” no se aplicó nunca, pues los
detenidos pasaron de la prisión del partido al local carcelario de Falange y de éste
fueron conducidos al matadero. No hay constancia de este complicado protocolo en las
sacas posteriores.
Indirectamente, como ya se ha sugerido, a la desmemoria de estas y otras
víctimas han contribuido los encargados de los archivos y los registros civiles, con el
hermetismo de la documentación que guardan. E incluso, también tienen su parte de
responsabilidad los familiares más o menos cercanos de los “desaparecidos” que, sin
duda a causa del miedo, han optado por la política del avestruz, sucumbiendo a la
tentación del silencio, el olvido y la ignorancia real o supuesta de los hechos. Una
actitud pasiva que, aunque comprensible, no deja de ser lamentable, porque “no querer
saber nada” ha resultado cómodo, pero es el mejor servicio que se le ha prestado a los
represores franquistas y el peor desprecio a sus propios familiares asesinados (“No
hay pero desprecio que no hacer aprecio”).
El doble objetivo de la eliminación física y el expolio de su memoria no se ha
cumplido del todo con los asesinados de El Bodón y de Fuenteguinaldo, que
sucumbieron en las dos sacas carcelarias más numerosas, pues los testimonios
permitieron la exhumación de sus restos mortales n 1979 y 2006, respectivamente. En
los otros casos la jugada dio casi el resultado apetecido por los verdugos: sacas del 9 y
del 16 de octubre, del 25 de noviembre y del 16 de diciembre. En la del 9 de octubre,
al día siguiente de la saca masiva de vecinos guinaldeses y casillanos, fueron
excarcelados dos de los primeros detenidos en la cárcel de Ciudad Rodrigo, sobre los
que se tienen pocos datos, debido a la perfidia de sus verdugos y quizá a alguna
circunstancia de las señaladas.
Antonio DE JULIÁN MÁRQUEZ, de 34 años, natural de Córdoba, hijo de padre
desconocido y Carmen, jornalero, casado con María Isidora González Aranda, sin
indicación de eventual descendencia (act. def. 14/08/1945, ASMJ). Había ingresado
el 3 de agosto en la prisión de Ciudad Rodrigo, de donde salió al mes siguiente
(18/09/36), pero reingresó el día 8 de octubre y salió al siguiente en esta presumible
saca (AMCR, Desaparecidos 1936)
Manuel DURÁN SÁNCHEZ, sin otros datos, aunque la condición de víctima mortal
parece confirmada por testimonios de un sobrino (ASMJ). Había ingresado en la
cárcel el día 26 de julio, el mismo día que los nueve primeros detenidos de El
Bodón. Después siguió los mismos avatares carcelarios y destino final que Antonio
DE JULIÁN.
Entre los sacados de la cárcel el día 16 figuran dos mujeres, ingresadas los días
13 y 14, ambas naturales de Ciudad Rodrigo, sobre las que se tienen escasos datos
registrados (Iglesias 2014B):
Gertrudis SÁNCHEZ MONTERO (a) “GAONA”. Esta mujer es una de esas víctimas que ha
dejado una estela de leyenda, por el exterminio que la represión sangrienta produjo
en su familia, toda ella conocida por el apodo de “los Gaona”, de motivación
taurina. En el mismo viaje de la “señora Gaona” (< Rodolfo Bernal Gaona, torero
mejicano del s. XIX-XX, inventor del lance conocido como gaonera) y con el
mismo destino habrían ido sus hijos Francisco y Esteban VICENTE SÁNCHEZ. Del
padre de éstos no se tienen noticias, pero otro miembro de la fratría, Juan VICENTE
SÁNCHEZ, había sido “sacado” con anterioridad de la cárcel del Partido (croniquilla
del 19 de agosto).
Clara MACHADO VIEIRA. A juzgar por sus apellidos, quizá fuera de origen portugués,
pero a ciencia cierta casi no se sabe nada de ella. Puede ser una de las personas
asesinadas en la saca de la fecha indicada, como su compañera de prisión Gertrudis
SÁNCHEZ, aunque a diferencia de ésta, no suele mencionarse en los relatos orales.
Francisco VICENTE SÁNCHEZ (a) “GAONA”. Aunque con las precauciones que
requieren estos casos, su identidad nominal y social puede corresponder a la
víctima de este nombre y apellidos (pero sin el apodo) en el listado de la ASMJ:
ferroviario, casado con María Collado, “ejecutado por su significación marxista y
actividades contrarias al Glorioso Alzamiento” (AMCR, Exped. Huérfanos, 10-3).
Esteban VICENTE SÁNCHEZ(a) “GAONA”, hijo de Gertrudis SÁNCHEZ, hermano del
anterior. Era de los izquierdistas denunciados por los derechistas mirobrigenses
(CR 2009). Uno de éstos, Luis Cambronero, en 1938 reveló que, a primeros de
septiembre de 1936 el jefe local de Falange había ofrecido dinero a otro falangista
por matar a Esteban “GAONA”, sin que el solicitado ejecutor aceptara el trato
criminal:
(…) que quiere hacer constar, para así reflejar mejor los malos
sentimientos del Jefe de Falange Agustín Calzada, sobre los primeros días del
mes de septiembre de 1936, aunque no lo puede asegurar con exactitud, llamó a
Pedro Cabrera, falangista de Ciudad Rodrigo, ofreciéndole, si mataba a
Esteban “Gaona”, cierta cantidad, el cual se negó a ello, diciéndoselo
seguidamente al que declara (C.2133/37: f. 293).
Algún victimario cumpliría el encargo, pues en 1937 otros derechistas, entre ellos
Carlos Domínguez y varios declarantes en la causa contra Justo Montero
(C.1510/37), daban por desaparecido a Esteban.
La memoria colectiva mirobrigense señala que varias personas de esta familia y
otras asesinadas fueron enterradas en una o dos fosas de una finca, hoy prado cercado,
en el paraje del Valle del Lagar, término de Pedrotoro, junto a un camino que sale a
un kilómetro a la izquierda de la carretera que conduce a Tenebrón. Los afectados por
las operaciones macabras serían las víctimas de esta saca y quizá las de alguna otra
alguna, hasta una veintena en total, según testimonios (CR 2009, Iglesias, Represión
franquista: 307). Pero, a falta de datos fehacientes sobre todas y cada una de las
víctimas, nada se puede afirmar con certeza. En el verano de 2012 se hubieran podido
despejar algunas dudas si los dueños de la finca se hubieran mostrado más
cooperativos cuando, por iniciativa de la Asociación de Salamanca por la Memoria y
la Justicia (ASMJ), se emprendieron los trabajos de excavación. Pero dichos dueños,
al cabo de unos días de iniciados los trabajos, aprovecharon un día festivo para poner
un candado a la entrada de la propiedad y ya no se pudieron reanudar. De modo que,
después de lo que se ha visto en otros casos similares, hay motivos para dudar incluso
de la permanencia in situ de los cadáveres o sus restos. El juzgado del partido judicial,
por su parte, se inhibió cuando se le notificó el caso, que recogieron los medios de
comunicación provinciales e incluso la prensa nacional (El País, 16/08/2012).
En los pueblos del valle de Azaba no se ha comprobado una represión sangrienta tan
feroz como en los pueblos limítrofes de Fuenteguinaldo y Casillas de Flores, sin ir más lejos,
debido a la razón expuesta de los buenos oficios del párroco y quizá alguna otra persona
influyente. En Ituero de Azaba solamente hubo dos víctimas mortales, indirectas con respecto
a la represión franquista, aunque relacionada con el exilio al final de la guerra:
Adolfo MARCOS HERNÁNDEZ, muerto en el campo de concentración de Hinzert (11/08/43),
sin otros datos (MCU).
Celestino ALFONSO (sin comprobar su segundo apellido), considerado un héroe de la
Resistencia francesa contra los nazis alemanes. Había nacido en 1916 y, con su familia,
emigrado a Francia, donde trabajaba como carpintero, estaba casado y tenía un hijo. Fue de
los primeros alistados en las Brigadas Internacionales. Llegó a España el 27 de agosto de
1936, combatió como artillero y fue después comisario político de la 2ª Brigada. A su
regreso a Francia en febrero de 1939 estuvo internado en el campo de concentración de
Saint-Cyprien (Pirineos Orientales), pero al comienzo de la guerra europea fue movilizado
con una compañía de trabajadores extranjeros. Pocos meses después fue detenido
(17/01/41) y encarcelado en Tourelles (anejo de la prisión de Fresnes, cerca de París). De
allí habría salido un mes más tarde para trabajar en Alemania, de donde regresó al cabo de
unos meses y estuvo colocado en varias fábricas de la región parisina. Pronto sería jefe de
grupo en los FTP-MOI (Franco-tiradores y partisanos – Mano de obra inmigrada), que bajo
el mando de Boris Holban y Missak Manouchian intervino en varias acciones anti-nazis en
torno a París y Orleans. Fue detenido el 28 de noviembre de 1943, juzgado en uno
aparatoso proceso en el fuerte del Mont Valérien. Su fotografía figuraba en uno de los
medallones que, a raíz de la muerte del general Julius Ritter, los nazis habían fijado en las
carteleras murales de Francia: “Alfonso – español rojo – 7 atentados”. Fue fusilado con
otros 21 camaradas (21/02/44); la única mujer del grupo, Olga Bancic, fue decapitada en la
prisión de Stuttgart (10/05/44). Antes de ser ejecutado, Celestino dejó una carta para su
familia en la que se declara orgulloso de morir por la causa que ha defendido, desea larga
vida a sus padres, expresa el deseo de que su hijo reciba instrucción y recomienda a su
esposa que venda la ropa que deje para conseguir algún dinero y recoja en un paquete los
450 francos que había retirado de un banco (La vie à en mourir. Lettres des fusillés (1941-
1944), prologadas por J-J. Goldmann, escogidas y presentadas por G. Krivopissko, con
introducción de F. Marcot, Éditions Points - Éditions Tallandier, 2006 [2003], 252-254).
En este pueblo de Ituero de Azaba la “limpieza política” se manifestó durante la guerra,
debido principalmente a la ocupación de la finca de La Dueña antes del Alzamiento y a los
conatos de oposición a éste, mediante la huelga y el intento de cortar la carretera para
dificultar el paso de las fuerzas adictas a la sublevación militar (Iglesias, Represión franquista:
253, 320). La denuncia ante el Delegado de Orden Público de Ciudad Rodrigo llegaba con
cierto retraso (03/10/38), cuando, si no apagada, la inquina derechista se suponía al menos
enfriada. Los denunciados debían ser la mayoría de los jornaleros del pueblo, que, estando
afiliados al Sindicato de Trabajadores de la Tierra (“marxistas en masa”), se habían señalado
en las mencionadas acciones:
En este pueblo de Azaba enclavado en su demarcación, donde se cometieron
desmanes a granel antes del Glorioso Movimiento Nacional por los marxistas en masa
en cuya agrupación figuraban la inmensa mayoría de los vecinos y se cometieron
asaltos a la dehesa de la Dueña de este término, con huelgas tumultuarias, coacciones
contra los patronos, amenazas de muerte a los derechistas, se realizaron procesiones
enarbolando banderas comunistas que luego recogió la Guardia Civil, interceptando
carreteras y otros muchos actos difíciles de relatar, no ha llegado todavía una sanción
y ello es, sin duda, la causa del malestar que cada día se acrecienta y a evitar que la
cuestión llegue a un terreno insostenible, siendo esta delación que rogamos tome en
consideración, limitándonos exclusivamente a relatar superficialmente alguno de los
hechos y de las personas más destacadas (C.307/39: f. 3).
Esta “delación” y el procedimiento que se siguió dan una idea del ambiente que se
respiraba en la retaguardia franquista y del mecanismo de la “limpieza política” que en ella se
practicaba. Y por ello vale la pena detenerse un poco en los avatares procesales contra los dos
principales denunciados. En efecto, los denunciantes, que eran el alcalde en funciones
entonces, Camilo García Méndez, el jefe local de Falange y guarda jurado de La Dueña,
Narciso Benito Gutiérrez, y otros tres convecinos, José María Lobato, Vicente García y
Gregorio González se cebaron sobre todo contra Francisco Rivero Carballo y Gonzalo
Hernández Martín. La copia de esta denuncia iba incluida en una serie de diligencias que
certificó Dionisio Martín Custodio, secretario habilitado del Juzgado Especial de Fronteras de
Ciudad Rodrigo (10/03/39). De la información inicial se encargó un “juez especial”, que no
era otro que el juez de instrucción de Ciudad Rodrigo, Fausto Sánchez, quien luego se
inhibiría, como solía hacer en otras ocasiones, en beneficio de un juez instructor militar.
Ambos denunciados siguieron los mismos pasos en este proceso que los llevó hasta un consejo
guerra (30/09/39), en el que tuvieron suertes dispares.
Francisco Rivero Carballo, de 35 años, soltero, jornalero, había sido presidente
de la Sociedad Obrera, y, como tal, según sus convecinos delatores, presentaba la
imagen del perfecto izquierdista antes del Movimiento. Había sido abanderado
comunista, amigo de Manso, inductor de los “asaltos” a la dehesa de La Dueña (que
habría tenido lugar el 13 de abril de 1936, víspera del quinto aniversario de la
proclamación de la República, pero en esta acción, paradójicamente, no intervino
presencialmente Francisco Rivero, “por tener consigna de ir a Ciudad Rodrigo a
entrevistarse con los dirigentes y satélites del Sr. Manso”, según el segundo informe
del alcalde [C.307/39: f. 30vº]). Después seguía esperando el fracaso de Franco, con
una desafección contagiosa, pues su familia se negaba a recibir los emblemas de
Auxilio Social, y proclamaba que si tenía dos hermanos que estaban en el frente
franquista “no es por sus ideas” (C.307/39: f. 3), frase ésta que más delante se atribuye
a la madre, Francisca Carballo Tendero. Cada uno de los delatores había aportado su
granito de arena para este cúmulo de presuntos delitos, que intencionalmente se irá
incrementando, pero no corrigiendo, en las declaraciones ulteriores de todos y cada
uno de aquéllos. Narciso Benito ratifica la denuncia, declarando de un modo
perogrullesco que ha presenciado todo, menos aquello que dijeron o sucedió en su
ausencia, frases dichas por el denunciado, rechazo en su familia de las insignias
falangistas. Gregorio González Antúnez recuerda que Francisco Rivero le dijo a él
personalmente y refiriéndose a la guerra “que no había que perder las esperanzas” (f.
4), en un contexto bélico que debía de corresponder a la batalla del Ebro (de julio a
noviembre de 1938), lo cual accesoriamente también prueba que en estos pagos de la
retaguardia nacionalista se seguía con temor y esperanza la evolución del conflicto,
una curiosidad que los militares y sus comparsas castigaban con gran severidad. La
autoría del dicho también la corrobora Víctor García Hernández, aunque sólo de
habérselo oído contar a un vecino, Genaro Martín, quien a su vez declara haberlo oído
en una conversación que Francisco Rivero mantenía con su convecino Gumersindo
Galán, aunque comentaba por su cuenta el contexto y las circunstancias agravantes
que habían hecho de este denunciado “el cabecilla marxista de Ituero” (f. 4vº).
En esta cadena de la oralidad sobre hechos y dichos de difícil comprobación,
pero de los que dependía el destino de Francisco, también intervino Wenceslao
Casanueva (párroco de Campillo de Azaba) con su informe, sobre todo para poner de
relieve una injuria de la que decía haber sido objeto por parte de aquél, la cual no
especificaba, hecho al que también aludiría más adelante el informe de la Guardia
Civil. Casi un año más tarde el Párroco recuperaría toda su elocuencia y no sólo se
extendía sobre este episodio (presuntas amenazas verbales), sino también sobre otros
de los que solamente tenía noticia por rumores, con un recuerdo piadoso para “el
indeseable Manso q.e.p.d.” (f. 40). Los informes del juzgado de Ituero, tanto del fiscal
Rogelio García, como del juez Isidro Hernández, también abundaban en el contenido
de la denuncia globalmente. En cambio, el alcalde José Benito Alfonso practicaba una
enumeración circunstanciada de los presuntos y ya señalados delitos de Francisco
Rivero como presidente de la Sociedad Obrera, a lo que añadía la denuncia que
Francisco había presentado en Ciudad Rodrigo contra el jefe local de Falange, Narciso
Benito, quizá porque este último lo habría amenazado.
En sustancia este informe del alcalde pretendía ser un cuadro de la situación
local antes y durante el Movimiento, cuyo antagonista había sido Francisco Rivero,
ayudado en la primavera de 1936 por agentes exteriores, personalidades relevantes de
Salamanca y Ciudad Rodrigo, que se dejaban ver o entrever en Ituero: Manso, Gaite,
Oliva y Cenizo, aunque el izquierdismo de este último está lejos de ser evidente.
Posteriormente al Alcalde no se le olvidó rematar este trabajo de demolición de
Francisco con el añadido de algunos brochazos sobre la resistencia inicial contra el
Movimiento mediante la huelga y el corte de carretera en que había intervenido un
“tropel” de jornaleros, cuyo liderazgo también pusieron en el saldo negativo de
Francisco otras declaraciones e informes posteriores. Gregorio González lo recordaba
liderando la huelga al frente de los socios para impedir que nadie saliera al campo a
trabajar y arengando a todos a que le siguieran para conseguir el objetivo de bienestar
económico “sin trabajar”. Tomás González Calzada, secretario del Ayuntamiento,
añadía que también obligó a cerrar los establecimientos públicos y que de la Casa del
Pueblo salieron los mozalbetes para frenar el Movimiento mediante la intercepción de
la carretera.
Francisco Rivero en sus declaraciones (15/06/39), algo demoradas, pues llevaba
en prisión cuatro meses (13/02/39, decreto de detención), había tratado de atenuar la
responsabilidad en los hechos que sus delatores le atribuían, pero lógicamente no
podía negar la pertenencia a la Casa del Pueblo, de la que había sido presidente, y su
afiliación al Sindicato de Trabajadores de la Tierra, aunque pretendía ignorar que esto
pudiera tener implicación política. Negaba su participación en el corte de la carretera
en el intento de resistencia al Movimiento. En cambio, tenía que admitir el hallazgo de
una “bandera de color” en un registro notoriamente practicado en su casa, aunque sin
especificar el color e insinuando que se la había llevado un tal José Juan (croniquilla
del pasado día 17). Este último había sido presidente de la Casa del Pueblo de Espeja,
procesado y a la sazón preso, por lo que la declaración de Francisco Rivero ya no le
causaba perjuicio, pero con esta disculpa no hacía más que convencer a sus represores
de que era un líder local, bien relacionado con otros de la comarca. Algunos
testimonios le ayudarían en esta labor de atenuar el alcance de los cargos vertidos
contra él. Gumersindo Galán, a propósito de la guerra, negó por dos veces que
Francisco le hubiera dicho que “no había que perder las esperanzas” (f. 12, f. 28), pero
no era un testigo muy fiable para los represores, pues él mismo había pertenecido a la
UGT y había sido tesorero de la Casa del Pueblo. Menos sospechoso sería el
testimonio de Constantino Martín, un presunto perjudicado por las acciones de
Francisco Rivero, pues negó que éste, el día de la huelga, lo obligara a cerrar su
comercio y tampoco recodaba haberlo visto en el “tropel” de los que fueron a
interceptar la carretera (f. 15).
El análisis de esta documentación lleva a pensar que Francisco Rivero antes del
Movimiento había sido un líder local consecuente con su afiliación sindical, quizá no
un modelo de buenos modales o de comportamiento, según los criterios del Cura y la
Guardia Civil. Después del Movimiento pretendía seguir manteniendo y expresando su
propio criterio, sin medir que esto era un privilegio utópico en el Nuevo Estado de
Franco, ya triunfante cuando se celebró el consejo de guerra (30/09/39), presidido por
el coronel Rogelio López Valdvielso. Fue condenado a 20 años de prisión, por
“adhesión a la rebelión”, que le fueron conmutados por 6 años (07/05/43), en parte
cumplidos en la cárcel de Sevilla, pues, cuando le llegó la notificación en Ituero, ya
estaría en libertad condicional, “por Disposición de la Dirección General de Prisiones
desde el día 9 de agosto de 1941” (C.307/39: f. s. n.).
Gonzalo Hernández Martín, de 32 años, casado, jornalero, afiliado a la Sociedad
de Trabajadores de la Tierra, según la denuncia colectiva, era un “exaltado comunista
de acción”, aunque los cargos concretos se reducían a dos o tres acciones. En la
ocupación de la Dueña había amenazado al alcalde con una “azada”, que en
declaraciones posteriores será “un palo” o “una porra”; en una despedida de mozos
llamados a filas en marzo de 1937 habría aconsejado a un hermano suyo llamado
Eufronio y a otro llamado Sebastián Hernández que se pasaran a la zona republicana
en cuanto pudieran; y de un modo habitual practicaba el contrabando, “confabulado
con los portugueses” (C.307/39: f. 3vº). Esto último era un mal endémico en la Raya,
así que en las declaraciones posteriores los denunciantes no insistirían demasiado en
ello, pero en lo demás sí añadieron circunstancias que probarían la peligrosidad y
desafección hacia el Movimiento por parte del denunciado.
Narciso Benito, que en la denuncia solamente confirmaba genéricamente dichos
cargos, posteriormente consideraba a Gonzalo Hernández protagonista de la ocupación
y roturación de La Dueña, describiendo la actitud amenazante del mismo “con un
palo” (f. 23). Este denunciante coincidía con el alcalde en funciones entonces, Camilo
García, que habría sido amenazado en La Dueña como los concejales, y con Vicente
García en que la incitación a los mozos para que desertaran no la oyó, sino que la
transmitió un capataz de nombre Florencio, “que vive en el barrio de Chamberí en
Salamanca” (f. 31), pero luego no apareció por parte alguna cuando lo citó el juez.
Este último rumor también lo recogía el parte del cura Wenceslao Casanueva. Los
informes del juzgado municipal de Ituero señalaban que Gonzalo pertenecía a la Casa
del Pueblo, sin entrar en los demás detalles, y el del alcalde, además de las amenazas
en la Dueña y la frase que revelaba su desafección al Movimiento, volvía sobre la
acusación genérica de que Gonzalo era “avanzado comunista” (f. 5vº). Los testigos
posteriormente citados por el juez militar, que eran los mismos individuos e instancias
denunciantes, con algún otro añadido, ratificaron lo que decían haber visto u oído,
como Gregorio González, quien reiteraba los cargos, aunque “no puede concretar
nada, porque [Gonzalo] estaba casi siempre en el campo” (f. 19vº). Y a este tenor se
expresaban el secretario Tomás Calzada y los declarantes ya citados.
En su primera declaración (Ciudad Rodrigo, 10/02/39), Gonzalo Hernández
admitió que estuvo en la roturación de La Dueña, pero negó las amenazas por su parte
al alcalde y los concejales, así como la incitación a dos mozos para que desertaran y su
propia implicación en actividades de contrabando (f. 6). En todo ello, globalmente, se
ratificaría cuatro meses más tarde, admitiendo también su afiliación sindical, sin
intervención en manifestaciones ni activismo político, lo que reiteró en la declaración
indagatoria posterior (28/08/39). Para entonces ya le habían allanado algo el camino
Sebastián Hernández Morán y su propia esposa Eufemia Sánchez Mateos. El primero
era uno de los soldados presuntamente incitados a desertar del Ejército franquista por
Gonzalo, extremo que Sebastián negó, aunque su testimonio resultara sospechoso por
ser él mismo antiguo socio de la Casa del Pueblo (f. 27vº), con todo algo más fiable
que el otro soldado, Eufronio Hernández, hermano del procesado, y sin duda por ello
no citado a declarar. Eufemia Sánchez había enviado una instancia al Auditor de
Guerra en súplica de libertad para su marido argumentando lisamente: “en atención al
número de hijos y teniendo en cuenta que la acusación, al parecer, no tiene mucha
importancia” (f. 35). Gonzalo y Eufemia, así como los cuatro hijos menores de edad
que tenían, tuvieron más suerte que otros procesados en circunstancias parecidas. El
mencionado consejo de guerra (30/09/39) no retuvo contra este padre de familia el
delito de “excitación a la rebelión”, que reclamaba el fiscal, y sentenció su absolución.
El resultado de esta sentencia quizá tendría un efecto benéfico para los otros
antiguos socios de la Casa del Pueblo, pues los derechistas locales no se sentirían
estimulados a practicar las denuncias por ellos programadas. De modo que la represión
en Ituero de Azaba, descontado Aurelio José Juan (represaliado con los vecinos de
Espeja), afectó a 8 personas:
-víctimas mortales: 2 (indirectas)
-víctimas carcelarias: 4
-multados: 2.
Croniquillas del verano y otoño sangriento de 1936. El “Día del Dolor” y las “cruces
de los caídos” (20/11/ 2016)
Ángel Iglesias Ovejero
En el calendario nacional-católico el día 20 de noviembre se celebraba el “Día
del Dolor”, cuya finalidad inicial era santificar la figura de José Antonio Primo de
Rivera, para lo cual ya existía una fiesta previa el 29 de octubre: el “Día de la Fe”.
Esta era una conmemoración señera en la que se recordaba el mito fundador de la
Falange: el discurso del 29 de octubre en el Teatro de la Comedia de Madrid. En la
“Formación del Espíritu Nacional”, ya en el primer curso de bachillerato, se resumían
las “afirmaciones” básicas de aquel discurso que se convertirían en “consignas”, de
obligado conocimiento entre los escolares: “La injusticia social era motivo de huelgas
y desmanes (…), “los separatismos estaban de moda”, “el destino de los españoles se
había olvidado por completo” y José Antonio estaba “lleno de una gran fe en el
espíritu nacional (…) y se lanza a la lucha de la inteligencia y la acción contra los
enemigos de España (…)”, tarea en la que fue secundado “de aquella vanguardia de
paladines, en la que los buenos españoles cifraban sus mejores esperanzas” (J. García
García, oficial instructor del Frente de Juventudes, Formación del Espíritu Nacional,
primer curso, 1955: 112). A los “instructores” de esta doctrina se les olvidaba explicar
que los “paladines” de la Falange seguían al pie de la letra el método de la violencia
que su fundador preconizaba (y que por estos pagos dio los resultados expuestos en
estas croniquillas), por lo cual aquel partido fue ilegalizado y el jefe detenido y llevado
a Alicante por orden del Gobierno de la República, cuando sus correligionarios
secundaron el Alzamiento militar del 18 de julio.
Como es sabido, José Antonio fue acusado de conspiración y rebelión militar, y
por ello condenado a muerte por un tribunal popular y ejecutado. Esto allanaba el
camino de la jefatura “nacional” de Franco, que, no habiendo hecho gran cosa por
salvar de la muerte a un presumible contrincante, por añadidura, supo sacar provecho
de una glorificación del “Ausente” que se fraguaría durante la misma guerra. En 1939,
Eugenio Suárez, en su Recordatorio de José Antonio, ya ofrecía una polifónica
celebración de la misión mesiánica del personaje, con epítetos aplicados por
antonomasia y evocadores de motivos enraizados en la Biblia, la Historia Antigua y el
Nacional-sindicalismo: Profeta, Ausente, Elegido, César, Camarada, Precursor (Zira
Box Varela, La fundación de un régimen. La construcción simbólica del franquismo,
tesis, Universidad Complutense de Madrid, 2008, eprint.ucm.es/8572/17/T30783.pdf:
172-173). En 1939 el cadáver de José Antonio fue trasladado a El Escorial y 20 años
más tarde depositado junto al altar mayor de “la basílica del Valle de los Caídos”.
Pero, a juicio de sus propios seguidores, Franco, que había vampirizado el mito del
“Ausente”, parecía que no estaba dispuesto a dejarle disfrutar en exclusiva de aquel
faraónico lugar de memoria. De modo que, con la ayuda “providencial” o no de su
entorno, vino a fallecer oficialmente un 20 de noviembre (1975), y ocupó el sitio
previsible, de modo que José Antonio sería un trofeo macabro entre otros muchos allí
depositados (más de 30.000), amigos o enemigos, caídos en el frente o ejecutados por
la vía judicial o extrajudicial.
El monumento del Valle de los Caídos se declaró de urgente construcción un año
después de finalizada la guerra (01/04/40) y se terminó en 1958. En las peligrosas
labores de su erección y accesos participaron los presos republicanos (se ha hablado de
20.000), atraídos por el señuelo de “la redención de penas por el trabajo”. Muchos
dejaron allí sus vidas. En el segundo lustro de los años cincuenta los escolares
madrileños que merodeaban por allí en verano podían encaramarse, a hurtadillas, en
las tapias del recinto y vislumbrar las barracas de los presos. Algunos de éstos
aparecían a lo lejos en las obras de la explanada de entrada a la basílica. Poco después,
dichos escolares tendrían el privilegio de seguir por la televisión los actos de
inauguración, presididas por el mismísimo Franco (01/04/59). Las polémicas sobre el
destino de este monumento todavía colean casi 60 años más tarde, dado que el art. 16
de la Ley de Memoria Histórica no parece satisfacer a nadie : “se regirá estrictamente
por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y a los
cementerios públicos” y “no podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni
exaltadores de la Guerra Civil, de su protagonistas, o del franquismo”; pero resulta
obvio que es un monumento de exaltación del franquismo y de dos de sus principales
figuras.
Un año antes de que se iniciaran las obras del Valle de los Caídos (1940) ya se
habían puesto los cimientos ideológicos de otras numerosas cruces en todo el territorio
español, conforme a las pautas avanzadas por “el Caudillo” en un discurso del 3 de
abril de 1939, que insistía en el papel de los “mártires” y “caídos” para el logro de la
Victoria. Pocos meses después, una orden del Ministerio de la Gobernación (07/08/39)
regulaba la construcción de dichos monumentos. Se trataba de “dar unidad de estilo y
de sentido a la perpetuación por monumentos de los hechos y personas de la Historia
de España, y en especial a los conmemorativos, de la guerra y en honor de los caídos”
(Zira Box, op. cit.: 176). En el territorio de la antigua retaguardia “nacional” esto no
era una novedad. Desde el 16 de noviembre de 1938 regía un decreto para que los
nombres de los “caídos por Dios y por España” figuraran en las paredes de las
iglesias. La sumisión de la Iglesia española al poder de Franco solo sería contestada
por el cardenal Segura (Sevilla) en 1940, por considerar que estas concesiones
regalistas estaban reñidas con el canon 1.178 del Derecho Canónigo (Díaz-Plaja 1976:
44).
El Administrador Apostólico de la diócesis de Ciudad Rodrigo no debía de tener
esta clase de escrúpulos, como prueban los letreros con el nombre de José Antonio en
dos iglesias de la Ciudad, recientemente limpiadas por orden del Ayuntamiento. Pero
de ordinario los listados de “caídos” se ponían en cruces aledañas de las iglesias. En
algunos pueblos las lápidas se retiraron en los años siguientes a la Transición
democrática, pero en pueblos como Agallas, El Bodón, Casillas de Flores, Cespedosa
de Agadones y tantos otros estos monumentos conmemorativos de la guerra civil y del
franquismo, siguen intactos, con el beneplácito de las autoridades municipales, bien
porque ellas mismas se sientan habitadas por “el espíritu nacional” de antaño o porque
no se atrevan a oponerse a vecinos reaccionarios. En todo caso, hoy son monumentos
ilegales, de acuerdo con el art. 15 de la mencionada Ley de Memoria Histórica. Y esto
sucede porque la Administración competente no echa mano de un arma realmente
disuasiva, aunque no produce heridas mortales:
“Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias,
tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y
otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o
colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la
Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones y
ayudas públicas” (subrayado añadido).
Por otro lado, sigue siendo de urgente ejecución otro apartado de la misma Ley:
Así que, como ha sucedido con otros aspectos de la Memoria Histórica, mejor
será encomendarse a la iniciativa de personas interesadas para establecer este
inventario de objetos y símbolos franquistas que son otras tantas manifestaciones de la
incuria de las autoridades democráticas en esta Comunidad.
Croniquillas del verano y otoño sangriento de 1936. Represión en Campillo de
Azaba: la guerra incruenta del maestro Antolín Santos contra el secretario
Patrocinio Calvo (23/11/2016)
La represión programada en Navasfrías era sin duda mucho más severa de lo que
fue a primera vista, aunque si se añade la persecución del comercio ilegal, vinculada
con ella, resulta terrible. En los testimonios orales, además de las circunstancias
favorables para la huida a Portugal, la moderación relativa en lo que atañe a las
víctimas directas se atribuye a Braulio Manzano Aguilar, brigada de Carabineros. Éste,
con su parsimonia en la declaración del estado de guerra, un calculado doble juego e
incluso un solapado aviso al alcalde republicano León Almaraz, cuando le fue a
entregar el bastón de mando, y al concejal Ángel Ramos, cuando estaba guadañando,
para que huyeran. Después descargaría sobre ellos las presuntas responsabilidades de
otros, sin riesgo para los fugitivos ya al abrigo en el país vecino. Eran suegro y yerno,
que fueron buscados el 6 de agosto, según el maquis Gerardo Antón (J. Chaves,
“Represión en la guerra civil”, PROHEMIO, 9: 79), por falangistas de Casillas de
Flores, entre ellos “el Gallito”, que al parecer también buscaban a un albañil que
trabajaba en Navasfrías, pero no se lo dejaron llevar entonces para que lo mataran (N
2007a), aunque es posible que se tratara de Ignacio SIERRA BORREGO, cuyo cadáver al
parecer se halló en Robleda (croniquilla del 6 de agosto).
Posteriormente, al quedar viudo, Ángel Ramos se casó en segundas nupcias en
Portugal, en las que tendría otro hijo, emigró a Francia y después a Brasil. León no
pudo seguir a su yerno en el exilio, porque no le facilitaron el pasaje, debido a la edad.
Estuvo veinte años viviendo en la clandestinidad, medio escondido en El Cuisal, casi a
caballo en la raya de Portugal, adonde pasaría cuando se sintiera inseguro. De esta
situación salió en 1956. Yerno y suegro habían sido procesados en rebeldía en 1937
(C.1886/37), siendo condenados oficialmente a un destierro al que ya se habían visto
obligados desde el principio de la represión y, además, a una pesada multa y embargo
de bienes, que obviamente recaerían sobre sus familias. En dicho proceso el brigada
Manzano dio informes malos sobre los procesados, quizá para ponerse al abrigo de
sospechas, y el párroco Matías García Miguel, poeta reconocido en Navasfrías y otros
pueblos rayanos, se cobró presuntos agravios o desplantes, tachando de cobardes u
oportunistas a los vecinos y autoridades militaristas por no haberlos apresado, pero
sobre todo señalando a Petra Almaraz como la peor de la familia. No lo sería por
mucho tiempo, pues el mismo año moriría a consecuencia de malos tratos, entre otras
víctimas indirectas, la mayoría forasteras. Entre estas últimas se cuentan varios
contrabandistas portugueses, que en el contexto de la guerra o la postguerra, fueron
abatidos por los Carabineros o la Guardia Civil, que tal vez los tomaran en algún caso
por maquis.
En consecuencia, el necrologio de Navasfrías, en cuyo registro civil no figuran
muertos “por herida de arma de fuego” en las actas de defunción de 1936 y años
siguientes, es más copioso de lo que señala la memoria colectiva, que hasta hace poco
solo mencionaba una o dos víctimas.
En una saca carcelaria de la misma fecha fue eliminado un vecino de Las Casas del
Conde:
Serafín HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, de 59 años, hijo de Isidoro y Carolina, labrador,
STT, casado (C.986/36). Ingresó en la cárcel de Salamanca el día 1º de octubre y
fue puesto en libertad mes y medio más tarde (15/12/36) por orden del Gobernador
Civil, siendo de hecho ejecutado extrajudicialmente (López-Delgado 2007: 170).
Todo había empezado por una denuncia ante el Gobernador Civil por parte del jefe
local de Falange, Lesmes de San Ricardo Hernández, que lo acusaba de propagar
noticias tendenciosas (“que el Glorioso Gobierno de Burgos viéndose perdido y
lleno de miedo se había escapado para Alemania”), acusación extensiva al vecino
Juan Antonio Santos García. Ambos fueron detenidos y llevados presos a Sequeros
(24/09/36) por Matías Ricardo Hernández, sargento del puesto de la Guardia Civil
en Aldehuela de la Bóveda. Después estuvieron presos en Salamanca (01/10/369)
durante las actuaciones de la causa, que sería sobreseída por el auditor de guerra
(01/11/36). Pero los detenidos quedaron a disposición del Gobernador Civil
(10/12/36), quien ordenó su libertad pocos días más tarde (15/12/36), según las
fichas carcelarias (FCS). A partir de esta fecha a Serafín HERNÁNDEZ se le pierde el
rastro en parte, sin que se diera por enterado de su paradero el Servicio de Libertad
Vigilada, bajo cuya tutela seguía teóricamente años más tarde. Juan Antonio Santos
no sería de aquella saca carcelaria, pues estuvo detenido en Sequeros en 1937
(P.sum.468/37).
Así pues, en el necrologio de esta localidad se reconoce una sola víctima mortal,
a pesar del trasfondo de conflictos sociales por los motivos de siempre: el paro obrero
y la falta de tierra. Este último problema era tan acuciante, que, cuando los socios del
Sindicato de la Tierra (STT) expusieron sus reclamaciones al Gobernador Civil para
que las hiciera llegar al Gobierno de la República, añadieron que era necesario
ensanchar el término (Iglesias, Represión franquista: 199, nota 15). La reacción de los
jornaleros locales necesitados se tradujo en los votos favorables a la candidatura
comunista en la elecciones de 1936. Precisamente Juan Antonio Santos, transportista,
estaba casado con la maestra de niñas Sofía Hernández Hidalgo, a quien los
derechistas locales consideraban “extremista”. El jefe de Falange lo tenía por
“destacado comunista de aquella localidad”, porque había apoyado a Luis Campo
Redondo, para quien había conseguido 45 votos. Pero había otros vecinos integrados
en agrupaciones “político-societarias”, que probablemente serían de los que habían
participado en un simulacro de entierro de Gil Robles el Miércoles de Ceniza del
mismo año. Todo esto explica las visitas que los comandos de la Guardia Civil
efectuaron a este pueblo, motivadas por las denuncias, que fueron seguidas de
detenciones, procesamientos, depuraciones y sanciones económicas.
El total provisional de vecinos afectados por la represión en Las Casas del
Conde es de 14 personas:
-víctimas mortales: 1
-víctimas carcelarias: 12
-depurados: 1 (también preso)
-sancionados: 3 (añadidas a prisión 2).
Croniquillas del verano y otoño sangriento de 1936: la saca carcelaria del 16
de diciembre de 1936 (16/12/ 2016)
Ángel Iglesias Ovejero
Fausto CASTAÑO DURÁN, vec. CR., casado con Inés Guzmán. Aunque fue incluido
entre las víctimas mortales dudosas en La represión franquista: 56, y la ASMJ no
ofrece datos claros, parece que hay que considerarlo víctima de un saca que habría
tenido lugar en Lérida, según el testimonio de su viuda (AMRC, Exp. Viudas y
Huérfanos, 10-3). Era hermano de Ramón CASTAÑO DURÁN, ejecutado con los
vecinos de Fuenteguinaldo el 8 de octubre (croniquilla de tal día).
Victoriano GÓMEZ IGLESIAS, jornalero, casado, padre de una hija. Según ésta fue
fusilado. La ASMJ no ofrece otros datos de su expediente de huérfanos (AMRC,
10-3).
Félix GONZÁLEZ CABRERA, de 31 años, presidente de la STT (Viudas /
Desaparecidos), casado, sin indicación de filiación, nombre de la esposa y eventual
descendencia, domicilio y profesión. Había ingresado en la cárcel del partido
judicial, como “detenido [militar]”, el 31 de julio de 1936, y salió el mismo día;
reingresó el 1º de agosto de 1936 y fue excarcelado el 15 de septiembre de 1936
(Desaparecidos 1936), en una saca clandestina (descrita en la croniquilla del
pasado 15 de septiembre). Falleció “en la dehesa de Aceñuelas de este término
municipal [de Ciudad Rodrigo] el día de hoy [15 de septiembre de 1936] a las 5
horas y 30 minutos”, “a consecuencia de heridas producidas por arma de fuego”, y
fue enterrado en el cementerio municipal de Ciudad Rodrigo (RCCR, act. def.
15/09/1936, “en virtud de oficio dirigido a este Registro Civil de fecha de hoy por
el Cap. Instr. Marcelino Ibero”). Se menciona entre los responsables políticos y
sindicales que asistieron a las reuniones del Ayuntamiento los días 18 y 19 de julio
de 1936 (Ju.Sum.265/36: f. 18). Y según la certificación de una declaración del
concejal Francisco Oliva Pastor (04/08/38) en el Procedimiento sumarísimo 84/37,
Félix GONZÁLEZ fue destinatario de uno de los tres revólveres que el 19 de julio
fueron entregados por el jefe la Policía Urbana, ninguno de los cuales sería usado.
[X] LÓPEZ ANDRÉS, hijo de Celedonio López “el Barrendero” (asesinado el 12 de
mayo de 1936). Fue víctima de una saca en fecha indeterminada de los primeros
meses del Alzamiento y en lugar desconocido, según el expediente de su hermana
Francisca (AMRC, 450). Datos incompletos en el listado de la ASMJ.
Juan MARTÍN PRIETO, de 54 años, natural de Fregeneda, hijo de Raimundo y María,
vecino de Ciudad Rodrigo, “viudo en primeras nupcias de Adoración (¿?) del Río,
de cuyo matrimonio existen tres hijos (…), mayores de edad los primeros y menor
el tercero, y casado en segundas nupcias con Aurora Prieto Rubio, de cuyo
matrimonio no existe descendencia”. “Falleció en el término de San Felices de los
Gallegos el día 10 de septiembre de 1936”, sin indicación de la causa y lugar de
enterramiento (RCCR, act. def. 11/08/1939, según “expediente tramitado a
instancia de Doña Aurora Prieto Rubio”). En la causa seguida contra Agustín
Calzada, Jefe comarcal y local de Falange, Emeterio Martín García, agente del
juzgado de 1ª instancia de Ciudad Rodrigo, declara que dicho jefe le pidió a Aurora
Prieto Rubio 3.000 pesetas, para no matar a su marido, quien tres días después
“desapareció”, según rumor público (02/07/38, C.2133/37 : f. 421).
Isidoro MORO FRANCISCO, de 32 años, hijo de Juan Antonio y Joaquina, jornalero,
casado con María Morán Cepa, con quien tenía cuatro hijos. Falleció el 9 de
setiembre de 1936 en San Felices de los Gallegos, víctima de una presumible saca
(act. def. 27/04/1944 y 02/06/1957, ASMJ).
Juan José ROMÁN GARCÍA, vecino de CR, casado con Asunción Benito, víctima de una
saca en fecha indeterminada y lugar desconocido, según datos insuficientes de los
expedientes de viudas y de huérfanos (AMCR, 458 y 10-3) recogidos en la base de
datos de la ASMJ.
Ángel SIERRO DÍAZ, vecino de CR, jornalero, casado con Salud Perancho, víctima de
una saca el 16 de septiembre en lugar ignorados (expediente personal de su viuda,
460, AMRC). Datos incompletos en el listado de la ASMJ.
Francisco SOTO RICO, vecino de CR, carpintero, casado con Esperanza Sánchez
víctima de una saca el en fecha y lugar ignorados, aunque según el expediente de su
viuda habría sido “condenado a muerte como elemento de izquierdas” (AMRC,
460, y expediente de huérfanos, 10-3). Datos incompletos en el listado de la ASMJ.
En Ciudad Rodrigo, como en las otras localidades, existe una represión ignorada
o no reconocida, que es una inmensa y dificultosa labor que está por hacer, aunque se
tienen algunos indicios que se pueden exponer aparte.
Croniquillas del verano y otoño sangriento de 1936: Sacas esporádicas o no
contabilizadas (II): pueblos de la comarca de Ciudad Rodrigo (24/12/2016)
Boadilla
Julián SERRANO DOMÍNGUEZ, de 81 años, hijo de Julián y Eustaquia, jornalero, viudo.
Falleció en la prisión de Ciudad Rodrigo (23/01/38), donde se hallaba a raíz de una
detención posterior a un registro domiciliario, efectuado por la Guardia Civil
(11/01/38) al mando de Matías Hernández Alejo, brigada jefe del puesto de
Aldehuela de la Bóveda. Le hallaron un “cachorrillo viejo, envuelto en otros hierros
viejos”. Por ello estuvo detenido primero en La Fuente de San Esteban y después
en la cárcel del Partido (13/01/38). Cuando lo citó el teniente instructor Esteban
Bravo (juzgado militar nº 5 de Salamanca), el anciano Julián ya había muerto, de
colapso cardíaco (P.prev.Boa/38, AHPS: 194/36; act. def. 24/01/38, ASMJ: de
hecho tendría 78 años).
El total provisional de afectados en Boadilla, en el que no se incluyen los cuatro
vecinos de Robleda enterrados en su cementerio (croniquillas del día 6 y 13 de
agosto), se reduce a dicha persona:
-víctimas mortales: 1 (indirecta)
Morasverdes
Juana HERNÁNDEZ ESTÉVEZ, de 55 años, de profesión sus labores, casada. Falleció de
cáncer en la cara (08/03/39) en la cárcel de Salamanca, donde había ingresado en
1937 (López-Delgado 2001: 295; 2007: 171)
El total provisional de afectados en Morasverdes es de 4 personas:
-víctimas mortales: 1 (indirecta)
-víctimas carcelarias: 3.
Serradilla del Arroyo
Agustín LÁZARO, de unos 15 años, pastor. Falleció por herida de arma de fuego el 19
de mayo de 1942, al disparársele accidentalmente una escopeta a un compañero de
su edad, cuando estaban reunidos con otros dos que, como ellos, guardaban ovejas
en el paraje de “El Guindo”. De hecho este accidente fue consecuencia del
descontrol de armas, durante y a continuación de la guerra civil, como reconoció
implícitamente la jurisdicción militar al procesar a Nemesio Hernández Lucas,
padre del muchacho causante de la muerte, “por tenencia ilícita de armas”
(P.sum.608/42). Nemesio, para su descargo, explicó que la escopeta había sido
regalada por un cuñado suyo, que era guardia civil, pero éste lo negó. En definitiva,
Nemesio estuvo detenido, sin mayores consecuencias, pues el consejo de guerra
(24/03/43) lo absolvió. Al parecer, en este asunto nadie volvió a interesarse por
Agustín LÁZARO, tanto que ni siquiera se menciona su segundo apellido en las
actuaciones procesales.
El total provisional de afectados en Morasverdes es de 6 personas:
-víctimas mortales: 1 (indirecta)
-víctimas carcelarias: 4
-sancionados: 2 (1 también preso).
Villasrubias
Laureano AMADO RAMOS, de 50 años, labrador, casado, padre del informante Calixto
Amado Domínguez (V 2003). Después de perseguirlo en 1936, porque tenía una
pistola, que guardaba de cuando estuvo emigrado en Francia y Argentina, y de
imponerle una multa de 4.000 pesetas, como condición para respetarle la vida, los
falangistas le siguieron propinando malos tratos, palizas terribles, como a Agustín
Sánchez y a un tal Inocencio, lo cual le agravaría la enfermedad de la que vino a
morir oficialmente, “bronconeumonía”, el 15 de febrero de 1938 (RCV, act. def.,
sec. 3, t. 12, f. 49rº, Iglesias 2008a).
El total provisional de afectados en Villasrubias asciende a 14 personas:
-víctimas mortales: 1 (indirecta)
-víctimas carcelarias: 8
-sancionados: 7 (muerto uno de ellos y otro también preso).
Conforme a lo expuesto, este listado incluye las localidades que fueron afectadas
por alguna modalidad de represión conocida (todos los municipios del antiguo y nuevo
partido judicial de Ciudad Rodrigo, menos San Miguel de Robledo) y cuyas víctimas
fueron naturales, vecinos o forasteros de paso por aquellas en el momento de los
hechos. Estos forasteros pueden ser naturales o vecinos de otros pueblos del Partido,
de otros territorios de la provincia de Salamanca o de otras provincias. Son
circunstancias a tener en cuenta cuando se establezca el cómputo general por
Provincias, Comunidades Autónomas o en todo el Estado. En todo caso, se ha tenido
la precaución de no contarlos aquí más que una vez a los afectados, para lo cual se da
prioridad a la vecindad en la localización de las víctimas, aunque eventualmente se
ofrece alguna breve alusión a la naturaleza o carácter foráneo de las mismas.
El modelo de descripción por localidades se dispone en forma lineal, con el
topónimo, el total de actos represivos y de afectados, la especificación de las
modalidades habituales de represión conocida, mediante abreviaturas (mayúsculas) y
las cantidades siempre con número arábigos: Topónimo. Total: VM; VC; VD; VS.
Esto debe entenderse así:
Topónimo = localidad del entorno de Ciudad Rodrigo (incluida ésta) donde
hubo afectados por la represión franquista entre 1936 y 1948.
Act. repr. = total de actos represivos aplicados a naturales, vecino o forasteros en
la localidad (se obtiene por la adición de las cantidades no incluidas en los
paréntesis)
Afect. = total de personas afectadas naturales, vecinos o forasteros por actos
represivos (se restan del total de actos represivos los que en los paréntesis se
califica como redundantes, abreviatura “red.”)
VC = víctimas carcelarias
VD = víctimas de depuración
VM = víctimas mortales elegidas o indirectas (abreviatura “ind.”)
VS = víctimas de sanción económica (multas, embargos, requisas)
(desc.) = descontados los afectados contabilizados en otra localidad
(ind.) = víctima mortales indirectas (no elegidas, pero alcanzadas por los efectos
previsibles de la represión)
(red.) = acto represivo redundante (cuando la víctima ha sufrido más de una
modalidad represiva)
(vec.) = vecino o vecinos de otra localidad