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Poesía: ¿arte del lenguaje, fenómeno teórico o ejercicio del pensamiento?

: Vértices estéticos posibles en la poesía moderna

“Porque la poesía es un templo y a ella se va con una vestidura especial y adecuada. Un velo.”

Hanni Ossott.

“A mí la poesía / me viene de mi madre / que más que nada fue costurera / pero escribía poemas en secreto

y lloraba en verso sus amores contrariados”

Rafael Castillo Zapata.

María Fernanda Palacios, hablándonos sobre Hanni Ossott, dice que la poesía es un secreto. La misma Hanni, en
uno de sus ensayos, compara al verso con un beso para apuntar a lo inexplicable de la poesía, a su condición mistérica y
misteriosa. En cambio, para Rafael Cadenas la poesía pudiera estar un tanto más al descubierto, quizá menos secreta y
más reveladora, más real e incluso más concreta, cercana: “Que cada palabra lleve lo que dice. Que sea como el temblor
que la sostiene. Que se mantenga como un latido. No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir
brillos a lo que es.” Para uno, la palabra en el poema actúa haciéndose presente, corpórea, exacta; para el otro, pudiera
más bien dar cuenta de su falta, de una ausencia, incorpórea, procura silencios. Sus ritmos son distintos. Uno cierra, el otro
abre.

Cadenas entonces, pudiera estar más cercano a la poesía de Rafael Castillo Zapata que a la rítmica propia de los
versos de Hanni Ossott. En Árbol que crece torcido, por ejemplo, el poeta no vacila en nombrar sin tapujos ni rodeos
aquello que quiere decir. Si la poesía le llegó de la voz materna es por que fue así, y así debe decírnoslo, con autoridad y
claridad esplendidas, sin perder belleza ni verdad, convoca al verso como quien conversa o cuenta una historia. En Hanni,
esta gestión poética sería imposible, pues ella requiere de la poesía cierta devoción, no dialoga sino reza, pretende en el
verso una suerte de divinidad, lee el poema a manera de plegaria, como si entrase a un templo, y por eso exige un velo.

Aún cuando parezca extraño que dos o tres poetas, que han convivido en una misma generación y en una misma
cultura, se aproximen a la poesía con gestos y estilos tan disimiles, resulta, en verdad, y, por el contrario, un hecho
bastante obvio y licito. Puesto que, en poesía, como en toda forma de arte, existen y conviven innumerables -o infinitos-
protocolos de percepción, tanto como de experiencias estéticas, es perfectamente posible la misma innumerabilidad e
infinitud de estilos y métodos de composición. Los poemas de Cadenas, Castillo y Ossott funcionan iguales a los vértices
en geometría. Si jugamos a teorizar, una hipótesis sobre la operación geométrica de la poesía pudiera ser ciertamente
viable. Estos poemas-vértices, o versos-vértices, generan espacios de encuentro, lugares precisos, puntos o ángulos
determinados, por donde se atraviesan y se cruzan comunicándose entre sus distintas y variadas potencias estéticas. Son
esquinas, quizá, rincones, en los cuales la magnitud de la palabra y el pensamiento consiguen cómo habitar, hallan
resguardo y alimento para su desarrollo y crecimiento, es decir, para su permanencia. Todo poema es un lugar para pensar,
un vértice o ángulo experiencial, un momento y tiempo dado a la reflexión sensible, en atención.

Existe entonces cierto fenómeno estético basado en la experiencia con la palabra en el poema, que, indistinto y
múltiple, es capaz de generar similitudes y diálogos entre sí. Por eso hablamos de vértices estéticos posibles a partir de la
poesía como arte del lenguaje, fenómeno teórico, o ejercicio del pensamiento. Lo cierto es que en poesía todas estas
cuestiones son admisibles y veraces. Pero, ¿cómo es que tal cosa es posible?, ¿a qué se debe semejante peculiaridad?, ¿de
dónde viene?, ¿desde cuándo? Muy seguramente existen trillones de respuestas. Sin embargo, la historia -que no es más
que otra manera de hacer teoría- supone un elemento fundamental e inevitable para explicar la formación y el origen
angular de tales vértices en poesía. Para el lector atento, una palabra o un verso, una imagen, implica siempre el
advenimiento genético y genealógico del que proviene. La lectura es una promesa ab-origen, histórica, un juramento
frente al pasado y su herencia.

Así, y por semejantes razones históricas, la naturaleza operativa de los vértices poéticos entre Hanni Ossot,
Rafael Castillo Zapata, y Rafael Cadenas, funciona a partir, podríamos decir, desde cierto quiebre cultural en la poesía
decimonónica, cuando desde el romanticismo, y sus herederos inmediatos (los simbolistas, por ejemplo), la decisión por el
adentramiento experiencial en el lenguaje y su potencia gravitatoria, como diría Octavio Paz, determinó la escena central
de la actividad poética, e incluso artística en general, que poblaría el inconsciente estético del siglo XX -y también,
obviamente, del XXI-1. Aún sin desarrollar un sistema concreto de pensamiento teórico y crítico, el poeta (tanto como el
artista) y el filósofo romántico ayudaron a sentar las bases para la problemática del lenguaje, que, durante toda la
modernidad ocupará el rol central, o, es decir, angular, en la experiencia con la palabra y sus condicionantes simbólicas y
literales en pro de producir sentidos y significados hábiles para re-pensar el mundo e inclusive también crearlo. De ahí que
hayan sido especialmente los románticos quienes se ocuparon del propio término romántico, del cual provendría
teóricamente el concepto de literatura que hoy en día usamos tan frecuentemente. Así, la existencia, el ser, se convierte en
una cuestión atravesada por el decir poético, puesto que, es justamente desde la poesía desde donde surge la oportunidad y
la potencia de generar nuevos modos de expresión e interpretación, haciendo del poeta el demiurgo más oportuno para
trabajar con detalle el fenómeno lingüístico, su sonoridad, su visualidad, su materialidad y su esencia todavía
trascendental y permanente.

En consecuencia, el uso del lenguaje en la poesía de Cadenas, Castillo y Ossott, pueden servirnos de ejemplo
para observar cómo distintas aproximaciones a la lengua y al habla pueden, sin embargo, cruzarse, admitiendo siempre,
que todos ellos y cada uno, se encuentran a partir de tales vértices estéticos. Estos vértices estéticos no son más que
espacios para pensar el lenguaje, aún de formas disimiles.

A primera vista, se me ocurre que Cadenas y Castillo se encuentran más vinculados a cierto criterio teórico
dentro de la tradición de T.S. Eliot y de su lectura de la poesía romántica inglesa. Mientras que quizá Hanni Ossott esté
más cercana al modo en que Heidegger lee a Hölderlin. Me explico, en sus conferencias, Eliot, nos dice que “ si la poesía
es una forma de "comunicación", lo que se comunica es el poema mismo y sólo incidentalmente la experiencia y el
pensamiento que se han vertido en él”. Fíjese entonces, la idea de una poesía más concreta y exacta que se halla
precisamente en el poema y que, por incidente, es que ocurre la experiencia y el pensamiento que puede corresponderle.
Así, Eliot relaciona la vida de un pueblo y su cultura con la poesía, buscando quizá condicionantes históricas y lingüísticas
en el campo estético propio del criterio teórico: “La poesía de un pueblo toma vida del habla y a su vez le da vida:
representa su expresión más acabada de conciencia, poder y sensibilidad”. En cambio, en Hölderlin, o, mejor dicho, en el
modo en que Heidegger lee a Hölderlin, la poesía pudiera ser más mística, vinculándose míticamente con lo divino,
apunta más a la experiencia sensible (consciente o emocional) del poeta que propiamente al poema en sí:

“Pero al ser nombrados los dioses originalmente y llegar a la palabra la esencia de las
cosas, para que por primera vez brillen, al acontecer esto, la existencia del hombre adquiere una
relación firme y se establece en una razón de ser. Lo que dicen los poetas es instauración, no sólo
en sentido de donación libre, sino a la vez en sentido de firme fundamentación de la existencia
humana en su razón de ser. Si comprendemos esa esencia de la poesía como instauración del ser
con la palabra, entonces podemos presentir algo de la verdad de las palabras que pronunció

1
Idea que pretende seguir la teoría de Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe, sobre el origen romántico del inconsciente estético
propio de la modernidad, dispuesta en El absoluto literario.
Hölderlin, cuando hacía mucho tiempo la noche de la locura lo había arrebatado bajo su
protección.”2

Cuando Heidegger nos habla de la poesía de Hölderlin parece estar relacionándolo a una condición menos
concreta y más mística. “Pero nosotros entendemos ahora a la poesía como" el nombrar que instaura los dioses y la
esencia de las cosas. "Habitar poéticamente" significa estar en la presencia de los dioses y ser tocado por la esencia
cercana de las cosas”, nos dice el filósofo alemán para argumentar su teoría. Esto me recuerda un poco a la obra poética
de Armando Rojas Guardia y a su concepto de “vivir poéticamente” como una vida atenta a lo espiritual y a lo sensorial en
la experiencia existencial desde la que somos y que, según él, nos constituye. He aquí otro vértice estético, otro ángulo,
que, tal vez proceda dentro de una tradición familiar a la de Hanni Ossott, exactamente por cuanto pretende un sentido del
lenguaje ligado a lo divino dentro del poema; lo que para un poeta como Castillo Zapata podría resultar inapropiado, no
porque sea un error, sino más bien porque precisamente el poema debe nombrar aquello a lo que remite, empírica y
materialmente, dejando fuera cualquier fenómeno religioso o místico.

Una teoría capaz de leer en la poesía moderna los vértices estéticos donde se junta y converge la reflexión y la
experiencia sobre el lenguaje implica inmediatamente cierto criterio y ejercicio historiográfico, fundamental para dar
cuenta de cómo y porqué surge la poesía -y por demás, la literatura- como género; género dentro y a partir del cual
proviene y se desarrolla la impronta de la palabra, o del lenguaje, propiamente, y sus potencias para producir sentidos.
Ahora, con mayor propiedad -y quizá, con mejor agudeza-, nuestra propuesta teórica sobre los vértices estéticos en poesía
cobre un sentido si no más acabado, un tanto más reflexivo o posible, en cuanto oportunidad de lectura y análisis
interpretativo o teórico. Pues, habiendo comprendido cómo el romanticismo originó una apertura (en el terreno fértil del
lenguaje) para la teoría y la composición poéticas, que dibujaría los encuentros, a manera de ángulos geométricos, de
distintos estilos y métodos para percibir y experimentar el poema en la modernidad, su lectura y su composición, resulta
plausible una hipótesis basada en la historia, con el fin de explicar cómo el recurso metafórico del vértice estético serviría
de ayuda a la comprensión del fenómeno poético en torno al lenguaje. A propósito de lo anterior, las palabras de Jean-Luc
Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe resuenan: “hay que reconocer en el pensamiento romántico no solo el absoluto de la
literatura, sino la literatura en tanto absoluto. El romanticismo es la inauguración del absoluto literario ”. Dicho de otro
modo, la idea de un absoluto literario, contempla, cuando ilumina y resume, el funcionamiento genealógico, genético y
etimológico, del epitome estético de un inconsciente cultural que opera en la poesía moderna y determina su abordaje en
la experiencia con el lenguaje; con fundamento vertiginoso y progenitor de todos, y cada uno, de los vértices y ángulos
posibles en el paisaje, en la geometría, del género poético, a partir de su mecánica teórica - trascendental o empírica- para
el ejercicio y la experimentación de la palabra en torno a la producción y creación de sentidos, de significados, haciendo
del verso un gesto cuya naturaleza responde, también, y sin lugar a dudas, a la creación y producción de esto que
llamamos mundo, ser, o existencia; una permanencia estética significante y determinante de la cultura moderna, que
habita y habla desde (y entre) el poema. Poesía es la constante de un vértice que nos habla, secreta o concretamente, de
nuestra propia y más íntima identidad.

2
Martin Heidegger, Hölderlin y la esencia de la poesía, pag: 138.

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