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No es nuevo para nadie que cuando se habla de barroco lo que salta a la mente es la idea de
la exacerbación. El exceso procura protegernos de lo desierto, de ese horror vacui que
fantasmiza todo deseo de potencial completitud. En la imagen barroca no hay carencia
evidente: todo pretende estar lleno y servido a los ojos de quien mira, de quien lee. Y aunque
la pintura, la arquitectura, incluso la literatura, comprenden lo barroco a su modo, cada
expresión estética aún contempla su esencia original.
Sobre materia de narrativa latinoamericana –al igual que otras formas de expresión
estética- lo que se evidencia en primera instancia es la heterogeneidad. Sin embargo, podría
trazarse una línea en el grueso de las novelas latinoamericanas (incluso cuentos) que permita
observar cómo esta narrativa parece beber del barroco y conservar su esencia, a pesar de los
estilos que cada autor explore. Porque cada autor es distinto a otro, pertenece a una nación
distinta, pero lo barroco se repite en ellos como un eco y se despliega desde su
heterogeneidad.
Pero quiero quedarme con el ejemplo del capítulo de la traducción, por lo tanto, con la
propia idea de la traducción per se. Porque el barroco, en este sentido cervantino, ficcional, se
forma de la misma manera en que se produce una traducción -el transpolar de sentidos, su
tramado misterioso, casi mágico, que supone el salto de un idioma a otro. De ahí que la
novela nazca desde la traducción del manuscrito original, que el propio autor encuentra,
siendo ahora un personaje, dentro de la misma historia. Es decir, el barroco en sí se produce a
través de la mezcla de distintos espacios, del entrecruzamiento de los múltiples planos en que
la realidad se construye. Lo barroco revela una fisura, una rendija, una grieta que insinúa ese
espacio donde la realidad y la ficción coquetean, donde se mezclan, donde se tocan a manera
de peces o de flores.
En Las palabras y las cosas, Michel Foucault analiza el cuadro Las meninas, de
Velásquez, para explicar cómo es este proceso de intercambio de planos, el cual empezaremos
a nombrar fenómeno barroco, a falta de una mejor definición. El ensayo inicia con la
descripción de los elementos del cuadro y cómo se van integrando mediante su distribución en
el espacio pintado. Foucault centra su atención en un pivote: el pintor dentro de la propia
pintura marca el umbral de este fenómeno barroco: la pintura (de Velásquez) contiene un
pintor que pinta otra pintura -la cual no se sabe si está culminada o a punto de empezar- y nos
mira, mientras que nosotros, a la vez, vemos la pintura: la obra se introduce, junto con
nosotros, en un espacio virtual de pura reciprocidad: contemplador y contemplado se
intercambian continuamente: “ninguna mirada es estable o, mejor dicho, en el surco neutro de
la mirada que traspasa perpendicularmente la tela, el sujeto y el objeto, el espectador y el
modelo cambian su papel hasta el infinito”1.
Volviendo al ensayo del profesor Gamerro y teniendo en cuenta los textos de Foucault y
Deleuze, se nos hace más fácil trazar la línea -ya mencionada- sobre una buena parte de la
narrativa latinoamericana del XX, especialmente a partir de los años 40’s-50’s en adelante.
Cuando nombran barroco en esta narrativa, autores caribeños como José Lezama Lima o
Severo Sarduy parecen volverse sus máximos exponentes. Parte de la empresa literaria de
1
Foucault, Michel. (2010). Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.
Sarduy consiste en el tratamiento del barroco o neobarroco en su narrativa para poner en
escena cómo es el desenvolver de la dinámica latinoamericana, de modo que Sarduy, al igual
que la mayoría de los escritores, piensa la complejidad identitaria. En De dónde son los
cantantes, parte de lo que se retrata es la pluralidad cultural que construye a la propia América
latina; la novela, incluso, está dividida en tres relatos, cada uno relacionado a un orden
cultural específico (cultura occidental española, cultura oriental china y cultura africana
yoruba), los cuales son enunciados desde la tradición cultural a la que pertenece cada sección.
Así, el escritor cubano integra y refleja, con una escritura barroca, el entrecruzamiento
cultural, el mestizaje, es decir, la tan conocida hibridación que compone a Latinoamérica.
Asimismo, Sarduy estudia la novela Paradiso, de Lezama Lima, dentro de sus propias teorías
neobarrocas para perfilarla como una novela modelo, como un documento que evidencia un
desenvolver escriturario, un desenfreno verbal, que envuelve al referente y lo deja sumido en
un espacio más bien boscoso, al menos en cuanto a sensación laberíntica. Consideremos un
pasaje del capítulo 8:
Uno pensaría que Rayuela podría ser la expresión más barroca que logra Cortázar en
su narrativa, sobre todo por el tratamiento fragmentado de la realidad; cómo integra sus
formas, los colores, las texturas; la idea de un libro cuya escritura plantee un
extrañamiento tal que parezca más bien una suerte de contraescritura. Si recordamos el
capítulo 34 de Rayuela, notaríamos con muchísima facilidad este extrañamiento e
intercambio escriturario, puesto que se trata de un capítulo en el que se narran dos
historias, al mismo tiempo de manera intercalada, que son diferentes provocando así unos
saltos abruptos entre esos dos planos narrativos. Sin embargo, el mayor barroquismo en
Cortázar lo encontramos en cuentos como La continuidad de los parques o La noche
boca arriba, ya que se trata de relatos que mezclan la realidad con la ficción o con el
sueño, sugiriendo que la línea que separa un plano de otro es bastante difusa y que, por lo
tanto, cada plano se va prestando y mezclando continuamente hasta el infinito -o lo
finito: la muerte. A tal nivel se produce este encadenamiento que, si gustáramos,
podríamos titular cualquiera de estos cuentos La continuidad de los pliegues
deleuzeanos.
En esta materia (meta)ficcional, Jorge Luis Borges se ensalza como uno de los
pioneros más resaltantes. Para el profesor Gamerro, el intercambio, la mezcla del barroco
se produce no como el revolver una ensalada sino como el barajar un juego de cartas, es
decir, la superposición de múltiples planos, un juego de realidades. Y este juego Borges
lo aborda atinadamente desde sus conocidos espejos y laberintos, que constantemente
pronuncian un extrañamiento espacial, un desenvolver misterioso. En Tlön Uqbar Orbis
Tertius -cuyo relato trata de una enciclopedia que contiene las descripciones de una tierra
desconocida, aun imaginada, la cual resquebraja o agrieta las paredes de lo real y lo
ficticio- encontramos oraciones como: “Mirrors and fatherhood are hateful”, o su
oración inicial: “debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el
descubrimiento de Uqbar”. Ambas oraciones remiten a la característica mágica de los
espejos por su cualidad multiplicadora o replicadora, a su pliegue y despliegue del objeto
reflejado. Otros cuentos resaltantes por su sensación laberíntica y reproductora de
intercambio e infinito pueden ser Las ruinas circulares o La casa de Asterión, los cuales
presentan los posibles entrecruzamientos a través de una planificación espacial del
territorio, cada uno a su manera –las puertas (y por tanto los cruces) son catorce,
infinitos, diría el Asterión borgeano.
«La división del continuo no debe ser considerada como la de la arena en granos,
sino como la de una hoja de papel o la de una túnica en pliegues, de tal manera que
puede haber en ella una infinidad de pliegues, unos más pequeños que otros, sin que
el cuerpo se disocie nunca en puntos o mínimos.» Siempre hay un pliegue en el
pliegue, como también hay una caverna en la caverna. La unidad de materia, el más
pequeño elemento de laberinto es el pliegue, no el punto, que nunca es una parte,
sino una simple extremidad de la línea. (pág. 14).
Ahora bien, lo barroco se va mezclando, va surgiendo de sus propios pliegues y cada vez
adentrándose en sí mismo. Sin embargo, no funciona únicamente en un sentido estético-
filosófico. El barroco ofrece su textura permeable para poner en escena múltiples
problemas sociales, políticos, en este caso latinoamericano, de identidad e hibridación
cultural. Sarduy, en principio, lee así gran parte de la literatura latinoamericana, puesto
que se atreve a incluir en este marco a escritores como José Donoso. En la obra El lugar
sin límites, Donoso pone de manifiesto, un juego de roles, un intercambio de cuerpos
que, de cierta, manera vienen encarnando funciones sociales dentro del pequeño mundo
de papel que contempla la novela. Este juego de roles se produce por parodia, por
carnavalización, juego paródico que el mismo Sarduy trabajará posteriormente en sus
novelas. El juego paródico, al menos en esta novela de Donoso, sugiere también una
resistencia de cuerpos que busca ir invirtiéndose, cambiando sus condiciones naturales: la
novela, en este sentido, se produce en un gerundio, en un estar haciéndose, en una
función operatoria constante, como el pliegue continuo deleuzeano. Recordemos a La
Manuela en el capítulo 4: