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El equipo se forma con la convicción de que las metas propuestas pueden ser
conseguidas poniendo en juego los conocimientos, capacidades, habilidades,
información y, en general, las competencias, de las distintas personas que lo integran.
El término que se asocia con esta combinación de conocimientos, talentos y
habilidades de los miembros del equipo en un esfuerzo común, es sinergia.
Cada uno pone a disposición de los otros sus competencias; sus conocimientos,
habilidades y capacidades en general. Así, y tras un diálogo abierto, se ayudan
mutuamente hasta alcanzar una comprensión más nítida de la naturaleza del problema
y de su solución más eficaz.
Para que un grupo de personas sea considerado un equipo de trabajo es preciso que
tengan un objetivo común. Y que se trabaje para lograr la meta mediante la
cooperación y la ayuda mutua. No hay equipo sin meta compartida.
En segundo lugar, se reparten las tareas y la carga de trabajo. Una excesiva carga de
trabajo puede hacernos caer en un estrés que no nos permitirá realizar bien nuestro
trabajo. Tener la sensación de no llegar a todo, o encargarnos de tareas que no se nos
da tan bien, no nos permite focalizarnos en el objetivo. Sin embargo, compartir las
preocupaciones, dividir el trabajo e ir logrando los objetivos uno tras otro nos permite
trabajar con más ligereza, desglosar las tareas y enfocarnos en la actividad a llevar a
cabo.
Sin embargo, trabajar en equipo no son todo ventajas, pues esas características
positivas de compartir tareas y objetivos con otras personas pueden convertirse en
negativas: