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APUNTES

Historia de la Guerra Civil Española


Realizados por Alberto Poyo Amado
Fecha 21 de abril de 2023

PROGRAMA DE LA ASIGNATURA

Relación Temas
Tema 1.- Contexto histórico y antecedentes
Tema 2.- La conspiración: la trama civil y los contactos internacionales
Tema 3.- El Alzamiento Nacional y los inicios de la Guerra
Tema 4.- Rebelión, revolución y represión
Tema 5.- La internacionalización de la Guerra. La batalla de Madrid
Tema 6.- La construcción de la España Franquista
Tema 7.- La campaña del Norte y el Gobierno de Negrín
Tema 8.- De la batalla de Teruel a la del Ebro
Tema 9.- El final del conflicto: de una guerra a otra
Tema 10.- Las grandes preguntas acerca de la Guerra Civil española. El debate
historiográfico
LIBRO LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (de la Segunda República a la dictadura de Franco)
AUTOR: SANTOS JULIÁ

Introducción
- Una guerra civil de alcance internacional
El Gobierno espera (10-17 de julio de 1936)
- La conspiración avanza
La rebelión comienza en África (18 de julio de 1936- 4 de agosto de 1937)
- Violencia extrema
- Todos los poderes a Franco
- Crisis de Abril en Salamanca
Resistencia y Revolución (18 de julio – 15 de agosto de 1936)
- La farsa de la no intervención
Del “No pasaran” a la caída del Norte (septiembre de 1936 a septiembre de 1937)
- Sindicatos frente a partidos
- Crisis de mayo
- Carta colectiva del episcopado español
- La caída del Norte
La República pasa al ataque (octubre de 1937 a julio de 1938)
- Crisis política en Barcelona
- Los Trece Puntos de Negrín
Construyendo el Nuevo Estado (enero de 1938 – marzo de 1939)
- Guerra a la mediación en la guerra
- La última batalla decisiva
- Derrota incondicional
- Epílogo. Un estado de guerra continuado
Apéndices

Introducción
Una guerra civil de alcance internacional
“La Guerra Civil de 1936 a 1939, sin duda ninguna, es el acontecimiento histórico más importante de la España
Contemporánea y quién sabe si el más decisivo de su historia”, escribió Juan Benet cuando se cumplían
cuarenta años de su comienzo, y hoy cuarenta años después podemos afirmar, sin sus cautelas, que lo fue.
Guerras y Revoluciones ha habido en España desde 1908, la guerra contra el francés, llamada de
Independencia, las guerras carlistas entre absolutistas y liberales, la interminable y desastrosa guerra de Cuba
contra en EEUU en 1898, Y la catástrofe que supuso la guerra de Marruecos prólogo de la primera dictadura
militar del siglo XX.
El recurso a la violencia también fue frecuente en las luchas políticas del XIX. A pesar de todos los
levantamientos e insurrecciones de este siglo XIX, nada es comparable a lo que supuso la Guerra Civil en el
siglo XX, un siglo que resultaría radicalmente impensable sin la guerra civil. Y eso sería así, porque de las
contiendas decimonónicas que o bien acababan sin un vencedor claro y otras daban lugar a abrazos y paces,
la guerra civil, logró el propósito de quien la empezó, que tras una rebelión militar fracasada pero no sofocada;
un vencedor que exterminó al perdedor sin dejar espacio para una paz digna.
La guerra civil, acabó con un proceso de cambio social y redujo a la sociedad española en dos bandos
enfrentados a muerte, con el resultado de que el vencedor nunca accedió a una reconciliación con los vencidos.
Desde el fin de la guerra hasta el término de la dictadura, España viviría las secuelas de la guerra que seguiría
con su sombra alargada durante el periodo de transición a la democracia.
Alcanzó tal magnitud aquel crimen de lesa patria que sus efectos se buscan en causas como situar su origen
en el carácter de los españoles, condenados a enfrentarse, así de este modo nadie aparece como culpables y
los crímenes quedan repartidos o no son de nadie, sino que son debidos a una fatalidad que empujaría a los
españoles a matarse unos a otros. Al adentrarnos en la guerra civil española de 1936 a 1939, es preciso recordar
que fue una quiebra brusca y la culminación de un corte profundo infringido por una rebelión militar, con
amplias complicidades de las derechas monárquicas, católicas y fascistas, en una sociedad que desde
comienzos del siglo XX experimentaba una profunda y rápida transformación política, economía, cultural y
social, que la había llevado al reencuentro con las democracias europeas.
Sin embargo, la guerra podría haber acabado por agotamiento de los rebeldes debido a lo precario de sus
recursos, en algún tipo de negociación, si tanto la Alemania de Hitler y la Italia fascista no hubieran, a las dos
semanas, acudido en apoyo de los militares sublevados, de ahí la internacionalización de la guerra española
que se prolongaría durante 32 meses, convirtiéndose en la primera batalla y banco de pruebas de la gran guerra
que se avecinaba. Algo que tanto el presidente Azaña en agosto del 36, como el ministro de estado, Jiménez
del Vallo, en el consejo de la Sociedad de Naciones en septiembre de 1936, advertían.
Y así en esta guerra de alcance internacional se cruzaron viejos conflictos españoles, fue una guerra social,
una guerra de clases por las armas. De obreros y campesinos contra burgueses y terratenientes, así como una
guerra de religión, de nacionalismos, una guerra entre dictadura militar y democracia republicana, de fascismo
contra antifascismo. Conflictos que en su mayoría venían del pasado, de la frágil legitimidad que dañó al
Estado liberal español desde su fundación en las Cortes de Cádiz de 1812, y que ya anunciaban que estado
habría de gestarse, si una república sindical o `popular o una dictadura militar, católica y fascista de la otra.
De ahí que las semanas primeras pareciera una guerra antigua, con campesinos, como milicianos, actuando de
manera colonial, con obreros por las calles a la búsqueda del enemigo de clase; muertos en ajustes de cuentas,
violencia son control, a cargo de todos los actores, falangistas, católicos, socialistas, comunistas, anarquistas,
que ponía en evidencia las raíces de la guerra española. A su vez, una guerra moderna, cabalgaba sobre esa
guerra antigua, y se producían bombardeos sobre ciudades procedentes de ejércitos extranjeros, lo que
podríamos llamar una guerra europea en miniatura.
La primera habría acabado enseguida sin la segunda, pero la segunda no habría podido adelantar el futuro de
Europa sin la primera.

El Gobierno espera (10-17 de julio de 1936)


Corría el mes de julio de 1936, y el golpe constituiría para todos unos acontecimientos asombrosos en su
magnitud y de incierto desarrollo. En la habitual reunión de los viernes del Consejo de Ministros, ese 10 de
julio, el ministro de Comunicaciones y Marina Mercante, del Gobierno de la República presidido por Santiago
Casares Quiroga, Bernardo Ginés de los Ríos, daba cuenta de las escuchas neutralizadas por la policía a los
militares rebeldes. La sublevación militar, dijo Casares, es inminente, quizás hoy, quizás mañana. Eran
conocedores de la trama, y hasta las instrucciones dadas por uno de los jefes de la conspiración, el General
Mola, habían sido recogidas por el Director General de Seguridad, José Alonso Mallol.
Con estos informes encima de la mesa, los presidentes de la República y el Gobierno, acordaron que había
dos maneras de acabar con esa rebelión, bien detenían a los cabecillas y acababan con ella antes de empezar,
o dejar que diera comienzo la sublevación y aplastarla para acabar de una vez con todas con esa amenaza que
desde el principio venía pesando sobre la República. Optaron por la segunda.
Esperar a que se produjera, Fue lo mismo que Azaña y Casares decidieron también en agosto de 1932, ante
los informes de una rebelión encabezada por el General Sanjurjo. Dejaron que se diera y cuando los primeros
rebeldes salieron a la calle, bastó la intervención de la Guardia Civil y la policía, para en unas horas sofocar
la rebelión.
Esta era por tanto la experiencia del Gobierno Republicano, y esa sería su posición, desde que, a raíz de la
victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, comenzaran los rumores de una nueva
conspiración militar. Azaña que asumió la presidencia del Gobierno el 19 de febrero de 1936, ya advertía ante
el embajador francés de esta presunta rebelión. Más tarde y ya desde la presidencia de la República, con los
informes del avance de la sublevación militar, decidiría junto al presidente del Gobierno Casares Quiroga,
esperar a que los militares se decidieran y así poder aplastarles y cavar con las rebeliones en los cuarteles.
Mientras tanto se tomaron algunas decisiones, que creyeron suficientes para abortarla: detención e ingreso en
prisión del jefe de la Falange José Antonio Primo de Rivera, así como de algunos de sus camaradas más
relevantes; cambios de destino de mandos militares, ascensos en la Guardia Civil y de la sección de Asalto de
la policía gubernativa de militares leales a la República. Con estas medidas creyeron que podrían sofocar la
rebelión, pues estaban seguros de que la mayoría de los generales con los que habían hablado prometieron
lealtad a la República.
Unos días antes de la rebelión, noticias alarmantes llegaban desde Ceuta, informando que, en Marruecos varias
banderas del Tercio estaban realizando maniobras, ante una supuesta rebelión comunista en la península.
Tanto Casares Quiroga, como el socialista Indalecio Prieto, estaban deseosos y así lo manifestaron, de que se
produjera la rebelión para así poder aplastarla. Es conveniente decir que esta estrategia de esperar era
compartida por todos los partidos del Frente popular así, como por los dos sindicatos, pero con fines bien
distintos a los del Gobierno republicano. Así en mayo de 1936, la CNT celebraba un congreso en Zaragoza,
donde los grupos que formaban la FAI, ya anunciaban que tendrían que salir a la calle a combatir con las
armas si, como ellos pronosticaban, se produciría la sublevación militar. Tan seguros estaban que hasta
invitaron a la UGT a la aceptación de un pacto revolucionario. Para que la revolución fuera efectiva los
anarquistas abogaban por destruir por completo el régimen social y político y que mejor oportunidad para
lograrlo que ésta.
Parecido argumento esgrimía el secretario general de la UGT Largo Caballero, confiado en que la rebelión no
llegaría a mayores y siendo de la opinión, junto a los dirigentes del otro sindicato mayoritario, que sería la
revolución obrera y no los republicanos los que pararían el golpe militar. Ya en la primavera del 36 la UGT y
la CNT, estaban convencidos de que la formación de un gran sindicato, declarando una huelga general y con
la salida a las calles de sus afiliados sería suficiente para terminar con un ejército que pretendía la conquista
del poder mediante un Golpe de Estado.
De esta manera, republicanos, socialistas y anarquistas, se mantenían desde junio en una tensa espera, los
primeros esperando que la hubiera para aplastarla, los segundos convencidos que el movimiento obrero
acabaría con ella, y los terceros decididos a responder en la calle con las armas. Mientras tanto las
organizaciones juveniles, que esperaban cada día el golpe, se enfrentaban a tiros cada noche con sus enemigos
de Falange Española, a los que se unían los jóvenes de Acción Popular.

La conspiración avanza
Por otro lado, los conspiradores no esperaban. En realidad, habría que remontarse al 14 de abril de 1931 con
la proclamación de la República cuando empezarían las primeras reuniones de personas afines a la monarquía
como; Ramiro de Maeztu, Calvo Sotelo, José Yanguas Messía, el marqués de Quintanar, Eugenio Vegas y
José Antonio Primo de Rivera, con el fin de constituir una escuela de pensamiento para derrocar a la República.
Serían miembros de la aristocracia monárquica los que financiarían en agosto de 1932 el Golpe del General
Sanjurjo, y quienes, a través de Acción Española, seguirían intentando mantener viva la idea de la
conspiración. Duques, marqueses, condes y financieros, entre los que sobresalía el balear Juan March,
aportarían a la causa más de 17 millones de pesetas. La cobertura teológica vendría de la mano del canónigo
magistral de la catedral de Salamanca Aniceto Castro Albarrán que en 1933 publicaría “el derecho a la
rebelión”.
El proceso seguía su curso, en 1934, miembros de Comunión Tradicionalista, Renovación Española y de la
Unión Militar Española, visitaron a Mussolini para pedirle ayuda en forma de armas y dinero. No eran los
únicos, desde 1935, Falange Española, recibía la cantidad de 50.000 liras cada dos meses que José Antonio
recogía en París, con la idea puesta en un Golpe de estado, algo que pretendieron poner en práctica antes de
las elecciones de febrero, que tendría comienzo en Toledo, sostenido con Jefes y Cadetes de la Academia de
Infantería, convencidos que serían seguidos por el resto del ejército. A mediados de junio, Gil Robles, fue
aclamado jefe de la CEDA, y hará llegar a Mola, que dirigía la conspiración desde Pamplona, medio millón
de pesetas como apoyo a la causa.
Solo el temor a que la oficialidad no secundara un movimiento en contra de la autoridad, si la Guardia Civil y
la Guardia de Asalto, no tomaban parte en él, impidió que, en febrero de 1936, Franco, Fanjul y Goded,
declararan por su cuenta el estado de guerra contra el gobierno republicano. Solo unas semanas después, a
primeros de marzo, se reunieron en casa de José Delgado Hernández de Tejada (candidato de la CEDA, por
Madrid), los generales: Franco, Mola, Saliquet, Rodríguez del Barrio, Orgaz, Villegas, García de la Herrán,
González Carrasco, Varela y Ponce, más el coronel Galarza, que iba en representación de Sanjurjo, exiliado
en Portugal, planearon un Golpe de Estado que debería tener lugar el 20 de abril. Días antes el 14, en pleno
desfile conmemorativo del aniversario de la República, fue asesinado el alférez Anastasio de los Reyes. En su
entierro hubo enfrentamientos entre jóvenes falangistas y la Guardia de Asalto, que era dirigida por el Teniente
Castillo, en los disturbios se produjeron varios muertos y heridos. Así los planes de los conspiradores se vieron
frenados y no sería hasta el asesinato de José Calvo Sotelo perpetrado por militantes socialistas en venganza
por las muertes del Capitán Faraudo y del mismo Teniente Castillo (ambos instructores de las milicias
socialistas) cuando decidieron volver a ponerlo en marcha. Mientras Mola ponía en marcha las órdenes de
inmediata rebelión, Franco tomaba un avión, contratado por el escritor Torcuato Luca de Tena, para
desplazarse desde Canarias, donde estaba destinado, para ponerse al frente del ejército de África. De este
modo el 17 de julio de 1936, daba comienzo la rebelión militar.

La rebelión comienza en África (18 de julio de 1936- 4 de agosto de 1937)


Ese mismo día 17 de julio, Santiago Casares informó al consejo de ministros que la rebelión en Melilla había
triunfado, que era de temer que todas las plazas de África siguieran el mismo camino, y que él mismo había
ordenado a la flota que fondeaba en Cartagena, se dirigiera al estrecho de Gibraltar para impedir que las tropas
sublevadas pudieran cruzar a la península. Los rebeldes habían salido a la calle y se habían hecho con el
control de la situación. El Gobierno sin saber qué hacer, publicó la mañana del 18 un comunicado dando por
sofocada la rebelión, disolviendo las unidades del ejército que habían apoyado la sublevación y licenciando a
las tropas cuyos mandos habían sido leales al Gobierno. Esto produjo el efecto contrario, los rebeldes no lo
acataron, e incluso se les unieron tropas cuyos mandos habían sido leales, con lo que dejaron a la República
sin una fuerza armada capaz de contener la rebelión.
El Gobierno, decretó el cese de los generales, Cabanellas, Franco y Queipo de Llano. Casares esa tarde
convocó a consulta al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrios y a los dirigentes Largo Caballero por
UGT e Indalecio prieto por el PSOE. Mientras la rebelión avanzaba por la península, sin que los comunicados
sobre su derrota no produjeran más que desconcierto entre los diferentes gobernadores civiles, que trataban
de contenerla con las pocas fuerzas de policía, Guardia Civil y de militares leales que tenía a sus órdenes.
El rápido avance de las tropas de África, dejaba en evidencia al Gobierno de la República que no esperaban
que los hechos se produjeran de esa manera y que todo lo habían confiado a la lealtad de la Guardia Civil y
los guardias de Asalto, y en el caso de las organizaciones obreras, a la resistencia obrera en forma de huelgas
y resistencia que pudieran ofrecer tanto socialistas como comunistas. Los rebeldes que habían confiado en que
todas las guarniciones se sumarían a su causa, comenzaron a matar a todos los militares que no se les unían
por seguir fieles al Gobierno.

Violencia extrema
El golpe de estado no triunfó, pero tampoco fue derrotado, lo que provocó una fragmentación del poder con
el hundimiento del aparato coactivo y judicial del Estado en las dos zonas en las que quedó dividida la
República. En los sitios donde lograron imponerse los militares, contaron con las milicias de Falange y del
Requeté que ayudaron a los militares sublevados a establecer un poder local, sin ninguna conexión con ningún
órgano central que los dirigiera eficazmente y quedando a expensas del alcance de sus fusiles. En los cuarteles
sería donde se producirían las primeras matanzas, esa violencia se extendería por calles, plazas y edificios
públicos. Ya en la instrucción número 1 dada a los conspiradores se indicaba que la acción ha de ser de extrema
violencia para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y está muy bien organizado. Todos los
dirigentes de partidos, sindicatos o sociedades no afines al Movimiento fueron detenidos, para estrangular los
movimientos de rebeldía o huelga.
Lo que pretendía los rebeldes era que, en el momento de la entrada en Madrid, instaurar una dictadura militar
y depurar a la clase obrera socialista y anarquista, y destruir las instituciones democráticas. Pero al fracasar el
golpe en ciudades como Madrid, Barcelona, valencia, Bilbao o Málaga, los generales que triunfaron en
Coruña, Pamplona, Burgos, Sevilla y Zaragoza, no tardaron mucho en amontonar cadáveres de todo aquel
contrario a la sublevación. El triunfo solo parcial de la sublevación, modificó los planes de conquistar todo el
poder, una vez que legionarios y regulares, subían por Sevilla a Extremadura o bajaban por Pamplona hacia
Castilla marchando para ocupar Madrid. Mientras los falangistas y requetés fueron fundamentales en la ayuda
inmediata que prestaron en Pamplona y Sevilla y como no, en el resto de la contienda. En las primeras semanas
tuvieron autonomía convirtiéndose en partidos de masas, y actuando por su cuenta cooperar también en la
depuración del enemigo. De manera que la violencia empezada por los militares en las tomas de las diferentes
plazas, constituyó para estos grupos un ejemplo de cómo administrar la violencia. Como ejemplo; en Sevilla
durante la celebración en agosto del aniversario del fallido golpe de Sanjurjo, diferentes personalidades de la
vida pública sevillana, contrarias a la sublevación, serían asesinadas, entre ellas se encontraban: El ex alcalde
José González y Fernández de Labandera, el diputado socialista, Manuel Barrios, el dirigente de la masonería
andaluza, Fermín de Zayas Madera y el padre de Blas Infante. Algo parecido ocurrió en la Coruña con el
asesinato del gobernador civil Prez Carballo y días después del de su mujer embarazada Juana Capdevielle.
Un cúmulo de circunstancias fue lo que movió la dinámica de la violencia que desde el primer momento
acompañó al golpe de Estado. No se trataba solo de eliminar al enemigo, se mataba también para impedir que
los fuera. Falangistas y requetés se enfrentaban a paisanos armados y apoyados o no por la Guardia Civil.
Azaña escribiría “los rebeldes se conducen como si discurriesen así: cuantas más gentes matemos, mayor será
nuestra autoridad”. Eso pensaban el Coronel Juan Yagüe y sus comandantes cuando subiendo por la Ruta de
la Plata, acabaron con la vida de unos 7.000 campesinos,
A esta violencia propia de militares africanistas, se le uniría desde los primeros días de agosto, la incorporación
en masa de la iglesia católica a la causa militar. Así se pondría fin a las divisiones políticas entre católicos a
la vez que la mayoría de los obispos tomaron partido por los sublevados. A la cabeza el Cardenal Gomá. En
todos los actos celebrados como actos de reparación y desagravios, o en los solemnes funerales, los caídos
eran elevados a la categoría de mártires y clero y obispos no dejaban de denunciar la barbarie del “bando rojo”
y pedían la adhesión de todos los católicos a lo que ya empezaba a llamarse “bando nacional”.
En iglesias, plazas y calles, la presencia de miliares, falangistas y requetés, se identificaba, desde este mes de
agosto como la causa de la Patria y de la Religión, enfrentadas a las fuerzas de la Anti-España, enemigos de
la fe y la razón. El 13 de agosto, el cardenal Gomá se dirigía por carta al Secretario de Estado del Vaticano,
Eugenio Pacelli, informando que la lucha era entre España y la Anti-España, entre la religión y el ateísmo, la
civilización cristiana y la barbarie. Y en noviembre en su carta pastoral titulada, “el caso de España· hace
referencia por primera vez al nombre de Cruzada que lucha por la religión católica, afirma el cardenal “ Aquí
se han enfrentado dos civilizaciones (…) Cristo y Anticristo, se dan la batalla en nuestro suelo”, “No es una
guerra la que se está librando, es una cruzada” escribirá también el arzobispo de Pamplona.
Con el propósito de mantener activa esta ejemplarizante represión, los militares rebeldes se dotaron de
instrumentos jurídicos. A los bandos de los días 17 y 18 de julio, que declaraban el estado de guerra, con la
asunción de todos los poderes por las autoridades militares, les siguió el publicado por la denominada Junta
de Defensa Nacional (28 de julio), que declaraba incurso en el delito de rebelión y sometido a la jurisdicción
militar a cualquiera que hubiera defendido el orden constitucional vigente o que, desde el 1 de octubre de
1934, hubiera sido miembro de partidos o sindicatos opuestos al Movimiento Nacional. Lo que en las primeras
semanas eran asesinatos, pasaron a ser ejecuciones decretadas por los tribunales militares. Fue en verdad una
“justicia al revés”, como la definiría en sus memorias Serrano Suñer, o como escribiría años después Benito
Ridruejo, jefe de la Falange de Valladolid “una operación perfecta de extirpación de las fuerzas políticas que
habían patrocinado y sostenido la República, y representaban corrientes sociales avanzadas o simples
movimientos de opinión democrática y liberal”

Todos los poderes a Franco


El 23 de julio, el General Mola anunció la constitución de una Junta de Defensa Nacional que asumiría sobre
el papel todos los poderes y la representación del país ante las potencias extranjeras. Presidida por el General
Cabanellas, el 30 de julio en un bando declaraba el estado de guerra y la ilegalidad de todos los partidos y
sindicatos del Frente Popular, así como la prohibición de todas las actuaciones políticas y sindicales obreras
y patronales. Los miembros de la Junta a los que después se les unirían los generales de división; Saliquet,
Franco, Queipo de Llano y Gil Yuste, actuaban con el supuesto de la inminente caída de Madrid y en pocas
semanas la toma de todos los centros de poder. Con la experiencia de la exitosa acción militar de Miguel
Primo de Rivera en 1923, aunque ahora se presumían más dificultades, la creencia era que el éxito sería el
mismo, por lo que era preciso la unidad de mando militar desarticulada por el mismo efecto de la sublevación.
Este sería el problema de los líderes de la sublevación se platearon en una reunión convocada el 21 de
septiembre, mientras el ejército de África tomaba Maqueda y se situaba a las puertas de Madrid. El plan era
entrar en Madrid ya con el mando unificado, Alemania e Italia, que ya habían tratado con Franco todo lo
relativo a la entrega de material y hombres, presionaban y se eligió al general propuesto por el general
Kindelán, contra el parecer de Cabanellas, el General Francisco Franco Bahamonde.
Asumir el mando militar no es lo mismo que ser jefe del Gobierno, algo que ocurriría siete días después en
Salamanca. A punto de lanzar su ofensiva sobre Madrid, Franco decide desviar sus tropas a Toledo para liberar
el Alcázar, sitiado durante dos meses por las milicias republicanas. Artífice de su liberación, Franco recibió
un enorme capital político. Aquella liberación se convirtió en símbolo de la salvación de España. Allí en los
sótanos de un alcázar que dominaba una ciudad imperial, germinaba una nueva España que encontraría en
Francisco Franco su salvador invicto.
Pero no solo con capital simbólico se construye el poder. En esos días decisivos Franco recibe dos adhesiones
que le legitiman más todavía, además de la militar que ya tenía se le unen la falangista que en Cáceres organiza
una concentración de masas para aclamar a Franco como jefe y salvador. Simultáneamente, el obispo de
Salamanca, Enrique Pla y Deniel, publicó el 30 de septiembre una carta pastoral titulada “las dos ciudades”
en la que presentaba la guerra como una “cruzada por la religión, la patria y la civilización”. Sobre su
fundamento militar, la adhesión falangista y la de la iglesia contribuyeron decisivamente a la concentración
de todo el poder en la figura de Francisco Franco, algo que caracterizaría a su régimen hasta el mismo fin de
sus días.
Hasta ahora todo marchaba sobre ruedas para Franco, había solicitado y obtenido la ayuda tanto de Alemania
como de Italia, había llevado un ejército a las puertas de Madrid y liberado el Alcázar de Toledo, y había sido
aclamado en una concentración de masas y bendecido por la iglesia. Solo le quedaba que sus compañeros de
armas le nombraran Generalísimo de las fuerzas Nacionales de Tierra, Mar y Aire, general en jefe de los
ejércitos de operaciones y Jefe del Gobierno del Estado, algo que harían el 29 de septiembre de 1936, mediante
decreto de la Junta de Defensa, Se le otorgaba a Franco, un poder que podría ejercer sin limitación ninguna,
de hecho, al día siguiente y sin ningún decreto que lo respaldara cambió la fórmula “Jefe del Gobierno del
Estado” en “Jefe del Estado”. Se creaba una dictadura cesarista, sin límites de tiempo o condición.
Franco recibió complacido el nombramiento. “Ponéis en mis manos España. Me tengo que encargar de todos
los poderes”. Lo primero que hizo, como ya hemos visto, fue nombrarse Jefe del Estado, el 30 de septiembre.
También convirtió la Junta de Defensa Nacional en la Junta Técnica del Estado, presidida por el General Fidel
Dávila, que contaba con un Gobernador General del Estado para todas las provincias “liberadas” y dos
secretarías generales; la de Relaciones Exteriores y la del Jefe del Estado, de la que sería el titular su hermano
Nicolás.

Crisis de Abril en Salamanca


Desde esa posición personal, sin necesidad de contar con un gobierno formal, obligado por la resistencia de
Madrid y augurando una guerra larga. Franco se dispuso a construir un nuevo Estado sobre una triple base
institucional y jerárquica: Las Fuerzas Armadas, el Movimiento Nacional y la Iglesia Católica. La Junta de
Defensa se había encargado de prohibir todos los partidos políticos, pero se hacía necesario unir en una sola
organización a las fuerzas civiles que apoyaban la sublevación. Los primeros que lo experimentaron fueron
los carlistas o requetés, en la figura de su jefe Manuel Fal Conde, el cual, después de su iniciativa de crear una
Academia Militar para formar oficiales para sus tropas, levantó las iras de Franco, quien le dio a elegir entre
el exilio o un consejo de guerra. Fal Conde elegiría la primera opción. Franco aprovecharía esta ocasión para
ordenar el 21 de diciembre de 1936, un decreto por el cual todas las milicias civiles quedaban sujetas al Código
de Justicia Militar, y quedaban situadas a las órdenes de las autoridades militares.
El paso siguiente no tardaría en producirse, al asesinato en la cárcel de Alicante del Jefe Nacional de Falange,
José Antonio Primo de Rivera, el 20 de noviembre de 1936, supuso la elección como sustituto provisional de
Manuel Hedilla, la muerte de dos falangistas el 16 de abril de 1937 en un choque entre varias facciones que
acudían a Salamanca a la reunión del Consejo Nacional, precipitó la idea de Franco y de su cuñado Serrano
Suñer, de crear un Estado Fascista, uniendo en una sola organización a falangistas y tradicionalistas (carlistas).
El decreto 255, de 19 de abril conocido como “de unificación” estaba motivado por la necesidad de poner fin
a la lucha de partidos. Franco exigía la unificación de las dos organizaciones (Falange y la Comunión
Tradicionalista) en el nombre de España, quedando integradas bajo su jefatura en una sola entidad que se
denominaría “Falange Española Tradicionalista y de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas”. Para que
no quedara ninguna duda de sobre en quien recaía el poder, Hedilla, que se había mostrado contrario a su
nombramiento como vocal del Secretario o Junta Política del nuevo partido, formado por 6 falangistas y 4
carlistas bajo la dirección del Jefe del Estado, fue condenado a muerte (una pena conmutada más adelante por
otra inferior) Hedilla lo que pretendía para sí era la Jefatura Nacional del nuevo partido, pero pronto de daría
cuanta de la realidad, esa realidad era que las órdenes de Franco eran de obligado cumplimiento.
En ese decreto de 19 de abril quedó claro que el nuevo Estado, se constituía como un Estado fascista vuelto
del revés, en lo que se refería a las relaciones del partido con el propio Estado. Se reconocía tanto a Falange,
como a la Comunión Tradicionalista su labor y su espíritu ante el Alzamiento Nacional, pero se recordaba que
ese Alzamiento había sido iniciado por “nuestro glorioso ejército” Todo quedaba, por tanto, bajo la jefatura
militar o como decía el decreto “bajo Mi Jefatura”, entendiendo como “Mi” al Jefe del Estado. Un General
del Ejército, con dos subjefes militares procedentes de las milicias de Falange y Requetés, se harían cargo de
la jefatura efectiva.
El 4 de agosto de 1937, se aprobaron los estatutos del nuevo partido, definitivamente denominado como
Falange Española Tradicionalista y de las JONS, al que se le define como movimiento al que se le asigna la
tarea de devolver a España la unidad y la fe resuelta en su misión católica e imperial. Era un movimiento por
el que el pueblo ascendía al Estado, pero sin llegar a conquistarlo, este Nuevo Estado ya estaba ocupado por
los militares. Era un movimiento por el que el Estado infundía al pueblo virtudes con vistas a la grandeza
imperial de la nación. La simbología, los saludos brazo en alto, el Cara al sol, y los uniformes serán los de
Falange con la concesión de la boina toja a los requetés.
Un Movimiento, que ofrecía un amplio campo donde colmar todo tipo de ambiciones, una cantidad de cargos,
que no suplen a los propios de la Administración del Estado: las Falanges locales, cada una con un jefe local,
secretario, tesorero, delegado de servicios y jefes locales de las milicias; las jefaturas provinciales,
encomendadas por el Caudillo a un solo militante y en las que también se ocupan, secretarios, tesoreros y
demás cargos; luego vienen los servicios –exterior, educación nacional, propaganda y prensa… hasta doce-
cada uno a cargo de un delegado nombrado por el Jefe Nacional. Sin olvidarnos de la milicia, cuyo mando
supremo era el Caudillo y que estaba regida por una Junta Política como delegación permanente de un Consejo
Nacional. Una vez conquistada la paz, este Consejo Nacional quedará formado por: el Jefe del Movimiento,
el Jefe de milicias, el Secretario General y los delegados de todos los servicios y por militantes designados
por Franco, en número no mayor de cincuenta y no menor de veinticinco. En conjunto, una tremenda
burocracia que duplica al Estado y coronadas ambas por un mismo jefe.

Resistencia y Revolución (18 de julio – 15 de agosto de 1936)


La rebelión militar que no logró acabar con el gobierno legal, modificó las expectativas y las acciones
emprendidas por los partidos y sindicatos. El Presidente del Gobierno Casares Quiroga, no supo qué hacer
ante la sublevación, excepto ordenar la disolución de las guarniciones sublevadas y eximir a los soldados de
lealtad a sus jefes. Órdenes sobre papel mojado. Casares llamó a los dirigentes de los partidos, para ver como
afrontaban la sublevación, pretendía crear un Gobierno de Unidad Nacional integrado por todas las fuerzas
afines. Desde Maura por la derecha hasta Prieto por la izquierda y liderado por el Presidente de las Cortes
Martínez Barrios, que pudieran encauzar lo que ya ocurría en las calles, con milicianos enfrentados a los
rebeldes e intentaran convencer a los rebeldes para que desistieran de su actitud. Maura rechazó la oferta, al
igual que Prieto al que el PSOE negó la entrada en la coalición, Largo Caballero decía que los socialistas
llegarían solos al poder. Martínez Barrios siguió adelante e incluso se puso en contacto con algunos de los
comandantes generales, como fue el caso de Mola, que le dijo “es tarde muy tarde…” Martínez Barrios no
cejaba en su propósito y el día 19, logró formar gobierno con miembros de tres partidos republicanos:
Izquierda Republicana, Unión Republicana y Partido Nacional Republicano.
Mientras tanto la expectación propia de los acontecimientos y los rumores que circulaban sobre ella adquirían
mucha importancia en la acción revolucionaria. En Madrid como en otras tantas ciudades y pueblos desde la
tarde del 18 de julio, la gente contraria al golpe se echó a la calle para poner resistencia a lo que ya se denominó
como “golpe fascista”. Comunistas, socialistas y anarquistas, rechazaron la iniciativa de Martínez Barrios de
llegar a un acuerdo con los sublevados, organizando una gran manifestación. Desde el día 19, los manifestantes
exigían armas y gritaban abajo el Gobierno. El recién nombrado presidente dimitió, seis horas duró su
presidencia.
Desde Barcelona, las noticas que el Presidente de la Generalidad de Cataluña, transmitió al Presidente de la
república, eran tranquilizadoras: la rebelión está vencida, solo queda algún pequeño foco de resistencia, que
se rendiría ante la acción de la CNT y de las fuerzas de seguridad, especialmente de la Guardia Civil. Azaña
volvería a convocar a los representantes de los partidos con el objetivo de que todos se sintieran implicados.
José Giralt, fue nombrado nuevo Presidente del Gobierno, similar al anterior, solo formado por republicanos.
Largo Caballero volvió a negar la participación socialista y prometió su ayuda al Gobierno, solo si repartía
armas entre los sindicatos. El reparto de armas supuso un punto de no retorno
Por una parte, el Gobierno perdió el control de los acontecimientos, no contaba con medios para sofocar la
rebelión, no disponía de Ejército y no podía fiarse de las fuerzas de seguridad, aunque la Guardia Civil había
demostrado de sobra su lealtad a la República. Tampoco disponía del poder judicial, los jueces carecían de
poder para hacer respetar ley. No había funcionarios en sus puestos capaces de soportar la maquinaria del
Estado. La revolución, pues, parecía haber triunfado. Las patrullas controlaban cada localidad, las entradas y
salidas o en las calles se detenían a transeúntes, se les encarcelaba y se les asesinaba, cumpliendo a la vez las
funciones de juez y policía sin control superior ninguno.
En este marco general de un estado que se hunde y una revolución sin rumbo, las situaciones singulares
abundaron en la zona leal a la República, así en Cataluña la revolución a cargo de la CNT decretó la
colectivización de la industria, mientras respetaba la propiedad de la tierra en manos de pequeños y medianos
propietarios. Ni la CNT ni la FAI extendieron su dominio total hasta el palacio de la Generalidad, permitiendo
subsistir al gobierno burgués. Mientras los verdaderos burgueses tenían que huir por miedo a ser asesinados y
la Iglesia sufría un exterminio sin precedentes, como ejemplo, el 80% del clero leridano fue masacrado en
cuestión de semanas. “Nosotros hemos resuelto la cuestión religiosa” proclamaba Andreu Nin, dirigente del
POUM “hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto”.
En Aragón los milicianos impusieron la colectivización de la tierra con la oposición de los pequeños y
medianos propietarios y establecieron un órgano de poder político, al margen de la legalidad republicana. –el
Consejo de Aragón-. En Castilla, Valencia y Andalucía se apropiaron de las tierras abandonadas por sus
propietarios y el poder político pasó a manos de comités conjuntos entre los sindicatos y partidos del Frente
Popular. En el Norte, Asturias excepto Oviedo y Gijón y Santander, desconectados del resto de la España
republicana, los comités del Frente Popular tuvieron que actuar por su cuenta. En el País Vasco, Álava y
Navarra se adherían a la rebelión militar, Guipúzcoa resistiría unas semanas y en Vizcaya el PNV se mantenía
leal a la República.
“Hemos sido los destructores por excelencia” escribía en 1937 el secretario general de la CNT. Y en efecto el
poder del Estado se disolvió porque el sujeto de la revolución no era, a la manera de la revolución bolchevique
o de la conquista del poder fascista, el partido que controlaba desde el primer momento el aparato del Estado,
sino los comités que comenzaban a organizar todo lo relacionado con la lucha armada contra el agresor y con
la represión de los enemigos de la revolución. Los comités anhelaban un nuevo orden social, se destruyeron
símbolos del viejo orden social, se quemaron archivos de ayuntamientos que guardaban títulos de propiedad,
las iglesias eran rociadas de gasolina, y ardían incluso con los feligreses dentro. Se asesinaba a todo aquel que
era contrario a la revolución y a la clase obrera, bastaba con sospechas para fusilar a quien a consideración de
cualquiera de la milicia pudiera parecer sospechoso, de ahí que tuvieran lugar muchos asesinatos por rencillas
antiguas que nada tenían que ver con la contienda. Clérigos, propietarios, guardias civiles, militares, policías
y civiles eran fusilados sin miramientos, el odio se había apoderado de ellos. Mientras tanto se suprimió el
dinero y se sustituyó por vales y bonos, con los que se procedía al aprovisionamiento.
Un panadero de Alhaurín (Málaga), le decía al escritor británico Gerald Brenan, hablando de las ejecuciones
efectuadas por la FAI: “Es lo único que se puede hacer. Por el bien de todos tenemos que eliminar a unos
cuantos. De no ser así, nunca mejoraremos la situación del mundo” Con ese odio y esa violencia se manifestaba
ese panadero y con esa misma violencia se asesinaron a sacerdotes, religiosos y seminaristas que durante los
dos primeros meses de guerra pagaron un tremendo tributo de sangre: 12 obispos; 4184 sacerdotes y
seminaristas; 2365 religiosos y 283 religiosas fueron asesinados, en muchos de los casos después de rituales
de extrema crueldad.
Y es que también desde el bando republicano se utilizó la depuración preventiva y una política de venganza y
exterminio. El presidente de la República diría: si los rebeldes razonaban diciéndose, “cuantas más gentes
matemos, mayor será nuestra autoridad”, los revolucionarios decían: en todas las revoluciones hay crímenes,
como ahora hay crímenes es que estamos en una revolución o incluso más, a fuerza de crímenes habrá
revolución.
En otras ocasiones no eran los comités o el pequeño grupo de milicianos los que actuaban. En Madrid hasta
diciembre se produjeron matanzas debidas al terror impuesto por masas multitudinarias, o por la decisión
tomada por los nuevos poderes que habían ocupado el lugar dejado por el hundimiento del Estado. Como
ejemplo de lo primero, la matanza realizada por una multitud en la cárcel Modelo la noche del 22 de agosto,
tras uno de los bombardeos que sufría la capital, y como ejemplo de lo segundo no podemos referir a las
masivas “sacas” de cárceles decididas en noviembre ante la presencia de los rebeldes a las puertas de Madrid.
Son las “sacas” que harían tristemente famosos los nombres de Paracuellos, Torrejón y Aravaca, donde fueron
conducidos para ser asesinadas alrededor de 2500 personas de toda condición, hombres, mujeres y niños
masacrados sin piedad.

La farsa de la no intervención
Los grupos de milicianos con sus pistolas y fusiles eran por su propia naturaleza incapaces de sofocar la
rebelión. El gobierno republicano intentó a base de decretos llenar la ausencia de un ejército profesional con
las miras puestas en convertir en soldados a aquellos milicianos. El primero de 20 de julio que concedía el
ingreso en el servicio activo a los jefes y oficiales en la reserva o en cualquier otra situación que pidieran su
vuelta a la actividad y que a juicio del gobierno hubieran prestado servicios a la república. De esta manera
jóvenes oficiales que se habían acogido al decreto de retiros de 1931, firmado por Azaña, volvieron al servicio,
aunque no siempre con el beneplácito de los milicianos que por regla general odiaban los uniformes y no
estaban muy de acuerdo en eso de obedecer sus órdenes.
El siguiente paso fue premiar la actuación de los milicianos e incorporarlos a un cuerpo de nueva creación,
los Batallones de Voluntarios, que quedaron encuadrados bajo mandos militares. Estos llevarían uniforme con
un distintivo especial y tendrían derecho a manutención y alojamiento, en las mismas condiciones que tenían
los soldados del ejército regular, incluidos haberes y pluses. A partir del 7 de agosto y con la idea de construir
una línea de mando, se autorizó al General Jesús Hernández Saravia, ministro de la Guerra, a conceder previo
informe favorable, los empleos de sargento, brigada, alférez, teniente y capitán a quienes se hicieran
acreedores de ello.
En su intento de dotar a la República de un ejército bien equipado, el 20 de julio, Giralt mediante telegrama
solicitaba al gobierno francés presidido por el socialista Blum, la compra de armas, especialmente 20 aviones
de combate. Pero con lo que no contaban en Madrid es que antes de que se produjera la ayuda, franceses e
ingleses firmaran una política de No intervención. El 8 de agosto, Francia declaró el embargo de armas a la
República y el 12 sugirió a Londres, establecer un comité de control.
Franceses e ingleses se comprometían a poner en vigor la prohibición de entrega de material de guerra a
España, si Alemania, Italia, Portugal y la URSS hacía lo mismo. Eden, ministro de exteriores inglés, anunció
que aplicaría el embargo unilateralmente, lo que dejaba libertad a Alemania y a Italia a seguir enviando armas
a los rebeldes, algo que ya venían haciendo desde el mes de julio. La política de No intervención que prohibía
a todos los Estados firmantes mandar material de guerra a España, fue una farsa, porque en ningún momento
Alemania e Italia dejaron de enviar armas a los sublevados.
La URSS, también firmaría el pacto de No intervención, mientras a finales de agosto llegaba a España su
primer embajador ante la República, Marcel Rosenberg, y otro histórico de la Revolución rusa, Vladimir
Antonov Obseenko, se hacía cargo del consulado en Barcelona. Desde principios de Octubre la URSS ya no
ocultaría su apoyo a la causa republicana e incluso la utilizó como centro de propaganda y movilización
internacional, lo que implicó a la Internacional Comunista en el reclutamiento de voluntarios. El oro del Banco
de España que el gobierno depositó en la Unión Soviética, serviría para hacer frente al pago de armas, aviones,
tanques etc. que los soviéticos mandaron al gobierno de la República.

Del “No Pasaran” a la caída del Norte (septiembre de 1936-septiembre de 1937)


Los continuos reveses tanto en el interior como en el exterior, llevaron a primeros de septiembre de 1936, al
presidente del gobierno, José Giral y a todos sus ministros a presentar su dimisión al presidente Azaña. Giral
era partidario de formar un gobierno en el que estuvieran representados todos los partidos y organizaciones
sindicales u obreras. Azaña no era muy partidario, pues consideraba que los dirigentes sindicales eran los
responsables del despilfarro y de los desastres hasta ahora cosechados por la República, aunque no tendría
más remedio que aceptar como hecho consumado la transferencia del poder al líder de la UGT, Largo
Caballero, convencido que su presidencia sería un fracaso.
El gobierno de coalición, tendría 6 socialistas en los principales ministerios representando a la UGT y al PSOE,
4 republicanos, 2 comunistas y un representante del PNV, tras la negociación del Estatuto de Autonomía, no
detendría tampoco, el avance de los rebeldes. Sería este gobierno, el que impulsaría la reconstrucción del
ejército, y estableció por decreto de 28 de septiembre que pasaran a escala activa todos aquellos jefes, oficiales
y clases militares, que debidamente controlados por la Inspección General de Milicias, fueran acreedores de
ello. Al día siguiente un nuevo decreto ordenaba la incorporación a filas de los reemplazos de 1932 y 1933
que se encontraran en provincias de zona republicana.
Sería más fácil ordenarlo que ponerlo en práctica, pero si es verdad que esta movilización sería el embrión del
nuevo ejército republicano, cuando Madrid estaba a punto de caer en manos rebeldes. En estas semanas de
octubre y con la URSS, ya como principal apoyo, y con México también como país leal a la república, el
partido comunista movió ficha, modificando su posición dentro de las fuerzas leales, al unificar a sus
juventudes con las socialistas y creando las Juventudes Socialistas Unificadas, así como en Cataluña, varios
grupos de socialistas y comunistas habían creado el Partido Socialista Unificado de Cataluña, que quedó como
la UGT catalana bajo la dirección comunista, participando activamente en la incorporación de sus milicias al
nuevo ejército popular en construcción.
Esta nueva influencia comunista ejercida entre la clase obrera, los jóvenes y los militares, discurría pareja al
avance del ejército de África, que desde el paso del Estrecho el 5 de agosto, protegido por los Savoia italianos,
continuaba su imparable marcha a Madrid, discurriendo por la Ruta de la Plata sin apenas oposición y llegando
el 30 de octubre a estar a 15 Km de la capital , el 4 de noviembre llegar a Alcorcón, Leganés y Getafe, el 6
Campamento y los Carabancheles, Alto y Bajo y el 7 Villaverde. El gobierno de la República que se había
ampliado el día 4, con 4 ministros de la CNT, -Peiró, López, García Oliver y Montseny- dio por perdida la
capital, por lo que decidieron trasladar el gobierno a Valencia, encomendando la defensa a los generales Miaja
y Pozas y a una Junta de Defensa en la que de inmediato los jóvenes comunistas ocuparon puestos de
responsabilidad.
Contra todo pronóstico Madrid aguantó y resistió los avances del ejército rebelde, una empresa en la que
influyeron dos fenómenos que influyeron de manera perdurable en la política republicana. Por una parte, al
organizar su defensa dos militares profesionales, el general Miaja, presidente de la Junta de defensa y el
teniente coronel Rojo, jefe del estado Mayor, demostrando su superioridad sobre las milicias. Y, por otra parte,
el PEC fortalecido por el envío de armamento soviético y la llegada de las Brigadas Internacionales, asumió
“la gran tarea de defender Madrid” con sus militantes sobresaliendo sobre los de las otras organizaciones. Sus
lemas de “No Pasaran” y “Resistir es vencer”, su política de “antes la guerra que la revolución”, su capacidad
de orden y disciplina, los trabajos de fortificación, la defensa de la muy numerosa clase media y una gran
capacidad organizativa, serían de gran ayuda a los mandos militares que comenzaron a considerarlos como su
mejor aliado. A partir de Madrid, militares y comunistas ampliaron su esfera de poder y un mayor peso político
y serían decisivos para el curso de la guerra y para el futuro del gobierno presidido por Largo Caballero.
La resistencia en Madrid aguantó los combates que se sucederían en torno a las puertas de la capital, La Ciudad
Universitaria, Puerta de Hierro, el puente de los franceses y hasta el Hospital Clínico serían testigos de esos
enfrentamientos. Un pueblo sitiado resistía los embates por tierra y por aire con intensos bombardeos
intentando provocar la desmoralización de la población, pero la llegada de material soviético, la entrada en
acción de las Brigadas Internacionales, 3.000 hombres incorporados al frente al mando de Durruti, más los
15.000 milicianos que por primera vez actuaban como soldados, levantaron la moral de la población hasta el
punto de hacer que las tropas rebeldes suspendieran los asaltos frontales el 23 de noviembre.
No tuvieron más éxitos los posteriores intentos de cercar la capital, las tropas del general Pozas detuvieron la
ofensiva rebelde por el valle del Jarama. Ahora detenido el ataque, el ejército republicano pasaba a la ofensiva,
impidiendo a los sublevados alcanzar la carretera de Valencia, un empate que costaría 40.000 vidas. Todavía
habría otro intento de entrar en Madrid, esta vez a cargo del llamado Corp Truppe Volontaire, dispuesto a
experimentar una guerra relámpago, en un ataque desde Guadalajara, después de un avance espectacular
iniciado el 8 de marzo, los italianos tropezaron con un enemigo inesperado, una lluvia persistente que impidió
intervenir a la aviación y atascó el avance italiano provocando su retirada. La capital había resistido y Franco
decidió abandonar por el momento la partida y destinar el grueso de sus tropas a la conquista de todo el Norte:
la guerra sería larga.

Sindicatos frente a partidos


Tras la defensa de Madrid se multiplicaban las iniciativas unitarias, con la creencia de que para ganar la guerra
no podía ir cada uno por su cuenta. Los dos sindicatos mayoritarios (CNT y UGT) se manifestaban en pos de
la unidad. En enero de 1937, la Federación Local de Sindicatos Únicos de Madrid, de la CNT, evocando la
sangre marxista y libertaria que corrían juntas, evocó a loa hermanos de UGT para llegar “pronto a una unión
apretada con lealtad, con sinceridad, con calor de efusión, con ansia fraternal, con anhelos de compenetración
y amor”. La UGT, respondería con propuestas de unión del proletariado, pero criticando el desbarajuste
político. En Valencia se celebraron frecuentes reuniones entre las direcciones de los dos sindicatos con el fin
de conseguir esa unión fuerte, hasta el punto de anunciar que se estaban “jalonando los cimientos de algo que
tal vez pueda ser definitiva y rápida solución del presente”.
Este nuevo lenguaje, tenía por parte de la CNT, el propósito de llegar a una alianza obrera, como instrumento
para someter en plan conjunto las actividades de la guerra y eliminar las maniobras de los políticos. Esta
Alianza se enmarcaba en la idea de un firme control de los sindicatos sobre la producción, la vida social y
como baluarte que evitaría que los políticos pudieran desplazar a las organizaciones obreras de la dirección
del Estado. La CNT insistía en su visión de la revolución social como “administración por medio de los
sindicatos de todo cuanto ayer tenían en sus manos las clases capitalistas” y en la que los políticos no tendrían
cabida.
Formar esta Alianza Obrera, les parecía urgente, porque ya percibían las amenazas de comunistas y socialistas,
que si llegaban a unirse como parecía, les dejaría a ellos fuera de la ecuación. La CNT no desesperaba y
confiaba en el buen criterio de la UGT. Mientras tanto su prensa publicaba un Proyecto de bases de un estatuto
de Levante, que contenía un proyecto muy avanzado para convertir la República, que no dejaba de ser
burguesa, en un Estado Sindical, donde la función legislativa recaería en un Pleno Nacional de Regiones.
No solo los sindicatos buscaban la tan anhelada unidad, los partidos políticos también andaban a la búsqueda
de esa unidad que les permitiera multiplicar las fuerzas. Divididos los socialistas desde la Revolución de
Asturias de 1934, Largo Caballero buscaba la unión con los comunistas, fusionando los dos partidos marxistas
y que un solo partido liderara la Revolución. Los comunistas algo atónitos con la insólita propuesta, dejaron
correr la proposición, pues estaban más interesados en estrechar lazos con la otra facción, la liderada por
Indalecio Prieto, que desde el control que tenía de la ejecutiva del PSOE, se dirigió a sus bases, haciéndoles
saber la necesidad de estrechar lazos con el Partido comunista, de igual procedencia marxista y cada vez más
afines en las soluciones a los problemas del momento.
Los comunistas, al recibir las dos propuestas, no dejaron pasar la ocasión de convertirse en árbitro entre las
dos facciones, y no dudando en aproximarse a la propuesta del PSOE, pero indicando la conveniencia que se
invitara a la UGT a formar parte de las deliberaciones. La UGT, escudándose en las negociaciones que
mantenía con la CNT, aplazó la invitación. Largo Caballero sufriría las presiones de los comunistas,
comenzando por el delegado de la Internacional Victorio Codovilla, para que se efectuara la unión a la mayor
brevedad. Largo Caballero rechazaría todas las presiones recibidas considerando intolerable la intromisión de
los soviéticos en la política española.
La entrada de las tropas franquistas y de los legionarios italianos en Málaga el 8 de febrero, agravó la distancia
entre el Presidente del Gobierno y los comunistas, que suscitó el debate del papel de los sindicatos en la
política. Largo Caballero le decía a Azaña que el gobierno no funcionaba, los ministros de la CNT, trataban
de aplicar disciplina, pero no eran obedecidos, los choques entre unos y otros, con resultado de muerte, eran
frecuentes, y la falta de coordinación entre el gobierno central y sus ministerios y los poderes regionales e
incluso provinciales, hacían muy difícil la organización de la defensa.
Ante esta desoladora situación, Azaña pregunto a Largo si creía que era el momento de prescindir de los
ministros de la CNT, a lo que Largo le contestó que no, pues tenía en su cabeza la instauración de un gobierno
con los dos sindicatos, una idea que Azaña rechazó, pues nunca sería presidente de una república sindical. Por
supuesto los partidos tampoco estaban dispuestos a seguir ese camino, el PSOE, avisaba de los peligros a la
sobrevaloración de los sindicalistas, añadiendo que se debían ocupar de su específica misión, y olvidarse de
crear milicias, ni justicias propias, ni dar órdenes que interfirieran las de los partidos. Según el PSOE, el
partido era el rector de la política y el sindicato debía actuar como auxiliar en la lucha política. Algo con lo
que estaban de acuerdo los dirigentes del Partido Comunista, que plantearon al presidente de la República, en
marzo de 1937, y ante la caída de Málaga la necesidad de sustituir a Largo Caballero al frente del Ministerio
de la Guerra, aunque mantuviera la presidencia del Consejo. Tanto Azaña como ellos estaban contra los
sindicales por lo que aceleraron el entendimiento con el PSOE y los republicanos. Este acercamiento culminó
con el acuerdo de 15 de abril, en el que los partidos prescindían por completo de la UGT, emprendiendo una
ofensiva en toda regla contra el presidente del Consejo.

Crisis de mayo
La crisis se dio como consecuencia de los enfrentamientos iniciados en Barcelona el 3 de mayo de 1937,
cuando la Guardia de Asalto intentó recuperar para la Generalidad, el edificio de telefónica, ocupado por la
CNT. Respondieron con las armas, a los que se les unió el POUM. Los incidentes entre la policía de la
Generalidad y las milicias anarquistas y los asesinatos de dirigentes comunistas y anarcosindicalistas se
sucedían desde meses atrás, pero ahora se extenderían por toda la ciudad.
Era la quiebra total de la coalición que había gobernado Cataluña desde la evolución de julio: Esquerra
Republicana no había podido controlar a la CNT, ni el PSUC, había podido liquidar al POUM; ahora unían
sus fuerzas, iniciando lo que podría denominarse una guerra civil dentro de otra guerra civil. La situación pudo
generar graves consecuencias si los ministros de la CNT, no hubieran convencido a sus correligionarios a
deponer las armas, pues el Gobierno central estaba decidido a mandar a fuerzas aéreas y de la Marina para
sofocar los enfrentamientos. Esto provocó una profunda crisis dentro de la CNT, que conduciría a la
liquidación de los dirigentes del POUM, con el posterior asesinato de Andrés Nin.
El presidente de la República, que se había refugiado en el Palacio de Pedralves, se encontró en medio de la
batalla y sin poder moverse de allí. Azaña era un serio crítico de lo ocurrido en la República desde septiembre
del 36; lo que muchos llamaban revolución, para Azaña era “abundancia de desorden” algo inevitable cuando
la revolución carece de contenido político, de pensamiento, de autoridad y de capacidad organizativa. No
criticaba a los revolucionarios, pero sí que fueran incapaces de llevar a cabo la revolución que proclamaban.
Escribía Azaña por aquellos días, que una revolución necesita apoderarse del mando, instalarse en el gobierno,
dirigir el país según sus miras. No ha sucedido. Por falta de fuerza, de plan político, de hombres con autoridad
se había creado la situación propia de los alzamientos que empiezan y no acaban, que infringen todas las leyes
y no derriban al gobierno, una situación de desorden, anarquía e indisciplina, ante los que el gobierno no había
podido hacer nada.
El análisis de Azaña, era algo extendido en abril de 1937; que el gobierno de Largo Caballero con ministros
de la CNT, no podía continuar por más tiempo. Mientras los dos sindicatos hablaban de su alianza, el PSOE
se había aproximado al PCE, para hacer frente a la sindicalización del Estado, y reducir a los sindicatos a lo
meramente económico. Sería esta confrontación entre partidos y sindicatos lo que posibilitó al presidente de
la República, recuperar la iniciativa que tenía perdida desde noviembre del 36. Finalmente pudo salir de
Pedralves y se trasladó a Valencia, donde Giralt le puso l tanto de que el acuerdo entre socialistas, comunistas
y republicanos era sólido.
La crisis política estalló cuando los dos ministros comunistas abandonaron la reunión del ejecutivo el 14 de
mayo, ante la negativa de Largo Caballero a emprender una persecución contra el POUM. Prieto advirtió a
Largo, que eso conducía a una crisis de gobierno y que había que informar a Azaña. El presidente vio como
ya poseía la libertad necesaria para resolver la crisis y se le presentó la disyuntiva siguiente; no podía nombrar
un jefe de gobierno republicano, porque no sería aceptado y parecería que con esa decisión daba por
descompuesto el Frente popular. La hipótesis de un comunista ni se la planteó. Solo quedaban los socialistas
y descontados los “caballeristas”, solo quedaba Indalecio Prieto, que era la opción esperaba por todos.
Pero Azaña eligió a Negrín, aunque fusionando los Ministerios de Guerra, y de Marina y Aire, en un nuevo
Ministerio de Defensa que le sería confiado a Prieto, mientras Gobernación iba a manos del socialista Julián
Zugazagoitia. El PCE mantuvo los dos ministerios que ya ocupaban Hernández y Uribe; Giral sustituyó a
Álvarez del Vayo en el Ministerio de Estado; Irujo del PNV se hizo cargo de Justicia; Jaume Ayguader de
Esquerra Republicana, de Trabajo y Asistencia Social y Bernardo Giner de los Ríos siguió en Comunicaciones,
con Transportes y Obras Públicas. Un gobierno más reducido, sin ninguna representación de los sindicatos y
presidido por lo que llamaba Azaña “la tranquila energía de Negrín”
De este gobierno Azaña esperaba que restableciera la autoridad y el poder del Gobierno Central; que
reorganizara el ejército y unificara los planes militares desde un solo mando, que estrechara relaciones con los
gobiernos vasco y catalán y que reestableciera el orden público. Para Azaña también era importante no perder
la guerra en el exterior, por lo que las acciones diplomáticas para convencer a las potencias democráticas de
que abandonaran la política de No Intervención resultaban fundamentales. Azaña, así mismo creía necesario
preparar políticamente el desenlace de la guerra, y esa sería una de las razones por lo que confiaría a Negrín
la Presidencia del Gobierno.

Carta colectiva del episcopado español


Medios intelectuales católicos, españoles y franceses formarían el Comité por la paz civil en España, presidido
por Alfredo Mendizábal, y el Comité pour la paix civile et religieuse en Espagne, que presidió Jacques
Maritain, quien negaría a la guerra civil el carácter de guerra santa. Estos comités elaboraron un plan de
mediación similar al de Azaña, que comenzaría por una declaración para preservar la paz en Europa y que
debían de suscribir todas las potencias –Reino Unido, Francia, URSS, Alemania e Italia- Una vez se
proclamara esta declaración de paz se reunirían con el bando sublevado para ver si estaban dispuestos a
suspender las hostilidades, mientras, un comité de delegados de Londres, estudiaban sobre el terreno y
contando con la voluntad popular del país, llegar a una solución pacífica. Si la respuesta fuera afirmativa, y lo
sería si Alemania e Italia lo quisieran, harían lo mismo con el Gobierno de la República. Si las dos partes
estuvieran de acuerdo, se daría paso a una tregua, a la repatriación de todas las tropas extranjeras y la
elaboración por parte de las 5 potencias de un plan, por el que la sociedad española debería elegir el régimen
que querían darse para el futuro.
Pizzardo enviado del Vaticano y secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, hizo
llegar este documento a Anthony Eden, secretario del Foreing Office y trasladó una copia al cardenal primado
de España, Gomá, para considerar la posibilidad de que los obispos españoles apoyaran el final de la guerra.
Gomá, además ejercía como representante oficioso del Vaticano ante el gobierno de Burgos y había oído las
quejas de Franco, por la posición de la prensa católica de Francia, Inglaterra y Bélgica, que estaban bastante
distanciados de los postulados del episcopado español. Franco pidió a Gomá que redactara un escrito “sobrio,
breve y ajustado a la verdad” que pusiera en buena luz las características de las dos Españas. Así no es
sorprendente que al escuchar a Pizzardo, Gomá se convenciera de que fuera no se sabía “de la misa ni la
mitad” como le diría al obispo Gregorio Modrego, manifestándole su cansancio y calificando aquella
entrevista con el enviado del Vaticano, como una auténtica lástima. Desolado porque en el Vaticano no eran
conscientes de lo que estaba pasando en España y de la necesidad de que la guerra acabara con un vencedor y
un vencido. Gomá respondió a Pizzardo que la guerra estaba a punto de terminar y que los “nacionales”
pensaban en el retorno de la monarquía. Tres día después de su decepcionante entrevista, Gomá escribió a
Pizzardo confesándole que toda mediación sobre un armisticio estaba condenada al fracaso, por la sencilla
razón de que un armisticio a esas alturas de la guerra solo sería un voto de auxilio a una de las partes que ven
perdida su causa, y así el Cardenal Gomá tras pedir formalmente a la Santa Sede que no colaborara en la
consecución de un armisticio, se aplicó en escribir la carta que Franco le había solicitado y que puede
considerarse como el inquebrantable obstáculo puesto por la iglesia española a considerar la eventualidad de
una mediación que pusiera fin a la guerra sin vencedores ni vencidos.
La guerra se decía en la Carta colectiva del episcopado español a sus hermanos de todo el mundo, fechada el
1 de julio de 1937, era ya el “plebiscito armado”, el levantamiento cívico militar, que contenía un doble
arraigo, patriótico y religioso por lo que no podía terminar más que en el triunfo del “Movimiento Nacional”
Para defender esa doctrina, los obispos recurrieron al argumento , ya utilizado por los militares para justificar
su rebelión y que pondría de manifiesto Serrano Suñer en diciembre de 1938, al dictaminar sobre la
ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936. Los obispos compartían el veredicto según el cual
el triunfo del frente Popular en las elecciones de febrero no pasó de ser un fraude. De ahí que la rebelión ante
un poder ilegitimo, era santa por su fin y legítima por su origen.

La caída del Norte


¿A qué victoria se refería Gomá? Sin duda alguna, a la ofensiva desplegada en el norte desde el 31 de marzo
por cuatro brigadas navarras y tropas italianas al mando del general Roatta, dispuestos a romper las defensas
de Bilbao y proseguir hacia Santander y Asturias, aisladas de la república y sin posibilidad de ayuda aérea.
Tras duros combates, aviones italianos y alemanes bombardearon Guernica el 26 de abril, dejando la ciudad
completamente arrasada, era un día de mercado y los muertos se contaban por centenares. Era la primera vez
que se bombardeaba una ciudad con el fin de incendiarla y que el fuego hiciera mella en la moral de la
población. Bilbao cayó y su defensa se rendiría en Santoña el 26 de agosto ante las tropas italianas. Duelos
del aire y con una abrumadora superioridad en hombres y artillería las tropas al mando de los generales Aranda
y Solchaga, culminarían su ofensiva el 21 de octubre.
Y es que la guerra se había transformado, en estos meses de la primavera y el verano de 1937, de unos
enfrentamientos entre miles de milicianos mal armados, en una auténtica guerra entre ejércitos regulares,
formados por batallones de decenas de miles de hombres a las órdenes de militares profesionales. Educados
la mayoría en tácticas y estrategias de la Gran Guerra, ocupar terreno se convirtió en la prioridad y en el fin
de toda operación militar. De ahí la concentración de hombres y material de guerra destinado a romper un
frente para ocupar una loma, un pueblo, sin tener muy claro cómo sería la conquista o cómo avanzar después.
También se contaría por miles de bajas la ocupación o defensa de lugares de nulo o dudoso valor estratégico,
como ocurrió con las tres ofensivas del nuevo ejército de la República, destinadas a aliviar la presión sobre
los territorios del Norte, pero guiadas también por la expectativa de la ruptura del frente enemigo.

La República pasa al ataque. (octubre de 1937-julio de 1938)


A comienzos del otoño de 1937, y tras la conquista de toda la cornisa cantábrica por las tropas franquistas, la
guerra parecía decantarse del lado de los rebeldes. Negrín, después de haber recuperado el orden público en
Cataluña y haber disuelto por las armas el Consejo de Aragón, traslada a finales de octubre el Gobierno a
Barcelona. Fue entonces cuando el General Rojo, concibió una ofensiva sobre Teruel, que entorpeciera el
avance de franco sobre Madrid. La ofensiva fue lanzada a mediados de diciembre y culminaría con la toma de
Teruel, con la demostración de los generales Rojo y Hernández Sarabia de su lealtad a Prieto y a Negrín, con
el convencimiento que bajo sus órdenes llegarían a la victoria total. Sentían que esta victoria cambiaba el
rumbo de la guerra, Así el 1 de febrero de 1938, Negrín ante el Congreso de los diputados, diría que la guerra
no podía terminar “más que con el triunfo incondicional del pueblo español y del Gobierno legítimo de la
República.
Pero, eufóricos por el resultado de la batalla de Teruel, y convencidos de haber cambiado el rumbo de la
guerra, unido al reconocimiento extranjero, resultaría todo lo contrario. Franco suspendió, su ofensiva sobre
Guadalajara y por ende los planes de un ataque inmediato sobre Madrid y envió a lo mejor de su ejército a
reconquistar Teruel, que caería en sus manos el 20 de febrero. Dos semanas después, el 7 de marzo, un gran
ejército dirigido por el general Dávila, dividido en 5 cuerpos de ejército al mando de los generales, Yagüe,
Varela, Solchaga, Moscardó y Aranda, se dirigieron a alcanzar el Mediterráneo con el objetivo de dividir en
dos el territorio republicano, algo que alcanzaron el 15 de abril, con lo que Cataluña quedó aislada. En dos o
tres días se derrumbó el Frente del este, en una extensión de más de 300 Km. Según palabras de Zugazagoitia,
ministro de la Gobernación, “la desmoralización es grande, es todo el frente el que se ha hundido, el adversario
es dueño de la situación”
Azaña, antes de que todo esto ocurriera, el 24 de febrero, se reunión con el embajador francés con la intención
de la firma de un acuerdo que pondría a disposición de Francia e Inglaterra, las bases de Cartagena y Mahón,
en contrapunto a las de Ceuta, Málaga y Palma, controladas por los rebeldes. Azaña era consciente de las
negociaciones de acercamiento inglés a Mussolini, sin comprometer la ayuda de éste a la España de Franco,
así como creía que Francia seguiría el mismo camino. Ofreciendo que al igual que Francia e Inglaterra estaban
dispuestas a hacer concesiones a Alemania y a Italia, la Republica española estaba dispuesta a hacer
concesiones a ingleses y franceses de sus bases navales.
Por su parte, el presidente del Gobierno, Juan Negrín, con la mediación del embajador en Moscú, solicitó una
gestión directa ante Stalin para la concesión de un préstamo que permitiera una gran compra de armamento,
lo que se unía a la disposición del gobierno de Roosevelt, a permitir la venta de armas, volaba a primeros de
marzo a París a pedir auxilio al gobierno francés, ocupado esos días en la crisis que había supuesto la anexión
de Austria al III Reich.
La situación se hacía cada vez más desesperante, sin saber cuál era el mejor camino a seguir, se dudaba si
pedir ayuda humanitaria a Francia que pusiera fin a la guerra o resistir con la única esperanza de la llegada de
ayuda masiva francesa por la frontera pirenaica. Hasta tal punto llegaba la desesperación y el no saber qué
hacer, que el ministro de Estado Giral, visitó al embajador francés Labonne, para informarle de que el ejército
republicano nada podía hacer ante los ataques de los rebeldes. “¿Qué debemos hacer?” Le preguntó:
“¿Debemos pedir un armisticio por intermedio de las potencias amigas o neutras? ¿Debemos dirigirnos
directamente al General Franco que nos responderá con toda seguridad; rendición sin condiciones? ¿Debemos
declarar que la resistencia prosigue hasta el final …? El embajador, incapaz de dar ninguna solución, se limitó
a ofrecerle su domicilio y un barco para recibir a las `personalidades y a sus familias.

Crisis Política en Barcelona


El 16 de marzo, con Negrín ya en Barcelona se reunió el gobierno, y ante los que aún dudaban si seguir con
la guerra o capitular, una gran manifestación los había silenciado con su consigna “Ningún compromiso,
ninguna capitulación, expulsar del Gobierno a los capitulacionistas, Gobierno de guerra”. Negrín pidió a prieto
y a Zugazagoitia que le apoyaran en su negativa, si alguien proponía entablar negociaciones de paz. Negrín
explicó sus razones para oponerse a lo propuesto por Francia, asegurando a su embajador que cualquier intento
de mediación sería en vano, porque, aunque Franco estuviera dispuesto, no alemanes ni italianos lo aceptarían,
y solo se conseguiría un debilitamiento moral del ejército y de la gente que estaba en la retaguardia. Negrín
manifestó que “la Resistencia no tolera estas vacilaciones”, y que el sabría cómo restablecer el orden. Días
después se ratificó manifestando que no había más que una línea recta, la de la resistencia, la movilización, el
estado de sitio y una fe ciega en la victoria definitiva. Estaba convencido que, con el apoyo de las masas en
todo el territorio nacional, la primera gran victoria será suficiente para conseguir la victoria total.
En una locución de radio el día 28 ante los españoles, su consigna fue resistir, resistir es vencer, resistir el
soldado en el frente, el obrero en el taller, la mujer en el hogar, el niño en la escuela. Resistir, porque cada día
que se resista es un día más que nos acerca a la anhelada victoria.
Pero esta equiparación de resistencia con victoria chocaba con la opinión de su ministro de Defensa y viejo
amigo Indalecio Prieto, el cual daba la guerra por perdida y era partidario de negociar un armisticio para
conseguir la paz mientras quedara tiempo, como les diría a tres dirigentes de la CNT, Galo Díez, Horacio
Prieto y Segundo Blanco, que le visitaron el 3 de abril para convencerle de que no dejara el gobierno. El
mismo Horacio Prieto, al día siguiente dijo en un pleno de comités regionales de la CNT, que había que
abandonar la resistencia y permitir que los que quisieran firmaran un armisticio. Ya desde el exilio escribiría,
la guerra está perdida y la CNT, ante el derrotismo de republicanos y socialistas, debía intentar conseguir una
paz honorable y dejar de hacer el juego a los rusos.
Un ministro de Defensa, que piensa que la guerra está perdida, no puede seguir en su puesto, esto fue lo que
pensó Negrín que destituyó a Prieto el 5 de abril, asumiendo él mismo la cartera de defensa. Sería el comienzo
de una escisión dentro del PSOE, que se alargaría incluso durante el exilio, y la constatación de una profunda
divergencia con el presidente de la república que abogaba por buscar una solución que acabara con todas las
penurias y estragos por los que estaban pasando. Y es que la ruptura del frente de Aragón por las tropas del
general Franco, había sembrado dentro de los mandos militares y en los dirigentes del Frente Popular, la
desolación que seguía a las victorias pírricas, brillantes operaciones ofensivas por parte de lo mejor y más
numeroso del ejército que consiguen hacer más daño en los vencedores que en los vencidos, y los ejemplos
eran bastantes, desde Segovia, Brunete, Belchite y terminando en Teruel, sin que ni los jefes del estado Mayor
Central de la República, no el presidente del Gobierno llegaran a sacar la vieja lección conocida desde los
años de la Gran Guerra, de que ya no había victorias decisivas como en las guerras napoleónicas.
El ejército de Franco, empezó la ofensiva contra Valencia, ante un ejército más capacitado para resistir que
para vencer, comprobando la resistencia de las fortificaciones republicanas y deteniendo la ofensiva en
Sagunto a 10 Km del objetivo. El ejército republicano, pertrechado con mejor armamento, pasó a la ofensiva,
la primera victoria republicana será suficiente y será la victoria total, volvía a repetir Negrín. Y mientras
creyera lo mismo el General Rojo y el Estado Mayor Central, el Partido Comunista era imprescindible para la
disciplina en el frente y el orden en la retaguardia. Formar un gobierno sin los comunistas, para iniciar sin
garantías internacionales una negociación con Franco era algo impensable. Una negociación siempre
rechazada por Franco, al igual que la intención de Azaña desde que las tropas rebeldes llegaran al
Mediterráneo.

Los Trece Puntos de Negrín


Azaña resignado a mantener su confianza en Negrín, manifestaba el 23 de mayo a Álvarez del Vallo, que
había vuelto al Ministerio de Estado, la necesidad de “una política detrás de la resistencia”, basada en tres
posibles direcciones:
- Con los anglosajones, para la suspensión de armas y el plebiscito
- Con Italia, para hacer la paz, sobre bases comerciales e internacionales
- Con los rebeldes, sobre la unión nacional contra los extranjeros.
Álvarez del Vallo, venia del Consejo de la Sociedad de Naciones de defender los llamados “Trece Puntos de
Negrín” en los que el nuevo gobierno, denominado como “Unión Nacional” anunciaba:
1. La independencia de España
2. Liberarla de militares extranjeros
3. República democrática con un gobierno de plena autoridad
4. Plebiscito para determinar la estructura jurídica y social de la República española
5. Libertades regionales sin menoscabo de la unidad de España
6. Conciencia ciudadana garantizada por el Estado
7. Garantía de la propiedad legítima y protección al elemento productor
8. Democracia campesina y liquidación de la propiedad semi feudal
9. Legislación social que garantice los derechos del trabajador
10. Mejoramiento cultural, físico y moral de la raza
11. Ejército al servicio de la Nación, estando libre de tendencias y partidos
12. Renuncia a la guerra como instrumento de política nacional
13. Amplia amnistía para los españoles que quieran reconstruir y engrandecer España
Azaña se sumaría, pidiendo la unión contra el extranjero, el 18 de julio de 1938, desde el Ayuntamiento de
Barcelona, una fecha en la que según él todos los españoles tendrán que “sustituir con la gloria duradera de la
paz la gloria siniestra y dolorosa de la guerra”. Entones unos y otros, vencedores y vencidos, comprobaran –
dijo Azaña- que “todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”. Azaña vuelve a negar que
la nación se pueda construir sobre un dogma que excluya a todos los que no lo profesan. Nosotros, diría Azaña,
“vemos en la patria una libertad, fundiendo en ella no solo el territorio, sino el patrimonio moral acumulado
por los españoles durante veinte siglos que constituye nuestro legado a la civilización en el mundo”. Ahora
no es la República lo que Azaña tiene en su mente, sino ese patrimonio moral y cultural, toda esa civilización
de tantos siglos que está en trance de desaparecer.
La emoción embarga el final de este su último discurso de guerra, cuando dejando a un lado los argumentos
políticos, insiste en esa conmoción moral y la obligación de pensar en todos los muertos, en todos los hombres
caídos defendiendo u ideal, y que ya no tiene odio, no tienen rencor y nos envían una luz con el mensaje de
“Paz, Piedad, Perdón”. Tanto Zugazagoitia, como Mariano Ansó, que había sido ministro de Justicia, presentes
en el discurso no pudieron evitar hablar de la emoción que había producido tanto en ellos como en los
españoles que lo hubieran escuchado, el discurso del Presidente Azaña.
El Gobierno de Negrín se encontraba en una nueva disposición, alejada de toda mediación. Porque, según el
general Rojo, debido a “uno de los maravillosos fenómenos de fortaleza moral que ha dado nuestro pueblo”,
los frentes se habían estabilizado y el gobierno preparaba una gran ofensiva esta vez por el sur del Ebro. Como
concebir un reparto de poderes con el General Franco, le decía el subsecretario de Defensa, José Quero, al
representante francés en Barcelona. ¿Cree usted que hemos luchado durante dos años para inclinarnos ante un
general o ceder nuestros despachos al señor de Madariaga”? No sabe Quero si Franco puede aceptar una
mediación, lo que sí sabe es que su Gobierno depende de quienes lo han llevado al poder tras la crisis de
marzo, “con una llamada a las masas y un programa político en el que la anti-mediación era el artículo
fundamental” La guerra debía de continuar hasta la victoria o la derrota final.

Construyendo el Nuevo Estado (enero de 1938-marzo de 1939)


Negrín y su gobierno tenían razón en que franco nunca tuvo la intención de acabar la guerra mediante una paz
de conciliación. Depositario ya del supremo poder militar y político como Generalísimo de los ejércitos y Jefe
Nacional del Movimiento, confirmada la doble jefatura en ley del 30 de enero de 1938. Todos los poderes
recaían en la persona a la que ya comenzaba a rendirse culto como enviado por Dios, caudillo y salvador de
España. A su lado relacionados con él, pero poco coordinados entre ellos, los titulares de los ministerios, con
una equilibrada distribución de fuerzas entre militares, falangistas, católicos y las dos ramas del monarquismo,
los alfonsinos y los tradicionalistas, con el añadido de algún técnico sin filiación política. Todos estos grupos
serían el semillero de los altos funcionarios de la administración.
Este Gobierno comenzaría el lento proceso de institucionalización del Nuevo Estado Nacional y católico.
- El 2 de marzo se suspenden por decreto los pleitos por separación y divorcio y a los 10 días se deroga
la ley del matrimonio civil. Considerado como uno de los mayores ataques de la República al
sentimiento católico de los españoles.
- El 5 de abril se suspende la autonomía de Cataluña, y se anuncian leyes y decretos prohibiendo el uso
del catalán.
- El 22 de abril, por la Ley de Prensa, corresponderá al Estado la regulación y la extensión de las
publicaciones periódicas, la designación de los directivos, la reglamentación de la profesión de
periodista, la vigilancia de la actividad y la censura mientras no se disponga su cierre.
- Una orden de 25 de marzo de 1939, establecía que las ocupaciones agrarias ocurridas después del 18
de julio del 36, se consideraba ilegales y se devolvían a sus legítimos dueños, al igual que las ocupadas
entre el 16 de febrero y el 18 de julio de 1936.
- El 20 de septiembre con la Ley de Enseñanza Media, se pusieron los medios para conseguir esa
definición de Estado católico, que era una de las máximas prioridades. Este 29 de septiembre, el
ministro de Educación y destacado miembro de Acción española, Pedro Sainz Rodríguez, anunciaba
el renacer de España a su auténtico “Ser cultural” a su vocación de misión n heroica y militante, para
la que se imponía una sólida instrucción religiosa desde “el Catecismo, el Evangelio, la Moral, hasta
la Liturgia, la Historia de la Iglesia y una adecuada Apologética”. “Nuestra posición” escribía José
Pemartín, jefe del servicio de Educación Superior y Media, “es de intolerancia absoluta para doctrinas
y opiniones erróneas, y de comprensión y caridad cristiana para las personas que las sustentas”, caridad
que no impediría mediante dos órdenes de 4 de febrero de 1939, la separación del servicio de decenas
de catedráticos. Más tarde, terminada la guerra, consciente el estado español de que su grandeza se
asentaba en los pilares fe la fe cristiana y deseoso de mostrar su adhesión a la iglesia, además de reparar
lo que calificaban como expolio sufrido por parte de los Gobiernos liberales, restablecería por ley, el
9 de noviembre de 1939, los haberes del clero suprimidos por la República. El 7 de junio de 1941, se
firmaría un convenio entre el estado y la Santa Sede, por el cual la religión católica, apostólica y
romana, sería la única religión del estado, y concedía al Jefe del estado el privilegio de presentación
de obispos.
Entre este conjunto de leyes que se irían configurando, durante la guerra y en los años inmediatamente
posteriores, tendría una gran importancia la aprobación mediante decreto, el 9 de marzo de 1938, del Fuero
del Trabajo, formulado por el consejo nacional de FET y de las JONS, que establecía los principios del
sindicalismo vertical y de la intervención del Estado en la economía, al modelo fascista, y que será considerada
más adelante como la primera Ley Fundamental del Nuevo Estado. Esta Ley define al Estado como Nacional,
autoritario defensor de la patria y Sindicalista, pues representa una reacción contra el capitalismo liberal y el
materialismo marxista, así como renovar “la Tradición Católica” de justicia social y alto sentido humano. Y
emprender la tarea de realizar la Revolución que España tiene pendiente y que habría de devolver a los
españoles de una vez para siempre. La Patria, el Pan y la Justicia.
Así pues, Estado Nacional, tradición católica, Imperio, sindicalismo, totalitarismo, Revolución, espíritu militar
y religioso, son las bases donde se asienta el régimen. Una mezcla de atributos, donde la armonía solo se puede
lograr porque todos ellos confluyen en una sola persona, el Jefe del Estado, Francisco Franco, que cada vez
es más idolatrado como caudillo, generalísimo y como enviado de Dios. Un Estado, que como cierra la
declaración del fuero del Trabajo, lanza la promesa a la juventud combatiente que nunca estará sola y que en
las instituciones encontraran los puestos de trabajo, de honor o de mando a los que tienen derecho. Totalitarios,
revolucionarios, católicos, militares, sindicalistas, todos encontraran su sitio en el estado.

Guerra a la mediación en la guerra


En París, durante los días 30 de abril a 2 de mayo, se celebró una Conference privee internationale des comités
pour la paix civile et religieuse en Espagne, presidida por Salvador de Madariaga en la que se instaba a Francia
y a Gran Bretaña a emprender acciones diplomáticas entre las dos partes españolas en conflicto y los
Gobiernos de Alemania, Italia y la URSS “para facilitar negociaciones con el fin de alcanzar una paz de
conciliación, promover un armisticio y la suspensión de las hostilidades. Para Franco, en declaraciones a un
periodista extranjero, todos los que consciente o inconscientemente buscan la mediación, están al servicio de
los rojos y de los enemigos de España. La guerra es la coronación de la lucha de la patria contra la anti patria,
de la unidad contra la secesión, de lo moral contra el crimen, del espíritu contra el materialismo y, por lo tanto,
la guerra no tiene otra solución que “el triunfo de los principios puros y eternos contra los bastardos españoles”
El ABC, de Sevilla en uno de sus editoriales y con título “Guerra a la mediación en la guerra”, llamaba a los
españoles contra los traidores y exigía la victoria incondicional de Franco en nombre de los Destinos de
España, sus mártires y sus héroes. Un abismo separaba a los que habían traicionado la unidad de España, los
que habían mantenido su vasallaje a la dictadura soviética, a sus crímenes más atroces y su ferocidad de
delincuentes comunes contra el honor, la vida y la propiedad de los españoles. Un abismo en el que no había
ninguna posibilidad de pacto o mediación que los salvase, un abismo abierto de manera irreparable. A un lado
los verdugos, al otro, el espíritu y la gloria invicta de los soldados… Así se expresaba el diario que desde
Sevilla representaba los intereses monárquicos en la guerra.
No muy diferentes fueron las reacciones desde el seno de la iglesia, así el Obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo
Eijo Garay, en una entrevista de octubre de 1938, afirmaría que la mediación significaría una transición y
componenda en ideales y principios y la declaró “totalmente inadmisible”, por cuatro razones:
- Por el desconocimiento que los mediadores tendrían del espíritu de nuestra cruzada
- Porque era imposible conciliar los principios de la Revolución Francesa, cuya consecuencia extrema
fue el marxismo, con la política tradicional
- Porque transigir con el liberalismo democrático, máscara encubridora del tiránico absolutismo
marxista sería traicionar a los mártires
- Porque se frustraría para todo el mundo el ejemplo de salvación que Dios le deparaba por medio de
España.
Añadía el Obispo de Madrid, que la transición, entregaría el Poder Público, a los indignos logreros que no han
sabido estar a la altura de esta hora heroica de la Patria, mientras el Caudillo y sus seguidores quedarían
relegados y equiparados a los monstruos rojos. Y terminaba preguntándose ¿Nueva mediación? ¿Nueva
componenda? ¡Jamás! Las madres españolas no consienten que se reserve a sus nietos la trágica suerte que un
siglo de suicidas transacciones ha deparado a sus hijos. El jesuita Pérez del Pulgar, fundador del Instituto
Católico de Artes e Industrias, manifestó que si lo que se pretendía era una reconciliación mediante pactos
entre los dos bandos, entonces el gobierno de Cataluña quedaría como un gobierno legítimo y no como lo que
eran “una pandilla de ladrones y asesinos”
Con diferente lenguaje, pero diciendo lo mismo, se refirió el duque de Alba, representante oficioso del
Gobierno de Franco ante los ingleses, en el Foreing Office, expresando que Franco nunca aceptaría una
intervención extranjera con vistas a un armisticio, pues los masivos asesinatos realizados por el Gobierno de
la República lo hacían imposible. No es extraño entonces, que, ante las últimas iniciativas realizadas, desde la
del cardenal Pacelli, ante el embajador Yanguas Messía, el 2 de noviembre de 1938, las manifestaciones
siguieran siendo las mismas, en palabras del embajador, “existe una imposibilidad intrínseca y absoluta de
mediación” informándole de que “los rojos y sus amigos buscaban complicar al Vaticano en sus maniobras”.
Y por si ni hubiera quedado suficientemente claro, el General Franco, un día de noviembre, condenaría toda
idea de mediación, afirmando que “los criminales y sus víctimas no pueden vivir juntos” e indicando que su
Gobierno poseía más de 2 millones de fichas en los que se encontraban las manifestaciones realizadas sobre
los crímenes marxistas.

La última batalla decisiva


A finales de julio del 38, tampoco existía ninguna posibilidad de que las propuestas de paz calaran en el
gobierno de la República. Finalizada la ofensiva sobre Aragón, Franco frenó su avance sobre Barcelona,
demorando la llegada a la frontera y así no dar pie a una intervención francesa y dirigió sus tropas hacia
Valencia, defendida por el General Miaja al mando del Grupo de Ejércitos de la Región Central. El General
Rojo, para aliviar la presión sobre levante, creó de nuevo un Ejército de Maniobra, de 100.000 hombres,
formado por las mejores divisiones del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental, Este gran ejército les fue
confiado a los tenientes coroneles, Líster y Tagüeña y al coronel Juan Mode4sto, que procedían de las milicias
y los tres miembros destacados del PCE, que apoyaban incondicionalmente la política de resistencia de Negrín.
Había llegado la hora de lanzar la última batalla decisiva, iniciada el 25 de julio con el despliegue del Ejército
popular por el sur del Ebro. Batalla que acabaría con una nueva derrota de la república, después de tres meses
de duros combates, donde las aviaciones alemana e italiana fueron las dueñas del aire, más de 100.000 víctimas
se produjeron en esta última batalla.
En plena batalla, Negrín dio un paso más en sus conflictivas relaciones con la Generalidad e incauto para el
Estado toda la industria de guerra, lo que motivó que los nacionalistas salieran del gobierno. Nacionalistas
catalanes y vascos fueron sustituidos por Moix del PSUC y Tomás Bilbao de Acción nacionalista vasca. Una
crisis ésta no menos importante, pues los nacionalistas ya estaban negociando por separado y como un tercer
grupo moderado, distinto de los dos que estaban enfrentados en guerra, con miembros de los gobiernos inglés
y francés, a los que les ofrecían una especie de protectorado que iría desde el Cantábrico al Mediterráneo,
desde Bilbao a Barcelona, por encima del “cadáver” de Navarra, una fantasía más que sería recibida como
otra división interna en el campo republicano.
Mientras la suerte de la República se estaba jugando en el Ebro. En Europa, y más concretamente en Múnich
(finales septiembre de 1938), Hitler, Chamberlain, Mussolini y Daladier, acordaban la partición de
Checoslovaquia, última concesión franco-británica al Tercer Reich. Una reunión en la que apenas se prestó
atención a la guerra en España y en la que además mostrarían su cansancio y sus intenciones de conseguir
cualquier plan de mediación. La URSS, por su lado veía como Francia e Inglaterra no tenían ningún interés
en mantener la baza de resistencia de la República. Sumado a esto, la definitiva ruptura del frente republicano
por las tropas del general Franco, hizo que el presidente del Gobierno, cotejara como única posibilidad, la
búsqueda de lo que empezó a llamar como una “paz honrosa”, sin especificar en qué consistiría esa paz. No
en una mediación con los rebeldes, pues afirmaba, que España no era un país de capitulaciones, tampoco en
estabilizar los frentes, y tejer una frontera de artificios entre las dos zonas. Eso nunca, dice Negrín, que
denuncia a quien es partidario de esa hipótesis, sin referirse a nadie en concreto, pero indicando al Presidente
de la República, como “culpable de un delito de máxima traición a la patria”.
Barcelona cayó en manos rebeldes, el 26 de enero de 1939, sin oponer ninguna resistencia, “Qué ambiente
más distinto! ¡Qué entusiasmo entonces que decaimiento ahora!, escribiría meses después Vicente Rojo,
recordando el Madrid de noviembre del 36 donde se resistía, comparándola ahora con la ciudad muerta en la
que se había convertido Barcelona. En realidad, a medida que la República perdía territorio, el carácter de la
capital catalana se modificaba por la afluencia de población de las ciudades ocupadas por el ejército franquista.
De los 300.000 refugiados estimados a finales de 1936, pasaron a 700.000 tras la batalla de Teruel y el flujo
no se detenía. Este gran incremento demográfico traería graves problemas, como la escasez de alimentos, el
paro masivo, las enfermedades etc. que afectaron a la voluntad de resistencia, la llamada a filas de los
reemplazos del 40 y 41 (las quintas del biberón), la retirada de las brigadas internacionales, los sistemáticos y
masivos bombardeos sobre la ciudad y la presencia de tropas en retirada. Era imposible en esas condiciones
físicas y morales, mantener la voluntad de resistencia con un “No pasarán” a la manera de Madrid de
noviembre del 36, por más que insistieran el PSUC y el PCE.

Derrota incondicional

El 28 de enero, Manuel Azaña, evacuado en Tarrasa, requiere a Negrín a entrevistarse con él y le pide que
vaya acompañado del General Rojo. En el castillo de Perelada a las once de la noche, los dos presidentes
escuchan al general jefe del Estado Mayor central explicarles que ya no podía lograrse nada, ni en Cataluña
ni en el resto del Estado. Azaña quería oír lo que pensaba Negrín, pero al quedar éste callado, Azaña le instó
a que reuniera al consejo de Ministros y tomara un acuerdo sobre el dilema al que Rojo había llegado: “liquidar
el conflicto o continuar la guerra”. Negrín acompañado de Rojo, acudió a la reunión del Consejo el domingo
día 29. Negrín no quería que las palabras de Rojo, desmotivaran a los ministros, por lo que le pidió que ni
fuera demasiado radical en sus manifestaciones. Lo que no sabía Negrín, era que Rojo previamente ya había
informado a los ministros diciéndoles: “que la guerra estaba perdida y que no veía solución de ninguna
especie”. El lunes 30, Negrín le dijo a Azaña, en presencia de Martínez Barrios, que, para evitar desórdenes e
incidentes, no pensaba plantear lo hablado el día 28, al Consejo de Ministros.
“Hagan algo”, les dijo Azaña, a los representantes francés y británico, antes de partir al exilio, el 4 de febrero
desde su última residencia en España a tres kilómetros de la frontera francesa, el Presidente Azaña, le expresó
al representante británico, su deseo de que Francia e Inglaterra a las que se le podría unir EEUU, hicieran todo
lo que fuera necesario para poner fin a la guerra. “Hagan algo”, le repetiría a Henry representante francés, una
tregua inmediata con objeto de arreglar las cuestiones humanitarias, seguido de la formación de un comité con
representantes del Gobierno de la República, que, en contacto con el Gobierno de Franco, pudieran discutir
las condiciones de paz. En su entrevista con Stevenson representante inglés, le pidió que debían de hacer todo
lo necesario para presentar al Gobierno de Franco un plan de paz en los siguientes términos: tregua inmediata
y fin de las hostilidades, designación por los dos campos de representantes que negociaran las condiciones
materiales de la toma de posesión de todo el territorio por el Gobierno de Franco y evacuación de personas y
familias no toleradas por el nuevo régimen. El gobierno de la República se rendiría sin condiciones y el
gobierno de Franco aceptaría la rendición y ofrecería garantías de trato humanitario a sus enemigos.
La suerte que esperaba a estas dos últimas propuestas del presidente Azaña, habría de ser idéntica a la que
anunció Negrín el 1 de febrero ante los diputados a Cortes reunidos en el castillo de Figueras, tras recibir el
día anterior del General Rojo un plan “para terminar la guerra de manera digna” que consistía en suspender
de golpe las hostilidades y por sorpresa tanto para el enemigo como para la población civil así como para el
propio ejército republicano, levantar bandera blanca, dejar las armas y permanecer en el frente sin huir” y a la
misma hora “prevenir por radio al ejército enemigo que avance urgentemente con sus columnas motorizadas”.
Negrín resumió sus trece fines de guerra en tres condiciones o “clases de garantías” que se vería obligado a
presentar ante la amenaza de asfixia que le llegaba desde el panorama internacional:
1) La independencia de nuestro país y la libertad contra toda clase de influencias extranjeras
2) Que fuese el pueblo español quien determine libremente y sin presiones extranjeras su régimen político
3) Que, liquidada la guerra, habrá de cesar toda persecución y toda represalia, base necesaria para la
reconstrucción de nuestro país devastado.
Y como el sabía que estas propuestas presentadas por él, serían rechazadas por los nacionales, quiso que esas
tres condiciones fueran avaladas por EEUU, Gran Bretaña y Francia.
Con lo que no contaba Negrín es que lejos de hacer caso a sus propuestas, Francia y GB reconocieron al
Gobierno de Burgos el día 26 de febrero, liquidando así cualquier posibilidad de que actuaran como
mediadores. El día 27, Azaña exiliado en Francia desde el día 5, dimitió de la Presidencia de la república,
argumentando que el reconocimiento del Gobierno de Franco, le privaba de representación jurídica
internacional necesaria para hacerse oír por los gobiernos extranjeros. El general Rojo, no atiende las órdenes
del presidente del Gobierno y permanece en Francia prestando ayuda a los exiliados, mientras en Los Llanos
el 16 de febrero, altos mandos del Ejército Popular, dan por perdida la guerra e instan a Negrín a negociar con
Franco su final.
El resultado fue para la República el peor de todos; El coronel Casado el 5 de marzo, formó un Consejo
Nacional de defensa presidido por el general Miaja e integrado por republicanos, socialistas y anarquistas,
unidos contra el gobierno de Negrín. El socialista Besteiro, negó la legitimidad al gobierno para dársela al
poder militar, al que proclamó, único “Poder legítimo de la República”. La resistencia al golpe de estado en
Madrid, por algunas unidades comunistas, fue aplastada con el resultado de 2000 muertos y el fusilamiento
del coronel Barceló. En Cartagena, la flota se sublevó el mismo día que Casado y se hizo a la mar para
entregarse las autoridades francesas.
Es el fin: muy diferente al que abrigaron ese “poder legítimo” invocado por Besteiro. Como Mola en julio del
36, Franco tampoco estaba dispuesto en el 39 a revivir el abrazo de Vergara, se negó a ofrecer a Casado
ninguna de las garantías imploradas y contestó a británicos y franceses, que el “espíritu de generosidad” de
los vencedores constituía la mejor garantía para los vencidos. Los vencedores avanzaban por los últimos
territorios republicanos como un ejército de ocupación. L suya había sido una guerra de conquista para destruir
un Estado republicano y construir desde las ruinas y la devastación de la guerra, una dictadura militar, católica
y fascista: ningún tipo de acuerdo de paz negociada, era posible.
Y así, consumada la victoria, el terror administrado por los consejos de guerra y azuzado sin piedad por las
llamadas de obispos y sacerdotes a depurar y exterminar a la Anti-España, proyectaron sobre los vencidos la
paz fúnebre de la que Azaña le había hablado a Giral, construida sobre el aplastamiento de la República y el
exilio, la cárcel o el fusilamiento de todos los que habían tomado las armas, o prestado apoyo político, para su
defensa.

Epílogo. Un estado de guerra continuado

La guerra, en realidad, no había terminado para aquellos que habían combatido a favor de la república y no
habían podido atravesar la frontera, que serían detenidos y mandados a campos de concentración, unos
400.000 pasarían por aquellos campos, en tres años, mientras que medio millón traspasaban las fronteras
camino del exilio. Decenas de miles de socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos o simples soldados
de reemplazo, fueron conducidos a otras cárceles o a otros campos como el de Albacete, donde se hacinaban
más de 30.000 reclusos, enfrentados a todo tipo de penalidades. Con los prisioneros en edad de cumplir el
servicio militar se formaron las colonias penitenciarias militarizadas en las que se comenzó a practicar la
redención de pena de inspiración católica: un día de prisión por tres de trabajo. Sobre Decenas de miles de
españoles recayeron sentencias de muerte dictadas por consejos de guerra, sin importar que no hubieran
cometido delito alguno, así fueron los casos de Company, Zugazagoitia o el anarquista Peiró, detenidos en
Francia y entregados por la Gestapo a la policía española.
A estas represalias que continuaron hasta que la II GM cambió el rumbo a favor de los aliados, se añadían los
Tribunales de Responsabilidad Política, creados por ley de 9 de febrero de 1939, e integrados por militares,
falangistas o miembros de la magistratura, encargados de investigar la conducta de los funcionarios. Artistas,
profesores, maestros, funcionarios, serían sancionados con pérdidas de empleo, de su cargo y con fuertes
multas y el embargo e incautación de sus bienes. La Universidad en boca del joven falangista Laín Entralgo,
años después, sufrió lo que el denominó como un “atroz desmoche”, A esto se sumaría la convocatoria de
testigos para que denunciaran a los procesados por lo que se creó en toda la sociedad española un clima de
delación y sospecha.
Un año después de acabada la contienda. La Ley de 1 de marzo de 1940 sobre Represión contra la masonería
y el comunismo comenzó a aplicarse a todo aquel que sembrara ideas contra la Religión y la Patria. La Ley
de 29 de marzo de 1941 para la Seguridad del Estado, tipificaba como delitos, la circulación de noticias y
rumores perjudiciales a la seguridad del estado y ultrajes a la Nación, las asociaciones y propagandas ilegales,
la suspensión de servicios públicos y las huelgas. En fin, la Ley de 2 de maro de 1943, equiparaba al delito de
rebelión militar, las transgresiones de orden público, el 15 de noviembre de este mismo año, se creaba por ley
en cada región un juzgado especial encargado de la aplicación de la ley contra la masonería y el comunismo,
que suponía el establecimiento de medidas con idénticos efectos que la ley marcial.
El 19 de mayo, pocas semanas después de la entrada de los vencedores en Madrid, se organizó un homenaje
al Caudillo, con la imposición por el general Varela de la Cruz Laureada de San Fernando, seguida por el
primero de los muchos desfiles de la Victoria, que duró 6 horas y presidido por Franco, tuvo como invitado
preferente al general alemán Wólfram von Richthofen, desde el Paseo de la Castellana, desde entonces
Avenida del Generalísimo, pasaron más de 120.000 hombres de todos los ejércitos, además de miembros de
la Legión Cóndor y de la División Littorio, y de Flechas de colores negro, azul y verde, además de millares
de palomas, dibujando en el cielo la Aviación el grito de “Viva Franco”. Al día siguiente Franco ofrecería su
espada vencedora al Santísimo Cristo de Lepanto traído desde Barcelona y recibida por el cardenal primado
Isidro Gomá y Tomás en la basílica de Santa Bárbara.
Franco entro bajo palio, vistiendo uniforme de capitán general sobre la camisa azul de Falange, En el altar
mayor a su derecha los miembros del Consejo Nacional del Movimiento y de la Junta Política de Falange, a
su izquierda, los generales y de frente 19 obispos y numerosos sacerdotes en senda representación de los tres
pilares sobre los que habría de construirse el Nuevo Estado: Las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y el
Movimiento Nacional. Al final de la ceremonia, el abrazo entre el cardenal y el general ratificaba la fusión de
la potestad militar y eclesiástica ante la mirada del partido único.

CONCEPTOS CLAVE
Alcázar de Toledo
El asedio del Alcázar de Toledo, sede de la Academia Militar de Infantería, por parte de tropas
republicanas entre el 21 de junio y el 27 de septiembre de 1936, se convirtió en uno de los mitos del
bando sublevado. El Alcázar encerraba un tesoro de legitimidad simbólica, pues era una academia
militar, en la que los sitiados resistían entre ruinas, con los muros medio derribados, refugiados
en los sótanos. Artífice de su liberación, Franco recibió un enorme capital político; aquel triunfo se
convirtió en prenda y símbolo de la salvación de España que, como una mártir, resucitaba del
sepulcro al que la habían conducido sus enemigos
Manuel Azaña (1880-1940)
Presidente del gobierno de España (1931-1933, 1936) y presidente de la Segunda República española
(1936-1939). Tras el Golpe de Estado se vio sobrepasado por la entrega de armas a las milicias, la
caída del gobierno de Giral y la constitución del gabinete de Largo Caballero. Fue uno de los
oradores y políticos más importantes. En un discurso de 1938 manifestó ya su deseo de
reconciliación de los españoles (“Paz, Piedad, Perdón”) Murió en la localidad francesa de
Montauban en 1940.

Brigadas internacionales
La idea de organizar una fuerza de voluntarios internacional para ayudar a la república partió del
secretario del Partido comunista francés, Maurice Thorez, y contó con el discreto respaldo de la
URSS. Los primeros miembros de esta fuerza llegaron en octubre de 1936. Participaron en muchas
batallas cruciales de la guerra antes de abandonar el territorio español en noviembre de 1938.

CNT
La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de ideología anarquista, contaba con unos 500.000
afiliados y una enorme capacidad de movilización al inicio de la guerra. En el momento del
alzamiento muchos de sus militantes ya anhelaban el advenimiento inminente de una sociedad
libertaria

Cruz de San Andrés


Símbolo carlista que, junto al yugo y las flechas falangistas, se extendió por toda la zona rebelde.

Ebro
De julio a noviembre de 1938, se produjo la batalla más larga y más sangrienta de la guerra, la
batalla del Ebro. Los republicanos habían visto su territorio partido en dos, tras la ofensiva de
Aragón y el gobierno de Negrín y el ejército, al mando del general rojo, decidieron tomar la
iniciativa y frenar el avance de las tropas franquistas hacia Valencia. El denominado ejército del
Ebro logró sorprender a los sublevados y penetrar 40 km en su territorio, pero la contraofensiva
franquista apoyada por la aviación forzó la retirada del ejército republicano. Se abría así, la puerta
a la derrota definitiva.

Falange Española Tradicionalista y de las JONS


Tras el asesinato del fundador de Falange Español, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936),
Francisco Franco promovió la unificación en abril de 1937 de las dispares fuerzas partidarias del
golpe militar, y así nacería FET de las JONS, que reunía bajo el mando de Franco, a los falangistas
y carlistas de la Comunión Tradicionalista, convirtiéndose en el partido único del bando sublevado.
En 1945 pasó a llamarse oficialmente Movimiento Nacional.

Francisco Franco (1892-1975)


El 18 de julio de 1936 Francisco Franco Bahamonde da inicio al golpe de estado al abandonar Las
Palmas en el Dragón Rapide, un bimotor civil, camino de Marruecos. El crédito político que
consigue tras el levantamiento del asedio al Alcázar de Toledo y la muerte de Sanjurjo lo sitúan
pronto como figura preminente de la Junta de Defensa Nacional. El 29 de septiembre es nombrado
Generalísimo y en abril de 1937, jefe supremo de la FET y de las JONS. Tras la guerra será el
dictador de España hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975.

Frente Norte
La batalla por el control del Norte (Vizcaya, Santander y Asturias) vital por sus recursos mineros
y sus zonas industriales, en manos republicanas, se prolongó desde el 31 de marzo al 21 de octubre
de 1937, cuando los sublevados conquistaron ese territorio.

General Mola (1887-1937)


Cuando se produjo el Alzamiento militar que había planificado minuciosamente, Emilio Mola se
consideraba el jefe absoluto de la conjura, y asumió el liderazgo de las fuerzas golpistas del norte.
Sin embargo, con el paso de las semanas, fue perdiendo preminencia a favor de Franco. Falleció
el 3 de junio de 1937 en un accidente aéreo cerca de Burgos.

General Sanjurjo (1872-1936)


Líder de los militares conjurados, su muerte en accidente aéreo, el 20 de julio de 1936 le impediría
encabezar la rebelión.

Guernica
El devastador bombardeo de Guernica a manos de la Legión Cóndor el 26 de abril de 1937 conmovió
a la opinión pública por las numerosas víctimas civiles que fallecieron en el ataque. Especialmente
tras la obra de Pablo Picasso, Guernica, en la Exposición Universal de París de 1937. El bombardeo
se convirtió en símbolo tanto del sufrimiento de la población como de la resistencia de la república
española.

Jarama
La batalla del Jarama, tuvo lugar en febrero de 1937 y se inscribe en las intentonas realizadas ese
año por cercenar Las defensas en torno a Madrid

Legión Cóndor
Fuerza de intervención mayoritariamente aérea que el III Reich envió en ayuda de las tropas del
general Franco. En territorio español la Legión Cóndor pondría a prueba equipos y nuevas técnicas
bélicas. Fue la responsable del bombardeo de Guernica

Juan Negrín (1892-1956)


Presidente del Gobierno de la Segunda República (1937-1945, ya en el exilio), su gestión estuvo marcada
por una política de resistencia bélica y por los intentos infructuosos por conseguir una paz justa. El 1 de
mayo de 1938, publicó los Trece Puntos, que pretendían establecer las bases para llegar a un acuerdo de
paz con el bando sublevado. Murió en Francia en 1956

Quinta Columna
Expresión atribuida al General Mola, con la que hacía referencia en 1936, a los que, dentro de la
capital, trabajaban clandestinamente en pro de la victoria de los sublevados. Aunque el nombre
surgió durante la Ofensiva de Madrid, pronto se extendió por todas las zonas del conflicto.

Requeté
Organización paramilitar carlista, cuyos miembros eran conocidos también como boinas rojas. Con
amplia presencia en el Norte de España, especialmente en Navarra, los requeté se pusieron a
disposición de los militares conspiradores ya en la primavera del 36.
Teruel
La batalla de Teruel (15 de diciembre de 1937-20 de febrero de 1938), una de las más crueles de la
guerra, se inició como una maniobra de distracción por parte del ejército republicano para frustrar
los planes franquistas de ataque a Madrid, tras la victoria de éstos en el Frente Norte. Si bien los
republicanos se harían con la ciudad en un primer momento, el contraataque se saldó con la
victoria de los nacionales. Las tropas leales obtendrían una pírrica victoria en Teruel, que más
adelante les pasaría factura.

Cronología
Guerra Civil española
1936
16 de febrero. - Elecciones parlamentarias. Victoria del Frente Popular
19 de febrero. – Alcalá Zamora encarga a Manuel Azaña la formación de un nuevo gobierno
14 de marzo. - Falange Española y de las JONS, es declarada fuera de la ley. Su líder José Antonio Primo
de Rivera, es detenido
12 de julio. – Asesinato del teniente de la Guardia de Asalto José Castillo
13 de julio. – Asesinato del líder de la derecha monárquica, José Calvo Sotelo
17 de julio. – Se inicia la sublevación militar en Melilla
18 de julio. – El golpe se extiende por varias ciudades españolas
20 de julio. – Muere el general Sanjurjo al estrellarse el avión en el que viajaba
24 de julio. – Se constituye en Burgos, la Junta de Defensa Nacional
8 de agosto. – Francia declara el embargo de armas a la República
22 de agosto. – Saca en la cárcel Modelo de Madrid
27 de septiembre. – El Alcázar de Toledo es liberado
1 de octubre. – Franco es investido como Jefe Máximo de los sublevados.
4 de noviembre. – El ejército de África llega a Alcorcón, Leganés y Getafe
15-23 de noviembre. – Batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid
20 de noviembre. – José Antonio Primo de Rivera es asesinado en la cárcel de Alicante

1937
8 de febrero. – Entrada de las tropas franquistas y de los legionarios italianos en Málaga
31 de marzo. – Despliegue de la ofensiva nacional, en el norte peninsular
19 de abril. – Se crea FET de las JONS, mediante el Decreto de Unificación
26 de abril. – Bombardero de Guernica
3 de mayo. – Se inician los enfrentamientos entre miembros del POUM y anarquistas, por una parte y
comunistas y fuerzas del Gobierno por otra.
1 de julio. – Isidro Gomá escribe la Carta colectiva del episcopado español a sus hermanos de todo el mundo
4 de agosto. – Se aprueban los estatutos de FET de las JONS
26 de agosto. – Rendición en Santoña de los batallones vascos ante las tropas italianas
21 de octubre. – Cae definitivamente el Frente Norte
30 de octubre. – El Gobierno de Negrín se traslada a Barcelona
15 de diciembre. – Ofensiva de las tropas republicanas en Teruel

1938
30 de enero. – Se confirma por ley la doble jefatura del Estado y del Gobierno, de Franco
20 de febrero. – Los nacionales recuperan Teruel
2 de marzo. – El nuevo Estado Nacional y católico, suspende la sustanciación de los pleitos de separación
y divorcio
9 de marzo. – El Gobierno de Burgos decreta el Fuero del Trabajo.
5 de abril. – Indalecio Prieto sale del Gobierno. Negrín asume la cartera de Defensa. El Nuevo estado
deroga el Estatuto de Autonomía de Cataluña.
15 de abril. – Fin de la Ofensiva de Aragón, las tropas de Franco llegan al Mediterráneo
22 de abril. – Ley de prensa, promulgada por el Gobierno de Burgos
30 de abril. – Inicio en París de la Conference privee internationale des comités pour la paix civile et religieuse en
Espagne. Se hacen públicos los Trece Puntos de Negrín.
18 de julio. – Azaña pronuncia su famoso discurso en Barcelona, en el que pide al pueblo que se prepare
para conseguir “Paz, Piedad, Perdón”
25 de julio. – Ofensiva de las tropas nacionales para tomar Valencia
20 de septiembre. – El Gobierno de Burgos, promulga la Ley de Enseñanza Media
16 de noviembre. – Finaliza la Batalla del Ebro, con el repliegue republicano

1939
26 de enero. – Las tropas de Franco, entran en Barcelona
28 de enero. – Azaña se reúne en Perelada con Negrín y Rojo, y este le dice que todo está perdido
9 de febrero. – Creación de los tribunales de Responsabilidades Políticas, por parte del Gobierno de Burgos
26 de febrero. – Francia y Reino Unido reconocen al Gobierno de Burgos
27 de febrero. – Azaña, exiliado en Francia, dimite como presidente de la República
28 de marzo. – Las tropas nacionales entran en Madrid
1 de abril. – Francisco Franco emite un comunicado anunciando el final de la guerra: “en el día de hoy,
cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra
ha terminado.

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